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REVOLUCI

ÓN RUSA
DMAN
MMAGOL
E
REVOLUCIÓN RUSA

EMMA GOLDMAN
Fuentes:
—The Russian Revolution, en «Anarchy! An Anthology of Emma
Goldman’s Mother Earth». Edición de 2012.
—«The Truth About the Bolsheviki», by Mother Earth Publish-
ing Association, New York, 1918.
—«The crushing of the Russian Revolution», by Emma Gold-
man. London: Freedom Press, 1922.
—«Communism. Bolshevist and anarchist: a comparison». In-
ternational Institute of Social History, Amsterdam. Emma
Goldman Papers, Inv.nr. 192. ARCH00520.
—«Trotsky protest too much». The Anarchist Communist Fede-
ration, Glasgow, Scotland, 1938.

Edición: Semilla Negra |Anarquismos| 2018

Traducción: Concha Lobo

Portada: Reybum

Nihil est sine anarchism


ÍNDICE

Presentación a esta edición ....................................................... 7

La Revolución Rusa (1917)........................................................ 9


La verdad sobre los bolcheviques (1919) ................................. 15

El aniquilamiento de la Revolución Rusa (1922)


Prefacio por W.C. Owen ...................................................... 29
Introducción ........................................................................ 32
Las fuerzas que aniquilaron la Revolución Rusa................. 37
Recogida forzosa de alimentos .......................................... 42
Los soviets ........................................................................ 45
Reclutamiento para el trabajo ........................................... 49
La Checa ............................................................................ 51
La persecución de Mariya Spiridónova ............................... 56
El cuidado de los niños........................................................ 64
«Almas Muertas» .............................................................. 70
Una visita a Piotr Kropotkin................................................ 78
Kropotkin en la Revolución Rusa....................................... 83
Los sindicatos ...................................................................... 89
Comunismo. Bolchevique y anarquista: una comparación (1934)99
Anarcocomunismo ............................................................ 120
Trotski protesta demasiado (1938)
Introducción ....................................................................... 127
León Trotski protesta demasiado .......................................129
León Trotski, John Wright y los anarquistas españoles .... 147
«¿Es Emma Goldman una amenaza para la sociedad? Lo es.
Amenaza a toda sociedad impostora, esclavizadora, codiciosa. La per-
sonalidad de Emma Goldman late con un fervor que es contagioso.
Su único problema es que lleva ocho mil años de adelanto.
Emma Goldman, la Hija del Sueño».

William Marion Reedy, editor del Reedy’s Mirror de St. Louis


PRESENTACIÓN A ESTA EDICIÓN

LA REVOLUCIÓN RUSA despertó las esperanzas de los oprimidos


del mundo. Y Emma Goldman no fue inmune a este influjo. No
es extraño que muchos anarquistas apoyaran a los bolchevi-
ques, pues en un primer momento ambos luchaban por un
mismo fin: la destrucción del Gobierno Provisional, el fin de la
guerra y que el pueblo recuperara los medios de producción que
estaban en manos de la burguesía. De hecho, Emma Goldman
nos recuerda, en relación con esta etapa inicial, cómo los bol-
cheviques se apropiaron de las consignas anarquistas.
Toda su percepción cambió cuando, tras ser deportada a Ru-
sia, tuvo ocasión, durante dos años1, de comprobar que la bar-
barie del Estado había aplastado la Revolución, traicionado su
esencia y regado el suelo ruso con la sangre de quienes se opo-
nían al gobierno. Estas experiencias la llevaron a rechazar la vio-
lencia política y a concluir que la revolución debe pensarse como
un proceso de educación, de construcción, y no como un suceso
grandioso que acaba reemplazando un estado por otro.
Los textos que hemos seleccionado se pueden dividir en tres
partes. La primera consta de dos artículos de 1917 y 1919 publi-
cados en Mother Earth, la revista de Emma, en donde hace una
encendida defensa de los bolcheviques y de la Revolución Rusa.
El de 1917 es un intento unificador de la izquierda, especial-
mente frente a la hostilidad de los Aliados. El de 1919, en pala-
bras de la propia Emma, «en homenaje a su gran valentía y ma-
ravillosa visión [de los bolcheviques] y para la iluminación del
pueblo estadounidense».

1 Emma Goldman llegó a Rusia el 19 de enero de 1920, y salió de allí el

1 de diciembre de 1921 «con la fe rota y el corazón compungido» (Pei-


rats, 1978).
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La segunda parte la componen los artículos que se publica-
ron en The World (Nueva York) en 1922, en donde constatamos
cómo se modificó la opinión de Emma tras haber visitado Rusia.
Para esta edición hemos traducido el libro que recopila esos ar-
tículos, una edición de Freedom Press de 1922, The Crushing of
the Russian Revolution («El aniquilamiento de la Revolución
Rusa»). Hay una edición española de 1923 titulada Dos años en
Rusia. Diez artículos publicados en The World, de la editorial
Aurora, 1978.
Y la última parte contiene dos artículos. Uno escrito en 1934
que Goldman tituló «El comunismo: bolchevique y anarquista.
Una comparación» que The American Mercury aceptó y publicó
en forma truncada —con el disgusto de Emma— con el título
«No hay comunismo en Rusia», en abril de 1935, violando el es-
píritu del artículo original. Aquí reproducimos el artículo com-
pleto, tal como Goldman lo concibió (o eso esperamos). El do-
cumento que hemos traducido y transcrito pertenece a los
papeles privados de Goldman y contiene tres borradores que
apenas se diferencian entre sí: el primero parece haber sido es-
crito para una conferencia, y los otros dos fueron revisados en
1935 como artículo para ser publicado. Están escritos a máquina
y contienen correcciones a lápiz, tachaduras y modificaciones.
Algún párrafo que aparece en un borrador queda eliminado en
el siguiente, y luego vuelve a aparecer en el tercero. Hemos
reunido todas las piezas del puzle, esperando que el resultado
refleje, esta vez sí, el espíritu del artículo original.
El artículo final, «Trotski protesta demasiado», salió en Van-
guard, periódico anarquista mensual de la ciudad de Nueva
York. Como la misma Goldman explica: «Apareció en la edición
de julio de 1938, pero como el espacio de la revista era limitado,
sólo se pudo usar una parte del manuscrito. Aquí lo ofrecemos
en versión revisada y ampliada».

