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La parte objetiva del tipo abarca el aspecto externo de la conducta. Sólo en determinados
tipos, los llamados “delitos de resultados”, se exige además un efecto separado de la
conducta y posterior a ella.
La parte subjetiva del tipo se halla constituida siempre por la voluntad -consciente como
en el dolo, o sin consciencia suficiente de su concreta peligrosidad, como en la
imprudencia- y a veces por especiales elementos subjetivos.
2. Los sujetos de la conducta típica: el tipo penal supone la presencia de tres sujetos que
se encuentran en una determinada relación recíproca: el sujeto activo (quien realiza el
tipo), el sujeto pasivo (titular del bien jurídico-penal atacado por el sujeto activo) y el
Estado (llamado a reaccionar con una pena).
a. Sujeto Pasivo: es el titular o portador del interés cuya ofensa constituye la esencia del
delito. Debe distinguirse de la persona sobre la que recae físicamente la acción típica, ya
que si bien en los delitos contra las personas ambos sujetos coinciden, no sucede lo
mismo en otros delitos como la estafa (el engaño típico puede recaer sufre una persona
distinta de la que sufre el perjuicio patrimonial).
Por otro lado tampoco debe confundirse con el término “perjudicado” ya que éste es más
amplio, abarcando no sólo al titular del interés lesionado de modo central por el delito,
sino a todos quienes soportan consecuencias más o menos directas (ej: en el homicidio la
víctima es el sujeto pasivo y los perjudicados sus familiares). Este concepto suele tener
trascendencia a los efectos de la responsabilidad civil.
Además de las personas físicas normal, puede revestir el carácter de sujeto pasivo los
inimputables, la sociedad, la persona jurídica y el Estado. La extensión del concepto de
sujeto pasivo a supuestos como la sociedad es posible en tanto, no se precisa en él la
formal titularidad de un derecho subjetivo, sino que basta la del interés esencial en el
delito.
3. Objetos: distingue el objeto material, que es aquella persona o cosa sobre la que ha de
recaer físicamente la acción (puede coincidir con el sujeto pasivo), con el objeto jurídico,
que equivale al bien jurídico (objeto de la protección de la ley).
A partir de ello es que han surgido tres teorías: la de la actividad, la del resultado y al de la
ubicuidad, según el punto de referencia sea la conducta, el resultado o ambos a la vez. En
su parte, respecto al tiempo del hecho, parte mayoritaria de la doctrina considera que
debe primar la teoría de la actividad.
Esta distinción es vital a la hora de determinar la consumación del delito ( y sus efectos en
relación a la prescripción) siendo que en el delito permanente empieza a correr el plazo al
cesar el mantenimiento del estado antijurídico, a diferencia de lo que ocurre en los delitos
de estado.
Asimismo, dentro de los delitos de omisión se hallan los delitos de mera actividad que
reciben el nombre de omisión pura o propia. En ellos se describe sólo un no hacer, con
independencia de si del mismo sigue o no un resultado.
Por otro lado, los delitos de comisión por omisión son aquellos en los que se ordena evitar
un determinado resultado. Es decir que no basta solo con el no hacer si no ha hecho
posible la producción del resultado típico (omisión impropia).
e. Delitos de un acto, de pluralidad de actos y alternativos: según el tipo describa una sola
acción, varias a realizar o varias alternativas.
En cuando al exceso subjetivo debe señalarse que los tipos pueden ser portadores de
elementos subjetivos (distintos del dolo) o constituir una forma imperfecta de ejecución.
En este sentido los delitos mutilados de dos catos o de resultado cortado se distinguen
según que la intención del autor al ejecutar la acción típica deba dirigirse a realizar otra
actividad posterior del mismo sujeto (delitos de dos actos) o a un resultado independiente
de él (de resultado recortado). Ambos coinciden en que ni el segundo acto pretendido ni
el resultado perseguido deba producirse realmente. Por otro lado los delitos de tendencia
interna intensificada son aquellos que no suponen que el autor busque algo más que estar
más allá de la acción típica, sino que realiza ésta confiriéndole un sentido subjetivo
específico.
Por otro lado, sostiene que suponen un exceso objetivo los tipos imprudentes, donde se
produce un resultado no querido por el autor por la falta de cuidado. En los delitos
cualificados por el resultado se prevé una combinación de un hecho básico doloso y un
resultado no querido por el mismo que agrava la pena.
1. Todos aquellos casos en los que la ley no limita el ámbito de posibles sujetos activos son
definidos como delitos comunes, a diferencia de los delitos especiales de los que solo
pueden ser sujetos quienes posean ciertas condiciones especiales que requiera la ley.
Estos delitos especiales se dividen en propios, que son aquellos que describen una
conducta que sólo es punible a título de autor si es realizada por ciertos sujetos, de modo
que los demás que la ejecuten no puedan ser autores de éste ni de ningún otro delito
común que castigue para ellos la misma conducta (ej. Prevaricato).
Los impropios, por su parte, guardan correspondencia con algún delito común, del que
puede ser autor el sujeto no cualificado que realiza la acción (ej. Malversación de caudales
públicos y hurto).
2. También implican una restricción de la esfera de sujetos idóneos los delitos de propia
mano, que exigen contacto corporal o realización personal. En ambos casos se cierra la
posibilidad de comisión del delito utilizado a otro como instrumento (autoría mediata).
1. Si el tipo requiere la lesión del bien jurídico protegido dará lugar a un delito de lesión,
mientras que si se contenta con su puesta en peligro constituirá un delito de peligro.
