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Cada vez que un crimen atroz rebasa los límites de la sensibilidad colectiva
en el país, atendiendo al nivel de difusión pública del suceso, la catarsis
natural de la gente es dejarse seducir por la pena de muerte, apelando a la
necesidad de reformular la normativa que impide exterminar de la faz de la
tierra al ofensor. A ello contribuye la creación comunicacional de estereotipos
de diversa índole que terminan fijando en el imaginario colectivo la imagen
del presunto criminal como una “no persona” o un “enemigo” que debe ser
extirpado del cuerpo social –cual si fuera un cáncer maligno– para restablecer
la armonía perdida y devolver la paz a la comunidad.