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Francisco Javier de Luna Pizarro

Por Francisco José Del Solar Rojas

Francisco Xavier de Luna Pizarro y Pacheco es el sacerdote y abogado más


importante de la política peruana desde el momento de la declaración de la Independencia Nacional
hasta finalizar la década de 1830. Después, de manera exclusiva hasta su muerte, se dedicó a su
ministerio religioso. En los 20 años de político, aplicó con interés personal medidas autoritarias,
intrigas cortesanas y mínimas concesiones para materializar sus ideas que, si bien es cierto no
estuvieron totalmente exentas de un patriotismo, aunque sesgado, no resulta menos verdadero
afirmar que ellas dificultaron o constriñeron el ejercicio de una absoluta libertad y consecución de
derechos para los ciudadanos de una república, la que, por esta razón, entre otras, no logró cuajarse
de manera definitiva.
De Luna Pizarro más político que abogado y sacerdote, estuvo al lado de los últimos virreyes y gracias
a ellos alcanzó un cargo de mediana importancia en el Cabildo Metropolitano, lo cual, por su
declarada fidelidad al rey, fue nombrado rector del Colegio Mayor de Medicina de San Fernando
(1819). El desembarco del Libertador San Martín le sorprendió en ambas funciones y una vez que éste
ingresó en Lima, no tardó en ofrecerle sus servicios y se convirtió en un decidido defensor de la
política sanmartiniana. Aprovechó, entonces, sendas funciones para erguirse por encima de cuanto
patriota, convicto y confeso, venía gestando la independencia desde más de tres décadas atrás. Con
grandes dotes de manipulación y persuasión, más que brillantez, dirigió los destinos del país
mediante los presidentes generales De La Mar y De Orbegoso, a quienes impuso para su elección
ante el Congreso. De ahí que él solía decir: gobierno a través de los gobernantes.

Fascinante es la vida de nuestro letrado eclesiástico. Su biografía ha sido maquillada o inflada a favor
por la historia oficial. En ella encontramos respuesta a los males políticos de la actualidad. Su
concesión fue subirse al carro liberal, siendo –en esencia– un monárquico constitucional
antirregalista. Su fracaso: ser ninguneado por el Libertador Bolívar y no poder combatirle dado la
brillante inteligencia y encanto persuasivo del ilustre caraqueño. Su desesperación: abandonar el
liberalismo para incorporarse al conservadurismo y convivir plácidamente con el Libertador Castilla,
en su etapa más conservadora. Así también, defender a rajatabla las ideas clericales y el predominio
de la Santa Sede y absoluto poder del Papa, ideas propugnadas, entonces, por el joven sacerdote
Bartolomé Herrera Vélez, el más conservador de los conservadores. Por último, pedir la excomunión
de Francisco de Paula González Vigil, clérigo y abogado, en otrora su amigo y compañero de afanes
políticos que, a la sazón, había arreciado su regalismo y contestado virilmente al papa Pío XI.

Francisco Xavier de Luna Pizarro y Pacheco nació en Arequipa, el 3 de diciembre de 1780 y falleció
en Lima, 9 de febrero de 1855. Sus padres fueron el teniente coronel de milicias reales Juan Bautista
de Luna Pizarro y Cipriana Pacheco Arauzd. A los 11 años de edad, ingresó becado en el seminario
conciliar de San Jerónimo de Arequipa, y a partir de entonces llevó una vida dedicada, por entero, al
estudio de teología, filosofía, letras, derecho y cánones en dicho seminario, bajo la protección y la
dirección del obispo Pedro José Chávez de La Rosa. Luego, fue enviado a estudiar en la Universidad
de San Antonio Abad de Cusco, donde, a los 18 años, se graduó de licenciado en cánones (26- de
junio de 1798) y, algunos días más tarde, en teología.

Regresó a Arequipa y realizó la práctica forense en el estudio del reconocido letrado mistiano Evaristo
Gómez Sánchez. De nuevo viajó a Cusco para recibirse de abogado ante la Real Audiencia de esa
ciudad, el 28 de setiembre de 1801. Retornó a su ciudad natal y con los títulos ratificó su calidad de
catedrático que venía ejerciendo desde que era seminarista, por disposición del mencionado
monseñor, quien le entregó la tonsura y le nombró su familiar.