5. lo que no debe admitirse es que en los delitos de peligro abstracto falte el tipo siempre
que se pruebe a posteriori que no resultó peligro concreto. Admitir esto borraría la
diferencia que la ley impone entre los delitos de peligro concreto y abstracto, pero
además contradiría el fundamento político-criminal de los delitos de peligro abstracto que
ha de verse en no dejar a juicio de cada cual la estimación de la peligrosidad de las
acciones que con frecuencia son lesivas (peligro estadístico).
Los elementos descriptivos son los que expresan una realidad naturalística aprehensible
por los sentidos.
Por otro lado, los elementos normativos son los que aluden a una realidad determinada
por una norma jurídica o social. Según esta definición cabe distinguir entre elementos
normativos jurídicos y sociales, que a su vez pueden subdividirse en valorativos y
elementos referidos a un sentido. Ej. El término “delito” es un elemento normativo
jurídico, e implica desvalor del hecho por lo que posee carácter valorativo; un elementos
normativo jurídico referido al sentido es, en cambio, el término ejecutoriamente.
“exhibición obscena” es un término normativo que remite a una valoración social.
“Secreto” es un elemento normativo referido al sentido social.
Rechaza la concepción de que todos los delitos puedan dividirse entre los delitos de
lesión, de peligro concreto y abstracto, proponiendo la siguiente modificación.
Por delitos de resultado se entiende aquellos tipos en los que el resultado consiste en una
consecuencia de lesión o de puesta en peligro separada espacial y temporalmente de la
acción del autor.
Los delitos de mera actividad son aquellos en los que la realización del tipo coincide con el
último acto de la acción y por tanto no se produce un resultado separable de ella.
Delitos permanentes son aquellos hechos en los que el delito no está concluido con la
realización del tipo, sino que se mantiene por la voluntad delictiva del autor tanto tiempo
como subsiste el estado antijurídico creado por el mismo. Son en su mayoría delitos de
mera actividad.
En cambio, en los delitos de estado, los hechos están concluidos con la provocación de un
determinado estado y por tanto no son susceptibles de mantenimiento por el autor.
Los delitos cualificados por el resultado son delitos dolosos sometidos a un marco penal
especial, cuya comisión trae consigo un ulterior resultado más grave. Los críticos de esta
clase de delitos abogan que los marcos penales excesivamente “elevados”, en pate
vulneran el principio de culpabilidad o el principio de igualdad, y por tanto son
inconstitucionales. Parten de la base que con ayuda de las reglas del concurso se puede
tener perfectamente en cuenta el contenido del desvalor de los hechos.
En cuanto al nexo entre el delito base y el resultado, según el tenor literal basta que el
delito base haya provocado el resultado “al menos por imprudencia”. El BGH, en cambio,
exigió en diversas sentencias que además el resultado sea provocado directa o
inmediatamente por el delito base doloso.
En los delitos de lesión, el objeto de la acción ha de ser realmente dañado para que haya
un hecho consumado. En cambio, en los delitos de peligro, el hecho sólo supone una
amenaza más o menos intensa para el objeto de la acción, resaltando la división entre los
delitos de peligro concreto y abstracto.
En los delitos de peligro concreto, la realización del tipo presupone que el objeto de la
acción se haya encontrado realmente en peligro en el caso individual, o sea que, si no se
produce el resultado, sea solo por casualidad.
5. Tipos de emprendimiento:
Los delitos simples protegen sólo un bien jurídico y los compuestos varios. La importancia
práctica del concepto consiste en que en los delitos compuestos los diversos bienes
jurídicos son de utilidad para la interpretación y en su caso han de ser ponderados
comparando su respectiva importancia.
Los delitos de un acto requieren una sola acción en el hecho, los de varios actos, dos o
más.
Los delitos comunes pueden ser cometidos por cualquier persona (en la mayoría de sus
fórmulas legislativas comienzan con el término “quien” o “el que”).
En los delitos especiales sólo puede ser autor quien reúna una determinada cualidad. Por
regla, esa cualidad consiste en una posición de deber extrapenal, por lo que en estos casos
es mejor hablar de “delitos de infracción de deber”.
El legislador configura los tipos delictivos en su forma más sencilla como delitos base o
básicos, y creando, en conexión con ellos y añadiendo ulteriores elementos, derivaciones
típicas o tipos derivados, que o bien agravan (tipos cualificados) o bien atenúan (tipos
privilegiados) la consecuencia jurídica prevista para el delito base.
Asimismo, distingue entre las cualificaciones y tipos privilegiados con los denominados
delitos autónomos (o independientes), que contienen ciertamente todos los elementos
del otro delito, pero no son casos agravados o atenuados de este, sino tipos autónomos
por su propio tipo de injusto. Ej. Robo violento en relación con el hurto.
Por tal razón, la doctrina penal entiende que el sentido literal posible de los términos
constituye el límite de la interpretación lícita en Derecho Penal, ya que su superación nos
sitúa técnicamente en el terreno de la analogía constitucionalmente prohibida por el
principio de legalidad.
Sin embargo, el autor considera que la estructura del fraude de ley posee dos rasgos
característicos, a saber: 1) el culto formal al tenor literal del texto legal y 2) la simultánea
infracción de la finalidad de dicha ley defraudada. Es decir que los sujetos pretenden
mostrar su respeto al texto legal de la ley al mismo tiempo que infringen su finalidad.
