Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
UNAM
BIBLIOTECA CENTRAL
PROV IAL I
FACI. .
i-ECHA ^
PRECIO ]
'■?> ... ...j
Hans Ulrich Gumbrecht
UVIRTUOSOSHARALIBREA (§,
Un iv e r sid a d
Ib e r o a m e r i c a n a
C IU D A D DE M ÉXICO
D epa r t a m e n t o d e H ist o r ia
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
B1BLIO fEC A FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO
P 47 G 8618.2007
ISBN 978-968-859-674-6
M A T R IZ '
1Ib'.
Impreso y hecho en México NUM..
Printed and tnade in Mexico
685032
#
para Sara
que siempre está presente
ÍNDICE
Agradecimientos 11
Capítulo 1
Id e n t if ic a r f r a g m e n t o s 21
Capítulo 2
E d it a r t e x t o s 37
Capítulo 3
E s c r ib ir c o m e n t a r io s 53
Capítulo 4
H is t o r iz a r 65
Capítulo 5
En señ a r 79
Indice analítico 99
Ag r a d ec im ien t o s
Este libro nunca habría sido realidad —pues nunca habría llegado a ser ni
siquiera el más genérico proyecto intelectual-- sin el optimismo y la confianza
de mi amigo Glenn Most; no habría empezado a materializarse en una serie
de apenas coherentes ensayos de no ser por aquellas inrensas conversaciones,
la mayor parte de ellas en mi oficina en Stanford, a las que dedicaron tanto
tiempo Miguel Tam en y Joshua Landy; y esos incoherentes ensayos nunca
se habrían reunido como libro sin el fuerte apoyo de Willis Regier, Trina
Marmarelli y Valdei Lopes de Araújo. Por último, es muy posible que nunca
hubiese intentado siquiera el tema filológico, de no haber sido admirador, y
ocasional estudiante, del gran estudioso del periodo clásico Manfred Fuhr-
m ann desde comienzos de los años setenta, y colega del gran filólogo Kart
M aurer desde 1975.
Tengo la esperanza de que Sara lea estas páginas como si fuesen una
postal más.
11
41
¿Q u é s o n l o s p o d e r e s d e l a f i l o l o g ía ?
1 Véase m i libro Vom Leben u n d Sterben der großen Romanisten: C arl Vossler, E m st Robert
curtius, Leo Spitzer, Erich Auerbach, Werner Krauss, M u n i.!., K anser, 2002. La versión o riginal
del ensayo sobre A uerbach apareció en Seth Lerer (ed.), Literary History a n d the Challenge
o f Philology: The Legary o f Erich Auerbach, Stanford, C alif., Stanford U niversity Press, 199Ó,
pp. 13-15. M e he o c u p ad o d e las m otivaciones subjetivas c institucionales de esa m ism a
13
H a n s U l r ic h g u mb r e c h t
g en eració n d e académ icos literarios en “H isto rian s o f L iterature —W h ere D o They Take Their
M o tiv atio n s From ?“ , en W ern er H e lm ic h . H e lm u t M eter y A strid Poier-B ernhard (eds.),
Poetologische Umbriiche: Romanisrische Stu d ien z u Ehren von Ulrico SchuU-Buschlaus, M u n ich ,
l ink, 2 0 0 2 , pp. 3 9 9 -4 0 4 .
“ Veáse el O xford English Dictionary, s. v. philologist-. “O n e d evoted to learning o r literature;
a ¡over or letters o r scholarship; a le a rn e d o r literary m an” .[El D iccionario de la lengua
española d e la Real A cadem ia E spañola d efin e así a “filólogo”: “ Persona versada en filología” ,
y filología’ : “C ien cia q u e estudia u n a c u ltu ra tal co m o se m anifiesta en su lengua y en su
literatura, p rin c ip a lm e n te a través de sus textos escrito s.// Técnica q u e se aplica a los textos
para reconstruirlos, fijarlos e in terp retarlo s”. N . del Ed.].
14
LOS PODERES D E LA FILOLOGÍA
IS
H AN S ULRICH GUMBRECHT
i
5 Véase K art Uicti, “ Philology”, en M ichael U ro d en y M a rtin K reisw irth veas.). 1he Johns
H opkins G uide To Literary Iheory a n d Criticism, Baltim ore, M d ., Jo h n s H o p k in s U niversity
Press, 1994, pp. 5 6 7 -5 7 3 .
tos PODERES DE LA FILOLOGÍA
17
, HANS ULRICH G UM BRECHT
relación con cualquier cosa que pueda ser vista como un rasgo estructural o
un contenido de la mente humana.
Esto, sin embargo, no resuelve aún la otra y decisiva pregunta que se
interroga por cómo es que las prácticas de la filología pueden relacionarse no
metafóricamente con el concepto de poder (y con el concepto de violencia).
Lo que veo operando en las prácticas filológicas —como su lado oculto, vivo,
y verdaderamente fascinante- es un tipo de deseo que, sea como sea que se
manifieste, siempre excederá las metas explícitas de las prácticas filológicas.
Más aún, en cada caso específico, este deseo conjura el cuerpo del filólogo
junto con una dimensión espacial que a primera vista parece ser ajena a cual
quier clase de práctica académica dentro de las Humanidades. Lo que quiero
discutir bajo el título de “poderes de la filología” es ciertamente disruptivo
dentro de la imagen académica oficial y la autoimagen oficial de la práctica
filológica. Al mismo tiempo, pienso que es com pletam ente adecuado hablar
de estos deseos como siendo “conjurados” por el trabajo filológico, pues
estos deseos saldrán a la superficie inevitable e independientem ente de las
intenciones individuales del filólogo. ;Y qué es exactamente aquello a lo que
estos deseos se refieren, y lo que anhelan? M i impresión es que, de modos
diversos, todas las prácticas filológicas generan deseos de presencia,6 deseos
de una relación física y espacializada con las cosas del m undo (incluyendo
los textos), y que tal deseo de presencia es sin duda el fundam ento sobre el
cual la filología basa su capacidad de producir efectos de tangibilidad (y a
veces incluso la realidad de ellos).
Fue durante algunas discusiones con el historiador de arte inglés
Stephen Bann cuando com prendí por prim era vez cómo los fragmentos
materiales de artefactos culturales del pasado podían disparar un deseo real
de posesión y de presencia real, un deseo cercano al nivel del apetito físico.9
8 Esta es la perspectiva en la que mis ensayos sobre los ‘'poderes de la filología” son
co m p lem en tario s co n mi libro Production ofPresence: W h a t M eaningcannot Convey, Stanford,
C alif., S tan fo rd U niversify Press, 2004. [Tr. al español: Producción de Presencia. Lo que el
significado no p uede transmitir, tr. Aldo M azzucchelli, M éxico, U niversidad Iberoam ericana-
D e p a rta m e n to de H istoria, 20 05].
9 Este preciso aspecto sugirió el títu lo p ara la versión inicial de lo q u e ah o ra se ha
tra n sfo rm a d o en el cap ítu lo “ Ider.:!í;’''a r frag m entos” : “ E a t Your F ragm erit” [C óm ase su
frag m e n to ] en G le n n M ost (e d .), C ollecting Fragm ents/Fragm ente sam m eln. G ó ttin g e n ,
V andenhoeck an d R u p recl.., 1997, pp. 3 1 5 -3 2 7 . Los títu lo s de m is siguientes c o ntribuciones
a las actas de los coloquios de H eidelberg siguieron el m ism o m odelo sintáctico: "Play Your
Roles Tactfully! A b o u t th e Pragm atics o f T ext-E diting, th e D esire for Identification a n d the
Resistance to T heory” [“¡Actúe sus papeles con tacto! A cerca de la pragm ática de la edición
textual, el deseo de identificación y la lesiitencia a la teoría”], en G len n M o st (ed.). E diting
Texts/Texte edieren, G ó ttin g e n , V an d en h o eck a n d R u p re ch t, 1998, pp. 237-2 5 0 ; “Fill U p
18
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
19
Hans Ul r ic h Gu mb r ec h t
cada lector debe por supuesto sentirse libre de encontrar su propia trayec
toria de lectura) son las formas nuevas y alternativas, sobre todo formas no
interpretativas, de ocuparse de objetos culturales; deposito mis esperanzas
en aquellas foimas no interpretativas de ocuparse de objetos culturales que
escaparían a la larga sombra de las Humanidades com o Geisteswissenscbafien,
esto es, como “ciencias del espíritu” que desmaterializan los objetos a los que
refieren y hacen imposible tematizar las diferentes inversiones que realiza el
cuerpo hum ano en diferentes clases de experiencia cultural. Lo que las prác
ticas filológicas conjuran como los múltiples deseos de presencia por parte
del filólogo, son, después de todo, reacciones que difícilmente encajan en
cualquier autorreferencia hecha por las H um anidades académicas. En este
sentido, estar tan lejos como sea posible de la autoimagen disciplinar de la
filología, incluso de modo programático, puede volverse el comienzo de la apa
rición (acaso, incluso, de la creación) de un nuevo estilo intelectual. Este
estilo sería capaz de desafiar los verdaderos límites de las Humanidades, los
que vienen de su inscripción dentro del paradigma de la hermenéutica (lo que
significa tam bién dentro del legado metafísico de la filosofía de Occidente)
en las décadas cercanas a 1900.11 Reconocer los poderes de la filología den
tro —y a pesar de- el contexto de esa tradición académica es como disfrutar
de algo disruptivo y fascinante, un despliegue herm oso e intelectualmente
desafiante de efectos especiales.
