En la historia hispanoamericana, se alude principalmente a los
españoles que llevaron a cabo las labores de descubrimiento, conquista y colonización de la Nueva España , el término de CONQUISTADOR. Los hechos, las crónicas y los documentos de la época, muestran la diversa personalidad de esos hombres que debieron, adaptarse a diferentes circunstancias. Procedían, en su mayoría, de las tierras de Andalucía, Extremadura y Castilla, y pertenecían a todos los estratos sociales, predominando los hidalgos y escuderos, sin que faltaran los artesanos, mercaderes y algunos labradores. Fueron, como señaló Hernán Cortés, “hombres de diversos oficios y pecados”. Su formación cultural, de acuerdo con la tónica general de la época, fue más bien escasa, lo mismo que su formación guerrera. A pesar del carácter esencialmente militar de la conquista, muy pocos de sus protagonistas eran soldados de profesión o contaban con una experiencia previa en la guerra. Las acciones de los conquistadores españoles en América han sido enjuiciadas desde enfoques muy distintos. A la imagen del conquistador, que algunos historiadores españoles quisieron propagar, de fiel soldado, patriota y defensor de la doctrina cristiana en las nuevas tierras, se opone la visión del conquistador como hombre ambicioso, sin escrúpulos, ávido de oro, mujeres y tierras, cruel y sanguinario con los indios, que las denuncias de Bartolomé de Las Casas y la denominada leyenda negra contribuyeron a difundir.
El conquistador español fue un hombre de su tiempo, moldeado por
unas circunstancias históricas concretas, al que hay que valorar dentro de los cánones morales de su época y no desde los principios éticos actuales. El estudio de la Europa de aquel momento demuestra que lo que hoy consideraríamos crueldad e intolerancia religiosa, así como desprecio por los derechos humanos, eran características presentes en todo el continente. Algunos historiadores han insistido en un lema que recoge las tres preocupaciones fundamentales o impulsos básicos del conquistador del Nuevo Mundo: “oro, gloria y Evangelio”. El aprecio por el oro, símbolo máximo de la riqueza, es innegable. Para Bernal Díaz del Castillo, él mismo participante en la conquista de la Nueva España y cronista de aquellos hechos, los conquistadores iban a América “por servir a Dios, a su Majestad y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos”. La codicia por el oro y otras riquezas fue, a la vez, aliciente para superar peligros y adversidades y causa de gran parte de la violencia y de las crueldades de los conquistadores. Pero el oro se ambicionaba no tanto como un fin en sí mismo, sino como un medio para conseguir poder y prestigio. Las tierras de América permitían a un hombre de baja condición social obtener riquezas, poder y reconocimiento de los demás. El conquistador anhelaba obtener un buen botín o una buena encomienda que le diera tranquilidad y bienestar para el resto de sus días, pero las aspiraciones de oro y riquezas no siempre se lograban, ni compensaban los grandísimos esfuerzos que las campañas requerían. No faltaron los conquistadores que perdieron su fortuna recién adquirida en la financiación de una desgraciada campaña, que podía acabar también con su vida. Por otra parte, los distintos monarcas estuvieron siempre en guardia y no permitieron que se consolidaran los sueños feudales de los conquistadores, cuya máxima aspiración era la obtención de extensas tierras en señorío. El mayor beneficio que les concedieron fue la encomienda, pero por tiempo y con poderes limitados. Anhelaron un título de la nobleza de Castilla como reconocimiento por sus acciones, pero no les fue concedido. La antigua nobleza castellana no estaba dispuesta a aceptar en su seno a estos hombres de baja y oscura condición, nuevos ricos, arrogantes y altivos, que solicitaban honores y títulos. Difundir el catolicismo y atraer a los indios a la doctrina cristiana (la denominada evangelización de América) fue un objetivo prioritario de la conquista, porque la legitimaba. Aunque resulte difícil reconciliar la guerra, los saqueos y los abusos perpetrados contra los indios con el deseo de propagar la religión cristiana, no debe olvidarse que el conquistador español estaba convencido de que se servía a Dios expulsando a los infieles de su tierra —como había sucedido con los musulmanes de la península Ibérica durante la Reconquista— o convirtiendo a los indios al cristianismo por la fuerza. Muchos son los nombres de quienes han recibido la calificación de conquistadores españoles de los territorios americanos, pero cabría destacar a los que a continuación se reseña. En lo que respecta al área que habría de constituir el virreinato de Nueva España, es decir, a la zona mexicana, pero también a la que en la actualidad ocupan buena parte del sur de Estados Unidos y las distintas repúblicas centroamericanas y caribeñas, los personajes más destacados son, al margen del ya mencionado Hernán Cortés: Pedro de Alvarado, compañero de éste y fundador de la actual ciudad de Guatemala (1525); Pedro Arias Dávila, gobernador de Castilla del Oro y fundador de la ciudad de Panamá (1519); Juan Vázquez de Coronado, conquistador y gobernador de Costa Rica (1561-1564); Francisco Vázquez de Coronado, hermano del anterior y explorador del territorio del actual estado de Kansas (1541-1542); Francisco de Ibarra, conquistador de Nueva Vizcaya (1562), en el norte del virreinato novohispano; Pánfilo de Narváez, conquistador y primer gobernador de Florida (1528); Cristóbal de Oñate y su hijo Juan, gobernadores de Nueva Galicia (1536-1544, aproximadamente) y de Nuevo México (1598-1607), respectivamente; Diego de Nicuesa, Alonso de Ojeda y el descubridor del océano Pacífico (1513), Vasco Núñez de Balboa, los tres destacados exploradores y conquistadores del área centroamericana durante la primera década del siglo XVI; a quienes cabría añadir Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba y fundador de La Habana (1514); Juan de Esquivel, conquistador de Jamaica (1509-1513); y Juan Ponce de León, gobernador de Puerto Rico (1508-1511). Las principales figuras de la conquista española de Sudamérica fueron: Francisco Pizarro y sus hermanos Gonzalo y Hernando, así como Diego de Almagro y Sebastián de Belalcázar, en lo que se refiere al territorio que habría de conformar el virreinato del Perú, establecido en 1542; Diego de Ordás y Diego de Losada, el primer europeo que remontó el río Orinoco (1531) y el fundador de la actual ciudad de Caracas (1567), respectivamente; Pedro de Mendoza, fundador de la primigenia Buenos Aires (1536); Domingo Martínez de Irala, gobernador del Río de la Plata (1552-1556); Juan de Garay, refundador de la definitiva ciudad de Buenos Aires (1580); y Pedro de Valdivia, quien comenzó la conquista de Chile y fundó la actual ciudad de Santiago (1541); sin olvidar al conquistador de las islas Filipinas y fundador de Manila (1571), Miguel López de Legazpi.