A partir de ello es que ciertos individuos se aprovechan de los problemas ontológicos que
sufre todo lenguaje natural en el que las normas son formuladas. Concretamente, los
problemas de penumbra y de los problemas que generan las lagunas axiológicas en el
nivel de las reglas que dan lugar a los fenómenos de infrainclusión y de la suprainclusión
normativa.
Se definió al fraude de ley penal como aquella evitación del tipo penal, en sentido amplio,
que infringe la finalidad del texto legal, esto es la norma de comportamiento, y que
provoca un injusto merecedor de pena, gracias a los problemas de penumbra, que padece
todo lenguaje natural; y a las lagunas axiológicas en el nivel de la regla, ocasionadas por
los problemas de infrainclusión y suprainclusión que sufre toda norma general.
Las aportaciones que la filosofía analítica ofrece sobre el conocimiento del lenguaje
permitieron obtener una dimensión más realista y, a la vez, optimista del principio de
legalidad, ayudando a contemplar la imposibilidad ontológica de obtener una ley
absolutamente determinada debido a que el grado de indeterminación que padece todo
lenguaje natural destruye esa ingenua pretensión. Por lo tanto, resulta ontológicamente
irremediable que el texto legal quede en cierta medida incompleto. Krey, sostiene que la
ley penal constituye un proyecto a reglamentar por los jueves. A partir de ello, Riggi
considera que el sentido literal posible de los términos, a diferencia de la opinión
1
Llamadas también lagunas ocultadas, que existen cuando una norma comprende en su ámbito de
aplicación casos que van más allá de su ratio, indicando que el medio adecuado para su rellenado lo
constituye la reducción teleológica, que consiste en la aplicación del derecho penal praeter legem.
mayoritaria, nunca podría convertirse en un límite allí donde justamente lo pierde, porque
reina su indeterminación.
Esto supone admitir que el legislador debe delegar necesariamente en el juez por razones
funcionales la concreción del texto legal, ya que el conocimiento que tiene el legislador
sobre la limitación ontológica del medio que utiliza y su inactividad e imposibilidad en la
toma de medidas tendientes a paliarlos obligan al juez a completar el texto legal
inacabado para hacerlo operativo y evitar la saturación de la administración de justicia a la
que llevaría la consulta directa al parlamento.
Aquella delegación convierte al juez en el mandatario del legislador. Sin embargo, el juez
no tiene plenos poderes para legislar libremente (el juez no hace directamente la
democracia), sino que debe seguir la concreción del texto legal guiado por el caso claro. El
juez se encuentra democráticamente legitimado en esta actividad concretizadora, porque
al cumplir el mandato, siguiendo la valoración del caso claro, aquella pueda ser vista como
la verdadera expresión de la voluntad de su mandante que es quien, en definitiva, posee
la representación popular.
Lo expuesto hasta aquí no implica que siga teniendo sentido hablar de analogía prohibida
en nuestro terreno, respecto de aquélla que pretende otorgarle el mismo tratamiento a
algo que no lo merece y que, por esa razón, se convierte en ilegítima al resultar dicha
aplicación imprevisible.
El tipo penal debe ser concebido en la medida en que cumpla con el mandato de
determinación, como un símbolo ejemplar de aquello que el legislador quiere castigar,
debiendo determinarse la semántica del texto legal con referencia analógica al caso
ejemplar. Así el sentido literal posible de los términos no traza el límite, sino que es el
punto de partida para buscar el límite que ofrece la semántica paradigmática o ejemplar.
Ahora bien, hay dos clases de delitos especiales, distinguiéndose entre aquellos delitos
que son especiales por limitar el círculo de posiciones desde las que se otorga relevancia
típica a la lesión (delimitación de la posición especial) de aquellos otros delitos en los que
se castiga la infracción de deberes que regulan la relación específica entre un sujeto y un
objeto de protección. Los primeros se pueden denominar delitos de posición y los
segundos delitos especiales de deber. Mientras en los delitos de posición no se establecen
limitaciones a las formas de conducta, de manera que rigen las reglas generales, en los
delitos especiales de deber, en cambio, se castiga un forma muy específica de ataque al
objeto de protección, a saber, el ataque a través de la lesión de reglas de conducta que
rigen sólo para determinadas personas especialmente obligadas (de forma que la decisión
de cuáles son las normas de conducta que deben infringirse está ya específicamente
tomada por el legislador).
El autor considera, en contra de la opinión más extendida, que los delitos especiales
impropios no constituyen delitos distintos a los delitos comunes, sino que tan sólo
contienen agravaciones de carácter personal. En esta línea, Mir Puig afirma que las
agravaciones contenidas en muchos tipos de la parte especial, son elementos típicos
accidentales que no determinan un cambio de delito, sino sólo que se castigue más al
sujeto cualificado que comete el mismo delito. El extraneus, por consiguiente, no ha de
verse como un interviniente en un delito especial, sino en el único delito existente. En
consecuencia, los denominados delitos especiales impropios no son, en realidad, delitos
especiales.
Así, cuando nos encontramos ante figuras delictivas cuyo injusto no se fundamente en la
lesión de un deber, sino, en la lesividad general del comportamiento organizador, cabe
hablar de delitos comunes, sin más. En éstos, rigen las reglas generales: la conducta típica
de intervención, con independencia de su calificación como autoría o participación, podrá
constituirse al margen de si el deber concurre en un sujeto o en otro, pues lo único
relevante en estos delitos, como delitos comunes que son, es la puesta en peligro o lesión
de un bien. Sólo después de constituido el tipo común y decidido el título de intervención,
deberá tenerse en cuenta la agravación por la cualidad personal.
