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1
AVISO
Sinopsis ....................................................................................................................... 7
Capítulo 1 ................................................................................................................. 13
Capítulo 2 ................................................................................................................. 32
Capítulo 3 ................................................................................................................. 45
Capítulo 4 ................................................................................................................. 62
Capítulo 5 ................................................................................................................. 74
Capítulo 6 ................................................................................................................. 94
Ambos ahora a los diecisiete años, un giro del destino causa que sus mundos
colisionen haciéndoles preguntarse todo en lo que siempre han creído.
Enredados en una red de mentiras y secretos, aprenden que mientras las
diferencias están en la superficie, tienen más en común de lo que cualquiera
pensaría..
PRÓLOGO
PROLOGO
—¡Frankie!
—Carlo.
—Veo que has traído a la niña contigo —dijo Carlo—. ¿Vas a deshacerte de
ella? Porque si es así...
Frankie le interrumpió antes de que él pudiera terminar.
—No, solo pensaba que la haría algún bien ver a su propia especie.
—Esto es lo que ocurre cuando la gente olvida su lugar —dijo él, su voz tan
fría como los ojos muertos que estaba mirando—. Recuerda eso.
Se quedó de pies, volviendo a su anterior posición cuando agarró sus
hombros. La audiencia continuó como si nada hubiera ocurrido —como si el
cuerpo de una chica inocente no estuviera expuesto delante de todos ellos.
Número 33 estaba tumbada sin vida en el suelo, y nadie en la sala parecía darla
un segundo pensamiento.
ANOs
DEsPuEs...
Corrió hacia ella, intentando gritar por ayuda pero ningún sonido escapó de
su garganta. Su cuerpo se estaba revolviendo contra ella, fallando cuando más
lo necesitaba. La luz se hizo más brillante cuando más corrió hasta que todo lo
que vio fue un destello de blanco. Ciega, trastabilló y cayó en el suelo, el dolor
corría a través suyo en olas cuando la luz que la rodeaba ardió completamente.
El sótano estaba oscuro y húmedo, la única salida un conjunto de puertas de
metal cerradas con pesadas cadenas. Sin ventanas, era sofocante, el aire estaba
contaminado con el hedor del alcantarillado. La sangre seca teñía el hormigón
del suelo como viejas salpicaduras de pintura roja, un grotesco lienzo de
miseria prolongada.
Su madre dijo que escuchar era una pérdida de tiempo, porque su trozo del
mundo apenas era un parpadeo en el gran radar, pero Haven no podía evitarlo.
Las noticias de las cinco en punto era la parte más memorable de su día.
Necesitaba sentirse como si fuera real, que algo —o alguien— con el que había
contactado aún existiera allí fuera en el mundo, en alguna parte.
—¿Huir?
—Sí, esta noche. Hay más para vivir que esto, y tengo miedo de lo que
ocurrirá si te quedas.
—Pero no puedo huir, mamá. ¡Ni siquiera sé qué hay ahí fuera!
—Es la única manera —dijo ella—. Tienes que irte de aquí, encontrar a
alguien y decirles quién eres. Ellos...
—¿Salvarte? —preguntó Haven, terminando su afirmación—. ¿Ellos vendrán
aquí?
Su voz cascada.
—¿Eres la policía?
Detrás del extraño había alguien de pies que conocía bien. Michael, o Maestro
como prefería ser llamado, la miraba con sus ojos oscuros, lo blanco amarillo.
Su labio estaba curvado en una burla, su pelo tieso grisáceo alrededor de los
oídos.
—Relájate, niña —dijo el extraño—. Todo estará bien.
—¿Ayuda? —Su madre la había dicho que la gente allí fuera ayudaría, pero
también la había advertido que algunos de ellos mentirían. Haven no estaba
segura en cual grupo caía este hombre, pero se inclinó hacia delante después.
Él se alejó, y su maestro le siguió sin decir una palabra. Haven se quedó allí
tumbada, demasiado cansada para que tuviera sentido, y sus ojos comenzaron a
cerrarse cuando oyó sus voces en la distancia.
—No quería esto —dijo Michael—. ¡No sabía que la chica intentaría huir!
—¿Cómo te sientes?
Ella se abrazó con sus brazos protectoramente cuando él se movió hacia ella.
—Bien.
—La verdad.
—Sí, soy médico —dijo él—, pero también soy un asociado de los Antonelli.
Llegué después de que te perdieras. Sufriste una contusión menor, y estás
deshidratada, pero no hay daño permanente que pueda ver. Tienes suerte de
que fueras encontrada. Podrías haber muerto allí fuera.
—¿Nosotros?
—¿O?
Él se encogió de hombros.
—O quedarte aquí, y me iré sin ti. Pero antes de que decidas, te diré algo.
Huiste porque creías que iban a matarte. ¿Qué crees que te harán ahora?
—¿Así que o voy con usted o muero? ¿Qué tipo de elección es esa?
—Una que supongo no te gustará tomar —dijo él—, pero es una elección, no
obstante.
—Nunca dije que te quisiera, pero soy un hombre ocupado. Puedo usar a
alguien para cocinar y limpiar.
Antes de que él pudiera terminar, los gritos sonaron sobre ellos en la casa.
—¿Por qué yo? —Quería creer que había un punto para todo esto, pero ya no
estaba segura.
—Desearía saberlo.
Las plantas de los pies de Haven quemaban cuando Dr. DeMarco la guió
fuera del sótano.
—No voy a perseguirte si corres —dijo él, riendo amargamente cuando sus
aterrados ojos se clavaron en su pistola—. No te dispararé tampoco.
—¿No lo hará?
—Hora de irse.
—No quería sedarte durante tanto tiempo —dijo Dr. DeMarco, notando su
movimiento—. Dormiste todo el vuelo.
—Casi en casa.
—Antes de que lleguemos allí, quiero dejar algo claro —dijo DeMarco—. Vas
a tener alguna normalidad viviendo con nosotros, pero no confundas mi
amabilidad con debilidad. Espero tu lealtad, y si traicionas mi confianza de
alguna manera, habrá consecuencias. Tanto como recuerdes eso, no tendremos
ningún problema. —Él paró—. Quiero que estés cómoda con nosotros, así que
puedes hablar libremente tanto como seas respetuosa.
—Nunca digas nunca. Algunas veces no nos damos cuenta cuando estamos
siendo irrespetuosos. —Haven se preguntó qué quería decir con eso, pero él no
se explicó—. ¿Tienes algunas preguntas?
El coche salió del pavimento y bajó por un camino lleno de baches que
Dr. DeMarco aparcó entre el coche negro más pequeño y uno plateado, y
Haven salió precavidamente, asimilando sus alrededores. Todo lo que podía
ver en la oscuridad más allá era árboles, mientras que la luz de un porche hacía
que la graba fuera débilmente visible debajo de sus pies. Dr. DeMarco agarró su
equipaje antes de dirigirse hacia la puerta delantera, y ella cojeó detrás con las
manos vacías, sin tener nada propio para llevar. Nunca había tenido mucho,
todas sus ropas harapientas usadas que había dejado atrás sin elección.
Una luz verde destelló cuando la cerradura hizo clic en su lugar, asegurando
la puerta automáticamente.
—Está conectado a un ordenador en red —explicó Dr. DeMarco—. La casa es
impenetrable, el cristal a prueba de balas y las ventanas están clavadas.
Necesitas un código o huella dactilar autorizada para salir o entrar.
—¿Tendré un código?
—Hay maneras alrededor del sistema, pero no preveo ninguna situación que
requiera que sepas esos trucos.
Justo delante de ellos estaba la sala familiar, con varios sofás y una televisión
en una de las paredes. Una chimenea estaba metida en la parte de atrás al lado
de un piano, el suelo de madera brillaba por el brillo de la luna derramándose a
través de las grandes ventanas. A la izquierda había una cocina llena con
electrodomésticos de acero inoxidable, una isla en el centro con cacerolas y ollas
colgando por encima. El comedor detrás con la mesa más grande que Haven
había visto nunca, lo bastante grande para acomodar a catorce. Se preguntaba
cuan a menudo todos esos asientos eran tomados, incapaz de imaginarse
cocinando para tanta gente. A la derecha había un cuarto de baño y una
lavandería, también como una oficina metida debajo del hueco de las escaleras.
Haven podía sentir sus ojos en ella, pero permaneció tranquila y no encontró
su mirada.
Una puerta se abrió cerca y un chico salió de uno de los dormitorios. Él era
alto y desgarbado, con el pelo marrón desgreñado. Dr. DeMarco se giró hacia él.
—Hey.
Ella aún estaba de pies justo en la puerta cuando Dr. DeMarco volvió con un
montón de ropas.
—Gracias, señor.
—Eres bienvenida —dijo él—. Aséate y siéntete como en casa. Esta es tu casa
ahora, también.
Él lo había dicho otra vez. Casa. Ella había vivido con los Antonelli toda su
vida y nunca había oído referirse a ella como casa.
Después de quitarse sus viejas ropas, Haven fue al cuarto de baño que
conectaba. Una gran bañera estaba situada en la esquina con una larga encimera
y un lavabo enfrente de este, un espejo rectangular en la pared sobre el lavabo.
—¡Mierda!
Antes de que pudiera soltar otra palabra, la luz del techo se encendió y la
severa voz de Dr. DeMarco sonó.
—¡Suéltala!
El chico soltó su muñeca tan rápido que fue como si él hubiera sido quemado
salvajemente.
—Lo siento —dijo él, la palabra apenas audible cuando se puso de pies.
Haven luchó por respirar cuando Dr. DeMarco vertió un vaso de agua del
grifo y se lo entregó a ella.
—Bebe —ordenó él. Ella forzó el agua a bajar y sintió náuseas, su estómago
más interesado en expulsar sus contenidos—. ¿Qué ocurrió aquí?
—Fue un accidente.
—Sí, bueno, realmente no fue culpa mía. Ella me asustó. Es una jodida ninja
o algo.
—¡Dije que te fueras! —dijo Dr. DeMarco—. No tengo tiempo para ti.
Dr. DeMarco se giró hacia ella después de que el chico saliera a grandes
zancadas.
—Pero ¿y si...?
Él no la dejó terminar.
—Yo arreglaré esto. No te preocupes por hacer algo hoy. Solo descansa.
—Oh, ¿me estás hablando a mí? Pensé que no tenías tiempo para mí esta
mañana.
—No creo que Dia sepa una mierda sobre los adolescentes tampoco.
—Lo que sea. ¿Es por la chica ninja? ¿Quién es ella, de todos modos?
—Te oí la primera vez —dijo—. Hubiera sido bueno tener una advertencia de
que ibas a traer a alguien aquí, sin embargo. ¿De dónde ha salido?
—No me importa.
—Lo que sea —imitó Vincent, moviendo la cabeza—. Es agradable ver que el
dinero que pagué para enviarte a la Academia Benton te hizo más articulado.
—Sí, bueno, podrías haberte ahorrado un buen dinero. Tu vida sería más
fácil si me hubieras dejado pudrirme.
—Bueno, no lo haré.
Dia Harper conducía un viejo Toyota gris pizarra al que le faltaban dos
tapacubos. Lo había comprado con el dinero que ganaba trabajando
independientemente, lo que significaba que hacía casi cualquier cosa por un
poco de dinero. Ir de compras, limpiar, transmitir mensajes… incluso había
escrito un ensayo para Carmine por cincuenta dólares una vez. Una fuga en el
sistema de escape hacía que el coche emitiera fuertes gases que trataba de cubrir
con una docena de ambientadores con forma de árbol. Carmine no sería
atrapado sobre él ni muerto, pero para Dia, el coche era el Santo Grial.
No es que hubiera alguien en su casa que diera una mierda por su vida…
—Estaba loco.
—Tal vez, pero aun así era un genio. —Asintió hacia el grupo de chicas—. Lo
cual Moanin Lisa claramente no es. No creo que pueda incluso hilvanar una
frase. ¿Has tratado de tener una conversación inteligente con ella? Es como
hablar con una pared de ladrillo.
Dia negó con la cabeza mientras Carmine volvía a reír. No tenía ningún
interés real en Lisa, o en cualquier otra chica para el caso. Pero aunque una
relación era lo más alejado en su mente, se dio cuenta de que había beneficios
en mantener compañía femenina. Podrían no haber sido intelectualmente
estimulantes, pero sí estimulaban la otra parte de él… a menudo.
1 Aquí se hace un juego de palabras con moaning, que en inglés significa gemido, y el nombre
de un personaje. La pronunciación de estas palabras suena como “Mona Lisa”, la famosa obra
pictórica del italiano Leonardo da Vinci.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Dominic.
—No puedo decir que me sorprenda —dijo Tess—. Ninguna chica con una
onza de respeto por sí misma lo desea.
—No soy tan malo. Soy rico, popular. Tengo sentido del humor. Soy bien
parecido, por no hablar que tengo una muy grande… —Todos ellos se quejaron
en voz alta antes de que pudiera terminar. Se encogió de hombros, pensando
que se había resumido a sí mismo muy bien—. Además, no es que tenga la
intención de salir con ella. La única vez que vas a atraparme pidiéndole a una
chica salir es después de que haya terminado con ella, y en realidad estaré
—Mira, es por eso que siempre estarás solo —dijo Tess—. Solo piensas en ti
mismo.
—Así dice la perra más inútil con vida —dijo—. Mejor cuidas a qué casa de
cristal le arrojas piedras, Tess. Tú serás la responsable si te cortas.
—Es patético.
Dia se encogió.
Ella lo miró, pero no respondió. Carmine sabía qué palabra, pero no lo veía
como la gran cosa, teniendo en cuenta que era solo eso, una palabra. ¿Qué
pasaba con lo de “palos y piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras
no pueden hacerme daño”?
—Aquí viene Moanin Lisa —dijo Dia, saltando de su coche—. Y sí, una chica
tendría suerte de tenerte, Carmine, pero no así. Estás perdiendo el tiempo, y no
vale la pena. Necesitas encontrar algo real.
—¿Qué?
—Bocchino.2 —Él puso su dedo índice sobre sus labios brillantes de color
rosa—. Esa boca sobre mí.
Inaceptable.
Alguien se interpuso entre ellos, y Carmine casi se giró contra él hasta que
encontró sus ojos.
—¿Qué pasó esta vez? —Era la pregunta principal que Rutledge parecía
haberle hecho a Carmine cada semana desde su primer año.
—Dr. DeMarco, Jack Rutledge aquí… sí… lo estoy llevando bien, ¿y usted?...
sí, bueno, hubo un incidente… él está lesionado… no, no creo que el otro chico
lo esté… aún está en mi oficina… no, no se ha hecho ver por la enfermera.
Carmine se levantó.
—Genial.
—Él empezó.
Su padre negó con la cabeza.
Carmine se burló.
Tres puntos y una doble dosis de Percocet robada más tarde, Carmine
caminaba hacia la salida, sintiendo como si estuviera flotando en el
aire. Vincent lo acorraló en el frente del edificio, todavía con el ceño fruncido.
—Joder.
Puesto que iba a estar en problemas, pensó que bien podría hacer que valiera
la pena.
Era una costumbre que había tenido toda su vida. Su madre solía decir que
antes de que Haven pudiera hablar, tarareaba, imitando las canciones de cuna
Las letras de las canciones habían sido olvidadas hacía mucho tiempo, pero
las melodías seguían corriendo por su cabeza. Llevaba a Haven de vuelta a un
tiempo anterior —un momento en que las cosas eran todavía inocentes. Hubo
un zumbido y de repente el sol brilló un poco más brillante, el mundo a su
alrededor no tan oscuro como ella sabía que podía ser.
Así que hacía lo que era natural para ella. En la tarde, fregaba los suelos de
madera y limpiaba los baños. Sacudía el polvo y aspiraba, pero se quedaba lejos
de todas las habitaciones con una cerradura. Encontró una clara botella en el
armario de suministros con una etiqueta en letras negras que decía que era para
las ventanas. Esas eran las únicas partes sucias de la casa, así que las limpiaría
lo más alto que pudiera alcanzar.
A las tres en punto, Haven estaba libre, sin cosas que hacer.
—Lo siento.
Él se echó a reír.
Metió un poco de jamón y queso entre dos rebanadas de pan y cogió una
toalla de papel, sosteniéndolos a su alcance. Ella se quedó mirando el sándwich
con sorpresa, pero lo tomó con cuidado. No podía recordar la última vez que
había comido algo, demasiado nerviosa como para tocar la comida por su
cuenta.
—Has limpiado.
—Sí, señor.
Dio un paso hacia ella. Ella se estremeció cuando su mano salió disparada,
pero su reacción no lo detuvo. Agarrando la barbilla, la obligó a mirarlo.
—Sí, señor.
—Ya es después de las seis, así que pensé que debería empezar la cena.
Suspiró.
01:47 A.M.
Brillantes números rojos en el reloj de alarma se burlaban de Haven. Estaba
demasiado tranquilo, el silencio ensordecedor. Nunca había estado sola durante
tanto tiempo antes. Incluso por la noche en los establos de los animales habían
mantenido su compañía, mientras dormía. Por lo general tenía a su madre, y se
dio cuenta, mientras yacía en el cuarto oscuro, que lo había dado por supuesto.
No tenía a nadie ahora. Estaba sola.
02:12 A.M.
04:18 A.M.
05:03 A.M.
Sus mejillas se tiñeron de lágrimas y sus ojos ardían como si granos de arena
estuvieran atrapados en ellos. Se sentía como si estuviera corriendo de nuevo, el
sofocante aire mientras luchaba por respirar, pero no importaba lo fuerte que
luchaba, no conseguiría nada.
05:46 AM.
06:30 AM.
Casi.
—Lo siento.
—Está bien —dijo—. Tan solo trata de hacer algo de ruido la próxima vez.
Eres peor que un maldito gato a escondidas alrededor. Tal vez necesitas una
campana.
—Haven, no cielo —dijo ella, más fuerte que antes. Nada acerca de la
conversación tenía sentido para ella—. Haven es mi nombre. Eso significa…
—Sé lo que significa. —Su voz aguda la cortó. Ella retrocedió ante el tono y
presionó su espalda contra el frío cristal de la ventana. Su estado de ánimo
cambiaba demasiado rápido para que consiguiera una lectura sobre la
estructura de su mente—. Entonces, ¿qué te ha pasado? Quiero decir, sin
ofender, pero estás un poco fastidiada. Parece que has estado en el infierno y
vuelto.
Levantó la mano para tocarle la cara magullada, cuando cayó en la cuenta de
lo que quería decir.
—Me caí.
—Me caí.
—¿De verdad?
—Pero lo hice.
Cuando Carmine tenía diez años, su padre trajo a casa un gato, su pelaje ralo
y cola cortada. Eso infestó la casa de pulgas y arañó hasta los muebles. Dos
semanas más tarde, el gato desapareció. Carmine nunca preguntó qué pasó con
él. Francamente, no le importaba.
Cuando tenía catorce años, se trató de dos perros. El primero era un poco
mordedor de tobillos con el pelaje rizado amarillo y tres patas. Molestó por toda
la casa antes de masticar los zapatos favoritos de Vincent. No duró una semana.
El segundo perro era un pitbull con un ojo y orejas deformes. Su padre lo ató en
el patio trasero, y ladró toda la noche, manteniéndolos despiertos. Carmine
apenas podía funcionar en la escuela al día siguiente, y cuando llegó a casa, el
perro se había ido.
—Hey, ¿quieres…?
—No.
Ouch. La lista.
—¿A quién?
—Bueno, ella sabe el tipo de cosas que necesitan las chicas, ya que es una.
—Si con eso quieres decir que necesitan control de natalidad y una fuerte
dosis de penicilina, estoy de acuerdo.
—De ninguna manera —dijo—. Volverías a casa con la ropa interior del
tamaño de la seda dental.
—Si realmente quieres hacer algo por mí, hay algo que puedes hacer.
—¿Qué?
Una hora y media más tarde, Carmine entró tan campante en su segundo
período de clase e interrumpió a la profesora de historia americana, la señora
Anderson, en medio de una conferencia. Ella sonrió secamente.
—1863.
—Sí —dijo—. El General Lee condujo a su ejército desde el sur; se reunieron
con el Norte en Gettysburg. Un grupo de personas murieron en ambos bandos,
cientos de miles.
—Continúe.
—Como he dicho, el Norte ganó. Los esclavos fueron liberados. ¡Hurra, hurra.
El final.
—Lincoln.
Sin ninguna prisa por ver al director de nuevo, Carmine salió por una salida
lateral, yendo a su coche en el aparcamiento estudiantil en cambio.
—Sí.
—Llevas mi ropa.
Carmine no creía que fuera posible, pero se las arregló para ponerse más
tensa.
—Puedo quitármelas.
Y así, ella le hizo sentir una punzada de culpabilidad. Habría tenido ropa si
hubiera hecho lo que le pidió su padre.
—Mía.
Ella se volvió hacia él, sus ojos se encontraron por primera vez desde que
había entrado.
—A mí también.
A pesar de la feroz actitud protectora del Carmine sobre sus pertenencias, no
tenía cuidado sobre lo que hacía con sus cosas. Su dormitorio estaba atestado,
todo al azar esparcido por el suelo. Los zapatos estaban dispersos entre
montones de ropa sucia, con el cesto vacío situado en la esquina de la
habitación. Su escritorio estaba cubierto de papeles y libros, un ordenador
portátil enterrado en algún lugar del desastre.
—¿Qué?
—La mejor pregunta sería qué no haces. —Cerró el cajón de golpe y agarró el
inferior, pero no se movía—. ¿Qué hay aquí?
—Conseguiré las llaves. Estás bajo restricción. No irás a ninguna parte, sino a
la escuela, y te quedas allí. No más clases recortadas. Vas a hacer tu trabajo,
cuidarás tu boca, y vas a mantener las manos quietas, y cuando suene la última
campana, llegarás a casa directamente. ¡Nada más!
—No me puedes culpar por esto ―dijo Vincent, abriendo el cajón superior
de la cómoda. Carmine gimió cuando sacó su juego de llaves—. Tu hermano
salió bien.
—No.
—Tú no lo harías.
—Lo haría.
Aquel parpadeo de dolor regresó, pero se desvaneció tan rápido como antes.
Vincent arrojó las llaves hacia Carmine, golpeándole en el pecho con ellas.
—Quédate el coche, y ve a jugar tu fútbol precioso, pero la tarjeta de crédito
es mía.
Cocinar, según su madre, era un arte. Las recetas y las instrucciones eran
innecesarias, ya que las mejores comidas eran hechas con la intuición y el
corazón. Su madre siempre puso todo en su comida, incluso si a ella no se le
había permitido probarlas. Era un rasgo que Haven había recogido, que le venía
muy bien ahora que estaba en la cocina de DeMarco.
—No tienes que hacerlo, pero insisto que comas algo todos los días. No voy a
permitir que te mueras de hambre bajo mi techo.
Incluso algo tan generoso como ofrecer comida sonó como una orden
Ella sonrió.
—¿Comer qué?
—Sorpréndeme.
Él se rio.
—Sí.
Dominic vaciló, pero soltó el cesto de manera que Haven pudiera llevarlo a la
lavandería. Él siguió, deteniéndose en el umbral.
—Soy Haven.
Ella no dijo nada, pero estaba equivocado. No era solo un sándwich. Era más
que eso para ella.
—Está bien.
—Es viernes, así que los chicos estarán en el partido de fútbol, y yo me iré
este fin de semana por negocios.
—Sí, pero cualquier problema que encuentres no será tan malo como el
problema que sigue a mi hijo menor. Así que si necesitas algo, llama a los dos
primeros.
—Sabré cualquier vez que se usa, por lo que no tengas alguna idea brillante
como llamar al 911.
—¿Quién es el 911?
—Digamos que llamar al 911 es la última cosa que quieres hacer, niña.
El Dr. DeMarco se fue, y esas palabras corrían por la mente de Haven
mientras vagaba por la casa vacía. Terminó en la sala de estar después de un
rato, de pie frente al teléfono blanco de nuevo.
Hizo eso tres veces más antes de colocar el teléfono en su soporte y salir de la
habitación, demasiado asustada para presionar el último número.
Antes de que Carmine pudiera pronunciar una sola palabra, Haven se puso
de pie y se escabulló. La vio retirarse antes de tomar el asiento que ella había
desocupado.
—Actúa como si estuviera enfermo y pudiera coger algo por estar cerca de
mí.
Dominic asintió.
—Me di cuenta.
—No he hecho nada. —Él hizo una pausa—. No lo creo, de todos modos.
—No he tenido una oportunidad —dijo—. Como he dicho, ella corre de mí.
—Idiota.
No quería decir que quería que fueran asesinos. Envidiaba sus conciencias
limpias y deseaba poder advertirles a todos que dieran la vuelta. Irse mientras
aún podían, porque algún día sería demasiado tarde… y eso algún día
probablemente terminaría con una larga sentencia en prisión.
No era el más joven en hacer negocios con ellos, sin embargo. Los chicos eran
reclutados frescos de la escuela secundaria, moldeados en soldados vengativos
para cumplir las órdenes de la familia. Los jóvenes incurrían todo el riesgo,
mientras que los que están arriba prodigaban en los frutos de su trabajo.
Los hombres discutían de un lado a otro cuando Vincent hizo girar el whisky
en su copa, no teniendo la intención de beberlo. Permaneció en silencio hasta
que la voz inconfundible del Don intervino, hablándole directamente.
—¿Qué piensas, Vincent?
—Si lo hacen, será manejado —dijo Vincent—, pero hasta que llegue ese
momento, ¿quiénes somos para controlar a otro grupo?
—Si asustas a una salamandra, dejará caer su cola y correrá —había dicho—.
Sin piel en su parte trasera. Dos semanas más tarde, estará como nueva.
Bizco rio secamente, pero trató de cubrirlo con una tos forzada cuando todos
miraron en su dirección. El hombre a su lado parecía molesto por la explosión,
otro soldado cuyo nombre eludió a Vincent. Pensó que podría ser Johnny, uno de
cerca de un centenar de otros Johnnys corriendo por las calles. Su aspecto, sin
duda encajaba con el nombre-genérico, indistinguibles. Otro número en la
multitud, fácil de reemplazar, nunca perdido. Una cola pensó Vincent. Sal lo
dejaría caer y seguiría adelante.
Cuando Sal los despidió con un gesto de la mano, Vincent fue el primero en
levantarse de su asiento. Vació el whisky y se dirigió a la puerta, pero Giovanni
le cortó.
—Creo que estamos cometiendo un error, doctor. No nos hará ningún bien
ignorarlos ahora.
Dominic abrió.
—¿Qué?
—¿Quieres dinero?
—Sí, un préstamo.
—Tienes una manera curiosa de pedir, hermano —dijo Dominic—. ¿Y cómo
vas a devolverme el dinero cuando no tienes trabajo?
Suspiró.
—Nada.
Todo lo que oyó fue el sonido de la risa antes de que Dia colgase.
—Así que, ¿dónde está el jabón? —le preguntó—. Ya sabes, ¿las cosas o lo
que se usa aquí?
Haven alcanzó detrás de ella y abrió un pequeño armario y sacó una jarra de
detergente para la ropa. Carmine abrió la lavadora de nuevo cuando lo tomó, y
estaba a punto de verterlo directamente cuando Haven inhaló bruscamente.
—¿Qué?
Él vaciló.
—¿Debo hacerlo?
—¿Qué línea?
—No hay botón —dijo—. Solo tienes que elegir la configuración y tirar del
dial.
Frunció su ceño.
—No sé.
Alargó la mano y giró el dial para colores. Se llenó de agua, y midió un poco
de detergente antes de colocar la mitad de su ropa. Ella trabajó rápidamente,
empujando el cesto con el resto de la ropa a un lado antes de volver a doblar la
Carmine se quedó allí, preocupado, sin saber qué decir. Durante toda la
semana había inventado conversaciones en su mente, cosas que le diría cuando
dejase de eludirlo, y ahora que estaba delante de él, se quedó en blanco.
Incómodo.
—Antonelli, quizás.
—¿Quizás?
—¿De quién?
—Mi amo.
No, él no lo sabía.
—¿Y no estás segura de dónde está? —Él se quedó atónito—. ¿Odiabas ese
lugar o algo así?
—Explícamelo.
Ella suspiró.
—¿Y aquí?
—¿No lo soy?
—No está mal aquí —explicó rápidamente—. La gente como yo desea el tipo
—No, siempre hay una razón —dijo—. Simplemente no solo una que
causaste.
Su ceño se frunció.
Algo en esas palabras era como una daga golpeando su pecho. Nadie lo
había entendido antes, pero quería que ella le entendiese. La necesitaba, porque
por primera vez en años, se preguntó si alguien finalmente podría.
—¿Sí, Dia?
—No estoy de humor para una charla. —Carmine arrojó lo que estaba en su
mente—. ¿Por qué está esa chica aquí?
Vincent suspiró.
—¿Por qué?
—Mi casa —le corrigió Vincent—. Tu abuelo dejó este lugar para mí cuando
murió. Y la chica está aquí porque yo la traje aquí.
—California —dijo Carmine—. O al menos eso cree. Vivía con un amo que
podría haberla matado.
—Sí —dijo Vincent, poniéndose sus gafas—. Y no puede salir de la casa sin
mi permiso, para que se acostumbre a ella.
—¿Acostumbrarse a ella? ¿De verdad? Hay en serio algo mal con la forma en
—Sé cómo puede ser, así que, si necesitas más ayuda con la ropa, te sugeriría
que te mantengas lejos de ella.
—No estaba mirando por ti. Todavía no hay cámaras en los dormitorios.
—No quiero ver lo que sucede en esa pocilga más de lo que tú quieres que yo
lo vea —dijo Vincent, recogiendo su revista médica de nuevo—. Solo se
consciente de lo que dije. Te agradecería que fueras educado y no trataras de
entrometerte. Lo último que necesita es que le hagas las cosas más difíciles.
Carmine se levantó.
—Sí, pero ella lo hace sonar fuera de proporción —dijo Carmine—. Ella es
solo una chica.
Dominic intervino.
—No es que no nos llevemos bien —dijo Carmine—. Es solo que corre cada
vez que me acerco a ella.
Dia rio.
—Es solo una chica, ¿no? No somos tan complicadas. Además, no estoy
diciendo que te la tires, pero no hay nada malo en hacer amigos.
—Nadie dice que me la tire, Dia. Los años noventa han terminado. La gente
folla.
—Yo no.
—¿Qué libro?
—El Conde de Monte Cristo. Tuve que hacer un trabajo el año pasado.
—¿En serio?
—No, pero las miro. Nunca lograrás salir de la secundaria al paso que vas.
—Creo que la mejor pregunta es, ¿los has visto tú, Dom?
—Tienes toda la maldita razón. Es como leer una novela de crímenes reales.
El registro definitivo de tu escuela es más largo que el expediente de la
detención del tío Corrado, y eso es mucho decir.
El marido de su tía Celia, Corrado Moretti, había sido detenido más veces en
su vida que los que tenía de cumpleaños, pero nunca había sido atrapado por
ninguno de los cargos. Si se trataba de un testigo desaparecido, un juez sucio, o
un miembro del jurado sobornado, Corrado siempre encontraba una manera de
salir de los problemas.
—El tío Corrado es el Hombre de Acero —dijo Dominic—. Más rápido que
—Lo siento, no puedo hacerlo. ¿Qué dice Superman? ¿Un gran poder conlleva
una gran responsabilidad?
Él esperaba que huyese, pero en lugar de eso hizo un gesto hacia los
pequeños destellos de luz que chispeaban en la oscuridad.
Carmine se volvió para ver si alguien más estaba allí, sorprendido de que ella
estuviera tratando de hablar con él.
Él se acercó a ella.
—Guau.
—¿Nunca lo has visto antes?
—Son hermosos.
No tenía respuesta para eso. Haven siguió mirando por la ventana mientras
la observaba, viendo el asombro infantil en su expresión. Parecía como si
estuviera viendo el mundo por primera vez, como si hubiera sido ciega, hasta
ahora, pero de repente pudiera ver. Se preguntó si se sentía de esa manera,
también, si todo lo que tenía delante era nuevo.
Intentó recordar cuando vio luciérnagas, por primera vez, pero apenas podía
recordar ese momento en su vida. Recordaba vagamente atrapar algunos en un
frasco de una vez.
—¿Puedo?
—Por supuesto.
El entusiasmo chispeó en sus ojos. La visión hizo que el corazón de Carmine
diera un vuelco. Hacía años que sentía algo cercano a eso, y por un momento, le
gustaría poder robarlo para sí mismo.
—Sí.
—Pero no se me permite.
Él se encogió de hombros.
—A mí tampoco.
Técnicamente era cierto, desde que estaba castigado, pero nunca había
—Me gustaría eso —dijo, haciendo una pausa antes de añadir—: Si estás
seguro.
Sonrió. Ella estaba confiando en él. Se preguntó si tal vez no debería hacerlo,
pero era una gran mejora que evitarlo.
Su ceño se frunció.
—¿Desde el tercer piso? ¿Cómo?
—Ya lo verás.
—No lo hacen —dijo—. Dom desbloqueó ésta desde el sistema para que yo
pudiera abrirla y salir a hurtadillas por la noche. Mi padre nunca se dio cuenta
Carmine sostuvo las cortinas a un lado, haciendo un gesto para que subiera,
y ella salió al pequeño porche que rodeaba el piso. Carmine se unió a ella, y ella
lo siguió cuidadosamente a lo largo del balcón a un enorme árbol sicómoro. Las
ramas gruesas se extendían hacia la esquina de la casa, por lo que Haven tocó
algunas de las hojas verdes, las puntas decolorándose a marrón con el otoño en
el horizonte.
—Vamos, es fácil.
—No lo harás.
—¿Lo juras?
Vaciló antes de agarrar la rama, como él había hecho y tiró de ella por encima
de la barandilla.
—No me caí.
—Correcto —dijo—. Eres probablemente diez veces más peligrosa que las
luciérnagas.
Los pocos árboles que vio en Blackburn eran palos estériles, deformes que
sobresalían de la tierra, pero aquí eran sombrillas gigantes de hojas que se
elevaban sobre ella.
—Me pregunto que están diciendo —dijo, rompiendo el silencio que se había
instalado entre ellos.
Carmine señaló el frasco.
—Estoy bastante seguro de que este acaba de decir que tenía un buen culo
brillante.
—Ah, bueno, este está celoso, porque quería él un buen culo —dijo,
señalando de nuevo—. Y los otros están cotorreando. Ya sabes-quién hizo que,
por qué, dónde, cuándo, qué-carajo.
Él se echó a reír.
Se quedó mirando el frasco, sin tener ni idea de qué hacer con él.
—Debemos ir adentro antes de que nos atrapen. Puedes traer a los insectos
contigo.
—Deben ser libres —dijo en voz baja, viendo como las luciérnagas volaban.
Carmine le agarró la mano, tirando de ella para ponerla de pie y sus dedos se
estremecieron ante su toque. La sensación lo alarmó. Era como electricidad bajo
su piel, corriendo por sus venas y sacudiendo su corazón. Su pulso se aceleró
mientras desviaba su mirada, sin atreverse a mirarla a los ojos.
—Solamente lo básico.
—Vas a tener que quitarte la ropa. —Ella lo miró fijamente, el miedo corría
Ella hizo lo que le dijo, cerrando los ojos mientras el sonido de sus pasos se
acercaba lentamente.
—Vas a sentir algo frío ahí abajo —explicó, tirando de un taburete más cerca
y sentándose mientras se ponía un par de guantes de látex—. Va a ser
incómodo, pero será rápido.
Ella apretó fuertemente los ojos cuando la tocó, una lágrima se deslizó y
cayó. Contó mentalmente, tratando de distraerse, y tan pronto como llegó a
diez él la soltó.
—Pareces muy bien, por lo que puedo decir —dijo, disponiendo de sus
guantes. Su visión estaba borrosa por las lágrimas cuando abrió los ojos, pero
podía ver al Dr. DeMarco al lado de ella. Él le inyectó con algunas jeringas,
algunas picaron más que otras, antes de que él se dirigiera a la puerta—. Ponte
la ropa para que podamos irnos. Te esperaré en la sala.
Mientras yacía allí, se preguntó cómo había notado todas esas cosas.
Después de terminarlo, lo sostuvo en alto mirándolo a la luz. Algo era
erróneo, el dibujo simple e incoloro. No poseía ni una fracción de la emoción
que llevaba la música.
Trató de esperar que saliera, dándole tiempo para relajarse, pero tenía poca
paciencia. El insomnio lo acosaba, y cuando Carmine se paseó escaleras abajo la
—¿Qué pasa?
Él se encogió de hombros.
—Dímelo tú.
—No.
—No.
Ella siguió parada allí, mirándolo con aprensión. A medida que aumentaba
la tensión, lamentó levantarse de la cama.
—Bueno.
—¿Es eso un, 'Bueno, quiero ver una película contigo, Carmine,' o es un, 'Bueno,
haré lo que carajo digas porque creo que tengo que hacerlo'? Porque puedes estar en
desacuerdo conmigo, ¿sabes? Puedes incluso gritarme, si eso te hace sentir
mejor, pero no digas 'bueno', porque no sé qué quieres decir con ello.
—Mira, pondré mi culo en el sofá. Sin importar si te unes a mí, eso es cosa
tuya.
—Uh, claro.
—¿Qué deseas?
Suspirando, se pasó las manos por la cara. Era demasiado pronto para esto.
—Sí, ya sabes, es Coca Cola con sabor a cereza. De ahí el nombre, Coca de
cereza.
Ella se metió en la cocina mientras Carmine fue a la habitación familiar y
puso una película. Vio movimiento por el rabillo de su ojo después de unos
minutos, y Haven se detuvo frente a él, evitando deliberadamente la mirada
mientras le tendía un vaso de soda. Él lo tomó mientras ella se sentaba a su
lado, manteniendo un poco de distancia entre ellos en el sofá.
Echó una mirada al vaso con confusión, preguntándose por qué no le había
traído la lata, cuando vio las cerezas flotando en el vidrio. Tomó un sorbo,
dándose cuenta de que ella había hecho un refresco de cereza.
Aturdido, no podía encontrar las palabras para darle las gracias. Su madre
los había preparado para él cuando era un niño.
Haven vio la película con atención, subiendo sus pies en el sofá con la cabeza
—No he visto nada. Esta es la primera vez que me han invitado a ver la
televisión.
Él frunció el ceño.
—No se me permitía.
Él la miró boquiabierto.
Sí, él era consciente de cuatro personas que yacían en el fondo del lago… o lo
que quedaba de ellos, de todos modos. Habían sido lanzados desde donde se
encontraba él, la parte posterior del casco de La Federica. Las palabras estaban
grabadas en negro en la popa, el nombre de la hermana muerta hace mucho
tiempo de Don. El yate de medio millón de dólares era de Sal, aunque por lo
que al gobierno concernía pertenecía a la Corporación Galaxy, una empresa
fuera de Chicago que fabricaba chips GPS. Era una tapadera para sus prácticas
de negocios más turbios, la mayor parte de sus posesiones extravagantes
amortizadas como propiedad de la compañía. De esa manera, si Hacienda
llegaba llamando, él no tendría que explicar cómo podía permitirse tales cosas.
