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¿Qué es la Psicología Positiva?

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“Esta nueva rama de la psicología se ocupa principalmente del estudio científico de las
fuerzas y la felicidad del ser humano… se ocupa de identificar los factores que
fomentan el bienestar” (Carr, 2007). Este autor hace énfasis en que la psicología
positiva se basa en hechos científicos, no en opiniones ni supuestos, como muchísimos
libros de autoayuda.

De acuerdo con Gable y Haidt (2005), “la Psicología Positiva es el estudio de las
condiciones y los procesos que contribuyen al florecimiento o funcionamiento óptimo
de las personas, los grupos y las instituciones. Y definida de esta manera, tiene una
larga historia, comenzando con los escritos de William James sobre mentalidad
saludable, en 1902, pasando por el interés de Allport en las características de la
persona positiva en 1958, la defensa de Maslow del estudio de las personas saludables
en lugar de las enfermas, en 1968, hasta las investigaciones de Cowan sobre resiliencia
en niños y adolescentes, en el 2000”.

Así mismo, Seligman, en su libro La auténtica felicidad, plantea que la psicología


positiva se basa en tres pilares: el estudio de las emociones positivas, el estudio de los
rasgos positivos y el estudio de las instituciones positivas.

Dice Seligman que la psicología positiva se origina en el intento por superar la difícil
barrera del 65% de éxito que tienen todas las psicoterapias y que las técnicas que
surgen de su investigación, tienen como función apoyar y complementar las ya
existentes (Vera, 2006). Es importante enfatizar en los términos: “complementar y
apoyar”, ya que no se trata de olvidarnos de los logros alcanzados por la psicología a lo
largo de su historia, sino de tener una visión más completa e integradora de cómo los
seres humanos podemos sentir que vivimos una vida más plena.

Emociones Positivas

Para Seligman, las emociones positivas se dividen en 3 grupos: las relacionadas con el
pasado, las que tienen que ver con el futuro y las vinculadas al presente. Según este
psicólogo estadounidense, estos tres aspectos son diferentes y no se encuentran ligados,
necesariamente. Por ejemplo, una persona puede sentirse optimista respecto al futuro sin
estar satisfecho con su pasado. Revisaremos estos aspectos con más detalle en el
apartado de “La felicidad”.
De acuerdo con Barbara Fredrickson (2001), profesora de la Universidad de Michigan,
las emociones positivas, al igual que las negativas, tienen un valor adaptativo y ambas
se complementan, ya que, mientras las últimas nos ayudan a solucionar problemas de
superviviencia inmediata, las primeras nos permiten lograr un mayor desarrollo como
personas y relacionarnos en forma efectiva con quienes nos rodean, es decir, las
emociones positivas contribuyen a que nuestra convivencia con otros seres humanos sea
lo más satisfactoria posible. Según la teoría de ampliación y construcción de emociones
positivas, (Broaden and Build theory of positive emotions) propuesta por Fredrickson en
1998, las experiencias de emociones positivas amplían los repertorios momentáneos de
pensamiento y acción; esta ampliación, a su vez, contribuye a que la persona desarrolle
recursos físicos, intelectuales, psicológicos y sociales más duraderos que podrán ser
utilizados en futuros momentos de crisis o conflictos. Y estos recursos personales
contribuirán a crear espirales positivas de emoción, cognición y acción, haciendo que
aumenten las posibilidades de crecimiento y transformación personal (Carr, 2007;
Vecina, 2006). Por ejemplo, como menciona Carr, la alegría genera el impulso de jugar
y de crear, de una forma social e intelectual o artística, lo que puede fortalecer las redes
sociales de apoyo y la solución creativa de problemas cotidianos, contribuyendo al
desarrollo y transformación de la persona, lo que a su vez, genera más emociones
positivas.

Existen numerosos estudios que demuestran que la afectividad positiva mejora la forma
de pensar. Uno de ellos es el realizado por la psicóloga Alice Isen, citada por Stefan
Klein en su libro The Science of Happiness. Isen reunió a un grupo de médicos y regaló
pequeños caramelos a algunos de ellos; posteriormente les solicitó realizar el
diagnóstico de una persona que relató diferentes síntomas. La tarea fue claramente más
fácil y resuelta de un modo más creativo por quienes recibieron el pequeño regalo. Tal
como explica Klein, lo que suscitó el estado positivo al recibir los caramelos fue que
era una sorpresa y no el regalo en sí. Esta pequeña atención tuvo un gran efecto en los
participantes: todos dijeron que su ánimo había mejorado inmediatamente.

Además de recibir un regalo inesperado, tal como lo demuestran Westermann y otros,


citados por Alan Carr, existen diversos métodos para inducir estados de ánimo
positivos: ver una película o leer algo que genere entusiasmo, leer afirmaciones
positivas sobre sí mismos, recordar un evento agradable, obtener retroalimentación
positiva, escuchar música e interactuar con una persona en estado alegre. Lo que se ha
comprobado también, es que estos estados de ánimo inducidos generan pensamientos y
conductas más creativas y flexibles, y que las personas presentan mayor expansión de la
atención y, al mismo tiempo, estas condiciones generan emociones positivas,
demostrando que ambas variables se refuerzan mutuamente. De aquí se desprende que,
tanto maestros como padres, debiéramos procurar que las situaciones de aprendizaje
estén ligadas a estados emocionales positivos, con el fin de facilitar la adquisición y
aplicación de los nuevos conocimientos.

Otra área de investigación en relación a la felicidad y emociones positivas es la salud.


