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FÁBULA DE LOS PINGUINOS

Citada por: David Fishman. Cuando el Liderazgo no es suficiente.

Hace mucho tiempo, una colonia de pingüinos salió del mar y caminó largos kilómetros en el hielo
hasta llegar a una zona de pequeños orificios en el hielo. En este territorio decidieron pasar sus
vidas. Al comienzo, los pingüinos, que recordaban el mar, se introducían por los orificios en el
hielo y nadaban buscando peces que pudiesen traer a la superficie. Cierto día, un pingüino decidió
salir a nadar más lejos y fue atacado por lobos de mar que pasaban por la zona. El pingüino intentó
salir desesperadamente del mar, llegó al orificio y sus compañeros en la superficie trataron de
ayudarlo. Pero los lobos eran fuertes, la tironearon hacia abajo y lo hundieron. Los pingüinos, en la
superficie, aterrados con estas bestias desconocidas, aprendieron las creencias: “No es seguro
nadar en el agua”, “Es peligroso meterse por el orificio, te pueden matar”. El tiempo pasó y la
historia se convirtió en leyenda contada de padre a hijo durante varias generaciones. Ahora
ningún pingüino se atrevía a nadar y decidieron quedarse en la superficie. Para subsistir
desarrollaron otras formas de pescar, como introducir su cabeza unos segundos en el agua y
esperar que algún pez pasara para sacarlo a la superficie. Con el tiempo, la colonia creció y se fue
agrupando alrededor de los tres orificios que existían en la superficie. Se crearon tres colonias, que
funcionaban como áreas independientes, pero siempre se respetó al más anciano, que era el sabio
rey de los pingüinos, el pingüino Fernando.

Fernando era el rey, formal, estricto, pegado a las tradiciones. No le gustaba acercarse mucho a los
pingüinos. Creía que si daba confianza a unos, al final dejarían de respetarlo. Usaba el miedo para
influenciar a las colonias. Castigaba a los pingüinos que osaban hacer cosas diferentes a las
aceptadas por la tradición. Los castigaba dejándolos sin comida por varios días para que
aprendieran a comportarse. Fernando contaba historias de depredadores que acechaban a los
pingüinos fuera de la zona conocida y dentro del mar en los orificios en el hielo. Con esas historias
de terror, tenía a sus súbditos sometidos a su poder. Cualquier pingüino que quería hacer algo
diferente tenía que preguntarle al rey Fernando si era posible. La mayoría de las veces los
pingüinos obtenían respuestas negativas.

Aquí aparece el pingüino Max en nuestra historia. Max era lo opuesto a Fernando: era creativo,
flexible, curioso, arriesgado, desafiaba lo establecido con un toque de rebeldía. Caminaba
torpemente, como el resto de los pingüinos fuera del agua. Avanzaba lento, se caía varias veces y
se sentía rígido. Sin embargo soñaba despierto con la capacidad de volar, de ser veloz, flexible y
libre. Sabía que algún día iba a serlo, que explotaría al máximo su potencial y contribuiría con la
colonia. Por ahora, estaba limitado a ser torpe y sentirse muchas veces incapaz. Como veía que no
sólo era su problema, sino que todos los pingüinos sufrían la misma suerte, se limitaba a aceptar
su situación.

Max tenía la responsabilidad de pescar en uno de los orificios en el hielo. La técnica aceptada por
el rey Fernando era meter el pico en el agua y tratar de sacar los peces que pasaban. La
producción de peces era poca y había hambre. Max sentía que debería haber otras formas de
pescar que produjeran mejores resultados. Se le ocurrieron varias ideas que rápidamente sugirió
al rey, pero, como siempre, el rey estaba pegado a las formas establecidas y a la tradición, y nunca
aceptaba consejo.

Un día que Max estaba pescando sin éxito vio que había peces que pasaban a mayor profundidad,
y que la única forma de cazarlos era meter no sólo el pico, sino todo el cuerpo. Sentía que si un
compañero suyo lo agarraba de los pies, podría meter todo su cuerpo por unos minutos y pescar
varios peces. Así, estaría siguiendo la regla aceptada de que nadie puede zambullirse a nadar en
los orificios del hielo, porque no estaría nadando, sólo introduciendo su pico a más profundidad.

A Max le tomó mucho tiempo convencer a un compañero que lo agarrara de los pies. Todos tenían
miedo de los castigos, nadie quería probar algo diferente. Pero finalmente uno de ellos aceptó.
Max se preparó, su compañero le agarró los pies y se metió con todo el cuerpo a sacar peces. Salió
a la superficie con dos peces grandes en la boca. Su técnica había sido un éxito. Un pingüino de un
orificio cercano vio lo que hizo Max y empezó a imitarlo. Pronto, muchos pingüinos estaban
usando la técnica de Max y pescando con mucho éxito.