Dos años después, su protector y guía dispuso que viajara a Lima con la finalidad de que se
incorporara como abogado en la Real Audiencia de la capital (25-1-1802). Por recomendación de
éste, el arzobispo de Lima, Las Heras, le impuso las órdenes sagradas del sacerdocio y fue nombrado
cura de Torata (2-6-1808). Al año siguiente, fue llamado a Lima por su familiar obispo y viajó con él
a España, para lo cual Chávez de La Rosa tuvo que solicitar permiso al virrey José Fernando de Abascal
(1809). En la metrópoli, con el auspicio de su protector, logró que se le nombrara capellán de la
presidencia del Consejo de Indias. Fue elevado al patriarcado y el rey le concedió media ración en el
coro de Lima, según el historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte. Con todos estos privilegios, De Luna
Pizarro pudo asistir a las sesiones de las Cortes de Cádiz, en 1810, y aprender, en directo, las
costumbres y mañas cortesanas.

A fines de 1811 se embarcó con rumbo al país, llegando al Callao en abril de 1812. Se incorporó al
Cabildo Eclesiástico de Lima en su calidad de medio racionero. En tal condición, escuchó con asombro
el discurso del alumno carolino José Faustino Sánchez Carrión Rodríguez con motivo de la
designación del ilustre maestro sanmarquino y abogado José Baquíjano y Carrillo, conde de Vista
Florida, como vocal del Consejo de Estado (20 de noviembre de 1812).Aprovechó de su condición de
consejero espiritual del virrey De Abascal para reprobar la mencionada alocución y la conducta
contemplativa y solidaria del anciano rector Toribio Rodríguez de Mendoza Collantes. Esta cercanía y
su abierta fidelidad al rey, hizo que la autoridad virreinal le ascendiera a la dignidad de racionero, en
1816. Fue cuando pasó a ocupar la secretaría del Cabildo Metropolitano, cargo que desempeñó hasta
febrero de 1822, a la par de ejercer el rectorado del Colegio de Medicina de San Fernando.

En verdad, para entonces, De Luna Pizarro era más godo y conservador que patriota y liberal. Era de
fuerte carácter, autoritario, pegado a los intereses aristocráticos y acérrimo defensor de la supremacía
del clero y de la Iglesia como guías del pueblo. Al lado de su obispo protector había aprendido y
practicado el arte de la política maquiavélica, del eufemismo, de la manipulación, de la conveniencia
y del arreglo en aras de un mayor provecho, aceptando los males menores dentro del oportunismo.
Es decir, las características de los malos políticos que tanto daño han hecho al país.

De ahí que aprovechó su condición de rector y secretario del cabildo para su desarrollo político. En
efecto, el 22 de abril de 1819 fue nombrado rector de San Fernando. Para entonces, recordemos que
el virrey Joaquín de la Pezuela había dispuesto una reorganización de los colegios mayores, originada
por la desconfianza de fidelidad al rey producida por el Convictorio de San Carlos, en las personas
de su anciano rector y sus destacados alumnos liberales, produciéndose la renuncia de Rodríguez de
Mendoza y Sánchez–Carrión Rodríguez, como profesor. En consecuencia, mientras éstos eran
cuestionados y perseguidos, De Luna Pizarro se prestaba para asegurar la continuidad del
absolutismo en el colegio de Medicina y Cirugía. De ahí que aplicó su rigurosidad y clericalismo,
manteniéndose prudencialmente distante de las ideas libertarias. Sin embargo, también en su
condición de guía espiritual del último virrey, José de La Serna, estuvo a favor de la entrevista de
Punchauca (2.6.1821). Fue uno más de los que aconsejaron al gobernador virreinal para que dialogara
con el generalísimo argentino José de San Martín Matorras.

