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U n iv e r s id a d Ib e r o a m e r ic a n a

losé M orales O ro zco


RECTO R

Javier Prado Galán


. ICEft RECTO R ACADÉM ICO

Alejandro Mendoza Áivarez


D IRECTO R DE LA D IV ISIÓ N DE
H UM AN ID AD ES V CO M UN ICACIÓ N

Perla Chinchilla Pawling


DIRECTO RA DEL.
KPAR! '.M EN TO D E H ISTO RIA

Araed i Téllez Trejo


D IRECTO RA D E P UBLICACIO N ES

Rubén Lozano Hcirera


CO O RD IN AD O R D E P UBLICACIO NES
DEPARTAMENTO D E H ISTO RIA

UNAM
BIBLIOTECA CENTRAL
PROV IAL I
FACI. .

i-ECHA ^
PRECIO ]
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Hans Ulrich Gumbrecht

LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA


Dinámicas de una práctica
académica del texto

Trad u cció n : Ald o M azzu cch elli

UVIRTUOSOSHARALIBREA (§,

Un iv e r sid a d
Ib e r o a m e r i c a n a
C IU D A D DE M ÉXICO

D epa r t a m e n t o d e H ist o r ia
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
B1BLIO fEC A FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

Gumbrecht, Hans Ulrich.


Los poderes de la filología : dinámicas de una
práctica académica del texto.

1. Crítica textual. 2. Filología. 1. Mazzucchelli,


Aldo. Il.t.

P 47 G 8618.2007

Traducción: Aldo Mazzucchelli.


Diseño de la portad?- Ana Elena Pérez y Miguel García

Título en inglés: The Powers o f Philology. Dynamics o f Textual


Scholarship.
Licensed by The University of Illinois Press, Illinois, U.S.A.
D.R © 2003 Board of Trustees of the University of Illinois

la. edición en español, 2007

D.R © Universidad Iberoamericana, A.C.


Prol. Paseo de la Reforma 880
U N A (VI
Col. Lomas de Santa Fe
B IB L IO T E C A C E N T R A L
01219 México, D.F.
publica@uia.mx C LASIF.
ü 2 tí¿ .

ISBN 978-968-859-674-6

M A T R IZ '
1Ib'.
Impreso y hecho en México NUM..
Printed and tnade in Mexico

Todos los derechos reservado' F' ra publicación no puede ser reproducida, ni


todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por un sistema de recuperación
de in formación , en nin gun a forma ni por n in gún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, por fotocopia, o cualquier otro, sin el
permiso previo por escrito de la editorial.
f

685032
#

para Sara
que siempre está presente
ÍNDICE

Agradecimientos 11

¿Qué son Los poderes de la filología? 13

Capítulo 1
Id e n t if ic a r f r a g m e n t o s 21

Capítulo 2
E d it a r t e x t o s 37

Capítulo 3
E s c r ib ir c o m e n t a r io s 53

Capítulo 4
H is t o r iz a r 65

Capítulo 5
En señ a r 79

Indice analítico 99
Ag r a d ec im ien t o s

Este libro nunca habría sido realidad —pues nunca habría llegado a ser ni
siquiera el más genérico proyecto intelectual-- sin el optimismo y la confianza
de mi amigo Glenn Most; no habría empezado a materializarse en una serie
de apenas coherentes ensayos de no ser por aquellas inrensas conversaciones,
la mayor parte de ellas en mi oficina en Stanford, a las que dedicaron tanto
tiempo Miguel Tam en y Joshua Landy; y esos incoherentes ensayos nunca
se habrían reunido como libro sin el fuerte apoyo de Willis Regier, Trina
Marmarelli y Valdei Lopes de Araújo. Por último, es muy posible que nunca
hubiese intentado siquiera el tema filológico, de no haber sido admirador, y
ocasional estudiante, del gran estudioso del periodo clásico Manfred Fuhr-
m ann desde comienzos de los años setenta, y colega del gran filólogo Kart
M aurer desde 1975.
Tengo la esperanza de que Sara lea estas páginas como si fuesen una
postal más.

11

41
¿Q u é s o n l o s p o d e r e s d e l a f i l o l o g ía ?

Por razones que corLseguridad nunca entenderé, mi madre, que estudió m e


dicina, ha usado siempre, de modo consistente y terco, !a palabra alemana
Philologe para referirse a lus maestros de escuela primaria. Pero la excéntrica
creación semántica de mi madre no daba menos en el blanco de lo que lo
hace el uso que, todavía hoy, muchos de mis colegas estadounidenses más
competentes hacen de la palabra filólogo al aplicarla a algunos de sus gran
des predecesores de la tradición alemana, como Ernst Robert Curtius, Leo
Spitzer o Erich Auerbach. Pues ninguno de aquellos eminentes académicos
fue nunca particularm ente destacado en las prácticas que se supone que ia
palabra filología reúne. Ernst Robert Curtius sentó las bases de su reputación
académica en los años veinte, cuando se hizo conocido como un em inente
especialista en la literatura contemporánea española y francesa; a partir de
allí, desde comienzos de los años treinta, comenzó a concentrarse en la his
toria de las ¡deas poetológicas y las formas literarias de la Edad Media. Leo
Spitzer se había educado, durante las primeras dos décadas del siglo veinte,
como lingüista histórico, pero de pronto tornó hacia un estilo altamente
subjetivo de interpretación inm anente de textos (para el cual resultó clave el
concepto de “vivencia”). Erich Auerbach, finalmente, quien creó él solo un
nuevo discurso dentro de la historia literaria, fue notoriam ente débil en lo
que se refiere a las habilidades filológicas básicas.1 N i Curtius, ni Spitzer ni

1 Véase m i libro Vom Leben u n d Sterben der großen Romanisten: C arl Vossler, E m st Robert
curtius, Leo Spitzer, Erich Auerbach, Werner Krauss, M u n i.!., K anser, 2002. La versión o riginal
del ensayo sobre A uerbach apareció en Seth Lerer (ed.), Literary History a n d the Challenge
o f Philology: The Legary o f Erich Auerbach, Stanford, C alif., Stanford U niversity Press, 199Ó,
pp. 13-15. M e he o c u p ad o d e las m otivaciones subjetivas c institucionales de esa m ism a

13
H a n s U l r ic h g u mb r e c h t

Auerbach obtuvieron ningún logro mayor como editores de texro, o autores


de un com entario histórico. No es claro, entonces, por qué mis colegas,
con una terquedad equivalente a la de mi madre, se aferran a la tradición
de llamarlos “filólogos”. Estimo que esrá allí en juego una reacción, más o
menos pre consciente, frente a la diferencia entre el estilo alemán de ocupar
se del pasado literario y la tradición-, más interpretativa, del New Criticism
angloestadounidense. Los trabajos de Curtius, Spitzer y Auerbach son, por
cierto, bastante diferentes de los de Arnold, Richards o Singleton —aunque
esta diferencia no debería ser suficiente como para llamar filólogos a los
académicos mencionados en prim er término.
Por encima de todo, mis dos ejemplos sobre el uso de la palabra f i
lólogo querían dejar claro el punto, sorprendente pero innegable, de que tal
concepto, que pareciera predeterm inado a funcionar de un modo simple y
nada espectacular, ha desarrollado sin embargo un rango de usos y signifi
cados que resulta a veces engañosamente amplio. El problema no mejora
demasiado si usted comienza a consultar enciclopedias y textos de referencia
muy generales o m uy especializados. En un caso, encontrará definiciones de
la palabra filología que, retrotrayéndose al significado etimológico de “interés
o fascinación por las palabras”, hacen de la noción un sinónimo de cualquier
estudio del lenguaje o, de modo aún más general, con casi cualquier estudio
de cualquier producto del espíritu hum ano.2 Del otro lado, más específico y
familiar, sin embargo, la filología se circunscribe estrechamente, para significar
el cuidado de un texto histórico, referido exclusivamente a textos escritos.
En el título de mi libro, y al correr de sus capítulos, la palabra filología
será usada siempre de acuerdo con el segundo significado, es decir, refirien
do a una constelación de habilidad^ académicas orientadas a ocuparse del
cuidado de textos históricos. H ay cuatro consecuencias de este concepto
que pienso que merecen ser brevemente desarrolladas. IMmero, la práctica
filológica tiene una afinidad con aquellos periodos históricos que perciben
a sí mismos como siguiendo a un gran m om ento cultural, un m om ento cuya

g en eració n d e académ icos literarios en “H isto rian s o f L iterature —W h ere D o They Take Their
M o tiv atio n s From ?“ , en W ern er H e lm ic h . H e lm u t M eter y A strid Poier-B ernhard (eds.),
Poetologische Umbriiche: Romanisrische Stu d ien z u Ehren von Ulrico SchuU-Buschlaus, M u n ich ,
l ink, 2 0 0 2 , pp. 3 9 9 -4 0 4 .
“ Veáse el O xford English Dictionary, s. v. philologist-. “O n e d evoted to learning o r literature;
a ¡over or letters o r scholarship; a le a rn e d o r literary m an” .[El D iccionario de la lengua
española d e la Real A cadem ia E spañola d efin e así a “filólogo”: “ Persona versada en filología” ,
y filología’ : “C ien cia q u e estudia u n a c u ltu ra tal co m o se m anifiesta en su lengua y en su
literatura, p rin c ip a lm e n te a través de sus textos escrito s.// Técnica q u e se aplica a los textos
para reconstruirlos, fijarlos e in terp retarlo s”. N . del Ed.].

14
LOS PODERES D E LA FILOLOGÍA

cultura estos periodos consideran más im portante que In cultuia presente.


No es una coincidencia que la cultura helenística de los siglos m y n a. C.
aparezca norm alm ente com o el origen histórico de la filología como práctica
académica (Platón, en contraste, empleó la misma palabra en el sentido de
“charlatanería"). O tros momentos importantes en la historia de la filología
Fueron, siguiendo la misma lógica, la época de los padres de la Iglesia; el
Renacimiento europeo, cuando los humanista.; quisieron retornar al conoci
m iento y los textos de la Antigüedad clásica; y el romanticismo del siglo xix,
con su nostalgia por la Edad Media. Segundo, debido a su aparición a partir
de un deseo por el pasado textual, la tarea básica bipartita de la filología es
la identificación v restauración de los textos del pasado cultural de que se
trate. ' Basada en la conjetura, esto incluye la identificación de aquellos textos
que nos han llegado como fragmentos; la docum entación completa de textos
para los cuales tenemos varias versiones no com pletamente idénticas, para
presentarlos en su pluralidad o condensados en la propuesta de una versión
original o más valiosa; y el comentario que provee información para ayudar a
salvar la brecha entre el conocimiento que un texto presupone de sus lectores
en su m om ento histórico, y el conocimiento típico de los lectores de una
época posterior. Identificar fragmentos, editar textos y escribir com entarios
históricos son las tres prácticas básicas de la filología. Para poder emplear estas
prácticas y la competencia filológica que conllevan, sin embargo, tenemos que
presuponer, además de las tres habilidades filológicas básicas, una conciencia
de las diferencias entre distintos periodos históricos y distintas culturas, es
decir, la capacidad de pensar históricamente. Y finalmente, la activación de
estas habilidades también (y de modo inevitable) supone la intención de hacer
uso de los textos v culturas del pasado dentro del contexto institucional de
la enseñanza. En otras palabras, es difícil imaginar que la filología vendría a
desempeñar cualquier papel sin metas pedagógicas y una al menos rudim en
taria conciencia histórica.
Tercero, la identificación y restauración de textos del pasado -esto es,
la filología tal com o se la entiende en este libro—establece una distancia vis-
à-vis el espacio intelectual de la hermenéutica, y de la interpretación com o
la práctica textual que la hermeneutica informa.'1 En lugar de confiar en la
inspiración y las intuiciones momentáneas de grandes intérpretes, como por
ejemplo 1c hizo el New Criticismi la filología ha cultivado la imagen de un

3 Véase ía d efin ició n inicial en la Gran enciclopedia RIALP, M ad rid , E diciones r ia lp , 19 7 2 ,


f. v. filología.
4 Véase el G rande D izionario Enciclopedico. T u rín , UTET, 1987, s. v.filologia-, “La fro n tera
que separa in terp retació n de filología es sutil, pero clara”.

IS
H AN S ULRICH GUMBRECHT
i

oficio paciente, cuyos valores cardinales son la sobriedad, la objetividad y la


racionalidad.5 En cuarto y último lugar, se desprende de cuanto he dicho
hasta aquí sobre la filología, que tal oficio y com petencia desempeñan un
papel particularm ente importante, y a menudo predom inante entre aquellas
disciplinas académicas que se ocupan de los segmentos del pasado cronoló
gica y culturalm ente más remotos (siempre y cuando tengamos a nuestra
disposición al menos algunas trazas de unu tradición escrita que nos lleve
a aquellos segmentos del pasado). La filología es por ende extremadamente
im portante para la asiriología y la egiptología, y la mayoría de los clasicistas
todavía la ven como su competencia fundamental. Más aún, desde la época
del romanticismo, la filología ha sido usada para reconstruir textos de la Edad
Media, a la que se supuso el contexto de origen tradicional de las diversas
culturas nacionales.

*** A unque he comenzado mi propia vida académica como un medievalista,


es decir, en una proximidad relativa a la tradición filológica, es seguro decir
que nunca habría pensado en escribir un volumen sobre los “poderes de la
filología” sin una provocación intelectual y, luego de ello, sin el espaldarazo
que vino de cinco coloquios, reunidos en la Universidad de Heidelberg en
tre 1995 y 1999, a los cuales había tenido la gentileza de invitarme mi muy
adm irado amigo, el clasicista Glenn Most. El proyecto de Most era revisitar
la historia de los clásicos -ésta es su propia disciplina académica—siguiendo
las historias de las cinco prácticas filológicas básicas: identificar fragmentos,
editar textos, escribir comentarios, hacer historia y enseñar. Por supuesto,
este múltiple regreso a las tradiciones de un pasado académico venerable
tenía la intención de brindar inspiraciones y orientaciones para el futuro de
los clásicos como disciplina.
No siendo yo un clasicista, se me asignó la tarea de proporcionar m ate
riales contrastivos, tomados de la historia de mis propios campos académicos
y sus disciplinas, es decir, de las historias de las literaturas en lenguas rom an
ce y alemana, y de la literatura comparada. Pese a mis mejores intenciones,
sin embargo, en seguida me encontré descarrilado. Lo que me fascinaba cada
vez más al hacer el análisis de las práctica;, filológicas fundam entales para el
coloquio de Heidelberg, era una cierta dimensión de inversión presente entre
los académicos de esa disciplina, inversión acaso pre consciente, que parecía

5 Véase K art Uicti, “ Philology”, en M ichael U ro d en y M a rtin K reisw irth veas.). 1he Johns
H opkins G uide To Literary Iheory a n d Criticism, Baltim ore, M d ., Jo h n s H o p k in s U niversity
Press, 1994, pp. 5 6 7 -5 7 3 .
tos PODERES DE LA FILOLOGÍA

contradecir la autoimagen ck Ir. filología como un oficio intelectual trabajoso,


por no decir sudoroso. Ciertam ente no era yo el prim er observador que se
daba cuenta de ello. Desde la antigüedad tardía, por ejemplo, las discusiones
sobre la edición de textos habían incluido un costado liberal, que reconocía
la im portancia de la imaginación del editor en la tarea de la reconstrucción
filológica. Lo que sentí que podía ser nuevo y provocativo respecto al foco
de mi propio descubrim iento, sin embargo, hie la impresión de que, siendo
un nivel de las prácticas filológicas fundamentales, éste no era meramente
com plem entario a la interpretación de los textos en cuestión.6 Por lo tanto, al
principio quise enfatizar la otredad de las actitudes y fenómenos en cuestión,
subsum iéndolos bajo el concepto de “poética de la filología”.

*** Me di cuenta enseguida, sin embargo, que referir a observaciones de


este tipo con la fórmula “la poética de” se había vuelto tan convencional
durante la década pasada, que resultaba francamente aburrido.7 Al tiem po
que repensaba mi elección, comencé también a entender que la noción de
poética implica la connotación de una regularidad -acaso, incluso, un carácter
predecible—que no encajaría con el carácter de mi descubrimiento. Pero, ¿qué
tue exactamente lo que vi, y por qué term iné por llamar a lo que había visto
los “poderes de la filología”?
Permítaseme comenzar la respuesta que estoy debiendo a esta pregunta
doble confesando que la noción de poder que empleo aquí está lejos de la
que usó Michel Foucault, la cual goza hoy de interm inable popularidad entre
los humanistas. A diferencia de Foucault, yo pienso que perdemos de vista lo
que es distintivo del poder, en la medida en que usemos la noción dentro de
los límites cartesianos de las estructuras, producción y usos del conocim ien
to. M i contrapropuesta es definir el poder com o el potencial para ocupar o
bloquear espacios con cuerpos. Al presentarlo como un potencial, implico
que el poder —incluso el uso político activo del poder—no tiene siempre que
producir violencia (la violencia sería, por supuesto, la transformación del
poder visto com o potencia, en acto). Insisto solamente en que el poder, por
m últiplem ente mediatizado que esté, tiene siempre que estar basado en la
superioridad física —y que es, por lo tanto, inevitablemente heterónom o en

” Para la posición c o n tra ria , véase la Enciclopedia Hispánica, Barcelona, E ncyclopaedia


B ritannica, 1 9 9 4 -9 5 , s. v. Filología-. "El filólogo tra ta d e analizar el significado de u n te x to y,
al m ism o tie m p o , de in te rp reta rlo ”.
7 Es gracias a la resistencia de W illis R- ;:er c o m o evité q u e d arm e estancado en esa
fórm ula.

17
, HANS ULRICH G UM BRECHT

relación con cualquier cosa que pueda ser vista como un rasgo estructural o
un contenido de la mente humana.
Esto, sin embargo, no resuelve aún la otra y decisiva pregunta que se
interroga por cómo es que las prácticas de la filología pueden relacionarse no
metafóricamente con el concepto de poder (y con el concepto de violencia).
Lo que veo operando en las prácticas filológicas —como su lado oculto, vivo,
y verdaderamente fascinante- es un tipo de deseo que, sea como sea que se
manifieste, siempre excederá las metas explícitas de las prácticas filológicas.
Más aún, en cada caso específico, este deseo conjura el cuerpo del filólogo
junto con una dimensión espacial que a primera vista parece ser ajena a cual
quier clase de práctica académica dentro de las Humanidades. Lo que quiero
discutir bajo el título de “poderes de la filología” es ciertamente disruptivo
dentro de la imagen académica oficial y la autoimagen oficial de la práctica
filológica. Al mismo tiempo, pienso que es com pletam ente adecuado hablar
de estos deseos como siendo “conjurados” por el trabajo filológico, pues
estos deseos saldrán a la superficie inevitable e independientem ente de las
intenciones individuales del filólogo. ;Y qué es exactamente aquello a lo que
estos deseos se refieren, y lo que anhelan? M i impresión es que, de modos
diversos, todas las prácticas filológicas generan deseos de presencia,6 deseos
de una relación física y espacializada con las cosas del m undo (incluyendo
los textos), y que tal deseo de presencia es sin duda el fundam ento sobre el
cual la filología basa su capacidad de producir efectos de tangibilidad (y a
veces incluso la realidad de ellos).
Fue durante algunas discusiones con el historiador de arte inglés
Stephen Bann cuando com prendí por prim era vez cómo los fragmentos
materiales de artefactos culturales del pasado podían disparar un deseo real
de posesión y de presencia real, un deseo cercano al nivel del apetito físico.9

8 Esta es la perspectiva en la que mis ensayos sobre los ‘'poderes de la filología” son
co m p lem en tario s co n mi libro Production ofPresence: W h a t M eaningcannot Convey, Stanford,
C alif., S tan fo rd U niversify Press, 2004. [Tr. al español: Producción de Presencia. Lo que el
significado no p uede transmitir, tr. Aldo M azzucchelli, M éxico, U niversidad Iberoam ericana-
D e p a rta m e n to de H istoria, 20 05].
9 Este preciso aspecto sugirió el títu lo p ara la versión inicial de lo q u e ah o ra se ha
tra n sfo rm a d o en el cap ítu lo “ Ider.:!í;’''a r frag m entos” : “ E a t Your F ragm erit” [C óm ase su
frag m e n to ] en G le n n M ost (e d .), C ollecting Fragm ents/Fragm ente sam m eln. G ó ttin g e n ,
V andenhoeck an d R u p recl.., 1997, pp. 3 1 5 -3 2 7 . Los títu lo s de m is siguientes c o ntribuciones
a las actas de los coloquios de H eidelberg siguieron el m ism o m odelo sintáctico: "Play Your
Roles Tactfully! A b o u t th e Pragm atics o f T ext-E diting, th e D esire for Identification a n d the
Resistance to T heory” [“¡Actúe sus papeles con tacto! A cerca de la pragm ática de la edición
textual, el deseo de identificación y la lesiitencia a la teoría”], en G len n M o st (ed.). E diting
Texts/Texte edieren, G ó ttin g e n , V an d en h o eck a n d R u p re ch t, 1998, pp. 237-2 5 0 ; “Fill U p

18
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

I.a edición de texto, al contrario, conjura ei deseo de corporeizar el texto


en cuestión, el cual puede transformarse a su vez en el deseo de corporeizar
al autoi del texto corporeizado. La escritura de comentarios históricos está
motivada por un deseo de opulencia y por su correspondiente dimensión
geométrica, es decir, los márgenes vacíos alrededor del texto que se contenta.
La historización significa transformar objetos del pasado en objetos sagrados,
es decir, objetos que establecen al mismo tiempo una distancia y ur¡ deseo de
ser tocados. La enseñanza bien entendida y académicamente exitosa, finalmen
te, dem anda del instructor que se abstenga de transformar todo contenido
y todo fenómeno enseñado en un objeto preanalizado y preinterpretado. lo
cual significa que esos contextos y esos fenómenos, como desafíos de una
complejidad no domesticada, no pueden perder nunca su estatus de objetos
físicos. La mayoría de estos diversos tipos de deseo de presencia, ¿. ser co n
jurados por las prácticas filológicas, ponen también en juego la energía de la
imaginación del filólogo. Esta coemergencia de la imaginación co.-: el deseo
de presencia no es para nada casual, pues la imaginación es una facultad dé
la m ente com parativam ente arcaica, lo^cual implica q u e tiene u n í cercanía
específica a muchas funciones del cuerpo humano.

*** Sorprendentem ente, por no decir extrañamente, podemos afirmar ta m


bién que tales am bigüedades - la tensión, la interferencia y la osci.i _ión que
las prácticas filológicas son capaces de liberar entre efectos mentale. / efectos
de presencia- se acercan, tanto por su estructura como por su nacto. a
algunas definiciones contem poráneas de la experiencia estética.10 S:n em bar
go, aunque la asociación entre filología y experiencia estética se agregara a la
extrañeza respecto del concepto e imagen tradicionales de la filc.cgía. este
no es ciertam ente el aspe ero de mi reflexión sobre los poderes de filología
que más me fascina. Lo que me interesa especialmente en este . .ro (.pero

Your M argins! A b o u t C o m m e n ta ry a n d Copia" [“¡Llene sus márgenes! Acerca de. -.m u -n ta r io


y la copia ’], en G le n n M o st (cd.), C ommentaries/Kommentare. G o ttin g en , V and; noeck an d
R uprecht, 1999, pp. 4 4 3 -4 5 3 ; “ la k e a Step B ac k —an d T u rn aw ay from D eath! C - he M oves
o f H istoricizatio n ” ["¡R etroceda u n paso - y regrese de la m uerte! Acerca del mover, tem o d e la
historización”], en G le n n M o st (ed.), H istoricization/Historíeserung, G ó ttin g en . ■c . icn h o cck
and R uprech t, 2 0 0 1 . pp. 3 6 5 -3 7 5 ; “Live Your E xperience —a n d Be U ntim ely! \ \ : : : i.issieal
Philology as a Profession’ C o u ld H ave Becom e” [“¡Viva su experiencia - y sea in;;m por.ii! l.o
que la ‘Filología clásica co m o p rofesión p u d o h ab er sido”], en G len n M ost (e d .) . .
Classics/Alrertumswissenschafi ais B e r u f G o ttin g e n , V andenhoeck and Ruprecr.; 2 0 0 2 . pp.
2 5 3-269.
10 Véase, para este aspecto, el cap ítu lo 3 de Production o f Presence.

19
Hans Ul r ic h Gu mb r ec h t

cada lector debe por supuesto sentirse libre de encontrar su propia trayec
toria de lectura) son las formas nuevas y alternativas, sobre todo formas no
interpretativas, de ocuparse de objetos culturales; deposito mis esperanzas
en aquellas foimas no interpretativas de ocuparse de objetos culturales que
escaparían a la larga sombra de las Humanidades com o Geisteswissenscbafien,
esto es, como “ciencias del espíritu” que desmaterializan los objetos a los que
refieren y hacen imposible tematizar las diferentes inversiones que realiza el
cuerpo hum ano en diferentes clases de experiencia cultural. Lo que las prác
ticas filológicas conjuran como los múltiples deseos de presencia por parte
del filólogo, son, después de todo, reacciones que difícilmente encajan en
cualquier autorreferencia hecha por las H um anidades académicas. En este
sentido, estar tan lejos como sea posible de la autoimagen disciplinar de la
filología, incluso de modo programático, puede volverse el comienzo de la apa
rición (acaso, incluso, de la creación) de un nuevo estilo intelectual. Este
estilo sería capaz de desafiar los verdaderos límites de las Humanidades, los
que vienen de su inscripción dentro del paradigma de la hermenéutica (lo que
significa tam bién dentro del legado metafísico de la filosofía de Occidente)
en las décadas cercanas a 1900.11 Reconocer los poderes de la filología den
tro —y a pesar de- el contexto de esa tradición académica es como disfrutar
de algo disruptivo y fascinante, un despliegue herm oso e intelectualmente
desafiante de efectos especiales.

11 Véase ibidem , cap ítu lo 2.

20
Capítulo 1

I d e n t if ic a r f r a g me n t o s

Una de las breves entradas en Dirección única (Einbahnstraße) retiere a un


recuerdo visual del castillo de Heidelberg: “ C a s t i l l o d e H e i d e l b e r g : las
ruinas cuyos restos apuntan al cielo lucen doblemente hermosas en esos días
claros en que el ojo, por las ventanas o simplemente sobre ellas, se encuentra
con las nubes pasajeras. A través del espectáculo móvil que se m onta en el
cielo, la destrucción de las nubes confirma la eternidad de estos restos”.
Lo que provoca la reflexión de Benjamin es la percepción de un con
traste entre dos temporalidades. De un lado, los rápidos cambios y continuo
emerger de formas en las nubes que pasan sobre el castillo. Del otro, la
eternidad, dada com o un atributo a los restos del castillo: ese ¿legré zéro de
la temporalidad que, hablando estrictamente, excluye todo cambio temporal.
Tantas veces como vuelvo a leer el breve texto de Benjamin (y con toda la
reverencia que merece), simplemente no soy capaz de seguir la asociación
que sugiere entre ruinas y eternidad. Más precisamente, no com prendo
por qué una conciencia de los efectos progresivos de la destrucción (Zerstö
rung) tendrían que llevar en último térm ino a la impresión de eternidad
(Ewigkeit) -incluso si ese proceso de descrucción está “redoblado y enfatizado
por el espectáculo transitorio” (“bekräftigt durch das vergängliche Schauspiel”)
de las nubes en el cielo.
Hace poco tuve la oportunidad de ver las nubes pasando sobre las
ruinas del castillo de Heidelberg, pero en lugar de recordarme la eternidad,

1 W alter B enjam in, Einbahnstraße, en Gesammelte Schriften, vol. 1, parte 1, F ran k u rt am


M ain, S u h rk am p , 1972, pp. 8 3 -1 4 8 , ia cita, p. 123. [N . dei F. La trad u cció n es m ía. H a y
versión en español del libro: Dirección única, tr. de Juan J. del Solar y M ercedes A llendesalazae,
M adrid, A lfaguara, 1988].

21
Ha n s U 'r ic h G u mb r ec h t

este espectáculo me hizo sentir la tensión entre un ritm o de cambio par


ticularm ente rápido (el de las nubes pasajeras) y otro ritm o de cambio (el
de las ruinas) tan lento que sólo puedo evocarlo imaginando el castillo tanto
en su esplendor pasado e intacto, como en ese posible futuro en el cual los
restos ya no serán reconocibles como objetos que pertenecieron una vez a
un edificio. Lo que la pasajera transformación de las formas de las nubes y la
lenta transformación de la sustancia material del castillo com parten —y lo que
quizá pueda haber llamado la atención de Benjamin, aunque éste se queda
corto al dar cuenta de esa experiencia- es la connotación, o mejor dicho la
sensación casi viscera! de una carencia. De m odo irresistible, las ruinas de un
edificio nos hacen pensar en el ya inexistente estado completo de éste. ¿Qué
clase de carencia evoca el espectáculo de las nubes pasajeras? Es la frustración
que surge de un proceso que consiste nada más que en el continuo emerger
y continuo desvanecerse de las formas, una transición en curso continuo, en
la cual esas formas nunca adquieren estabilidad.2 Este juego de emerger y
desvanecerse no incluye momentos que marquen un evento, porque la per
cepción de un evento requeriría un contraste entre el evento y algo que no
sea movim iento y transformación. Al no alcanzar nunca un estado que poda
mos asociar con conceptos tales como “totalidad” o “descanso”, el juego de
emerger y desvanecerse en el cielo también nos impide una correspondiente
sensación de alivio.

*** Benjamin no parece ver ninguna especificidad histórica en la experiencia


inspirada por las nubes altas sobre el castillo de Heidelberg. ¿No podem os
imaginar a, digamos, Empédocles observando las nubes que pasan sobre las
ruinas de un templo, y pensando acerca del tiempo? ¿O a Abelardo siguiendo
el mismo tipo de espectáculo sobre las ruinas de un m onasterio abandona
do? Por cierto que esto' sea, trataré de argum entar que existe una específica
afinidad entre el objeto de la reflexión de Benjamin (independientem ente
de la conclusión que extrae a partir de él), y un asunto clave dentro del re
pertorio filosófico del intelectual occidental del siglo xx.3 Para argum entar

2 N o estoy im plicando aquí que “losfenóm enos temporales en sentido propio" (“ Z eito b jek te
im reinen S inn”, co m o los llam a H usserl) sean incapaces d e ten er u n a form a. Su m o d alid ad
d e alcanzar u n a fo rm a es lo q u e p ercib im o s com o u n “ritm o ” (Véase m i ensayo “R hvrhm
a n d M e a n in g ” en H a n s U lric h G u m b re c h t y K. L u d w ig Pfeiffer (eds.), M aterialities o f
C om m unication, S tanford, Calif., Stanford U niversity Press, 1994, pp. 170-182).
3 En general, B en jam in estaba ansioso de hacer p arecer c o n te m p o rá n eo s los fenóm enos y
problem as d e q u e se o cu p a en Einbahnstraße. Véase la en trada “Ingenieros” en m i libro In 1926:
L'.ving a t the Edge o fT im e , C am b rid g e, M ass., H arv ard U niversity Press, 1997. pp. 9 3 -1 0 1 .

