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Isabel II, o Plaza Ópera–. El objetivo general de la
lleva a definir a la exclusión no en términos de ais- investigación es analizar críticamente las visiones
lamiento, sino de acuerdo a la socialización cotidia- que equiparan al sinhogarismo1 con el aislamiento
na en un contexto de precariedad extrema. El tipo social. Es por ello por lo que el concepto de desafi-
de redes y arraigo territorial marcan el modo de liación ha sido el eje en torno al cual se ha articula-
exclusión que día tras día experimentan los home- do el estudio.
less. Por último, el artículo destaca posibles apor-
tes de la antropología, tanto en lo que respecta a En cuanto a la organización del artículo, en primer
los estudios sobre el sinhogarismo, como al diseño lugar me centraré en las tres variables que guían y
e implementación de programas destinados a los estructuran la investigación: las teorías sobre la
homeless. exclusión social, la dimensión espacial y los mode-
los de análisis sobre el sinhogarismo. En el mismo
apartado, haré alusión a los aspectos metodológi-
cos. Es de destacar cómo las visiones que subrayan
el aislamiento de los ‘excluidos’ se han basado pura
y exclusivamente en metodologías cuantitativas. En
tal sentido, el método etnográfico posee un enorme
potencial a la hora de obtener datos relevantes que
ahonden en la complejidad y complementen la infor-
mación existente sobre el sinhogarismo, que provie-
ne mayoritariamente de encuestas a los usuarios de
los recursos sociales para PSH.
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los enfoques desafiliatorios, que identifican la La mayor parte de los estudios sobre sinhogarismo
exclusión con el aislamiento social o con la confor- han sido generados en Estados Unidos, y el aisla-
mación de grupos de excluidos que residen en mun- miento social de los homeless ha sido una de las
dos sociales paralelos. De la desafiliación daremos perspectivas dominantes en elllos. Ya en 1936, los
paso a la reafiliación. Es decir, el trabajo de campo homeless eran descritos como “personas poco amis-
etnográfico con PSH lleva a definir a la exclusión no tosas, aisladas de todo contacto social de naturale-
tanto en términos de aislamiento, sino de acuerdo a za íntima y personal” (Snow y Anderson, 1993: 172).
la socialización cotidiana en un contexto de preca- A principios de la década de 1970, Howard Bahr
riedad extrema. El tipo de redes y arraigo territorial (1973) se convirtió en el investigador más popular
marcan el modo de exclusión que día tras día experi- sobre la materia, e interpretó al sinhogarismo en
mentan los homeless. Asimismo, en la sección se términos de desafiliación. Aclaremos que, a diferen-
discuten otros supuestos que se desprenden del cia de Castel, en la obra de Bahr la desafiliación
estereotipo central que equipara a la exclusión con adquiere un tinte psicológico, pues la situación de
el aislamiento –el nomadismo, la equiparación del calle se encuentra ligada a la personalidad del suje-
sinhogarismo con la pobreza errante es un ejemplo to que padece los procesos de exclusión. De tal
al respecto–. modo, en los inicios de la reflexión académica sobre
el tema, los factores destacados fueron el nomadis-
mo, el desarraigo y la ausencia de una familia. Hasta
Por último, las reflexiones finales giran en torno al
la década de 1980, el aislamiento social fue el
modo en que la antropología puede contribuir a los
aspecto predominante; debido a los procesos de
estudios sobre el sinhogarismo. Específicamente, en
desinstitucionalización psiquiátrica, gentrificación y
tal sección se destaca cómo algunos ejes centrales
a las políticas de ajuste fiscal, a partir de los ochen-
del proceso etnográfico –resaltar el punto de vista
ta, la variable residencial pasó a dominar la escena
nativo; o priorizar el contexto, lo cual, en este caso,
(Shlay y Rossi, 1992). Sin embargo, el supuesto del
es sinónimo a sostener la necesidad de indagar en
aislamiento social continúa presente en la mayoría
el entorno de calle como espacio cotidiano de las de los estudios contemporáneos2.