El destino, su suerte y oportunismo, dado su doble condición de secretario del Cabildo y de rector de
San Fernando, le llevó a presidir la ceremonia de suscripción del Acta de la Independencia, habida
cuenta que ésta se realizó en ese reconocido colegio (15 de julio de 1821). Fue, entonces, cuando
Francisco Xavier de Luna Pizarro y Pacheco abandonó la causa fidelista y se subió a la revolución,
apoyando abiertamente a De San Martín. Contribuyó en las medidas jurídicas de transición y, sin
dudarlo, se asoció a la Orden del Sol (12 de diciembre de 1821) y luego solicitó su incorporación a la
Sociedad Patriótica (10 de enero de 1822), institución cuya finalidad era “discutir todas las cuestiones
que tengan un influjo directo o indirecto sobre el bien público, sea en materias políticas, económicas
o científicas, sin otra restricción, que la de no atacar las leyes fundamentales del país, o el honor de
algún ciudadano”. En otras palabras, para discutir acerca del régimen de gobierno conveniente para
Perú.

Consecuentemente, De San Martín ordenó a su ministro Bernardo Monteagudo designar a De Luna


Pizarro representante del Protectorado en la comisión de patriotas encargada de redactar el
reglamento de elecciones de diputados. Su participación en la sociedad sanmartiniana fue en
búsqueda de consenso entre liberales y conservadores, manteniendo, disimuladamente, una posición
pro aristócrata con apoyo soterrado para José Bernardo de Tagle, marqués de Torre Tagle, y para los
generales José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete y Juan Félix de Berindoaga y Palomares, vizconde
de San Donás, quienes apoyaban las ideas monárquicas promovidas por el Libertador del Sur. Dicho
sea de paso, este último también era abogado.

La presencia de Rodríguez de Mendoza y de un elevado número de sus ex alumnos carolinos en la


Sociedad Patriótica, hizo más cauto, moderado, prudente y menos autoritario a De Luna Pizarro. Ahí
se trataron y dialogaron ambos religiosos. El primero anciano, honesto consigo mismo y con los
demás. El segundo, 30 años más joven, impetuoso y dispuesto a ganarse un espacio en la historia
nacional siguiendo recetas políticas de Machiavelo. Sin embargo, no obstante ello, el arequipeño llegó
a reconocer los profundos conocimientos jurídicos y elevadas cualidades morales del chachapoyano,
empero, no le perdonaba su anticlericalismo. Lamentablemente, Dios y la historia no quisieron que
ahí, también, estuviera Sánchez-Carrión.

Cuando De San Martín regresó decepcionado de Guayaquil ante la negativa del apoyo militar
solicitado al Libertador del Norte, Simón José Antonio de Bolívar y Palacios, convocó al Congreso
Constituyente. Éste se instaló el 20 de setiembre de 1822, bajo la presidencia de Rodríguez de
Mendoza. En las elecciones para esta magna asamblea, De Luna Pizarro también fue elegido diputado
por Arequipa.Aprovechó, entonces, el apoyo que había ganado en la Sociedad Patriótica más su
condición de rector, sacerdote y sus reconocidas artes de manipulación y negociación, para salir
elegido primer presidente del Congreso Constituyente, mientras dos ilustres carolinos, como
Sánchez-Carrión y Francisco Javier Mariátegui Tellería, fueron designados secretarios. El religioso
arequipeño tuvo ventaja, ya que la elección se realizó como si fuera para una institución académica.
No obstante que la presidencia del Congreso se ejercería mensualmente y, consecuentemente, sería
rotativa entre los constituyentes, desde ese momento, De Luna Pizarro se convirtió en el factótum de
la política y accionar jurídico nacionales por más de 20 años. Sólo perdió influencia, en los intervalos
de las dictaduras de Bolívar y del general Agustín Gamarra Messia, quienes fueron sus enemigos
irreconciliables y con los cuales jamás pudo negociar. Durante la Constituyente, De Luna Pizarro
continuó en el rectorado de San Fernando, al cual renunció recién en marzo de 1823.

Los aportes jurídicos del rector fernandino fueron, realmente, intrascendentes. Entre otras cosas,
introdujo los jurados para los juicios de imprenta que consagró la Constitución de 1823. Abrazó la
ideología liberal y se constituyó en el líder, por no decir ideólogo, que, en verdad, no lo fue. En este
contexto, podemos subrayar –sin temor a equivocarnos y contrario a lo afirmado por la mayoría de
sus biógrafos y algunos destacados historiadores– que De Luna Pizarro fue más político que
jurista,más sacerdote manipulador para detentar el poder detrás de bambalinas que abierto, solidario
y sincero guía o ductor. De ahí que Sánchez-Carrión fue quien fundamentó el proyecto de
Constitución, elaborado por la comisión respectiva y que estuvo presidida por Rodríguez de Mendoza
e integrada por los abogados Carlos Pedemonte y Talavera, Manuel Pérez de Tudela Vilches, Justo
Figuerola Estrada, José Joaquín Olmedo Maruri,Mariátegui Tellería y Sánchez-Carrión; los médicos
Hipólito Unanue, José Gregorio Paredes y José Pezet y Monel (14.4.1823).