Sentado lo expuesto, debe distinguirse entre los delitos especiales en los que la infracción
de un determinado deber es el núcleo de la conducta típica, de aquellos otros delitos en
los que la mención de ciertos sujetos activos obedece a una ulterior delimitación de la
conducta típica a determinados ámbitos vitales o situaciones sociales. La realización de
tales conductas típicas exige hallarse en una posición de idoneidad o de afectación
relevante del interés protegido. Pero el que un sujeto no “pueda” afectar el interés
porque no se halle en una determinada situación para ello, no implica que el deber de no
lesionar no le incumba.
Solo el obligado por aquellos deberes (intraneus) será el que se halle en una posición
típicamente idónea para lesionar el deber. El extraneus, en la medida en que no le alcanza
el deber especial presupuesto en el tipo, no puede lesionarlo. Y si no puede lesionar el
deber propio de la constitución del injusto, no puede admitirse el castigo de su
intervención (lo contrario sería imputarle un injusto ajeno).
Por otra parte, el funcionario que induce a un extraneus a realizar un delito especial
propio, deber responder como autor, esto es, como si él mismo lo hubiera cometido de
propia mano.
Es importante señalar que lo injusto del hecho queda fundamentado por la organización
defectuosa de la esfera de la libertad del intraneus concurriendo un deber especial. Es
indiferente en este momento si lo hace a título de autor o de partícipe. El funcionario, con
su conducta, accede forma propia al tipo. Por otro lado, la decisión sobre la autoría va a
recaer sobre el intraneus, pues es él quien configura en su totalidad el hecho injusto. Así la
presencia de un extraneus, aun siendo necesaria para transportar la infracción de la
norma del intraneus, no es relevante por ser su conducta atípica en el sentido del deber
especial de deber, pues su conducta puede ser fácticamente necesaria pero neutral en
relación con el delito especial de deber.
Más allá de eso, el autor considera que a través de tipos penales especiales se castigue al
participe extraneus, pero no por su deber de lealtad (propio de los delitos especiales), sino
por su perturbación “desde fuera”.
A partir del ámbito personal al que se dirigen las normas, Binding distinguió entre un
Derecho penal general y otro especial. Las leyes especiales, afirmaba, reciben su
designación por una transferencia de la distinción propia de sus normas. Las normas
generales obligan a todo el que debe obediencia a un determinado poder legiferante. Sus
infracciones son “delitos generales” y como tales delitos son comisibles por los que tienen
una capacidad general de delinquir. Las normas especiales se dirigen a un determinado
círculo de súbditos de la ley: militares, funcionarios, empresarios, que como tales, pueden
infringirla. Estas infracciones configuran un delito especial de esta clase de personas.
Binding aclaraba que sería erróneo suponer que estas normas especiales carecían de
efecto respecto del círculo de personas al que no van dirigidas directamente “a todos los
capaces de acción les está prohibida tanto la inducción como la cooperación respecto de
un delito especial”.
Por otro lado establece que la estructura de los delitos especiales muestra una cierta
similitud con la estructura de los delitos de omisión en los que el autor también se
encuentra en una situación que fundamenta un deber jurídico de garantía respecto a la no
producción de un resultado. También el autor del delito de omisión se encuentra en una
concreta situación de deber que le incumbe personalmente.
La doctrina suele identificar el delito especial con aquellos tipos penales que requieren un
determinado sujeto o en los que la realización del tipo sólo puede ser realizada por
determinados autores respecto de los que se concreta especialmente un deber. Es decir,
aquellos tipos penales en los que el fundamento de la punibilidad se encuentra en
características o relaciones personales del autor.
Según Feuerbachach existen derechos que se dirigen al ciudadano como tal. Pero también
existen derechos que sólo son válidos frente a miembros de un status especial dentro del
Estado. De ahí se puede explicar la distinción entre delitos comunes (delicta comunia) y
especiales (delicta propia).
La delimitación típica del sujeto del delito, desde el punto de vista de la técnica legislativa,
se manifiesta en el texto de la ley por medio de la descripción de características
personales del autor de la conducta prohibida. Se trata de supuestos en los que al
legislador le importa subrayar que la ilicitud depende sobre todo de la vinculación
personal del autor con la norma de deber, independientemente de la forma concreta que
asuma exteriormente la acción. A la ley penal las intenciones, el ánimo u otros estados
psíquicos del autor, las circunstancias y relaciones personales le resultan secundarios en la
caracterización o definición del topo objetivo de estos delitos especiales. Esos elementos
subjetivos son especiales elementos subjetivos de la autoría que no apuntan a la
infracción de un deber especial sino al establecimiento de autores con especiales notas
subjetivas.
Sólo aquellos que tienen una descripción concreta de la caracterización del autor sin tener
una conducta correlativa punible en un delito común, es decir, los delitos especiales
propios, son los tipos penales que presentan dificultades especiales en el ámbito de la
autoría y participación. En los delitos especiales impropios las características especiales
del autor constituyen, por regla, circunstancias agravantes o, en su caso, atenuantes.
Según Roxin es preciso especificar la posición de aquellos tipos penales en los que la
autoría depende de la infracción de un deber extrapenal que incumbe al agente. Según
Jakobs, son delitos en los que el autor infringe un deber institucional tanto en forma activa
como omisiva.
