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del psicoanalista
30/05/2002- Por Élida E. Fernández
Los poetas hablan, escriben acerca del silencio porque el silencio es lo que los desafía, los
convoca, los nombra, los hace decir.
Encontré el silencio enunciado en la poesía de los tangos, en los refranes populares, en los
dichos que circulan.
Encontré que el silencio se dice con diversos verbos, pero no con cualquiera,
porque el silencio se puede guardar, puede reinar, se puede imponer se puede
estar en, o puede haberlo. El silencio se llena. El silencio se pide, o se impone o
ya está ahí.
Yendo al encuentro de algunos poetas me encontré con Alfonsina Storni, con Lorca que
crean un silencio que invita a ser escuchado, hay otros silencios, como sugiere Delmira
Agustini:
No me mata la muerte
No me mata el amor
Muero de un pensamiento
Sus cartas crean un segundo silencio más denso aún que el de sus ojos desde la
ventana de su casa frente al puerto. El segundo silencio de sus cartas da lugar al
tercer silencio hecho de falta de cartas. También hay un silencio que oscila entre
el segundo y el tercero: cartas cifradas en las que dice para no decir.
Entonces, ¿habría un silencio con palabras que no dicen nada, un silencio del
parloteo, otro silencio que aloja y otros silencios, silencios de la falta, silencios
que no tienen nombre? ¿Silencios–vacío, silencios-nada?
Silencios que habilitan la voz, para que la voz diga, silencios llenos de palabrerías
que se callan todo, silencios de muerte, silencios que matan, silencios donde nada
se puede nombrar. Primeros silencios, segundos silencios, terceros silencios.
Silencios entre el segundo y el tercero como diría Pizarnik.
Quizás en una primera aproximación al decir de los poetas hay silencios que
alojan la palabra y hay silencios de muerte donde la palabra es expulsada.
Lacan en el seminario “La lógica del fantasma”, -en la clase del 12 de abril de 1967- retoma la
distinción entre “tacere” y “silere” y se apoya en la definición del sujeto en relación con el
lenguaje.
Hay entonces un callar y hay silencio. Callar es el atributo del sujeto, lo mismo que la función de
la palabra. Cuando la demanda calla la pulsión comienza. De todas maneras nos dice que la
frontera entre tacere y silere es una frontera oscura, un enigma.
Hoy el silencio eterno sólo a medias nos espanta porque la ciencia expulsa al
sujeto del lenguaje al mismo tiempo que avanza sobre lo real.
Se puede hablar sin decir nada o decir cosas sin hablar, pero este no es el caso del inconsciente:
la verdad habla.
Taceo significa callarse, acallar en sí algo existente, mientras que sileo significa la vacancia de
algo nunca advenido.
En la Elección del Cofrecillo Freud nos dice “Si nos decidimos a ver concentradas las
peculiaridades de nuestra tercera (hermana, mujer o diosa) en la ‘mudez’, el psicoanálisis nos
dice: la mudez es en el sueño una figuración usual de la muerte. El hombre viejo en vano se
afana por el amor de la mujer, como lo recibiera primero de la madre, sólo la tercera de las
mujeres del destino, la callada diosa de la muerte, lo acogerá en sus brazos.”
También Freud señala que:”Cuando las asociaciones libres del paciente se deniegan, en todos los
casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que él ahora está bajo el imperio de una
ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él. En el acto de impartir ese
esclarecimiento uno elimina la parálisis o muda la situación: las ocurrencias ya no se deniegan, en
todo caso se las silencia” (Sobre la Dinámica de la Transferencia).
Freud era sin lugar a dudas muy audaz, siendo tan difícil diferenciar tacere de silere él se
arriesgaba. Si uds. leen los manuscritos del historial del Hombre de las Ratas verán las lindezas
que Freud escuchaba e interpretaba cuando su paciente liberaba sus asociaciones en relación a él.
Pero, sabemos que no era Freud de convocar a los demonios y huir en vergonzosa retirada.
Hasta aquí tenemos dos silencios: el que produce el callar y el mudo de las pulsiones.
Ahora bien el silencio de callarse puede ser el efecto de una palabra en espera, una decisión de no
hablar o puede ser un silencio efecto de la represión y /o de la inhibición.
En Psicopatología de la Vida Cotidiana -en el olvido de nombres propios- Freud nos cuenta que
calla cuando está hablando con su ocasional interlocutor en un tren a punto de evocar la
sexualidad de los turcos; después queda sin palabras en el momento de nombrar al autor de los
frescos de Orvieto.
Volvemos a la pregunta del poeta ¿la palabra crea silencio o el silencio posibilita la palabra?
Hablamos ya de la mano de Freud y de Lacan de las diferencias entre callar y no tener palabra.
Pienso que a los analistas nos adviene y tenemos que vérnosla con los dos tipos de silencio que
no son dos sino por lo menos tres, o entre el segundo y el tercero otro (como decía Pizarnik).
Los analistas escuchamos en silencio en espera de ese tropiezo, de ese lapsus, de esa polisemia
significante, de esa angustia que irrumpe, señalándonos que por allí algo hay de eso que
buscamos: el medio decir de la verdad del sujeto.
