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CONTRA PAPÓLATRAS Y PAPOCLASTAS

Sobre la Bula Cum Ex Apostolatus Officio,


del Papa Paulo IV

Padre Ceriani

PLAN DEL TRABAJO


Hay quienes, analizando la finalidad de la Bula de Paulo IV y su trasfondo
doctrinal, llegan a la conclusión de que la Santa Sede Romana se encuentra
vacante:
* sea por herejía previa de los que han sido electos inválidamente,
* sea porque, canónicamente electos, perdieron el Pontificado por deposición al
incurrir en herejía.
Si bien la Bula “Cum ex Apostolatus officio” trata explícitamente el caso de una
elección nula por herejía previa del electo, no sucede lo mismo respecto de la
deposición del Papa.
Por otra parte, como en 1917 fue promulgado el Código de Derecho Canónico, es
indispensable considerar si la Bula y su disciplina han sido abrogadas o no por el
mismo.
Este planteo del problema nos proporciona cuatro cuestiones para estudiar:
I: El análisis de la Bula en general.
II: La abrogación de la Bula “Cum ex Apostolatus officio”, mas allá de que haya sido
o no aplicada en algún caso concreto.
III: La vigencia de la disciplina que ella establecía.
IV: La posibilidad de la deposición del Sumo Pontífice en virtud de este
documento, dejando de lado que haya sido o no abrogado.

PRIMERA CUESTIÓN:
El análisis de la Bula en general
Tanto el Pontífice como el documento que nos ocupan tienen una particular
importancia, que se reactualiza en las circunstancias peculiares del siglo XX y las
creadas por el Concilio Vaticano II y actos posconciliares.
En efecto, Juan Pedro Carafa (Paulo IV) fue realmente insigne en defender la Fe,
especialmente durante los últimos años de su vida, los del Pontificado.
La Bula tiene especial interés porque su finalidad era evitar que la herejía se
apoderase de la jerarquía eclesiástica, sin excluir la Sede Suprema. Es
digna de ser estudiada y constituye un llamado de atención y una exhortación en
esta tempestad sin precedentes.
Ella advierte a los que, descansando plácidamente en una cómoda obediencia,
parecen no preocuparse por los ataques peligrosísimos contra la Fe, máxime

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cuando provienen de las autoridades de la Iglesia. Su “papolatría” los enceguece y
no perciben el peligro. Pero la Bula está allí y les llama la atención: es posible que
la herejía entre en la Iglesia y que sus jerarcas se contaminen.
Ella exhorta también a quienes comprueban desvíos de la Fe y el pulular de
sentencias heréticas o favorecedoras de la herejía, y si bien los inspira el amor a la
Verdad y a la Iglesia, muchas veces actúan más por pasión que con sabiduría y
prudencia. Su “papoclasia” los conduce por senderos falsos. Mas la Bula esta allí y
los amonesta: bien interpretada, con mayor razón dentro del marco de la legislación
del Código de Derecho Canónico promulgado en 1917, no permite llegar tan
fácilmente —como muchos de ellos lo hacen— a la conclusión de la invalidez
del acto electivo del Pontífice o de su deposición, si ha sido válidamente
electo.
El Profesor Néstor Adrián Sequeiros analizó muy profundamente este documento.
De sus Notas Preliminares tomo ahora algunas explicaciones de la 5ª):
Composición de la Bula:
Una somera descripción de las partes en que se despliega el contenido resulta útil
no sólo como ayuda sinóptica, sino para interpretar debidamente el valor de los
elementos particulares en el conjunto de este documento concreto, evitando
distorsiones interesadas.
Según la división formal, adoptada por los editores, el texto abarca un
“exordio” o introducción y diez parágrafos, cuya temática parcial procuran
condensar los subtítulos marginales.
Pero, si atendemos con previsible método al desarrollo temático general,
advertimos que, más allá de esas divisiones externas y por sobre la compleja trama
de referencias doctrinales, históricas y jurídicas, la Bula presenta una estructura de
clara sencillez y sólida unidad, en perfecta articulación, incluso, con los amplios
segmentos de su sintaxis.
Distinguimos así tres partes principales en el documento, completadas por una
cuarta sección, que hoy llamaríamos “de forma” (§§ 8 a 10), con requisitos
protocolares comunes en las Bulas:
i) La “introducción” y el § 1 —al modo de los “considerandos” en la legislación
actual— describen las causas que determinaron las resoluciones tomadas por el
Pontífice en las dos partes siguientes.
ii) En el § 2 Pablo IV confirma las condenas establecidas contra herejes y
cismáticos por los Pontífices, Concilios y otras autoridades anteriores.
iii) Desde el § 3 hasta el § 7 inclusive, el Papa sanciona, establece, decreta y define
nuevos castigos, dirigidos específicamente contra los jerarcas eclesiásticos y
autoridades mundanas.
iv) En los últimos tres parágrafos se deroga expresamente toda disposición
contraria (§ 8), se prescriben las formalidades de la publicación (§ 9) y se fulmina
la sanción contra los infractores (§ 10).
Ampliando la descripción de las tres primeras partes, propias de esta Bula,
observamos que:
I. Los dos primeros apartados se suceden y complementan con vínculos tan
estrechos que constituyen en realidad un solo proemio: allí se resume el contexto
doctrinal e histórico donde se inscribe el documento. Es obvia la importancia de
estudiarlos con mayor cuidado a fin de ponderar mejor el sentido y alcance de las
resoluciones papales.

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a) Resulta evidente que los dos primeros subtítulos, adjudicados por los
editores, distorsionan en parte la referencia al contenido. Ambos podrían
aplicarse al proemio entero, pues así como las “causas” se presentan desde el
comienzo del texto, también el § 1 integra el “exordio”, es decir, su trama inicial.
b) En estricta sintaxis, ambas divisiones no son otra cosa que sintagmas causales
subordinados a los cuatro verbos principales del § 2 (aprobamos y
renovamos… y queremos y decretamos).
Es decir, los tres párrafos forman una sola oración compuesta, que rebasa los
límites de la puntuación utilizada en la época. (Sobre la relación de estos giros
causales con los verbos del § 3°, ver luego el apartado III).
c) Pasando al análisis de esas causas, observamos que la primera (“considerando”
1º) es el deber del Pastor de Roma: la concreta obligación de enfrentar la herejía
protestante que disgrega el rebano y difunde el error, pervirtiendo sutilmente la
inteligencia de las Escrituras.
La causa siguiente (§ 1, 2º), a su vez, está prevista por el Papa como
consecuencia de la anterior, a la que remiten expresamente las palabras “realidad
tan grave y peligrosa“: se trata de la posible impugnación a un Pontífice legitimo
“desviado de la fe“, en relación con la cual Paulo IV cita también otra parte de
una antigua sentencia: el Vicario de Dios “a todos juzga sin que nadie pueda
juzgarlo en este mundo“.
La tercera causa (§ 1, 3º), que surge también de aquel primer “peligro mayor”,
precisa la necesidad de evitar la acción perniciosa de los poderosos, clérigos y
laicos, sobre las almas.
A ellos se refiere sin duda alguna este considerando, no al Pontífice; contra ellos
solamente fulminará Paulo IV los castigos a partir del § 2, para impedir el acceso de
herejes y cismáticos a las jerarquías más altas, incluida la suprema; y en relación
inmediata con ellos —no con la posible desviación del Papa, pues eso pertenece
al considerando anterior— se “despierta el recuerdo de la profecía de Daniel” sobre
la desolación del lugar santo.
La cuarta causa (§ 1, 4º), en fin, expresa el deseo papal de atacar a los enemigos
de la grey cristiana, cumpliendo con su obligación pastoral señalada al comienzo del
documento.
d) La disposición temática de las cuatro causas confirma nuestra observación de
que las dos primeras partes constituyen un proemio único: al deber pontificio de
la primera corresponde el deseo de cumplir con su tarea de Pastor, expresado en la
cuarta. En el medio se sitúan las otras dos, referidas a sendos objetivos
fundamentales en la vida y el pontificado de Paulo IV: la reafirmación de la
autoridad papal (2ª) y la reforma de la Iglesia, con la depuración de sus dignatarios
y la lucha frontal contra los herejes (3ª).
II. Hasta aquí se habían expuesto los motivos de las decisiones papales, “que nunca
se consideran como normas propiamente dichas“.
El § 2 inicia la parte dispositiva, constituyendo una primera sección de la misma
donde se renuevan, como vimos, las sanciones de autoridades anteriores.
III. Las medidas propias de este Papa ocupan los próximos cinco parágrafos.
Suponen, obviamente, las causales de los dos primeros, que también se subordinan
a los verbos del § 3 (sancionamos, establecemos, decretamos y definimos)
y se conectan, por medio de la expresión “et nihilominus“ (“y asimismo”), con
dos nuevos considerandos.

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Estos concretan la tercera causa del § 1 (la necesidad de evitar la acción
perniciosa de los poderosos, clérigos y laicos, sobre las almas), detallando contra
quiénes se dirigen los castigos de Paulo IV.
Si se hubiera observado un poco la armazón sintáctica de la Bula
(desplegada en una sola oración desde su inicio hasta finalizar casi el § 8), no se
habría perdido tiempo buscando por sus resquicios la inclusión de un
papa legitimo entre los condenados.
La falta de puntuación y el estilo “amplio”, destinados a desalentar a los antiguos
falsificadores de la letra, motivó la confusión de los modernos intérpretes de su
espíritu.
A partir de aquí se puede seguir fácilmente la subdivisión temática con la ayuda de
las notas marginales.
Los veinte artículos que contienen las medidas decretadas son proposiciones
objetivas dependientes de los verbos principales del § 3.
Además, a partir del § 6 estas subordinadas dependen también del predicativo
subjetivo adiicientes (“… agregando… “): recién acá añade Paulo IV el caso del
pontífice írrito por herejía previa a su promoción (§ 6) y da licencia a los súbditos
de los herejes para que se abstengan impunemente de obedecerlos, siguiendo en
cambio a los futuros Pontífices y dignatarios elegidos en forma canónica (§ 7).
Llamo la atención sobre un punto importante: se ve con claridad que la separación
del texto debe hacerse de modo que coincidan el comienzo de este § 7 con el del
artículo 19º (en el texto latino: “liceat omnibus… “); así también se soluciona,
sin dejar de lado la subdivisión temática, la dificultad formal que le preocupa a
Disandro y al Padre Barbara, que en las versiones inglesas y francesa que hemos
cotejado traducen mal…
Ahora, el correcto desarrollo y la justa apreciación del trabajo exigen ahora una
puntualización sobre la naturaleza del Derecho Canónico.
Naturaleza del Derecho Canónico
Unas breves pero fundamentales nociones nos pueden ayudar en nuestro estudio.
Teología y Derecho Canónico
La ciencia del derecho eclesiástico es verdaderamente parte de los estudios
teológicos y hasta Graciano no se la distinguía de la Teología o ciencia de
Dios, la cual, por no dividirse en partes formales, en la unidad fortísima de su
objeto incluye las verdades de la fe, la moral y el derecho.
Derecho Canónico y Teología son inseparables. La Teología engloba necesariamente
en su objeto la legislación de Dios y de su Iglesia. Ella recubre al Derecho Canónico
de la misma manera que recubre a la ciencia de las Sagradas Escrituras. El Derecho
Canónico se halla injertado en la Teología como una rama maestra sobre el árbol
gigante de las ciencias sagradas.
El Derecho Divino como tal es objeto más bien de otras ciencias, como son la
teología dogmática y la teología moral, el derecho natural y la filosofía del derecho,
las cuales enseñan todas las premisas del derecho humano. Pero en cuanto el
Derecho Divino es propuesto por la Iglesia, el derecho eclesiástico lo
comprende. (Diccionario de Teología Moral, voz: Derecho Canónico).
Objeto del Derecho Canónico
Algunas reglas propuestas por la Iglesia han sido tomadas del Derecho Divino o
natural. Los cánones dogmáticos en las cosas de fe y costumbres, en cuanto

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proponen el Derecho Divino que se ha de creer formalmente, pertenecen a la
teología dogmática; en cuanto implican consecuencias prácticas que nos ligan
solamente ante Dios, pertenecen a la teología moral; pero si de ellos se deducen
consecuencias ante la sociedad eclesiástica, entonces pertenecen igualmente al
derecho canónico (Diccionario de Teología Moral).
Ciertos cánones del Código no son otra cosa que enunciados de verdades
doctrinales: ver por ejemplo los cánones 737, 801, 870, 1012, 1323, 2214.
Innumerables cánones, estrictamente legislativos, suponen una estrecha relación
con importantes verdades doctrinales, por ejemplo la segunda parte del Libro III,
“De los lugares sagrados”.
Otras reglas han sido sancionadas por la potestad propia de la Iglesia y se dicen
cánones disciplinares: tratan de la fe que ellos promueven y tutelan, de las
costumbres, de la liturgia y de la jerarquía eclesiástica. (Diccionario de Teología
Moral).
Otras, finalmente, han sido aceptadas y aprobadas por la Iglesia, y son las leyes
civiles canonizadas por ella; estas se reducen a reglas disciplinares (ídem).
La fe, las buenas costumbres y la disciplina, en cuanto se refieren a la razón
del derecho (ratio iuris) y al orden externo y social de la Iglesia, constituyen el
objeto del derecho canónico, de modo particular en cuanto en el fuero externo
se prescriben y prohíben acompañadas de sanciones eclesiásticas (cfr. Ferreres, vol.
I, nº 14 y Wernz, vol I, n° 57).
Fuentes del Derecho Canónico
Llámanse fuentes del Derecho Canónico las personas físicas o morales de quienes
dimanan las leyes eclesiásticas (fontes essendi), o también las obras en que estas
leyes se hallan (fontes cognoscendi).
En el primer sentido son fuentes del Derecho Canónico Dios y Jesucristo, de los
cuales dimana el derecho natural y el divino-positivo. También lo son los Apóstoles,
el Papa, los Obispos, los Concilios, las Congregaciones Romanas, etc.
En el segundo sentido son fuentes la Sagrada Escritura, en la que se halla gran
parte del derecho natural, del divino-positivo y del apostólico; las colecciones de los
Concilios; las obras de los Santos Padres, en cuanto contienen las tradiciones
divino-apostólicas; los Sínodos; las compilaciones antiguas, particularmente las que
forman el antiguo Corpus Iuris; los bularios; las colecciones de decretos de las
Sagradas Congregaciones, etc.
El Código de Derecho Canónico es hoy la fuente principal y casi única,
juntamente con la colección de los decretos de la Sagrada Congregación de Ritos y
demás libros litúrgicos, sirviendo las otras como auxiliares para la interpretación.
El Código de Derecho Canónico ha compilado las leyes anteriores, sean de derecho
natural, sean de derecho divino-positivo, sean de derecho eclesiástico, contenidas
en las fuentes essendi y cognoscendi. Todas esas normas canónicas tienen por
objeto no sólo la disciplina sino también la fe y las buenas costumbres.
Resumiendo: la sana filosofía nos enseña en esto a distinguir, sin confundir ni
separar. Puede haber una confusión entre doctrina y disciplina, concedemos; pero
para evitarla, no hay que separarlas; hacerlo equivaldría a un error tan grave como
el primero. Exactamente lo mismo ocurre entre cuerpo y alma, orden natural y
orden sobrenatural, naturaleza y gracia, política y religión. Es necesario unir sin
confundir y distinguir sin separar.
El Código de 1917

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Finalmente, conviene destacar la importancia del Código de Derecho
Canónico promulgado en 1917.
Coleccionar, compilar, recopilar las leyes, es reunirlas en una sola obra con acierto,
orden y unidad. Codificar es legislar, ordenando en un cuerpo sistemático todas o
algunas partes del derecho.
El ideal de una colección o de un código es que sea público, auténtico, metódico,
con perfecto orden lógico, puestas las leyes en forma de artículos breves y
enteramente exclusivos (o excluyentes).
Este último concepto debe llamar nuestra atención. El código será más o menos
imperfecto, según abarque sin distinción las leyes vigentes y las abrogadas, o
solamente las vigentes, o al menos las separe, dejando las abrogadas para que
sirvan a eruditos e intérpretes.
Los códigos exclusivos abrogan toda disposición anterior de carácter
general que no esté en ellos contenida; pues una colección se llama
excluyente en cuanto excluye o abroga otras colecciones u otras disposiciones
jurídicas no contenidas en ella.
Las reglas fundamentales para la interpretación del Código se hallan en los siete
cánones iniciales: nos dan a conocer la fuerza ya obligatoria, ya derogatoria, ya
abrogatoria del Código.
Los cinco cánones primeros se refieren principalmente a lo que el Código reserva, o
no abroga; el 6º deslinda lo vigente de lo abrogado, evidenciando su carácter
exclusivo, excluyente.
El 19 de mayo de 1918 el Código de Derecho Canónico tomó fuerza de ley para la
Iglesia universal. La nueva legislación canónica, unificada y codificada, abrogó ipso
facto el derecho anterior, el cual conservó solamente valor de fuente.

SEGUNDA CUESTIÓN:
VIGENCIA DE LA BULA
“CUM EX APOSTOLATUS OFFICIO”

Llegamos al primer punto capital de nuestro estudio: ¿Tiene aún vigencia la


Bula de Paulo IV?
Asentemos algunos puntos fundamentales:
1º) Concedemos que la Bula no es una disposición particular para la
elección pontificia.
2º) Concedemos que la Bula se fundamenta en el orden doctrinario o
teológico y, de modo particular, en el principio que establece una
incompatibilidad entre la condición de hereje y la jurisdicción eclesiástica, en virtud
del vínculo entre Fe y Jerarquía.
3º) La incompatibilidad entre jurisdicción y herejía no es absoluta. Por
eso, distinguimos entre la doctrina sobre la cual se funda la Bula o ella
misma transmite y las medidas canónicas o disciplinarias establecidas
por el legislador en vista de aquella. Una cosa es la invasión herética en el
cuerpo jerárquico de la Iglesia, sin excluir el Pontificado, para disolver el vínculo
Fe-Jerarquía, y otra muy distinta es el proceder canónico con que la enfrenta un
Papa como Paulo IV u otro, predecesor o sucesor.

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4º) La incompatibilidad entre jurisdicción y herejía no es absoluta: los
cánones 2314 y 2264 muestran claramente que entre el momento en que un
jerarca incurre en herejía y excomunión, y el momento de su deposición por su
superior, transcurre un tiempo en el cual sigue gozando de su jurisdicción.
5º) La Bula podía ser abrogada.
Llegó el momento de repasar las breves pero importantes nociones que dimos
sobre la naturaleza del Derecho Canónico; ellas nos enseñan que cada canon apunta
mucho más alto y no solamente a dirimir casos fácticos.
El Código de Derecho Canónico no viene a abrogar o abolir el principio
conforme al cual los electores/elegibles del Romano Pontífice deben ser
íntegros custodios de la Fe, sino a legislar sobre el momento y el modo
en que, en virtud de ese principio, la legitimidad asumida se pierde o no
puede conservarse, o simplemente no puede ser asumida.
Se trata de una cuestión de prudencia: Paulo IV quería evitar el peligro de los
prelados herejes, pero su modo de evitarlo entrañaba otro peligro, el de poner en
duda todas las elecciones y todas las jurisdicciones.
San Pío X, Benedicto XV o Pío XII pudieron haber juzgado que el peligro de una tal
duda era peor que el de permitir (por un tiempo y mientras la autoridad legítima
diera sentencia condenatoria o declaratoria) gozar de jurisdicción a un hereje.
Por lo cual sin negar la doctrina ni ningún principio fundamental,
pudieron válida y legítimamente modificar la ley.
6º) El Código de Derecho Canónico considera todas las cuestiones
incluidas en la Bula, aunque no de la misma manera; salvaguarda la
doctrina y la connaturalidad del vínculo Fe-Jerarquía, pero no de igual modo.
La Bula de Paulo IV “Cum ex Apostolatus officio“, no sólo constituye una fuente “de
conocimiento” del Derecho Canónico, al igual que el Motu Proprio de San Pío V
“Inter multiplices“, sino que figura entre las fuentes del Código de Derecho
Canónico promulgado en 1917. En efecto, en la obra del Cardenal Gasparri “Codicis
Iuris Canonici Fontes” se la incluye bajo el número 94. Cabe aclarar que en esta
obra no figura el Motu Proprio de San Pío V.
Como ejemplo de la importancia que esto tiene en relación al tema que tratamos, y
a la “distinción-separación” que algunos hacen entre doctrina y disciplina,
señalamos que algunos cánones tienen como fuente, entre otros documentos, la
Bula que nos ocupa.
Esto aparece en el Código de Derecho Canónico oficial, editado bajo el cuidado del
que fuera Secretario de la Comisión Cardenalicia que preparó la codificación,
Cardenal Pedro Gasparri (BENEDICTO XV: Codex luris Canonici, Pii X Pontificis
Maximi iussu digestus; Benedicti Pape XV auctoritate promulgatus. Præfatione,
fontium annotatione et indice analytico-alphabetico ab Emo. Petro Crd. Gasparri.
Romæ, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMXVII. GASPARRI, PETRO CARD.:
Codicis luris Canonici Fontes, Vol. I. Typis Polyglottis Vaticanis. Romæ.
MCMXXIII).
CÁNONES QUE TIENEN LA BULA DE PAULO IV COMO FUENTE
167. (el § 5 de la Bula)
§ 1. No pueden dar voto: (…)
3º. Los censurados o notados con infamia de derecho, después de la sentencia
declaratoria o condenatoria;

