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son las comunidades autónomas de subsistencia por una parte; y por otra los
sistemas mundiales, caracterizados por la división del trabajo en su interior y por contener a múltiples
culturas.
¿Qué se puede decir respecto del esquema explicativo de Wallerstein? En primer lugar, que estamos de
acuerdo con varios de sus aspectos: en efecto, existió algo que podemos llamar "sistema económico
europeo", o cuyo centro dinámico se ubicaba en Europa occidental; es cierto que dicho sistema tendía a
volverse crecientemente «mundial»; y sin duda constituyó algo sin precedentes en la historia humana
anterior.
Donde empezamos a separarnos de su opinión, es en la caracterización de dicho sistema económico
como
capitalista
cosa
perfectamente factible incluso en un trabajo parcial y monográfico. La defensa de la síntesis histórica o de
la historia total es algo legítimo.7 Pero la vía que conduce a ello no debe anular, sino consolidar los
estudios históricos especializados: la lucha contra la especialización cerrada o exagerada no debe hacerse
de tal manera que se pongan en peligro las ventajas obtenidas gracias a la especialización.8 Él hecho de
que, al estudiar la historia interna de las regiones coloniales, sea necesario definir sus
4
Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, trad. de Luis Etcheverry, Siglo XXI Argentina Editores, Buenos
Aires, 1971, pp. 150-156 y en general los caps. II a V. 5
Naturalmente, Wallerstein no está solo. Puntos de vista análogos se encuentran en Pablo González Cas anova, «El desarrollo
del capitalismo en los países coloniales y dependientes», en Pablo González Casanova, Sociología de la explotación, Siglo XXI
Editores, México, 1969, pp. 251-291; José Carlos Chiaramonte, «El problema del tipo histórico de sociedad: crítica de sus
supuestos», en Modos de producción en América latina, Historia y Sociedad, México, Segunda época, n.° 5 (primavera de 1975),
pp. 107-125; Angel Palerm, «¿Un modelo marxista para la formación socioeconómica colonial?», Tercer Simposio de historia
económica de América latina, México, septiembre de 1974 (comunicación mimeografíada). 6
Pierre Vilar, «Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser», en Ciro F. S. Cardoso y Héctor
Pérez B. (compiladores), Perspectivas de la historiografía contemporánea, Secretaría de Educación Pública (Sep./Setentas),
México, 1976, p. 157. 7
Cf. Georges Duby, «La historia social como síntesis», en C. F. S. Cardoso y H. Pérez B. (compiladores), op. cit., pp. 91-102;
Pierre Vilar, «Problemes théoriques de l'histoire économique», en Jacques Berque et alii, Aujourd’bui l’histoire, Éditions
Sociales, París, 1974, p. 122.
correlaciones con la economía mundial, no significa que el historiador latinoamericanista tenga que
escribir personalmente la historia económica total (y menos mal, ya que sería una tarea interminable...):
significa apenas que debe utilizar críticamente datos y análisis pertinentes elaborados por especialistas en
otras ramas de investigación.
Muy semejante al esquema de Wallerstein, aunque se haya desarrollado independientemente, es la
concepción de Fernando Nováis acerca del «antiguo sistema colonial» (siglos xvi-xviii).9 Vamos a
resumirla brevemente, puesto que no carece de interes y se liga directamente a nuestro tema.
El autor define al «antiguo sistema colonial» como el sistema colonial del mercantilismo, el conjunto
de las relaciones entre metrópolis y colonias en la época del «capitalismo comercial». Su finalidad
consistiría en propiciar la dinamización de la vida económica metropolitana a través de las actividades
coloniales; en otras palabras, en ser un instrumento al servicio de la acumulación primitiva de capitales.
El mecanismo que posibilitaba que tal función se llenara, era el del exclusivo o monopolio comercial,
generador de sobreganancias. La burguesía comercial metropolitana podía apropiarse del sobreproducto
de las economías coloniales —simples anexos complementarios de Europa:— debido a que su monopolio
le permitía vender lo más caro posible las mercancías europeas en América, y por el contrarío, comprar a
los precios más bajos posibles la producción colonial. Los límites estarían dados, en el primer caso por el
hecho de que, más allá de ciertos precios, el consumo de productos europeos se interrumpiría; mientras
que, en el segundo caso, los precios pagados por la producción colonial no podrían bajar al punto de
impedir el proceso productivo mismo en las colonias. Para que el sistema pudiera funcionar, las formas de
explotación del trabajo deberían ser de tal tipo que permitieran la concentración de la renta entre las
manos de la clase dominante colonial: aun cuando la mayor parte del excedente se transfería a la
metrópoli, la parte restante se concentraba, garantizando así la continuidad del proceso productivo y de la
importación de artículos europeos. Por lo tanto, la adecuación de las economías coloniales a su centro
dinámico en última instancia —el capitalismo mercantil europeo— imponía formas de trabajo no libres.
La gran contradicción en las economías coloniales consistía en que surgieron como sectores productivos
altamente especializados, enmarcados en el proceso de ampliación de la economía mercantil, vinculadas a
las grandes rutas del comercio mundial; pero internamente, las maneras mismas de producir impuestas
por la lógica del sistema, implicaban un mercado muy reducido. Las áreas coloniales estaban a la merced
de impulsos provenientes del centro económico dominante, y no podían autoestimularse. Al funcionar
plenamente, el sistema colonial mercantilista iba creando, por su misma dinámica, las condiciones de su
crisis y superación: funcional en la era del "capitalismo comercial", se volvería un anacronismo a ser
superado bajo el capitalismo industrial.
De nuevo las estructuras latinoamericanas aparecen reducidas a meras consecuencias o proyecciones
de un proceso cuya lógica profunda es la exterior. Pero si uno se interesa por la historia de Iberoamérica,
por la evolución de sus sociedades, no puede quedar satisfecho con un pasaje como el siguiente:10
8
Witold Kula, Problemas y métodos de la historia económica, trad. de Melitón Bustamante, Ediciones Península, Barcelona,
1973, pp. 79-80; también Maurice Bouvier-Ajam, Essai de méthodologie historique, Le Pavillon, París, 1970, cap. III. 9
Femando Nováis, Estructura e Dinámica do Antigo Sistema Colonial (Séculos XVI-XVIII), Editora Brasiliense (Cademo
Cebrap, n.o 17), São Paulo, 1977. 10
Op. cit., pp. 27-28.
La esclavitud fue el régimen de trabajo preponderante en la colonización del Nuevo Mundo; el tráfico de
africanos, que la alimentó, uno de los sectores mas rentables del comercio colonial. Si a la esclavitud
africana agregamos las varias formas de trabajo forzado, servil y semi-servil —encomienda, mita,
«indenture», etc.—, resulta que era muy estrecho el campo que quedaba, en el conjunto del mundo
colonial, al trabajo libre. La colonización del Antiguo régimen fue, por lo tanto, el universo paradisíaco
del trabajo no libre, eldorado enriquecedor de Europa.
