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tiene
la última palabra
Albert Simpson
Dios tiene
la última palabra
Albert Simpson
Simpson, Albert
Dios tiene la última palabra : cuando Dios irrumpe en tu vida no hay imposibles . - 1a ed. - Buenos
Aires : Publicaciones Alianza, 2011.
92 p. ; 21x15 cm.
ISBN 978-950-759-109-9
1. Vida Cristiana. 2. Liderazgo. I. Título
CDD 248.5
“De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me retracto de mis
palabras y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5,6)
El libro de Job es el poema más antiguo que se conserva y nos presenta
alguna de las enseñanzas más profundas de la revelación divina. Es un drama
inspirado y su objetivo es doble: primero, mostrar los principios del gobierno
moral de Dios en sus tratos con el hombre; segundo, mostrar lo inadecuado de la
naturaleza humana para resistir las pruebas de la vida sin una comprensión
espiritual profunda.
La figura principal del drama es un hombre que descuella en su generación
con las cualidades más hermosas del carácter humano. Por testimonio divino era
un buen hombre, el mejor de la tierra, que “temía a Dios y evitaba el mal”. Sin
duda, era siervo de Dios y podríamos llamarle hoy convertido. Pero no había
pasado todavía por la experiencia profunda de la crucifixión propia que lleva al
alma al conocimiento de la naturaleza divina y a la experiencia de la verdadera
santificación.
Dios permitió que este hombre sufriera pruebas severísimas. La primera
parte del drama aparece en las preguntas y requisitorias de sus amigos y
consejeros para intentar dilucidar las causas y explicaciones de su prueba
peculiar. Tres amigos le visitaron, tres eminentes filósofos y moralistas, que
representaban la flor y nata de la sabiduría del mundo. Sus nombres eran un
compendio del honor. La fuerza, la riqueza, la belleza y la sabiduría del mundo.
Día tras día, a lo largo de los prolongados y penosos sufrimientos de Job,
estuvieron sentados a su lado tratando en vano de instruirlo en los principios del
gobierno divino y de mostrarle que tenía que ser culpable de alguna gran
iniquidad; de otro modo, Dios no le habría afligido de aquella manera. Cada uno
de ellos tuvo tres ocasiones para hablar y Job a su vez contestó a cada uno en
cada ocasión. Pero cuando llegó al final, la luz sobre el caso no había aumentado
un ápice. Job estaba por completo insatisfecho con su consuelo y sus
exhortaciones y los despidió con sus sarcásticas palabras: “Consoladores
molestos sois todos vosotros” (16:2)
Estos amigos representaban la mejor filosofía y sabiduría del mundo de
entonces, pero demostraron una total incapacidad de la mente humana a pesar de
sus esfuerzos para “hallar a Dios”.
La prueba demuestra también otro hecho y este hecho es el fracaso de Job.
El buen hombre pronto se sintió quebrantado bajo la prolongada aflicción y
empezó a justificarse a sí mismo y a proyectar sobre Dios la severidad y aún la
injusticia de la pena.
Luego aparece un cuarto personaje en escena, Eliú, cuyo nombre implica
“relación directa con Dios como su siervo y mensajero”. Éste vino con un
mensaje enteramente nuevo, a saber, la inspirada Palabra de Dios mismo. Habló
dos veces y Job le respondió también, pero toda su profunda enseñanza espiritual
cayó en vano sobre los oídos del atribulado Job. Era necesaria una influencia
mayor, un toque divino, para que su corazón se rindiera y pudiera aprovechar la
lección.
Al final llegó la revelación directa de Dios mismo. Después de haber
hablado todo y de que Job hubiera repetido sus quejas y sus justificaciones
personales, Dios apareció de repente en escena en una visión sublime de poder y
majestad y le habló en medio de un torbellino. El mensaje se presenta en dos
secciones interrumpidas por una breve pausa y una expresión de sumisión ante la
reprensión de Dios: “¿Contenderá el discutidor con el Omnipotente? El que
disputa con Dios responda a esto”. Y Job contestó: “He aquí que yo soy vil; ¿qué
te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no
responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar” (40:2-5).
