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¿POR QUÉ LEER A NIETZSCHE COMO

UN FILÓSOFO PESIMISTA CUANDO


ENSEÑA SOBRE TODO A AMAR LA
VIDA?
FILOSOFÍA

POR: PIJAMASURF - 01/01/2016

EN MEDIO DE LAS LECTURAS E INTERPRETACIONES QUE


HA TENIDO A LO LARGO DE LA HISTORIA, LA OBRA DE
NIETZSCHE GUARDA UN INTENSO LLAMADO PARA AMAR LA
PROPIA EXISTENCIA EN TODAS SUS ARISTAS POSIBLES

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Adams Carvalho

Usualmente, en la historia de las ideas es común que autor y obra se


confundan, que la biografía se inmiscuya en la impresión que podemos
tener del trabajo realizado y entonces tengamos también una idea
equivocada de ambos, vida y corpus.

Entre los varios ejemplos que podrían citarse al respecto, quizá uno de
los más conocidos y asequibles para varios sea el de Friedrich
Nietzsche, filósofo a quien encontramos bajo diversos avatares a lo largo
de la historia según la lectura que se dio a su legado. Así, por ejemplo, lo
mismo lo hallamos como un melómano entusiasta que como un
implacable detractor de la música, como una suerte de ideólogo avant la
lettre del régimen nazi, como heredero del pesimismo de Schopenhauer
y también como el nihilista absoluto que, por eso mismo, inspiró en
parte la idea del absurdo de la existencia de Camus, etcétera.

Como se ve, la obra de Nietzsche ha admitido varias lecturas, muchas de


ellas cercanas al denominador común de la exaltación del sufrimiento y el
dolor como constantes de esta vida y, por otro lado, la voluntad de poder
como antídoto contra dicha regla, conceptos que de suyo poseen una
carga negativa contra la cual es difícil ir durante un primer acercamiento.
¿Quién quiere aceptar que la existencia es esencialmente dolorosa?
¿Quién podría tomar de buen modo a un sujeto que sólo en el ejercicio
del poder ha encontrado la forma de sobreponerse a ese destino? ¿No
suenan ambas cosas un tanto radicales, en el extremo del pesar o en el
extremo de la voluntad egoísta?

Aun con estar más o menos extendida, esa puede considerarse una
lectura sumamente sesgada. Nietzsche habló de poder, es cierto, pero
no en la manera en que podríamos identificarlo desde un punto de vista
totalitario e instrumental. La idea de poder del filósofo era a un tiempo
más elevada y más profunda: en uno de los videos de difusión de sus
ideas que reseñamos este año se explica cómo la voluntad de poder es
la forma en que podemos salir del laberinto del eterno retorno y así
devenir Superhombres:
Desde otra perspectiva, esa tesis podría compararse con el esfuerzo por
salir de la repetición que se busca en el psicoanálisis o, con más
ambición aún, con la epifanía de romper con la dialéctica del amo y el
esclavo. En todos los casos, incluido el cese del eterno retorno
pregonado por Nietzsche, la recompensa última de poner nuestra
voluntad en ello es el encuentro con la libertad auténtica, liberados de la
fatalidad, de la repetición, del mundo del Amo, volcados de lleno sobre
nuestro propio destino.

Esa es quizá una de las lecturas más ricas que podemos hacer de
Nietzsche. Mirando desde otra perspectiva su pesimismo y su nihilismo,
menos como una declaración de derrota que (mejor) como el
antecedente necesario para celebrar la riqueza de la vida. En el
sitio Brain Pickings, Maria Popova recupera un par de fragmentos de la
obra nietzscheana que nos alientan a aceptar y entender el fracaso antes
que querer huir de él; el primero de estos, el número 905 de La voluntad
de poder, dice:

Aquellos hombres que en definitiva me interesan son a los que les deseo
sufrimientos, abandono, enfermedad, malos tratos, desprecio: yo deseo,
además, que no desconozcan el profundo desprecio de sí mismos, el
martirio de la desconfianza de sí mismos, la miseria del vencido; y no
tengo compasión de ellos, porque les deseo lo que revela el valor de un
hombre: ¡que uno mismo perdura!

Adams Carvalho

Aquí podemos emparentar a Nietzsche con la filosofía estoica y su


mirada cruda sobre las cosas del mundo, en especial el dolor y el
sufrimiento. Como el alemán, los estoicos también creían que éstos eran
parte natural de la existencia y que por ello mismo había que
experimentarlos del mismo modo como aceptamos la felicidad o la
alegría; por definición el dolor y el sufrimiento son más pesarosos, pero al
final son también los que fortalecen nuestro espíritu y, al menos en
teoría, nos hacen más sabios y más justos, templan nuestro carácter
como la espada en la forja, situándonos en el camino de la “plenitud del
ser” (eudaimonia) y de aquello que de verdad queremos para nuestra
vida. En una de sus Epístolas morales a Lucilio, la número XVIII, Séneca
aconsejó dedicar algunos días a vivir con lo mínimo posible, comer
apenas lo necesario y tomar “un vestido áspero y rugoso”, y pasado un
tiempo decir: “¿Es esto lo que temía?” (hoc est quod timebatur?), esto es,
reconocer no sólo que para vivir basta lo esencial, sino también que a
pesar de la adversidad la existencia continúa y que, quizá, así es mejor;
por eso Nietzsche, al final del fragmento citado, celebra esa
perseverancia de la voluntad en medio de la adversidad propia de la
existencia: conocerla, padecerla y abrazarla como parte de nuestra vida
para entender todos los aspectos de ésta, para entender a cabalidad lo
mismo el disfrute que el dolor, el placer y el sufrimiento, y los matices
entre ambos. Escribe el filósofo, en el parágrafo 12 de La gaya ciencia:

¿Tenemos que aceptar que la finalidad de la ciencia sea procurar al


hombre el mayor número de placeres posible y el menor desencanto
posible? Pero, ¿cómo hacerlo, si el placer y el desencanto se encuentran
tan unidos que quien quisiera tener el mayor número de placeres posible
debe sufrir, al menos, la misma cantidad de desencanto; que quien
quisiera aprender a "dar saltos de alegría" debe prepararse para "estar
triste hasta la muerte"? Tal vez así suceda. Al menos eso creían los
estoicos, consecuentes en la medida en que deseaban el menor placer
posible para conseguir de la vida el menor desencanto que se pueda (la
sentencia que tenían constantemente en la boca, "el virtuoso es el más
feliz", podía servir tanto de enseñanza de escuela dirigida a la gran
masa, como de casuística sutil para los refinados).

Antes que a una especie de balance teleológico, una idea de “karma” o


de desendeudamiento de la culpa por las obras malas a través de las
obras buenas (según lo explica Byung-Chul Han en La agonía del Eros),
Nietzsche refuerza aquí la idea del temple de la voluntad en el
sufrimiento para la mejor apreciación del disfrute.

El filósofo, en ese sentido, no es ajeno a la idea de fatalidad, pero quizá


no en el sentido en que usualmente la entendemos, como algo inevitable
y casi siempre pesaroso, sino más bien como aquello que por formar
parte del mundo (el odio, el amor, el dolor, la felicidad), vamos a
experimentar siquiera una vez en la vida, necesariamente. En otro texto
exploramos la noción de amor fati (“amor al destino”), que Nietzsche
expuso en un par de fragmentos de La gaya ciencia y de Ecce homo; en
la sección 10 de esta última obra encontramos:

Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati [amor al


destino]: el no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro
ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y aún menos
disimularlo ―todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario― sino
amarlo.

Adams Carvalho

Y ese es el puente que nos permite unir la fatalidad de la vida en el


mundo con el amor que podemos dedicarle no a la fatalidad, sino a
nuestra propia vida. Mejor que aborrecer nuestra suerte, maldecir nuestro
destino, rehuir al dolor y querer alejarnos del sufrimiento, Nietzsche nos
enseña a amar la vida, nuestra vida, que en sí misma no podemos
cambiar, porque ya es nuestra y es a la que damos cuerpo e historia con
nuestros actos cotidianos pero que, en otro sentido, sí podemos
transformar en función del lugar desde donde nos coloquemos con
respecto a ella. Si somos capaces de amar aun (en) el infortunio, ¿qué
no será cuando la felicidad se instale con plenitud en nuestra vida?

Para terminar, cerramos con este fragmento inquietantemente reflexivo


de La gaya ciencia, subtitulado “La carga más pesada” (341):

¿Qué dirías si un día o una noche se introdujera furtivamente un demonio


en tu más honda soledad y te dijera: "Esta vida, tal como la vives ahora y
como la has vivido, deberás vivirla una e innumerables veces más; y no
habrá nada nuevo en ella, sino que habrán de volver a ti cada dolor y
cada placer, cada pensamiento y cada gemido, todo lo que hay en la vida
de inefablemente pequeño y de grande, todo en el mismo orden e
idéntica sucesión, aun esa araña, y ese claro de luna entre los árboles, y
ese instante y yo mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se lo da
vuelta una y otra vez y a ti con él, ¡grano de polvo del polvo!"? ¿No te
tirarías al suelo rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así
te hablara? ¿O vivirías un formidable instante en el que serías capaz de
responder: "Tú eres un dios; nunca había oído cosas más divinas"? Si te
dominara este pensamiento, te transformaría, convirtiéndote en otro
diferente al que eres, hasta quizás torturándote. ¡La pregunta hecha en
relación con todo y con cada cosa: "¿quieres que se repita esto una e
innumerables veces más?" pesaría sobre tu obrar como la carga más
pesada! ¿De cuánta benevolencia hacia ti y hacia la vida habrías de dar
muestra para no desear nada más que confirmar y sancionar esto de una
forma definitiva y eterna?

Y tú, ¿cómo responderías? ¿Quisieras vivir una y otra vez este instante?
¿O esa pregunta te empujará a darle otro sentido a tu existencia de
manera tal que, si la idea del eterno retorno es cierta, querrás vivir una y
otra vez todos los instantes de aquélla?

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