Semilla Negra |Anarquismos|

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LA REVOLUCIÓN RUSA2

POCO DESPUÉS de que el cataclismo europeo atravesara el mundo,


corresponsales estadounidenses y escritores de revistas conta-
ron entusiastas historias sobre la magnífica unidad que existía
en Rusia entre el pueblo y el zar. Hicieron creer al mundo que la
lucha de casi cien años contra el zarismo había cesado de la no-
che a la mañana, para dar paso a una perfecta armonía entre la
autocracia rusa y el pueblo. Contaban historias maravillosas so-
bre la bondad y la humanidad de los oficiales rusos hacia los
soldados que hasta entonces no habían conocido más que el lá-
tigo de sus superiores. Describían en colores brillantes cómo los
trabajadores perseguidos y explotados, y los campesinos azota-
dos y hambrientos eran uno con su gobierno, imbuidos de la
misma pasión por la gran guerra.
Apenas tres años después de estas vergonzosas mentiras so-
bre la unidad acerca de la guerra, la Revolución arrastró al za-
rismo hasta la cuneta y disipó el mito de que el pueblo ruso que-
ría la guerra, que estaba ansioso por morir en las trincheras de
su Batiushka3. Desde todos los rincones de Rusia el pueblo cla-
maba con voz poderosa por la paz, por la amistad con el pueblo
de Alemania y por todos sus hermanos oprimidos y deshereda-
dos. Esa fue su respuesta a las tergiversaciones intencionadas

2 Publicado originalmente como: «The Russian Revolution», tomado


de «Anarchy! An Anthology of Emma Goldman’s Mother Earth».
Edición de 2012. Publicado en Mother Earth, vol. I, nº 3, diciembre
1917. [Editado y traducido por Semilla Negra |Anarquismos|. Todas
las notas son de la traductora, salvo que se indique lo contrario].
3 Padrecito.

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que se enviaron a Europa occidental y a Norteamérica sobre la
unidad del pueblo con su clase gobernante.
Para comprender la Revolución hay que rastrear sus inicios
hasta el heroico movimiento que llevaba casi cien años llevando
a cabo una incesante batalla contra las oscuras fuerzas de la au-
tocracia rusa. Durante ese periodo, la sangre de los mártires nu-
trió las semillas del idealismo y la rebelión en el vientre del suelo
ruso. La multitud, que fue llevada hacia la muerte por el látigo y
el cadalso en la fortaleza de Pedro y Pablo, en Schlisselburg, en
Siberia, ha vuelto a la vida con la Revolución Rusa. El mensaje
de los hombres y mujeres con las manos pálidas —intelectua-
les—, como Petrashevski y Chernyshevski, Sophia Perovskaya y
Essie Helfman, Alexander Herzen, Vera Figner, Spiridónova, las
Babushkas4 y otros miles, había dado fruto. Su mensaje era:
Muerte a la tiranía y Vida al pueblo. La fraternidad humana y el
bienestar social eran su eslogan.
A través de un lento y doloroso proceso, y a expensas de las
mejores y más puras generaciones rusas, este mensaje se llevó a
los corazones y las mentes de la gente, los campesinos, los obre-
ros. Se convirtió en su esperanza, su sueño, su canto de triunfo.
Ante el gran sacrificio, a menudo la gente desesperaba de reali-
zar su sueño. Entonces se enviaron nuevas fuerzas a las aldeas
para tranquilizar al pueblo, para fortalecer su fe, para inspirar-
les una nueva esperanza, pues ningún mensaje concebido con
dolor y alimentado con sangre y lágrimas puede perderse.
En vísperas de hacer su entrada en la guerra, Rusia hervía de
revolución. La huelga general se extendió como un incendio en
los centros industriales. El descontento y la rebelión impregna-
ban al campesino apático y lo rejuvenecían para la acción. No es
del todo improbable que la guerra fuera acogida por la autocra-
cia como un modo de evaluar la creciente marea revolucionaria.
Ciegos a las tendencias de la época, la autocracia, al igual que
todos los demás gobiernos, forzó a la gente a entrar en la guerra,

4 Abuelas.
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pero era estúpido suponer que se someterían por mucho
tiempo: que traicionarían con tanta facilidad a sus mártires que
habían muerto por la paz universal y la fraternidad social, que
olvidarían las torturas que se les infligió, los sufrimientos y los
horrores que padecían en casa, y que, con la bayoneta en la
mano, correrían a asegurar la democracia en Alemania.
La Revolución Rusa fue la expresión culminante de todos los
anhelos acumulados por el pueblo ruso. Era el punto de ruptura
del odio hacia el antiguo régimen y la realización del gran sueño,
tan esperado durante tanto tiempo. Desde las profundidades del
alma y el espíritu rusos, cómo podría algo tan profundamente
arraigado, tan abrumador, contentarse con el derrocamiento del
zar y su sustitución por algún régimen liberal mediocre, encar-
nado en un Miliukov5, un Lvov6, o incluso un Kérenski7.

