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DISCURSO DE ACUSACIÓN EN EL TRIBUNAL MILITAR INTERNACIONAL DE

NUREMBERG
(EXTRACTOS)
(POR EL JUEZ ROBERT N. JACKSON, NUREMBERG 21 DE NOVIEMBRE DE
1945)

El privilegio de comenzar el primer juicio de la Historia por crímenes contra la paz


del mundo impone una grave responsabilidad. Los males que buscamos condenar
y castigar han sido tan calculados, tan malignos y tan devastadores que la
civilización no puede tolerar que se ignoren, porque no podría sobrevivir a su
repetición. Esas cuatro grandes naciones, inflamadas por la victoria y heridas por
la afrenta, deteniendo las manos de la venganza y entregando a sus enemigos
capturados para ser juzgados por la ley, han hecho uno de los tributos
más significativos que el Poder ha hecho jamás a la Razón.

Este Tribunal, aunque es nuevo y experimental, no es el producto de


especulaciones abstractas ni ha sido creado para defender teorías legalistas. Esta
investigación representa el esfuerzo práctico de cuatro de las naciones más
poderosas, con el apoyo de otras diecisiete, para utilizar el Derecho Internacional
para enfrentarse a la mayor amenaza de nuestro tiempo: la guerra de agresión. El
sentido común del espíritu humano demanda que la ley no se detenga en el
castigo de pequeños crímenes cometidos por gente de poca importancia. También
ha de llegar a los hombres que poseen grandes poderes y hacen un uso
deliberado y concertado de éste para producir males que no dejan ningún hogar
del mundo indemne. Es una causa de tal magnitud que las Naciones Unidas
comparecerán ante Su Señoría.

En el banquillo de los prisioneros se sientan unos veinte hombres destrozados.


Reprochados por la humillación de aquellos a os que han conducido, casi tan
amargamente como por la desolación de aquellos a los que han atacado, han
perdido para siempre su capacidad para el mal. Es difícil hora percibir en esos
hombres miserables ahora cautivos el poder con el que como líderes nazis
dominaron buena parte del mundo y aterrorizaron a la mayoría. Como individuos,
su destino es de poca importancia para el mundo. Lo que hace que esta
investigación sea importante es que estos prisioneros representan influencias
siniestras que vagarán por el mundo aún mucho después de que sus cuerpos
vuelvan a ser polvo. Demostraremos que son símbolos vivientes del odio racial, el
terrorismo y la violencia, y de la arrogancia y la crueldad del poder. Son símbolos
del nacionalismo radical y el militarismo, de la intriga y la guerra que destruyó
Europa generación tras generación, aplastando a sus habitantes, destruyendo sus
hogares y empobreciendo su vida. Se han identificado tanto con las filosofías que
concibieron, y con las fuerzas que han dirigido, que la clemencia con ellos es una
victoria y un impulso de los males vinculados a sus nombres. La civilización no
puede permitirse ningún compromiso con las fuerzas que ganarán renovado vigor
si nos enfrentamos con ambigüedad con los hombres en los que esas fuerzas
sobreviven ahora precariamente.
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Expondremos paciente y moderadamente los motivos por los que estos hombres
comparecen aquí. Ofreceremos pruebas innegables de hechos increíbles. El
catálogo de crímenes no omitirá nada que pueda ser concebido por un orgullo
patológico, la crueldad, y el ansia de poder. Estos hombres crearon en Alemania,
bajo el "Führerprinzip", un despotismo nacionalsocialista igualado sólo por las
dinastías del Oriente de la Antigüedad. Le arrebataron al pueblo alemán todas
esas dignidades y libertades que consideramos que son derechos naturales e
inalienables en todo ser humano. El pueblo fue compensado inflamando y
gratificando los odios hacia aquellos que fueron señalados como "chivos
expiatorios". Contra sus oponentes, entre los que estaban los
judíos, los católicos y los sindicatos libres, los nazis dirigieron una campaña de
arrogancia, brutalidad y aniquilación de la que el mundo jamás había sido testigo
desde antes de la era cristiana. Excitaron la ambición alemana de ser una "raza de
amos", lo que por supuesto implicaba someter a servidumbre al resto. Dirigieron a
su pueblo a un loco juego de dominación. Desviaron energías sociales y recursos
a la creación de lo que consideraron que era una máquina de guerra invencible.
Invadieron a sus vecinos. Para proporcionar sustento a la "raza de amos" en su
guerra, esclavizaron a millones de seres humanos y los llevaron a Alemania,
donde estas criaturas desesperadas vagan ahora como personas desplazadas.

