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Ana y el libro mágico

Al comienzo Ana se sorprendió muchísimo.

El libro, ese que había visto desde lejos en la biblioteca de la escuela, ese mismo libro viejo, con las tapas duras llenas de polvo,
estaba ahí, solito, encima de la mesa.

Ana pensó en guardarlo en su lugar ya que María, la bibliotecaria, siempre decía que no, que ese libro mejor no, y ponía cara de
misterio cuando alguien le preguntaba por qué no podían usarlo igual que todos los demás textos prolijamente apilados en los
estantes.

-Ese libro es muy especial- decía entonces María sin explicar nada más.

Algunos, sobre todos los varones que ahora jugaban ruidosamente al fútbol en el recreo, creían que a lo mejor el libro tenía
imágenes con gente desnuda o algo así. Otros pensaban que seguramente tendría muchísimas malas palabras.

Pero claro, si alguna de estas cosas fuera cierta ¿para qué estaba ahí en la biblioteca de la escuela?

Ana se acercó al libro y miró a su alrededor. María había ido a la dirección y tardaría un rato.

Ana, que era una niña extremadamente curiosa, pensó que era una buena oportunidad para abrir el libro.

Pero cuando pasó algunas páginas se sintió inmediatamente decepcionada porque el libro no tenía nada de raro. Es más: sólo tenía
palabras, pero no muchas palabras como los libros normales, sino una sola palabra en cada página.

-¡Qué aburrido!- dijo Ana y pensó que era uno de esos textos que los más chicos usan para aprender a leer.

Estaba a punto de cerrarlo cuando, por alguna razón, decidió hacer una prueba y leyó en voz alta una de las palabras que más le
habían gustado: la palabra HIPOPÓTAMO.

-¡Hipopótamo!- dijo poniendo su dedo encima de la larga palabra.

Lo que ocurrió entonces fue increíble.

Un montón de gritos llegaron desde el patio de la escuela. Y eran gritos y risas muy fuertes como si pasa algo, algo muy grande.

Ana dejó el libro, corrió hasta la ventana y miró hacia afuera. Al principio se quedó muy quieta, paralizada por la sorpresa, y
después, juntando un poco de fuerza, logró decir algo que le salió apenitas como un susurro.

Allí, en el medio del patio, rodeado de pronto por cientos de niños, había un hipopótamo.

Ana volvió a la mesa y agarró de nuevo el libro.

Esta vez las manos le temblaban un poco.

-¡No puede ser!- pensó. -¡Esto es mentira!

Decidió hacer una nueva prueba, pasó las páginas y encontró otra palabra interesante.

-¡ELEFANTE!- dijo en voz alta.

¡Zas! Los gritos del patio aumentaron y cuando Ana volvió a mirar hacia afuera, pudo ver a la señora Directora, seguida por u n
valiente grupo de maestras, corriendo con una escoba en la mano lista para enfrentar al hipopótamo y al elefante que, por supuesto,
ocupaban muchísimo lugar.

Algunos niños se trepaban al lomo de los animales y daban gritos intentando hacerlos correr. Otros les tiraban bolas de papel y
algunos querían convidarlos con pedazos de alfajor.

Ana pensó que todo aquel asunto era muy divertido, así que decidió volver a tomar el libro. Pero esta vez tuvo mucho cuidado, ya
que en las páginas también había palabras peligrosas como LOBO o TIGRE o SOPA, que no se animó a decir en voz alta.

Pero cuando llegó a la palabra MONO, no lo dudó ni un instante.

El resultado fue un alboroto gigantesco, ya que el mono se trepó a la señora Directora y comenzó a darle besos en la nariz.
Los niños rieron a carcajadas, pues ve a la señora Directora con un mono en los brazos, persiguiendo con una escoba a un
hipopótamo y a un elefante, no era cosa de todos los días.

Ana tenía ganas de seguir leyendo aquellas palabras, pero de pronto vio que por la puerta principal de la escuela entraban corriendo
policías, bomberos y también unos señores con redes enormes.

¿Qué podía hacer? Intentó pensar en alguna manera de salvar a los animales de terminar presos en el zoológico.

Pensó y pensó y entonces tuvo una idea.

Se acercó al libro, buscó la primera de aquellas palabras y dijo en voz alta OMATOPOPIH, o sea hipopótamo al revés.

Corrió hasta la ventana justo a tiempo para ver cómo el gordo animal desaparecía justo debajo de las redes de un señor de bigotes
negros.

Después dijo ETNAFELE y montón de niños que se habían trepado al animal, cayeron sentados sobre el piso.

Finalmente dijo ONOM y ¡paf! la Directora se quedó sola en medio del patio dándole escobazos al aire.

Los niños se miraban asombrados y los policías ponían cara de no entender nada.

Ana cerró el libro y volvió a dejarlo, tal como lo había encontrado, arriba de la mesa. Después salió al patio pensando en volver a
usar el libro en alguna ocasión especial.

-¿De qué te reís?- le preguntó una de sus amigas.

-De nada, de nada- contestó Ana tratando de aguantar la risa-, estaba pensando en la fiesta de fin de año.

“Cuentos para soñar despierto”

Roy Berocay

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