PSH– pueden ser muy útiles para quienes se dedi-
can a diseñar e implementar programas destinados A pesar de provenir de tradiciones distintas, las teo-
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cio social donde se mueven los individuos despro- su aporte más significativo a la materia. Basándose en el método
etnográfico, el énfasis residió en analizar la vida diaria en la situa-
vistos de recursos económicos, soportes ción de calle, caracterizar las tácticas de adaptación que desarro-
relacionales y protección social. Estas perspectivas llan los ‘sin hogar’ y demostrar cómo dichas tácticas se asocian con
consideran que la pobreza urbana va de la mano del la conformación de redes sociales (Spradley, 1970; Rosenthal,
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tión pasó entonces por ver qué podía expresar la
variable espacial sobre los procesos de exclusión, En el plano metodológico, lo primero que se ha de
sinhogarismo y desafiliación. Tomando al territorio destacar es que el trabajo de campo comenzó a prin-
como protagonista, se abordaron dimensiones como cipios de 2004 y concluyó a fines del 2007. Los este-
los esfuerzos realizados por las PSH encaminados a reotipos con los que inicié el trabajo de campo fue-
controlar la porción de espacio público donde resi- ron importantes para delimitar posteriormente el
den, o el espacio público en tanto ámbito de socia- objetivo de la tesis en torno a la sociabilidad de las
bilidad. El análisis espacial también condujo a dudar personas sin hogar. En los primeros meses, esperaba
sobre las definiciones y clasificaciones, permitió encontrarme con PSH solitarias; estos supuestos se
comprender que la figura del ‘sin techo’ –quien lite- vieron reforzados al leer la bibliografía más relevante
ralmente duerme en la vía pública– es sólo la punta sobre el tema. No obstante, la observación en el
de un iceberg que se alimenta de situaciones menos terreno mostraba una evidente tendencia a congre-
extremas, como son otras formas de sinhogarismo garse. Por otra parte, la perspectiva etnográfica me
en las cuales el sujeto encuentra un techo bajo el llevó a delimitar mi atención en un espacio y un
cual refugiarse temporalmente3. Asimismo, las pers- grupo concreto; así, las PSH que residían en Plaza
pectivas desafiliatorias que destacan el aspecto gre- Ópera se constituyeron en mi unidad de análisis4.
gario, por lo general sólo se preguntan por las cone-
xiones en el interior del grupo que previamente fue Probablemente, el principal aporte de la investiga-
definido como ‘excluido’, sin evaluar la interacción ción a los estudios sobre el sinhogarismo consista
de los integrantes del grupo con la población gene- en haber privilegiado el contexto de calle sobre los
ral. De tal modo, los códigos internos mínimos y pro- recursos sociales. En España, la información exis-
pios del grupo de calle son exagerados e interpreta- tente posee un límite metodológico: prácticamente
dos como leyes que reglamentan la vida de un la totalidad de los datos han surgido a partir de
encuestas o, en el mejor de los casos, de entrevistas
es simplificada al apelar a etiquetas como las de ‘desafiliados’, 4 En líneas generales, el grupo estable de Plaza Ópera consiste
‘transeúntes’, ‘sin techo’, o incluso ‘personas sin hogar’. El sinho- en unos ocho hombres. Se trata de españoles, cuya edad oscila
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garismo debe ser entendido como un fenómeno amplio, que tras- entre los 50 y los 65 años, con un estado físico bastante deteriora-
ciende el mero pernoctar en la vía pública. Por lo general, equivale do, producto de una estadía prolongada en la situación de calle y
a un proceso con permanentes entradas y salidas de la situación de las altas tasas de ingesta alcohólica. A dicho grupo ocasionalmente
calle, antes que a un estado continuo de vida a la intemperie. Lo se integran otras personas, que abandonan el sitio por distintos
que persiste es una condición de vulnerabilidad que se expresa en motivos –escapan del contexto de calle, se mudan a otra ciudad, a
la figura del sin techo cuando las desgracias arrecian, y en la de un otro espacio dentro de Madrid, o ingresan en algún albergue para
sin hogar –en sentido amplio– en los períodos de bonanza. PSH–.
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estructuradas a usuarios de los recursos sociales organizados en torno a encuestas, toman la desafi-
para PSH. La información obtenida a partir de una liación como una variable discreta, fomentando las
encuesta a un usuario de un recurso social es un visiones dicotómicas expresadas en términos de
dato que suele carecer de una dimensión central: el incluidos/excluidos. Pero cuando consideramos la
contexto en el cual se desenvuelven las conductas y desafiliación como una variable continua, el panora-
que moldea las interpretaciones sobre el mundo ma es otro: existen múltiples formas de estar ‘den-
social. Y el contexto cotidiano de las PSH, estén alo- tro’ o ‘fuera’ de las distintas dimensiones que com-
jadas en un recurso social o no, es la calle. Las sub- ponen la realidad social.
