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CIEN AÑOS DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

DE 1917
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JAVIER SEGURA August 12, 2017

LECCIONES DE OCTUBRE ROJO: COMUNISMO ES


DEMOCRACIA.
Cuando a mediados del siglo XIX los jóvenes revolucionarios Karl Marx y Friedrich Engels
iniciaron su obra, orientaron su trabajo hacia la resolución del “enigma histórico”, que
subyace a todo pensamiento social, planteado por la continuidad en el tiempo de las
desigualdades entre minorías acaudaladas y mayorías empobrecidas, al tiempo que la
riqueza generada por el trabajo humano permite su erradicación. Para ello, partieron de
una cuestión clave: ¿De qué manera debería reorganizarse el mundo para construir un
nuevo orden basado en la justicia? ¿Quién debería ser el agente impulsor de esta
transformación?

La respuesta estableció los fundamentos del marxismo, que sintetizo a continuación: 1)


Toda sociedad se define por la manera en que establece la distribución de la riqueza y el
poder. 2) El antagonismo y la competencia entre fuerzas sociales actúan como el motor
que propicia la evolución histórica. 3) La injusticia social es inherente al capitalismo ya que
deriva de la propiedad burguesa de los medios de producción y de la explotación de la
fuerza laboral, sometida a la lógica de la acumulación de capital. 4) Por tanto, el reparto
equitativo del poder y la riqueza requiere la conversión de la propiedad burguesa en
propiedad social mediante la acción revolucionaria de las clases trabajadoras, en
particular, del proletariado, únicaclase social que, por su situación en la división del trabajo,
puede disponer del control colectivo de la economía. 5) La revolución proletaria deberá ser
internacional, apoyada en la unidad de los pueblos del mundo, para así enfrentar con éxito
el expansionismo capitalista. Es el sentido del llamamiento: “Proletarios de todos los
países, uníos”. 6) El trabajo teórico, en medio de la lucha de clases, consiste en entender
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esta realidad de modo que la intervención humana pueda ser eficaz en la práctica. 7) La
instauración del socialismo debe conducir a la sociedad comunista, basada en el reparto
igualitario del poder y los recursos y la consiguiente extinción del aparato dominador del
Estado. Lenin tomó las ideas de Marx y Engels y las desarrolló a partir de la realidad
concreta de Rusia: un país gobernado por un estado autocrático y militarizado, con 100
millones de campesinos sometidos a 100 mil terratenientes, un modelo de industrialización
impulsado por el Estado y financiado con fuertes inversiones extranjeras, generadoras de
de una deuda pública astronómica, y una posición en la geopolítica mundial que explica su
participación en la Gran Guerra de 1914-1918.

En el contexto de matanzas masivas y privaciones generalizadas de la Gran Guerra, en la


que ésta se manifestó en toda su crudeza como una guerra entre potencias imperialistas
en la que el pueblo sólo contaba como carne de cañón, se gestó la Revolución Rusa,
dando lugar a la mayor oleada revolucionaria de la historia protagonizada por la clase
obrera, entre 1917 y 1923, . Cuando el corresponsal estado-unidense Jhon Reed llegó a
Rusia y vivió la efervescencia de las jornadas revolucionarias de Octubre y Noviembre de
1917, magistralmente plasmadas en su obra “Diez días que estremecieron el mundo”, se
dio cuenta de que estaba siendo testigo y partícipe del acontecimiento político mundial
más importante del siglo XX. No le faltaba razón. Estaba asistiendo al primer gran desafío
histórico que supuso para la propiedad burguesa, sacrosanto pilar del orden capitalista, la
constitución del primer Estado obrero de la historia.

Es, precisamente, la conflictividad derivada de este desafío ( a la propiedad privada) y de


las resistencias al mismo (por los potentados del capital) el núcleo que, a partir de la
Revolución Rusa, explica la historia contemporánea. Y es, precisamente, el interés
“burgués” en camuflar este aspecto el que sustenta falacias interpretativas, como la que
convierte la Revolución de Octubre en un golpe de estado leninista para imponer una
dictadura, la que hace del stalinismo la consecuencia inevitable del Estado proletario de
1917 o la que alimentó durante décadas la imagen de la URSS como una amenaza para el
“mundo libre”. De ahí, la necesidad de situarse en la historia real de la revolución y de la
idea de comunismo como un ejercicio de memoria histórica, en beneficio de la ciudadanía.
En esta línea, se inscriben las siguientes consideraciones:

1) La Revolución Rusa fue un movimiento de masas, del que los soviets de obreros,
soldados y campesinos, formados por delegados elegidos en las fábricas, los cuarteles, o
las aldeas campesinas, fueron los órganos de representación popular y constituyeron, en
toda Rusia, el núcleo del poder popular. 2) Para Lenin y, en general, para los bolcheviques,
la democracia era el requisito necesario para que el socialismo establecido tras el triunfo
revolucionario conservase su victoria y condujera a la extinción del Estado como
instrumento de dominación. Lenin representó el espíritu de los activistas bolcheviques y
éstos, a su vez, el de las masas organizadas en soviets. De ahí, el llamamiento expresado
en las famosas “Tesis de Abril”: “Todo el poder a los soviets”.