Luego Dios en su mensaje, que ocupa los dos capítulos siguientes, le
presenta a Job su majestad y gloria en la creación natural, mencionando las
fuerzas de la naturaleza, las estrellas en sus cursos, las leyes celestes, las nubes y
los relámpagos para las necesidades de todos los seres vivos, los instintos de los
pájaros, las poderosas criaturas que pueblan el mar y los bosques. Y ante la
visión desplegada de la magnificencia divina, este humillado penitente vio
deshacerse todo su orgullo, su deseo de reivindicación se desvaneció y exclamó:
“De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me retracto de mis
palabras y me arrepiento en polvo y ceniza”.
Éste fue el final de la crisis de la vida espiritual de Job. Ésta fue la muerte
de su yo y el principio de la vida de Dios en él y a partir de este momento el
curso de la historia cambia completamente: toda la experiencia de Job es
transformada. En el momento en que se condenó a sí mismo, Dios empezó a
justificarlo. En el momento en que se hundió en el polvo, Dios empezó a
levantarlo. En el momento en que cesaron sus argumentos y su litigio con los
amigos y empezó a orar por ellos, vio a sus amigos en actitud humilde ante él,
pidiéndole perdón. Job oró por ellos y Jehová aceptó la oración de Job. A partir
de aquel momento incluso sus circunstancias temporales cambiaron, terminó su
tribulación y todo lo que se le había quitado le fue restaurado doblemente. A
partir de aquel momento la vida fluyó en un nuevo plano de resurrección, de
poder, de gloria y bendición. Miremos, pues, más de cerca lo que ocurrió en este
punto crucial, esta crisis de una vida, este gran ejemplo que Dios nos presenta en
la historia de su siervo de antaño.
1. La Revelación de Dios es fundamental para nuestras vidas.
Una de las palabras del texto nos recuerda el valor de la revelación de la
verdad divina. “De oídas te conocía”. Esto describe la revelación, que nos llega
por el oído externo, y la natural inteligencia que representa. En el drama del libro
de Job, Eliú representa la revelación de la Palabra de Dios que nos llega al oído
y la mente. Ahora bien, no debemos negar que la revelación de la voluntad y el
propósito de Dios es absolutamente necesaria y es el fundamento de todas las
revelaciones más profundas para el alma, pero al mismo tiempo, la revelación de
la verdad no basta, a menos que tenga lugar la revelación más profunda de Dios
mismo en el espíritu interior por medio del Espíritu Santo. Se requiere la mente
espiritual para comprender las enseñanzas del Espíritu. El intelecto natural y frío
no puede recibir las cosas de Dios meramente por el oído. Por tanto, muchas de
las mentes más brillantes y profundas han fracasado en su intento de comprender
las profundas enseñanzas de las Escrituras, y a causa de su propia crítica se han
convertido en enemigos de la Biblia y han interpretado mal el libro que ellos
presuntamente respetan y pretenden explicar y dilucidar. La mayor debilidad del
cristianismo hoy consiste en el hecho de que muchos de sus seguidores sólo
saben de Dios de oídas.
2. Siempre necesitamos conocer más a Dios.
En el texto se nos enseña la necesidad de una revelación más profunda de
Dios mismo. “Ahora mis ojos te ven”, exclama Job. No es la verdad, sino el
Dios de la verdad. No es el libro, sino el autor e inspirador del libro, con quien
tenemos que habérnoslas. La misión del Espíritu Santo es revelarnos a Dios por
medio de la verdad y respaldar la verdad al alma sincera que inquiere. Ésta es la
experiencia que Job tenía que pasar y que quebrantó su corazón, humilló su
orgullo, eliminó su autosuficiencia e hizo lugar en su corazón y su vida para
Dios.
