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En primer lugar deberíamos olvidar el concepto “voluntad” transmitido por la psicología tradicional

como facultad de la psique o del alma en el mejor de los casos.

La noción de “voluntad” la coge Nietzsche de Schopenhouer para quien solo es deseo.


En Nietzsche se transforma ese deseo en deseo de querer y de poder, es un paso más allá que el de
Schopenhouer. No es un mero deseo sino un afecto activo, de afirmación del ser, de superación.

Sólo Nietzsche ve que el fondo del ser es fuerza de voluntad de poder, ¿de qué poder? de poder ser con
dignidad y sin remordimientos por ser y buscar al ser.

La Voluntad de Poder, es lo que impide el equilibrio final en las fuerzas, no es sólo voluntad de
conservación, sino de desarrollo. La tensión en dominar y ser dominado, es un avance positivo y
negativo, tiene que ver con la tensión que da lugar a las transformaciones, la contraposición y la lucha
que son en definitiva, creación. En lo que Nietzsche quiere incidir es en que el ser no es algo estable y
eterno “el ser comienza cada hora” sino que está compuesto por las mismas fuerzas antagónicas en
lucha de las que habla en “El nacimiento de la tragedia”. Los intentos de conceptuar el ser más allá de
la voluntad de poder o del mismo devenir le parecerán mera onto-teología platonizante y por lo tanto
tradición a la vida. La vida es lo que es específicamente “ una voluntad de acumulación de energía:
nada quiere conservarse, todo debe ser totalizado y acumulado”.

Voluntad de poder. Se trata de uno de los conceptos (o de los «experimentos mentales») más
polifacéticos y discutidos de Nietzsche. En sentido general, la voluntad de poder se identifica con la
vida misma, entendida como fuerza expansiva y autosuperadora de sí misma: «Cada vez que he
encontrado un ser vivo también he encontrado voluntad de poder. [..] Y la vida misma me ha confiado
este secreto: “Mira, dijo, yo soy continua y necesaria superación de mí misma”» (Así habló
Zarathustra).

Para entenderla necesitamos, primero, considerar que el mundo de Nietzsche no atiende a ninguna
trascendencia más allá del hombre, de la vida humana en sí misma. No hay Dios (recordemos aquella
famosa sentencia suya, divinamente lapidaria...), ni hay alma, ni siquiera un mundo en el más allá.
Todas estas entidades propias de la metafísica occidental han desaparecido; resta, únicamente, el
hombre y la vida, el mundo en su manifestación sensible. El mundo no es obra de Dios, ni la vida, la
nuestra, está en función de -o puede concebirse bajo- un fin trascendente. Lo que cuenta es el aquí y el
ahora, esta vida que vivimos, que es, sin más, una expresión de una “voluntad de poder”.

Nietzsche distingue dos tipos de fuerzas, que son las que dominan y dirigen las acciones: por una parte,
una fuerza activa, que genera e impulsa una vida ascendente, en crecimiento y con anhelo de
autoafirmación; y, por otra, una fuerza reactiva, identificada con una manera de vivir decadente y
agotada, cuyo sueño es la desaparición del aquí y ahora y el ansia del más allá, preñado de ilusiones y
promesas vanas. La posición de Schopenhauer refleja, obviamente, esta segunda actitud ante el mundo
y la vida, es una manifestación de la postura reactiva y resentida contra la vida.

Así, la voluntad de poder de Nietzsche es una fuerza activa y, por sí misma, un hecho vital, que no
precisa de ninguna otra fuerza que la propia, ningún impulso vital (a la manera de Bergson, por ejemplo)
ni ninguna idea externa para su realización. No obstante, esto no reduce al hombre a lo puramente
biológico, no lo circunscribe a lo orgánico como descripción completa de su ser, sino que trata a la vida
como una manifestación de la voluntad de poder. La voluntad de poder es una fuerza, siempre afirmativa,
siempre aspirante a un mayor desarrollo y perfeccionamiento, que supera todo nihilismo y toda visión
limitante del humano, aquella que proclama como verdadera y cierta que sólo existe, y sólo cuenta, la
idea y lo trascendente (pensamiento que arranca en Sócrates y Platón y transita entre los siglos debido a
la influencia judeocristiana) en contraposición a lo inmanente y vital.

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