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Clément Rosset
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Nacionalidad Francesa
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Ocupación Filósofo
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Filosofía estética[editar]
Basándose en Schopenhauer, analizó la importancia de la repetición en las artes.2
Conceptos de su filosofía[editar]
Idiotez: Dio su propia definición de la palabra idiotez. Sobre la base de
su etimología (idios, "propio" en griego) mesuró que era una característica inherente
de todas las personas y particular de ellas, es decir, singular y no universal.3
Obra[editar]
1960, La Philosophie tragique;
1962, Le monde et ses remèdes;
1965, Lettre sur les chimpanzés : plaidoyer pour une humanité totale; Essai sur
Teilhard de Chardin;
1967, Schopenhauer : philosophe de l'absurde;
1969, L'Esthétique de Schopenhauer;
1971, La logique du pire: éléments pour une philosophie tragique;
1971, L'anti-nature : éléments pour une philosophie tragique;
1976(84), Le réél et son double : essai sur l'illusion;
1978, Le réél : traite de l'idiotie;
1979(85), L'objet singulier;
1983, La force majeure;
1985, Le philosophe et les sortilèges;
1988, Le Principe de cruauté;
1991, En ce temps-là : notes sur Louis Althusser;
1991, Principes de la sagesse et de la folie;
1992, Matière d'art : hommages;
1995, Le choix des mots;
1997, Le démon de la tautologie;
1999, Route de nuit : Episodes cliniques;
1999, Loin de moi : étude sur l'identité;
2000, Le réél, l'imaginaire et l'illusoire;
2001, Le régime des passions et autres textes;
2001, Propos sur le cinéma;
2001, Écrits sur Schopenhauer;
2004, Impressions fugitives : l'ombre, le reflet, l'écho;
2006, Fantasmagories.
Referencias[editar]
1. Volver arriba↑ Mort de Clément Rosset, philosophe du tragique et de la joie.
2. Volver arriba↑ Sans, Édouard (1995). Schopenhauer. Publicaciones Cruz O., S.A. pp. 60-
61. ISBN 978-96-82001772.
3. Volver arriba↑ Comte-Sponville, André (2003). Diccionario filosófico. Paidós.
p. 268. ISBN 978-84-49314087.
4. Volver arriba↑ Comte-Sponville, André (2003). Diccionario filosófico. Paidós.
p. 527. ISBN 978-84-49314087.
No se da el título de filósofo al que, con los ojos bien abiertos a las cosas del
mundo y la mirada clara y segura, expone sobre el mundo un juicio recto, si
no ve en el mundo más que exactamente el mundo, en los objetos más que los
objetos; en suma, si ve prosaicamente todo como es. Sólo es un filósofo aquel
que ve, muestra y demuestra en el mundo el cielo, en lo terrestre lo
supraterrestre y en lo humano lo divino .
Se trata sin duda de deshacerse del concepto de «igualdad»: así como los
individuos no pueden recapitularse en otra(id)entidad que los englobe,
explique y nos procure eventualmente acceso a ellos, así los objetos que
constituyen lo real no pueden agruparse bajo una (id)entidad que nos
«acercaría» a su propia «esencia» —llámese ésta naturaleza, espíritu o
simplemente, como lo llama Heidegger, ser. El objeto singular no es
cognoscible «a través, por medio de» algo externo a él: es incognoscible a
secas. Y ello no por una deficiencia de nuestro principio de razón, sino porque
se sustrae precisamente a todo principio —y porque, en última instancia, no
hay nada que conocer. Rosset afirmará en otro sitio que es más sencillo re-
conocer que conocer. De aquí la «función» del doble : el mundo es invisible
—como dirá Schopenhauer, del mundo sólo se conocen «estos ojos que lo
ven»—, y sin embargo «lo vemos» merced a esa duplicación que nos procura
el cerebro. Lo real no es su doble, pero éste hace posible aquél para nosotros.
Y, puesto que es nuestra única vía de acceso, de lo que se trata es
de desarmarlo, de desvestirlo. Lo que queda allí es lo extraño, lo «no
identificable», lo «innombrable», como decía Stirner.