La suerte del Primer Congreso Constituyente fue demasiada azarosa por querer ser el primer poder
de la República. Esto es, nombrar a los gobernantes y establecer las políticas de Estado, que el
presidente debía acatar constitucional y disciplinadamente. De Luna Pizarro impuso la elección de la
primera Junta Gubernativa formada por un triunvirato: generales José de la Mar Cortázar y Felipe
Antonio Alvarado Toledo (también abogado) y Manuel Salazar y Baquíjano, conde de Vista Florida.
Junta a la que manipuló a su antojo, dado el débil carácter, total sumisión y plena bondad del primero
de los nombrados.

Esta situación originó el primer golpe de Estado en nuestra historia republicana. El general De la Riva
Agüero se impuso con las armas ante los constituyentes para que le nombren presidente de la
República. Así fue como este militar militarista, es decir, golpista, se constituyó en el primer
presidente de Perú (Motín de Balconcillo, 27 de febrero de 1823). Sin duda, tuvo el apoyo y respaldo
de los constituyentes conservadores. Los liberales, en un primer momento se opusieron, empero,
luego debieron aceptar esta realidad como mal menor, antes de que el Congreso sea clausurado. En
ello convino De Luna Pizarro, quien se mantuvo en el medio de la crisis hasta que se definiera por la
voluntad mayoritaria de los congresistas. Sin embargo, expresó su decepción y dolor por el daño
causado tanto a la patria como al general De La Mar.

De la Riva Agüero era conservador, aristócrata y, consecuentemente, monárquico constitucional. De


ahí que no era de total desagrado para Francisco Xavier. Empero, ello constituía un obstáculo y gran
problema para continuar la guerra emancipadora y consolidar la libertad y el sistema republicano.
Ante esta situación, los liberales, aupados por el general venezolano Antonio José de Sucre y de Alcalá
–que contaba con el respaldo de 3 mil soldados colombianos, ya acantonados en Lima–, lograron que
el Congreso destituyera a De la Riva Agüero, quien había entrado en conflicto con la magna asamblea,
a pesar de las recomendaciones que le había alcanzado De Luna Pizarro. Éste influyó para que el
sucesor sea Torre Tagle, y el pleno le convirtió en el segundo presidente de la República. Obviamente,
la medida fue rechazada por el militar golpista que desconoció al Congreso y anuló la nueva
elección.Aciagos momentos para la naciente república, en los que los peruanos tuvimos dos
presidentes a la vez, uno de facto: el militar, y otro constitucional: el marqués. Con el apoyo de Sucre,
el segundo gobernó en Lima,mientras que el primero huyó a Trujillo, donde instaló su írrita
administración.

En este suceder, lleno de contradicciones, el Congreso aprobó invitar al Libertador Bolívar para que
venga a Lima, personaje que no era de la simpatía de Francisco Xavier. Su intuición política le hacía
presagiar los desacuerdos y enfrentamientos que tendría con el brillante y afortunado militar que
desestimó ayudar a De San Martín. A Torre Tagle, también aristócrata y taimado aliado de la causa
monárquica constitucional, no le quedó más remedio que ejecutar el acuerdo congresal que habían
motivado los verdaderos liberales, máxime Sánchez-Carrión, Olmedo, Mariátegui y el anciano
Rodríguez de Mendoza. En efecto, Bolívar llegó a Perú el 1 de setiembre de 1823.Al día siguiente, De
Luna Pizarro se opuso a que el Congreso le otorgara poderes absolutos al Libertador. Ante el rotundo
fracaso de su propuesta, pasó a conspirar contra el caraqueño, quien no le prestó mayor importancia
y despectivamente calificó su accionar como “la conspiración pizarruna”.