jetividades y la sociabilidad de las PSH se confor-
man a partir de la experiencia diaria en la vía Si bien los procesos que desembocan en una situa-
pública; los códigos propios de los grupos de PSH ción de calle implican el quiebre de muchos vínculos
no pueden ser recreados en toda su dimensión si no afectivos, estas afirmaciones deben ser relativiza-
tomamos a la calle como eje de análisis (Koegel, das. El cuadro que sostiene una equivalencia entre
1998). De tal modo, la tesis supone un intento por el sinhogarismo y la ruptura familiar debe contem-
complementar los datos existentes a partir de las plarse en su complejidad. En primer lugar, muchas
metodologías cuantitativas con un enfoque cualitati- PSH conservan parte de sus relaciones sociales con
vo centrado en la observación participante. algunos de sus familiares. En segunda instancia, la
observación participante confirma lo planteado por
Por otra parte, las imágenes de aislamiento en Rosenthal (1994): la distancia familiar es, en gran
buena medida son consecuencia de las metodologí- medida, producto del estigma y de la incapacidad
as con las que han trabajado los teóricos de la desa- de reciprocar. Las PSH suelen relacionarse con indi-
filiación. Un ejemplo al respecto pasa por recordar el viduos que, al igual que ellos mismos y sus familias,
excesivo énfasis que los precursores de la desafilia- provienen de los sectores populares. De tal modo,
ción han puesto en las instituciones clásicas. Estos es difícil que las ayudas que aportan tales conocidos
estudios miden el nivel de afiliación de las PSH a permitan romper el círculo de exclusión. En ciertas
partir del contacto que cotidianamente sostienen ocasiones de precariedad, la expulsión de un miem-
con instituciones básicas como la familia, el trabajo, bro es la forma que encuentra el conjunto familiar
los sindicatos o las iglesias. Luego comparan tales de preservarse. A pesar de ello, es común que el
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niveles de contacto con lo que ocurre con otras sujeto reencauce parte de sus lazos cuando avanza
poblaciones, para finalmente corroborar que nos de la zona de exclusión a la de vulnerabilidad. Es
encontramos frente a seres desafiliados. Sin embar- decir, como consecuencia del estigma asociado con
go, cuando adoptamos una técnica como la observa- la condición de ‘sin hogar’, las épocas donde la per-
ción participante, somos capaces de detectar otro sona pernocta en la vía pública equivalen a la mayor
tipo de conexiones. Entonces, localizamos redes distancia familiar; por el contrario, cuando encuen-
informales, como las barriales o las ligadas a la eco- tra un techo bajo el cual refugiarse, las relaciones
nomía informal. Estas redes podrán ser tenues, pero son más próximas.
de hecho existen y son vitales para la subsistencia y
adaptación cotidiana de las PSH. Por último, la
Asimismo, las PSH establecen relaciones en el
observación participante supone un análisis diacró-
nuevo territorio de residencia. En consecuencia, en
nico, y el análisis procesual permite considerar una
la investigación se privilegiaron los procesos de rea-
serie de cuestiones que difícilmente puedan ser cap-
filiación asociados con el ambiente de exclusión.
tadas en una encuesta. Esto es lo que ocurre con la
Pretendiendo caracterizar la sociabilidad de las PSH,
inestabilidad de sus vidas y, más específicamente,
se consideraron las redes que esta gente establece
de sus sociabilidades, en función del espacio resi-
en el barrio donde se ha instalado. De hecho, se
dencial; lo mismo sucede a la hora de considerar los
argumenta que dichos vínculos sociales son el prin-
ajustes psicológicos en función del tiempo de calle
cipal recurso que disponen para su subsistencia y
–cómo la persona se va amoldando a la situación de
adaptación cotidiana, tanto en el ámbito material
calle y le es cada vez más difícil escapar del sinho-
como emotivo. Es en el barrio, y gracias a la interac-
garismo (Snow y Anderson, 1993)–.