NOTAS
MÁS INFORMACIÓN
El descanso eterno del filósofo insomne
Las obras de Rosset están llenas de sabrosos apuntes de literatura, cine, moda y
sobre todo música, lo más parecido a una pasión que se consintió como sus
referentes Schopenhauer y Nietzsche (los otros fueron Lucrecio, Spinoza y
Montaigne). También se burló impíamente de grandes testas coronadas como
Lacan, Bourdieu, Badiou, etc... De Laclau no, porque desconoció el universo
peronista. Fue amigo de Cioran, al que sabía hacer reír. Acostumbraba a pasar
temporadas en Mallorca, que le gustaba mucho. Era una persona tímida, cortés,
que solía hablar de un modo algo embarullado, con esa confusión que siempre
ahorró a sus lectores. Algunos le debemos más de lo que puede decirse en las
pocas líneas de una necrológica.
Clément Rosset padeció la enfermedad del sueño. Seis años y 2.000 noches de
insomnio que percutieron en su salud hasta torturarlo. Y en su moral, como él
mismo decía en alusión a los comportamientos anómalos que se derivaron de un
duermevela insoportable. O soportable, puesto que Rosset consiguió
sobreponerse a esta maldición gracias a un novelista ruso.
Y no sabe por qué. Ignoraba las razones de la enfermedad como ignoraba los
motivos de la curación. Pero se conmovía cuando me explicaba, en su modesto
domicilio de París, los detalles de la angustia nocturna. Un estado de asfixia. Un
cuerpo agarrotado. Una anorexia existencial. Una relación atroz, temblorosa con
la oscuridad a la que se exponía desarmado y demacrado.
Trataba de verbalizar el problema, como dicen los terapeutas cursis. Pero Rosset
no era ni cursi ni terapeuta. Era un hombre culto, ilustrado. Un lector de Emil
Cioran y de José Bergamín. Un devoto de Johann Sebastian Bach. Un apóstol de
la Olivetti y del vinilo, aunque todos estos recursos no lo preservaron de las
pesadillas.
Un novelista ruso curó a Clément. Pero nunca le había perdido el miedo a esa
experiencia tan cotidiana y prosaica de meterse en la cama. Prefería un sudario a
las trampas esponjosas de unas sábanas traicioneras. Rosset nunca volverá a
despertarse. Se merecía el sueño eterno.
Clément Rosset fue uno de los filósofos más preclaros y coherentes de nuestro
tiempo. Quizá porque había perseverado durante medio siglo en teorizar la
yuxtaposición de lo real y su doble, entendiendo el primer concepto como
aquello que se nos presenta desprovisto de fines o de contenidos.
El filósofo, en el infierno de la
depresión
JOSÉ ANDRÉS ROJO
2 FEB 2008
Todo empezó en Mallorca. Tenía que hacer una pequeña compra y recoger a un
amigo del aeropuerto, y me di cuenta de que me resultaba imposible cumplir con
esas simples tareas". Clément Rosset resumía así, en una conversación en
Barcelona a finales de 2006, el inicio de la depresión nerviosa que padeció entre
1987 y 1996. "Me atacó como un relámpago, y comprendí que me había ocurrido
algo muy grave". En Travesía nocturna (Elipsis), el filósofo reunió las
anotaciones que hizo entre 1990 y 1993 para acercarse a su enfermedad. "De
pronto todo esfuerzo parece fuera de lugar, aunque sea el gesto más anodino, o el
más agradable", ha escrito Rosset en esas notas. "Las depresiones me parecían
males imaginarios de gente con flaqueza de ánimo", decía en Barcelona. "Nunca
me las tomé demasiado en serio, no creí que fueran algo que no pudiera
solucionar una copa de jerez". Pero el mal lo agarró por el cuello, "como una
gripe o una pulmonía", y lo sometió a sus rigores. Para describir sus efectos se
sirvió de un "nombre bárbaro": hasofin (hiper-actividad semi-onírica de final del
descanso).
Rosset y la alegría
JOSÉ ANDRÉS ROJO
2 FEB 2008
En cuanto se toman los caminos que recorre Clément Rosset (Carteret, Francia,
1939) nunca se tarda mucho en dar con la alegría. En Lejos de mí irrumpe al final
a través de los versos del hermoso epitafio de Martinus von Biberach: "Vengo de
no sé dónde, / Soy no sé quién / Muero no sé cuándo, / Voy a no sé dónde, / Me
asombro de estar tan alegre". El objeto singular es un elemento esencial de la
parte tercera, donde aparece como una experiencia que muestra un pensamiento
sin segunda intención: la alegría aprueba la existencia y lo hace al estimar que lo
real es suficiente. Que no hace falta más. Desde hace ya años, Clément Rosset ha
renunciado a librar una gran batalla. Prefiere las incursiones guerrilleras. Su gran
tema es el de siempre, lo real y su doble. Y su vocación, la de desarmar el
programa de la metafísica. En El objeto singular dice que la filosofía a veces
procede con demasiada lentitud, y que a veces es necesaria la precipitación,
"pues hay urgencia en saber si la existencia es o no deseable, cuestión cuya
resolución marca, en suma, el fin de la investigación filosófica". Por tanto,
Rosset dispara. Textos breves, fulgurantes, asaltos intempestivos. Y su blanco es
poner en duda esa manera de proceder que parte de la convicción de que existe
un mundo y de que luego hay otro, el de la duplicación de lo real, que lo explica,
que le da sentido, el que lima sus asperezas y catástrofes, su íntimo desorden e
ininteligibilidad.
