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Y entonces recordé a Cristina B., periodista argentina. Hace algunos años tomó la
decisión de abandonar su trabajo para dedicarse al cuidado de su madre enferma. Hoy,
su madre ya ha fallecido y ella se encuentra en una situación económica bastante
difícil, pero repite con frecuencia, si volviese el tiempo atrás, lo haría igual. Creo refleja
la opinión de muchas de esas mujeres que se dedican a este trabajo invisible. No lo
hacen por obligación o por discriminación, lo hacen por amor. Las mujeres somos las
profesionales del amor. Nadie mejor que una madre, una hija, una hermana para
cuidar de aquellos que sufren. Nada resulta más doloroso para una mujer que verse
imposibilitada de estar al lado de los suyos mientras sufren. Imposibilitada por
necesidad económica, por carecer de tiempo del cual disponer, por encontrarse lejos o
tantos otros motivos. El saberse necesitada y la entrega a los demás es un elemento
que como mujeres nos realiza, nos confiere seguridad y satisfacción personal; es parte
de nuestra naturaleza humana femenina.
El punto ahora es ¿cuál es la solución más justa para la mujer? Yo percibo tres posibles
caminos, cada uno con sus ventajas y desventajas. El primero sería dejar las cosas
como están, mantener este trabajo invisible observando su inevitable reducción sin
modificar la situación, (en España el número de amas de casa ha disminuido en un
millón en los últimos 10 años), con la posibilidad de encontrarnos dentro de pocos
años sin un número suficiente y tener que aumentar los impuestos para cubrir esta
necesidad. Otra posibilidad sería continuar diciendo a la mujer que su realización no se
encuentra en el hogar, y llevarla a buscar fuera de la esclavitud de la familia su
felicidad (como hacen muchos movimientos, grupos y personas que, convencidos de
esta verdad, promueven la salida de las mujeres a trabajar fuera de sus hogares). Y
existe una última opción posible, hacer visible esta verdadera profesión de esposa,
madre y administradora del hogar y de la economía familiar. Es justo ofrecerle a la
mujer una remuneración, facilitarle las cosas a aquellas que optan por dedicarse al
cuidado de los suyos, ayudarlas de diversas maneras: económica, laboral,
legislativamente para que no se enceuntren obligadas a dejar en un hospital o asilo a
su hijo o a su madre.
Es un buen momento para volver la mirada a este asunto. Las conferencias sobre la
mujer se multiplican en todo el mundo y las iniciativas destinadas a asegurar su
igualdad y el respeto a sus derechos surgen en casi todos los países. Hay un derecho
que podemos pedir sea reivindicado por y para las mujeres: el reconocimiento de su
labor como madre, esposa, ama de casa y muchas veces, incluso enfermera de los
suyos. Queremos reconocimiento de nuestros derechos; éste es uno.
Hablemos de derechos de la mujer, pero de todos y comencemos por los más básicos y
fundamentales: el de tener libertad y posibilidad de hacer lo que deseamos y creemos
es lo mejor para nosotras: tener a nuestros hijos y educarlos nosotras, acompañarlos
en los momentos de sufrimiento, de dolor y también en los de alegría, de gozo, de
descubrimiento del mundo; con la certeza de contar con una sociedad que nos ayuda y
apoya porque nos ofrece las condiciones que nos lo permiten.
SEXUALIDAD
Hablar de sexualidad es positivo y enriquecedor, nunca debe ser tratado como algo
sucio u obsceno. Ha de haber respeto, seriedad e, incluso, admiración ante el hermoso
hecho de que somos hombres y mujeres y podemos dar vida a otro ser humano.
Hay diversos aspectos que pueden ser tema de conversación con chicos y chicas y que
favorecen una visión madura de la sexualidad. Pueden ser tema de conversaciones
privadas; pueden desarrollarse en una plática con un grupo; pueden utilizarse ante
comentarios espontáneos de los adolescentes. De cualquier forma son pruebas y
consideraciones que todos debemos conocer para poder hacer una opción madura y
realmente libre.
Para que una relación sexual sea satisfactoria plenamente para una persona, en
especial para una mujer es necesario que cumpla con las siguientes condiciones (no
están colocados por orden de importancia). Analizadas con cuidado y madurez son
pruebas claras de que una relación sexual plena sólo es posible en el matrimonio:
* amor real y libre: la mujer se entrega por entero; en ella no hay separación entre la
donación de su cuerpo y de sus sentimientos y afectos más profundos. Si una mujer se
da libremente, lo hará por amor y para amar. Al hombre le es más fácil separar lo
físico de lo afectivo y en ocasiones resulta que lo que para la chica era expresión de un
mayor compromiso, para él era el modo de satisfacer una necesidad física-afectiva,
pero sin aumento del compromiso mutuo.