5 Pável Miliukov. Político ruso, líder y miembro destacado del Partido


Democrático Constitucional. Era favorable a la continuación de la gue-
rra, oponiéndose a la aplicación de reformas sociales y políticas hasta
que terminase la contienda, y contrario a una rápida reforma agraria.
Se refugió en el sur de Rusia y en 1921 se exilió en Francia.
6 Gueorgui Lvov. Fue el primer presidente del Gobierno Provisional

ruso establecido durante la Revolución de febrero de 1917. Su gobierno


fue incapaz de satisfacer las crecientes demandas radicales del grueso
de la población. Dimitió de su puesto y le sucedió Kérenski como pri-
mer ministro. Cuando los bolcheviques tomaron el poder, Lvov fue
arrestado, pero consiguió escapar y exiliarse en París.
7 Aleksandr Kérenski. Como ministro de justicia promulgó los dere-

chos civiles básicos y alcanzó gran popularidad entre los revoluciona-


rios, pero luego se negó a adoptar las medidas económicas y sociales
que le exigían los socialistas radicales. Prohibió el Partido Bolchevi-
que, al que acusaba de causar disturbios, pero los bolcheviques asu-
mieron el control de los soviets que surgían en toda Rusia, hasta con-
vertirse en un poder paralelo que escapaba al control del gobierno. Fue
incapaz de hacer frente al intento de golpe de estado del general Kor-
nilov, que los bolcheviques sofocaron haciéndose con el control del So-
viet de Petrogrado y de la mayoría de los soviets del país, y finalmente
tomaron por la fuerza el poder en Petrogrado, proclamando la revolu-
ción comunista, deponiendo al gobierno de Kérenski y nombrando un
Consejo de Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin. Kérenski se
exilió en París, donde dirigió publicaciones antibolcheviques.
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El régimen de Kérenski era un compromiso entre el socia-
lismo político y el liberalismo económico, ambos contrarios a la
Revolución y su promesa. Parece que el sueño de Kérenski fue
ver triunfar «la ley y el orden», dejando intactas las condiciones
sociales que la Revolución quería cambiar. Su régimen desem-
peñó el mismo papel que todos los gobiernos provisionales la-
vados temporalmente por una marea revolucionaria. Desde el
primer día de su aparición, proclaman el fin de la Revolución.
Toman posesión del poder; pero el poder, como todos los dioses,
no puede tolerar ningún otro dios a su lado. Partiendo de esta
premisa autocrática, el gobierno provisional en Rusia se convir-
tió inevitablemente en reaccionario, en un nuevo despotismo,
dispuesto a estrangular a la Revolución antes de que diera un
paso decisivo.
La poderosa conciencia revolucionaria del pueblo ruso no
podía pararse a causa del mando de un renegado. La Revolución
no se detendría porque el gobierno provisional intentara eva-
luar su marcha. Solamente golpeó más hondo y continuó con su
perseverante demanda. La Revolución, que logró vencer al régi-
men despótico de la época del zar, era improbable que se de-
rrumbara debido a los obstáculos que pondrían en su camino
los políticos como Kérenski. La Revolución Rusa ha triunfado
sobre las prisiones, Siberia y los cadalsos. No la han matado los
pogromos. El látigo, que cortó su carne profundamente, ha sido
incapaz de ahogar su espíritu. ¿Cómo, entonces, iba a ser domi-
nada por unos cuantos advenedizos del momento?
Para el pueblo ruso, la Revolución significa un cambio fun-
damental en las gestiones políticas y económicas de la vida.
Principalmente significa la confiscación de la tierra y de las
fuentes de producción a aquellos que se habían enriquecido con
ellas mientras mantenían a la gente en la pobreza. Los rusos han
empezado a darse cuenta de que las meras libertades políticas
no son duraderas; que nada se consigue a menos que se haya

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producido un cambio fundamental que respalde las ventajas po-
líticas recién obtenidas.
Todas las revoluciones precedentes fueron, a este respecto,
un instructivo ejemplo de advertencia para la Revolución Rusa.
Nunca fueron mucho más allá del cambio de gobierno. El pue-
blo derramó su sangre, pero no recibió más recompensa que el
viejo despotismo escondido bajo una nueva máscara de libera-
lismo hipócrita. El pueblo ruso tuvo la oportunidad de aprender
de las modernas repúblicas burguesas de Europa y de América.
Sí, se ha demostrado que en las repúblicas es mucho más fácil,
incluso más que en una monarquía, esclavizar a la gente, mental
y físicamente.
La nueva fase, la revolución bolchevique, eleva a Rusia de la
posición paralizante de una máquina meramente política, a una
fuerza económica potente y activa. En verdad, esta nueva fase
muestra cuán inagotable es la Revolución Rusa. ¡Cuántas veces ha
sido enterrada, y sin embargo cuántas veces ha resurgido! Tam-
poco es el fin, sino el comienzo de la verdadera Revolución Social.
El hecho de que un marxista tan extremista como Lenin, y
revolucionarios como Trotski y Kolontái, puedan trabajar junto
al gran número de rusos que no seguirán derramando su sangre
y desperdiciando sus vidas para la perpetuación de la guerra
mundial, demuestra que son impulsados, no por el dinero ale-
mán, sino por la necesidad psíquica interior que tiene la Revo-
lución Rusa de proclamar al resto del mundo el ultimátum de
«paz universal y la tierra para el pueblo». Por muy grandes que
sean los Lenin, los Trotski y los otros, no son más que el pulso
que late en la gente que, como decía con justicia Lincoln Stef-
fens, son los únicos héroes de Rusia. Están gastados y cansados
debido a las luchas eternas y el derramamiento de sangre. Quie-
ren la paz como un medio para volver a sí mismos, para regresar
a su tierra, para reconstruir su amada Matushka Rossiya8.