Éste ha sido el punto crucial, la encrucijada de cambio en toda vida
espiritual profunda. Se nos dice que en Mesopotamia “Dios en su gloria se
apareció a Abraham” y que a partir de aquel momento empezó toda la historia de
su fe. Le fue fácil abandonar su país y su hogar. Le fue fácil dirigirse a un futuro
desconocido. Estaba con él, a partir de aquel momento, Aquel a quien había
conocido personalmente y cuya aparición había transformado todo lo demás en
humo y polvo. Dios se le había aparecido
Más tarde vemos otra figura que aparece en escena, en una crisis aún
mayor, en la historia de la redención. Es el legislador y caudillo Moisés. Pero el
secreto de la vida de Moisés se nos da en una corta frase: “Se mantuvo firme,
como viendo al invisible” (He.11:27). Se había encontrado con Dios. Lo había
visto y la invocación más profunda del corazón y la vida de Moisés salió en su
oración: “Te ruego, muéstrame tu camino”. “Si tu presencia no hay de ir
conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en que conocerá aquí que he hallado gracia
antes tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros?” (Éx. 33:14-
15)
La próxima vida que se destaca y adquiere relieve es la de David y la
característica predominante y decisiva de su vida fue la piedad. “He puesto
siempre al Señor delante de mí”, es el lema de toda su experiencia. Isaías pasó
por esta situación cuando dijo: “Vi al Señor sentado sobre un trono alto y
sublime” (cap. 6), y luego sigue contando algo que es equivalente a lo que dice
Job.
Pero el personaje más grande de la Escritura después del Señor Jesús es el
gigante Pablo, que empieza su nueva carrera en el momento en que tuvo la
visión del Señor, y a partir de aquel momento hubo un Rostro, una Forma, una
Presencia, un Pensamiento que dominó su vida: la visión, la presencia, la
voluntad de su Maestro.
El momento culminante en toda vida es aquel en que Jesucristo se hace
presente e intensamente real y vívido en la consciencia de la persona. ¿Ha
llegado para ti este momento? ¿Has pasado del mero estadio de conocimiento
intelectual con Cristo al de la intimidad personal? ¿Es al Cristo histórico, o es al
Cristo de hoy al que te refieres cuando dices como uno de los escritores
alemanes más devotos dijo: “Me parece como si Jesucristo hubiera sido
crucificado ayer”?
El efecto de la visión de Dios en Job fue marcado de inmediato.
Trajo la muerte para su yo. El resplandor de aquel destello de gloria divina
cegó en él toda otra fuente de luz y por tanto toda otra vista, especialmente la
vista de sí mismo. Todas sus justificaciones, complacencias y reivindicaciones
desaparecieron. A la luz de la gloria de Dios sólo podía verse como sin valor y
vil y ya deseaba perder de vista su propio yo y no verse más a sí mismo. No
solamente se retractó de sus palabras, sino también repudió sus actos, se
aborreció y renunció a sí mismo. La negación propia no es renunciar a unas
pocas cosas, es el rehusar a reconocernos más a nosotros mismos, renunciar a
vivir por nosotros mismos, no esperar nada bueno de nosotros. Este efecto fue el
de la visión de Dios en Isaías: Cuando vio a Jehová en su gloria exclamó: “¡Ay
de mí! que muerto estoy; porque siendo hombre inmundo de labios, han visto
mis ojos al Rey, Jehová, de los ejércitos”. Cuando Daniel vio su visión, nos dice:
“Y no quedó fuerza en mí; se demudó el color de mi rostro hasta quedar
desfigurado; y perdí todo mi vigor” (Dn. 10:8). Éste es el único modo en que el
yo puede morir: la visión de Cristo, y sobre todo, la recepción de Cristo para
vivir y reinar en la voluntad, el corazón, la vida, echará todo rival, especialmente
al peor de todos, nuestra voluntad propia, la confianza en nosotros mismos,
nuestra justicia y amor propios.