Él simplemente los había tomado prestado.
—Un año. —El entusiasmo irradiada de sus palabras, orgulloso por el trabajo
que había hecho. Él no era mucho mayor que los hijos de Vincent, lo que
significaba que había logrado implicarse para cuando cumplió los dieciocho
años. Estúpidos jóvenes turcos.
—Un año —repitió Salvatore—. Por lo que dice tu Capo, has producido una
buena cantidad de dinero para nosotros… más de lo que muchos de los chicos
que trabajan por las calles.
—Sí, hombre. Cumplo con mi parte, ¿sabes? Tengo que hacer ese papel.
—He oído que has estado pidiendo una mayor responsabilidad —dijo
Salvatore—. ¿Crees que tienes lo que se necesita?
—¿Qué drogas?
—Las que has estado vendiendo fuera de tu casa —dijo Vincent—. Tenemos
información privilegiada que dice que la policía se enteró de la ubicación.
—Yo, eh… Yo no he…
Pasó una hora antes de que estuviera lo suficientemente bien como para
volver a ponerse en pie. Con la ropa arrugada y el cabello despeinado, bajó las
escaleras, encontrándose cara a cara en el segundo piso con Carmine y una
chica con el cabello salvajemente coloreado.
Había visto un par de veces a Carmine la semana pasada, pero nunca podía
decir lo que estaba pensando, su expresión curiosa mientras la miraba
fijamente. La atención hizo que su pecho se hinchara con esa sensación
desconocida, una que era todavía demasiado aterradora de enfrentar o
nombrar.
Escapando de ellos antes de que pudieran hablar, ella casi se cayó por las
escaleras en su prisa mientras se dirigía directamente a la cocina. Trató de
calmar su acelerado corazón mientras lavaba unos platos, pero una inesperada
voz desde la puerta solamente la asustó aún más.
—¡Hola! ¡Soy Dia!
—Uh, hola.
—¿Estás bien?
Haven se le quedó mirando. Por supuesto que no estaba bien. Estaba sola y
extrañaba a su madre, tan confundida y emocionalmente desgastada que ya no
sabía en qué dirección estaba.
—Estoy bien —susurró ella, mirando a otro lado. Ella tomó unas cuantas
respiraciones profundas, atontada, y se dirigió a las escaleras sin decir nada
más. Respirando pesadamente, tuvo que hacer una pausa al llegar a la parte
superior de la escalera. Su visión se nubló, su pecho quemando cuando perdió
el aliento. Todo se volvió más nebuloso mientras sus piernas cedieron.
—¿Haven?
Haven forzó sus ojos a abrirse ante la voz familiar, increíblemente cerca, y
distinguió un par de ojos verdes flotando en frente de ella. Parpadeó un par de
veces cuando Carmine retrocedió.
—¡Maledicalo3! ¡No puedes hacerme eso!
—¿Qué?
—¡No puedes desmayarte así! Parecía que estabas muerta. ¡Cristo, pensé que
estabas muerta!
—Dom llamó a papá para que viniera a verte. Te golpeaste la cabeza muy
fuerte. —Él pasó la mano por su frente. Sus dedos estaban fríos contra su piel
febril. Volvió a hablar, su voz tan suave que casi no lo oyó—. Bella ragazza4, me
has dado un susto infernal.
—Colpo di fulmine5.
—¿Qué?
Colpo di fulmine. El rayo, como los italianos lo llaman. Cuando el amor golpea
a alguien como un relámpago, tan poderoso e intenso que no puede ser negado.
Es hermoso y caótico, agrietando el pecho y derramando el alma para que el
mundo lo vea. Poniendo del revés a una persona, y sin vuelta atrás después de
eso. Una vez que los rayos daban en el blanco, sus vidas cambiaban de manera
irrevocable.
Todavía quería pensar eso. Quería negar su existencia. Pero una punzada de
algo muy dentro de él —más allá del grueso acero reforzado, revestido de
Kevlar, vallado de alambre de púas rodeando su corazón— sugería lo contrario.
Y cuando vio el cuerpo inerte de Haven en el suelo, no pudo ignorarlo más.
Esta peculiar chica había salido de la nada, y temía que se fuera tan rápido
como había aparecido. Que se desvanecería de su vida antes de que tuviera la
oportunidad de conocerla. Le dolía el pecho ante la idea, sus entrañas se
incendiaron, y la chica que lo causó era ajena a todo eso.
Se sentó a su lado.
—¿Te sientes mejor hoy?
—Sí —dijo ella, alejándose unos centímetros de él—. El Dr. DeMarco dijo que
era un virus estomacal. Podría ser contagioso, sin embargo, así que deberías
mantener tu distancia.
—Sí, pero no soy muy conocido por hacer lo que se supone que debo hacer.
Ella sonrió.
Le sorprendió cómo las cosas eran relajadas entre ellos. Él esperaba tensión.
Haven se quedó callada por un rato, su mirada vagando por su pecho desnudo.
Carmine se dio cuenta de que estaba mirando su tatuaje.
—¿Qué?
—Mi tatuaje. 'Il tempo guarisce tutti i mali'. El tiempo cura todas las heridas.
—Está bien. El que está en mi brazo es una cruz cubierta con la bandera
italiana, y 'fiducia nessuno' está en mi muñeca. Por lo general está cubierto. —Se
quitó el reloj y giró el brazo para que pudiera ver las palabras garabateadas a
través de las venas en una pequeña escritura. Ella recorrió suavemente la tinta
con los dedos. Un hormigueo se disparó del brazo por su toque, y cerró los ojos
un instante ante la sensación.
—¿Qué significa?
Retiró su brazo y se puso el reloj de nuevo.
—¿Dolieron?
Él se encogió de hombros.
Ella asintió.
Ella vaciló.
—El amo Michael dijo que alguien como yo no debe dormir en la misma casa
que alguien como tú, y mucho menos sentarse en la misma mesa de la cena.
—Él siempre andaba por ahí, pero no se convirtió en mi amo hasta que sus
padres murieron.
—¿Él qué?
—Él me engendró.
—¿Michael es tu padre?
De inmediato, Haven pudo sentir que algo no estaba bien, que estaba
inmiscuyéndose en un momento y ver algo que no debía ver. Algo sagrado.
Algo íntimo.
Carmine entrelazó los dedos por su cabello mientras dejaba caer su cabeza
hacia abajo, un grito ahogado haciéndose eco a través de la habitación.
Conteniendo la respiración, su pecho oprimiéndose, Haven dio un paso atrás y
pisó ligeramente hacia la planta superior, aliviada cuando llegó a su habitación
sin ser detectada.
La confusión la molestaba. Ella no sabía lo que sentía por Carmine, pero al
verlo en dolor la molestó. Su alarma creció por esa comprensión, su corazón
golpeando en su pecho. La vulnerabilidad no haría nada pero obtendría dolor.
Solo cuando Haven oyó a Carmine venir a la planta superior la hizo reunir el
coraje de aventurarse de nuevo abajo. Ella hizo el desayuno como una
distracción, terminando la comida cuando Carmine apareció. Él abrió el
refrigerador y cogió la jarra de zumo de naranja, pasando junto a ella para
conseguir un vaso.
—Huele bien —dijo él en voz baja, ninguna chispa en sus palabras, nada de
esa pasión que Haven acostumbraba oír. Haven luchó contra el impulso de
tratar de suavizar las pesadas bolsas bajo sus ojos inyectados en sangre.
—Hiciste mi café.
Además de una carga de ropa del Dr. DeMarco, no había mucho trabajo por
hacer ese día. Para el mediodía, Haven había terminado y arrastró su ropa
arriba. El Dr. DeMarco dejaba su puerta abierta los días que quería que
limpiara, ya que no le había dado los códigos para abrir las puertas.
Ella dejó caer la pistola como un reflejo, y cayó encima de la cómoda con un
ruido sordo. El fuego en los ojos del Dr. DeMarco se inflamó más por el sonido.
Él metió la mano detrás de él, tan cuidadoso y deliberado que era casi un
Dio un paso hacia adelante. Instintivamente, Haven dio un paso atrás. Ella
retrocedió contra la pared cuando el Dr. DeMarco se detuvo frente a la cómoda
y con cuidado recogió el arma descartada.
—No, señor.
—¿Vamos a ver qué pasa cuando aprieto el gatillo? Creo que lo haremos.
Trató de gritar mientras se preparaba para el dolor. Era el final. Ella iba a
morir. Apretó los ojos, esperando la explosión, y saltó ante el ruidoso clic. La
presión en su cuello desapareció y ella se derrumbó en el suelo en sollozos,
incapaz de mantenerse en pie.
El Dr. DeMarco abrió la puerta y salió con el arma. Sus palabras rebotaron
alrededor de su mente asustada como imágenes golpeándola, destellos de ojos
muertos royendo su pecho dolorido. Eso es lo que sucede cuando la gente olvida su
lugar.
No, no, no… Ella retrocedió, sacudiendo la cabeza, pero ya era demasiado
tarde.
—¿De verdad crees que puedes escapar? ¿No aprendiste la lección la última
vez que trataste de escapar? Te lo he dicho antes, no puedes engañarme.
—No lo hice… Yo, eh… —Sus gritos ahogaban sus palabras—. No quiero
—Quiero que pienses en lo bien que lo haces aquí. Piensa sobre la suerte que
tienes de estar viva.
Nueve años.
Casi una década había pasado desde el fatídico día que cambió la vida de
Carmine —el día del que ninguno de ellos hablaba— y todavía le afectaba como
si hubiera sido ayer. Nadie lo sabía, sin embargo. Nadie sabía que lloraba, o que
todavía no podía dormir por la noche, pero por primera vez en nueve años,
Carmine deseaba que alguien lo hiciera.
En el momento en que entró por la puerta desde la escuela esa tarde, él sabía
que algo había sucedido. Era una sensación en el aire, un silencio asfixiante, una
sensación de peligro que hizo que su adrenalina bombeara tiempo extra,
quemando sus nervios cuando corría por sus venas.
—¿Dónde está?
—¿Importa eso?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque lo hace. Tienes un montón de cosas, papá, pero… Cristo, ¿esto? ¡No
pensé que fueras así joder!
—¿Qué?
Él lo dijo como una amenaza, pero Carmine solo sintió alivio. Significaba que
Haven todavía estaba allí, en alguna parte… pero no tenía ninguna intención de
mantener su distancia de ella.
Él metió un poco de su cabello detrás de las orejas, sus dedos rozando sobre
la cinta de embalar, una vez más.
—Volveré por la mañana. Mantente fuerte, tesoro. Nunca dejaré que nada
como esto vuelva a suceder.
Los ojos de Haven se abrieron ante el sonido de la voz del Dr. DeMarco a la
mañana siguiente, su tono no era tan cruel como lo fue ayer. En cuclillas frente
a ella, él quitó la esquina de la cinta de embalar y la arrancó. Ella hizo una
mueca, sus labios palpitantes como el ritmo de un tambor.
—Gracias.
Carmine lavó sus mejillas, el paño frío se sentía bien contra su piel. Rozó a
través de su boca, siendo extra gentil, y lavó la sangre seca de sus muñecas.
Haven hizo su mejor esfuerzo para ignorar el dolor, manteniendo su atención
en el rostro, tenso con la concentración.
Él sonrió.
—No hay nada de qué hablar —susurró—. Sobreviví. Eso es lo que hago.
Seguiré sobreviviendo hasta que no sobreviva más.
—Sí, eso no sonó inteligente. Creo que necesito uno de éstos, uh, uno de esos
libros con palabras.
Él se echó a reír.
—Sí.
—¿De verdad?
Ella vaciló.
—Bien.
—¿Es ese un, 'Bien, entiendo tu punto, Haven,' o es un, 'Bien, yo solo voy a estar
de acuerdo contigo, porque no sé qué más puedo decir’?
—Yo no maldigo.
—He visto a demasiadas personas que han perdido dientes por decir malas
palabras.
—¿Así que no maldecir te ha mantenido todos tus dientes?
Él se mofó.
Él entrecerró los ojos un poco, mirando su nariz, pero no vio nada malo en
ella.
Él se encogió.
—Porque raspé sus tacones altos cuando ella me hizo una zancadilla.
Él frunció el ceño.
—¿La perra te hizo una zancadilla por diversión, se disgustó porque raspó su
zapato, y decidió patearte en la nariz como castigo?
Ella asintió.
—Lo siento.
—No lo hagas —dijo él—. Y si quieres decirme el color del zapato, por
supuesto, dímelo. Si estás harta de mis preguntas, dime que cierre la boca.
Él sonrió.
—Es la droga. Es por eso que, en la última media hora, te has burlado de mí,
has estado natural, y te has confesado conmigo.
—No más de lo que me meto diariamente —dijo él—. Él vino aquí en medio
de la noche y la clavó, aunque, así que no habrá más árboles que escalar para
cualquiera de nosotros… hasta que la abra de nuevo.
—Él dijo la misma cosa que mi amo cuando lo vi asesinar a una chica.
—¿Viste morir a una chica? ¿Es eso la peor cosa que has visto?
—¿Cómo?
Ella apartó la mirada.
—Mira, el sexo puede ser genial entre las personas que lo desean, pero yo
nunca tocaría a una chica a menos que ella quiera. Ninguno de nosotros lo
haría. Eso está mal.
—Lo sé, pero has sido muy amable. Me gustaría hacer algo a cambio.
—Debo intentar moverme. Cuanto más tiempo este acostada, más difícil será
cuando tenga que levantarme.
—Trivial inútil —dijo él—, como las tonterías que nos enseñan en la escuela.
Ella se giró de nuevo a la televisión, con los ojos muy abiertos, y absorbió
cada pregunta hecha durante los siguientes treinta minutos. Cuando el
programa terminó, se giró a Carmine. Él parecía aburrido, con la cabeza
apoyada en su puño en el brazo del sofá, mientras pasaba los canales de nuevo.
—Está todas las noches a esta hora —dijo—. Ya sabes, por si quieres verlo de
nuevo.
La puerta principal se abrió unos minutos después, y Haven se tensó cuando
oyó pasos. Podía sentir la mirada de Carmine en ella, podía sentirlo
fuertemente pero no podía mirarlo. No quería ver su expresión. No quería su
lástima. La había tratado como a un igual, y no quería sentirse como si fuera
menos que él de nuevo.
El Dr. DeMarco entró, una tensión incómoda entrando con él. Haven
reprimió un ataque de náuseas, centrando su atención en una mancha en el
suelo.
—Deberías evitar caminar durante unos días —dijo el Dr. DeMarco mientras
pasaba sus dedos por la parte superior de sus rodillas y las apretó.
—Te inyecté uno en el sótano ese primer día, así que no importa lo que pase,
seré capaz de encontrarte. Así supe a dónde fuiste ayer.
Ella no podía hablar, tenía miedo de que si abría la boca, vomitaría. Nunca
10
Haven había estado fría otra vez, escondiéndose cada vez que estaba en casa.
La oía llorar por la noche cuando se sentaba en su biblioteca, desarticulando las
horas rasgueando las cuerdas de su guitarra. Quería ir con ella, para consolarla,
pero que no sabía qué decir. ¿Siento que estés aquí? ¿Siento que estés atrapada?
¿Lamento que mi padre sea un enfermo hijo de puta? ¿Cómo podía explicarlo,
hacer todo bien, cuando nada acerca de la situación tenía sentido para él?
Eran cerca de las seis de la tarde cuando Haven abrió la puerta del
dormitorio y se encontró cara a cara con el Dr. DeMarco. Él estaba de pie en el
pasillo con el puño en alto para llamar, y ella dio un paso atrás cuando él dejó
caer su mano.
—¿Puedo entrar?
Ella se quedó allí cuando se fue, sin tener ni idea de lo que consideraba
presentable. Finalmente se cambió a un par de pantalones color caqui y un
suéter, se cepilló el pelo muy rizado, pero nada podía domar los rizos naturales.
Tiró de él hacia atrás con una cinta de goma y obligó a sus pies a entrar en un
par de zapatos antes de bajar. El Dr. DeMarco esperaba en el vestíbulo de
entrada con sus manos metidas en los bolsillos, balanceándose sobre sus
talones. Al oírla acercarse, la escudriñó. Ella esperaba su evaluación, pero él no
dijo nada mientras sacaba sus llaves y abría la puerta principal. Haven salió al
porche mientras cerraba la casa, introduciéndola en el asiento del pasajero del
coche.
—Sí, señor.
Una voz llegó por el altavoz mientras una banda tocaba y las animadoras
cantaban algo que Haven no podía oír por encima del rugido de la multitud. Se
tapó los oídos cuando todos tomaron sus asientos, solo dejando caer sus manos
cuando se calmó.
Una risa familiar sonó, y Haven miró en la dirección del sonido. Dominic se
acercó a ellos con el brazo envuelto alrededor de una muchacha, Dia a
regañadientes los seguía.
—No.
Dominic recitó los fundamentos del juego, la mayoría se perdió para ella,
cuando Carmine se quitó el casco, su piel brillante de sudor bajo las luces del
estadio. Mientras lo miraba, su respiración se detuvo.
Carmine se volvió hacia las gradas, con los ojos a la deriva en su dirección
mientras escaneaba a la multitud, y Haven podría haber jurado que su mirada
se detuvo en ella durante un momento.
Alguien se acercó mientras estaba de pie allí, su voz un acento sureño poco
familiar como ninguna que hubiera escuchado antes.
—¿Perdida?
Haven se volvió para ver a un chico con la piel dorada por el sol, su pelo
Sus propios pies se sentían sofocados. Lo que no daría por tener un par.
—Soy Nicholas.
—Haven.
—Así que, dime algo, Haven. ¿Te llamas como un ciervo sin ojos?
—¿Perdón?
Saltó por encima de la valla metálica y cayó de pie cuando Nicholas y Haven
oyeron la conmoción. Confusión en la expresión de Haven, mientras que
Nicholas entrecerraba los ojos.
Mientras que las circunstancias habían cambiado este año, Carmine tenía
toda la intención de poner fin a la noche precisamente de la misma manera:
jodido más allá de lo creíble. Solo que esta vez, estaba solo.
Todo el mundo alzó la vista cuando entró, y un chico llamado Max asintió en
señal de saludo.
Max salió de la habitación, regresando a los pocos minutos con una pequeña
bolsita de cocaína. Carmine vertió algo del polvo sobre la mesa delante de ellos,
suficiente para dos líneas. Aspiró una inmediatamente, su nariz
adormeciéndose mientras su corazón se aceleraba. Después de la inhalación de
la segunda línea, cerró los ojos y se recostó contra el sofá. La euforia corría por
su cuerpo, el calor que comenzaba en el pecho y se irradiaba a través de sus
miembros. Se sentía ligero, invencible, sin ninguna preocupación en el mundo.
—Te conseguí una corbata —dijo ella, echándose hacia atrás en el sofá junto a
él—. Coincide con mi vestido.
—¿Una corbata?
—Fandango.
Él la miró.
La noche fue una neblina de alcohol y drogas, como una película en avance
rápido que no podía frenar. Bebía, fumaba, y aspiraba, y luego hizo estallar
algunas píldoras antes de hacer todo de nuevo. El ciclo continuó, una y otra
vez, hasta que finalmente se desmayó donde yacía.
A la mañana siguiente, Carmine sufrió la peor resaca de su vida. Su cabeza
golpeaba tan fuerte que sus ojos palpitaban. Haciendo una mueca, se tambaleó
fuera de la casa a la luz del sol, poniéndose las gafas se metió en su coche.
Carmine trató de pensar en algo profundo que decir, algo para hacerlo bien
de nuevo.
No es eso.
—Como un pastel.
… O ¿lo hacía?
Tan pronto como ese pensamiento pasó por su mente, la risa brotó de él. Lisa
se alejó, sobresaltada.
—Lo sé. —Se puso de pie y agarró su ropa—. Loco como una puta cabra.
Vincent empujó la pantalla fuera del camino, sabiendo que era insensato
protegerse del sacerdote. Sabía que era él —siempre lo hacía.
—Bendígame, Padre, porque he pecado. Ya han pasado tres meses desde mi
última confesión.
Dudó.
—Sí.
—¿Estás arrepentido?
Otra pausa.
—Sí.
—No.
—¿Era ella?
Vincent no tenía por qué responder. Los dos sabían que lo era… y ambos
sabían que no era la primera vez.
—Estaba furioso —dijo Vincent—. El dolor esa mañana era el peor que he
tenido en años. Quería herir a alguien más por una vez. Quería que alguien
sintiera lo que sentí. Tuve que sacarlo de mí antes de explotar. Necesitaba
sentirme mejor.
—¿Y lo hiciste?
—No —dijo—. Todavía estoy enojado… tan enojado, Padre… pero por
encima de todo, ahora estoy avergonzado. Quiero dejar de sentirme de esta
manera, pero no sé cómo hacerlo desaparecer.
—Mateo 6:15.
11
Después de que los chicos se fueran al baile, Haven pasó la tarde dibujando y
pensando en su vida. Tanto como no quería admitirlo, se había permitido
ponerse celosa. Anhelaba ser la chica bonita con el vestido bonito, ir a un baile
con los otros adolescentes.
Sin responder, ella se acercó para abrir la puerta de la nevera. Sacó una jarra
de zumo de naranja y la dejó en la encimera, alcanzando más allá de Carmine
para agarrar un vaso del armario.
—Ugh, eso fue duro —dijo él, su voz resuelta. Vertió algo en su zumo,
dudando antes de verter un poco en el de ella—. No me gusta beber solo.
—¿Qué es?
—¿Por qué me preguntas? Puedes leerlo, así que lee la jodida botella. —Sus
ojos se abrieron de par en par, y él gruñó—. Soné como un cretino otra vez. No
quería decir eso.
Ella sonrió.
—Gracias, creo.
Él levantó la botella.
—¿Cómo te sientes sobre las drogas? Y eso no cuenta como mi pregunta. Solo
quiero saberlo antes de hacer esto.
—Te lo haré fácil —dijo él—. Solo inhala y aguántalo tanto como puedas.
Él lo llevó a sus labios y succionó profundamente cuando se inclinó hacia
ella. El corazón de Haven se aceleró cuando él ladeó su cabeza hacia un lado, de
pie con sus labios a pulgadas de los de ella. Ella inhaló cuando él exhaló, el
humo de sus pulmones se filtró en su sistema. Cerró sus ojos cuando todo se
nubló, solo dejándolo ir cuando necesitó aire.
Exhalando lentamente, ella abrió sus ojos para ver que Carmine aún estaba
delante de ella, su expresión asombrada quemando más que el humo.
Ella se sonrojó.
—¿Eso te avergüenza?
—Sí, bueno, vives con una carrera criminal. El hurto no nos perturba.
—Como dije, somos más parecidos de lo que crees —continuó él—. Perdí
sangre sobre mierda que no era culpa mía, también.
Él sacudió su cabeza.
Ella sonrió.
—Bien, tu turno.
Ella dudó.
Haven estaba pasmada de que él hubiera sido tan violento hacia el chico
cuando le había parecido tan amable.
Él la miró fijamente.
—Eres rápida en matemáticas. Y eso es ridículamente alto, lo sé.
—Nuevo tema. Pregunta número… el jodido número que sea por el que
vayamos. ¿Cuándo has estado más asustada?
—Tu turno.
—Chicago —dijo él, dejando su vaso sin tomar un trago. Él se giró de vuelta
hacia ella, su expresión en blanco la sorprendió tanto como su respuesta.
—¿Chicago?
—Oh.
—Tu turno.
—¿Cuál es tu color favorito? —Ella estaba demasiado nerviosa para pensar
en algo más.
—Estoy entre el marrón oscuro y ese tono de rojo rosáceo ahora mismo. Se
parece un poco a mi corbata.
—Bien, preguntaré algo más. ¿Por qué te avergüenzas por tu color favorito?
—No, pasaste a por qué el verde es tu color favorito. Ahora quiero saber por
qué el verde siendo tu color favorito es vergonzoso. Dos cosas completamente
diferentes.
—Creo que estás haciendo trampas —dijo ella—. Así que paso otra vez.
Ella confiaba en él, cuando nunca había confiado en nadie en su vida. Y sabía
que no debería, especialmente en él. Era el hijo del hombre quién la controlaba
—su familia sujetaba su vida en sus manos. Podían matarla, y estaría indefensa
para detenerlos. Pero confiaba en él de todas formas. Podía sentirlo en cada
pulgada de su cuerpo, cada latido de su frenético corazón.
Ella aguantó tanto como pudo, sin querer soltarlo, pero su cuerpo necesitaba
el oxígeno. Exhaló cuando Carmine se levantó, pero mantuvo sus ojos cerrados.
No quería enfrentar la realidad aún.
Ella lo tomó.
Él se encogió de hombros.
—Mira, no tienes que hacerlo. No quiero que escribas un resumen del libro.
Sus ojos brillaron con las lágrimas cuando lo abrió por la mitad.
—No creo que pueda leer esto. Hay muchas palabras diferentes.
—Bueno, creo que puedes hacerlo —dijo él—. Además, tienes ayuda ahora.
—¿Ayuda?
—Sí. Quiero decir, si no quieres ayuda, bien, pero estoy feliz de hacer lo que
pueda.
—Vale.
—Vale —se hizo eco él de su palabra—. ¿Eso es un, ‘Vale, me gustaría hacer
esta mierda de lectura contigo,’ o es un, ‘Vale, realmente eres un jodido loco si crees que
puedes ayudarme’?
Y él lo saboreó.
Ella se giró hacia él, sus caras tan cerca que las puntas de sus narices se
tocaron.
CAPÍTULO 12
12
—Mejor que quien sea que esté en la maldita puerta tenga una orden de
registro.
Haven se paseó hacia la puerta mientras la abría. Antes de que pudiera decir
una palabra, alguien se metió, irrumpiendo en la casa.
—¡Eres un idiota!
—Lisa.
—¡Pensé que eras mejor que eso! ¡Mírala! —Lisa miró a Haven—. ¿Cuánto te
está pagando el Dr. DeMarco para que te folles a su hijo?
El horno sonó, las galletas estaban hechas. Haven las sacó mientras la puerta
de entrada se estrellaba, haciendo tintinear las cosas en el mostrador de la
cocina. Carmine entró y se detuvo junto a ella en la ventana.
El Dr. DeMarco llegó a su casa mientras Haven estaba poniendo las galletas
en un recipiente. Caminó directo hacia ella en la cocina, deteniéndose tan cerca
que su brazo rozó el suyo. Su piel cosquilleó, su presencia alarmante, y ella
luchó contra un estremecimiento.
El Dr. DeMarco le arrebató una galleta antes de que pudiera poner la tapa.
¿Cariño?
El Dr. DeMarco se hizo una taza de café, algo que Haven no se había atrevido
a probar desde la mañana en que todo había ido horriblemente, terriblemente
mal, y se sirvió una copa antes de salir. Ella se sacudió la harina en la ropa y se
terminó de limpiar antes de dirigirse a la sala de estar, donde todo el mundo se
había reunido. Carmine la miró desde el punto que había tomado en el sofá.
—Asumí que para que alguien pudiera enseñarle a leer, debería primero
saber cómo.
—Yo sé leer.
—Sí —intervino Dominic—. ¿No lo sabías? Leyó la primera página de El
conde de Montecristo.
Ella no podía decir si era una oferta o una demanda, pero era más seguro
simplemente hacer lo que él decía. Tomó el asiento vacío junto a Carmine,
cruzando las manos sobre su regazo, tensa y nerviosa. Carmine, por otro lado,
tenía los pies casualmente levantados en la mesa de café mientras cabeceaba
con aburrimiento. Alguien llamó a la puerta después de un tiempo, pero nadie
—Doc, ¿su hijo le dijo que golpeó el coche de Lisa esta mañana? —preguntó
Tess.
—Le pegué una vez —dijo Carmine—. Solo dejó una pequeña abolladura.
—Bueno, es mejor que encuentres un trabajo para pagar por ese bollo —dijo
el Dr. DeMarco—. No pagaré por tus infracciones de nuevo, ¿recuerdas?
—Lo que sea, yo no la llevé a eso. Y, de todos modos, tal vez se merezca esa
mierda, pero Haven no merecía ser arrastrada en ello.
—No creo que ella haya querido hacer daño —dijo Haven en voz baja.
Haven no tenía ni idea de lo que era puttani, pero tenía la sensación de que
no era algo agradable.
—Sí, lo hiciste.
Él se encogió de hombros.
—No, gracias.
—Eres capaz de conseguir tu propia agua, Tess. No tienes nada mal en tus
piernas.
Haven llevó una Coca-Cola de cereza para Carmine y agarró una botella de
agua para ella, vacilando antes de agarrar una segunda. Se dirigió a la
habitación de la familia y se la entregó a Tess. Ella alzó las cejas mientras
tomaba el agua sin decir una palabra.
—No tenías que hacer eso. En realidad, no tienes por qué hacer nada de eso.
—Él llevó la lata a sus labios y tomó un sorbo—. Te lo agradezco, sin embargo.
—De nada —dijo ella mientras por el rabillo del ojo captaba que el Dr.
DeMarco la estaba mirando otra vez.
—Es el teléfono.
—Hace semanas.
—¿Qué pasó?
—¿Disculpa?
—Solo cuando haces preguntas para las que realmente no quieres respuestas
—dijo Vincent—. ¿Necesitabas algo? Tengo cosas que atender.
—Tenía sed.
—¿Así que te la bebiste?
—Sí, ¿por qué tienes a Haven encerrada aquí como si estuviera bajo arresto
domiciliario?
—Lo que sea —dijo Carmine—. El punto es que rara vez sale. Ni siquiera
—Es diferente. Alguien debería encerrarlo a él, pero ella es solo una chica. Es
inofensiva.
—¿Estás sugiriendo que nunca le has hecho daño a una chica antes,
Carmine? Porque creo que algunos dirían otra cosa.
—Probablemente lo harías.
—Estoy escuchando.
—Por supuesto que no —dijo Vincent—. Ya que estás tan preocupado, lleva
a la chica contigo.
—¿Es esto una prueba? Porque no hace ni dos malditas horas que dijiste que
—¿Qué ha cambiado?
Carmine se puso de pie, pensando que tenía que salir de la habitación antes
de que su padre entrara en razón.
Vincent suspiró.
—Has estado castigado desde los trece años, y continuarás estándolo por el
tiempo que vivas bajo mi techo. No es que eso te haya detenido antes…
13
Vincent había hecho todo en su poder para hacer que se sintiera cómoda,
asegurando que tenía el apartamento más grande y tantos lujos como era
permitido, pero sostenía el resentimiento de que se había visto obligada a
trasladarse. Sunny Oaks no era su casa, le había dicho, y por lo que a ella
concernía, nunca lo sería.
—Se está bien fuera —dijo él, intentando conversar—. Podríamos ir a dar un
paseo.
—No te he visto en meses, Vincenzo —dijo Gia, su voz venenosa—. Meses.
Vincent suspiró.
—Tres meses, tres semanas —dijo ella—. Pudieron también haber pasado
tres años. No te importa.
Vincent conocía por la familia que ella no quería decir parientes de sangre. Se
—No pertenezco aquí —dijo ella—. ¡No estoy enferma! Tu padre, que en paz
descanse, estaría avergonzado de ti.
9 Familia en italiano.
—Kennedy está muerto —dijo Vincent—. Lo ha estado durante mucho
tiempo.
Vincent se rio secamente. El jurado estaba todavía fuera en eso. Los médicos
sospechaban que Gia DeMarco sufría de demencia de aparición temprana, pero
Vincent se inclinaba por que ella simplemente se negaba a dejar atrás sus días
de gloria. No quería admitir que la vida continuaba sin ella, que el mundo no
dejó de girar el día que murió su esposo.
—Mi oído zumba. Esa vieja bruja Gertrudis de al lado debe estar hablando
de mí.
Gia se burló, pero logró mantener su opinión para sí misma. Miró por la
ventana, sacudiendo la cabeza.
La casa olía a Pine-Sol10 cuando Carmine llegó a casa esa tarde, el aroma tan
pesado que le picaba en los ojos. Se detuvo en la puerta de la cocina, viendo a
Haven fregar el suelo de mármol. Tarareaba, ajena a su presencia, y él escuchó
mientras trataba de colocar la canción.
—¡Estás en casa!
10 Marca de limpiador.
—No quise interrumpir, colibrí.
—¿Por qué?
—Te he escuchado unas cuantas veces. Es, eh… —Él no sabía qué decir—.
¿Qué canción es?
—Bueno.
Ella hizo lo que dijo, desplazando las cosas, y se sonrojó cuando sacó una
pequeña caja de color negro. Carmine gimió, dándose cuenta que había
encontrado los preservativos que guardaba en el coche.
—Cristo, olvidé que estaban ahí. —Se los arrebató de la mano y bajó la
ventanilla en pánico, tirándolos a lo largo del lado de la carretera. Él ignoró su
mirada de incredulidad, no queriendo tener que explicarse, y ella agitó la mano
regresando a la guantera.
—¿Es este?
Con los ojos muy abiertos, ella tartamudeó sobre algunas de las palabras.
—Sí. Eso es lo que necesitamos para la fiesta. Mientras estamos allí, vamos a
abastecer la casa. Ya sabes, matar dos pájaros de un tiro.
11 Golosinas saladas.
Cuando llegaron a la tienda, los pasos de Haven vacilaron cuando se
abrieron las puertas por sí solas. Las estudió, casi como si tuviera miedo de
pasar. Carmine esperó a que agarra un carro, pero se quedó allí.
—¿Nunca?
—Tengo otra confesión. No puedo decir que jamás haya cocinado tampoco,
así que no tengo ni idea de lo que es la mitad de esta mierda. —Cogió un tallo
verde y la miró estéticamente—. ¿Qué diablos es esto?
Ella sonrió.
—Lo que quieras cocinar —dijo—. No sé si lo has notado, pero Dom comerá
cualquier cosa. Infiernos, comería coles de Bruselas. Y mi padre no es difícil de
complacer.
—¿Y tú?
Él se encogió de hombros.
—Quisquilloso.
Ella le entregó la lista una vez que todo había sido tachado, y se dirigieron a
la caja registradora. Él puso sus cosas en la cinta transportadora y alargó la
mano hacia el exhibidor de dulces. Haven se encogió cuando su brazo salió
disparado así que él ralentizó sus movimientos mientras lanzaba una barra de
chocolate Toblerone en la cinta transportadora.
Después de pagar, Carmine llenó el maletero con todas las bolsas mientras
Haven se situaba en el estacionamiento vacante al lado del coche. Él no le estaba
—Nunca he tenido.
Corrió hacia la puerta, presionando los números cuando la lluvia caía con
más fuerza. Una vez tuvo la puerta abierta, él se apeó y agarró algunas bolsas.
Haven trató de regresar fuera cuando él llegó al vestíbulo, pero él tiró de su
mano para detenerla. Ella alzó sus brazos de manera protectora delante suyo,
por lo que él rápidamente retiró su mano.
Ella le lanzó una mirada que parecía ser una mezcla de confusión y diversión
antes de que llevara las compras a la cocina. Él descargó el coche y trató de
ayudar, lanzando cosas donde pensaba que iban, pero solo hizo el trabajo más
difícil por ponerse en su camino.
Dominic trajo pizzas a casa para la cena, y Carmine agarró una caja de
pepperoni antes de dejarse caer en el sofá. Echando un vistazo a Haven, dio
unas palmaditas en el cojín junto a él. Ella lanzó sus ojos hacia las escaleras, y él
levantó una ceja como diciendo, No jodidamente atrevido. Él la habría arrastrado
de regreso. No había razón para que no comiera con ellos.
Carmine despertó la tarde siguiente en una casa en caos total. Tess y Dia de
pie sobre sillas en la sala de estar, fijando serpentinas alrededor de la ventana,
mientras Haven ordenaba a través de una caja de flores falsas. Dominic corría
de una habitación a otra, siguiendo las órdenes que le gritaba Tess.
—Sí, bueno, golpeas como una niña pequeña. —Las palabras apenas salieron
de su boca cuando su puño salió disparado, golpeándolo justo en el pecho. Él
hizo una mueca—. ¡Maldita sea!
Tess sonrió.
—¿Qué me has llamado? —La voz de Haven tenía un borde que nunca había
oído antes.
—Nella vita: chi non risica, non rosica —dijo él—. En la vida: el que no arriesga,
no gana. Mi madre solía decirnos eso. Ha pasado mucho tiempo, pero todavía
puedo oírla.
Sonrió para sí, recordando, cuando Haven conjuró la voz de su propia madre
en su mente, sin querer olvidar como sonaba.
—Mamá nos enseñó mucho, pero eso es lo que más recuerdo. No debes tener
miedo de tomar riesgos. Puede que no funcione, es posible que fracases
miserablemente y te lastimes, pero nunca lo sabrás a menos que lo intentes. —
Hizo una pausa, suspirando—. Puedes jugar a lo seguro, Haven, y yo no te
culparía por ello. Puedes continuar como has estado, y sobrevivirás, pero ¿es
eso lo que quieres? ¿Es eso suficiente?
La fiesta había estado en marcha durante más de una hora, y aún no había
ningún signo de Haven. Carmine se paseó a través de la multitud en su busca y
encontró a Dia sola en la cocina. Llevaba un vestido de colores y mallas azules
brillantes, un pico amarillo en la nariz que hacía juego con sus zapatillas de
deporte.
—Hey, Polly —dijo él, dándole un codazo—. ¿Cómo es que te ves lo más
normal en Halloween?
—Ja-Ja-Ja. Gracioso.
Un grupo de chicas irrumpió en la habitación, entonces, y Carmine gimió
cuando vio a Lisa vestida como un gato con un traje negro.
—¿Quién la invitó?
—Yo no salgo con ella —dijo—. Fue más como entrar en ella un par de veces.
Ella se avergonzó.
—Bruto.
—¿Ella es mi tesoro?
—Bella ragazza.
—Tesoro como cariño, pero significa tesoro… lo que, en este momento, tú eres
literalmente.
—¡Santa mierda!
Ella corrió hasta el tercer piso y vio a Carmine delante de su habitación con
un grupo de chicos. Una sonrisa tiró de sus labios mientras ella se acercó a él, y
él le devolvió la sonrisa, pero se desvaneció rápidamente cuando el chico de pie
junto a él susurró:
—¿Carne fresca?
Los golpes en la puerta hacían vibrar las paredes, llevando a Haven a otra
época.
Toc. Toc. Toc. Haven yacía acurrucada en un rincón estable, cubriendo sus
Toc. Toc. Toc. Se hizo más fuerte con el tiempo. ¿Dónde estaba su madre?
Haven apretó los ojos, contando en su cabeza para hacer que se fuera. Llegó a
seis antes de que perdiera su posición, comenzando de nuevo, pero nunca
llegando a diez.
Toc. Toc. Toc. Allí estaba gimiendo y llorando, pero eso no vino de ella. Se
sentía sorprendentemente cerca pero tan lejos, un lugar al que Haven no podía
llegar en la oscuridad.
Toc. Toc. Toc. Ella escuchó la voz entonces, maliciosa y baja. Él siseó como
una serpiente mientras decía las palabras mordaces:
Ella no sabía quién lo dijo o lo que no debía decir, pero el llanto se hizo más
fuerte ante el sonido de ellas.