20
Capítulo 1
I d e n t if ic a r f r a g me n t o s
21
Ha n s U 'r ic h G u mb r ec h t
2 N o estoy im plicando aquí que “losfenóm enos temporales en sentido propio" (“ Z eito b jek te
im reinen S inn”, co m o los llam a H usserl) sean incapaces d e ten er u n a form a. Su m o d alid ad
d e alcanzar u n a fo rm a es lo q u e p ercib im o s com o u n “ritm o ” (Véase m i ensayo “R hvrhm
a n d M e a n in g ” en H a n s U lric h G u m b re c h t y K. L u d w ig Pfeiffer (eds.), M aterialities o f
C om m unication, S tanford, Calif., Stanford U niversity Press, 1994, pp. 170-182).
3 En general, B en jam in estaba ansioso de hacer p arecer c o n te m p o rá n eo s los fenóm enos y
problem as d e q u e se o cu p a en Einbahnstraße. Véase la en trada “Ingenieros” en m i libro In 1926:
L'.ving a t the Edge o fT im e , C am b rid g e, M ass., H arv ard U niversity Press, 1997. pp. 9 3 -1 0 1 .
22
LOS PODERES DE LA Fll OLOGÍA
esto, tendré que form ular una tesis muy general acerca de la cultura de la
Edad Media.
La cultura cristiana medieval estaba centrada en la creench colectiva
en la posibilidad de una presencia real de Dios entre los hombres y en una
serie de rituales, especialmente la misa, que se entendía que constantemente
producían y renovaban tal presencia real.“4 La presencia, en este contexto,
no pertenece exclusiva, ni acaso primariamente, a la dimensión del tiem po,
pero en cambio conlleva un com ponente de proximidad espacial. Llamamos
“presente” aquello que en un momento dado se nos aparece lo suficientemente
cerca como para estar al alcance de nuestro cuerpo y de nuestra capacidad de
tocar. La presencia real del Dios cristiano, por lo tanto, hace posible com er su
cuerpo y beber su sangre. En la cultura moderna, en cambio, comenzando con
el Renacimiento, la representación prevalece por sobre el deseo de la presencia
real, en múltiples niveles de un fenómeno. La representación moderna no es
pues un acto que “vuelva a hacer presente” lo que, luego de haberlo estado,
está ahora ausente. La palabra, en cambio, subsume todas aquellas técnicas
y prácticas culturales que reemplazan, a través de un significante a m enudo
complejo (y ponen disponible ante nosotros) como “referencia" aquello que
no está presente en d espacio y el tiempo. Si, pese a todas las totalizaciones
problemáticas que esto puede implicar, esta caracterización de la Edad M edia
y la m odernidad pueden parecer convencionales, lo innovador de mi tesis
está en decir que, desde el momento histórico que llamamos “crisis de la
representación”,5 alrededor de 1800, nuestra cultura ha desarrollado una
renovada nostalgia por la presencia real, una nostalgia a la cual múltiples
dispositivos dedicados a la producción de presencia responden sin poder
satisfacerla nunca por com pleto.6
[Tr. al español: En 1926: viviendo a l borde del tiempo. Tr. d e A ldo M azzucchelli, M éxico,
U niversidad Ibe ro a m e ric a n a-D e p a rta m e n to d e H istoria, p p . 146-153].
4 Para la tesis q u e sigue, véanse m is ensayos “Form w ith o u t M atter vs. Form as E v e n t”,
M odern Language Notes 1 1 1 ,1 9 9 6 , pp. 578-592; y “E inführung: Inszenierung von G esellschaft-
R itual-T h eatralisieru n g ”, en J a n -D irk M üller (ed.), "A u ffü h ru n g ” u n d "Schrift” in M in ela lter
u n d fr ü h e r N eu zeit, S tu ttg art, M etzler, 1996, p p . 3 3 1 -3 3 7 .
5 Véase K erstin B eh n k e, “K rise d e r R ep räesen tatio n ”, en Jo ach im R itter y K arlfried
G rü n d e r (eds.). Historisches Wörterbuch d t; Philosophie, vol. 8, D a rm stad t, "X issenscii<i¡úiche
Buchgesellschaft, 1992, cols. 8 4 6 -8 5 3 .
0 El fe n ó m e n o social q u e acaso m ás ob v iam en te re m o n d e hoy a esta nostalgia d e la
presencia es la p o p u la rid a d d e los deportes (ran to com o práctica a e tn a v com o esp ectácu lo
para ser m irad o ), m ien tras q u e los m edios d e co m u n icació n en sus m últiples técnicas son,
c u an d o m enos, am biguos a este respecto. Pues p ro m eten (piénsese, p o r ejem plo, en la t v ) la
presencia real, sin h acer n u n c a tangibles las cosas que presentan.
23
I H a ms U l r ic h Gu mb r ec h t
24
LOS PODERES DE U FILOLOGÍA
*** ¿Cómo sabemos que algo es un fragmento? El térm ino se aplica a cual
quier objeto que podamos identificar como parce de una totalidad m ayor
sin implicar, sin embargo, que esta parte de una totalidad mayor se entienda
como una m etonim ia, una representación de la totalidad. ¿Y cómo llegare
mos a conocer esa totalidad a la que pertenece el fragmento? No podem os
percibirla, por cierto, pues por definición no puede estar presente junto con
el fragmento. Al principio tiene que existir la intuición de una carencia, que
surge en nosotros a partir de la contemplación de un objeto que está presen
te. Alguien tiene que haber sido el primero en percibir que los alrededores
montañosos del valle central del parque Yosemite no son sino los fragmentos
de un paisaje que existió antes en el mismo sitio. En el caso de un paisaje, la
imaginación de la totalidad de aquello que sólo está presente como fragm ento
tiene que confiar en la probabilidad física y geológica, apoyada acaso por una
cierta clase de juicio estético que puede venir del recuerdo de otras m ontañas
y otros valles. Para el caso de cualquier artefacto que consideremos un frag
mento, en contraste, el imaginar su estado de totalidad vendrá a partir de
imaginar la intención de quien lo produjo. Una vez que hayamos im aginado,
sobre la base de un fragmento, unagestalt que pensemos corresponda (aunque
sea de un m odo basto) a la intención prim aria de quien lo produjo, podem os
comenzar a establecer una tipología de diferentes clases de fragmentos, dis
tinguiendo diferentes principios que pueden haber interferido en el producto
de la intención original del productor.
Todos sabemos, especialmente a partir de la historia cultural del ro
manticismo, que hay textos que identificamos primero como fragm entos,
sólo pitia descubrir luego que sus autores quisieron que fingiesen esa cualidad
fragmentaria. De estes casos extraemos la frustrante conclusión de que el texto
25
HAN S ULR1CH GUMBRECHT
*** I'ero permítaseme poner entre paréntesis ahora la cuestión de si los m iem
bros de este tercer tipo deben ser canonizados com o fragmentos en sentido
propio, porque no es a donde va mi argumento. Lo que todos los fragmentos
producidos por causas físicas com parten, es un margen -po d em o s llamarlo,
con una formulación más dramática, una “cicatriz”—en la que el fluir de un
texto se detiene de modo arbitrario, y donde norm alm ente pódem e: descubrir
11a/as la causa física de tal fragmentación. Tales cicatrices son inevitables
¡'•it.i los fragmentos del tercer tipo, y argumentaré que su existencia constituye
26
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
27
HANS ULRICH GUMBRECHT
I
los primeros temas de tipo descriptivo que Sastre desarrolla en cierto detalie
es la experiencia de que las imágenes producidas por la imaginación siempre
se nos presentan, desde el m omento mismo de su aparición, como completas:
“En nuestra percepción, una forma de conocimiento se va formando lenta
mente; en una imagen, sin embargo, el conocimiento es inmediato. Vemos,
piies, que la imagen [...] se ofrece en su totalidad desde el m om ento mismo
en que aparece”.12 Podemos hacer uso de esta observación para determ inar
qué lugar estructural debe ocupar nuestra imaginación en la restitución de
textos u otros artefactos. Desde el comienzo mismo la imaginación nos da una
idea de totalidad, de un tdns hacia el cual el trabajo filológico o arqueológico
puede ser orientado. Sin embargo, es importante subrayar que la imaginación
no es capaz de producir intrínsecamente ninguna ulterior concretización,
diferenciación, o siquiera corrección de la prim era imagen que proyecta:
“Si usted juega y hace girar, en su mente, una imagen de algo que tiene
una forma cúbica, como si mostrase sucesivamente sus diferentes lados, us
ted no habrá progresado nada al final del ejercicio; no habrá aprendido
nada”.13 Esto parece sugerir que, para ir más allá de la primera imagen que
la imaginación nos presenta a efectos de restituir una totalidad original,
necesitamos estimular constantemente nuestra imaginación con elementos
de conocim iento contextual y con observaciones detalladas que se refieran
a los fragmentos de los que parte la restitución. Pero si bien es así posible
encender y alimentar nuestra imaginación, nunca podem os determ inar qué
es lo que la imaginación va a presentar finalmente ante nuestra conciencia.
La imaginación escapa continuam ente de nuestro control consciente. Sartre
explica esta imposibilidad de guiar a nuestra imaginación (lo que él llama su
spontanéite) como algo relacionado con el hecho de que la estructura intrínseca
y la identidad de la imaginación no están disponibles a nuestra introspección.
Sabemos de la imaginación tan sólo a través de sus productos: “La conciencia
que percibe se aparece ante sí misma como pasiva. En contraste, una con
ciencia que imagina se aparece ante sí misma como espontaneidad, es decir,
com o una espontaneidad que produce y preserva la imagen del objeto en
cuestión”.14 Finalmente, nuestra imaginación deja en general sin especificar
el estatus ontològico (podríamos decir también “el nivel de realidad”) de las
imágenes producidas:
ensayo de Sartre es L’I maginaire: psychologie phénoménologique de l ’imagination, Paris, G allim ard,
1940. [Tr. al esapañol: La imaginario, tr. de M anuel Lam ana, B uenos A ires, Losada, 2005].
