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En un principio, los neurocientíficos creían que el cerebro se forma únicamente a partir de los

genes y de las influencias prenatales. En cambio, muchos científicos sociales pensaban que el
entorno del niño era un factor fundamental: la cultura (según los antropólogos), la sociedad (de
acuerdo con los sociólogos) o los padres (según los psicólogos) podían también ser responsables
de las acciones y las emociones del niño

En la actualidad, la mayor parte de los científicos son multidisciplinarios, especialmente los


psicólogos dedicados al estudio del desarrollo a lo largo de la vida, e incorporan los puntos de vista
tanto de la neurociencia como de las ciencias sociales. Creen en la plasticidad, la personalidad, el
intelecto, los hábitos y las emociones cambian a lo largo de la vida por varias, no sólo por una,
razones biológicas y sociales. Existen etapas de sensibilidad, que son períodos en la secuencia del
desarrollo en las que distintos tipos de avances particulares se producen porque "este momento
de plasticidad no durará para siempre" (de Haan yJohnson, 2003); pero la sincronizacion no es tan
rigida como pensaban en su momento los neurocientíficos.

La pregunta es: ¿en qué medida puede la experiencia afectar la estructura cerebral, y en qué
momento lo hace? Dos proyectos de investigación (uno con ratas enjauladas y otro con bebés
adoptados) iluminaron un poco el camino.

En la investigación de Marion Diamond, William Greenough y cols., se criaron ratas en grandes


jaulas provistas de juguetes interesantes. Otras ratas fueron aisladas en pequeñas jaulas sin
atractivo, sin juguetes ni otra estimulación. Para minimizar la influencia de posibles diferencias
innatas, todas las ratas del experimento estaban relacionadas genéticamente, y fueron
aleatorizadas tanto al entorno que proveía estimulación como al que no. Luego de que las ratas
murieron, se examinaron sus cerebros. El cerebro de las ratas que habían vivido en el entorno con
estimulacion estaba mucho más desarrollado (eran de mayor tamaño, más pesados y con más
ramificaciones dendríticas que el cerebro de las ratas provenientes del otro grupo.

Muchos otros investigadores confirmaron este fenómeno, que el aislamiento y la privación


sensorial dañan el cerebro en desarrollo de una rata, y un entorno social complejo aumenta el
desarrollo neurológico. La plasticidad no es imaginaria; es un hecho probado. Las derivaciones más
recientes de esta investigación sugieren también que es menos probable que las ratas criadas en
ambientes estimulantes sufran alguna enfermedad cerebral, en los últimos años de la edad adulta.

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