8 Madre Rusia.
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En medio de la confusión y los horrores de la guerra, la Re-
volución Rusa levanta en su poderoso brazo la antorcha para
iluminar el horizonte a todos los pueblos del mundo. Qué ironía
que la luz de la verdadera libertad y la justicia deba emanar de
un pueblo que hasta hace muy poco se consideraba la raza más
primitiva, ignorante e inculta, y medio asiática. Sin embargo, es
bueno para la Revolución Rusa que su pueblo haya permane-
cido primitivo. Por eso pueden afrontar los problemas de la vida
y de la existencia en un estado de mente sencilla, inmaculada e
incorrupta, con verdadero sentimiento y buen juicio. Después
de todo, la verdadera inteligencia es primitiva, porque se origina
en el interior del ser humano. No se produce a través de méto-
dos de educación externos y mecánicos. Es bueno para la Revo-
lución que su pueblo sea inculto, sin educación. Eso significa
que aún no han sido taladrados por la obediencia ciega, reduci-
dos a autómatas, a esclavos encogidos. Sería deseable que los
pueblos de otros países se hubieran mantenido tan primitivos e
ignorantes. Tendrían entonces coraje para el pensamiento inde-
pendiente y la acción revolucionaria libre.
La reivindicación del pueblo por la paz universal, como única
base para que se realice la Revolución, es la mayor victoria de
los tiempos modernos, una victoria que satisfará el anhelo, no
sólo del pueblo ruso, sino de todos los pueblos del mundo. De
ella debemos beber nueva esperanza y fuerza para el derroca-
miento de la tiranía y la opresión que han gobernado a la huma-
nidad por tanto tiempo. De ella debe surgir la nueva esperanza
de una fraternidad que pondrá fin a la guerra y al militarismo, y
que dará al mundo la libertad del espíritu y del cuerpo, la liber-
tad de la vida y las alegrías que proceden de la armonía social y
de la comprensión mutua de los pueblos de la tierra.

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LA VERDAD SOBRE LOS BOLCHEVIQUES9

Dedicado,
como mi última contribución antes de ir a prisión por dos años en
Jefferson City (Misuri), a los bolcheviques en Rusia en la estima de
su trabajo glorioso y por su inspiración en despertar el bolchevismo
en Estados Unidos.

NO OBSTANTE, es de suma importancia que el pueblo de Estados


Unidos comprenda el verdadero significado de los bolchevi-
ques, su origen y el trasfondo histórico que hace que su posición
y su desafío al mundo sea tan importante para las masas.
Bolcheviques es el plural de la palabra que designa a aquellos
revolucionarios de Rusia que representan los intereses de los
grupos sociales más numerosos, y que insisten en las máximas
demandas sociales y económicas para esos grupos.
En un Congreso Social Demócrata, que se celebró en 1903,
los revolucionarios radicales, impacientes por la tendencia cada
vez mayor de compromiso y reforma en el partido, organizaron
el ala bolchevique en oposición a los conocidos como menchevi-
ques, o el grupo satisfecho con moverse lentamente, ganando

9 Publicado originalmente como The Truth About the Bolsheviki, por

Mother Earth Publishing Association, New York, 1918. Tomado de


Anarchy Archives. [Editado y traducido por Semilla Negra |Anarquis-
mos|. Todas las notas son de la traductora, salvo que se indique lo con-
trario].
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reformas paso a paso. Nikolai Lenin10, y más tarde Trotski, fue-
ron los principales agentes de la separación, y desde entonces
han trabajado sin cesar para construir el partido bolchevique a
través de líneas revolucionarias directas, manteniendo, no obs-
tante, el razonamiento teórico marxista.
Luego vino el milagro de los milagros, la Revolución Rusa de
1917, que para los políticos de dentro y fuera de los diferentes
grupos socialistas significó el derrocamiento del zar y el estable-
cimiento de un gobierno liberal o cuasi-socialista. Lenin y Trotski,
junto con sus seguidores, supieron profundizar más en la natu-
raleza de la revolución, y por ello tuvieron la sabiduría de res-
ponder, no tanto a sus propias predilecciones teóricas, como a
las necesidades apremiantes del despertado pueblo ruso.
Por tanto, la Revolución Rusa es un milagro en más de un
aspecto. Entre otras paradojas extraordinarias presenta el fenó-
meno de los socialdemócratas marxistas, Lenin y Trotski, adop-
tando las tácticas revolucionarias anarquistas, mientras que los
anarquistas Kropotkin, Cherkesov11 y Chaikovski12 rechazan esas

10 Vladímir Ilich Uliánov adoptó el seudónimo «Lenin» en diciembre

de 1901, tomado, posiblemente del río Lena. En sus escritos tempra-


nos y alguna carta, usó muchos seudónimos, entre ellos «N. Lenin», y
surgió el error popular, sobre todo en occidente, de que la «N» signi-
ficaba «Nikolai». Incluso el presidente Ronald Reagan, en época tan
tardía como la década de 1980, se refería a él como «Nikolai Lenin».
11 Varlaam Cherkesov (1846-1925), político y periodista de Georgia

perteneciente al movimiento anarcocomunista, y posteriormente al


movimiento de liberación nacional georgiano. Fue un acérrimo crítico
de las ideas marxistas, así como entusiasta defensor del sindicalismo.
En 1903, fue uno de los oradores —junto a Piotr Kropotkin— que in-
tervino en la manifestación del 23 de junio en protesta por el pogromo
de Chisináu (Rusia), que congregó a 25.000 personas. Cofundador de
la Cruz Roja Anarquista junto a Kropotkin, Rudolf Rocker y Alexander
Shapiro.
12 Nikolái Chaikovski (1850-1926), revolucionario ruso antibolchevi-