En promedio, las personas felices viven más tiempo, lo que podría explicarse por el
mejor funcionamiento de su sistema inmunológico.

Es ya muy conocido el estudio realizado por Danner, Snowdon y Friesen (Fredrickson,


2003), quienes analizaron los escritos autobiográficos de un grupo de monjas,
redactados en 1932 antes de ingresar al convento y los relacionaron con su estado de
salud actual y longevidad. En este estudio se destaca el por qué posee excelentes
condiciones de control experimental; los autores deducen que, dadas las condiciones
homogéneas en las que transcurrió la vida de las monjas, la única variable a la que se
pueden atribuir las diferencias en sus estados de salud y años de vida, es a la cantidad de
emociones positivas que refieren cada una en sus relatos. Las monjas que expresaban
emociones como alegría, anhelo y felicidad vivían en promedio, diez años más y
gozaban de mejor salud que aquellas que no expresaban emociones. Además, sólo el
34% de las monjas que no expresaron emociones positivas, seguía viva a los 85 años, a
diferencia del 90% del grupo “más feliz”. Las emociones positivas, además, aumentan
la tolerancia al dolor (Weisenberg y otros en Carr, 2007), lo que podríamos sugerir,
también contribuye a una mejor calidad de vida.

En otro estudio, Fredrickson, muestra cómo el sistema cardiovascular de sujetos


sometidos a una situación que les ocasiona ansiedad y que son luego expuestos a
circunstancias que les provocan emociones positivas, vuelve más rápidamente a su
estado previo. La autora concluye que: las emociones positivas tienen la capacidad de
contrarrestar el efecto de las emociones negativas, algo que la mayoría hemos
comprobado personalmente, especialmente, quienes convivimos con niños y vemos lo
fácil que suele ser hacerlos reír, incluso cuando aún no han terminado de llorar.

Por otro lado, diversos estudios mencionados por Remor, Amorós y Carrobles (2006),
destacan la importancia de expresar adecuadamente la ira y cómo la inhibición en su
expresión es un factor importante en la predisposición a sufrir diferentes trastornos. Se
ha comprobado que la expresión inadecuada de esta emoción aumenta la activación
fisiológica y que esta activación, mantenida en el tiempo, tiene relación con trastornos
psicofisiológicos y dificultades en el sistema inmunitario.

Las emociones positivas tienen gran importancia, también, en relación a cómo


enfrentamos y resolvemos las situaciones difíciles y/o traumáticas. Por extraño e
inadecuado que pudiera parecer, se ha visto que inclusive frente a sucesos
tremendamente difíciles, algunas personas experimentan emociones positivas. Por
ejemplo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, muchas
personas dijeron haberse sentido agradecidos por estar vivos y porque sus seres
queridos estaban a salvo y, como muchas encuestas demostraron, la mayoría refirió
demostrar más afecto hacia sus familiares, haciendo que sus relaciones se fortalecieran;
estas personas presentaban menos síntomas de depresión y más optimismo y
satisfacción con la vida (Fredrickson, 2003). Sin embargo, no debemos cometer el error
de ver a las emociones positivas como distractores de lo que está sucediendo; tal como
demuestran diversas investigaciones, son más bien elementos activos en la manera de
afrontar los problemas: como lo mencionamos antes, las emociones positivas revierten
los efectos fisiológicos de las emociones negativas y amplían los pensamientos y
acciones de las personas, lo que las lleva a encontrar más y mejores soluciones y a
sentirse mejor después de la crisis, ya que, como señala la teoría de ampliación y
construcción de emociones positivas, antes descrita, las personas desarrollan recursos
que se vuelven permanentes. Esta teoría sugiere que una de las características que se
desarrolla como producto de experimentar emociones positivas en forma recurrente es
la resiliencia, la capacidad de sobreponerse a experiencias negativas y a adaptarse a los
continuos cambios que conlleva la vida diaria y sobre la que ahondaremos más adelante.
Podemos concluir entonces, que si queremos vivir más y en mejores condiciones, tan
importante como realizar ejercicio físico y llevar una dieta balanceada, es cultivar una
actitud ante la vida donde las emociones positivas tengan un gran espacio y considerar
que tampoco se trata de sacar las emociones negativas de nuestras vidas, ya que, además
de imposible, nos quedaríamos sin el motor fundamental que nos lleva al cambio
necesario para ser mejores y más felices.

Referencias

Carr, A. (2007) Psicología Positiva. España: Ediciones Paidós Ibérica.

Fredrickson, B. (2001). The role of positive emotions in positive psychology. American


Psychologist, 56, 218-226.

Fredrickson, B. y Cols. (2003). What good are positive emotions un crises? A


prospective study of resilience and emotions following the terrorist attacks on the
United States on sep. 11th, 2001. Journal of Personality and Social Psychology, 84,
365-376.

Gable, S.L. y Haidt, J. (2005). What (and why) Positive psychology? Review of General
Psychology, 9, 103-110.

Remor, E., Amorós, M. y Carrobles, J. A. (2006). El optimismo y la experiencia de ira


en relación con el malestar físico. Anales de Psicología, 22, 37-44.

Vecina, M. L. (2006).Emociones positivas. Papeles del Psicólogo, 27, 9-17.


http://www.cop.es/papeles.

Vera, B. (2006). Psicología positiva: una nueva forma de entender la


psicología. Papeles del Psicólogo, 27, 3-8.

Autor:

Liselott Sepúlveda

Aguilar, G.G. & Oblitas, L.A. (2014). Psicología del Bienestar y la Felicidad Volumen
1. Bogotá: Biblomedia Editores.

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