La noticia llegó a oídos del rey y éste corrió a comprobarlo. Al lado de los orificios había decenas
de peces listos para alimentar a la manada y todos los pingüinos estaban felices de haber
descubierto esta nueva técnica. Después de observar detenidamente, el rey dijo: -¡Paren! ¿Qué
hacen? Está totalmente prohibido lo que están haciendo. No se puede introducir el cuerpo en el
agua. ¿Acaso no saben que hay depredadores adentro, que nuestros ancestros murieron tragados
por los monstruos marinos? Ahora, con sus actos irresponsables, están atrayéndolos de nuevo.
Todos moriremos por su irresponsabilidad.

Todos los pingüinos se quedaron congelados ante el comentario del rey. Cuando estaban
esperando que el rey los felicitara, habían recibido una sentencia de muerte. El rey preguntó:

- ¿A quién se le ocurrió esta idea?

Todos se miraron en silencio y nadie hablaba. Por último Max levantó su cara y dijo:

- A mí. Pero, rey, mire los resultados, son increí…


- Silencio, dijo el rey, con una expresión de amargura.

Luego, con un gesto de autoridad, dijo:

- Max, quedas castigado por lo que has hecho. Durante dos semanas no probarás un
bocado de pescado.

El resto de los pingüinos guardó silencio; todos estaban asustados con las consecuencias. Muchos
no querían ni acercarse a los orificios por temor a que los monstruos marinos se los comieran.
Mientras tanto, Max yacía lejos de los orificios, rechazado por la colonia y sintiéndose totalmente
impotente e incapaz.

Pasaron las dos semanas y todo volvió a la normalidad. Max sobrevivió al castigo y los pingüinos
siguieron sacando peces de la forma tradicional. Max regresó a sacar peces con su pico, y el
tiempo pasó. Había quedado reforzada la creencia en la mente de los pingüinos: “Nunca hagas
algo diferente, es peligroso”.

Cierto día vino una escasez de peces en la zona. Por más que intentaban sacar peces, los pingüinos
sufrían hambre. Sin embargo, uno de los orificios, el ubicado más al norte, todavía tenía una buena
producción de peces. Una noche, mientras los pingüinos del orificio del norte dormían, algunos
pingüinos de los otros orificios vinieron a sacar peces. Hicieron ruido, todos se despertaron y hubo
una gran pelea por los territorios. Por último llamaron al rey, que decretó construir barreras de
hielo delimitando los territorios. Ahora nadie podía pasar de un territorio a otro. Cada colonia
tendría su orificio y viviría con lo que allí pudiera pescar. Ya no compartirían los peces entre todos;
cada colonia, con su orificio, se haría cargo de alimentarse. Como había mucha desconfianza entre
las colonias, se instalaron guardias para resguardar las fronteras.

Max estaba en el orificio ubicado más al sur y la producción de peces era bajísima. Todos hablaban
de lo mal que estaban, pero nadie se atrevía a hacer algo diferente. Un día Max metió su pico para
pescar de forma tradicional y no vio peces, pero le pareció ver en las profundidades a un pingüino
como él, nadando a toda velocidad, haciendo piruetas creativas, cazando peces con una
naturalidad que nunca había visto en los pingüinos. Sacó la cabeza con entusiasmo para contarles
a sus compañeros, pero cuando éstos se acercaron dijeron: “Una vez más soñando despertó.
Nosotros, los pingüinos, somos lentos y torpes, y siempre lo seremos”. Max pensó que lo había
imaginado todo. Tanto quería dejar de ser torpe, sentirse libre, volar y ser veloz, que su mente le
había jugado una mala pasada.

Pasaron los días y la situación era crítica: no había peces. Los pingüinos ya tenían varios días sin
comer, y si las cosas seguían así todos terminarían muriendo. Max tenía poca energía, pero lo poco
que le quedaba lo invertiría intentando pescar. Un día que estaba solo en el orificio, porque sus
compañeros ya no tenían fuerzas, vio nuevamente a un pingüino nadando a toda velocidad en las
profundidades. En esta oportunidad no consultó con nadie, aprovechó que todos estaban
adormitados por la falta de alimentos y cometió el crimen más grande que un pingüino de su
colonia pudiera cometer: se zambulló a nadar en las profundidades. Cuando se sumergió en el
mar, sintió que no era torpe, lento ni rígido. Podía nadar, podía girar a toda velocidad, podía subir
y bajar decenas de metros en segundos, se sentía libre. Todavía le quedaban dudas si estaba
soñando o no, pero era demasiado real para ser un sueño. Nunca pensó que fuera posible sentirse
tan motivado, creativo y libre.

Después de unos minutos, Max se topó con una colonia de pingüinos que estaban teniendo un
festín, comiéndose todos los peces que encontraban en su camino. Pero esta colonia era diferente
a la de arriba. Primero, todos nadaban adonde querían a toda velocidad; no había un solo pingüino
torpe. En segundo lugar, no había barreras como arriba. Todos trabajaban juntos y se ayudaban a
pescar. Unos pingüinos asustaban a los peces hacia una dirección, mientras sus compañeros de
equipo los esperaban con la boca abierta para comérselos. En tercer lugar, no había orificios. Todo
el mar era uno solo y los pingüinos colaboraban para cazar.

