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profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres” (7:14), contrasta con la
moderna argumentación de muchos que dicen: “El Señor me ha dicho”, “Dios me ha hablado”. Fue a
partir del movimiento pentescostal, nacido en Estados Unidos en 1906, que se desarrolló un interés
renovado en los dones espirituales. No podríamos negar el hecho de la autenticidad bíblica de ellos,
el debate se centró en los primeros años sobre su vigencia, pues los especialistas y predicadores
antiguos habían aceptado como un hecho que los dones se acabaron con el último de los apóstoles y
el movimiento carismático se edificó sobre la idea de la actualidad de ellos, de manera que se
promovió la idea de vivir actualmente en el mismo tenor del libro de los Hechos.
No cabe duda que muchos creyentes fueron despertados a una nueva forma de vivir la fe cristiana,
pasaron de la inacción contemplativa al compromiso activo con el servicio de la iglesia y con la
evangelización de los perdidos. Pero muchos se han dejado manipular por el fraseo y la
espectacularidad de las doctrinas y su presentación de gran impacto emocional, sin atenerse a la
sinceridad de sus respuestas y sin revisar a fondo la Escritura.
El entorno donde el Espíritu Santo se movió en portentos por mano de los apóstoles son las plazas
del mundo, las calles de las aldeas y lugares donde no se conocía el nombre de Jesús. Los mares, los
desiertos, las ciudades entregadas al vicio y la vanidad, allí, en la convivencia con los paganos y
compitiendo con los poderes religiosos, políticos y económicos de la gente sin Dios, los dones
espirituales fueron desempeñados haciendo la diferencia muy clara entre los dioses falsos y el Cristo
viviente. El entorno del desarrollo de los dones en los tiempos modernos es el culto, la reunión de
milagros, el estadio donde la gente paga un boleto para ser testigo del espectáculo religioso de
música, palabra de poder y milagros. ¿Podrá ser esto así?
Tanto ha sido el énfasis de tres generaciones en la manifestación visible y audible del Espíritu que su
obra quizás más necesaria y urgente ha quedado en el olvido. ¿A qué obra me refiero? A la
prometida por Jesús en dos grandes versículos Jn. 14:26 y 16:13. Los cuales deben ser leídos a la luz
de Juan 8:32 y 2 Cor. 3:17-18.
El velo al que se refiere el apóstol Pablo en 2 Cor. 3:12-17 es la religiosidad que llega a empañar
verdaderamente la acción verdadera de Dios en el ser humano. Los fariseos y los escrupulosos
cumplidores de la Ley solo vivían en la periferia de la presencia de Dios, la cáscara que significa la
religiosidad o la sombra de las cosas verdaderas. Jesús caminó fuera de las estructuras religiosas y
prometió y envió a su Espíritu a enseñarnos a caminar como él, haciendo la verdadera vida que Dios
aprecia, viviendo las grandes verdades que trastornan la vida. Un corazón bondadoso debe ser
regenerado en nosotros, justiciero, amante de la verdad y la misericordia, de la mansedumbre, la
humildad, la gracia y el perdón, verdaderamente amoroso y fiel. Dios no esperaba fanáticos
cantadores y hacedores de milagros, expulsadores de demonios, tumbadores de hombres,
empedernidos vitoreadores de las excelencias de Dios, sino gente de acción, de acción benigna, de
vidas útiles al reino de los cielos.
Hebreos 8
Jeremías 31:32-34
2Corintios 3
Ezequiel 36:25-27
Nuestro campo de acción no es en las cuatro paredes de los templos, frente a la iglesia del Señor
somos inmejorables. Nuestro campo de acción es la calle, la oficina, el taller, el negocio, la escuela,
allí se ve si vivimos inundados del Espíritu Santo o sirviendo a las sombras de las cosas verdaderas sin
que estas hayan llegado a encarnar en nuestro corazón.