La atmósfera es diatérmana, es decir, que no es calentada directamente por la radiación
solar, sino de manera indirecta a través de la reflexión de dicha radiación en el suelo y en la superficie de mares y océanos. Los fotones según su energía o longitud de onda son capaces de: Fotoionizar la capa externa de electrones de un átomo (requiere una longitud de onda de 0,1 ). Excitar electrones de un átomo a una capa superior (requiere longitudes de onda de entre 0,1 y 1 ). Disociar una molécula (requiere longitudes de onda de entre 0,1 y 1 ). Hacer vibrar una molécula (requiere longitudes de onda de entre 1 y 50 ). Hacer rotar una molécula (requiere longitudes de onda mayores que 50 ). La energía solar tiene longitudes de onda de entre 0,15 y 4 , por lo que puede ionizar un átomo, excitar electrones, disociar una molécula o hacerla vibrar. La energía térmica de la Tierra (radiación infrarroja) 3 a 80 , por lo que sólo puede hacer vibrar o rotar moléculas, es decir, calentar la atmósfera. Unos claros ejemplos son: Absorción: el flujo de radiación penetra en la atmósfera y transformada en energía térmica, aumenta su temperatura y la hace irradiar calor hacia la Tierra y el espacio interplanetario. Las radiaciones térmicas de la atmósfera que alcanzan la superficie terrestre atenúan el enfriamiento de la misma, especialmente durante la noche; este fenómeno se conoce como amparo térmico de la atmósfera.
Reflexión: se produce cuando parte de la radiación solar al incidir sobre un cuerpo es
desviada o devuelta, sin modificar sus caracteres: la atmósfera refleja la radiación que incide sobre gases y partículas sólidas en suspensión; la que llega a la superficie de la tierra en parte se absorbe y en parte se refleja. Dispersión: fenómeno similar a la reflexión, pero la radiación modifica sus caracteres al ser devuelta o desviada. En la alta atmósfera la radiación solar es dispersada por las moléculas de los gases del aire: los rayos luminosos de onda más corta (violeta y azul) son más fácilmente dispersados, dando el color azulado al cielo. Nubosidad: La nubosidad por sí sola afecta enormemente, y de dos formas contradictorias, al balance energético de la Tierra.
Las nubes absorben una pequeña cantidad de radiación incidente
aproximadamente un 2% en promedio. Su mayor efecto es la dispersión de la radiación solar que afecta al 40% de dicha radiación de la que el 17 % de la radiación solar incidente es reflejada. Esto hace que las nubes supongan la mayor contribución al albedo terrestre. El 23% restante es difundido por la nubes hacia la superficie terrestre y absorbido por ésta. Por esto a la radiación superficial directa hay que añadir la radiación difusa procedente de las nubes y del propio aire. De la misma forma devuelven con mucha mayor eficiencia una buena parte de la radiación infrarroja que reciben de la Tierra, lo que hace que también sean la mayor fuente de efecto invernadero. El balance entre ambos efectos no es fácil de determinar, pero se calcula que reflejan un 40% más de energía de la que capturan por lo que su efecto neto sería de enfriamiento. Naturalmente, tales cálculos están hechos sobre las nubes actuales. Nadie puede asegurar del todo el efecto de las nubes prehistóricas ni el de las nubes futuras, pues la configuración y distribución de éstas no solo depende de la humedad del entorno sino también de los aerosoles y posibles núcleos de condensación presentes en el aire.