Allí los distintos estilos: el analista que pregunta, el que subraya, el que acota, el que hace
interjecciones y no sólo dependiendo de cada paciente sino también de esto que Lacan menciona
en el seminario Los Cuatro Conceptos de lo que cada analista quiere que el paciente haga de él. Y
los distintos pacientes, por supuesto.
Winnicott, por ejemplo en Dos Notas sobre el uso del Silencio dice “en la actualidad la base del
tratamiento es mi silencio. Toda la semana pasada permanecí en un silencio absoluto, salvo por
un comentario que hice muy al principio. A la paciente esto le parece un logro suyo, mantenerme
silencioso.”
“El lunes sí dije dos cosas y las dije no porque me fuera difícil mantenerme en silencio, sino
porque creía que debían ser dichas.”
“En el curso de estos quince días sucedieron muchísimas cosas, y confío mucho en la técnica del
silencio, salvo en la medida que la paciente no pueda creer en ella.”
Y si bien el silencio del que nos habla Winnicott es posibilitador, tambien dice de la oportunidad de
intervenir: ”Una interpretación correcta formulada mañana, después de una supervisión, de nada
sirve a raíz de este poderoso factor temporal.”
Es necesario que el analista se haga oír cuando algo del deseo inconciente irrumpe.
Pero a pesar que el ideal nos señala la escucha atenta, la atención flotante, el deseo del analista,
todos experimentamos esa particular sensación de estar escuchando o viendo en el paciente algo
que no nos atrevemos a decir, por temor a su reacción, por temor a que se vaya, por temor a que
se desencadene algo que no podamos contener, por temor...
¿Podríamos pensar aquí en lo que Lacan llama el horror al acto por parte del analista?
Cuando Melanie Klein le enchufa a Dick “Tren papá” “Tren Dick” “La estación es mamita, Dick
entrando en mamita” está nombrando, poniendo significantes en ese mundo mudo de Dick.
Cito aquí de un trabajo de Daniel Mutchinik: ”Atreverse a hablarle, no sólo es hablarle es también
atreverse. Y esta obviedad nos señala que en el atrevimiento hay un deseo: el hacerse oír.”
Si el silencio del analista no se recorta desde la demanda de ser oídos, el silencio es, no silencio
de espera de la palabra, sino silencio de muerte.
Sólo así el silencio podrá ser un resto producido por una operación de la voz. Y no la no respuesta
del Otro que al no alojar desintegra y en lugar de Narcicismo se constituye el errante lamento de
la ninfa Eco -que queda condenada al retorno eterno de su propia voz que rebota y rebota
dejándola en un puro objeto, sin cuerpo-.
Durante mucho tiempo los analistas pensamos que el imaginario era un registro deshechable así
como que el yo debía salteárselo, reacción a tanta psicología del yo y tanta solución yankee y
pragmática. Entonces los silencios se prolongaban hasta la desesperación y el que hablaba se
diluía de significar rechazo en una voz que se volvía sólo Eco.
El deseo de hacerse oír quedaba aprisionado en el Superyó analítico que así como ordena gozar,
prohíbe la palabra.
Pero también leemos en Freud “Si de este modo se ha podido decir que el neurótico se refugia en
la enfermedad para escapar de un conflicto, hay que convenir en que en determinados casos se
halla justificada esta fuga, y el médico, si se da cuenta de la situación debería retirarse en silencio
y con todos los respetos.”
Dice Sara Glasman comentando este artículo “el saber sobre este tiempo se constituye así en el
saber de la impotencia.”
“Un analista no sólo debe dar cuenta de las interrupciones que decide sino también de los análisis
que propone o continúa.”
Hasta aquí podemos plantear entonces que sobre el deseo del analista de hacerse oír, es factible
situar al silencio como una decisión ética del analista, que hace tanto a sus intervenciones como a
un fin de análisis.
“En estos momentos breves en que hablo para nada es como si muriera. Porque el ser amado se
convierte en un personaje plomizo, en una figura del sueño que no habla, y el mutismo, en
sueños, es la muerte. O incluso: la Madre gratificante misma me muestra el Espejo, la Imagen, y
me habla: “Tú eres eso. Pero la Madre muda no me dice lo que soy: no estoy ya fundado, floto
dolorosamente sin existencia.”
Las fronteras entre estos silencios no son fáciles ni nítidas, nuestro trabajo, este oficio de
alfareros de construir una vasija que enmarque el agujero siempre es difícil y enigmático.
¿Cuántas veces –si todo marcha bien- nos vemos sorprendidos por el efecto de alguna
intervención que nos parecía anodina? ¿Cuántas veces nos encontramos asombrados ante la
repercusión de una intervención que ni siquiera recordamos, demasiado ocupados en lo que le
falta el hallazgo de lo que cuenta nos toma por sorpresa? (Creo que es esto lo que nos indica que
andamos por buen camino).
Creo que muchos silencios de muerte se han sostenido como manera de no correr ningún riesgo,
corriendo así el peor: que no haya análisis, sin que esto se sancione como interrupción o
terminación, o impotencia y límite del analista.
BIBLIOGRAFIA
Héctor Zimmerman Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada
rato.Edit. Aguilar.