En los delitos especiales propios, la conducta viene descrita de manera tal que sólo puede
ser autor el sujeto que ostente la característica exigida por el tipo (no así el no cualificado,
que a lo sumo podrán ser inductores, cooperadores necesarios o cómplices).
Jurídicos/físicos: los delitos especiales por razones jurídicas tienen como fundamento el
reproche jurídico penal en la existencia de una determinada condición jurídica del sujeto,
el funcionario. El interés del legislador no reside en la configuración externa de la
conducta, sino en la vinculación de autor con la norma de deber.
En los delitos especiales por razones físicas la imposibilidad del extraneus para ser autor
es consecuencia de la configuración exterior o interior de la acción o de sus caracteres
físicos, en particular de su sexo. No se basan en una infracción de deber extrapenal, pues,
sólo infringen un deber penal general, por lo que sólo podrían ser considerados delitos de
infracción de deber, desde el punto de vista de Jakobs, cuando puedan ser enmarcados
dentro de los delitos derivados de una posición institucional positiva del autor. Ej:
parricidio.
Sobre este punto Nagler y Schbyder consideran que los delitos especiales en razón de las
condiciones físicas del autor corresponden a los delitos comunes, por lo que pueden ser
cometidos por un extraneus en autoría mediata (al contrario de lo que ocurre con los
especiales en razón de su cualificación jurídica).
En otros delitos, la autoría viene delimitada exclusivamente por la voluntad del legislador.
Ej: falsedad ideológica a los funcionarios.
La consecuencia práctica de esta clasificación supone que sólo en los delitos especiales
vinculados al autor se excluye toda forma de autoría del extraneus. Los delitos especiales
por vinculación con el resultado podrían ser cometidos por el extraneus en autoría
mediata.
El problema surge en los delitos especiales propios que requieran un sujeto activo
vinculado por un determinado deber jurídico, es decir, aquellos delitos en que sólo puede
ser autor un sujeto que tenga la debida cualificación exigida por el tipo. Aquellos casos en
los el que el autor sea el sujeto obligado por un deber especial, dado que en estos
supuestos no existe un tipo común por el cual pueda responder el sujeto no vinculado al
deber.
Roxin distingue entre delitos de infracción de un deber para aquellos casos donde la
autoría se determina sobre la base de un deber extrapenal y delitos de dominio para
aquellos supuestos donde autoría y participación se establecen a partir de su teoría del
dominio del hecho.
Por su parte, el sistema de imputación penal de Jakobs se configura por una parte sobre la
estructura de los delitos de dominio y por otra a través de los delitos de infracción de un
deber. En el esquema jakobsiano, el derecho penal cumple una parte de la función social
asignada al sistema jurídico comenzando con la propia “determinación normativa de las
expectativas sociales mediante la creación de normas jurídico-penales”. Las expectativas
sociales configuran el centro de atención en la teoría de Jakobs y surgen de la imperiosa
necesidad de los hombres de orientarse socialmente sin tener que temer cualquier
comportamiento imprevisible de otras personas de su contexto social. Si la sociedad no
aseguraran un cierto grado de seguridad en las relaciones interpersonales “…cada
contracto social se convertiría en un riesgo impredecible”.
Dentro de esta teoría, de los contactos sociales surgen determinadas expectativas que se
derivan de la pretensión de que la otra parte del contacto respetará las “normas”
vigentes. Expectativa de que todos mantengan en orden su círculo de organización para
que no se produzcan efectos exteriores mediante los que podrían resultar dañados otros.
Es decir, la teoría de imputación de Jakobs está constituido por los delitos de dominio que
constituyen los casos mayoritarios al surgir de un rol general del que son titulares
potencialmente todos los ciudadanos y que permite a las personas configurar libremente
su esfera de organización.
Ahora bien, no pueden entenderse como sinónimos los delitos especiales con los delitos
de infracción de un deber, ya que los primeros, por expresa mención en el tipo, sólo
pueden ser cometidos por un círculo limitado de personas que poseen una “…posición
particularizada del rol general de ciudadano”, sin embargo, ello no significa que dichos
sujetos sean portadores de un rol especial. Es ese rol especial surgido de determinadas
instituciones sociales el que genera deberes que si son defraudados configuran un delito
de infracción de un deber.
Welzel por su parte, objetaba al causalismo ya que la vida social no se componía de cursos
causales, sino de acciones con sentido, que la acción humana, vista desde la percepción
social, no era, como la quería concebir el causalismo, un proceso meramente causal, sino
una expresión de sentido. Para el autor, el sentido social de una acción lo determinaba la
voluntad final del autor.
Ahora bien la teoría de la imputación objetiva viene a cuestionar esta teoría toda vez que,
lo que importa es que la conducta no sobrepase el límite del riesgo permitido. En palabras
de Roxin, quien se mantiene dentro del marco del riesgo permitido no comete una acción
final del homicidio aunque hubiera perseguido la realización del riesgo que luego se
produce efectivamente. Ej. El dueño de la casa que mandó a poner las rejas con pinches,
no significa socialmente una acción de lesiones u homicidio, aunque haya sido la voluntad
del dueño al instalar esas defensas.
Así, riesgo permitido significa que hay una regla social que permite actuar a pesar del
riesgo de que se produzca el resultado. Pero si hay una regla social que me permite
actuar, significa, desde la perspectiva del destinatario de la regla, que no tengo el deber
de evitar el comportamiento a pesar del riesgo de producción del resultado. Por otro lado,
riesgo no permitido, significa que hay una regla que no me permite actuar en atención al
riesgo de que se produzca el resultado o, lo que es igual, que tengo el deber de evitar el
comportamiento en atención al riesgo de producción del resultado.
