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II ENCUENTRO DE EQUIPOS DE INVESTIGACIÓN EN TEORIA

POLÍTICA

CEA-CONICET, CÓRDOBA
23 y 24 de septiembre de 2010

EJE TEMÁTICO: Política, espacialidad y comunidad: configuraciones identitarias y subjetivas

Espacio y tiempo: posibles mediaciones para pensar la construcción de la


alteridad

Sofía Soria
CONICET-CEA-UNC

En esta oportunidad, pretendo presentar algunas conclusiones provisorias que resultan de


mi tesis doctoral titulada Sistema educativo argentino y pueblos indígenas: alcances de una política
educativa multi/intercultural, tema delimitado temporalmente desde la década del noventa
hasta la actualidad. Si bien, a casi cinco años de haber iniciado este proceso, este título ya
no sintetiza del mejor modo el trabajo realizado, persiste sí cierta incomodidad: aquella que
se presenta una y otra vez cuando esa alteridad radical representada por los pueblos
indígenas sigue siendo, aun en tiempos de políticas multiculturales auspiciosas, uno de los
registros más claros del modo en que esta sociedad nacional resuelve sus propias fracturas.

Este camino lo transité a partir de elecciones teórico-metodológicas:

Desde el punto de vista teórico, opté por ese camino que Stuart Hall llama de una teoría sin
garantías, al recordarnos que: «la única teoría que vale la pena tener es aquella con la que uno
tiene que luchar, no aquella de la que uno habla con una fluidez profunda» (Hall, 1992).
Contando con esta idea, y teniendo en mente algunas preguntas de investigación iniciales,
emprendí este proceso con una certeza provisoria: que la complejidad y la perplejidad podían
ser dos modos de abordar la relación entre «teoría» y «realidad», si es que es posible
sostener una separación entre esas dos categorías. Entonces, complejidad y perplejidad son
un modo de enfrentarnos a una «realidad» como punto de inicio de problematización de

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una situación histórica determinada, asumiendo que en su configuración participan
múltiples y complejos procesos, cuyo contenido, especificidad, orientación y formas de
articulación sólo pueden ser reconstruidos a partir de una trayectoria analítica «abierta a la
sorpresa», ya que, de otro modo, ella no sería más que una anticipación: una garantía. Desde
allí, trabajé con ciertas categorías que orientaron la trayectoria. Entre ellas:

La categoría de coyuntura: este concepto sintetiza no sólo un compromiso con cierta


singularidad socio-temporal, sino también con una manera de entender e interrogar esa
singularidad. Pues, pensar en términos de coyuntura supone analizar una realidad social
como configuración de relaciones condensadas y abiertas a otras rearticulaciones, pensada
siempre en clave de historicidad. En relación a la coyuntura, también trabajé la noción de
articulación entendida desde una ontología de la relacionalidad, en tanto puede ser
entendida como formas de relacionamiento que el análisis debe reconstruir. Así, el camino
analítico podría identificar «las articulaciones que relacionan signos particulares a
significados particulares, o aquellas que asocian significados con los eventos «reales» que
pretenden representar, las que asocian los significados y representaciones con afiliaciones e
identidades políticas, o las que vinculan posiciones de sujeto con identidades culturales
específicas» (Grossberg, 2009: 29). Una articulación, en palabras de Hall (1998), puede ser
definida entonces como una precisión arbitraria, cuyo punto central es no tanto sostener
una ausencia de correspondencia, como sí afirmar una no correspondencia necesaria.

En base a estos puntos de partida, el objeto de investigación fue progresivamente


construido en términos de relación entre hegemonía e interculturalidad. Pues, intentaba
responder a la pregunta: ¿qué tipo de procesos, lógicas, prácticas, se ponen en juego en la
relación entre hegemonía e interculturalidad? Se trata, en este sentido, no tanto de sostener
un enfoque intercultural, sino de asumir un enfoque para interrogar a la interculturalidad en
tanto una de las formas de constitución de una coyuntura histórico-cultural. Así, partiendo
de la idea de que lucha hegemónica es móvil, fluida, dispersa, involucra a distintos actores
sociales, grupos e instituciones, librándose sobre distintos temas, valores y lenguajes
(Grossberg, 2004), pude definir a la interculturalidad como herramienta analítica, antes que
como «descripción» de prácticas y estrategias enmarcadas dentro de los límites
hegemónicamente instituidos de lo multi/intercultural. Definida de este modo, la
interculturalidad contiene en sí la posibilidad de focalizar la mirada en planos específicos en

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los que se libra la lucha hegemónica en relación a ciertos temas, valores y prácticas. Más
específicamente, construir a la interculturalidad como herramienta analítica permite
emprender el análisis en ciertos espacios y reconstruir un campo de relaciones, ya que no se
trata de estudiar todo lo relacionado a los “otros en tanto que otros” —en este caso los
«indios»—, sino de analizar cómo en un espacio-tiempo se resuelven y encauzan procesos
de alterización, etnización, diferenciación, culturalización y/o racialización, qué implican
esos procesos, qué actores e instancias institucionales entran en juego, qué lenguajes y
significados se generalizan como los más relevantes para el “diálogo social”, qué temas
quedan afuera, cuáles se solapan, etc.

La necesidad de atender al modo en que, en un contexto espacio-temporal, se materializan


procesos de construcción de la diversidad en diferencia, supuso la decisión metodológica
de «mirar grandes cuestiones en pequeños hechos» (Geertz, 1987); es decir, observar
dinámicas en su manifestación singular, no con el objetivo de buscar su acomodación a teorías
previamente producidas, sino de indagar sobre posibles categorías emergentes capaces de
enriquecer el cuerpo general de cierta teoría. Esto suponía el compromiso de hundirme en el
drama social, no para captar estructuras subyacentes, sino para explicar interpretando. De
allí que la opción fuera un enfoque cualitativo basado en observaciones, entrevistas y
análisis de documentos en dos escuelas de la ciudad de Córdoba.