que. Miembro del Partido Social Revolucionario. Fue uno de los pre-
cursores del movimiento cooperativo.
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tácticas y caen en el razonamiento marxista que durante toda su
vida repudiaron como «metafísica alemana».
La Revolución Rusa es realmente un milagro. Cada día de-
muestra cuán insignificantes son todas las teorías en compara-
ción con la realidad del despertar revolucionario del pueblo.
Los bolcheviques de 1903, aunque eran revolucionarios, se
adhirieron a la doctrina marxista relativa a la industrialización
de Rusia y a la misión histórica de la burguesía como un proceso
evolutivo necesario antes de que las masas rusas pudieran ca-
minar por sí mismas. Pero los bolcheviques de 1918 ya no creen
en la función predestinada de la burguesía. Las olas de la revo-
lución los han arrastrado hacia el punto de vista que, desde Ba-
kunin, sostienen los anarquistas: que cuando las masas se hacen
conscientes de su poder económico, crean su propia historia y
no necesitan estar sujetas a las tradiciones y los procesos de un
pasado muerto que —como los tratados secretos— se preparan
en una mesa redonda y no son dictados por la vida misma.
En otras palabras, los bolcheviques ahora representan no
sólo a un grupo limitado de teóricos sino a una Rusia renacida y
potente. Lenin y Trotski nunca hubieran alcanzado su impor-
tancia actual si tan sólo hubieran expresado fórmulas teóricas
claras y concisas. Sus oídos están cerca del latido del pueblo
ruso, que, aunque todavía inarticulado, sabe registrar sus demandas
mucho más poderosamente a través de la acción. Eso, sin em-
bargo, no disminuye la importancia de Lenin, Trotski y otras fi-
guras heroicas que asombran al mundo por su personalidad, su
visión profética y su intenso espíritu revolucionario.
No hace tanto tiempo que Trotski y Lenin fueron acusados
de ser agentes alemanes trabajando para el káiser. Sólo aquellos
que todavía están bajo la influencia de las mentiras de los perió-
dicos, que no saben nada sobre estos dos hombres, creen tales
acusaciones. Por cierto, es bueno tener en cuenta que no hay nada
tan despreciable y mezquino como llamar a un hombre «agente
alemán» porque se niega a creer en la grandilocuente frase

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«hacer un mundo seguro para la democracia», con la democracia
azotada en Tulsa13, linchada en Butte14, silenciada en prisión, ul-
trajada de muchas maneras y desterrada de nuestras costas.
Lenin y Trotski no necesitan defensa. Sin embargo, es bueno
llamar la atención de los crédulos —que dicen que la prensa «no
puede mentir»— sobre el hecho de que cuando Trotski estaba
en Estados Unidos vivía en una casa de apartamentos barata y
era tan pobre que apenas tenía lo suficiente para vivir. Para que
quede claro, se le ofreció una cómoda posición en uno de los
exitosos diarios judíos socialistas, a condición de que apren-
diera a transigir y frenar su celo revolucionario. Trotski prefirió
la pobreza y el derecho a conservar su autoestima; había ganado
tanto como «agente alemán» que cuando decidió regresar a

13 En 1917 se arrojó una bomba en la casa de un magnate del petróleo


de Tulsa, que salió ileso. Según la policía, se trataba de un complot
para destruir las propiedades de las compañías petrolíferas. El perió-
dico Tulsa World dijo que tenía pruebas de la implicación de la IWW
(Industrial Workers of the World), y pidió que se internara a sus
miembros en campos de concentración o que se les linchara. La poli-
cía, sin mandato judicial, asaltó las oficinas de la IWW. No encontraron
material incriminatorio, pero arrestaron a once personas bajo el cargo
de vagancia y los encarcelaron. En el juicio no consiguieron relacio-
narlos con la bomba, pero los acusaron, junto a cinco testigos de la
defensa, de no tener el Liberty Bond (un bono de guerra que se vendía
para apoyar la causa aliada en la I Guerra Mundial; comprarlo era sím-
bolo de patriotismo). Cuando la policía conducía a la cárcel a los die-
ciséis hombres, fueron rodeados por los Knights of Liberty (del Ku
Klux Klan), con la aquiescencia de la policía. Los llevaron a las monta-
ñas, los torturaron, les advirtieron que no volvieran a Tulsa y los aban-
donaron. Continuaron los arrestos y los asaltos, así como los ataques
de la prensa, sobre todo después de las noticias sobre la revolución
bolchevique en Rusia. Alimentada por la prensa, la histeria anti IWW
se extendió a otras ciudades.
14 A pesar de que la IWW había moderado públicamente su oposición a

la guerra, la prensa y el gobierno de los EE.UU. pusieron a la opinión


pública en contra de la IWW. Frank Little, el miembro más activo en
declarase contra la guerra, fue linchado en Butte, Montana, en agosto
de 1917, cuatro meses después de que fuera declarada.
| 18
Rusia, al principio de la Revolución, sus amigos tuvieron que
hacer una colecta para pagarle el viaje.
En cuanto a Lenin, toda su vida ha sido una larga e intermi-
nable lucha por Rusia. De hecho, heredó sus ideales revolucio-
narios. Su propio hermano fue ejecutado por orden del zar. Por
eso Lenin tiene una razón, tanto personal como universal, para
odiar la autocracia y dedicar su vida a la liberación de Rusia.
¡Qué absurdo es acusar a un hombre como este de simpatizar
con el imperialismo alemán! Pero incluso los ruidosos acusado-
res de Lenin y Trotski están asombrados ante sus personalida-
des poderosas y la integridad incorruptible de estas grandes fi-
guras de la Revolución.
En cierto sentido, no es de extrañar que se comprenda tan
poco a los bolcheviques en Estados Unidos. La Revolución Rusa
sigue siendo un enigma para la mente estadounidense. Sin ras-
tro de sentimiento por sus propias tradiciones revolucionarias y
siempre postrado ante la majestad del Estado, el estadouni-
dense medio ha sido entrenado para creer que la Revolución no
tiene justificación en su propio país, y que en la «Rusia más os-
cura» [la revolución] solo tiene el propósito de deshacerse del
zar, a condición de que se haga de manera caballerosa y con res-
petuosas disculpas al autócrata. Y creen, además, que en el mo-
mento en que se establezca un gobierno estable como el nuestro,
el pueblo ruso debería «ponerse detrás del presidente».
Imaginemos, pues, la sorpresa, cuando el pueblo ruso, des-
pués de expulsar al zar, destruyó el trono, y envió a los «libera-
les» Miliukov y Lvov, e incluso al socialista Kérenski, en la misma
dirección que el zar. Y luego, como culminación, llegan los bol-
cheviques, que declaran contra el rey y el amo. Eso es demasiado
para la mente democrática de los estadounidenses.
Afortunadamente para Rusia, su pueblo nunca ha gozado de
las bendiciones de la democracia, con sus valores instituciona-
lizados, legitimados y clasificados en educación y cultura; todos