22
LOS PODERES DE LA Fll OLOGÍA

esto, tendré que form ular una tesis muy general acerca de la cultura de la
Edad Media.
La cultura cristiana medieval estaba centrada en la creench colectiva
en la posibilidad de una presencia real de Dios entre los hombres y en una
serie de rituales, especialmente la misa, que se entendía que constantemente
producían y renovaban tal presencia real.“4 La presencia, en este contexto,
no pertenece exclusiva, ni acaso primariamente, a la dimensión del tiem po,
pero en cambio conlleva un com ponente de proximidad espacial. Llamamos
“presente” aquello que en un momento dado se nos aparece lo suficientemente
cerca como para estar al alcance de nuestro cuerpo y de nuestra capacidad de
tocar. La presencia real del Dios cristiano, por lo tanto, hace posible com er su
cuerpo y beber su sangre. En la cultura moderna, en cambio, comenzando con
el Renacimiento, la representación prevalece por sobre el deseo de la presencia
real, en múltiples niveles de un fenómeno. La representación moderna no es
pues un acto que “vuelva a hacer presente” lo que, luego de haberlo estado,
está ahora ausente. La palabra, en cambio, subsume todas aquellas técnicas
y prácticas culturales que reemplazan, a través de un significante a m enudo
complejo (y ponen disponible ante nosotros) como “referencia" aquello que
no está presente en d espacio y el tiempo. Si, pese a todas las totalizaciones
problemáticas que esto puede implicar, esta caracterización de la Edad M edia
y la m odernidad pueden parecer convencionales, lo innovador de mi tesis
está en decir que, desde el momento histórico que llamamos “crisis de la
representación”,5 alrededor de 1800, nuestra cultura ha desarrollado una
renovada nostalgia por la presencia real, una nostalgia a la cual múltiples
dispositivos dedicados a la producción de presencia responden sin poder
satisfacerla nunca por com pleto.6

[Tr. al español: En 1926: viviendo a l borde del tiempo. Tr. d e A ldo M azzucchelli, M éxico,
U niversidad Ibe ro a m e ric a n a-D e p a rta m e n to d e H istoria, p p . 146-153].
4 Para la tesis q u e sigue, véanse m is ensayos “Form w ith o u t M atter vs. Form as E v e n t”,
M odern Language Notes 1 1 1 ,1 9 9 6 , pp. 578-592; y “E inführung: Inszenierung von G esellschaft-
R itual-T h eatralisieru n g ”, en J a n -D irk M üller (ed.), "A u ffü h ru n g ” u n d "Schrift” in M in ela lter
u n d fr ü h e r N eu zeit, S tu ttg art, M etzler, 1996, p p . 3 3 1 -3 3 7 .
5 Véase K erstin B eh n k e, “K rise d e r R ep räesen tatio n ”, en Jo ach im R itter y K arlfried
G rü n d e r (eds.). Historisches Wörterbuch d t; Philosophie, vol. 8, D a rm stad t, "X issenscii<i¡úiche
Buchgesellschaft, 1992, cols. 8 4 6 -8 5 3 .
0 El fe n ó m e n o social q u e acaso m ás ob v iam en te re m o n d e hoy a esta nostalgia d e la
presencia es la p o p u la rid a d d e los deportes (ran to com o práctica a e tn a v com o esp ectácu lo
para ser m irad o ), m ien tras q u e los m edios d e co m u n icació n en sus m últiples técnicas son,
c u an d o m enos, am biguos a este respecto. Pues p ro m eten (piénsese, p o r ejem plo, en la t v ) la
presencia real, sin h acer n u n c a tangibles las cosas que presentan.

23
I H a ms U l r ic h Gu mb r ec h t

El esfuerzo siempre apasionado y a veces desesperado de la Revolución


conservadora, durante la parte inicial del siglo xx, por recuperar un “territorio
estable” para la experiencia humana; más específicamente, la insistencia de
Heidegger en la cuestión del Ser como una cuestión ontològica, junto con
el aspecto de aletheia, ese atitodesocultamiento del Ser que no puede ser
atribuido, com o efecto, a la acción de ningún sujeto hum ano -to d as estas
intervenciones y posiciones atestiguan una renovada preocupación filosófica
por la presencia en el seno de una cultura que confió (y sigue confiando)
fundam entalm ente en la representación institucionalizada. Pero ¿existe algo
que haga, a nuestra nostalgia contem poránea por la presencia, diferente de la
medieval? M ientras que la cultura medieval creyó en la posibilidad de satis
facer ei deseo de presencia real al proveer, una y otra vez, la certidum bre de
la presencia real de Dios, nuestra relación contemporánea con la presencia es
asintotica. Parecemos sentir que estamos constantemente en situaciones de
increm entar o dism inuir la presencia del m undo, sin nunca tener al m undo
com pletam ente presente ante nosotros. Jean Lue Nancy describe esta relación
de doble mano con el m undo como el “nacer a la presencia”,8 una relación de
inmediatez con un m undo que parece estar siempre emergiendo y desapare
ciendo. Visto desde este ángulo, finalmente, el espectáculo a dos niveles de
las nubes sobre el castillo de Heidelberg se convierte en una imagen del nacer
a la presencia. M ientras que los restos del castillo son parte de una totalidad
siempre en vías de desaparición que quizá nunca alcance ese punto de su
propio y completo autoborrado, las nubes son una emergencia potencialmente
infinita de formas que nunca producirán un efecto final de totalidad.9
Siendo parte de un proceso extremadamente lento de presencia que se
desvanece, el castillo de Heidelberg, como lo vio Benjamin y com o lo vemos
nosotros, un pequeño paso más avanzado en su “destrucción”, tiene el esta
tus de un fragmento. Si recordamos que la fascinación ocririental con las ruinas
y los fragmentos soportó un m om ento de intensificación durante las déca
das que siguieron a la culminación de la Ilustración, es decir, durante las
i
M a rtin H eidegger, Sein u n d Z eit, 15th ed., T ü b in g cn , N iem eyer, 1984, p. 44 . [Tr. al
español: E l ser y el tiempo, tr. de José G aos, M éxico, f c e ; Ser y Tiempo, tr. d e E d u a rd o Rivera,
Santiago de C h ile, n d iio rial U n iversitaria, 1 9 9 4 /M ad rid , T ro tta , 2003].
8 Véase Jean -L u c Nancy, The B irth to Presence, S tanford, C alif., S tanford U niversity Press,
1993.
9 La relación en tre co m p le ció n /to ta lid ad y presencia requiere algo m ás de pen sam ien to
sistem ático. Por ah o ra, asocio a la presencia co m p leta con la co m p le ció n /to ta lid ad , m ientras
q u e s u p o n g o q u e los objetos tem porales en sen tid o p ro pio (las nubes, p o r ejem plo; véase n o ta
2), pese a su presencia, siem pre nos d ejarán co n u n a sensación de carencia. Lo q u e d eb e ser
elaborado es u n a d istin c ió n e n tre diferentes tipos de presencia.

24
LOS PODERES DE U FILOLOGÍA

décadas alrededor de 1800, y si consideramos luego que estas décadas han


estado también caracterizadas como el m om ento histórico marcado por la
crisis de la representación, entonces descubrimos un fundam ento episte
mológico - o al menos una resonancia epistemológica- por la fascinación
que acompaña el trabajo filológico con ruinas y fragmentos. Pues podem os
especular que fue la crisis de la representación, el colapso de la distancia entre
representación y m undo, lo que volv'ó a despertar el deseo de la presencia.
Desde esta perspectiva, el fragmento mismo aparece como metonimia de una
presencia que se desvanece. El trabajo de restitución, en contraste, sea éste
dedicado a un torso o a un fragmento textual, pertenecerá a ese continuo
emerger y desvanecerse de la presencia-en-formas por el que las nubes sobre
el castillo de Heidelberg fascinaron a Walter Benjamín.

*** ¿Cómo sabemos que algo es un fragmento? El térm ino se aplica a cual
quier objeto que podamos identificar como parce de una totalidad m ayor
sin implicar, sin embargo, que esta parte de una totalidad mayor se entienda
como una m etonim ia, una representación de la totalidad. ¿Y cómo llegare
mos a conocer esa totalidad a la que pertenece el fragmento? No podem os
percibirla, por cierto, pues por definición no puede estar presente junto con
el fragmento. Al principio tiene que existir la intuición de una carencia, que
surge en nosotros a partir de la contemplación de un objeto que está presen
te. Alguien tiene que haber sido el primero en percibir que los alrededores
montañosos del valle central del parque Yosemite no son sino los fragmentos
de un paisaje que existió antes en el mismo sitio. En el caso de un paisaje, la
imaginación de la totalidad de aquello que sólo está presente como fragm ento
tiene que confiar en la probabilidad física y geológica, apoyada acaso por una
cierta clase de juicio estético que puede venir del recuerdo de otras m ontañas
y otros valles. Para el caso de cualquier artefacto que consideremos un frag
mento, en contraste, el imaginar su estado de totalidad vendrá a partir de
imaginar la intención de quien lo produjo. Una vez que hayamos im aginado,
sobre la base de un fragmento, unagestalt que pensemos corresponda (aunque
sea de un m odo basto) a la intención prim aria de quien lo produjo, podem os
comenzar a establecer una tipología de diferentes clases de fragmentos, dis
tinguiendo diferentes principios que pueden haber interferido en el producto
de la intención original del productor.
Todos sabemos, especialmente a partir de la historia cultural del ro
manticismo, que hay textos que identificamos primero como fragm entos,
sólo pitia descubrir luego que sus autores quisieron que fingiesen esa cualidad
fragmentaria. De estes casos extraemos la frustrante conclusión de que el texto

25
HAN S ULR1CH GUMBRECHT

identificado originalmente como un fragmenta corresponde exactamente a


la intención del autor. Imaginar, como hipótesis de trabajo, el estado de to
talidad “virtual” que el autor mismo tiene que haber imaginado a efectos de
desarrollar una forma textual capaz de producir ese efecto de fragmentariedad,
puede ayudarnos a entender, entre otras cosas, por qué el autor se puso la meta
de producir tal efecto. Sin embargo, no veríamos el “restituir” tal totalidad
virtual (que nunca se pretendió akanzar) como una tarea filológicamente
valiosa. AI contrario, tal esfuerzo sería visto como ingenuo, pues después de
todo, un fragmento destinado por su autor a parecer un fragmento, no es
un fragmento. Esta primera reflexión, en el contexto de nuestra elemental
tipología, deja en claro que presuponemos, para cualquier fragmento digno
de tal nombre, un intervención violenta que ha causado la diferencia entre el
texto (o más en general, la forma) pretendida por el autor, y el texto que ha
llegado hasta nosotros. Tal violencia puede provenir de una intención que está
en conflicto con la del autor, y que además tiene a su disposición un poder
superior para imponerse. Es evidente que este segundo caso incluye e ilustra
lo que iiamamos “censura”. La fragmentación que produce la censura implica,
primero, que el censor conoce claramente lo que quiere eliminar y, segundo,
que norm alm ente no quiere que el texto censurado aparezca fragmentado.
Esto significa que puede resultar particularmente difícil identificar tal texto
como fragmento, pero también que, una vez que el censor y sus intenciones
han sido identificados, tenemos una orientación particularm ente rifa para
nuestra tarea de imaginar el texto completo. Finalmente, lo que con más
naturalidad parecemos esperar como causas de la fragmentación son aconte
cimientos físicos violentos o lentos procesos de destrucción, independientes
de toda intencionalidad. Las razones para este tercer tipo de fragmentación
son potencialmente infinitas: fuego y humedad; el desvanecerse de la tinta
que fue empleada para producir un texto y el deterioro del papiro, pergamino
o papel; la destrucción de edificios en cuyas paredes hay textos escritos; y
(especialmente frecuente durante la Edad Media) el reciclaje de materiales
usados para ia producción de nuevos códices.

*** I'ero permítaseme poner entre paréntesis ahora la cuestión de si los m iem
bros de este tercer tipo deben ser canonizados com o fragmentos en sentido
propio, porque no es a donde va mi argumento. Lo que todos los fragmentos
producidos por causas físicas com parten, es un margen -po d em o s llamarlo,
con una formulación más dramática, una “cicatriz”—en la que el fluir de un
texto se detiene de modo arbitrario, y donde norm alm ente pódem e: descubrir
11a/as la causa física de tal fragmentación. Tales cicatrices son inevitables
¡'•it.i los fragmentos del tercer tipo, y argumentaré que su existencia constituye

26
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

una diferencia im portante en cuanto a cómo, sobre la base de un fragmento,


imaginamos un texto completo. Pues la percepción de tales cicatrices cam bia
nuestra actitud vis-à-vis el texto: llevan nuestra atención hacia su exterioridad
o, para decirlo distinto, hacia su m aterialidad.10 En este sentido las conven
ciones diacríticas con las que en una edición representamos los elementos no
textuales de una fuente original (por ejemplo, los paréntesis que indican dónde
termina el texto en el original) no pueden ser equivalentes a lo que vemos cuan
do visualizamos el original. Para percibir la exterioridad de un texto, debemos
suspender nuestro hábito automático de descifrarlo. En lugar de constituir el
sentido que un autor ausente quiso transmitir, nos concentramos entonces
en las cualidades sensuales del texto como objeto materialmente presente.
Podemos tocar, acariciar y ulteriorm ente asimismo comernos el fragmento
en su presencia material; podemos incluso tratar de destruirlo más de lo que
ya está. C om o lo he anunciado antes, estoy enfatizando tan fuertem ente este
aspecto, porque quiero mostrar que tal conocimiento del fragmento en tanto
presencia material tiene importantes consecuencias para el funcionamiento de
nuestra imaginación. Pues las presencias materiales estimulan tanto nuestra
imaginación en la práctica de la restitución textual, como son el objeto del
deseo que Jean-Luc N ancy llama “nacer a la presencia”. Aun otro modo, más
metafórico, de describir la misma relación sería pensar en un conjuro mágico
o hechizo. El texto, como objeto material, aum enta nuestra capacidad de
imaginar un m undo del pasado, aunque por cierto que no hay una relación
m im ètica entre aquel m undo y la forma del texto en tanto objeto material.
Pero en lugar de intentar más metáforas, procuremos conceptualizar el juego
m utuo entre la exterioridad de los objetos culturales (especialmente de los
textos) y el funcionam iento de nuestra imaginación.

*** D entro de una m irada estrictamente fenomenològica, es decir, en el co n


texto de un análisis que se restringe a las capacidades autorreferenciales de ia
m ente hum ana, el clásico ensayo de Jean-Paul Sartre, L ’Imaginaire, es poco
menos que imbatible. Tanto la calidad de su análisis como los límites de su
aproximación sirven para explicar por qué, más de medio siglo después de p u
blicado, este tratado sigue siendo la referencia más im portante para cualquier
discusión filosófica sobre la imaginación como facultad hum ana.11 U no de

10 Véase D a v id W ellbery, “The E x terio rity o f W ritin g ”, Stanford Literature Review, 9:


1992. pp. 11-24.
11 Véase “N am en sreg ister” en W olfgang Iser, Das Fiktive u n d das Imaginare: Perspektiven
literarischerAnthropologie, F ran k fu rt am M ain , Surkham p, 1991, p. 521. El títu lo c o m p le to del

27
HANS ULRICH GUMBRECHT
I

los primeros temas de tipo descriptivo que Sastre desarrolla en cierto detalie
es la experiencia de que las imágenes producidas por la imaginación siempre
se nos presentan, desde el m omento mismo de su aparición, como completas:
“En nuestra percepción, una forma de conocimiento se va formando lenta
mente; en una imagen, sin embargo, el conocimiento es inmediato. Vemos,
piies, que la imagen [...] se ofrece en su totalidad desde el m om ento mismo
en que aparece”.12 Podemos hacer uso de esta observación para determ inar
qué lugar estructural debe ocupar nuestra imaginación en la restitución de
textos u otros artefactos. Desde el comienzo mismo la imaginación nos da una
idea de totalidad, de un tdns hacia el cual el trabajo filológico o arqueológico
puede ser orientado. Sin embargo, es importante subrayar que la imaginación
no es capaz de producir intrínsecamente ninguna ulterior concretización,
diferenciación, o siquiera corrección de la prim era imagen que proyecta:
“Si usted juega y hace girar, en su mente, una imagen de algo que tiene
una forma cúbica, como si mostrase sucesivamente sus diferentes lados, us
ted no habrá progresado nada al final del ejercicio; no habrá aprendido
nada”.13 Esto parece sugerir que, para ir más allá de la primera imagen que
la imaginación nos presenta a efectos de restituir una totalidad original,
necesitamos estimular constantemente nuestra imaginación con elementos
de conocim iento contextual y con observaciones detalladas que se refieran
a los fragmentos de los que parte la restitución. Pero si bien es así posible
encender y alimentar nuestra imaginación, nunca podem os determ inar qué
es lo que la imaginación va a presentar finalmente ante nuestra conciencia.
La imaginación escapa continuam ente de nuestro control consciente. Sartre
explica esta imposibilidad de guiar a nuestra imaginación (lo que él llama su
spontanéite) como algo relacionado con el hecho de que la estructura intrínseca
y la identidad de la imaginación no están disponibles a nuestra introspección.
Sabemos de la imaginación tan sólo a través de sus productos: “La conciencia
que percibe se aparece ante sí misma como pasiva. En contraste, una con
ciencia que imagina se aparece ante sí misma como espontaneidad, es decir,
com o una espontaneidad que produce y preserva la imagen del objeto en
cuestión”.14 Finalmente, nuestra imaginación deja en general sin especificar
el estatus ontològico (podríamos decir también “el nivel de realidad”) de las
imágenes producidas:

ensayo de Sartre es L’I maginaire: psychologie phénoménologique de l ’imagination, Paris, G allim ard,
1940. [Tr. al esapañol: La imaginario, tr. de M anuel Lam ana, B uenos A ires, Losada, 2005].
12 Sartre, L'Imaginaire, p . 19.
1* Idem.
' Ibidem , p. 26.

28
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

C ada estado de c onciencia postula su ob jeto , pero cada u n a lo hace a su m o d o . La


percepción, p o r ejem plo, postula su ob jeto com o existente. La im agen, tam bién,
incluye u n acto de creencia y un acto de postulación. Este acto puede adoptar cuatro
y sólo cu atro formas: p u ed e po stu lar el o b jeto com o inexistente, o com o ausente,
o com o existente en alg ú n o tro lugar; p uede tam bién “neutralizarse" a sí m ism a, es
decir, no p o stu lar su o b je to com o existente. D os d e estas form as son com prom isos;
la cuarta es u n a susp en sió n o u n a neutralización de lo q u e ha sido postulado. La
tercera incluye u n a negación im plícita d e la existencia presente y real del objeto.
Tales actos d e p ostu lació n - y ésta es u n a observación cru c ia l- n unca agregarán nada
a la im agen (una vez ésta está co n stitu id a): lo que constituye la conciencia d e una
visión es el acto de p o stu la rla .15

Si las imágenes producidas por la imaginación implican pues una


doble carencia, no sólo la recién mencionada carencia de especificación con
respecto a su propio estatus ontològico, sino también la falta de diferenciación
descriptiva y de desarrollo (“uno no habrá aprendido nada”), es plausible asu
mir que ligar nuestra imaginación con la percepción de un fragmento en su
materialidad dada nos dará cierta com prensión de tal carencia. Permítaseme
enfatizar, una vez más, que en el caso de la restitución textual, el carácter
concreto del fragmento del que partimos ofrece la posibilidad de alimentar
nuestra imaginación con observaciones aún más detalladas, que pueden
term inar brindando imágenes aún más detalladas del texto en su totalidad
original. El estatus ontològico de un texto de tal manera restituido es muy
complejo, y sin embargo claro, sin ambigüedades. Aunque postulemos la
existencia del fragmento tanto en el presente como en el pasado (desde el
m om ento de su origen), no postulamos análogamente la existencia de la parte
conjetural del texto, la parte que hemos restituido con la ayuda de nuestra
imaginación. Para la p-rre conjetural postulamos la existencia en el pasado,
pero no postulamos, por supitf'ro, su existencia en nuestro presente.
Tiene que ser claro que estos dos aspectos de complementariedad entre
los fragmentos como objetos de referencia, y nuestra imaginación com o la
facultad de restituir la totalidad de objetos mutilados, no es idéntica con
la intensificación de nuestras capacidades imaginativas a partir de la presencia
material de los objeto^ "n a intensificación que he caracterizado metafórica
m ente como la acción de “conjurar”. En el m undo de la actuación teatral, por
ejemplo, una técnica usual para intensificar la imaginación de los actores con
siste en asignarles un ejercicio corporal y, sobre todo, darles objetos para que

15 Ib id em , p. 24.

29
H a n s Ul r ic h Gu mb r ec h t
i
i'ieguen .1'’ En The Philosophy o f th f Present George H erbert Mead inventa una
narrativa impresionante, casi mitológica, en la cual hace plausible ese efecto
intensificador de la presencia de objetos materiales en nuestra imaginación.
Mead asocia la “imaginería” (ésta es la palabra que emplea para referir a la vez
a la “imaginación” y a las “imágenes imaginadas”) con un estado temprano
en la evolución hum ana. Los “estímulos a distancia” (percepciones de objetos
que están espacialmente cercanos pero no en contacto físico con quien los
percibe), despertarán, de acuerdo con Mead, imágenes de la situación, ya
sea deseable o peligrosa, de tales objetos er. contacto corporal inmediato con
el sujeto (“experiencia de contacto”), y se supone que estas imágenes están
-in m ediatam ente- conectadas con la actividad nerviosa motora eferente, y
con el movim iento muscular (de lucha o agresión):

los ob jeto s perceptuales \perceptual\, co n sus cualidades sensoriales, pertenecen al


reino de la conciencia; pues la “experiencia de distancia” existe com o la prom esa o
am enaza d e la “experiencia de co n tacto ”, y el m o d o en el cual este fu turo llega al
objeto es a través de la respuesta del organism o a sus propias respuestas [...] El objeto
d istan te se vuelve así lo q u e podem os hacer de él o con él o a través de él o lo que él
p u ed e hacernos. D ecir q u e existe in sta n tán e a m e n te tal co m o lo percibim os no es
m is q u e d e m a n d ar confirm ación d e lo q u e es d ado en la percepción. Estas respuestas
que o c u rre n a p ro p ó sito están en el o rganism o a la vez co m o tendencias y com o el
resultado de respuestas pasadas, y eí organism o responde a ellas en su percepción.
L lam am os frecuentem ente a esto ú ltim o im ag inería de respuesta.17

La idea de Mead del “objeto distante” que llega a ser “lo que podemos
ha Cei' de él o con él o a través de él o lo que él puede hacernos” tiene una
similitud interesante con el concepto de Heidegger de “a-la-mano”,18 esto
es, la idea de que en nucbc.u. práctica cotidiana experimentamos el m undo y
sus objetos com o ya interpretados. Están siempre ya interpretados desde el

1(1 Véase A ndreas Bahr, Im agination u n d Körper: E in Beitrag z u r Theorie der Im agination
m it Beispielen aus der zeitgenössischen Schauspielinszenierung, B orK um , A lem ania, Brockmeyer,
1990, especialm ente p p . 63, 81.
17 G eorge H e rb e rt M ead, Tue Philosophy o f the Present, La Salle, III, O p e n C o u rt, 1959
(1932), p . 74. N o es necesario aclarar q u e el valor de la n arrativa de M ead para mi propia
arg u m en tació n tiene poco que ver con su valor desde u n a perspectiva em pírica. M e estoy
refirien d o a M ea d p o rq u e a) reú n e co n co h eren cia u n a serie de observaciones sobre la
im aginación q u e h a n sido cruciales para m i propia discusión de tal tem a, y b) porque al hacerlo,
desarrolla la explicación m ás plausible q u e conozco para la experiencia de que la cercanía y la
percepción de los objetos m ateriales puede intensificar n u estra im aginación.
18 H eidegger, Sein u n d Z eit, op. cit., pp. 15, 16.

30
LO S PODERES D E LA FILOLOGÍA

punto de vista de nuestras posibles necesidades y de las posibles funciones


que pueden cumplir. N o vemos una bicicleta com o una construcción llam a
tivamente geométrica hecha de metal y goma. La percepción de un objeto tal
parece venir junto con la imagen de m ontar en bicicleta. Además, muchas, si
no todas, de estas imaginaciones a través de las cuales el m undo en principio
se interpreta implican, com o en el ejemplo de la bicicleta, una participación
de nuestros cuerpos. Aquí parece estar, pues, el nudo que liga la presencia
tangible de objetos con una inspiración de la mente y una activación del
cuerpo. Es la percepción sensorial de tales objetos materiales la que dispara
nuestra imaginación, y es nuestra imaginación la que dispara los movimientos,
ya sea para lograr una unión completa con tales objetos (agresión: cómase su
fragmento) o una separación (corra: escápese de su fragmento).
De acuerdo con Mead, sin embargo, tales reacciones pertenecen a una
etapa temprana del desarrollo de la hum anidad, una etapa que surge sólo
en ocasiones específicas de la existencia del Homo sapiens. N orm alm ente los
productos de nuestra imaginación son transformados en conceptos, y esos
conceptos suspenden la relación de inmediatez entre la imaginación y el m o
vimiento muscular. Acaso aquellas raras ocasiones en que sentimos nuestra
imaginación y nuestro cuerpo con una vivacidad especial, tienen una afinidad
específica con la dim ensión de la experiencia estética. ¿No sería posible que
lo que llamamos “lo sublime” tenga que ver con ciertos objetos de la percep
ción que causan terror - n o primariamente porque sean “objetivamente pe
ligrosos”, sino porque (de acuerdo con la lectura que Jean-François Lyotard
hace de la Kritik der Urteilskraft de K ant)19 nuestra imaginación no es capaz
de darlas en una imagen estable, “sintética”? Del otro lado, el lado de la agre
sión, el deseo y el hambre, los famosos comentarios de Jacques Lacan sobre
“la voracidad del ojo hum ano” (“l’œil plein de voracité”)20 nos brinda un
repertorio de conceptos que tienen la virtud adicional de traernos de nuevo,
desde consideraciones más generales, a la dim ensión del fragmento. Pues la
tesis de Lacan de acuerdo con la cual el objeto últim o del deseo hum ano es
siempre el deseo del O tro, con el deseo del O tro manifestándose por gestos
de autodesocultamiento (“une sorte de desir à lA utre, au bout duquel est le
donner-à-voir"), tiene la im portante implicación de que el O tro nunca está
com pletamente presente o com pletamente visible. Lo que de hecho vemos,

19 Véase Jean-F rançois Lyotard, Leçons sur l ’a nalytique d u sublim e (K am , C ritique de la


fa culté de juger, pp. 2 3 -2 9 ), París, Galilée, 1991, p. 271.
20 Véase, para lo siguiente, “Q u'est- ce q u e un tafcleau?” (lección ix), en Jacques L acan,
Le Séminaire, livre XI: les quatre concepts fo n d a m e n ta u x de la psychanalyse (1964), Paris, Seuil,
1973, pp . 120-132, esp. 13 0 -1 3 1 .

31

BIBLIOTECA CEN TRA L


Ha n : Ul r ic h Gu mb r ec h t

v lo que motiva nuestro deseo, es siempre únicam ente un fragmento, “un


object petit a” en el lenguaje de Lacan, y aun así un fragmento, que es atrac
tivo porque lo tomamos com o parte de una totalidad y porque tememos
que alguien más pudiese poseer tal totalidad. "Tal es la verdadera envidia.
Hace que el sujeto se ponga pálido. ¿Frente a qué? Frente a una totalidad
que parece estar cerrada, y esto explica por qué la pequeña “a” se separa de
aquello a lo que está ligada, y puede volverse, para alguien más, una posesión
y un objeto de satisfacción”.
Estoy de acuerdo en que la riqueza de tales especulaciones puede
parecer algo exagerada —especialmente en relación con lo que se supone es el
campo de su aplicación, esto es, el laborioso y altam ente técnico trabajo de la
restitución textual. Acaso debiera ir aún más lejos con esta relativización de mi
propio pensamiento, de no ser por la am pliamente docum entada observación
de Stephen Bann acerca de “la existencia del apetito oral como modelo para
la apropiación de objetos y fragmentos”, especialmente durante los siglos
xviii y x ix.21 Bann nos anim a a pensar que tiene que haber habido algo real
(acaso real, incluso, en el sentido lacaniano) en la relación entre fragmento,
cuerpo, imaginación y experiencia histórica, algo más válido que la mera
atracción de un juego complejo con conceptos filosóficos. Es por esto que
Bann puede emplear los resultados de su propia investigación de archivos,
para hacer una descripción del “ejercicio de la imaginación histórica” en los
térm inos siguientes: “comienza con lo que puede ser tocado, y sigue luego a
través del poder talismànico del nom bre, a la experiencia de la historia como
otredad mediada”.2“

Pese a toda la evidencia teórica y empírica que atestigua su existencia e


im portancia, la relación entre imaginación v reconstrucción histórica siem
pre ha despertado sentimientos de incom odidad. Tales sentimientos están
basados probablem ente en la impresión de que el alto grado de reflexividad
y autocontrol característicos de cualquier método profesional no deben ser
tentados por la imaginación, es decir, por una facultad subjetiva que tiene
una fuerte tendencia a escapar al control del sujeto. Incluso Hans-Georg
G adam er en Warheit und Methode, con su ya proverbial generosidad hacia
toda Ja se de operaciones analíticas y estilos intelectuales que carezcan del

21 Véase Step h en B an n , “C lio in Part: O n A n tiq u a ria n ism a n d th e H istorical F rag m en t”,
en The Inventions ofH istory: Essays on thc Representaron o f thè Past, M anchester, M an ch ester
U niversity Press, 1990, pp. 100-121 (cita en la p. 114).
22 Ibidem , p. 119.
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

clásico rigor riel trabajo académico,23 no emplea la palabra imaginación (o


ninguno de sus equivalentes alemanes) ni una sola vez a lo largo de las más
de quinientas páginas de su argumento. Esto es aun más intrigante dado que
las descripciones que hace G adam er del “arte de la interpretación” parecen a
menudo requerir de tal concepto. Véase por ejemplo este comentario, acerca
de la libertad interpretativa del historiador:

Para el o tro lado, el lado del “ob jeto ”, esto im plica la p articipación y la explotación
del c o n te n id o de u n a tra d ic ió n - c o n todas sus nuevas posibilidades de significado
y resonancia, y e n riq u e c id a p o r cada receptor. C ada vez q u e hacem os a la tradición
hablar para n osotros, algo sale a l/i superficie que no estaba allí antes. C ualquier c o n
ten id o h istórico sirve a ejem plificar esto. Sea un trabajo d e poesía o el conocim iento
de u n a co n tec im ie n to im p o rtan te , lo que se da en la trad ición v en d id a la existencia
como algo nuevo cada vez. C u a n d o la llíada de H o m ero o la c am paña de la India de
A lejandro M agno nos h ab lan en una nueva a p ro p iació n de la tradición, siem pre
serán m ás q u e algo p o r y en sí m ism os. M ás bien ocu rre com o en u n a conversación
verdadera, donde siempre hay algo nuevo, algo que ninguno de nosotros que participamos
en el diálogo podríam os haber entendido individualm ente.24

No estoy diciendo ni que Gadamer evita deliberadamente el concep


to de imaginación aquí, ni que comete un error al omitirlo. Lo que quiero
enfarizar, simplemente, es que esta cita no contiene la palabra imaginación,
aunque ésta parece estar apareciendo cada vez que hablamos de contenidos
innovadores que no se deben a alguna clase de referencia al m undo, y aunque
H ans-Georg G adam er tiene m ucho menos razón para evitar el asunto de la
imaginación que m uchos otros filósofos.
La cautela de G adam er puede tener que ver con la propiedad de la
imaginación que Sartre llam a su “espontaneidad”, 'wbifgang Iser ha dedicado
un análisis filosófico más detallado a este aspecto específico.25 Iser comienza
su discusión destacando que, al no ser un “potencial activo” (“aktivierendes
Potential”) en y por sí misma, la imaginación necesita siempre de un estí

23 D espués de to d o , el lib ro de G a d am e r está e x p lícitam en te d irigido co n tra la opin ió n


de q u e las Geisteswissenschaften!H u m a n id a d e s sean capaces de te n e r un m é to d o propio. Véase
su W arheit u n d M ethode: G rundzüge einer philosophischen H erm en eutik, 2a ed., T übingen,
M ohr, 1965, p. 5: “N o hay u n ‘m é to d o ’ p ro p io de las H u m a n id a d es”. [Tr. al esapañol: VercLid
y método. Fundam entos de una herm enéutica filosófica, tr. de A n a A g u d y Rafael de A gapito,
Salam anca, Edición Síguem e, 1991].
24 Ibid em , pp. 4 3 7 -4 3 8 . Las cursivas son mías.
25 Véase, en p articu lar, “ D as Z u sam m en sp iel des Fiktiven u n d des Im aginären”, en Iser,
Das F iktive u n d das Im aginäre, op. cit., pp. 3 7 7 -4 1 1 .