Lejos de mí
Clément Rosset
Clément Rosset
No hay tal cosa, dice Rosset. "Lo que hace las veces de la identidad es pues un
puzle social, que es tan abigarrado como inexistente la imaginaria unidad que
debía sostenerlo". Así que la identidad social es la única identidad real. "No
estamos hechos más que de piezas añadidas", cuenta Rosset citando a Montaigne.
Y pone el ejemplo del camembert, diciendo que podría conocer el sabor de los
otros quesos, de poder probarlos, pero que del suyo no tendría nunca ni idea, por
muchos mordiscos que se diera.
El objeto singular es otro breve ensayo, aún más antiguo, de 1979. Hay una idea
que recorre el texto: "Todo lo que es absolutamente real -es decir, extranjero a
toda representación- es también absolutamente singular; y todo lo que es singular
se muestra rebelde a la interpretación". O lo que es lo mismo: "El objeto real es
en efecto invisible, o más exactamente incognoscible e inapreciable,
precisamente en la medida en que es singular, esto es, en la medida en que
ninguna representación puede sugerir su conocimiento o apreciación mediante la
réplica".
La sombra de Schopenhauer
Clément Rosset resume el pensamiento del filósofo alemán en unos
textos concebidos para la divulgación de un filósofo que tuvo una gran
influencia sobre muchos escritores importantes de finales del XIX y del
XX, desde Nietzsche a Borges pasando por Freud.
Otros
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ENRIQUE LYNCH
15 ABR 2006
Dos circunstancias han sido decisivas para explicar la tardía influencia de la
filosofía de Schopenhauer tanto como su posterior caída en un relativo
descrédito. Schopenhauer escribió después de Hegel, y por otro lado, antes que
Nietzsche. O sea que su desventura fue doble: quedó eclipsado en vida por un
contendiente intelectual demasiado poderoso; y tras una breve gloria alcanzada al
final de su vida, fue desplazado y superado después de muerto por un discípulo
genial. Lo que explica que, al cabo de siglo y medio, la figura intelectual de
Schopenhauer parezca un tanto desdibujada y para una buena parte de la filosofía
académica resulte irrelevante. Su pensamiento se sitúa en una posición paradójica
en el panorama del siglo XIX, ya que al mismo tiempo que parece un típico
producto del espíritu decimonónico es una excepción a ese espíritu.
Clément Rosset
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22 MAY 2004
LO REAL
Mostrar lo real no es, pues, algo que pueda hacerse "pura y simplemente", de un
modo inmediato, sino que siempre implica una denuncia de las máscaras que
deforman y "enriquecen" la realidad, que tiene una tendencia natural a ocultarse
de nosotros. Por eso mismo, la labor de la filosofía trágica es interminable, y de
vez en cuando necesitamos un libro de Rosset, aunque no sea muy voluminoso,
para aprender a reírnos de nuestra propia capacidad de autoengaño. No hay temor
de que la indiscreción cometida por Rosset haga demasiados estragos. Somos tan
incapaces de aceptar lo real en su solemne idiotez que, después de leer cada uno
de sus textos, volvemos a caer como niños en la misma patología que Rosset se
empeña una y otra vez en aliviar, con perfecta consciencia, eso sí, de su carácter
radicalmente incurable.
REDACCIÓN CULTURA
Escogió la palabra terrorista para identificarse del resto. Frases como: “El
hombre puede creer en todo lo que quiera, pero nunca podrá evitar el saber
secretamente que eso en lo que cree es la nada”, convirtieron su obra en una
herramienta sumamente valiosa para repensar la realidad y nuestra insistente
pretensión en negarla o suavizarla.
7 de junio de 2006
-Si el ideal no existe en esta vida, no tiene por qué existir en el más
allá. Si las apariencias nos engañan, no quiere decir que disimulan
la verdad. El problema es que no todos somos capaces de admitir
que el mundo es sólo lo que es.