3) La Revolución Rusa fue pacífica. La toma del Palacio de Invierno fue la culminación de
un proceso social en el que el Gobierno Provisional había perdido toda capacidad de
acción. La visión cinematográfica del acontecimiento, inmortalizada por Eisenstein, como
una gesta heroica del pueblo en armas nada tiene que ver con la realidad. En toda Rusia el
poder fue pasando de las manos de una clase a las de otra a medida que los poderes
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locales delegaban en los soviets el control de la situación. En este contexto, la disolución
de la Asamblea Constituyente por el Partido Bolchevique en 1918, algo que ha hecho
correr ríos de tinta liberal-anticomunista, no obedeció al deseo malévolo de imponer
dictadura alguna (la

democracia real estaba en los soviets), sino a la situación de emergencia que vivía el país.
4) La legislación adoptada por el Consejo de Comisarios del Pueblo en Octubre de 1917
(retirada de la guerra, expropiación de las grandes haciendas para distribuirlas en parcelas
campesinas, nacionalización de la banca, establecimiento del control obrero en las
fábricas, reconocimiento de los derechos universales a la salud, la educación y a la
igualdad entre hombres y mujeres…) supuso la abolición del feudalismo agrario y del
capitalismo industrial y financiero, dependiente de la inversión extranjera, y prefiguró la
sociedad socialista en su intrínseca relación con la democracia y los derechos humanos.
Que el nuevo régimen pudiera mantenerse en un contexto de escasez generalizada
dependía en gran parte de la solidaridad internacional, es decir, de la revolución mundial.
Éste fue el punto de partida de la fundación en 1919 de la III Internacional. Sin embargo, la
derrota de la oleada revolucionaria en Europa, que había forzado el fin de la Gran Guerra,
frustró toda posibilidad de romper el aislamiento del régimen. La aceptación de la paz
Brest Litovsk impuesta por Alemania en 1918, que significó paz a cambio de territorio y
recursos, es decir, de ruina, se debió a la malograda esperanza bolchevique en la
revolución alemana.

5) La violencia y el terror no fueron desatados por la revolución sino por la


contrarrevolución armada encarnada en el Movimiento Blanco y la vergonzosa
intervención de las potencias aliadas, tan olvidada en la historiografía occidental como
recordada en Rusia, donde costó la vida a millones de personas y provocó el derrumbe
económico, la desintegración de la clase obrera y el despoblamiento de las ciudades por la
huida al campo de la población urbana. 6) Tras la guerra de 1918-1921, la capacidad de
los trabajadores rusos para actuar colectivamente como clase había quedado aplastada.
Venció el Ejército Rojo, pero la revolución quedó derrotada. De ahí que, tras la debacle, la
única fuerza social organizada para operar en el plano nacional fuera la de los nuevos
aparatos del partido y el Estado, nutridos por militares y burócratas que no habían
participado en la revolución.

7) Joseph Stalin, que había venido acumulando poder durante años, se convirtió en el
delegado natural de la nueva burocracia dominante: la nomenklatura. La teoría del
socialismo en un sólo país, elaborada en 1925, legitimó al nuevo poder. El fortalecimiento
y consolidación en el poder de la nomenklatura se cimentó en el crimen político,
perpetrado contra los veteranos de la insurreción de Octubre, y en el sacrifico social
derivado de la implantación forzosa de un modelo de economía centralizada, cuyo objetivo
era la equiparación militar con Occidente. Este modelo se basó en la uso de los
excedentes procedentes del campesinado, sometido al proceso criminal de la
colectivización forzosa, para financiar un ritmo vertiginoso de industrialización en bienes de
equipo, infraestructuras y armamento, a expensas de los bienes de consumo. En realidad,
un modelo asimilable a la acumulación primitiva de capital, denunciado por el propio Marx
en su análisis del capitalismo, pero implantado por una burocracia estatal. ¿Socialismo o
capitalismo de Estado?
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8) El poder de esta “burguesía de Estado” explica su supervivencia como oligarquía
dirigente, directamente beneficiada por el salvaje proceso de privatizaciones que conllevó
la restauración del capitalismo neoliberal tras la conmoción política provocada por la caída
de la URSS.