33
HANS U lR IC H GUM BRECHT
t

m ulo extern^ para ponerse en movimiento. Esto significa que, en tanto la


activación continúa, la imaginación sigue a la intencionalidad de un sujeto.
Pero el mismo sujeto no puede controlar -a l menos, no com pletam ente- la
dirección que la imaginación tom a y los resultados que produce, pues una
vez puesta en movimiento, se desarrolla por sí misma:

Precisam ente d ebido a q u e lo im aginario no tiene u n a intencionalidad, parece estar


ab ierto a to d a clase de in ten cio n es. Es así com o las intenciones se co m b in a n con
lo q u e h a n activado, y es esta la tazón p o r la q u e siem pre está o c u rrie n d o algo a los
im pulses activadores. Por lo ta n to , io im ag inario n u n c a es idéntico con sus propias
in ten cio n es activadoras, sin o q u e se desarrolla en u n juego con sus im pulsos —un
juego, sin em bargo, q u e siem pre es m ás q u e las intenciones detrás d e la activación
o más q u e el co n te n id o de lo im aginario en ta n to éste desarrolla una form a. D o n
deq u iera q u e este ju eg o em erge d e u n a activación intencional de lo im aginario, se
convierte en u n a zona d o n d e ocu rrirán las diferentes interacciones d e lo im aginario
c o n sus im pulsos activadores.26

Estas “interacciones entre lo imaginario y las instancias de su moviliza


ción' (siendo una de estas instancias, por cierto, la intencionalidad individual)
implica el riesgo de desparramarse más allá de los límites de control del sujeto
- n o sólo, como Iser parece asumir.: en contextos tan lejanos de nuestras
actividades cotidianas como “los sueños o alucinaciones”, sino también dentro
de prácticas altam ente racionalizadas, como la especulación económica o la
edición de textos. N o quiero, por cierto, negar una heterogeneidad básica
entre el gesto necesario de la racionalidad y la “espontaneidad" de nuestra
imaginación, bin embargo, el uso activo de la imaginación y del autocontrol
que los estándares de la racionalidad académica requieren del trabajo filoló
gico, parece ser igualmente necesario para la reaiiuirión de textos a partir de
fragmentos. Al menos en el caso de los fragmentos que están constituidos por
lo que he llamado una cicatriz, no hay un m odo perfectamente inductivo,
por tanto perfectamente racional, de llegar, a partir del texto fragmentario,
a un texto hipotéticam ente completo. Por otro lado, nunca podemos estar
seguros de que hemos eliminado todas las trazas heterogéneas que el uso de
nuesrra imaginación podría haber dejado en el texto restituido. ¿Sabemos, por
ejemplo, si el ritm o que hem os reconstruido es algo diferente que el ritmo
que nosotros deseamos? “Com erse nuestro propio fragmento” term ina pues
teniendo un doble significado. Es, por un lado, un estímulo para usar, no

26 Ibidc:-.:, pp. 3 7 7 -3 7 8 .
2 Ibidem , p. 38 1 .

34
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

sólo la imaginación, sino para disfrutar sus efectos secúndanos no perfec


tamente controlables. Si, por el otro lado queremos resistir una aurización
[auratization\de algún m odo inocentemente no académica de lo imagina
rio, es entonces imperativo que podamos referirnos (al menos de un m odo
oblicuo) al deber del filólogo - y su experiencia potencialm ente catártica—,
de limpiar todos los anacrónicos - y por tanto demasiado subjetivos- restos
que quedan luego de su juegc con la imaginación. C on o sin imaginación, la
peor decepción posible vendría de la creencia en una solución limpiamente
académica o profesional.
Capítulo 2

EDITAR TEXTOS

Pocos académicos han dom inado una disciplina profesional tan completa
m ente como Ram ón M enéndez Pidal lo ha hecho con la filología española
por más de setenta años. Después de su m onum ental edición en tres volú
menes de la épica nacional española, E l Cantar de mío Cid, publicado en
la década de 1890, fue am pliamente reconocido como el fundador de la
tradición filológica nacional española, de la cual permaneció como uno de
los representantes más productivos hasta su muerte, en 1968. Aunque ha
sido criticado más recientemente (no sin razón) por identificar España con
su propia cultura castellana, y aunque sus visiones pueden parecemos acaso
demasiado monolíticas, Ram ón M enéndez Pidal hizo sin duda contribu
ciones seminales a la historiografía de los lenguajes, literaturas y culturas de
España. Además de ello, sus contribuciones a las historias de la literatura
francesa medieval y la lengua latina medieval lo han hecho uno de los grandes
humanistas del siglo pasado.1

1 Para u n a biografía de M en én d ez Pidal véase K art Schnelle, “N achw ort”, en R am ón


M enéndez Pidal, D ich tu n g u n d Geschichte in Spanien, Lepizig, R eclam , 1984, pp. 2 5 8 -2 8 2 .
La e dición del C id de M en én d ez Pidal está disp o n ib le m ás fácilm ente (con la im p o rtan te
in tro d u cció n de 1908) en Obras completas de R am ón M enéndez Pidal, 4 a ed., vols. 3-5, M adrid,
Espasa-C alpe, 19 6 4 -1 9 6 9 . En c u an to al trabajo filológico de M enéndez Pidal en su con tex to
cultural, véanse mis ensayos “L ebende V ergangenheit: Z u rT y p o lcg ie der ‘A rbeit am Text’ in d er
Spanischen K u ltu r”, en Ilse N o ltin g -H a u ffy Jo ach im Schulze (eds.), Das frem de Wort: Studien
z u r Interdependenz von Texten: Festchrift f ü r K arl M aurer z u m 60. Geburtstag, A m sterdam ,
G rüner, 1988, pp. 8 1 -1 1 0 ;“ ‘Las versiones q u e agradan a m i im aginación oder: von M enéndez
Pidal zu r p o stm o d e rn e n Editions-praxis?”, en Ilse N o lrin g -H a u ff (ed.), Textüberlieferung-
Textedition-Textkom m entar: K r :'cquium z u r Vorbereitung einer kritischen Ausgabe des “Sueño de
la m uerte” von Quevedo (B ochu m , 1990), T ü b in g en , N arr, 1993, pp. 57-72; “A Philological

37
H A N S ULRICH GUMBRECHT

D ada su estatura en el mundo académico, uno no puede sino estar


sorprendido por la peculiar actitud de Menéndez Pidal frente a los textos que
editó y analizó, pues habla sobre ellos ante todo con las palabras de un entu
siasta, quizá de un poeta: “Yo me encuentro así que soy el español de todos
los tiempos que haya oído y leído más romances. Las versiones que agradan
mi imaginación tan llena de recuerdos tradicionales, las que me gusta repetir,
las que doy aquí al público, creo que son una partecilla de la tradición”.2
M enéndez Pidal estaba convencido de que al publicar romances (narrativas
cortas en forma versificada) y textos pertenecientes a otros géneros dentro de
la gran tradición española de poesía oral, podría, con la ayuda de la filología,
volver a un estado de productividad literaria una práctica poética que había
encontrado casi extinta en el m undo de sus contemporáneos: “H oy la tradición
está decaída porque sólo vive entre los rústicos, pero ¿acaso no podrá revivir
tam bién en un am biente de cultura? Por lo menos ha revivido en mi ánimo;
y en él se han producido variantes que juzgo de la misma naturaleza que
aquellas con que Tim oneda refundía los romances que publicaba”.^ Vemos
que Menéndez Pidal se asigna un papel denuo de ese proceso de resurgimiento
cultural que se acerca al papel clásico del cantante de folclor: él memorizará
m uchos textos, los recitará (los volverá a publicar), los enriquecerá con sus
propias variantes y finalmente los devolverá a la nación que, de acuerdo con
la concepción “neo tradicional” de M enéndez Pida!, había producido tales
textos. Visto desde este ángulo, puede tener un interés más que anecdótico
el hecho de que el m om ento culminante en la actividad de M enéndez Pidal
com o recolector de textos parece haber ocurrido a mediados de la década de
1920, cuando estuvo m om entáneam ente atacado de ceguera, corporeizando
así una condición que se ha asociado siempre con el poder de la imaginación
poética.
Pero ¿es realmente posible actuar, a un tiempo, los papeles de filólogo
y cantor - o poeta-, y más aun, ser sim ultáneam ente el filólogo y el cantor
de un mismo cuerpo de textos? ¿No está obligado el filólogo a mantenerse a
distancia de la producción de nuevas variantes? ¿No debe estar su actividad
restringida a registrarlas, en lugar de inventarlas? Por legítimas que sean tales
preguntas críticas, pienso que en últim a instancia nos hacen com prender que

In v e n tio n o f M o d ern ism : M en én d ez Pidal, G arcía Lorca, a n d th e H a rle m R enaissance”, en


W illia m D . P aden (éd.), The Future o f the M id d le Ages: M ed ieva l French Literature in the 1990s,
G ainesville, U niversity o f Florida Press, 1994, pp. 3 2-49.
2 R am ó n M en én d ez Pidal, in tro d u cc ió n a R am ó n M enéndez Pida! (éd.), Flor nueva de
romances viejos, 6a e d „ M ad rid , Cspasa-Calpe, 1984 (1 9 2 6 ), p. 41 .
3 Ibidem , p. 40.

38
LOS PODERES D E LA FILOLOGÍA

el caso de M enéndez Pidal fue mucho menos excéntrico de lo que uno tiende
a creer a primera vista. Es mi tesis, por cierto, que todo editor adopta papeles
que están cerca de los de los cantores, poetas o autores (aunque típicamente lo
hacen con menos conciencia que Menéndez Pidal), y que, sin dar ese paso, el
papel del editor no comienza siquiera a existir. Cada uno de los papeles que
los editores adoptan (en dos niveles distintos: papeles de autor, y papeles de
editor) pueden incluirse bajo diferentes tipos de construcciones subjetivas, y
tales afinidades de diferentes papeles del editor con diferentes construcciones
subjetivas nos ayudarán a entender los diversos estilos filológicos que encon
tramos en nuestro entorno profesional. Por ejemplo, dado que M enéndez
Pidal se identificó con los cantores medievales y del folclor, su estilo editorial
no pudo evitar enfatizar la multiplicidad de manuscritos y sus variantes, pues
tal cosa es típica de la tradición oral de la Edad Media. Es precisamente ésa
la razón por la que M enéndez Pidal contribuyó tanto con la que llamó “la
vida de la tradición”. En este ensayo, por tanto, discutiré las relaciones entre
tales papeles del sujeto, más o menos imaginarios, abiertos a identificación,
diferentes papeles de editor, y diferentes estilos de práctica filológica, y lo
haré siguiendo el rum bo de una “pragmática de la edición de textos”. Si es
que hay algo verdaderam ente excéntrico en Menéndez Pidal dentro de este
contexto, no puede ser que haya desempeñado el papel de autor, pues eso
es inevitable. Su excentricidad puede estar, en cambio, en el hecho de que
M enéndez Pidal estaba, aparentemente, muy consciente de desempeñar un
papel, y obviamente feliz con ello.
Sin em bargo, algunas escuelas filológicas más rigurosas que la de
M enéndez Pidal siempre han postulado que editar debe ser algo indepen
diente de los papeles o intenciones del editor (algunos filólogos han querido
incluso excluir la intención del autor como punto de referencia, aunque, por
otro lado, el p^psl de las decisiones subjetivas, e incluso del gusto subjetivo,
ha sido un tema de discusión en filología desde la Antigüedad clásica). Al
tratar de dem ostrar que las decisiones filológicas pueden tomarse dentro de
los parámetros de una estricta lógica textual, se han acercado a una práctica
que Paul de M an ha descrito y canonizado como “lectura teórica”4 -incluso
aunque saber de esta cercanía habría perturbado a algunos filólogos más de
lo que lo habría hecho con De M an.5 Sea como sea, es posible distinguir

4 Véase, sobre to d o , Paul d e M an , “T he R esistance to Theorv”, The Rcsistance to Theory,


M inneapo lis: U niversity o f M in n e so ta Press, 1986, pp. 3 -2 0 . [Tr. al español: L a resistencia a
la teoría, M ad rid , Visor, 1990].
5 D e M a n tu v o , p o r cierto, el háb ito d e presentarse él m ism o com o filólogo. Véase “El
regreso d e la Filología” en ibidem , pp. 21 -2 6 . Véase tam b ién la entrevista de D e M an co n

39
HANS U LR ICH GUM BRECHT
i

dentro de la tradición filológica dos concepciones diferentes de la edición de


textos que muestra afinidades interesantes con las posiciones de la “pragmática
textual” y la “lectura teórica” en la teoría literaria contemporánea. Si comien
zo mi argum ento optando por la pragmática textual y tratando de mostrar
que un editor está obligado a elegir entre ciertos papeles y a actuarlos, esto
puede parecer lo que De M an ha descrito como “resistencia a la teoría”. Sin
embargo la opción contraria -tra ta r de restringir los problemas y la práctica
de edición exclusivamente al dominio textual—parece igualmente inocente
desde la perspectiva de la pragmática textual. D ado que no parece haber una
solución fácil a la vista, volveré más tarde a esta cuestión, preguntándom e si
vale la pena, o si es siquiera posible, superar este antagonismo entre formas
de edición más pragmáticas y más inmanentistas.

*** Todo el m undo sabe que la edición de textos es un proceso de elección en


muchos niveles. Los editores eligen entre variantes de lo que han decidido ver
como pasajes equivalentes en lo que identifican como textos pertenecientes a
una y la m ism a tradición. En otros casos, eligen entre dejar intactos huecos
en el texto, o llenarlos con conjeturas. U na vez que han tomado la segunda
opción, tienen que elegir dentro de la infinidad de palabras potencialm ente
aceptables sugeridas por el sistema del lenguaje en cuestión. Aun corregir
ciertos “errores” en un texto que ha llegado a nosotros sin variantes implica
elegir una entre varias posibles formas que podrían encajar com o gram ati
calmente correctas. Al hacer tales elecciones, la mayoría de los editores están
guiados, m uy norm al y apropiadamente, por lo que piensan que pudo haber
sido la intención del autor del texto. Volveré más tarde sobre los problemas
relativos a las hipótesis de ios editores acerca de las intenciones del autor. Lo
que quiero ^r.fatizar aquí, sin embargo, es que el sujeto-editor tam bién se
constituye él mismo en estos múltiples actos de elección, pues elegir entre
una variedad de elementos es exactamente lo que puede llamarse “producción
de sentido” —bajo la única condición de que los elementos no incluidos en la
lectura que se da sigan presentes como posibilidades, en lugar de perderse,
reprimirse, o incluso destruirse.6 Vista desde este ángulo, la edición de texto
produce significado no sólo como efecto secundario, sino que por cierto es

Stefano Rosso, en ibidem , p. 118.


6 Sigo a q u í a N iklas L u h m an n , Social Systems, S tanford, C alif., Stanford U niversity Press,
19 9 5 , pp. 5 9 -1 0 2 . [H ay tr. al español d irecta del alem án: Sistemas sociales. Lincam ientos para
una teoría general, l a ed., México, A lianza/U niversidad Iberoam ericana, 1991; 2a. ed. Barcelona,
A n th ro p o s/P o n tific ia U niversidad Javeriana/U niversidad Iberoam ericana, 1998].

40
L O S PODERES D : LA riLOLOGÍA

producción de significado por excelencia, pues la preservación y docum en


tación de lo que queda com o no elegido constituyen funciones claves de la
práctica filológica. Una vez que la producción de significado ha tenido lugar,
sin embargo, es imposible para nosotros resistir a la tentación de buscar un
agente que pueda haber sido su fuente. Por tanto no podemos involucrarnos
con un texto editado sobre el fondo de su aparato de variantes sin com enzar
a preguntarnos quién habrá sido el editor y qué principios habrá seguido al
establecer el texto. Es aquí, en la imaginación filológicamente com petente
del lector, que el papel del editor se vuelve una realidad social, es decir, una
realidad m utuam ente aceptada.
Pero ¿no debería uno conceder a un crítico no pragmático que la
elección, la producción del sentido, y la aparición de papeles de sujeto no
son necesarios donde existe “evidencia”, es decir, donde hay disponible una
solución irrefutable a un problem a filológico? La respuesta a tal pregunta
depende de cómo uno entienda la noción de evidencia —y ausente una op
ción más o menos “ontològica”, no puedo definir evidencia de otro m odo
que com o aquella situación en la cual todos los especialistas coinciden con
facilidad en argumentos específicos, y en las conclusiones a que tales argu
mentos conducen. Esto implica que proponer o aceptar una solución basada
en evidencia no contribuye demasiado al perfil de quien sea que lo hace,
puesto que parece no haber alternativa, pero en m odo alguno elimina ello las
dimensiones pragmáticas de la edición. En otras palabras, la aparición de un
papel de editor de perfil bajo no es sinónim o de la ausencia de tal papel. Es
igualmente cierto, claro, que el papel de editor se vuelve m ucho más visible
y, por así decirlo, m ucho más “heroico” cuando no hay soluciones obvias o
evidentes a mano. D entro de la práctica filológica, tales son las situaciones en
las que, como lo ha dicho tan adecuadam ente Sally Hum phreys, se requiere
“gusto y tacto”.' El gusto desempeña un papel debido a que ciertas deci
siones filológicas tienen la estructura de un juicio estético, la estructura de
decisiones que deben ser tom adas en situaciones en las que no hay evidencia
disponible, es decir, cuando el juicio no puede basarse en conceptos y crite
rios com partidos. Al evocar el tacto, Hum phreys quería referir a las legítimas
expectativas que un editor, incluso y especialmente en situaciones en las que
no hay evidencia disponible, se resistirá a producir textos que sim plem ente
se transform en en unilaterales y consistentes manifestaciones de sus propias
preferencias estéticas. Los editores no deben nunca cruzar el umbral entre
filología y Nachdichtung (im itación poética) -p e ro esto no puede im plicar

7 E n u n co lo q u io sobre e d ició n d e tex to organizado en la U niversidad de H e id elb erg en


1996.

41
H a n s Ul r ic h Gu mr r ec h t

que estén siempre com pletamente dispensados de formular juicios estédcos,


y m ucho menos que puedan evitar producir efectos subjetivos.

*** A esta altura debe haber quedado claro por qué la coherencia de la larga
serie de elecciones filológicas que cada edición de un texto presupone y con
tiene, no debe emanar del gusto privado del editor. Pero ¿qué otras guías u
orientaciones pueden seguirse? Pienso que uno debe evitar sobre todo hablar,
en este contexto, de “la intencionalidad del texto” como una potencial fuente
de orientación -co m o solía ser la convención casi popular dentro de la pro
fesión literaria hace unos diez, o incluso veinte años atrás. Desde un punto
de vista semántico, los sustantivos texto e intencionalidad son incompatibles,
salvo que uno adm ita que la “intencionalidad del texto” se refiere tan sólo a
las hipótesis acerca de las intenciones del autor que pueden ser extrapoladas
de cualquier texto.
D ada la potencial infinitud de intenciones hipotéticas que han de ser
derivadas de o atribuidas a cualquier texto, propongo concentrarse en las
conjeturas más específicas desde un punto de vista histórico, y lo hago por
razones puram ente pragmáticas.8 Primero, en la mayor parte de los casos
es com parativamente fácil emplear conocim iento histórico para hacer más
com plicada la imagen de un autor, de m odo que tal imagen pueda ayudar a
producir lecturas y ediciones más ajustadas. Segundo, existe, al menos para la
mayor parte de los textos dentro del canon, ciertas imágenes de autor que, por
un lado, han surgido de la necesidad de dar coherencia a las lecturas de tales
textos, y que, por otro lado, a menudo han afectado el m odo como norm al
m ente los leemos. Homero, el aedo ciego, y Esopo, el esclavo jorobado, son
probablem ente los más famosos ejemplos dentro de un número interminable
de tales proyecciones sobre un autor. A unque los textos de origen anónim o
dejan más espacio para tales proyecciones, lo que tenemos en m ente cuando
usamos nombres como “Shakespeare”, “G oethe” o “García M árquez no es
algo principalm ente .diferente de lo que implicamos al decir “H om ero” o
“Esopo”. Todos estos nombres se refieren a imágenes de autores que tienen

8 Para u n a versión m ás detallada del m ism o a rg u m e n to , véase m i ensayo “K o n sequenzen


d er R ezep tio n sásth etik o d er Literaturw issenschaft ais K om m unikationssoziologie”, Poética
7, 1975, pp. 3 8 8 -4 1 3 ; u n a versión en inglés apareció en m i libro M a k in g Sense in Life a n d
Literature, M in n eap o lis, U niversity o f M in n eso ta Press, 1992, pp. 14-29. La discusión más
sofisticada acerca del estatus h eu rístico del a u to r en lite ra tu ra académ ica, al m enos hasta
d o n d e yo sé, es el capitulo de M iguel Tam en, “T he A ppeal to the A u th o r”, en sus M anners
o f Interpretaron: The Ends üfA rgum e* in Literary Studies, Albany, State U niversity o f N ew
York Press, 1993, pp. 69 -1 0 8 .

42
LOS PODtHES DE U FILOLOGÍA

mucho más que ver con las proyecciones de los lectores, que con cualquier
realidad históricam ente docum entada -au n q u e tales imágenes estén a m e
nudo suplementadas por cierta información sobre la vida de los autores, si
ésta está disponible. En este sentido, es cualquier cosa menos extraño (y por
cierto, no es equivocado) que los lectores de Goethe imaginen, por ejemplo,
al autor im aginando a Frau von Stein, Christiane Vulpius, u otra potencial
destinataria. En general, la existencia de tradiciones de lectura orientadas
por el autor es otra buena razón para que los editores trabajen con imágenes
de autor, pues tal cosa significa qu<* las nuevas ediciones que emplean las
imágenes del autor pueden por cierto resonar y vincularse con hábitos de
lectura ya establecidos.
Pero ;no es la construcción histórica del papel (literario) de autor, como
fue inaugurada y poderosamente ejemplificada por Michel Foucault,9 una
fuerte razón en contra de hacer de la lectura y edición orientadas al autor
una regla general? ¿No presupone tal práctica una generalización problemática
del concepto de autor? La respuesta es no, pues el concepto de autor del que
Foucault quería hacer la historia era mucho más específico que el concepto
de autor al que m e he venido refiriendo. El concepto de autor que he veni
do discutiendo es por cierto cercano a uno universal, en la medida en que
parece difícil, si no imposible, que no pensemos en un agente, un productor
o un autor, toda vez que vemos cualquier clase de artefacto hecho por el ser
hum ano —incluyendo, por ejemplo, textos. La elaboración histórica del co n
cepto de autor que hace Foucault, en contraste, enfatiza el carácter histórico
de rasgos m ucho más específicos, que pertenecen al concepto moderno de
autor, tales com o la inventiva, la originalidad, la propiedad intelectual, o el
ser personalm ente responsable de su obra.
El argum ento que quiero sostener y enfatizar, entonces, es que el tra
bajo filológico produce inevitablemente un papel de editor, y que tal papel de
editor presupone y en parte da forma a la producción de un hipotético papel
de autor; en otras palabras, que el papel de editor siempre lleva encapsulado
un papel de autor. Al mismo tiem po, no hace falta aclarar que el papel de
editor contiene a su vez múltiples papeles de lector. Éstos pueden ser papeles
de lector en el sentido más histórico e individualm ente específico, es dccir,
en el sentido de que imaginar a G oethe, autor de poemas de amor, no puede
separarse de im aginar a Frau von Stein o a Christiane Vulpius como las des-
tinat'arias del poeta. Pero los papeles de lector existen también en un sentido
más general, el cual a m enudo parece convencer a los intérpretes y editores

9 M ichel F oucault, “W h a t is an A utor?”, en Josué H arari (ed.). TextualStrategies: Perspectii


in Post-Structural C riticism , Ithaca, N.Y., C o rn e ll U niversity Press. 1979. pp. 141-160.

43
HAN S U lR IC H GUM BRECHT

de que, a través de su mediación, ciertos textos son capaces de "dirigirse a la


hum anidad en general”.10 Me estoy refiriendo a aquellas situaciones en las
cuales los intérpretes preguntan lo quejacques Derrida, Karl Marx o Jesucristo
quiso decirnos “a nosotros” -com o si, al escribir o hablar, ellos “nos” hubiesen
tenido en mente. Asumir tal lector universal es un movimiento problemático,
porque además de generar muchas otras implicaciones no tan bienvenidas,
term ina atribuyendo un rasgo de divinidad a los autores en cuestión, pues
solía ser un privilegio de la palabra de Dios (o de los dioses) incluir a todos los
hum anos com o potenciales destinatarios. Pese a esta particular reserva, debe
ser claro a esta altura de que cada papel de editor implica, como orientación
necesaria para el trabajo filológico, un autor hipotético y al menos un papel
de lector -e n muchos casos, varios papeles de lector. Dentro de esta prolife
ración general de papeles de editor, autor y lector, volveré ahora a una línea
argum ental que puede llevarnos a la posición opuesta, es decir, a la cuestión
de si editar puede ser imaginado como una práctica exclusivamente basada
en el texto.

*** Después de todo, no hay nada de particularm ente sorprendente en la


observación de que editar un texto no puede evitar producir sujetos de autor y
sujetos de lectura. En un nivel m uy general, esto puede ser dicho de todo tipo
de lectura. C ada lectura constituye una huella entre su doble subproducto:
papeles de autor cada vez más complejos, y papeles de lector cada vez más
complejos. El tipo de papel de lector al que me estoy refiriendo aquí se acerca
(y en m uchos aspectos es idéntico) al que W olfgaug Iser ha descrito como
el “lector im plícito”.11 Pero si estoy de acuerdo con la tendencia de Iser de
separar el lector implícito del lector empírico, el lector que estoy discutiendo
no encaja dentro de la descripción que hace Iser del lector implícito como
“un papel de lector inscrito en el texto”. Al contrario, me interesa ver có
mo un papel de lector se activa y se constituye a través de cada lectura del
texto, con la forma y el contenido del texto provocando y guiando este proceso
—pero sin que el texto “contenga” sus resultados.
Por lo tanto, si la producción de papeles de autor y de lector es una
consecuencia inevitable de cualquier clase de lectura, ¿hay algo específico en

10 S obre ésta y o tras pretensiones universales hechas a n o m b re de los textos “clásicos” , véase
H a n s-G e o rg G adam er, Warheit u n d Methode: G rundzüge einerphihsophischen H erm eneutik,
2 a ed., T ü b in g en , M o h r, 1965, p p . 2 6 9 -2 7 5 .
11 W olfgang Iser, D er im p lizite Leser: K om m unikationsform en des Rom ans von B unyan bis
Beckett, M u n ich , Fink, 1972.
ir
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

la lectura de un filólogo? Una de las descripciones que hace Paul de M an del


discurso literario puede guiarnos en una dirección interesante aquí:

¿Q i’é quiere decirse c u an d o aseveramos q u e el estu d io de textos literarios es nece


sariam ente d ep en d ien te de u n acto de lectura, o c u an d o afirm am os q u e tal acto
está sien d o sistem áticam ente eludido? Por cierto, m ás q u e la tautología de q u e u n o
tiene q u e haber leído al m enos algunas partes, p o r pequeñas q u e sean, de u n texto
(o leído algunas partes, p o r pequeñas q u e sean, d e textos escritos acerca d e ese
texto) a efectos de ser capaz d e producir una frase sobre él [ ...] D estacar la de
n in g ú n m odo evidente necesidad de leer im plica al m enos do s cosas. Prim ero q u e
nada, im plica q u e la literatura no es u n m ensaje tran sp arente en el cual p uede darse
p o r sen tad o q u e la d istin ció n entre el m ensaje y el m edio de com unicación está
establecida claram ente. Segundo, y más p ro b lem ático , im plica q u e la decodificación
gram atical de un texto deja u n residuo de in d eterm in ació n q u e tiene que ser, pero
que n o p uede ser, resuelto p o r m edios gram aticales, p or ex tensam ente q u e éstos
sean co n ceb id o s.12

¿Qué quiere decir exactamente De M an con “lectura gramatical”? Se


refiere a una lectura que está en último térm ino orientada al contenido, una
lectura capaz de “generalización extralingüística” {i. e., una lectura que cree
en la referencia) y opuesta al tipo de lectura orientada a la forma y el lenguaje,
que De M an llama “retórica”. De acuerdo con De Man, entonces, dado que
una lectura gramatical (i. e., orientada al contenido) no es capaz de redim ir
com pletam ente lo que los textos literarios tienen para ofrecer, puesto que un
“residuo de indeterm inación” permanece más allá o debajo del significado y
la referencia, incapaz de ser com pletamente integrado en una cierta lectura,
se supone que este residuo llevará la atención de los lectores hacia el carácter
formal del texto. Finalm ente se vuelve claro que D e M an pertenece a esos
teóricos de la literatura que definen la literatura a través de su potencial au-
torreflexivo.
En el sentido de material textual no redim ido - y sem ánticam ente
im posible de red im ir- que dispara una reflexión sobre las propiedades
formales del texto, la lectura literaria y la lectura filológica tienen algo más
específico en com ún que la autom ática producción de papeles de autor y de
lector. N ada es fácil en la lectura literaria o filológica, pero las razones para
ellos son diferentes en ambos casos, y las dos clases de lectura se enfrentan
a lo que resiste la facilidad de modos m uy distintos. El lector filológico y el
lector literario confrontan ambos, constantem ente, vacíos y variantes; luchan

12 D e M a n , The Resistance..., op. cit., p. 15.

45
Han s Ul r ic h G u mb r ec h t

con perspectivas convergentes pero no complementarias, o con pasajes que


parecen tautológicos. Mientra^ trabajan con tales dificultades, las lecturas
filológica y literaria parecen desarrollar una afinidad con el concepto que
D e M an tiene de teoría: “Puede decirse que la teoría literaria nace cuando
la aproximación a los textos literarios deja de basarse en consideraciones no
lingüísticas —es decir, históricas yestéticas —o, para decirlo más crudam en
te, cuando el objeto de discusión no es ya el significado o el valor, sino las
modalidades de producción y recepción del significado”.13 Esta definición
captura un cambio dramático en el foco de la práctica literaria académica,
un cambio que se aparta de la investigación sobre cóm o el lenguaje se refiere
al m undo y se acerca a la pregunta de cómo es que el lenguaje produce la
impresión de referirse al mundo. De m odo natural, entonces, De M an describe
la “resistencia a la teoría” com o “una resistencia al lenguaje mismo o a la po
sibilidad de que el lenguaje contenga tactores que no pueden ser reducidos a
la intuición” y, en otro pasaje, como “una resistencia a la dim ensión retórica
o tropològica del lenguaje, una dimensión que es acaso más explícitamente
evidente en la literatura (considerada en sentido amplio) que en cualquier otra
manifestación verbal”.14 Yendo tan solo un paso más allá —y aún confiando
en De M a n - uno puede agregar que lo que la resistencia a la teoría term ina
por producir es una “fenomenalización”,15 esto es, un hábito de confundir
efectos de lenguaje con una cercanía a, si no una posesión de, lo que se tom a
como fenómenos del m undo real.
Todo esto sugiere la siguiente pregunta: ¿no debe, la insistencia en
aceptar e incluso desempeñar determinados papeles, ser- etiquetado v criticado
como una “resistencia a la teoría”?16 U na vez más, la respuesta depende en
teram ente de las premisas bajo las cuales tal actuación de papeles se practica
y entiende. El único peligro que acecha en el negocio de la edición de textos
es una identificación con los papeles del autor y del lector que tom e tales
construcciones, extrapoladas del texto, como formas, personajes o “voces”
de personas reales. La práctica de editor de M enéndez Pidal, por ejemplo,
es una evidencia de la'existencia (para mí, am pliam ente difundida) de tal
deseo de identificación entre editores. M enéndez Pidal, sin embargo, no

13 Ib id em , p. 7.
14 Ib id em , pp. 12, 17. N o m e ocuparé aq u í de o tro u lte rio r (y a m p lia m e n te discutido)
aspecto del arg u m e n to de D e M an , es decir de la paradoja q u e afirm a q u e la “teoría” im plica
in ev itab lem en te u n a “resistencia a la teoría”.
15 Ibidem , p. 19.
16 Sería criticado, p o r cierto, sólo bajo el su p u esto de q u e u n o quiere ap o y ar el cam bio
en los estudios literarios, de la referencia al m u n d o , a u n interés en la p ro d u c c ió n d e efectos
d e referencia al m u n d o .