-Exacto. ¿Querer otro mundo? Pero ¿cuál? Ese tipo de idea fija es
siempre algo vago. En los militantes, el objetivo perseguido
desaparece detrás de la voluntad de tener un objetivo.
-Moraleja.
-La realidad es tolerable sólo en la medida en que consigue
hacerse olvidar. Es inútil llorar la pérdida del tiempo pasado o
esperar el retorno de una sociedad sin clases. La realidad nunca
volverá, porque siempre estuvo aquí.
-Así es. Porque esa visión trágica es lucidez. De ese modo, es capaz
de constatar -y es en esto que consiste la alegría- que la vida de los
hombres resiste, a pesar de todo, a las infinitas razones de hallarla
ridícula, miserable o absurda.Yo diría que vivir es ya en sí una
alegría; que la alegría de vivir es la suma de las alegrías de la vida;
que querer escapar a la realidad es arriesgarse a toparse con lo
peor; que el deseo nunca cumple sus promesas; que la ignorancia
de lo que pueden los hombres es la causa de sus miserias; que el
deseo es penoso y su realización aún más penosa; que la
desilusión engendra serenidad; que, esencialmente, la realidad no
se modifica en profundidad. Cuando se sabe todo esto, es posible
alcanzar una sabiduría que puede ser formulada de esa manera:
alegrémonos, porque lo peor es inevitable.
-Decir que las religiones son producto de ese "doble", es
decir, que Dios no existe.
Clément Rosset
A esta alegría sin miedo ni esperanza, sin objeto determinado, sin causa,
que consiste en la aprobación incondicional, indiscriminada y
Tengo 70 años. Nací en Normandía, en una familia medio española, y vivo en París. No tengo
pareja ni hijos... y me sobra una pesadillesca caterva de primos. ¿Ideas políticas? ¡No he
tenido ni una en mi vida!, y me odian por ello. ¿Dios? Es demasiado temprano para hablar de
eso.
¡Espléndido...! Así, la pregunta que toca ahora es: ¿de dónde mana la alegría?
¡Quiere un adelanto de mi próximo ensayo!
Por favor.
La alegría nace del ser, de lo que es, de lo real, y es activa. La tristeza nace del deseo, de lo
que no es, de lo irreal, y es pasiva.
Aclare.
La visión trágica de lo real es lucidez: es la visión que constata que nuestra vida resiste ¡pese a
las infinitas razones para hallarla ridícula, miserable o absurda! He ahí la alegría. Vivir es, en sí
mismo, alegría.
Algo que sin duda existe es la depresión, ¿no?: he leído que usted la ha vivido.
Fue como pillar una pulmonía. Me atacó como un relámpago. De pronto todo parece fuera de
lugar: desde el gesto más anodino al más agradable, todo se empapa de desinterés o disgusto.
¡Levantarme para ir al baño a orinar era como escalar un Everest...!
Alegre lucidez
"Un hombre camina con sendas sandías bajo los brazos y, al tomar un recodo, ve la espalda de
un hombre que camina ante él con sendas sandías bajo los brazos. ´¡Soy yo!´, piensa. Intenta
alcanzarse, vanamente. Hasta que desiste: ´Y ¿para qué alcanzarme?´, concluye". Rosset
aplaude este cuento, porque ilustra su convicción de la inexistencia de un yo personal -un "yo
preidentitario"- y de la inutilidad de buscarlo. Disfruto con Rosset -Savater lo considera uno de
los filósofos europeos más originales y sugestivos de hoy-, del que aprecio un irónico humor
que emparento con la lucidez. La que emana de sus diáfanas obras, como Principios de
sabiduría y de locura y Lejos de mí (Marbot).
VÍCTOR M. AMELA
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Rosset habló ayer de Cioran en el Círculo de Bellas Artes. Fue esta propia
institución la que lo trajo, junto a la editorial Pre-Textos, que celebra con una
serie de conferencias su 25º aniversario, y la Embajada de Francia. Se esforzó en
hablar en español, una lengua que se le fue contagiando por su ambiente familiar,
apasionado por las cosas de este país, y por sus lecturas. 'En lo que he escrito ha
sido muy importante la alegría de vivir. Y eso es algo que descubrí en España.
No hay nada que merezca la pena si no se hace con entusiasmo. Sin el gozo de la
sexualidad, no hay vida, no hay alegría, no hay nada. Ni siquiera filosofía'.