Dejemos de lado la inexactitud histórica de considerar la esclavitud como «el régimen de trabajo
preponderante en la colonización del nuevo mundo», y concentrémonos en algo que nos parece mucho
más esencial. Si hoy día México y Brasil, por ejemplo, presentan estructuras internas tan diferentes entre
sí, ello tiene mucho que ver con las modalidades divergentes de la explotación del trabajo que presentaban
en la época colonial. Generalizaciones de semejante vaguedad, tendientes por el contrario, a asimilar la
esclavitud, la mita, la encomienda, etc. a un mismo esquema, resultan no sólo inútiles, sino
nocivas
, si ningún esfuerzo se hace para aclarar la importancia de
las diferencias existentes entre las estructuras y procesos internos
de las diversas regiones de América, cuya dinámica, aunque sí dependiente en última instancia
de impulsos metropolitanos, en ningún caso se reduce a tales impulsos. Hay que tomar en cuenta muy
seriamente el estudio de las contradicciones, virtualidades y limitaciones internas presentes en las
estructuras coloniales, sin lo cual ninguna comprensión adecuada de la historia latinoamericana es
posible.
Además, como ya ocurría en el caso de Wallerstein, no solamente el peso de la acumulación colonial
en la historia del capitalismo se exagera mucho (Novais, en la página 12 de su trabajo, llama al sistema
colonial mercantilista «la principal palanca en la gestación del capitalismo moderno» y considera que la
explotación colonial fue «elemento decisivo en la creación de los pre-requisitos del capitalismo
industrial»), a la manera de Eric Williams,11 sino que la historia no aparece en el texto de Novais como
un proceso «histórico-natural». Tenemos la impresión molesta de habérnoslas con una entelequia, un
elemento suprahistórico que organiza, asigna y decide. En otras palabras, el esquema del «antiguo sistema
co- lonial» huele fuertemente a un enfoque-teleológico o finalista.12 Ahora bien, el
sentido
de la historia no es más que una reconstrucción a posteriori: en ningún caso se trata de un
principio modelador
a priori
el apoyo naval de la potencia colonizadora. Por otra parte, las estructuras económicas
coloniales se orientaban a una complementaridad con respecto a las de la metrópoli. En la práctica, el
rigor del monopolio fue compensado o disminuido por un importante comercio ilícito, por la piratería y
por la presión de los intereses radicados en la colonia contra algunos de sus aspectos. La colonización se
orientó esencialmente hacia la constitución de sistemas productivos destinados a abastecer el mercado
europeo con metales preciosos y productos tropicales (alimentos de lujo, materias primas). Se crearon
diversos núcleos exportadores, y a su alrededor se articularon en seguida otras zonas productivas,
subsidiarias, secundarias o marginales.
De una manera extremadamente simplificada, éstos serían los rasgos más visibles del sistema colonial
mercantilista.14 La interpretación que se proporcione de dicho sistema, más allá de su simple exposición
descriptiva, dependerá en esencia de lo que se crea acerca de la naturaleza de la economía de los tiempos
modernos. En cuanto a este punto, apoyamos las afirmaciones de Pierre Vilar:15
No se debe emplear sin precaución la palabra «burguesía» y debe evitarse el término «capitalismo»
mientras no se trate de la
13
Al respecto ver principalmente Horacio Ciafardini, «Capital, comercio y capitalismo: a propósito del llamado “capitalismo
comercial”», en Modos de producción en América latina, Cuadernos de pasado y presente, no 40, Siglo XXI Editores, México,
1977, pp. 111-134. 14
Cf. Fredéríc Mauro, La expansión europea 1600-1870, Labor, Barcelona, 1968; Pierre Deyon, Los orígenes de la Europa
moderna: el mercantilismo, Península, Barcelona, 1970; Richard Konetzke, América latina II, La Época colonial, vol. 22 de la
Historia universal Siglo XXI, Siglo XXI, Madrid, 1972; Charles Gibson, España en América, Grijalbo, Barcelona, 1976;
Guillermo Céspedes, América latina colonial hasta 1650, Sep./Setentas, México, 1976. 15
Pierre Vilar, «La transition du féodalisme au capitalisme», en Charles Parain et alii, Sur le féodalisme, Éditions Sociales,
París, 1971, pp. 36-37.
sociedad moderna en la cual la producción masiva de mercancías reposa en la explotación del trabajo
asalariado del no propietario por los propietarios de los medios de producción. (...)
En fin, si bien es cierto que no se debe exagerar el carácter «cerrado», «natural», de la economía
feudal en sus orígenes (en la que el intercambio nunca fue «nulo»), no es menos exacto que muy tarde
todavía, en los siglos xvii y xviii, la sociedad rural proveniente del feudalismo vivió en gran medida sobre
sí misma, con un mínimo de intercambios y pagos en moneda. La comercialización del producto agrícola
siempre fue muy parcial. Ahora bien, en el capitalismo avanzado, todo es mercancías. En este sentido,
¿cómo hablar de «capitalismo» en el siglo xv, o aun en lo relativo al siglo xviii francés?
En otras palabras, creemos que la economía de los tiempos modernos (de la mitad del siglo xv hasta la
segunda mitad del siglo xviii) es fundamentalmente precapitalista, lo que se aplica a Europa, al mundo
colonial a ella sometido, y al incipiente mercado mundial. El capitalismo como modo de producción se
está generando entonces, pero no se instalará plenamente —y menos aún será dominante— antes de la
revolución industrial. Esto no quiere decir, en absoluto, que neguemos la importancia primordial de la
extensión de los intercambios, del proceso mercantil, en la formación del capitalismo: lo que sí negamos
es cualquier especie de «capitalismo comercial». El capital mercantil había ya existido en otras épocas de
la historia. Su eficacia en la disolución del estado de cosas precapitalista en Europa occidental durante los
tiempos modernos fue el resultado de que actuaba entonces en un ambiente muy distinto al del antiguo
imperio romano o al de la Edad Media, debido a cambios profundos que se estaban operando en la esfera
de la producción. El proceso de acumulación previa de capitales de hecho no se limita a la explotación
colonial en todas sus formas; sus aspectos decisivos de expropiación y proletarización se dan en la misma
Europa, en un ambiente histórico global al cual por cierto no es indiferente la presencia de los imperios
ultramarinos. La superación histórica de la fase de la acumulación previa de capitales fue, justamente, el
surgimiento del capitalismo como modo de producción:16
Llegamos aquí al aspecto dialéctico del fenómeno: la acumulación primitiva de capital engendra su
propia destrucción.
En una primera fase, el alza de los precios, la expansión de los impuestos reales, los empréstitos
principescos estimulan los usureros y especuladores; pero, finalmente, en grados diversos según los
países, las tasas medias del interés y de los beneficios especulativos tienden a igualarse y a bajar. Es
preciso entonces que el capital acumulado busque otro medio de reproducirse. Es preciso que los
poseedores de dinero —que habían permanecido relativamente al margen de la sociedad feudal— invadan
el cuerpo social entero, que asuman el control de la producción.