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4º. Los que dieron su nombre o se adhirieron públicamente a una secta cismática o
herética;
5º. Los que carecen de voz activa, ya por legítima sentencia del juez, ya por derecho
común o particular.
§ 2. Si es admitido alguno de los antedichos, su voto es nulo, mas la elección es
válida, a no ser que se averigüe que, descontado este voto, el elegido no obtuvo el
número de votes requerido, o que a sabiendas hubiera sido admitido un
excomulgado por sentencia declaratoria o condenatoria.
188. (los §§ 3 y 6 de la Bula)
En virtud de renuncia tácita admitida por el mismo derecho, vacan ipso facto y sin
ninguna declaración cualesquiera oficios, si el clérigo: (…)
4º. Apostata públicamente de la fe católica;
218. (el § 1 de la Bula)
§ 1. El Romano Pontífice, sucesor de San Pedro en el Primado, no solamente tiene el
Primado de honor, sino la suprema y plena potestad de jurisdicción en la Iglesia
universal, tanto en las cosas de fe y costumbres como en las que se refieren a la
disciplina y régimen de la Iglesia difundida por todo el orbe.
§ 2. Esta potestad es verdaderamente episcopal, ordinaria e inmediata; lo mismo
sobre todas y cada una de las Iglesias que sobre todos y cada uno de los Pastores y
fieles, e independiente de cualquier autoridad humana.
373.
(el § 5 de la Bula)
(…) § 4. El canciller y los demás notarios deben ser de fama intachable y estar libres
de toda sospecha.
1435.
(los §§ 4 y 6 de la Bula)
§ 1. (…) sólo están reservados a la Sede Apostólica, aunque se halle vacante, los
beneficios que a continuación se mencionan:
(…)
3º Los conferidos inválidamente por haber mediado vicio de simonía;
4º Finalmente, los beneficios en los cuales puso manos el Romano Pontífice por sí o
por delegado en alguna de las formas siguientes: si declaró nula la elección para el
beneficio o prohibió a los electores hacerla; si admitió la renuncia; si promovió,
trasladó o privó del beneficio al beneficiado; si dio el beneficio en encomienda.
1556. (el § 1 de la Bula)
La primera Sede por nadie puede ser juzgada.
1657. (el § 5 de la Bula)
§ 1- El procurador y el abogado deben ser católicos, mayores de edad y de buena
fama.
1757.
(el § 5 de la Bula)
§ 2 Se hallan excluidos como sospechosos para testificar:
1º Los excomulgados, perjuros, infames, después de la sentencia declaratoria o
condenatoria;

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2198. (el § 7 de la Bula)
Solamente la autoridad eclesiástica persigue, por su naturaleza, el delito que solo
quebranta una ley de la Iglesia, reclamando algunas veces, cuando la misma
autoridad lo juzgare necesario u oportuno, el auxilio del brazo secular.
2207. (ningún § de la Bula es señalado)
Además de otras circunstancias agravantes, crece el delito:
1° En proporción a la mayor dignidad de la persona que lo comete o que por el
delito es ofendida;
2° Por el abuso de autoridad o de oficio para cometerlo.
2209. (el § 5 de la Bula)
§ 1. Los que en virtud de común acuerdo para delinquir concurren simultánea y
físicamente a un delito, todos son considerados reos de él en el mismo grado, a no
ser que las circunstancias aumenten o disminuyan la culpabilidad de alguno.
2264. (el § 5 de la Bula)
Los actos de jurisdicción, tanto del fuero interno como del externo, realizados por
un excomulgado, son ilícitos; y si se ha pronunciado sentencia condenatoria o
declaratoria, son también inválidos, salvo lo que se prescribe en el canon 2261, § 3;
antes de la sentencia son válidos, y aun lícitos, si los solicitaron los fieles a tenor del
mencionado canon 2261, § 2.
2294.
(el § 5 de la Bula)
El que es infame con infamia de derecho, no sólo es irregular a tenor del canon 984,
número 5°, sino que es además inhábil para obtener beneficios, pensiones, oficios y
dignidades eclesiásticas, para practicar los actos legítimos eclesiásticos y para
ejercer algún derecho o cargo eclesiástico, y debe, finalmente, apartársele de ejercer
ministerios en las funciones sagradas.
§ 2. El que es infame con infamia de hecho, debe ser rechazado no sólo de recibir
órdenes, a tenor del canon 987, número 7º, dignidades, beneficios y oficios
eclesiásticos, sino también de ejercer ministerios sagrados y de practicar los actos
legítimos eclesiásticos.
2314.
(los §§ 2, 3 y 6 de la Bula)
§ 1. Todos los apóstatas de la fe cristiana y todos y cada uno de los herejes o
cismáticos:
1º. Incurren ipso facto en excomunión;
2º. Si después de amonestados, no se enmiendan, deben ser privados de los
beneficios, dignidades, pensiones, oficios u otros cargos que tuvieren en la Iglesia y
ser declarados infames, y a los clérigos, repetida la amonestación, debe
deponérseles;
3°. Si dieren su nombre a alguna secta acatólica o se adhirieren públicamente a ella,
son ipso facto infames; y quedando en vigor lo que se prescribe en el canon 188,
número 4º, los clérigos, después de amonestados sin fruto, deben ser degradados.
2316.
(el § 5 de la Bula)

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Es sospechoso de herejía el que espontáneamente y a sabiendas ayuda de cualquier
modo a la propagación de la herejía o participa in divinis con los herejes, en contra
de lo que prescribe el canon 1258.
He aquí la distribución inversa:
El § 1 de la Bula: cánones 218 y 1556
El § 2: 2314
El § 3: 188 y 2314
2207. (ningún § de la Bula es señalado. Pienso que es el 3°)
El § 4: 1435
El § 5: 167, 373, 1657, 1757, 2209, 2264, 2294 y 2316
El § 6: 188, 1435 y 2314
El § 7: 2198
Como vemos, el Código de Derecho Canónico legisla sobre las elecciones para los
oficios eclesiásticos, incluyendo el Sumo Pontificado; así como también sobre la
cesación de esos oficios, la pérdida de la jurisdicción eclesiástica y las penas y
sanciones contra los que incurren en crímenes opuestos a la fe y unidad de la
Iglesia. Ya analizaremos en detalle todo esto en la tercera cuestión.
7. Importancia del Código de Derecho Canónico del año 1917: La Santa
Sede, tanto en los Concilios Ecuménicos como fuera de ellos, jamás ha dejado de
promover la disciplina eclesiástica por medio de leyes. Pero por excelentes y sabias
que sean, estas leyes no pueden producir el deseado efecto si no se las conoce, y no
pueden generalmente ser bien conocidas si andan dispersas. De aquí la necesidad
de coleccionarlas o codificarlas.
Al decretarse nuevas leyes y abrogarse o modificarse las antiguas, es necesario, para
su mejor conocimiento, formar colecciones en las que se reúnan las leyes nuevas,
desaparezcan las que ya no están vigentes y aparezcan con sus modificaciones las
que han sido modificadas.
Muchas fueron las colecciones que, tanto en Oriente como en Occidente,
precedieron al Código de Derecho Canónico; pero la necesidad de una nueva
codificación se iba dejando sentir cada vez más y con mayor fuerza.
Como durante seis siglos no se había hecho ninguna compilación general,
necesariamente debían hallarse esparcidas las fuentes jurídicas en innumerables
volúmenes; muchas leyes habían caído en desuso, otras eran entre sí
contradictorias: y no pocas exigían ser revisadas y acomodadas a la necesidades
actuales.
La formación del nuevo Código la decretó San Pío X por su Motu proprio
“Arduum sane” del 19 de marzo de 1904. Para la ejecución de este grandioso
proyecto, dispuso el Papa la creación de una Comisión Pontificia compuesta de
Cardenales designados nominalmente por él mismo. Dicha comisión era presidida
personalmente por el Santo Papa o, en su ausencia, por el más antiguo de los
Cardenales.
Dispuso también San Pío X que hubiera un número suficiente de consultores
elegidos por los Cardenales, con aprobación del Papa, entre los más doctos
canonistas y teólogos.
Mandó además, por carta circular del 25 de marzo de 1904, que a la codificación
aportaran su concurso todos los Prelados del orbe; para lo cual los Arzobispos
debían oír el parecer de sus sufragáneos y de los otros miembros del Concilio
10
provincial, y, después de oído, exponer a la Santa Sede qué mutaciones o
correcciones consideraban debían hacerse en el derecho canónico entonces vigente.
Concluido el primer esbozo del Código, fue enviado por partes a los Obispos de
todo el mundo, con fechas 20 de marzo de 1912, 1º de abril de 1913, 1º de Julio de
1913, y 15 de noviembre de 1914, para que, reunidos con su Arzobispo, lo revisaran e
hicieran sobre él las observaciones que juzgaran convenientes y las remitieran a la
Santa Sede.
En este estado se hallaba la codificación cuando ocurrió la muerte de San Pío X.
Su sucesor, Benedicto XV, revisó todo lo actuado y promulgó el Código por medio
de la Constitución “Providentissima Mater Ecclesia“, que lleva fecha del día de
Pentecostés del año 1917.
Durante 10 años y bajo la presidencia de San Pío X, estuvo trabajando la Comisión
cardenalicia que debía elaborar el Código. Tres años más continuó su labor, durante
el pontificado de quien lo promulgó. En todos estos años, los Arzobispos del orbe
entero y, desde 1912, los Obispos todos, tuvieron parte activa en esta codificación.
Tanto San Pío X, como Benedicto XV y los obispos del mundo entero,
conocían la Bula de Paulo IV.
San Pío X, al promulgar su Constitución en 1904 y al dirigir las deliberaciones
concernientes a las elecciones para los oficios eclesiásticos, incluyendo el del
Romano Pontífice, las censuras y penas contra herejes y cismáticos, y las causales
de pérdida de jurisdicción y el modo de realizarse, tenía expresamente en
cuenta el documento de Paulo IV, su doctrina y su disciplina.
Todo esto figura en el Código de Derecho Canónico. ¿Cómo puede decirse
entonces el Código no considera para nada las cuestiones incluidas en la Bula?
Si trece años de estudio y elaboración, la potestad de dos Pontífices y de todos los
obispos del mundo no son suficientes para esclarecer las dudas sobre un
documento irreprochable en cuanto a la doctrina y al modo de promulgarse…
Para que no se nos objete con el mismo argumento (dos Pontífices y todos los
obispos del mundo) para enfrentarnos con el Concilio Vaticano II y el Código de
Derecho Canónico de 1983, hemos aclarado “un documento irreprochable en
cuanto a la doctrina y al modo de promulgarse“.
8. Análisis del canon 6. Puede ser que en algún lector permanezca la duda sobre
la abrogación del documento de Paulo IV. Hemos dicho que ha sido expresamente
incluido entre las Fuentes del Código y que éste legisla sobre la misma materia,
pero ¿fue abrogado por él?
Basta leer el canon 6 del Código para comprobar que sí. Dice así:
El Código conserva en la mayoría de los casos la disciplina hasta ahora
vigente, aunque no deja de introducir oportunas variaciones. Por lo
tanto:
1°. Quedan abrogadas todas las leyes, ya universales, ya particulares,
que se opongan a las prescripciones de este Código, a no ser que acerca
de las leyes particulares se prevenga otra cosa;
2°. Los cánones que reproducen íntegramente el derecho antiguo deben
valuarse conforme a ese derecho, y, por lo tanto, han de interpretarse
según la doctrina de los autores de nota;
3º. Los cánones que sólo en parte concuerdan con el derecho antiguo,
han de valuarse conforme a éste en la parte que con él convienen; pero

11
en aquella otra parte en que del mismo discrepan, se han de juzgar
según su propio sentido;
4°. En la duda de si alguna prescripción de los cánones discrepa del
derecho antiguo, no hay que separarse de este;
5º. En cuanto a las penas de las que en el Código no se hace mención
alguna, sean espirituales o temporales, medicinales o las llamadas
vindicativas, latæ o ferendæ sententiæ, deben darse por abrogadas
todas ellas;
6°. Si alguna de las demás leyes disciplinares que hasta ahora se
hallaban vigentes no se contienen ni explícita ni implícitamente en el
Código, ha de afirmarse de ellas que perdieron todo su valor, si no es
que se hallan en los libros litúrgicos aprobados o son leyes de derecho
divino, ya positivo, ya natural.
Hay verdadera sabiduría, claridad y precisión en la redacción de este
canon.
Paulo IV en su Bula, comienza por reafirmar todas las condenas anteriores contra
herejes y cismáticos: “todas y cada una de las sentencias, censuras y castigos
establecidos y promulgados” (§ 2). En los siguientes parágrafos (3, 4, 5 y 6)
completa las medidas canónicas que cierran el paso a la herejía: depone, inhabilita,
invalida, etc.
Se trata, pues, de leyes universales, de penas espirituales y temporales, medicinales
y vindicativas, disciplinares: estamos de lleno en el canon 6.
Rogamos al lector tenga la diligencia de comparar las medidas tomadas por Paulo
IV en su Bula y las disposiciones del canon 6 del Código, así como también la de
leer nuestras nociones previas sobre la naturaleza del derecho canónico.
Las leyes antiguas tienen actualmente validez tan sólo por su inserción
en el Código. Véanse el Motu proprio Arduum sane Munus de San Pío X (19 de
marzo de 1904) y la Constitución Providentissima Mater de Benedicto XV (27 de
mayo de 1917), por la cual fue promulgado el Código:
“Así, pues, invocando el auxilio de la gracia divina, contando con la autoridad de los
Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de «motu proprio», con conocimiento cierto y en
virtud de la plenitud de la potestad Apostólica de que estamos investido, por esta
Nuestra Constitución, que queremos esté siempre en vigor, promulgamos el
presente Código, tal cual está ordenado, y decretamos y mandamos que en
adelante tenga fuerza de ley en toda la Iglesia y lo encomendamos a vuestra
custodia y vigilancia para que sea observado.
Mas para que todos aquellos a quienes corresponde puedan conocer bien los
preceptos de este Código antes de ser aplicados, decretamos y mandamos que
empiecen a tener fuerza de obligar el día de Pentecostés, y no antes, del año
próximo venidero, esto es, el día diecinueve de mayo de mil novecientos dieciocho.
Sin que obsten cualesquiera ordenaciones, constituciones, privilegios, aunque sean
dignos de mención especial e individual, cualesquiera costumbres, aun
inmemoriales, y otras cosas cualesquiera en contra.
A nadie, pues, le será lícito infringir u oponerse temerariamente a esta página de
Nuestra Constitución, ordenación, limitación, supresión, derogación y voluntad de
cualquier modo expresada. Si alguno tuviere la osadía de intentarlo, sepa que
incurrirá en la indignación de Dios todopoderoso y de sus Santos Apóstoles Pedro y
Pablo.

12
Dado en Roma junto a San Pedro en la festividad de Pentecostés del año mil
novecientos diecisiete, tercero de Nuestro Pontificado.”
El canon 6 sienta como principio general que el Código, por lo común, conserva la
disciplina vigente al tiempo de su promulgación, aunque introduce las
modificaciones que considera oportunas. Por eso hace aclaraciones particulares:
a) Tiene el Código carácter de compilación posterior, que abroga todas las leyes
anteriores a él que le son opuestas; y no sólo las generales si no están reservadas en
los cánones que preceden, sino también las particulares no reservadas
expresamente o en los cánones anteriores o en alguno de los otros, (Nº 1).
b) Las antiguas fuentes dejan de serlo y se convierten en normas de interpretación.
(Nº 2).
c) Se destaca y determina el valor y la importancia interpretativa de estas fuentes
antiguas con relación a la nueva ley, en función del principio de derecho según el
cual la corrección de éste es odiosa. También se determina la importancia de los
autores que las interpretan rectamente. En caso de duda, se ha de mantener la
antigua interpretación. (Nos 2, 3 y 4).
En el número 4º se trata de la duda sobre la discrepancia positiva entre la antigua
ley y la nueva; es decir, se duda sobre si la nueva ley establece otra cosa diferente
que la antigua, y en esta duda es cuando no hay que separarse de la ley antigua.
Si la duda sobre la discrepancia fuere meramente negativa, que tiene lugar cuando
se duda si la ley antigua ha sido omitida en el Código o se halla en él contenida
implícitamente, se aplica el número 6º del presente canon.
d) Todas las penas que no se mencionan de modo alguno en el Código, quedan
abrogadas. Por consiguiente, en lo referente a las penas es donde el Código muestra
más clara, amplia y radicalmente su carácter exclusivo. (Nº 5) Este inciso es de tal
importancia que pasarlo por alto constituiría una grave inadvertencia o
un caso de ignorancia afectada.
Según este inciso quedan abrogadas por el Código todas las penas anteriormente
establecidas por el derecho común, ya escrito, ya consuetudinario. Todas estas
penas cesan, si de ellas no se hace mención expresa, aunque no sean contrarias a la
nueva disciplina canónica.
e) Todas las demás leyes disciplinares vigentes hasta ese momento y que no son
mencionadas en el Código ni explícita ni implícitamente, se tienen por abrogadas, a
no ser que se las halle en los libros litúrgicos, o sean leyes de derecho divino (Nº 6).
También aquí muestra el Código su carácter exclusivo, aunque no tanto como en el
número anterior.
El Código es una codificación exclusiva de carácter general; por esta causa, no
solamente abroga todas las antiguas leyes contrarias (universales o particulares, Nº
1), sino que también abroga todas las leyes disciplinares universales que, sin serle
contrarias, no se hallan en el mismo contenidas explícita ni implícitamente.
Explícitamente, se contienen en el Código la mayor parte de las leyes antiguas,
como se afirma al principio del canon 6; lo cual puede comprobarse compulsando
las citas de los Códigos anotados.
Se hallan contenidas implícitamente en el Código aquellas leyes anteriores que se
deducen directa e inmediatamente, por estar en él incluidas como la conclusión en
su premisa, la especie en el género, el efecto en la causa, la parte en el todo o como
condición necesaria.

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Las leyes de derecho divino, sea natural, sea positivo, ni el Papa puede abrogarlas,
ni se ha propuesto codificarlas; y así quedan siempre con el mismo valor que les es
propio, tanto si se hallan dentro como fuera del Código.
Este larga y enfadosa pero necesaria explicación nos lleva a concluir
inequívocamente que la Bula de Paulo IV, como tal, ha sido abrogada;
pero no sucede lo mismo con toda su disciplina, siendo parte de ella
incorporada al Código.
Hay quienes prefieren decir que, en este caso, se trata de una derogación.
Sin embargo, teniendo en cuenta el canon 6 del Código de Derecho Canónico,
consideramos que no puede haber dudas al respecto.
9. Apoyado en todo lo considerado, hago netamente la distinción entre la
doctrina que el documento de Paulo IV comporta inevitablemente, y las medidas
canónicas establecidas por el legislador en vista de ella.
No me niego a ver la doctrina sobre la cual se fundamentaba la Bula… pero ni
más, ni menos.
Lo que sí niego (no se trata de no querer ver) es que las medidas canónicas
tomadas por Paulo IV tengan aún hoy plena vigencia.
Me explico:
-no veo menos: afirmo que la Bula afectaba a la jerarquía de la Iglesia, llegando
incluso a invalidar la misma elección papal, en caso de herejía previa del electo.
-no veo más: como analizaremos en la Cuarta Cuestión, sostengo que la suprema
autoridad no se veía afectada en el sentido que el Sumo Pontífice electo
canónicamente también esté incluido entre las dignidades a las cuales la Bula
deponía en caso de herejía o cisma.
Lo que si niego (ya lo hemos probado) es que dicho documento tenga
vigencia hoy y que su disciplina (lo probaremos en nuestra Tercera
Cuestión) haya sido asumida en su totalidad por el Código en lo
referente a la elección del Sumo Pontífice y a las penas canónicas en
que incurren los clérigos en caso de que caigan en herejía o cisma.
10. ¿Perpetuidad de las leyes? Para cerrar este tema, salgamos al paso de una
objeción supuestamente fuerte: la Bula de Paulo IV fue promulgada a
perpetuidad, luego no puede ser abrogada y todo lo dicho hasta ahora es una
ilusión o un gran sofisma.
En efecto, el encabezamiento o título de la Bula trae la formula Ad perpetuam
rei memoriam; en el § 2 se lee: “queremos y decretamos que dichas sentencias,
censuras y castigos deben observarse perpetuamente“; en el § 3: “con esta nuestra
Constitución, válida a perpetuidad“, etc.
Perpetua = etimológicamente: “continua”, “ininterrumpida”. En sentido canónico,
esta fórmula advierte que por su gravedad el asunto tratado deberá ser tenido en
cuenta permanentemente y, por supuesto, prescribe la continua obligatoriedad de
sus normas mientras tenga vigencia el documento.
Al negar la posibilidad de que se abrogue un documento con ese carácter, se
desconoce lo que sabe cualquier estudiante de Derecho Canónico: se llaman
“perpetuas” las leyes promulgadas sin término fijo de vigencia y que
mantienen su obligatoriedad “hasta ser explícita o implícitamente abrogadas. En
este sentido son válidas a perpetuidad“. (Cf. Vermeersch – Creusen I, § 69; Naz, D.
D. C. V, col. 637; etc., etc.).