12 Sartre, L'Imaginaire, p . 19.
1* Idem.
' Ibidem , p. 26.
28
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
15 Ib id em , p. 24.
29
H a n s Ul r ic h Gu mb r ec h t
i
i'ieguen .1'’ En The Philosophy o f th f Present George H erbert Mead inventa una
narrativa impresionante, casi mitológica, en la cual hace plausible ese efecto
intensificador de la presencia de objetos materiales en nuestra imaginación.
Mead asocia la “imaginería” (ésta es la palabra que emplea para referir a la vez
a la “imaginación” y a las “imágenes imaginadas”) con un estado temprano
en la evolución hum ana. Los “estímulos a distancia” (percepciones de objetos
que están espacialmente cercanos pero no en contacto físico con quien los
percibe), despertarán, de acuerdo con Mead, imágenes de la situación, ya
sea deseable o peligrosa, de tales objetos er. contacto corporal inmediato con
el sujeto (“experiencia de contacto”), y se supone que estas imágenes están
-in m ediatam ente- conectadas con la actividad nerviosa motora eferente, y
con el movim iento muscular (de lucha o agresión):
La idea de Mead del “objeto distante” que llega a ser “lo que podemos
ha Cei' de él o con él o a través de él o lo que él puede hacernos” tiene una
similitud interesante con el concepto de Heidegger de “a-la-mano”,18 esto
es, la idea de que en nucbc.u. práctica cotidiana experimentamos el m undo y
sus objetos com o ya interpretados. Están siempre ya interpretados desde el
1(1 Véase A ndreas Bahr, Im agination u n d Körper: E in Beitrag z u r Theorie der Im agination
m it Beispielen aus der zeitgenössischen Schauspielinszenierung, B orK um , A lem ania, Brockmeyer,
1990, especialm ente p p . 63, 81.
17 G eorge H e rb e rt M ead, Tue Philosophy o f the Present, La Salle, III, O p e n C o u rt, 1959
(1932), p . 74. N o es necesario aclarar q u e el valor de la n arrativa de M ead para mi propia
arg u m en tació n tiene poco que ver con su valor desde u n a perspectiva em pírica. M e estoy
refirien d o a M ea d p o rq u e a) reú n e co n co h eren cia u n a serie de observaciones sobre la
im aginación q u e h a n sido cruciales para m i propia discusión de tal tem a, y b) porque al hacerlo,
desarrolla la explicación m ás plausible q u e conozco para la experiencia de que la cercanía y la
percepción de los objetos m ateriales puede intensificar n u estra im aginación.
18 H eidegger, Sein u n d Z eit, op. cit., pp. 15, 16.
30
LO S PODERES D E LA FILOLOGÍA
31
21 Véase Step h en B an n , “C lio in Part: O n A n tiq u a ria n ism a n d th e H istorical F rag m en t”,
en The Inventions ofH istory: Essays on thc Representaron o f thè Past, M anchester, M an ch ester
U niversity Press, 1990, pp. 100-121 (cita en la p. 114).
22 Ibidem , p. 119.
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
Para el o tro lado, el lado del “ob jeto ”, esto im plica la p articipación y la explotación
del c o n te n id o de u n a tra d ic ió n - c o n todas sus nuevas posibilidades de significado
y resonancia, y e n riq u e c id a p o r cada receptor. C ada vez q u e hacem os a la tradición
hablar para n osotros, algo sale a l/i superficie que no estaba allí antes. C ualquier c o n
ten id o h istórico sirve a ejem plificar esto. Sea un trabajo d e poesía o el conocim iento
de u n a co n tec im ie n to im p o rtan te , lo que se da en la trad ición v en d id a la existencia
como algo nuevo cada vez. C u a n d o la llíada de H o m ero o la c am paña de la India de
A lejandro M agno nos h ab lan en una nueva a p ro p iació n de la tradición, siem pre
serán m ás q u e algo p o r y en sí m ism os. M ás bien ocu rre com o en u n a conversación
verdadera, donde siempre hay algo nuevo, algo que ninguno de nosotros que participamos
en el diálogo podríam os haber entendido individualm ente.24
33
HANS U lR IC H GUM BRECHT
t
26 Ibidc:-.:, pp. 3 7 7 -3 7 8 .
2 Ibidem , p. 38 1 .
34
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
EDITAR TEXTOS
Pocos académicos han dom inado una disciplina profesional tan completa
m ente como Ram ón M enéndez Pidal lo ha hecho con la filología española
por más de setenta años. Después de su m onum ental edición en tres volú
menes de la épica nacional española, E l Cantar de mío Cid, publicado en
la década de 1890, fue am pliamente reconocido como el fundador de la
tradición filológica nacional española, de la cual permaneció como uno de
los representantes más productivos hasta su muerte, en 1968. Aunque ha
sido criticado más recientemente (no sin razón) por identificar España con
su propia cultura castellana, y aunque sus visiones pueden parecemos acaso
demasiado monolíticas, Ram ón M enéndez Pidal hizo sin duda contribu
ciones seminales a la historiografía de los lenguajes, literaturas y culturas de
España. Además de ello, sus contribuciones a las historias de la literatura
francesa medieval y la lengua latina medieval lo han hecho uno de los grandes
humanistas del siglo pasado.1
37
H A N S ULRICH GUMBRECHT
38
LOS PODERES D E LA FILOLOGÍA
el caso de M enéndez Pidal fue mucho menos excéntrico de lo que uno tiende
a creer a primera vista. Es mi tesis, por cierto, que todo editor adopta papeles
que están cerca de los de los cantores, poetas o autores (aunque típicamente lo
hacen con menos conciencia que Menéndez Pidal), y que, sin dar ese paso, el
papel del editor no comienza siquiera a existir. Cada uno de los papeles que
los editores adoptan (en dos niveles distintos: papeles de autor, y papeles de
editor) pueden incluirse bajo diferentes tipos de construcciones subjetivas, y
tales afinidades de diferentes papeles del editor con diferentes construcciones
subjetivas nos ayudarán a entender los diversos estilos filológicos que encon
tramos en nuestro entorno profesional. Por ejemplo, dado que M enéndez
Pidal se identificó con los cantores medievales y del folclor, su estilo editorial
no pudo evitar enfatizar la multiplicidad de manuscritos y sus variantes, pues
tal cosa es típica de la tradición oral de la Edad Media. Es precisamente ésa
la razón por la que M enéndez Pidal contribuyó tanto con la que llamó “la
vida de la tradición”. En este ensayo, por tanto, discutiré las relaciones entre
tales papeles del sujeto, más o menos imaginarios, abiertos a identificación,
diferentes papeles de editor, y diferentes estilos de práctica filológica, y lo
haré siguiendo el rum bo de una “pragmática de la edición de textos”. Si es
que hay algo verdaderam ente excéntrico en Menéndez Pidal dentro de este
contexto, no puede ser que haya desempeñado el papel de autor, pues eso
es inevitable. Su excentricidad puede estar, en cambio, en el hecho de que
M enéndez Pidal estaba, aparentemente, muy consciente de desempeñar un
papel, y obviamente feliz con ello.
Sin em bargo, algunas escuelas filológicas más rigurosas que la de
M enéndez Pidal siempre han postulado que editar debe ser algo indepen
diente de los papeles o intenciones del editor (algunos filólogos han querido
incluso excluir la intención del autor como punto de referencia, aunque, por
otro lado, el p^psl de las decisiones subjetivas, e incluso del gusto subjetivo,
ha sido un tema de discusión en filología desde la Antigüedad clásica). Al
tratar de dem ostrar que las decisiones filológicas pueden tomarse dentro de
los parámetros de una estricta lógica textual, se han acercado a una práctica
que Paul de M an ha descrito y canonizado como “lectura teórica”4 -incluso
aunque saber de esta cercanía habría perturbado a algunos filólogos más de
lo que lo habría hecho con De M an.5 Sea como sea, es posible distinguir
39
HANS U LR ICH GUM BRECHT
i
40
L O S PODERES D : LA riLOLOGÍA
41
H a n s Ul r ic h Gu mr r ec h t
*** A esta altura debe haber quedado claro por qué la coherencia de la larga
serie de elecciones filológicas que cada edición de un texto presupone y con
tiene, no debe emanar del gusto privado del editor. Pero ¿qué otras guías u
orientaciones pueden seguirse? Pienso que uno debe evitar sobre todo hablar,
en este contexto, de “la intencionalidad del texto” como una potencial fuente
de orientación -co m o solía ser la convención casi popular dentro de la pro
fesión literaria hace unos diez, o incluso veinte años atrás. Desde un punto
de vista semántico, los sustantivos texto e intencionalidad son incompatibles,
salvo que uno adm ita que la “intencionalidad del texto” se refiere tan sólo a
las hipótesis acerca de las intenciones del autor que pueden ser extrapoladas
de cualquier texto.