Si esta es la manera en que vemos la economía de los tiempos modernos, es evidente que, en nuestra
opinión, la colonización de América en la época del mercantilismo sólo podría engendrar sociedades
coloniales precapitalistas. Pero estas sociedades no eran todas del mismo tipo. Según los criterios que se
elijan para su clasificacción, pueden ser construidas diversas tipologías. Mencionamos las más usuales.
16
Op. cit., p. 44.
1.
Según las potencias colonizadoras.
Holanda en América. Se trata de un criterio débil. Es cierto que ciertas diferencias
importantes entre distintas áreas coloniales resultaban de los niveles heterogéneos de evolución
económico-social de las potencias metropolitanas,17 como de su mayor o menor poder militar
y
— Hemos visto que las distinciones entre núcleos exportadores que producen metales preciosos y
productos tropicales para venderlos a Europa, zonas subsidiarias volcadas hacia el mercado local o
intercolonial (el área ganadera de Brasil, complemento de la zona azucarera; la producción chilena de
trigo, vendida al Perú; las haciendas mexicanas, etc.), zonas relativamente marginales (como la
Amazonia, Costa Rica, etc.), tienen cierta importancia. Pero de hecho en muchos casos estas funciones
productivas distintas se superponen en el espacio, y de cualquier manera una tipología realmente
explicativa no puede basarse solamente en la esfera de la circulación, sin mirar hacia la producción y la
estructura social. 3.
Según los tipos de producción.
inevitablemente frustradas,
constituyen más que todo un preludio a la independencia.
La inmensidad de los territorios colonizados, la diversidad de ambientes físicos y humanos, el nivel
tecnológico de los europeos, entre muchos otros factores, determinaron estructuras socioeconómicas que
sólo estuvieron plenamente definidas en las zonas densamente pobladas de Mesoamérica y los altiplanos
andinos. Entre esas áreas nucleares y los confines del imperio existió una variada gama de asentamientos,
en los cuales el funcionamiento del régimen colonial se apartó del patrón general. La variedad de
estructuras sociales, la mayoría de las cuales no ha sido todavía hoy bien esclarecida por la investigación
histórica, constituye un rasgo de primera importancia en el conjunto de Hispanoamérica. Debe notarse
que ni siquiera en las zonas nucleares existió un régimen tan claramente definido como lo fue el de la
plantación esclavista en las costas de Brasil o el Caribe de los si- glos xvii y xviii. No es necesario insistir
en las implicaciones teóricas de esta situación. El debate abierto sobre el carácter de esas estructuras
coloniales parece muy lejos todavía de acercarse a solución alguna.22
1. Los sistemas de trabajo23
Las Leyes Nuevas de 1542 y las disposiciones relativas al repartimiento (1548) delinearon un sistema
de explotación de la mano de obra indígena que implicaba una transacción entre los intereses de la
Corona, la Iglesia y los conquistadores. Aquélla logró asegurarse ingresos fiscales de importancia (al
transformar la encomienda de servicios en encomienda de tributos) y, a través del control de la mano de
obra indígena, impidió la formación de una poderosa aristocracia indiana. Los colonizadores, sí bien
22
Cf. Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pére2 Brignoli, Los métodos.... cap. III. 23
Cf. Juan y Judith VilJamarín, Indian Labor in Mainland Colonial Spanish America, Latín American Studies Program,
University of Delaware, 1975; Marvin Harris, Raza y trabajo en América, trad. M. Gerber, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires,
1973, pp. 7-74. Existen importantes estudios de casos: Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), trad.
Julieta Campos, Siglo XXI, México, 1967; Lesley Byrd Simpson, Los conquistadores y el indio americano, trad. E. Rodríguez
V., Península, Barcelona, 1970; Eduardo Arcila Farias, El régimen de la encomienda en Venezuela, Universidad Central de
Venezuela, Caracas, 1966; Nicolás Sánchez Albornoz, Indios y tributos en el Alto Perú, Instituto de Estudios peruanos, Lima,
1978; John H. Rowe, «The Inca Under Spanish Colonial Institutions», en Hispanic American Historical Review, vol. 37, 1957,
pp. 155-199; Silvio Zabala, Puentes para la historia del trabajo en Nueva España (1575-1805), F.C.E. México, 1939-1946, 8
vois.; Mario Góngora, Origen de los «Inquilinos» de Chile central, Editorial Universitaria, Santiago, 1960; del mismo autor,
Encomenderos y estancieros, Editorial Universitaria, Santiago, 1970.
no lograron la totalidad de los privilegios de las turbulentas fases iniciales de la conquista, pudieron
disponer de cuantiosas riquezas. La Iglesia, con los indios congregados en pueblos y reducciones pudo
llevar a cabo la misión evangelizados y también gozar de importantes fortunas terrenales. En el conjunto,
el sistema de explotación de la mano de obra era, comparado con la esclavitud, mucho más rentable y
menos riesgoso a corto y largo plazo. No exigía los desembolsos de capital inicial para la adquisición de
esclavos, la preocupación por los costos de subsistencia de los indígenas fue mínima, y, aun bajo los
efectos de la catástrofe demográfica, el sistema se reproducía. Su secreto residió en algo que no
conocemos bien: el funcionamiento de las comunidades indígenas. El reordenamiento de mediados del
siglo XVI les otorgó tierras, las dotó de una organización urbana y administrativa calcada de los hábitos y
costumbres españolas, les exigió tributos en especie y moneda (que la Corona cedió en parte, a los
antiguos encomenderos) y prestaciones rotativas de trabajo. Esto último constituía el repartimiento,24
destinado a trabajos de construcción urbana y al laboreo de tierras y minas. Remunerados al menos en la
ley, aunque a tasas más bajas que él salario libre, el sistema implicó, muchas veces, traslados masivos de
población a distancias considerables. Las mitas destinadas a las minas de plata de Potosí y de mercurio de
Huancavelica, establecidas en los años 1570, constituyen dos ejemplos de funcionamiento del sistema de
repartimiento a una escala inigualada en otras regiones de Hispanoamérica, y con una duración que cubre
el período colonial casi íntegramente. En el siglo xvi la mita de Potosí exigía anualmente 13.500
trabajadores que provenían de 16 provincias circunvecinas. La de Huancavelica exigió, en la misma
época, hasta 620 indios mitayos. Aunque con la declinación de los rendimientos en las minas, y el
descenso de la población, el número de mitayos disminuyó, la odiada mita de Potosí persistió hasta la
Independencia.25
En menor escala, el sistema de repartimiento funcionó en todas las regiones de Hispanoamérica que
contaban con poblaciones indígenas sedentarias, más o menos densas, una vez pasados los estragos de la
conquista. El cuadro 4 da una idea rápida, para éste y otros sistemas de trabajo, de las áreas geográficas, el
sector de actividad y el lapso cronológico en que predominaron.