Max se unión a la colonia debajo del agua y estuvo cazando peces durante horas y subiéndolos a la
superficie. Al día siguiente, cuando los pingüinos se levantaron, vieron la ruma enorme de peces
que Max había sacado. Todos estaban felices. Cuando le preguntaron a Max cómo lo había hecho,
con miedo se limitó a decir que pasaron muchos peces y los cogió en el pico. Todos estaban
orgullosos de Max. Los peces alcanzaron a alimentar no sólo a los pingüinos de su orificio, sino a la
manada de pingüinos. Max era un verdadero héroe.

Max mantuvo su hazaña en secreto por temor a castigos. Pero lo más importante es que ahora
sabía que existía otra realidad. Un entorno donde los pingüinos podían explotar al máximo su
potencial, donde podían convertirse en todo lo que soñaron ser alguna vez en su vida. Pero
también sabía que si alguien se enteraba tendría terribles consecuencias.

El tiempo pasó y encontró la forma de escaparse en las noches a pescar mientras todos dormían.
Se zambullía por horas y conseguía el pescado para alimentar a todos. Funcionó por un tiempo,
pero todos se sorprendían de cómo Max podía conseguir tantos peces. Un día, un grupo, que ya
desconfiaba de Max, se escondió para ver lo que éste hacía. Cuando Max salió del agua, todos los
pingüinos estaban esperándolo encabezados por el rey Fernando. Max miró a los pingüinos con
una expresión de impotencia y tristeza. El rey Fernando estaba muy molesto y lo increpó:

- Esto se acabó. Max ha desobedecido y se ha burlado de nuestros ancestros. Él no debe


pertenecer a la colonia. Lo condeno al exilio, lejos de los orificios, lo que lo llevará a morir
lentamente de hambre.

Max empezó a caminar y a alejarse de la manada, pero en ese momento algo mágico ocurrió.
Varios pingüinos se acercaron a Max, lo detuvieron y le dijeron al rey:

- Es cierto que las enseñanzas de nuestros ancestros son sagradas y que nos han guiado por
muchos años, pero los tiempos han cambiado. Ya los pingüinos no cazan sólo con el pico.
Debemos hacer lo que Max ha hecho si queremos seguir viviendo.

Max estaba sorprendido. No podía creer que un grupo de pingüinos se hubiera atrevido a
cuestionar a los ancestros. Al escucharlos, Max se llenó de entusiasmo y levantó la voz:

- Hermanos pingüinos, abajo del agua, en el mar, hay un mundo de oportunidades para
todos. Debajo del agua somos pingüinos de verdad, rápidos, y ágiles, como si voláramos, y
lo más importante es que abajo hay peces para todos. Nunca más nos faltará alimento si
cambiamos.

El rey estaba rojo de ira. Era una sublevación y tenía que ser detenida, debía imponer su
autoridad. Cuando se disponía a castigar a sus súbditos rebelados, unos pingüinos se tropiezan, y
empujan de casualidad al rey, quien cae al agua.

Cuando Max ve esto, se lanza contra el hielo, resbala a toda velocidad, llega al orificio y cae al agua
ante el asombro de sus compañeros. Ya sumergido en el mar, ve al rey que estaba con los ojos
cerrados, lleno de pánico y lo toma de la mano. Lo ayuda a abrir sus ojos y, con un gesto de
complicidad, lo invita a sentir la suavidad de los movimientos en el agua. El rey, que estaba
prácticamente paralizado de miedo, empieza a moverse lentamente, siente el agua, mueve un
poco sus aletas y experimenta por sí miso que puede nadar.
A los pocos minutos, el rey y Max navegaban a toda velocidad debajo del agua. El rey había
probado la conducta de zambullirse y estaba viendo los resultados exitosos de ella. Junto con Max,
como si el agua mágicamente redujera barreras y los ayudara a trabajar en equipo, los dos
empezaron a cazar peces. Estuvieron cazando en equipo por unos minutos y luego subieron a la
superficie con mucho pescado.

Los pingüinos en la superficie estaban anonadados. Su propio rey, el conservador, el formal, rígido
y vertical, había estado sumergido varios minutos bajo el agua. Había roto paradigmas y había
traído pescado con éxito. El rey se paró y dijo:

- Queridos pingüinos, Max tenía razón. Nuestro verdadero potencial se explota en el mar y
no en la superficie. Abajo somos verdaderamente pingüinos.

Cuando el rey terminó de hablar, empezó a empujar a varios pingüinos que todavía seguían
temerosos. Luego de empujar a algunos, se volvió a meter al agua y el resto de los pingüinos lo
siguió.

Pasó el tiempo y varias generaciones. Ahora la estadía en la superficie era un mero recuerdo del
pasado. Una leyenda sin sentido. La colonia era una sola y habían encontrado un ambiente que les
permitía ser hábiles y nunca más pasar hambre de nuevo.

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