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HOMILÍA DE S.E.R. MONS.

CARLOS ENRIQUE HERRERA


OBISPO DE JINOTEGA
EN LA CELEBRACIÓN DEL ANIVERSARIO DE LA MISA POR LA PAZ DEL SIERVO DE DIOS
ODORICO D´ANDREA.

Hch 10,25-26.34-35.44-48
1Jn 4,7-10
Juan 15,9-17

Reciban un saludo de paz y bien en Nuestro Señor Jesucristo, Resucitado y glorioso en


este tiempo pascual que ya nos encamina a la celebración de Pentecostés, estimados
frailes franciscanos de San Rafael del Norte, sacerdotes, miembros del comité amigos del
padre Odorico, peregrinos de distintas partes del país, fieles todos.

Nos hemos reunido hoy en esta comunidad para celebrar el trigésimo aniversario de
aquella misa histórica en la que fray Odorico, reconcilió dos bandos militares opuestos y
en la que se dieron la paz como hermanos nicaragüenses. Aquellas palabras que dirigió el
padre Odorico en su homilía del 3 de mayo de 1988, resuena y recobran un nuevo vigor
hoy: «Que ya no se albergue en los corazones los deseos de venganza, que estos fusiles se
enfríen y no vuelvan a dispararse en contra de los hermanos, que sus dedos no se adapten
al gatillo, recuerden que pueden dispararle a sus padres, madres o hermanos».

En estos pasados días, como nicaragüenses, hemos vivido días difíciles en los que vimos
manchada nuestra patria por la sangre de hermanos nuestros que, por defender sus
derechos, fueron vilmente asesinados por sus propios hermanos nicaragüenses. El padre
Odorico quiere paz, los nicaragüenses queremos paz, la Iglesia quiere la paz: pero una
paz basada en la justicia y en el derecho y como obra del Espíritu Santo.

Las lecturas de hoy nos ayudan a descubrir cómo trabajar para alcanzar este deseo de paz
que albergamos en nuestros corazones todos los nicaragüenses. En la primera lectura
hemos escuchado que los discípulos, en Jerusalén, habían sido perseguidos por el nombre
de Jesús; la comunidad había quedado limitada por la tensión que suponía el tener que
doblegarse a las exigencias rituales y legales del judaísmo: ¿qué sería del nuevo
movimiento, del «camino» que habían emprendido sus seguidores? Cada día se hacía más
necesario que los discípulos rompieran ese círculo de la ciudad santa y se lanzaran por
caminos nuevos. Pero es el Espíritu, como en Pentecostés, quien va a tomar la iniciativa
para abrir el cristianismo a otros hombres y a otros pueblos.

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El relato muestra la experiencia intensa de gozo, en la que pudieron notar la fuerza de la
salvación que Dios quiere ofrecer, incluso a los paganos. Es el Espíritu del resucitado,
pues quien lleva la iniciativa en la misión. Y es que la Iglesia, si no se deja conducir por
el Espíritu, no podrá tener futuro. Los que acompañan a san Pedro, judeo-cristianos, se
asombran de que Dios, el Espíritu, pueda ofrecerse a los paganos. San Pedro, tienen que
justificar que Dios no hace acepción de personas porque tiene un proyecto universal de
salvación; de ahí que pida el bautismo para los paganos en nombre de Jesús, porque si el
Espíritu se ha adelantado es para abrir caminos nuevos.

La segunda lectura, nos ofrece una de las reflexiones más impresionantes sobre el Dios
cristiano: es el Dios del amor. El amor viene de Dios, nace en él y se comunica a todos
sus hijos. Por eso, la vida cristiana debe ser la praxis del amor. Si verdaderamente
queremos saber quién es Dios, la carta de san Juan nos ofrece un camino concreto:
aprendiendo a ser hijos suyos; ¿cómo? amando a los hermanos.