14
Recordemos algunas nociones indispensables:
Se entiende por ley eterna el plan de la divina sabiduría por el que dirige todas
las acciones y movimientos de las criaturas en orden al bien común de todo el
universo. La ley eterna es en sí misma absolutamente inmutable, porque se
identifica con el entendimiento y la voluntad de Dios, en los que no cabe error o la
mutabilidad del propósito.
La ley natural no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la creatura
racional. Una de sus principales propiedades es la inmutabilidad intrínseca,
por la cual nada absolutamente puede cambiarse en ella; de ningún modo se le
puede substraer ningún precepto, ya que se funda en la misma naturaleza humana
y en el orden moral, que no admiten variaciones en sí mismos a través del tiempo y
del espacio.
Se llama ley divina positiva la que procede de la libre e inmediata
determinación de Dios, comunicada y promulgada al hombre por la divina
revelación en orden al fin sobrenatural.
Pueden distinguirse dos etapas principales en este ley positiva divina: la Antigua
(con sus dos períodos, época primitiva y ley mosaica) y la Nueva y Eterna
Alianza, promulgada por Cristo y los Apóstoles. La Antigua Alianza fue
abrogada; la Nueva goza de inmutabilidad substancial hasta el fin de los
siglos, pero puede sufrir modificaciones accidentales.
Si la ley divina positiva puede ser modificada y abrogada (caso de la ley mosaica),
con mayor razón puede serlo una ley meramente humana.
Entre las leyes humanas encontramos las leyes eclesiásticas, que provienen de
la legítima autoridad de la Iglesia en orden a la santificación y gobierno de los
fieles.
La ley humana no es perpetua puesto que legisla y preceptúa sobre aquello que
por su misma naturaleza no es necesario, sino contingente: “in rebus mutabilibus
(enseña Santo Tomás) non potest esse aliquid omnino immutabiliter permanens“
(I-II, q. 97, a. 1, ad 2: La medida debe ser estable en lo posible. Pero en las cosas
mudables no se encuentra nada absolutamente inmutable. Por eso la ley humana
no puede ser inmutable por completo).
La razón humana es cambiante e imperfecta y, por lo mismo, su ley es
mutable, es decir, contiene preceptos particulares, no universales, conforme los
diversos casos que se presentan (I-II, q. 97, a. 1, ad. 1).
Ya hemos visto que no es lo mismo la doctrina sobre la cual se basa la Bula
de Paulo IV que las medidas canónicas establecidas en vista de ella. San
Pío X, Benedicto XV o Pío XII (el legislador) pudieron juzgar prudente (dada la
materia y los súbditos) modificar en parte la disciplina promulgada por su
antecesor.
Tengamos en cuenta el § 8 de la misma Bula de Paulo IV: No valen en contrario
las Constituciones y Ordenanzas Apostólicas, ni los privilegios, indultos y letras
Apostólicas concedidas a esos Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados y
Cardenales, ni otras providencias de cualquier tenor y forma y con cláusulas de
cualquier tipo, ni los decretos, incluso [los otorgados] de Motu proprio, a ciencia
cierta y con la plenitud de la potestad Apostólica, o por medio de consistorios o de
cualquier otro modo; tampoco los aprobados en reiteradas ocasiones, los
renovados y los incluidos en el cuerpo de derecho, ni los convalidados por
cualquier capítulo de un cónclave, incluso con juramento, confirmación Apostólica
o cualquier otra reválida, ni los jurados por Nosotros mismos: en efecto,

15
considerando de modo expreso las disposiciones de todos estos
documentos —como a la vista e incorporados palabra por palabra— [y] de los
que permanecerán en vigor en otros aspectos, las derogamos
expresamente, esta vez sólo en lo específico, lo mismo que las de cualquier otro
documento contrario.
Por lo tanto, establezcamos dos principios:
1°) Hablar de una ley estrictamente humana y a la vez absolutamente inmutable, es
decir perpetua, es una contradicción.
2°) “Par in parem potestatem non habet”, es decir, un par no tiene poder sobre su
par; nadie puede propiamente obligar a sus iguales.
En cuanto al primer principio es necesario aclarar algunas expresiones
estrictamente canónicas, tales como “para perpetua memoria“, “a perpetuidad“;
las cuales tienen un sentido preciso y riguroso en derecho canónico y sin
embargo son utilizadas como ariete, en manifiesta contradicción, por aquellos
mismos que, separando la doctrina de la disciplina, menosprecian las medidas
disciplinarias.
En este caso, se apartan de la doctrina evidente, conforme a la cual una
ley humana no puede ser perpetua de por sí, para asirse a fórmulas
canónicas.
La cláusula “ad perpetuam rei memoriam” es solamente un testimonio de la
voluntad decidida que el Sumo Pontífice tiene de dar a su documento una duración
constante e invariable.
En cualquier “tratadito” de Derecho Canónico encontramos esta doctrina. Nos
remitimos a cuatro autores de nota, de los cuales dos tienen una autoridad
reconocida por todos los otros.
Wernz dice: “como toda ley humana válida y justamente puede cesar desde
fuera (ab extrinseco), es decir, por el legislador, de la misma manera también
las leyes eclesiásticas a su tiempo están expuestas a la ablación por el
competente legislador eclesiástico, con tal que exista justa causa y verdadera
utilidad para la comunidad” (T. 1, Nº 118; los subrayados son del autor).
Allí mismo agrega: “Los legisladores eclesiásticos pueden abrogar sus propias
leyes y las de sus predecesores y súbditos“.
Naz, por su parte se expresa así: “La ley está confeccionada para un espacio de
tiempo indefinido. En realidad, ningún texto legislativo requiere que este carácter
sea dado a las disposiciones legales. Es el análisis del concepto de ley el que
conduce a concluir que la ley debe ser perpetua, al menos con una perpetuidad
relativa.
En efecto, decir que las leyes son perpetuas en un sentido absoluto equivaldría a
negar al aparato legislativo de una sociedad dada toda posibilidad de adaptación
a las exigencias sucesivas de circunstancias históricas. Equivaldría a consagrar el
concepto de ley intangible. La palabra abrogación perdería todo significado y las
recopilaciones legislativas acogidas en cada siglo llegarían a ser rápidamente
inutilizables.
En realidad las leyes no poseen más que una perpetuidad relativa, en el sentido en
que son promulgadas para una duración indeterminada y permaneciendo
obligatorias hasta que, positiva o tácitamente, el poder legislativo decide lo
contrario” (T. I, Nº 95)

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Y más adelante: “El autor de la ley, su sucesor o su superior puede abrogar las
leyes. El Papa y el Concilio General tienen poder sobre todas las leyes
eclesiásticas, cualquiera sea su autor.”(N° 182).
En el Diccionario de Derecho Canónico dirigido por Naz, en la voz “abrogación de la
ley” se lee: “El sucesor del legislador puede abrogar sus leyes, por muy antiguas
que sean, siempre y cuando se trate de leyes positivas eclesiásticas… En efecto, un
adagio antiguo recordado por Inocencio III en los Decretales dice que el sucesor
tiene un poder no solo igual sino idéntico al de su predecesor.
En el mismo sentido se expresan Vermeersch-Creusen (T. I, N9 69) y Capello
(Vol. I, Nº 66).
En la “Historia de los Papas”, de Ludovico Pastor, volumen XVI, página 254,
encontramos esta cita referida a Pío IV, sucesor inmediato de Paulo IV, quien el 6
de abril de 1560 publicó una declaración (un poco más de un año después de la Bula
que nos ocupa): “En clara referencia a Paulo IV publicó una declaración, según la
cual todos los que habían incurrido en alguna censura, en excomunión u otra
condenación por causa de herejía podían someter otra vez su causa a una nueva
averiguación judicial, no obstante todas las sentencias de sus predecesores”.
El mismo autor, en la página 56 y ss. hace referencia a la Bula de Pío IV del 9 de
octubre de 1562, la cual legisla sobre el Cónclave para la elección pontificia, y cita:
“Nadie puede ser excluido de la elección so pretexto de que esté excomulgado o ha
incurrido en alguna censura.”
El segundo principio (“Par in parem potestatem non habet”) es particularmente
cierto cuando se trata de aquellos que poseen el poder supremo, el cual es UNO y el
MISMO en todos y cada uno de sus poseedores.
Es interesante considerar lo que enseña Santo Tomás en el Cuarto Libro de las
Sentencias d. 18, q. 2, a. 3, qa 1, ad 3 (retomado en el Suplemento, q. 22, a. 4):
“nadie tiene jurisdicción en sí mismo, o en el superior, o en el igual. Y por lo tanto
nadie puede excomulgarse, o excomulgar al superior, o al igual”.
Pero, si bien todo esto es correcto, es necesario reflexionar profundamente sobre el
alcance de dicho principio.
Si bien un Papa tiene el poder de desligarse por el mismo poder que había
permitido a su predecesor ligarlo, no debe utilizar esta facultad más que por
razones gravísimas. ¿Cuáles? Las mismas que hubiesen llevado a su
predecesor a modificar él mismo sus propias órdenes.
De otro modo, la esencia misma de la autoridad suprema sería atacada por estas
órdenes contradictorias sucesivas.
Así como en filosofía y en teología una cosa es la potencia absoluta y otra la
potencia ordenada, así también en derecho canónico una cosa es el poder
absoluto y otra el poder ordenado.
Dicho de otro modo: no todo está decidido ni resuelto cuando se dice que San Pío
X, Benedicto XV o Pío XII tenían poder absoluto para abrogar la Bula de Paulo
IV. Queda aún por ver que lo hayan hecho lícitamente, es decir, que utilizaran
ordenadamente ese poder, dadas las circunstancias y guiados por la prudencia
gubernativa.
En cuanto al fondo, ya hemos concedido que la Bula de Paulo IV se fundamenta
en el orden doctrinario y teológico y particularmente en el principio que establece
una incompatibilidad entre la condición de hereje, cismático o apóstata y la
jurisdicción eclesiástica, en virtud del vínculo entre Fe y Jerarquía.

17
Pero también hemos señalado que San Pío X, Benedicto XV y Pío XII, sin
negar la doctrina ni el principio en cuestión, pudieron válida y lícitamente
modificar la forma disciplinaria de salvaguardar el vínculo, dado que la
incompatibilidad no es absoluta.
Inmediatamente veremos que el Código de Derecho Canónico mantiene parte de la
legislación establecida por la Bula de Paulo IV, pero estableciendo que la pena de
deposición sólo puede aplicarse en los casos expresamente consignados
y que está reservada al tribunal de cinco jueces. Por lo tanto, tratándose
de herejía, cisma o apostasía, no existe deposición ipso facto.
El artículo ya citado del Diccionario de Derecho Canónico (“abrogación de la ley”),
hablando de las cualidades de la abrogación, dice: “La abrogación debe ser justa, es
decir, realizada por un motivo legítimo. Sin embargo, si ella no está justificada,
permanece válida, puesto que la abrogación de la ley depende de la voluntad del
legislador; pero ella es ilícita, puesto que en este caso el superior abusa de una
jurisdicción que posee para el bien común y que le ha sido dada para gobernar
por medio de leyes justas y adaptadas a la sociedad que rige“.
Todo eso nos muestra que las leyes humanas son abrogables y modificables. Esto
nos prueba que la Bula de Paulo IV ha sido abrogada válida y lícitamente por el
Código de Derecho Canónico.

TERCERA CUESTIÓN:

VIGENCIA DE LA DISCIPLINA
ESTABLECIDA POR LA BULA

Si bien la Bula “Cum ex Apostolatus officio“, dado el carácter exclusivo (excluyente)


del Código de Derecho Canónico y particularmente su canon 6, ha sido abrogada
en cuanto tal, no sucede lo mismo con parte de la disciplina por ella
establecida, la cual fue incorporada a la nueva legislación. Es necesario
considerar esto.
Sin entrar en menores detalles y en base al análisis de la Bula ya realizado, podemos
resumir la disciplina del documento de Paulo IV diciendo que establecía:
1º) en su § 2, la confirmación de todas las sentencias, censuras y castigos
establecidos contra los heréticos y cismáticos.
2º) en su § 3, la deposición ipso facto de aquellos que se desviasen de la fe o
incurriesen en herejía o cisma (“eo ipso, absque aliquo iuris aut facti ministerio” =
por eso mismo, y sin ningún procedimiento de derecho o de hecho).
3º) en su § 5, las mismas penas para los que acogiesen, defendiesen, favoreciesen a
los así sorprendidos, confesos o convictos.

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4º) en su § 6, la invalidación de la elección o promoción a la dignidad de Obispo,
Arzobispo, Patriarca, Primado, Cardenal, Legado e incluso Romano Pontífice por
desviación de la fe, herejía o cisma previo a la elección.
Claramente se ve que las medidas están tomadas contra dos clases de personas:
1ª) los que gozan de alguna jurisdicción en la Iglesia, excluyendo al Sumo Pontífice
(esto se tratará en nuestra cuarta cuestión),
2ª) los electores activos y pasivos para los oficios eclesiásticos, incluyendo el Sumo
Pontificado. Analicemos ambos temas.

I – Penas contra los dignatarios

En cuanto a la pérdida de la jurisdicción por crimen contra la fe o la unidad de


la Iglesia, la legislación de la Bula “Cum ex Apostolatus officio“, (entre otras
fuentes), fue incorporada en parte al Código de Derecho Canónico. En efecto, ya
hemos visto que los cánones 188, 2314, y 2316 la citan como fuente:
Canon 188: §§ 3 y 6
Canon 2314: §§ 2, 3 y 6
Canon 2316: § 5.
Recordemos que en la Bula el Pontífice Romano es mencionado explícitamente
sólo en los §§ 1, 6 y 7: tratándose del Papa canónico (§§ 1 y 7); anulando la
elección (§ 6), porque sabe que una vez canónicamente electo, ya no
podrá ser juzgado.
Concedo, pues, que la Bula de Paulo IV determinaba la deposición ipso facto
(“eo ipso, absque aliquo iuris, aut facti ministerio“) de los clérigos que se desviasen
de la fe, o incurriesen o favoreciesen la herejía o el cisma, pero excluyendo al Sumo
Pontífice.
Deposición significa privación de los oficios eclesiásticos, y se podrían distinguir
algunos matices canónicos, pero no lo haremos aquí en bien de la claridad del
trabajo. Esa legislación o disciplina fue incorporada en parte a la nueva
codificación.
Los cánones 188, nº 4 y 2314, § 1, nº 3 establecen que, por renuncia tácita, el
oficio queda vacante ipso facto y sin declaración alguna si el clérigo “a fide
catholica publice defecerit” (ver el sentido de este verbo en nuestro estudio
publicado en Roma Æterna 112, página 13 y ss.), o diese su nombre a alguna secta
acatólica o se adhiriese públicamente a ella.
El canon 2314, § 1, nos 1 y 2 establece la aplicación de la deposición del clérigo
cuando, después de haber incurrido en herejía, apostasía o cisma y haber sido
amonestado por dos veces, no se enmienda.
Ahora bien, el canon 2303 § 3 establece que la pena de deposición solamente
puede aplicarse en los casos expresamente consignados en el derecho.
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Nunca se incurre ipso facto es esta pena, sino que ha de imponerse siempre por
sentencia condenatoria dictada por un tribunal colegial de cinco jueces (1576, § 1,
nº2), no por cualquier delito, sino precisamente por alguno de los que el Código
sanciona con dicha pena.
Estos casos son señalados por los cánones: 2314 § 1, nº2; 2320; 2322, nº1;
2328; 2350 §1; 2354, § 2; 2359, § 2; 2379; 2394, nº2, y 2401.
Ahora bien, de todos estos cánones el único que señala la pena de deposición
por delito contra la fe o la unidad de la Iglesia es el 2314, § 1, nº 2, que ya
hemos visto.
Luego, conforme a la legislación actual, la pena de deposición debe
aplicarse en el caso de que un hereje, cismático o apóstata no se
enmendare después de dos amonestaciones.
Por otra parte, como ya dijimos, el canon 1576, § 1, nº2 establece que las causas
que versan sobre delitos que llevan consigo pena de deposición están reservados
al tribunal de cinco jueces.
En consecuencia, el § 3 de la Bula “Cum ex Apostolatus officio“, si bien fue
incorporado al Código de Derecho Canónico, sufrió importantes variaciones:
1ª: a tenor de los cánones 2303 § 3 y 2314, la deposición ya no es ipso facto.
2ª: conforme al canon 188 y al 2314, § 1, nº3, el cargo queda vacante
cuando existe una defección pública de la Fe o una inscripción en una
secta o una adhesión pública a ella. Pero tengamos en cuenta que este canon
tiene como fuente los §§ 3 y 6 de la Bula, y allí no está contemplado el caso del Papa
canónicamente electo.
Debemos citar también el canon 2266: “Los excomulgados después de la
sentencia condenatoria o declaratoria, quedan privado de los frutos de las
dignidades, oficios, beneficios, pensiones y cargos, si tuvieran alguno en la Iglesia; y
los vitandos quedan privados de las mismas dignidades, oficios, beneficios,
pensiones y cargos.”
Pero si se tratase de Cardenales u Obispos hay que tener en cuenta también los
cánones 1557, 1558 y 2227, sobre los cuales volveremos inmediatamente.
Por su parte, el § 5 de la Bula es modificado por los cánones 2315 y 2316.
En efecto, es sospechoso de herejía el que espontáneamente y a sabiendas ayudase
de cualquier modo a la propagación de la herejía (canon 2316); pues bien, al
sospechoso de herejía, que amonestado no hace desaparecer la causa de la
sospecha, debe apartárselo de los actos legítimos, y si es clérigo debe además
suspendérselo a divinis, una vez repetida inútilmente la amonestación; y si no se
enmienda en el plazo de seis meses debe ser considerado como hereje y sujeto a las
penas de los herejes, es decir, las del canon 2314 (canon 2315).
Hay una gran diferencia entre perder ipso facto la jurisdicción por
favorecer la herejía (como establecía la Bula) y ser apartado de los actos
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legítimos sin perder la jurisdicción, ser suspendido luego a divinis y
seis meses más tarde ser depuesto (como establece el Código).

II – Elecciones

En lo que respecta a las elecciones para cargos u oficios eclesiásticos debemos


considerar:
* Las elecciones para cualquier oficio, salvo el Supremo Pontificado.
* La elección del Romano Pontífice.
Esta división es debida a que existe una legislación particular para esta última
especie de elección, incorporada al mismo Código en su canon 160: La elección
del Romano Pontífice se rige únicamente por la constitución de Pío X, Vacante
Sede Apostolica, del 25 de diciembre de 1904; en las demás elecciones eclesiásticas
se observarán las prescripciones de los cánones que siguen, y las peculiares; si
alguna hubiese legítimamente establecida para cada oficio en particular.
1: Para cualquier oficio, salvo el Supremo Pontificado
En una elección se distinguen dos actos: uno activo (elegir) y otro pasivo (ser
elegido).
Por lo tanto es necesario tener en cuenta los cánones 167 y 2265, que establecen:
Canon 167, § 1, 3º, 4º y 5º: No pueden dar su voto: los censurados o notados con
infamia de derecho, después de la sentencia declaratoria o condenatoria; los que
dieron su nombre o adhirieron públicamente a una secta cismática o herética; los
que carecen de voz activa, ya por legitima sentencia del juez, ya por derecho común
o particular.
Canon 2265, § 1, 1º y 2º: Todo excomulgado (por caer en herejía o cisma
externamente [canon 2314]) no puede ejercer el derecho de elegir, presentar o
nombrar; no puede obtener dignidades, oficios, beneficios, pensiones eclesiásticas u
otro cargo cualquiera en la Iglesia.
Canon 2265, § 2: Los actos realizados en contra de lo que se prescribe en el § 1,
números 1º y 2º, no son nulos si no proceden de un excomulgado vitando o de otros
excomulgados después de la sentencia declaratoria o condenatoria. (cf. canon
2258)
El canon 167 tiene como fuente la Bula de Paulo IV (§ 5); por lo demás, el sentido
de la legislación es claro y no necesita comentario.

2: Disciplina vigente sobre la elección del Papa

La Bula “Cum ex Apostolatus officio“, en su § 6, dice:


Si en cualquier tiempo fuera evidente que algún Obispo (incluso con cargo de
Arzobispo, Patriarca a Primado) o un Cardenal de este Iglesia Romana (incluso,
21
como se dijo, en función de Legado) o asimismo un Romano Pontífice se hubiera
desviado de la fe Católica o hubiera caído en alguna herejía, incurrido en cisma o
los hubiera suscitado o cometido antes de su promoción o de la asunción como
Cardenal o Pontífice romano, tal promoción o asunción sea nula, írrita e inane,
incluso si se hubiera realizado con acuerdo y consentimiento unánime de todos los
Cardenales.

A) ¿Rige todavía esta disciplina?

Recordemos, ante todo, que existe una legislación particular para la elección Sumo
Pontífice, incorporada al mismo Código en su canon 160: La elección del Romano
Pontífice se rige únicamente por la constitución de Pío X, Vacante Sede Apostolica,
del 25 de diciembre de 1904.
Los que afirman que todavía rige la disciplina de la Paulo IV, sostienen que su Bula
depone Cardenales en virtud de un principio irreformable, y que esas deposiciones
son inabrogables. Por lo tanto, a partir de Paulo IV, cada vez que un Cardenal
entre en el marco del principio doctrinario, irremediablemente quedará ipso facto
depuesto.
Dicen que, como el Código de Derecho Canónico es meramente disciplinario y los
documentos de San Pío X y Pío XII son partícipes de la condición disciplinaria del
Código, no pueden legislar contrariamente a lo establecido por Paulo IV: de
hacerlo, serian írritos.
Luego, son canónicamente depuestos los cardenales a los que afecta el texto de
Paulo IV.
Coincidiría en esto el texto de Pío XII cuando dice que los Cardenales
canónicamente depuestos no tienen ningún derecho para la elección.
Por mi parte, sostengo que el Código de Derecho Canónico y la
Constitución de Pío XII han modificado, en parte, las medidas de la
Bula.
Que se me entienda bien. No digo que la Constitución de Pío XII restituye la
dignidad cardenalicia a los cardenales canónicamente depuestos.
Afirmo que, según la legislación establecida por San Pío X y Pío XII, los
modos de deposición son distintos a los establecidos por Paulo IV.
San Pío X, Benedicto XV y Pío XII podían modificar esa disciplina sin atacar la
doctrina, y lo han hecho.
Consideremos la Constitución de San Pío X, de 1904:
1º) En el artículo 29 de su documento establece: Ningún Cardenal puede ser
excluido de ninguna manera de la elección activa y pasiva del Sumo Pontífice bajo
pretexto o por causa de cualesquiera excomunión, suspensión, entredicho u otro

22
impedimento eclesiástico; suspendemos estas censuras solamente a los efectos de
esta elección, conservando su vigor para todo el resto.
Esta legislación de San Pío X tiene su fundamento en la legislación antigua.
Podemos remontarnos hasta la Edad Media.
Sobre el derecho de voto de los cardenales excomulgados o suspendidos, pero no
canónicamente depuestos o no habiendo renunciado ellos mismos con el
consentimiento del Papa, los documentos de San Pío X y Pío XII citan en nota:
Clem. V, cap. 2, Ne Romani, § 4, de elect., I, 3 in Clem.; Pii IV Const. In eligendis, §
29; Greg. XV Const. Aeterni Patris, § 22.
Wernz-Vidal, en Ius Canonicum, T. II, numero 411, completa esto diciendo que:
“Decreta Gregorii X (+ 1276) a Clemente V (+ 1314) approbata eo potissimum
statuto sunt aucta, quod vel ipsi excommunicati, suspensi, interdicti Cardinales ad
legitima suffragia ferenda admiterentur” (Cap. 2, de elect. I, 3, in Clem. Cfr. De
prima capitulatione in conclave facta; Hefele, l. c. t. VI, p. 697, sq.) = Los Decretos
aprobados desde Gregorio X hasta Clemente V fueron aumentados grandemente
por aquel estatuto por el cual los Cardenales excomulgados, suspendidos, en
interdicto han de ser admitidos a la legítima votación.
2°) En momentos de redactar y promulgar su Constitución, regla para la elección
papal, San Pío X ya tenía en mente la reforma y la codificación del
Derecho Canónico. Con seguridad, su prudencia gubernativa le habrá indicado
que era necesario estudiar el documento de Paulo IV, consultar a sus consejeros, a
los Arzobispos de todo el mundo y a todos los Obispos, antes de reformarlo. Diez
años de trabajo habían concluido con el primer esbozo del Código cuando la muerte
interrumpió la obra del gran pontífice. Pues bien, en ese Código nos encontramos
con cánones tales como el 1557 y el 2314 que, sumados al canon 6 ya visto, tienen,
como mínimo, verdadera fuerza derogatoria de la Bula de Paulo IV. Su
legislación, si bien incorporada, sufrió variantes de importancia.
Para terminar de clarificar la posición de los que sostienen que la Bula de Paulo IV
sigue en vigencia, hacemos notar que en su sistema hay un doble agente de
excomunión y de deposición por motivo de herejía o cisma:
a) excomunión:
1) la Bula de Paulo IV.
2) el canon 2314, § 1, 1º.
b) deposición de clérigos, en general, y de cardenales, en particular:
1) la Bula de Paulo IV.
2) el canon 2314, y el Sumo Pontífice, en virtud del canon 1557.