El repartimiento fue, al menos entre 1550 y 1650, la rueda maestra en la explotación de la mano de
obra indígena. El descenso de la población, la decadencia de las minas y la creciente importancia de la
propiedad terrateniente, abrió paso a un sistema más próximo de la servidumbre personal, que databa de
los inicios de la colonización. Nos referimos al yanaconaje peruano, y a los gañanes, naboríos y laboríos,
de México y Mesoamérica. En este caso, el indio y su familia dejaban en forma permanente su comunidad
para vivir en la hacienda; se conocen situaciones en las cuales la venta de las tierras implicaba también la
de los indios que en ellas habitaban. El sistema se desarrolló en Perú desde el siglo xvi, pero en México
no cobró importancia hasta el siglo
XVIII.26
calpulli, ayllu, minka, ayni) y de ascendencia hispánica (ejidos, tierras de
legua, propios de los pueblos, etc.). El resultado fue, como dijimos, una red de comunidades fuertemente
integradas en sí mismas que proporcionaron un importante flujo tributario a la Corona, y prestaciones de
trabajo a mineros y hacendados. El sistema tuvo además otras características sobresalientes. Facilitó la
evangelización de los indios y a través de la Iglesia la dominación colonial penetró profundamente en la
mentalidad colectiva; convirtió a los kurakas en responsables de la movilización de mano de obra y la
recaudación del tributo en favor de los españoles.30 Por otra parte, lo que los antropólogos han
denominado el «complejo de la fiesta» estableció mecanismos que, a través de importantes gastos en
trajes, comidas y bebidas en ocasión de celebraciones religiosas, «nivelaban» económicamente a los
miembros de la comunidad y anulaban
27
Cf. David Brading y Harry E. Cross, "Colonial Silver Mining: México and Perú", en Hispanic American Histórical Review,
vol. 52, 1972, pp. 545-579. 28
Viliamarín, op. cit., pp. 33-34. 29
En Perú fueron dispuestos por el Virrey Toledo en 1570-1580, cf. Nathan Wachtel, Los vencidos. Los indios del Perú frente
a la conquista española (1530-1570), trad. A. Escohotado, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pp. 154-226, especialmente p. 216, n.
15 para las características urbanas de las congregaciones. Sobre la estructura interna de las comunidades andinas, cf. Fernando
Fuenzalida, «La estructura de la comunidad de indígenas tradicional», en Robert Keith et alii, La Hacienda, la comunidad y el
campesino en el Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1970, pp. 61-104. En el Valle de México las reducciones ocurrieron
en la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del xviii, cf. Charles Gibson, Los aztecas..., pp. 288-306. Para una visión global
del proceso en México, elaborada resumiendo la bibliografía disponible, cf. Enrique Semo, Historia del capitalismo en México.
Los orígenes, 1521-1763, Era, México, 1973, pp. 70-99. Varias fuentes legales de interés están reproducidas en Enrique
Florescano, Estructuras y problemas agrarios de México (1500-1821), Sep./Screntas, México, 1971, pp. 49-67 30
En un importante estudio Karen Spalding demuestra cómo esta función de los kurakas típica en los siglos xvi y xvii cambia
en el siglo xviii a la de «mercader»; esta nueva fase corresponde a un período en el cual la economía tradicional de las
comunidades se ha modificado por lo cual el kuraka defiende su posición privilegiada a través de mecanismos de mercado. Cf.
Karen Spalding, De indio a Campesino. Cambios en la estructura social del Perú colonial, Instituto de Estudios Peruanos, Lima,
1974, pp. 31-60.
la posibilidad del liderazgo personal.31 Es obvio que la «fiesta» constituía un mecanismo paralelo al
«repartimiento de mercancías», es decir la compra forzosa de bienes vendidos por el corregidor (autoridad
política inmediata de las comunidades); sabemos bien que en el siglo xviii este odiado repartimiento
aumentó considerablemente en el Perú colonial.32
No es aventurado hablar, para referirse a la dinámica de las comunidades indígenas, de un proceso de
involución.33 Su estructura interna sólo permitió dos alternativas de cambio: la destrucción, por la
disminución de la población y la emigración; la pulverización de la propiedad, a través del minifundio
individual, la reducción de las tierras y el aumento demográfico. Ambas alternativas se han observado en
la lucha secular de las comunidades por su supervivencia. Otro elemento debe agregarse todavía. La
estricta segregación racial intentada inicialmente por la Corona, no tuvo éxito y la difusión del mestizaje
complicó crecientemente el esquema dual: república de los españoles-república de los indios, con que
soñaba la administración colonial. El resultado fue que en el siglo xviii la penetración de foráneos en los
pueblos de indios, y la emigración de comuneros fueron fenómenos permanentes.34 En este proceso lento
de desagregación, las comunidades supervivieron económicamente mientras dispusieron de tierras;
culturalmente proporcionaron una identidad al campesinado de los Andes y Mesoamérica durante largo
tiempo todavía.
2. La tierra y los recursos naturales
La política agraria colonial obedecía a cinco principios básicos:35
a) señorío de la Corona española, por derecho de conquista, sobre la totalidad de las tierras: la única
manera legal de obtenerlas era mediante una merced, concedida en nombre del rey por autoridades
capacitadas, y debidamente confirmada, sin esto último la ocupación era simple usurpación y el lote en
cuestión debía teóricamente volver a integrar las «tierras realengas»; b) la tierra como aliciente para
impulsar la conquista y la colonización, por la posibilidad que tenía el colono de convertirse en
latifundista; c) el principio de que la ocupación prolongada creaba derechos, lo que, conjuntamente con la
necesidad constante de fondos para el tesoro real, llevó a diversos sistemas y expedientes que permitían
legalizar a posteriori la posesión de tierras realengas o indígenas usurpadas, a través del pago de una suma
a la Corona («composición de tierras»); d) la idea de que los pueblos de indios debían disponer de tierras
suficientes, para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo y el pago de los tributos; e) el bloqueo
agrario de los mestizos, de hecho sino de derecho, lo cual canalizaba a este sector de la población hacia la
artesanía o
31
Marvin Harris, op. cit., p. 55: «La íntima relación entre el sacerdote local, la jerarquía de la aldea india, el sistema de fiesta,
las finanzas de la Iglesia y el control politicoeconómico es todavía claramente visible» (el autor se refiere a una comunidad
ecuatoriana en 1960). Ver también las pp. 48-62, Harris muestra el origen colonial de la «fiesta». 32
Cf. K. Spalding, op. cit., pp. 127-146. 33
William Paul McGrecvey, An Economic History of Colombia, 1845-1930, At the University Press, Cambridge, 1971, p.