Ante el temor de ser perseguido, Francisco Xavier se alejó y autoexilió en Chile. Ya era cosa del
pasado cuando De San Martín y Montegaudo motivaron su ego, mientras que Bolívar le ninguneó e
ignoró. Vio afectados su dignidad y amor propios, situación que jamás le perdonaría al Libertador y
más bien, olvidándose que era hombre de Dios, alimentó su odio con un profundo rencor que guardó
hasta sus últimos días. De Luna Pizarro permaneció en el país del Sur hasta después del triunfo de
Ayacucho y retornó a su ciudad natal en agosto de 1825, cuando fue nombrado tesorero del Cabildo
Diocesano de Arequipa. Ciudad que le eligió diputado en 1826, empero, como acerbo crítico de la
dictadura bolivariana, fue apresado y deportado a Chile.

Bolívar se alejó del Perú el 3 de setiembre de 1826 y dejó en la presidencia al general Andrés de Santa
Cruz Calaumana. El pueblo rechazó la Constitución Vitalicia o bolivariana (1826) en enero de 1827 y
fue la hora exitosa de los adversarios del Libertador. Ante la ausencia de Rodríguez de Mendoza y
Sánchez-Carrión, quienes habían muerto en junio de 1825, De Luna Pizarro se yergue de nuevo como
el líder liberal, con el apoyo de su tocayo Mariátegui y Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada y el
flamante diputado por Tacna Francisco de Paula González Vigil Yáñez, entre otros.

El 29 de abril de 1827, Francisco Xavier desembarca en el Callao en olor de multitud. Otra vez es
elegido diputado por Arequipa y, así también, presidente del Congreso Constituyente de 1827-1828,
en dos oportunidades: la primera del 4 de junio al 4 de julio de 1827, y la segunda del 4 de marzo al
4 de abril de 1828. Defendió la Constitución de 1823 y persuadió a los constituyentes para incorporar
gran parte de su articulado en la nueva Carta de 1828. En ésta aportó e impuso su idea centralista,
antifederalista, por temor a que el país se desintegrara. Además hizo que se prohibiera cualquier
intento de integración con otros Estados o pueblos, como consecuencia de la nefasta política
bolivariana de confederar naciones. Creemos que salió a relucir su más acre antibolivarianismo.

De igual manera, por segunda vez, Luna Pizarro influyó decisivamente para que el pleno eligiera
presidente constitucional a su incondicional general La ar (9-6-1827), quien aceptó ir a la guerra
contra la Gran Colombia presidida, a la sazón, por el Libertador. Asimismo, quien fue traicionado por
el ambicioso general Gamarra en la batalla de Portete de Tarqui. Traición que fue motivada por
Bolívar, desde Bogotá. Cuando el noble general La Mar fue depuesto y desterrado, Gamarra ordenó
la captura de Francisco Xavier y su posterior exilio a Chile.
No obstante encontrarse deportado, en 1831, De Luna Pizarro se amistó con el vicepresidente de la
República, general Antonio Gutiérrez de la Fuente, quien auspició su designación como obispo de
Arequipa (Marzo 8), lo cual molestó sobremanera al dictador Gamarra. Sin embargo, éste decidió no
impedir el ingreso del religioso, quien asumió su ministerio en enero de 1832. Declaró, entonces,
que no se dedicaría más a la política aduciendo motivos de salud y rechazó la senaduría para la cual
fue elegido. Empero, mediante la valiente acción política liberal y democrática de González Vigil, el
monseñor arequipeño expresaba su sentir. Sobre todo, en aquel discurso del irreverente clérigo
tacneño cuando acusó a Gamarra de haber violado la Constitución y de participar abiertamente en
actos corruptos: Yo debo acusar, yo acuso (1832).