B) Aplicación de la legislación de la Iglesia

23
Habíamos quedado en el parágrafo sexto de la Bula de Paulo IV, que invalidaba la
elección al Sumo Pontificado cuando el elegido había incurrido en herejía antes de
la misma. Consideremos el estado actual de este tema tan grave como apasionante.
Como ya sabemos, la elección puede ser considerada, activa o pasivamente: ¿quién
puede elegir?, ¿quién puede ser elegido?
Para responder a estos interrogantes debemos tener en cuenta el derecho divino
positivo, el derecho eclesiástico general y el derecho eclesiástico
particular.

1) Elección activa del Papa

a) El Derecho Divino
El Derecho Divino Positivo no establece nada en particular sobre
quiénes deben elegir al Romano Pontífice.
Nuestro Señor Jesucristo no determinó la forma en que había de designarse cada
uno de los sucesores de San Pedro, sino que esta forma la dejó a la prudencia de su
Iglesia, a la cual, como sociedad perfecta, y principalmente a su cabeza el Papa, le
compete por derecho divino determinar, según las circunstancias lo pidan, la forma
de tal elección o determinación, sin que en ello puedan inmiscuirse personas legas
ni autoridad ninguna secular.
De hecho la forma de la elección del Papa ha variado según los tiempos, sufriendo
diversas modificaciones. Puede encontrarse una referencia histórica en la obra “Ius
Decretalium” de Francisco Wernz, t. II, Nos 570-575.
Sin embargo, por Derecho Divino, la condición de miembro de la Iglesia
no es facultativa, sino que es una cualidad esencial al elector del Sumo
Pontífice: quien no es miembro de la Iglesia no puede elegir a la cabeza visible del
Cuerpo Místico.
Por lo tanto, así como los no bautizados no pueden tener derecho al voto en la
elección papal, por no ser católicos, de la misma manera habría que pensar sobre
los herejes, cismáticos y apóstatas…
¡Pero esto es lo que legisla la Bula de Paulo IV!, claman los que
sostienen su inabrogabilidad…
Distinguimos. Por eso dije: de la misma manera habría que pensar sobre los
herejes, cismáticos y apóstatas…
No todo hereje, cismático y apóstata deja de ser miembro del Cuerpo
Místico de Cristo, porque hay herejes, o cismáticos, o apóstatas que sigue
gozando de la jurisdicción eclesiástica… Una categoría de herejes, o cismáticos, o
apóstatas no vetada por el derecho divino, sí vetable por el derecho eclesiástico y,
por lo mismo, también abrogable su veto, o al menos posible su suspensión
momentánea.
24
Cabe considerar, pues, desde el punto de vista dogmático, si los herejes, cismáticos
y apóstatas son o no miembros de la Iglesia. Sólo de esta forma se podrá saber si la
legislación eclesiástica de Paulo IV fue una mera repetición del derecho divino y
por ende inabrogable, o por el contrario una mera ley eclesiástica cuya finalidad era
salvaguardar mejor el derecho divino y la integridad de la Iglesia pero, en
consecuencia, abrogable.
Para ser más claros procederemos en forma de breves proposiciones, tomadas de la
obra “Theologia Dogmatico-Scholastica ad mentem S. Thomæ Aquinatis” de
Valentino Zubizarreta, Arzobispo de Cuba, volumen I, Nos 544 a 556, la cual
goza del reconocimiento de Pío XI mediante carta de su Secretario de Estado.
Las dichas proposiciones son el resultado de la evaluación de autores de nota como
Hurter, Billot, Franzelin, Groot, San Roberto Bellarmino, Mazzela,
Palmieri, Pesch, Tanquerey, Dens, Suárez, Billuart, en el orden que los cita
Zubizarreta. Son las siguientes:
a) Los herejes, cismáticos (y apóstatas) ocultos son miembros externos de la
Iglesia, pero áridos e imperfectos.
b) Los herejes, cismáticos (y apóstatas) notorios no tienen ningún vínculo con el
Cuerpo de la Iglesia.
c) Los excomulgados tolerados, tanto ocultos como públicos, son miembros del
Cuerpo de la Iglesia; no así los excomulgados vitandos.
Es importante tener en cuenta lo que dice el Código de Derecho Canónico en sus
cánones 2258, 2264 y 2265:
2258. § 1. Los excomulgados, unos son vitandos y otros tolerados.
§ 2. Ninguno es vitando, a menos que haya sido excomulgado nominalmente por la
Sede Apostólica, y la excomunión haya sido públicamente proclamada, y en el
decreto o sentencia se diga expresamente que se debe evitar al excomulgado, salvo
lo que se prescribe en el canon 2343, § 1, número 1°.
2264. Los actos de jurisdicción, tanto del fuero interno como del fuero externo,
realizados por un excomulgado, son ilícitos; y si se ha pronunciado sentencia
condenatoria o declaratoria, son también inválidos, salvo lo que se prescribe en el
canon 2261 § 3; antes de la sentencia son válidos, y aun lícitos, si los solicitaron los
fieles a tenor del mencionado canon 2261 § 2.
Este canon tiene como fuente el § 5 de la Bula de Paulo IV.
2265. § 1. Todo excomulgado:
1º. No puede ejercer el derecho de elegir, presentar o nombrar;
2º. No puede obtener dignidades, oficios, beneficios, pensiones eclesiásticas u otro
cargo cualquiera en la Iglesia;
3º. No puede ser promovido a las órdenes.
§ 2. Los actos realizados en contra de lo que se prescribe en el § 1, números 1º y 2º,
no son nulos si no proceden de un excomulgado vitando o de otros excomulgados
25
después de la sentencia declaratoria o condenatoria; y si se ha pronunciado este
sentencia, el excomulgado no puede tampoco obtener válidamente ninguna gracia
pontificia, a no ser que en el rescripto pontificio se haga mención de la excomunión.

b) Derecho eclesiástico general


Las disposiciones del Derecho Divino, sistematizadas por la teología fundamental,
quedan salvaguardadas por la legislación general del Código de Derecho
Canónico.
En efecto, el canon 167 establece que “no pueden dar voto los censurados o
notados con infamia de derecho, después de la sentencia declaratoria o
condenatoria; ni los que dieron su nombre o se adhirieron públicamente a una
secta cismática o herética“.
Este mismo canon prescribe, además que “si es admitido alguno de los antedichos,
su voto es nulo, mas la elección es válida, a no ser que se averigüe que,
descontando ese voto, el elegido no obtuvo el número de votos requerido, o que a
sabiendas hubiera sido admitido un excomulgado por sentencia declaratoria o
condenatoria“.
Ya sabemos que el canon 167 tiene como fuente el § 5 de la Bula de Paulo IV.
Por su parte, como hemos visto, el canon 2265 establece que “todo excomulgado
no puede ejercer el derecho de elegir, presentar o nombrar“, pero aclara que “los
actos no son nulos si no proceden de un excomulgado vitando o de otro
excomulgado después de la sentencia declaratoria o condenatoria“.
El canon 2258 nos da la definición de excomulgado vitando: “ninguno es vitando
(que debe ser evitado), a menos que haya sido excomulgado nominalmente por la
Sede Apostólica, y la excomunión haya sido públicamente proclamada, y en el
decreto o sentencia se diga expresamente que se debe evitar al excomulgado“.
La Bula de Paulo IV excluía de la elección activa a aquellos cardenales
que ya no gozasen de su oficio y dignidad al haber sido depuestos por
causa de herejía o cisma. El canon 2314 se opone en parte a esto, pues
suprime la deposición ipso facto.
Ya sabemos que el canon 6 del Código:
- abrogó todas las leyes opuestas al mismo (Nº 1),
- abolió las penas de las cuales no hace mención (Nº 5)
- hizo perder su valor a las leyes disciplinarias que no contenga explícita o
implícitamente.
Luego, lo que rige en la actualidad es el canon 2314. A esto debemos sumar
lo establecido por los cánones 1557, 1558 y 2227, los cuales analizaremos más
abajo.

c) Derecho eclesiástico particular


26
A las disposiciones generales del Derecho deben sumárseles las
reglamentaciones particulares, si es que existen.
Justamente, tenemos una legislación particular para la elección del Sumo Pontífice.
Se trata, como lo hemos adelantado, de la Constitución de Pío XII “Vacantis
Apostolicæ Sedis“, que modifica la de San Pío X.
En la introducción dice el Papa:

“Nuestros predecesores, en el curso de los siglos, siempre han tenido cuidado de


establecer y prescribir las medidas concernientes a las reglas que rigiesen la
disciplina de la vacancia de la Sede Apostólica y la elección de Pontífice Romano.
En consecuencia, se han esforzado por tener una vigilante solicitud y proveer
mediante reglas sanas a un negocio de la Iglesia, cuyo cuidado Dios les
encomendó, a saber, la elección del sucesor de San Pedro… Como era deseable que
estas leyes relativas a la elección del Pontífice Romano, cuyo número había
aumentado con el tiempo, fuesen compiladas en un solo documento, y como
algunas, par las vicisitudes de las cosas, habían dejado de ser apropiadas a las
circunstancias particulares, Pío X, Nuestro predecesor de piadosa memoria,
decidió en un sabio designio, hace cuarenta años, realizar una selección oportuna
y juntarlas por medio de la célebre Constitución Vacante Sede Apostolica, del 25 de
diciembre de 1904.
Sin embargo, Pío XI, de reciente memoria, creyó necesario modificar ciertos
capítulos de esta Constitución, como parecían exigirlo las consideraciones
fundadas en la realidad y las circunstancias. Y Nos hemos pensado nosotros
mismos que, por la misma razón, era necesario reformar otros puntos.
Por lo cual, después de un maduro examen, con pleno conocimiento y con la
plenitud de Nuestro poder apostólico, hemos resuelto publicar y promulgar esta
Constitución, que es la misma que la de Pío X, de santa memoria, pero reformada
un poco por todas partes, para que ella sea la única (empleamos los términos de
este mismo predecesor) utilizada por el Sacro Colegio de Cardenales durante la
vacancia de la Sede Romana de Pedro y en la elección del Pontífice Romano, y en
consecuencia abrogar la Constitución Vacante Sede Apostolica, tal como había
sido propuesta por Pío X, Nuestro predecesor.

Ahora bien, esta Constitución, la cual debe ser “la única utilizada por el Sacro
Colegio de Cardenales en la elección del Pontífice Romano“, en su artículo 34 (En
la Constitución de San Pío X, Nº 29), establece:

“Nullus Cardinalium, cuiuslibet excommunications, suspensionis, interdicti aut


alias ecclesiastici impedimenti prætextu vel causa a Summi Pontificis electione

27
activa et passiva excludi ullo modo potest; quas quidem censuras ad effectum
huiusmodi electionis tantum, illis alias in suo robore permansuris, suspendimus“.

Es decir: “Ningún Cardenal puede ser excluido de ninguna manera de la elección


activa y pasiva del Sumo Pontífice bajo pretexto o por causa de cualesquiera
excomunión, suspensión, entredicho u otro impedimento eclesiástico;
suspendemos estas censuras solamente a los efectos de esta elección, conservando
su vigor para todo el resto“.

Más abajo, en el artículo 36 (En la Constitución de San Pío X, Nº 31), dice:

“Cardinales canonice depositi, vel qui dignitati cardenalitiæ, consentienti Romano


Pontifice, renuntiaverunt, nullum ius ad electionem habet. Immo, Sede vacante,
nec potest S. Collegium restituere et habilitare Cardinales per Papam privatos seu
depositos, ne ad vocem quidem“.

Es decir: “Los Cardenales canónicamente depuestos o aquellos que, con el


consentimiento del Romano Pontífice, han renunciado a la dignidad cardenalicia,
no tienen ningún derecho para la elección. Es más, durante la Sede vacante, el
Sacro Colegio no puede restablecer ni habilitar, ni siquiera para votar, a los
Cardenales privados del voto o depuestos por el Papa“.

En consecuencia: no rigen para esta elección los cánones 167 y 2265 (que hemos
considerado más arriba) por ser disposiciones que impiden el derecho de votar por
ley eclesiástica, es decir, son impedimentos eclesiásticos.
Sin embargo, esta legislación particular de Pío XII excluye explícitamente de
la elección activa del Papa a los Cardenales “canónicamente depuestos”,
los cuales pueden serlo solamente por el Papa (“per Papam privatos seu
depositos“, cf. además cn. 1557).
Se comprende ahora la importancia de la aparente digresión al comenzar el tema
bajo el título “disciplina vigente sobre la elección del Papa”. Al terminarla decíamos
que en el sistema de los que sostienen que la Bula de Paulo IV sigue en vigencia
existe un doble agente de deposición de Cardenales; un canon allí mencionado
(1557), más otros dos, cerrarán la cuestión desde el punto de vista
canónico.
El canon 1557 establece que “es derecho exclusivo del Romano Pontífice el juzgar a
los Padres Cardenales“
El canon 1558 declara “la incompetencia absoluta de los demás jueces en las
causas a que se refiere el canon 1557″

28
Y el canon 2227 determina que “solamente el Romano Pontífice puede aplicar o
declarar penas contra aquellos de quienes se trate en el canon 1557” y que “a no
ser que expresamente se les nombre, los Cardenales de la Santa Iglesia Romana
no están comprendidos bajo la ley penal“.
Queda claro, teniendo en cuenta el derecho divino y el eclesiástico, general y
particular, que canónicamente:
- los electores del Romano Pontífice son exclusivamente los Cardenales;
- aunque estén excomulgados, suspendidos, interdictos o afectados por cualquier
otro impedimento eclesiástico;
- salvo que estén depuestos canónicamente por el Papa, (porque ya no son
cardenales);
- o se trate de herejes, cismáticos o apóstatas notorios, o excomulgados vitandos
(porque se los impide el derecho divino).
Distinguiendo Doctrina de Disciplina, pero sin separarlas ni confundirlas,
cerramos la cuestión, ahora, desde el punto de vista doctrinario.
Si bien Santo Tomás, en su Suma Teológica, 2-2 q. 39, a. 3, dice que “la
potestad jurisdiccional no permanece en los cismáticos y herejes“, previamente, en
2-2 q. 11, a. 3, tratando de si los herejes han de ser o no tolerados, dice que “por
parte de la Iglesia está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por
eso no condena de inmediato, sino después de una primera y segunda corrección,
como enseña el Apóstol. Pero si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no
esperando su conversión, lo separa de sí por sentencia de excomunión, mirando
por la salud de los demás“.
Esta doctrina se basa en la de San Pablo y en la de Santo Tomás; el
Apóstol de las Gentes y el Doctor Común.
No dudamos que Paulo IV tuvo motivos serios y graves para, conforme a su
prudencia gubernativa, apartarse de la máxima apostólica sancionando ipso facto
con la pena de deposición a los Cardenales que incurriesen en herejía.
Mas esta medida podía implicar un peligro considerado por San Pablo, Santo
Tomás, San Pío X y Pío XII más grave que la posibilidad de que intervengan en
la elección del Papa cardenales heréticos, cismáticos o apóstatas no notorios: el
que todas las jurisdicciones eclesiásticas sean puestas en duda y todas
las elecciones se cubran con la sombra de la invalidez.
San Pío X y Pío XII, no lo dudamos tampoco, en su sabiduría gubernativa, han
considerado prudente retornar a la fuente apostólica.
¿Cuál de las dos situaciones es más angustiante para las almas y por qué permite
Dios una u otra, o ambas? Los senderos divinos son inescrutables y ante el misterio
solo cabe la adoración y el silencio.

2) Elección pasiva del Papa


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¿Quién puede ser elegido como Sumo Pontífice? Todo aquel que no tenga
impedimento ni de derecho divino, ni de derecho eclesiástico.

a) El Derecho Divino
Establece que para poder ser válidamente electo al Pontificado basta ser varón,
bautizado, católico, con el uso de razón necesario para aceptar la elección y ejercer
la jurisdicción.
Según esto, sólo quedan excluidos, por derecho divino; las mujeres, los
impúberes, los dementes, los no bautizados y los herejes, cismáticos y
apóstatas.
Recordando las nociones establecidas por la teología fundamental, se entiende que
los vetados aquí por el derecho divino son los herejes, cismáticos y apóstatas
notorios.
Es claro, entonces, que los vetados por el derecho eclesiástico, en razón de la bula
de Paulo IV, no son los notorios.
Sería posible que un Papa promulgase una Bula para determinar que, si en algún
tiempo cualquiera aconteciese que una mujer, un niño, un demente o un no
bautizado fuese elegido como Romano Pontífice, la elección, incluso si esta hubiera
ocurrido en acuerdo y unanimidad de todos los Cardenales, sería nula, írrita y sin
efecto…
Hubiese sido posible que Paulo IV redactase su Bula en lo referente a los que por
ser herejes, cismáticos o apóstatas notorios, o excomulgados vitandos no
pertenecen a la Iglesia por derecho divino.
Aquellos a los cuales veta la Bula de Paulo IV, no son los mismos a los
que impugna el derecho divino.
Esos herejes, cismáticos y apostatas no notorios, a partir de la
promulgación de la Bula “Cum ex Apostolatus officio“, en razón del
derecho eclesiástico, sin impedírselos el derecho divino, quedaban ipso
facto inhabilitados para ser elegidos como Sumo Pontífice.
Mas como se trataba de derecho eclesiástico, cuyas disposiciones pueden cambiar,
bien pudo ser modificado. Queda por ver si el Código del año 1917 lo modificó.
b) Derecho eclesiástico general
¿Qué nos dice el derecho general del Código sobre este punto? Ya hemos visto
que la legislación particular dada por Pío XII suspende los impedimentos de los
cánones 167 y 2265 respecto de los electores; pero no sucede lo mismo en
cuanto a la elección pasiva, es decir, en relación con aquellos que pueden ser
elegidos.

30
En efecto, la Constitución de Pío XII se refiere sólo a los Cardenales, pero queda
por ver qué impedimento puede establecer el Código para aquellos que no siendo
Cardenales pueden ser elegidos (por ejemplo, un Cardenal depuesto o renunciante).
El canon 2265 dice que “todo excomulgado no puede obtener dignidades, oficios,
beneficios, pensiones eclesiásticas u otro cargo cualquiera en la Iglesia“, pero
aclara que “los actos realizados en contra de lo que se prescribe (anteriormente) no
son nulos si no proceden de un excomulgado vitando, o de otro excomulgado
después de la sentencia declaratoria o condenatoria“. (Paréntesis mío)
Por lo tanto, si el elegido para el Sumo Pontificado no fuese Cardenal, y,
además, hubiese incurrido en excomunión y fuese vitando o
sentenciado, la elección sería inválida conforme al derecho eclesiástico
general.
La modificación que aporta el Código a la Bula es clara: no es lo mismo ser
inhabilitado ipso facto por incurrir en herejía, que serlo luego de una sentencia
condenatoria o declaratoria y una mención nominal
Recordemos el canon 2258: “ninguno es vitando, a menos que haya sido
excomulgado nominalmente por la Sede Apostólica, y la excomunión haya sido
públicamente proclamada, y en el decreto o sentencia se diga expresamente que se
debe evitar al excomulgado“.

c) Derecho eclesiástico particular


En la Constitución de Pío XII no existe ninguna restricción acerca de la
persona que puede ser elegida como Romano Pontífice. Luego, el
derecho divino y el derecho del Código que hemos visto son los únicos
que regulan la elección pasiva en cuanto a su validez. Pero el documento de
Pío XII, en el número 97 (En la Constitución de San Pío X, Nº 84), dice:
“S. R. E. Cardinales vehementer hortamur ut in eligendo Pontifice… unice Dei
gloriam et Ecclesiæ bonum præ oculis habentes, in eum sua vota conferant, quem
universali Ecclesiæ fructuose utiliterque gubernandæ præ ceteris idoneum in
Domino iudicaverint“.
Es decir: “Exhortamos vivamente a los Cardenales de la Santa Iglesia Romana
para que en la elección del Pontífice… teniendo bajo los ojos solamente la gloria de
Dios y el bien de la Iglesia, den sus votos a aquel que juzguen en el Señor ser el
más idóneo para gobernar la Iglesia universal con fruto y provecho“.
Por lo tanto, lícitamente, puede ser elegido sólo el que, consideradas
todas las circunstancias, sea juzgado el más digno

TERCERA PARTE:

CUARTA CUESTIÓN:
31
Posibilidad de la deposición
de un Papa canónico en virtud de la Bula

Planteo de la cuestión

En las páginas 23 y 24 de su comentario a la Bula, el Doctor Carlos Alberto


Disandro plantea el problema de esta manera:

“Un solo punto permanece en la penumbra o en el trasfondo del texto, una sola
cuestión que es preciso de todos modos formular, a saber: según esta doctrina de
Paulo IV ¿puede un papa legítimamente electo, no afectado ni hasta el instante de
la elección ni en el proceso siguiente hasta su entronización, podría pues ese papa
canónico (con toda la fuerza de este enunciado) caer en herejía o cisma y por ende
incurrir en la automática deposición que señala y precisa la Bula? En otras
palabras, ¿podría ser considerado este texto romano un antecedente explícito para
la doctrina que se resume en la sentencia: Papa hæreticus est depositus?
Explícitamente el documento no enumera ni incluye ese caso. Conviene anticiparlo.
Implícitamente creo que sí, y que es probable la suposición de que la minuciosa y
prolija deliberación compartida por Paulo IV con sus teólogos, consejeros, o
cardenales más lúcidos, haya llevado en este tema a una solución más bien sugerida
que formulada, en razón de las especiales circunstancias de la Iglesia, con el
concilio de Trento interminado. En otras palabras, es difícil pensar que escapara al
análisis del problema la cuestión del Papa hereje. De los tres niveles que implica el
problema, a saber, la jerarquía episcopal o cardenalicia hereje, papa electo de modo
írrito, papa canónico incurso en herejía, los dos primeros se imponían por la
experiencia que enfrentaba el Pontificado en vastos aledaños de su otrora
indiscutida prerrogativa. El tercero se cernía inevitablemente en la compulsa
teológica, tal como creo resulta de un análisis más ceñido del texto latino.”