285. 34
Severo Martínez Peláez, La Patria del Criollo, Editorial Universitaria, Guatemala, 1971, pp. 143-166, hemos variado
levemente la presentación del tercer principio. 35
Cf. Magnus Mórner, Estado, razas y cambio social en la Hispano-américa colonial, Sep./Setentas, México, 1974.
formas variadas de subocupación urbana, o, más frecuentemente, hacia asentamientos rurales precarios,
en territorios de las haciendas o colindantes.
El acaparamiento de tierras comenzó en el siglo xvi, beneficiando primero a encomenderos y
burócratas, y más tarde a mineros y comerciantes. No existió vinculación jurídica alguna entre la
adjudicación de encomiendas y las donaciones de tierras,36 pero en los hechos se pueden señalar
abundantes coincidencias.37 El proceso generalizado de apropiación de las tierras y el surgimiento de las
haciendas se localiza, por lo general, en el siglo xvii, y se lo considera un resultado de la catástrofe
demográfica y del descenso de la producción minera.38 En la formación de la gran propiedad, la Iglesia,
sobre todo a través de las órdenes religiosas cumplió un papel fundamental. Las donaciones piadosas
(tierras, rentas perpetuas, capellanías, etc.), las compras y usurpaciones, y la eficiencia administrativa,
permitieron a esta institución acumular la mayor fortuna territorial del mundo colonial. Debe notarse que
la propiedad eclesiástica no era alienable.
Los terratenientes lucharon durante todo el período colonial, por la obtención de mayorazgos
(y
No deja de ser significativo que, tanto en México como en Perú, es durante la
segunda mitad del siglo XVIII cuando los títulos de nobleza fueron más solicitados —y no sólo por
latifundistas—, sino sobre todo por mineros y comerciantes que anhelaban coronar una carrera afortunada
con prestigio y seguridad.39
A la par de los grandes latifundios existió, en grado variable, la pequeña propiedad parcelaria de
españoles y criollos pobres en los entornos urbanos, e incluso de mestizos y aborígenes, pero salvo
excepciones —como el Valle central de Costa Rica o la región de Antioquía—, esa forma de apropiación
del suelo no fue predominante, y cuando existió se convirtió pronto en un apéndice de las grandes
propiedades.
Los rasgos señalados permiten afirmar que la formación de un mercado de tierras fue lenta e
imperfecta. La importancia de la propiedad eclesiástica, patrimonial y comunal (ejidos, comunidades
indígenas, etc.) convierten en relativamente marginal a la propiedad burguesa del suelo, es decir, aquella
que se compra y se vende sin restricción jurídica alguna.
¿Cómo funcionaban las haciendas coloniales?40 La inserción en circuitos económicos más amplios a
veces no ofrece dudas: se trata de las vinculaciones con centros mineros u otros complejos de exportación
(obrajes dedicados al textil, ingenios de azúcar); en otros casos, impera una situación generalizada de
autosuficiencia y de economía cerrada. Cronológicamente, se muestra a veces una alternancia de ambas
36
Cf. Silvio Zavala, La encomienda indiana, Madrid, 1935 (Porrúa, México, 1971). 37
Florescano, op. cit., pp, 68 y ss.; Chevalier, op. cit., n. 26; Gibson, Los aztecas... 38
Esta, es la tesis derivada de la gran obra de F. Chevalier (n. 26); R. Keith encuentra un proceso algo parecido en el valle de
Chancay, cf. R. Keith et alii, op. cit., pp. 13-60. Una visión matizada de la tesis de Chevalier se encuentra en el importante
estudio de Magnus Mörner, «La hacienda hispanoamericana: examen de las investigaciones y debates recientes», en Enrique
Florescano (coordinador). Haciendas, Latifundios y Plantaciones en América latina, Siglo XXI, México, 1975, pp. 15-48. 39
Para el caso de México, cf. Florescano, Estructuras y problemas..., pp. 83 y ss. 40
Cf. las monografías publicadas en Haciendas, latifundios y plantaciones..., cit. y el balance ya citado (n. 38) de M. Morner.
Cf. también, Ward Barrete, La hacienda azucarera dé los marqueses del Valle (1535-1910), trad. S. Mastrangelo, Siglo XXI,
México, 1977; Enrique Semo (coordinador), Siete ensayos sobre la hacienda mexicana (1780-1880), Instituto Nacional de
Antropología e Historia, México, 1977; diversos trabajos de Pablo Macera sobre las haciendas jesuíticas en Perú, algunos
recopilados en Pablo Macera, Trabajos de Historia, t. 3, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1977.
experiencias. En todo caso, es aventurado mientras no se disponga de un mejor conocimiento, la
generalización de un patrón de comportamiento que sabemos muestra grandes variantes regionales. La
rentabilidad derivaba, íntegramente, del control sobre la fuerza de trabajo y la abundancia de tierras;41 es
evidente que, cuando no hay desembolsos monetarios para el pago de insumos, cualquier excedente
comercializable produce beneficios para el terrateniente.
Las órdenes religiosas, y en particular los jesuítas, fueron los mejores administradores de haciendas.
En México y Perú las especializaron en cultivos de exportación adecuados al clima y los suelos;
eventualmente emplearon esclavos africanos, e invirtieron los dineros recibidos como obras pías en
propiedades urbanas y rurales, préstamos a interés, e inversiones en sus propias tierras.42 Pero, salvo en
los casos de cultivos como el azúcar, de fácil mercado, no parece que las haciendas hayan permitido
amasar fortunas comparables a las de la minería.43 Incluso Brading44 afirma que:
La hacienda mexicana era un barril sin fondo que consumía sin cesar el capital excedente acumulado
por el comercio exterior. Las fortunas amasadas en la minería y en el comercio se invertían en la tierra,
para desde allí ser lentamente dilapidadas o transferidas poco a poco a las arcas de la Iglesia.
Las mayores riquezas se originaron en la explotación de los metales preciosos.45 El saqueo de los
tesoros indígenas y el oro de aluvión dio paso, a mediados del siglo xvi, a la minería del oro y sobre todo
de la plata. No es exagerado afirmar que todo él sistema imperial español estuvo volcado hacia la
producción, el transporte y la protección de la plata. La explotación de las minas exigía grandes capitales,
sobre todo una vez que la baja ley de los yacimientos hizo indispensable el uso del azogue. Fueron
corrientes diversas formas de asociación, entre mineros, pero la forma más frecuente de financiamiento
vino de adelantos proporcionados por los grandes comerciantes de México y Lima. Se trató, desde el
principio, de un negocio concentrado en pocas manos; hacia fines del siglo xvi unas 800 personas entre
México y Perú; en 1791 según un informe virreinal había en Perú 588 minas de plata y 69 de oro, y 728
mineros, pero predominaban las explotaciones pequeñas, trabajadas al azar, y los mineros miserables y sin
recursos. Parece fuera de duda que el capital comercial obtuvo, en el secular negocio de la plata, los
mayores beneficios. Por lo demás, si se comparan, como lo ha hecho Alvaro Jara,46 las curvas de las
exportaciones de plata americana con las del tráfico de mercancías de regreso se observa un
distanciamiento profundo: España recibe mucho más de lo que envía. He
41
Cf. Shane J. Hunt, «La economía de las haciendas y plantaciones en América latina», en Historia y Cultura, n.° 9, Museo
Nacional de Historia, Lima, 1975, pp. 1-66. 42
Cf. Hermes Tovar Pinzón, «Elementos constitutivos de la empresa agraria jesuita en la segunda mitad del siglo xviii en
México», en Haciendas, latifundios y plantaciones..., pp. 132-222, y los trabajos de Macera citados en la n. 40. 43
La evaluación de las ganancias es particularmente difícil: en el siglo xviii rara vez, sobrepasan el 5 % del capital invertido,