ción con quienes disfrutan de un hogar, que muchas
de estas personas logran la subsistencia. Sus redes,
basadas en la economía informal, se despliegan en
3. Principales resultados dichos territorios hasta tornar imposible escindir la
economía de las redes sociales de los homeless
El trabajo de campo etnográfico conduce a relativi- (Snow y Anderson, 1993). Las relaciones con los
zar los discursos que asocian a la exclusión con la vecinos que residen en la zona, con los comercian-
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disolución de las sociabilidades. Es cierto que más tes y empleados que trabajan en los alrededores
de una PSH opta por moverse en solitario; no obs- demuestra que la conexión no se circunscribe a ‘los
tante, la mayoría se integra temporalmente en gru- grupos de excluidos’. Más aún, los homeless expre-
pos de homeless, así como entra en contacto con san una necesidad de asociarse con quienes disfru-
algunos de los vecinos del barrio donde se han ins- tan de un domicilio. Y ello se debe no sólo a las tác-
talado. Los enfoques que destacan el aislamiento, ticas materiales gracias a las cuales satisfacen su
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desligarse sos y porque los apoyos con los que se cuenta son
insuficientes, sino también por las características
Al indagar en los lazos territoriales, se tuvo en cuen- del territorio en el que residen: el espacio público,
ta el contacto con los recursos sociales para PSH. siempre abierto al cambio y a la circulación, aporta
Algunos homeless circunscriben su subsistencia una fuerte sensación de inestabilidad. La calle ense-
cotidiana a la vinculación con ciertos albergues o ña a vivir el presente, a despreocuparse de un futuro
comedores, y más específicamente con determina- sobre el cual el sujeto no parece poder incidir; ello
dos empleados que allí se desempeñan. Sin embar- atenta contra las posibilidades de superar la situa-
go, lo más frecuente es que las PSH adopten una ción de extrema exclusión.
actitud utilitaria y distante frente a dichos servicios.
Una vez más, el estigma condiciona las sociabilida- Al centrarnos en los problemas asociados con las
des (Snow y Anderson, 1993). Sus rechazos traslu- adicciones desde una perspectiva etnográfica, toma-
cen un imaginario donde los recursos sociales son mos conciencia de cómo las redes sociales y los pro-
percibidos como espacios degradados y degradan- cesos de exclusión se encuentran indefectiblemente
tes de los que es preciso desligarse. Pero la etnogra- ligados; pero dicha relación no necesariamente se
fía ilustra la distancia entre lo dicho y lo hecho: a expresa en términos de aislamiento social. Por el
pesar de los esfuerzos por separarse discursivamen- contrario, determinados bares de la ciudad se con-
te de estos ámbitos, la mayoría de las PSH se ven vierten en espacios de ayudas, donde el homeless
forzadas a aproximarse a los comedores para ali- funda una serie de solidaridades no sólo con el
mentarse, a los roperos para encontrar abrigo, a las dueño o empleado del comercio, sino también con
duchas públicas para asearse. ciertas personas que viven o trabajan en la zona. Si
alguien pretende abordar con éxito la rehabilitación
Destacar la existencia de redes sociales no debe de quien presenta altas tasas de ingesta alcohólica,
conducirnos a imaginar que éstas satisfacen las debería ampliar su radio de acción considerando las
necesidades de las PSH; de lo contrario, relativizarí- sociabilidades que se generan en tales ámbitos. Es
amos la tragedia cotidiana de verse forzado a vivir en dichos bares, o en las rondas de cartones de vino
en la vía pública. Las relaciones sociales existen, que se celebran diariamente en la Plaza Isabel II,
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pero se recomponen en un entorno de exclusión. La donde las PSH han conocido a más de un vecino.
calle, en tanto ámbito de residencia, posee sus diná- Estos entornos ligados al alcohol suponen un ‘espa-
micas propias, es un espacio que condiciona las cio de reclutamiento de potenciales homeless’. Cuan-
sociabilidades. Así, los vínculos que la comunidad do un vecino que comparte su afición por la bebida
domiciliada establece con quienes viven en las con las PSH de la zona cae en desgracia, es a Ópera
calles de sus barrios suelen encuadrarse bajo una adonde acude al comenzar su estadía en la calle.