Finalmente, la bestialidad y la mala fe alcanzaron tal exceso que despertaron la


fuerza dormida de la amenazada civilización. Sus esfuerzos unidos han reducido a
pedazos la máquina de guerra alemana. Pero la lucha ha hecho que Europa sea
una tierra liberada pero postrada, donde una sociedad desmoralizada lucha para
sobrevivir. Estos son los frutos de las fuerzas siniestras que se sientan con estos
acusados en el banquillo.

Para hacer justicia a las naciones y los hombres vinculados a este proceso, debo
recordar ciertas dificultades que pueden dejar su marca en este caso. Nunca antes
en la Historia del Derecho se ha hecho un esfuerzo para reunir en el ámbito de un
único litigio los hechos de una década que afectan a todo un continente e implican
a un grupo de naciones, incontables personas y hechos innumerables. A pesar de
la magnitud de la tarea, el mundo ha pedido una acción inmediata. Se ha de
satisfacer esta demanda, aunque quizás al coste de no ofrecer un trabajo
terminado. En mi país, los tribunales establecidos, siguiendo procedimientos
habituales, aplicando precedentes bien conocidos y tratando las consecuencias
legales de hechos locales y limitados, rara vez comienzan un juicio en menos de
un año tras el hecho en litigio. Hace menos de ocho meses, la sala en la que nos
sentamos era una fortaleza enemiga en manos de tropas alemanas de las SS.
Hace menos de ocho meses, casi todos nuestros testigos y documentos estaban
en manos enemigas. No se había escrito la ley, no se había establecido ningún
procedimiento, no existía ningún tribunal, no había aquí ninguna sala utilizable, no
se habían examinado los centenares de toneladas de documentos alemanes, no
se había creado ningún equipo de acusación, casi todos los acusados eran libres,
y las cuatro potencias que ejercen la acusación aún no se habían unido en una
causa común para procesarles. Debería ser el último en negar que el caso puede
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sufrir que haya investigaciones incompletas, y es muy probable que no será un
ejemplo de trabajo profesional que las naciones acusadoras quieran, en
condiciones normales, apoyar. Es, sin embargo, un caso completamente
adecuado para el juicio que presentaremos, y tendremos que dejar su desarrollo
completo a los historiadores.

Antes de discutir detalles de las pruebas, deberíamos enfrentarnos con franqueza


a algunas consideraciones generales que pueden afectar al crédito de este juicio
ante los ojos del mundo. Hay una gran disparidad entre las circunstancias de los
acusadores y las de los acusados que podrían desacreditar nuestro trabajo si
titubeáramos, incluso en cuestiones menores, al ser justos y moderados.

Desgraciadamente, la naturaleza de estos crímenes hace que tanto la acusación


como la sentencia deban ser llevadas a cabo por naciones victoriosas sobre
enemigos vencidos. El alcance mundial de las agresiones perpetradas por estos
hombres ha dejado pocos neutrales reales. O los vencedores juzgan a los
vencidos, o dejamos a los derrotados que se juzguen a sí mismos. Tras la Primera
Guerra Mundial, aprendimos la futilidad de la segunda opción. El antiguo alto
rango de estos acusados, la notoriedad de sus actos, y la capacidad de
adaptación de su conducta para provocar represalias hace difícil distinguir entre la
demanda de una retribución justa y mesurada y el grito irreflexivo de venganza
que surge de la angustia de la guerra. Es nuestra tarea, mientras sea
humanamente posible, trazar la línea entre ambos. Nunca debemos olvidar que lo
que quede registrado de cómo juzgamos hoy a estos acusados será con lo que la
Historia nos juzgará mañana. Pasarle a estos acusados un cáliz envenenado es
también ponerlo en nuestros labios. Tenemos que reunir tal objetividad e
integridad intelectual en nuestra tarea que este juicio pasará a la posteridad como
uno que llenó las aspiraciones de la Humanidad de hacer justicia.

Nada más comenzar, rechacemos la afirmación de que juzgar a estos hombres es


una injusticia, dándoles así alguna consideración especial. Estos acusados
pueden estar en una situación difícil, pero no son maltratados. Veamos qué
alternativa tendrían a ser juzgados.