D ada la potencial infinitud de intenciones hipotéticas que han de ser
derivadas de o atribuidas a cualquier texto, propongo concentrarse en las
conjeturas más específicas desde un punto de vista histórico, y lo hago por
razones puram ente pragmáticas.8 Primero, en la mayor parte de los casos
es com parativamente fácil emplear conocim iento histórico para hacer más
com plicada la imagen de un autor, de m odo que tal imagen pueda ayudar a
producir lecturas y ediciones más ajustadas. Segundo, existe, al menos para la
mayor parte de los textos dentro del canon, ciertas imágenes de autor que, por
un lado, han surgido de la necesidad de dar coherencia a las lecturas de tales
textos, y que, por otro lado, a menudo han afectado el m odo como norm al
m ente los leemos. Homero, el aedo ciego, y Esopo, el esclavo jorobado, son
probablem ente los más famosos ejemplos dentro de un número interminable
de tales proyecciones sobre un autor. A unque los textos de origen anónim o
dejan más espacio para tales proyecciones, lo que tenemos en m ente cuando
usamos nombres como “Shakespeare”, “G oethe” o “García M árquez no es
algo principalm ente .diferente de lo que implicamos al decir “H om ero” o
“Esopo”. Todos estos nombres se refieren a imágenes de autores que tienen
42
LOS PODtHES DE U FILOLOGÍA
mucho más que ver con las proyecciones de los lectores, que con cualquier
realidad históricam ente docum entada -au n q u e tales imágenes estén a m e
nudo suplementadas por cierta información sobre la vida de los autores, si
ésta está disponible. En este sentido, es cualquier cosa menos extraño (y por
cierto, no es equivocado) que los lectores de Goethe imaginen, por ejemplo,
al autor im aginando a Frau von Stein, Christiane Vulpius, u otra potencial
destinataria. En general, la existencia de tradiciones de lectura orientadas
por el autor es otra buena razón para que los editores trabajen con imágenes
de autor, pues tal cosa significa qu<* las nuevas ediciones que emplean las
imágenes del autor pueden por cierto resonar y vincularse con hábitos de
lectura ya establecidos.
Pero ;no es la construcción histórica del papel (literario) de autor, como
fue inaugurada y poderosamente ejemplificada por Michel Foucault,9 una
fuerte razón en contra de hacer de la lectura y edición orientadas al autor
una regla general? ¿No presupone tal práctica una generalización problemática
del concepto de autor? La respuesta es no, pues el concepto de autor del que
Foucault quería hacer la historia era mucho más específico que el concepto
de autor al que m e he venido refiriendo. El concepto de autor que he veni
do discutiendo es por cierto cercano a uno universal, en la medida en que
parece difícil, si no imposible, que no pensemos en un agente, un productor
o un autor, toda vez que vemos cualquier clase de artefacto hecho por el ser
hum ano —incluyendo, por ejemplo, textos. La elaboración histórica del co n
cepto de autor que hace Foucault, en contraste, enfatiza el carácter histórico
de rasgos m ucho más específicos, que pertenecen al concepto moderno de
autor, tales com o la inventiva, la originalidad, la propiedad intelectual, o el
ser personalm ente responsable de su obra.
El argum ento que quiero sostener y enfatizar, entonces, es que el tra
bajo filológico produce inevitablemente un papel de editor, y que tal papel de
editor presupone y en parte da forma a la producción de un hipotético papel
de autor; en otras palabras, que el papel de editor siempre lleva encapsulado
un papel de autor. Al mismo tiem po, no hace falta aclarar que el papel de
editor contiene a su vez múltiples papeles de lector. Éstos pueden ser papeles
de lector en el sentido más histórico e individualm ente específico, es dccir,
en el sentido de que imaginar a G oethe, autor de poemas de amor, no puede
separarse de im aginar a Frau von Stein o a Christiane Vulpius como las des-
tinat'arias del poeta. Pero los papeles de lector existen también en un sentido
más general, el cual a m enudo parece convencer a los intérpretes y editores
43
HAN S U lR IC H GUM BRECHT
10 S obre ésta y o tras pretensiones universales hechas a n o m b re de los textos “clásicos” , véase
H a n s-G e o rg G adam er, Warheit u n d Methode: G rundzüge einerphihsophischen H erm eneutik,
2 a ed., T ü b in g en , M o h r, 1965, p p . 2 6 9 -2 7 5 .
11 W olfgang Iser, D er im p lizite Leser: K om m unikationsform en des Rom ans von B unyan bis
Beckett, M u n ich , Fink, 1972.
ir
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
45
Han s Ul r ic h G u mb r ec h t
13 Ib id em , p. 7.
14 Ib id em , pp. 12, 17. N o m e ocuparé aq u í de o tro u lte rio r (y a m p lia m e n te discutido)
aspecto del arg u m e n to de D e M an , es decir de la paradoja q u e afirm a q u e la “teoría” im plica
in ev itab lem en te u n a “resistencia a la teoría”.
15 Ibidem , p. 19.
16 Sería criticado, p o r cierto, sólo bajo el su p u esto de q u e u n o quiere ap o y ar el cam bio
en los estudios literarios, de la referencia al m u n d o , a u n interés en la p ro d u c c ió n d e efectos
d e referencia al m u n d o .
46
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
liabría sido el gran filólogo que fue sin haber tenido conciencia de tal deseo,
y sin una distancia del mismo que lo ayudó a transformar su identificación
con cantores medievales y folclóricos en un lado libre y, en últim a instancia,
productivo dentro de su investigación. Si hubiera sido inocente respecto de
este deseo de identificación, habría derivado ciertos reclamos de autoridad
a partir de él (en el sentido ingenuo de “quien se identifica con el autor es
completamente consciente del significado que él o ella pretendió comunicar”).
Luego, tal creencia en su propia autoridad podría haber seducido a M cnéndez
Pidal para que tomase su propio gusto como criterio de decisiones filológicas,
rom piendo así los límites del tacto como editor. Cediendo al propio deseo
de identificación como lector y como editor conlleva el riesgo de engañarse
a uno mismo. Es el peligro de olvidar que el papel del autor “real” y la auto
ridad inherente a tal papel puede no estar disponible con facilidad, y que no
lo está en absoluto en el caso de autores muertos.
D ada su distancia frente a la pragmática, y frente a la teoría de los
actos de habla, ¿sobre qué base De Man habría resuelto problemas filológicos?
¿Habría excluido las posibilidades de emplear papeles de autor y papeles de
lector en este contexto? Todo lo que sabemos es que, como lo he mencionado
ya, De Man gustó de asociarse él mismo con el papel de filólogo, aunque
probablem ente no sin un toque de ironía. O tros adjetivos que empleó para
la descripción de su técnica de lectura, aparte de filológica, fueron retórica y
técnica. Claramente estaba De M an confiando en los múltiples y admirables
ejemplos de tal lectura filológica, retórica y técnica que había dado en sus
propios ensayos, y tam bién en ocasionales aclaraciones, como por ejemplo
en el siguiente pasaje: “Tal lectura aparecería sin duda como la destrucción
metodológica del constructo gramatical y [...] sería teóricamente sólida y Tam
bién efectiva. Lecturas retóricas técnicamente correctas pueden ser aburridas,
m onótonas, predecibles y desagradables, pero son irrefutables”.1' ¿Tenemos
que entender el concepto de una “lectura irrefutable” como convergente con
el ideal de una evidencia basada exclusivamente en el texto? No descarto
com pletam ente la posibilidad de que De M an esté pugnando por un grado
de racionalidad y conclusividad en el análisis textual que estaría cerca de un a
“lógica textual”, con sus propias reglas y técnicas. Sin embargo, pienso que es
más probable que De Man usase la frase para significar una lectura que está
consciente en el máximo grado de sus propias condiciones y limitaciones,
una lectura, por lo tanto, que sería irrefutable porque haría afirmaciones sólo
a partir de determ inados parámetros específicos. Tal lectura no excluiría —y
acaso incluso invitaría- a la posibilidad de trabajar con papeles de autor y
47
HANS ULRICH GUMBT.ECHT
lector cL carácter conjetural. Ella tendría que insistir, sin embargo, en que tales
papeles no pueden ser el objeto de identificación, puesto que son constructos
creados tan sólo para hacer más transparentes, y más competentes, las lecturas
y los resultados del trabajo filológico, esto es, para hacerlas más capaces de
ser aceptadas o refutadas. Las lecturas y las ediciones individuales pueden
volverse irrefutables - y pueden ser refutadas—sólo en relación con, y sobre
la base de, específicos (pero siempre heurísticos) papeles de autor y de lector.
Resistencia filológica a la teoría, en cambio, sería el nombre para un deseo
de identificarse con lo que no se da a identificación y, como consecuencia,
un nom bre para la carencia de tacto que amenaza transform ar los textos que
han de ser editados en los textos del propio editor.18
48
Los P O DERES DE LA FILOLOGÍA
1996, pp. 2 1 -4 2 .
20 A lasdair M cIn ty re, Three R iva l Versions o f M o ra l Enquiry: Encyclopaedia, Genealogy a n d
Tradition, N o tre D am e, In d ., U niversity o f N o tre D am e Press, 1990, esp. pp. 216-236.
21 El n u m e ro de 1990 de la revista Speculum es visto en general com o el “d o cu m en to
49
HANS ULRICH G U h B REC H T
I
50
LO S POD5RES DE LA FILOLOGÍA
Acaso debería decir, la licencia disciplinaria sólo recien tem en te ganada para h ablar y
escribir acerca de la h o m o sex u a lid a d d e G arcía Lorca.
51
I «P f
, H A N S ULRICH GUM BRECHT
í:
>■
>W,1
t :
IL;
'< :
1.
:l j
Ih
<c:
i* >
lo 1
ICJ
lia i
52
l-tSaL.