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Tras el objetivo de profundizar en los procesos de El panorama trazado es el de una relación ambigua
reafiliación, se indagó en las redes de PSH y las con- que oscila entre la aproximación y la distancia, lo
secuencias propias de años de socialización en la cual supone relativizar la identificación de ‘los exclui-
vía pública. Estudiando la relación entre los home- dos’ como integrantes de ‘comunidades de desafilia-
less, se torna posible dar un nuevo paso en el análi- dos’. Existen códigos propios del contexto de calle y
sis de los enfoques que, contradictoriamente, aso- del grupo específico de homeless que apuntan a una
cian a la desafiliación tanto con el aislamiento social convivencia más armoniosa. Sin embargo, suelen ser
como con la conformación de ‘comunidades desvia- mínimos y no siempre son respetados. No se trata de
das’. La calle ha sido descrita como un espacio de una organización compleja y amplia de reglas con su
alienación, donde sentidos contradictorios moldean correspondiente régimen de sanciones; dichos códi-
las sociabilidades y afectan las orientaciones cogni- gos no deberían conducirnos a concluir que nos
tivas de los sujetos. En las PSH se observa una ten- encontramos frente a un mundo social paralelo que
sión nunca resuelta satisfactoriamente entre coope- se rige por un sistema normativo propio. Suele ocu-
ración y desconfianza. Por un lado, la gente se rrir que los códigos, al responder a las necesidades
necesita mutuamente para hacer más llevadera la típicas de quienes residen en la calle, entren en ten-
cotidianidad. En particular, se han destacado dos sión con las normas sociales hegemónicas. La vía
factores como esenciales en la conformación de un pública fuerza a sus habitantes a transgredir, a sal-
sentido de comunidad: la búsqueda de protección tarse ciertos preceptos. Pero ello no significa que las
mutua ante la inseguridad nocturna, y la urgencia PSH vivan en un mundo aparte con reglas propias.
por satisfacer otra necesidad básica, como es beber Por el contrario, y pese a la estadía prolongada en el
varios litros de vino por día para quien corre el ries- sinhogarismo, en la mentalidad de esta gente conti-
go de padecer el síndrome de abstinencia5. núan operando los valores que rigen al conjunto
social. De hecho, llama la atención los esfuerzos que
Simultáneamente, existe una fuerte predisposición a realizan por destacar su propia dignidad en tanto
distanciarse de las demás PSH. Si el espacio de ciudadanos que acatan la ley, que valoran la familia,
degradación obliga a ciertas formas de cooperación, o que conciben al trabajo como sinónimo de digni-
también genera la necesidad de desligarse de quie- dad. La imposibilidad de respetar los valores socia-
nes afrontan el estigma inherente a la condición de les predominantes suele ser motivo de malestar.
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cio ante la presencia de homeless en lo que conside- esfuerzo que se sostienen en pie día a día, pese al
ran ‘su barrio’. Es entonces cuando se conforman las contexto hostil que los rodea. Bajo el término de
organizaciones de vecinos que presionan a las admi- ‘chapuzas’ pueden incluirse actividades tan dispa-
nistraciones locales para que expulsen a las PSH de res como la mendicidad, vender lo que se obtiene de
las zonas donde residen. El poder de turno responde la basura, ayudar ocasionalmente a descargar mer-
con medidas que suponen transformaciones en el cadería de un camión o revender entradas de even-
mobiliario urbano, operaciones arquitectónicas que tos culturales o deportivos. A pesar de que dichas
autores como Mitchell (2003) han denominado como prácticas difícilmente les permitan superar exitosa-
‘barreras antihomeless’. En Madrid, tales medidas se mente la situación de calle, constituyen los mecanis-
expresan a través de rejas que impiden el uso de un mos más apropiados para hacer frente a las adversi-
dades propias del entorno de exclusión donde les
soportal, o la sustitución de bancos de plaza donde
ha tocado vivir7.
era posible extenderse por bancos donde sólo es
posible permanecer sentado, por ejemplo. En la rela-
De los supuestos sobre la desafiliación propuestos
ción entre sinhogarismo y espacio público, los dis-
por Bahr (1973) en su explicación del sinhogarismo,
cursos oficiales cada vez más tienden a argumentar
el único confirmado plenamente en la investigación
en términos de ‘usos inapropiados’ del espacio
es el que apunta al estigma y la falta de poder.
público. Surgen voces que reclaman rescatar a los
Dicha falta de poder se vincula con los límites
barrios de la degradación expulsando a ‘los indesea-
bles’. Tales discursos añoran la belleza perdida de
unas calles ahora dominadas por el triste espectácu-
6 Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE, 2005) el
lo de la miseria. Cuando esto ocurre, el sinhogarismo
75,7% de las PSH son paradas; es decir, para un 14,3%, poseer un
pasa a ser leído en clave de ‘panorama’; el problema trabajo no ha garantizado el fin de la situación de calle. Entre los
es su visibilidad. Y para legitimar dichos discursos parados, nada menos que un 49,6% se encuentra buscando trabajo.