El segundo efecto de la revelación de Dios fue la elevación de su corazón a
un plano más elevado de la vida divina. Inmediatamente lo hallamos orando por
sus adversarios. Si hay un milagro mayor que otros es el que ocurre cuando el
aborrecimiento se transforma en amor celestial. Nada hay más difícil que el amar
realmente a personas que nos han exasperado, atormentado, hostigado, como
habían hecho los amigos de Job con él, en nombre de la religión. Pero la visión
de Dios elevó a Job a este plano. Hubo una avalancha de vida y amor divino en
su alma que cambió a partir de aquel momento todas sus percepciones. Cuando
el corazón recibe a Cristo lo ve todo y ve a cada uno bajo la luz de Cristo;
entonces el hombre ama no como hombre, sino como Dios ama.
El tercer efecto de la revelación de Dios es que Job fue reivindicado por
Dios mismo. Job no necesitaba reivindicarse ante los hombres que lo habían
dañado, porque Dios los llamó a cuentas y los hizo arrepentirse y aceptar
humildemente su error, ofrecer un sacrificio a Dios y pedir a Job ser un medio de
bendición para ellos. Cuando morimos al yo y pasamos a ser uno con Dios, éste
hace incluso que nuestros enemigos estén en paz con nosotros, saca bien del mal
y vuelve la maldición en bendición. “En el día que te habré limpiado de todas tus
iniquidades te haré habitar en las ciudades y los lugares desiertos serán
edificados. Y la tierra desolada habrá pasado a ser como el Jardín de Edén” (Ez.
36:35).
Finalmente Dios mismo restauró a Job el doble de todo lo que había
perdido antes. Le devolvió la salud por medio de un milagro y añadió a sus días
el doble de los años anteriores, pues vivió hasta los ciento cuarenta años, con lo
que probablemente alcanzo los doscientos años, una edad superior a la de
Abraham mismo.
Le dio nuevos hijos e hijas y se hace especial mención de que no había
mujeres más hermosas en la tierra que las hijas de Job y sus nombres indican la
cualidad de su persona y de su corazón.
Le devolvió sus propiedades, de modo que tuvo en cada especie de
animales el doble de lo que había poseído antes. Dios bendijo las postrimerías de
Job más que su primer estado.
Todo esto es verdadero: “Buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia; y todas las demás cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). No tiene por qué
ser en este mundo, ya que la prosperidad terrenal no puede ser medida en
proporción a los bienes espirituales, pero antes de que la verdadera vida vea su
círculo completo, pasará a ser una realidad, porque esta vida no es sino un
pequeño fragmento del total. Será cuando él vuelva otra vez que todas las
promesas de su bendición serán recibidas por el alma consagrada; entonces
“todas las cosas serán añadidas”; “todo aquel que haya perdido su casa o sus
tierras por amor de Cristo” recibirá en proporción del ciento por uno, no ya el
doble. Entonces, las personas que hayan muerto para el yo y el pecado se
sentarán en el Trono con él y recibirán el “poder de la vida perdurable”, por cada
cruz una corona, “un alto grado y eterno peso de gloria” y una “herencia
incorruptible, inmarcesible y eterna en los cielos”
Capítulo 5.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:
1.¿Cómo el autor presenta y describe a Dios en este capítulo?
2.¿De qué maneras podemos llegar a conocerlo mejor?
3.¡Haga un plan! Piense en pasos prácticos que puede dar para conocer
mejor a Dios en los próximos seis meses.
a.Principales acciones
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b.Plan para el mes 1:
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c.Plan para el mes 2:
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d.Plan para el mes 3:
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e.Plan para el mes 4:
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f.Plan para el mes 5:
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g.Plan para el mes 6:
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6. EL SECRETO DE LA VISIÓN
“¡Quién me diera el saber donde hallar a Dios! (...) Pero me dirijo al oriente, y
no lo hallo; y al occidente, y no lo percibo; si muestra su poder al norte, yo no
lo veo; al sur me vuelvo, y no lo encuentro” (Job 23:3, 8-9)
Éste es el clamor del alma que anhela a Dios y busca a Dios por si puede
encontrarlo. Es el grito profundo del verdadero espíritu, la profunda necesidad
de toda vida humana y la mayor oración que Dios puede contestar para un alma.