La gran mayoría de estos prisioneros se rindieron o fueron capturados por la


fuerzas de Estados Unidos. ¿Se espera de nosotros que la custodia americana
sea un refugio para nuestros enemigos de la justa ira de nuestros Aliados?
¿Sacrificamos vidas americanas al capturarlos para al final salvarlos del castigo?
Bajo los principios de la Declaración de Moscú, los sospechosos de crímenes de
guerra que no sean juzgados internacionalmente han de ser entregados a
gobiernos individuales para ser juzgados en el escenario de sus atrocidades.
Muchos prisioneros de los americanos menos responsables y menos culpables
han sido y siguen siendo entregados a otras Naciones Unidas para juzgarlos
localmente. Si estos acusados lograran, por cualquier motivo, escapar a la
condena de este Tribunal, o si obstruyen o impiden el desarrollo de este juicio, los
que sean prisioneros de los americanos serían entregados a nuestros Aliados
continentales. Para estos acusados, sin embargo, hemos creado un Tribunal
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Internacional, y nos hemos esforzado en participar en una complicada tarea para
darles un juicio justo y objetivo. Esa es la mejor protección conocida para cualquier
hombre con una defensa digna de ser oída.

Si estos hombres son los primeros líderes de guerra de una nación derrotada que
son juzgados en nombre de la ley, también son los primeros a los que se les da la
oportunidad de defender sus vidas en nombre de la ley. Siendo realistas, el
Estatuto de este Tribunal, que les concede un juicio, también es la fuente de su
única esperanza. Puede ser que estos hombres de conciencia atribulada, cuyo
único deseo es que el mundo les olvide, no consideren que este juicio es un favor.
Pero tienen una oportunidad justa de defenderse- un favor que, cuando estaban
en el poder, raramente concedieron a sus compatriotas. A pesar del hecho de que
la opinión pública ya condena sus actos, reconocemos que se les debe conceder
la presunción de inocencia, y aceptamos el peso de demostrar los crímenes y la
responsabilidad de estos acusados en su comisión.

Cuando digo que no pediremos condenas a no ser que probemos el crimen, no me


refiero a meras transgresiones técnicas o accidentales de convenciones
internacionales. Acusamos de conductas intencionadas y planeadas que implican
un delito moral, así como legal. Y no nos referimos a conductas que sean errores
naturales y humanos, aun ilegales, como muchos de nosotros podríamos haber
cometido si hubiéramos estado en la posición de los acusados. No es porque se
dejaran llevar por las fragilidades normales de los seres humanos por lo que les
acusamos. Es su conducta anormal e inhumana lo que les trae hasta aquí.

No pediremos que se condene a estos hombres por los testimonios de sus


atrocidades. No hay ningún cargo en la Acusación que no pueda probarse con
libros y documentos. Los alemanes siempre fueron meticulosos archivadores de
documentos, y estos acusados tenían su parte de la pasión teutónica por la
meticulosidad al poner las cosas en papel. Y tampoco carecían de vanidad.
Permitieron con frecuencia que se les fotografiara en acción. Les mostraremos sus
propias películas. Verán su conducta y oirán sus propias voces cuando estos
acusados recreen para ustedes, desde la pantalla, algunos de los hechos de su
conspiración.

También dejaremos claro que no tenemos ninguna intención de acusar a todo el


pueblo alemán. Sabemos que el Partido Nazi no alcanzó el poder con una mayoría
del voto alemán. Sabemos que llegó al poder por una maligna alianza entre los
más extremistas de los revolucionarios nazis, los reaccionarios alemanes más
desmedidos, y los militaristas alemanes más agresivos. Si el pueblo alemán
hubiera aceptado de buen grado el programa nazi, no habrían hecho falta tropas
de asalto en los primeros tiempos del Partido, y no habrían hecho falta ni los
campos de concentración ni la Gestapo, instituciones que fueron creadas tan
pronto como los nazis se hicieron con el control del Estado alemán. Sólo después
de que estas innovaciones ilegales demostraron tener éxito en casa se llevaron a
otros países.

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El pueblo alemán debería saber ya que el pueblo de los Estados Unidos no le
tiene miedo ni siente odio. Es cierto que los alemanes nos han enseñado los
horrores de la guerra moderna, pero las ruinas que yacen del Rin al Danubio
demuestran que nosotros, al igual que nuestros Aliados, no hemos sido alumnos
torpes. Aunque no nos sobrecoja su fuerza y efectividad en la guerra, aunque no
estemos convencidos de su madurez política, respetamos sus grandes habilidades
en el arte de la paz, su competencia a nivel técnico, y el carácter sobrio,
industrioso y disciplinado de la masa del pueblo alemán. En 1933, vimos al pueblo
alemán recuperando su prestigio en el mundo comercial, el industrial y el artístico
después del hundimiento de la última guerra. Contemplamos su progreso sin
envidia ni malicia. El régimen nazi interrumpió su avance. La repugnante agresión
nazi ha dejado Alemania en ruinas. La disposición de los nazis a comprometer la
palabra alemana sin vacilación y a romperla sin vergüenza ha dejado sobre la
diplomacia alemana una reputación de duplicidad que le afectará durante años. La
arrogancia nazi ha hecho que el alardear de la "raza superior" se haya convertido
en algo con lo que el mundo se burlará de los alemanes durante generaciones. La
pesadilla nazi ha dado al nombre alemán un nuevo y siniestro significado por todo
el mundo, que retrasará a Alemania un siglo. Los alemanes, no menos que el
mundo no alemán, tienen cuentas que saldar con estos acusados.