7 En el caso de Ópera, el sinhogarismo guarda relación con la
expulsivos, las formas en que se define el espacio
forma en que se combinan la edad y los trabajos no cualificados. A
público adquieren notable centralidad. ello hay que sumar la inmigración como una población que compite
por los mismos nichos ecológicos. Asimismo, sería preciso reflexio-
Por otra parte, a modo de hipótesis se sostuvo que nar sobre los programas de reinserción laboral, los cuales suelen
operar destacando la personalidad del sujeto, reencauzando sus
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ambientales, con las constricciones propias de resi- requisitos indispensables a un menor costo econó-
dir en un espacio público diseñado con fines y fun- mico. A la mercantilización de ‘lo social’ hay que
ciones sociales específicos. El origen de los estig- sumar la presencia masiva del voluntariado, que es
mas que padece la PSH responde a verse forzada a inversamente proporcional a la cantidad de profesio-
realizar en el espacio público las actividades que la nales contratados. Con su buena voluntad, esta
sociedad ha destinado al ámbito privado. Las defini- gente posibilita que el Estado se ahorre una enorme
ciones normativas, los discursos que prescriben qué cantidad de dinero, y muchas veces terminan reali-
prácticas son correctas en el espacio público, deli- zando de mal modo las tareas que deberían estar
mitan el estigma de la PSH. Al orinar, beber o dormir destinadas a psicólogos y trabajadores sociales –lo
en la calle, las PSH subvierten los valores dominan- cual demuestra hasta qué punto los servicios están
tes sobre el espacio público, trastocan las represen- funcionando como simples parches dedicados a lo
taciones hegemónicas sobre las conductas adecua- más básico, la alimentación y un techo bajo el cual
das en tales entornos. Los juzgamos o repudiamos, refugiarse8–.
pues en el ámbito público uno no debería compor-
tarse de tal manera. Pero entonces olvidamos que
dichas personas carecen de un hogar, de un entorno Señalan la arbitrariedad de
apropiado donde desarrollar aquellas prácticas aso-
ciadas con la privacidad (Mitchell, 2003).
unos servicios sociales que
son percibidos como un
4. Reflexiones finales: posibles aportes de bingo, en el cual existen
la antropología social a los programas de
lucha contra el sinhogarismo
pocas posibilidades de salir
airoso
El presente apartado supone un esfuerzo por mos-
trar el potencial que posee el método etnográfico en Por otra parte, los servicios sociales suelen funcio-
lo que a los estudios sobre el sinhogarismo se refie- nar con la rigidez de cualquier otra institución buro-
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re. En particular, la antropología supone el interés crática. Es común que los empleados de tales cen-
por destacar el ‘punto de vista nativo’ de los grupos tros destaquen el rechazo de los homeless hacia los
con los que trabaja –las voz de los propios homeless recursos, sin detenerse a meditar si éstos son ade-
no ha prevalecido a la hora de analizar cuestiones cuados para las necesidades de la población sin
como el funcionamiento de los recursos sociales– y hogar. Dos lógicas contradictorias chocan en un
contextualizar las prácticas a partir de la observa- mismo espacio: la burocrática –estructurada e infle-
ción participante en los espacios cotidianos –privile- xible–, y la de las PSH –cuyas vidas se caracterizan,
giar la calle como eje de análisis–. justamente, por una incertidumbre constante–. Para
tener un mayor éxito en los programas de interven-
En tal sentido, el primer punto que se ha de mencio- ción social, sería preciso una mayor flexibilidad ins-
nar es que en Madrid los recursos sociales para PSH titucional: que no siempre la PSH deba adecuarse al
se caracterizan por haber sido privatizados, terciari- servicio, sino que también las entidades sean capa-
zados y por una tradición confesional, lo cual tiene ces de amoldarse a las exigencias de una población
sus consecuencias. La administración pública ha que tiene requisitos específicos, producto del espa-
delegado sus funciones de una manera tan brutal, cio de exclusión donde residen. En ciertas cuestio-
que muchas veces los servicios sociales terminan nes, los recursos parecen haber sido diseñados por
operando como microcosmos. El Estado no se ha y para unos funcionarios que no conocen las dinámi-
encargado de centralizar a las diversas entidades; cas propias de la calle. Un ejemplo: da la sensación
en ocasiones, ni siquiera logra imponer criterios de que muchos horarios han sido dispuestos en fun-
básicos a unos servicios que financia, pero que no ción de la comodidad de los empleados, antes que
gestiona. Así, se despilfarran esfuerzos y las inter- buscando facilitar la vida de las PSH. De tal manera,
venciones son ineficientes. La falta de coordinación los homeless se quejan de que deben almorzar a las
tiende a ‘cronificar’ a una PSH que, para lograr satis- doce del mediodía, y que para ello deben comenzar
facer la subsistencia cotidiana, se ve forzada trans- a formar cola para obtener el número indispensable
currir su día moviéndose de una punta de la ciudad para ingresar en el comedor unas dos o tres horas
a otra. Los homeless interpretan esta situación a su antes. Así, una actividad básica como es alimentar-
modo: señalan la arbitrariedad de unos servicios se le lleva la mañana entera a la PSH. Los recursos
sociales que son percibidos como un bingo, en el
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En segunda medida, el proceso de terciarización y cuando esta gente se marcha de vacaciones, muchos recursos
privatización se rige por la lógica de las licitaciones. deben cerrar sus puertas, pues no cuentan con personal disponi-
ble. Consecuentemente, las PSH no encuentran un baño público
La empresa que pasa a hacerse cargo de la gestión donde ducharse, quienes se alojan en un albergue deben pasar el
de los servicios es aquella que ‘logra’ satisfacer los mes en la calle, etc.