Comentar con los adolescentes y jóvenes estos cinco requisitos, es muy conveniente.
Demuestra saber de qué se está hablando. Son consideraciones lógicas, basadas en la
experiencia y en la misma biología y sicología. Ningún adolescente dirá que es exceso
de moralidad o algo anticuado. Especialmente a las mujeres les puede ayudar, porque
descubren ahí elementos que para ellas son claves en la vivencia de su sexualidad y
que surgen espontáneamente en su interior al plantearse la posibilidad de mayor
intimidad.
Otro tema de conversación que no debe faltar, es estudiar y dilucidar con ellos cuáles
pueden ser los motivos por los que otros adolescentes o jóvenes llegan a una relación
sexual. Así nos adelantamos a lo que ellos escucharán como argumentos a favor de las
relaciones precoces y ofrecemos algunas posibles respuestas a cada argumento; pero
recordemos que el más importante y al que debemos recurrir siempre es el amor y
respeto que cada persona debe tenerse a sí misma y a los demás. Si esto ha entrado
profundamente en la conciencia y corazón de cada joven, podrá optar por una vida
acorde a su dignidad.
* Si no acepto, terminará nuestra relación.
Lo mejor que puede responder es: y si tú me amas a mí, no me pedirás algo que va
contra mi conciencia y que no deseo hacer; así me demostrarás tu amor hacia mí.
Esto es falso. Hay muchos jóvenes que no lo hacen y que están esperando al momento
de su matrimonio para comenzar su vida sexual. Se intenta presionar al chico o chica
con la opinión que los demás, especialmente el grupo de amigos, tendrá de él. El
peligro será menor si el adolescente ha sabido apropiar su propia jerarquía de valores
y posee una seguridad básica en sí mismo y en el amor de su familia. Un adolescente
seguro y que ha aprendido a actuar de acuerdo con sus propias decisiones y opciones
y no según lo que hace la mayoría se defenderá con éxito.
Una buena respuesta frente a este argumento es decirles: Y tú, ¿qué piensas tú?
¿Acaso siempre debes hacer lo que hace la mayoría aunque a ti no te agrade y
consideres que es incorrecto?
Aparte de lo que pueda tener de verdad, el que un chico o una chica se sienta excitado
no implica necesariamente que deba recibir un desahogo o salida a su excitación
sexual. Él o ella también pueden y deben aprender a controlarse y dominar sus
impulsos. Son elementos que ayudan a madurar y a fortalecer la voluntad y la
capacidad de autodominio (lo cual no significa que hay que exponerse tontamente a
situaciones que provoquen excitación para fortalecer la voluntad).
Una buena respuesta es: Lo siento, tienes razón en sentirte responsable por la
excitación del otro u otra, pero esto no significa que necesariamente debes darle una
satisfacción sexual, sino que debes cuidarte para no hacerlo nuevamente y
demostrarle así tu interés y cariño al evitarle nuevos malos ratos. Él o ella debe
comprender que no lo hiciste a propósito y ayudarte, haciéndote comprender qué
cosas no son adecuadas para que tú las hagas o digas cuando estén juntas.
* Presión o intimidación.
Este argumento tiene mucha relación con aquél de todo el mundo lo hace y con la
amenaza de terminar la relación si no acepta. Hay que hacer ver a la chica o chico que
nadie puede obligarle a hacer algo que no desea y que le hace sentir mal. En estos
casos, puede darse además un abuso de fuerza o de autoridad. La relación de
confianza y proximidad con los padres o un formador es muy importante. Los
adolescentes o jóvenes que se encuentran en una situación como esta, se sienten
verdaderamente presionados y temen decir lo que sucede por las posibles represalias.
Es importante asegurarles que deben estar tranquilos, que nadie tiene derecho a
obligarles a mantener una relación sexual que no desean; por el contrario, la ley los
protege y ellos tienen derecho a negarse y a buscar ayuda y protección. Hay que ser
prudentes en estos casos, pero nunca poner en duda lo que un adolescente dice.
* Curiosidad.