Capítulo 3
ESCRIBIR COMENTARIOS
53
H A “ S U lr ic h Gu mb r ec h t
*
comentario. Pero mi perspectiva be aparta de la pintura clásica del comentario
como algo com pletamente subordinado a la interpretación, en la medida en
que discute una tensión potencial entre los dos proyectos, una tensión que
surge de dos movimientos inherentes al comentario y la interpretación, res
pectivamente, que parecen ir en direcciones opuestas. Pese a todo lo que se
ha dicho desde los años sesenta—con una dedicación especial y especialmente
dem ocrática para la libertad del lector- acerca de los múltiples significados
com o algo potencial a cualquier texto individual, y acerca de la interpreta
ción como una tarea que nunca termina, pese a todas esas imágenes m uy
sofisticadas y a veces excesivamente complicadas del acto de la interpretación,
pienso que en nuestra práctica cotidiana tomamos la interpretación como
una tarea que normalmente puede ser llevada a una conclusión. Esperamos
que, en el caso promedio de una interpretación, habrá un mom ento en que
sabremos que hemos entendido el texto u otro artefacto, y norm alm ente
asociaremos la comprensión con la impresión de que ahora sabemos lo que el
autor quiso que fuese o significase ese texto. Esta asunción acerca del carácter
norm alm ente finito de la interpretación, creo, explica su carrera triunfante
com o ejercicio central en térm inos de tareas y textos escritos en la educación
secundaria. El comentario, en cambio, parece ser un discurso que, casi por
definición, no tiene fin. M ientras que un intérprete no puede evitar extrapolar
un sujeto-autor como punto de referencia para su interpretación (y no puede
evitar dar forma a su referencia a medida que su interpretación progresa),
un com entarista nunca está seguro de las necesidades {i. e., las lagunas en el
conocim iento) de aquellos que usarán su comentario. Por cuidadosamente
que se provean las necesidades de sus contemporáneos entre los lectores po
tenciales de un texto en cuestión, usted nunca podrá anticipar exactamente
lo que tendrá que explicarse a los lectores de la generación siguiente, y es
sobre todo esta condición la que convierte a un comentario en un ejercicio y
un discurso constitutivam ente inconclusos. N o es una sorpresa pues que la
historia de la palabra comentario muestre demasiados significados distintos
—y por lo tanto un significado demasiado vago- como para que sea posible
sugerir una definición más precisa.1Y este aroma general de vaguedad, ¿no va
junto a la impresión que casi siempre tienen quienes emplean los comentarios,
y que es (para exagerar sólo un poco) que un determ inado com entario ofrece
54
L o s PODERES DE LA FILOLOGÍA
*** Este contraste entre la tarea finita de cada interpretación y la tarea sin fin
del comentario, un contraste que acaso se deba más al modo en que nuestra
cultura ha venido enfocando ambas tareas, que a una diferencia “lógica”
entre ellas, es el principal responsable de las m uy diferentes topologías que
han aparecido en torno a la interpretación y el comentario. La topología de
la interpretación presenta la identificación de significado mayormente como
un movimiento vertical. El intérprete penetra una “superficie”, una superficie
material de significantes, a efectos de llegar al significado del texto en un ni
vel que se presenta a sí mismo como el de la “profundidad”2 espiritual. Una
topología alternativa para la interpretación es la de encontrar un significado
o una intención del autor “detrás” de una superficie textual o de un “rostro”
que bien podrían tratar de engañar al observador. Lo que com parten estas
tipologías del debajo y el detrás, es una distinción categórica - p o r no decir
drástica—entre un nivel primario de percepción, y un nivel siempre “oculto”
de significado e intencionalidad, que es el nivel que se supone importa al
intérprete.
En contraste, los com entarios no apuntan a un nivel “debajo” o
‘ detrás”, o incluso “más allá” de la superficie textual, pero sin embargo los
comentaristas no ven los textos “desde arriba” o de^He esa famosa “distancia”
que tan fácilmente asociamos con la objetividad. Esperamos, no que los
comentarios lleguen debajo, detrás o más allá, sino que sean “laterales” en
relación con sus textos de referencia, y deseamos que los comentaristas se
sitúen en una “contigüidad”, no tanto con un autor, sino con el texto en
cuestión. Es esta contigüidad entre quien com enta el texto y el texto que se
comenta, lo que explica por qué la forma material del comentario depende de
- y tiene que adaptarse a—la forma material del texto com entado. Las glosas
interlineares pueden considerarse, entonces, como la forma del comentario
por excelencia, y por la misma razón, ninguna definición de diccionario de
la palabra “com entario” deja de m encionar que el com entario “al margen del
texto” constituye la norm a.3 Subiendo un punto c! nivel de abstracción de
55
H S N S ULRICH GUMBRECH1
esta discusión, podem os decir que el lugar del com entario —en las páginas de
un m anuscrito o de un libro im preso- es precisamente ese margen del texto
que se com enta. Esto implica, insisto, que la forma y el orden discursivo del
texto com entado den la forma y el orden discursivo del comentario. Perso
nalmente, no puedo evitar asociar el concepto de com entario con un fuerte
lecuerdo visual de una edición impresa del siglo xvi de Las siete partidas, que
es la versión más antigua aún existente de un im portante cuerpo de leyes
establecida'; para el rey de Castilla durante la últim a parte del siglo xm . El
texto de las leyes ocupa menos de la mitad de la superficie de cada página, y
está circundado por un comentario presentado en letra más pequeña y estruc
turado por un sistema bastante complejo de referencias internas. Las páginas
de Las siete partidas dan por ello una fuerte impresión de estar llenas, y uno
podría preguntar si no llevaron a realización material un principio estructural
(o quizá una paradoja estructural) que puede ser constitutiva del género del
com entario. Fcr un lado, no hay un fin “necesario” para ningún comentario;
por el otro, el espacio reservado para (y el tiem po que los lectores dedican
a) los com entarios es siempre limitado -pues es, por definición, espacio (y
tiempo) “en los márgenes”.
*** Este principio estructural producirá norm alm ente una impresión de pági
na llena (en el caso de una bien balanceada distribución de texto y comentario,
com o la de Las siete partidas, que uno podría describir como una sensación
de plenitud) o, si los márgenes no están llenos, una impresión de que falta
algo, de ausencia, de un espacio que requiere ser llenado y un com entario
que necesita ser ampliado. ¿Puede uno decir que un buen com entario es
siempre un comentario rico, que hay una estética de la opulencia e incluso
de la exuberancia que es inherente al género? La copia* es definitivam ente
im portante para el aynentario. Por cierto que un com entario rico todavía
puede ser un mal comentario —por ejemplo, si la inform ación que provee no
interesa a ningún lector (¿pero alcanza esto para hacer ya un mal comentario?)
o, peor, resulta poco confiable. De nuevo aquí, la cantidad del com entario
B ibliographisches ínscitur, 1986, p. 270: “Com entar [lat. C o m m e n tariu s: N otiz, Tagebuch,
D e n k sc h rift]: forlaufen de sprachl. (g ram m at., stilist., a u ch mccr.l sachl. Ä sth et., history.
E rlä u teru n g eines Literaturw erks u n te r dem Text o d er a u ch separat; als Scholion (PL, -ien)
zu H O M ER usw. Bereits in der A n tik e - a u c h als ln te rlin e a r-K .— e xistent”.
* Se em plea la expresión aquí en su p rim era acepción, q u e es la d e “A b u n d an cia”. Véase
F ern an d o Lázaro C arreter, D iccionario cíe términos filológicos, M ad rid , C redos. 1971, p. 116.
N . del T.
56
L O S PODERES DE LA FILOLOGÍA
puede term inar siendo tal que haga que el uso práctico del mismo sea casi
imposible. Sin embargo, uno aún puede decir que, en general, esperamos de
un gran com entario que sea opulento y rico (en 1?. intersección semántica
de esta riqueza y del espacio, siempre limitado, del margen de la página, la
palabra alem anaprall [repleto] viene a la mente). Entre la gozosa y aparente
mente inevitable tendencia del comentario a la copiosidad, y las obligaciones
de los comentaristas de mostrar que su trabajo está orientado por la tarea
que cum plen (i. e., que están deseosos de resolver problemas filológicos y
proveer contexto histórico —en pocas palabras, mantener al lector a flote en su
lectura sin distraerlo del texto que se comenta), entre una estética que tiende
a la exuberancia y una estética que tiende a una funcionalidad estilizada de
la lectura, los comentaristas tienden a desarrollar un ritmo específico que
uno podría caracterizar com o de avance y freno. De un lado, quieren por
cierto que el lector aprecie la copia del conocimiento ofrecido, pero del otro,
difícilmente olvidan insistir en la rigurosa funcionalidad de sus comentarios,
como si anticipasen las protestas de los lectores que se pierden en los meandros
de las referencias al texto en el margen. He aquí un ejemplo de ese ritm o,
extraído del comentario sobre los principios del comentario que orientar, la
Bíbliothek deutscher Klassiker.
1. C o m en tario s generales
Los c o m en tario s generales proveen c o m en tario s para grandes contextos (“su
p erestru ctu ras”). El c o m en tario general no se lim ita a !a presentación de un estado
necesariam ente tran sito rio de la investigación, ni es equivalente al género in te r
p retativ o d e u n a “in tro d u cc ió n ” o u n “epílogo”. Tan sucintamente como sea posible,
el c o m en tario general presenta los aspectos m ayores q u e abren la com prensión de
u n texto dad o . En este sentido, las “superestructuras” tienen que referir a todos los
detalles textuales que son importantes desde determ inado p u n to de vista.4
4 H o n n e fe ld er (ed.), W aru.n Klassiker?, op. cit., p. 315. Las cursivas son mías.
57
Ha n s U l r ic h G u mb r ec h t
<
capacidad de conjunto. Los comentarios del siglo xvi sobre Las siete parti
das,, por ejemplo, podrían haber provisto (pero no proveyeron) información
sobre el lenguaje del siglo xiii, que visto desde el ángulo de la modernidad
tem prana, tiene que haber parecido tremendamente arcaico. Podrían haber
presentado la biografía del rey Alfonso x, quien inició la compilación de las
Partidas. Podrían también haber comentado (y com entaron) sobre el “conte
nido dogm ático” de las leyes individuales. La lista podría seguir. El principio
estructural en operación es la atomización, una acumulación semánticamente
ilimitada dentro de los márgenes que impone un espacio limitado.