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esos valores están «hechos a máquina y se enmarañan en cuanto
tiras del primer nudo»15.
Los rusos son un pueblo literal, con una mente intacta, no
corrompida. La Revolución nunca ha significado para ellos una
mera escena política cambiante, el derrocamiento de un autó-
crata por otro. Al pueblo ruso se le ha enseñado durante casi
cien años —no por inútiles maestros en escuelas aburridas y li-
bros de texto obsoletos, sino por sus grandes mártires revolu-
cionarios, los espíritus más nobles que el mundo jamás haya co-
nocido— que la Revolución significa un cambio fundamental en
lo social y lo económico, algo que tiene sus raíces en las necesi-
dades y esperanzas del pueblo y que no terminará hasta que los
desheredados de la tierra aprendan a valerse por sí mismos. En
una palabra, el pueblo ruso vio en el derrocamiento de la auto-
cracia el principio y no el final de la Revolución.
Más que la tiranía del zar, el mujik16 odiaba la tiranía del re-
caudador de impuestos enviado por el terrateniente para robarle
su última vaca o caballo —y finalmente la tierra misma—, o para
azotarle y llevarlo a prisión cuando no podía pagar sus impues-
tos. ¿Qué significaba para el mujik que el zar hubiera sido ex-
pulsado de su trono, si su enemigo directo, el Barin (amo), to-
davía poseía la clave de la vida, la tierra? Matushka Zemlya
(Madre Tierra, Mother Earth) es el apodo cariñoso que tiene la
lengua rusa para referirse a la tierra. Para el ruso, la tierra lo es
todo, dadora de vida y gozo, la que alimenta, la amada Ma-
tushka (Madrecita).
La revolución rusa no significa nada para él a menos que se
establezca un plan por la tierra, y que el capitalista, el derrocado

15Referencia a un comentario de Mrs. Alving, un personaje de «Espec-


tros», de Ibsen. Cuando Emma Goldman, unos años después, pudo vi-
sitar Rusia y ver con sus propios ojos el desastre, utilizó esta misma
expresión, pero en ese caso dirigida contra el gobierno bolchevique.
16 Se aplica al campesino ruso que no poseía propiedades, general-

mente antes del año 1917. Antes de que se realizaran, en 1861, las re-
formas agrarias en Rusia, los mujiks eran siervos.
| 20
terrateniente, siga el camino de su socio el destronado zar. Eso
explica los antecedentes históricos de los bolcheviques, su justi-
ficación social y económica. Sólo son poderosos porque repre-
sentan al pueblo. En el momento en que dejen de hacerlo, se
irán, como tuvieron que irse el Gobierno Provisional y Kérenski.
Porque el pueblo ruso nunca estará contento, ni desaparecerá el
bolchevismo, hasta que la tierra y los medios de vida sean la he-
rencia de los hijos de Rusia. Por primera vez en siglos, han de-
cidido que serán escuchados, y que sus voces llegarán, no al co-
razón de las clases gobernantes —ellos saben que éstos no
tienen corazón—, sino al anhelo de los pueblos del mundo, in-
cluido el pueblo de los Estados Unidos. Ahí radica la profunda
importancia y significación de la Revolución Rusa, tal como lo
explican los bolcheviques.
Partiendo de la premisa histórica de que todas las guerras
son guerras capitalistas y de que las masas no tienen ningún in-
terés en fortalecer los designios imperialistas de sus explotado-
res, es perfectamente coherente que los bolcheviques insistan
en la paz y exijan que no haya indemnizaciones ni anexiones in-
volucradas en esa paz.
Para empezar, Rusia ha sido desangrada en una guerra orde-
nada por el sangriento zar. ¿Por qué deberían seguir sacrificando
su fuerte vitalidad, que podría emplearse en un mejor propósito
para la reconstrucción de Rusia? ¿Para hacer un mundo seguro
para la democracia? ¡Qué farsa! ¿Acaso las llamadas democra-
cias no ataron su diosa al látigo de la autocracia rusa, perdiendo
así las simpatías del pueblo ruso? ¡Cómo se atreven a quejarse
de que Rusia desee la paz, ahora que se ha quitado de la espalda
el peso de siglos de opresión!
¿Son los Aliados realmente sinceros cuando alardean de la
democracia? ¿Por qué, entonces, no reconocieron la Revolución
Rusa antes de que los «terribles bolcheviques» se hicieran cargo
de su dirección? Inglaterra, la famosa libertadora de las nacio-
nes pequeñas, con India e Irlanda en sus garras, no quiso saber

| 21
nada de la Revolución. Francia, que fue la cuna de la libertad,
rechazó al delegado ruso en su Conferencia. Es cierto que Esta-
dos Unidos reconoció a la Rusia Revolucionaria, pero sólo por-
que tenía la esperanza que de que Miliukov o Kérenski siguieran
en el poder. Bajo tales circunstancias, ¿por qué ayudaría Rusia
a continuar la guerra?
Sin embargo, no es esa la razón por la que los bolcheviques
insisten en la paz. Es porque nada vital o productivo se puede
construir durante la guerra, y el pueblo ruso está ansioso por
construir, por crear, por fundar una Rusia nueva, libre y rica.
Para eso necesitan la paz; y sobre todas las demás consideracio-
nes, los bolcheviques quieren ayudar a conseguir la paz a los de-
más pueblos, que, como ellos, nunca quisieron la guerra.
Los bolcheviques ya han enseñado al mundo la lección de que
son los propios pueblos quienes deben iniciar las negociaciones
de paz. La paz no se puede declarar en nombre de aquellos que
hacen las guerras y obtienen beneficio. Esa es una de las contri-
buciones más importantes que los bolcheviques han hecho al
progreso mundial. Además, sostienen que esas negociaciones
deben hacerse abiertamente, con franqueza y con el pleno con-
sentimiento de los pueblos representados. No actuarán con in-
trigas diplomáticas secretas que traicione a los pueblos, lleván-
dolos a un desastre irreparable.
Sobre esta base, los bolcheviques invitaron a las otras poten-
cias a participar en la Conferencia General de Paz celebrada en
Brest-Litovsk. Su sugerencia fue recibida con desprecio. El alarde
democrático de los Aliados, cuando se puso a prueba, dejaba
mucho que desear. La traición de los Aliados al abandonar al
pueblo ruso justifica que los bolcheviques hagan una paz por se-
parado. No son culpables cuando anuncian una paz por sepa-
rado después de haber sido repudiados por los Aliados.
Los bolcheviques no son menos fuertes por haber sido aban-
donados. Fue Trotski quien expresó la influencia moral de los
bolcheviques en la aparente paradoja: «Nuestra debilidad será