En 1833, por mandato de la Constitución de 1828, se debía realizar una Convención Nacional para
modificar o ratificar esa Carta. A esta magna asamblea fue elegido Francisco Xavier, lo cual aceptó y
viajó a Lima. La elección de presidente del Congreso recayó de nuevo en nuestro biografiado, alto
cargo que ejerció del 12 de diciembre de 1833 al 12 de marzo de 1834. La Carta de 1834 ratificó en
gran medida lo preceptuado por la de 1828, empero, eliminó la prohibición de que Perú pudiera
confederarse con otros Estados. ¿Por qué cambió Luna Pizarro? Primero, porque ya había pasado la
fiebre antibolivariana y, además, porque Bolívar había fallecido el 17 de diciembre de 1830 y, en
consecuencia, la Gran Colombia se había desintegrado. Segundo, porque seis meses antes de la
muerte del Libertador, el mariscal Sucre había sido asesinado en Berruecos (4 de junio de 1830).
Tercero, porque la posible confederación del Perú y Bolivia venía siendo tratada en secreto por Santa
Cruz y Gamarra, no obstante los recíprocos odios que se profesaban. Y, finalmente, para facilitarle el
camino al próximo presidente que tenía que ser, invariablemente, un incondicional escogido por él.
En suma, tiró al traste la doctrina centralista de DestutTracy, que había esgrimido en 1828, para abrir
las puertas a la posible integración federalista.

Fue así como, por tercera vez, De Luna Pizarro decidió imponer en la presidencia de la República a
un general sumiso a sus mandatos e ideas. Las dos veces anteriores había fracasado con el militar
que no parecía militar: De La Mar Cortázar. Esta vez eligió a uno que se le pareciera y fue el general
Luis José de Orbegoso y Moncada, quien asumió el poder el 20 de diciembre de 1833 y catorce días
después los generales Gamarra y Bermúdez se sublevaron contra él.

Es obvio que el Congreso y el pueblo respaldaron al legítimo mandatario, quien inició la persecución
contra los sublevados en enero de 1834. El país se vio envuelto en una guerra civil que continuó con
el alzamiento del general Felipe Santiago Salaverry del Solar (1835) y concluyó en la Confederación
Perú-boliviana de 1836 a 1839, por acuerdo de los presidentes De Orbegoso y De Santa Cruz, de
Perú y Bolivia, respectivamente. Frente a tan terrible crisis, Francisco Xavier regresó a Arequipa y fue
testigo del fusilamiento de Salaverry, en la Plaza Mayor de la ciudad, ordenado por el jefe del ejército
invasor (18 de febrero de 1836). Decidió, entonces, retirarse definitivamente de la política. Esta vez
sí sería de verdad.

En setiembre de 1837 fue designado obispo titular de Alalia y auxiliar de Lima. Ocho años más tarde
quedó vacante el arzobispado de la capital, cargo al que fue consagrado en julio de 1845. Dos meses
después se expidió la bula correspondiente (Setiembre 26) y recién tomó posesión del mismo el 27
de abril de 1846, siendo el vigésimo arzobispo de Lima. Para ello, hubo de arreglar sus diferencias
con el presidente general Ramón Castilla y Marquesado, ex ministro de Gamarra, quien profesaba
ideas y políticas conservadoras. Asimismo, convino con el cura y jurista más conservador del siglo
XIX, Bartolomé Herrera Vélez, a la sazón, rector del Convictorio de San Carlos.
De Luna Pizarro se hizo un profundo autoanálisis, renegó de sus acciones e ideas que asumió, según
él, equivocadamente. Radicalizó su clericalismo y solicitó la excomulgación papal de Pío XI contra su
antiguo amigo y seguidor González Vigil, a quien acusó de masón y ateo por defender ideas
regalistas. Reabrió el Seminario de Santo Toribio (25 de abril de 1849) y quiso desde ahí forjar el
futuro eclesiástico del país, imprimiendo rigurosidad y excelencia a la enseñanza religiosa, al igual
como se hacía en el Convictorio para la formación civil en la jurisprudencia y política. Seis años
después, a los 75 años de edad, falleció en Lima, quizá perdonado por el Señor, pero nada en paz
con su conciencia, si realmente la tuvo.

Ésta es una biografía real y sin maquillajes en honor del biografiado. Se ajusta a la verdadera historia
y se inscribe en la corriente revisionista, la cual cultivamos. Estamos igualmente alejados de las
leyendas tanto de la negra como de la dorada que comenta y desarrolla con singular maestría el
eximio historiador Jorge Guillemo Leguía, quien, en 1929, expresó su reconciliación con De Luna
Pizarro y orientó su pluma hacia la leyenda dorada que han ampliado y difundido sus colegas Vargas
Ugarte y Jorge Basadre Grohmann.

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