Un baile en Mallorca
Durante la entrevista, Rosset tomó la palabra con una decidida, aunque oculta,
voluntad de utilizar la estrategia Cerros de Úbeda. Pero, de vez en cuando, y
como quien no quiere la cosa, aludía a su trabajo. 'Todo lo que rodeó mi infancia
remitía a España. Tomábamos el vino en unos vasos en los que se leía 'Tío Pepe'.
Y víajábamos con frecuencia a Mallorca, donde mi padre había comprado un
chalet. Fue allí donde tuve una experiencia que considero esencial para el
desarrollo de mi obra. Fue en 1953, en un pequeño pueblo de unos 120
habitantes. Asistí a un baile que me reveló que lo verdaderamente importante es
la alegría, la brusca irrupción de la sexualidad, la fiesta, la risa'.
Todo esto venía a cuento de una pregunta sobre Cioran, el filósofo rumano sobre
el que Rosset disertó en Madrid y sobre el que ya había escrito en La fuerza
mayor, publicado en España por Acuarela. 'Conocí a Cioran gracias a Savater y
fuimos muy buenos amigos', cuenta. Pero subrayó enseguida: 'Nunca hablamos
de filosofía'.
Sus referentes son Nietzsche, Pascal, Montaigne, Spinoza o Lucrecio. Así que
sabe qué es lo peor. Pero declaró, rotundamente, que la afirmación de la vida
sólo tiene sentido cuando se conoce de cerca lo más sombrío. 'Sólo el
conocimiento de lo más trágico te lleva a la alegría de vivir'. Está, por tanto, de
acuerdo con Cioran cuando éste critica a aquellos que celebran la felicidad
después de olvidar, después de ponerse de espaldas a los conflictos de la vida. La
alegría de la que habla Rosset procede de una raíz bien diferente.
Un 'bon vivant'
¿Habrá alguna forma de que Rosset se pronuncie, más allá de los chascarrillos,
sobre Cioran? Pone mala cara. 'Eso ya lo he contado en mis libros. Es
tremendamente difícil escribir sobre cosas complicadas de expresar. Y más difícil
aún cuando hay que hacerlo de manera sencilla. Al ver aquel baile de Mallorca,
entendí que lo más importante era la alegría de vivir después de conocer todos
los sufrimientos. Lo tenía claro, pero a ver cómo lo explicas. En buena medida, el
conocimiento te llega como una gracia, como un don, como un milagro'.
Por no hablar de grandes conceptos, Rosset fue capaz de contar incluso algún
secreto. 'De esos que dan vergüenza', dijo. Y explicó que, hace años, supo de un
traductor que le había preguntado a Cioran sobre un tal Rosset. Y que éste había
contestado: 'Es un bon vivant al que la filosofía no ha estropeado'.
Así que el bon vivant vino a Madrid para hablar de Cioran. Su pesimismo,
escribió Rosset en La fuerza mayor, se desencadena al constatar que la 'paradoja
de la existencia es la de ser algo y, al mismo tiempo, la de no contar para
nada'. Por eso es un pesimismo atípico. No procede de descubrir el absurdo de la
existencia. Es el resultado de saber la condición efímera del hombre, 'la
pequeñez del ser humano'.
Pero Rosset vuelve enseguida a las historias. '¿Sabe que Cioran quería instalarse
en España? Decía que el franquismo era sólido y que le venía bien a su carácter.
Así que viajó a pie y en bicicleta buscando un lugar donde vivir. Al final me
confesaría que para nada, que el régimen no era tan serio, que España era un
garito'.
NADA IMPORTA NADA
En una breve introducción a El principio de crueldad, Rosset cuenta un episodio de Astérix
en Hispania. Unos gitanos invitan a Astérix y a Obélix a unirse a su baile nocturno. El
cantaor no tarda mucho en desgranar el estribillo. 'Ay, ¡qué desgracia haber nacido!'. La
fiesta, pues, y enseguida la presencia de la muerte. Rosset no tarda en destacar cuán cerca
están en España la alegría de vivir y el sentimiento trágico de la vida, y reivindica la jota
aragonesa, que expresa con una gran intensidad 'ese misterioso y esencial vínculo que
relaciona la verdadera alegría de vivir con un conocimiento íntimo y constante de la
muerte'. Y es que en España, explicaba ayer Rosset, el folclor revela constantemente 'el
carácter irrisorio de la vida'. La fiesta y la muerte. La risa y el conocimiento y la certeza del
dolor. 'Para transmitir, al fin, que nada tiene una importancia decisiva, que nada importa
nada'. Para Rosset, no hay mejor lección para aprender a vivir.