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Dr.

FREDDY WILLIAM CASTILLO PALACIOS


Asociación de Egresados y Graduados de la Pontificia Universidad Católica del Perú

PRODUCTIVIDAD Y COMPETITIVIDAD

En un contexto globalizado y desreglado, la competencia se amplía al mercado mundial.


Todas las empresas independientemente de su tamaño, del producto que fabriquen, o del
mercado en que comercialicen sus productos, sufren la competencia internacional.

Este hecho se convierte en un factor que condiciona la situación económica actual:


Competitividad. Pero este concepto, positivo en principio, se desvirtúa y se utiliza como
excusa para otros fines.

El término competitividad dada su falta de concreción, es entendido de forma diferente según


el colectivo considerado.

Ser competitivos se ha convertido en una exigencia para todos. Tanto las empresas, como los
estados e incluso los trabajadores han de ser competitivos para sobrevivir en un sistema
marcado por la competencia.

Así, en el caso de los Estados, significa ser de interés para los capitales internacionales, para
lo que han de tener estabilizadas las variables macroeconómicas. También han de contar con
empresas exportadoras que sitúen al país en un buen nivel en el marco del comercio mundial.

Las empresas son las destinatarias especiales de la necesidad de ser competitivas. Estas han
de convivir con un sinfín de competidores, siendo la mejora de la competitividad la única
garantía de supervivencia.

• La mejora de la competitividad y la productividad

Muchos empresarios interpretan el aumento de la competitividad como la necesidad de


reducir costes, y no en el sentido de incrementar la calidad y la especialización.

Por regla general, el primer paso que dan estos empresarios para disminuir costes es la
reducción de la mano de obra o la disminución de los costes salariales. En aras de una mayor
competitividad, los empresarios reclaman una mayor flexibilización del mercado de trabajo,
manifestada a través del despido libre, así como de la disminución de las cargas sociales y la
individualización de las relaciones laborales.

La necesidad de ser más competitivos ha generalizado la introducción de nuevas tecnologías y


de nuevos métodos de gestión y organización del trabajo en algunos casos copiando
miméticamente, sin ningún tipo de adaptación a su situación concreta, modelos exitosos en
otros contextos o culturas (un buen ejemplo de ello son los modelos japoneses de
organización basados en la calidad total.)
Por último, otras medidas adoptadas por las empresas son la diversificación de riesgos,
ampliando la gama de productos fabricados, o las fusiones con otras entidades para alcanzar el
tamaño más adecuado al mercado.

Todas estas acciones provocan cambios significativos en el tejido productivo y generan


aumentos de los beneficios que, en la mayoría de los casos, no son reinvertidos.

Los trabajadores no pueden permanecer ajenos a este proceso de incremento de la


competitividad. Cualquiera de las medidas antes citadas que adopten las empresas tiene unas
repercusiones claras sobre los trabajadores. Se les exige adaptarse lo más rápidamente posible
a los cambios, en el convencimiento de que únicamente se mantendrán en el mercado los que
dispongan de una mayor calificación.

• Productividad, competitividad y el fenómeno de la deslocalizacion


Es importante destacar que este fenómeno no es nuevo. Es inherente a cualquier economía
industrializada y se mueve en términos de competencia internacional, y existen por tanto
precedentes de iniciativas de este tipo por parte de empresas multinacionales que se viene
produciendo desde hace varias décadas.

Por otra parte hay que decir también que las deslocalizaciones que se han producido en países
como Alemania, Francia, Bélgica y Holanda están directamente relacionadas con los avances
de la globalización financiera y comercial; y con la entrada de nuevos actores en el escenario
económico internacional que compiten para ganar nuevos mercados.

Lo que está ocurriendo es que el proceso de globalización económica y la liberalización del


comercio mundial, ha supuesto un aumento de la presión competitiva de aquellos países
caracterizados por unos marcos regulatorios de relaciones laborales y de protección social
débiles; provocando, bajo el argumento de la mejora de la productividad y la competitividad,
el surgimiento de actuaciones, bien privadas o públicas, que han dado como resultado un
recorte de derechos laborales y sociales. Y ésta es una corriente de actuación que, desde el
mundo de las organizaciones sindicales, lógicamente, preocupa.

En los últimos tiempos se han producido en algunos países de la Unión Europea, distintos
procesos de deslocalización productiva, que han dado como resultado un recorte de derechos
laborales y sociales.

Así, por un lado, en los últimos meses nos hemos podido encontrar con que algunos grupos
empresariales emblemáticos, bajo la justificación de mejorar la productividad de sus plantas
productivas y manteniendo estrategias competitivas vía costes, están presionando muy a la
baja en el ámbito de la negociación colectiva, proponiendo distintos modelos de
flexibilización de la jornada laboral, como la prolongación de ésta sin contraprestación
salarial o, en sentido opuesto la reducción de la jornada por debajo de las 35 horas semanales
con la correspondiente reducción del salario.
Y por otro lado, también nos hemos encontrado con que algunos gobiernos europeos
promueven reformas de calado en los sistemas de relaciones laborales y de protección social,
que suponen importantes recortes al estado de bienestar alcanzado en países como Alemania,
Francia y Holanda (en Alemania la fusión de los subsidios de desempleo y la ayuda social en
un único subsidio público; en Francia la derogación de la Ley de 35 horas para las pequeñas y
medianas empresas; en Holanda traspaso de competencias del gobierno central a los
municipios en materia de prestaciones sociales ).

La realidad no es otra que actualmente con la ampliación de la Unión Europea, los efectos de
las deslocalizaciones productivas, tanto económicos como sociales, se hacen más relevantes
que hace unos años y son más preocupantes, en cuanto se conjugan toda una serie de
circunstancias que alientan la reasignación geográfica de la inversión extranjera.

Esas circunstancias son: mejor desarrollo de las Tecnologías de la Información y


Comunicación –TIC-; de las infraestructuras del transporte, mejora de la calificación
profesional, ventajas del desarrollo tecnológico; al que se le suman otros factores como
menores costes laborales y mejores costes de producción, en cuanto a energía y materias
primas.

Sin menospreciar y reconociendo las nuevas oportunidades que esta quinta ampliación de la
Unión Europea presenta para la economía europea y en concreto para la española, no hay que
olvidar que dicha ampliación tiene y tendrá efectos sobre el flujo de inversión extranjera, con
riesgo de desviación de inversiones, o lo que es lo mismo desinversiones y deslocalizaciones;
y ello traerá los consiguientes riesgos sobre el mercado laboral, en concreto sobre el empleo.

Unas deslocalizaciones que han sido y podrán ser parciales (las empresas sacan fuera de
nuestras fronteras sólo parte de su producción), y por tanto compatibles con el mantenimiento
o crecimiento del empleo y de la actividad económica, siempre que exista la posibilidad de
empleo alternativo a través de las nuevas actividades que la empresa pueda desarrollar y otras
que consisten o consistirán en el cierre total de las plantas de producción y traslado de éstas
fuera de nuestras fronteras (a países menos desarrollados, pero con menores costes laborales y
exigencias sociales, así como un movimiento sindical menos organizado y con menor
capacidad de reivindicación) que es precisamente el rumbo por el que parece que amenazan la
mayoría de las empresas que optan por la desinversión.

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