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de los homeless (INE, 2005), mejoraría su vida mate- en importantes aliados para un trabajador social.
rial y emocional, facilitaría la búsqueda de empleo,
las visitas a los familiares y amigos, las actividades Al privilegiar el territorio como unidad de análisis,
que en general guardan relación con la afiliación. llama la atención la enorme diversidad que reina
Por el contrario, las formas de movilidad que se sue- bajo lo que de manera simplista denominamos
len fomentar desde el poder de turno pasan por los como sinhogarismo. Parte de los obstáculos que
traslados forzados, los cuales atentan contra la deben afrontar las propuestas de actuación residen
autoestima de la persona, limitan sus posibilidades en la dificultad por amoldarse a cada situación en
de sociabilidad, desestructuran sus redes barriales y concreto. Una mujer sin hogar tiene sus particulari-
obstaculizan sus tácticas de subsistencia. dades, un inmigrante sin papeles no demanda el
mismo tipo de respuestas que un joven que ha sido
En muchas ocasiones, los recursos que dicen pro- expulsado de su hogar o que un toxicómano en
mover la cohesión social contradictoriamente gene- situación de calle. No puede haber una única moda-
ran la desafiliación de las PSH. Sería importante lidad de intervención frente a una población tan dis-
crear albergues donde los homeless no se vean for- par, y las estructuras rígidas tienen una enorme difi-
zados a desprenderse de sus mascotas. Sus perros cultad para adaptarse a dicha variabilidad. En
o gatos son una fuente afectiva vital para esta particular, sería fundamental que las administracio-
gente; prohibirles el acceso a un centro de acogida nes tuviesen la capacidad de generar distintos pro-
equivale a forzarlos a elegir entre un techo o un gramas en función de los años que la PSH ha pasa-
afecto. Si los recursos contasen con un sitio donde do en la vía pública. La estadía prolongada en el
dejar a los animales, entonces más personas acep- sinhogarismo trastoca las orientaciones cognitivas
tarían acceder a los servicios sociales. Además, los de los sujetos. A partir de entonces, los sentimien-
albergues se organizan según una división de géne- tos de desconfianza generalizada, la pérdida de
ro, en la cual no hay cabida para las parejas o las autoestima, las angustias e inseguridades se apode-
relaciones sexuales. Esta situación se acentúa en ran del individuo y difícilmente logran ser desterra-
unos servicios que mayormente son administrados das. Además, el sujeto reconstruye sus relaciones
por diversas confesiones religiosas. Negar el dere- sociales en la calle; es en dicho medio donde se
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cho a la intimidad, a disfrutar de la sexualidad, es siente más seguro y sabe desenvolverse. Luego de
otro síntoma de cómo los recursos apuntan a lo más años en la vía pública, iniciar un proceso de ‘reinser-
básico, a la alimentación y al cobijo. Más de una ción’ se torna especialmente difícil y muy costoso en
pareja sin hogar se decanta por la calle, pues acudir términos económicos. Los programas de lucha con-
a los albergues significaría perder lo más valioso tra el sinhogarismo deberían ser capaces de detec-
que poseen: la compañía mutua. Por último, sería tar y actuar rápidamente cuando una persona
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comienza a pernoctar en la vía pública, y para ello dados de homeless. Si hay algo que queda claro
es necesario apostar por el trabajo en el terreno. luego de más de tres años de trabajo de campo, es
que es prácticamente imposible iniciar un ‘proceso
Respecto de las PSH que llevan más tiempo en la de reinserción’ sin un sitio adecuado, sin un espacio
calle, vale la pena destacar que en Madrid sólo exis- que el homeless pueda identificar como un ámbito
te un centro de baja exigencia. Los albergues suelen similar a un hogar.