Es evidente que un planteo tal del problema, habiendo establecido ya la conclusión,


hace que “el análisis más ceñido del texto latino” tenga por deducción que un
papa canónico sea incluido allí donde Paulo IV no lo incluyó.
Recordemos que en toda polémica mal llevada no son los argumentos los
que determinan la conclusión; sino que es la conclusión la que va en
busca de cualquier argumento.
Lo cual equivale a decir en este caso que, si es nuestra intención probar que el papa
canónico está afectado por la Bula, corremos el peligro de ceñir el análisis tanto
cuanto sea indispensable, aún a riesgo de deformar el texto, y hacerle decir lo que
queremos que diga.
32
Demos lugar ahora al “análisis más ceñido del texto latino”, para que resalte la
importancia de mi interpretación del documento: me ciño al texto y no lo deformo.

Papa canónico a fide devius

Disandro comienza diciendo en la página 24:

“En efecto, es verdad que Paulo IV recuerda de paso la sentencia Romanus Pontifex
omnes iudicat, a nemine in hoc sæculo iudicandus, lo que parecería contradecir
todos los pormenores de la Bula que atañen al caso preciso de un papa en
funciones. Pero no es así: se entiende la sentencia de quien conserva la legitimidad
in re, pues de otro modo serían contradictorios los párrafos 6 y 7. Por eso a
continuación de la sentencia antedicha agrega que Romanus Pontifex, si
deprehendatur a fide devius, possit redargui, usando un verbo (deprehendi) y un
giro (a fide devius) de fuerte referencia al sujeto que el contexto siempre entiende
de una grave situación o coyuntura contra la fe. Eso despierta el recuerdo de la
profecía de Daniel y por lo mismo la responsabilidad directa del pontífice. Pues
debemos notar que tanto el giro ya subrayado, como la mención de la profecía no
atañen a los recursos inconvenientes, desviados o heréticos de cardenales u
obispos, pues eso comienza a puntualizarse en el parágrafo 2, sino al deber estricto
del pontífice (de que hablan la introducción y el parágrafo 1) en el cuidado de la Fe.”

Dada la importancia que este documento tiene, la cual es resaltada por el mismo
Disandro, parece inimaginable pensar que Paulo IV “recuerde de paso” la
sentencia según la cual el Romano Pontífice a todos juzga y no puede
ser juzgado por nadie en este mundo.
Precisamente porque no es un recuerdo pasajero, sino algo que está bien
presente en la mente del legislador, “en todos los pormenores de la Bula”
sistemáticamente es excluido el “caso preciso de un papa en funciones”, es decir,
“de quien conserva la legitimidad in re“ y no puede ser juzgado por nadie una vez
que le fue conferida.
Destacamos una vez más la necesidad del análisis desapasionado del texto.
Teniendo en cuenta esto, Paulo IV, después de haber declarado en el § 6 írrita,
nula y sin efecto la elección de quien hubiese incurrido en herejía previa, en el § 7
permite sustraerse a la obediencia de quien fuera así promovido, pero manda
prestar estricta obediencia y fidelidad a los canónicamente electos.
Luego, no hay contradicción alguna.
Porque esto es así y no de otro modo, a continuación de la sentencia antedicha
agrega que el Romano Pontífice, si fuese sorprendido en una desviación

33
de la Fe, puede ser argüido, impugnado, reprochado, hacérsele ver su
error, etc.
Es el caso de San Pedro y San Pablo en Antioquia: San Pedro no andaba rectamente
conforme a la verdad del Evangelio (“non recte ambularent ad veritatem
evangelii“, Gálatas 2:14), y San Pablo le resistió cara a cara, por ser digno de
reprensión (“in faciem ei restiti, quia reprehensibilis erat“, ídem 11).
Paulo IV en el parágrafo tercero de su Bula sanciona con la deposición, no sólo a
los que hayan incurrido en herejía o cisma, sino también a los que se hayan
desviado de la Fe Católica; asimismo sanciona en el parágrafo quinto a los que
hayan favorecido la desviación de la fe, la herejía o el cisma. En ninguno de los
dos casos nombra al Romano Pontífice.
Ya comenzamos a comprobar la conveniencia, utilidad y necesidad de anticipar que
el documento no enumera ni incluye explícitamente al Papa.
Dado que el Romano Pontífice canónicamente electo, conservando la legitimidad in
re, juzga a todos y no puede ser juzgado por nadie; y en caso de desviación de la Fe
solo puede ser argüido; mas considerando el grave peligro que significaría que un
hereje pudiese ser elegido Papa; precisamente por estas tres cosas es que
Paulo IV viene a anular la elección de quien hubiese incurrido en algún
crimen contra la Fe.
Como “el giro ya subrayado y la mención de la profecía atañen al deber estricto
del Pontífice en el cuidado de la Fe” es por eso que se lo menciona explícitamente
sólo en los §§ 1, 7 y 6: en un caso, tratándose del Papa canónico (§§ 1 y 7); en el
otro, anulando la elección (§ 6), porque sabe que una vez canónicamente
electo, ya no podrá ser juzgado.
Disandro continúa:

“Supuesto que deba entenderse así el contexto, o sea que un papa canónicamente
electo a fide devius possit redargui, lo que prepara por lo mismo la abominación en
el lugar santo, ¿cómo entenderíamos, en el marco de la Bula, la perduración o
cesación de su investidura? ¿Un papa a fide devius sigue siendo papa? El contenido
del sujeto está mencionado como una posibilidad cierta, la extrema consecuencia
avizorada en la profecía también; en medio de estas dos instancias, ¿qué decir de
ese pontífice? Por analogía parecería imponerse la conclusión que surge de toda la
orientación conceptual del documento, a saber, ha perdido su legitimidad.”

“Supuesto que deba entenderse así el contexto” (y el texto también), tales como
los entiende Disandro, evidentemente no cabe otra conclusión: ¡“ha perdido su
legitimidad”!… a pesar de que esto sea “por analogía” y contra el texto de
Paulo IV y su contexto.

34
Entendiendo como lo entiende Paulo IV y cualquiera que lea sin pasión ni
prejuicio, no cabe sino una conclusión: un Papa canónicamente electo juzga a
todos y no puede ser juzgado por nadie en este mundo; reclama estricta
fidelidad y obediencia; si es hallado desviado de la Fe, puede ser
argüido, reprochado o impugnado.
Por lo tanto, en el documento de Paulo IV no encontramos la doctrina: un Papa
canónicamente electo y en funciones puede desviarse de la fe, incurrir en herejía o
caer en cisma y, por alguno de esos motivos, ser depuesto. (cfr. el 9º de nuestros
puntos fundamentales ya vistos).
En las notas que acompañan su traducción, el Profesor Sequeiros dice que este
párrafo sobre el Pontífice Supremo es el que más sufre la rapiña de los intérpretes:
cada uno se aferra al jirón que le interesa y en general todos descuidan la
comprensión de su totalidad.
Los papólatras detienen la lectura al enterarse de que “nadie puede juzgarlo en este
mundo” y pasan como sobre ascuas por el resto de la frase.
En cambio, quienes pretenden incluir al Papa canónicamente electo entre los
depuestos por la Bula a causa de herejía subrayan la proposición consecutiva y su
subordinada condicional (“al punto que el S. P…. si fuera sorprendido en una
desviación de la fe podría a su vez ser impugnado“), dándole un valor absoluto, sin
precisar el significado de las palabras ni estudiar su relación con la proposición
relativa intercalada, que traducimos entre guiones.
A. La referencia al Pontífice y a una fórmula tradicional sobre su autoridad ocupa
un lugar central en el proemio, según vimos en la nota 5, I, d.
Por eso mismo tampoco es una disposición de castigo al Pontífice legítimo.
B. Pero el aspecto más importante para la interpretación de este pasaje es su
obligada referencia a la antiquísima tradición de textos sobre la inmunidad judicial
del Sumo Pontífice, que culmina en el Código de Derecho Canónico con la sucinta
fórmula del canon 1556 (“La Primera Sede no puede ser juzgada por nadie“) y
tiene su paradigma evangélico en la corrección de San Pablo a San Pedro (Gal. 2, 11
y ss.).
Nuestro objetivo especifico, la ponderación de las palabras de la Bula, nos impone
confrontarlas con las de un famoso canon del Decreto de Graciano que, al
parecer, expresaría más claramente la posibilidad de juicio al Papa:
“Huius culpas istic redarguere præsumit mortalium nullus, quia
cunctos ipse iudicaturus a nemine est iudicandus, nisi deprehendatur
a fide devius” (Corpus Iuris Canonici“
Es decir: En ese punto, ninguno de los mortales se atreve a reprochar sus culpas
(las del Papa), porque él, que juzgará a todos, no debe ser juzgado por nadie, salvo
que sea sorprendido en una desviación de la fe“.

35
Rogamos al lector que vuelva a leer ahora el texto latino de la Bula y nuestra
traducción, antes de continuar con los siguientes comentarios:
Nos considerantes rem huiusmodi adeo gravem, et periculosam esse, ut Romanus
Pontifex, qui Dei, et Domini Nostri Iesu Christi vices gerit in terris, et super gentes,
et regna plenitudinem obtinet potestatis, omnesque iudicat, a nemine in hoc sæculo
iudicandus, possit, si deprehendatur a fide devius, redargui;
Nos, considerando tan grave y peligrosa esta realidad, al punto que el Romano
Pontífice —que en la tierra es Vicario de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo y
mantiene sobre pueblos y reinos la plena potestad y a todos juzga, sin que nadie
pueda juzgarlo en este mundo— si fuera sorprendido en una desviación de la fe
podría a su vez ser impugnado;
I. En estos y otros textos similares hay dos proposiciones:
a) el Pontífice, juez supremo, no puede ser juzgado por nadie en este mundo;
b) si se desvía de la fe, el Pontífice puede ser reprochado, reprendido
(reprehendi), argüido, impugnado (redargui), acusado (accusari) o juzgado
(iudicari). Los términos varían según los autores y enseguida volveremos sobre
ellos.
II. Observemos que también varía la relación entre ambas proposiciones:
a) En el canon del Decreto de Graciano la última frase, una condicional
restrictiva, parece dejar claramente asentada la posibilidad del juicio al Papa si “se
desvía de la fe“.
Sin embargo no lo interpreta así San Roberto Belarmino, contemporáneo de Paulo
IV, en De Romano Pontifice L 4, c, 7: “Aquellos cánones no quieren decir que el
Pontífice como persona privada pueda errar heréticamente, sino tan sólo que el
Pontífice no puede ser juzgado. Puesto que no es del todo cierto que pueda a no ser
hereje el Pontífice, por esto, para mayor cautela, agregan una condición: a no ser
que sea hereje“.
b) Aun suponiendo que no se acepte la explicación del sabio Doctor sobre esos
cánones, en la Bula de Paulo IV la relación entre las dos proposiciones de la fórmula
ha sido indiscutiblemente modificada en el sentido expuesto por el santo: el peso
está cargado sobre la inmunidad jurídica del Papa, no sobre la
posibilidad de que resulte impugnado par aquella desviación.
En efecto: no hallamos la fuerte restricción del otro texto (nisi = salvo que…); al
contrario, los alcances de la impugnación están limitados, en primer término, por la
frase previa intercalada, una larga proposición atributiva del sujeto, que además de
la condición de juez supremo no juzgable destaca otros dos aspectos de la autoridad
papal: ser el reemplazante de Dios y mantener la plenitud del poder.
III. Agreguemos dos observaciones sobre el vocabulario:

36
a) Hemos traducido redargui como “ser impugnado a su vez“; el prefijo re-
indica que se contesta con una impugnación y el contexto no deja dudas sobre
quiénes pueden ser los contestatarios.
El campo semántico de arguere abarca una gradación que asciende desde
“mostrar claramente (un error)” y “reprochar” hasta “juzgar” o “acusar” (que
implica asimismo un juicio).
Descartamos los dos significados últimos porque contradeciría al modelo
evangélico la idea de que el Papa no juzgable… pudiera ser juzgado si se
desvía de la fe.
b) Devius a fide, “desviado de la fe” podría por su parte interpretarse como
sinónimo de “hereje” en el canon de Graciano pero no en esta Bula donde Paulo
IV lo distingue de la herejía reiteradamente a partir del § 2, art. 1º.
Un Papa legítimo puede desviarse de la fe; sólo eso concede el augusto legislador
en el pasaje que nos ocupa. (Por el contrario, la nota marginal del editor al
comienzo del § 3, para reflejar sin equívocos su contenido, debería continuar: “… o
herejes, cismáticos, etc.“).
IV. La relectura de Gálatas 2, 11 y ss. confirma nuestras precisiones léxicas: San
Pedro, el primer Papa, andaba des-viado, des-encaminado de la fe, “con pasos no
rectos hacia la verdad del Evangelio” = “non recte ambularet ad veritatem
evangelii“).
San Pablo no lo enjuicia ni lo depone sino “lo enfrenta cara a cara” = “in faciem
ei restitit“), “porque era digno de reprensión” = reprehensibilis erat“).
Observamos:
a) San Pablo enfrenta, reprende, reprocha, arguye, corrige (endereza, vuelve al
camino recto…). Traduciendo por “impugnar” (= combatir, Dicc. R. A. E.) hemos
elegido el matiz más fuerte dentro de la gama que excluye la acusación o el juicio. Y
al mismo tiempo, el término más fiel al espíritu y la letra del enfrentamiento
evangélico.
b) “Desviarse de la fe” significa precisamente “andar con pasos no rectos en
cuanto a la verdad del Evangelio“, según la palabra griega creada por San
Pablo en este pasaje.
No es lo mismo que ser hereje o apostatar (deficere, recedere a fide); en estos
casos hay, respectivamente, negación pertinaz de una verdad o abandono completo
de la fe. (Cfr. Código de Derecho Canónico, c. 1325, 2º).
Con palabras más breves y profundas que las nuestras ya Santo Tomás había
explicado aquel incidente (S. Theol. 2, 2, q. 33, 4º): Por eso también Pablo, que
estaba subordinado a Pedro, lo arguyó (arguit) en público a causa del peligro
inminente de escándalo en cuanto a la fe. Y así glosa (San) Agustín: «el propio
Pedro dio ejemplo a los superiores para que no desdeñen ser corregidos incluso

37
por sus subordinados cuando por casualidad hayan abandonado el sendero
recto»”.
Para papólatras y papoclastas…
En conclusión: Paulo IV, cuyo autor predilecto era Santo Tomás de Aquino
(Pastor, op. cit, pag. 65), al reformular la sentencia tradicional la restauró en el
prístino sentido del paradigma evangélico.
V. Ya vimos que todo este pasaje está planteado como consecuencia de la situación
histórico-religiosa creada por “los que se alzan contra la disciplina de la fe
ortodoxa“.
La mayor parte de la nota presente habría sido innecesaria si los intérpretes no
hubieran parcelado el texto “con quiméricos, fingidos artificios“, porque las ideas
se encadenan con evidente sencillez: la rebelión protestante es tan grave y
peligrosa que hasta el Papa, a quien nadie ha de juzgar en la tierra,
podría sin embargo ser impugnado si lo sorprendieran en desviación de
la fe.
Es absurdo pensar que Paulo IV, que quería restablecer la potestad absoluta —
incluso temporal— del papado y conjurar la peligrosa rebelión, hubiera puesto la
Cabeza en la boca del lobo, sugiriendo a los herejes la posibilidad de acusar y
deponer a un Papa verdadero. Por el contrario: reafirmó la autoridad papal en el
sentido explicado por San Roberto Belarmino y procuró en el párrafo siguiente
cortarles el camino hacia las jerarquías más elevadas.
VI. Para finalizar, el Profesor Sequeiros trae otro texto inserto en el Decreto de
Graciano y atribuido al Papa Eusebio († 331), cuyo tenor parece concordar más
felizmente que el de “Bonifacio” con las palabras de Paulo IV y con el espíritu de la
corrección paulina:
“Las ovejas encomendadas a su pastor no pueden reprenderlo (salvo que se haya
apartado de la órbita de la fe), ni acusarlo de ningún modo.“
“Oves quæ suo pastori commissæ sunt, eum nec reprehendere (nisi a
fide exorbitaverit), nec nullatenus accusare possunt“. (Secunda Pars,
Causa II, q. VII, C. 13).

Mal uso de la analogía

Disandro da un paso más, y dice en la página 25:

“En segundo lugar deducimos la misma conclusión a partir del parágrafo 5, que
trata de quienes hayan favorecido, protegido o promovido la herejía. Esos incurren
en las mismas sanciones de la Bula. Ahora bien, si en ese caso se consideran
depuestos de sus dignidades, oficios y beneficios, obispos, cardenales, etc. ¿cuál
sería el motivo para excluir a quien tiene la responsabilidad mayor para impedir se
38
cumpla la profecía antedicha? Por analogía es evidente que un papa canónicamente
electo, y que promoviera, protegiera o alentara la herejía o los herejes perdería los
títulos de legitimidad canónica, y cesaría de ser pontífice. Esta conclusión
coincidiría con un pasaje del parágrafo 2, donde la enumeración de cargos y
dignidades con jurisdicción dice: de cualquier grado, condición y preeminencia
incluso obispos, arzobispos, etc. o de cualquier otra dignidad eclesiástica. ¿Cuál
podría ser en la Iglesia esa “otra dignidad”, si a continuación el párrafo menciona:
cardenales, legados, etc.? ¿No se sugiere inequívocamente la dignidad jurisdiccional
del pontífice Romano? Creo que sí.”

La respuesta al interrogante es tan sencilla como clara: el motivo por el cual


Paulo IV excluye explícitamente al Papa es:
* o porque Paulo IV es de la opinión que un Papa canónicamente electo no puede
favorecer, proteger o promover positiva y voluntariamente la herejía;
* o porque considera que, aún concediendo que esto ocurriese, no hay lugar a la
deposición en virtud del derecho eclesiástico, puesto que la Primera Sede por nadie
en este mundo puede ser juzgada, ni siquiera por un Papa posterior.
El sólo hecho de que en un documento de tanta importancia se excluya
explícitamente al Sumo Pontífice, tiene que hacernos pensar que algún motivo
grave e importante debe existir. Si ninguna de las dos razones avanzadas por
nosotros es la correcta, otra será la causa. El legislador no está obligado a darla.
Responder que “es evidente” que en tales suposiciones el Papa “cesaría de
ser pontífice” es, al menos, temerario; pero extraer esta conclusión “por
analogía” y ciñendo un texto hasta deformarlo es una grave
irresponsabilidad.
Disandro dice: “Por analogía es evidente que un papa canónicamente electo, y
que promoviera, protegiera o alentara la herejía o los herejes perdería los títulos de
legitimidad canónica, y cesaría de ser pontífice” (pág. 25)
Jurídicamente es inaceptable hablar de analogía en materia penal.
Cualquier estudiante de derecho penal sabe perfectamente que esto es cierto;
conviene sin embargo consultar el Código de Derecho Canónico para fundamentar
nuestra afirmación.
Recurrimos a los cánones 11, 15, 16, 18, 19, 20 y 2219, cuyo contenido resumo.
Hago notar que estos cánones, a través de su ordenamiento numérico, presentan un
crescendo en cuanto a su precisión y contundencia.
1°) La inhabilidad de la persona debe ser establecida por la ley expresa o
equivalentemente (cn. 11).
Ahora bien, “la dignidad jurisdiccional del pontífice romano” no está establecida
“expresamente”.

39
Y “alia maiori” (otra mayor), si bien equivale a la “dignidad eclesiástica Episcopal,
Arzobispal, Patriarcal, Primacial” o de Exarca, Corepíscopo, Archimandrita o
cualquier otra que lleva aneja la potestad episcopal o cuasi-episcopal, no es
equivalente a la suprema y plena potestad del Romano Pontífice.
Los cánones 108 y 218 no dejan lugar a dudas sobre este punto.
Tampoco “el honor del cardenalato y el cargo de una legación” establecen
equivalentemente la dignidad suprema del Sumo Pontífice.
Luego, el “papa canónicamente electo” no está enumerado en el texto de
Paulo IV.
Pero, si la duda persiste:
2°) Las leyes, incluso inhabilitantes, no obligan en la duda de derecho (cn.
15), es decir cuando se duda acerca de la existencia, sentido, extensión de la ley. En
caso de duda de derecho, la ley no es completa en sí misma y se considera
inexistente y por lo mismo no produce su efecto propio.
Además:
3°) Las leyes eclesiásticas deben entenderse conforme a la significación
propia de sus palabras consideradas en el texto y en el contexto (cn. 18). Puede
ser que la significación permanezca dudosa; en ese caso hay que recurrir a los
lugares paralelos, al fin y circunstancias de la ley y a la mente del legislador (cn.
18).
El texto, el contexto, el fin y circunstancias de la ley, y la mente de Paulo IV no
dejan lugar a duda sobre la significación de la ausencia de la palabra
“Sumo Pontífice”.
¿Cabe una sugerencia inequívoca sobre la dignidad jurisdiccional del pontífice?… El
siguiente canon responde:
4°) Las leyes que establecen alguna pena deben interpretarse estrictamente
(cn.19) tomando las palabras en sentido propio riguroso…
Mas cuando la palabra no existe… dirá Disandro, recurramos a la analogía o a la
solución más bien sugerida que formulada. Pero la Iglesia ha previsto todo:
5°) Cuando sobre una materia determinada no existe prescripción expresa de la ley,
la norma debe tomarse de las leyes dadas para casos semejantes, de las principios
generales del derecho aplicados con equidad canónica, del estilo y práctica de la
Curia Romana, del parecer común y constante de los doctores (cn. 20).
Disandro está a sus anchas, el Código, si bien meramente disciplinario, le da la
razón…
¡Pero no!… “nisi agatur de pœnis applicandis“. Los referidos principios supletorios
que llenan las lagunas jurídicas no tienen aplicación cuando se trata de leyes
penales. (cn. 20).
Y por si fuera poco:

40
6°) Además de tener que interpretarse más benignamente la materia penal, no se
puede extender la pena de una persona a otra, o de un caso a otro caso,
aunque haya la misma razón, o aún más (cn. 2219).
Luego, la interpretación benigna, sin pasión, indica que no se debe incluir al Sumo
Pontífice; la otra regla impide aplicar al Papa las penas de Obispos, Arzobispos,
Patriarcas, Primados, Cardenales y Legados, incluso si la razón fuese la misma
o más grave por tratarse del “que tiene la responsabilidad mayor para impedir se
cumpla la profecía”.
Queda claro desde el punto de vista canónico que la aplicación de la analogía es
inaceptable en esta materia por tratarse de derecho penal.