Porque “esta es la vida eterna, que te conozcan como el único Dios verdadero, y
a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Jn. 17:3).
¿Cómo podemos encontrar a Dios? ¿Cómo puede pasar a ser en nuestra
consciencia más real y satisfactorio que cualquier otra personalidad y cualquier
otra necesidad?
1. Podemos hallar a Dios en la naturaleza.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de
sus manos. Un día comunica el mensaje a otro día, y una noche a otra noche
declara sabiduría” (Sal. 19:1,2).
La naturaleza sola no puede revelarnos el carácter pleno de Dios, su gracia,
que es lo que el alma pecadora necesita conocer de él. Pero después de conocerlo
por medio de su Palabra, la naturaleza es la más plena de las benditas
ilustraciones de su carácter y el más vívido despliegue de su amor y su poder; y
todavía la creación pasa a ser para el alma consagrada un gran templo que tiene
los cielos azules por bóveda, las estrellas resplandecientes como lámparas, los
prados en primavera por pavimento de esmeralda y el bramar del océano, el
trueno y los sonidos de toda la creación como himnos de loor y adoración
incesante. En un sentido podríamos decir que todo lo que vemos en este mundo
no es sino una letra del gran abecedario de la verdad, hablándonos de Aquel que:
“Brilla en el sol, refresca en la brisa, resplandece en las estrellas, brota en los
árboles. Vive en toda la vida, se extiende por los espacios e indivisible actúa sin
agotarse”.
Siento lástima por el hombre que no puede ver a Dios en el rostro
caleidoscópico de la naturaleza y no puede oír su voz en cada nota del gran
órgano de este mundo.
2. Hallamos a Dios en su Palabra.
La Naturaleza sólo nos dice la mitad de la frase y proclama constantemente
que “Dios es…”, pero nos deja en blanco el resto, como una interrogación. Sólo
la Biblia puede acabar la frase y darnos la completa revelación de que “Dios es
amor”. El Salmo 19, que hemos citado recién, rápidamente pasa de lo natural a
lo sobrenatural y al testimonio que da su Palabra con respecto a los atributos y la
gloria de Dios. Mientras que los cielos declaran la gloria de Dios y la tierra
anuncia las obras de sus manos, “la ley de Jehová es perfecta, que reconforta el
alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los
mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de
Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que
permanece para siempre; los preceptos de Jehová son verdaderos, todos justos”
(vs. 7-9).
Este Libro es el espejo de Dios. En cada una de sus páginas
complementamos su faz. En Génesis vemos algo que no sabíamos: que es el Ser
supremo y que el universo brota de su mano creadora y es sostenido por su
providencia omnipotente. La caída del hombre malogra el benéfico plan, pero
aparecen los recursos maravillosos de su redención. Se nos cuenta la historia en
cada una de sus páginas: en todas ellas brilla la presencia de Dios. El personaje
más famoso y brillante del mundo de antes del diluvio, el santo Enoc, es
distinguido por el hecho de que anduvo con Dios. Pero vemos muchísimo más.
Abraham es como un niño que se dirige hacia lo desconocido de la mano de
Dios. Vemos a José, a Moisés, a Josué, a Samuel, a David, cada uno de ellos
reflejando la presencia y la personalidad de un Dios infinito y siempre presente.
Toda la historia de la Biblia es una constante revelación de Dios en medio de las
cambiantes escenas y su soberanía sobre los elementos y las fuerzas del bien y
también del mal. El Nuevo Testamento nos da la visión del rostro de Jesucristo y
nos deja con el Espíritu Santo como Presencia perpetua de Dios en el corazón y
la vida de cada creyente.