cf. Mörner, «La hacienda...», arf. cit., p. 36. 44
D. A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), trad. R. Gómez, F.C.E., México, 1975, p. 297.
45
Ct Alvaro Jara, Tres ensayos sobre economía minera hispanoamericana, Universidad de Chile, Santiago, 1966; Lewis
Hanke, The Imperial City of Potosí, Nijhoff, La Haya, 1956; D. A. Brading, op, cit.; Brading & Cross, «Colonial...», art. cit. en n.
27; P. J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial. Zacatecas, 1546-1700, trad. R. Gómez, F.C.E., México, 1976; G.
Lohman Villena, Las minas de Huancavelica en los siglos XVI y XVII, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1949;
R. Konctzke, op. cit., pp. 282-283, cita el informe Virreinal de 1791 mencionado más abajo. 46
Alvaro Jara, op. cit., las series de E. Hamilton están ahora disponibles en castellano: Cf. E. Hamilton, El tesoro americano y
la revolución de los precios en España, 1501-1650, trad. A. Abad, Ariel, Barcelona, 1975, pp. 47 y 55. Las de Chaunu (sobre el
tráfico comercial) provienen de la obra citada en la n. 121.
aquí una demostración, burda pero eficaz, del sentido de la explotación colonial, que se expresa en un
flujo neto de metales preciosos que ingresa a la metrópoli. Es sabido, por lo demás, que en manos de
particulares o de la Corona, el grueso de esas riquezas abandonará España.47
3. Las técnicas de producción
Discutiremos ahora sobre el nivel de las técnicas en la economía colonial. Se trata de un tema que
apenas empieza a ser desbrozado por la investigación histórica.48
La primera constatación, si atendemos a las técnicas de cultivo y de recolección, es la del
primitivismo. Uso generalizado de la roza; instrumentos de labranza precarios; en los Andes y
Mesoamérica el palo de sembrar sigue siendo absolutamente predominante; un bajo nivel de rendimientos
y una sensibilidad extrema a plagas y trastornos meteorológicos.49 Parecería que los españoles se
adaptaron pronto a una situación nueva: la de abundantes tierras y mano de obra; y renunciaron a
introducir todas las técnicas europeas disponibles.
La ganadería vacuna, ovina y mular, practicada en una forma extraordinariamente extensiva, tuvo
rápida difusión en llanos y planicies con pasturas naturales; pero el aprovechamiento se limitó a la carne,
los cueros, la lana y el uso de bestias de carga. La tradicional oposición castellana entre ganaderos y
agricultores se reprodujo en América, en escala ampliada, y excluyó desde el vamos una agricultura mixta
que los aborígenes (carentes de ganado mayor) tampoco conocían. Como vimos en el capítulo 2, en el
norte de Europa, fue esa asociación, y la introducción de los tubérculos y las forrajeras lo que abrió el
camino a la revolución agrícola de los siglos
XVII
C) LA PLANTACIÓN ESCLAVISTA
Ahora nos interesaremos por lo que los antropólogos han denominado «Afroamérica», y que
comprende buena parte de Brasil, el Caribe (Antillas, Guayanas, costa y valles aledaños de Venezuela,
parte del litoral mexicano del Golfo), el sur de los actuales Estados Unidos, y ciertas porciones de
América española continental (costa del Perú, partes de Colombia, etc.).No nos ocupara aquí el sur de los
Estados Unidos y en lo relativo a América latina y el Caribe nos limitaremos estrictamente a aquellas
regiones coloniales en las que la esclavitud de africanos era la base de las relaciones de producción.
1. Algunos problemas teóricos
¿Cómo enfocar las sociedades esclavistas de América?
De acuerdo con las alternativas que discutimos en la primera parte de este capítulo, son posibles
enfoques muy divergentes del sistema esclavista que existió en ciertas regiones del continente americano
entre el siglo xvi y el xix.
Una primera opción es considerar a dicho sistema como una parcela, una parte integrante del
capitalismo mundial, funcional a su desarrollo en la etapa del «capitalismo comercial» y de la
acumulación primitiva, pero siendo destruido por la maduración del modo de producción capitalista. Es
así que Fernando Henrique Cardoso y Octavio Ianni, apoyándose en las ideas de Eric Williams,
interpretan la trayectoria histórica del esclavismo brasileño; dice el primero:
52
Frcdéric Mauro, Le XVIo siécle européen. Aspects économiques, Presses Universitaires de France, París, 1966, pp. 198-199
(hay trad. cast., Labor, Barcelona). 53
Cf. infra, tomo 2, cap. V, n. 26. 54
Cf. John U. Neff, «The progress of Technology and the Growth of Large-Scale Industry in Great-Britain, 1540-1640»,
reimpreso en Carus-Wilson (ed.), Essays in Economic History, Arnold, Londres, 1954, I, pp. 88-107. 55
Cf. H. U. Faulkner, Historia económica de los Estados Unidos, trad. A. Aisenson, Editorial Nova, Buenos Aíres, 1956, pp.
95- 112; Ralph Davis, La Europa atlántica. Desde los descubrimientos hasta la industrialización, trad. P. Recondo, Siglo XXI,
México, 1976, pp. 189-315.
...el trabajo esclavo en una economía capitalista (la esclavitud moderna) se presenta como una
contradicción en sí mismo cuando el sistema capitalista en el que se inserta tiende al crecimiento. Las
tensiones creadas por este tipo de organización del trabajo no conducen a la supresión del sistema
capitalista; plantean apenas el problema del término de la esclavitud como condición para la formación
plena del sistema mercantil-industrial capitalista.
Este autor habla incluso del esclavismo americano definiéndolo como un «sistema
“esclavista-capitalista” de producción». Es cierto que, para el siglo XIX, hallamos en Marx una postura
similar:
El que nosotros ahora no solo llamemos capitalistas a los propietarios de plantaciones en América,
sino que además estos lo sean, descansa en que ellos existen como anomalías dentro de un mercado
mundial que se basa sobre el trabajo libre.