| 22
nuestra fuerza». Débiles en lo que se refiere a los instrumentos
de una autocracia, los bolcheviques se ven fortalecidos por un
propósito revolucionario común. El sencillo corazón ruso desea
actuar con honestidad en la mesa de paz, y eso tendrá más in-
fluencia en la opinión moral del mundo que toda la connivencia,
las evasivas y la hipocresía de los cultos diplomáticos.
Los bolcheviques exigen que se rechacen las obligaciones e
indemnizaciones contraídas por las demás clases gobernantes.
¿Por qué deben cumplir con las obligaciones del zar? El pueblo
no ha contraído esas obligaciones; no se ha comprometido con
los otros países en guerra; nunca se les consultó si debían ser
masacrados, como tampoco se consultó al pueblo estadouni-
dense. ¿Por qué deberían soportar el peso del castigo por los crí-
menes de un autócrata? ¿Por qué deberían hipotecar a sus hijos,
y a los hijos de sus hijos, con préstamos e indemnizaciones de
guerra? Dicen que los enemigos del pueblo son los responsables
de los acuerdos o contratos que realicen, y no el pueblo. Si el zar
se comprometió con otros países, le deberían pedir cuentas a él
y hacerlo responsable de lo que prometió. Pero las personas que
no fueron consultadas en un principio, que han luchado, san-
grado y sacrificado sus vidas durante tres años y medio, dicen
que sólo pagarán las deudas contraídas por ellos mismos, con
su conocimiento, con su entendimiento, y para un propósito que
ellos hayan aprobado. Estas son las únicas deudas de guerra,
préstamos de guerra e indemnizaciones de guerra que preten-
den pagar.
Los bolcheviques no tienen proyectos imperialistas. Sus pla-
nes son libertarios, y aquellos que entienden los principios de la
libertad no quieren anexionar a otros pueblos y otros países. De
hecho, el verdadero libertario ni siquiera quiere anexionar a otros
individuos, porque sabe que mientras una sola nación, un pue-
blo o un individuo estén esclavizados, también él está en peligro.
Por eso los bolcheviques exigen una paz sin anexiones y sin
indemnizaciones. No se sienten éticamente llamados a cumplir

| 23
con las obligaciones contraídas por el zar, el káiser u otros caba-
lleros imperialistas.
Se ha acusado a los bolcheviques de traicionar a los Aliados.
¿Cuándo se ha preguntado al pueblo ruso si querían unirse a los
Aliados? Los bolcheviques, como comunistas, como hombres
que se adhieren con toda la pasión e intensidad de su ser al prin-
cipio del internacionalismo, declaran: «Nuestros aliados no son
los gobiernos de Inglaterra, Francia, Italia o Estados Unidos,
nuestros aliados son el pueblo inglés, el francés, el italiano, el
estadounidense y el alemán. Ellos son nuestros únicos aliados y
nunca los traicionaremos, nunca los engañaremos. Queremos
ayudarles, pero nuestros aliados son los pueblos del mundo, no
las clases gobernantes, ni los diplomáticos, ni los primeros mi-
nistros, ni los caballeros que hacen la guerra». Esa es la posición
de los bolcheviques en este momento. Lo han demostrado en las
últimas semanas, cuando vieron que los términos de paz de los
alemanes implicaban la esclavitud y la dependencia de otros
pueblos. Dijeron: «Queremos la paz, pero si pedimos la paz para
nosotros es porque estamos seguros de que esto inducirá a otros
pueblos del mundo a exigir y hacer la paz, tanto si las clases go-
bernantes lo quieren como si no».
Trotski, en una carta al «Ciudadano Embajador» de Persia,
dijo: «El acuerdo anglo-ruso de 1907 estaba dirigido contra la
libertad y la independencia del pueblo persa y, por lo tanto, es
nulo y queda sin efecto para siempre. Además, denunciamos to-
dos los acuerdos anteriores y posteriores a dicho acuerdo que
puedan restringir el derecho del pueblo persa a una existencia
libre e independiente».
Se acusa a los bolcheviques de tomar posesión de la tierra.
Esta es una imputación terrible si se cree en la propiedad pri-
vada. Se considera el mayor crimen de todos aquel que atenta
contra las posesiones privadas. La matanza humana se puede
justificar, pero la santidad de las posesiones privadas es invio-
lable. Afortunadamente, los bolcheviques han aprendido del