—¿Haven? —La voz de Carmine era suave, su golpeteo ahora un toque sutil
en la puerta—. Joder, lo siento. No era mi intención asustarte.
14
—Lo siento —dijo ella, sin entender. Solo estaba tratando de limpiar la
sangre.
¿Danza?
—Tu apenas me rozaste los labios. Yo prácticamente asalté tu boca. —Él negó
con la cabeza—. Y tienes razón, no hago eso, que es lo que lo hace tan loco. He
estado intentando decirte eso.
Él se pasó los dedos por el pelo despeinado mientras la miraba, sus ojos
implorando, pero qué, ella no lo entendía.
—¿Decirme qué?
Su pregunta fue recibida con silencio. Él se dejó caer contra la pared y dobló
sus rodillas, envolviendo sus brazos alrededor de ellas.
Ella suspiró ante su falta de voluntad para darle una respuesta directa.
—Sé que no tengo derecho a decirte qué hacer, pero no me gusta que la gente
sea herida por mi culpa. Si quieres culpar a alguien, cúlpame. Castígame. Pero
por favor no sigas lastimándolos. Ellos no hicieron nada.
Su ceño se frunció.
—Eso no sonó bien. Cristo, me preocupo por ti, ¿de acuerdo? Reacciono de
forma exagerada porque no quiero que nadie te haga daño. Y tal vez eso no
tiene sentido, teniendo en cuenta que te estoy lastimando más que alguno de
esos idiotas, pero no lo hago intencionadamente. Tú no eres como cualquier
persona que haya conocido. Me puedes entender de formas que nadie más
podría alguna vez. —Él se acercó más a ella—. La mia bella ragazza.
—Me han llamado de todo bajo el sol, pero persona hermosa nunca fue uno
de ellos.
—Empieza por la cocina, y yo iré trataré con cualquier cosa rota. Sé que no
todo sobrevivió a la noche intacto.
—No tienes que hacer esto —dijo—. Puedo ocuparme.
Ella lo miró con cautela. Teniendo en cuenta que él no podía hacer funcionar
una lavadora, tenía la sensación de que no sabía lo que estaba haciendo, pero
cedió y lo cargó con los platos. Cuando estuvo lleno, él sonrió orgullo, ya fuera
orgulloso de sí mismo o de ella, no estaba segura.
Haven se rio tan pronto como él salió, sabiendo que había tenido razón,
estaba adivinando.
—¡Carmine! —No había manera de que eso fuera normal. Pasos apresurados
se acercaron mientras él corría a la cocina. Ella abrió la boca para advertirle,
apenas consiguiendo que la palabra—: ¡Cuidado! —saliera de sus labios antes
que él cayera en un charco de agua jabonosa y se resbalara.
—Creo que tenemos un pequeño problema aquí —dijo Haven, toda la cosa
demasiado para que lo tomara. El suelo de la cocina estaba cubierto, y se las
Se incorporó, horrorizado.
—¡No puedo creer que hicieras eso! —Él se abalanzó sobre ella con una
mirada determinada en su rostro. Ella se precipitó hacia atrás, pero él la atrapó
antes que pudiera escapar. La empujó hacia atrás en el suelo y se cernió sobre
ella, inmovilizándola en el agua jabonosa caliente.
—Sabes a jabón.
—Qué tal si limpiamos este lío para que podamos hablar. —Él miró a su
alrededor—. Y una siesta. Definitivamente voy a necesitar una siesta.
CAPÍTULO 15
15
Diablos, no estaba seguro de si ella era su novia. Todo lo que sabía era que
había robado su corazón, y no había manera de que pudiera echarse atrás. En
tan poco tiempo ella había asumido el control, tan parte de él ahora como el aire
que respiraba.
Rayo de mierda.
—Por favor.
—Es cuando te sientes atraído por alguien con tanta fuerza que es como ser
golpeado por un rayo.
—Vale.
—¿Es eso un 'Muy bien, eres un idiota, Carmine, pero lo que tú digas,' o es un,
'Vale, esa mierda tiene sentido? '
—No espero nada, tesoro —dijo él—. No puedo mentir, me siento atraído por
ti, pero solo vamos a hacer lo que quieras hacer. Seremos lo que quieras que
seamos. Solo quiero una oportunidad. Te estoy pidiendo una oportunidad.
—Me haces feliz. Yo, eh… No me gusta estar aquí cuando no estás alrededor.
—No puedo predecir el futuro, pero haré lo que pueda para ti. Estás
arriesgando por mí. Lo aprecio, y no voy a tomar esa mierda por sentado.
—Guau. —Ella pasó sus dedos gentilmente por los labios—. Tu boca es
sorprendentemente dulce para decir esas cosas malas.
Él se echó a reír.
—Creo que estás delirando. ¿Qué tal si tomamos una siesta antes de decirme
que huelo como el sol o algo así?
—Huele como el mundo exterior. Cálido. Feliz. Seguro. —Hizo una pausa—.
Verde.
—¿Verde?
Ella asintió.
—Definitivamente verde.
—¡Zatknis!
Cállate. Era una de las pocas palabras que Vincent conocía en ruso. Lo había
—No necesito ser dueño del lugar —dijo Vincent—. No tienes nada que
hacer en esta parte de la ciudad.
—¿Por qué estás siempre tan serio? Solo hemos venido por pizza.
—Volkov.
—Moretti.
—Márchate.
—17.78 dólares.
Vincent asintió.
—Estoy seguro.
Los rusos se marcharon, sus voces ruidosas una vez más cuando salieron a la
calle. Vincent miró a su cuñado. Corrado lo miró curiosamente mientras se
apoyaba en el mostrador, esperando su pizza.
—Lo sé —dijo Vincent—. ¿Recibiste una llamada para venir aquí también?
—Sabes que esperamos cumplir con Sal para una comida formal ¿verdad?
No, comida formal no era nada de eso. Más que a menudo ocurría un paseo
casual, a veces se levantaba la sesión sin palabras habladas. No abogabas en su
caso, y no importaba si eran inocentes. La sentencia había sido aprobada antes
de que aparecieras.
Vincent estaba de pie cerca del muelle con vistas al lago Michigan. El Federica
flotaba a menos de cien metros de él, una mujer moviéndose en la cubierta.
Parecía joven, tal vez veintitantos años. Una mujerzuela, una amante, atraídas
por el estilo de vida y excitadas por el poder que tenían. Vincent pensó que eran
nada más que prostitutas exaltadas, intercambiando sexo por regalos y viajes al
extranjero.
Carlo se había hecho cargo de sus operaciones en Las Vegas unos años atrás,
por lo que rara vez aparecía en Chicago. A Vincent le molestaba el tratamiento
—Así que, catorce detenidos —dijo Sal, yendo al grano—. Dos soplones
cantando.
Vincent y Giovanni ambos abrieron sus bocas para intervenir, pero la voz de
Corrado sonó antes que pudieran.
—No.
Se apoyó en su Mercedes, agarrando la caja de pizza y devorándola como si
no hubiera comido en semanas. No dijo nada más, sin ninguna explicación,
pero eso no sorprendió a Vincent. Había dicho todo lo que necesitaba con esa
palabra.
—Corrado tiene razón —dijo Sal—. Solo perfil bajo hasta que sepamos más.
—Fue manejado.
Giovanni intentó intervenir, pero Sal le dirigió una mirada que el tema estaba
cerrado. Agitó la mano, silenciosamente despidiéndolos, y Corrado fue a su
coche sin haber dicho una palabra más. Vincent volvió a alejarse, pero fue
detenido por la voz del Don.
—Está bien.
Vincent no tenía nada agradable que decir sobre eso, pero Sal no esperaba
una respuesta. Metiendo la mano en su chaqueta, Sal sacó un grueso sobre de
manila y se lo tendió a Vincent.
—No —dijo, abriendo una página sobre una cuarta parte del libro—. Es
bueno. Ella busca el jardín y traba amistad con ese pequeño petirrojo. Me
recuerda…
—Me recuerda a cuando era pequeña y hablaba con los animales —dijo—.
Tenía unos perros, pero eran principalmente caballos. Me quedaba en los
establos con ellos.
Otra nota aguda sonó. De todas las cosas que podía preguntarle, ¿quería
hablar de Nicholas?
—¿Tu madre?
—Sí.
Suspiró.
—Hillside.
Dudó.
—Nada. Se ha ido.
—Mira el Suburban.
La voz de Corrado era indiferente, pero Vincent sabía mejor que creer que no
—Estaban estacionados cerca del club esta mañana —dijo Corrado—. Luego
en el restaurante esta noche.
—No, es la policía.
—De cualquier manera, me ofende. ¿Por quién me toman? ¿Un idiota que no
lo notaría o un cobarde que se dejaría intimidar?
—Tal vez no están aquí por ti —dijo Vincent—. Tal vez me están vigilando.
—¿Por qué?
Vincent paseó por la planta baja vacía, el sonido de sus pies en la madera
haciendo eco en las paredes desnudas. Un dolor en el pecho le hacía difícil
respirar, y aunque Vincent echó la culpa al aire espeso, sabía que era el
tormento emocional comiéndolo en su lugar.
En la sala, se recostó contra la pared y cerró los ojos. Pudo ver entonces, la
luz del sol entrando por las ventanas abiertas, el aire soplando y agitando las
cortinas azules. La casa estaba abarrotada de muebles y adornos, fotos
familiares que cubrían cada pulgada de espacio.
Pero cuando Vincent abrió los ojos de nuevo, todo se desvaneció. Se quedó
sin nada más que oscuridad, silencio excepto por su respiración ahogada en la
habitación vacía. Todavía dormía allí a veces cuando la visitaba, a pesar de que
no había electricidad o muebles. Se acostaba en el suelo desnudo y miraba el
techo blanco, el tiempo consumiéndose mientras se revolcaba en el recuerdo.
—Únete a mí.
—Lo mismo —dijo—. Pensé venir abajo y asegurarme de que la casa estaba
limpia.
—Se va mucho.
—Sí, ha sido así desde que puedo recordar —dijo—. Siempre hay algo que
tiene que hacer en alguna parte que no es aquí.
—No lo sé, y no quiero saberlo. Papá nos trasladó aquí hace años, así que no
sería una parte de eso. Dijo que quería que tuviéramos una vida normal, así
podíamos vivir como niños normales, pero no hay nada normal en criarte a ti
mismo, ¿sabes? Nada normal en la situación contigo. Todos hemos sufrido a
causa de las cosas que ha hecho, y no me gusta pensar cuánto más sufriríamos
si supiéramos la mierda que no sabemos.
—Vayan en paz.
—¿Sí, Padre?
—No tomaste la comunión —dijo Padre Alberto, con el rostro grabado con
una preocupación genuina—. No la has tomado en las últimas semanas.
—La Iglesia nunca cierra. No necesitas una cita. Dios está siempre aquí para
ti.
Y mientras ella vivía en Sunny Oaks, respeto era algo que Gia no sentía.
—No pude.
Gia sonrió.
—¿Entender qué?
—Reconoció.
—Tú eras joven, Vincenzo. ¡Y ella era irlandesa! ¡Ni siquiera era como
nosotros!
—Maura era católica, mamá. Fue santificado. Padre Alberto fue el que los
casó.
—Eso es ridículo —dijo Gia—. No sabía nada al respecto hasta que terminó.
—¿Qué tiene eso que ver con nada? Tu padre siempre se escabullía
alrededor, nunca me dijo nada. ¿Qué hace esto diferente?
Gia burló.
Gia rio.
—No importa lo que piensen los demás —dijo Vincent—. Yo sé que era real.
Haven pasó toda la mañana limpiando y terminó cerca de las tres cuando
oyó coches fuera. La alarma sonó y la puerta principal se abrió mientras
caminaba hacia la puerta de la cocina, algunas voces llegaban a través de la
Los ojos del Dr. DeMarco se encontraron con los suyos. Se dio cuenta de que
estos hombres se parecían probablemente al Amo Michael —indiferente y frío,
sin tener en cuenta a las personas como ella. Eran como esa parte del Dr.
DeMarco que había visto en su dormitorio. Eran peligrosos. Más monstruos.
—Tráenos una botella de whisky y unos vasos —le dijo el Dr. DeMarco con
un gesto impertinente. Haven se escabulló a la cocina. Buscó en los armarios
hasta que encontró el alcohol, y registró las botellas, encontrando una marrón
en la parte posterior con GLENFIDDICH SOLO WHISKY ESCOCÉS DE
MALTA escrito en ella. Limpió la botella polvorienta sin abrir e hizo juegos
malabares con los tres vasos en su camino de regreso a la familiar habitación.
Entregó las bebidas, demasiado nerviosa para hacer contacto visual con
ninguno de ellos.
La risa amarga del Dr. DeMarco envió escalofríos por la espalda de Haven,
poniéndola más nerviosa.
—Personalmente.
Ella perdió el aliento, sus palabras sorprendentes le dolían. ¿Había sido una
gran decepción?
—¿Así que no es una mala inversión? ―preguntó el otro tipo. Haven lo miró.
¿Inversión? Sus ojos se encontraron, la sombra gris fría de la hoja de un cuchillo.
Su piel se levantó en su interés por ella. Tuvo que apartar la mirada.
—Nerviosa —admitió.
—Su nombre es Nunzio. Solíamos salir cuando éramos niños, pero ahora no
es amigo mío.
Pasos se acercaron una hora más tarde cuando Haven preparaba la cena, y el
hombre llamado Nunzio apareció en la puerta. Sus ojos se detuvieron en ella
mientras ella deliberadamente se concentraba en la comida, haciendo caso
omiso del levantamiento de su piel, esperando que se fuera después de haber
visto lo que había venido a ver.
Caminó hacia ella mientras movía la pasta. La tensión en su cuerpo hizo que
sus músculos doliesen, sus manos temblando más con cada paso deliberado.
Estremecimientos de rechazo la atravesaron cuando sintió su aliento en la piel.
—Eres más bonita de lo que esperaba que fueras —dijo, pasando la parte
posterior de los dedos ligeramente por su brazo expuesto—. Creo que podemos
pasar un buen rato juntos.
Su mano se posó en su cadera. Haven cerró los ojos, deseando que la quitara.
En ese momento, algo la golpeó de lado, un empujón la lanzó a la cocina. Su
mano se estrelló contra la olla de agua hirviendo. Las ampollas de dolor le
hicieron abrir sus ojos de nuevo, y agarró su mano quemada cuando el Dr.
DeMarco fijó a Nunzio contra la encimera a su lado, el borde de la sierra de un
cuchillo de cocina apretado contra su cuello.
—Lo siento.
—Comerás la cena con nosotros esta noche, así que asegúrate de poner un
lugar más en la mesa, también.
—¡Ah, Príncipe!
Sal les despidió con un gesto, el color desapareció de la cara de Carmine con
la expresión agitada de su padre.
CAPÍTULO 16
16
—No exactamente —dijo él—. Necesito asegurarme que está a salvo. Pillé a
La rabia de Carmine hirvió. Se puso de pie tan rápidamente que su silla voló
hacia atrás.
—¿Él la tocó?
Vincent suspiró.
—El problema está aumentando, así que hay pequeños focos en cosas que
están pasando por las paredes de la fortaleza, para hablar. Creo que Squint está
más que feliz de tomar ventaja de eso.
—¿Quieres decir que está mal que alguien como ella esté con uno nosotros?
—Por supuesto que lo está —dijo Vincent—. Violar siempre está mal.
—¿Quién es?
—¿Perdón?
Él se encogió de hombros.
—No.
El silencio penetró en la oficina. Llevó un minuto para que eso encajara con
Carmine.
—¿Katrina Moretti? ¿Me estás diciendo que la puta que torturó a Haven es la
hermana de Corrado?
—Sí.
—¡Esa hija de puta! ¿Sabes lo que estaban haciendo?
Eso no tenía sentido para Carmine, pero sabía que su padre no iba a decirle
nada más.
—Solo relájate —dijo Carmine suavemente, sacando una silla para Haven
cuando hicieron su camino a la mesa para cenar esa noche. Él tomó el asiento a
Haven le miró, curiosa. Ella, también, se preguntaba cuáles eran sus planes,
pero Carmine solamente se encogió de hombros, sin ofrecer ninguna respuesta.
—Carmine puede hacer lo que quiera con su vida, pero me gustaría pensar
que estará por aquí hasta que se gradúe.
—Pero Maura no está aquí ya, así que ¿por qué preocuparse por lo que ella
querría?
—No tienes que estar nerviosa —dijo Salvatore—. Solo tengo curiosidad
sobre cómo encuentras la vida con Vincent. Tan escondida como estabas, me
preguntaba si era un producto de la imaginación.
14 Escarabajo.
Salvatore asintió.
—Es genial oír eso. Si hubiera sabido que los Antonellis actuaban tan
cruelmente, habría intervenido. En el momento que Vincent me informó, era
demasiado complicado intervenir.
—No puedes decir una mierda como esa y luego decir ‘olvídalo’ —dijo
Carmine—. Si supieras que uno de tus propios hijos es maltratado, ¿por qué no
hacer algo?
Nunzio soltó una amarga risa desde su asiento, pero no ofreció ninguna
opinión.
—¿Confías en mí?
Él suspiró exageradamente.
—Eso no tiene nada que ver con la confianza o ser exigente. Me siento como
un idiota tenerte limpiando detrás de mí. Quiero decir, eres mi chica, se supone
que no haces esa mierda.
—No sientas que tienes que hacer cosas para impresionarme. Ser tú misma es
suficiente para mantenerme interesado.
—Eres pura —dijo él, como si pudiera sentir sus reservas—. Después de todo
lo que he hecho, solo espero poder ser lo suficientemente bueno para ti.
Ella parpadeó unas pocas veces, pasmada de que él hubiera dicho semejante
—¿Yo? —Se burló él—. ¿Estamos hablando de la misma persona? ¿El maldito
egoísta que maldice y grita y golpea a la gente porque no puede controlar su
temperamento? ¿Ya sabes, el que bebe como un pescado y fríe su cerebro con
drogas? ¿Esa persona es demasiado buena para ti?
17
Dominic dio un paso hacia delante, y Haven instintivamente dio uno atrás.
Él lo encontró divertido y lo hizo otra vez, continuando hasta que ambos
estuvieron dentro del dormitorio. Él cerró la puerta y puso el cuenco en la mesa
antes de encender el DVD.
—No —dijo ella cuando él empujó el cuenco más cerca de ella. Tomó un
pequeño puñado y se giró hacia la televisión—. ¿Qué estamos viendo?
—Tiene sentido que estemos viendo dibujos animados. ¿No es lo que la gente
hace cuando hacen de niñera?
Ella le miró.
—Por favor, chica. Ha dejado a todas sus putas y eso es algo que nunca creí
que vería. Su pasatiempo favorito siempre fue romper una nuez.
—¿Una nuez?
—Oh, tan inocente. Pregúntale a Carmine qué es una nuez cuando llegue a
casa. Quiero verle intentando explicártelo.
Los dos pasearon hacia los delgados árboles, las frágiles, caídas hojas crujían
debajo de sus zapatos. Ella estaba ansiosa cuando se dirigieron al bosque, los
mismos por los que había intentado escapar hacía meses, pero quería creer que
él no la guiaría para que se perdiera.
El sonido de agua corriendo encontró sus oídos cuando caminaron, y los dos
—Esto es maravilloso.
—No lo ha hecho desde que volvió del internado, pero solía hacerlo cuando
quería estar solo. Estaba de bajón, así que venía por el agua o corría a lo largo
del camino.
—Esperanza.
—Creo que tengo un poco ahora. —Ella pateó alrededor del lodo, sin querer
dilatar el hecho de que ahora tenía algo que la decía que nunca tenía que
sucumbir—. ¿De qué tienes miedo tú?
—Sí. Pasé toda mi vida con ella. Me dijo que corriera, que intentara escapar,
pero me atraparon. Así fue como tu padre me tomó.
Dominic la miró.
—¿Mi padre te tomó de tu madre? ¿Él sabe eso?
—Sí, lo sabe.
Ellos pasearon hacia la casa en silencio, encontrando una gran caja blanca
ahora situada en el patio. Los hombres de la pasada noche estaban descargando
cajas, llevándolas a una puerta en el lateral de la casa, escondida debajo de las
vides verdosas, mezclándose en los alrededores.
—Guía al sótano —dijo él—. Confía en mí cuando digo que no quieres bajar
ahí.
Nunzio llegó caminando desde detrás de la furgoneta con una caja entonces,
sus ojos fueron a la deriva hacia ella. Haven se movió más cerca de Dominic y
enfocó sus ojos en el suelo, sin querer darle la impresión equivocada.
Dominic fue a tomar una ducha cuando entraron, mientras Haven reunió la
lavandería de Carmine, intentando comenzar su día de limpieza. Un escalón o
así desde arriba de los escalones, se congeló cuando vio a alguien dirigiéndose
hacia ella. El miedo rasgó a través suyo, tan poderoso que perdió su respiración.
Nunzio.
Lo que vio en sus ojos la alarmó, odio y lujuria lanzados en un gran frenesí
de excitada emoción. Su corazón latió fieramente, esa voz en la parte de atrás de
su cabeza la decía que huyera. Dio unos pocos pasos atrás y tiró el cesto, las
ropas esparcidas en la biblioteca cuando corrió a su dormitorio. Podía oírle
detrás de ella cuando cerró la puerta, sus pies bloqueándola antes de poder
cerrarla.
Estaba atrapada.
—Solos al fin.
Las lágrimas fluyeron desde sus ojos cuando retrocedió una vez más, sus
piernas chocando con el estribo de la cama.
—No me toques.
—No muerdas, o te tiraré los dientes abajo —dijo él, su voz ruda. Agarrando
su cabeza, intentó forzarla a sus rodillas cuando su otra mano serpenteó en sus
pantalones. Sin tiempo, aterrada, Haven le arrebató la pistola de su cinturón.
Usando cada onza de fuerza que podía reunir, se balanceó y le golpeó a través
de la cara con la culata de la pistola. Nunzio tropezó, pasmado, y la dejó ir.
—¿Estás bien?
La cara de Dominic se retorció con la rabia cuando agarró la pistola del suelo.
Carmine supo que algo había ido terriblemente mal cuando llegó a casa
desde la escuela y entró en una casa llena de peleas. Maldiciones e insultos
volaban alrededor de múltiples idiomas, el enfado y la hostilidad que venían de
la cocina era palpable. Pasmado, Carmine paró en la puerta, viendo a su padre
cosiendo un corte en la cara de Nunzio.
—¿Dónde está?
—¿Qué dijiste?
Nunzio le miró.
—Lo sé, Príncipe, pero ¿no tuvimos una conversación ayer sobre que los
sentimientos no tienen lugar en los negocios? Él enfrentará las consecuencias
por la falta de respeto a tu padre, pero esta no es la mayor violación.
—Esa chica significa más de lo que comprendes, pero las cosas son negro o
blanco para la famiglia. Necesitas aprender cómo distinguir entre lo que son
personas y lo que son los negocios. Necesitas aprender a seguir el código de
conducta aquí… —Él le abofeteó en la parte de atrás de la cabeza—… y dejar
que esto continúe. —Le dio un puñetazo a Carmine en el pecho, sobre su
corazón—. En el momento que me maldijiste ayer, supe que ella te ha llegado
aquí… —Otro puñetazo en el pecho—… y vas a causar problemas si no
empiezas a usar esto.
—¡Deja de golpearme!
—Lo comprendo.
—Estás enamorado. Esas cosas ocurren, pero es una situación frágil que no
debería ser ostentosa. Confía en mí cuando digo que no hay tiempo para
ignorar la razón.
Haven miró al reloj, contando los minutos cuando pasaban. Tres. Cinco.
Ocho. Doce. Dieciséis. Veintidós.
Él la empujó a sus brazos, las lágrimas aun descendiendo por sus mejillas.
Ella no estaba segura de cuánto tiempo la sujetó antes de que la voz del Dr.
DeMarco sonara desde la puerta.
—¿Está bien?
La visión de Haven estaba borrosa, pero podía divisar su expresión severa. Él
parecía furioso. Ella esperaba que ese enfado no estuviera dirigido a ella.
Todo estuvo tranquilo durante un rato, y Haven cerró sus ojos. Comenzó a
preguntarse si estaban solos cuando la voz del Dr. DeMarco sonó una vez más.
—Lo siento —dijo él—. Debería haber estado aquí para protegerte.
—No es culpa tuya —replicó ella, su voz rasposa—. Soy la que debería
lamentar ser tan débil.
—No eres débil —dijo él—. Tienes todo el derecho a estar sacudida. Joder, yo
estoy sacudido. Nadie toca a mi chica a menos que ella quiera ser tocada. Eso es
algo que mi madre se aseguró que comprendiéramos… el cuerpo de una mujer
es un templo, y nunca deberías entrar en él sin una invitación.
Él paró y recorrió sus dedos a través de su pelo. Era difícil hablar de eso,
pero quería compartir esto con ella.
—No sé cómo detallarlo, pero mi madre fue violada cuando era joven. Pasó
un tiempo voluntaria como abogada después de eso. Mi padre aún dona dinero
al centro en Chicago dónde ella trabajaba.
—Esa es la razón por la que no quiero que te sientas como si tuviéramos que
hacer algo. Tu cuerpo es tu templo, y no entraré en él a menos que quieras que
lo haga. —En el momento que las palabras dejaron sus labios él rio para sí
mismo—. Eso suena muy jodidamente mal. No lo quería decir de esa manera.
Su curiosidad aumentó.
—Haven, nunca podría amar a nadie como tú, porque no hay nadie más
como tú. Eres única.
—Mi sole —susurró ella. Su sol. Ella le llamaba sol porque él brillaba
Ella rio, ahogándose en las tortuosas notas. Era una noche tan bonita que
quería caminar a casa, y Carmine confiaba en ella así que no discutió. Su madre
era infalible. Siempre creería en ella.
Sus gritos eran altos en la noche; pero nadie estaba alrededor para ayudar.
Carmine permaneció congelado, porque no podía irse sin ella. No quería irse
solo. Él era su sole, su sol… No podía soportar dejarla en la oscuridad.
—Si me amas, Carmine Marcello, correrás —dijo ella cuando las lágrimas se
derramaron de sus ojos. Él dudó, aterrado, pero en el último segundo huyó.
El grito petrificante que congelaba hasta el hueso corrió a través del callejón.
Los pasos de Carmine menguaron, y se giró alrededor. Estaban cazando a su
madre. Ella le necesitaba.
Los hombres estaban envueltos en negro, pero en el parpadeo de la farola,
vio el destello de una cara. Era un borrón, un mosaico de cicatrices y odio
cuando la alta explosión de la escopeta rebotó en su mente.
—Tenía ocho años, y era mi primer recital de piano. Era tarde cuando
terminó, y mi madre quería caminar a casa. No quería esperar a que un coche
nos recogiera. Tomamos un atajo por un callejón, y un coche se detuvo… un
coche negro con las ventanas tintadas.
Él aún podía verlo. Genérico, otro idéntico sedán negro, pero destacó hacia
él.
—Lo vi y pensé que mi padre lo había enviado para nosotros, porque no les
gustaba que estuviéramos fuera sin protección. Pero mi madre lo sabía. No sé
cómo, pero lo hacía. Me dijo que me fuera, que fuera directo a casa. No quería
hacerlo, pero dijo que si la amaba que corriera. Y condenadamente la amaba, así
que lo hice. Corrí.
Las lágrimas calientes quemaban sus mejillas. Él no las luchó —vendría tanto
si las quería como si no.
Ella asintió.
—Sobreviviste.
CAPÍTULO 18
18
—Deja que te haga sentir bien. Prometto di no danneggiarlo. Solo voy a tocar.
Ella se tensó con timidez al pensar en sus cicatrices. Podía ver cada marca y
mancha, los restos de las innumerables palizas que había soportado a manos de
las primeras personas que se suponía debían protegerla. Se sentía tan cruda y
abierta, ya que nunca antes había estado tan expuesta a alguien.
Ella esperó que él reaccionara, para que fuera repulsivo y se alejara, pero en
lugar de eso él trazó con su dedo índice su pecho, desde la inmersión de su
garganta hasta entre sus pechos. Trazó las pequeñas cicatrices con sus dedos,
Él presionó sus labios en los de ella otra vez mientras ella se tragaba un grito
y arqueaba la espalda. Sacudidas de electricidad corrieron por sus venas,
diminutas explosiones aparecieron encendiendo su interior. Sus piernas
temblaban, con su respiración errática mientras el más suave de los gemidos se
abrió paso en su garganta.
Empuñando las sábanas, ella cerró los ojos con fuerza, las sensaciones más
intensas de lo que imaginaba que un simple toque podía evocar. Todo su
cuerpo estaba en llamas, como lava corriendo bajo la superficie y acelerándose
través de su torrente sanguíneo, calentando su piel en un color rosa claro.
19
—¿Insomnio?
—Se podría decir que sí. —A Carmine le molestó que sacara eso, pero podía
ver preocupación genuina en la expresión de su padre. No quería insistir, sin
embargo, por lo que cambió rápidamente de tema.
Vincent suspiró.
—Yo tampoco hasta que Sal llamó —dijo—. Se suponía que no volaría de
nuevo hasta el próximo fin de semana, pero el problema con los rusos se está
intensificando.
—Gracias. Estaré de vuelta en la noche del domingo… con suerte. —Él vaciló
como si tuviera algo más que decir, pero finalmente sacudió la cabeza—. Que
tengas un buen fin de semana, hijo.
—Buenos días, bella ragazza. ¿Qué tal si nos vestimos y hacemos algo hoy?
—¿Cómo qué?
—Lo que quieras —dijo—. Podríamos ir al cine o al parque, tal vez conseguir
algo de cenar.
No tenía ni idea de lo que la gente hacía. Lo más cerca que había estado
alguna vez de una cita fue ir de paseo a por comida rápida de camino para dejar
a alguna chica después del sexo. Él no estaba seguro de que eso incluso se
pudiera contar, teniendo en cuenta que por lo general les hacía comprar sus
propios alimentos.
—¿En público?
Él se echó a reír.
—Te ves más que bien —dijo, sosteniendo su mano hacia ella.
—Meticuloso.
Él rodó los ojos y arrancó el coche, explorando las emisoras de radio mientras
Haven miraba por la ventanilla de su lado, con una pequeña sonrisa en sus
labios. Él sostuvo sus manos y conversó sobre nada en particular durante el
viaje. Ella nunca dejaba de sorprenderle con su conocimiento acerca de las cosas
que nunca había experimentado.
—Sí. No quiero que pienses que es porque no quiero ser visto contigo,
porque quiero. Es solo, que es Lisa, y ella…
—Entiendo.
—Voy a querer la pechuga de pollo rellena con una ensalada, por favor.
Carmine sonrió.
—No sabía que te gustaba de esa manera. Siempre cocino tu carne bien
hecha.
—Sí, dos cosas en la vida que prefiero sangrienta, mi carne y mis enemigos.
Ella negó.
Solo tomó unos minutos que su comida fuera servida. Carmine esperó que
no estuviera nerviosa ya que a menudo no estaba alrededor de la gente, pero lo
sorprendió otra vez. Se preguntó si alguna vez no lo haría.
—Bueno, hay una sobre una estrella de rock drogadicto, una de una familia
con un montón de niños, y una sobre unos niños que son aspirados en un juego.
—Ella lo miró confusa sobre la última, y él se echó a reír—. No preguntes.
También hay alguna película para chicas.
Ella tomó un par más y vio la película con atención mientras Carmine pasaba
la mayor parte del tiempo centrándose en ella. Compartieron la soda y
comieron los dulces como si para los dos fuera lo máximo, y lo era. Carmine se
los estaba dando, y Haven no tuvo reparos en tomarlos de él.
La tomó de la mano con los créditos finales, y los dos salieran del teatro antes
que todos los demás. Haven conversó entusiasmada durante todo el camino a
casa. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero él sonrió de todas formas,
su felicidad contenida.
Nueve hombres. Nueve armas. Casi noventa balas. Un camión de reparto
lleno de electrónica.
Volkov se detuvo.
Le pasó la mano por su mejilla, mirando hacia él con una sonrisa mientras
hablaba:
Ella lo reconoció. Aunque diferente en el tono, las notas más fuertes y fluidas
en el piano, era lo mismo que tocaba en su guitarra por la noche.
20
—¿Separarlas cómo?
—Entonces, eh… —Carmine levantó una camisa blanca con rayas de color
azul marino—. ¿Considerarías esto de color o blanco?
—Color —dijo, mirando los montones—. Esa camisa blanca con el diseño
verde es de color también.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Lees mis etiquetas? —Su voz fue seria, como si estuvieran discutiendo
algo escandaloso.
Ella sonrió.
—Por supuesto.
Todo lo que había hecho era clasificar la ropa, y había hecho un muy mal
trabajo en eso.
El suelo estuvo despejado después de poco tiempo, todo excepto por el borde
de un libro sobresaliendo de debajo de su cama. Se arrodilló, sorprendida por lo
desordenado que estaba ahí abajo. Sacó libros y revistas, así como algunas
películas. Algunas cajas de zapatos estaban almacenadas allí, pero no las tocó.
Puso el edredón hacia abajo y echó un vistazo al montón, jadeando cuando vio
a la mujer desnuda en la portada de uno de los estuches de DVD. Lo cubrió,
pero no fue lo suficientemente rápida —Carmine ya lo había visto.
—Sabía que ibas a encontrar el porno. —Se rio, agarrándolo—. ¿Quieres
verlo?
Había un brillo malicioso en sus ojos. Ella sacudió la cabeza con vehemencia,
y él arrojó el DVD en un cajón de su escritorio mientras ella recogía un paquete
de fotos. Carmine señaló hacia un cajón para mostrarle dónde iban.
Le guiñó un ojo juguetonamente mientras sacaba las fotos. Las pasó y sonrió
ante las caras conocidas, sorprendida de ver a Nicholas en algunas de ellas.
Todos se veían jóvenes y felices, pero en la mayoría de ellas algo estaba fuera de
lugar en Carmine. Sus ojos estaban apagados, le faltaba la chispa a la que estaba
Abrió el cajón donde le había dicho que iban y se congeló. Situada encima de
todo estaba un pequeño muñeco hecho de cuerda oscura, no más que de unos
pocos centímetros de altura. Tenía el pelo corto, hecho de lana, las ropas de
fieltro pegadas al cuerpo de lo que claramente era un niño pequeño. Se
preguntó por qué Carmine tendría semejante cosa, mientras agarraba el
pequeño muñeco, con cuidando de no dañarlo.
—No, mamá.
—No.
—¿Quién te la dio?
Su ángel. Haven había soñado con ella durante años, la mujer hermosa de
blanco que brillaba bajo el sol caliente del desierto. Se esforzó por evocar su
imagen de nuevo cuando una garganta se aclaró cerca, sacando a Haven de sus
pensamientos. Levantó la mirada, viendo a Carmine justo a su lado.
—Te harás sangrar si sigues haciendo esa mierda —dijo mientras volvía a
abrir el cajón—. Mi madre solía hacer estos muñecos para los niños que acudían
al centro donde trabajaba. La mayoría de ellos andaban mucho por allí, por lo
que no tenían mucho. Ella decía que las muñecas eran fáciles de conservar ya
que son pequeñas.
—¿Y ahora?
21
La presencia del Dr. DeMarco había sido escasa durante las últimas semanas.
La mayoría de las noches no llegaba a casa hasta después de que el sol había
salido y solo se tomaba el tiempo suficiente para ducharse y cambiarse de ropa.
Haven no preguntó nada, pero le pareció extraño que él la dejara por su cuenta
tanto tiempo.
Todavía cocinaba todas las noches, a pesar de que el Dr. DeMarco por lo
general no estaba cerca para eso, y comenzó a comer en la mesa con la familia.
Las noches que el Dr. DeMarco llegaba a casa nunca la reconocía. De vez en
cuando lo atrapaba dándole miradas incómodas, como si se estuviera
preparando para que sucediera algo que nunca pasaba.
Ella lo miró con recelo mientras él sonreía, había algo raro en su expresión.
Había un deje de preocupación, tal vez incluso un poco de molestias, pero fue
sobre todo la tristeza, lo que la sorprendió. Ella lo miró fijamente,
preguntándose qué le hizo de esa manera, pero no podía preguntar. No era su
lugar.
—No te ves…
Haven oyó pasos que se acercaban por las escaleras y fue a apartarse, pero
Dominic se aferró a ella. El Dr. DeMarco entró en la habitación, con el ceño
fruncido cuando los miró.
—No dejes que Tess te vea. Empezarás una guerra, y odiaría intervenir.
Dominic se rio.
—Está bien, pero vamos a decir que apostamos —dijo Dominic—. ¿En quién
pondrías el dinero?
—Bueno, Tess es buena en los golpes bajos, pero la chica tiene un don para la
supervivencia. Ella no está indefensa, tampoco, como Squint puede dar fe. Tess
está acostumbrada a tener ayuda, mientras que la chica está acostumbrada a
caminar por ahí penosamente sola. Uno a uno, tengo que decir que ella le
ganaría a Tess fácilmente. —Los Ojos de Haven se abrieron, sorprendida de que
dijera eso—. Pero no se lo digas a Tess. Podría tratar de demostrar que estoy
equivocado.
—Lo que sea —dijo Carmine—. Y ¿qué te pasa? ¿Quién ganaría en una
pelea? ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Una muy buena —dijo Dominic—. Pero ¿por qué estás enfadado? Escogió
a tu chica, no a la mía.
Más tarde esa noche estaban escuchando música, cuando Carmine dejó
escapar algo que atrapó a Haven con la guardia baja.
—No necesito nada —dijo—: pero habrá muchos días festivos más en el
futuro para que puedas echarme a perder.
Él se encogió de hombros.
—Ese tipo de ángel, sí, pero ella no tenía nada de eso —dijo—. Mamá dijo
que los ángeles velaban por mí y algún día yo sería uno, así que me los
imaginaba como personas. Mi ángel me habló de la vida. Ella me dijo que podía
ser libre como ella cuando creciera y tendría todo lo que quisiera. Supongo que
no quería aplastarme con la verdad.
—Tú puedes tener una familia grande, colibrí. Ella no te estaba mintiendo.
CAPÍTULO 22
22
Después de que su madre murió, sin embargo, eso cambió. Perdió el interés
en la mayoría de las cosas de la vida, pero especialmente en los días festivos. La
Navidad le recordaba a ella, y lo único que sentía después de que se había ido
era dolor.
La tía Celia.
—Te ves más como ella cada vez que te veo, chico.
Celia se apartó.
—Es un comienzo.
—¿Haven?
—Sí, señora.
Los ojos de Haven se ampliaron cuando Vincent se echó a reír, pero él negó
con la cabeza, nada interesado en compartir lo que encontraba divertido.
Compartió una mirada de complicidad con Celia, la comisura de sus labios aun
luchando por subir.
—De todos modos, tengo hambre y estoy agotada de viajar —dijo Celia—,
así que no esperéis que sea buena compañía esta noche.
Ella comenzó a salir de la habitación, pero Vincent se puso delante suyo. Una
mirada de miedo cruzó su cara mientras se quedaba sin aliento, y él levantó las
manos cuando ella retrocedió.