Para el siglo xix, de acuerdo; tanto más que, entonces, el esclavismo americano, sin ninguna duda
insertado en el sistema capitalista mundial, absorbe crecientemente elementos y concepciones capitalistas,
como también lo precisa Marx:
Allí donde impera la concepción capitalista, como ocurre en las plantaciones norteamericanas, toda
esta plusvalía se reputa ganancia; en cambio, donde no existe el régimen capitalista de producción ni la
mentalidad correspondiente a él transferida desde países capitalistas, se la considera renta.
Pero, ¿qué decir de los siglos xvi, xvii y aun xviii? ¿Serán entonces las sociedades esclavistas de
América «una anomalía dentro de un mercado mundial basado en el trabajo libre»? Nos parece evidente
que no, y que la única forma de apoyar la afirmación del «carácter capitalista» de las plantaciones
esclavistas americanas en aquel entonces es el recurso a concepciones circulacionistas del capitalismo,
weberianas o de otro tipo. Si se razona así, no habría ninguna razón para no considerar a los países de la
«segunda servidumbre», Polonia por ejemplo, como capitalistas; lo que hace por cierto, como ya lo
vimos, I. Wallerstein, pero no usualmente los marxistas...
Desde 1971 hemos propuesto que se considerara al esclavismo colonial como un modo de producción
específico, cuya teoría se podría construir, aun cuando se trataría de un modo de producción
estructuralmente dependiente, situado en un nivel teórico distinto del que corresponde por ejemplo al
feudalismo o al capitalismo. El intento más serio y exhaustivo para dar cuerpo a esta sugerencia —que en
nuestro caso sólo dio lugar a un capítulo de una tesis dedicada a un estudio monográfico, y a algunos
artículos, — es el voluminoso trabajo de Jacob Gorender sobre el esclavismo colonial, donde el autor trata
seriamente de construir la economía política de dicho modo de producción:
...el esclavismo colonial surgió y se desarrolló dentro de un determinismo socio-económico
rigurosamente definido en el tiempo y el espacio. Fue precisamente de este determinismo de factores
complejos que el esclavismo colonial emergió como un
modo de producción con características nuevas, antes desconocidas en la historia humana. No constituyó
una repetición o vuelta del esclavismo antiguo... ni resultó de la conjugación sintética entre las
tendencias inherentes a la formación social portuguesa (el autor habla aquí de Brasil) del siglo xvi y a
las tribus indígenas. El estudio de la estructura y de la dinámica del modo de producción esclavista
colonial... demostrará lo que ya se ha afirmado, o sea, que se trató de un de producción históricamente
nuevo, puesto que a otra conclusión no se puede llegar si este estudio pone de relieve leves específicas
distintas de las leyes de otros modos de producción.
Ha habido también intentos en el sentido de asimilar el esclavismo colonial de América al feudalismo,
cuando no a un mal definido «señorialismo» o a una «estructura patrimonialista» de innegable sabor
weberíano. Marcelo Carmagnani, para justificar la inclusión que hace de las regiones esclavistas en lo que
para él es el «feudalismo» latinoamericano, dice lo siguiente:
El análisis de una hacienda brasileña, descrita por Mauro, puede ofrecernos algunos elementos útiles
para comprender el papel de la mano de obra esclava. Esta hacienda, la mano de obra esclava sólo el
16% del <capital total> y 21% del <capital fijo>, que concuerdan con los cálculos de Furtado, según los
cuales el capital invertido en la mano de obra esclava debía acercarse a 20% del capital fijo de la
empresa.
Basándonos en estos elementos, no consideramos posible calificar de esclavista un modo de
producción en que el capital fijo en esclavos es sólo un 20% de los elementos totales del modo de
producción. Es preciso, en efecto, considerar que la fuerza de trabajo que permitió el proceso productivo
en las plantaciones brasileñas no es sólo la esclava, sino también -como ha demostrado Schwartz- una
mano de obra de braceros (los "lavradores de cana") que representa un porciento relativamente elevado
del total de la mano de obra necesaria para la producción física total.
Además de que el carácter esclavo en lo esencial de la fuerza de trabajo en la producción azucarera
brasileña no puede ponerse en duda para la época colonial, hay cosas verdaderamente sorprendentes en la
argumentación de Carmahnani. Como es evidente, un modo de producción no se define por montos de
inversión en estos o aquellos factores, y menos todavía basándose en los datos de una hacienda de una
sociedad... La definición de feudalismo que proporciona el autor es igualmente inaceptable, puesto que no
define a ningún modo de producción especifico en su articulación de fuerzas productivas y relaciones de
producción: "el modo de producción feudal se basa en la en la utilización directa o indirecta de una mano
de obra servil y en la explotación a título gratuito de los recursos naturales (tierras y minas)".
¿Régimen esclavista o regímenes esclavistas?
Los pioneros del estudio comparativo de las sociedades esclavistas de América, Gilberto Freyre y
Frank Tannenbaum, seguidos por Stanley Elkins, defendieron, aunque con argumentos distintos, la misma
opinión: la esclavitud norteamericana era más dura que la de América latina, por razones ligadas al
«carácter nacional» de los colonizadores, a la religión y a la legislación. Además de una tesis más o
menos común, los autores citados comparten un punto de vista claramente idealista.
Freyre, apoyándose tanto en datos de las ciencias físicas, biológicas y sociales como en la «intuición»,
pretende reconstituir la psicología de las relaciones culturales y raciales que formaron la - sociedad
brasileña; según Eugene Genovese, pretende emprender algo equivalente a lo realizado por Picasso en el
arte plástico: una «imagen creadora», por la fusión de los enfoques analítico y orgánico del Hombre.
Teleología y misticismo marcan sus escritos, que lanzaron las bases de lo que se pudo llamar el «mito de
la democracia racial brasileña».
Tannenbaum considera que los sistemas esclavistas de América formaban tres grupos: 1) el anglosajón
al cual faltaba una tradición esclavista efectiva, una legislación esclavista e instituciones religiosas que se
ocuparan efectivamente del negro; 2) el ibérico, que tenía una tradición y una legislación esclavistas, y
una instancia religiosa que creía en una personalidad espiritual del cautivo, trascendente a su condición de
esclavo,
y por consiguiente defendía su «personalidad moral»; 3) el francés, que ocupaba una posición intermedia
(falta de tradición y legislación esclavista anteriores, presencia de la región católica). En su estudio,
Tannenbaum descarta el grupo francés, cuyo análisis por cierto es especialmente útil para la crítica de su
postura: es fácil demostrar que, en la medida en que lo exigía el interés de los colonos, el Code Noir de
1685 no era aplicado en las colonias francesas, y que el clero actuaba en ellas casi siempre como aliado de
la clase dominante (de la que formaba parte) en lo concerniente a la defensa del orden esclavista. El
argumento central de Tannenbaum consiste en la afirmación de que el status actual del negro en los
diferentes países de América resulta de la actitud de la clase dominante esclavista hacia el negro esclavo
(aceptación o no de su personalidad moral y de su «humanidad»; posibilidad mayor o menor para el
cautivo de obtener la liberación, etc.), y que a su vez tal actitud era el resultado de la historia religiosa,
moral y legal de las naciones colonizadoras. La comparación entre los Estados Unidos y las Antillas
británicas bastaría para mostrar lo inexacto de la tesis de Tannenbaum.