Afirmar entonces que el autor creó un riesgo no permitido equivale a decir que el autor
tenía el deber de evitar ese comportamiento y que infringió ese deber. Es decir, “creación
de un riesgo no permitido” equivale a “infracción de deber”.
Según Roxin, no infringe ningún deber de cuidado quien desde el principio no crea ningún
peligro jurídicamente relevante y tampoco quien al actuar se mantiene dentro del riesgo
permitido. Lo mismo sucede en la omisión con los deberes de garante, donde dependía de
que el omitente hubiera tenido un deber de evitar (posición de garantía). Estos deberes
extrapenales no son sino el correlato de las reglas que definen el riesgo permitido. Afirmar
que el autor no se halla en posición de garante equivale a decir que le está permitido
omitir, que no tiene el deber de evitar a pesar de que se produzca el resultado.
Dicho esto, comienza a analizar los delitos de organización en los que el deber de evitar es
una concreción del deber general de no dañar, de no lesionar los derechos de terceros
(“principio de no daño”).
Jakobs destierra esta opinión, sosteniendo que no es cierto que ejerzamos nuestros
derechos únicamente a través de acciones, de movimientos corporales, ni que sólo
podamos, por tanto, lesionar derechos ajenos únicamente a través de acciones. Sostiene
que ejercemos nuestros derechos organizando actividades y éstas se componen tanto de
momentos comisivos como de momentos omisivos. Por lo tanto, en los “delitos de
organización” el debe de evitar, cuya infracción convierte al comportamiento en típico, es
una concreción del principio de no daño.
Al igual que ocurre en los “delitos de organización”, también los deberes institucionales se
cumplen o se infringen, según las circunstancias del caso, actuando u omitiendo
indistintamente.
En los “delitos de infracción de deber” solo puede ser autor el obligado institucionalmente
que infringe su deber de aportar una prestación positiva. Pero, por eso mismo, si el
obligado infringe su deber institucional, responde siempre a título de autor, aunque su
comportamiento sea materialmente el de un cómplice o instigador. Es que los deberes
positivo, no conocen división de trabajo porque vinculan al obligado institucionalmente de
manera personal, de modo que su infracción también sólo puede ser llevada a cabo de un
modo personalísimo y, por tanto, siempre a título de autor.
En cuanto a la extensión de esta categoría delictiva, hay que aclarar que no todo “delito
especial” es un “delito de infracción de deber”, sino sólo aquelllos en los que el “deber
especial” que determina la condición de autor es un “deber institucional”, es decir, deriva
de alguna de las instituciones positivas mencionadas.
Ahora bien “delitos de infracción de deber” no son sólo los comportamientos que pueden
ser subsumidos bajo el tenor literal de un “delito de infracción de deber” “positivado”, es
decir, de un “delito especial en sentido estricto”, sino toda lesión a la institución
subsumible en un tipo penal aunque el tipo esté formulado como un delito de autor
indistinto.
Tanto los “delitos de organización” como los de “infracción de deber” pueden presentarse
bajo la forma de un delito de comisión o de omisión, doloso o imprudente.
Deberes de evitar en los “delitos de organización” son los deberes de aseguramiento y los
deberes de salvamento, por asunción y por injerencia. Deberes de evitar en los “delitos de
infracción de deber” son los deberes que derivan de las instituciones relación paterno-
filial, confianza especial, matrimonio y los deberes genuinamente estatales.
El objeto de normación del Derecho no son cursos causales sino acciones con sentido, y
que entonces cuando el legislador prohíbe un homicidio no prohíbe la causación de una
muerte, sino un comportamiento que significa socialmente una acción de homicidio.
Socialmente tienen el significado de un homicidio tanto conductas activas como omisivas
en la medida en que el autor tuviera el deber –por institución o por organización- de
evitarlas.
Roxin define al autor del hecho punible como la “figura central del suceso acaecido”.
Diferencia entre dos tipos de delitos. Por un lado están aquellos en los que el legislador ha
descrito el comportamiento típico de forma tan precisa como le ha sido posible. En ellos,
es autor quien domina el hecho descrito en el tipo. Es decir, es señor de un suceso
delimitado en sus contornos mediante la descripción del delito de la parte especial del
código penal. Estos delitos son los llamados de “dominio del hecho”.
Ahora bien se dan casos en los cuales la cualidad del funcionario (por ej.) se exige
expresamente, por lo que calificar como autor a un no funcionario, incluso a un no
funcionario con dominio del hecho, resultaría una extensión de la punibilidad en claro
disenso con el principio de legalidad. De todo esto, Roxin deduce que el criterio de
dominio del hecho no es un “principio universal” para determinar la figura central del
suceso, ni, por tanto, la autoría, al menos en aquellos supuestos en los que el legislador ha
formulado respecto del autor cualificaciones especiales.
Por ello es que respecto de algunos tipos penales, el legislador no atiende a la naturaleza
externa del comportamiento del autor sino que el fundamento de la sanción reside en que
se incumplen las presentaciones ligadas a un determinado rol social especial. Roxin ha
denominado a estos delitos de infracción de deber, donde el dominio del hecho es
irrelevante. Incluso en los delitos de infracción de deber por comisión, en los que tal
dominio puede que realmente exista, su concurrencia resulta irrelevante. La categoría
dogmática de los delitos de infracción de deber no se orienta al resultado del mundo
exterior sino que se centra en el deber especial de la persona del autor.