condicionar la atención a requisitos que muchas
PSH no logran cumplir: no ingresar ebrio ni haber Esta situación se expresa con especial virulencia en
consumido drogas, respetar los horarios de ingreso lo que refiere a los tratamientos contra las adiccio-
y egreso, entre otros Para quienes son tildados nes. Respecto del alcoholismo, en Madrid no existen
como ‘crónicos’, la inflexibilidad de tales directivas dispositivos específicos para homeless que trabajen
es interpretada en términos de autoritarismo, de esta cuestión. Las PSH que intentan dejar de beber
acciones que coartan su libertad. Dichas normativas asisten a los cursos de Alcohólicos Anónimos. Al
generan la distancia de los homeless hacia las insti- final de cada sesión, la gente que disfruta de un
tuciones. Por el contrario, estas barreras institucio- domicilio vuelve a sus casas, y sus familiares los
nales se reducen a un mínimo en los centros de baja apoyan con el tratamiento. Por el contrario, la PSH
exigencia. debe retornar a la calle o al albergue donde se hos-
peda, en medio de un clima desmoralizante donde
Al operar desde los recursos sociales y omitir las los cartones de vino giran de mano en mano. En
dinámicas específicas de la calle, los discursos ofi- sitios como la Plaza Isabel II, es evidente que no se
ciales sobre el sinhogarismo suelen reproducir las acabará con el sinhogarismo si paralelamente no se
visiones desafiliatorias. A los servicios se aproximan afronta la situación de alcoholismo. En tal sentido,
individuos aislados, mientras que en la vía pública no queda otra posibilidad que abordar el problema
prevalecen los grupos de PSH. Estos enfoques restan desde el terreno, desde la calle. Además, hay que
importancia a los procesos de reafiliación, y dicha tener en cuenta que los programas de desintoxica-
actitud condiciona los modelos de intervención. ción implican alejarse de los sitios asociados con la
Diseñados en función de una imagen estereotipada bebida. Como se afirmó anteriormente, en Ópera
de los homeless como ‘sujetos solitarios’, sus fraca- ello equivaldría a la soledad del sujeto, a cortar con
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sos en parte remiten a la idea de que es la sociabili- sus redes de subsistencia material y emotiva.
dad la que refuerza la situación de calle. Las dinámi-
cas espaciales y los grupos de PSH conllevan una Para terminar, sería básico fomentar formas alterna-
cotidianidad donde el individuo se socializa en una tivas de alojamiento. El Estado debería subvencionar
lógica propia del contexto de calle. Repitámoslo: la las pensiones económicas y contar con más pisos
dificultad de acabar con el sinhogarismo responde a protegidos, por ejemplo. De acuerdo con las caracte-
que, de hecho, esta gente cuenta con vínculos. Por rísticas de cada persona, con variables como el
consiguiente, salir de la calle pondría en jaque sus tiempo de estadía en la calle o la edad, cada ámbito
redes materiales y afectivas. Si cambiásemos de residencial puede suponer diversas ventajas o lími-
registro y comenzásemos a pensar en términos de tes de cara a iniciar un ‘proceso de reinserción’. Lo
grupos de homeless y de la reafiliación en el contex- básico es que la PSH pueda apropiarse de estos
to de calle, entonces deberíamos replantearnos los espacios, que pueda personalizarlos, que los sienta
modelos de intervención actualmente vigentes. como un sitio que le garantiza intimidad y donde
puede recibir a sus visitas, un ambiente donde
En cuanto a los albergues y centros de acogida, encuentra estabilidad. Lo fundamental pasa por que
deberían disponer de más plazas para garantizar la persona no se sienta amenazada, no perciba el
que toda PSH cuente con la posibilidad de una cama sitio como algo temporal donde el futuro está siem-
donde pasar la noche. Pero resulta muy complicado pre asociado con la calle. Cuando se hace alusión a
iniciar un ‘proceso de reinserción’ en un entorno la voluntad de estas personas de permanecer en la
deprimente, en un albergue masificado que recuer- calle, se omiten las posibilidades limitadas que se
da un depósito de personas. Sería más lógico apos- les presentan en sus opciones. Lo que los homeless
tar por muchos centros integrados por unas diez o rechazan no es un hogar, sino las plazas que actual-
quince PSH, en vez de unos pocos albergues desbor- mente se les ofrecen en los albergues.
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