46
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

liabría sido el gran filólogo que fue sin haber tenido conciencia de tal deseo,
y sin una distancia del mismo que lo ayudó a transformar su identificación
con cantores medievales y folclóricos en un lado libre y, en últim a instancia,
productivo dentro de su investigación. Si hubiera sido inocente respecto de
este deseo de identificación, habría derivado ciertos reclamos de autoridad
a partir de él (en el sentido ingenuo de “quien se identifica con el autor es
completamente consciente del significado que él o ella pretendió comunicar”).
Luego, tal creencia en su propia autoridad podría haber seducido a M cnéndez
Pidal para que tomase su propio gusto como criterio de decisiones filológicas,
rom piendo así los límites del tacto como editor. Cediendo al propio deseo
de identificación como lector y como editor conlleva el riesgo de engañarse
a uno mismo. Es el peligro de olvidar que el papel del autor “real” y la auto
ridad inherente a tal papel puede no estar disponible con facilidad, y que no
lo está en absoluto en el caso de autores muertos.
D ada su distancia frente a la pragmática, y frente a la teoría de los
actos de habla, ¿sobre qué base De Man habría resuelto problemas filológicos?
¿Habría excluido las posibilidades de emplear papeles de autor y papeles de
lector en este contexto? Todo lo que sabemos es que, como lo he mencionado
ya, De Man gustó de asociarse él mismo con el papel de filólogo, aunque
probablem ente no sin un toque de ironía. O tros adjetivos que empleó para
la descripción de su técnica de lectura, aparte de filológica, fueron retórica y
técnica. Claramente estaba De M an confiando en los múltiples y admirables
ejemplos de tal lectura filológica, retórica y técnica que había dado en sus
propios ensayos, y tam bién en ocasionales aclaraciones, como por ejemplo
en el siguiente pasaje: “Tal lectura aparecería sin duda como la destrucción
metodológica del constructo gramatical y [...] sería teóricamente sólida y Tam
bién efectiva. Lecturas retóricas técnicamente correctas pueden ser aburridas,
m onótonas, predecibles y desagradables, pero son irrefutables”.1' ¿Tenemos
que entender el concepto de una “lectura irrefutable” como convergente con
el ideal de una evidencia basada exclusivamente en el texto? No descarto
com pletam ente la posibilidad de que De M an esté pugnando por un grado
de racionalidad y conclusividad en el análisis textual que estaría cerca de un a
“lógica textual”, con sus propias reglas y técnicas. Sin embargo, pienso que es
más probable que De Man usase la frase para significar una lectura que está
consciente en el máximo grado de sus propias condiciones y limitaciones,
una lectura, por lo tanto, que sería irrefutable porque haría afirmaciones sólo
a partir de determ inados parámetros específicos. Tal lectura no excluiría —y
acaso incluso invitaría- a la posibilidad de trabajar con papeles de autor y

17 D e M an , The Resistance..., o f. cit., p. 19.

47
HANS ULRICH GUMBT.ECHT

lector cL carácter conjetural. Ella tendría que insistir, sin embargo, en que tales
papeles no pueden ser el objeto de identificación, puesto que son constructos
creados tan sólo para hacer más transparentes, y más competentes, las lecturas
y los resultados del trabajo filológico, esto es, para hacerlas más capaces de
ser aceptadas o refutadas. Las lecturas y las ediciones individuales pueden
volverse irrefutables - y pueden ser refutadas—sólo en relación con, y sobre
la base de, específicos (pero siempre heurísticos) papeles de autor y de lector.
Resistencia filológica a la teoría, en cambio, sería el nombre para un deseo
de identificarse con lo que no se da a identificación y, como consecuencia,
un nom bre para la carencia de tacto que amenaza transform ar los textos que
han de ser editados en los textos del propio editor.18

" " Retrocedamos por un instante. Mi discusión de la práctica filológica desde


un ángulo pragmático (pragmático entendido en el sentido de “lingüística
pragm ática’) ha enfatizadc cuán inevitable es para ios editores de textos el
adoptar una variedad de papeles en el curso de su trabajo. La confrontación
de esta mirada pragmática con el concepto de lectura de Paul de M an nos ha
brindado la especificación de que tales papeles tienen que ser interpretados
como constructos heurísticos refractarios a todo deseo de identificación —al
menos si queremos mantener una distinción clara entre edición de textos
y Nachdichten. En suma, mi discusión mantiene un a crítica del principio
filológico tradicional de la evidencia basada en el texto, un principio cuyo
impacto en la filología ha sido similar al de los conceptos de verdad en sen
tido fuerte en filosofía. Mientras trabajemos bajo el refugio - o mejor dicho,
bajo la limitación espistemológica—de la evidencia y la verdad, no podemos
sino esperar que nuestro trabajo produzca respuestas “correctas” y soluciones
“verdaderas” a nuestras preguntas y problemas. U na aproximación lingüístico-
pragmática a la edición detextos, en contraste, sugiere consecuencias que son
similares a aquellas producidas por la crítica de los conceptos monolíticos de
verdad por parte del pragmatismo filosófico. Allí, la expectativa de alcanzar
la verdad (o la evidencia) se transforma en la expectativa de producir una
pluralidad de diferentes posiciones.19 De modo similar, uno podría argumen

18 M i discu sió n de D e M an , especialm ente m i sugerencia te n ta tiv a sobre el m o d o en que


éste p o d ría h aber resuelto problem as filológicos, debe sus in tuiciones centrales a conversaciones
con M iguel T am en.
19 Véase, e n tre los m u ch o s ensayos d e R ichard R o rty q u e p ro b lem atizan el concepto
filosófico de verdad. “D oes A cadem ia Freedom H ave P h ilosophical Presuppositions?” , en
Louis M en a n d (ed.), The Future o fA cadem ic Freedom, C hicago, U niversity o f C hicago Press,

48
Los P O DERES DE LA FILOLOGÍA

tar, la práctica filológica podría abandonar la idea de una edición “correcta”


com o su finalidad últim a, y comenzar a conquistar un espacio intelectual de
pluralidad, argumento y debate.
Esta concepción filológica de pluralidad, sin embargo, es diferente del
ideal liberal (¿o “neoliberal”?) de una infinidad abierta de opiniones indivi
duales. Definitivamente, no estoy propugnando una situación en la que cada
editor deba luchar por elaborar su versión “personal” del texto a editar. Antes
bien, imagino que diferentes papeles de autor, empleados como dispositivos
heurísticos, producen distintos tipos de lectura y distintas comunidades de
lectores. D entro de tales comunidades de lectores, y en referencia con idénticos
papeles de autor, sería posible distinguir entre ediciones e interpretaciones
más o menos adecuadas. Uno podría entonces afirmar, por ejemplo, que una
aproximación romántica y una idealista a la lectura de Fausto de Goethe son
m ayorm ente inconmensurables, mientras que diferentes ediciones e inter
pretaciones dentro de cada una de tales “escuelas” podría ser comparada y
evaluada a través de criterios racionales. Las reflexiones sobre la estructura
del espacio académico de Alasdair M clntyre, de las que estoy tom ando esta
idea de una pluralidad de comunidades intelectuales producida por relacio
nes de inconm ensurabilidad,20 son también de ayuda para descubrir aun
otra im portante diferencia entre una situación de pluralidad en la práctica
filológica y un tipo de pluralismo intelectual que está abierto a lo infinito.
M ientras que no cuesta o presupone nada unirse a la opinión política, social
o estética de alguien, pertenecer a una escuela -e n nuestro caso, a la escuela
de la edidón— requiere el dom inio de un conjunto de técnicas generales
y de un conjunto de técnicas específicas, y obliga a aquellos que participan
a tener tacto. Tener tacto, en este contexto, significa tener en mente que los
estilos de edición deben ser típicos de escuelas filológicas, en lugar de serlo
de les editores individuales. Desde un punto de vista sociológico, la filología
en general y la? escuelas filológicas com parten ciertos rasgos con los oficios
y sus guildas, y puede ser una buena idea, incluso para la práctica de la in
terpretación, trabajar a efectos de regresar a tal estatus de oficio, en lugar de
abandonarse a una pluralidad individual sin límites.
El m ovim iento “neofilologico”, que generó debates tan vivos durante
los año? 1990, sobre todo en el campo de los estudios medievales, es un caso
ideal para ilustrar m i propuesta.21 La Nueva Filología se concentra en las

1996, pp. 2 1 -4 2 .
20 A lasdair M cIn ty re, Three R iva l Versions o f M o ra l Enquiry: Encyclopaedia, Genealogy a n d
Tradition, N o tre D am e, In d ., U niversity o f N o tre D am e Press, 1990, esp. pp. 216-236.
21 El n u m e ro de 1990 de la revista Speculum es visto en general com o el “d o cu m en to

49
HANS ULRICH G U h B REC H T
I

diferentes versiones correspondientes a textos individuales,22 y en la prolife


ración de esas variantes intrínsecas a los textos. Tal énfasis en variaciones y
variantes ha producido, del modo más natural, un interés renovado, entre los
practicantes de la Nueva Filología, por los manuscritos y su estatus material.
En general, la Nueva Filología corresponde con la proposición heurística de
un sujeto-editor débil, y un sujeto-autor débil. Por supuesto que la palabra
débil no implica ningún juicio de valor aquí. Se refiere simplemente, primero,
a una práctica filológica en donde, en el nivel del papel de autor, el proceso
de transm isión recibe más atención que los autores individuales, y donde,
en el nivel del editor, la versión precisa de los textos constituye una tarea
más im portante que su manipulación y modificación. En segundo lugar, el
concepto de u n sujeto débil trata también de sugerir que pnede existir una
afinidad (aunque sea mínima) entre ciertas filosofías actuales (filosofías que,
intrínsecamente, no podrían estar menos interesadas en los problemas de la
edición)23 y el estilo de edición neofilológico. Además, un académico debe
aprender técnicas específicas para pertenecer a la com unidad filológica dentro
del oficio de la edición de textos. Él o ella debe estar al menos m ínimam ente
versado en paleografía, ser capaz de reconstruir situaciones de uso a partir
de una evaluación del estado material de los manuscritos, y ser com petente
en el análisis de las relaciones entre los pasajes textuales de los manuscritos y
sus iluminaciones. En este sentido, la Nueva Filología dentro de la edición
de textos es com o una guilda dentro de un oficio. Este ejemplo nos ayuda
a entender que la relación entre un estilo neofilológico y un estilo de Lach-
m ann para una edición crítica debe ser visto com o de inconmensurabilidad.
N o pueden com petir - n i deben ser com parados- entre sí, porque surgen de
premisas heurísticas incompatibles, del sujeto débil de la Nueva Filología, y
del sujeto autor-editor particularm ente fuerte implicado en la tradición de
la euición crítica.

fu n d a c io n a l” de la N u ev a Filología.. Para u n a d iscu sió n re c ie n te e in te re sa n te d e este


m o v im ien to , véase Zeitschrifi f u r Deutsche Philologie, 116, 1997, n ú m ero especial titulado
“Philologie ais Texnvissenschaft: A lte u n d N eue H o riz o n te ” .
^ i i a ú n es posible seguir h a b lan d o de la id e n tid a d de determ in ad o s “textos individuales”
en u n a situ ació n in telectu al que enfatiza las variaciones textuales
23 El c o n ce p to de “sujeto d éb il” deriva del co n cep to de V attim o de “p e n sam ien to débil”
(“p ensiero d ebole”). U n o de los libros m ás recientes de V a ttim o dem uestra claram ente cóm o
la p resu p o sició n d e “subjetividad d é b il” afectaría la p ráctica de la interpretación: Beyond
Interpretation: The M eaningofH erm eneuticsforPhilosophy, S tanford, Calif., S tanford U niversity
Press, 1997. Para m i pro p ia ex p erim entación con el c o n ce p to de “subjetividad d é b il”, véase V
Coloquio UERJ: Erich Auerbach, Río de Janeiro, Im ago, 1994, pp. 117-25.

50
LO S POD5RES DE LA FILOLOGÍA

Tales estilos filológicos diferentes pueden ser parte de diferentes cul


turas narionales, y a veces de diferentes culturas disciplinarias. La influencia
de M enéndez Pidal en los estudios hispánicos, por ejemplo, estableció una
concentración nacional en la edición de variantes textuales cuya contracara
fue, hasta hace m uy poco tiempo, la cuasi ausencia de ediciones críticas de
dicadas a los textos canónicos de la literatura española. Se puede argum entar
que, en este caso específico, el ejemplo de Menéndez Pidal convergió con la
vitalidad de una tradición oral que siguió adelante mucho más allá de lo que
lo hicieron sus contrapartes en la mayor parte de los restantes países euro
peos. Si existen tales afinidades entre las culturas nacionales y los estilos de
edición, algo similar es evidentemente cierto para la relación entre los estilos
de edición y ciertos periodos históricos. Una aproximación neofilológica
parece ser particularm ente apropiada para textos provenientes de 1:’. cultura
medieval del pueblo llano, mientras que ediciones críticas se ajustan mejor a
contextos y géneros literarios que se concentran en el autor como genio. El
género puede ser aun otra dimensión de la pluralidad filológica. No hay nada
equivocado en dejar que el género del autor influya en decisiones filológicas
de ciertas clases -a u n q u e tal presuposición no es fácil de reconciliar con el
criterio tradicional de evidencia filológica. Así, en el caso del poeta español
moderno Federico García Lorca, el descubrimiento relativamente reciente de
su identidad como hom bre gay ha cambiado, por cierto, no sólo la lectura sino
también la edición de algunos de sus textos.24 Esta innovación, sin embargo,
no implica que una edición de Lorca que no tenga en cuenta el com ponente
de género en la identidad del autor está equivocada. Simplemente será una
edición diferente, incom patible con ediciones que son sensibles a la diferencia
de género.
Pero ¿hay —o debe haber—papeles de editor específicos en térm inos
de género? Pienso que la voluntad explícita de dar a los resultados de un
trabajo filológico concreto un sabor específico en términos de género (o en
términos de nacionalidad, o de edad), independientem ente de la identidad
del autor, crearían una situación problemática, al menos desde un punto de
vista filológico. U na edición de los poemas de Lorca cuyo editor tratase
de adaptar los textos al gusto específico de un lector gay (si es que tal gusto
existe) estaría más bien del lado de la Nachdichtung que del de la filología
como oficio. Sin em bargo, bien puede ocurrir que los estilos de edición y de
papel de autor específicos en términos de génpro estén comenzando a emerger
ahora. Si esto es así, les tom ará probablemente otra década establecerse com o

Acaso debería decir, la licencia disciplinaria sólo recien tem en te ganada para h ablar y
escribir acerca de la h o m o sex u a lid a d d e G arcía Lorca.

51
I «P f
, H A N S ULRICH GUM BRECHT

nuevas escuelas y estilos filológicos. Sus técnicas específicas de edición de


\ texto pueden ser identificadas y transmitidas un día como papeles de autor
y editor marcados por el género, y para que tales papeles alcancen el estatus
específico de constructos heurísticos que he estado discutiendo, sería crucial
que el editor “real” pudiese ser independiente del papel de autor y de editor
en térm inos de género. Pues la edición de textos tiene que ver con papeles,
y no con identidades auténticas, y esto sería casi una definición del tacto en
filología.

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52

l-tSaL.
Capítulo 3

ESCRIBIR COMENTARIOS

Por cierto, es plausible subordinar la tarea del comentarista a la del intérprete.


En una infinidad de variaciones prácticas y permutaciones funcionales, la
interpretación es inevitablem ente y siempre la identificación del significado
de deLciminado artefacto. A unque la interpretación a m enudo parece la
proyección de un sentido que el intérprete ha inventado (y aunque en últim o
térm ino puede ser difícil distinguir claramente entre identificación de signi
ficado y proyección de significado), asociamos el concepto y la práctica de la
interpretación ao con la libertad de proyectar significado, sino con la tarea
de identificar el significado que está dado “en” un texto (o en cualquier otro
objeto de referencia), independientem ente del intérprete y previamente a la
interpretación. En tanto el intérprete entienda la tarea que tiene planteada
como la identificación de un significado dado, el mayor problema que enfrenta
está en cierta asimetría entre el rango de conocimiento general y especializado
que el texto presupone —com o condición para la identificación de su (“su
puesto”, “original”, “histórico”, “adecuado”, o “auténtico”) significado—y el
conocimiento que tiene el intérprete a su disposición. H a sido siempre la tarea
del com entarista y la función del com entario superar tal asimetría, y mediar
así entre diferentes contextos culturales (entre aquel que el autor del texto
com partió con un prim er grupo de lectores, y el de lectores que pertenecen
a tiempos históricos posteriores o a culturas diferentes). Visto desde este án
gulo, un com entario siempre provee conocimiento suplementario; al hacerlo,
cumple con una función accesoria en relación con la interpretación.
N ada de lo que he dicho hasta aquí excede las concepciones canónicas
de dos de las más venerables y centrales prácticas filológicas, y la perspectiva
sobre el com entario por la que ahora trataré de argum entar apuntará tan sólo
a ciertas dinámicas discursivas que supongo han sido siempre inherentes al

53
H A “ S U lr ic h Gu mb r ec h t
*
comentario. Pero mi perspectiva be aparta de la pintura clásica del comentario
como algo com pletamente subordinado a la interpretación, en la medida en
que discute una tensión potencial entre los dos proyectos, una tensión que
surge de dos movimientos inherentes al comentario y la interpretación, res
pectivamente, que parecen ir en direcciones opuestas. Pese a todo lo que se
ha dicho desde los años sesenta—con una dedicación especial y especialmente
dem ocrática para la libertad del lector- acerca de los múltiples significados
com o algo potencial a cualquier texto individual, y acerca de la interpreta
ción como una tarea que nunca termina, pese a todas esas imágenes m uy
sofisticadas y a veces excesivamente complicadas del acto de la interpretación,
pienso que en nuestra práctica cotidiana tomamos la interpretación como
una tarea que normalmente puede ser llevada a una conclusión. Esperamos
que, en el caso promedio de una interpretación, habrá un mom ento en que
sabremos que hemos entendido el texto u otro artefacto, y norm alm ente
asociaremos la comprensión con la impresión de que ahora sabemos lo que el
autor quiso que fuese o significase ese texto. Esta asunción acerca del carácter
norm alm ente finito de la interpretación, creo, explica su carrera triunfante
com o ejercicio central en térm inos de tareas y textos escritos en la educación
secundaria. El comentario, en cambio, parece ser un discurso que, casi por
definición, no tiene fin. M ientras que un intérprete no puede evitar extrapolar
un sujeto-autor como punto de referencia para su interpretación (y no puede
evitar dar forma a su referencia a medida que su interpretación progresa),
un com entarista nunca está seguro de las necesidades {i. e., las lagunas en el
conocim iento) de aquellos que usarán su comentario. Por cuidadosamente
que se provean las necesidades de sus contemporáneos entre los lectores po
tenciales de un texto en cuestión, usted nunca podrá anticipar exactamente
lo que tendrá que explicarse a los lectores de la generación siguiente, y es
sobre todo esta condición la que convierte a un comentario en un ejercicio y
un discurso constitutivam ente inconclusos. N o es una sorpresa pues que la
historia de la palabra comentario muestre demasiados significados distintos
—y por lo tanto un significado demasiado vago- como para que sea posible
sugerir una definición más precisa.1Y este aroma general de vaguedad, ¿no va
junto a la impresión que casi siempre tienen quienes emplean los comentarios,
y que es (para exagerar sólo un poco) que un determ inado com entario ofrece

1 Véase M an fre d F u h rm an n , “K o m m en tierte Klassiker? Ü b e r die E rklárungsbedfürftigkeit


d e r klassischen d e u tsc h e n L iteratu r”, en G o ttfrie d H o n n efeld er (ed.), W arum Klassiker? Ein
Alv:anach z u r Eróffnungsedition d el Bibliothek deutscher Klassiker, F ran k íu rta m M ain, D eutscher
K lassiker Verlag, 1985, pp. 3 7 -5 7 : “La palabra no es de m u c h a ayuda aq u í pues tiene una
c a n tid a d casi infin ita de significados en la an tig ü ed ad clásica”, p. 49.

54
L o s PODERES DE LA FILOLOGÍA

toda clase de datos interesantes, pero que difícilmente tenga exactamente


esa información que usted necesitaba y que fue precisamente la que le hizo
consultar ese comentario?

*** Este contraste entre la tarea finita de cada interpretación y la tarea sin fin
del comentario, un contraste que acaso se deba más al modo en que nuestra
cultura ha venido enfocando ambas tareas, que a una diferencia “lógica”
entre ellas, es el principal responsable de las m uy diferentes topologías que
han aparecido en torno a la interpretación y el comentario. La topología de
la interpretación presenta la identificación de significado mayormente como
un movimiento vertical. El intérprete penetra una “superficie”, una superficie
material de significantes, a efectos de llegar al significado del texto en un ni
vel que se presenta a sí mismo como el de la “profundidad”2 espiritual. Una
topología alternativa para la interpretación es la de encontrar un significado
o una intención del autor “detrás” de una superficie textual o de un “rostro”
que bien podrían tratar de engañar al observador. Lo que com parten estas
tipologías del debajo y el detrás, es una distinción categórica - p o r no decir
drástica—entre un nivel primario de percepción, y un nivel siempre “oculto”
de significado e intencionalidad, que es el nivel que se supone importa al
intérprete.
En contraste, los com entarios no apuntan a un nivel “debajo” o
‘ detrás”, o incluso “más allá” de la superficie textual, pero sin embargo los
comentaristas no ven los textos “desde arriba” o de^He esa famosa “distancia”
que tan fácilmente asociamos con la objetividad. Esperamos, no que los
comentarios lleguen debajo, detrás o más allá, sino que sean “laterales” en
relación con sus textos de referencia, y deseamos que los comentaristas se
sitúen en una “contigüidad”, no tanto con un autor, sino con el texto en
cuestión. Es esta contigüidad entre quien com enta el texto y el texto que se
comenta, lo que explica por qué la forma material del comentario depende de
- y tiene que adaptarse a—la forma material del texto com entado. Las glosas
interlineares pueden considerarse, entonces, como la forma del comentario
por excelencia, y por la misma razón, ninguna definición de diccionario de
la palabra “com entario” deja de m encionar que el com entario “al margen del
texto” constituye la norm a.3 Subiendo un punto c! nivel de abstracción de

2 Véase m i ensayo “ D as N ic h t-H e rm e n e u tisc h e : Skizze einer G enealogie”, en Jörg H u b e r


y A lois M a rtin M üller (cds.), D ie W iederkehr dci A nderen: Interventionen 5, Basel, S troem feld/
R oter S tern, 1996, pp. 17-36.
3 Véase, co m o ejem plo, C lau s Träger (ed.), Wörterbuch der Literaturwissenschaft, Leipzig,

55
H S N S ULRICH GUMBRECH1

esta discusión, podem os decir que el lugar del com entario —en las páginas de
un m anuscrito o de un libro im preso- es precisamente ese margen del texto
que se com enta. Esto implica, insisto, que la forma y el orden discursivo del
texto com entado den la forma y el orden discursivo del comentario. Perso
nalmente, no puedo evitar asociar el concepto de com entario con un fuerte
lecuerdo visual de una edición impresa del siglo xvi de Las siete partidas, que
es la versión más antigua aún existente de un im portante cuerpo de leyes
establecida'; para el rey de Castilla durante la últim a parte del siglo xm . El
texto de las leyes ocupa menos de la mitad de la superficie de cada página, y
está circundado por un comentario presentado en letra más pequeña y estruc
turado por un sistema bastante complejo de referencias internas. Las páginas
de Las siete partidas dan por ello una fuerte impresión de estar llenas, y uno
podría preguntar si no llevaron a realización material un principio estructural
(o quizá una paradoja estructural) que puede ser constitutiva del género del
com entario. Fcr un lado, no hay un fin “necesario” para ningún comentario;
por el otro, el espacio reservado para (y el tiem po que los lectores dedican
a) los com entarios es siempre limitado -pues es, por definición, espacio (y
tiempo) “en los márgenes”.

*** Este principio estructural producirá norm alm ente una impresión de pági
na llena (en el caso de una bien balanceada distribución de texto y comentario,
com o la de Las siete partidas, que uno podría describir como una sensación
de plenitud) o, si los márgenes no están llenos, una impresión de que falta
algo, de ausencia, de un espacio que requiere ser llenado y un com entario
que necesita ser ampliado. ¿Puede uno decir que un buen com entario es
siempre un comentario rico, que hay una estética de la opulencia e incluso
de la exuberancia que es inherente al género? La copia* es definitivam ente
im portante para el aynentario. Por cierto que un com entario rico todavía
puede ser un mal comentario —por ejemplo, si la inform ación que provee no
interesa a ningún lector (¿pero alcanza esto para hacer ya un mal comentario?)
o, peor, resulta poco confiable. De nuevo aquí, la cantidad del com entario

B ibliographisches ínscitur, 1986, p. 270: “Com entar [lat. C o m m e n tariu s: N otiz, Tagebuch,
D e n k sc h rift]: forlaufen de sprachl. (g ram m at., stilist., a u ch mccr.l sachl. Ä sth et., history.
E rlä u teru n g eines Literaturw erks u n te r dem Text o d er a u ch separat; als Scholion (PL, -ien)
zu H O M ER usw. Bereits in der A n tik e - a u c h als ln te rlin e a r-K .— e xistent”.
* Se em plea la expresión aquí en su p rim era acepción, q u e es la d e “A b u n d an cia”. Véase
F ern an d o Lázaro C arreter, D iccionario cíe términos filológicos, M ad rid , C redos. 1971, p. 116.
N . del T.

56
L O S PODERES DE LA FILOLOGÍA

puede term inar siendo tal que haga que el uso práctico del mismo sea casi
imposible. Sin embargo, uno aún puede decir que, en general, esperamos de
un gran com entario que sea opulento y rico (en 1?. intersección semántica
de esta riqueza y del espacio, siempre limitado, del margen de la página, la
palabra alem anaprall [repleto] viene a la mente). Entre la gozosa y aparente
mente inevitable tendencia del comentario a la copiosidad, y las obligaciones
de los comentaristas de mostrar que su trabajo está orientado por la tarea
que cum plen (i. e., que están deseosos de resolver problemas filológicos y
proveer contexto histórico —en pocas palabras, mantener al lector a flote en su
lectura sin distraerlo del texto que se comenta), entre una estética que tiende
a la exuberancia y una estética que tiende a una funcionalidad estilizada de
la lectura, los comentaristas tienden a desarrollar un ritmo específico que
uno podría caracterizar com o de avance y freno. De un lado, quieren por
cierto que el lector aprecie la copia del conocimiento ofrecido, pero del otro,
difícilmente olvidan insistir en la rigurosa funcionalidad de sus comentarios,
como si anticipasen las protestas de los lectores que se pierden en los meandros
de las referencias al texto en el margen. He aquí un ejemplo de ese ritm o,
extraído del comentario sobre los principios del comentario que orientar, la
Bíbliothek deutscher Klassiker.

1. C o m en tario s generales
Los c o m en tario s generales proveen c o m en tario s para grandes contextos (“su
p erestru ctu ras”). El c o m en tario general no se lim ita a !a presentación de un estado
necesariam ente tran sito rio de la investigación, ni es equivalente al género in te r
p retativ o d e u n a “in tro d u cc ió n ” o u n “epílogo”. Tan sucintamente como sea posible,
el c o m en tario general presenta los aspectos m ayores q u e abren la com prensión de
u n texto dad o . En este sentido, las “superestructuras” tienen que referir a todos los
detalles textuales que son importantes desde determ inado p u n to de vista.4

Presentar todas las referencias textuales disponibles, pero restringir un


potencial abigarramiento a través de ciertos puntos de vista seleccionados: tal
parece ser el típico ritm o de avance y freno (o el principio discursivo suave
mente paradójico) del comentario. La gran libertad —y el gran problema—del
com entario es que, dada la imposibilidad de anticipar exactamente lo que los
lectores presentes y futuros de un texto pueden necesitar saber, éste puede
conectar con cualquier nivel y cualquier detalle del texto de referencia. Aquí
existe la amenaza (¿y la potencial belleza?) de un comentario que se convierte
en una “atomización” del texto que comenta, en algo falte de cohesión y

4 H o n n e fe ld er (ed.), W aru.n Klassiker?, op. cit., p. 315. Las cursivas son mías.

57
Ha n s U l r ic h G u mb r ec h t
<

capacidad de conjunto. Los comentarios del siglo xvi sobre Las siete parti
das,, por ejemplo, podrían haber provisto (pero no proveyeron) información
sobre el lenguaje del siglo xiii, que visto desde el ángulo de la modernidad
tem prana, tiene que haber parecido tremendamente arcaico. Podrían haber
presentado la biografía del rey Alfonso x, quien inició la compilación de las
Partidas. Podrían también haber comentado (y com entaron) sobre el “conte
nido dogm ático” de las leyes individuales. La lista podría seguir. El principio
estructural en operación es la atomización, una acumulación semánticamente
ilimitada dentro de los márgenes que impone un espacio limitado.
Puesto que siempre es posible agregar nuevos niveles de referencia a un
comentario, y puesto que en cada uno de esos niveles se puede siempre agregar
más inform ación, los comentarios se han convertido, al menos en algunos
em inentes casos históricos, en tesoros de conocimiento. H ay un movimiento
de sedim entación en juego aquí, que puede compensar acaso la atomización
causada por las múltiples conexiones que se abren al discurso del com enta
rio. M e estoy refiriendo a casos en que los comentarios se vuelven lugares,
verdaderos topoi —y la dimensión espacial de la metáfora im porta a q u í- para
ser visitados y consultados en busca de conocimiento más allá de los confines
de lo que es necesario para la comprensión de un texto determinado. Piénsese
en los niveles de textos que rodean las escrituras de las grandes religiones, en
la Commedia dantesca y sus volgarizzamenti, o en los comentarios que crecen
alrededor de algunos de los textos científicos más am pliam ente leídos de la
antigüedad grecorromana. A través de los siglos, una cierta tradición de la lec
tura Dantis ha funcionado siempre como introducción para subsecuentes
concepciones cosmológicas, más que como una interpretación del poema
de D ante. Sean cuales sean las tareas más específicas que tales textos y sus
com entarios puedan haber cum plido originalmente, en cierto m om ento se
volvieron topoi en los que conocimiento nuevo y viejo podía acumularse,
absorberse e incluso a véces simplemente estibarse. Esta últim a función no
debe subestimarse. Es confortante saber que cierta porción de conocim ien
to, una porción que uno-quisiera preservar sin tener un uso inmediato para
ella, puede hallarse en cierto lugaí. Los comentarios de D ante son un buen
lugar a visitar para un historiador de la ciencia - y éste no está en obligación
de fingir que tal referencia está motivada por la expectativa de vivir cierta
experiencia estética.

*** H ay razones para creer, por cierto, que la cantidad de com entario que
rour-j a un texto es un indicador de la im portancia del mismo. Pero surge
tam bién la cuestión opuesta: ¿es esta im portancia un a función exclusiva de
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

los valores intrínsecos del texto comentado? ¿Hacen !as auras materiales de los
comentarios y su importancia intelectual una contribución sustancial (y por así
decirlo, independiente) a la reputación del texto? Por cierto, ni siquiera Dante,
Shakespeare, Cervantes y G oethe estarían entre los autores más altamente
canónicos de la cultura de O ccidente si no estuviesen entre los autores más
am pliamente comentados. La canonización a través del comentario significa
también que las “escuelas” -ta n to en el sentido más riguroso como en el más
informal de la palabra—emergen de las instituciones del comentario textual.
A quí la selección canonizadora de textos primarios, el discurso específico del
com entario y las vidas de las escueias intelectuales entran en una relación de
implicación mutua, apoyo m utuo y transformación mutua. Saber cómo es
cribir una explication de texte es lo que lo convierte a uno en un catedrático de
francés, y la explication de texte es diferente del geistesgeschichtliche Einordnung
en que esperamos que esté bien versado un catedrático de alemán. El hecho
de que diversos estilos de com entario tengan mucho que ver con diferentes
estilos intelectuales, o incluso con diferentes escuelas académicas, explica, al
menos en parte, por qué el discurso del comentario tiende al anonimato. Al
com entar un texto, uno puede (al menos parcialmente) superar la dificultad
clave de no saber las necesidades que tendrán los futuros usuarios del co
m entario, eligiendo qué incluir a partir de una idea general de lo que debiera
ser una buena lectura. En otras palabras, el comentarista se inscribe en una
tradición preexistente, en lugar de inventar criterios de relevancia nuevos o
específicos para ese comentario.
O tra razón para esa tendencia de los com entarios a permanecer
anónim os viene de la condición, ya mencionada, de que un comentario
está siempre abierto a la agregación de ítems, niveles y otras adiciones que
pueden ser acomodadas alrededor del texto de referencia. Por lo tanto, los
comenrarios siempre son potencialm ente multiautoriales, pues su intrínseca
com plejidad y su carácter abierto no requiere del poder estructurante de un
solo y fuerte sujeto (-autor o -editor). Sabemos que, en cualquier m om ento
dado, sería fácil descubrir los nombres de los académicos que escribieron los
com entarios de G oethe para la Bibliotek deutscher Klassiker, pero asociamos
los diferentes rasgos de este com entario (sobre todo, los principios a través
de los cuales estructura la inform ación provista en un texto) con la aventura
que representa esta publicación específica, más que con cualquier comentarista
individual. Los comentarios no tendrían la flexibilidad y apertura relativa que
necesitan para volverse fundacionales para determinadas escuelas, si una fuerte
referencia de autor los convirtiese en inequívocos. ¿Qué discutirían entre sí
los m iem bros de una escuela si fuese absolutamente claro cómo deben usar
sus textos canónicos? Por otro lado, los miembros de una escuela se reúnen

59
Ha n s U l r ic h G u mb r ec h t
I

alrededor de textos comentados y reglas para comentarlos sólo si tales tradi


ciones excluyen más de lo que autorizan.