Fue como un choque de trenes. Por mucho que Carmine lo odiara, no podía
hacer nada más que mirar cómo se desarrollaba.
Una pequeña oleada de pánico recorrió a Carmine cuando su tía dejó escapar
una risa sorprendida. Ella podía leerlo fácilmente, y él no había considerado eso
de antemano.
Cortando a media nota, se dio la vuelta para ver a Haven. Su pelo salvaje
caía suelto, enmarcando un rostro agotado y solemne. Acarició la banqueta del
piano, invitándola a unirse a él, y ella se sentó.
—Realmente tocas muy bien. —Ella miró las teclas mientras él tocaba de
nuevo, retomando en la misma nota que había dejado—. ¿Es esa la única
canción que sabes?
—Sé un poco más. No tan bien como esa, pero puedo tocar un poco de las
demás.
—No.
—Feliz Navidad. —De espaldas a él. Él la miró a los ojos y se inclinó para
besarla justo cuando una garganta se aclaró dramáticamente detrás de ellos. Él
se retiró rápidamente. Malditamente cerca.
—Eso es porque ella nunca la ha oído antes. Pensó que mis cagadas fueron
intencionadas.
—Créeme, chico. Quería. Hablé con Corrado de ello, pero estaba fuera de mis
manos. Son sus negocios y…
—Sí, sí, sí —la cortó—. Mantén negocios y cosas personales aparte, el código
de conducta, y toda esa mierda. He oído todo esto antes.
—Veo que has estado hablando con Salvatore —dijo ella—. De todos modos,
si me disculpas, hay una chica escondida en algún lugar con la que debería
tener una charla.
23
Haven asintió. Celia se sentó en la cama, y Haven trató de detener sus manos
temblando cuando se sentó a su lado.
¿Una historia?
—No, señora.
—En los años setenta, cuando tenía alrededor de once años, una guerra
clandestina se explotó entre, eh, grupos. Casas de seguridad se establecieron en
todo el país para que los hombres consiguieran a sus familias fuera de la línea
de fuego. Este lugar era uno de ellos, que fue donde mi padre nos envió.
También sucede que es donde nos encontramos con mi marido, Corrado, y su
hermana, Katrina. Nuestros padres eran amigos. A Vincent y a mí nunca nos
gustó Katrina. Es una imbécil malvada que obtiene placer de las personas que
sufren. Estoy segura que lo sabes.
—Sí, señora.
—Solo quiero que sepas que no soy como la gente en Blackburn… mi marido
no es como ellos. Nosotros también tratamos con gente que no queremos. Es
algo que entiendes cuando te involucras con un hombre en esta vida. Hacen
cosas horribles, cosas que la mayoría de las mujeres se avergonzarían que sus
maridos hagan, pero sabemos que está arraigado en ellos, así como las cosas
están arraigadas en nosotros. He aceptado a Corrado por quién es, como estoy
segura que aceptas Carmine, mala actitud y todo.
Celia sonrió.
—Sí, lo es —dijo ella—. Aunque creo que lo que quieres decir con eso no es lo
mismo que yo quiero decir. Pero, de todos modos, creo que deberías empezar la
cena.
Haven saltó, habiendo olvidado la cena. Fue la razón por la que había ido
abajo tan temprano en primer lugar.
—Ábrelo.
Era difícil para ella encontrar un lugar para comenzar, ya que había utilizado
un montón de cinta, pero se las arregló para romper una esquina. Después de
que el papel estuviera fuera, se quedó mirando el grueso libro azul con
DICCIONARIO MERRIAN-WEBSTER’S DE TESAURO escrito en la portada.
—Gracias.
Le tendió la mano.
Resignada ya que era demasiado tarde para echarse atrás, Haven le entregó
el dibujo. Tragó unas cuantas veces, tratando de hacer retroceder sus nervios
mientras se sentaba a su lado. Además de su madre, nadie había visto nunca
cualquier cosa que ella hizo. El silencio de Carmine cuando miró fijamente el
dibujo la puso nerviosa.
—¿En serio?
Él se echó a reír.
—Sí, la verdad. Es la mejor cosa que alguien haya hecho por mí. Te dije lo
que quería para Navidad, y me lo has dado. Esto es hermoso. Eres hermosa,
colibri.
Hubo un carraspeo detrás de ella, y se volvió para ver que todos se habían
reunido. Docenas de regalos de todas las formas y tamaños acurrucados bajo el
falso árbol, decorados en papel brillante con grandes lazos. Haven se sentó en el
sofá, sus nervios quemaban mientras los miraba fijamente. Carmine vaciló, pero
El Dr. DeMarco repartió los regalos y Haven se quedó atónita cuando dejó
dos delante de ella. El nombre de Dominic estaba escrito en el de arriba, y echó
un vistazo al segundo para ver una desconocida escritura a mano.
A pesar de eso, todavía había otra parte de ella que se sentía culpable.
Mientras miraba alrededor en la habitación llena de papel de regalo y platos de
galletas, sentía que estaba traicionando a su madre. No habría ningún regalo
para ella. Ni dulces. Ni risas. Ni familia. Ni nieve. Ni amor.
Había estado tan absorta en sus pensamientos que no se había dado cuenta
que la sala se vació hasta que Carmine apretó su rodilla. Ella saltó, asustada, y
él la miró inquisitivamente.
—¿Qué pasa?
Tess y Dia aparecieron unos minutos más tarde, y todo el mundo se reunió
en la sala de estar, una vez más mientras Haven se quedaba junto a la puerta. El
Dr. DeMarco y su hermana se rieron juntos sobre algunos secretos susurrados,
Ella lo miró, sonriendo, antes de mirar por encima del hombro. Un par de
ojos oscuros se encontraron con los suyos, la penetrante mirada paralizante. El
Dr. DeMarco estaba observando, y no parecía estar muy contento.
Todo el mundo saltó a la vez cuando Dominic gritó esas palabras, y Haven
solo se sentó allí cuando salieron corriendo de la habitación. Celia se echó a reír.
—Sí, señora.
Dia se alejó para tomar fotos cuando Haven se agachó, pasando su mano a
través de un montón de nieve. Podía sentir el frío a través de sus guantes, el aire
frío contra su cara sonrojada. La miró ir acumulándose por sus dedos,
cautivada por la forma en que crujía cuando hizo un puño.
Ella asintió con la cabeza y caminó trabajosamente por la nieve detrás de él.
Alcanzaron la línea de árboles, y Carmine tomó su mano enguantada mientras
salían hacia el arroyo. Se detuvo a medio metro de él y miró hacia el torrente de
agua, una mirada de añoranza incrustada en sus rasgos. Ella lo miró fijamente,
y él debió sentir su mirada, porque sonrió después de un segundo.
—¿Ves algo?
Estaban de pie bajo los árboles, de la mano, cuando dos ardillas corrieron.
Haven observaba mientras se perseguían entre sí a través de la nieve antes de
escalar el árbol a su lado y saltaron sobre una rama. Ella se agachó, dándose
cuenta de lo que estaban haciendo, pero Carmine fue demasiado lento. Levantó
la vista a tiempo para ver a una de las ardillas golpear un montón de nieve y
enviarla volando hacia su rostro.
Había un brillo travieso en los ojos de Carmine cuando Haven volvió a reír.
Se volvió para correr cuando él se dirigió hacia ella, reconociendo la expresión
del fiasco con la lavadora, pero solo se alejó unos pasos antes de que su pie
quedara atrapado en algo. Ella cayó en la nieve de bruces, una oleada de frío se
filtró al instante en su cuerpo.
Él la ignoró.
Su voz era nostálgica. Haven cerró la distancia entre ellos y envolvió sus
brazos alrededor de su cuello.
—Estoy lejos de ser perfecto, Haven —dijo—. Tengo más defectos que partes
buenas.
24
Su hijo, tan parecido a Maura —Vincent le había fallado hace mucho tiempo.
—¿Moonlight Sonata?
—Interesante.
—Vincent, eres un tonto si crees que alguna vez has tenido una oportunidad.
Era una palabra que incluso Vincent no se atrevía a decir. Su hermana decía
que él era un buen hombre, un hombre decente con un corazón lleno de
compasión, y Maura habría dicho lo mismo. Ella nunca vio el mal dentro de él.
Ninguna de ellas lo hizo.
—Claro, quieres que le diga lo suficiente de la verdad para hacerle creer que
está bien que estén juntos, pero no les puedo confundir con fragmentos. Es todo
—Si ese día no hubiera sucedido, esa chica de afuera estaría muerta. Tú la
estás salvando, y ella lo está curando.
Él no tenía ni idea, mientras golpeaba sus manos contra el volante, que era
solo el comienzo de un día fastidioso.
—Lo sé, pero no les importa. Cuando mi padre dice ven, tengo que ir.
Ella sabía que cuando él tomó juramento había prometido estar allí en
cualquier momento que la famiglia lo llamara las veinticuatro horas del día, siete
días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año.
—¿Dónde?
Debería haber sabido que ella lo vería como una segunda oportunidad.
—¿Quién?
—Por supuesto.
—La primera vez que te conocí, tenías seis años de edad —dijo él—. Bueno,
le dijiste a mi esposa que tenías seis años, pero levantaste cuatro dedos.
—¿Su esposa?
—Vi a tu madre hace unas semanas por motivos de negocios y tomé esta
fotografía.
—De nada. Eso es todo lo que quería, así que puedes reunirte a las
festividades. —Ella se puso de pie y miró la imagen poco antes de sostenerla
hacia él. Él negó con la cabeza—. Consérvala. Es la razón por la que Celia te dio
a un marco.
—¿Qué es eso?
—Mi madre.
—Bueno, eso fue tremendamente agradable de él. —Se pasó una mano por el
pelo mojado mientras se sentaba a su lado. Alcanzó la foto, pero ella
automáticamente la agarró con más fuerza en respuesta—. Solo quiero verla,
colibrí. Te la devolveré.
Ella sonrió tímidamente, entregándosela.
—¿No era tan malo? Hay mucho más en la vida que solo no ser tan malo.
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Prego.
Carmine sacó una silla para Haven en el comedor y se sentó frente a ella.
Tess y Dia se quedaron para la cena, sentadas al lado con Haven, mientras que
Dominic y Celia se sentaban cerca de Carmine. Vincent tomó la silla en la
cabecera de la mesa e inclinó la cabeza, diciendo su oración habitual.
Ellos contaron historias sobre las vacaciones pasadas, y Haven escuchaba
atentamente, absorbiendo cada palabra. Sus ojos brillaron, una sonrisa en sus
labios. Fue un momento extraño, pero cuando Carmine miró alrededor de la
mesa, se sentía bien, como si se supusiera que debían estar allí. Que ella
pertenecía con él, con todos ellos, y algunas cosas del destino la habían llevado
allí.
No le importaba lo que ella dijo—: la felicidad era más que buena salud y
mala memoria. La felicidad era esto. Era ella, y él, y ese momento. Joder Albert
Schweitzer. Podía besar su culo. La felicidad era real.
—Necesitamos parar.
—¿Parar?
—¿Romeo?
—Sí, pero no nos estamos matando mutuamente, Haven, así que eso es lo
más parecido que hay. Además, Romeo es un idiota. Elige a alguien más.
Su ceño se frunció.
Él consideró eso hasta que se dio cuenta que estaba comparando su vida con
un dibujo animado.
—Elije otro.
—Me gusta eso —dijo él—. Además, hay una razón para que no conozcamos
cómo termina la historia.
—¿Por qué?
—Porque no es ese.
CAPÍTULO 25
25
—Adiós, Celia.
Celia alisó el cabello de Haven antes de alejarse. Haven se volvió hacia la
secadora, y Carmine entró después que se fueran.
—Bueno, tus amigos estarán allí. Probablemente solo seré una complicación.
La verdad era, que era la víspera de Año Nuevo, y no quería ver a Carmine
desde lejos toda la noche.
—No vuelvas a llamarte una complicación —dijo—. Y sí, quiero que vengas.
Él tiró de su cabello.
—¿De verdad crees que es fea, o lo dices porque estás enojado con ella?
—Iré esta noche. Es solo que no quiero avergonzar a mi novio delante de las
schifosas que van a la escuela con él.
—¿Llamado qué?
—Tu novio.
Ella vaciló.
Dia rio.
—Aquí, tienes una bebida. No tomes nada de ninguno de estos hijos de puta
por aquí.
—Por supuesto. No sabía lo que te gustaría, así que solo conseguí un poco de
cerveza de barril. Pensé que no te gustaría, pero a ninguno de nosotros lo hace y
lo bebemos de todos modos. —Levantó su copa y la golpeó con ella—.
Bienvenida al club.
—Hey, Dom.
—¿Qué pasa?
—Sí, he oído a Lisa abriendo su boca antes. —Nicholas se volvió hacia ella—.
Es bueno verte de nuevo, Haven.
—A ti también.
Él sonrió.
—Huele a zanahorias.
—De todos modos, solo quería decir hola —dijo Nicholas—. Ya nos veremos
más tarde.
Dominic asintió.
—Nicholas no debería haber dicho lo que dijo, pero solo quería hacer daño a
Carmine. Y antes de que vinieras, Pies Ligeros, la única manera de hacerle daño
era a través de mamá.
Dominic dio la vuelta para unirse a los demás, y charlaron mientras bebía el
resto de su cerveza. Un poco más tarde, oyó una risa cerca, tan cerca que hizo
que se le erizaba la piel. Carmine se inclinó, sus labios junto a su oído.
—Hey, colibrí.
El aliento de Carmine golpeó su cuello, el olor de la menta y el alcohol
intoxicando sus sentidos. Ella no podía concentrarse en lo que estaba pasando,
la electricidad desatada enviando corrientes a través suyo. Se sentía ligera,
zumbando, en la cima del mundo.
Dominic gimió.
Ella quería discrepar, pero solo pudo captar sus antebrazos mientras besaba
su cuello. La sensación de su boca contra su piel rasgaba todo pensamiento
coherente de su cabeza.
Carmine agarró su mano, uniendo sus dedos mientras sin palabras la llevó a
través de los coches aparcados. Él la besó, y ella abrió los labios, profundizando
el beso mientras la acompañaba hacia el Mazda. Rompiendo el beso
brevemente, él la agarró, y ella soltó un grito de sorpresa cuando él la dejó en el
capó. Se acomodó entre sus piernas, y ella entrelazó los dedos por el pelo
mientras sus labios se encontraron una vez más.
Su corazón se aceleró por la cercanía. Su cuerpo estaba parejo contra el de
ella, el calor que irradiaba él calentaba cada centímetro de ella. Se apartó un
poco para tomar un respiro, su frente tocándola con un ligero brillo de sudor.
Su nariz rozó la suya mientras ella lo miraba a los ojos, al radiante verde.
Mirándolos, podía ver la emoción en su interior, toques de todas esas cosas
florecían en ella. Para Carmine, ella no era una posesión. No era un título. No
era más que una chica.
—Te amo. —Las palabras cayeron de sus labios con facilidad, como si se
hubieran enrollado en su lengua cientos de veces. Pero no lo hacían. Ella nunca
lo había dicho antes, pero cuando las oyó en su propia voz, cada célula de su
—¿Sempre? —preguntó.
Esbozando una sonrisa, le pasó el dedo índice suavemente por los labios.
—No sabes lo mucho que me encanta oírte decir eso. —Él apartó el pelo a un
lado y pasó la lengua por su cuello, rodeando el lóbulo de su oreja—. ¿Puedo
quedarme contigo? —susurró, riendo y separándose de ella tan pronto como las
palabras salieron—. ¿Qué hay de malo en mí? Estoy citando a Casper.
Ella lo miró.
Él palideció.
—No quise decir eso. No estaba sugiriendo que te gustaría porque era
estúpido o porque eres estúpida. —Él gimió—. No es que seas estúpida, porque
no lo eres. Esto no salió bien. Sabes que no creo eso. Habría que ser estúpido
para no ver que eres inteligente. —Hizo una pausa—. Probablemente debería
callarme ahora.
—Gracias.
—Siempre haré lo que es mejor para ti, Haven —dijo—. He pensado mucho
en ello, ya sabes. Después de que cumpla los dieciocho y pueda acceder a mi
fondo fiduciario, podríamos desaparecer juntos y alejarnos de toda esta mierda.
Probablemente no podría tomar el Mazda, sin embargo, ya que tiene un chip
GPS en él.
—¿Saber qué?
Carmine golpeó los frenos tan pronto como las palabras se registraron, el
coche derrapó hasta detenerse con un fuerte chirrido. Haven apoyó las manos
contra el tablero, los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—¿Estás segura?
—Estoy segura. Metió una aguja en mi espalda. También raspó la mejilla con
una especie de hisopo de algodón. No sé por qué, pero lo hizo. Me dijo que yo
nunca podría escapar. Es imposible.
Sacó su teléfono, demasiado cansado como para hacer frente a los negocios, y
se sorprendió al ver que era Carmine. Vincent se sentó en el borde de la cama.
Carmine suspiró.
—Se llama insomnio, ¿recuerdas? Nunca duermo.
—No pasa nada —dijo—. ¿No puedo llamar a mi padre para desearle un
feliz año nuevo?
—Feliz año nuevo para ti, también. ¿Todos tuvisteis una buena noche?
Vincent suspiró.
26
Él había estado en Chicago durante toda la semana, así que era la última
persona que esperaba ver. Lo miró fijamente, preguntándose cuándo había
llegado a casa, pero lo más curioso era lo que estaba haciendo en el tercer piso.
Había una parte de ella —la parte que nunca olvidaba lo que él hizo— la que
gritó que algo no estaba bien. Ella buscó alguna emoción escondida y vio un
destello de irritación en sus ojos.
—Buenos días. —Su voz era fría y distante—. Coge tu abrigo y reúnete
conmigo abajo.
—Sí, señor.
Ella exhaló bruscamente una vez que él se había ido, sacudiendo la cabeza
mientras agarraba su abrigo. Metió las manos en los bolsillos mientras bajaba
las escaleras, con las palmas sudorosas. ¿Era este el final de su tiempo aquí?
¿Estaba cansado de ella? ¿Qué haría con ella? ¿La vendería? ¿Y si nunca veía a
Carmine de nuevo?
—Lo siento.
—Es de mala educación mirar fijamente, chica. Si tienes una pregunta, hazla.
De lo contrario, cuida tus modales. No estoy de humor para insolencias hoy.
Ella se quedó quieta, mirando a través del parabrisas a la señal con DR.
VINCENT DEMARCO escrito en azul.
Ella dejó escapar un suspiro de alivio cuando se abrieron las puertas, y siguió
al Dr. DeMarco por un largo pasillo. Observando sus pies, no se dio cuenta que
se había detenido hasta que se topó con él. Jadeando, dio unos pasos hacia atrás
y levantó las manos para protegerse a sí misma. El Dr. DeMarco se puso en
marcha, con la mano crispada a su lado. Él la apretó en un puño, luchando por
mantener su temperamento bajo control.
Tan pronto como ella entró en la habitación, sus pasos se alejaron por el
pasillo. Se quedó sola en el lugar, leyendo su placa de identificación en el
escritorio antes de examinar el resto de la oficina. Estaba ordenada, libros
alineados en un estante y carpetas prolijamente apiladas en su escritorio. No
había objetos personales, ni fotos familiares o tazas de café EL PAPÁ MÁS
GRANDE DEL MUNDO. Las paredes eran blancas y sencillas, todo de madera
excepto por las sillas de cuero negro.
Se veía como una casa —esterilizada.
Se sentó en una de las sillas y cruzó las manos sobre el regazo, picoteando
sus uñas. El Dr. DeMarco regresó finalmente y se sentó detrás de su escritorio,
poniéndose sus gafas. Ella arriesgó una mirada hacia él y vio que estaba
leyendo un archivo. Él sintió sus ojos de nuevo y suspiró dramáticamente.
—Pregunta.
La oficina del Dr. DeMarco estaba en silencio, excepto por el sonido del
cambio de página ocasional. Haven estaba inquieta mientras lentamente
pasaban los minutos. Después de un rato se oyó un golpe en la puerta, y el Dr.
DeMarco se levantó para contestar.
—Buenas tardes.
Una joven mujer de pelo rubio entró, sonriendo dulcemente al Dr. DeMarco.
—¡Feliz cumpleaños!
—Gracias —dijo él, sin sonar entusiasta cuando se giró hacia Haven—. Voy a
buscar algo de comer.
—Soy Jen —dijo la mujer una vez que él se había ido—. Es agradable conocer
a la chica quien corrigió a Carmine. ¿Cómo lo lograste, de todos modos?
Su ritmo cardíaco se disparó cuando Jen sacó una aguja.
—No lo sé…
Haven hizo lo que le dijo, haciendo una mueca cuando la aguja penetró su
piel.
—Es difícil de creer que la peor atención médica que Carmine causa a
¿Control de natalidad? Ella subió sus pantalones otra vez cuando la puerta se
abrió y El Dr. DeMarco entró. Puso dos recipientes de comida en su escritorio,
empujando uno hacia Haven cuando retomó su asiento. Haven abrió su
contenedor y pinchó la comida.
—Yo no lo hice.
—Solo ven a mi oficina —dijo el Dr. DeMarco—. No estoy de humor para tus
payasadas hoy.
—Es mi cumpleaños.
—Eso es porque no hay nada que celebrar. Puede ser el día que me dieron la
vida, pero es también el día en que la vida me fue arrebatada. Puedo ser capaz
de saltar al coche y conducir a la tienda, pero eso no significa nada. Cualquier
cosa que me dicen que haga, la tengo que hacer o enfrentar la muerte. ¿Eras
consciente de ese aspecto de mi vida?
Haven estaba demasiado aturdida para hablar. Esperó a que dijera algo más,
pero en vez de eso cogió la pluma. Pensó que la conversación había terminado y
cogió el libro para pasar el tiempo cuando la voz del Dr. DeMarco se oyó,
—¿Quién?
—Sí.
—No es por eso que estaba infeliz. No me importa si él lo sabe o no. Lo que
me importa, lo que me preocupa, es que esté tan interesado. La única razón que
se me ocurre en cuanto a por qué Carmine me enfrentaría es si está
contemplando hacer algo que se vería afectado por tu chip. Y el único escenario
que tiene sentido es que mi hijo te lleve a fugarse.
—El problema es que has estado alrededor de algunos de los hombres más
peligrosos del país. Debido a eso, estás insensibilizada a situaciones
moderadamente perjudiciales. Amo a mi hijo, pero él es volátil. Yo era de la
—Este eres tú. No importa a donde vayas, todo lo que tengo que hacer es
abrir este programa, introducir el código, y me da tu ubicación. Correr solo
conseguirá a alguien herido, y no puedo dejar que eso suceda. Intentaría
explicárselo a Carmine, pero querría respuestas que no puedo darle, respuestas
que es mejor que nunca escuche. Así que en su lugar, te lo estoy diciendo a ti. Si
vas a fugarte con mi hijo, e localizaré y te mataré. No quiero, pero no puedo
sacrificarlo. Y si sois lo suficientemente estúpidos como para intentar
desaparecer, Carmine acabará herido al final.
Ella lo miró fijamente, asustada. Lo último que quería era que Carmine
sufriera.
—Sé que es mucho para asimilar —dijo el Dr. DeMarco—. Estoy caminando
en una línea fina tratando de distanciar a mi hijo de este estilo de vida. Cuando
prometí mi vida a la organización, juré que siempre serían lo primero. Poco
sospechaba, años más tarde, que ellos esperaban que entregara a mi hijo. Sal ve
a Carmine como el Príncipe, un príncipe de la mafia, y si descubre que hablé
contra ellos, él me vera como un traidor. ¿Sabes cuál es el castigo por la traición
en mi mundo? ¿Qué le pasa a la gente cuando olvidan su lugar?
—Muerte.
—Así que ya ves en el aprieto en que estoy. Estás ayudando a mi hijo de una
manera que yo he fallado, pero necesitas darte cuenta de que estoy tratando de
ayudarle, también. Lo estoy salvando de algo que no se da cuenta que necesita
ser salvado. Simplemente no he encontrado una manera de salir de esto sin que
alguien sea lastimado, una forma en que alguien no tenga que ser sacrificado.
Tomó su pluma de nuevo y buscó entre los papeles, tema cerrado. Haven lo
miró durante un momento antes de recoger el libro del suelo.
—¿Cuántas veces tenemos que pasar por esto, Carmine Marcello, antes de
que dejes de entrar a las habitaciones sin permiso?
Carmine se tensó.
—¿Perdón?
—Hijo…
—Porque no es tuyo.
—Me imaginé que prefieres usar el de otra persona —dijo el Dr. DeMarco—,
pero si prefieres su inicio con el Mazda, por todo lo que significa recupera tus
llaves.
—No el tipo de modelo que necesitas. Haz lo que digo, no lo que hago. Eres
demasiado bueno para seguir mis pasos.
Había una sutil tristeza en la expresión del Dr. DeMarco que golpeó a Haven
¿Cómo era eso posible? Ella no podía cerrar su mente en torno a eso.
—Me lo estás diciendo —dijo él—. Así que, ¿por qué estamos en el hospital?
¿Implantando mierda? ¿Realizando más pruebas? O déjame adivinar, ¿es un
secreto?
La expresión del Dr. DeMarco parpadeó con la misma irritación que Haven
había visto anteriormente en el día.
—Me asustó como el infierno cuando te vi sentada aquí. Pensé que iba a
tener que darle un golpe bajo, agarrarte, y correr.
Sus palabras trajeron todo lo que el Dr. DeMarco había dicho. La semana
pasada, Carmine le dijo que había puesto la seguridad de ella por encima de sus
deseos, y ahora ella tenía que hacer lo mismo. No quería que él saliera
lastimado, y si eso significaba dar al Dr. DeMarco su lealtad, lo haría por
Carmine.
—¿Ahora?
—Yo te guiaré. ¿Ves la cosa negra con el botón rojo gigante? Presiónalo.
Antes de que pudiera decirle lo que debía presionar, ella apretó el botón rojo.
Las luces parpadearon mientras el claxon sonaba. Él apretó el botón para
detenerlo mientras ella sonreía tímidamente. Esto iba a ser un desastre si no
podían conseguir abrir las puertas sin un error.
—Sí.
—Presiona ese hijo de puta. —Ella presionó, su cara se iluminó cuando el
coche se abrió. Él sonrió ante su expresión de orgullo—. Bien. Ahora entra en el
coche, pero no toques nada.
—Es cierto, todo lo que digo. Y digo que pongas la llave. —Ella la introdujo
en el encendido. Esperó a que la girara pero no lo hizo—. ¿Vas a arrancar el
coche o qué?
—No me lo dijiste.
—Lo siento.
—Está bien —dijo él—. Debería habértelo dicho, pero pensé que lo sabrías.
—Puedo contar el número de veces que he estado en un coche con una mano.
No sé nada de ellos.
—No pensé en eso —dijo él—. Mira, acelerador para avanzar, freno para
detenerse. La R es reverse para ir hacia atrás, la D es drive para ir hacia adelante,
y la P es park… para malditamente estacionar. Los espejos laterales, espejo
retrovisor, ves en ellos para ver lo que hay alrededor. ¿Entendido?
—Creo que sí —dijo ella—. ¿Qué pasa con todas las señales?
—Muy bien, entonces, nena. Pon esta hojalata en reverse y da marcha atrás.
Ella suspiró.
—¡Te pasaste una maldita luz roja, Haven! ¡Rojo significa parar!
—¡Oh, mierda!
Él soltó el volante.
Él estaba mal sobre ello, pero no sabía cómo enseñar algo que le venía
naturalmente. Agarró su cinturón de seguridad y se lo puso, agitando su mano
y silenciosamente diciéndole a dónde ir.
Haven volvió al carril y no había conducido más de cien pies cuando llegó a
una señal amarilla. Le recordó que no le había dicho lo que significaba, pero era
demasiado tarde. Ella voló a través de ella sin disminuir la velocidad.
Los neumáticos chirriaron y Haven gritó mientras pisaba a fondo los frenos
en pánico, lo peor que podía hacer si se acercaba un coche. Él le dijo que
acelerara de nuevo, y ella agarró el volante con fuerza mientras sus ojos se
llenaron de lágrimas.
—¿Empezar de nuevo?
—Lo sé.
—Entonces no quiero que nadie más me enseñe a conducir. Quiero que seas
tú.
—Tu memoria a corto plazo debe estar jodida si te olvidaste sobre el desastre
del trabajo de enseñanza que acabo de hacer.
27
—¿Por qué?
—Genial, porque me muero de hambre. —El cogió un vaso del armario. Ella
lo tomó de él, y él la miró antes de encogerse de hombros. Ella agarró un frasco
de cerezas y una botella de coca-cola, haciéndole un trago. Él tomó un sorbo—.
Eres enteramente demasiado buena para mí.
—Quiero hacer todo contigo —dijo—. Incluso mierda que estaríamos mejor
no haciendo juntos.
—¿Cómo conducir?
Él se echó a reír.
—Sí, así que vamos a emborracharnos y olvidemos que casi me mataste hoy
intentándolo.
Haven llevó su taza a sus labios y bebió un sorbo de la bebida con sabor a
fruta dulce. El sabor del alcohol permanecía en el fondo, no era tan malo como
para entorpecer el sabor.
—Mario es un rito de paso. No eres nadie hasta que lo has conquistado. —Su
tono era serio, sin embargo, juvenil e inocente. La hizo sonreír—. Aquí, termina
esta parte.
—No bebes lo suficiente para eso —dijo ella—. No eres un borracho perverso
como el Maestro Michael.
—No, pero me preocupo por ti. No quiero que hagas daño a las personas. No
quiero que seas un asesino.
—Me preguntaba lo que había en esas —dijo—. Me preocupó que fuera solo
más porno.
Él se echó a reír.
Ella se sentó en su cama con su bebida mientras él sacaba una caja pequeña,
buscando a través de ella brevemente antes de sacar un marco negro. Ella lo
tomó de él con cuidado, su mirada descansando sobre la foto de una mujer con
el pelo color rojo brillante y los ojos del mismo color que Carmine.
Haven no podía respirar. Era el rostro que había visto repetidamente en sus
sueños, el ángel de blanco que brillaba a la luz del sol. La emoción la atravesó,
su voz un susurro roto.
—Ella es un ángel.
Los sueños se filtraron en el dormir de Haven esa noche. Era una noche
oscura sin nubes, el resplandor de la luna iluminando la escena en su mente.
Ella estaba de vuelta en Blackburn otra vez, una niña de rostro fresco con el
pelo ondulado, tratando de escabullirse para ver fuera de los establos.
—¿Qué es el Cielo?
Su madre suspiró.
—El cielo es el mejor lugar que puedas imaginar. Las personas ya no son
lastimadas cuando se van al cielo. Hay paz allí. Es hermoso. Todo el mundo es
hermoso.
—¿Conseguiré ir al Cielo?
Ella asintió con la cabeza.
28
Estirándose, hizo estallar dos Tylenol para sofocar la resaca antes de caminar
fuera de la habitación. Tan pronto como llegó a la segunda planta, sus pasos
vacilaron cuando Haven salió al pasillo con su padre. Sus ojos se encontraron al
mismo tiempo que Vincent se fijó en él.
—Dos días seguidos caminando por ahí con apenas nada de ropa.
Se miró a sí mismo.
—Bueno, me alegro por lo menos que eso descendiera en los últimos años.
—Puedes retirarte, hija. Estoy seguro de que tienes cosas que atender.
—Vístete.
—Yo no he dicho que estés indecente, pero tengo un día libre, así que pensé
que podríamos ir disparar como en los viejos tiempos.
Él lo miró boquiabierto.
Vincent suspiró.
—Nunca.
—Genial para escuchar, ¿pero que es esa mierda que dicen? ¿La ausencia
hace crecer el cariño? Me voy, significa que te va a encantar más cuando
regrese.
Carmine había sido un buen tirador desde que era niño, pero el objetivo de
Vincent era impecable, la mano firme como un tirador profesional. Su bala
rasgó directamente a través del centro de la diana sin esfuerzo.
Vincent recargó su M1 Garand después de expulsar todas las rondas y se lo
tendió a Carmine.
—No eres tan malo —reconoció Vincent—. Nicholas puede dar fe de ello.
—¿Es eso de lo que quieres hablar? —dijo Carmine, sabiendo que tendría que
intentarlo primero—. ¿Nicholas?
—No —dijo Vincent—. A menos que sea la razón por la que has estado de
buen humor últimamente.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? Dije que puedo soportarlo. Dime que
—No.
—Bueno, a la mierda. Creía que podías ser la clase de persona que lastima a
una chica inocente. Es bueno saber que estaba equivocado sobre esa mierda.
Carmine vaciló.
—Está bien.
Carmine se burló.
—Quiero que escuches atentamente, Carmine. Lo que los dos tenéis ahora es
inofensivo, pero no quiero oír hablar de eso. Puedes cuidar a la muchacha, pero
ella no es tuya. Probablemente vas a odiarme por decir esto, pero estoy al
control. La primera vez que ignores lo que diga, pondré un alto a todo esto.
Él miró a su padre.
—Suficientemente justo.
—¿Su compra? ¿Crees que mi madre estaría de acuerdo con eso? ¡Eres un
enfermo!
—¿Quién eres tú para hablarme de esa manera? ¡Mira cómo tratas a todo el
mundo!
—¿Y de quién mierda es la culpa, ¿eh? —Carmine empujó su silla hacia atrás
mientras se levantaba—. ¿De quién es la culpa que esté jodido? ¿De quién es la
culpa que tuviera que verla morir?
Vincent le fulminó con la mirada.
—No es mía.
Carmine abrió la boca para hablar, pero su padre continuó antes de que
pudiera.
Vincent salió, cerrando la puerta con tanta fuerza que las ventanas vibraron.
—Me quedé sin cosas que hacer —dijo—. Todo está limpio.
Suspiró.
—Fue confuso, pero no diría que fue malo —dijo—. Cualquier día que
incluya la cama contigo, tesoro, no puede ser malo.
—Te extrañé.
Él se echó a reír.
—Soy un chico, por lo que tienes que decir, mancato. Ya sabes, con una o y no
una a.
Mucho de esto ocurrió sin darse cuenta. Antes de que hubiera llegado a la
casa de DeMarco, estaba constantemente centrada en tareas para no meterse en
problemas, pero ahora pensaba en sí misma más.
Él asintió.
—Sí, señor.
—Interesante.
—No, solo era curiosidad —dijo—. Tengo curiosidad sobre muchas cosas, en
realidad.
—¿Cómo?
—Al igual que, ¿cómo supiste usar el limpiador especial en mis ventanas?
Su ceño se frunció.
29
Tras lo que pareció una hora, aunque solo unos pocos minutos habían
pasado, un coche se detuvo en la parte delantera. Él abrió la puerta con tanta
fuerza que se sorprendió de no arrancarla de las bisagras.
—Llegas tarde.
Su ceño se frunció.
—No es culpa mía que acostumbraras solo poner a Lisa a 'gemir' alrededor.
—Genial, será agradable verla —dijo—. También, tengo una pregunta para ti.
—¿Qué?
—No lo sé.
Él se encogió de hombros.
—Me tomé el día libre —dijo ella—. Haven y yo vamos a prepararla para su
cita.
¿Cita? La palabra cogió a Haven con la guardia baja. Nicholas se veía igual
de sorprendido.
—¿DeMarco?
—Buon San Valentino —dijo él, tendiéndole la flor—. Feliz Día de San
Valentín.
—¿Como un museo?
—Sí, igual.
La emoción brilló en sus ojos, y supo entonces que había tomado la decisión
correcta. Tomó su mano para conducirla dentro. El lugar estaba en penumbra,
solo un brillo sutil de luz en todo el edificio, brillando por encima de las
exposiciones dispersas.
—Vamos, tesoro.
—No. —Él no había esperado que preguntara eso—. No tienes que pagar
para ver el arte.
—Sí.
—¿Por qué?
—Razones educativas, supongo. Los artistas son un poco como los músicos y
trabajan más por placer que por dinero.
Él se echó a reír.
—A la mierda si lo sé.
—¿Cómo es eso?
—Bueno, la chica… Está atrapada en una vida donde todo es insulso y sin
esperanza, pero luego esa cosa hermosa viene y trae color a su mundo. Color
que nunca esperaba ver.
Él la miró fijamente, atónito, antes de volverse al dibujo. Él no tenía ni idea
de cómo había llegado a algo tan profundo de un dibujo a lápiz.
—Sabes, tal vez veamos tu trabajo en un lugar como este algún día.
—No me extraña que me llevaras a una galería gratuita. Esto debe haber
costado una fortuna.
Él se echó a reír mientras tomaba una cesta de comida del coche y extendió
una manta sobre la hierba.
—¿Esto es alcohol?
—Me temo que no, tesoro. Zumo de uva espumoso. Estaremos sobrios esta
noche.
—Dia te dijo que se supone que das chocolate a tu novio el día de San
Valentín.
Él se atragantó.
—¡Peligrando!
Observaron la puesta de sol en silencio. Era una de las cosas que amaba de
ella —nunca se sentía como que tenía que llenar el silencio. Miró hacia el cielo
cuando algo hizo un plaf húmedo en el centro de su frente. Cerrando los ojos
instintivamente, él extendió la mano y rezó para que no hubiera sido cagado
por un pájaro. Sintió otra caída después de un segundo y gimió al mismo
tiempo que Haven reía.
—Está lloviendo.
—¿En serio?
—Sí. Es una canción real —dijo—. Quiero decir, como una que escuchas en la
radio o lo que sea.
Él miró a Haven hacia el final de la canción, sus dedos inmóviles cuando vio
las lágrimas corriendo por sus mejillas. Alargándose, apartó algunas de ellas.
—¿Podemos entrar?
La condujo a la cabaña por primera vez, y ella hizo una pausa justo dentro de
la puerta, observando las docenas de rosas apenas visibles en el resplandor de
la habitación. Él se movió a su alrededor y encendió algo de música, pasando a
través de canciones, cuando Haven se rozó contra él. Ella se quitó la chaqueta y
la puso sobre una silla antes de agarrar una rosa. Llevándola a su nariz, inhaló
su dulce aroma mientras se sentaba en la cama, su labio inferior sujeto entre los
dientes.
Su voz se quebró.
—Perfecta.
—Perfecto, ciertamente.
Él ahuecó su mejilla y la besó mientras ella pasaba las manos por su pelo. Ella
gimió cuando la empujó sobre su espalda y se inclinó sobre ella con las manos a
ambos lados de la cama. Él se retiró de su boca para tomar aire y empujó su
cabeza a un lado para besar su cuello.
—Haven…
Nunca se sintieron de esa manera, pero era difícil ignorar las etiquetas. Había
recordatorios en todas partes de las personas que supuestamente eran, los que
no querían ser, pero era diferente aquí. Aquí, estaban lejos de todo lo que
amenaza con separarlos. Aquí no había complicaciones, ninguna necesidad de
esconder o fingir.