Pero el Dios de la Biblia es más que esto. Para los creyentes no es sólo
Dios, sino nuestro Dios. Este Libro es más que un espejo. Es una carta de amor
con tu nombre escrito en ella; es un libro de cheques que puedes firmar y retirar
lo que desees del depósito de sus grandes promesas. La mejor manera de hacer la
Biblia interesante es leerla con tu nombre escrito en ella y ver en cada una de sus
promesas un mensaje directo para ti. ¿Te gustaría estar un día en la presencia de
Dios? Acude a la preciosa Biblia y cada mañana o cada noche puedes encontrar
en ella palabras dirigidas a ti personalmente. Aprenderás a valorarlas, a
marcarlas como un recuerdo de las horas de crisis de la vida y como una historia
de tu propia experiencia.
3. Dios está presente providencialmente cada día.
Podemos encontrar a Dios y su providencia en las cosas que nos suceden
día tras día. La fe aprende a reconocer a Dios en todo, en un sentido u otro,
incluso en las cosas que proceden de este mundo hostil y enemigo. Cada
dificultad que encontramos es un estímulo para demostrar los recursos de
nuestro Padre celestial, un vaso en el que podemos recoger su bendición, una
ocasión para mostrar que no hay nada demasiado difícil para él, ninguna
empresa demasiado grande para que nos abstengamos de emprenderla, nada
demasiado pequeño como para que él no se interese por ello. Así que podemos
encontrar a Dios no sólo en sus bendiciones, como nosotros las llamamos, y en
sus muestras evidentes de dones de su bondad, sino también en las cosas que son
bendiciones disfrazadas: las pruebas, las aflicciones, los obstáculos, las
circunstancias adversas, las mismas tentaciones y conflictos con que el enemigo
implacable, Satanás, nos confronta. Es posible que aprendamos a mirar todas
estas cosas como pruebas que no vienen de la mano del Padre y oportunidades
para mostrarnos su amor y ayudarnos; si las recibimos así, serán experiencias y
recuerdos placenteros en nuestras vidas, porque las pruebas habrán pasado a ser
bendiciones y triunfos. Aprenderemos a mirar por encima de la cabeza del diablo
y a ver a Dios detrás y por encima, y poco a poco acabaremos teniendo la
impresión de que, después de todo, es en realidad nuestro aliado, pues Dios hace
prisionero a nuestro enemigo y lo hace pelear en nuestras batallas y acarrear
nuestras cargas. Ésta es la mayor humillación para el diablo y la mayor gloria de
Dios.
Se cuenta la historia de una ancianita que pedía pan en oración, en un
período de gran escasez. Unos muchachos la oyeron orar y, pensando burlarse de
ella, compraron un pan y llamando a la puerta, lo dejaron dentro y se marcharon.
La anciana recogió el pan e inmediatamente se puso de rodillas dando gracias a
Dios por haber contestado su oración. Los muchachos se quedaron atónitos, así
que entraron en la casa de la anciana y le dijeron que se estaba engañando, que
no era Dios quien le había mandado el pan sino que habían sido ellos. “¡Ah! –
dijo la ancianita–, muchachos, esto yo lo sé mejor que ustedes. Fue el Señor que
lo envió, aunque fuera el diablo el que lo entregó”. Y así hay muchas cosas que
el diablo nos trae, pero el hijo de Dios puede ver que quien se las manda es Dios.
Amados, nos perdemos la disciplina de la vida y las victorias de la fe si no
buscamos y encontramos a Dios en todas las situaciones difíciles en que nos
encontramos cada día; y aprendemos a levantarnos por encima de ellas hasta
alcanzar nuestras victorias más sublimes. Hemos de recoger las piedras de
tropiezo que el diablo nos echa en el camino y construir con ellas una torre que
nos permita llegar al cielo. Si quieres encontrarte con Dios esta semana puedes
hallar centenares de lugares que te esperan, en que puedes o bien rendirte a las
dificultades o confiar que tu Padre te dé la victoria, y seguirás luego adelante con
agradecimiento y alabanza.
4. Podemos hallar a Dios entre su pueblo.
Porque la Iglesia de Cristo es su cuerpo y representa los mismos rasgos que
su gloriosa cabeza. Es, “con todos los santos” que aprendemos a “conocer la
altura, la profundidad, la longitud y la anchura del amor de Cristo” (Ef. 3:18). Es
el arte divino de aprender a reconocer el rostro del Maestro en las caras de sus
hijos y la presencia del Maestro en las cosas comunes de cada día.