Deformación de un texto

Como acabamos de ver, para reforzar su conclusión, Disandro utiliza la


enumeración del § 2, en la cual cree ver “sugerida inequívocamente la dignidad
jurisdiccional del pontífice romano”
Hagamos un paralelo para comprobar si esto es así.

Traducción de Disandro, Texto original Nuestra Traducción

“… cualquiera sea el estado,


“… cuiuscumque status, grado, orden, condición y
“… de cualquier GRADO,
gradus, ordini, conditionis, et preeminencia que ostenten,
CONDICIÓN Y
præminentiæ existant, aunque resplandezcan por
PREEMINENCIA, INCLUSO
etiamsi Episcopali, una dignidad Eclesiástica
OBISPOS, ARZOBISPOS,
Archiepiscopali, Patriarchali, Episcopal, Arzobispal,
PATRIARCAS, PRIMADOS, o
Primatiali, aut alia maiori Patriarcal, Primacial u otra
de cualquier otra dignidad
dignitate Ecclesiastica, seu mayor, o por el honor del
eclesiástica superior; o bien
Cardinalatus honore, et Cardenalato y por el cargo
CARDENALES, o LEGADOS
Apostolicæ Sedi ubivis de una Legación —ya
perpetuos o temporarios de la
locorum, tam perpetuæ quam perpetua, ya temporaria—
Sede Apostólica, con cualquier
temporalis Legationis de la Sede Apostólica en
destino; o los que sobresalgan
munere, vel mundana etiam cualquier destino o
por CUALQUIER AUTORIDAD
Comitali, Baronali, asimismo por una autoridad
O DIGNIDAD temporal, de
Marchionali, Ducali, Regia, et o excelencia mundana de
conde, barón, marqués, duque,
Imperiali auctoritate, seu Conde, Barón, Marqués,
rey, emperador,… “
excellentia præfulgeant,… “ Duque, Rey y Emperador,…

41
Hago notar aquí la ausencia de “estado” y “orden“, “honor” y “cargo“, así como
también un desliz en la traducción: el verbo præfulgeant (sobresalgan o
resplandezcan) lleva como complementos “dignitate Ecclesiastica”, “Cardinalatus
honore”, “Legationis munere” y “mundane auctoritate seu excellentia”.
Esto nos prueba que:
1°) o la “traducción castellana” no ha sido “cuidadosamente pensada”, a pesar de
que Disandro lo afirma en el Prólogo a la segunda edición (página 7),
2°) o realmente lo ha sido, lo cual significaría que el error es voluntario y
tiene una finalidad, aumentando la responsabilidad del traductor.
El que sin duda fue cuidadosamente pensado es el texto de la página 25 que
comentamos y sobre el cual volvemos: “… de cualquier grado, condición y
preeminencia, incluso obispos, arzobispos, etc. o de cualquier otra dignidad
eclesiástica. ¿Cuál podría ser en la Iglesia esa “otra dignidad”, si a continuación el
párrafo menciona: cardenales, legados, etc.? ¿No se sugiere inequívocamente la
dignidad jurisdiccional del Pontífice Romano? Creo que sí”.
Como método para resaltar aquello sobre lo cual quiere llamar la atención, en la
traducción utiliza, sin advertir al lector, las mayúsculas; aquí el procedimiento
es otro: recorta el texto, agrega los “etc.” y formula dos preguntas que
responde como el oráculo de Delfos, sin afirmar ni negar, sino con un sugerente
“creo que sí”.
El resultado es una verdadera deformación del pensamiento e intención del
legislador y un engaño, (quizás un autoengaño), violatorio de la conciencia del
lector.
Ruego a quien me lee, compare con atención el texto original, nuestra traducción y
la de Disandro, así como también esta última con su texto de página 25.
La diferencia de esta versión con el resto es enorme, y se agrava la responsabilidad
por el hecho de que es posible e incluso muy probable que gran parte de los lectores
del trabajo de Disandro sólo retengan lo dicho en el comentario, sin pasar a la
traducción y menos al original latino.
En efecto, no es lo mismo decir:
“o de cualquier otra dignidad eclesiástica superior”
Que decir:
“o de cualquier otra dignidad eclesiástica”
Y mucho menos:
“u otra mayor“
Y además ¿qué finalidad tiene la primera interrogación?: “¿Cuál podría ser en la
Iglesia esa “otra dignidad”, si a continuación el párrafo menciona: cardenales,
legados, etc.?”
Explicamos:

42
Paulo IV aplica las penas a los que han incurrido en la culpa, sean estos de
cualquier estado, grado, orden, condición y preeminencia; y aunque resplandezcan
por una dignidad eclesiástica, o por el honor del Cardenalato y por el cargo
de una Legación, o por una autoridad o excelencia temporal.
Por lo tanto, en el pensamiento del legislador, no es lo mismo “una dignidad
Eclesiástica” que el “honor del Cardenalato” o el “cargo de una Legación“.
Entre las dignidades eclesiásticas, diferentes del honor del Cardenalato y del
cargo de una Legación, distingue o enumera: la Episcopal, la Arzobispal, la
Patriarcal, la Primacial “u otra mayor” (aut alia maiori); o como quiere
Disandro: “otra superior”).
Ahora comprendemos la importancia y gravedad del desliz en la
traducción “cuidadosamente pensada”: alia maiori forma parte de las
dignidades Eclesiásticas que, con el honor del Cardenalato y el cargo de
una Legación resplandecen entre las autoridades espirituales junto a las
temporales.
Esto se prueba por la forma incorrecta de traducir Episcopali, Archiepiscopali,
Patriarchali, Primatiali, Cardinalatus, y Legationis.
No hace falta saber latín para darse cuenta que allí no dice obispos, sino episcopal;
arzobispos sino arzobispal, etc.
¿Por qué traduce Disandro, OBISPOS, ARZOBISPOS, PATRIARCAS,
PRIMADOS? Todo parece indicar que para su interpretación necesita unir
“dignidad eclesiástica” a “otra superior“, y entonces ya no puede traducir
episcopal, arzobispal, etc.
¿Por qué no traduce “honore” y “munere“? No hace falta dominar la lengua latina
para advertir que no es algo superfluo que pueda omitirse en la traducción. Aquí
también para su interpretación parece necesitar CARDENALES y LEGADOS.
Ahora bien la potestad de jurisdicción eclesiástica tiene sólo dos grados de
institución divina: el Supremo Pontificado y el Episcopado subordinado (canon
108). Por institución eclesiástica se añadieron otros muchos grados, según las
necesidades de los tiempos.
Todos los canonistas enseñan que los oficios y las dignidades anejas a esos
cargos se dividen, en razón de la potestad de jurisdicción, en “maiora et minora”
es decir, “mayores y menores”.
Esta distinción entre dignidades mayores y dignidades menores la
establece el mismo Paulo IV en la Bula que analizamos.
En efecto, en el § 3 dice: “…nec ullo unquam tempore ad eorum pristinum statum,
aut Cathedrales, Metropolitanas, Patriarchales, et Primatiales Ecclesias, seu
Cardinalatus, vel alium honorem, aut quamvis aliam maiorem, vel
minorem dignitatem (…) restitui, reponi, reintegrari, aut rehabilitari
possint…”
43
Es decir, “… y nunca jamás puedan ser restituidos, repuestos, reintegrados o
rehabilitados a su prístino estado, o a Iglesias Catedrales, Metropolitanas,
Patriarcales y Primadas, o al Cardenalato u otro honor, o a cualquier otra
dignidad mayor o menor… “, (Subrayados nuestros).
Son oficios o beneficios mayores (llamados “ápices dignitatum vel prælaturæ
maiores”) aquellos que llevan aneja la potestad episcopal o cuasi-episcopal, o sea:
Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos, Coadjutores, Auxiliares, Vicarios y
Prefectos Apostólicos, Administradores Apostólicos, Abades o Prelados nullius,
Vicarios generales y Capitulares.
Sólo Prümmer incluye al Sumo Pontífice entre las dignidades mayores; sin embargo
los cánones 108 y 218 no dejan lugar a dudas sobre este punto, que, por otra parte,
no está en discusión con Disandro, quien, al traducir mal, ni siquiera llega a
considerarlo.
Han desaparecido de la Iglesia latina los Exarcas, los Corepíscopos y los
Archimandritas. Los Patriarcas y los Primados han quedado, pero con un titulo sin
jurisdicción (canon. 271).
En la Iglesia oriental la jurisdicción no tiene grados puramente titulares, sino que
todos tienen poder jurisdiccional. Los grados son: Patriarca, Metropolita, Obispo,
Exarca, Vicario patriarcal, Obispo auxiliar, Corepíscopo, Archimandrita,
Protopresbítero y Presbítero.
En consecuencia, el texto de Paulo IV debe entenderse así: “… aunque
resplandezcan por una dignidad Eclesiástica Episcopal, Arzobispal, Patriarcal,
Primacial u otra mayor“, es decir, de Exarca, Coadjutor, Auxiliar, Corepíscopo,
Archimandrita, Vicario Apostólico, Prefecto Apostólico, Administrador Apostólico,
Abad nullius, Prelado nullius, Vicario general o Vicario Capitular.
Si en tiempo de Paulo IV estaban vigentes todas estas dignidades eclesiásticas, no
podemos precisarlo; si el legislador tuvo intención de abarcar posibles futuras
dignidades, no podemos probarlo.
Lo cierto y claro es que se refiere a “dignidades Eclesiásticas“, incluso las
mayores o que llevan aneja la potestad episcopal o cuasi-episcopal,
entre las cuales solo enumera cuatro e incluye el resto bajo el nombre
genérico (“alia maiori“) sin descender a la especie.
Existen 11 enumeraciones de aquellos a los cuales afectan las disposiciones de la
Bula: una en el § 2, cinco en el § 3, una en § 5, dos en el § 6, una en el § 7 y otra en
el § 8.
En las siete primeras y en la última se excluye explícitamente al Sumo Pontífice.
En las tres restantes se hace referencia a él, en las dos del § 6 para invalidar la
elección pontifical y en la del § 7 para exigir fidelidad y obediencia al Papa
canónicamente electo.

44
Los listados octavo y noveno, del § 6, se refieren a los jerarcas eclesiásticos cuya
promoción o asunción es nula por herejía previa. Aquí, sí está explícitamente
mencionado el (pseudo) pontífice, las dos veces.
Además, aquí la enumeración ascendente culmina con el “Romano Pontífice”; en el
§ 2, no, a pesar de que la lista paralela, la de las autoridades mundanas, alcanza el
rango más alto, el de Emperador. También esto prueba que Paulo IV cumple con la
prudentísima obligación de todo legislador: explicitar delitos y delincuentes.
Paulo IV habla de aquellos que resplandecen por una dignidad Eclesiástica, o por
el honor del Cardenalato y por el cargo de una Legación. Ahora bien, por sobre
estas tres categorías está la suprema y plena potestad de jurisdicción
del Romano Pontífice (canon 218).
Por lo tanto:
1) no es lo mismo en el texto de Paulo IV sobresalir o resplandecer por una
dignidad Eclesiástica mayor que hacerlo por el honor del Cardenalato y por el
cargo de una Legación.
2) con mayor razón, muy diferente es brillar por la suprema y plena
potestad.
3) esa “otra dignidad” de Disandro es la “alia maiori” (otra mayor) de Paulo IV,
dignidad eclesiástica que lleva aneja la potestad episcopal o cuasi-episcopal entre
las que sólo enumera las de Obispo, Arzobispo, Patriarca y Primado.
Todo lo que llevamos dicho en este largo comentario constituye una prueba más de
la necesidad absoluta e impostergable de anticipar que el documento no
enumera el caso del Papa canónico entre los posibles incursos en
herejía y, como consecuencia de ello, depuestos.
Si fuese necesario explicitar más, doy tres razones:
1ª) En el caso de alguien incurso en herejía antes de su elección o promoción al
Sumo Pontificado, la elección es nula, y el oficio no es legítimamente recibido. No
tenemos “papa hereje” por la sencilla razón de que no tenemos Papa.
2ª) En el caso de que un papa canónicamente electo se desviase de la Fe, según la
Bula “possit redargui”, es decir, podría ser argüido, impugnado; pero no
acusado de incurrir en herejía, tenido por hereje y depuesto.
Esto queda claro considerando y comparando los §§ 1, 2, 3, 6 y 7.
Tres son los elementos a tener en cuenta: las dignidades eclesiásticas, las
faltas en las que pueden incurrir y las consecuencias que se siguen de ello.
En el § 1 se nombra explícitamente al Romano Pontífice y dice que si fuese
sorprendido en una desviación de la Fe, puede ser argüido, impugnado.
En el § 2 se nombra equivalentemente a Obispos, Arzobispos, Patriarcas,
Primados, Legados y Cardenales, y dice que serán penados con las
antedichas sentencias, censuras y castigos los que de entre ellos se
desvíen de la Fe, o incurran en herejía o cisma, o los fomenten.
45
En el § 3, Paulo IV completa las medidas canónicas y nombra equivalentemente
por tres veces a Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales y
Legados, y dice que quedarían privados de sus jerarquías los que de entre
ellos se desvíen de la Fe, o incurran en herejía o cisma o los fomenten.
Por lo tanto:
1º) Paulo IV distingue entre “apartarse de la Fe” y “caer en herejía o cisma”.
2º) Cuando hace referencia al Papa canónico, dice que puede apartarse de la Fe.
3º) Cuando hace referencia a las otras dignidades eclesiásticas, sin nombrar al
Papa canónico, dice que pueden apartarse de la Fe e incurrir en herejía o cisma.
4º) Al Papa canónico desviado de la Fe se lo puede argüir, impugnar.
5º) A las dignidades eclesiásticas desviadas de la Fe o incursas en herejía o cisma,
las priva de sus oficios.
En el § 6 invalida la elección de aquellos que previamente a la misma se hayan
apartado de la Fe o hayan incurrido en herejía o cisma, o los hayan provocado.
Aquí incluye la dignidad papal.
En el § 7 dice que se debe fidelidad y obediencia a los Obispos, Arzobispos,
Patriarcas, Primados, Cardenales, o al Romano Pontífice, canónicamente
electos.
Repito: la Bula de Paulo IV no incluye ni enumera explícitamente el
caso de un Papa depuesto por herejía.
Ruego se me perdone esta insistencia, pero la superficialidad y precipitación
con que son sostenidas sentencias tan graves, me hacen temer que en
muchos casos puedan ser aceptadas de igual manera.
3ª) Hemos visto que la Bula no incluye ni explícita, ni implícitamente, ni por
analogía el caso del Papa canónico entre los que pueden favorecer o promover
la herejía y ser por ello depuestos. La Bula no lo contempla en su § 5.
¿Podría realmente un Sumo Pontífice determinar que, si otro Sumo Pontífice,
válida y canónicamente en funciones, fuese sorprendido desviado de la fe o
favoreciendo la herejía, por lo mismo perdería el pontificado y la legitimidad del
oficio?
En virtud del principio ya visto, “par in parem potestatem non habet”, y del otro
principio establecido por el canon 1556, según el cual “la primera sede no puede
ser juzgada por nadie”, considero que no.
Es un principio del derecho fundado sobre la naturaleza de las cosas, que un igual
no puede juzgar a su igual: “non habet imperium par in parem“.
Cabe destacar que el canon 1556 tiene como fuente la Bula de Paulo IV, § 1.
Hasta el momento, la única legislación aplicable sería el canon 188, 4º, en el
sentido que he explicado en el otro artículo publicado en la revista Roma Æterna
Nº 112, págs. 13 y 14.

46
Si esta legislación fuese de Derecho Divino en este punto y respondiese a lo que éste
establece sobre los herejes o cismáticos notorios, la argumentación sería muy
fuerte.
Pero tengamos en cuenta que el canon 188 también tiene como fuente el § 1 de la
Bula de Paulo IV, y no el § 5.

CONCLUSIÓN

Concluyo diciendo:
* Que la Bula “Cum ex Apostolatus officio” fue abrogada por el Código de
Derecho Canónico incorporándose a éste parte de lo que aquella
legislaba. (Segunda y Tercera Cuestiones).
* Que la elección del Romano Pontífice se rige únicamente según la Constitución de
Pío XII, del 8 de diciembre de 1945, y las reformas legitimas que haya sufrido
posteriormente (esto no lo hemos analizado).
* Que ningún Cardenal puede ser excluido de la elección activa o pasiva bajo
pretexto o por causa de cualquier impedimento eclesiástico.
* Que todo seglar, sacerdote, obispo o cardenal que hubiese sido excomulgado en
forma vitanda o por sentencia declaratoria o condenatoria, si fuese elegido como
papa, la elección seria nula.
* Que la Bula de Paulo IV no incluye la dignidad papal entre aquellos que pueden
incurrir en herejía o cisma y ser depuestos por ello (Cuarta Cuestión).

Bula CUM EX APOSTOLATUS OFFICIO edición bilingüe

BULA CUM EX APOSTOLATUS OFFICIO

del Papa Paulo IV

Texto Latino, con Traducción y Notas de Néstor Adrián Sequeiros


Buenos Aires, marzo de 1990

NOTAS PRELIMINARES

1ª) Motivos de esta publicación

47
Hace ya más de una década Carlos A. Disandro divulgó el texto de la Bula Cum ex
apostolatus officio, del Papa Paulo IV (1555-1559), acompañado por su
traducción castellana y una breve introducción. (Citado en adelante como Bula…).
¿Para qué editar y traducir otra vez un documento como ese, de vigencia muy
discutible o simplemente abrogado por el Código de Derecho Canónico en 1917?
(Cfr. argumentos de Disandro en “Prec. doctr.“, sobre todo págs. 3 a 16, y del Padre
Ceriani en “Contra papólatras y papoclastas“, en adelante: C. P. P.)
La opinión normal se encuentra en los tratadistas de primera magnitud como, por
ej., Coronata, Inst. Iuris Can. I, pág. 370, nota: “Ya no está en vigencia la
Constitución de Paulo IV «Cum ex ap. off.» que excluía a los herejes (de la elección
papal), en cuanto era una prescripción de derecho eclesiástico.” Ídem: Wernz-
Vidal, I. C. II, pág. 415).
Primero, justamente para complementar el estudio del Padre Ceriani, que refuta las
tesis disandristas: aseguramos al lector la consulta del documento, por si no tuvo o
no tiene fácil acceso a la edición de Disandro).
Segundo, porque creemos útil y necesaria una versión castellana más clara en su
presentación formal, que alivie al público no especializado el esfuerzo impuesto por
un estilo de sostenido rigor y densidad (cf. nota 4).
Procuramos asimismo brindar una traducción guiada por una doble exigencia
metodológica: el mayor ajuste posible al texto latino y la independencia de toda
interpretación previa.
Final y principalmente, en razón de que la Bula, más allá de la discusión sobre su
vigencia, sigue siendo un elemento clave en la actual polémica entre tradicionalistas
de diverso calibre y latitud y fue utilizada espuriamente, tanto para oponerse a la
infalibilidad papal en el siglo pasado (Cf. nota 5 II) como para pontificar la actual
vacancia de la Sede Romana.
Aquí está de nuevo el texto famoso, pero para ser estudiado como merece y obliga
toda obra importante: en su idioma original, insustituible por cualquier traducción,
en el marco preciso de la disciplina jurídica correspondiente, en la adecuada
perspectiva histórica.
Sabemos, por cierto, que se han auto-eximido de ese compromiso —hasta el día del
Juicio— los integrantes de la burocracia religiosa oficialista: ellos son los “perros
mudos” de que habla Paulo IV, “impedidos de ladrar” por su mansa sumisión al
modernismo conciliarista predominante, la única verdadera secta, porque ha
cortado amarras con la Iglesia de siempre, tratando de echar por la borda no sólo
el latín, el derecho canónico, la historia del catolicismo y su teología, sino hasta la
Barca misma, imagen tan absurda como la desesperanza en el cumplimiento de la
Promesa Divina al primer Papa, que también parecen olvidar muchos
sedevacantistas: “las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella” (Mat. 16,
18) y “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca” (Luc. 22, 32).
48
2ª) La traducción de Disandro

Sin desconocer los méritos de su traducción, lamentamos ciertos énfasis que


condicionan la lectura, además de otras desprolijidades dañosas para la
“integridad del texto”.
En efecto: sin advertir al lector, traduce con mayúsculas, inexistentes en el original,
las frases que le interesa destacar en vista de su comentario o “introducción”.
No nos escandalizamos por estas pequeñas licencias académicas, aunque la mejor
tradición filológica europea, bien conocida por Disandro, no acostumbra
entrometer mayúsculas en la traducción de una edición bilingüe que se precie: tal
procedimiento significa una falta de respeto a los lectores, tanto a los que saben
latín (porque intenta forzarlos hacia una determinada interpretación del texto)
como, sobre todo, a los que no lo saben —la mayoría— y están indefensos ante las
argucias del tecnicismo tipográfico. Así, el traductor pierde imparcialidad,
haciéndose sospechoso de querer dirigir ab initio la intelección del tema… y la
conciencia de los lectores incautos.
Particularmente confusa es la traducción disandrina de ciertos términos canónicos
que, si bien tuvieron a través de la historia significados fluctuantes y aún hoy,
después del Código, suelen presentar según el contexto un sentido estricto y otro
lato, reclaman por eso mismo un tratamiento filológico más atento.
Destacamos ahora el caso de “dignidad”, que Disandro utiliza indiscriminadamente
para traducir cuatro vocablos distintos: dignitas (Bula…, p. 32, renglón 5° ante
finem; p. 36, r. 8° a.f.; p. 38, r. 10º, etc.), excellentia (Id., p. 34, r. 1º); munus
(Id., p. 36, r. 14º) y status (Id., p.36, r. 11º a.f.; p. 38, r. 6º. Emplea también esa
palabra para traducir un texto latino que no la tiene expresamente: “… asunción a
la dignidad de Cardenal o de Romano Pontífice.” (Id., p. 43, r. 6 del § 6. En
forma literal: “… asunción a Cardenal o a Romano Pontífice”, es decir: “…
como Cardenal… etc.”).
Todo esto sería insignificante —correcto incluso, en algunos casos— y nuestros
recelos léxicos se reducirían a minucias técnicas, si la palabra en cuestión no
estuviera implicada en un pasaje de la Bula (§ 2) donde, según Disandro, Pablo IV
“sugiere inequívocamente” la posibilidad de deponer a un Papa canónicamente
electo de su “dignidad jurisdiccional” (en términos precisos: de su “poder
jurisdiccional”, cf. canon 218 del Código de D. C., 1917).
Ligada con este comentario (Bula…, p. 25), la reiteración de “dignidad” en la
traducción disandrina contribuye, tal vez no intencionalmente, a desorientar al
lector.
Descuidos menores, que no perturban la comprensión de los problemas centrales
de la Bula, constituyen algunas palabras y frases omitidas en la traducción: Jesu
49
Christi; plenius, (§ 1). deviasse; status; ordinis (§ 2); seu alias eis
subditos; aut alias quomodolibet; vel alium honorem; sæcularis;
præeminentiæ; aut alia maiori; haberi (§ 3); plenam fidem adhiberi
debere decernimus (§ 9).
Las pocas erratas del texto latino (Legationibus, § 2; perpetuam, § 3, por ej.),
inexistentes en la 1ª edición, provienen sin duda del copiado a máquina.