—No lo haré —dijo ella, con voz temblorosa mientras levantaba sus brazos,
dejándole que retirar el vestido por la cabeza. Se encontraba en un estado de
estupor mientras la miraba, el contraste entre su piel llena de cicatrices y la ropa
interior oscura llamativa. La chica luchadora fuerte de repente parecía frágil, y
él nunca podría vivir consigo mismo si de alguna manera la quebraba.
—Podemos detenernos.
Sus nervios estallaron cuando llegó entre ellos para agarrarse a sí mismo.
Ella se aferró a él, las uñas crispadas hincándose en su espalda, con el cuerpo
rígido cuando empujó dentro de ella. Un gemido escapó de su garganta cuando
él calmó sus movimientos para darle tiempo para adaptarse.
—¿El poema o la penetración? —preguntó él, sin pensar antes de decir las
palabras—. Mierda, no debería haber dicho eso.
—Me refería al poema, pero la otra parte también es buena hasta el momento
—dijo ella con timidez—. Y deberías haber dicho eso, porque eso es lo que eres.
—Sí, bueno, estoy intentando ser tierno —dijo él—. Te mereces ser cortejada.
—Solo tú —susurró ella, como si pudiera leer su mente—. Siempre solo serás
tú, Carmine.
Solo dos chicos, juntos y enamorados. Todavía no había nada que necesitara
ser dicho.
CAPÍTULO 30
30
La vida no solo había cambiado para Haven —cambió para todos ellos. El Dr.
DeMarco pasaba cada fin de semana en Chicago, mientras que Dominic se
preparaba para la universidad, ya que se graduaría en pocos meses e iría por
todo el país con Tess. Incluso Dia se graduaba, pero ella se quedaba cerca, en
Charlotte.
—Yo no tengo que entrar ahí. El Dr. DeMarco dijo que algunas puertas
permanecen bloqueadas por una razón.
—Está cerrado por una razón, al igual que yo tengo el código por una razón.
—¿Parece que estoy bromeando? No hay nada más que hacer, y tengo ganas
de desahogarme. Además, ¿sabes lo sexy que vas a estar disparando a algo?
No estaba segura.
—No creo que tu padre quiera que toque un arma después de que tocara la
suya.
—Guau.
Carmine cubrió la mano con su camisa mientras buscaba a través de una caja
detrás de ella. Trató de dar los suministros a Haven, pero no estaba prestando
atención cuando quedó boquiabierta ante las armas.
—¿Qué puedo decir? Mi padre ama sus armas. —Carmine abrió un armario
y sacó una caja de balas—. Pero ya lo sabías.
—Sí.
—No tienes que tener miedo de las armas, sin embargo —dijo—. Son los
idiotas con sus dedos en los gatillos de los que te tienes que preocupar.
Mientras te mantengas alejada de ellos, no hay problema.
Una vez que lo consiguió, le entregó las orejeras y gafas de seguridad. Dando
un paso lejos, él la observó apuntar, le temblaban las manos mientras apretaba
el gatillo. Él se estremeció cuando ella se desprendió de su primera ronda, el
retroceso y el cartucho expulsado sorprendiéndola. Gritó y casi dejó caer el
arma mientras él se quedaba mirando el objetivo —que no había estado cerca.
Puso sus brazos alrededor de ella otra vez, sosteniendo la pistola con las
manos en la parte superior. Dispararon el resto de las rondas de esa manera y
ella se relajó. Después de recargar, le entregó la pistola y le dio un poco de
espacio. El primer disparo pasó fácilmente por el objetivo, más cerca en ese
momento, pero sus manos todavía temblaban.
Terminó de recargar dos veces, ni una sola bala alcanzó el objetivo previsto.
Se acercó, sin embargo, sus ojos brillantes de emoción cada vez que apretaba el
gatillo. Trató de imaginar cómo se sentiría empuñando algo tan poderoso,
imaginando la adrenalina corriendo por sus venas.
—¡Lo siento!
El camino a casa fue mucho más difícil de lo que Carmine recordó del paseo
al claro. En el momento que la casa apareció a la vista, el sol se había puesto y
estaba completamente agotado. Los dos se dirigieron a las escaleras, pero no
habían llegado a la segunda planta, cuando alguien llamó a la puerta. Haven
continuó hacia arriba mientras Carmine desactivaba la alarma, y encontraba a
—¿Qué pasa?
—Mierda, tengo que darle algo —dijo Max, metiendo la mano en el bolsillo
para sacar un sobre.
—Gracias, hombre. Le dije que lo tendría para él, y, bueno, no quiero llegar
tarde con tu padre.
Carmine tomó el sobre y dijo adiós a Max antes de cerrar la puerta. Entró en
la oficina debajo de las escaleras de nuevo y tomó el gran cuadro de la pared,
dejando al descubierto la caja fuerte de abajo. Sacó sus llaves y golpeó la
pequeña cerradura dorada, marcando el código cuando se giró. La caja fuerte se
abrió, y una carpeta se deslizó tan pronto como la abrió, derramando papeles en
el suelo. Se agachó a recogerlos, la palabra Antonelli llamó la atención de
Carmine en uno de los papeles. Se congeló, una frialdad extendiéndose a través
de él cuando leyó pruebas genéticas en la parte superior.
Ruidos fuertes los despertaron más tarde esa noche, portazos en el piso de
abajo. La cama se movió cuando Haven se sentó, con los ojos abiertos.
—No tengo ni puta idea —dijo Carmine, mirando el reloj. Las tres de la
mañana. Salió de la cama cuando oyó pasos pesados en la biblioteca,
dirigiéndose hacia ellos. El temor lo golpeó cuando la puerta se abrió, Vincent
apareció en la entrada.
—Pensé que eras más inteligente que eso. ¿Creías honestamente que hoy fue
una buena idea? ¡No puedes ser tan denso! Y sé que estás tramando algo, hijo.
Te conozco, por Dios, pero ahora te digo… sea lo que sea no va a funcionar.
—No vas a hacer una maldita cosa con ella —dijo Carmine—. Vas a dejarla
en paz.
—¡Voy a hacer lo que quiera con ella! ¿No has estado escuchando? ¡Vas a
conseguir que te maten! Puede que no te importe tu vida, pero no voy a dejar
que la tires a la basura. Haré lo que tenga que hacer para asegurarme que eso
no suceda, incluso si esto significa hacer daños colaterales.
Carmine apretó sus manos en puños, esas palabras le conducían al borde del
abismo.
—¡No puedo! —Vincent dio un paso hacia él—. No eres más que un niño,
Carmine.
—Puedo tener diecisiete años, pero no soy un niño. ¡No he sido un niño
desde que me dispararon por tu culpa!
—No sabes lo que estás diciendo. ¡No sabes la devastación que esa chica ha
infligido a mi vida! ¡Basta con mirarnos! ¡Mira lo que está causando!
—¡Ella no es la causa, lo eres tú! ¡Tú eres el que nos trajo a esta vida! Tú
pagaste dinero por ella, por una niña de mierda, y ¿quieres echarle la culpa por
—¡Traté de ayudarla! He hecho todo lo que pude por esa chica, y nada es
suficiente. ¡Nada es suficiente nunca! ¡Es imposible! ¡Inútil! ¡No sabes cuánto he
sufrido debido a la pequeña perra!
Carmine no lo dudó.
Él gimió.
—Eres una inútil —le había gritado, escupiendo las palabras en ella—. ¡No
puedes hacer nada bien, chica! ¡Eres lo peor que he hecho!
—Esta familia fue destrozada cuando murió mi madre, así que a menos que
quieras tomar el crédito por eso, puede dejar esa mierda.
Haven estaba en la cama con Carmine más tarde, rozando sus dedos a lo
largo de sus nudillos hinchados cuando la culpa corrió desenfrenada a través de
ella. No importaba lo que él dijo, creía que lo había causado.
—¿Disculpa?
—Vete a la mierda.
Haven llevó la comida a la mesa una vez que se había hecho y planeaba ir a
su habitación, pero Carmine la detuvo, sacando una silla y haciendo un gesto
para que se sentara. La tensión aumentó por la cena. Nadie quería estar ahí,
ninguno con ganas de tratar con ello, pero no podía evitarse más. Las ruedas se
habían puesto en marcha.
—Tienes razón, pero vamos a tener nuestra propia versión —dijo Dominic—.
Nadie se va de la mesa hasta que tengamos algunas respuestas.
Se quedó inmóvil, sin tener ni idea de qué hacer hasta que el Dr. DeMarco
señaló a su silla.
—Toma asiento.
—¿Por qué crees que tengo un problema con ella? —preguntó el Dr.
DeMarco.
—Eso está mejor. —Dominic se volvió hacia su padre—. ¿Tal vez porque
malditamente la amenazaste?
—Yo dije, ¿qué? —El Dr. DeMarco enarcó las cejas—. Mantente fuera de esto.
—Así que, si no la odias, ¿qué pasa con ella y Carmine estando juntos?
—¿No puedes ver lo injusto que es eso? ¿Podemos estar juntos 'Por el
momento'? ¿Qué diablos significa eso?
—Significa que hasta que resuelva las cosas, no puedo dar ninguna garantía
en el futuro.
—No, no lo es. Él esperará que ella sea entregada, y no estaría a salvo con él.
—¿Crees que no lo sé? Vas irás detrás, y no puedo hacer que ambos seáis
eliminados. Estoy intentando encontrar una salida donde se mantengas alejado
de esto, pero lo estás haciendo difícil.
—Eres un estúpido si crees que tan solo seguiría adelante con mi vida si algo
le pasa a ella.
Carmine gruñó.
—¡Tu madre tiene todo que ver con eso! ¡Ella la amaba!
Carmine palideció ante eso, sus ojos lanzándose hacia Haven antes de ir de
vuelta a su padre. Su boca se abrió de golpe, las palabras intentando obligarse a
salir, pero no había nada más que silencio.
—Tu madre era demasiado ingenua —continuó el Dr. DeMarco, con voz
sombría—. Ella insistía que había una salida donde nadie resultase herido, pero
se equivocaba. Alguien saldría lastimado. Solo espero que no seáis ninguno de
los dos.
—¿Quién lo hizo?
—Ya sabes qué. ¿Quién la mató? Estamos aclarando la situación aquí. Quiero
saber quién le disparó.
—No lo sé.
—¿Ayudar a quién?
—Sí, lo hace —dijo—. Quiero saber quién era tan importante para arriesgar
todo por ellos. ¡Quiero saber por quién tiraría su vida!
—Nos estamos alejando con nuestras vidas intactas. No siempre somos tan
afortunados en verdaderas cenas formales.
—No es culpa suya —dijo Vincent—. No era más que una niña.
—¿Crees que no sé esa mierda? Por supuesto que no es culpa suya. Eso no
quiere decir que no la culpes de todos modos.
Vincent suspiró.
—Hace unos años, Sal me dijo que Frankie entró en pánico porque tu madre
hacía preguntas, dijo que era porque el hijo de Antonelli era el padre de la niña.
No quería que el sucio secreto de su familia saliera. Es matar o morir en nuestro
mundo, hijo.
Carmine podía sentir el vodka ardiendo por sus venas. Se pasó la mano por
el pelo, encogiéndose de dolor. Su padre frunció el ceño.
—Todos tenemos que morir en algún momento, papá —dijo—. Puede ser
que también lo haga por algo que me encanta.
Llevó la botella a los labios para tomar otro trago, y cuando el líquido fluyó,
se le ocurrió lo que había dicho. Eso era exactamente lo que había hecho su
madre.
CAPÍTULO 31
31
15 ADN mitocondrial (Genética) de ADN que se encuentra en las mitocondrias, la cual contiene
algunos genes estructurales y se hereda en general, sólo a través de la línea femenina. Abreviatura:
ADNmt.
—Lo sé, pero estoy un poco confundido.
—¿Pero los hombres pueden ser rastreados a través de él? Me refiero, por
—Con las personas relacionadas con tu madre. Sea cual sea su ADNmt, viene
directamente del lado materno.
—Sí. —Él vaciló—. En realidad, no. ¿Sabe usted algo acerca de los GPS?
—Gracias.
Era una de esas cálidas noches de primavera que Maura siempre había
disfrutado, en las que podían abrir todas las ventanas y dejar que la brisa
soplara. Solía quejarse de lo caliente que dejaba que la casa se pusiera. Había
estado temperamental entonces, y muchas veces deseaba poder volver atrás y
borrar sus palabras mordaces.
Ella se movió a un lado para dejarlo pasar. Él sin decir palabra se dirigió a la
sala y se sentó en su sofá de cuero negro. Ella se unió a él, sosteniendo un vaso
de vino tinto. Él lo tomó, llevando el cristal a la nariz e inhalando, tomando el
aroma. A Maura siempre le gustó el vino tinto.
—Así que, ¿cuánto tiempo estás en la ciudad esta vez? —preguntó ella,
tomando un sorbo de su bebida, mientras él solamente lo sujetaba. Él ya no
bebía, no por mucho tiempo.
Ella no era ingenua al estilo de vida. Había nacido en ella, una Principessa
della Mafia. Sabía que él no podía hablar de lo que hacía, por lo que la
conversación entre ambos se mantuvo a un mínimo —no engañosas y,
ciertamente, sin conceptos erróneos.
—Por supuesto.
Apagó el coche y salió, caminando por el césped, más allá de las tumbas de
algunos de los que habían vivido su vida y muerto. Los Capones estaban
enterrados en esta sección, docenas de otros mafiosos se dispersaban por todo el
cementerio. Estaría allí algún día también, enterrado en la parcela al lado de su
esposa.
Maura DeMarco
—Mi dulce Maura —dijo—. Sé que han pasado meses, pero no me sentía
como si me mereciera visitarte. Cuan decepcionada debes estar.
—La niña está bien, supongo. Todos lo estamos por ahora. Estoy tratando de
encontrar la manera de mantenernos así. Está creciendo y entrando por su
cuenta. Me recuerda a ti, y eso es más difícil de lo que te puedas imaginar.
Se secó los ojos con el dorso de su mano, apartando las lágrimas mientras se
sentaba en silencio, saboreando el silencio. Al ver su nombre, algo tangible para
recordarle que había sido real, calmaba sus nervios crispados, y por el
momento, casi se sentía en paz.
Se alejó, dirigiéndose al otro lado del cementerio hacia su ciche. Las lágrimas
se detuvieron, con el corazón entumeciéndose en el viaje de regreso a Chicago.
Para cuando cruzó los límites de la ciudad, sintió frío otra vez.
CAPÍTULO 32
32
Carmine gimió.
—¿Pi?
—No, Pi es una parte del alfabeto griego y es también una, uh, cosa de
matemáticas.
Ella se sonrojó.
—Oh, sí, claro. —Él agarró las llaves de su escritorio. Esperaba que se pusiera
de pie para que pudieran salir, pero en lugar de eso las tendió hacia ella.
—Tú sabes conducir —dijo, haciéndolas sonar—. No tengo tiempo para jugar
al taxista, tesoro. Tengo un montón de tareas y recados que hacer.
Su ceño se frunció.
—Iré con Dom —dijo—. Recuerdas cómo llegar a casa de Dia, ¿verdad? Es
todo derecho. Te dejé allí cuando fuiste a por tu vestido.
Él suspiró exasperado.
—El mío se conduce como el suyo. Y si te lo pone más fácil, pretende que
estoy en el asiento del pasajero. Solo maldice un par de veces. Se sentirá como si
estuviera allí.
Las últimas semanas habían sido un tiempo confuso para Haven. Había
altibajos, los cambios a veces tan abruptos que era imposible prepararse para
ello. La anticipación y la emoción estaban siempre allí, gestándose debajo de la
superficie, pero también lo estaban el miedo —miedo a lo desconocido, miedo a
las zambullidas.
No siempre era malo. Carmine perdía un poco los estribos, pero también
había momentos, como ese en su dormitorio, cuando hacía algo poco
característico del chico que había llegado a conocer. Era protector con su coche,
y sin embargo le había entregado las llaves sin un segundo pensamiento a pesar
de que no tenía licencia.
La familia Harper vivía en una casa de un piso en el centro de la ciudad,
modesta pero lo suficientemente grande para ellos cuatro. Dia y Tess
compartían un dormitorio, los armarios cercanos a menudo motivo de sus
disputas fraternales. Haven vio la prueba de ello tan pronto como llegó, un
pedazo de cinta adhesiva en la alfombra corriendo por el centro de la
habitación, cortándola por la mitad. La izquierda estaba limpia y decorada con
tonos rosa y posters de estrellas de cine, mientras que la mitad derecha estaba
desordenada, cientos de fotografías cubriendo pared.
—Toma asiento —dijo Dia, haciendo un gesto hacia una silla frente a un
escritorio. Haven se sentó en el borde de la misma y miró a su alrededor hecha
un lío, luchando contra el impulso de limpiarla—. Así que, ¿estás emocionada?
—Yo tampoco —dijo Dia—. La única razón por la que voy a éste es porque
tengo que cubrirlo para el anuario. De lo contrario, me quedaría en casa.
—¿Por qué?
—Bueno, Carmine dijo que él no tiene el equipo adecuado para ti. —Haven
se puso rojo brillante cuando entendió lo que había querido decir—. Oh, se
refería a que…
—No me avergüenzo.
Dia rio.
Tess agarró una plancha y empujó a su hermana fuera del camino mientras la
enchufaba. Encogiéndose de hombros, Dia se dejó caer en la cama mientras Tess
deshacía su descuidada trenza. Una vez que la plancha estuvo caliente,
enderezó el cabello de Haven, alisando las olas que nunca antes habían sido tan
dóciles. Tess separó la mitad superior, asegurándolo con un clip, antes de
desenchufar la plancha y volver a su lado de la habitación.
—¿No tienes que ir formal? —preguntó Haven a Dia mientras ella dejaba
caer un par de zapatos dorados delante suyo.
—Estoy formal.
Haven se puso los zapatos mientras recorría la ropa de Dia. Llevaba una
falda negra y una camiseta azul vibrante con rayas de arco iris.
—¿Lo estás?
—Queso de nacho. —Él sonrió—. Así es, de nacho, ¿verdad? ¿No de queso,
eso no es lo tuyo?
—Eso es cursi.
Ella se sonrojó.
—Ni tú tampoco.
Él suspiró dramáticamente.
—Sí, bueno, puedo no ser un chico guapo como Carmine, pero aun así tengo
mi parte justa de damas. Hablando de tu novio…
—No empieces.
—Hey, solo iba a decir que estoy sorprendido de que te deje salir en público
sola.
Él se echó a reír.
—Yo sueno como todo el mundo por aquí, pero nunca he oído un acento
como el tuyo. ¿De dónde eres?
—California.
—¿Qué parte?
Ella vaciló.
—El desierto.
Él asintió.
—No me extraña que nunca lo hubiera oído. Eres la primera nativa de
California que he conocido. Naciste allí, ¿verdad?
—Pareces una buena chica —dijo—. No hay nada de malo en que seamos
amigos.
Ella había dejado salir las palabras, sin comprender lo que estaba diciendo
hasta que ya habían escapado de sus labios y persistían en el aire entre ellos.
—Debería irme.
Ella sonrió.
Después de pagar las sodas, Haven condujo de vuelta a casa de los DeMarcos
solo para encontrar un nuevo coche deportivo brillante estacionado delante. Al
abrir la puerta principal, estaba a punto de gritar que había llegado cuando
Carmine entró como una explosión en la cocina.
—Estás impresionante.
Sus ojos se posaron en su boca, y él la besó dulcemente. Ella abrió los labios,
dándole la bienvenida para profundizarlo, pero en cambio él se apartó. Eso era
algo común las últimas semanas, una consecuencia de su reciente
temperamento.
Se volvió de espaldas a ella para llenar un vaso con hielo mientras ella se
dirigía a la sala de estar, sentándose en el sofá y cruzando las manos sobre el
regazo en espera. Carmine se paseó por allí después de un minuto y dejó el
vaso sobre la mesa, un recipiente de plástico en la otra mano. Sacó una flor azul
y dorada fuera de él y la deslizó en su muñeca.
—Es un ramillete.
Carmine suspiró.
—¿James Bond?
—No importa —dijo, haciendo un gesto para que entrara. Ella quería creerle,
pero su expresión frustrada contaba una historia diferente.
Él se rio secamente.
—Este cuesta seis veces más que mi Mazda. No hay manera de que mi padre
gaste más de un cuarto de millón de dólares en un coche. Uno que pasaría
mucho tiempo en casa. —Hizo una pausa—. O tal vez sí. No sé cuánto pagó por
ti.
—Podía ver a tu novia sentada a tu lado. ¿No tiene ningún respeto por sí
misma?
Tess lo fulminó con la mirada, su respuesta no era lo que ella quería oír.
—¿Qué he hecho?
Se puso de pie, y Dia se puso para mostrarle dónde estaba. Ella dejó escapar
un suspiro de alivio una vez estuvo sola y se quedó allí hasta que se
calmó. Hubo un golpecito en la puerta, y esperaba ver a Dia aun esperando,
pero en cambio se encontró cara a cara con Carmine.
Ella lo miró con sorpresa. Era la cosa más bonita que había dicho desde hacía
tiempo… posiblemente alguna vez.
—A mí también me gustan.
Él la miró con la primera sonrisa genuina que había visto en sus labios en
toda la noche.
—Es precioso —dijo, sus palabras apenas audibles por encima de los graves
golpes de la canción.
Él se rio de su entusiasmo.
—¿Quieres bailar?
—No es cierto —dijo él, tirándola delante suyo con las manos en sus
caderas—. Bailamos en Halloween.
—Nadie está mirando ahora. —Él estaba mintiendo. Los ojos de todo el
gimnasio estaban enfocados en ellos—. Además, la única forma de aprender a
Carmine movió sus caderas hasta que ella fue capaz de mantener el ritmo
por su cuenta. Vio a los curiosos observarlos, pero el calor de Carmine la hizo
sentir segura. Bailaron un par de canciones antes de que él la llevara hacia una
mesa, tomando dos vasos de plástico y vertiendo ponche en ellos.
—Me gustaría que te fueras también —dijo Lisa—. Que salgas de la ciudad y
dejes a Carmine en paz.
—Dije disculpa. —Haven dio otro paso hacia adelante. Lisa no se movió, por
lo que Haven tropezó con ella y se agarró a la puerta. La abrió y salió justo
Antes de que Lisa pudiera atacarla, unos brazos tiraron de Haven y Nicholas
absorbió la fuerza del puñetazo en su pecho.
—¿Por qué estás hablando? —preguntó Lisa, dando un paso hacia ella—.
Nadie te lo pidió.
Ella la tomó con cuidado mientras él sonreía, pero algo estaba fuera de lugar
en su expresión, algo que disparó la ansiedad de Haven.
—¿Hay algo mal?
Su ceño se frunció.
—No soy idiota, Haven —dijo, su voz baja—. No tengo ninguna intención de
morir a corto plazo, eso es seguro. Sé cómo mantener la boca cerrada, pero no
puedo aguantarlo más. Me dijiste que eras de California, cuando no hace
mucho tiempo Carmine me dijo que eras de Chicago. Y no es como si solo
Se sentía mareada.
—Quiero decir que no eres ninguna amiga de la familia. Creo que no tenías
otra opción si viniste aquí.
—Tenía opción —dijo ella, recordando las palabras del Dr. DeMarco ese
primer día—. Siempre tenemos opciones.
—Estoy seguro que lo son, pero eso no hace que las cosas estén bien, y me
pone enfermo que Carmine tome ventaja de ti.
Sus uñas se clavaron en sus palmas mientras trataba de evitar reaccionar.
—Carmine me ama.
—Yo lo amo.
Ella abrió la boca para decirle que a Carmine le importaba, pero antes de que
pudiera, la voz hirviente de Carmine sonó detrás de ellos.
—¡Déjala en paz!
—Lisa le acorraló, así que hice lo que cualquier hombre haría —dijo
Nicholas—. En realidad, la mayoría habría mirado a las chicas ponerse a ello,
pero no quería que Lisa lograra que patearan su culo fuera del baile de
graduación. Estoy esperando un poco de acción esta noche.
Carmine la miró.
Él la tomó de sus manos y maldijo entre dientes, tirándola lejos justo cuando
la voz de Nicholas dijo:
—Toc, toc.
—¿Quién es?
Nicholas sonrió.
La música era suave y la gente bailaba en parejas cuando Carmine puso las
manos en las caderas de Haven, atrayéndola más cerca.
—Nicholas —se burló Carmine en voz baja, sus ojos lanzándose a través del
espacio a donde Haven sabía que él seguía en pie—. Él siempre se involucra en
la mierda.
—Estoy agradecida por ello —dijo Haven—. Lisa le dio un puñetazo a él en
vez de mí.
—Bueno.
Haven rodó los ojos mientras Carmine se humedecía los labios, besándola
lentamente mientras se balanceaban con la música.
El amor se hinchó dentro de ella. Este era su Carmine, el que no tenía miedo
de bajar la guardia y dejarla entrar. En medio de una habitación llena de gente,
no existía nadie más que ellos. Él era todo lo que veía, todo de lo que ella estaba
al tanto, su cara, su olor, su calor, su amor.
—¿Podemos…?
Ella no sabía qué estaba diciendo, qué quería decir, por qué estaba aún
tratando de hablar. No podía pensar con claridad. Cada célula de su cuerpo lo
anhelaba, salvajemente regocijándose en la sensación de sus manos sobre ella
otra vez, sin embargo, las palabras siguieron derramándose por su cuenta.
—Tal vez deberíamos simplemente, ya sabes…
—Te necesito.
Eso era todo lo que tenía que escuchar. Su declaración borró cada palabra
vacilante que estaba en la punta de su lengua y las reemplazó con muchas
diferentes.
—Nunca, ¿eh?
—Hice esa mierda a propósito, tesoro —dijo en broma, riéndose entre dientes
mientras subía sobre ella.
—No tienes que pedir disculpas —dijo. Él le pedía que lo perdonara por algo
que ella había estado haciendo, también. Él le había dado todo, la había llevado
a su fiesta de graduación, y ella había llegado a ponerse un vestido bonito y
bailar con un chico devastadoramente guapo. Era su sueño, un sueño que
nunca había creído posible.
—¿Eh?
—¿Cómo?
—No lo sé. Me dijo que quería ser mi amigo porque pensaba que podría
necesitar uno.
—¿Él quiere que seáis amigos? Sí, claro. Ese hijo de puta quiere lo que yo
tengo. ¡Él quiere quitármelo todo! ¿No te das cuenta?
El mes pasado había sido uno de los más complicados en la vida de Carmine,
su amor e ira en desacuerdo uno con otro. Una batalla épica se libraba dentro
de él, las diferentes partes luchando por el control de su mente y corazón. Todo
lo empujaba sobre el borde, y lo que Haven le había dicho no estaba
ayudándolo a mantener la calma.
—Sí, bueno, ya no me reconozco a mí mismo, así que supongo que soy capaz
de cualquier cosa en este momento.
Él asintió.
—No creo eso ni por un segundo —dijo Vincent—. Me tomó años luchar a
brazo partido contra ello.
—Nos encontramos con Nicholas, y él dijo algo. Dijo que sabía la verdad
sobre Haven.
Carmine observó cómo la expresión de su padre cambiaba, una máscara en
blanco tapando su rostro. Cada segundo de silencio ralló en sus nervios. ¿Por
qué estaba allí sentado?
—¿Cómo él?
—Sí. Él.
—Ni siquiera vayas por ese camino, Carmine Marcello —dijo—. No te lo diré
otra vez.
Carmine asintió, pero no había manera de que pudiera dejar de pensar en
ello.
—Solo hay una cierta cantidad de personas a las que puedes asustar, sin
embargo.
—Vete.
—No importa dónde he estado. Todo lo que importa es dónde estoy ahora.
—Él la escaneó. Llevaba un par de sus pantalones de franela, enrollados hasta
me le quedaran bien, y su camisa de fútbol, lo mismo que había llevado ese
primer día en la cocina—. Sabes, te ves bien con mi ropa, pero, ¿qué tal si te la
quitamos de vuelta?
Trazó su palabra llena de cicatrices con un dedo. Libre. Eso era todo lo que le
importaba.
33
Él miró en la dirección en que las palabras habían salido y se encontró con los
penetrantes ojos de Corrado, tan oscuros que Vincent no podía diferenciar entre
la pupila y el iris. Eran los mismos ojos a los que docenas de personas habían
mirado durante sus últimos momentos en la tierra, ojos que podrían romper el
más duro de los hombres. Eran los ojos de un asesino, un hombre que podría
estirar la mano dentro de su abrigo, sacar su pistola calibre .22 Ruger Mark II, y
poner una bala en Vincent antes de que supiera lo que estaba pasando. Más
importante aún, eran los ojos de un hombre que no dudaría en hacerlo si era
necesario.
Pero su orgullo se vio ensombrecido por otro evento, uno que lo había
obligado a romper su silencio. En solo dos cortos días, Carmine cumpliría
dieciocho años. Su hijo menor estaría emancipado a los ojos de la ley y fuerzas
externas amenazaban con quitarle la vida. El Don quería al Príncipe, una
marioneta a la que pudiera moldear en un brutal, soldado calculador. Sal no
estaba por encima de la manipulación, y Vincent tenía miedo de lo que haría
para poner sus manos sobre Carmine.
—Por supuesto.
—Siempre sospeché que había más en esa chica —dijo Corrado—. Nunca
tuvo sentido que Frankie se pusiera hostil con tu esposa porque ella estaba
interesada en su nieta. Claro, él trataba a la niña horriblemente, pero no valía la
pena ir a las medidas extremas para encubrirlo. Pero esto… esto es la pena la
muerte.
—Es difícil de creer que sea uno de los nuestros. Es surrealista de descubrir,
después de todos estos años, la pequeña esclava es la nieta de Joseph y de
Federica. Su bebé sobrevivió y terminó al cuidado de Antonelli. ¿Cuáles son las
probabilidades de que estuvieran relacionados con…?
Entonces muchas personas se habían perdido en el caos de los años 70, una
gran cantidad de cuerpos nunca se recuperaron. Comenzó con un hombre
haciendo un espectáculo del estilo de vida y llegó a ser un enfrentamiento que
se extendió por todo el país. Se convirtió en venganza y derramamiento de
sangre, los hombres yendo en contra de todo lo que las organizaciones
defendían en nombre de la venganza. Las mismas familias que habían jurado
proteger a las mujeres y los niños, estaban tan cegados por el odio que se
ensañaron con los inocentes.
Su tono era tan grave que Vincent no podía estar seguro de si estaba
bromeando o no. Por lo general no podía con Corrado y no se atrevió a reírse de
cualquier manera.
—Sí.
—Lo sé. Y no estoy preocupado por mí. Simplemente no quiero que los niños
sean derribados por esto.
Corrado lo interrumpió.
—No, estoy seguro de que no tuvieras la intención, pero pensaría que tú, de
todas las personas, lo entendería. Perdiste a tu esposa por esto, ¡y ahora me
estás poniendo en la misma situación! Para alguien que ha sufrido tanto,
seguramente no dudaste en ponerme una trampa para soportar lo mismo. Nada
me gustaría más que rechazar tu solicitud en este momento, pero no puedo.
Tengo que ayudarte, a pesar de que va en contra de todo lo que yo mismo he
jurado, porque es la única manera de proteger a Celia. —Él se le quedó mirando
fijamente—. Esta chica mejor que valga la pena.
Vincent suspiró.
Cerrando los ojos, aún podía sentir el soplo de aire caliente en su cara
mientras corría por la carretera desolada. Le temblaban las manos, su cuerpo
desesperado por el descanso, pero no había forma de que pudiera haber
parado. Había ido demasiado lejos para rendirse.
Mientras más cerca Vincent estaba del rancho aislado, más frenético se
volvía. A pocos kilómetros de la desviación a la propiedad, los faros de un
coche brillaron en su dirección. Vincent bajó la velocidad, viendo como el coche
familiar pasaba como una bala. La furia lo consumía.
Vincent suspiró.
—Sí.
34
Él le devolvió el saludo.
—Carmine.
Sí, eso no era todo. Haven agarró el brazo de Carmine que estaba a su
alrededor, sus uñas clavándose en su piel.
—Pero…
—No hay peros. Deja de pensar en ti misma de esa manera. Son solo detalles
técnicos. —Ella esbozó una sonrisa mientras utilizaba la palabra—. Son títulos
que otras personas nos dan. Ellos no nos hacen quienes somos. Si eres una
esclava, yo no soy nada más que un Príncipe. ¿Eso es todo lo que soy? ¿Un
príncipe de la mafia?
Después de asegurarse que Haven estaba bien, subió las escaleras y entró en
la oficina en el segundo que la alcanzó. Vaciló en la puerta, dándose cuenta que
su tío estaba de pie a un lado.
—Sí, bueno, tu madre es una perra. —Las palabras salieron volando antes
que Carmine incluso las registrara—. Mierda, quiero decir, algunas personas se
crían en establos, por lo que no tienen buenos modales en sí mismos, ¿sabes?
—Creo que ese es el punto que estaba tratando de hacer antes de que
—¿Perdón?
—No creo…
—Continúa entonces.
Vincent asintió.
—Hay algo que no tiene sentido para mí. ¿Por qué Frankie arriesgaría su
vida manteniendo a la chica? ¿Por qué no vender a Haven? Él no se preocupaba
por ella.
Corrado rio.
—Nunca me avergüenzas.
Ella resopló.
Haven miraba con los ojos muy abiertos. Por ridículo que todo era para él,
era importante para ella. Nunca había llegado a experimentar la escuela
secundaria.
Carmine acercó a Haven a él, besando su pelo cuando ella apoyó la cabeza en
su hombro.
Él sonrió.
—Odio el encogimiento.
—Creo que mamá estaría feliz de verla —dijo Dominic—. Para ver lo mucho
que ha cambiado. Supongo que eso es lo que quería, y tú hiciste esto por ella.
—El infierno no lo hiciste. ¿Piensas que esto es lo que papá hace? Él la trajo
aquí, pero tú hiciste la diferencia. Mamá siempre decía que harías grandes cosas
en la vida, y lo veo ahora, porque no importa lo que harás mañana, Carmine, lo
—¿Alguna vez piensas tal vez que eso es lo que necesitaba? A veces no
tenemos que hacer realmente nada. Solo tenemos que ser nosotros mismos.
—¿Sabes lo que es un poco raro? Bueno, no es gracioso, sino irónico, ¿tal vez?
Ella ha estado aquí nueve meses ya, y se tarda nueve meses en crear vida. Es
como si ella hubiera renacido.
—O metafórico.
35
Era esperanza.
—Buenos días.
—Buenos días, Sr. Moretti —dijo ella, volviéndose para mirarlo. Iba vestido
con un traje negro, con la chaqueta abierta y las manos en los bolsillos—.
¿Puedo ofrecerle algo?
—Sí, señor.
—Sí, señor.
Corrado rio.
Haven miraba por la ventana de la cocina cuando la mujer salió del asiento
de pasajero del Porsche alquilado y se alisó el vestido negro ajustado. Se paseó
Cuánto más se acercaba Teresa, mejor podía distinguir Haven sus rasgos. La
mujer se veía como si estuviera hecha de plástico, con el rostro inexpresivo y
recubierto en maquillaje pesado. Su cuerpo era desproporcionado, cada parte
escondida y ajustada.
—A usted también, señor —dijo ella, evitando su mirada. Haven entregó una
copa de algún licor naranja a su esposa—. Aquí tiene, señora.
Se dio la vuelta y casi chocó con Celia, quien cogió el vaso de su mano.
—No todos los días mi ahijado cumple dieciocho años. Esto es algo
importante.
—Eso es noble de tu parte, Vincent, pero no estoy seguro de que sea sabio —
dijo Salvatore—. Ella debe saber muy poco. ¿Cómo podemos estar seguros que
algo de lo que ha visto u oído no será compartido con nadie?
—No puedes hacer eso cuando no eres parte de esto. Además, no estoy
seguro de que sea el curso correcto de acción.
Estaban en un callejón sin salida cuando otra voz intervino, tranquila, pero
contundente.
—Yo lo haré.
Hacia la mitad de ésta, le dijo a Carmine que iría al piso de arriba, deseando
tener un momento a solas. Se dirigió a su dormitorio y se metió en la cama fría.
Tirando de la manta sobre ella, se acurrucó contra una almohada y se quedó
dormida. Se despertó más tarde, cuando la cama se movió, y parpadeó un par
—Hola.
—Eso está bien —dijo, aunque Scarface sonaba como una película de terror
para ella. Le recordaba a los monstruos, y un parpadeo de ella destelló en su
mente. Cerró los ojos con fuerza para alejar la imagen de la piel destrozada—.
Lo siento, no pude conseguirte nada para tu cumpleaños.
18Scarface: es una película norteamericana dirigida por Brian de Palma, donde el argumento
principal trata de la mafia. Es una película dramática con actores estelares como Al Pacino,
entre otros.
—Sí.
Él suspiró.
—Yo no diría que es fácil. La parte más difícil está por delante de nosotros.
Pero serás capaz de hacer cualquier cosa ahora: ir a la escuela, casarte conmigo,
hacer una casa llena de niños, si eso es lo que quieres. Podrías abandonar mi
culo, también, si quieres hacer eso.
—Es bueno escuchar eso, colibrí. Solo estoy diciendo que podrías.
—Significa que garantizan tu lealtad. Los esclavos no son los únicos que
pagan por los errores de otros, Haven. Corrado simplemente juró que si
cometías uno, él pagaría por ello con su vida.
Ella palideció.
36
Sonrió cuando vio a Haven en la biblioteca, sus dedos rozando los lomos de
una fila de libros.
—Tú no eres el único que sabe cómo ser sigiloso, Ninja. —Volvió a colocar el
libro en el estante—. Mmm, bueno, tal vez deberíamos conseguirte una
campana.
—Oye, al menos yo no te provoqué casi un infarto. Solías sobresaltarme
como la mierda. Un par de veces estuve seguro que tendrías que hacerme
RCP19.
—No estés tan seguro. Haces que mi corazón se acelere cada vez que te
acercas a mí.
Su sonrisa decayó.
—¿Me lo prometes?
—Bien.
—Estaba buscando algo para leer. Siento como si tuviera que aprender algo.
19 Reanimación Cardio-Pulmonar.
—Salí de la escuela por el verano, ¿y decides que es hora de aprender? Eso es
un poco como retroceder.
—¿Ahora?
20
El GED o General Educational Development Test (Examen de Desarrollo de Educación
General), es una certificación para el estudiante que haya aprendido los requisitos necesarios
del nivel de escuela preparatoria. Es tomado por personas quienes no consiguieron un diploma
de preparatoria, entre otros.
—Oh. Supongo que no sería demasiado difícil. Necesitará algunos
documentos y una licencia de conducir como prueba de identidad, pero puedo
tirar de algunos hilos y conseguirle esas cosas. Todo lo que tienes que hacer es
asegurarte de que esté lista para la prueba.
—No te hagas ilusiones —dijo Vincent—. Has llegado hasta aquí; puedes
terminar la escuela secundaria. A ella no se le dio la oportunidad, pero no hay
razón por la que no pueda aplicarse en un DEG si quiere uno.
—¿DEG?
—Lo que sea, podría significar Desorden Endocrino Maldito, por lo que me
importa —dijo Carmine—. Significa lo mismo.
—¿Diploma?
