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- En Palestina, cuando se hacía una fiesta, se fijaba la fecha con mucha antelación y
se mandaban las invitaciones para que se dijera si se aceptaban. Pero no se decía
la hora; así es que, cuando llegaba el día y todo estaba preparado, poco antes de
comenzar el anfitrión enviaba a un criado para que los invitados que habían
aceptado la invitación se acuerden de que ya es hora, que todo está preparado.
Con esta forma de invitación observa el anfitrión una práctica de cortesía que se
había hecho corriente en los ambientes distinguidos de Jerusalén. «En Jerusalén no
acudía nadie a un banquete si no había sido invitado dos veces.» Cuando tenía
lugar la segunda invitación, la cortesía exigía que se cumplimentase.
- Era un grave insulto el haber aceptado la invitación y luego no asistir.
- Hoy nos sucede lo mismo, Dios nos habla Palabra de poder, recibimos con gozo en
el momento, pero cuando es el tiempo de actuar, le decimos que nos disculpe y
presentamos situaciones que para nosotros son válidas, pero que en realidad no
son más que meras excusas.
- El primer invitado dijo que había comprado un terreno, y que iba a verlo. Esto
sucede cuando dejamos que los negocios usurpen los derechos de Dios.
Habla todavía de necesidad, de fuerza mayor, y se excusa.
Es posible estar tan inmerso en las cosas de este mundo que no se tiene tiempo
para dar culto a Dios, ni aun para orar.
- El segundo invitado dijo que había comprado cinco yuntas de bueyes y que iba a
probarlos. Esto es dejar que las novedades usurpen los derechos de Cristo. Sucede
a menudo que, cuando se entra en una nueva situación se está tan absorto que no
se tiene tiempo para ir al culto ni para orar. Se da el caso de personas que se
compran un coche, y dicen: «Antes íbamos al culto los domingos; pero ahora
salimos al campo, que buena falta nos hace a todos, y especialmente a los chicos.»
Es peligrosamente fácil que algo nuevo, como un juego, o un hobby, o un amigo,
desalojen de nuestro horario los deberes espirituales.
- El tercer invitado dijo, más enfáticamente que los otros: «Acabo de casarme.
Comprenderás que no puedo ir.» Una de las leyes maravillosamente humanitarias
del Antiguo Testamento establecía: «Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá
a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año,
para hacer feliz a la mujer que tomó» (Dt 24:5). Sin duda esa ley era la que se
aplicaba este hombre. Una de las tragedias de la vida es que las cosas buenas
hacen que nos olvidemos de Dios. No hay nada más maravilloso que el hogar; pero
no se pretende que se use de una manera egoísta. Los que viven juntos, viven
todavía mejor con Dios; se sirven mejor mutuamente si sirven también a otros; el
ambiente del hogar es aún más maravilloso cuando los que viven en él se acuerdan
de que también son miembros de la familia y de la casa de Dios.
El tercero ni siquiera se excusa ya
- Cuáles son nuestros impedimentos para cumplimentar la invitación, para decidirse
a responder al llamamiento: son cosas que hacen perder todo el interés por la
invitación.
- Cada excusa difiere de la otra, y cada una tiene su plausibilidad, pero todas llegan
al mismo resultado: “Tenemos otras cosas que atender, más urgentes por ahora.”
No se representa a nadie como diciendo: No iré; en efecto, todas las
contestaciones dan a entender que si no fuese por ciertas cosas irían, y cuando
estas cosas dejen de estorbar, irán. Así claramente se da a entender en este caso,
porque las últimas palabras dan a entender que los desechadores algún día
llegarán a ser suplicantes.
- La manera como fue rechazada hubo de disgustar al anfitrión. Ya que ser invitado a
un banquete es un honor y una alegría. Como si se hubiesen puesto de acuerdo,
todos los invitados se excusan, aunque ya habían aceptado la invitación. Todos sin
excepción: el hecho es grave. Rechazar la invitación, sobre todo en el último
momento, se tiene por una ofensa.
- La parábola de Jesús muestra cómo a menudo rechazamos la invitación de Dios a
su banquete poniendo excusas. Todas esas razones son buenas, por supuesto,
pero de este modo los intereses económicos, de la familia, paralizan nuestros
compromiso para con Dios y nos dejan a la puerta del banquete. Los tres invitados
rechazan la invitación porque los negocios de la tierra, los asuntos de la vida, los
placeres y su satisfacción pueden ser la causa para resistir o postergar la respuesta
a la invitación de Dios. Tienen para ellos más importancia que el llamamiento de
Jesús y la predicación de la Iglesia que lleva a los hombres esta invitación de Jesús.
Se animan quizá por un momento -como los invitados a la primera invitación-, pero
no toman una decisión seria y definitiva que se traduce en obras; quieren alcanzar
bienestar y disfrutarlo.
- Ahora es el día de salvación» (2Co 6:2). Ahora hay que dirigirse a Jesús y hay que
escuchar su invitación ¿Qué es lo que sucede? Si se rechaza su invitación. El
desenlace: «Ninguno de aquellos que estaban invitados ha de probar mi
banquete.» ¿Qué decir ahora de la seguridad del fariseo?
II. Es a quien Dios quiere, no quien puede (Romanos 9: 11, 15-16)
- Existen limitaciones que presentamos cuando Dios nos llama. Muchas veces nos
sentimos pequeños ante el llamado de Dios. Quizás quisiéramos asumir el llamado,
pero procuramos ordenar las cosas, ser mejores hijos de Dios antes de servirle.
- La palabra de Dios en Romanos 9: 16 dice:
“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia.”
- Esta es nuestra base para servir a Dios: SU MISERICORDIA
Tener como base la misericordia divina hace que no tenga que ver con cuanto
hagamos, nos esforcemos activamente, o deseemos internamente. Ya que no
depende de quién corre, o quiere sino de Dios.
- Es en sus fuerzas, no en las nuestras. Confía y deja la cosa en Sus manos, porque Él
sabe lo que hace.