Se dice de un artista distinguido que una vez fue contratado para pintar el
retrato de una emperatriz. La mujer no era hermosa, pero se esperaba de él que
haría un hermoso retrato. Visitó todo el imperio y retrató a las mujeres más
hermosas de diferentes ciudades y con estos hermosos retratos compuso uno que
representaba las facciones más hermosas de cada uno de ellos. Luego, con un
exquisito toque de artista, le dio la expresión del rostro de la emperatriz; este
algo sutil y peculiar que hace que una cara refleje la personalidad de su
poseedor. Era la expresión de la emperatriz, pero los rasgos eran los de
diversidad de bellezas que halló en el país.
En un sentido más elevado, cada uno de los hijos de Dios es una imagen del
Maestro, y si tenemos su fe y su amor no nos será difícil hallarlo a él en sus
discípulos más humildes. A menudo, cuando estábamos cansados del servicio y
sin saber qué presentar al trono de la gracia como expresión de nuestras
necesidades, hemos visitado a una persona enferma y visto junto a la cama el
Cristo que estábamos buscando; hemos encontrado en alguna expresión simple,
un incidente, una palabra en un mensaje, algún maravilloso ejemplo del
sufrimiento del paciente o la fe victoriosa que era lo mismo que necesitábamos.
Hemos encontrado a Dios. Hemos recibido al mensajero. Hemos recibido más de
lo que ofrecimos, y nos hemos ido, comprendiendo que hemos estado con Jesús
y que hemos visto al Señor.
5. Podemos encontrar a Dios en su casa.
Podemos encontrar a Dios en las ordenanzas de su Casa, en el culto de
adoración en la iglesia, en el partimiento del pan y la participación del vino, en
la hora de oración unida en el altar de la congregación pública, en la unción de
un servicio de bautismo y en los ministerios y servicios del salón de cultos. Hay
un sentido especial en que esta promesa recibe realización: “Allí donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).
No nos equivoquemos olvidando reunirnos con nuestros hermanos porque
aunque él está presente en los corazones y los hogares de los suyos, ama las
puertas de Sion más que todas las moradas de Israel.
6. Podemos encontrar a Dios en nuestros corazones.
Podemos reunirnos con Dios en los lugares secretos del corazón y tener
visión limitada del espíritu que espera. Éste es el templo predilecto de Dios.
Aunque el cielo es su trono y la tierra es estrado de sus pies, su santuario es el
corazón humilde y contrito al que él acude “para reavivar el espíritu del humilde
y para vivificar el corazón del contrito”. Dios está esperando siempre encontrar
al espíritu devoto en la cámara interior del alma cuando nos acercamos a él en
nombre de Jesús.
Pero hay algunas cosas que tenemos que recordar y hacer si queremos
realmente encontrarnos con Dios en el lugar secreto del alma.
Hemos de mantener el rostro y la mirada fijos en la gloria del Señor. Hay
muchas cosas que interfieren en la visión. Una de ellas es el amor al mundo. El
corazón centrado en los placeres de este mundo y los deleites de la tierra es
incapaz de ver a Dios.
Los telescopios potentes en los observatorios astronómicos deben ser
situados en las alturas, donde no interfieran en la visión las nieblas y
contaminación del aire circundante. Abajo, en la llanura de Sodoma, Lot no tenía
visión de Dios, pero sí en las alturas de Betel, Abraham no tenía mucho que ver
con la tierra; entonces podía preocuparse de Dios. Allí fue que recibió la
promesa del pacto y la visión celestial.
Los ciudadanos de este mundo y las ansiedades de la vida son poderosos
obstáculos que nos impedirán la visión de Dios. Hay muchos, leyendo estas
líneas, que están preocupados y distraídos por mil dificultades y ansiedades en
su corazón, y esto les hace difícil fijar sus ojos en Jesús y contemplar la visión
de su amor. Una mirada a él, aunque sea fugaz, quitaría nuestras ansiedades y
nos daría la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Miremos más allá de
nuestras preocupaciones con la visión libre y digamos: “He echado mi carga
sobre Dios y él me sustenta”.