*** C óm o funcionará un comentario y cuán visibles se hará(n) su(s) autor(es)


depende en gran medida del estatus del texto que com enten. Los comentarios
sobre diferentes tradiciones de legislación brindan ejemplos particularmente
claros a este respecto.5 D onde los textos relevantes constituyen un cuerpo de
leyes claramente circunscrito, intrínsecamente estructurado y homogéneo, los
com entarios se acercan a la interpretación, porque todo lo que les queda por
agregar es una explicación del “significado’’ de tales leyes (y hay mucho que
aprender del uso altam ente reflexivo que tales textos hacen del “legislador”
como punto de vista metodológicamente necesario —y por lo tanto “ficcio-
nal”—, cuya íunción es dar coherencia a la interpretación en cuestión). N o es
por coincidencia que la última edición del Brnrkbaus define el comentario
legal como un tipo específico de interpretación (“Tatbestandmerkmale und
Rechtsfolgen zergliedernd behandelnde Interpretation"). Los comentarios
legales de este tipo aparecen bajo el nombre de sus autores porque, como
intentos de identificación de los significados implícitos del texto, operan bajo
la expectativa de alcanzar tal meta de modo definitivo, por empíricamente no
realista que tal expectativa pueda ser. En cualquier caso, con independencia
de la cuestión de si un comentario particular dentro de esta tradición se
convertirá alguna vez en definitivo, hay razones para creer que el prestigio
extremadamente ah« (y las regalías aún más altas) que acompañan a ser el
autor de un ¡Commentar resultan de la necesidad de crear la ficción de que es
posible llegar a una interpretación definitiva y cerrada en el terreno legal.
En lugar de trazar una línea divisoria igual de clara entre el cuerpo de
las leves y òli interpretación, la tradición de la common-law es un proceso con
tinuo de interpretaciones (y de interpretaciones de interpretaciones, etcétera)
de ciertos principios legales. El equivalente del Kommentar alemán en este
contexto —si puede haber un equivalente- es el esfuerzo de recolectar, estruc
turar y sistematizar la multiplicidad de documentos legalmente relevantes. En
los Estados Unidos tal tarea ha sido ejecutada durante tres cuartos de siglo
por el American Law Institute. Es interesante que no puedan ser académicos
individuales quienes ocupen el lugar de agentes en el cum plimiento de esta
tarea interminable: una institución ha sido, en cambio, acreditada para tal
papel.6

5 A gradezco a G e rh a rd C asper p or su consejo en este c o n te x to de mi argum ento.


6 Los Rem arks a n d Addresses a t thè 7 5 tb A n n u a lM e etin g o f the A m erican L a w Institute, M a y

60
LOS P ODERES DE LA FILOLOGÍA

*** Los comentarios debieran ser el sueño de todo deconstruccionista - y en


elogio tanto de la tradición deconstructiva como del discurso del comentario
(con su imagen de ser el herm ano pobre dentro de los ejercicios filológicos
fundamentales) podemos decir que la deconstrucción ha impulsado ciertos
principios del discurso del com entario hasta sus posibles límites. Jacques
Derrida basa sus críticas de lo que ha llamado el “logocentrismo” de Occi
dente en la dem ostración de la imposibilidad, en cualquier momento indi
vidual, de tener un texto com pleto presente en nuestra m ente.7 En lugar de
hacer cualquier argum ento “totalizador” acerca de un texto en cuestión, la
deconstrucción se obliga, por tanto, sabiéndolo o no, a una renovación de
la tradición del com entario al margen del texto. U na lectura deconstructiva
siempre será una lectura “a lo largo” de un texto primario, una lectura cuya
manifestación textual estará formateada necesariamente por esta relación con
el texto primario en cuestión. Es una lectura que tiene lugar en un estado de
constante conciencia respecto de su propia “suplementariedad”, y de la del
texto primario -esto es, de la siempre presente posibilidad de agregar más
palabras al texto primario, o a la lectura deconstructiva. La deconstrucción
ha hecho un hábito de lectura (y una actitud existenciai[ista]) del descubri
miento de que ningún texto está definitivamente term inado, de que su final
tiene que ser indefinidam ente “diferido”. Los conceptos de suplementariedad
y differance, una palabra inventada por Derrida que juega con la distinción
entre la insistencia lingüística en la reiteración de la diferencia y este principio
de diferimiento, ha estado presente en las Humanidades tan sólo a partir del
advenimiento del m ovim iento deconstruccionista. A unque esta distinción
estaría ya más que clara para un deconstruccionista ortodoxo, tiene que haber
sido la cercanía entre textos primarios y el discurso de la deconstrucción como
su com entario, lo que produjo dos metáforas favoritas de la autodescripción
deconstruccionista: las metáforas de la deconstrucción que “habitan” el texto
primario, y de la deconstrucción como un “parásito” en relación con el primer
texto, al que se ve com o su “huésped”. La cercanía entre el texto huésped
y la práctica deconstructiva parasitaria llega a su culminación imbatible en
la afirmación deconstruccionista de la m utua inseparabilidad de ambos. En
otras palabras, el discurso deconstruccionista que se autodesarrolla, siempre
afirmará ser el texto prim ario y su deconstrucción a la vez. Este principio de
simultaneidad tiene que haber sido una razón im portante para que el discurso

11-14, 1998, W ash in g to n , D .C ., 1998 ofrecen u n a perspectiva in teresan te sobre los proyectos
que ha ilevado ad elan te tal in stitu c ió n .
7 Este es el p u n to clave d e la crítica a H usserl en el p rim er libro de D e n id a, La Voix et le
phénom ène, Paris, Presses U niversitaires de France, 1967.

61
Ha n s U l r ic h ¿ u mb r ec h t

deconstruccionista, cuando reden aterrizó en las Humanidades, haya sido


percibido como verdaderamente ilegible: el discurso deconstruccionista es,
por así decirlo, el texto primario y su deconstrucción al mismo tiempo; eso
no permite que se haga ninguna afirmación amplia, totalizadora (fácil-de-
recordar), y además puede despegarse (por no decir explotar) en cualquier
momento del texto primario, hacia múltiples y atomizadores comentarios
y digresiones. En último térm ino, pienso, la práctica de la deconstrucción
implica, por decir lo m ínim o, un movim iento potencial hacia la opulencia
textual v la proliferación, y hacia esa afinidad con los valores de la copia que
he identificado como inherente a la práctica del com entario. La idea de
alcun modo “normativa” de la deconstrucción de presentar tal copia como
simultáneamente presente en su propio discurso (pese a la inevitable secuen-
tialidad que hace inevitablemente menos complejo a cualquier texto), puede
ser responsable de algunas de las dificultades que los primeros lectores de la
deconstrucción encontraron para atravesar el texto de Derrida y los textos de
acuellos que lo siguieron. Acaso habría sido una ayuda leer el discurso de la
deconstrucción y sus (siempre existentes) textos de referencia en yuxtaposición
-tal como es típico para la lectura de cualquier comentario.

Desde un punto de vista histórico, parece plausible que una largamente


establecida tradición de im portancia indiscutida para el discurso del co
mentario llegó a un final —un primer final, debo especificar—cuando, con la
institucionalización del libro impreso, la copia de conocimiento disponible
deio de ser un deseo y un ideal de conocimiento, para transformarse en una
realidad natural (y a veces algo amenazadora). En un tono familiar dentro
de la crítica cultural, uno puede observar que, con el colapso de la Bildung
humanística como condición homogeneizadora de la burguesía tradicional,
la necesidad de una reaparición de la tradición del com entario crece, al m e
nos para aquellos que siguen estando interesados en visitar los sitios de la
tradición canónica de Occidente. Esta necesidad bien puede haber sido una
de las fuerzas que anim aron la reformulación de las disciplinas filológicas en
las universidades europeas a comienzos del siglo xix.8
Pero ;no deberíamos adm itir que la afinidad entre el discurso del co
mentario y nuestra propia época es más intensa que esta relación funcional,
bisada en una dem anda de Bildung suplementaria, que ha existido desde hace
al menos doscientos años? ¿No sería la deconstrucción, como encarnación

'A q u í c o r. :nzo a ap artarm e de las tesis p ropuestas p o r F u h rm an n en “K o m m en tierte


Klassiker?”, op. c i t pp. 49-54.
L O S PODERES DE LA FILOLOGÍA

del principio textual del com entario, síntoma de una cercanía específica
entre la tradición del com entario y nuestro propio mom ento cultural?''1¿No
podríamos asociar el com entario con una posición de autor débil, y una
posición de autor débil, con la descripción como ese “pensamiento débil”
que G ianni Vattimo ha propuesto como emblema para nuestra situación in
telectual? ¿No deberíamos adm itir qu<“, por una vez, los medios electrónicos
han desempeñado un papel im portante en la llegada de esta situación? ¿No
sería tentador, y probablemente adecuado, decir que todos estos instrumentos
y formatos -hipo-, hiper-, y megatexto, o mega-, hiper- o hipofichas- son
tanto los síntomas como los agentes de un históricamente acelerado “retorno
al com entario”, o incluso de un “retorno a la filología” en transición hacia
una filología de alta tecnología? ¿No puede uno decir finalmente —sin llevar la
metáfora demasiado lejos- que la internet se ha transformado, con sus sitios
de red y páginas siempre surgiendo, en un comentario “al margen del texto”
del m undo mismo, producido electrónicamente? Y todas esas conversaciones
e intercambios a través del correo electrónico que absorben tanto tiempo,
sin jamás ahorrar nada del mismo -¿no terminan siendo un comentario “al
margen del texto” de nuestras vidas profesionales? Tanto para el correo elec
trónico como para la internet, una yuxtaposición material de los diferentes
discursos existe sin duda, materializada en la cohabitación de tales discursos
en los discos duros de nuestras computadoras. En ambos casos, las estructu
ras (sobre todo, las estructuras secuenciales) de los m undos en los cuales se
com enta, afecta las estructuras de la internet y del correo electrónico como
discursos de comentario.
Pero hay una única condición tecnológica a través de la cual la tra
dición del com entario ya ha cambiado profundam ente y cambiará aún más
drásticamente en el futuro. Sabemos que, aunque ningún chip o disco duro
ofrecerá nunca una capacidad de almacenamiento infinita, serán rápida
m ente capaces dv. ofrecer tanto “espacio” que todo nuestro conocimiento
acum ulado no podrá llenarlo. Éste será el final de la situación - y acaso ya
hemos alcanzado ese límite—en el cual el discurso del comentario viene con
una implícita estética de la exuberancia, es decir, el final de una situación en
la que no hay nunca espacio suficiente en los márgenes del texto primario
para todo el com entario disponible. La visión del chip vacío constituye una
amenaza, un verdadero horror vacui, no sólo para la industria de los medios
electrónicos, sino también, supongo, para nuestra autoapreciación intelectual

9 La distancia d e esta fó rm u la descriptiva con lo q u e la d eco n stru cció n aceptaría com o una
posible autodescrip ció n (co n cen trad a, sobre todo, en la palabra encarnación) es com pletam ente
deliberada.

63
HANS ULRICH GUMBR l CHT
M B Í ' 'M

y cultural. Podría promover, una vez más, una reapreciación del principio y la
Jf
sustancia de la copia. Y puede traer una situación en la cual no estaremos más
avergonzados de adm itir que llenar los márgenes es lo que los comentarios
hacen - y lo que hacen mejor.

64
C apítulo 4

H is t o r i a r

Imagine el m undo político e intelectual en las sociedades donde tuvieron


lugai las revoluciones y reformas posburguesas de comienzo del siglo xix,
como teatro para la aparición de la Neuphilologien, tal com o éstas aún existen
en universidades com o Heidelberg o Tübingen, M unich, Colonia, Lieja o
Kiel.1 Este entorno del siglo xix fue el primer sitio de establecimiento —al
menos el primero desde la A ntigüedad—en que una imagen normativa de la
sociedad (cuya producción fue estimulada y am pliam ente financiada por el
Estado) entró en conflicto con la experiencia cotidiana de los ciudadanos.
El concepto recién acuñado del ciudadano incluía como un elemento clave
el derecho de éste a esperar la realización de cualquier situación o privilegio
que Ies fuese prom etido por la imagen normativa de la sociedad, y esto era
aún más im portante cuando tales promesas oficiales parecían divergir de la
experiencia cotidiana en esa sociedad. Al mismo tiem po, una esfera de ocio,
esparcimiento y pasatiempos emergía por vez primera (como derecho general
al ocio, esto es, no m eram ente como un privilegio reservado sólo a algunos
grupos específicos). El ocio o esparcimiento (o el pasatiempo) correspondían
a un manojo de instituciones que ayudaban a aliviar las crecientes tensiones

1 M encion o a q u í a Lieja, e n tre u n a im p o rtan te c an tid ad de universidades alem anas, p o rq u e


una form a institu cio n al específica d e la Neuphilologien, “filología rom ántica”, ha sobrevivido de
m o d o su ficien tem en te am p lio co m o para q u e se la m en cio n e sólo en Bélgica y en los países de
habla alem ana. Para u n a versión m ás detallada de la h istoria d e la N ationalphilologien, véase m i
artículo “ ‘U n soufflé d ’A llem agne ay an t passé’: Friedrich D iez, G a stó n Paris, an d the G énesis
o f N a tio n a l Philologies” , Rom ance Philology, 4 0 , 1986, pp . 1-37. La concepción histórica de
este ensayo se c o n v irtió en la base d e Uii co lo q u io cuyas actas fueron publicadas en B ernard
C erquiglini y H a n s U lrich G u m b re c h t (eds.), D er D iskurs der L iteratur —u n d Sprachhistorie:
Wissenschafisgeschichte ais Innovationsvorgabe, F ran k fu rt, S u h rk am p , 1983.

65
HAN S ULRICH C U M BREC H T
I

entre la experiencia cotidiana y !a imagen normativa de la sociedad. En las


actividades relativas al ocio y esparcimiento (y la lectura literaria fue una de
ellas) los ciudadanos actuaban y disfrutaban esos mismos papeles, situaciones,
y derechos que la imagen normativa de la sociedad les había prometido, sin
que su vida cotidiana llegase nunca a estar a la altura de tales ideales.
D e m odo característico, los Estados para cuya estabilidad la esfera y la
runción del ocio se volvieron en seguida clave, contribuyeron a la existencia
de estas instituciones de mediación con la fundación de ciertas disciplinas
académicas. (No hay dudas de que la Neicphilologien pertenecía a estas dis
ciplinas, pero cabe preguntarse si la hipótesis no funcionará también para
otros campos, al menos dentro de las Humanidades). Estas nuevas disciplinas
académicas operaron en un doble nivel. Primero, desarrollaron estrategias que
aún podríamos identificar como pertenecientes a una “pedagogía de la lectura”.
Tales nuevas instrucciones y orientaciones ayudaron a asegurar ciertos efectos
compensatorios o reconciliáronos en la lectura literaria que intervinieron en
la tensión entre la imagen normativa de la sociedad y la experiencia social
cotidiana. La lectura, en el sentido compensatorio, proveería a los ciudadanos
con la ilusión de estar desempeñando todos aquellos papeles que les habían
sido prom etidos por la imagen normativa de la sociedad y que les habían si
do negados en el m undo cotidiano. La lectura en el sentido reconciliatorio,
en contraste, trataría de persuadir a los consumidores de literatura de que la
brecha y la tensión entre el ideal social y la realidad social no era tan dramática
como originalmente habían dado por supuesto. Desde el principio, sin embar
go, las nuevas disciplinas filológicas llenaron tam bién la segunda función de
contribuir al desarrollo de la imagen normativa de la sociedad. “Extrajeron”
ciertas visiones, temas y valores de los textos “literarios”, y los “transfirieron” a
la imagen normativa de la sociedad tal como ésta estaba presente, en múltiples
niveles y formas, en la esfera pública; rápidamente aceptaron como “literario”
cualquier texto que pudiesen usar en ese contexto.
En todas partes en donde las reformas burguesas fueron reacciones a
situaciones y sentimientos de derrota nacional, com o en Prusia, la imagen
normativa de la sociedad quedó escenificada bajo la forma de la imagen de un
glorioso pasado nacional, el cual fijaría los estándares para el futuro deseado
de la misma nación. Com o consecuencia, cada una de las filologías nacionales
existentes en este am biente particular se concibió como “disciplina históri
ca”, lo cual significó un campo de práctica intelectual con un amplio grado
de habilidades específicas que debían adquirirse (por ejemplo, com petencia
para leer las formas arcaicas de un lenguaje nacional, paleografía y edición de
textos) y que a su turno debían generar ciertos criterios de profesionalización
académica. En otros casos, sin embargo, allí donde las reformas burguesas

66
L o s PODERES PE LA FILOLOGÍA

habían sido impulsadas por revoluciones exitosas acaecidas en el pasado na


cional inmediato (por ejemplo en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos), la
crítica literaria no emergió com o disciplina histórica. En esos nuevos Estados
victoriosos, la imagen norm ativa de la sociedad se constituyó no por supues
tos recuerdos de un pasado nacional glorioso, sino por valores “hum anos”
generales sin ninguna particular referencia que les diese carácter histórico. La
tendencia francesa, aún existente, de confundir la grande Nation con la raza
hum ana y, en un nivel menos pretencioso, la agradable insistencia de M atthew
Arnold en que los estudiantes ingleses debían aprender a leer todos los grandes
textos de todas las literaturas nacionales, son solamente dos ejemplos de 1a
lógica inm anente - n o nacional- del modelo no histórico. Del otro lado de
esta distinción, el lado “rom ántico”, es interesante ver que, a través del siglo
xix, los sentimientos y situaciones de derrota nacional siguieron generando,
de m odo bastante regular, movimientos que le dieron una im pronta histórica
y nacional a la filología. Esto es verdad para el risorgimento italiano y Francesco
de Sanctis, para Francia después de la guerra franco-prusiana de 1870-1871
(Gastón Paris se ocupó centralmente del campo de la historiografía nacio
nal de la literatura sólo después de esa fecha), o para España luego de la pér
dida de la últim a de sus colonias transatlánticas en 1898 (Ramón M enéndez
Pidal es incluido generalmente entre los autores de la “generación del 98” que
operó una resurrección dentro de la historia cultural del país, y su edición
crítica del Cantar de mío C id tiene la reputación de haber sido uno de los
grandes logros culturales de tal m ovim iento).2

*** Al menos desde mi perspectiva externa de romanista y no de clasicista,


este esquema de una historia de la disciplina sugiere una serie de preguntas
interesantes sobre la historia de la historización dentro de la disciplina de los
clásicos. Sobre todo, ¿debe uno considerar al comienzo del siglo xix como
un m om ento de discontinuidad productiva (en el sentido de un “despegue
histórico”) dentro de la historia de los clásicos? Tal visión se ha vuelto ver
daderam ente consensual para la historia de la Neuphilologien, hasta el punto

2 Acerca d e M en én d ez Pidal, véase el cap ítu lo 2 de este libro, y m is ensayos “Lebende


V ergangenheit: Z u rT y p o lo g ie d er ‘A rb e it am Text’ in der Spanischen K ultur”, en Ilse N oltin g -
H a u ff y Jo ac h im Schulze (eds.), D as frem d e Wort: Studien z u r Interdependenz von Texten:
Festchrift Jtir K arí M aurer z u m 60. Geburtstag, A m sterd am , G rü n e r 1988 , pp. 81-110; “A
P hilological In v e n tio n o f M o d e rn ism : M en é n d e z Pidal, G arcía Lorca, and the H a rle m
R enaissance”, en W illiam D . Paden (ed.), 7he Future o f the M 'dAle Ages: M edieval French
Literature in the 1990s, G ainesville, U niversity o f Florida Press, 1994, pp. 32-49.

67
Hans Ul r ic h Gu mb r ec h t

de que difícilmente alguien afirmaría hoy la existencia de una prehistoria


disciplinaria previa a 1800 -aunque pueden contarse diferentes historias para
explicar por qué las Neuphilologien vinieron a la existencia sóio después de
1800.3 O tra pregunta específica en relación con los clásicos es dónde y con
qué intensidad la cultura de la Antigüedad fue “cooptada” - y de m odo para
dójico, debe enfatizarse—como parte'de ciertas imágenes nacional-específicas
de la sociedad (éste fue definitivamente el caso en Alemania/Prusia,4 pero el
caso del prim er Imperio francés es acaso igual de interesante, y m ucho menos
investigado).5 Más aún, si es cierto que la presencia cultural de la A ntigüedad
soportó una ola de historización en el cambio del siglo x vm al x ix (así es al
menos cómo los historiadores de la literatura francesa proponen entender la
Querelle desAnciens et des Modernes), ¿es posible decir entonces que la cultura
histórica del siglo xix generó úna segunda ola de historización con un im
pacto similar? Y si esto es correcto, ¿produjeron ambas olas de historización
algún efecto de interferencia? Finalmente, ¿qué influencia tuvo el entorno
disciplinario específico de cada nación - p o r ejemplo, las filologías concebidas
como disciplinas históricas en Alemania, versus el ideal de la crítica literaria
de M atthew Arnold, en el desarrollo de los clásicos en los diferentes países?

*** Volviendo atrás a las Neuphilologien, discutiré ahora brevemente dos casos
extremos (y similares) en la historia académica de la historización, los de G ran
Bretaña y los Estados Unidos. Con respecto a las dos clases de formas discipli
narias que he distinguido, ambos casos pertenecen al modelo no rom ántico
(no prusiano), y ambos constituyen casos extremos porque, al menos en un
nivel institucional amplio, la historización no se volvió realmente parte de
sus prácticas filológicas profesionales antes de los años I 9 6 0 . M ientras que las
filologías nacionales continentales y su práctica de historización afrontaron
una profunda crisis qué comenzó con la últim a década del siglo xix, una
crisis que term inó provocando la aparición de subdisciplinas tales como la

3 Tal h isto ria alternativa - q u e com ienza todavía alred edor de 1 8 0 0 - es el m erecid am en te
fam oso d e Bill R eadir,^-. The University in Ruins, C am b rid g e, M ass., H a rv a rd U niversity
Press, 1996.
4 Véase el cap ítu lo 5 de este libro.
5 Véase “ ‘C e divan étoilé d ’o r’ - E m p ire als S tilep o ch e/E p o ch en stil/S til/E p o ch e”, en Z u m
Problem der Geschichtlichkeit ästhetischer N orm en: D ie A n tik e im W andel des Urteils des 19.
Jahrhunderts: Vorträge des III. Werner Krauss-Kolloquiums, S itzungsberichte d er A kadem ie d er
W issen sch aften d e r D D R/Gesellschaftswissenschaften, m im . 1 i'G. Berlin, A kadem ie-V erlag,
1986, pp. 2 6 9 -2 9 4 .

68
LOS PODERES DE U FILOLOGÍA

“teoría literaria” y la “literatura comparada”,6 el modr> alternativo de crítica


literaria en Inglaterra y los Estados Unidos se vio mucho menos afectado por
cambios en su am biente cultural. El New Criticism y los debates acerca de
diferentes cánones de lecturas literarias para los estudiantes universitarios que
comenzaron durante la segunda y tercera décadas del siglo xx no ocasionaron
cambios profundos en la práctica disciplinaria. Com o máximo, fueron sín
tomas de un nivel agudizado de autorreflexión -el primer paso, quizá, en la
transformación de un estilo cultural en un método académico. Por expertos
que algunos de los New Crides fueran acerca de la historia de la cultura y la
literatura, la historización de los grandes textos literarios simplemente no fue
parte de sus preocupaciones culturales o intelectuales.
Uno de los signos más tempranos de un cambio en esta situación, al
menos en el contexto de los Estados Unidos, fue la fundación a fines de los
años sesenta de una revista académica que llevaba el programático nombre
de New Literary History, y que buscó un alcance internacional a través de la
elección de los académicos que en ella publicaron. El periódico fue premiado
con un éxito prácticamente inmediato tanto en el ámbito nacional como
en el internacional. Fue ése también el m om ento en que la “teoría francesa”
comenzó a conquistar los departam entos de literatura en los Estados Unidos,
juntando bajo su nom bre engañosamente unificador dos estilos y prácticas
académicas verdaderamente divergentes. U na de esas prácticas fue la de
construcción, la cual, siendo entre otras muchas cosas una reinvención de la
filosofía como técnica de análisis de texto, ofreció una transición aceitada para
la cultura de lectura sofisticada del N ew Criticism. D istinta de otros estilos de
análisis de texto, sin embargo, la deconstrucción siempre ha estado orgullosa
de su capacidad para horadar la estabilidad semántica, y a veces la estabilidad
institucional de los textos de los que se ocupa, y llena de deseos de hacerlo.'
I a otra m itad de la “teoría francesa” fue la versión modernizada de la historia
intelectual y cultural que propuso Michel Foucault. Ahora bien, excepto por
su origen francés, la filosofía deconstructiva y la historiografía foucaultiana
com partieron realmente m uy poco -se basaban en bases epistemológicas
m uy divergentes—pero tuvieron un impacto similar sobre la pragmática de
las disciplinas literarias en los Estados Unidos. L^., trabajos tanto de Derrida
como de Foucault se em plearon para argum entar un cambio programático

6 Véase m i artícu lo “T he F u tu re o f L iterary Studies”, N ew Literary History, 26, S u m m er


1995, pp. 4 9 9 -5 1 9 .
7 E n c u an to a la ad ap tació n d e la filosofía d eco n stru ctiv a en los Estados U nidos, véase mi
reseña “D éco n stru ctio n deconstructed: T ransform atio.icn franzosicher Logozentrism uskritik in
d er am erikanischen Literaturw issenschaft", Philosophische Rundschau, 33, 1986, pp. 1-35.

69
, HANS U L R If H GUMBRECHT

en la función de las disciplinas literarias. D e las tradicionales tareas que la


enseñanza de la literatura había cumplido en Inglaterra y los Estados Unidos
-es decir, contribuir a la continuidad de situaciones sociales bien establecidas
(y probablemente a bien establecidos privilegios de clase)- se volvió hacia la
“problematización” y “desestabilización” como sus nuevos valores “políticos”
y su nueva misión. Esto explica pór qué los N ew Historicists que cultivaron
una versión estadounidense del estilo historiografía) de Foucault se reunie
ron alrededor de dos nuevos sentimientos. El primero fue el sentimiento de
que el carácter narrativo de la historia v la presentación de los “datos” en los
textos históricos eran largamente arbitrarios (el desafío no fije ya identificar
la verdadera historia, sino inventar una buena historia). Esto se com plem en
tó con el sentimiento de una libertad cuasiliteraria que el historiador debía
disfrutar, y usar activamente.
La nueva meta de ser “crítico” explica tam bién por qué, más o menos
sim ultáneam ente con la teoría francesa, y sobre todo en el Reino Unido, la
tradición de la escuela de Frankfurt, la versión blanda de la teoría marxista,
comenzó a encontrar lectores entusiastas, para dar nacimiento durante los
años ochenta al paradigma de investigación llamado “estudios culturales”. De
los tres paradigmas en juego aquí, sólo la deconstrucción no disparó movi
mientos de historización en Inglaterra y los Estados Unidos. Sin embargo, es
llamativo que esos tres paradigmas críticos y porencialmente “subversivos” (un
concepto m uy empleado en aquellos años) fueran simultáneamente adoptados
dentro de la tradición académica angloamericana, y que fuesen típicamente
adoptados y propagados por esa generación de académicos que habían sido
testigos y participado activamente en la revolución de los estudiantes euro
peos, o la protesta contra la guerra de V ietnam en los Estados Unidos. Com o
había ocurrido en las universidades europeas de comienzos del siglo xix, por
tanto, la reforma de las disciplinas académicas y el interés en la historización
surgen en el seno de una generación que estuvo com prom etida en la crítica
de una situación política en su tiempo. Q ueda por ver, especialmente en el
caso de los Estados Uñidos, si la,ola de historización puede sobrevivir a esa
generación y a su deseo de protesta política.

*** Si, al menos a comienzos del siglo xix, la capacidad o necesidad de histo-
rizar se había vuelto un agente de profesionalización, ¿cuál fue exactamente la
competencia que definió tal capacidad? ¿Qué determinó sus niveles inherentes
de sofisticación? Primero, me gustaría enfatizar que, desde una perspectiva
estrictamente fenomenológica, la historización no tiene ninguna relación con
la identificación de estructuras temporales inherentes a determinados objetos.

