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La humildad del profeta Amos en respuesta a Amasías, sacerdote de Bet-el, diciendo: “No soy

profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres” (7:14), contrasta con la
moderna argumentación de muchos que dicen: “El Señor me ha dicho”, “Dios me ha hablado”. Fue a
partir del movimiento pentescostal, nacido en Estados Unidos en 1906, que se desarrolló un interés
renovado en los dones espirituales. No podríamos negar el hecho de la autenticidad bíblica de ellos,
el debate se centró en los primeros años sobre su vigencia, pues los especialistas y predicadores
antiguos habían aceptado como un hecho que los dones se acabaron con el último de los apóstoles y
el movimiento carismático se edificó sobre la idea de la actualidad de ellos, de manera que se
promovió la idea de vivir actualmente en el mismo tenor del libro de los Hechos.

Aunado a todo esto hay varios problemas y consecuencias.

No cabe duda que muchos creyentes fueron despertados a una nueva forma de vivir la fe cristiana,
pasaron de la inacción contemplativa al compromiso activo con el servicio de la iglesia y con la
evangelización de los perdidos. Pero muchos se han dejado manipular por el fraseo y la
espectacularidad de las doctrinas y su presentación de gran impacto emocional, sin atenerse a la
sinceridad de sus respuestas y sin revisar a fondo la Escritura.

Se ha fomentado una arrogancia espiritual de desproporcionadas dimensiones. El Libro de los


Hechos representa años de servicio de los involucrados, podemos hablar de un lapso aproximado de
35 años, en él se narran acontecimientos portentosos de especial impacto para el desarrollo del
cristianismo. Los apóstoles fueron liberados de prisiones milagrosamente con el fin de que siguieran
sus ministerios de predicación y fundación de iglesias, hubo sanidades que marcaron un testimonio
irrefutable de la verdad que predicaban (que Jesús es el Cristo de Dios y que si buen fue muerto en
la cruz, lo fue para el perdón de los pecados y que resucito verdaderamente), esa era una verdad
que necesitaba ser probada, como necesitaba ser probado que ellos hablaban de parte de Dios, así
que cuando ellos se enfrentaron a los poderes terrenales que pretendían acallar o minimizar su
mensaje, ellos usaron el recurso del poder del Espíritu Santo, conforme a la promesa de Cristo. Pero
nosotros tenemos nuestros afanes en el pan cotidiano, ni siquiera somos capaces de ser
disciplinados y constantes en las reuniones del que llamamos domingo (día del Señor), no hemos
sufrido cárcel por predicar porque nadie ya se opone a que se mencione el lema cristiano por
excelencia “Jesucristo es el Señor”. Nuestras vidas distan mucho de la santidad y entrega de las que
vemos retratadas en la iglesia primitiva. Bernabé había vendido una propiedad y había entregado
todo y los líderes habían abandonado todo lo terrenal para vivir enteramente para el Señor, y nos
preguntamos ¿Por qué el Señor no me respalda, si tengo el Espíritu Santo conmigo y él es el mismo
que habitó en Pablo, Pedro y todos los demás?

El entorno donde el Espíritu Santo se movió en portentos por mano de los apóstoles son las plazas
del mundo, las calles de las aldeas y lugares donde no se conocía el nombre de Jesús. Los mares, los
desiertos, las ciudades entregadas al vicio y la vanidad, allí, en la convivencia con los paganos y
compitiendo con los poderes religiosos, políticos y económicos de la gente sin Dios, los dones
espirituales fueron desempeñados haciendo la diferencia muy clara entre los dioses falsos y el Cristo
viviente. El entorno del desarrollo de los dones en los tiempos modernos es el culto, la reunión de
milagros, el estadio donde la gente paga un boleto para ser testigo del espectáculo religioso de
música, palabra de poder y milagros. ¿Podrá ser esto así?

Tanto ha sido el énfasis de tres generaciones en la manifestación visible y audible del Espíritu que su
obra quizás más necesaria y urgente ha quedado en el olvido. ¿A qué obra me refiero? A la
prometida por Jesús en dos grandes versículos Jn. 14:26 y 16:13. Los cuales deben ser leídos a la luz
de Juan 8:32 y 2 Cor. 3:17-18.
El velo al que se refiere el apóstol Pablo en 2 Cor. 3:12-17 es la religiosidad que llega a empañar
verdaderamente la acción verdadera de Dios en el ser humano. Los fariseos y los escrupulosos
cumplidores de la Ley solo vivían en la periferia de la presencia de Dios, la cáscara que significa la
religiosidad o la sombra de las cosas verdaderas. Jesús caminó fuera de las estructuras religiosas y
prometió y envió a su Espíritu a enseñarnos a caminar como él, haciendo la verdadera vida que Dios
aprecia, viviendo las grandes verdades que trastornan la vida. Un corazón bondadoso debe ser
regenerado en nosotros, justiciero, amante de la verdad y la misericordia, de la mansedumbre, la
humildad, la gracia y el perdón, verdaderamente amoroso y fiel. Dios no esperaba fanáticos
cantadores y hacedores de milagros, expulsadores de demonios, tumbadores de hombres,
empedernidos vitoreadores de las excelencias de Dios, sino gente de acción, de acción benigna, de
vidas útiles al reino de los cielos.

Desafortunadamente muchos seguimos atrapados en las sombras de la religiosidad y no se nos ha


quitado ese velo, pensamos que lo que hacemos y creemos es la verdad pero la verdad nos hace
libres y nos transforma de gloria en gloria. Es el Espíritu Santo el agente divino que nos lleva a vivir
esa clase de vida. Muy a pesar del tiempo que gastemos comparemos los mensajes de los siguientes
pasajes, profetizados en la antigüedad y ahora vigentes. Todos nos llevan al mismo asunto de Juan
14:26 y 16:13: El Espíritu Santo nos enseñará a vivir las verdades y la recomposición de nuestras
vidas desde la raíz, desde los valores que seguimos y las ideas que mueven nuestra existencia, es
decir, nuestra naturaleza básica que nos hace árboles buenos con buenos frutos o árboles malos con
frutos de maldad.

Hebreos 8

Jeremías 31:32-34

2Corintios 3

Ezequiel 36:25-27

Nuestro campo de acción no es en las cuatro paredes de los templos, frente a la iglesia del Señor
somos inmejorables. Nuestro campo de acción es la calle, la oficina, el taller, el negocio, la escuela,
allí se ve si vivimos inundados del Espíritu Santo o sirviendo a las sombras de las cosas verdaderas sin
que estas hayan llegado a encarnar en nuestro corazón.

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