3ª) El texto latino que ofrecemos

Reproduce el del “Bulario Magno” preparado por Carlos Cocquelines y publicado


en Roma por Jerónimo Mainardi al promediar el Siglo XVIII, cuyo título general es
Bullarium Magnum, seu novissima et accuratissima bibliotheca
apostolicarum constitutionum opera et studio Caroli Cocquelines.
Romæe, Typis et Sumptibus Hieronymi Mainardi. 1739-1762. 14 tomos en
28 volúmenes. (Los seis primeros llevan un título algo diferente, como puede verse
en la portada del 4º. Ese tomo incluye la Bula Cum ex apostolatus officio en
págs. 354 a 357).
Esta “amplissima collectio”, que contiene disposiciones pontificias desde San
León Magno (440) hasta Benedicto XIV inclusive (1758), “es una excelente edición,
hecha cuidadosamente sobre los originales conservados en los archivos secretos
del Vaticano” (D. T. C., art Bullaire).
Además, hemos cotejado su texto con los de otras dos publicaciones:

a) el Magnum Bullarium Romanum, editado en Lyon (Imprenta Borde,


Arnaud & Rigaud, 1655, 4 tomos) por el monje Ángel María Cherubini, continuador
de la obra de su padre Laercio, jurisconsulto romano que dio el nombre de
“Bularios” a estas colecciones de Letras Pontificias que comenzaron a imprimirse
en la época del Concilio de Trento.
Disandro transcribe el texto de esta edición, la cuarta de las seis publicadas por los
Cherubini, dos de cuyos tomos (no el 1º, donde está nuestro documento) fueron
puestos en el Index “hasta ser expurgados” por incluir una bula falsa y otra
alterada. (Cf. D. T. C., art. citado).

b) las Codicis Iuris Canonici Fontes (Romæ, Typis Polygl. Vaticanis, 1923-
1932, 6 vols.), editadas por el Cardenal Pedro Gasparri, responsable principal de la
preparación, publicación e interpretación oficial del Código de 1917. Los siete
primeros parágrafos de nuestra Bula ocupan las págs. 163 a 166 del vol. I.
Aclaremos finalmente que los Bularios no fueron códigos eclesiásticos sino obras
desprovistas de autoridad canónica, pues carecieron de la aprobación oficial de los
Papas, salvo el promulgado por Benedicto XIV con sus propias Letras.
50
La importancia y utilidad de estas colecciones particulares reside en el hecho de
permitir el acceso a la única fuente del derecho universal eclesiástico durante el
período comprendido entre los Concilios de Trento y Vaticano I: las disposiciones
pontificias vigentes, derogadas o caídas en desuso. (Cfr. D. T. C., art. cit., y
Gutiérrez de Arce, Manuel; “Estudio Preliminar” al Bulario Índico de Balthasar
de Tobar, Sevilla, C.N.I.C., 1954, p. XIV).

4ª) Características de nuestra traducción

Supuesta la intención de lograr la mayor fidelidad posible al texto latino, es


necesario aclarar algunos aspectos formales, para dar al lector de habla española
una idea más exacta del original.

a) Las “Letras Apostólicas” (cf. nota 7 III) presentan por lo general un discurso
continuo.
La división en parágrafos se debe a los editores, al igual que los respectivos
subtítulos marginales, qua tratan de sintetizar el contenido de cada parte. Permiten
una lectura más ágil y por eso los conservamos en la traducción, aunque
intercalados por razones de espacio.

b) Hemos adoptado una diagramación similar a la de las leyes modernas, o sea, con
articulación numerada de los considerandos (“Exordio” y § 1) y de las
resoluciones objeto de sanción jurídica.
Además, estos articulados se distinguen mediante sangrías de sus núcleos
respectivos, centro de la parte dispositiva: los últimos, que corresponden por lo
general a proposiciones sintácticas principales, comienzan en el margen. (Cf. §§ 2,
3, 6 y 8 a 10).
Tales procedimientos procuran facilitar visualmente la lectura de un texto arduo
por la amplitud de sus cláusulas (Cf. notas 5 I b y III), por la sutileza de su
vocabulario canónico, por la escrupulosa insistencia de sus prescripciones.
La estructura de la frase latina, con su tensión significativa en ascenso hasta
culminar en el verbo final, permite que un especialista avezado siga sin mayores
extravíos el desarrollo de las ideas. Imposible mantener esa disposición en
castellano sin caer en un estilo pesado, por su oscuridad o por la repetición de
ciertas frases a fin de no perder el hilván de los conceptos.

c) Advertimos al lector que hemos resaltado en la traducción con negrita y rojo


los ocho verbos que precisan el carácter jurídico de las disposiciones papales en los
§§ 2 y 3 (cuatro en cada uno). El único objetivo de este destacado es permitir
también una rápida referencia visual a los centros que rigen el extenso articulado.
51
d) Los corchetes encierran palabras o frases que no están en el original, pero
resultan necesarias o convenientes para mayor claridad de la expresión castellana.

5ª) Composición de la Bula

Una somera descripción de las partes en que se despliega el contenido resulta útil
no sólo como ayuda sinóptica, sino para interpretar debidamente el valor de los
elementos particulares en el conjunto de este documento concreto, evitando
distorsiones interesadas.
Según la división formal adoptada por los editores, el texto abarca un “exordio” o
introducción y diez parágrafos, cuya temática parcial procuran condensar los
subtítulos marginales.
Un resumen más extenso ofrece Disandro en las págs. 18 a 21 de su Introducción a
la Bula, destacando ciertos elementos que le interesan.
Pero si atendemos con previsible método al desarrollo temático general, advertimos
que, más allá de esas divisiones externas y por sobre la compleja trama de
referencias doctrinales, históricas y jurídicas, la Bula presenta una estructura de
clara sencillez y sólida unidad, en perfecta articulación, incluso, con los amplios
segmentos de su sintaxis.
Distinguimos así tres partes principales en el documento, completadas por una
cuarta sección, que hoy llamaríamos “de forma” (§§ 8 a 10), con requisitos
protocolares comunes en las Bulas:

i) La “introducción” y el § 1 —al modo de los “considerandos” en la legislación


actual— describen las causas que determinaron las resoluciones tomadas por el
Pontífice en las dos partes siguientes.

ii) En el § 2 Pablo IV confirma las condenas establecidas contra herejes y


cismáticos por los Pontífices, Concilios y otras autoridades anteriores.

iii) Desde el § 3 hasta el § 7 inclusive, el Papa sanciona, establece, decreta y define


nuevos castigos, dirigidos específicamente contra los jerarcas eclesiásticos y
autoridades mundanas.

iv) En los últimos tres parágrafos se deroga expresamente toda disposición


contraria (§ 8), se prescriben las formalidades de la publicación (§ 9) y se fulmina
la sanción contra los infractores (§ 10).
Ampliando la descripción de las tres primeras partes, propias de esta Bula,
observamos que:
52
I. Los dos primeros apartados se suceden y complementan con vínculos tan
estrechos que constituyen en realidad un solo proemio: allí se resume el contexto
doctrinal e histórico donde se inscribe el documento. Es obvia la importancia de
estudiarlos con mayor cuidado a fin de ponderar mejor el sentido y alcance de las
resoluciones papales.

a) Resulta evidente que los dos primeros subtítulos adjudicados por los editores
distorsionan en parte la referencia al contenido. Ambos podrían aplicarse al
proemio entero, pues así como las “causas” se presentan desde el comienzo del
texto, también el § 1 integra el “exordio”, es decir, su trama inicial.

b) En estricta sintaxis, ambas divisiones no son otra cosa que sintagmas causales
subordinados a los cuatro verbos principales del § 2 (aprobamos y renovamos…
y queremos y decretamos). Es decir, los tres párrafos forman una sola
oración compuesta, que rebasa los límites de la puntuación utilizada en la época
(Sobre la relación de estos giros causales con los verbos del § 3°, ver luego el
apartado III).

c) Pasando al análisis de esas causas, observamos que la primera (“considerando”


1º) es el deber del Pastor de Roma: la concreta obligación de enfrentar la herejía
protestante que disgrega el rebaño y difunde el error, pervirtiendo sutilmente la
inteligencia de las Escrituras, es decir, iniciando en los tiempos modernos lo que
Disandro denomina con acierto “guerra semántica” (Bula…, pág. 18).
La causa siguiente (§ 1, 2º), a su vez, está prevista por el Papa como consecuencia
de la anterior, a la que remiten expresamente las palabras “realidad tan grave y
peligrosa“: se trata de la posible impugnación a un Pontífice legitimo “desviado
de la fe“, en relación con la cual Paulo IV cita también otra parte de una antigua
sentencia; el Vicario de Dios “a todos juzga sin que nadie pueda juzgarlo en este
mundo“.
La tercera causa (§ 1, 3º), que surge también de aquel primer “peligro mayor”,
precisa la necesidad de evitar la acción perniciosa de los poderosos, clérigos y
laicos, sobre las almas.
A ellos se refiere sin duda alguna este considerando, no al Pontífice; contra ellos
solamente fulminará Paulo IV los castigos a partir del § 2, para impedir el acceso de
herejes y cismáticos a las jerarquías más altas, incluida la suprema; y en relación
inmediata con ellos —no con la posible desviación del Papa, como quiere
Disandro (Bula…, pág. 24), pues eso pertenece al considerando anterior— se
“despierta el recuerdo de la profecía de Daniel” sobre la desolación del lugar santo.

53
La cuarta causa (§ 1, 4º), en fin, expresa el deseo papal de atacar a los enemigos
de la grey cristiana, cumpliendo con su obligación pastoral señalada al comienzo del
documento.

d) La disposición temática de las cuatro causas confirma nuestra observación de


que las dos primeras partes constituyen un proemio único: al deber pontificio de
la primera corresponde el deseo de cumplir con su tarea de Pastor, expresado en
la cuarta. En el medio se sitúan las otras dos, referidas a sendos objetivos
fundamentales en la vida y el pontificado de Paulo IV: la reafirmación de la
autoridad papal (2º) y la reforma de la Iglesia, con la depuración de sus dignatarios
y la lucha frontal contra los herejes (3º). (Cf. Pastor, Hist. de los Papas XIV, págs.
64 – 68).
Esta arquitectura, que destaca los elementos centrales de una serie, se llama
composición anular o circular —lugar común de todo estudiante de filología—
y por su equilibrio artístico es la más frecuente en los autores clásicos griegos y
latinos, totalmente familiares para el autor de la Bula (id., pág. 65).
También las imágenes, acumuladas en el proemio, se estructuran de ese modo: 1ª)
al pastor vigilante del comienzo corresponde su tarea de atrapar zorras y lobos,
enunciada al final; 2ª) siguen hacia el centro del conjunto dos imágenes de la
Iglesia sufriente: la escisión de la túnica inconsútil y la abominación de la
desolación; 3ª) en medio de estas imágenes se encuentra la figura del Vicario de
Cristo, autoridad y juez supremo, destacada en la sentencia de larga tradición.

II. Hasta aquí se habían expuesto los motivos de las decisiones papales, “que nunca
se consideran como normas propiamente dichas“. (Pastor, op. cit., pág. 261, acerca
de nuestro texto).
Subrayamos esta acotación de Pero Grullo —y de Pastor— porque su olvido hizo que
algunos “quisieran atribuir a esta bula un carácter dogmático y de cátedra”
(ibid.), meneándola contra la declaración de la infalibilidad papal en el siglo
pasado.
El § 2 inicia la parte dispositiva, constituyendo una primera sección de la misma
donde se renuevan, como vimos, las sanciones de autoridades anteriores.

III. Las medidas propias de este Papa ocupan los próximos cinco parágrafos.
Suponen, obviamente, las causales de los dos primeros, que también se subordinan
a los verbos del § 3 (sancionamos, establecemos, decretamos y definimos)
y se conectan, par medio de la expresión “et nihilominus“ (“y asimismo”), con
dos nuevos considerandos.

54
Estos concretan la tercera causa del § 1, detallando contra quiénes se
dirigen los castigos de Paulo IV.

Si se hubiera observado un poco la armazón sintáctica de la Bula


(desplegada en una sola oración desde su inicio hasta finalizar casi el § 8; ver el ap.
I b de la presente), no se habría perdido tiempo buscando por sus
resquicios la inclusión de un papa legitimo entre los condenados.
La falta de puntuación y el estilo “amplio”, destinados a desalentar a los antiguos
falsificadores de la letra (cf. nota 7, III), motivó la confusión de los modernos
intérpretes de su espíritu.
A partir de aquí se puede seguir fácilmente la subdivisión temática con la ayuda de
las notas marginales.
Los veinte artículos que contienen las medidas decretadas son proposiciones
objetivas dependientes de los verbos principales del § 3.
Además, a partir del § 6 estas subordinadas dependen también del predicativo
subjetivo adiicientes (“… agregando… “): recién acá añade Paulo IV el caso del
pontífice írrito por herejía previa a su promoción (§ 6) y da licencia a los súbditos
de los herejes para que se abstengan impunemente de obedecerlos, siguiendo en
cambio a los futuros Pontífices y dignatarios elegidos en forma canónica (§ 7).
Se ve con claridad que la separación del texto debe hacerse de modo que coincidan
el comienzo de este parágrafo 7 con el del articulo 19º (en el texto latino: “liceat
omnibus… “); así también se soluciona, sin dejar de lado la subdivisión temática,
la dificultad formal que le preocupa a Disandro (Bula…, pág. 44, nota) y al Padre
Barbara (Forts dans la Foi 42, pág. 411).

6ª) Paulo IV

Cuando Juan Pedro Carafa, decano del Colegio Cardenalicio, fue elegido como 227º
sucesor de San Pedro el 23 de mayo de 1555, fiesta de la Ascensión, contaba 79 años
pero mantenía la salud vigorosa de siempre.
Alto, delgado, todo nervios, majestuoso y elástico en su leve caminar, ya escasos los
cabellos en su cabeza grande, “su rostro, rodeado de una espesa barba, no era
hermoso, pero de una gravedad llena de expresión; en su fina boca había un gesto
de acerada fuerza de voluntad; en los hundidos y negros ojos brillaba como fuego
y rayo el ardor interior del italiano del sur” (Pastor, op. cit., pag. 61.
Seguimos aquí en general los datos y juicios de este bello libro casi enteramente
dedicado a Paulo IV).
De vastísima sabiduría y “ciceroniana elocuencia”, el cofundador de los teatinos fue
un varón sin dobleces ni apetencias mundanas, ascético, piadoso e intachable en su
pureza; admirado incluso por sus enemigos, la intrepidez y severidad de su carácter
55
—que no cedía ante príncipes y poderosos— causó profunda impresión en sus
contemporáneos.
Carlos V y Felipe II, contra los cuales perdió una guerra, concertaron con él una paz
reverente y el ejército español no se atrevió a saquear de nuevo Roma.
Si tan excelsas condiciones no bastaron para llevarlo a los altares, y su pontificado
sólo en parte correspondió a las esperanzas en él depositadas, fue sin duda a causa
de su naturaleza impresionable y colérica, de su impaciencia meridional, que teñía
con pasión sus palabras y con imprudencia muchos de sus actos, distorsionando su
conocimiento de las personas y de los hechos, en especial de los políticos, a los que
juzgaba con excesiva rigidez.
El mérito mayor de Paulo IV fue la efectiva ejecución de los dos grandes objetivos
por los cuales había combatido toda su vida: la lucha contra los herejes y la reforma
de las costumbres eclesiásticas, dirigida especialmente a purificar incluso las más
altas jerarquías, mundanizadas por el paganismo renacentista, y a exaltar la
dignidad del pontificado, liberándolo de las injerencias del poder secular.
De ambos logros da cabal testimonio la inscripción en su monumento sepulcral,
erigido por San Pío V, que lo elogia como “castigador sin mácula de todo lo malo y
campeón acérrimo de la fe católica“.
Cuentan en cambio como valores negativos tres hechos principales: a) la
desgraciada guerra contra el Imperio español —a la cual no fue ajeno el anhelo de
liberar su querida patria napolitana— que arruinó considerablemente a los estados
pontificios y estorbó su programa de reformas; b) la continuación de las prácticas
nepotistas, que culminó con la elevación de Carlos Carafa al rango de Cardenal
Secretario de Estado (aunque es justo señalar que cuando el Papa conoció los
inescrupulosos procedimientos de su sobrino lo desterró severamente junto con
todos sus familiares, iniciando la definitiva eliminación de este régimen favoritista,
aplicado por tantos predecesores); c) la excesiva incumbencia que otorgó a la
Inquisición más allá de su ámbito propio: la vigilancia alerta de la fe.
En esto también la obstinada suspicacia de Paulo IV le hizo perder el exacto punto
de vista para combatir al enemigo, que se aprovechó de ella arrojando la cizaña de
la herejía contra los más celosos defensores de la ortodoxia. Se llegó a descuidar la
política adecuada para la conservación religiosa de todo un reino (Alemania) por
concentrar los esfuerzos en la persecución de herejes particulares, e incluso de
personas inocentes como el encumbrado Cardenal Morone, que sólo después de
morir Paulo IV salió de su prolongada cárcel y fue absuelto en forma indubitable
por el Papa siguiente, Pío IV.
Precisamente el caso de dicho Cardenal, a quien Paulo IV quería cortar toda
posibilidad de acceso a la Silla de San Pedro (cf. Pastor, op. cit., págs. 251, 260 y
261), no estuvo ausente de las motivaciones que suscitaron la promulgación de la
Bula Cum ex apostolatus officio, el último gran documento de su pontificado,
56
cuya validez general y oportunidad no puede sin embargo ser cuestionada en base a
este dato anecdótico.
La primera redacción, presentada una semana antes de la fecha definitiva, fue
rechazada por el consistorio: en ella se establecía la supresión del derecho electoral
activo y pasivo aun a los que sólo por sospecha de herejía hubiesen sido acusados
ante la Inquisición. Los Cardenales declararon, con sabia adecuación a la realidad,
que “hasta el hombre mejor podía tener un enemigo que testificase de él cosas
malas” (id. pág. 260).
Algunas prescripciones extremadamente severas del texto aprobado (que confirmó
San Pío V en su Breve Inter multiplices del 21/12/1566), como la inmediata
pérdida de jurisdicción por parte de los herejes, fueron atenuados ya por el sucesor
de Paulo IV y reencauzados en definitiva hacia la prudente misericordia de la
tradición canónica por el Código de 1917, pero deben juzgarse teniendo en cuenta la
peligrosa situación de aquellos tiempos. Muchos podrán descubrir en el documento
el rigor excesivo del Papa que lo firma, pero sin duda refleja con fidelidad todas sus
virtudes.
A pesar de sus humanos desaciertos, el breve pontificado de Paulo IV —que murió
el 18/8/1559— “señala un importante jalón en la historia de la reforma católica,
cuya victoria preparó… La supresión de abusos tan antiguos,… arraigados… y
extendidos sólo era posible por un proceder violento… Para eso Paulo IV fue el
hombre adecuado… Los Papas posteriores del tiempo de la restauración (y el
Concilio de Trento) pudieron seguir edificando con buen éxito sobre este
fundamento sólidamente establecido” (Pastor, op. cit., págs. 360 y 362).
Si, para confesar nuestra ignorancia sobre los designios de la Sabiduría Divina,
solemos decir que “Dios escribe derecho a través de líneas torcidas”, es preciso
admitir con total reverencia que al valerse de Juan Pedro Carafa sólo empleó una
caligrafía de leve pero necesaria acidez.

7ª) Título y características de las bulas

I) El encabezamiento o título de las bulas, que se citan por sus palabras iniciales
como muchos documentos vaticanos, incluye: a) el nombre del papa sin el número
de orden que le corresponde en la serie de sus homónimos; b) el epíteto de Obispo,
siervo de los siervos de Dios, introducido par San Gregorio Magno (590-604) en
humilde contraposición al pretencioso título de “patriarca universal“, que sin
fundamento alguno se atribuía el patriarca de Constantinopla; c) la formula Ad
perpetuam rei memoriam (hasta el siglo XIII: in perpetuum), usual en los
documentos de importancia.
En realidad, el nombre “bula” es una denominación privada o de uso vulgar, que
casi nunca se usó oficialmente hasta la segunda mitad del s. XIX.
57
San Pío X, en su constitución Sapienti consilio (29/6/1908) se refiere a las
“litterae apostolicæ seu bullae“ expresión que retoma el Código de 1917 en su
canon 260, 1.
La Curia Romana las designó siempre como “constituciones“, “letras apostólicas” o
“letras bajo plomo“.