70
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

“Objetos temporales en sentido propio” (“Zeitobjekte im eigentlichen Sinn”),


de acuerdo con Husserl, son aquellos objetos que no pueden existir fuera de
la dimensión temporal. M ientras esto es cierto para la música y para muchas,
si no todas, las formas de comunicación verbal, es claro también que ser un
objeto temporal en este sentido no es lo que hace “históricos” a una ópera de
Mozart, o a un diálogo platónico. Lo que hace histórico a un objeto - y no
veo otra forma de alcanzar la historización- es la disposición del observador
para superar la inercia prim aria de suponer que sabe lo suficiente como para
hacer buen uso, o al menos un uso adecuado, de los objetos que encuentra.
En tanto atribución de un objeto, esto parece ser sinónimo de la suspensión
de la presuposición ingenua de que cualquier objeto con que nos topemos
será de algún m odo pertinente para nosotros. Por cierto, el potencial de
disparar tal reacción no es exclusivo de los objetos que pertenecen al pasado.
Sin embargo, debemos tenerlo en mente a modo de nivel intermedio, por
así decirlo, con vistas a la identificación de aquello que es único en relación
con la práctica y la actitud de historiar.
La precondición del historiar es, así, un deseo de dar un paso atrás
desde la opinión pragmática que penetra nuestra vida cotidiana, y tal paso
atrás transform a el objeto en cuestión -p ara emplear una distinción heideg-
geriana—, de un objeto que está “a-la-mano”, en un objeto que “está-ahí”.°*
Tener conciencia histórica es, así, similar a ser cosmopolita, pues cosmopolitas
son aquellos que no se sienten com pletamente en casa en ninguna parte.
Por cierto, las razones para suspender la perspectiva de lo “a-la-mano” son
diferentes en los des casos -es distancia temporal en el caso de la concien
cia histórica, y distancia espacial (o cultural) en el caso de ser cosmopolita.
Pero esta diferencia puede borrarse o incluso desparecer com pletam ente en
determ inados contextos culturales (la “historiografía” medieval parece haber
incluido regularm ente fenómenos de otredad espacial).9 Pues el movimiento

8 D esarrollado en el parágrafo 15 de Sein u n d Z e it de M artin H eidegger, 15 e d .,T ü b in g e n ,


N iem eyer, 1984.
* Sigo aquí la term inología q u e p ro p o n e Jorge Eduardo Rivera C . en su traducción al español
de Ser y tiempo, e n tre los con cep to s Vorhandenbeit (estar-ahí) com o algo q u e “sim p lem en te
está, sin afectarnos a nosotro s p o r ello” (p. 4 62) y Z u h a n d en h eit (estar a la mano), co m o “el
m o d o de ser de aquello co n lo cual nos las habernos en el uso c o tid iano, un m odo d e ser que
se caracteriza p a rtic u la rm e n te p o r no llam ar la aten ció n y p o r no m ostrarse com o e n fre n ta d o
a nu e stro p ro p io ser” (p. 4 6 7 ). Véanse estas aclaraciones de jo rg e Rivera en las páginas citadas
de Ser y tiempo, S antiago d e C h ile, E ditorial U niversitaria, 1997. [N . d e lT .].
5 Véase ‘ V orw o rt d e r B an d h erau sg eb er”, en H an s U lrich G u m b re c h t, U rsula L in k -K ee r
y Peter-M ich ael S p a n g e n b erg (eds.), La Littérature historiographique des origines a 1 5 0 0 ,
G ru n d iE d e r ro m a n isc h en L iteratu ren des M ittelalters, vol. 11, pt. 1, H eidelberg, W in te r,

71
HAN S ULRICH G JM B RECH T
I

principal del historiar, después de la suspension de lo “a-la-mano” no es —al


m enos no a ú n - una distinción entre la otredad temporal y espacial, sino an
tes bien la reacción (“decisión” sería probablemente un concepto demasiado
fuerte aquí) de no dejar de lado, ignorar o eliminar objetos para los cuales
no tenemos un uso inmediato. Dado que la suspensión de lo “a-la-mano”
no puede ser vista como algo exclusivo del historiar, tenemos aún que seguir
buscando qué cosa es única y específica del historiar.
Me gustaría agregar aquí que el identificar algo como klassisch en el
sentido estrictamente gadameriano de perteneciente a objetos “m it iiberzeit-
licher Sagkraft”, implica una doble suspensión.10 Sobre la base de la primera
suspensión, esto es, la suspensión de la presuposición de que soy com petente
para manejar cualquier objeto que encuentre, identificar algo como klassisch
implica la suspensión secundaria de esta misma reserva, o en otras palabras,
un deshacer ese paso atrás que tomamos cada vez que historiamos. Identificar
algo como klassisch implica reconocer que un objeto primariamente “extraño”
se volverá im portante o pertinente para mí, aunque no hago el esfuerzo, por
otro lado necesario, de identificar las condiciones históricas específicas en que
se volvería pertinente. Por lo tanto, no podemos realmente apreciar como
klassisch lo que aún no hemos identificado como históricamente remoto. El
m odo en que H arold Bloom lee a Shakespeare, por ejemplo, su obsesión
por hallarse a sí mismo en el personaje de FalstafF, es inm une a la crítica de
que es una lectura n a ifen términos históricos, porque deriva su provocación
específica (y acaso su sofisticación específica) de 1a decisión de no historiar
a Shakespeare y a sus personajes.11 Pero, ¿no debemos adm itir que lo que
nos motiva —com o lectores profesionales—a poner entre paréntesis nuestras
habilidades para historiar, es a menudo el observar que cierto texto o cierta
obra de arte del pasado es capaz de fascinar incluso a aquellos lectores y
contem pladores que serían incapaces de restituirla a su contexto histórico
original? Reflexión que podría llevarnos a preguntar: ¿qué tan klassisch son
las imágenes de los antiguos textos y culturas que la disciplina de los clásicos
acostum braba producir, y continúa produciendo?

1986, pp. 17-25.


10 H a n s-G e o rg G ad am er, “ D as Beispiel des K lassischen”, en W arheit u n d M ethode:
G rundzüge einer philosophischen H erm eneutik, 2a. ed., T ü b in g en , M o h r, 1965, pp 2 6 9 -2 7 5 .
11 \ case, .'.obre codo, la o b ra de H a ro ld B loom Shakespeare- The Invention o f the H u m a n ,
N ueva York, R iverhead Books, 1998.

72
LOS P 00 E 3 E S OE LA FILOLOGÍA

*** De m odc nade sorprendente, he llegado nuevamente a la conclusión de


que las habilidades del hum anista no son tanto actitudes y procedimientos
impuestos sobre nosotros por ciertos objetos, sino una voluntad de hacer
más complejas las cosas, un deseo de hacer las cosas disfrutable y dolorosa
m ente complejas, localizado en la mente del hum anista.12 Com o he tratado
de demostrarlo antes, el movimiento decisivo es no poner inmediatamente
entre paréntesis, dejar de lado y eliminar objetos para los que no tenemos un
uso inmediato ni obvio. Desde un ángulo inspirado por Bourdieu, podría
mos sugerir la siguiente regla: cuanto menos obvia sea, a partir de nuestra
relación con el objeto en cuestión, la necesidad de historiar, más tendemos
a apreciar e incluso a adm irar la voluntad de historiar como una prueba de
sofisticación intelectual. Para la mayor parte de nosotros no es terriblemente
meritorio darnos cuenta de que somos incapaces de descifrar un texto escrito
en antiguos jeroglíficos egipcios, pese a que aún encontramos fascinantes
tales caracteres. Pero m e sentí inmediatamente incóm odo por mi propia falta
de sofisticación/historisches Bewufítein, cuando un renombrado periodista
cultural m encionó recientemente al pasar que ya no le gustaban los textos
de un im portante académico, porque ellos no habían superado “el aroma
estilístico de fines de los años noventa”. Mi hijo de diez años provocó una
impresión análoga al calificar su pedido de Navidad de una tabla de skate con
el com entario de que el skateboarding era una cosa de comienzos de los años
noventa “ya totalmente antigua” (mientras que yo suponía que el skateboarding
era algo aún de moda).
Pero volvamos a la perspectiva fenomenológica del historiar, a la o b
servación de que la Lioauricidad es algo producido en nuestras mentes que
para ello enfrentan una inercia considerable, y no algo inherente a ciertos
sujetos de referencia. A través de la suspensión, al menos en algunos casos,
de la presuposición prim aria de que sabemos cóm o manejar los objetos que
encontram os, individualizamos los objetos en cuestión y los rodeamos de
un aura, y al enfatizar su carácter distante, los transformamos en objetos
de deseo.13 U na vez que los hemos calificado como “objetos rodeados de un
aura”, y com o “objetos de deseo”, no estamos lejos del significado original de

12 Para u n a d escrip ció n de la lectura com o u n a oscilación e n tre u n a exposición p lacentera


y o tra dolorosa d e la co m p lejid ad , véase el capítulo 5 de este libro.
13 Pienso q u e fin a lm e n te se ha vuelto legítim o em p lear el c o n ce p to de Uaura” sin referir
a la p ro d u cció n en curso d e los filólogos de B enjam in. Para u n a excelente “arqueología” de
esta noción, sin em b arg o , véase el ensayo de U rsula L in k -H eer en H an s U lrich G u m b re c h t
y M ichael M a rrin a n (eds.), M a p p in g Benjam in: The Work o fA r t in the D igital Age. S tan fo ra,
C alif., Stanford U niversity Press, 20 0 3 .

73
Han s Ul r ic i;G u m b r e c h t

la palabra latina jacer y de decir que tales objetos son “objetos sagrados”. Ésta
es, por cierto, la dirección argumental a la que me estoy dirigiendo. Quiero
decir que, a través de nuestras habilidades para historiar, producimos objetos
sagrados, y quiero evitar toda nota metafórica en esta proposición (tanto como
quiero evitar cualquier otro efecto que parezca académicamente imaginativo
o sagaz aquí). Q uiero, en cambio, afirmar que los objetos sagrados produ
cidos por los historiadores culturales son tan legítimamente sagrados como
aquellos producidos por cualquier otra religión. Pues no hay objetos sagrados
sin marcos específicos que los presenten y les sirvan de andamios (tal como
nuestros historisches Beivufoein, por ejemplo), sin sacerdotes, teólogos, his
toriadores y especialistas en cualquier otro campo capaces de eximirlos de la
esfera cotidiana y explicar por qué requieren (o, para decirlo de modo más
sofisticado, por qué merecen) un tratamiento especial. Esto es tan verdadero
para cierto vagón de ferrocarril que usted puede visitar en Compiégne, al norte
de París (tanto la rendición del ejército alemán en 1918, como la del ejército
francés en 1940, fueron firmadas en este vagón), com o para los fragmentos
de la Santa Cruz que mi madre guarda en un cajón; es cierto tanto para esos
trozos de pan que los católicos practicantes creen es el cuerpo de Cristo, como
para las botellas de cachaga que usted ve ofrecidas a los dioses de los cultos
afrocristianos en las esquinas de las calles en las ciudades de Brasil cualquier
viernes por la noche. Com prendo que las razones por las que esos objetos
son sagrados son distintas de un caso al otro, pero el punto de convergencia
que quiero subrayar es que todos ellos son producidos como objetos sacros
por especialistas. En otras palabras, no hay objetos “primariamente” o “na
turalm ente" sagrados.

‘ * Resistiré la obligación, que viene de nuestra m erecidamente reverenciada


herencia Ilustrada (¡amarla es más una obligación que una tentación!), de
decir o que los objetos sagrados que producimos no son realmente objetos
sagrados, o que debemos cuidarnos de crear objetos sagrados, porque hacerlo
no es algo m uy racional. Al contrario, me gustaría afirmar (así como también
me gustaría expresar mi lamento por ello) que una de nuestras funciones
auciales más honradas por el tiempo y más religiosas en tanto historiadores,
uno de nuestros pasados títulos de legitim idad—es decir, la expectativa de que
seríamos capaces de producir alguna especie valiosa de prognosis- se ha vuelto
obsoleta, por lo menos, desde el derrumbe del marxismo (fuera del marxismo,
la misma afirmación ha sido historiada benignam ente y relativizada m ucho
antes; piénsese, por ejemplo, en el trabajo de Reinhardt Koselleck). C onfron
tados con el vacío que deja la ahora abandonada práctica de la pronosticación,
LOS PODERES DE LA U LOLOGÍA

podríamos hacerlo m ucho peor, por decir lo menos, que redescubrir la verdad
de que m eramente por el hecho de historizar cosas, ya producimos objetos
sagrados, y volver a reclamar para nosotros el estatus de especialistas en esta
práctica. Sólo m encionaré aquí la identificación, frecuentemente propuesta,
de nuestros museos contem poráneos con “templos (post)modernos", porque
estoy demasiado de acuerdo con ella, pero además porque estoy en desacuerdo
con el estatus metafórico que habitualm ente acompaña a esta observación.
La pregunta real que quiero hacer es ésta: ¿qué funciones religiosas específicas
pueden cum plir nuestros objetos históricos sagrados?
La respuesta es que los objetos históricos/historizados pueden ayu
darnos a superar el um bral de la muerte, y esto me parece algo tan evidente
que ni siquiera calificaré mi respuesta como tentativa. Ahora, al decir -co m o
lo hacemos bastante a m enudo en otros contextos—que una religión y sus
objetos sagrados nos ayudan a superar el umbral de la muerte, normalmente
o al menos prim ariam ente nos referimos al umbral futuro constituido por el
fin de nuestras propias vidas. Tanto M artin Heidegger como, más sorpren
dentem ente, Niklas Luhm ann han explicado por qué imaginar el “más allá”
de la propia consciencia es a la vez imposible y fascinante.14 Pero fue sólo
Heidegger quien mostró, con conmovedora sobriedad, cuán fútil es confiar
en la ilusión de que puede haber algo más que nada después de nuestra propia
muerte. Visto desde este ángulo, la promesa ideológica de “seguir viviendo”
en el futuro de la propia nación o de la propia clase, y los pronósticos de
estilo hegeliano basados en observaciones de la historia se nos aparecen como
ideas religiosas no del todo convincentes, que sobrevivieron el implacable
diagnóstico de Heidegger apenas por medio siglo. Se ha dicho que la obsesión
de hacer pronósticos basándose en la historia, tal como apareció durante el
siglo xviii y se hizo popular durante el xix, puede sin duda haber sido el
resultado de la secularización, del abandono, al menos entre los intelectuales,
de una esperanza originalm ente religiosa en una vida después de la vida.15
En otras palabras, “nuestra” cultura histórica y nuestra conciencia histórica
pueden haberse desarrollado desde los tiempos en que los intelectuales pri
mero com enzaron a perder su creencia en el horizonte religioso tradicional
de la trascendencia; la conciencia histórica puede haber llenado el vacío de

14 H eidegger, Sein u n d Z e it, parágrafos 4 6 -5 3 ; L u h m a n n , Social Systems, op. cit., pp.


2 6 2 -2 6 7 .
15 K art L ów ith, WeltgeschichteaisHeilsgeschen, 5a ed., S tu ttg art, K ollham m er, 1953. Véase
ta m b ié n mi artícu lo “D ie L u i r , a ríik u lie rte Prám ise: volkspraliche U niversalgeschichte u n te r
h eilgeschichtlicher Perspektive” en G u m b re c h t, L in k -H ee r y Spangenberg (eds.), La Littérature
historiographique, op. cit., pp. 7 9 9 -8 1 7 .

75
Ha W 'l r ic h Gu mb r ec h t
i

una creencia en Dios que se desvanecía y en la vida después de la m uerie que


ésta parecía prometer.
En el presente de los primeros años del siglo xxi, sin embargo, “noso
tros los académicos” (como lo hubiera dicho Nietzsche) hemos abandonado
casi com pletam ente el esfuerzo de tratar de superar el umbral de la muerte
a través de la anticipación del futuro.16 N uestra fascinación reside, para
citar a Stephen Greenblatt, el líder del New Historicism, en “hablar con los
muertos”.17 Hay un estilo de escribir y escenificar la historia cuya mayor, si
no única ambición, consiste en hacernos olvidar que el pasado no está ya
presente.18 Hacer presentes y tangibles objetos materiales del pasado - o al
menos apuntar a ellos- parece producir a menudo el efecto verdaderamente
mágico de elim inar la distancia temporal que nos separa del pasado que
deseamos; para ser más preciso, nos ayuda a producir la ilusión de tal efecto.
Abandonarnos, entonces, en la ilusión de que podemos hacer que los muertos
nos hablen -y, si se lo puede decir así, que podem os hacerlos hablar tan sólo
para nuestro placer- es una forma de superar el um bral de la muerte, al per
suadirnos de que las muertes de aquellos que vivieron antes no nos separaron
de ellos, lo cual finalmente tam bién significa que ignoramos las limitaciones
temporales que nuestras propias muertes nos fijan. Ambos gestos —esto es,
ambas direcciones en la superación del umbral de la muerte, la pronosticación
y el hablar con los m uertos- son trascendentales en un sentido estrictamente
fenomenológico, pero también en uno convencionalmente teológico. Q ue las
posibilidades perceptivas, de vivencia y de experiencia están en todos limitadas
por las dos fronteras temporales de ia vida, es una estructura del m undo-de-
la-vida hum ano.19 Trascender las fronteras del m undo de la vida -tratan d o
de anticipar el futuro o tratando de hablar a los m u erto s- significa moverse
imaginativamente dentro de una zona que queda más allá de los límites del

16 E sto es c ie rto n o s o lam en te p a ra los acad ém ico s. Véase N ik las L u h m a n n , “D ie


B eschreibung d e r Z u k u n ft”, Beobachtungen Moderne, O p la d e n , W estdeutscher Verlag, 1992,
pp. 129-148.
17 S tep h en G reen b latt, “Tow ards a Poetics o f C u ltu re ”, en H . A ram Veeser (ed.), The N ew
Historicism, N ueva Y oik, R outledge, 1989, pp. 1-14.
18 M i lib ro In 1 9 2 6 ..., op. cit., p re te n d e p ro d u cir este efecto en el lector. Véase sobre todo
el cap ítu lo “A fter ‘L earn in g from H isto ry '
19 A cerca del c o n cep to de H usserl d e Lebenswrlt para u n análisis d e la h istoriografía com o
género, véase m i ensayo “ ‘D as in vergangenen Z eiten G ew esene so resalen, als ob es in der
eigenen W elt w äre’: V ersuch zur A n tro p o lo g ie d e r G e sch ichtsschreibung”, en R. K oselleck, H .
L u tz y J . R uesen (eds) , Formen der Geschichtsschreibung, vol. 4, Theorie der Geschichte, M unich,
D eu tsch er T asch en b u ch Verlag, 19 8 2 , pp. 4 8 0 -5 1 3 . (Tr. inglesa en m i M a k in g Sense in Life
'in d Literature, M in n eap o lis, U niversity o f M in n eso ta Press, 1992).

76
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

mundo-de-Ia-vida. Es ésa lina zona que norm alm ente describimos c bien
como lo “hum anam ente imposible”, o asociada con lo que imaginamos ser
“cualidades divinas”. Anticipar el futuro y hablar a los muertos puede ser, en
este sentido, el comienzo de la ilusión de volverse eterno.
Si ésta es una descripción que hace justicia a una de aquellas fascinacio
nes específicas que, en nuestro presente, comanda nuestro compromiso con el
pasado, entonces podemos estar seguros de que Heidegger habría interpretado
tal entusiasmo por hablar a los muertos como síntom a de nuestra “caída en el
m undo”. Pues volver del pasado, haciendo hablar a los muertos a efectos de
superar el umbral de la muerte, implica de modo inevitable una vuelta atrás
desde aquel futuro en el cual están nuestras propias muertes. Volvernos a los
m undos del pasado, “caer en ellos” (“ihnen verfailen sein”), puede ayudarnos
a olvidar la insoportable nada que vendrá con cada una de nuestras muertes
individuales, y que Heidegger quería que confrontásemos con tanto valor.
Con toda seguridad, ha habido modos de ejercer la historia en un pasado
no tan remoto que habrían estado a la altura del desafío existencialista de
H eidegger—uno de ellos, quizá, el intento de Kojéve de pensar el fin de una
historia en el sentido hegeliano. Por lo tanto, no hay una relación necesaria
entre historiar el m undo y volverse atrás frente a la confrontación con la
nada. Producir la ilusión de estar hablando con los muertos como un uso
específico del historiar, sin embargo, debe ser calificado como perteneciente
a un mLindo heideggeriano de cobardía existencial. Pero ¿quién nos obliga a
optar por el m undo de Heidegger? ¿No tenemos el derecho de volvernos atrás
ante la dolorosa imposibilidad de imaginar nuestras propias muertes, y ante
la dolorosa certeza de que ocurrirá de todos modos?

77
Capítulo 5

En s eñ a r

Cuando hablamos acerca de enseñar en la Universidad de hoy, es muy claro lo


que debemos tratar de evitar. Ya a nadie le sirve esa retórica dominguera que
dice cuán maravillosas e indispensables, aunque subestimadas, pero a fin de
cuentas vanguardistas, son las Humanidades. No es bueno seguir produciendo
esas grandes frases sobre nuestra profesión, que todos quienes están dentro de
las Humanidades usan de tiempo en tiempo (si no constantemente), y que
todos quienes están fuera de las Humanidades aceptan e incluso apoyan tan
fácilmente, por la simple razón de que de todas formas nadie -ta n to dentro
como fuera de las H um anidades- cree en ellas. Nadie necesita todavía más
debates sobre si el objetivo de nuestras disciplinas debe ser la “compensación”
(nr>r ejemplo “compensación” por los horrores de la tecnología) o, más bien,
“orientación” (sin saber quién resultará beneficiado por las bondades de tal
guía). Nadie necesita más frases vacías, que de algún m odo llevan a producir
aún más frases vacías, para ser finalmente instruido acerca de que la verdadera
naturaleza de nuestras disciplinas es ser “interdisciplinarias”, ‘integradoras”
y “dialógicas”. N o quiero oír nuevamente afirmaciones tales como que las
H um anidades son “iluminadoras” porque, supuestamente, su oficio es resis
tir, y si es necesario deshacer, los “efectos re-mitologizantes” de la sociedad
contemporánea; tampoco quiero estar nunca más enfrentado a la distinción
entre “cultura” (= bueno) y “civilización” (= m alo).1 Aveces, como sabemos
(porque la evidencia empírica nos busca por correo y correo electrónico, sin

1 E n c o n tré esta colección d e lugares com unes en las prim eras siete páginas y m edia de:
W olfgang F rühw ald, H a n s R o b ert Jauss, R ein h ard t Koselleck, Jürgen M ittelstrass B urkhardt
Steinw achs, Geisteswissenschaften heutc. Bine Denkschrift, F ran k fu rt am M ain, Suhrkam p,
1991, pp. 7-14.

79
H a n s Ul r ic h G u mb r ec h t
t

piedad), la calidad de las propias reflexiones de las Humanidades sobre su


estatus y su futuro encuentra el nivel de aquellos (desagradablemente) bien
intencionados prefacios a documentos, que de otro modo tendrían relevancia
puram ente administrativa. Es más preocupante, sin embargo, ver que incluso
aquellas contribuciones al debate actual de las H um anidades que están carac
terizadas por un nivel de complejidad innegablemente mayor y —si así puede
decirse- por verdadera dignidad intelectual, sim plem ente no pueden escapar
a ciertos efectos de lo trivial. ¿Necesitamos realmente que nos cuenten que
la “fascinación por la historia, experiencia estética y sensibilidad lingüística”
extraacadémicas son buenas y no malas condiciones para nuestro trabajo?2 ¿Es
necesario que nos recuerden los valores de la Bildung, por ejemplo la creencia
de que los años pasados en la universidad deberían llevar a los jóvenes a la
“independencia” intelectual y personal?3
D esafortunadam ente, el problema no es específico de Alemania o
de cualquier otro contexto académico nacional. Ciertam ente, nos topamos
contra el mismo muro de desesperanza en los debates de la academia norte
americana, y aún estoy por decidir si el mayor grado de ingenuidad de los
académicos norteamericanos lo encuentro más encantador o más devastador
que la discusión alemana, com únm ente bien empacada y producida en serie.
Pero ¿cuál es entonces el problema académico internacional? ¿Por qué es que
se producc can profusamente un discurso que claramente empeora a medida
que su volumen aumenta? El problema puede ser que no haya un problema
real. Constantem ente nos defendemos “contra” las administraciones estata
les y la esfera pública, que no son realmente nuestros enemigos, porque no
tienen intención seria de dism inuir nuestro tam año o importancia. Antes
bien, por el contrario, y de m odo un poco grotesco, están deseosos de coin
cidir con cualquier argumento que podamos presentar a nuestro favor. ¿Es
nuestra paranoia defender la existencia de un Romanisches Seminar en cada
Gesamthochschule —o es el hecho de que se esté cerrando uno de cada 25 Ro
manische Seminare, evidencia de las (escondidas pero) malvadas intenciones
“de ellos”? En otras palábras, el problema parece ser que, a pesar de nuestra
floreciente histeria, no tenemos enemigos realmente amenazantes. Creo, más
bien, que nuestras expectativas son muy altas (¿necesita una edición crítica
cada nuevo fragmento encontrado?). ¿Por qué, por ejemplo, los humanis-

2 R üdiger B ubner, “D ie h um ane B edeutung der Gesiteswisenschaften”, en Zwischenrufe. Aus


den bewegten Jahren, F ran k fu rt am M ain , Suhrkam p, 1993, pp. 121-138, cita en la p. 138.
3 D ieter H e in ric h , “D ie Krise der U n iversität im vereinigten D e u tsc h la n d ” , en N ach dem
Ende der Teilung. Über Identitäten u n d Intellektualität in D eutschland, F ran k fu rt am M ain,
S u h rk am p , 1993, pp. 125-56.

80
L o s P O D E k tS DE LA FILOLOGÍA

tns alemanes le hacen tan a m enudo el juego ” la tendencia y al deseo petit


bourgeois de ciertos actores sociales de inventar funciones en serie para todas
y cada una de las disciplinas humanísticas (culminando con la invención del
Kulturwirt), en lugar de conectarse con aquellas fundaciones y políticos que
están dispuestos a apoyar a las Humanidades como fin en sí mismas?4 ¿Por
qué estamos volcando nuestros instintos socialdemócratas contra nosotros
mismos? M i respuesta, bastante segura, a esta pregunta, es que nosotros, los
humanistas, sufrimos de un pesimismo mucho más profundo, tal vez incluso
de una m ucho mayor flagrante falta de entusiasmo sobre nuestro trabajo,
que aquellos grupos con quienes interactuamos en la práctica de nuestra
profesión. (Llamo “segura” a mi respuesta, en el sentido de que la encuentro
altam ente convincente —aunque me doy cuenta de que puede haber alguna
presión académica para calificarla com o “tentativa”). En lugar de tratar de
probar mi punto con largas citas o engorrosas estadísticas,5 veamos cómo
podríam os reaccionar a esta condición de depresión colectiva crónica.
Si queremos volver a una actitud de confianza, si queremos - p o r así
decir re-energizar nuestra autoimagen— entonces será im portante no exchiir,
en nuestras reflexiones y debates, el peor escenario. En otras palabras: no
deberíamos excluir la posibilidad de que las Hum anidades puedan real
m ente haber alcanzado s l i final histórico.6 Después de todo, tuvieron su
bien marcado comienzo, com o instituciones, a comienzos del siglo xix, y su
comienzo como program a explícito (formulado, entre otros, por W ilhelm
Dilthey) alrededor de! 1900. Tam bién sabemos que hay numerosas socie
dades que existen felizmente sin disciplinas académicas como las nuestras.
Por lo tanto, probablem ente, luciremos más convincentes si admitimos que
las Hum anidades son una institución especial que algunas sociedades han
llegado a ser capaces de tener, una institución especial que puede producir
beneficios especiales (los cuales tendríamos que nombrar) en lugar de pre
tender, poco convincentem ente, que el final de las Humanidades sería el
final de la H um anidad. Más im portante, sin embargo, es que las formas en

4 E stoy siguiendo a M an fred F u h rm an n , “Klassische Philologie seit 1945. E rstarrung,


G eltu n g sv erlust, neue Perspektiven”, en W olfgang Prinz y Peter W ein g art (eds.), D ie sog.
Geisteswis;enschafien: Innenansichten, F ran k fu rt am M ain , S u h rk am p , 1990, pp. 3 1 3 -3 2 8 , la
cita, en p. 32 7 .
5 Véase “D y sph o ria” , in tro d u c c ió n a H a n s U lrich G u m b re c h t y W alter M oser (eds.),
C anadian Jo u rn a l ofC om parative Literature, 9, 2 0 0 !, n ú m e ro especial, “T he F u tu re o f L iterary
Studies/L’avenir des étu d es littéraires” , d o n d e presentam os trein ta p u n to s de vista de colegas
académ icos sobre el fu tu ro de la C rític a Literaria.
6 Véase m i ensayo “T he O rig in s o f ü te r a r y Studies—an d T n eir End?”, S ta n fordH um aniáes
Review, 6, n ú m . 1, 1998, pp. 1-10.

81
H a n s ULRICH G l'M B R EC H T
t

las que reflexionamos sobre nuestras situaciones profesionales deben ser lo


más específicas posibles. En este ensayo, por lo tanto, trataré de pensar en la
situación de los Clásicos (más que en las Humanidades en general); trataré
sobre los Clásicos como profesión (y no sobre los Clásicos como campo de
conocim iento), y lo haré estableciendo una relación entre la actual situación
de esta profesión y su situación en Europa durante la segunda y tercera
décadas del siglo xx. Dado mi diagnóstico inicial, de acuerdo con el cual
lo que más necesitamos es auto-re-energizarnos (por lo menos, necesitamos
esto más que una defensa pública contra acusaciones que no existen), hay un
peligro específico inherente a la especificidad del enfoque histórico que he
elegido. ¿Cómo puedo evitar que el pasado que trato de evocar se convierta
en “una carga oscura e invisible”, como dijo Nietzsche,7 en lugar de volverse
“relámpagos que centellean dentro de una nube”?8 ¿Cómo lograr no quedar
atrapados en esa “autorreferencia irónica”9 que él describe como una actitud
de su propio tiempo —y que ha permanecido (o se ha vuelto) tan nuestra? La
respuesta, por supuesto, debe ser tan nietzscheana como la pregunta; trataré
de m antener deliberadamente un estrecho enfoque histórico sobre un texto
del pasado ( Wissenschaft ais Beruf, de Max Weber,) y sobre una muy especí
fica configuración contemporánea de posiciones, marcada por los nombres
de U lrich von W ilam owitz-M oellendorff, Friedrich Nietzsche, W ilhelm
Dilthey, Stefan George y W erner Jaeger. Esto significa que tendré en mente
tanto el poner entre paréntesis (en palabras de Nietzsche: “olvido”) algunas

7 Véase Vom N u tze n u n d N a ch th eil der H istorie f ü r das Leben, en Sä m tlich e Werke.
K ritischeStudienaugabe, vol. 1. M u n ich , 1980, p. 249: “die große u n d im m e r größere Last des
V ergangenen: diese d rü c k t [der M enschen] n ieder od er b e u g t ih n seitw ärts, diese beschw ert
seinen G a n g al seine unsichtbare u n d d u n k le B ürde”. [“El cada vez m ayor peso del pasado
q u e presiona al h o m b re ó lo inclina hacia u n o de los lados, y agrava su paso con u n peso
invisible y oscuro”] .
8 Ib id em , p. 2 5 3 : “d a ß in n erh alb je n e r u m sch ließ enden D u n stw o lk e ein heller, blitzen d er
L ich tsch ein e n tste h t” . . "D entro de cgda n eblina a p re h en so ra hay apariciones de ráfagas de
luz”].
9 Ibidem , p. 3 0 2 : “Es d a rf zwar b efrem dend, ab er n ic h t w iderspruchsvoll erscheinen, w en n
¡c^> dem Zeitalter, d a so h ^ ^ a r u n d aufdringlich in das u n b ek ü m m ertse F rohlocken Ü b e r seine
histo risch e B ildung auszubrechen pflegt, tro tzd em eine A rt von ironsichem S e lb stb ew u ß te m
zuschreibe, ein darüberschw ebendes A h n en , d aß h ier n ic h t zu frohlocken sei, eine F u rch t, daß
es vielleicht bald m it aller L ustbarkeit d e r historischen E rkenntnis v orüber sein w erde.” [“Puede
p arecer ex trañ o — au n q u e de n in g u n a m an era c o n tra d ic to rio — q ue vo trate de irru m p ir con
u n a o p in ió n , q u e se vuelve (com o u n a especie de a u to conciencia irónica) sobre esa época sobre
la q u e ta n to se oye y que im p e rtin e n te m e n te se celebra: no veo en ella algo de lo cual alegrarse
— te m o r que p ro n to term in ará co n to d o el regocijo del c o n o cim ien to histó rico ”].

82
Los PODERES DE LA FILOLOGIA _ 1" A O O
68düd¿
condiciones históricas de !a Filología Clásica1'' como profesión a comienzos
de la década de 1920, como el invocar otras.11 Esto, espero, nos ayudará a
situarnos —por un instante al m enos- “en el umbral del momento actual”.12
D entro del m om ento actual, sin embargo, trataré de encontrar una nueva
forma, contemporánea, de concebir lo que Nietzsche proponía para la pro
fesión de “Filología Clásica” en su propio tiempo: el programa de estar fuera
de tiempo dentro de su propio presente.13

*** El famoso ensayo de Max Weber “Wissenschaft als Beruf”, cuya publica
ción original es de la primavera de 1919, se presentó como una conferencia,
organizada por el Freistudentische B und en M unich el 7 de noviembre de
1917, un año antes del final de la I Guerra M undial.14 La reflexión sistemá
tica de Weber sobre la profesión académica tiene lugar en un momento de

10 N o haré d istin ció n aq u í e n tre las form as histórica y nacionalm ente diferentes y las
interpretaciones que esta disciplina ha adoptado p o r décadas. Más allá de los diferentes nom bres
q u e use (Klassische Philologie, Altertumswissenschaß, clásicas, etc.), está siem pre im plícito u n
c o m p o n e n te filológico en el estricto sentido del térm ino utilizado.
11 N ietzsche, Vom N utzen, op. cit., p. 330: “M it dem W orte ‘das U nhistorische’ bezeiniche ich
die K unst u n d Kraft vergessen zu k ö n n en und sich in einen begrenzten H orizont einzuschließen”.
[“C o n la palabra — ‘un h '«tonco*— defino yo el arte v e! poder de p o d e r olvidar y colocarse
en u n h o rizo n te d elim itad o ”].
12 Ibidem , p. 250: “W er sich n ic h t a u f der Schwelle des A ugenblicks, alle V ergangenheiten
vergessend, niederlassen k a n n , w er n ich t a u f einem P u n k te wie ein e Siegesgöttin o h n e
S chw indel u n d F u rch t zu steh en verm ag, der w ird nie wissen, was G lü ck is: u n d n o ch
schlim m er: er w ird nie etw as th u n , was A ndere glücklich m ach t”. [“Q u ie n no se a b an d o n a
a la oscilación del m o m e n to (o lv id an d o todos los pasados), quien n o puede sostenerse en el
in sta n te co m o diosa triu n fal sin tra m p a y sin tem or, ése no sabrá lo q u e es la felicidad y todavía
p-“or: no sabrá hacer feliz a o tro ”].
13 Ibidem , p. 247: “So viel m u ß ich m ir aber selbst von Berufs wegen als classischer
P hilologe zugestehen d ü rfen : d e n n ich w ü ß te n ich t, was d ie classische Philologie in unserer
Z e it für reinen S inn h ä tte , w enn n ic h t den, in ihr unzeitgem äß -d a s heißt gegen die Z e it
u n d dad u rch a u f die Z eit u n d hoffentlich zu G u n sten einer ko m m en d en Z eit - z u w irken” .
[“T o d o esto d e b o yo m ism o ace p ta r de la profesión de filólog clásico: no sabría yo lo que
la filología clásica tien e d e sen tid o p u ro , a no ser p or to d o aquello que — en su no -tiem p o
(esto es, c o n tra el tiem p o y sobre el tiem po)— es capaz d e aportar; ojalá que para bien del
tie m p o venidero...”].
14Toda la in fo rm ació n biográfica (y más g en eralm en te histórica) que sigue sobre el texto
d e M ax W eb er se extrajo del d estacado “E in ietu n g ” y “E ditorischer B ericht”, en vol. I, pt. 7 de
M ax W eber, Gesamtausgabe, ed. de H o rst Baier, M . R ainer Lepsius, W olfgang J. M om m sen,
W olfgang S ch lu ch ter y Jo h an n e s W in ck elm an n , T ü b in g en , M ohr, 1992, pp. 1-46, 4 9 -6 9 .
El texto de W eb er aparece en pp. 7 1 -1 1 1 . Las cita¿ que siguen aparecen entre paréntesis en
el texto.