Puesto que siempre es posible agregar nuevos niveles de referencia a un
comentario, y puesto que en cada uno de esos niveles se puede siempre agregar
más inform ación, los comentarios se han convertido, al menos en algunos
em inentes casos históricos, en tesoros de conocimiento. H ay un movimiento
de sedim entación en juego aquí, que puede compensar acaso la atomización
causada por las múltiples conexiones que se abren al discurso del com enta
rio. M e estoy refiriendo a casos en que los comentarios se vuelven lugares,
verdaderos topoi —y la dimensión espacial de la metáfora im porta a q u í- para
ser visitados y consultados en busca de conocimiento más allá de los confines
de lo que es necesario para la comprensión de un texto determinado. Piénsese
en los niveles de textos que rodean las escrituras de las grandes religiones, en
la Commedia dantesca y sus volgarizzamenti, o en los comentarios que crecen
alrededor de algunos de los textos científicos más am pliam ente leídos de la
antigüedad grecorromana. A través de los siglos, una cierta tradición de la lec
tura Dantis ha funcionado siempre como introducción para subsecuentes
concepciones cosmológicas, más que como una interpretación del poema
de D ante. Sean cuales sean las tareas más específicas que tales textos y sus
com entarios puedan haber cum plido originalmente, en cierto m om ento se
volvieron topoi en los que conocimiento nuevo y viejo podía acumularse,
absorberse e incluso a véces simplemente estibarse. Esta últim a función no
debe subestimarse. Es confortante saber que cierta porción de conocim ien
to, una porción que uno-quisiera preservar sin tener un uso inmediato para
ella, puede hallarse en cierto lugaí. Los comentarios de D ante son un buen
lugar a visitar para un historiador de la ciencia - y éste no está en obligación
de fingir que tal referencia está motivada por la expectativa de vivir cierta
experiencia estética.
*** H ay razones para creer, por cierto, que la cantidad de com entario que
rour-j a un texto es un indicador de la im portancia del mismo. Pero surge
tam bién la cuestión opuesta: ¿es esta im portancia un a función exclusiva de
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
los valores intrínsecos del texto comentado? ¿Hacen !as auras materiales de los
comentarios y su importancia intelectual una contribución sustancial (y por así
decirlo, independiente) a la reputación del texto? Por cierto, ni siquiera Dante,
Shakespeare, Cervantes y G oethe estarían entre los autores más altamente
canónicos de la cultura de O ccidente si no estuviesen entre los autores más
am pliamente comentados. La canonización a través del comentario significa
también que las “escuelas” -ta n to en el sentido más riguroso como en el más
informal de la palabra—emergen de las instituciones del comentario textual.
A quí la selección canonizadora de textos primarios, el discurso específico del
com entario y las vidas de las escueias intelectuales entran en una relación de
implicación mutua, apoyo m utuo y transformación mutua. Saber cómo es
cribir una explication de texte es lo que lo convierte a uno en un catedrático de
francés, y la explication de texte es diferente del geistesgeschichtliche Einordnung
en que esperamos que esté bien versado un catedrático de alemán. El hecho
de que diversos estilos de com entario tengan mucho que ver con diferentes
estilos intelectuales, o incluso con diferentes escuelas académicas, explica, al
menos en parte, por qué el discurso del comentario tiende al anonimato. Al
com entar un texto, uno puede (al menos parcialmente) superar la dificultad
clave de no saber las necesidades que tendrán los futuros usuarios del co
m entario, eligiendo qué incluir a partir de una idea general de lo que debiera
ser una buena lectura. En otras palabras, el comentarista se inscribe en una
tradición preexistente, en lugar de inventar criterios de relevancia nuevos o
específicos para ese comentario.
O tra razón para esa tendencia de los com entarios a permanecer
anónim os viene de la condición, ya mencionada, de que un comentario
está siempre abierto a la agregación de ítems, niveles y otras adiciones que
pueden ser acomodadas alrededor del texto de referencia. Por lo tanto, los
comenrarios siempre son potencialm ente multiautoriales, pues su intrínseca
com plejidad y su carácter abierto no requiere del poder estructurante de un
solo y fuerte sujeto (-autor o -editor). Sabemos que, en cualquier m om ento
dado, sería fácil descubrir los nombres de los académicos que escribieron los
com entarios de G oethe para la Bibliotek deutscher Klassiker, pero asociamos
los diferentes rasgos de este com entario (sobre todo, los principios a través
de los cuales estructura la inform ación provista en un texto) con la aventura
que representa esta publicación específica, más que con cualquier comentarista
individual. Los comentarios no tendrían la flexibilidad y apertura relativa que
necesitan para volverse fundacionales para determinadas escuelas, si una fuerte
referencia de autor los convirtiese en inequívocos. ¿Qué discutirían entre sí
los m iem bros de una escuela si fuese absolutamente claro cómo deben usar
sus textos canónicos? Por otro lado, los miembros de una escuela se reúnen
59
Ha n s U l r ic h G u mb r ec h t
I
60
LOS P ODERES DE LA FILOLOGÍA
11-14, 1998, W ash in g to n , D .C ., 1998 ofrecen u n a perspectiva in teresan te sobre los proyectos
que ha ilevado ad elan te tal in stitu c ió n .
7 Este es el p u n to clave d e la crítica a H usserl en el p rim er libro de D e n id a, La Voix et le
phénom ène, Paris, Presses U niversitaires de France, 1967.
61
Ha n s U l r ic h ¿ u mb r ec h t
del principio textual del com entario, síntoma de una cercanía específica
entre la tradición del com entario y nuestro propio mom ento cultural?''1¿No
podríamos asociar el com entario con una posición de autor débil, y una
posición de autor débil, con la descripción como ese “pensamiento débil”
que G ianni Vattimo ha propuesto como emblema para nuestra situación in
telectual? ¿No deberíamos adm itir qu<“, por una vez, los medios electrónicos
han desempeñado un papel im portante en la llegada de esta situación? ¿No
sería tentador, y probablemente adecuado, decir que todos estos instrumentos
y formatos -hipo-, hiper-, y megatexto, o mega-, hiper- o hipofichas- son
tanto los síntomas como los agentes de un históricamente acelerado “retorno
al com entario”, o incluso de un “retorno a la filología” en transición hacia
una filología de alta tecnología? ¿No puede uno decir finalmente —sin llevar la
metáfora demasiado lejos- que la internet se ha transformado, con sus sitios
de red y páginas siempre surgiendo, en un comentario “al margen del texto”
del m undo mismo, producido electrónicamente? Y todas esas conversaciones
e intercambios a través del correo electrónico que absorben tanto tiempo,
sin jamás ahorrar nada del mismo -¿no terminan siendo un comentario “al
margen del texto” de nuestras vidas profesionales? Tanto para el correo elec
trónico como para la internet, una yuxtaposición material de los diferentes
discursos existe sin duda, materializada en la cohabitación de tales discursos
en los discos duros de nuestras computadoras. En ambos casos, las estructu
ras (sobre todo, las estructuras secuenciales) de los m undos en los cuales se
com enta, afecta las estructuras de la internet y del correo electrónico como
discursos de comentario.
Pero hay una única condición tecnológica a través de la cual la tra
dición del com entario ya ha cambiado profundam ente y cambiará aún más
drásticamente en el futuro. Sabemos que, aunque ningún chip o disco duro
ofrecerá nunca una capacidad de almacenamiento infinita, serán rápida
m ente capaces dv. ofrecer tanto “espacio” que todo nuestro conocimiento
acum ulado no podrá llenarlo. Éste será el final de la situación - y acaso ya
hemos alcanzado ese límite—en el cual el discurso del comentario viene con
una implícita estética de la exuberancia, es decir, el final de una situación en
la que no hay nunca espacio suficiente en los márgenes del texto primario
para todo el com entario disponible. La visión del chip vacío constituye una
amenaza, un verdadero horror vacui, no sólo para la industria de los medios
electrónicos, sino también, supongo, para nuestra autoapreciación intelectual
9 La distancia d e esta fó rm u la descriptiva con lo q u e la d eco n stru cció n aceptaría com o una
posible autodescrip ció n (co n cen trad a, sobre todo, en la palabra encarnación) es com pletam ente
deliberada.
63
HANS ULRICH GUMBR l CHT
M B Í ' 'M
y cultural. Podría promover, una vez más, una reapreciación del principio y la
Jf
sustancia de la copia. Y puede traer una situación en la cual no estaremos más
avergonzados de adm itir que llenar los márgenes es lo que los comentarios
hacen - y lo que hacen mejor.
64
C apítulo 4
H is t o r i a r
65
HAN S ULRICH C U M BREC H T
I
66
L o s PODERES PE LA FILOLOGÍA
67
Hans Ul r ic h Gu mb r ec h t
*** Volviendo atrás a las Neuphilologien, discutiré ahora brevemente dos casos
extremos (y similares) en la historia académica de la historización, los de G ran
Bretaña y los Estados Unidos. Con respecto a las dos clases de formas discipli
narias que he distinguido, ambos casos pertenecen al modelo no rom ántico
(no prusiano), y ambos constituyen casos extremos porque, al menos en un
nivel institucional amplio, la historización no se volvió realmente parte de
sus prácticas filológicas profesionales antes de los años I 9 6 0 . M ientras que las
filologías nacionales continentales y su práctica de historización afrontaron
una profunda crisis qué comenzó con la últim a década del siglo xix, una
crisis que term inó provocando la aparición de subdisciplinas tales como la
3 Tal h isto ria alternativa - q u e com ienza todavía alred edor de 1 8 0 0 - es el m erecid am en te
fam oso d e Bill R eadir,^-. The University in Ruins, C am b rid g e, M ass., H a rv a rd U niversity
Press, 1996.