—Sí —dijo Carmine—. Es solo un pedazo de papel, pero significa que sabes
lo suficiente como para terminar la escuela secundaria. Puedes entrar en
algunos colegios con él.
Él recogió un tenedor.
—Lo es ahora.
—Guau, no puedo creer que estés comiendo sin mí. Eso es una falta.
—No.
—Deberías.
—Tú te lo pierdes, pero te digo, que este es el mejor pastel que he comido.
Ella es una gran cocinera.
Se tensó cuando se dio cuenta de lo que había dicho y notó que su padre
tuvo la misma reacción. Vincent abrió su agua y tomó un trago mientras
Carmine trataba de pensar en algo que decir para cambiar la conversación a
otro tema. Antes de que pudiera hacerlo, Dominic se rio.
—Debe serlo. Sabes muy bien que tiene al italiano vigoroso de Carmine en su
interior todo el tiempo.
Vincent tosió cuando se atragantó con su bebida. Celia resopló, tratando de
contener su diversión, pero Dominic no se molestó en contenerse a sí mismo. La
risa se calmó cuando Vincent recuperó su aliento, mirándolo con
desaprobación. Carmine esperó a que dijera algo, pero simplemente se fue.
Después de que se hubo ido, irrumpieron en otra ronda de risas. Haven miró
a Carmine con confusión.
37
Ella se aventuraba fuera con Carmine cada día, paseando a través del patio
descalza. Se subía a los árboles y perseguía bichos, recogía flores y corría a
través de los rociadores, y todo mientras Carmine la urgía a seguir. Su apoyo se
convirtió en algo invalorable para ella, y Haven no podía imaginar pasar un
solo día sin él.
Carmine se encorvó.
—No voy.
Dominic rio.
Pero esta mañana, cuando Haven abrió sus ojos, no había sonrisa en los
labios de Carmine. Nada de la excitación estaba presente ya. Todo lo que ella
vio fue su propia ansiedad reflejada de vuelta hacia ella.
—Tienes que ir —dijo ella al mismo tiempo que él pronunciaba las palabras
que había estado repitiendo toda la mañana—: No voy.
Él pretendió estar interesado en la televisión, pero ella podía ver sus ojos
yendo a la deriva hacia el reloj. El tiempo se acababa. Supuestamente debía
estar en la Universidad del Norte de Carolina a las cinco para registrarse y ya
pasaba una hora.
—La meterás en más problemas de los que puede encontrar por sí misma —
dijo Carmine—. Quizás ese es el por qué no voy.
Dominic rio.
—No dejes que ese cafone te haga hacer algo que no quieres hacer.
Él recorrió sus dedos a través de su mejilla, y la besó una última vez antes de
ponerse de pie.
—Adiós, Carmine —dijo ella, las palabras hicieron sus pasos más vacilantes
cuando sus hombros se tensaron. Ella creyó que él se daría la vuelta y la diría
algo, pero simplemente se alejó, sacudiendo su cabeza.
Haven cerró sus ojos y suplicó para que el sueño llegara rápidamente.
—¡Arriba!
Ella miró el reloj —unos pocos minutos pasadas las siete. Abrió la puerta
cuando Dominic llamó otra vez, y él sonrió brillantemente, levantando sus
cejas.
Ella bajó la mirada y se dio cuenta que aún tenía sus ropas puestas del día
anterior.
Él rio.
—Por supuesto que no. Maldición, chica, ¿estás despierta ya? ¿Realmente
crees que te arrastraría fuera de la cama para que pudieras cocinar? Vamos a
salir para desayunar… solos tú y yo.
—Pero necesito combustible. Estas mollas no son las únicas que tengo y no
vienen naturalmente, hermana pequeña.
—Sí —dijo él—. Algún día podríais hacerlo oficial casándote con el idiota de
—De esta manera. Venir aquí, tener una vida, conseguir una familia, conocer
a Carmine. Todo eso, realmente. ¿Creíste que esto ocurriría?
—Mi madre dijo que terminaría en alguna parte así, pero me figuraba que
estaba dando la vida que tenía para que todo lo que pudiera hacer fuera
acostumbrarme a ello.
—Lo soy. Mi verdadera madre… bueno, no, Maura era mi verdadera madre
en todas las maneras que contaban. La mujer que me dio a luz fue violada, y yo
fui abandonado.
—Tuviste suerte.
—Atención de, uh… amigos de papá. —Él miró alrededor para ver si alguien
estaba escuchando—. A mi bautismo cuando era niño, hubo casi dos docenas
de personas. Fue relajado, una comida en la casa. El bautismo de Carmine fue
unos pocos meses después del mío, y cientos de personas vinieron para
presentar sus respetos. Tuvo que ser celebrado en una sala de recepción.
—Eso es horrible.
—No realmente —dijo él—. Estoy seguro que estaba celoso entonces, pero no
envidio a mi hermano. Antes de que él pudiera caminar o hablar, la gente
estaba haciendo planes para su futuro. Estoy agradecido de que nunca tuviera
ese tipo de presión.
—¿Tú crees?
Una vez llegaron a la casa, Tess lanzó una bolsa de compras a Haven.
Tess asintió.
—Sí.
Haven descendió del coche y vio el agua en la distancia. Iba tan lejos como
podía ver, árboles salvajemente altos en todos los lados. A pesar de su
enormidad, algo en el sitio la aliviaba. Más allá del aparcamiento de pasto en el
que habían aparcado estaba la tierra tostada, recordándola el suelo del desierto
al que había estado acostumbrada toda su vida.
—¿Perdón? —escupió ella, enfrentándose cara a cara con Nicholas. Ella tomó
una profunda respiración que quemó su pecho—. ¿Qué dijiste?
Nicholas señaló detrás de ellos hacia una casa de dos pisos a unas cien
yardas de distancia. Estaba metida entre las otras, la pintura más fresca.
Él rio secamente.
—¿Un malentendido? Tu juicio sobre él está nublado.
—No, tu juicio está nublado. Carmine comete errores, pero es una buena
persona. Tú no deberías sentarte ahí y pretender que eres inocente. ¡Es
estúpido! Yo no estaba allí y sé que ambos fuisteis ridículos sobre esa… esa…
cosa de rivalidad. Supéralo, porque no puedes hablar sobre él así conmigo. Le
quiero.
—Haven, espera —llamó Nicholas cuando ella caminó hacia el borde del
agua. Le oyó detrás suyo, pero no le respondió—. Mira, acabo de tener un
momento difícil creyendo que él os importa a todos. No me gusta la idea de que
tenga la ventaja de la situación.
—No quiero hablar sobre esto —dijo ella—. No más sobre Carmine.
—No iba a decir nada sobre él —dijo él—. Iba a preguntar si te ibas a meter
en el agua.
—Oh. No.
—No tienes que nadar para mojar tus pies. —Nicholas se quitó la camisa y la
tiró a la tierra. Dio unos pocos pasos en el agua, parando para mirarla cuando
alcanzó sus rodillas—. ¿A qué estás esperando?
Haven se quedó de pie durante un momento más antes de dar unos pocos
pasos en el lago, sus pies desnudos hundiéndose en la suave tierra. Paró antes
de que el agua alcanzara su cintura.
—¿Así que porque el seis tiene miedo del siete? —preguntó Nicholas,
rompiendo la tensión con una broma.
—Porque siete, ocho, nueve. —Él sonrió con suficiencia—. ¿Lo entiendes? El
siete se comió al nueve.
Ella asintió.
—Lo comprendo.
—Sí, una mariposa. ¿Por qué el tipo fue despedido de la fábrica de zumo de
naranja? —Otro encogimiento de hombros—. No podía concentrarse.
—Eres difícil para hablar, sabes. Nunca he fallado en hacer reír a alguien
antes. Podría muy bien haber preguntado por qué el pollo cruzó la carretera.
—Para llegar al otro lado, por supuesto. —Ella sonrió por eso, y él lanzó sus
manos arriba—. Bueno, maldición. ¿Nunca has oído eso antes?
—No.
—Lo estamos.
—Uh, vale.
—No es un crimen tener a gente con la que hablar —añadió él, poniéndose
de pies—. Te veo luego, Haven.
Otra vez, a las siete de la mañana, Haven despertó por el insistente golpeteo
de Dominic. Ella salió de la cama y caminó hacia la puerta, encontrándole en el
pasillo con una sonrisa.
Era la tarde del sexto día cuando Haven se sentó en el salón con Dominic,
mirando el reloj en la pared. Contaba los segundos cuando hacían tic, cada uno
llevándola más cerca del retorno de Carmine.
—¡Joder!
El dolor se disparó a través de la muñeca de Carmine cuando sus dedos se
entumecieron. Sacudió su mano, intentando alejar el hormigueo, cuando el
entrenador bramó:
—¡Sacúdela, DeMarco!
Carmine gruñó, flexionando sus dedos. ¿Qué parecía que estaba haciendo?
Decir que había tenido una mala semana habría sido la sutileza del siglo.
Carmine estaba fuera de forma, su muñeca estaba dolorida, y la mitad del
equipo le albergaba resentimiento por una razón u otra. Todo lo que él quería
hacer era jugar al fútbol y volver a casa, pero el karma finalmente le había
atrapado.
Error tras error se estaban cometiendo en su línea de ataque, las pelotas caían
y lanzamientos fallidos más veces de las que Carmine podía contar. Él
consiguió despejar una y otra vez, el dolor radiando a través de su espalda
cuando el Entrenador Woods les reprendió por su incompetencia. Después del
silbato final, significando el fin del campamento, el entrenador dijo el nombre
de Carmine y le golpeó en el hombro.
—¿No fastidies?
Él rio.
—Me caí.
Girando sus ojos, ella se puso de puntillas y presionó sus labios en los de él,
sus manos apasionadamente cerradas en su pelo. Cuando ella se apartó por
aire, Carmine rio.
—Si me voy para ser recibido así, quizás debería irme más a menudo.
—Mayoritariamente lo normal.
Lo normal. Nunca en sus sueños más salvajes pensó oír esas palabras de ella.
—Siempre dices eso, pero no es como si fuera agonizante tocarte —dijo ella—
. ¿Así que conseguiste que te encadenaran o algo?
Él rio.
—¿Encadenado?
38
Los pies de Haven dejaron el suelo antes que el Dr. DeMarco terminara de
hablar. Dominic la levantó en el aire y le dio vueltas.
—¿Qué?
Las luces fluorescentes brillantes colgando del techo irritaban sus ojos.
Haven estaba en la puerta, cautivada por las pequeñas mesas de madera y sillas
azules de plástico duro. Nunca antes había estado en el interior de un salón de
clases. Las personas empujaban al pasarla, sin molestarse en pedir disculpas,
—¿Cómo lo hiciste?
—Bien.
Ella asintió.
—Gracias.
—Podemos comer y ver una película o algo.
—Bien.
—Bien.
—En realidad, estoy cansado, así que tal vez iré directamente a la cama.
—Bien.
—Oh, Bien.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo él—. Tú, no estoy seguro. Desde que te recogí, apenas
has dicho una docena de palabras y la mitad de ellas han sido bien. ¿Ha pasado
algo?
—No.
—No, creo que lo hice bien. —Ella se encogió cuando dijo esa palabra otra
vez.
—¿Nunca?
—Mi mamá vivía, Haven. Ella era libre de tomar sus decisiones, e hizo
precisamente eso. Tomó decisiones malditamente estúpidas, y murió a causa de
Sunny Oaks Manor era cualquier cosa menos hoy en día soleado. Una
tormenta se liberaba fuera, la lluvia cayendo constantemente cuando las ráfagas
de viento doblaban los árboles endebles alrededor de la propiedad. Un trueno
retumbó cuando un relámpago iluminó el cielo oscurecido de la tarde, haciendo
que se sintiera como en medio de la noche.
—No reces por esa vieja bruja —dijo Gia, de alguna manera oyendo sin sus
audífonos—. Es culpa suya que esté muerta.
Vincent suspiró.
—Oh, los matasanos nunca saben de lo que están hablando —dijo ella—.
Siempre queréis dar a la gente pastillas y tomar su sangre cuando es
21Goombah es la ortografía americanizada de Cumpa, una versión dialéctica del sur de Italia
de la palabra italiana compare ("amigo" masculino). En muchos dialectos del sur de Italia "c" s
se pronuncian como "g" s y "P" s se pronuncia como "b" s. La forma femenina commare por
tanto sonaba como "goommody", a veces abreviado a "Goomah". Estos términos se utilizan
para designar a un amigo cercano, pero no un familiar. Cuando es utilizado por los no italianos,
a menudo es despectivo, lo que implica un estereotipo italo—americano masculino o mafioso.
distancia. Esperaba imaginarse las cosas, pero su instinto le decía que no era
una coincidencia. Solo había estado bromeando cuando sugirió que lo estaban
observando, pero se dio cuenta de que había tenido razón. Estaba siendo
seguido.
—¿Estás escuchándome?
—No voy a repetirlo —dijo Gia—. Esto chupa el aliento de mis pulmones y
toma tiempo de mi vida. Es probablemente lo que quieres, ¿no? ¿Que muera?
Entonces ya no sería una carga. Tu propia madre… me tratas como basura.
—¿Quiénes son?
—¿Ella es italiana?
—¿Escocesa? Al menos eso es mejor que los irlandeses. ¿Qué pasa con ese
otro hijo tuyo? ¿Tiene una chica italiana?
—A mi oficina. Ahora.
—Tú.
Haven lo siguió arriba, pero sus piernas eran más largas y ella no podía
seguir el ritmo de sus zancadas. Carmine fue directo a la oficina de su padre,
abriendo la puerta y sin molestarse en llamar. Vincent estaba encorvado sobre
su portátil, tecleando furiosamente sin parar.
—Ya vienen.
—¿Quién?
—¿Los federales?
—No lo sé. —Vincent abrió los cajones del escritorio y rebuscó entre los
archivos—. Espero que sea un negocio inesperado, pero podría ser que están
detrás de uno de vosotros, así que te necesito fuera de aquí por si acaso.
Corrado no cree que debas estar en algún lugar sin protección.
—Un montón de un buen arma te hace como nadie. Podrían matarte y nadie
lo sabría si no tuvieras a uno de nosotros a tu lado.
Ella no se movió.
—¿Qué?
—¿Qué está pasando? —preguntó Haven una vez que llegaron a la carretera,
—Ellos.
Sin entender, Haven siguió el rastro de su mirada, sus ojos cayendo sobre
cuatro impecables sedanes negros situados en la misma luz roja, enfrentando la
dirección opuesta.
—¿California?
Él asintió.
39
—Por supuesto.
Él la cortó.
Por primera vez en varios días, algo más que temor brilló en sus ojos.
—¿En serio?
—¿Palmeras?
Ella se echó a reír.
—Oh. Sí, por supuesto. Las escuelas de arte están por todas partes.
—Algunas veces cuando era niño. Mi padre solía ir a Nueva York por
negocios.
Él sonrió.
Ella lo miró.
—No creí que fueran tantos —dijo Haven—. Corrí durante horas.
Él se rio secamente.
Su voz ahogada le contó que una historia existía detrás de esas palabras, pero
no era el momento de hacer preguntas. Ella parecía estar tambaleándose al
borde de una crisis, y no podía arriesgarse a empujarla sobre el borde.
De pronto, tanto tuvo sentido para Carmine. Él sabía que ella había crecido
aislada, pero saberlo y verlo eran cosas muy diferentes. En ese momento, no
quería nada más que detenerse y abrazarla. Ella se comunicaba, y conducía, y
tomó las pruebas de DEG. Se había abierto a todo cuando literalmente había
venido de la nada.
Nada.
En la siguiente ciudad, encontraron un pequeño motel. Carmine pagó al
anciano en la recepción en efectivo y tomó la llave con poca conversación. Hizo
una mueca ante las condiciones lamentables mientras Haven se encogía de
hombros.
Respondió sin mirar, esperando que fuera su padre llamando con algunas
noticias.
—¿Sí?
Echando un vistazo en la cama junto a él, Carmine se encontró con los ojos
aprensivos de Haven.
—Sí.
El culo sarcástico en Carmine quería decir, ‘Sí’, pero sabía que no era
aconsejable joder a una serpiente venenosa, por así decirlo.
—No, señor.
—No puedo creer que arrancaras esa página. ¡Es la Biblia, Carmine!
—¿De verdad crees que alguien que viene aquí va a leer esto? —le preguntó,
levantando la Biblia—. La gente que se aloja aquí está lejos de ser santa.
—¿Por qué?
—¿Puedo?
—No creo que pueda hacer esto —dijo Haven, sacudiendo la cabeza tan
frenéticamente que le hizo marearse.
—Escucha y, escucha bien, tesoro. Es posible que quieras correr tan lejos de
este lugar como sea posible, pero no puedes. Ya no más. No puedes dejar que te
controle. No puedes dejar que ellos ganen. Eres fuerte, Haven. Estos hijos de
puta trataron de derribarte, pero no funcionó porque volviste a construirte. Tú
eres una fuerza a tener en cuenta. Eres fuerte y apasionada, y no puedes dejar
que estas personas te afecten. Eso es lo que quieren.
La ansiedad en su expresión fue sustituida por otra cosa, una mirada que
Carmine podría reconocer en cualquier lugar: determinación.
—Así que vamos a salir de este coche, y vamos a entrar en esa casa, y vamos
a decirle a estas personas que nos besen el culo, porque no nos pueden tocar. Y
vas a ir allí y decirle a tu madre que la amas, porque te mereces esa
oportunidad. —Habiendo dicho todo lo que podía decir, Carmine se bajó del
coche. Gimió ante el calor, el sol brillante cegándolo. Agarrando sus gafas de
sol, se las puso y se desabrochó la camisa verde de manga larga—. Joder, qué
calor.
—Es el Infierno.
Él la miró boquiabierto.
—Sí, lo es.
40
—Ha estado bien, excepto por el hecho que me siento como si estuviera
siendo hervido vivo.
Haven sonrió involuntariamente a sus quejas cuando la mirada de Corrado
volvió a Michael.
—Firmarlo —exigió.
Ella lo llamó, pero una fuerte conmoción la detuvo antes de que pudiera
volver al interior. Sorprendida por la interrupción, Haven se volvió, su aliento
quedó atrapado cuando vio a su madre de pie en la esquina de la casa, un
montón de herramientas de metal estaban en un montón a sus pies.
Su madre siempre había sido delgada, pero ahora era una sombra de su
antiguo ser.
—¿Haven?
Esperanza.
—Esas son ropas bonitas —dijo su madre, mirándola una vez más—. Espero
que no se enfaden por ensuciarlas un poco.
—Miranda.
Nada bueno había salido nunca de ser señalado. Frenética, su madre recogió
las cosas que había dejado caer.
—No me interrumpas. La niña está aquí con, uh… ella es nuestra invitada,
—¿Invitada?
Haven sonrió.
Su madre la miró.
—¿Tu ángel?
Haven asintió.
Ella suspiró, sabiendo que él no tenía filtro para impedir las cosas que
brotaban de sus labios.
—¿Qué le dijiste?
—No lo sé. Dije muchas cosas. Es una especie de punk, ¿sabes? Él jode a
aquellos que son menores que él, pero no puede hacer frente a sus iguales. —
Sus ojos se abrieron—. No estoy diciendo que seas menos que él ni nada, o que
yo soy mejor que tú, porque no lo soy. Eres mejor que él. Diablos, eres mejor
que yo, y te digo…
Haven le cubrió la boca para que dejara de divagar, y su madre se quedó sin
aliento. Mirándola otra vez, Haven retiró la mano de la boca de Carmine como
un reflejo, pero él la envolvió con sus brazos antes de que pudiera alejarse.
Ella sonrió.
—La comida está lista. Pensé que os gustaría saberlo, ya que Carmine se
quejó antes que iba a morirse de hambre.
Su madre suspiró.
—No.
—El señor nos da de comer por la noche, pero nunca durante el día… y
definitivamente no con ellos.
—Me olvidé de eso —dijo Carmine—. Eso es mentira. Debes comer cuando
quieres comer.
—Está bien.
—¿Hiciste esto?
—Come.
—Gracias.
—De nada —dijo Carmine—. Las dos tenéis que sentaros en algún lugar y
comer. —Haven fue a sentarse a la derecha donde estaba su madre, pero
Carmine la agarró del brazo—. ¿No puedes sentarse en algún lugar menos
sucio?
—A menos que planees hacer tu propia lavandería, no veo por qué te quejas.
Él se echó a reír.
La besó antes de dirigirse a la casa cuando su madre por fin se sentó junto a
Haven. La debilidad y el agotamiento eran aún evidentes en su rostro, pero
pareció en paz.
Podía sentir los ojos de Michael clavados en él desde donde estaba sentado al
otro lado de la habitación, fumando su tercer cigarro. El hedor a humo hizo que
el estómago de Carmine estuviera dando vueltas. Michael jadeaba al respirar,
como si estuviera constantemente luchando para hablar, pero ni una palabra
había salido de él en más de dos horas. Cobarde de mierda.
—¿Haven?
Corrado asintió.
—Le dije a tu madre que no era mi lugar, pero lo intentaría. Le debía mucho.
—¿Le debías?
—No puedo ayudar a todos. Siempre habrá alguien, en algún lugar, que
necesita algo.
—Lo sé, pero esto no es solo alguien —dijo Carmine—. Esta es su familia,
como si fuéramos de la familia.
—Seguro.
—Lo más que puedo hacer es dejarla vivir en mi casa. Es un riesgo, pero,
francamente, después de dar fe de tu novia, dudo que sea posible cavarme a mí
mismo aún más profundo. Si muero, esto será lo que me matará. Todo lo demás
es extra. —Corrado se volvió hacia Michael, que seguía sentado tranquilamente
en su silla—. ¿Alguna objeción, Antonelli?
Corrado levantó una ceja, la expresión de su cara fue suficiente para hacer
que Carmine negara.
Carmine finalmente hizo su camino fuera. Tan pronto como lo vio Haven,
una sensación de frío temor se instaló profundamente en su interior. Se detuvo
a unos metros de distancia.
—No sabes lo mucho que significa para mí verte así. Mi niña, con el mundo
en tus manos.
—Yo también te quiero. Siempre lo hago. Quiero que vayas por ahí y vivas tu
vida.
Haven trató de hablar, con ganas de protestar, pero su madre no le dio una
oportunidad.
41
—Está mal.
—Ella lo es.
—Sí.
La puerta principal se abrió y Miranda corrió hacia los establos antes de que
pudiera decir una palabra más. Carmine miró al porche cuando Corrado salió,
con las cejas levantadas.
—¿Se lo dijiste?
Carmine fue hacia los escalones, pero Corrado agarró su camisa para
detenerlo.
—¡No puedo creerte, Corrado! ¿Qué hiciste firmar a mi marido esta mañana?
—Él firmó lo que era necesario —dijo él, su aspecto exterior no reflejaba la ira
desarrollándose en el interior.
—¡Suficiente!
—Eso es, ¿no? ¿Tratando de reparar el pasado? ¡No puede ser arreglado!
—No te tengo miedo —dijo ella, cerrando la distancia entre ellos—. ¡Estás
arruinando mi vida por esto! ¿Por qué son importantes estas personas?
Solamente porque estos estúpidos DeMarcos se enam…
Antes de que pudiera detenerse, una conmoción sonó desde los establos
cuando los caballos relincharon, asustados por algo. Corrado soltó a Katrina,
sus ojos reuniéndose con los de Carmine mientras corría escaleras abajo.
Carmine saltó del porche detrás de él.
Esas palabras pillaron a Carmine con la guardia baja. Él se dio la vuelta para
mirar a Katrina, no prestando atención a dónde iba. Se estrelló directamente con
la espalda de Corrado cuando su tío se detuvo en la puerta de los establos.
Corrado empujó a Carmine al interior, y las náuseas lo sacudieron cuando el
aire abandonó sus pulmones. Se sacudió las arcadas, tratando de respirar a
través de la bilis que inundó su pecho. Quemaba, se asfixiaba, y su visión se
nubló cuando casi perdió el conocimiento.
—Contrólate, Carmine.
Un pequeño taburete de madera yacía en el suelo frente a él, volcado en una
pila de heno, mientras que un par de sucios pies descalzos se balanceaban unos
centímetros por encima. La forma frágil, familiar colgaba inerte como una
muñeca de trapo, fijada a una viga baja por un trozo de cuerda gruesa.
—Está muerta.
Corrado lo agarró del brazo, alejándolo de un tirón del cuerpo sin vida de
Miranda y empujándolo hacia atrás en el suelo.
Carmine se sentó en el suelo, con los ojos picando con las lágrimas. Miró a su
alrededor frenéticamente, esperando que fuera una pesadilla viciosa que pronto
—¡Esto es culpa tuya! —Él miró a Katrina y Michael—. ¡Tú la mataste! ¡La
hiciste hacer esto!
—¡Ella era una Principessa! —dijo, haciendo caso omiso de su tío—. ¡Salvatore
te va a matar cuando se entere!
Katrina se quedó sin aliento cuando la bala atravesó su pecho, sus pasos
deteniéndose mientras balanceaba la pala en reacción. Se estrelló contra el
omóplato de Carmine, un dolor agudo atravesó su costado izquierdo. Katrina
escupió y dejó caer la pala para agarrarse el pecho. Sonó otro disparo,
golpeando el punto muerto entre sus ojos, y ella cayó al suelo.
Un frenético Michael gritó, lanzándose hacia él, y Corrado reaccionó una vez
más. Agachándose, Carmine se cubrió la cabeza cuando el disparo sonó, la
sangre salpicando en su dirección cuando la bala atravesó el cráneo de Michael.
Cayó hacia delante con un golpe al lado de su esposa, rebotando con el impacto.
Uno.
Dos.
Tres.
—Una confrontación se intensificó.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Siete.
Ocho.
Nueve.
Diez.
—¿Anular tu respaldo?
—Sí. Mejor reza para que Sal se sienta indulgente, porque acabo de romper
nuestro código de conducta.
—Yo, eh…
—No hay nada más que decir, Carmine. Lo hecho, hecho está.
—Ya se acabó —dijo Corrado, mirando los cuerpos—. Esto no es tuyo para
hacerle frente… es mío. Pero espero que esto te enseñe una lección, y finalmente
te des cuenta que no lo sabes todo.
—¿Carmine?
Carmine dio un paso hacia delante y ligeramente negó con la cabeza. El sutil
movimiento sacudió sus cimientos. Cuando dio un paso más hacia la luz, pudo
ver el rojo en su camisa, salpicaduras de sangre. Ella lo había visto antes,
rayando su vestido azul mientras miraba hacia el cuerpo de la adolescente
caída. Era la marca de la desolación. Era la marca de la muerte.
—Oh, Dios, ¿estás bien? ¿Estás herido?
—No es mía —le susurró, con el rostro retorcido en agonía—. Ella se ha ido.
Ella se ha ido. Haven conocía esas palabras. Él las había dicho acerca de su
propia madre.
—¡No!
La voz rasposa de Carmine se hizo eco con la angustia cuando se estiró hacia
ella, pero lo empujó tan fuerte como pudo.
—Lo siento —dijo—. Hice todo lo que pude, pero ella se ha ido.
—Hey, chicos.
Carmine frunció el ceño, mirando como ella desaparecía por las escaleras.
42
Ellos estuvieron de vuelta en Durante unos pocos días antes, justo a tiempo
para el último año de escuela de Carmine. Él se sumergió en sus clases y el
fútbol, dejando a Haven con días para llenar por su cuenta. Cocinaba y
limpiaba, pero todavía tenía horas que quedaban sin nada que hacer ni nadie
con quien hablar.
08/10/97
Sra. DeMarco,
Para todos los intentos y propósitos, Haven Antonelli no existe, y le suplico que
olvide que alguna vez la encontró. Adjunto encontrará un reembolso completo de mis
honorarios. Considere nuestro contrato terminado, y le pido que ya no me contacte con
respecto a este.
Arthur L. Brannigan
Investigador Privado
Aturdida, Haven revisó el documento por segunda vez, segura de que tenía
que haber leído mal, mientras piezas del rompecabezas se unían para exponer
una imagen oculta que la dejó sin habla. Con los ojos llenos de lágrimas, su
estómago cayó cuando se dio cuenta de la fecha en la parte superior del papel.
08 de octubre 1997, unos días antes de que Maura DeMarco hubiera sido
asesinada.
Habían pasado dos semanas desde que los chicos habían regresado de
Blackburn, y los días habían demostrado ser algunos de los más largos de la
vida de Vincent. El ambiente en la casa era tenso, el silencio que seguía a ambos
inquietante. Se sentaba detrás de su escritorio cada noche y observaba a su hijo
recorrer el pasillo, justo a metros de la puerta de la oficina, sus manos
agrediendo su pelo mientras se reprendía. Vincent no podía oírle, pero sabía
dónde estaban sus pensamientos.
Maura le había dicho en una ocasión que, si bien no todo el mundo vivía,
todos morían, y con la muerte venía la liberación. La muerte significaba
libertad, libertad de las cosas que nos impedían avanzar. Vincent lo utilizaba
para burlarse de ella cuando decía esas cosas, pero lo entendía ahora. Entendía
lo que era desear que pudieras encontrar la paz, pero no podrías porque tu
trabajo no estaba terminado. No habías servido a tu propósito, y hasta que lo
hicieras, estabas condenado a seguir adelante. Vincent envidiaba a esos que
podían descansar en paz. Que no daría él por tener el peso del mundo
levantado de sus hombros.
Encendió las cámaras una vez más y volvió al pasillo. Carmine aún paseaba,
sus ojos lanzándose entre la oficina y las escaleras hacia el tercer piso. Vincent
miró la hora: después de las once de la noche. Carmine normalmente tomaba su
decisión antes de este momento y subía pisando fuerte las escaleras. La chica se
escurriría fuera de la biblioteca, lanzándose a su dormitorio antes de que él
llegara allí.
Esta noche las cosas cambiaron, sin embargo. Cuando Carmine se dirigió a la
puerta de la oficina, Vincent no sintió nada más que alivio. El día del juicio
había llegado. Un paso más cerca hacia la paz.
Carmine se dejó caer en la silla con un resoplido. Vincent miró sus ojos,
viendo la curiosidad y confusión. El resentimiento se escondía debajo, pero
Vincent no podía culparlo.
—Bueno, gracias por el cumplido, pero algo me dice que no has pasado la
última semana vagando fuera de mi oficina reuniendo el coraje para apoyar una
intervención.
Carmine suspiró.
—No sabía qué decir. No tiene sentido irrumpir solo para mirarte, ya que te
ves como la mierda y todo.
—Teniendo en cuenta que estás aquí ahora, ¿eso significa que lo has
averiguado?
—Ah, ¿soy mejor para mirar que las paredes blancas, al menos?
—No, pero es bueno saber que no soy el único aquí que recuerda cómo
bromear.
—La verdad.
Ella sonrió.
—Soy Maura.
Esos ojos…. Vincent nunca podía tener suficiente de ellos. Y mientras miraba por
encima del escritorio a su hijo más joven, vio los mismos ojos mirándolo con recelo.
—¿Y qué estaba haciendo una chica irlandesa en una fiesta para dos
italianos?
Él y Maura se habían sentado contra el costado de la casa, con las piernas extendidas
frente a él mientras se abanicaba su piel sudorosa. Las rodillas de Maura estaban
apretadas contra su pecho mientras arrancaba la hierba seca a su alrededor.
—¿No tienes calor? —preguntó él. Ellos habían estado sentados allí durante al
menos una hora.
—De ninguna manera —dijo ella—. Eso no sería bueno para nada.
Él se echó a reír.
—Entonces no voy, tampoco. Ellos no se han dado cuenta de que me he ido, y hasta
que lo hagan, me quedaré donde estoy.
—No, no creo que se acuerden de que estoy vivo —dijo—. ¿Qué pasa contigo?
Antes de que pudiera responder, sus ojos se movieron más allá de él. Vincent se dio la
vuelta y gruñó cuando vio a Katrina en la esquina de la casa, observándolos.
—¿La ayudante? —El tono de Carmine fue seco—. ¿Cómo una camarera?
¿Era una camarera? Porque teníais quince años, y eso no es lo suficientemente
mayor como para ser empleado. No es que sigáis las leyes o algo…
Vincent suspiró.
—A ella no se le pagaba.
—¿Y los Morettis la tenían? ¿Es por eso que Corrado dice que se lo debe?
—¿Cuándo crees que debería habértelo dicho? ¿Cuándo tenías dos años y no
sabías lo que era la esclavitud? ¿Cuándo tenías ocho y pensabas que tu madre
era infalible? ¿Después de que ella se hubiera ido, cuando ya estabas herido? El
tiempo nunca fue el correcto.
—No importa lo que quisiste decir —dijo Vincent—. Este es el por qué
nunca quise que lo supieras. Maura quería que la gente viera a una esposa y
una madre, a una mujer, no a una víctima. La dejé dejar el pasado atrás, y tal
vez, fue injusto para ti, pero era su vida. Fue su decisión. Amaba a tu madre, y
atravesamos el infierno luchando para estar juntos. He tratado de hacerlo tan
fácil como fuera posible para ti, así tal vez aprenderías de mis errores. Tuve que
aprender por ensayo y error. Perdí mi paciencia con ella tantas veces porque no
lo entendía.
Carmine se cubrió la cara con las manos mientras trataba de controlar sus
emociones.
—Ah, mi madre… —Él se rio de nuevo—. Solo digamos que ella tiene sus
creencias. Un esclavo era bastante malo. Un esclavo irlandés era digno de
repudio.
—Por supuesto que la buscaron, pero más de dos mil niños se pierden en
este país cada día. Tu madre desapareció antes de que Internet o cualquier
agencia para niños desaparecidos existiera, y ciertamente antes de que hubiera
cosas como Alertas Ámbar. Todo lo que tenían era el boca a boca, y una vez que
todo el mundo dejó de hablar de ella, fue como si nunca hubiera existido.
—Supongo que podrías decir que yo lo hice. Tu abuelo me dijo que, si quería
algo en la vida, era mi responsabilidad ganármelo. Así que me inicié, y todavía
estoy pagando por ello hoy en día. —Él hizo una pausa—. ¿Es eso todo lo que
quieres saber? Porque estoy cansado y ya no tengo más energía para esta
conversación.
Carmine asintió, aunque Vincent podía decir que él quería saber mucho más.
—Me imagino que si —dijo Vincent, mirando el ordenador para ver que ella
todavía no se había movido—. La vida de tu madre terminó cuando la suya
comenzó. Hablando de lo cual… —Abriendo el último cajón de la derecha del
escritorio, agarró algunos archivos y se los tendió a Carmine—. Aquí está la
documentación de la muchacha. Tomará un tiempo antes de que lo de la finca
esté resuelto, pero nadie disputará su herencia. Técnicamente, todo va a
Corrado, de todos modos, pero él se la entregará una vez que esto se supere…
junto con su libertad, por supuesto.
10 de septiembre.
43
—No iba a intentar un pastel. Estas malditas cosas fueron bastante difíciles.
Me llevó una eternidad encontrar la manera de abrir el bote. Tuve que llamar a
Dia y preguntar.
—Sí. A caval donato non si guarda in bocca. Solo acéptalo con una sonrisa, y
habrá terminado antes de que te des cuenta. —En el momento en que quitó su
—¿Un deseo?
—Pides un deseo antes de soplar la vela —dijo—. Ese es todo el punto. Pero
tendrás otra oportunidad más tarde con Dia.
—¿Qué?
Haven partió por la mitad el pan de canela, compartiéndolo con él. La parte
inferior estaba negra y era difícil de masticar, pero no dijo ni una palabra sobre
esto cuando tragó su pedazo. Una vez que Carmine terminó el suyo, tomó un
montón de papeles y se los entregó.
Revisó los demás mientras sus emociones se iban a las nubes, pero los
documentos no hicieron más que confundirla. Testamentos, anexos, albaceas,
distribución de beneficiarios, transferencias uniformes, custodios, herencia
residual, fiduciaria…
—Esa es tu herencia. Tomará un par de meses antes de que veas algo de esto.
En realidad, debería haber tomado meses para el resto, también, pero Corrado
—¿Herencia?
—Mira, no pienses en esto como ellos dándote algo, sino que después de lo
que has pasado, te mereces un poco de esto. Es como expiación. Y no estoy
diciendo que cualquier cantidad de dinero vaya a compensarlo, ya que no lo
hará. Pero después de toda la tortura y todo lo que perdiste, por lo menos tienes
derecho a esto. ¿Eso tiene sentido?
—Sí.
—Mi padre dice que puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, pero
no tienes que hacerlo.
Lágrimas brotaron de sus ojos, y ella se aferró a los papeles mientras sus
manos temblaban. Carmine tiró de ella hacia la cama, cuando la emoción tomó
el control y meció su cuerpo en sus brazos. Abrumada, no sabía qué pensar.
Ellos se miraron, sus ojos verdes llenos con una oleada de emoción. Él limpió
las lágrimas de sus mejillas antes de que sus dedos rozaran sus labios. Ella dejó
escapar un suspiro tembloroso mientras la besaba, finalmente dejando de lado
los papeles. Se dejaron caer en la cama mientras ella pasaba sus dedos a través
de su cabello rebelde.
—Ti amo —susurró él contra su boca—. La mia bella ragazza. Quiero que te
cases conmigo.
—¿Casarme contigo?
—No quiero decir hoy o mañana. No tiene que ser este año o, mierda, el año
que viene. Pero algún día, cuando estés lista, ¿prometes que pasarás tu vida
conmigo? —Sus palabras hicieron que su estómago aleteara—. Mira, sé que
estoy haciendo esta mierda completamente mal, pero…
Él se detuvo.
—¿Sí?
Carmine estiró la mano para llamar, pero la puerta se abrió antes de que
pudiera. Dia estaba de pie delante de ellos, usando un par de pantalones
vaqueros rasgados y una camiseta azul, su pelo una mezcla de rayas negras y
púrpuras.
—¡Feliz cumpleaños!
—No seas aguafiestas —dijo Dia, tirando de ella hacia la mesa. Haven se
sentó mientras Carmine se inclinaba contra la pared y la miraba.
Dia puso velas en la tarta y las encendió, dando un paso a un lado para
cantar la canción de cumpleaños.
Tomando una respiración profunda, Haven apagó las velas y observó las
bocanadas de humo elevarse desde las mechas humeantes. Dia las sacó antes de
empujar un presente hacia ella, haciéndola estremecerse.
Haven abrió el paquete y sacó una pequeña caja de cobre con una ventana de
cristal en la parte superior de la misma.
—Es una caja relicario —dijo Dia—. Se supone que guardes tus cosas
favoritas en ella.
Ella sonrió.
Había más regalos para abrir, y después se comieron la tarta. Los tres vieron
películas y escucharon música toda la noche, la noche sintiéndose más como un
día normal que una celebración. Haven se sintió ridícula por su ansiedad sobre
todo esto, agradecida de ser capaz de relajarse con amigos.
Amigos. Todavía era surrealista para ella que tuviera gente en su vida que
pudiera llamar amigos.
—Eso no me importa. Si ella se casa conmigo, la seguiré hasta las puertas del
infierno.
Dia había estado tomando una bebida, pero se atragantó, rociando soda por
encima suyo. Tosiendo, lanzó las manos al aire.