El hecho de la guerra y su transcurso, que es la cuestión principal de nuestra


causa, es historia. Desde el 1 de septiembre de 1939, cuando los ejércitos
alemanes cruzaron la frontera polaca, hasta septiembre de 1942, cuando se
encontraron con una resistencia épica en Stalingrado, las armas alemanas
parecían invencibles. Dinamarca y Noruega, Holanda y Francia, Bélgica y
Luxemburgo, los Balcanes y África, Polonia y los Estados Bálticos, y partes de
Rusia, todas habían sido invadidas y conquistadas por golpes rápidos, poderosos
y bien dirigidos. Ese ataque a la paz del mundo es el crimen contra la sociedad
internacional que lleva a la jurisdicción internacional crímenes cometidos en su
ayuda y preparación que de otra forma podrían ser sólo cuestiones internas. Fue
guerra de agresión, a la que las naciones del mundo han renunciado. Fue guerra
en violación de tratados, con los que se trataba de salvaguardar la paz del mundo.

Esta guerra no ocurrió sin más: fue planeada y preparada durante un largo periodo
de tiempo y sin carecer de habilidad y astucia. Quizás el mundo jamás haya visto
tal concentración y estímulo de las energías de un pueblo como los que
permitieron a Alemania, veinte años después de su derrota, desarmada y
desmembrada, estar tan cerca de culminar su plan para dominar Europa. Digamos
lo que digamos de los que fueron autores de esta guerra, realizaron un estupendo
trabajo en organización, y nuestra primera tarea es examinar los medios por los
que estos acusados y sus compañeros conspiradores prepararon e incitaron a
Alemania a ir a la guerra.

En general, nuestro caso revelará que estos acusados se unieron en un momento


u otro al Partido Nazi en un plan que sabían que sólo podría cumplirse con el
estallido de una guerra en Europa. Su toma del Estado alemán, su subyugación
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del pueblo alemán, su terrorismo y exterminio de elementos disidentes, su
planificación y ejecución de una guerra, su crueldad calculada y planeada en el
combate, su actuación criminal deliberada y planeada sobre pueblos
conquistados: todo esto son fines para los que actuaron de forma concertada, y
todo esto son fases de la conspiración, una conspiración que alcanzaba un
objetivo tan sólo para fijarse otro más ambicioso. También rastreamos la intricada
red de organizaciones que estos hombres crearon y utilizaron para cumplir estos
fines. Mostraremos cómo la estructura completa de oficinas y funcionarios se
dedicó a fines criminales y recurrió a métodos criminales planeados por estos
acusados y sus compañeros de conspiración, muchos de los cuales han quedado
fuera de alcance por la guerra y el suicidio.

Es mi intención abrir el caso, en particular el Primer Cargo de la Acusación, y tratar


el Plan Común o Conspiración destinado a conseguir fines posibles sólo
recurriendo a Crímenes contra la Paz, Crímenes de Guerra y Crímenes contra la
Humanidad. No pondré el énfasis en perversiones individuales que pueden haber
ocurrido independientes de un plan central. Uno de los peligros siempre presentes
en este juicio es que puede verse prolongado por detalles de males particulares, y
perderse en una "locura de instancias separadas". Y tampoco me enfrentaré ahora
a la actividad de subordinados individuales, salvo que contribuya a la exposición
del Plan Común.

El caso, presentado por Estados Unidos, se referirá a los cerebros y autoridad tras
los crímenes. Estos acusados eran hombres de una posición y rango que no
manchó sus manos con sangre. Eran hombres que sabían cómo utilizar a
compañeros de rango inferior como herramientas. Queremos llegar a los
planificadores y diseñadores, los incitadores y los líderes, sin los cuales y su
maligna arquitectura el mundo no se habría visto azotado durante tanto tiempo por
la violencia y el desorden, y sacudido por las agonías y las convulsiones de esta
terrible guerra.

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