4 Véase el cap ítu lo 5 de este libro.
5 Véase “ ‘C e divan étoilé d ’o r’ - E m p ire als S tilep o ch e/E p o ch en stil/S til/E p o ch e”, en Z u m
Problem der Geschichtlichkeit ästhetischer N orm en: D ie A n tik e im W andel des Urteils des 19.
Jahrhunderts: Vorträge des III. Werner Krauss-Kolloquiums, S itzungsberichte d er A kadem ie d er
W issen sch aften d e r D D R/Gesellschaftswissenschaften, m im . 1 i'G. Berlin, A kadem ie-V erlag,
1986, pp. 2 6 9 -2 9 4 .
68
LOS PODERES DE U FILOLOGÍA
69
, HANS U L R If H GUMBRECHT
*** Si, al menos a comienzos del siglo xix, la capacidad o necesidad de histo-
rizar se había vuelto un agente de profesionalización, ¿cuál fue exactamente la
competencia que definió tal capacidad? ¿Qué determinó sus niveles inherentes
de sofisticación? Primero, me gustaría enfatizar que, desde una perspectiva
estrictamente fenomenológica, la historización no tiene ninguna relación con
la identificación de estructuras temporales inherentes a determinados objetos.
70
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
71
HAN S ULRICH G JM B RECH T
I
72
LOS P 00 E 3 E S OE LA FILOLOGÍA
73
Han s Ul r ic i;G u m b r e c h t
la palabra latina jacer y de decir que tales objetos son “objetos sagrados”. Ésta
es, por cierto, la dirección argumental a la que me estoy dirigiendo. Quiero
decir que, a través de nuestras habilidades para historiar, producimos objetos
sagrados, y quiero evitar toda nota metafórica en esta proposición (tanto como
quiero evitar cualquier otro efecto que parezca académicamente imaginativo
o sagaz aquí). Q uiero, en cambio, afirmar que los objetos sagrados produ
cidos por los historiadores culturales son tan legítimamente sagrados como
aquellos producidos por cualquier otra religión. Pues no hay objetos sagrados
sin marcos específicos que los presenten y les sirvan de andamios (tal como
nuestros historisches Beivufoein, por ejemplo), sin sacerdotes, teólogos, his
toriadores y especialistas en cualquier otro campo capaces de eximirlos de la
esfera cotidiana y explicar por qué requieren (o, para decirlo de modo más
sofisticado, por qué merecen) un tratamiento especial. Esto es tan verdadero
para cierto vagón de ferrocarril que usted puede visitar en Compiégne, al norte
de París (tanto la rendición del ejército alemán en 1918, como la del ejército
francés en 1940, fueron firmadas en este vagón), com o para los fragmentos
de la Santa Cruz que mi madre guarda en un cajón; es cierto tanto para esos
trozos de pan que los católicos practicantes creen es el cuerpo de Cristo, como
para las botellas de cachaga que usted ve ofrecidas a los dioses de los cultos
afrocristianos en las esquinas de las calles en las ciudades de Brasil cualquier
viernes por la noche. Com prendo que las razones por las que esos objetos
son sagrados son distintas de un caso al otro, pero el punto de convergencia
que quiero subrayar es que todos ellos son producidos como objetos sacros
por especialistas. En otras palabras, no hay objetos “primariamente” o “na
turalm ente" sagrados.
podríamos hacerlo m ucho peor, por decir lo menos, que redescubrir la verdad
de que m eramente por el hecho de historizar cosas, ya producimos objetos
sagrados, y volver a reclamar para nosotros el estatus de especialistas en esta
práctica. Sólo m encionaré aquí la identificación, frecuentemente propuesta,
de nuestros museos contem poráneos con “templos (post)modernos", porque
estoy demasiado de acuerdo con ella, pero además porque estoy en desacuerdo
con el estatus metafórico que habitualm ente acompaña a esta observación.
La pregunta real que quiero hacer es ésta: ¿qué funciones religiosas específicas
pueden cum plir nuestros objetos históricos sagrados?
La respuesta es que los objetos históricos/historizados pueden ayu
darnos a superar el um bral de la muerte, y esto me parece algo tan evidente
que ni siquiera calificaré mi respuesta como tentativa. Ahora, al decir -co m o
lo hacemos bastante a m enudo en otros contextos—que una religión y sus
objetos sagrados nos ayudan a superar el umbral de la muerte, normalmente
o al menos prim ariam ente nos referimos al umbral futuro constituido por el
fin de nuestras propias vidas. Tanto M artin Heidegger como, más sorpren
dentem ente, Niklas Luhm ann han explicado por qué imaginar el “más allá”
de la propia consciencia es a la vez imposible y fascinante.14 Pero fue sólo
Heidegger quien mostró, con conmovedora sobriedad, cuán fútil es confiar
en la ilusión de que puede haber algo más que nada después de nuestra propia
muerte. Visto desde este ángulo, la promesa ideológica de “seguir viviendo”
en el futuro de la propia nación o de la propia clase, y los pronósticos de
estilo hegeliano basados en observaciones de la historia se nos aparecen como
ideas religiosas no del todo convincentes, que sobrevivieron el implacable
diagnóstico de Heidegger apenas por medio siglo. Se ha dicho que la obsesión
de hacer pronósticos basándose en la historia, tal como apareció durante el
siglo xviii y se hizo popular durante el xix, puede sin duda haber sido el
resultado de la secularización, del abandono, al menos entre los intelectuales,
de una esperanza originalm ente religiosa en una vida después de la vida.15
En otras palabras, “nuestra” cultura histórica y nuestra conciencia histórica
pueden haberse desarrollado desde los tiempos en que los intelectuales pri
mero com enzaron a perder su creencia en el horizonte religioso tradicional
de la trascendencia; la conciencia histórica puede haber llenado el vacío de
75
Ha W 'l r ic h Gu mb r ec h t
i
76
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
mundo-de-Ia-vida. Es ésa lina zona que norm alm ente describimos c bien
como lo “hum anam ente imposible”, o asociada con lo que imaginamos ser
“cualidades divinas”. Anticipar el futuro y hablar a los muertos puede ser, en
este sentido, el comienzo de la ilusión de volverse eterno.
Si ésta es una descripción que hace justicia a una de aquellas fascinacio
nes específicas que, en nuestro presente, comanda nuestro compromiso con el
pasado, entonces podemos estar seguros de que Heidegger habría interpretado
tal entusiasmo por hablar a los muertos como síntom a de nuestra “caída en el
m undo”. Pues volver del pasado, haciendo hablar a los muertos a efectos de
superar el umbral de la muerte, implica de modo inevitable una vuelta atrás
desde aquel futuro en el cual están nuestras propias muertes. Volvernos a los
m undos del pasado, “caer en ellos” (“ihnen verfailen sein”), puede ayudarnos
a olvidar la insoportable nada que vendrá con cada una de nuestras muertes
individuales, y que Heidegger quería que confrontásemos con tanto valor.
Con toda seguridad, ha habido modos de ejercer la historia en un pasado
no tan remoto que habrían estado a la altura del desafío existencialista de
H eidegger—uno de ellos, quizá, el intento de Kojéve de pensar el fin de una
historia en el sentido hegeliano. Por lo tanto, no hay una relación necesaria
entre historiar el m undo y volverse atrás frente a la confrontación con la
nada. Producir la ilusión de estar hablando con los muertos como un uso
específico del historiar, sin embargo, debe ser calificado como perteneciente
a un mLindo heideggeriano de cobardía existencial. Pero ¿quién nos obliga a
optar por el m undo de Heidegger? ¿No tenemos el derecho de volvernos atrás
ante la dolorosa imposibilidad de imaginar nuestras propias muertes, y ante
la dolorosa certeza de que ocurrirá de todos modos?
77
Capítulo 5
En s eñ a r
1 E n c o n tré esta colección d e lugares com unes en las prim eras siete páginas y m edia de:
W olfgang F rühw ald, H a n s R o b ert Jauss, R ein h ard t Koselleck, Jürgen M ittelstrass B urkhardt
Steinw achs, Geisteswissenschaften heutc. Bine Denkschrift, F ran k fu rt am M ain, Suhrkam p,
1991, pp. 7-14.
79
H a n s Ul r ic h G u mb r ec h t
t
80
L o s P O D E k tS DE LA FILOLOGÍA
81
H a n s ULRICH G l'M B R EC H T
t
7 Véase Vom N u tze n u n d N a ch th eil der H istorie f ü r das Leben, en Sä m tlich e Werke.
K ritischeStudienaugabe, vol. 1. M u n ich , 1980, p. 249: “die große u n d im m e r größere Last des
V ergangenen: diese d rü c k t [der M enschen] n ieder od er b e u g t ih n seitw ärts, diese beschw ert
seinen G a n g al seine unsichtbare u n d d u n k le B ürde”. [“El cada vez m ayor peso del pasado
q u e presiona al h o m b re ó lo inclina hacia u n o de los lados, y agrava su paso con u n peso
invisible y oscuro”] .
8 Ib id em , p. 2 5 3 : “d a ß in n erh alb je n e r u m sch ließ enden D u n stw o lk e ein heller, blitzen d er
L ich tsch ein e n tste h t” . . "D entro de cgda n eblina a p re h en so ra hay apariciones de ráfagas de
luz”].