II) El nombre proviene del sello de plomo, originalmente en forma de globo


(bulla), que pendía de los documentos pontificios, o los cerraba si eran secretos,
como garantía material de autenticidad.
En circunstancias excepcionales, por ejemplo cuando el Papa se dirigía a un rey, se
usaba oro en lugar de plomo (bulas áureas).
El sello tenía grabadas las imágenes de San Pedro y San Pablo con una cruz en el
medio y, al reverso, el nombre del Papa.
Se conservan bullæ del siglo VII y el dibujo de una utilizada por el Papa Agapito
(535-536), pero es posible que su empleo se remonte hasta el fin de las
persecuciones, a comienzos del S. IV.
La costumbre existía ya entre los antiguos emperadores romanos y otro tanto
hicieron los de Bizancio.
La palabra latina bullæ significa las burbujas que forma el agua al hervir (cf. bullir,
ebullición, etc.). El termino es de origen etrusco según el Dictionnaire
étymologique de Ernout y designó luego otros objetos con forma de esfera o bola,
como los adornos de oro o de plata usados por los jefes militares en la celebración
de los triunfos, por la Gran Vestal o por los jóvenes patricios, que los colgaban de
sus cuellos hasta los 17 años.
Por su parte Du Cange (Glossarium mediæ et infimæ latinitatis y
Glossarium mediæ græcitatis) los hace derivar de la palabra griega βουλή (=
consejo, designio, resolución), relación que según Plutarco (Quæstiones
Romanæ 101) fue establecida por Varrón (Thesaurus linguæ latinæ s. v.
Bulla).
Correcta o no, esta línea etimológica convino al carácter de los documentos
eclesiásticos: la bulla seria la señal externa de la voluntad legislativa.
Recién durante el S. XIV —en todo caso, no antes del XIII— se comenzó a llamar
bullæ o litteræ bullatæ a las constituciones apostólicas que por su mayor
importancia llevaban el sello de plomo.

III) Definición y características. La clasificación de los escritos pontificios está


sujeta a imprecisiones y contradicciones derivadas de los nombres y prácticas
cambiantes que a través de tantos siglos se observaron en su promulgación.

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El nombre genérico de estos escritos es el de “Letras apostólicas” y en él se
incluyen las llamadas constituciones, rescriptos, privilegios, dispensas,
ordenanzas, motuproprios, breves, bulas, decretos, encíclicas, etc.
Sobre esta materia fijaron normas precisas León XIII, con su motu proprio
Universæ Ecclesiæ del 29/12/1878, y sobre todo San Pío X en la constitución
Sapienti consilio.
Hasta entonces y desde mediados del S. XV, es decir en el período que ahora nos
interesa, las letras apostólicas se expidieron fundamentalmente en forma de bulas
o de breves.
Estos últimos, inaugurados por Eugenio IV (1431-1437), eran sellados con cera roja
por el “anillo del pescador” (imagen de San Pedro echando las redes) y trataban, en
principio, asuntos de menor entidad, pero no siempre sucedió así y la diferencia,
con el tiempo, llegó a ser meramente formal.
Puede decirse entonces que las Bulas son cartas pontificias de interés
general para la cristiandad (o para una nación, diócesis, orden religiosa o al
menos para una categoría importante de fieles), cuyo aspecto exterior
presenta formas solemnes y características.
Son estas, además del encabezamiento y del sello ya explicados: el uso de
pergamino rojizo o amarillento (en los breves, blanco y delgado), el estilo amplio o
“magnífico” (sencillo en los breves) y la escritura “bularia” de caracteres variables
pero siempre difíciles de leer —y por lo tanto de alterar o interpolar— con
abreviaturas irregulares, sin puntuación, diptongos ni divisiones.
El sello pendía de un hilo de seda (bulas de gracia) o de cáñamo (bulas de justicia).
Con todo esto, y hasta con determinada cantidad de grafilas en el sello, se
procuraba desalentar las falsificaciones, frecuentes en muchos periodos.
Finalmente, las bulas se fechaban según el antiguo calendario romano a partir de la
Encarnación de Nuestro Señor (no del Nacimiento, como los breves).
De acuerdo con el grado de solemnidad se dividían en “pequeñas” y “grandes” o
“consistoriales”, como la nuestra, por ser firmadas en los consistorios o consejos
de asesores papales.
Para mayores precisiones, cf. s. v. “Bulla“ en Naz, D. D. C., Vacant, D. T. C.;
Forcellini, Lexicon totius latinitatis; Roberti, D.T.M. s.v. “Actos
pontificios“; Ferreres, Inst. Can., pág. 192 y siguientes; Gutiérrez de Arce, op.
cit. en nota 3, además de la bibliografía mencionada en el ap. II de esta nota.

BULA CUM EX APOSTOLATUS OFFICIO

Traducción del Profesor Néstor Adrián Sequeiros

59
PABLO, OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

Para perpetua memoria del asunto

Exordio

1º) Ya que nuestro oficio apostólico, divinamente confiado a Nos a pesar de


nuestros méritos indignos, nos impone el específico cuidado de la grey del Señor y,
por ello, en pro de su fiel custodia y saludable dirección —según costumbre del
Pastor que vela— debemos vigilar asiduamente y prever con gran atención:

a) que sean excluidos del rebaño de Cristo los que en esta época, exigidos por sus
pecados [y] apoyándose con suficiente conciencia sobre su propio criterio, no sólo
se alzan contra la disciplina de la fe ortodoxa de modo bastante pernicioso [y]
habitual sino que se empeñan en escindir la unidad de la Iglesia Católica y la túnica
inconsútil del Señor, pervirtiendo la inteligencia de las Sagradas Escrituras con
quiméricos, fingidos artificios,

b) y que no continúen su magisterio de error quienes desprecian ser discípulos de


la verdad;

§ 1 Causas de esta Constitución

2º) Nos, considerando tan grave y peligrosa esta realidad, al punto que el Romano
Pontífice —que en la tierra es Vicario de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo y
mantiene sobre pueblos y reinos la plena potestad y a todos juzga, sin que nadie
pueda juzgarlo en este mundo— si fuera sorprendido en una desviación de la fe
podría a su vez ser impugnado;

3º) y puesto que donde se concentra un peligro mayor allí se debe resolver con
mayor cumplimiento y diligencia, para que los falsos profetas, u otros que también
poseen jurisdicción secular, no tiendan lazos deplorables a las almas simples y
arrastren consigo hacia la perdición y mortal condena pueblos innumerables,
encomendados a su cuidado y gobierno en las cosas espirituales o temporales, y
para que no suceda alguna vez que veamos Nosotros en el lugar Santo la
abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel;

4º) deseando, cuanto podamos con la ayuda de Dios [y] en razón de nuestro cargo
pastoral, atrapar las zorras porfiadas en destruir la villa del Señor y rechazar los
60
lobos lejos del rebaño, no sea que parezcamos perros mudos impedidos de ladrar,
quedemos arruinados como malos campesinos y seamos comparados con un
mercenario;

§ 2 El Pontífice confirma todos los castigos establecidos


contra herejes y cismáticos

tras madura deliberación de estos problemas con nuestros venerables hermanos los
Cardenales de la Santa Iglesia Romana, con su consejo y unánime consentimiento,
aprobamos y renovamos por nuestra autoridad Apostólica todas y cada una de
las sentencias, censuras y castigos de excomunión, suspensión, interdicción,
privación y de cualquier otro tipo establecidas y promulgadas de cualquier modo
contra herejes o cismáticos por cualquiera de los Romanos Pontífices predecesores
nuestros o por sus delegados (incluso mediante sus disposiciones no recopiladas),
por los sacros Concilios aceptados por la Iglesia de Dios, por decretos de los Santos
Padres, por estatutos o cánones sagrados y por Constituciones u Ordenanzas
Apostólicas
y queremos y decretamos que las antedichas sentencias, censuras y castigos
sean observadas perpetuamente y restablecidas y mantenidas en vigoroso
cumplimiento, si por casualidad no lo están, y asimismo que incurra en ellas
cualquiera de los siguientes:

1º) los que hasta ahora hayan sido atrapados, confesos o convictos de haberse
desviado de la fe Católica o de haber caído en alguna herejía, incurrido en cisma o
de haberlos suscitado o cometido;

2º) o bien los que en el futuro (Dios por su clemencia y bondad para con todos se
digne impedirlo) se desvíen [de la fe] o caigan en herejía, incurran en cisma o los
susciten o cometan, y sean sorprendidos, confiesen o sean convictos de haberse
desviado o de haber caído, incurrido, suscitado o cometido,
cualquiera sea el estado, grado, orden, condición y preeminencia que ostenten,
aunque resplandezcan por una dignidad eclesiástica Episcopal, Arzobispal,
Patriarcal, Primacial u otra mayor, o por el honor del Cardenalato y por el cargo de
una Legación —ya perpetua, ya temporaria— de la Sede Apostólica en cualquier
destino, o asimismo por una autoridad o excelencia mundana de Conde, Barón,
Marqués, Duque, Rey y Emperador.

§ 3 Impone otros castigos a Prelados y Personajes desviados de la fe

Y considerando asimismo:
61
a) que es digno espantar con el temor de los castigos a quienes no se abstienen del
mal por amor a la virtud,

b) y que Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales, Legados, Condes,


Barones, Marqueses, Duques, Reyes y Emperadores, cuyo deber es enseñar a los
otros y darles buen ejemplo para su permanencia en la fe Católica, al prevaricar
pecan más gravemente que los demás, pues no sólo se pierden a sí mismos sino
también arrastran a la perdición y al pozo de la muerte pueblos innumerables,
confiados a su cuidado y gobierno o sujetos a ellos de algún otro modo;
con el mismo consejo y consentimiento [de los venerables Cardenales], por esta
nuestra Constitución que valdrá a perpetuidad [y] en repudio de un crimen tan
grande como no puede como no puede haber otro mayor ni más pernicioso en la
Iglesia de Dios, desde la plenitud de la potestad Apostólica sancionamos,
establecemos, decretamos y definimos que —perdurando en su vigor y
eficacia y adquiriendo efectos las sentencias, censuras y castigos antedichos— todos
y cada uno de los Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales, Legados,
Condes, Barones, Marqueses, Duques, Reyes y Emperadores que hasta ahora (como
ya dijimos) hayan sido sorprendidos, confesos o convictos de haberse desviado [de
la fe Católica] o de haber caído en herejía, incurrido en cisma o de haberlos
suscitado o cometido, y los que en el futuro se desvíen [de la fe] o caigan en herejía,
incurran en cisma o los susciten o cometan, y sean sorprendidos, confiesen o sean
convictos de haberse desviado o haber caído en herejía, incurrido en cisma o de
haberlos suscitado o cometido, ya que en esto resultan más culpables que los otros
—además de las sentencias, censuras y castigos antedichos:

1º) por eso mismo, y sin ningún procedimiento de derecho o de hecho, sean
privados a perpetuidad, entera y totalmente (como inhabilitados, por lo demás, e
incapaces para ello), de sus Órdenes e Iglesias Catedrales, incluso Metropolitanas,
Patriarcales y Primadas, del honor del Cardenalato, del cargo de cualquier
Legación, así como de voz activa y pasiva y de toda autoridad, y de los Monasterios,
beneficios y oficios Eclesiásticos con y sin cura, seculares y regulares, de cualquier
Orden, que hayan obtenido como título, encargo, administración u otro carácter
cualquiera por cualquier concesión y dispensa Apostólica, y en los cuales o para los
cuales hayan tenido algún derecho; también de cualquiera de los usufructos, rentas
o intereses anuales acumulativos reservados y asignados a ellos, [y] asimismo de
Condados, Baronías, Marquesados, Ducados, Reinos e Imperios.

2º) y sean considerados como relapsos y removidos en todo y para todo, incluso
aunque antes hubiesen abjurado públicamente en juicio de tales herejías;
62
3º) y nunca jamás puedan ser restituidos, repuestos, reintegrados o rehabilitados a
su prístino estado o a iglesias Catedrales, Metropolitanas, Patriarcales y Primadas,
al Cardenalato u otro honor, a cualquier otra dignidad mayor o menor, a voz activa
o pasiva, a su autoridad, a Monasterios y beneficios, o a Condados, Baronías,
Marquesados, Ducados, Reinos e Imperio;

4º) antes bien, queden al arbitrio de una potestad secular que atienda debidamente
a su castigo, salvo que, al mostrarse en ellos indicios de verdadero arrepentimiento
y frutos de condigna penitencia, por benignidad y clemencia de la mismísima Sede
hayan sido recluidos en algún Monasterio o en otro sitio Regular para cumplir
penitencia perpetua en el pan del dolor y el agua de la compunción;

5º) y deben por ello ser tenidos, tratados y reputados como tales —y como tales
evitados y excluidos de todo consuelo humanitario— por todos los personajes de
cualquier estado, grado, orden, condición y preeminencia y por cuantos sean
poderosos en virtud de cualquier dignidad eclesiástica, incluso Episcopal,
Arzobispal, Patriarcal y Primacial u otra mayor, en virtud asimismo del honor del
Cardenalato o de una autoridad o excelencia mundana, incluidas las de Conde,
Barón, Marqués, Duque, Rey y Emperador;

§ 4 Que los poderosos de derecho de patronato o de nominación


para los beneficios vacantes a causa de herejía estén obligados
a presentar otras personas dentro de los plazos de la ley

6º) y quienes hayan alegado tener derecho de patronato o de nombrar personas


idóneas para las Iglesias Catedrales, incluso Metropolitanas, Patriarcales y
Primadas, o para los Monasterios u otros beneficios Eclesiásticos vacantes por
privaciones de esta clase, a fin de que tales cargos no estén expuestos a los
inconvenientes de una vacancia prolongada sino que, librados ya de la servidumbre
de los herejes, sean concedidos a personas idóneas que dirijan fielmente a los
pueblos respectivos en las sendas de la justicia, estén obligados a presentar ante
Nos (o ante el Romano Pontífice reinante a la sazón) las personas idóneas para esas
Iglesias, Monasterios y beneficios, dentro del tiempo establecido por derecho o por
sus concordatos o convenios pactados con esta Sede;

7º) de otro modo, transcurrido ese plazo, por ello mismo [y] de pleno derecho sea
devuelta a Nos (o al Romano Pontífice reinante) la plena y libre disponibilidad de
las Iglesias, Monasterios y beneficios antedichos.

63
§ 5 Los que favorecen a los herejes incurren en los castigos aquí
descriptos

8º) Y además, quienes conscientemente hayan actuado de cualquier modo


encubriendo o defendiendo a los así sorprendidos, confesos o convictos, o
favoreciéndoles, creyéndoles o enseñando sus doctrinas, incurran por ello mismo
en la sentencia de excomunión y queden sin honra y no sean ni puedan ser
admitidos con voz, ni en persona ni por escrito ni por medio de un delegado o
procurador, en los oficios públicos o privados, en los consejos o Sínodos, en un
Concilio general o provincial, en el cónclave de Cardenales o en cualquier reunión
de fieles o elección de una personas, o para prestar testimonio;

9º) Sean también inestables y no participen en la sucesión de herencias; además,


nadie esté obligado a responderles por ningún asunto.

10º) Y en caso de ser Jueces, ninguna fuerza tengan sus sentencias ni sea sometida
a su audiencia causa alguna; y de ser Abogados, téngase por nulo su patrocinio; si
fueran Escribanos, carezcan totalmente de vigor o eficacia los documentos por ellos
redactados.

11º) Además, resulten privados por ello mismo:

a) los clérigos, de todas y cada una de sus Iglesias, incluso Catedrales,


Metropolitanas, Patriarcales y Primadas, y de sus dignidades, Monasterios,
beneficios y oficios Eclesiásticos, incluso los antes especificados, obtenidos por ellos
de cualquier modo que sea;

b) y tanto ellos como los laicos, también ya especificados e investidos de las


dignidades antedichas, de cualesquiera Reinos, Ducados, Dominios, Feudos y
bienes temporales que posean;

12º) y tales Reinos, Ducados, Dominios, Feudos y bienes sean confiscados, pasen al
dominio público y sean otorgados en derecho y propiedad a quienes los ocupen
primero, siempre que estos se hallen bajo nuestra obediencia (o la de nuestros
sucesores los Romanos Pontífices canónicamente electos) y en la sinceridad de la fe
y la unidad de la Santa Iglesia Romana.

§ 6 Los Prelados y Pontífices que antes de su promoción


se hayan desviado manifiestamente de la Fe Católica
quedan privados por ello mismo de toda autoridad y su oficio
64
y promoción son nulos y no pueden convalidarse en virtud de ningún
pacto

Agregamos [lo siguiente]:


si en cualquier tiempo fuere evidente que algún Obispo (incluso con cargo de
Arzobispo, Patriarca o Primado) o un Cardenal de esta Iglesia Romana (incluso,
como se dijo, en función de Legado) o asimismo un Romano Pontífice se hubiera
desviado de la fe Católica o hubiera caído en alguna herejía, [incurrido en cisma o
los hubiera suscitado o cometido] antes de su promoción o de la asunción como
Cardenal o Pontífice Romano,

13º) Que tal promoción o asunción sea nula, írrita e inane, incluso si se hubiera
realizado con acuerdo y consentimiento unánime de todos los Cardenales;

14º) y que no pueda considerarse válida o tener validez por el recibimiento del
cargo, por la consagración, o por la consiguiente posesión o cuasi-posesión de
mando y administración, por la entronización o adoración de ese Romano Pontífice,
por la obediencia que todos le hayan prestado o por haber transcurrido un tiempo
cualquiera en tales situaciones;

15º) y no sea tenida por legítima en ninguna de sus partes;

16º) y ni se considere que se ha otorgado o se otorga facultad alguna de


administración en lo espiritual o en lo temporal a esas personas por su promoción a
Obispos, Arzobispos, Patriarcas o Primados o por su asunción como Cardenales o
como Pontífice Romano;

17º) por el contario, todas y cada una de sus declaraciones, hechos, actos y
directivas, así como cualquiera de las consecuencias subsiguientes, carezcan de
fuerza y no otorguen en adelante ninguna confirmación ni derecho a nadie;

18º) y las personas así promovidas o asumidas, por ello mismo y sin agregado de
ninguna declaración, sean privadas de toda dignidad, lugar, honor, título,
autoridad, oficio y potestad;

§ 7 Sea lícito a sus subordinados apartarse impunemente


de su obediencia y devoción

19º) y a todas y cada una de las personas subordinadas a los así promovidos y
asumidos, si antes no se hubieran desviado de la fe, ni hubieran sido herejes, ni
65
hubieran incurrido en cisma o lo hubieran suscitado o cometido —tanto a los
clérigos seculares y regulares como también a los laicos, a los Cardenales (incluso
los que hayan intervenido en la elección de ese Pontífice previamente desviado de la
fe, hereje o cismático, o hayan dado otro tipo de consentimiento o le hayan prestado
obediencia o adorado) y a los Castellanos, Prefectos, Capitanes y Oficiales, incluidos
los de nuestra Ciudad materna y de todo el Estado Pontificio, [y] asimismo a los
obligados o sometidos por vasallaje, juramento o fianza ante los así promovidos o
asumidos— séales lícito:

a) apartarse en cualquier momento [e] impunemente de la obediencia y devoción a


los así promovidos y asumidos;

b) evitarlos como si fueran magos, paganos, publicanos o heresiarcas, aunque, sin


embargo, esas mismas personas subordinadas siguen constreñidas a la fidelidad y
obediencia de los futuros Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales y
al Romano Pontífice que asuma canónicamente;

c) y, para mayor confusión de los así promovidos y asumidos, invocar contra éstos
el auxilio del brazo secular, si quisieran continuar su gobierno y administración;

20º) y los que se aparten en tal caso de la fidelidad y obediencia a los así
promovidos y asumidos, no por eso queden expuestos a la represalia de alguna
censura o castigo, como [quedan] los que escinden la túnica del Señor.

§8 Derogación de los documentos contrarios

No valen en contrario las Constituciones y Ordenanzas Apostólicas, ni los


privilegios, indultos y letras Apostólicas concedidas a esos Obispos, Arzobispos,
Patriarcas, Primados y Cardenales, ni otras providencias de cualquier tenor y forma
y con cláusulas de cualquier tipo, ni los decretos, incluso [los otorgados] de Motu
proprio, a ciencia cierta y con la plenitud de la potestad Apostólica, o por medio de
consistorios o de cualquier otro modo; tampoco los aprobados en reiteradas
ocasiones, los renovados y los incluidos en el cuerpo de derecho, ni los convalidados
por cualquier capítulo de un cónclave, incluso con juramento, confirmación
Apostólica o cualquier otra reválida, ni los jurados por Nosotros mismos: en efecto,
considerando de modo expreso las disposiciones de todos estos documentos —como
a la vista e incorporados palabra por palabra— [y] de los que permanecerán en
vigor en otros aspectos, las derogamos expresamente, esta vez sólo en lo específico,
lo mismo que las de cualquier otro documento contrario.

66
§9 Orden de publicación

Y a fin de que las letras presentes lleguen a conocimiento de todos los interesados,
queremos que las mismas o una copia de ellas (la cual, decretamos, debe merecer
plena confianza cuando esté refrendada por la firma de un Notario público y
provista con el sello de alguna persona con dignidad Eclesiástica) sean publicadas y
fijadas en Roma por alguno de nuestros Heraldos, en las puertas de la Basílica del
Príncipe de los Apóstoles y de la Cancillería Apostólica y en el extremo del Campo
de Flora. Y que se ordene la fijación de la copia en esos lugares. Y que sea suficiente
dicha publicación, fijación y orden de fijar la copia y se tenga por solemne y
legítima, sin que deba requerirse o esperarse otra publicación.

§ 10 Sanción contra los infractores

Por lo tanto, que a ninguna persona le sea lícito infringir este texto de nuestra
aprobación, renovación, sanción, estatuto, derogación, voluntades y decreto, ni
contradecirlo con temeraria audacia. Si alguien pretendiera intentarlo, sepa que
habrá de incurrir en la indignación de Dios Omnipotente y de los Santos Apóstoles
Pedro y Pablo.

Dado en Roma, en la Sede de San Pedro, Año milésimo quingentésimo


quincuagésimo noveno de la Encarnación del Señor, el día 15º antes de las
Kalendas de Marzo, en el 4° Año de nuestro Pontificado.

Firma del Papa y de los Cardenales

PABLO, OBISPO DE LA IGLESIA CATÓLICA.

El Señor es mi auxilio

(Siguen las firmas de 31 Cardenales y el Sello)

_____________

[1) http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/07/26/especiales-de-cristiandad-
texto-latino-de-la-bula-cum-ex-apostolatus-oficcio-con-traduccion-y-notas/
2) http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/07/29/especiales-de-cristiandad-
con-el-p-ceriani-sobre-la-bula-cum-ex-apostolatus-oficcio-de-pablo-iv-–-1º-parte/
3) http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/07/29/especiales-de-cristiandad-
67
con-el-p-ceriani-sobre-la-bula-cum-ex-apostolatus-officio-–-2º-parte/
4) http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/07/30/especiales-de-cristiandad-
con-el-p-ceriani-sobre-la-bula-cum-ex-apostolatus-officio-–-3º-parte-y-final/]

68

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