—Sí.
Carmine gimió.
—¿Al menos te pusiste sobre una rodilla? —preguntó. Carmine negó con la
cabeza, y ella le dio un golpe en el brazo—. ¿Qué clase de maldita propuesta es
esa?
—No es una de verdad —dijo él—. Le pregunté si se casaría conmigo algún
día.
Él abrió la boca para responder, pero Haven intervino antes de que pudiera.
Carmine sonrió.
—Bueno, puede que haya llegado entre sus rodillas, si sabes lo que quiero
decir.
La presencia de Carmine fue escasa las siguientes dos semanas, incluso más
que antes. Él se deslizaba fuera de la casa para ir a la escuela mientras Haven
aún seguía dormida y no llegaba a casa de la práctica de fútbol, hasta la hora de
la cena. Después de comer, los dos se dirigirían a la planta de arriba, donde
Carmine hacía su tarea antes de ir directamente a la cama.
Era viernes por la noche, y el primer partido del año de Carmine. Las palmas
de Haven estaban sudorosas cuando subió al asiento del conductor del coche de
Dominic a eso de las siete de la tarde. Es por Carmine, se dijo.
Cuando llegó a la escuela, el ruido del estadio podía ser oído desde el
estacionamiento, el locutor en el altavoz chillando por encima de todo. Ella se
puso de pie junto al coche, tratando de reunir el valor para moverse, cuando
alguien la agarró del hombro. El corazón le latió furiosamente mientras se daba
la vuelta, con las manos cubriendo su rostro de manera protectora.
—¿Qué quieres?
—Si estás esperando lastimar a Carmine pro vernos juntos, puedes irte.
—Adiós, Nicholas. —Su frustración fue suficiente para hacer que sus piernas
finalmente se movieran. Recorrió algunos metros cuando vio a un grupo de
chicas bloqueando la entrada, con Lisa en el centro.
—Pensé que podría gustarte una escolta para pasar al pelotón de
fusilamiento —dijo Nicholas, caminando detrás de ella—. Pero si prefieres ir
sola…
—No.
—Vamos, entonces.
Él tiró de Haven hacia la taquilla y pagó por su entrada, pero ella se quedó
allí, frenética. No había considerado que necesitaría dinero.
Él la llevó a las gradas, su andar más un pavoneo mientras metía las manos
en los bolsillos de sus pantalones cargo. Sus hombros caídos, su gorra sucia
ocultando su mirada mientras Haven escaneaba a la multitud, buscando a Dia
en una sección central.
Los espectadores eran tan ruidosos como Haven recordaba del año anterior,
pero esta vez estaba más a gusto en la multitud. Su cuerpo era un hervidero de
Una garganta carraspeó cuando Nicholas se apoyó contra la valla junto a ella.
—Adelante.
—¿Escuchaste…?
Nicholas lo miró.
—¡Si alguien está usándola, eres tú! ¡Es enfermizo lo que estás haciendo! ¡La
tienes engañada haciéndole creer que te importa!
—¿Qué pasó?
—Aparte de todos, ¿por qué tiene que ser él? ¿Estás tratando de herirme? ¿Es
eso de lo que trata esta mierda?
—¿Qué?
Esas palabras la golpearon con fuerza. Ella jadeó, todo nublándose mientras
su mano salió disparada, golpeándolo en la cara. Él acunó su mejilla, la
conmoción del golpe fundiendo su ira. Haven cubrió su boca antes de correr
hacia la salida, necesitando pensar, necesitando estar lejos de él para que así ella
pudiera darle sentido a lo que había hecho.
—Por favor, no saltes. Realmente no quiero ir por ti. Probablemente está fría.
Él la desestimó.
Nicholas suspiró.
—Pero lo hiciste.
Ella sonrió tristemente, antes de decir las palabras que había anhelado decir
durante días, las que se tragaba cuando Carmine estaba cerca.
44
No podía sacar esa imagen de su mente, el miedo en sus ojos mientras corría
de él.
—¿Hubo suerte?
—Está a salvo.
—¿Qué quieres decir con que está en el lago? —Dia no respondió, su silencio
era todo lo que necesitaba para que registrara la verdad—. Nicholas.
—Carmine…
22 Vete a la mierda.
—¡No me digas una mierda lo que quiero decir! —La traición alimentó su ira
y arrojó su teléfono al coche, maldiciendo con un nudo en la garganta. Su visión
se nubló cuando su mano se apretó en un puño. Lo estrelló contra el parabrisas,
en el vidrio del lado del pasajero se partió por la fuerza del golpe.
—¿Qué pasó?
Vincent gruñó.
—Lo que sea. El Mazda recibió una paliza peor que la de Nicholas.
—Y si quieres saber dónde está Haven, está con Nicholas. Están abajo en
algún lugar en el lago. —Una idea lo golpeó al momento que lo dijo—. Vas a ir
a por ella, ¿verdad?
—¿Después de lo que me hizo, esperas que la respete? ¿Se supone que tiene
que gustarme esto?
—No he dicho que tenga que gustarte, ni te he dicho que debas respetarlo,
pero debes respetar su derecho a tomar sus propias decisiones, te gusten o no.
—Esto no es sobre qué lado elegir. Te dije que algún día el mundo real
Vincent sonrió.
—¿Ella te golpeó?
Haven miró a Nicholas con cautela ante esas palabras. Sus piernas colgaban
sobre el extremo del muelle, con los pantalones enrollados y los pies rozando la
superficie del agua. Se sentó con las piernas cruzadas junto a él, con sus zapatos
desechados esparcidos en el suelo.
—¿Así que el buen doctor no cortó letras de una revista y las pegó juntas
para hacer una colorida nota de rescate por ti?
—No.
—No —le dijo—, pero deja de cambiar de tema. Estamos hablando de que
estabas secuestrada.
—Lo sé. Estaba seguro de que lo estabas, sin embargo. Confiaba en que
tenías padres por ahí buscándote.
Su pecho se apretó ante sus palabras.
Podía sentir sus ojos sobre ella, su mirada intensa, pero no se atrevía a
mirarlo. Después de un momento se dio la vuelta y pateó el agua otra vez.
—Mi madre está muerta, también. Murió cuando yo era joven. Todavía tengo
a mi padre, pero no nos llevamos bien. Él siempre espera lo peor de mí, así que
pienso, ¿por qué tratar de hacer lo correcto cuando nunca lo verá? Pero tengo
dieciocho años ahora, así que más me vale irme. Empezar de nuevo en otro
lugar, donde la gente no escuche el nombre Nicholas Barlow y automáticamente
piense idiota degenerado.
Él no respondió, y eso fue suficiente respuesta para ella. Una sonrisa tiró de
sus labios. Tal vez había esperanza para una amistad, después de todo.
Estaba tranquilo, los únicos sonidos eran las salpicaduras de agua y el canto
de los grillos en la noche. Nicholas se aclaró la garganta después de unos
minutos.
—¿Una de la mariposa?
—No, de la mantequilla.
—¿Qué mantequilla?
Él gimió.
—¿Difundir qué?
—Aunque sea la última cosa que haga, conseguiré que te rías de una de mis
bromas algún día.
Vio el libro que estaba sobre la mesita y lo agarró, rozando la cubierta blanca
antes de abrirlo. La descuidada caligrafía cubría el papel marchito; la confusión
lo golpeó cuando se dio cuenta de que era un diario. Sintiéndose enfermo del
estómago cuando lo abrió y vio escrito en la primera página Maura DeMarco
dentro de la cubierta. Cerrando de nuevo el libro, perdió el aliento. Después de
todo lo que había hecho para proteger a Haven de la verdad, se había topado
con ella de todos modos.
Carmine vaciló antes de arrancar el coche. Haven se había ido durante más
de una hora, y no había manera de que pudiera dejar pasar ni un minuto más.
—Lo sé —dijo—. Puedes presentar cargos si quieres. Solo necesito hablar con
ella.
—Si ella quisiera hablar contigo, se habría ido contigo. ¿No puedes darle un
poco de espacio?
Ella asintió.
—Bien.
—No tienes que hacerlo —dijo Nicholas—. No tienes que hacer nada que no
quieras hacer.
—Lo sé.
—Oh Dios.
—¿Y no me lo dijiste?
—¿Tu madre murió por mi culpa, y no le viste el caso? ¡He destruido tu vida,
Carmine!
—¿Cómo no? Moriría por ti, así que ¿cómo podría culparte por lo de mi
madre sintiendo lo mismo?
La interrumpió antes de que pudiera repetir las cosas que él había dicho.
—Lo hace, pero como has dicho… uno dice cosas que no quiere decir cuando
estamos lastimados. Los dos solíamos estar cerca de ti, ahora solo me tienes a
mí, pero, ¿qué hay de Nicholas? Entiendo por qué no quiere aceptar que has
cambiado, porque no lo sabe. No quiere creer que ya no eres el mismo, porque
en realidad eso significaría que está solo. Que ha perdido a su único amigo.
—¿Qué es esto?
Buscando, echó un vistazo, para ver la fecha. 12 de octubre 1997. Ella había
escrito el día que murió.
La puerta del armario en el cuarto de Carmine estaba atorada esta mañana. Tuve que
Ella miró su mano, sus nudillos tenían oscuros moretones esta mañana.
—Estoy bien —dijo, notando donde miraba. Flexionó los dedos para
demostrarlo, con la mandíbula apretada para evitar una mueca. Era claro que
su mano no estaba bien, pero no discutió con él.
Él frunció el ceño.
—Lo hiciste —dijo él—, pero yo hice lo mismo. Sería un hipócrita si te culpo.
Pude haber detenido esto antes de empezar, y es por eso que lo siento.
—He estado haciéndolo durante años, al tiempo que me preguntaba por qué
Él se puso rígido.
—Has dicho que no ibas a mantener los viejos rencores, por lo que pensé…
La miró fijamente.
—No lo estoy.
—Bueno. Solo digo que tal vez no sois tan diferentes, tal vez si pudierais
poner a un lado todo, podríais…
Ella dejó de hablar, su tono de voz le decía que el tema estaba cerrado. La
tensión se instaló de nuevo en la habitación, y tuvo que luchar contra el impulso
—Il tempo guarisce tutti i mali23 —dijo Carmine, frotando su pecho, donde esas
palabras fueron marcadas en su carne—. Cuando encontré por primera vez el
tatuaje, no le creía, pero ahora lo hago. Puedes entender algo más si pasa el
tiempo suficiente. Ni estoy seguro de cuanto me va a tomar trabajar en medio
de esta mierda por la que hemos pasado, pero tengo todo el tiempo del mundo
para ti.
Envolvió sus brazos a su alrededor, y ella cerró los ojos mientras lo abrazaba.
—Es algo que mi madre solía decir. —Le soltó con una curiosa sonrisa—. Me
recordaron a ti y a tus preguntas aleatorias. No sé porque me tomó tanto tiempo
ver las similitudes. Debió haber sido obvio que mi madre se hubiera criado
como tú.
—¿Qué parte?
—¿Esto es…?
Ella arrancó con cuidado la tapa y sacó el papel. Las puntuaciones reales no
significaban nada para ella ya que se quedó mirando el certificado adjunto a la
transcripción, con las palabras de DIPLOMA DE EQUIVALENCIA DE
ESCUELA SECUNDARIA grabadas a lo largo de la parte superior con un sello
dorado.
—Lo hiciste —le dijo—. No puedo decir que me sorprenda. Sabía que lo
harías.
La besó lenta, suavemente, con la pura pasión que emanaba de él. Fue un
beso inocente, sin embargo, era mucho más. Era un beso de redención, de
perdón y de orgullo. Era un beso que decía que no importaba lo que pudo
haber sucedido en el pasado, todavía había esperanza para el futuro.
Esperanza. Era una sensación con la que se deleitaban ahora, en lugar de
atemorizarlos como antes.
—No tienes que darme las gracias —dijo, tirando de ella hacia atrás con una
sonrisa—. Y no te preocupes, porque todo va a salir bien. Estamos un paso más
cerca. Puedes ir a la universidad ahora.
—¿Estás emocionado?
—No diría que los SATs me emocionen, tesoro. Estoy dispuesto a acabar de
una vez. Tengo que rellenar las solicitudes, así que tenemos que averiguar a
donde vamos… especialmente si voy a intentar jugar al fútbol. ¿California?
¿Nueva York? ¿Camelot? ¿Emerald City? Dime tu elección.
—No lo sé.
—Bueno, piensa en ello, ¿de acuerdo? Pero no hoy. Hoy es día para celebrar,
sin pensar. Mira dónde estabas hace un año y mírate ahora. Eres libre, tienes un
título, estamos enamorados y pasaremos a través de esta mierda, aún si nos
mata. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño mientras se reía—. Sí, eso no tiene
sentido, pero entiendes lo que estoy diciendo. No hemos tenido una razón para
celebrar en un tiempo, así que vamos, levántate, ponte algo de ropa decente, y
vamos a olvidarnos de todo esto por un tiempo y ser. Nosotros no llegamos a
ser suficiente.
—Me gusta esta camiseta —le dijo a la defensiva, con su risa comenzando de
nuevo mientras salía de la habitación.
45
Si había una imagen de Carmine DeMarco que no quería olvidar, era ésta…
expuesto y vulnerable, a escondidas alrededor de su propio dormitorio en la
oscuridad. Era algo que pocos verían jamás, pero era una imagen que no podía
soportar la idea de perder. La mayoría de la gente conocía al joven egoísta,
malcriado e irresponsable, pero ella tenía la suerte de ver al Carmine que era en
realidad. Completamente despojado hasta el núcleo, era un alma gentil a pesar
de su exterior lleno de cicatrices.
La tranquila satisfacción que manaba cuando pensaba que nadie lo estaba
mirando la dejó sin aliento. Ella lo amaba con cada fibra de su ser, y solo el
hecho de que, después de todo, aún podía estar delante de ella mientras
hablaba muy alto.
—Algunos minutos.
—Buena suerte.
Ella escuchó sus pasos mientras bajaba por las escaleras, y una extraña
sensación la superó. Se sentía como si toda la felicidad hubiera sido succionada
de la habitación.
Apareció despeinado, con círculos oscuros debajo de los ojos. Estaba agotado
de vivir, y Haven se preguntaba, mientras lo miraba, ¿cuánto de eso lo había
causado ella?
El doctor DeMarco salió unos minutos más tarde, mientras Haven pasaba
toda la mañana quitando el polvo de las mismas cosas a las que se lo quitaba
dos días a la semana. En algún momento después de las once, mientras estaba
limpiando la despensa, un vehículo se detuvo en la parte delantera. Caminando
hacia la ventana, Haven contempló un coche azul muy poco familiar en el
camino de entrada.
La puerta del lado del conductor se abrió, y Jen, la enfermera del hospital,
salió. Haven se dirigió hacia el vestíbulo, pero el sonido del timbre de la puerta
detuvo sus pasos. Algo hizo que un escalofrió le recorriera la espalda, una
sensación de frío irradiaba a través de ella tan rápido que pensó que iba a
vomitar.
—¿Qué quieres que haga? Ella no contesta… sí, estoy segura de que está
ahí… el Doctor la dejó esta mañana como se suponía que debía.
Hubo una pausa, mientras el corazón de Haven latía furioso. ¿Qué querían
de ella?
—No, ella no está con él. Está haciendo esa prueba, ¿recuerdas? —Jen
continuó, con la angustia en su voz alarmada—. ¡Lo sé, pero por favor no te
enojes! Te prometo que haré este trabajo. Sé lo que significa para ti.
Jen golpeó las ventanas mientras Haven volvía a mirar el teléfono. Sin
dudarlo, sus dedos marcaron el número que le vino a la cabeza: 555 0121.
Había mirado tanto el papel con el número telefónico que se había grabado
en su mente. El teléfono sonaba mientras se acurrucaba sobre sí misma,
luchando por mantener la cordura.
—Uh, ¿hola?
—Sí. Bueno, por lo menos, creo que lo estoy, pero necesito ayuda y no sé a
quién más acudir. El doctor DeMarco me dijo que me pusiera en contacto con
Carmine, pero su teléfono esta fuera de servicio. Lo rompió, creo.
Ella suspiró.
—¿Y crees que esta es una buena idea? Sin ánimo de ofender, pero no estoy
de humor para otra pelea.
—Lo sé, pero es importante. ¿Por favor? Está haciendo una prueba en la
secundaria. El SAT.
—Jesús, no solo quieres que le diga a Carmine lo que debe hacer, ¿quieres
que traspase la propiedad de la escuela y lo arrastre fuera de la prueba? Él me
va a matar. Moriré hoy.
—¿Qué quieres?
—¿No es Nicholas?
—¡Hay algo mal contigo! ¡Le dije que te pondrías como un psicótico si venía
aquí!
—Quiero decir… ring, ring… ella me llamó por teléfono —dijo—. ¿Qué otra
cosa iba a significar que ella me llamó?
Carmine se abalanzó sobre él, pero Nicholas estaba preparado esta vez.
Apenas se tambaleó antes de devolverle el golpe, golpeando a Carmine en las
costillas. Se quedó sin aliento por el golpe inesperado. Antes de que pudiera
recuperarse, Nicholas lo golpeó en la nariz. La visión de Carmine se volvió
borrosa cuando un dolor agudo atravesó su rostro, la sangre fluyó al instante.
Alguien lo agarró del brazo antes de que pudiera conseguir lanzarse sobre él, se
volvió y vio que una multitud se había acercado.
—Ya sabes, podrías pensar que vale al menos tu jodida gratitud —dijo
—Quizá, pero vine aquí porque Haven me lo pidió. No tenía a nadie más, y
necesita que regreses a casa. Trato de hacerle un favor, y en vez de escucharme,
prefieres pelear sin ninguna razón.
Carmine se tensó.
—¿Cómo lo sabes?
Ella asintió.
—¿Y tú?
—¿Qué te pasó?
—No, él me ganó esta vez. —Se encogió de hombros, sin querer admitirlo—.
¿Por qué lo llamaste?
—¿Ella te amenazó?
—Es Nicholas.
—Ah, no es gran cosa —le dijo, pero sí lo era. Carmine casi se sintió mal por
haberlo golpeado, pero el palpitar de su nariz contrarrestaba cualquier
remordimiento—. Entonces, ¿se evitó la crisis y todo eso?
—No creo…
—No, no lo hice.
Nicholas lo miró. Cuando finalmente habló, dijo la última cosa que Carmine
esperaba oír.
—Tienes razón.
—¿Disculpa?
—Dije que tienes razón. No debería haber dicho lo que dije, y lo siento por
eso, pero tú me fastidiaste también, Carmine.
Era la primera vez que Nicholas había reconocido que le había hecho daño, y
eso tomó a Carmine desprevenido.
—Guau, ¿estás…?
—De todos modos —la interrumpió Carmine antes de que pudiera hacer una
gran cosa de eso—. Todo está bien. Haven podía manejarlo. Ella tenía el rodillo
—¿Hola?
—Uh, sí.
Carmine rodó los ojos cuando su padre dijo algo sobre el aeropuerto, pero la
señal falló y la voz de Nicholas ahogó su voz.
Una fuerte explosión resonó a lo lejos. Carmine dejó caer por accidente el
teléfono y maldiciendo, se agachó para recogerlo, cuando un grito desgarrador
atravesó el aire. El vello en los brazos de Carmine se erizó cuando se dio la
vuelta a tiempo para ver a Nicholas caer de rodillas, con rojo filtrándose por su
camisa blanca. Él se agarró el pecho, y abrió la boca para hablar, pero no salió
ningún sonido. Dejándose caer hacia el suelo en cuestión de segundos.
Haven gritó de nuevo, tan alto que los oídos de Carmine resonaban.
Todo se sentía como si ocurriera a cámara lenta. Saltó del porche y cayó
encima de Haven cuando otra explosión destrozó el aire. Él la tiró al suelo
detrás del coche, sacándole el aire de los pulmones con su peso.
Ella no le respondió cuando otro disparo sonó. Carmine hizo una mueca
—Cristo, Haven, tienes que escucharme de una maldita vez. Necesito que
hagas esto, ¿puedes hacerlo?
—¡Espera!
—Oh Dios.
—Carmine —le dijo. Y el sonido de su nombre en sus labios hizo que una
oleada de amor inundara su pecho a pesar del miedo. Nada volvería a
dominarla. Él miro sus ojos marrón oscuro, y pareció como si el tiempo se
detuviera. Se dio cuenta que siempre lo hacía. El mundo de Carmine no
seguiría sin ella.
24 Siempre.
La oscuridad lo robó al instante.
46
El golpe cerca de la puerta del coche alarmó a Haven. El sedán negro estaba
estacionado junto a la carretera, todo golpeó a Haven a la vez cuando cuatro
hombres se acercaron, envueltos todos ellos con máscaras negras.
—¿Qué pasa con él? —le preguntó a un tercer hombre, mirando a su pareja
en el suelo. Su voz también tenía acento.
—Cierra la boca —dijo el hombre con el marcado acento, seguido por otro
fuerte golpe que la impidió seguir.
—¡Por favor! —gritó de nuevo a través del dolor, sin importarle lo que le
pasara, siempre y cuando no tocaran a Carmine. Todavía estaba vivo, y ella
necesitaba que continuara así—. ¡Hare lo que sea! ¡No le dispares!
—Ponla en el coche —le dijo Nunzio, alejándose. Con los brazos alrededor de
su cintura, la arrastró hacia la carretera. Ella con debilidad podía distinguir el
cuerpo de Carmine desplomado en el coche, y su visión paralizó lo último de su
resolución. Gritó su nombre, esperando con desesperación que él la oyera y se
Nuncio agarró una pequeña bolsa y la abrió, sacó una jeringa llena de un
líquido claro.
Ella se quedó sin aliento mientras su mano la agarraba por el cuello. Luchó,
golpeándolo con sus puños tan fuerte como pudo intentando que soltara la
jeringa. Él se la clavó en el muslo y la abrazó con fuerza durante un minuto más
cuando se desmayó, cayendo en la inconciencia.
—¿Carmine?
—Vamos —dijo la voz, más clara que antes. Reconoció a su padre y trató de
responderle, pero no pudo conseguir formar las palabras que quería, en su
lugar vibraciones como gemidos estrangulados salieron de su pecho.
Carmine obligó a sus ojos a abrirse, pero hizo una mueca ante el dolor que
irradiaba desde su cabeza. Gimió mientras se movía, con la sensación punzante
difundiéndose con cada intento. Su visión borrosa distorsionaba todo.
—Estoy bien —dijo Carmine, sin saber si eso era cierto. Se bajó, sujetándose
al costado del coche para mantener el equilibrio, con las piernas tambaleándose.
Se sintió mal enseguida, se encorvó y vomitó.
—Todavía en casa. Tuve que salir y largarme de allí. —Se defendió por la
culpa, seguro de que le dolía más la angustia emocional que el dolor físico—.
Estábamos intentando escapar, pero un coche nos cerró, y aquí estamos. O
mierda, aquí estoy. ¿Dónde está?
—Johnny.
—Tal vez ella fue a buscar ayuda —dijo rebuscando las cosas—. ¿Dónde está
mi arma?
—Tuve la sensación de que algo así pasaría, incluso antes de saber que ella
estaba relacionada con Sal. Después de todo lo que he perdido, sabía que
salvarla no sería fácil. Todos sabían lo importante que era para mí. Tenía miedo
de que alguien se la llevara del estacionamiento. Debería haber sabido que sería
—¿Nunzio?
Vincent asintió.
Carmine sintió la bilis subiendo. Pensar que ella estuviera en algún lugar con
Nunzio lo enfermaba. No podía imaginar por lo que estaba pasando.
—Lo hará —dijo Vincent—. Pero en este momento, tenemos que estar más
preocupados por encontrarla.
Resultó ser una noche breve, una tormenta del oeste hacía que las aguas del
lago Aurora fueran más turbulentas de lo habitual. Vincent se puso de pie al
final del muelle a pocos kilómetros de la residencia Barlow, acurrucándose en
su abrigo, mientras trataba de protegerse de los duros vientos.
Vincent podía recordar con facilidad la primera vez que conoció a Nicholas,
un caluroso día de otoño en la escuela primaria local. Carmine acababa de
cumplir los diez años, y era la primera vez que Vincent había asistido a uno de
sus partidos de futbol. Haciendo malabares con su trabajo en el hospital y la
gestión de su trabajo con la famiglia, le quedaba poco tiempo de sobra para sus
hijos.
Pero ese día, se había escapado temprano del trabajo para ir. Hacia la mitad
del partido, un chico flacucho con la piel bronceada tenía un desagradable
derramen en la mejilla al ser acuchillado con el taco de la zapatilla de fútbol de
—Gracias Doc —le había dicho—. ¿Oh, qué quiso decir el doctor cuando el
hombre invisible le pidió una cita?
—Lo siento, pero no puedo verte hoy. —Él se echó a reír histérico ante su
broma—. ¿Conseguirla? ¿No puedo verte? ¿Ya sabe? ¡Porque es invisible!
Vincent sonrió.
—Lo entiendo.
—¡Papa! ¡Viniste!
—Lo hice.
Sus palabras pillaron a Vincent con la guardia baja. Todos los profesores de
Carmine le informaban de lo mismo… que estaba encerrado en sí mismo y no
hablaba, tanto era así que era como si no estuviera ahí.
Vincent nunca olvidaría la broma que le había dicho aquel primer día,
porque Nicholas era como el hombre invisible. Vagaba su camino por la vida,
pasando desapercibido por la mayoría. Vincent lo vio, sin embargo, incluso si
no podía fijarse en él. Y estando en ese muelle bajo el manto de la oscuridad,
deseó haber hecho algo más para ayudarle.
Tan pronto como Vincent llegó a casa, se deslizó dentro de la habitación bajo
las escaleras y se dirigió al sótano. El lugar había sido limpiado, las cajas
reubicadas en otro lugar, así que no tendrían ningún problema al circular por la
habitación. Llegó a la gran biblioteca a lo largo de la parte de atrás y abrió una
caja eléctrica de metal en la pared de al lado. Deslizando una sección del panel
—Acostúmbrate.
—Lo que sucede es que tuve una llamada de que alguien estaba en mi casa,
así que volví a investigar y encontré a mi hijo inconsciente, su novia
desaparecida, y un chico inocente muerto en mi jardín, y a ti lesionado. A ti, en
la escena de un ataque a mi familia. Entonces, ¿me vas a decir qué sucedió?
—¡No puedo!
—¡Por favor!
—No, tú tienes que entenderlo. Tomásteis algo importante para mí, y no voy
a parar hasta que la encuentre. Si deseas tener la más mínima posibilidad de
salir con vida de esta habitación, me dirás lo que necesito saber.
Vincent había llamado pidiendo un favor, y uno de sus colegas acordó verlo
sin registrarlo. A pesar de la insistencia de Carmine de que no necesitaba
ningún médico, Vincent lo exigió, y cuando Vincent DeMarco exigía algo,
incluso Carmine no podía decir que no. Así que cuando Corrado llegó a la
ciudad, los dos se habían dirigido a una clínica, mientras que su padre se
quedaba atrás para hacerle frente a la devastación.
Corrado no dijo nada, y Carmine no estaba seguro de si eso era algo bueno o
malo.
—No creo que debas —dijo—. No es más que un médico.
—¿Carmine?
—¿Sí?
—Cállate.
—¿Ha hablado?
Corrado pasó junto a Carmine, dándole una mirada peculiar a Vincent antes
de desaparecer en la habitación.
—¿Por qué estás ahí de pie? ¿No puedes hacer algo? ¿Cualquier cosa? ¡Cristo!
Antes de verbalizar la última palabra, Carmine fue tirado por la parte de
atrás de su cuello y se estrelló contra la pared. Perdió el aliento mientras
Corrado metía una pistola junto a su costilla fracturada.
—Esa boca tuya nos va a matar todos. Si no puedes cerrarla, la cerraré por ti.
El día siguiente amaneció mientras Carmine se abría paso hacia el tercer piso,
con el pecho tenso cuando abrió la puerta de su dormitorio. Se sentó en el borde
de la cama y agarró una almohada, apretándola contra su pecho mientras las
lágrimas brotaban en sus ojos.
Cada trozo de su compostura le fue arrancado mientras inhalaba el olor de
Haven, que se había quedado allí. El dolor se lo tragaba, negándose a dejarlo ir
hasta que su padre irrumpió en mitad de la tarde.
—Debería cambiarme.
—Está bien, pero tendrás que velar por ti mismo, hijo. No puedo ejecutar una
misión de vigilancia. No podré concentrarme en cuidarte la espalda si estás por
ahí causando estragos y contrarrestando todo lo que estés haciendo.
—Lo sé. Mantendré la boca cerrada y te dejaré hacer lo que haces. No estoy
pecando de ingenuo. Sé lo que le podría estar sucediendo a ella, pero tengo que
estar allí, sin importar cómo.
—Está bien. Vamos a atar algunos cabos sueltos y entonces nos iremos.
Carmine lo miró.
—¿Tio que?
—¿Y Nicholas?
—No puedo —dijo por lo que debía ser la centésima vez, aun proclamando
su inocencia con el suero de la verdad corriendo por sus venas.
Corrado se acercó, sus ojos oscuros estaban cargados de rabia. No era algo
que Vincent hubiera visto a menudo. Era la mirada que decía que alguien
estaba a punto de morir.
Violentamente.
—Mientras que aun estés vivo, vamos a jugar una partida de pin Marín
dedón pingë, búcara mángara títere fue.
—Rusos.
—¿Ellos lo saben?
—Joey no lo sabía.
La frente de Vincent se frunció.
—¿Qué es?
—La mayoría es incapaz de amar a alguien. Sus esposas son como sus coches
y sus casas. Sienten que son una inversión, las atienden, las manipulan, pero si
es necesario, estarían dispuestos a venderlas por salvarse a sí mismos.
Él se apartó de ella.
—No causaste esto, chico. Nunca harías nada para lastimarla. Ella es una de
nosotros… es de la familia. La encontraremos.
—Espero que tengas razón —dijo, dejando caer su bolsa dentro de la casa. Y
dirigiéndose a la habitación delantera, vio a su hermano en el sofá. Dominic
tenía la cabeza gacha, y sus manos cubrían su rostro. Tess estaba sentada junto a
él y miró a Carmine, con los ojos muy abiertos. Y le dio un codazo a Dominic.
—Dom.
—Mírate, hermano.
—No lo contactamos.
—Debes comer.
—¿Crees que ella está comiendo? —Su voz se quebró cuando salió la
pregunta. ¿Estaría comiendo? ¿Estaban cuidando de ella? ¿Estaba abrigada?
Cristo, ¿dónde demonios estaba? Dejó escapar un tembloroso suspiro cuando
su miedo se disparó. ¿Estaría aún con vida?
—¿Tienes algo que quieres decir, Tess? —le preguntó Carmine poniéndose
de pie—. ¿Deseas sacarte algo del pecho? La perfecta señorita Goddamn
—Creo que tienes que dormir un poco —dijo Dominic—. Haven es como mi
hermana. También, estoy molesto, así que no actúes como si fueras el único que
se preocupa.
Poco a poco, recuperó la conciencia, y con ella llegó el dolor. Las voces se
hicieron más fuertes cuando trató de incorporarse, su cabeza nadando en la
desorientación. El pánico inundó su sistema cuando una puerta golpeó en la
distancia. Una mujer entró y se dirigió hacia los otros, pero se detuvo cuando
miró en dirección a Haven.
Ella tenía un deje de acento extranjero que azotó a Haven de forma familiar,
destellos del accidente volvieron a ella. Recordó al hombre que había
mantenido una pistola en su cabeza.
—Estoy sorprendida de ver que te mueves —dijo ella, con voz suave
mientras sostenía una copa. Haven se resistió, y la mujer se rio un poco—. Es
agua, niña bonita. Bebe.
Una parte de Haven gritaba que no confiara en ella, pero había una parte
más grande, desesperada por aceptar la bebida.
—Pensé que te ayudaría a estar bien —le dijo—. Le dije a Nunzy que la
última dosis fue demasiado. No sé por qué nunca me escucha.
—Lo siento —dijo, su voz era un susurro que se desvanecía—, pero Nunzy
no te molestará si estás dormida.
Haven se dio cuenta, que el dolor se desvanecía y que los sonidos crecientes
se ahogaban, la habían drogado otra vez.
CAPITULO 47
47
Celia salió de la cocina y por el sonido de sus pisadas, parecía tan agotada
como todos los demás.
¿Cómo podía pensar que se sentía? Herido, por dentro y por fuera. Su vida
entera era un caos. ¿Se suponía que tenía que decirle que se sentía morir para
sentir alivio? ¿Eso haría que se sintiera mejor?
—Me siento jodidamente inútil —dijo, pasándose la mano por el cabello—.
Es como si estuviera esperando que cayera el otro zapato, y no me gusta esa
maldita sensación.
Celia abrió la boca para replicar, pero el caos se desató antes de que pudiera
emitir una sola palabra.
—¡Me he conectado!
El corazón de Carmine latía muy rápido cuando la puerta al final del pasillo
fue abierta de golpe estrellándose contra la pared.
Carmine creyó que habían oído a Dominic, pero todas sus esperanzas
La sangre de Carmine se heló. Algo estaba mal, muy mal, pero nunca en sus
sueños más locos pudo predecir lo que sucedió después.
Los gritos resonaron desde fuera, múltiples voces gritando a la vez. Carmine
se volvió incrédulo cuando algo se estrelló contra la puerta, obligándola a
abrirse. El mismo ruido avanzó como un eco al otro lado de la casa, la puerta
trasera había sido arrancada de las bisagras. Instintivamente, se cubrió la cabeza
cuando una serie de fuertes explosiones rebotaron a través de la planta baja, las
brillantes y cegadoras luces de la policía bombardearon la casa.
Un fluido grupo de hombres del SWAT irrumpió por las puertas. Gritando
para que cayeran al suelo. Tess gritó desde la sala de estar mientras Dominic
maldecía, sus voces apagadas eran zumbidos en los oídos de Carmine. Sucedió
tan rápido, que Carmine se quedó petrificado en su lugar mientras Celia se
tiraba al suelo con las manos sobre su cabeza.
—No te resistas —le dijo Celia—. Es necesario que lo hagamos por nuestra
seguridad.
Relajó sus brazos para dejarse asegurar las muñecas. El oficial casi le cortó la
circulación cuando se las apretó.
—Vincenzo Roman DeMarco, está bajo arresto por la violación de las leyes
RICO, titulo 18 del Código de los Estados Unidos, sección 1961 —declaró un
oficial mientras caminaba por el pasillo, lo que llevó a Vincent a la puerta
principal—. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y
—¡Papá!
—Llama a los abogados, Celia —le dijo Corrado con calma—. No quiero
nada sin ellos, que no se aprovechen de los presentes.
—Lo hare —dijo ella, con la voz un poco temblorosa—. Manteneos fuertes.
—No soy su hijo —le dijo—. Y lo que necesito es sacar toda la mierda de
aquí.
—La paciencia no esta de más. Soy el Agente Especial Donald Cerone, jefe de
la división contra el crimen organizado.
—Ah, ¿qué es esto? —le preguntó—. Carmine Marcello DeMarco. Dime hijo,
¿en que año naciste? Tenemos aquí dos identificaciones diferentes con dos
edades diferentes.
25 Traidor.
—Vaffanculo26.
Una agente liberó a Celia de las esposas y le entregó un teléfono móvil para
que llamara a un abogado. Les dio sus papeles, explicándole lo que estaban
haciendo los oficiales y liberaron a Dominic y a Tess de sus esposas. Carmine
observaba con tanta calma como podía, pero su paciencia se veía gravemente
debilitada.
—Llévalo al centro.
—Ha sido un placer Carmine Marcello DeMarco. Estoy seguro de que nos
veremos en el futuro.
26 Vete a la mierda.
Cuando Haven recuperó la conciencia por segunda vez, la luz del sol se
filtraba por las grietas alrededor del ventilador de salida. Trató de bloquear el
dolor mientras miraba a su alrededor, sus ojos se encontraron con la mujer de
antes.
Una vez más, todo el mundo dejó de hablar y se volvió hacia ella. La
frecuencia cardiaca de Haven se aceleró cuando vio a Nunzio. A la luz del día
pudo ver que tenía una venda en su mejilla.
Nuncio rio.
—Ah, ¿confundida? Estás muy cómoda con los italianos. Nunzy muchacho,
¿qué palabra estoy buscando?
—Principessa.
—¿Sí, esa es la que buscaba? —Alzando las cejas, esperaba una respuesta.
Haven asintió y se encogió de dolor en el cuello—. ¿Estás sufriendo? Puedes
hablar. Somos amigos aquí.
Ella lo miró incrédula, y la mujer se echó a reír.
—Eso parece —le dijo, mirándola curioso—. No puedo decir que no te culpe.
No debes confiar en la gente, sobre todo los que se asocian, pero nunca te voy a
engañar como lo han hecho antes.
Él se echó a reír.
El hombre se inclinó hacia ella, con sus manos juntas delante de él. Haven
trató de alejarse, apoyando su espalda en la esquina, su proximidad era
exasperante.
—Es probable que te estés preguntando que estás haciendo aquí —dijo con
tono serio—. Voy a sincerarme contigo. No quiero hacerte daño, pero lo haré si
tú lo haces, te estoy pidiendo que cooperes. Sé que puedes pelear, teniendo en
cuenta que has marcado dos veces a mi hijo.
Ella lo miró con la boca abierta mientras él hacia un gesto hacia Nunzio.
¿Hijo?
Él se echó a reír, igual que Nunzio, y Haven sintió que las lágrimas se
formaban ante la mención de Carmine.
Su voz era burlona. Ella trató de contener las lágrimas, pero era demasiado
que asimilar.
—Aw, no llores. —Llegó hacia ella, pero ella retrocedió. Él dejo caer su mano
sin tocarla—. ¿Dónde estaba?
—Ah, sí. Lo era antes de conocer a su esposa por supuesto. Una vergüenza lo
que le pasó. Supongo que debería sentirme culpable, pero fue culpa suya. —Él
negó con la cabeza—. Puta entrometida.
—No lo entiendo —dijo Haven—. ¿Qué tengo que ver con todo esto?
—Tú tienes el poder para derribar al enemigo, y eso es lo que vas a hacer.
Ella se tensó, las palabras de Carmine hace semanas atrás llegaron de nuevo
a ella. Nací con enemigos. Mi apellido solo me da más de lo que puedo ganar.
Ivan se rio mucho y muy fuerte, como si eso fuera la cosa más divertida que
jamás escuchara.
—¿Me extrañaste?
—Me gusta que luches —dijo Nunzio sin aliento. Ella gritó pidiendo ayuda
mientras la arrastraba por la habitación, tomando un rollo de cinta adhesiva de
la mesa de juego.
—¡No!
Él sonrió.
—Sí.
—No.
—¿LCN?
—Eso no es la mafia.
El oficial escribió algo en su expediente antes de enviar a Carmine a revisión.
En el momento que se puso el mono anaranjado de custodia preventiva, se
sintió como si lo hubieran jodido perfectamente.
Las horas se deslizaron por Carmine mientras yacía allí, mirando el techo.