En otras ocasiones la falta es algún pecado burdo. El corazón se halla
saturado de pasión terrenal, pensamientos impuros, fantasías, deseos, odio,
amargura e impureza. Estas cosas impiden ver a Dios. “Sin la santidad nadie
verá a Dios” (He. 12:14). “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos
verán a Dios” (Mt. 5:8).
Tenemos que tener no sólo la mirada libre, sino también el oído
desembarazado para cuando Dios quiera hablarnos; él nos hablará si estamos
dispuestos a escuchar. Y así hallamos a Habacuc que dice: “Estaré en mi puesto
de guardia y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que mi dirá, y
qué responderá tocante a mi queja” (Hab. 2:1). Estaba dispuesto a escuchar y por
ello Dios le dijo algo. Esperaba que sería reprendido, pero en vez de ello recibió
mensajes de promesa que fueron puntos de apoyo para la fe de la iglesia de Dios
en las edades siguientes. Dios nos hablará si queremos escuchar, y siempre nos
hablará palabras de amor.
Necesitamos abrir el corazón, porque él ha dicho: “He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo: si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con
él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Dios está dispuesto no sólo a sentarse con nosotros
y cenar con nosotros, sino a llevarnos al banquete celestial, pero conviene
primero que nosotros cenemos con él que él con nosotros. Para eso hemos de
abrir la puerta. El corazón deberá estar esperándole.
Hemos de tener una voluntad dispuesta a la obediencia. “Por ello –dice el
apóstol–, no fui rebelde a la visión celestial” (Hch. 26:19). Dios viene no sólo
para decirnos las cosas que hemos de hacer, sino para asegurarse de que las
hagamos. Su visita y sus mensajes tienen un propósito práctico, y espera una
respuesta práctica. ¿Hemos obedecido siempre lo que se nos ha dicho? ¿Estamos
dispuestos a recibir su mensaje y a responder: “¡Habla, Señor, que tu siervo
oye!”? (1 Sa. 3:9). Ésta fue la respuesta del pequeño Samuel. Samuel estaba
dispuesto a obedecerlo. Dios vendrá a ti si sabe que en tu corazón estás dispuesto
a obedecerlo.
Finalmente, Dios nos muestra la visión de su gracia y de su gloria para que
recibamos todo lo que nos muestra y reclamemos todo lo que nos promete.
“Toda esta tierra que ves –le dijo a Abraham– te la daré…”. “He recibido… el
espíritu que es de Dios –dice el apóstol, y añade como un eco de la misma
verdad– para que podamos conocer las cosas que Dios nos da gratuitamente”.
Sabemos lo que son por la revelación del Espíritu, primero, y luego nos las
apropiamos por un acto de fe. De modo que él está esperando para mostrarnos la
visión de su infinita gracia y poder, y luego para darnos todo lo que nos muestra.
Levanta tus ojos, amado, y mira lejos y con firmeza. Abarca mucho espacio,
porque todo lo que veas es lo que Dios te dará. Mira los puntos difíciles en tu
vida y contempla cómo él los transforma en victoria. Abarca la circunferencia
entera de sus recursos y promesas y luego di: “Todo es mío”. Es un padre que
hace contemplar a su hijo todos sus tesoros, admirables a la vista deseable en
grado sumo, y luego entregándole la llave le dice: “Todo lo que ves es tuyo”.
Miremos bien, aceptémoslo, y luego usemos la plenitud de su bendición para él
y para aquellos a quienes quiere que demos testimonio de su gracia y de su
bendición.
Capítulo 6.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:
1.Enumere cómo podemos encontrarnos con Dios.
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2.¿De qué manera usted encontró a Dios? Escriba un breve testimonio
en el espacio asignado, de modo que pueda luego compartirlo con
otras personas.