Elkins retoma el esquema de Tannenbaum, pero en un contexto metodológico y conceptual distinto.
Como dice George Rawick, emplea una «amalgama de psicología freudiana y de teorías sobre el papel
socio psicológico» para demostrar que la esclavitud «infantilizaba» la personalidad del esclavo: en una
parte de su libro llega incluso a comparar los efectos de la esclavitud con el impacto de los campos de
concentración nazis sobre los prisioneros encerrados en ellos. Elkins opone Norteamérica, con su cultura
«liberal protestante, secularizada y capitalista», a las colonias de España y Portugal, con su cultura
«conservadora, paternalista, católica, casi medieval». En suma, hace el contraste entre una situación de
capitalismo no limitado institucionalmente y otra, no capitalista y sometida a controles institucionales
(religiosos y legales), y considera tal contraste como elemento importante en la explicación de las
diferencias de naturaleza entre la esclavitud norteamericana y latinoamericana.
Otros autores comparten el punto de vista de los ya mencionados. Eugene Genovese retomó la idea de
«sistemas esclavistas» distintos, partiendo de que habría grandes diferencias entre las clases dominantes
de las distintas regiones de América donde fue importante la esclavitud negra, algunas más «señoriales»,
otras más «burguesas»; unas más arraigadas, otras absentistas, etc.
La posición que hemos expuesto hasta ahora nos parece equivocada. También hoy día podríamos
hallar diferencias profundas —de hecho muchísimo más graves que entre las diversas colonias esclavistas
entre países capitalistas; no digamos ya entre los Estados Unidos y México, por ejemplo, sino entre
Canadá, Francia y Japón. Sin embargo, a nadie se le ocurre hablar de «diversos regímenes capitalistas».
Un sistema económico, o un modo de producción, es una abstracción que, en su pureza, no será
encontrada en ninguna parte. Pero si lo esencial cierto número de formaciones económico-sociales
funcionan según las mismas leyes, es válido construir una única «economía política» que las explique en
conjunto. Ahora bien, esto es justamente lo que constataron estudios específicos que destruyeron sin
remedio el esquema idealista de Tannenbaum, Freyre y otros autores. Se ha podido mostrar el carácter
relativamente uniforme de la esclavitud negra americana, y que las colonias que se hallaban en el mismo
punto de su «desarrollo económico colonial», presentaban sistemas esclavistas esencialmente análogos,
no obstante que aun en este caso fueran posibles variaciones importantes.
El concepto de plantación
Fue en 1957 que Eric Wolf y Sydney Mintz publicaron su famoso artículo sobre haciendas y plantaciones
en Mesoamérica y las Antillas en el que exponían de manera sistemática la comparación entre ambos
tipos de propiedades agrícolas. Aunque la definición de plantación que ofrecen no es apropiada para la
época colonial, el término se generalizó con rapidez, aplicándose tanto a las unidades productoras de
artículos tropicales que utilizaban esclavos cuanto a las plantaciones bananeras de nuestro siglo, por
ejemplo. Ello es así aunque se haya podido mostrar que algunas de las diferencias entre ambos tipos eran
ilusorias, además de criticarse el carácter estático del análisis de Wolf y Mintz.
Pero es un hecho que «plantación», y sobre todo «plantación esclavista», sugiere una forma de
organización de la producción bien definida más homogénea sin duda que la de «hacienda»
extremadamente heterogénea en el tiempo y el espacio. Más adelante, en este capítulo, hablaremos del
funcionamiento de la plantación esclavista.
Para que términos como «hacienda» o «plantación» sean útiles, es muy importante no extralimitar su
capacidad heurística. Nos parece del todo absurdo, por ejemplo, hablar de un «modo de producción de
plantación» o de un «modo de producción latifundista», como ya se hizo.
Fue en las Antillas, con su alto grado de absentismo de los propietarios en las islas británicas,
holandesas y francesas que el sistema de plantación llegó a formas extremas, al punto que ciertos autores
contemporáneos sostienen que no se trataba de formaciones económico-sociales, por su dependencia
hacia el exterior para la reproducción de sus relaciones de producción. En 1967 escribía R. T. Smíth:
Cada plantación constituye una unidad separada... autosuficiente que opera independientemente de
sus vecinos. En términos generales y permitiéndose una exageración que se puede corregir a la postre,
uno puede decir que ésta [la sociedad de plantación] era una sociedad segmentada, con las plantaciones
constituyendo series lineales simples que mantienen entre sí poca o ninguna interrelación. Existía un
mínimo de organización central y cada plantación era en sí una unidad de producción. Es cierto que
cada plantación dependía de insumos provenientes del mundo externo y tenía que vender sus productos
en el mercado exterior para poder existir. Pero estos vínculos se orientaban a lugares como Europa,
África y Norteamérica. La plantación tampoco se reproducía a sí misma y dependía de la importación de
nuevos reclutas, viniendo del exterior —esclavos de Africa o de otras islas antillanas, artesanos y
administradores de las islas británicas, Holanda, Barbados y de otras partes. (...) Se sugiere que
consideremos a cada plantación como lo que Goffman denominó «institución total». El modelo de
Goffman se formuló originalmente para tratar problemas de análisis de los hospitales psiquiátricos, pero
se ajusta extremadamente bien a ciertos aspectos de la estructura de la plantación.
En base a ello, L. Best propuso el año siguiente su «modelo de economía pura de plantación»,
justificándolo sí:
De manera concreta, cada (plantación) se basta a sí misma en cuanto a sus operaciones en el
hinterland. Incluso si compra
algunos servicios de los artesanos urbanos y algunas materias primas de los residentes, es casi
completamente independiente del resto de la economía. Cada plantación es de hecho una «institución
económica total». Controla su propia distribución, construcción, servicios y facilidades de subsistencia
dentro del mismo complejo institucional y solamente un cambio en la demanda externa de su propio
producto puede activarla, estimularla o deprimirla.
La conclusión lógica de esta postura es que la empresa es la única unidad legítima de análisis. Al
exagerarla, de hecho se tendrá una posición semejante a la de Wallerstein:
Es preciso reiterar que la plantación se sitúa en las fronteras del feudalismo y del capitalismo
europeos, y por más esclavos que tuviera, no es un modo de producción esclavista, ya que no produce ni
reproduce a amos y esclavos. La plantación es una empresa del modo de producción capitalista en la cual
se obtiene una producción de capitales industriales a partir de capitales comerciales. Se trata de un
momento de la acumulación primitiva del capital.