Los reclusos gritaban a su alrededor, las sirenas se apagaban mientras los
guardias corrían a la puerta. Apenas durmió, dando vueltas en agonía toda la
—Tienes visita —le dijo uno de ellos, colocándole las esposas y los grilletes
antes de llevarlo a una pequeña sala de espera. Un fuerte hombre calvo estaba
sentado junto a una mesa en el interior, con un maletín abierto frente a él. Él
levantó la mirada cuando Carmine entró y le hizo un gesto para que se sentara.
El oficial de la correccional aseguró a Carmine antes de dejarlos solos.
Carmine revisó los documentos y con torpeza firmó en las líneas lo mejor
que pudo por sus limitaciones, antes de deslizarlos de nuevo.
—En primer lugar, necesito saber si has hablado con alguien —le dijo,
guardando los papeles en su maletín—. ¿Han intentado interrogarte?
—No —dijo—. Ellos ni siquiera me han explicado por qué estoy aquí.
—Eso es una mierda —dijo Carmine—. No tengo nada que ver con sus
negocios.
—¿Días? ¿Se supone que tendré que estar en este lugar más días?
—Por desgracia, sí. Voy a solicitar una audiencia, pero tomará tiempo para
que estés frente a un juez.
Él se rio secamente.
—¿Por qué?
—Vete a la mierda.
—Ustedes no está aquí para ayudarme. Usted no daría una mierda por mí.
—¿Ella huyó con Nicholas? —le preguntó—. ¿Lo eligió a él en vez de a ti?
—─Eso es ridículo.
—¿Esta muerta?
—No.
—Quiero a mi abogado.
48
Fue entonces cuando comenzó a alucinar, oyendo voces y viendo caras que
no podía estar segura de que estuvieran realmente allí. Las pesadillas eran
extremas, llenas de recuerdos en un bucle incoherente. El Doctor DeMarco la
poseía con la mirada penetrante de odio que había visto ese día en su
habitación. Podía sentir la pistola presionada en su garganta cuando jadeó por
aire. Gritó en la oscuridad, su pecho vibrando con los fuertes chillidos.
Los momentos de lucidez eran pocos y lejanos entre ellos. Gente desconocida
estaba de pies sobre ella, teniendo extrañas conversaciones que tenían un poco
de sentido. Sus monstruos emergieron, su retorcida cara apareciendo como si
estuviera derretida. Él no dijo nada, solo miraba cuando el fuego la envolvió de
dentro a fuera.
Vincent estaba sentado en una pequeña celda en el piso veinte, unas pocas
yardas de dónde Corrado estaba alojado. La ventana estaba helada,
obstruyendo la visión de Vincent del exterior, así que todo lo que tenía para
mirar eran las apagadas paredes que le rodeaban.
Cada día era igual: tres comidas, recuentos frecuentes, ocasionales sirenas, y
poca conversación. Los guardias observaban todos sus movimientos, todas las
llamadas y visitas monitorizadas así ninguno de ellos podría arriesgarse a
comunicarse.
Estaba sentado allí cada día temprano, justo después del pase de lista de la
mañana, cuando unos pocos oficiales del correccional se acercaban. Le situaban
las restricciones y le guiaban a una habitación, dónde el Agente Cerone
esperaba en una pequeña mesa.
Vincent le interrumpió.
—Doctor.
Katrina algunas veces decía que me mataría en mi sueño. Me dijo que mantuviera un
ojo abierto si quería vivir. Me quedaba despierta esas noches por si acaso lo hacía. No
tenía miedo de morir, pero no quería dejar a Mamá sola. No quería que el Maestro
Michael la hiciera daño, y creía que Katrina la mataría a continuación.
Llamé al Maestro Michael papá una vez cuando visitó el rancho. Oí a alguien decir
que era como yo, pero estaba enfadado y me golpeó. Mamá le suplicó que no me matara.
Él paró porque Frankie le hizo parar. Frankie golpeó a Michael por ello y recuerdo
pensar que no éramos las únicas personas quienes eran castigadas así. Debería haber
estado asustada, pero me hacía sentir como si quizás Frankie no me odiara. Él golpeó a
su hijo, pero aun le amaba, ¿cierto?
Vincent estaba sentado tranquilo, sin dar ninguna indicación de que estaba
aterrado por dentro. Las cosas estaban aclarándose rápidamente.
Nunca olvidaré la mirada en sus ojos. Solo estaba intentando hacer lo que me dijo
hacer, porque no quería meterme en problemas por no escuchar. Creía que él iba a
matarme, pero hizo algo peor. Me dejó sola en la oscuridad. Él era amable conmigo, y no
quería disgustarle. Soñaba con la mirada en su cara cuando se convirtió en un
monstruo. Desearía poder olvidarlo. Desearía gustarle al Dr. DeMarco.
—No deberías haber estado ahí en primer lugar. Solo espero que Mr. Borza
tenga tanta suerte con Vincent y Corrado.
—¿Otra semana?
—¿Vienes dentro?
—No puedo. Yo, uh... Hay a un sitio al que tengo que ir.
—Carmine…
—Mira, he cometido errores, pero nunca haría nada para hacerte daño.
—Vale. —Ella le entregó las llaves del coche—. Solo ten cuidado, chico.
Carmine condujo directo a Lincoln Park, aparcando delante de la mansión de
cinco dormitorios que estaba situada sola en una colina. Tomó una profunda
respiración cuando hizo su camino hacia el porche, sus nervios en el borde.
—Ellos me liberaron.
—Bueno, entonces. Estoy segura que Salvatore estará extático de verte. Está
—¡Príncipe! Creía que era mi terrible esposa viniendo a fastidiarme algo más.
Entra.
—Creo que sabes por qué estoy aquí, así que podemos cortar las tonterías.
Carmine le miró.
Carmine dudó durante un breve segundo, pero necesitaba cubrir sus rastros.
—¿Así es?
—Así es.
—No te estoy haciendo nada —dijo él—. Puedes salir por esa puerta, y te
desearía toda la suerte del mundo, pero si estás pidiendo mi asistencia, si estás
demandando mi lealtad, entonces es justo que me des la tuya de vuelta. Sin ella,
no tenemos nada.
Salvatore le miró.
—¿Estás seguro?
Haven estaba segura de que estaba muerta entonces, porque delante suyo,
llevando un fluido vestido blanco, estaba de pie un ángel.
—Carmine me trajo aquí —dijo ella—. Creo que venía aquí cuando estaba
triste.
—¿Lo estás?
—Por supuesto. Soy su madre, y las madres nunca dejan a sus hijos. Vivimos
en ellos, profundamente en sus corazones. Carmine no puede verme, pero sé
que me siente todo el tiempo.
Maura sonrió.
Haven giró alrededor tan rápido que todo se emborronó. Cuando volvió a
enfocarse, las semillas del diente de león se habían metamorfoseado a copos de
nieve, cayendo desde el cielo como nubes de algodón. Cubrieron todo en una
capa de blanco, entorpeciendo la visión de su madre a pocos pies de distancia.
Ella estaba girando, el sonido de su risa revistió a Haven en una manta de amor.
Durante un momento, cuando observó a su madre bailar, se olvidó de que no
era real. Olvidó que su madre estaba muerta. Olvidó que ella debía estarlo,
también.
Aterrada, Haven corrió hacia ella, pero la nieve caía más pesada, cegándola
con la blancura. Haven corrió largo y fuerte, su pecho quemando y las piernas
debilitándose, pero no parecía estar llegando a ninguna parte. Cansada, cayó en
el suelo en sollozos, de repente en Blackburn otra vez. El desértico suelo la
quemaba, abrasándola las suelas de sus pies.
Haven se giró, desesperada por verle, pero en lugar de los profundos ojos
verdes, todo lo que vio fue hielo azul. El estómago de Haven se retorció cuando
la Número 33 miró a través de ella, el papel aún clavado en su camisa.
—Pero tú también te has ido —dijo Haven—. Lo vi. Frankie te mató delante
de mí.
—Algunas cosas en la vida son peores que la muerte —dijo Número 33—, y
había vivido, esas cosas me habrían ocurrido. Él tomó mi vida, pero no rompió
mi espíritu. Nadie lo hizo, y nadie lo hará. No les dejes romperte. No les dejes
ganar. Lucha la lucha. Es la única manera de ser libre.
—Aléjate.
Cada pulgada de ella suplicaba por rescate. Apretó sus ojos cerrados, el Dr.
DeMarco destelló en su mente otra vez. Podía ver su enfado, pero no podía
sentir el miedo ya cuando presionó la pistola en su garganta. Comprendió como
se sentía, y cuando se tumbó allí en agonía, casi deseó que el Dr. DeMarco
realmente hubiera apretado el gatillo.
—Hazlo.
La noche había caído horas antes, pero Carmine ya no tenía ningún sentido
del tiempo. Pensaba que eran las diez en punto, quizá medianoche, pero no era
nada excepto un número para él ahora. Simplemente seguiría hasta que se
sintiera como si no pudiera seguir más, y luego se empujaría solo un poco más.
Se había movido más allá del cansancio y ahora se balanceaba en el umbral de
un ataque de nervios. Dormir solo ocurría cuando su cuerpo desfallecía,
períodos de apagones metidos en frenéticos hechizos.
Carmine no sabía nada sobre Giovanni, además del hecho de que él era
siciliano y que rompió la ley. Ellos solo se habían reunido un montón de veces,
y Giovanni nunca fue amistoso, pero Carmine tenía un respeto recién
encontrado hacia el hombre. Los dos estaban de pie en la pequeña oficina de la
modesta casa de ladrillo de Giovanni, leyendo cuidadosamente un mapa de
Chicago. Habían estado tanto tiempo que Carmine no podía leer la pequeña
impresión ya y contaba que Giovanni mantuviera todo en orden.
—Creía que Doc le puso un chip a la chica —dijo Giovanni—. ¿Por qué no la
has encontrado de esa manera?
—Significa que probablemente está bajo el agua o en una sala sin ventanas.
—Eso aún deja una docena de propiedades —dijo Carmine—. ¿Cómo sabes a
—¿Por qué me estás ayudando, de todas formas? Todos los demás dijeron
que era una pérdida de tiempo, que era una misión suicida.
Giovanni asintió.
—Si alguien no hace algo, ellos matarán a nuestra gente a continuación. Yo,
por ahora, no puedo sentarme y dejar que lo hagan.
El día de la audiencia, el nivel de estrés de Vincent estaba por las nubes. Los
U.S Marshals le condujeron a él y Corrado en coches separados hacia el Edificio
Federal Dirksen a unos pocos bloques de distancia. Su equipo de abogados
esperaba cuando entraron en la sala, tomando asiento en la mesa de los
acusados. Corrado parecía tranquilo y confiado en su traje negro de Armani,
todo lo opuesto a cómo se sentía Vincent. Mientras era un alivio estar fuera del
traje de prisión, su camisa abotonada le ahogaba.
—Su señoría —dijo el fiscal, poniéndose de pie—. Pedimos que los acusados
entreguen sus pasaportes, y que no se les permita salir del estado.
—Uno de mis clientes es bien conocido como médico en Carolina del Norte,
dónde su residencia permanente está localizada. Demando que quedarse en
Illinois no es justo.
—Debe ser porque soy lo bastante afortunado para estar libre hoy. La cara
enfrentaba el otro lado.
—Le conoces mejor que nadie —dijo Corrado—. Se lo tomará mejor viniendo
de ti.
—¿Decirme qué?
Celia tartamudeó.
—Carmine estaba preocupado. O, está preocupado. No podía quedarse
sentado. Sospechaba lo que estaba haciendo, pero no podía prohibírselo. Ni
siquiera sabía si debería. Él es adulto, y no es lo que ella querría para él, y sabía
que tú estarías molesto, pero es su vida. Y él estaba preocupado, Vincent. Tú
estabas encerrado, y no sabía a quién más recurrir.
—No me digas que él… No, no hay manera de que fuera a ellos después de
todo lo que hice para asegurarme de que no ocurriera.
—Lo hizo.
—Vincent —dijo Corrado, su dura voz le interrumpió—. Sabes que hay cosas
que no podemos y no deberíamos decir como hombres de honor, y estás
tartamudeando peligrosamente cerca de decir algo de lo que después te
arrepentirás.
—¡Tiene que haber algo! ¡Carmine no haría esto! Él no tiraría su vida y ¿por
qué, Corrado? ¿Para qué?
—Por ella —dijo él, dándole una incrédula mirada—. Cuan pronto lo
olvidaste. Una vez fuiste un chico de dieciocho años, volviendo a La Cosa Nostra
para salvar a la mujer que amabas.
—Salvatore.
—Quiere vernos.
—Cuarenta y ocho horas. —Vincent tenía dos días para auto rendirse a ser
preparado con un monitor en el tobillo. No era arresto domiciliario, con un
toque de queda o una base restringiéndole a una localización segura, sino una
precaución para asegurarse que no intentaba desaparecer. También significaba
que podían seguir un registro de todas las partes a las que fuera, lo cual le
pondría en una precaria situación en la organización.
—Supongo que eso significa que tenemos cuarenta y ocho horas, entonces.
—Es bueno veros a los dos —dijo Salvatore—. Sé que ambos sois honorables,
así que no estoy preocupado por cualquier tema futuro en este caso.
—De todas formas, el asunto más ligero —dijo Sal—. Asumo que habéis oído
las buenas noticias por ahora.
—Es genial tener a otra generación DeMarco trabajando con nosotros. Has
criado a un gran hijo, un hombre leal como tú. Deberías estar orgulloso.
Vincent se aclaró la garganta para forzar que no salieran las palabras que
realmente quería decir.
—¿Dónde está?
—Está con Giovanni —dijo Salvatore—. Han estado intentando rastrear a esa
pobre chica. Es una pena que no haya sido localizada.
—Carmine eligió que su camino no está relacionado —dijo él, sus labios aún
—¿Cómo puedes decir eso? Nuestras mujeres deben ser respetadas; ¡se
supone que las protegemos! Es parte del juramento; ¡es uno de nuestros
mandamientos! ¿Cómo no puede ser tu problema? ¡Es el problema de todos!
—Vamos.
Vincent empujó su silla hacia atrás y siguió a Corrado fuera de la sala. Los
susurros comenzaron cuando salió, pero Salvatore demandó silencio otra vez.
Vincent no debería haber reaccionado, pero estaba tan disgustado que no pudo
detenerse. Todo lo que había hecho fue en vano, una pérdida de tiempo y
energía, porque Carmine terminó exactamente dónde él había intentando evitar
que fuera.
Corrado abrió una puerta a una sala trasera y entró. Abrió las puertas del
armario y agarró armas, tirando a Vincent dos .45 Smith & Wesson antes de
sacar dos pistolas para él, deslizándolas en su abrigo con más munición.
49
Vincent nunca pensó que vería el día dónde deseara que su padre tuviera
aún el control.
—Y ahora no somos mejores que los tipos que nos siguen en esos edificios.
—Yo no iría tan lejos. Creo que muchos de nosotros aún tenemos nuestro
honor. Lo que has hecho por Haven, después de lo que ella te costó, es
honorable. No puedo decir que yo hiciera lo mismo si estuviera en tu posición.
Si fuera mi esposa, habría matado a la chica hacía mucho tiempo.
Vincent sacó una pistola y quitó el seguro cuando Corrado corrió a través de
la carretera. Miré dentro del coche e intentó las puertas cuando Vincent vigilaba
por señales de movimiento. Corrado miró alrededor, mirando en las ventanas
de uno de los viejos negocios, antes de volver.
—Demente es lo que son —dijo Vincent cuando Squint sacó un llavero y las
tiró al tercer tipo. Él y el hombre con la AK-47 desaparecieron dentro.
—Desbloqueado —observó Corrado—. Supongo que podemos añadir
estúpido a la lista de adjetivos.
—Corrado.
El tipo se giró, el miedo destelló a través de su cara. Dean Tarullo, el hijo más
joven del hombre que había salvado la vida de Carmine.
Antes de que Vincent pudiera responder, Corrado tiró al chico contra el lado
del edificio, cacheándole. Presionando su pistola en la garganta del chico, su
dedo ligeramente tocó el gatillo.
—Vi a seis.
—¿Quiénes son?
—No lo sé.
—Mejor lo averiguas —dijo Corrado—, antes de que te mate.
—¿Jen?
—Oh, uh, sé que ellos la tienen, pero no he buscado. Solo he estado dos
veces, y nunca pasé de la puerta.
Corrado gruñó.
—Detenle.
—Pa… —comenzó él, pero Vincent le arrastró lejos antes de que pudiera
reaccionar. Él maldijo y tropezó—. ¿Qué demonios? ¡Ella podría estar ahí
dentro!
—¿Qué más se supone que debo hacer? —preguntó él, frenético—. ¿Sabes
cuanto tiempo ha pasado? ¿Sabes cuanto tiempo ha estado desaparecida?
—A la mierda con mi vida —dijo Carmine—. Por ella vale la pena morir.
—¿Y qué ocurrirá cuando mueras? —Corrado le dio una mirada mordaz—.
Tu descuido conseguirá matarla. Estás en el redil ahora. Necesitas empezar a
pensar como uno de nosotros.
—Espera, ¿él está en esto? —Carmine corrió hacia delante y agarró a Dean
por el cuello—. ¡Será mejor que no esté herida! ¿Qué la hiciste?
—¿Qué demonios quieres decir con que no la has visto? —dijo bruscamente
Carmine, golpeando al chico contra el edificio—. ¡Me quitaste a mi chica, y la
quiero de vuelta!
—Suficiente.
La caricia casi le alteró. Carmine y Vincent alcanzaron sus armas como una
precaución, pero Corrado no se movió. Se dirigió a la persona sin girarse.
—Giovanni.
—No veo como tirar tu vida ayuda algo, pero ahora no es el momento para
esto. —Necesitaba permanecer tranquilo, y vivir lo que estaba viviendo su hijo
conseguiría volverle loco otra vez—. Entraremos ahí y terminaremos con esto, y
no importa lo que encontremos, trataremos con ello.
Algo cercano llamó la atención de Vincent cuando una bala pasó zumbando
directa hacia él, rozando su cuello. Se encogió por el abrasador dolor, dándole a
un herido Squint el tiempo suficiente para conseguir alzar su mano. Disparó
algunas rondas consecutivas, una bala desgarró a través del hombro izquierdo
de Vincent cuando más pasaron volando. Su brazo se quedó entumecido,
quemando como un perro a través de la parte superior de su cuerpo cuando su
hijo gritó.
El dedo de Squint apretó el gatillo como una reacción exabrupta, y una bala
voló hacia el lateral cuando su cuerpo violentamente se sacudió. Vincent no
paró hasta que la pistola hizo clic, dejando la forma retorcida irreconocible.
La pistola de Vincent hizo clic cuando se quedó sin munición, y luchó para
recargar cuando Carmine comenzó a disparar a pocos pies de distancia. Una de
las balas golpeó al hombre en la espalda, y tropezó, luchando por permanecer
de pie. Corrado apuntó en ese momento, finalmente girando su enfoque de
Ivan, y disparó tres rondas en la cabeza del hombre sin dudarlo. Él cayó, su
dedo apretando el gatillo y salvajemente esparciendo las balas. Corrado tropezó
unos pocos pasos cuando fue golpeado desde el costado, pero permaneció de
pie, su atención volvió a Ivan.
—¡Lo siento!
—Estoy bien —dijo él, empujando a Vincent cuando luchó por ponerse de
pie. Se balanceó un poco, pero se puso de pie por sí mismo, rechazando la
ayuda.
En menos de un minuto, Vincent supo que era malo. El problema era, que no
podía arreglarlo.
—Siempre estás intentando jugar al médico conmigo, y por una maldita vez
que te pido ayuda, ¿eso es lo que me das? ¿Desearías saberlo?
—Necesito llevarla a alguna parte para evaluarla —dijo él—. Está viva.
—Y será mejor que siga así —dijo Carmine—. Haven, necesito que
despiertes. Por favor, nena. Tienes que hacerlo. No puedo hacer esto si tú no lo
haces.
Corrado intentó dar un paso, pero sus rodillas cedieron. Vincent le agarró
antes de que golpeara el suelo.
—Che peccato.
—Lo sé. Es una pena —dijo Vincent, sacando su teléfono cuando Corrado
caminó hacia la puerta. Él observó, la preocupación le comía por dentro—.
¿Estás seguro sobre esto? Estás perdiendo mucha sangre.
—No seas ignorante, Vincent —dijo él—. Lleva a Haven a mi casa y arréglala
antes de que tu hijo recurra a resucitar a la gente solo para matarlos otra vez.
Corrado paró cerca de la salida y sacó su pistola, girándose otra vez. Miró a
través de la habitación dónde el joven Dean estaba sentado tranquilamente y
disparó tres veces al cuerpo, asustando a Carmine.
—Solo son fuegos artificiales, tesoro. Nada por lo que temer —había dicho
él—. No te harán daño.
Ella creyó eso cuando se tumbó allí, justo como hizo el día que él había dicho
esas palabras por primera vez. No sintió miedo y creyó que no podía hacerla
daño. Nada lo haría. Carmine vendría a por ella, y él la salvaría, porque eso es
lo que hacían el uno por el otro. Aunque estaba ahogada, resbalándose lejos,
sabía que estaría bien tanto como no se rindiera.
Ellos no podían tener su espíritu. No les dejaría ganar.
Carmine giró su cabeza, sus ojos encontrando los suyos. Eran más claros que
todo lo demás, el color verde llamativo entre la niebla.
—Sí, soy yo. Te dije que te encontraría. Nunca me rendí. —Su voz estaba
alimentada por la emoción cuando él recorrió su mano a lo largo de su mejilla—
. Dios, te quiero desesperadamente.
Ella intentó alcanzarle, pero el movimiento debilitó cada onza de energía en
ella. Todo se volvió negro tan pronto como su mano cayó, los ruidos
desaparecieron como si se ahogara otra vez.
50
—¿Dr. DeMarco?
—Sí, soy yo. —Él sacó un estetoscopio y lo presionó contra su pecho. Ella
saltó por la inesperada frialdad, el dolor rebotando a través del movimiento—.
Intenta no moverte.
—Lo sé. —Él situó su mano contra su frente, y ella se tumbó tan tranquila
como fue posible cuando él la comprobó. La escena era como un sueño.
—Oh, realmente soy real. —Él paró cuando una pequeña sonrisa tomó sus
labios—. Al menos, eso creo.
Ella intentó sonreír en respuesta, pero estaba débil y no estaba segura de que
funcionara.
—No lo comprendo. ¿Cómo llegó allí? ¿Dónde está Carmine? —El miedo la
paralizó—. ¿Nunzio le mató?
—Cálmate, niña.
—¿Qué?
—Estoy confusa.
—Me imagino que lo estás. —Él la dio una mirada recelosa—. Fuiste drogada
cuando te llevaron.
—¿Qué son?
—Son poderosas drogas que usamos en el hospital. Asumo que dónde Jen
entró a jugar. El tiopental es, uh… —Él parecía roto por la culpa—. Es lo que te
he dado unas pocas veces. En dosis bajas someten a alguien, pero en dosis más
altas el resultado es el coma. La otra reduce la función cerebral. Con esas dos
juntas, estaré sorprendido si recuerdas algo después de todo.
—Ellos te tuvieron durante dos semanas —dijo él—. Las otras dos las has
pasado recuperándote aquí.
—Solo unos pocos minutos —dijo él—. Habría venido antes, pero la chica
despertó.
—¿Cómo está?
—Ella está… viva. Tiene un largo camino para recuperarse por delante.
Celia se encogió.
—No lo hice. Es hora de que Carmine maneje las cosas por sí mismo. Es hora
de que él sea un hombre.
—Ya dormí.
Mujer testaruda.
—¿Y si no ocurre?
—Él despertará.
Su hermana sonaba segura, pero Vincent sabía muy bien ceder a sus
esperanzadas palabras.
Haven despertó otra vez en una brillante habitación, entornando los ojos por
la dura luz filtrándose por la ventana. Gimió cuando se giró lejos de la luz del
sol, su mano entrando en contacto con un cuerpo en la cama a su lado. Carmine
estaba dormido, su pecho subía y bajaba en un paso firme, su brazo derecho
vendado desde sus dedos a su codo con una venda elástica.
Apretando su mandíbula, ella luchó el grito que amenazaba con salir cuando
—Estoy bien.
—No estás bien —dijo él—. Estás herida, tesoro. ¿Sabes cuanto me has
asustado? ¡Creía que te había perdido! Cuando desperté en ese coche y no
estabas, pensé que mi vida se había terminado. Pero juré que nunca me
rendiría, y no lo hice. No podía pensar en seguir si estabas muerta.
—Sí, pero…
—Nada de peros —interrumpió ella—. También creí que iba a perderte. Les
supliqué que te dejaran en paz en el coche.
—¿Les suplicaste?
—Iban a matarte. —Su voz se rompió cuando el recuerdo surgió—. Les dije
que iría con ellos, que no lucharía tanto como te dejaran vivo. Hubiera hecho
cualquier cosa.
Ella se tensó.
—¿Fuiste disparado?
Ella jadeó.
—Lo está. —Ella le miró a los ojos, ojos que pensó que no volvería a ver otra
vez—. Te eché de menos.
—Mi sei mancata —dijo él—. Me alegro de que estés despierta ahora.
—Suenas como tu padre otra vez —dijo ella, su respuesta evasiva no hizo
nada por calmar sus miedos.
—No eres nada como él —dijo ella—. Nunca serás como él.
—Cierto, hijo. Nunca has sido uno de los que sujetan su lengua.
—Tiene una costilla fracturada —explicó el Dr. DeMarco cuando ella miró a
Carmine peculiarmente—. Sería bueno por ahora si aprende a tomárselo con
tranquilidad.
Ella sintió culpa por herirle.
—Lo siento.
—Lo estarás mientras tu cuerpo se cura —dijo él—. Quiero que intentes
comer algo. Carmine puede traerte algo de caldo de pollo.
—Tonterías, niña. Estás demasiado débil para eso ahora mismo —dijo él,
sacudiendo su cabeza—. De todas formas, estoy seguro que vosotros dos teneis
mucho de lo que hablar, pero descansar algo hoy. Carmine también puede
conseguirte algo para el dolor. Sé que sabe dónde están los narcóticos,
considerando que los ha estado explotando como caramelos durante semanas.
—Parece extraño.
—¿Qué?
Él suspiró.
—Bien —dijo él—. No creo que sea buena idea decírtelo aún, pero no
discutiré por eso.
—¿Arrestado?
—Sí, y por razones tontas. Los federales asaltaron con órdenes de arresto
para mi padre y Corrado, y algunos agentes egoístas dijeron que Cerone me
tirara a una celda junto con ellos.
—Eso no importa.
—No puedes querer decir eso —dijo ella—. Dijiste que nos diríamos todo.
—Lo sé, pero las cosas han cambiado. Hay algunas cosas que no puedo
decirte… algunas cosas que no seré capaz de contarte. Esta mierda no querrías
saberla de todas formas, Haven.
—No hay nada más importante para mí que tú, tesoro. Daría mi vida por ti.
—No te asustes —dijo él—. Estaba desesperado, bebé. Necesitaba saber que
estabas viva, y ahora que estás a salvo, no puedo arrepentirme.
—¿Irte?
—Fui a Sal, ¿vale? ¿Eso es lo que querías saber? Le pedí que me ayudara, así
que ahora le debo algo de vuelta.
—Mi lealtad.
—¡Retíralo!
—¡Pero no puedes hacer eso! ¡No puedes ser como ellos! No puedes hacer
esas cosas que ellos hacen. ¡Hablamos sobre esto antes!
—¿Crees que quiero ser esa persona? ¿Qué quiero hacer esas cosas? ¡Por
supuesto que no!
—¿Entonces por qué las haces? ¿Cómo puedes estar de acuerdo con eso?
—No tenía elección. Comprendo que estés molesta, pero está hecho.
Su toque fue gentil y debería haber sido consolador, pero no fue lo suficiente
para extinguir sus miedos.
Su corazón dolió por creer sus palabras, pero no era ingenua. Ya no. Era una
vida de crimen, un mundo de violencia dónde el peligro constantemente
forzaba su camino. Era un mundo que volvía a los hombres fríos y cínicos
cuando hablaban de cosas que ella no podía entender. Era un mundo que se
había llevado a ambas madres y que casi les mató, también. Era un mundo del
que habían intentando escapar, pero uno que les succionó, de todas formas.
En todo lo que podía pensar eran sus planes alejándose. Irse a alguna parte
dónde nadie les conociera, comenzar de nuevo dónde él pudiera ser solo él y
ella pudiera ser ella, sin contaminar por esclavitud y las etiquetas forzándoles.
Ir a la universidad para que él pudiera jugar al fútbol mientras ella estudiaba
arte —todo eso un distante sueño. Casarse y tener una familia —el concepto
ensombreció la realidad. Ella no estaba segura de que fuera posible ya, dónde
podían ir o qué podían hacer. ¿Le permitirían ir a la escuela? ¿Podían tener
Más importante, ¿qué le ocurriría a Carmine? ¿Podía vivir esa vida y ser la
misma persona que la amaba? ¿Podía alguien hacer cosas malas, pero no ser
una mala persona? Después de ser abusada toda su vida, ¿cómo podía aceptar
que se convirtiera en uno de ellos?
—Estoy bien.
Vincent sonrió.
—Seguro.
Vincent dudó.
—Aterrado.
—No que yo pueda decir —dijo él—. Celia cree que él estará bien, que
despertará pronto, pero no veo cómo. Su cerebro estuvo sin oxígeno durante
demasiado tiempo para que salga de esta.
—Lo hizo.
—Los milagros ocurren —dijo él—. Hay una razón para que no veas lo que
ve Celia.
—Lo estoy.
—Entonces pregunta.
—La primera vez que maté a un hombre, tenía dieciocho años. Le disparé
una vez en el corazón con mi revolver. Él perdió la consciencia
instantáneamente, pero le llevó exactamente un minuto y veintinueve segundos
dejar de respirar. Lo conté. Parecía muy rápido en retrospectiva, pero mientras
observaba como ocurría, se sentía como si nunca se fuera a morir. Y todo el
tiempo estuve allí de pie, todo en lo que podía pensar era lo malo que parecía.
—Violó a mi esposa —dijo él, su voz una octava sobre un susurro—. Fui juez,
jurado, y verdugo.
—¿Por qué?
—Me dijiste que este hombre hizo mal, el pecado que cometió, pero no me
dijiste realmente por qué le mataste. Te recuerdo a los dieciocho años. Os casé a
Maura y a ti a los dieciocho. No eras una persona vengativa, y Maura no habría
querido que lo hicieras.
El sacerdote tenía razón, por supuesto.
—No creo que haya suficientes horas en el día para contarte todo.
—Sé que está intentando ayudar, pero esa no es excusa para negar a alguien
un caramelo en Halloween.
—Gracias por esto —dijo ella, quitando el envoltorio y lo chupó—. No me di
cuenta de que era Halloween hasta que vi a los niños.
—Oh. —Ella volvió a mirar a los niños con los disfraces—. No lo sabía, desde
que nunca lo he vivido. No tuve una infancia normal.
—Es bueno verte. Habría venido antes, pero Tess me hizo prometer que te
dejaría en paz.
—Me alegro de que estés aquí. Es bueno ver caras amigas otra vez.
Él asintió.
—Así que, ¿cómo lo estás aguantando? No puede ser fácil perder un mes de
tu vida.
—Estoy viva —dijo ella—. Eso es más de lo que puedo decir de algunas
personas.
—El clásico Nicholas. Él había respondido una trola todo el tiempo que dijo
esa broma, como un pingüino con quemadura solar o una cebra con gripe aviar.
Aunque la respuesta real es un periódico. Es negro y blanco, y lo lees todo.
—Oh. —Ella se quedó sentada allí durante un momento antes de que una
ligera risa escapara de sus labios—. Esa me gusta.
—Tan duro como sea, tienes que tener esperanza. ¿Recuerdas lo que te dije
antes? Qué mi hermano hacía la pelota, pero si yo estuviera en sus zapatos,
habría hecho lo mismo, y sé que tú también lo harías. Así que quizás no soy el
único que necesita darle a Carmine un respiro. Estoy seguro que averiguareis
cosas, y no será el cuento de hadas ideal, ¿pero cuándo lo es la vida?
Especialmente para vosotros dos.
—Tienes razón.
Haven sonrió.
—Nunca me arrepentiré.
—No creo que debamos sentarnos en los escalones de alguien así —dijo
ella—. Podrían enfadarse.
Desde que ella fue asesinada, pensó Haven, terminando la frase que él aún
no podía decir. Ella miró a la brillante puerta azul, un duro contraste con la
astillada pintura roja de los postigos.
Y eso era exactamente lo que hicieron. Unos pocos días después, el Dr.
DeMarco alquiló un coche, y los tres hicieron un viaje de vuelta a Durante. Ella
durmió mucho, extendida en el asiento trasero cuando Carmine y el Dr.
DeMarco tomaban turnos para conducir. Parar tan frecuentemente les llevó
unos pocos días antes de que vieran la señal de madera marrón que leía:
Durante te da la bienvenida.
Casa. Ahora lo comprendía. Por primera vez en su vida, algo se sentía como
en casa. Era el lugar en el que habían estado juntos. Era dónde habían
51
Garabateaba en las libretas otra vez y esbozaba dibujos de las imágenes que
veía en su mente. Su monstruo volvió, burlándose de ella con su cara
destrozada y sus malvados ojos. Eso la recordaba que no importaba dónde
fuera, esa parte de su vida nunca se iría.
Los dos eran niños rotos, desesperados por estar enteros otra vez, luchando
por encontrar el equilibrio en un mundo fuera de su control. ¿Qué era negro y
blanco y rojo? Carmine lo era, pensó Haven. Un alma salvajemente desgarrada
por la mitad, sangrando por todo lo que veía. El yin y el yang, el bien y el mal,
el amor y el dolor todo extraño el uno con el otro. Dos lados, dos mundos
enormemente diferentes, pero algún día emergerían como uno. Tenían que
hacerlo.
Il tempo guarisce tutti i mali. El tiempo cura todas las heridas.
Algunas cosas en la vida solo ocurren una vez, los recuerdos duran para
siempre. Son monstruos que te alteran, convirtiéndote en una persona que
nunca creíste que llegarías a ser, pero que alguien como tú estaba destinada a
ser. No hay ningún botón de rebobinado en la vida, sin recuperaciones u otras
oportunidades para arreglar las cosas que deseas poder cambiar.
Si las hubiera, Carmine tendría ocho años otra vez, demandando a su madre
que esperaran a un coche para recogerles. No terminarían en ese callejón, y su
Habría muchos lugares a los que Carmine volvería, muchas cosas que habría
hecho de manera diferente, pero una cosa que no volvería hacer era lo que
había hecho para salvarla.
Sacrificio. Era algo que aprendió de su madre, cuando dio su vida para salvar
a una joven niña. Habría aprendido eso de su padre, cuando hizo un juramento
a una organización para estar con la mujer que amaba. Incluso Corrado se había
puesto en la línea, arriesgando su seguridad para evitarles más dolor.
—¿Carmine?
—¿Sí?
—Es tu turno.
Redención.
—Lo que sea. Seguid siendo ingenuos. Creed lo que los libros de historia os
—Estoy en un rato.
—Lo sé, pero no se preocupe… Es la última vez que tendrá que verme.
Ella asintió, nerviosa por el por qué quería verla. Agarró su sándwich, su
apetito se fue, y lo situó en la nevera para después. Incluso si él raramente
dejaba la casa, desde que el hospital le había despedido después de las noticias
de su arresto, ella y el Dr. DeMarco no habían intercambiado más que básicos
—Toma asiento —dijo él, moviéndose hacia la silla enfrente suyo—. ¿Cómo
estás?
La culpa la consumió.
—Por mi causa.
—Sí —dijo él—. Una vez te culpé, creí que fue por tu causa, y no llevó mucho
tiempo ver que mi enfado era infundado. Hay unas pocas personas a las que
razonablemente podría culpar, yo mismo incluido, pero tú no eres una de ellos.
Si me hubiera dado cuenta antes, podría haberos salvado a las dos de mucho
dolor.
—El día que te conocimos en Chicago era doce de Octubre. Estaba tan
inmerso en cualquier cosa que no fue hasta la tarde siguiente que me di cuenta
que había sido el aniversario de la muerte de Maura. El año pasado en ese día,
no tenías ninguna oportunidad. Sin importar lo que hicieras, te habría
conseguido, porque no era sobre ti, era sobre ella.
—Quiero que sepas que nunca te he odiado. No podía odiarte, porque nunca
te conocí. Y no quería conocerte porque no quería preocuparme por ti. Nueve
años en una pelea, pasaba el doce de Octubre deseando poder castigarte, pero
ese año, en todo lo que podía pensar era en rescatarte, lo cual es lo que
consiguió que la matara en primer lugar. —Él paró—. Estoy hablando en
círculos, y no estoy seguro si me crees, pero quiero que sepas que me preocupo
por ti. Y en cuanto a lo que te hice el año pasado, no espero perdón, pero lo
lamento. Si pudiera retroceder, lo haría.
—No.
—Es un aparato GPS para monitorizar. Una condición de mi fianza era que
tenía que llevarlo. —Sus ojos se abrieron de par en par, y él rio por su
expresión—. Eso es algo, ¿verdad? No sabes lo que es tener todos tus
movimientos vigilados hasta que te ocurre. En alguna parte hay un hombre
—Suena familiar.
—Estoy seguro que lo hace —dijo él—. Tenía mis razones para ponerte el
chip, pero eso no significa que fuera lo correcto. Pedí un último favor a un
compañero mío, el que vio a Carmine después del accidente, y solicité una cita
para ti. Podría estar pegado a mi aparato monitorizado, pero eso no significa
que no pueda remover los tuyos.
—Gracias.
—Ella escribió mucho sobre modificaciones para esta vida y sus sentimientos
conflictivos sobre el mundo al que yo pertenecía —dijo él—. Podría ayudarte a
seguir adelante.
—¿Estás seguro?
—Gracias, Haven.
—Bien.
—¿Bien? ¿Eso es un, ‘Bien, estoy a dos segundos de encontrar una ventana para
tirarme por ella, pero no voy a decírtelo porque me detendrás,’ o es un, ‘Bien, estoy
bastante condenadamente bien, Carmine, así que deja de preguntarme’?
Ella rio.
—La chica llega a la conclusión de que el hombre malo con el que vive no es
tan malo como asumió. Él solo está afligido por la pérdida de su esposa. Ella
hace amistad con el hijo, quién el padre no puede enfrentar durante mucho
tiempo, porque le recuerda a su esposa.
—¿Ninguna mierda?
—Destino —dijo él, sus ojos cayendo de ella al libro en su regazo—. El diario
de mi madre.
Una de las cosas más extrañas sobre vivir en el mundo es que ahora y entonces uno
está bastante seguro de que vivirá para siempre y por siempre jamás… algunas veces un
Para incluso después de haberse ido, cuando la vida continuara, una parte de
ellos siempre existiría en algo —y en todos— los que tocaron.
FIN
SOBRE LA
AUTORA
Sempre Redemption
Made