En efecto, el trabajo de campo buscó observar las mediaciones que emergían en los procesos
de construcción de diferencia, identidad y relación entre sujetos enmarcados como
diferentes, de modo tal que tales mediaciones —resultado de categorías emergentes del
trabajo de campo— abrieran nuevos caminos para pensar teóricamente. Y esto bajo el
convencimiento de que aquello que llamamos «teoría» resulta en «una producción
constante, que debe ser recomenzada en cada investigación» (Saltalamacchia, 1994: 54).

Luego del trabajo de campo y el análisis hecho sobre el material empírico, traigo aquí
algunas conclusiones para la discusión:

1. La distancia como principio organizador de las categorizaciones y formas de


marcación. Esto es, la categoría de distancia funciona como principio organizador de una
dinámica inestable de constitución de «otros» y favorece la emergencia de lógicas

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históricamente constituidas desde las cuales esos “otros” pueden ser significados. Esta
observación responde al hecho de que las distintas formas de alterización —los recursos
con los cuales se nombra y significa al «otro»— funciona como «juego de distancias»: de
cuán lejos o cuán cerca estén esos «otros» con los que se entra en relación dependerá lo que
se diga de «ellos» y el modo de relación que se imagine con ellos. De allí que, en nuestro
contexto singular, se den dinámicas tan paradójicas como estas: «se puede parecer indio
pero no serlo» o «se puede parecer argentino pero no serlo» Algo así como la configuración
de una barbarie de mil caras.

2. La distancia como factor de espacialización y temporalización de la


diferencia indígena. En este sentido, la distancia actúa como factor organizador de «lo
indígena» asociado a un espacio geográfico y un tiempo histórico: los «indios» fueron y son
los que habitan un «allá» espacio-temporal. En este contexto, la distancia, en tanto categoría
dinamizadora de procesos de diferenciación, puede ser pensada como principio de una
lógica constitutiva de un «otro» como lejano —distante— en un mapa social conformado
por fronteras identitarias asentadas en coordenadas espacio-temporales.

3. Espacialización y temporalización actúan en la esencialización del otro


indígena. Desde la temporalización, «lo indígena» se convierte en representación de una
atemporalidad, expresión de un tiempo pasado que ha permanecido inmune al progreso de
la historia; desde la espacialización, «lo indígena» es asociado a un modo de vida alejado de
lo citadino y, por lo tanto, más cercano a lo original, lo genuino, lo puro. Estos procesos
harían posible, en efecto, articulaciones según las cuales el «nosotros» estaría vinculado a la
ciudad, la contaminación, el progreso tecnológico, la pérdida de cultura y de valores;
mientras que los «otros» a lo natural, lo rural, lo puro, lo original, la autenticidad, el instinto,
lo animalesco y la conservación de cultura. En otras palabras, el tiempo esencializa al
«otro» atemporalizándolo, mientras que el espacio lo hace ubicándolo en un territorio
cercano a la naturaleza: el «otro» es un tiempo y un espacio que están «más allá» del centro
que lo enuncia. Tiempo y espacio que, sin embargo, no pueden ser pensados desde la
estabilidad, sino desde la variabilidad de las tensiones que hacen del «otro» un elemento
más cercano o más alejado en función de lo que se juega en relación al centro que enuncia:
la nación.

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4. Asimismo, estos procesos suponen una espacialización del tiempo y una
temporalización del espacio. En cuanto a lo primero, la significación de los «indios»
como parte de un tiempo pasado constituye, al mismo tiempo, su inscripción en una
topografía: el más atrás. En el segundo, su ubicación en un espacio más cercano a lo rural, la
naturaleza, haría de ellos también un tiempo: habitantes de un «hábitat» y un «ritmo
cultural» despojados del devenir histórico: una especie de lugar a-temporal.

En suma, aun desde el carácter preliminar de estas observaciones, es posible decir que
espacio y tiempo pueden estar operando como mediaciones, es decir, como formas a partir de
las cuales pensar procesos de construcción de identidad. Espacio y tiempo como categorías
articuladoras de un «otro indígena» que, por ese mismo proceso, puede constituir uno de
los registros del modo hegemónicamente posible de imaginar la interculturalidad en nuestro
contexto, en tanto todo ello daría cuenta de formas de construir la diversidad en diferencia,
del modo en que una fractura se vuelve sobre sí misma para reaparecer bajo la máscara de
la convivencia multicultural.

Referencias bibliográficas

GEERTZ, Clifford (1987) La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.


GROSSBERG, Lawrence (2004) “Entre consenso y hegemonía: notas sobre la forma
hegemónica de la política moderna”. En: Tabula Rasa No. 2, pp. 49-57.
GROSSBERG, Lawrence (2009) “El corazón de los estudios culturales: contextualidad,
construccionismo y complejidad. En: Tabula Rasa No. 10, pp. 13-48.
HALL, Stuart (1992) “Cultural Studies and its Theoretical Legacies”. En: Lawrence Grossberg,
Carry Nelson y Paula Treichler (eds), Cultural Studies. Londres: Routledge.
HALL, Stuart (1998) “Significado, representación, ideología: Althusser y los debates
postestructuralistas”. En: J. Curran, D. Morley y V. Walkerdine (comps.) Estudios culturales y
comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de identidad y el posmodernismo. Barcelona:
Paidós.
SALTALAMACCHIA, Horacio (1994) “Historia de vida y reconstrucción articulada:
reflexiones teórico-metodológicas a partir de una experiencia de investigación”. En:
Anthropos, Boletín de información y documentación Nº 45.

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