Así, autor de todos estos delitos sólo podría ser quien lesione un deber que
específicamente le obliga. El tipo de la parte especial, para que se pueda afirmar una
responsabilidad como autor, exige la concurrencia de un deber especial, sin la necesidad
de que exista el dominio del hecho junto a la lesión del deber especial. Subraya que no se
está refiriendo al deber general de respetar la norma, deber propio de todo delito y que
también alcanza a cómplices e inductores, sino a la lesión de un deber extrapenal que no
alcanza necesariamente a todos los intervinientes en el delito, pero que es absolutamente
necesario para la realización del tipo en esta clase de delitos.
Por lo tanto la definición de Roxin para los delitos de infracción de deber sería: “son los
tipos penales, en los cuales únicamente puede ser autor aquel que lesiona un deber
especial extrapenal que existía ya con anterioridad a la formulación del tipo”.
Por último aclara que la diferencia entre el delito de dominio y el de infracción de deber
no responde a dos conceptos de autor distinto, sino a la diversa estructura de los tipos
penales correspondientes. En cualquier caso, el fundamento último de la punibilidad, es
también aquí la lesión de bienes jurídicos; el incumplimiento del deber especial
fundamenta tan sólo la autoría.
El no cualificado con el deber específico no puede ser nunca autor, puesto que él tampoco
nunca podrá llevar a cabo una descripción típica que hace referencia precisamente a un
deber específico que carece. Por tanto, Roxin llega a su conclusión de que partícipe en los
delitos de infracción de deber será aquel que coopera en la realización del tipo en alguna
manera pero sin lesionar el deber especial extrapenal que fundamenta la autoría.
En lo que refiere a la omisión Roxin señala que, puesto que en el delito de infracción la
base de la responsabilidad es la lesión de un deber específico, sería de todo punto
irrelevante si la lesión se produce por acción o por omisión, sosteniendo que para él todos
los delitos de comisión por omisión serían delitos de infracción de deber.
Para el autor alemán es una cuestión de una decisión valorativa del legislador si conforma
un delito como de dominio del hecho o como de infracción de deber. Su comportamiento
dependerá de que significación otorgue el legislador a la posición de deber en relación a la
lesión de bienes jurídicos. Si el contenido criminal del delito se ve influido por la infracción
del deber de forma esencial, se situará en el centro del suceso al obligado, sin atender al
desarrollo concreto de la acción, y se restringirá considerablemente la punibilidad del
extraneus. La delimitación entre delito de dominio y de infracción de deber es una clara
cuestión teleológica, a saber, una cuestión de interpretación de los tipos penales
concretos. Por ello es que los conceptos de dominio y deber se encuentran frente a los
tipos correspondientes como realidades previas ya conformadas.
II. Jakobs.
Del mismo modo que Roxin los diferencia entre delitos de dominio y de infracción de un
deber, Jakobs los llama delitos “en virtud de una organización” o de “organización” y en
delitos de “infracción de un deber”. Estas clases de delitos, según Jakobs responde a dos
fundamentos diferentes de la responsabilidad o imputación.
Ello determina que, mientras que la autoría y participación en los delitos de organización
se constituye y determina mediante el dominio del hecho, en los delitos de infracción de
deber (igual que en Roxin) la autoría la constituye la lesión del deber.
Sin embargo, en Jakobs, el criterio de la lesión del deber ya no es sólo una regla para
determinar la autoría, sino que es, además y sobre todo, fundamento esencial de la
imputación jurídico-penal. Subraya, igual que Roxin, que en el delito de infracción de
deber el especialmente obligado habrá de responder, en principio, como autor. La
incumbencia del interviniente-obligado respecto del suceso no viene, pues, delimitada por
la regla de si domina o no el hecho, sino que se determina en virtud del especial status del
sujeto. Sin relevancia del dominio del hecho, de la organización, cae por su propio peso la
diferencia entre autoría y participación; antes bien, todo obligado especial que quebrante
el deber será autor.
Por lo que se refiere a la dogmática de la omisión, Jakobs llega a la misma conclusión que
Roxin, en los delitos de infracción de deber existe una equiparación entre la lesión del
deber por acción y aquella otra por omisión. La relación entre el autor y bien jurídico no se
establece mediante el comportamiento delictivo (como en los delitos de organización)
sino que ya existía con anterioridad a éste, y, por ello, es indiferente que el autor actúe u
omita, sino sólo si cumple o no con su deber.
En cuanto a las instituciones, Jakobs considera que el hombre no sólo configura el mundo
externo, sino que se ve inmerso en un mundo ya configurado, condicionado por una serie
de instituciones ya preexistentes. Se tiene un status especial que esta definida por un haz
de derechos y deberes. Se trata de instituciones que impregnan la configuración social
como una convivencia en un mundo en común, y para las cuales, por regla general, no
existe alternativa. Estas instituciones tienen un contenido positivo, que es el mandato de
edificar de forma general o parcialmente un mundo en común, lo que sobre todo significa
que el contenido de la institución reside también en la prestación de ayuda, ayuda que no
sólo compensa los perjuicios que ha ocasionado o va a ocasionar quien tiene que prestar
la ayuda, sino que colocan al recepto de la ayuda en mejor posición.