Muchos adolescentes llegan a una relación sexual por curiosidad. Es tanto lo que ven y
escuchan en la televisión, el cine, las revistas, los amigos; que desean vivirlo en
primera persona. Esta es una de las razones por las que es muy importante el diálogo
y la comunicación entre padres e hijos a lo largo de su desarrollo. Un chico o chica que
ha recibido de sus padres la información y la educación necesaria, sabe que es algo
hermoso sólo si se vive en el momento y condiciones adecuadas y, por lo tanto, no se
dejará llevar por la curiosidad.
Es conveniente que los padres estén atentos para ir descubriendo las dudas y los
interrogantes que sus hijos se vayan haciendo en las distintas edades; pero siempre
recalcando la necesidad de respetar el tiempo y la persona adecuadas.
En nuestro trato con adolescentes debemos hacerles ver estos y otros argumentos y
demostrarles la falacia que ocultan. Si poseen las respuestas antes de encontrarse en
esta situación, son capaces de reconocer las mentiras o simplemente de ver más allá
de lo que aparece a primera vista.
Es posible explicar lo que es el sexo de muchas maneras. Una, por desgracia, aparece
cuando menos lo esperamos en un programa de televisión. Otra puede ser ofrecida en
una escuela, bajo las indicaciones de la Secretaría de Educación. Otra, puede darse en
casa, por los papás o los hermanos mayores. Otra, se puede recibir en la calle, entre
los amigos, en una taquería...
Desde luego, hablar de "educación sexual" implica algo más que explicar lo que es el
sexo. Con un poco de sentido común podemos comprender cómo el misterio de la vida,
en muchas especies animales y también en muchas plantas, se transmite gracias al
intercambio de cromosomas que vienen de la padre y del madre. Pero el hombre es
capaz de descubrir otra dimensión de la sexualidad: la de una plenitud, la de un gozo
intenso, la de una continuación del amor. Esta segunda dimensión, por desgracia,
puede degenerar en búsqueda egoísta de placer, y entonces el sexo se convierte en
algo parecido a la droga o al alcohol.
Para algunos parece que "educación sexual" significa precisamente eso: "disfruta, pero
ten cuidado, no sea que tu compañera quede embarazada". "Disfruta, pero mira que,
por ser mujer, puedes verte, por sorpresa, esperando un niño". El así llamado "sexo
seguro" pretende ser un método para que no se inicie una nueva vida y para que
tampoco ni el chico ni la chica (ni el señor ni la señora) puedan contraer alguna
enfermedad de origen sexual, como el aids.
De este modo, consideramos que nuestros jóvenes (o que algunos adultos) no son
capaces de controlarse, de disfrutar a pesar de los muchos riesgos que esto implica, de
lanzarse a la aventura del "don Juan" sin pensar en lo que luego pueda ocurrir. La
difusión del preservativo, o los programas de ventas de píldoras anticonceptivas o
abortivas, demuestran para algunos los demás son incapaces de vivir su sexualidad de
otra manera. Que el sexo, como todo lo humano, puede vivirse "con altura", desde un
compromiso serio y sincero como puede serlo el matrimonio entre el hombre y la
mujer que se aman de veras, sin egoísmos ni trampas engañosas.
Un programa de educación sexual que no crea que los jóvenes son capaces de vivir sin
relaciones sexuales antes del matrimonio es un programa que desprecia a nuestros
hijos, y que también dice mucho de nosotros mismos, de nuestros miedos y egoísmos.
Si realmente hay quien cree que un joven es incapaz de la castidad, también, en el
fondo, lo considerará incapaz de vivir a fondo un compromiso serio y sincero ante la
otra o el otro, ante la sociedad entera... O, de otra forma, si quienes promueven el
preservativo creen (y estamos seguro que lo creen) que un chico o una chica son
capaces de ser "prudentes" a la hora de tener una relación sexual, ¿por qué no se
lanzan a proponerles metas más elevadas y más hermosas, como son el poder llegar al
matrimonio habiendo logrado el mayor respeto recíproco, sin cometer actos sexuales
prematuros e incoherentes con un amor pleno y plenificante?
Hoy en día, las personas que son firmes y creen que existen los valores universales,
normalmente son atacadas y confundidas, a tal grado, que a veces les lleva a sentirse
incómodas o hasta intransigentes con las opiniones de los demás….“ Al mismo tiempo,
la conciencia de cada cual en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar
encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño, debe abrirse a la
consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada y
consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio
sobre las cuestiones morales.” [1] Creo firmemente que uno de los graves problemas
que enfrentan nuestra sociedad contemporánea es justamente el relativismo moral.