83

BIBLIOTECA CEN TRAL


Ha n s U l r ic h g u m b r e c h t
t

su vida en el que, luego de años de enfermedad, luego de meses de servido


voluntario en la administración militar (que abandonó en septiembre de
1915), y luego de varios intentos sin éxito de ganar un cargo de influencia
en la política nacional, estaba por regresar a la universidad: prim ero a través
de visitas docentes en Viena y luego, definitivamente, aceptando un cargo
en la Universidad de Munich en marzo de 1979. El Freistudentische B u n d era
una asociación nacional de estudiantes universitarios que, fundada a fines del
siglo xix como una alternativa minoritaria a las corporaciones estudiantiles
de esgrima y su pathos intemacionalista,15 encontró una aceptación rápi
dam ente creciente durante los años de guerra. U na de sus preocupaciones
programáticas era la crítica a las universidades alemanas contemporáneas por
su enfoque exclusivo en la educación profesional (en evidente detrim ento de
una concepción hum anística—y más holística- de la Bildung). Pueden haber
sido las muy controvertidas reacciones a un ensayo escrito por Alexander
Schwab, socio líder del Freistudentische Bund, que expresaba exactamente
esta crítica, lo que sugirió la idea de una serie de conferencias acerca del
“Trabajo intelectual como profesión” (Geistige Arbeit ais Berufi. Max Weber
se convirtió en su primer orador.16
Lo que llama la atención del lector en los pasajes introductorios del
texto de Weber, “Wissenschaft ais Beruf”, es una casi obsesiva insistencia en
lo aleatorio - ta l vez se debería decir en la “improbabilidad objetiva”—del éxito
en la profesión académica (el mismo Weber reitera - y marca en itálica- en este
contexto la poco usada palabra Hazard). Las interacciones entre la adm inis
tración del Estado v la institución académica, argumenta, hacen improbable
un exitoso reclutamiento de profesores (77); no ve conexión entre los talentos
del profesor carismàtico y aquellos del académico productivo (79); finalmente
—y presuponiendo que el duro trabajo sistemático es la condición necesaria
para cualquier intuición o descubrimiento académico—Weber clama que la
diferencia entre tener tal éxito y el fracaso de por vida es un fenómeno aleatorio.
Sin embargo, después de esta introducción provocadora que estaba obviamente
dirigida a problematizar.el aura con que las ideologías tradicionalmente román
ticas y neorrománticas han adornado el papel del profesor alemán, se vuelve
bastante difícil identificar !as posiciones a cuyo fa* ur Weber quiere argumentar
-m ientras continúa siendo evidente contra qué está argumentando. C on fuer
tes dosis de ironía, por ejemplo, critica todas las diferentes versiones de la ex-

15 W eb er ab an d o n ó la co rporación de sus años de e stu d ian te (A llem annia Heidelberg) en


no v iem b re de 1918.
16 El 28 de en ero de 1919, W eber d io una segunda conferencia en la m ism a serie, bajo el
títu lo “Politile ais B e r u f ’ (Gesamtausgabe, op. cit., voi. I, p t. 17, pp. 1 5 7-252).

84
L O S PODERES DE LA FILOLOC'A

pectativa Ilustrada en que investigación y aprendizaje b. indarán orientaciones


inmediatas para la vida diaria. De acuerdo con Weber, no debe ni puede ser el
objeto de la institución académica “dar sentido al m undo”, ni sentar las bases
para “la felicidad colectiva” (92), ni proveer de ninguna “respuesta práctica
inmediata”, ni una mejor comprensión o “conocimiento de las condiciones
de la vida hum ana” (87). Entonces, ¿qué daría, en ausencia de objetivos tan
claramente circunscritos, identidad a la práctica académica “como profesión”
( 105)? C om o respuesta, Weber parece referirse, sobre todo, a la especificidad
de un estilo intelectual. Este estilo académico debe apoyarse en conceptos
altam ente abstractos y en experimentación (90), en pensamiento lógico, en
procedim iento guiado por método y en una preferencia por resultados que
marquen una diferencia, aunque ésta no tiene por qué necesariamente ser una
diferencia práctica (93).17 En la segunda parte de su discurso, Weber realiza una
crítica agresiva a aquellos valores neorrománticos cuya propagación estuvo en
el origen de una serie de conferencias organizadas por el Freistudentische Bund.
Sostiene que los fines políticos son incompatibles con la enseñanza académica
(95-96, 100), y parece encontrar verdaderamente obsceno cualquier tipo de
relación emocional entre el docente académico y sus estudiantes, como estaba
entonces descrita y canonizada por conceptos tales como “docente como líder”
(“Führer”, 101), “formación e impregnación de la mente del estudiante” (97),
o la “fe” en papeles y contenidos académicos ( 108). Nuevamente, los respec
tivos conceptos contrarios de Weber permanecen mucho más vagos que sus
espectacularmente vehementes ataques. La institución académica, para él, es
parte del “desencanto del m undo” [Entzauberung (87, 93), y entonces se le
identifica com o genuinam ente no religiosa. A aquellas disciplinas que tratan
sobre manifestaciones culturales (historische Kulturwissenschaften) asigna la
tarea de “entender las condiciones del surgimiento y la producción” de tales
objetos (95) .18
N inguno de los temas que he m encionado hasta ahora excede las in
terpretaciones más convencionales del discurso de Max Weber. C iertam ente
convergen en el concepto normativo de “wertfreie Wissenschaft” -c o n el cual
solíamos estar en desacuerdo hasta mediados de los años ochenta y al que

17 [...] d a ß das, was bei w issenschaftlicher A rb eit h erau sk o m m t, wichtig im S inn v o n


‘w issensw ert’ sei”. [“Lo resulta del trabajo científico es im portante en el sentido de V alor
del c o n o c im ie n to ’”].
ls “O d e r n e h m e n Sie d ie h is to ris c h e n K u ltu rw issen sc h aften . Sie lehren p o litisc h e,
k ü n s tle ris c h e , lite ra ris c h e u n d soziale K u ltu re rs c h e in u n g e n in d e n B ed in g u n g en ihres
E n tste h e n s verstehen”. (“O to m e u sted las ciencias históricas de la cu ltura. Tratan de enseñar
las m anifestaciones culturales de la p o lítica, del arte y de la literatu ra en las condiciones de
su su rg im ie n to ”].

85
HA N S ULRICH GUMBRECHT
1

tendem os a apoyar fuertem ente hoy. Es mi impresión, sin embargo, que el


texto de W eber contiene un núm ero de pasajes que -ta l vez contra las propias
intenciones de su a u to r- no pueden ser fácilmente incluidos en un rango bajo
la condición m eramente negativa de “no tener valor” y que podrían entonces
estar más cerca de ciertas ideas e ideales pedagógicos de lo que Weber hubiese
querido admitir. Considérese, en este contexto, la metáfora que presenta
conceptos analíticos como “hojas de arado” que rom pen el “pensamiento
contem plativo” y su contraste con lo que W eber condena usando palabras
tales com o “'espadas contra nuestros enemigos” (9 6).19 La misma tendencia
se vuelve más clara en la evocación de Weber a lo que él asevera que es el
com prom iso universitario con la “aristocracia intelectual”: Atraer mentes “no
entrenadas pero receptivas” a la aventura del “pensam iento independiente”
(79) 2° j aj pensam iento independiente, dice Weber, privilegia la aceptación
de “hechos desagradables” (unbequeme Tatsachen [98]), es decir, la acepta
ción de observaciones y resultados que complejizan -indefinidam ente, pode
mos agregar- ciertas opiniones y posiciones preconcebidas. Pero ¿no parece
extraño asociar complejizaciones intelectuales sin fin con la profesionalidad
de la investigación y enseñanza académica?
Del mismo m odo, tal énfasis en la independencia personal, la flexibi
lidad intelectual y sus efectos complejizadores no coinciden com pletamente,
creo, con lo que norm alm ente entendemos como “wertfreie W issenschaft”.
Este concepto programático (que puede ciertam ente ser menos el punto de
W eber en “Wissenschaft als B eruf” que el de sus principales intérpretes),

19 “D ie W orte, die m an b raucht, sin d d a n n nicht M ittel wissenschaftlicher Analyse, sondern


p o litisch en W erb en s u m die S te llu n g n ah m e des a n d eren . Sie sin d nicht Pflugscharen zur
L o ck eru n g des Erdreiches des ko n tem p lativ en D enkens, so n d ern Schw erter gegen die G egner:
K a m p fm itte l”. [“Las palabras q u e u n o necesita no son m edios científicos de análisis, sino la
to m a de p o sició n p o lítica frente a la p o stu ra del o tro. N o son arados para aflojar la riqueza
d e la tierra d el p e n sa m ie n to c o n tem p lativ o , sino para cam biar espadas c o n tra ei enem igo: u n
m e d io de lucha”] .
20 “W isse n sc h a ftic h e S c h u lu n g aber, wie w ir sie n ach d e r T rad itio n d e r d e u tsc h e n
U n iv e rs itä te n a n d iesen b e rtre ib e n so llen , ist ein e geistesaristokratische A n g e len g e n h e it,
das sollten v.ir uns n ic h t verhehlen. N u n ist es freilich andererseits w ahr: die D arlegung
w isen sch aftlich er P ro b lem e so, d a ß ein ungeschulter, aber au fn ah m efäh ig er K o p f sie versteht,
u n d d a ß er —w as fü r un s das allein E n tscheidende ist —zum selbstständigen D e n k e n darü b er
gelang, ist vielleicht die pädagogisch schw ierigste A ufgabe v on allen". [“N o debem os o cultar
q u e el ad iestram ien to d e la ciencia (com o nosotros lo e n te n d em o s según la trad ició n d e la
universidad alem ana) es u n a ocasión aristocrática del espíritu. Pero — p o r o tro lado— tam bién
es quizás cie rto q u e la tarea pedagógica m ás difícil es q u e u n a cabeza no adiestrada (au n q u e
capaz de en ten d er) llegue a u n p en sam ien to a u tó n o m o en la exposición de los oroblem as
científicos”] .

86
LOS PODERES j E LA FILOLOGÍA

enfatiza la independencia de los resultados de la investigación académica con


respecto a su posible valor y sus efectos prácticos fuera del sistema académico.
Por ejemplo, los historiadores de arte, de acuerdo con la propuesta de Weber,
deberían tratar de explicar las condiciones históricas para el surgimiento del
arte abstracto a comienzos del siglo xx, independientem ente del im pacto
que sus resultados puedan tener en el mercado del arte. A diferencia de este
acento sobre lo* resultados de la investigación (en las interpretaciones más
aceptadas del concepto de “W ertfreheit”), lo que me interesa más aquí es el
énfasis de Max Weber en esos efectos que el proceso de investigación actual
puede tener en la mente de los investigadores y sus estudiantes. De vuelta a
un ejemplo ya utilizado, esto significaría: tratar de entender el surgim iento
del arte abstracto les hará más sensible y más versátil intelectualmente, aun
si aquéllos nunca logran tener éxito en la tarea. Pero ¿cómo sucede esto (si
es que sucede)? ¿Cómo puede hacerse real el ideal de Weber de una Geis-
tesaristokratiei ¿Cómo y por qué la participación en la investigación actual
complejiza y fortalece las mentes de los participantes? Tal como yo lo veo,
“W issenschaft ais Beruf” no ofrece ninguna respuesta a esta pregunta. Pero
sospecho que las posibles respuestas pueden estar exactamente en ese hori
zonte de temas neorrom ánticos y discusiones que el ensayo de Weber trata
de desechar.

*** ¿Cuál era la situación académica a la que se refería el discurso de Max


Weber? ¿Cuáles eran los problemas, debates y cambios dentro de las disci
plinas humanísticas en Alemania y dentro de la “Klassische Philologie” en
particular? Para el contexto de nucsua discusión, es im portante, sobre todo,
darse cuenta de que W eber dio su discurso sólo unos pocos años después
del umbral histórico en que los escritos programáticos de w'iihelm Diithey
hubieran confirmado y consolidado la separación de la Geisteswissenschaften
del resto de las disciplinas académicas. No fue hasta 1910 cuando su libro Der
Aufbau der geschicbtlichen Welt in den Geisteswissenschaften definitivamente
entronizó a la interpretación (como Diithey la propuso, esto es, como el
movim iento desde la superficie material - y podem os agregar filológica- de
los fenómenos, hacia la profundidad espiritual), como ejeicicio central de las
Humanidades: "He allí una tendencia específica, crecientemente fuerte en
el grupo de disciplinas con las cuales tratamos, y esta tendencia reduce los
aspectos físicos de los procedim ientos al status de condiciones puras, ins
trum entos de entendim iento puros. Este es el énfasis en la autorreflexión, el
direccionamiento de nuestro entendim iento desde fuera hacia dentro. Esta
tendencia utiliza tantas objetivaciones de vida como posibles puntos de partida
H AN S ULRICH G uM BRECH T
I

para el entendim iento de la interioridad de la cual surge”.21 Dilthev menciona


dos fines ligeramente diferentes -aunque aparentemente inseparables- para el
“procedim iento” de la interpretación: primero (y obviamente) aquellas estruc
turas y formas intelectuales (o “espirituales”) que sólo se vuelven accesibles a
los sentidos hum anos a través de sus objetivaciones.22 Segundo, como punto
de referencia m ucho más difícil (¿o se debería decir “problemático”?), Dilthev
señala el concepto de Erlebnis (“vivencia”), por ejemplo aquellos encuentros
de la m ente hum ana con el m undo circundante que están en el origen de
todos los contenidos y formas “espirituales”.23
El program a de Dilthey de salvar la distancia entre las superficies
materiales de los objetos culturales y una esfera de Erleben original presenta
una promesa de inmediatez, de cercanía a la vida —un a promesa, parece, que
él siempre implicó como alcanzable pero la que, al mismo tiempo, pareció
reticente a describir explícitamente. A esta altura, es im portante enfatizar que
“experiencia vivida”, la traducción convencional al inglés para Erlebnis,* es

21 “D er A ufbau der geschichtlichen W elt in d en G eistesw issenschaften (1910), en W ilhelm


D ilthey, Texte z u r K ritik der historischen Vernunft, G ö ttin g e n , ed. d e H ans U lrich Lessing,
G ö ttin g e n , V an d en h o eck an d R uprecht, 1983, pp. 2 4 8 -5 6 (c ita e n p. 251): “A ber in der N a tu r
d e r W issenschaftsgruppe, ü b er die w ir h an d eln , liegt eine T en d en z, u n d sie entw ickelt sich in
d e re n F ortgan g im m er starker, durch welche die physische Seite d e r V orgänge in die blosse
R olle von B edigungen. von V erständnism itteln h e rab g ed rü ck t w ird . Es ist die R ic h tu n g a u f
d ie S elbstbesinnung, es ist d .. G ang des Verstehens von a u ß e n nach innen. D iese T endenz
v erw ert jede L e b e n säu ß eru n g für die Erfassung des In n e rn , aus d e r sie hervorgeht”. [“Pero en
la n atu raleza del g ru p o científico — sobre el que estam os tra ta n d o — se da u n a tendencia (que
en este proceso se desarrolla cada vez de form a más fuerte) a través d e la cual el lado p síqui
co del proceso q u ed a reducido al p u ro papel de ser c o n d ición del co n o cim ien to . Es el cam ino
del a u to ju icio , es el paso del e n te n d im ie n to de fuera hacia d e n tro . E sta ten d en cia valora caua
exteriorización d e la vida para la aprehensión de lo in tern o — d e d o n d e se desprende”].
22 Ibidem , p. 254: "der Rückgang a u f ein geistiges G ebilde,” y “ein g e iz ig er Z u sam m en h an g
[ ...] d e r in die S in n en w elt trift u n d d en w ir d u rc h d en R ückgang aus dieser v e re b b en ”. [“La
p é rd id a de u n a c o n stru cció n y "un co n tex to espiritual que se desliza en el m u n d o del sentido
— cosa q u e no so tro s e n te n d e rlo s co m o pérd id a del sentido”].
23 Ib id em , p. 249: D as N ächstgegebene sin d die Erlebnisse. D iese stehen n u n aber [ ...] in
einem Z u sam m en h an g , d er im ganzen Lebensverlauf inm itten aller V eiänderungen p erm anent
b e h arrt; a u f sein er G ru n d k lag e e n tsteh t das, was ich als den e rw o rb e n e n Z u s a m m e n h an g des
Sleenlebens frü h er beschrieben habe: er u m faß t unsere V orstellungen, W L ibestim m ungen u n d
Zw ecke, u n d er besteht als eine V erbindung dieser G lieder”. [*‘Lo q u e sigue son las experiencias.
Éstas, sin em bargo, se d a n en un contexto q u e — en el curso to ta l de la vida en m edio d e todos
los cam bios— se m a n tie n e p erm an en te; sobre su base se alza eso q u e yo a n te rio rm e n te he
descrito co m o co n tex to d e vida del alm a: abarca nu estra representación, las determ inaciones
d e los valores y de los fines, y se presenta com o un enlace d e estos co m p o n e n tes”].
* El co n cep to de Erlebnis es p ropio de la h e rm en éu tica filosófica del siglo x ix en A lem ania,
y en su desarrollo teórico posterior se h a vertido al español, a p a rtir fu n d a m e n ta lm e n te de la

88
LOS rO D ERES DE LA FILOLOGÍA

una expresión inadecuada, en la medida en que lo que sugiere es que lo que


está siendo “vivido” (aquí está el aspecto de inmediatez) se ha convertido ya
en una “experiencia”, es decir, algo interpretado y formulado en conceptos. El
lexicón del alemán, en contraste (y la terminología filosófica parece seguirlo
aquí), ubica Erlebnis entre el nivel de la “percepción” puramente física, por
un lado, y el de la “experiencia”, es decir, el resultado de una interpretación,
por el otro. Una Erlebnis, podría entonces uno decir, es un objeto de per
cepción sobre el cual se enfoca la conciencia sin aún haber hecho sentido
de él. Ahora, pienso que es ajustado decir que W ilhelm Dilthey tiene que
haber sentido un potencial fascinante de in-domesticación en esta noción de
Erlebnis (el mismo potencial que inspiró otras variantes de la contem poránea
Lebenspbilosophié) pero que, en lugar de desplegar ese potencial, prefirió
m antener la Erlebnis bajo control tanto conceptual como metodológico. La
Erlebnis original de un autor o de un poeta era el punto de partida al cual la
interpretación se suponía que debía (ser capaz de) retornar, y por ello no es
extraño que la escritura autobiográfica se convirtiese en el género de referencia
favorito para Dilthey y su escuela, así como que la forma biográfica fuera la
forma preferida de éstos para presentar los resultados de sus investigaciones.
El libro más famoso de Dilthey, Das Erlebnis und die Dichtung, publicado
en 1906, era por cierto una colección de ensayos biográficos sobre Lessing,
Goethe, Novalis y Hölderlin.
Es sabido que otro factor de im portante influencia sobre la apenas
emancipada Geisteswissenschaften vino del poeta Stefan George y del círculo
estrictamente organizado de sus discípulos.24 Debido a sus estilos, dramática
mente diferentes de autopresentación pública, sin embargo, los cuales term i
naron atrayendo tipos de intelectuales completamente diferentes, a m enudo
se pasa por alto el hecho de cuán cerca estaban la hermenéutica de Dilthey y
las posturas de la Georgekreis. Personalmente, pienso que los rituales alrededor
de la poesía y la cultura en general que inventaron George y su Kreis son una
versión más radical (o acaso, solo más consecuente) del culto a la Erlebnis de
Dilthey. George se preocupó acerca de la integral “totalidad” de la vivencia y

obra d e G adam er, co m o “vivencia”, siguiendo u n a sugerencia original d e O rte g a y G asset,


que hem os secundado tam b ién en esta traducción. Para u n am p lio desarrollo de la historia y
significado del té rm in o , véase G adam er, Verdad y método, op. cit., pp. 96 y ss. [N. d elT .]
24 E n u e la a b u n d a n te lite ra tu ra sobre el Georgekreis, véase el excelente ensayo de E rn st
O sterk am p , “ Friedrich G u n d o lf zw ischen K u n st u n d W issenschaft. Z u r Problem atik eines
G e rm a n iste n aus d e m G eorge-K reis”, en C h ris to p h K ö n ig y E b erh ard L ä m m e rt (eds.),
Literaturwissenschaft u n d Geistesgeschichte 1 9 1 0 -1 9 2 5 , F rankfurt am M ain, S uhrkam p, 1993,
pp. 1 7 7-198. Véase tam b ién R o b ert E. N o rto n , Secret Germany: Stefan George a n d H is Circle,
Ithaca, N .Y ., C o rn ell U niversity Press, 2002.

89
H a n s uim cH G u m b r ec h t

de la experiencia, incluyendo al cuerpo humano.25 Quiso “corporeizar a Dios”


y “divinizar el cuerpo”. Relaciones estrictamente jerárquicas y un compromiso
cuasi religioso de “servicio” bajo la guía de un líder carismático caracterizaron a
las estructuras internas de su círculo.26 Friedrich Gundolf, acaso el germanista
más adm irado en la década de los veinte, era discípulo de George, y para su
consternación (¡y la de George!) se notificó, durante sus primeros años como
profesor en la Universidad de Heidelberg, que él era menos talentoso como poe
ta, menos talentoso “para configurar la vida en forma artística”, que como
crítico. En las propias palabras de Gundolf: se dio cuenta de que su verdadera
fuerza era “la vivificación de lo que ya tiene una forma”.27 Esta intuición que
él gradualmente aprendió a aceptar - y que lo iría separando gradualmente
de George m ism o - fue la base de la famosa fórm ula de G undolf “Erlebnis als
M ethode”2S que se esparció rápidamente entre los críticos literarios de su tiem
po.2y Ahora bien, “la vivencia como método” es una idea que no corresponde
exactamente con la canonización, por parte de Dilthey, de la Erlebnis como
el último lugar de llegada de toda interpretación. La idea parece sugerir, en
cambio, que los objetos culturales deben ser traídos de nuevo a la vida durante
el proceso de su reapropiación. Esta idea normativa, sin embargo, no está tan
lejos de la insistencia en los procedimientos de provocación del pensamiento
por parte del análisis académico (más que en los resultados que éste arroja)
que hemos visto en “Wissenschaft als Beruf” de Max Weber.
;Y dónde estaba la Klassische Philologie mientras estos debates esta-

“-’ Véase ib idem , p. 178.


26Ib id em , p. 184.
2 Ibidem , p. 181: “ [G undolfs] Briefe an C urrius bezeugen einen schw eren R ollenkonflikt
in d en H eid elb erg A nfangsjahren 1912 u n d 1913, der a u f der im w issenschaftlichen A lltag
sich m eh r u n d m e h r b estätigenden E insicht g ründete, n ic h t die künstlerische G e sta ltu n g des
L ebendigen, sodern die w issenschaftlichen V erlebendigung des schon G estalteten bilde sein
eingentliches Talent: ‘H a ß gegen Bücher (die doch n u n einm al m ein M edium sein m üssen u n d
d eren V ivifizirung m ein bedeutendstes, m ir n ich t m eh r w ertvolles T alent ist) u n d Sehnsucht
n ach L ebendigen A nschauungen bei angerw achsener D enk b rille q u ä lt m ich’ [“Las cartas de
G ru n d o lt a C u rtió testim onian — en I^s años de inicio de H eildelberg (1912-1913)— u n fuerte
conflicto de papeles, a p a rtir del cual construye su p ropio talento en la cotidianidad científica,
n o la co nfiguración artificial de lo vivo, sino la vivificación científica de lo ya configurado:
‘C o n tra los lib ro ? (q u e deberían ser m i m éd iu m v cuya vivificación n o es precisam ente el m ejor
d e mis talentos) m e a to rm e n ta la añoranza de contraponerles (m ediante lentes de p ensam iento
m ás m aduros) ideas realm ente vivas’ ”].
28 Ibidem , p. 184.
29 U no d e los colegas y lectores de G u n d o lf para cuyo desarrollo im clectual esta frase se
co n v irtió p o r cierto en decisiva fue Leo Spitzer. Véase m i ensayo biográfico: Leo Spitzers Stil,
V eröffentlichungen des P etrarca-Instituts K öln, T ü b in g en , N arr, 2001.

90
L C : PODERES DE LA FILOLOGÍA

ban ocurriendo en las universidades alemanas? Com o en la mayoría de sus


disciplinas vecinas, podemos observar, desde las últimas décadas del siglo
xix, una coexistencia y, luego, una creciente tensión entre dos concepciones
fundam entalm ente diferentes de la profesión académica. Si bien nuevos m o
dos de pensar -co m o aquellos representados por W hilhelm Dilthey, Stefan
George, o Friedrich G u n d o lf- habían comenzado a emerger desde m ucho
antes de 1900, sólo fueron activamente asumidos, y vueltos contra posiciones
más tradicionales, bajo la presión de las dudas y la general inseguridad insti
tucional causada por la experiencia de la Guerra M undial.30 En este sentido,
la Wissenschaß als B eruf d t Max Weber -escrita en 1917- fue un docum ento
verdaderamente emblemático de su tiempo. Para 1a percepción pública de los
clásicos, sin embargo, Ulrich von W ilamowitz-Moellendoríf continuó siendo
el protagonista más visible, incluso luego de su retiro de la Universidad de
Berlín, y durante la década que precedió a su muerte en 1931. El prefacio a
la cuarta edición de su Reden und Vorträge, escrito en 1925, el día de la batalla
de Sedan (es decir, el de la decisiva victoria del ejército prusiano en la guerra
franco-prusiana de 1870), prueba que W ilamowitz vio decadencia sólo en
el m undo político y cultural que lo rodeaba, y no en su propia disciplina.
Tercamente, reiteró la dedicatoria original de este libro, hecho en 1890, a
sus profesores del Gymnasium de Schulpforta (cuyo otro estudiante famoso
había sido Friedrich Nietzsche). Renovó el juram ento que le había hecho a
Guillermo I, el prim er em perador alemán y, sobre todo, no vio necesidad
- n i en este prefacio ni en las publicaciones académicas que redactó en la
década de los años veinte- de reaccionar a ninguna de las concepciones in
novadoras que habían emergido entre tanto dentro de su disciplina, y de las
cuales la filosofía de la cultura de Nietzsche era sólo una.31 Pero no fue tanto
la esperanza de W ilam owitz de revivir a la juventud alemana a través de la

30 Véase M an fre d Landfester, “D ie N a u m b u rg e r T agung ‘D as Problem des K lassischen


u n d die A n tik e ’ (1 9 3 0 ). D e r K lassikbegriff W ern er Jaegers: seine V oraussetzung u n d seine
W irk u n g ”, en H e llm u t Flashar, Altertumswissenschaft in den 2 0 er Jahren. N eue Fragen u n d
Impulse, S tu ttg art, F. Steiner, 1995, pp. 11-40, la cita en p. 11: “D ieser B ruch w ar zw ar
geistig v o rb e re ite t seit d e r J a h ru n d ertw en d e , er w u rd e je d o c h erst u n te r d em E in d ru c k
d er m ilitärischen N iederlage D eu tsch lan d s im Ersten W eltkrieg u n d ihrer politischen u n d
gesellschaftlichen Folgen in der ‘W eim arer R epublik’ w irksam ”. [“Este corte estuvo en realidad
prep arad o e sp iritu a lm e n te en el cam bio de siglo, a u n q u e sus efectos se hicieron p rim ero
visibles co n la im presión de d e rro ta de la A lem ania en la P rim era G u erra M undial, y después
sus consecuencias políticas y sociales en la 'R ep ú b lica de W eim ar’ ”].
31 Acerca de la reacción d e W ilam o w itz respecto d e N ietzsche, véase U lrich K. G o ld sm ith .
“W ila m o w itz y la Georgekreis", en W illiam M . C alder, H e llm u t Flashar y T h e o d o r L inken
(eds.), W ila m o w itz nach 5 0 Jahren, D arm stad i W issenschaftliche Buchgesellschaft, 1985, p p .
5 8 3 -6 1 2 , esp. 5 9 5 -5 9 9 .

91
HANr U l r ic h Gu mb r ec h t
i

recepción de la antigua literatura griega lo que lo apartó de sus colegas más


jóvenes, pues esta esperanza también estaba, por cierto, viva en las nuevas
generaciones de filólogos clásicos. Lo que hizo a W ilainowitz aparecer como
un m onum ento de un pasado intelectual e institucional totalm ente remoto
fue su ausencia de cualquier duda o cuestionamiento acerca de la posibilidad
y confiabilidad de esta función educativa. Desde el ensayo que escribió acerca
de las tragedias griegas ( Trauerspiele) para su graduación en el Gymnasium
en Schulpforta en 1867,32 a través de los discursos famosos en todo el país
que pronunció para fin de año, o en el onomástico del Emperador alrededor
del cambio de siglo,33 hasta su continua producción académica durante los
años veinte, nunca cambió un credo muy elemental acerca de la utilidad de
su profesión: W ilamowitz creía que la experiencia estética está necesaria
m ente subordinada al aprendizaje ético; que la intuición acerca de la propia
obligación moral (Pflicht) era la orientación ética más im portante a adquirir;
que esa intuición acerca de la obligación moral llevaría en última instancia al
autogobierno (Selbstverwaltnng)iA y a una vida satisfactoria; y que no había
un m odo mejor de aprender estas lecciones que a través del estudio de las
antiguas culturas y literatura griegas.
En contraste con los principios que orientaron y estructuraron la vida
profesional de W ilamowitz (es difícil no asociarlos con alguno de aquellos
metales —hierro y acero- que fueron los más resaltados en la autorrepresen-
tación del Estado Prusiano), el modo como entendió e imaginó la cultura
griega antigua cambió considerablemente a lo largo de las décadas, lo cual es
bastante sorprendente. H abiendo comenzado con una visión que tom aba su
forma de los augustos valores y sobrias formas del clasicismo alemán, W ila
mowitz -b ajo la influencia creciente de los escritos de Herder—vino a desa
rrollar una pintura más colorida y menos homogénea de la cultura griega.35
Era esta imagen “romántica” de Grecia la que, en la generación académica
de los estudiantes de W ilamowitz durante los años veinte (y sobre todo en el
trabajo de su sucesor en Berlín, W erner Jaeger), se volvería nuevam ente más
clásica, es decir, menos diversa, más normativa y más orientada a la aplicación.
Significativamente, Jaeger no fue sólo el inmediato sucesor académico de Wila-

32 Véase p e r -ie m p lo Jo ach im W o h lleb en , “D er A b itu rien t ais K ritiker” , e n C alder, Fb.shar
y L in k en (eds.), W ilam ow itz nacb 5 0 Jahren, op. cit., p p . 3 -3 0 .
Véase p o r ejem plo Reden undVortrage, reim presión de la 4 a ed-, vol. 2, D u b lin / Z u rich ,
W eid m an n , 1967 (1 9 2 6 ), pp. 1-55.
34 Ib id em , p. viii.
i,;i E rn est V ogt, “W ilam o w itz u n d die A useinandersetzung seiner Schiiler m it ih m ”, en
C alder, Flashar y L in k en (eds.), W ilamowitz- nach 5 0 labren, op. cit., pp. 6 1 3 -6 3 1 , cita en p.
627.