9 Ibidem , p. 3 0 2 : “Es d a rf zwar b efrem dend, ab er n ic h t w iderspruchsvoll erscheinen, w en n
¡c^> dem Zeitalter, d a so h ^ ^ a r u n d aufdringlich in das u n b ek ü m m ertse F rohlocken Ü b e r seine
histo risch e B ildung auszubrechen pflegt, tro tzd em eine A rt von ironsichem S e lb stb ew u ß te m
zuschreibe, ein darüberschw ebendes A h n en , d aß h ier n ic h t zu frohlocken sei, eine F u rch t, daß
es vielleicht bald m it aller L ustbarkeit d e r historischen E rkenntnis v orüber sein w erde.” [“Puede
p arecer ex trañ o — au n q u e de n in g u n a m an era c o n tra d ic to rio — q ue vo trate de irru m p ir con
u n a o p in ió n , q u e se vuelve (com o u n a especie de a u to conciencia irónica) sobre esa época sobre
la q u e ta n to se oye y que im p e rtin e n te m e n te se celebra: no veo en ella algo de lo cual alegrarse
— te m o r que p ro n to term in ará co n to d o el regocijo del c o n o cim ien to histó rico ”].
82
Los PODERES DE LA FILOLOGIA _ 1" A O O
68düd¿
condiciones históricas de !a Filología Clásica1'' como profesión a comienzos
de la década de 1920, como el invocar otras.11 Esto, espero, nos ayudará a
situarnos —por un instante al m enos- “en el umbral del momento actual”.12
D entro del m om ento actual, sin embargo, trataré de encontrar una nueva
forma, contemporánea, de concebir lo que Nietzsche proponía para la pro
fesión de “Filología Clásica” en su propio tiempo: el programa de estar fuera
de tiempo dentro de su propio presente.13
*** El famoso ensayo de Max Weber “Wissenschaft als Beruf”, cuya publica
ción original es de la primavera de 1919, se presentó como una conferencia,
organizada por el Freistudentische B und en M unich el 7 de noviembre de
1917, un año antes del final de la I Guerra M undial.14 La reflexión sistemá
tica de Weber sobre la profesión académica tiene lugar en un momento de
10 N o haré d istin ció n aq u í e n tre las form as histórica y nacionalm ente diferentes y las
interpretaciones que esta disciplina ha adoptado p o r décadas. Más allá de los diferentes nom bres
q u e use (Klassische Philologie, Altertumswissenschaß, clásicas, etc.), está siem pre im plícito u n
c o m p o n e n te filológico en el estricto sentido del térm ino utilizado.
11 N ietzsche, Vom N utzen, op. cit., p. 330: “M it dem W orte ‘das U nhistorische’ bezeiniche ich
die K unst u n d Kraft vergessen zu k ö n n en und sich in einen begrenzten H orizont einzuschließen”.
[“C o n la palabra — ‘un h '«tonco*— defino yo el arte v e! poder de p o d e r olvidar y colocarse
en u n h o rizo n te d elim itad o ”].
12 Ibidem , p. 250: “W er sich n ic h t a u f der Schwelle des A ugenblicks, alle V ergangenheiten
vergessend, niederlassen k a n n , w er n ich t a u f einem P u n k te wie ein e Siegesgöttin o h n e
S chw indel u n d F u rch t zu steh en verm ag, der w ird nie wissen, was G lü ck is: u n d n o ch
schlim m er: er w ird nie etw as th u n , was A ndere glücklich m ach t”. [“Q u ie n no se a b an d o n a
a la oscilación del m o m e n to (o lv id an d o todos los pasados), quien n o puede sostenerse en el
in sta n te co m o diosa triu n fal sin tra m p a y sin tem or, ése no sabrá lo q u e es la felicidad y todavía
p-“or: no sabrá hacer feliz a o tro ”].
13 Ibidem , p. 247: “So viel m u ß ich m ir aber selbst von Berufs wegen als classischer
P hilologe zugestehen d ü rfen : d e n n ich w ü ß te n ich t, was d ie classische Philologie in unserer
Z e it für reinen S inn h ä tte , w enn n ic h t den, in ihr unzeitgem äß -d a s heißt gegen die Z e it
u n d dad u rch a u f die Z eit u n d hoffentlich zu G u n sten einer ko m m en d en Z eit - z u w irken” .
[“T o d o esto d e b o yo m ism o ace p ta r de la profesión de filólog clásico: no sabría yo lo que
la filología clásica tien e d e sen tid o p u ro , a no ser p or to d o aquello que — en su no -tiem p o
(esto es, c o n tra el tiem p o y sobre el tiem po)— es capaz d e aportar; ojalá que para bien del
tie m p o venidero...”].
14Toda la in fo rm ació n biográfica (y más g en eralm en te histórica) que sigue sobre el texto
d e M ax W eb er se extrajo del d estacado “E in ietu n g ” y “E ditorischer B ericht”, en vol. I, pt. 7 de
M ax W eber, Gesamtausgabe, ed. de H o rst Baier, M . R ainer Lepsius, W olfgang J. M om m sen,
W olfgang S ch lu ch ter y Jo h an n e s W in ck elm an n , T ü b in g en , M ohr, 1992, pp. 1-46, 4 9 -6 9 .
El texto de W eb er aparece en pp. 7 1 -1 1 1 . Las cita¿ que siguen aparecen entre paréntesis en
el texto.
83
84
L O S PODERES DE LA FILOLOC'A
85
HA N S ULRICH GUMBRECHT
1
86
LOS PODERES j E LA FILOLOGÍA
88
LOS rO D ERES DE LA FILOLOGÍA
89
H a n s uim cH G u m b r ec h t
90
L C : PODERES DE LA FILOLOGÍA
91
HANr U l r ic h Gu mb r ec h t
i
32 Véase p e r -ie m p lo Jo ach im W o h lleb en , “D er A b itu rien t ais K ritiker” , e n C alder, Fb.shar
y L in k en (eds.), W ilam ow itz nacb 5 0 Jahren, op. cit., p p . 3 -3 0 .
Véase p o r ejem plo Reden undVortrage, reim presión de la 4 a ed-, vol. 2, D u b lin / Z u rich ,
W eid m an n , 1967 (1 9 2 6 ), pp. 1-55.
34 Ib id em , p. viii.
i,;i E rn est V ogt, “W ilam o w itz u n d die A useinandersetzung seiner Schiiler m it ih m ”, en
C alder, Flashar y L in k en (eds.), W ilamowitz- nach 5 0 labren, op. cit., pp. 6 1 3 -6 3 1 , cita en p.
627.
92
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA
mowitz en Berlín, sino que en sus años de juventud también había ocupado
la cátedra que había sido de Nietzsche en la Universidad de Basilea. A unque
trató arduam ente (y según creo, muy exitosamente) de evitar toda tensión
y confrontación pública con su predecesor, W erner Jaeger vio un potencial
decisivo para la renovación disciplinaria de la Klassische Philologie en las obras
de Nietzsche, en la filosofía de Dilthey y en el estilo cultural del círculo de
George.36 El conectó este potencial, que describió com o una serie com pacta
y unificada de cuasiexistenciales “tensiones vividas por la cultura griega”,3
con la situación de crisis y miseria (Not) de la cultura alemana después de
1918, que él y sus colegas nunca cesaron de invocar. Esto permitió a Jaeger
desarrollar, alrededor de la noción programática depaideia, un impresionante
edificio de Clásicos, como pedagogía nacional. Refiriendo explícitamente a
los autores más canónicos de la literatura nacional alemana, Jaeger volvió a
enfatizar la creencia en una afinidad específica entre la cultura alemana y la
cultura griega antigua; identificó la esencia de la cultura griega antigua (y
también de la alemana) con una concepción metahistórica y normativa de la
vida humana; y sostuvo que la propagación y expansión de tal hum anism o
(paideia) era el destino final y glorioso de la hum anidad.
Aunque el mismo Werner Jaeger dejó Alemania en 1936 para conver
tirse en profesor de la Universidad de Chicago (y, en 1939, de H arvard), su
concepción de lo Clásico —convertido en una ideología académica soft—fu n
cionó notablem ente bien en la Alemania posterior a 1933.38 Esto ocurrió,
con seguridad, debido al propósito casi explícito - y en nuestra opinión,
especialmente im practicable- de transformar parte de la Klassische Philologie
en una National-Pädagogik. En cualquier caso, la iniciativa de Jaeger había
lanzado un nuevo e intenso debate acerca de la función de los clásicos —es
decir, un debate sobre asuntos cuyas respuestas la generación de W ilam owitz
aún había considerado obvias. La paideia había, además, vuelto a enfatizar
precisamente aquellos valores de la Bildung que no podríamos encontrar
en' las líneas principales de la reflexión de M ax Weber acerca de la m oderna
"Wissenschaft als Beruf”. Pero es únicamente en el trabajo de algunos es
tudiantes de Jaeger donde podemos descubrir una convergencia aceptable
93
, h »n s U l r i c h Gu m b r ec h t
94
LOS PODERES DE U FILOLOGÍA
95
, H íN S ULRICH C-I'MBRECHT
90
LOS PODERES DE LA FILOLOGIA
97
H a ms U l r ic h Gu mb r ec h t
98
ÍN DICE ANALÍTICO
99
Ha n s U l r ic h G u mb r ec h t
100
' 1- - - - : ~~
L o s PODEKES DE LA FILOLOGÍA
101
Ha n s Ul r ic h Gu mb r ec h t
102
L O S P O DERES DE LA FILOLOGÍA
103