9) Por tanto, el stalinismo supuso la abolición de los principios que inspiraron la Revolución
Rusa. El mecanismo ideológico para proclamarse, paradójicamente, heredero de los
mismos fue la reorientación de las fórmulas verbales del marxismo con el fin de justificar
las políticas públicas de la nomenklatura, la clase dominante durante toda la historia de la
URSS.

10) Es indudable el impacto mundial de la Revolución rusa y la URSS, convertida en


superpotencia político-militar, con un papel decisivo en la derrota del nazismo durante la
Segunda Guerra Mundial y un poder de fascinación suficiente para conservar su aureola
como testimonio revolucionario. La idea de comunismo se expandió por medio mundo
como una llamada a la emancipación popular por la que valía la pena luchar y hasta dar la
vida y tuvo su propio eco en el mundo occidental en la forma de lo que Joseph Fontana
llama el “reformismo del miedo”, es decir, el reformismo social que dio lugar al Estado del
Bienestar, entendido como pantalla para neutralizar la influencia del “comunismo” en las
clases populares. En esta linea, conviene también recordar que los partidos comunistas
que dominaron la resistencia contra el nazismo en países como Francia, Italia, Yugoslavia
y Grecia, cuyo potencial revolucionario fue aplastado tanto por Londres y Washington
como por Moscú, también contribuyeron al nacimiento del Estado del Bienestar, que los
partidos comunistas occidentales continuaron su lucha en espacios como el sindicalismo,
la gestión municipal o las asociaciones de base, que, en el caso de España, Grecia y
Portugal, lideraron la lucha contra la dictadura y por la democracia y que, en lo que
respecta a la Europa Oriental, fueron en gran parte comunistas quienes se levantaron
contra el modelo dictatorial soviético en nombre del “socialismo de rostro humano”. 11) La
intolerancia occidental a la existencia de la URRS, que dio origen a la Guerra fría, no fue
por el carácter dictatorial del Estado soviético, sino por ser una construcción política
desconectada del yugo imperialista occidental. La teoría de la amenaza soviética fue la
manipulación criminal que sirvió para justificar la carrera armamentística. La URSS era una
dictadura, sí, pero no la que pinta la propaganda occidental. El poder soviético nunca
pretendió exportar la revolución y su apuesta geopolítica fue siempre la coexistencia
pacífica. El objetivo real de la URSS en el diseño de la postguerra tras la Segunda Guerra
Mundial no era la expansión territorial sino el establecimiento de garantías mínimas para
su supervivencia como Estado. ¿Qué podemos recuperar hoy en día de todo lo dicho? La
caída de la URSS y de los regímenes de Europa Oriental sirvió a la ideología
anticomunista para proclamar el triunfo definitivo de la “pax americana”, el mercado libre
universal y la democracia liberal, “lo natural”, frente a los monstruos de la escasez y la
tiranía generados por la utopía revolucionaria, “lo ideológico”. Sin embargo, la crisis actual
del capitalismo ha puesto en evidencia a todos los que habían criminalizado las
predicciones marxistas sobre el aumento exponencial de las desigualdades por la
concentración progresiva de la propiedad capitalista en pocas manos.

Hoy, las realidades en las que se gestó el marxismo y la revolución están a flor de piel. Los
anhelos emancipatorios se han reactivado y se han proyectado en un sinfín de
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movimientos sociales y organizaciones políticas que siguen apuntando a la acumulación
de capital y al secuestro de la democracia por los patronos, gestores y gendarmes del
gran capital como la piedra angular que explica la explotación de la fuerza laboral, el
saqueo de los recursos del planeta y la represión política. De ahí que las viejas fobias
destructivas del anticomunismo continúen en su pretensión de usurpar a la ciudadanía el
lenguaje propicio para interpretar el mundo, interpretarse en él y participar en la
construcción de alternativas basadas en la democracia, la igualdad y la cooperación.

Desde esta perspectiva, hay que tener en cuenta la lección básica de la Revolución Rusa:
la abolición directa de la propiedad privada y del intercambio regulado por el mercado, en
ausencia de formas concretas de participación popular, facilita las relaciones de
servidumbre y dominación. Sin embargo, ¿quién puede decir que esta constatación
conlleve la condena en bloque de las aportaciones humanitarias del marxismo y el
comunismo?

La idea de comunismo no entraña el sacrificio de la individualidad a la colectividad


anónima, como pretenden hacer creer sus enemigos, sino la plena realización humana en
su inmersión en la solidaridad social. Exactamente, la antítesis del capitalismo liberal y del
capitalismo de Estado. Lo dijo Marx: “El libre desarrollo de cada uno es condición para el
libre desarrollo de todos”. En otras palabras, comunismo es bien común, en la teoría y la
práctica.

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