Vemos cada vez con más frecuencia que el mundo se va dividiendo rápidamente en
dos bandos: los que creen que todo es relativo y los que creen que no todo es relativo,
sino que existen principios morales objetivos, universales y absolutos, principios que
gozan de existencia propia y que son aplicables a todos los seres humanos, bajo
cualquier circunstancia o en cualquier lugar. Pero, a fin de cuentas, ¿qué es esto del
relativismo?. El relativismo, consiste en una postura que dice que la verdad de todo
conocimiento o principio moral depende de las opiniones o circunstancias de las
personas. Como estas son cambiantes, ningún conocimiento o principio moral es
verdadero. El relativismo en cuanto al conocimiento de la realidad, se traduce en un
agnosticismo (que es la negación o la puesta en duda de la capacidad del ser humano
de conocer la verdad objetiva); y en cuanto al conocimiento de la moral, se convierte
justamente en un individualismo o subjetivismo.
“Pero hay muchas cosas en esta vida, que no son relativas, valores fundamentales
innegables: como la vida humana, la fe, el derecho a libertad, la búsqueda de la paz y
de la verdad……” [2] Para un relativista, todas las opiniones emitidas por las personas,
tienen el mismo grado de validez, sean verdaderas o falsas. Apelando a la “tolerancia”,
creen que pueden aceptar como viable y respetar toda opinión emitida. Es como la
religión del olvido de la verdad. Es ir por la vida sin tener certezas sólidas sobre todo
lo que nos acontece en nuestro diario actuar. Si analizamos un poco esta postura,
vemos la falta de congruencia total que existe, ya que no se parte de un hecho
objetivo, sino de la percepción (subjetiva) de las personas. Hay un dicho que me
parece muy cierto: “todo depende del cristal con que se miren las cosas”. Cada
persona puede dar una interpretación muy distinta de una misma realidad de acuerdo
a su entorno, a sus características y vivencias personales. Independiente a esa
interpretación, existe una realidad objetiva y universal sobre cada cosa, que
permanece y que proviene de la misma naturaleza del ser humano. Protágoras
sostiene la tésis de que “El hombre es la medida de todas las cosas…” Con ello dio
inicio al relativismo intelectual, en donde no son las cosas-la realidad, las que posee su
propia medida, su propio ser, sino que es el hombre quien determina dicha medida y
verdad. Lo grave de esta postura es justamente que se pierde entonces la dimensión
objetiva, trascendente y universal de la verdad. Cada uno de nosotros podemos tener
entonces nuestra propia verdad?. “Santo Tomás Moro, supo testimoniar hasta el
martirio la inalienable dignidad de la conciencia”. [3] El relativismo busca, en palabras
sencillas, hacer del hombre el centro del universo y pretende adaptar la verdad a la
conveniencia del momento.
La ley moral natural es una gracia de Dios que le da al hombre desde que nace y que
va descubriendo poco a poco; la lleva en su corazón. Tiene las mismas características
de la ley eterna: universalidad, inmutabilidad: abarcan a todos los hombres por el
hecho de ser hombres y no cambian con el paso del tiempo. Esto es tan evidente que
me parece asombroso que hoy en día exista tanta duda al respecto. No podemos
olvidar que el ser humano es un ser tanto material como espiritual, tiene inteligencia,
voluntad y libertad, por lo que necesita para su pleno desarrollo bienes tanto
materiales como espirituales. Los grandes adelantos en la medicina y de la ciencia
actualmente han permitido alcanzar objetivos que sacuden en muchas ocasiones la
conciencia de las personas e imponen la necesidad de buscar soluciones capaces de
respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos que son inmutables y que
permanecen siempre. Recordemos que no todo lo médicamente viable es éticamente
posible. Nuestro punto de partida debe ser siempre la persona humana, en su esencia
de ser, es ahí dónde radica su dignidad de persona. La Iglesia nos enseña, que la
auténtica libertad, no existe al margen de la verdad. Una va de la mano de la otra
siempre. “Verdad o Libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente”,
como decía Juan Pablo II.
Fernando Pascual
La lista podría alargarse, lo cual nos muestra que la sexualidad humana no ha sido vivida
de una manera igual a lo largo de los siglos ni entre las distintas culturas o grupos
humanos. Podemos, entonces, preguntarnos: ¿alguna de esas maneras puede ser vista
como más correcta que las demás, o todas pueden colocarse como igualmente
“aceptables” según las diferentes épocas y culturas?
La mayoría (no todos, por desgracia) rechazaría aquellos usos de la sexualidad que
impliquen violencia, engaño, desprecio o “uso” denigrante del otro o de la otra. Este
punto, pues, resulta un patrimonio aceptable por quien quiera ser verdaderamente
respetuoso de los demás: nadie puede ser usado como objeto, nadie puede ser reducido
a simple instrumento para el placer de otros.