92
LOS PODERES DE LA FILOLOGÍA

mowitz en Berlín, sino que en sus años de juventud también había ocupado
la cátedra que había sido de Nietzsche en la Universidad de Basilea. A unque
trató arduam ente (y según creo, muy exitosamente) de evitar toda tensión
y confrontación pública con su predecesor, W erner Jaeger vio un potencial
decisivo para la renovación disciplinaria de la Klassische Philologie en las obras
de Nietzsche, en la filosofía de Dilthey y en el estilo cultural del círculo de
George.36 El conectó este potencial, que describió com o una serie com pacta
y unificada de cuasiexistenciales “tensiones vividas por la cultura griega”,3
con la situación de crisis y miseria (Not) de la cultura alemana después de
1918, que él y sus colegas nunca cesaron de invocar. Esto permitió a Jaeger
desarrollar, alrededor de la noción programática depaideia, un impresionante
edificio de Clásicos, como pedagogía nacional. Refiriendo explícitamente a
los autores más canónicos de la literatura nacional alemana, Jaeger volvió a
enfatizar la creencia en una afinidad específica entre la cultura alemana y la
cultura griega antigua; identificó la esencia de la cultura griega antigua (y
también de la alemana) con una concepción metahistórica y normativa de la
vida humana; y sostuvo que la propagación y expansión de tal hum anism o
(paideia) era el destino final y glorioso de la hum anidad.
Aunque el mismo Werner Jaeger dejó Alemania en 1936 para conver
tirse en profesor de la Universidad de Chicago (y, en 1939, de H arvard), su
concepción de lo Clásico —convertido en una ideología académica soft—fu n
cionó notablem ente bien en la Alemania posterior a 1933.38 Esto ocurrió,
con seguridad, debido al propósito casi explícito - y en nuestra opinión,
especialmente im practicable- de transformar parte de la Klassische Philologie
en una National-Pädagogik. En cualquier caso, la iniciativa de Jaeger había
lanzado un nuevo e intenso debate acerca de la función de los clásicos —es
decir, un debate sobre asuntos cuyas respuestas la generación de W ilam owitz
aún había considerado obvias. La paideia había, además, vuelto a enfatizar
precisamente aquellos valores de la Bildung que no podríamos encontrar
en' las líneas principales de la reflexión de M ax Weber acerca de la m oderna
"Wissenschaft als Beruf”. Pero es únicamente en el trabajo de algunos es
tudiantes de Jaeger donde podemos descubrir una convergencia aceptable

36 Sobre Jaeger y el nuevo m o v im ien to intelectual q u e in auguró en Klassische Philologie,


véase sobre to d o el ya m e n c io n ad o ensayo d e Landfester, ‘‘D ie N a u m b u rg u e r T agung” , pero
tam b ién U vo H ölscher, “S tröm ungen der deutschen G räzistik in d ;n Zw anziger J a h re n ”,
am bos en Flashar y V ogt (eds.), Altertumswissenschaft in den 20erJahren..., op. cit., pp. 1 1 -4 0 ,
65-86; y V ogt, “W ilam o w itz” , art. cit.
37 Véase Landfester, “D ie N au m b u rg er T agung”, a rt. cit.. p. 17.
38 Ib id em , pp. 2 9 -4 0 , esp. p. 38.

93
, h »n s U l r i c h Gu m b r ec h t

—acaso, incluso, placentera - entre una creencia en el potencial pedagógico


de la cultura griega antigua y una visión más sobria de la esfera pública. En
este sentido, una metáfora autodescriptiva propuesta por Karl Reinhardt es
particularm ente interesante. Él vio a los clásicos como guías de sus estudiantes
y lectores “hacia puertas que nunca van a atravesar”.39

*** H abiendo pasado (demasiado rápido, lo admito) a través de algunos de


los escritos programáticos de Max Weber, Stefan George y Friedrich Gundolf,
Ulrich von W ilam owitz-M oellendorf y Werner Jaeger, nos confrontam os
ahora de nuevo con el desafío lanzado por Friedrich Nietzsche a toda obra
histórica, en otras palabras: regresamos a la prescripción de que cualquiera
que desee dar energía a su presente a partir de excursiones en su pasado, debe
no sólo ser capaz de recordar, sino que también debe estar dispuesto a olvidar.
Pero ¿qué es lo que debemos “mejor olvidar” cuando se trata de la historia
de la filología clásica y de su autodefinición como profesión? Los textos que
encuentro inútiles y a menudo vergonzosos, a lo largo de las décadas, son
aquellos programas ansiosos por “educar” generaciones enteras, sociedades y
naciones. Los discursos de W ilamowitz en el onomástico del Emperador, los
protocolos y rituales religiosos de George acerca de la cultura de Occidente,
la pedagogía de Jaeger para la Nación y la H um anidad, o los más recientes
Denkschriften que recomiendan a las Humanidades por ser “integradoras”
y “dialógicas” -to d o s estos escritos, ciertamente, no logran darme energía
ai^una. Lo mismo es cierto, debo admitirlo, para la invitación de Max Weber
a reconstruir las circunstancias históricas que, caso a caso, hicieron posible
los grandes logros culturales. Tal vez se trate simplemente de una confu
sión el suponer que podemos vender, justificar o glorificar nuestro trabajo
identificándolo por sus “funciones sociales”, esto es, ciertas funciones de las
cuales se supone que dependen la “felicidad” o, incluso, la “supervivencia”
de las sociedades. Pido perdón si no resisto a la tentación de decir esto de
nuevo, pero por ciertó todos sentimos que las sociedades contemporáneas
sobrevivirían con toda facilidad sin las “funciones” de nuestro trabajo (y sin

35 Karl R einhardt, Von Werken u n d Formen, 1948, citado e n H ölscher, “S trö m u n g en ” ,


a rt. cit., p. 82: “W er n u r b egeistert sein, w er aus d e n Q u ellen trin k en w ill, deer greife n ic h t
z u diesem B uch, in d em u m alles im er n u r herum geredet, alles U n m itte lb a re um geb ro ch en ,
im m e r von T üren gefhürt w ird, in die m an n ich t e in tritt. M it d e m U nterschied von anderen
B üchern höchstens, das d a ru m gew ust w ird ”. [“El q u e sólo q u ie ra im presionarse, el q u e sólo
q u iera b eb er d e las fuentes, n o lea este libro — libro en q u e se h abla de to d o esto, de lo roto
d e la d iscrim in ació n , de ese llegar h asta las puertas y n u n c a p o d e r pasar m ás adelante. La
diferencia está en q u e este libro hace to d o eso co nsciente”].

94
LOS PODERES DE U FILOLOGÍA

el sacrificio de las inversiones financieras que hacen posible este trabajo). Lo


más fuerte es la impresión de que en muchos de esos textos cuyas declaraciones
programáticas haríamos mejor en olvidar, hay una chispa (y a veces incluso
una llama) de entusiasmo —chispas y llamas de entusiasmo, sin embargo, que
apenas tienen conexión (si es que la tienen) con todas esas grandes declara
ciones programáticas.
Realmente no sé cómo decir esto sin sentirme, francamente, ridículo
-p ero después de medio siglo alemán de negar toda dignidad académica
al concepto de Erlebnis (el medio siglo que, por ejemplo, cubre más que la
totalidad de mi socialización profesional), es hora para las Hum anidades
de volver, precisamente, a ese concepto. Una de las razones por las que esta
vuelta me parece tan plausible es la imposibilidad de compatibilizar la noción
de Erlebnis con la esfera de lo colectivo o lo social. Podemos com unicar y
“com partir experiencia” como aquello que está ya interpretado y moldeado en
conceptos —pero la vivencia, como aquello que precede a tal interpretación,
debe quedar com o algo individual. Si alguien concuerda con la dirección
general de mi propuesta, ¿por qué entonces de ésta no se sigue sim plem ente
un volver atrás y reactivar el trabajo de W ilhelm Dilthey, quien, después de
todo, fue el único filósofo de renombre que dio al fenómeno y a la noción
de Erlebnis cierto prestigio intelectual?40
M i p unto de partida y de distinción está en que, para Dilthey, Er
lebnis fue siempre el telos de un proceso de “retraducción”, esto es, de una
“retraducción de objetivaciones de la vida a esa vitalidad espiritual de la cual
emergieron”.41 H em os visto también que Dilthey quiso que el p unto inicial
y final de esta “retraducción” fuese sobredeterminado por la dicotom ía “m a
terial vs. espiritual”. Desafortunadamente, no encuentro a ninguna de esas
premisas pertinentes para una descripción de nuestro trabajo: ciertam ente, no
damos ningún estatus privilegiado a la Erlebnis original de los grandes artistas,
autores o filósofos (al menos, ya no lo hacemos); y, con el correr de los años,
hemos aum entado nuestro interés en, y nuestra percepción para, los aspectos
materiales de la cultura y la comunicación. En lugar de ubicar el concepto
de “vivencia” en el lado objetivo de nuestro trabajo, debe ser relacionado con
nosotros (los “profesionales”) y con nuestros estudiantes (e ignoraré, p o r el
m om ento, la diferencia entre los estudiantes que buscan una profesión en
las H um anidades y los que no). D e nuevo, ia vivencia sería aquello que, en

40 La s ig u ie n te (y final) d iscu sió n so b re el c o n c e p to de Erlebnis está b a sa d a e n el


im p resio n an te su b cap ítu lo de H an s-G eo rg G adam er, “ D er Begriff des Erlebnisses”, e n W arheit
u n d M eth o d e.. op. cit., pp. 6 0 -6 6 .
41 Ib id em , p. 62.

95
, H íN S ULRICH C-I'MBRECHT

mi concepción, debería disipar la enseñanza en humanidades, y no aquello


que la interpretación en las humanidades debiera reconstruir y establecer.
D esarrollar el concepto de “vivencia” en esta posición significaría
que podem os com enzar a entender por qué, en los (acaso infrecuentes)
mejores casos, nuestra investigación y enseñanza son capaces de producir
efectos de Bildung individual. ¿Cómo puede esto ocurrir? Puede ocurrir al
enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestros estudiantes con objetos de una
com plejidad que desafía una fácil estructuración, conceptuaiización e inter
pretación -especialm ente si tal confrontación ocurre en condiciones en que
los plazos de tiem po no son un factor de presión. Esta fórmula: exponerse a
una alta com plejidad intelectual sin tener la necesidad inm ediata de reducir
esta com plejidad, está probablemente cerca de un nuevo —y dotado de m u
cha “aura”- concepto de Lectura, el cual es crecientemente usado hov por
los investigadores y estudiantes en Humanidades como una autorreferencia
positiva.42 Lectura aquí claramente no es sinónim o de desciframiento (como
era el caso en los buenos tiempos de la semiótica). En cambio, la palabra
parece referir a una a la vez alegre y dolorosa oscilación entre ganar v per
der orientación y control intelectual. Nuestra tarea pedagógica, creo, no
es tanto vivir tales oscilaciones en conjunto con nuestros estudiantes (esto
estaría demasiado cerca de los ideales psicoemancipatorios de fines de los
años sesenta; en las menos polémicas palabras del clasicista Karl Reinhardt,
nosotros no atravesamos esas puertas junto a nuestros estudiantes). En lugar
de ello, debemos identificar y preparar objetos de estudio de tal compleji
dad y luego, al menos parcialmente, escenificar los encuentros de nuestros
estudiantes con ellos. Preparar demasiado tales interacciones o “com partir
demasiada experiencia” con nuestros estudiantes, implica el riesgo de volverse
lo opuesto de un profesional -debido a que implica tam bién la tentación,
para nuestros estudiantes, de simplemente seguir a sus profesores, en lugar de
vivir este desafío individualm ente. La filología, en el sentido más tradicional
de la palabra, por cierto, puede ser un instrum ento m uy eficiente dentro de
la producción de complejidad que se requiere aquí. Pues cuanto mavor es la
calidad filológica de una edición, podríamos decir que más desorientadora,
desafiante y com pleja se volverá la lectura (y la Lectura) inform ada por ese
trabajo filológico.

4~ Este fue el p u n to cen tral de convergencia de la x x S tanford Presidential Lectures in the


H u m a n itie s a n d A rts, en la cual, en tre m arzo d e 1988 v abril del 2 0 0 0 , artistas y académ icos
d e ren o m b re m u n d ia l h a n desai rollado sus visiones acerca del fu tu ro c - las H u m a n id a d es v
las artes en la ed u cació n superior.

90
LOS PODERES DE LA FILOLOGIA

Aunque decirlo pueda sonar a mal gusto intelectual en nuestra época,


tengo la impresión de que la concepción no diltheyana de Erlebnis com o
complejidad difícil de domesticar (y a veces, incluso, m antenida artificial
mente), se liga bien con la asociación hecha por George Simmel entre viven
cia y "aventura”.43 Además de ello, estoy de acuerdo con Gadamer cuando
subraya aún otra afinidad, esto es, la afinidad entre vivencia en general y la
dimensión de lo “estético”.44 Esto significaría que cualquier trabajo académi
co que cumpla con la fórm ula de ser una confrontación con la complejidad
en una situación de baja presión respecto de plazos temporales - u n trabajo
académico en todas sus diferentes dimensiones, ya sea como aprendizaje,
enseñanza e investigación; incluso un trabajo académico diferente del que
refiere o se inclina hacia la experiencia estética, tal como la investigación en
física teórica y tal como el pensar (“filológicamente”, por ejemplo) sobre un
fragmento presocrático—, estaría cerca de la experiencia estética. Pero, una
vez más, es preciso insistir en dos diferencias. Primero, me atrevo a no estar
com pletam ente de acuerdo con las razones que da Gadamer para la afinidad
general entre vivencia y experiencia estética. Por un lado, la observación de
que tanto la vivencia com o la experiencia estética nos separan (herausreißen)
de la “continuidad de la vida”, es obvio y obviamente im portante. Por otro
lado, la segunda razón de Gadamer para la cercanía postulada entre vivencia
y experiencia estética, se apoya en la impresión de que ambas se relacionan
con la totalidad de la vida, en lugar de con objetos específicos de referencia.45
Yo preferiría asumir que tanto con el concepto de vivencia como con el de
experiencia estética nos referimos a situaciones que extraen - o a! menos,
hacen visible—un exceso de deseo “no funcional izado”.46
U na segunda objeción potencial puede venir de Karl Heinz Bohrer,
quien ha argumentado recientemente - y para mí, muy poco convincente
m ente— que existe una fundam ental inconm ensurabilidad entre lo que él
llama “negatividad” de la experiencia estética, y la Universidad (al menos, la

43 Sim m el c itad o p o r G ad am er, W arheit u n d M e th o d e ..., op. cit., p. 65.


44 G adam er, W arheit u n d M e th o d e ..., op. cit., p. 66: “A m E nde unserer begrifflichen
A nalyse von ‘Erlebnis’ w ird d a m it d eutlich, w elche A ffinität zw ischen der S truktur von E rlebnis
ü b e rh a u p t u n d d e r Seinsart des Ä sth etisch en b esteh t. D as ästhetische E rlebnis ist n ic h t n u r
eine A rt von E rleb n is n e b en a n d eren , s o n d ern re p rä sen tiert die W esensart von E rlebnis
ü b e rh a u p t”. [“Al final de n u estro análisis c o n ce p tu a l d e ía ‘experiencia’ se hará claro cuái es
la a finid ad e n tre la e stru ctu ra y la experiencia en general — sobre lo cual se funda el ser d e lo
estético. La experiencia estética n o es sólo u n a clase d e experiencia ju n to a otra, sino aquello
q u e representa es la esencia d e la experiencia c o m o tal”].
4’ Ibidem , p. 66.
40 Este sería el “p o d e r” im p lícito en todas las prácticas filológicas fundam entales.

97
H a ms U l r ic h Gu mb r ec h t

Universidad del Estado, como institución) que, después de todo, se supone


que produce v profesa la verdad.47 En lo que respecta a la pregunta más es
pecífica del mismo Bohrer, la pregunta acerca de la experiencia estética y la
Universidad, estoy de acuerdo en que la Universidad no puede, ciertamente,
“profesar” la experiencia estética (¿qué significaría tal cosa, después de todo?),
ni puede convertirla en un ítem específico de su currículo. Todo lo que la
Universidad (y cualquier otra institución) puede hacer, es proveer un marco
de condiciones que hagan posible que la experiencia estética ocurra.
Lo mismo se aplica a la vivencia - y a la Bildung corno su posible
efecto. No hay garantía para un estudiante de que ningún poema, ningún
tratado filosófico, ninguna ecuación lo lleve jamás a esa situación desafiante
(a esa “puerta de la lectura”, según Kart Reinhardt). El costo de la carrera
debe ser el pago (al menos en parte) para obtener la posibilidad de la Bildung,
pero no puede com prar la vivencia ni la Bildung en sí misma. Y la condición
de posibilidad para que ocurran la videncia y la Bildung es el tiempo; más
precisamente: el privilegio de que a uno se le perm ita exponerse a un desafío
intelectual sin la obligación de tener que dar una reacción ni una “solución”
rápida. Naturalm ente, sin instituciones específicas y sin esfuerzos individua
les específicos, tal “exceso de tiempo” no estará nunca a nuestra disposición.
Necesitamos instituciones de Aprendizaje para producir y proteger el tiempo
excesivo contra las temporalidades mucho más dem andantes del día a día. En
este nuevo sentido, no es sólo plausible creer que la “Filología clásica como
profesión está desubicada”, como una vez dijo Nietzsche. D ando un signi
ficado sólo ligeramente diferente a, las mismas palabras, uno podría querer
argum entar que la institución académica no se trata de otra cosa que de ese
estar fuera de tiempo. Me doy cuenta de que la idea nos causa remor, pero
no pienso que sea ni que deba ser percibida como tan atemorizante.

47 B ohrer dijo esto en su S tanford Presidential L ecture d e noviem bre de 1998.

98
ÍN DICE ANALÍTICO

Alfonso X (rey de Castilla), 56, 58 conformado por el papel de editor,


Alighieri, Dante, comentarios sobre la 43; producido por el lector, 43-4S;
Commedia de, 58, 59 productivo de diferentes clases de
Arnold, Matthew, 14, 67, 68 lectura y diferentes comunidades
Auerbach, Erich, 13, 14 de lectores, 48-49. Véase también
Aufbau der geschichtlichen Welt in den Autor, imágenes
Geisteswissenschaften, Der (Dilthey): Autor-sujeto: Véase Autor, papeles
87
Autor: deseo de corporeizar, a través de Bann, Stephen, 18, 32
la edición, 19; hipótesis del editor Benjamin, Walter, 21, 22, 24, 25; y
acerca de la intención del, 26, 38, concepto de aura, y}n; One-Way
42-43, 54; intención del, 26, 38, Street Einbahnstraße, 21, 2in
39. 55 Bildung, humanística, 82-84; declina
Autor, concepto de: Véase Autor, ción de la; como efecto posible de
papeles la vivencia, 98; Producida por la
Autor, imágenes: complej izadas por el enseñanza y la investigación, 96;
conocimiento histórico, 42; como renovada demanda de, 62; valores
proyecciones que guían la lectura, de, 80, 93. Véase también Erlebnis
43. Véase también Autor, papeles Bloom, Harold, 72
Autor, proyeccior.es: Véase Autor, Bohrer, Karl Heinz, 97
imágenes. Bourdieu, Pierre, 73
Autor, papeles, 39; peligro de la
identificación del editor con, 46; Cantar de mío Cid, El, 37, 67
y de Man, 47; historización de Censura, fragmentación de textos a
Foucault, 30; y género, 51,52; e través de la, 26
interpretación, 54; y New Phi- Castillo de Heidelberg: 21 v 22, 24 v 25
lohgy, 80; no requerido por los Clásicas (disciplina académica):
comentarios, 59; producido y historia de la, 16, 67; y la filología,

99
Ha n s U l r ic h G u mb r ec h t

i 6; como profesión, 82-98; Véase históricos, 51; e identificación con


también Filología clásica los papeles de autor y lector, 46,
Comentario: estética del, 56; anoni 47, 48; y cultura nacional, 51;
mato del, 59; como práctica de la y New Pbilology, 49, 50; aproxi
filología, 1 5, 16; y canonización, mación pluralista a, 49; formas
59; reaparición contemporánea del, pragmáticas e inmanentistas de, 39,
62-64; sobre la Commedia de Dan 40; como productiva de los sujetos
te, 58; y deconstrucción, 61, 62; y de autor y lector, 43, 44; como
deseo de presencia, 19; y medios producción de significado, 41; uso
electrónicos, 63; e interpretación, de los papeles de editor y autor en
54; legal, 60; como mediación la, 38, 39,43. Véase también Autor;
entre diferentes contextos cultu imágenes de autor; papeles de
rales, 53; ritmo del, 57; principio autor; papeles de lector
estructural del, 56; topología.del, Editor, papeles: y papeles de autor y
53; vaguedad del, 54 lector, 43; constitución del. 39-41,
Commedia (Dante), comentarios sobre, 43; específica de género, 51, 52; y
58 New Philology, 49, 50; visibilidad
Crisis de la representación, 23, 25 del, 40 y 41. Véase también Autor;
Curtius, Ernst Robert, 13 imágenes de autor; papeles de
autor; papeles de lector
Deconstrucción: y comentario, 61-63; Einbahnstraße. Véase One-Way Street;
efecto de la, sobre las disciplinas Benjamin, Walter
literarias en los Estados Unidos, Enseñanza: función de los clásicos en,
69, 70 93; presupuesta por prácticas bási
De Man, Paul: sobre la lectura grama cas de la filología, 15 y 16; y pro
tical, 45; técnica de lectura de, 47; ducción de complejidad, 96; éxito,
sobre la “resistencia a la teoría”, 40, 19; de vivencia por, 96; visiones de
46, 48; y lectura teórica, 39, 40 Weber sobre, 84-87. Véase tam
Derrida, Jacques: crítica de Husserl bién Bildung, Clásicos (disciplinas
por, 6in; y deconstrucción, 61, académicas; Erlebnis; Humanidades
62, 69 ¿ (disciplinas académicas; Filología
de Sanctis, Francesco, 67 clásica; Weber, Max
Dilthey, Wilhelm: Der Aufbau der Erlebnis (vivencia): concepción de Dil
geschichtlichen Welt iñ den Geistes- they de, 88, 89, 95; concepción no
wis-senschaften, S7; y concepto diltheyana de, 91-96, 98; Erlebnis
de Erlebnis, 88-90, 95, 96; como und die Dichtung, 89
Erlebnis und die Dichtung, 89; y Escuela de Frankfurt, 70
'Cerner Jaeger; programa para las Experiencia estética: y trabajo acadé
Humanidades de, 92 , mico, 97, 98; afinidad de, con con
ciencia intensa de la imaginación y
Edición: orientada al autor, 43; como el cuerpo, 31; y aprendizaje ético,
práctic?. básica de la filología, 15, 92; y filología, 19, 20
16; y género, 51, J2;yperiodos

100

' 1- - - - : ~~
L o s PODEKES DE LA FILOLOGÍA

Filología: y experiencia estética, 19, 20; Gadamer, Hans-Georg: sobre cautela


concepción de pluralidad en, 48, acerca Je la imaginación, 32, 33;
49; definiciones de, 13, 14; asocia Erlebnis, 95; uso de klassisch por, 72
ción de De Man con, 42, 43; fas García Lorca, Federico, 51
cinación con los fragmentos en la, George, Stefan: influencia de, sobre las
25; v í . hermenéutica, 15; funciones humanidades en Alemania, 82, 90,
normativas de la, 66, 67; poderes 9 i;y Werner Jaeger, 92; proximi
de la, 16-20; prácticas de la, 15, 41, dad de, a la idea de Dilthey, yo;
53; y producción de complejidad, escritos de, 94
96; producción del papel de editor Greenblatt, Stephen, 76
por la, 43; reconformación de la, a Gundolf, Friedrich: y Stefan George,
comienzos del siglo xix en Europa, 90; y “Erlebnis als Methode”, 90;
62, 65, 66, 68; escuelas de la, 39; escritos de, 94
especificidad de la lectura en, 45,
46; estilos de la, 50, 51; uso de la Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, 75, 77
imaginación y autocontrol en la, Heidegger, Martin: sobre la muerte y la
34; usos de, 15, 16. Véase también vida después de la muerte, 74-77;
Comentario; Fragmentos; Edición; y lo “a-la-mano”, 30-71; y la reno
Historización; Enseñanza vación de la preocupación filosófica
Filología clásica: Werner Jaeger y la respecto a la presencia, 24. Véase
renovación de la, 92, 93; como también Revolución conservadora
profesión, 82; situación de la, a Herder, Johann Gottfried, 92
comienzos del siglo X X , 87-93; Hermenéutica: Dilthey y el círculo
intemporalidad de la, 83, 98. de George, 89; inscripción de las
Véase también Clásicas (disciplina Humanidades dentro del paradig
académica) ma de, 20; vs. filología, 15. Véase
Filología hispánica, 37-39, 51, 67 también Interpretación
Filología románica, Historización: como complejización,
Foucault, Michel: sobre el concepto de 73; correlación de, con sentimien
historización del autor, 43; histo tos de derrota nacional, 66, 67; en
riografía de, y disciplinas literarias la disciplina de los clásicos, 67, 68;
en los Estados Unidos, 69; el poder y el concepto gadameriano de
tal como lo concibe, 17 klassisch, 72; en las filologías na
Fragmentos: y la exterioridad del texto, cionales de Inglaterra y los Estados
26; fascinación con, 24-25; identi Unidos, 68-70; como precondición
ficación de, como práctica básica de para las prácticas básicas de la filo
la filología, 15, 16; e imaginación, logía, 15, 16; precondiciones de la,
25, 28, 32, 33; apetito oral como 71 y 72; reiaüón de, con la muene
modelo de apropiación de (Bann), y la vida después de la muerte,
32; como productores del deseo 74-77; y sacralizaCión de los objetos
de posesión y presencia real, 18; del pasado, 19, 73, 74. Véase tam
tipología de, 26 bién New Historicism; New Literary
Freistudentische Bund, 84, 8; History; Escuela de Frankfurt.

101
Ha n s Ul r ic h Gu mb r ec h t

Humanidades (como disciplina aca Jaeger, Werner: sobre la filología


démica): énfasis de Dilthey sobre clásica, 82, 92, 93; y el concepto de
la interpretación dentro de las, paideia, 93; escritos de, 94
87, 88; evaluación de las, 79-81;
influencia del círculo de Stefan Kant, Immanuel: Kritik der Urteils-
George sobre, 89, 90; límites de kraft, 31
las, 20; reacciones a la deconstruc Klassisch. Véase Historización, y con
ción dentro de, 61; y el retorno cepto gadameriano de klassisch
al concepto de Erlebnis, 94-98; la Klassische Philologie. Véase Filología
visión de Max Weber de las, 83-87; clásica.
voluntad de hacer más complejo Kojéve, Alexyre, 77
como característica de las, 73 Koselleck, Reinhart, 74
Humphreys, Sally, 41 Kritik der Urteibkrafi (Kant), 31
I íusserl, Edmund: y el concepto de
LebensweLt, 76n; crítica de Derrida Lacan, Jacques: y la “voracidad del ojo
de, 61; idea de “objetos temporales humano”, 31, 32
en sentido propio1', 2211, 71 Lachmann, Karl, 50
Lectores: comunidades de, 48, 49;
Imaginación: efecto intensificador de necesidades de, imposibilidad de
los objetos materiales sobre, 27, anticipar, 53, 54, 58
29-32; exclusión de, de los métodos Lectura: y deconstrucción, 69; gramáti
académicos, 32, 33; y fragmentos, ca, 45, 46; literaria, 46, 66; New Cri
25; importancia de la, en la edi ticism y, 69; como oscilación entre
ción, 17; en la práctica filológica de perder y recuperar el control intelec
Menéndez Pidal, 38, 39; del lector, tual, 72n, 96; pedagogía de, 66; filo-
41; discusión de Sartre sobre la, 27 ’ lógica, 45, 4?; teórica, 3 5, 40; uso
30; espontaneidad de, 33, 34 de las imágenes de autor en, 40, 41
Interpretación: comentario como L 'Imaginairé(Sartre), 27-29, 33
secundario respectóle Ja, 53; como Loica, Federico García: Véase García
*•*
ejercicio central de las Humáni- ' .Lorcaj Federico
dades, 87-89; carácter finito de Luhmann, Niklas, 75
ia, 54; descripciones de Gadamer .Lyo.tafd, Jean-Francjois, 31
de la, 32, 33; como identificación
de un significado dado,-'83; como MacIntyrevAlisdair, 49
comentario iegal, 60; como práctica Marxismo: decadencia del, 74; Escuela
textual informada por la hermenéu de Frankfurt y, 70
tica, 15 Mead, George Herbert: sobre imagina
Iser, Wolfgang: sobre el concepto de tio n y objetos materiales, 30-32
“lector implícito”, 44; sobre la Menéndez Pidal, Ramón: práctica de
espontaneidad de la imaginación, edición, 38, 39, 46; influencia de,
33. 34 sobre la filología nacional española,
37, 51, 66; ceguera temporal de, 38
Most, Glenn, 16

102
L O S P O DERES DE LA FILOLOGÍA

Nachdicbten. Véase Nacbdichtung Reden und Vortrage (Wilamowitz), 91


Nachdichtung, 41, 48, 51 Reinhardt, Karl, 94, 96, 98
Nancy, Jean-Luc, 24, 27 Representación, 23, 24, Véase también
Neuphilologien, 65-67 Crisis de la representación
New Criticism, 14, 15, 69 Representación, crisis de la: Véase Crisis
New Historicism, 70, 76 de la representación
New Literary History, 69 Revolución conservadora, 24
A/tw Philology, 49, 50 Richards, I. A., 14
Nietzsche, Friedrich, 76; y Werner
Jaeger, 92; filosofía de la cultura de, Sartre, Jean-Paul, 27, 28, 33
90; e ¡ntempotalidad de la filología Schwab, Alexander, 84
clásica, 82, 83, 98 Ser, concepto de en Heidegger, 24
Siete Partidas, Las, 56, 58
One-Way Street (Benjamín), 21, ?2 Simmel, Georg, 97
Singleton, Charles, 14
Papel de lector: complejificación del, Spitzer, Leo, 13, 14, 90n
44; peligro de la identificación con Sujeto editor. Véase papeles de editor
el, 46; posibilidad del, en la prácti Sujeto lector. Véase papeles de lector
ca de De Man, 46; como produci
do por el papel de editor, 43; como Vattimo, Gianni: sobre “pensamiento
producido por la lectura, 44, 45 débil”, 50, 03
Philosophy o f the Present, The (Mead), Vivencia. Véase Erlebnis
30-32
Platón, 15 Wahrheit und Methode (Gadamer), 32,
Poder: definición de, 17, 18; y filolo 33, 95m 96, 97
gía. 18, 19, 97 Weber, Max: sobre los procedimientos
Pragmática textual, 39, 40 de la academia; “Wissenschaft als
Presencia: relación contemporánea con Beruf”, 82-87, 93>94
la, 24, 25; deseo de, generado por Wilamowitz-Moellendorff, Ulrich von,
las prácticas filológicas, 18, 19; del 82, 91-93; Reden und Vorträge, 91
pasado histórico, 75-77; material, Wilhelm I (rey de Prusia, emperador
como intensificadora de la imagina de Alemania), 91
ción, 30-32; material, de los textos, “Wissenschaft als Beruf” (Weber),
27; producida por los rituales .. 82-87; como documento emble
medievales cristianos, 23 mático, 90, 91; insistencia sobre los
procedimientos de análisis acadé
Querelle des Anciens et des Modernes, 68 mico en, 90

103

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