La experiencia del amor es la experiencia divina por excelencia, si queremos ser


eternamente felices, no hay más que un camino: amando. Y sepamos, pues, que en ello, la
iniciativa la ha tenido Dios mismo: entregándonos a su Hijo, dándonos a nosotros lo que
más ama. El autor nos habla del “nacer” de Dios y “conocer” a Dios. Tener experiencia
de Dios es sentir su amor.

El evangelio que hemos escuchado de san Juan, en esta parte del discurso de despedida
de la última cena de Jesús con sus discípulos, insiste en el gran mandamiento, en el único
mandamiento que Jesús ha querido dejar a los suyos. No hacía falta otro, porque en este
mandamiento se cumplen todas las cosas. Forma parte del discurso de la vid verdadera
que podíamos escuchar el domingo pasado y, sin duda, aquí podemos encontrar las
razones profundas de por qué Jesús se presentó como la vid: porque en su vida, en
comunión con Dios, en fidelidad constante a lo que Dios es, se ha dedicado a amar. Si
Dios es amor, y Jesús es uno con Dios, su vida es una vida de entrega.

Por ello, los sarmientos solamente tendrán vida permaneciendo en el amor de Jesús,
porque Jesús no falla en su fidelidad al amor de Dios. Jesús quiere repetir con los suyos,
con su comunidad, lo que Dios ha hecho con él. Jesús siente que Dios le ama siempre
(porque Dios es amor) y una comunidad no puede ser nada si no se fundamenta en el
amor sin medida: dando la vida por los otros. Dios vive porque ama; si no amara, Dios no
existiría. Jesús es el Señor de la comunidad, porque su señorío lo fundamenta en su amor.

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La comunidad tendrá futuro si ponemos en práctica el amor, el perdón, la misericordia de
los unos con los otros. Ese es el signo de los hijos de Dios.

El don de Jesucristo Resucitado a los apóstoles es la paz: «La paz les dejo, mi paz les
doy. No como la da el mundo» (Jn 14,27), Paz es el nombre de la Resurrección, del amor
de Dios. Y esa paz debe ser acogida por los cristianos. Acoger la paz, es acoger al mismo
Cristo, acoger a su persona, no simplemente un don suyo separado. La paz es la
consecuencia necesaria del don fundamental de su persona. Si acogemos a Cristo
alcanzamos la plenitud de nuestro ser, de su amor. No nos falta nada, conseguimos la paz.

Y como cristianos, nosotros estamos llamados a construir la paz y dar la paz a nuestros
hermanos, inclusive si eso implica seguir a Cristo hasta dar la vida por amor a nuestros
amigos y hermanos. Y esto el padre Odorico lo entendió muy bien. Él constantemente
rezaba por las noches durante la guerra: «Señor si mi vida sirve para que haya paz en
Nicaragua, tómala Señor». Sabemos que días después de su muerte, en Nicaragua hubo
un cambio de gobierno que trajo paz y estabilidad a nuestro país. El padre Odorico, como
buen cristiano, consiguió de Dios donando su vida, la paz.

Y nosotros, queridos hermanos, estamos invitados a también dar nuestra vida para
construir la paz: y no necesariamente tenemos que morir, sino que damos nuestra vida por
construir la paz, cada vez que luchamos por la justicia, cuando no caemos en la
manipulación, en la corrupción, en ideologías, ni seguimos a caudillos, y luchamos por
vías cívicas y pacíficas por una nueva Nicaragua.

Es mi deseo que el Amor de Cristo reine en Nicaragua. Pidamos en esta misa, que el
Espíritu Santo, ilumine a cada uno de los participantes del diálogo nacional para que de
los frutos de estas reuniones renazca una nueva Nicaragua. Como ya les he dicho en una
circular, sigamos orando por la paz y la justicia en Nicaragua. Que por la intercesión de la
Santísima Virgen María y el siervo Odorico D´Andrea, recibamos de Dios la paz. Así sea.

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