En otras palabras, para Jakobs la cualificación especial del autor se basa en la existencia de
una institución, en la que se encuentra inmerso el autor. La institución se caracteriza por
una especial relación entre el autor y el bien jurídico, relación que ya existía entre ambos
con anterioridad al hecho. La función de estas instituciones consiste en la garantía de
expectativas que se encuentran referidas al mantenimiento de bienes jurídicos. Por ello, el
quantum con el que determinado sujeto participa en los delitos de infracción de deber es
irrelevante. Se trata de garantizar la existencia de un bien jurídico ante cualquier peligro.
Así, el obligado responda pues no a causa de la accesoriedad sino porque no ha edificado
un mundo en común con la víctima.
La diferencia se centra en que en los delitos de infracción de deber estamos ante ámbitos
de la vida jurídicamente ya conformados (instituciones), cuya capacidad de
funcionamiento debe ser protegida. En cambio en los delitos de dominio (organización) el
autor irrumpe quebrando la paz desde fuera en espacios que, de acuerdo al ordenamiento
jurídico, tendría que haber dejado intactos.
A partir de ello puede verse que Jakobs introduce el concepto de institución no previsto
por Roxin. Además la lesión del deber para Roxin explica tan solo la autoría, mientras que
para Jakobs en ella reside el juicio de imputación y, al menos en parte, el injusto.
Jakobs sostiene que todo el que se encuentra sujeto a una institución está obligado al
cuidado solidario del bien al que se refiera aquella, sin atender a la forma de actuación de
este obligado especial, de este modo los delitos que prima vista son de dominio se
convierten siempre en delitos de infracción de deber cuando el autor de los mismos sea
un obligado especial, es decir, alguien que se encuentra inmerso en la institución
correspondiente, tanto en el supuesto de la acción como en el de la omisión. Así amplia el
contorno de los delitos de infracción de deber a todos los casos en los que se constate la
concurrencia de una institución o en los que el autor sea un obligado especial.
Asimismo, distingue entre delitos de infracción de deber y delitos especiales, esto es,
entre los delitos en los cuales existe una mera restricción del círculo de los posibles
autores sin más, y aquellos otros, los de infracción de deber positivado, en los que el
legislador ha establecido la restricción del círculo de posibles autores precisamente por la
existencia de una institución en su trasfondo. Es decir, la ordenación de un delito como de
infracción de deber o simplemente como especial depende de si el tipo sencillamente
limita la posibilidad de ser autor a sujetos con unas determinadas características o, por el
contrario, si existe un deber específico que garantiza una relación ya existente entre
obligado y bien jurídico (difiere en que en uno deberá hacerse distingos entre la pena del
autor y la del partícipe).
Para finalizar, de acuerdo Jakobs no todos los delitos de comisión por omisión (como para
Roxin) han de ser calificados como de infracción de deber, sino únicamente aquellos cuyo
autor sea un garante en virtud de una relación institucional.
Autores como Von Hippel sostienen que la esencia del delito especial no reside en que el
tercero quede liberado del deber de obediencia, sino exclusivamente en que tan solo las
personas descritas en el tipo pueden cometer estos delitos como autores físicos.
Por su parte, Stratenwerth pregona que en una serie de delitos, la acción típica puede ser
ejecutada sólo por personas en la que se den especiales presupuestos… se habla, en esta
medida, de elementos objetivos de autor.
Jakobs considera que la diferencia entre delitos especiales y delitos de deber reside en
que, mientras en los primeros se produce una “delimitación meramente externa del
círculo de autores”, en los segundos, en cambio, “el legislador ha ordenado una
delimitación externa del círculo de autores precisamente porque en su base existe una
institución.
Gimbernant los define como “todos aquellos en los que, eso se dice, no toda persona
puede ser autor”.
Sin embargo, hay una serie de autores pertenecientes a este sector doctrinal que apuesta
por concebir los delitos especiales como una restricción del círculo de meros sujetos del
delito. Así, mientras que la autoría determina una relación de dominio o de pertenencia
con el hecho típico, con la creación del riesgo típico, o con el delito mismo, sujeto del
hecho típico, de la creación riesgo típico, o del delito también pueden serlo, además de su
autor, quienes participen en él como inductores o cooperadores, necesarios o no
necesarios y cómplices. En caso de afirmarse que en los delitos especiales se produce en
realidad una limitación del círculo de sujetos del delito, sería obligado asumir como una
consecuencia necesaria la imposibilidad de que pueda participar puniblemente en un
delito especial un sujeto que no presente los elementos exigidos por el tipo.
Debe advertirse que, en algunas ocasiones, la delimitación del círculo de autores del
delito no se deriva del “quien” sino de la propia descripción de la acción típica del
supuesto de hecho del enunciado jurídico-penal.
Estas teorías incorporan al propio concepto el fundamento de tal delimitación, esto es, la
razón por la que ésta se produce.
En este sentido, Schmidhäuser sostiene que “se conoce con el nombre de delito común al
delito general comisible por cualquier persona, y delito especial al delito especial al delito
que tan sólo puede ser cometido por un círculo limitado de posibles autores sobre la base
de una especial posición de poder”.
Para Langer el delito especial es aquel delito específicamente sancionado que, a causa de
su especial injusto típico, tan solo puede ser cometido por determinadas personas.
Roxin, por su parte, señala que los delitos generales pueden ser cometidos por cualquiera,
en los cualificados de autor, por el contrario, sólo puede serlo quien presenta una
determinada propiedad. Esa cualidad consiste siembre en una posición de deber
extrapenal, de modo que es mejor hablar de “delitos de deber”.