Pero podríamos dar un paso ulterior: existe una relación sexual que va más allá de la
simple búsqueda del placer y que se encuadra en una relación personal mucho más
profunda y rica. Se trata de una vida sexual integrada en un proyecto de amor en el que
él y ella se aceptan y se dan mutuamente en el pleno respeto de todas las riquezas
propias del ser hombre y del ser mujer, sin rechazar ninguna dimensión (genética, física,
hormonal, psicológica, espiritual). Esta aceptación implica un darse y un recibirse total,
pleno, que excluiría la que consideramos actitud de rechazo de la propia fertilidad.
Esto vale no sólo para la mujer (de la que hablamos antes) sino para el mismo hombre.
Su virilidad conlleva el poder fecundar, normalmente, a una mujer en una relación
sexual. En la donación total, interpersonal, tal fecundidad es parte de la plenitud de
aceptación, la cual se da de modo definitivo y total en el matrimonio.
Lo peculiar de la mujer
En este sentido, conviene subrayar otro aspecto de la vida sexual, que marca una
asimetría muy particular. Hoy por hoy, en el ejercicio de su sexualidad sólo las mujeres
pueden quedar embarazadas. Mientras no pueda prepararse un útero artificial o un útero
trasplantado en varones con capacidades gestacionales, por ahora los niños podrán nacer
sólo después de haber transcurrido diversos meses en el seno de una mujer.
Las mujeres viven con especial profundidad esta característica exclusiva. Ante ella
pueden tomar diversas actitudes. Una consiste en rechazar la propia fertilidad, en verla
como un obstáculo, como algo no deseado o como un peligro para ciertos proyectos
personales (de ellas mismas o de otros que giran alrededor de ellas).
Tal rechazo puede ser sólo emocional, o puede llevar a decisiones concretas que impidan,
de modo temporal o definitivo, cualquier concepción de un hijo en su seno, a través del
recurso a métodos anticonceptivos o, incluso, por medio de una esterilización más o
menos irreversible. Si fracasan los métodos anticonceptivos, o si no han sido usados y se
produce el embarazo, puede sentir un deseo más o menos intenso a abortar esa vida
iniciada “fuera de programa”.
Una mujer que vive en esta segunda actitud necesita, sin embargo, vivir su vida sexual
con una seriedad particular, lo cual nos vuelve a poner ante las reflexiones anteriores.
Defender la integridad de su cuerpo, defender la propia fecundidad, significa velar para
que ningún hombre pueda “usarla” como instrumento de placer o como compañera de
juego en unos momentos de fiesta. Significa no prestarse a ser amiga frágil de quien dice
amarla sin un compromiso serio hacia la vida que pueda ser concebida en su seno.
Significa pensar en el bien del hijo a la hora de escoger quién va a ser el centro de su
corazón, el compañero de su vida, su esposo para siempre.
Sin embargo, algunos adultos creen que las chicas (y los chicos que giran alrededor de
ellas) serían incapaces de reconocer el valor de la propia fecundidad. Por lo mismo,
promueven la difusión entre ellas de una amplia gama de métodos anticonceptivos y
abortivos, a veces llamados con una fórmula muy genérica: servicios de salud
reproductiva. Este planeamiento parte de un error de base. Sólo una chica puede pensar
en la “necesidad” de la anticoncepción si está dispuesta a tener relaciones sexuales y si
reconoce la fertilidad propia de su condición femenina, lo cual implica un mínimo de
madurez y de responsabilidad. Orientarla sólo a la negación de tal fecundidad es, en el
fondo, impedirle tomar una opción seria en favor de la plena aceptación de sí misma. Es
señal de desprecio hacia las chicas (y, en el fondo, también hacia los chicos) creer que no
son capaces de pensar y de tomar compromisos profundos en estos temas.
Si respetamos esta relación podremos lograr, sobre las riquezas y los valores de nuestros
adolescentes, la promoción de una sexualidad que valore plenamente a cada ser
humano, en su profundidad espiritual y en sus valores físicos. Valores físicos que
incluyen ese enorme misterio y riqueza de la fecundidad que ha permitido el nacimiento
de cada uno de nosotros. Una fecundidad que permitirá la venida al mundo de los
hombres y mujeres del mañana, hijos de unos padres que se aman en la plena
aceptación y el respeto más profundo de sí mismos y del otro.