| 24
pasado. Saben que las revoluciones pasadas fracasaron porque
las masas no tomaron posesión de los medios de vida.
Los bolcheviques han hecho otra cosa terrible: han tomado
posesión de los bancos. Ellos han recordado que, durante la Co-
muna de París, cuando las mujeres y los niños estaban mu-
riendo de hambre en las calles, los comuneros estúpidamente
enviaron a sus camaradas a proteger el Banco de Francia, y
luego el gobierno francés utilizó los fondos del banco para pagar
a Bismark a cambio de los 500.000 prisioneros de guerra ale-
manes que marcharon a París, y ahogaron la Comuna en la san-
gre de 30.000 trabajadores franceses.
En ese momento, en 1871, la burguesía francesa no tenía la
menor objeción al uso de armas alemanas para matar al pueblo
francés: «el fin justifica los medios», es lo que la burguesía —ahora
y entonces— no vacila en utilizar para conservar su supremacía.
Los bolcheviques son apasionados estudiantes de historia.
Saben que las clases dominantes preferirían incluso al zar o al
káiser antes que la Revolución. Saben que, si la burguesía pu-
diera retener la riqueza robada al pueblo en forma de tierra y
dinero sobornarían al diablo para salvarse de la Revolución, y el
pueblo, hambriento e indigente, sucumbiría a ese cruel acuerdo.
Por eso los bolcheviques tomaron posesión de los bancos y
están instando a los campesinos a confiscar la tierra. No tienen
ningún deseo de devolver al Estado los bancos y la tierra, la ma-
teria prima y los productos del trabajo. Ellos quieren poner to-
dos los recursos naturales y la riqueza del país en las manos del
pueblo para su posesión y uso en común, porque el pueblo ruso
es comunista por instinto y tradición, y no tiene ni la necesidad
ni el deseo de un sistema competitivo.
Los bolcheviques están haciendo realidad todo lo que mu-
chas personas han soñado, esperado, planeado y discutido en
público o en privado. Están construyendo un nuevo orden social
que los hará salir del caos y los conflictos que ahora afrontan.

| 25
¿Por qué muchos revolucionarios rusos se oponen a los bol-
cheviques? Algunos de los mejores hombres y mujeres en Rusia,
como nuestra amada Babushka Breshkovskaia17, Piotr Kropotkin
y otros, son contrarios a los bolcheviques. Esto se debe a que
estas buenas personas han sido atraídas por el glamur del libe-
ralismo político representado por la Francia republicana, la In-
glaterra constitucional y la Norteamérica democrática. Por des-
gracia, todavía no se dan cuenta de que la línea de separación
entre liberalismo y autocracia es puramente imaginaria, la única
diferencia es que las personas bajo una autocracia saben que es-
tán esclavizadas y aman la libertad hasta el punto de luchar y
morir por ella, mientras que la gente en una democracia se ima-
gina que son libres y están contentos en su esclavitud.
Los revolucionarios rusos que se oponen a los bolcheviques
pronto se darán cuenta de que los bolcheviques representan los
principios más fundamentales, trascendentales y universales de
la libertad humana y el bienestar económico.
Podría preguntarse, ¿qué harían los bolcheviques si se les
opusieran todos los demás gobiernos? No es improbable que si
los bolcheviques consiguen completar el poder económico y so-
cial en Rusia, los gobiernos coordinados podrían hacer causa co-
mún con el imperialismo alemán para aplastar a los bolcheviques.
Se puede predecir con claridad que los elementos imperialistas se
unirían a la burguesía para derrotar a la Revolución Rusa.
Los bolcheviques están atentos a estos peligros y están utili-
zando las medidas más eficaces para combatirlos. Su influencia
en el proletariado de Alemania y Austria es incalculable. Los pri-
sioneros de guerra alemanes que regresan llevan el mensaje del
bolchevismo a las trincheras y los cuarteles, a los campos y fá-
bricas, despertando al pueblo al único poder que puede aplastar

17 Ekaterina K. Breshkovskaia, revolucionaria rusa, veterana socialista,

fundadora del Partido Social Revolucionario y miembro de su fracción


conservadora, conocida también como «la abuela de la revolución» o
simplemente babushka.
| 26
la autocracia. El trabajo educativo de los bolcheviques entre el
pueblo alemán está comenzando a dar sus frutos. En realidad,
ya han cumplido cien veces más que toda la charlatanería de los
Aliados sobre la necesidad de extender la revuelta en los Impe-
rios Centrales.
Incluso si los bolcheviques fracasaran en llevar a cabo su ma-
ravilloso sueño —sus ideas y su paz universal, tratando de aliarse
con todos los pueblos oprimidos del mundo, exigiendo que la
tierra se entregue a los campesinos y que los trabajadores que
producen la riqueza del mundo gocen de las cosas que produ-
cen—, el mismo hecho de existir y exigir, debe ejercer tal in-
fluencia sobre el resto del mundo que los seres humanos nunca
volverán a conformarse, a estar tan resignados y ser tan comu-
nes como lo eran antes de que los bolcheviques hicieran su apa-
rición en el horizonte de la vida humana.
Esta es la parte que los bolcheviques están desempeñando en
nuestras vidas, en las vidas de los alemanes, los franceses y to-
dos pueblos de la tierra. Nunca volveremos a ser los mismos,
porque en cualquier circunstancia, en los momentos de deses-
peración, de pesimismo, en los que creamos que todo se ha per-
dido, nos volveremos hacia Rusia y contemplaremos la Gran Es-
peranza resucitada, encarnada, deshaciendo la oscuridad que ha
llenado nuestros corazones con el odio hacia nuestros herma-
nos, que ha paralizado nuestras mentes y encadenado nuestros
miembros, doblado nuestras espaldas y castrado nuestras vo-
luntades.
Los bolcheviques han venido a desafiar al mundo, que ya
nunca podrá descansar en su vieja y sórdida indolencia. Debe
aceptar el desafío. Ya ha sido aceptado en Alemania, en Austria
y Rumanía, en Francia e Italia, sí, incluso en Estados Unidos. Al
igual que la súbita luz del sol, el bolchevismo se está exten-
diendo por todo el mundo, iluminando la gran Visión y trans-
formándola en una Nueva Vida de fraternidad humana y bie-
nestar social.

| 27
EL ANIQUILAMIENTO DE LA REVOLUCIÓN RUSA1

PREFACIO

por William C. Owen2

EMMA GOLDMAN, anarquista, ha sido durante unos treinta años


casi un nombre de dominio público en los Estados Unidos.
Dudo que ninguna otra mujer haya sido tan conocida, y tengo la
seguridad de que ninguna fue bendecida con tantos ardientes
amigos y encarnizados enemigos. Una oradora que habitual-
mente hacía que las multitudes, compuestas de todas las clases,
se reunieran para escucharla; una conferenciante que recorría
el país sin cesar, vendiendo gran cantidad de literatura a la que

1 Artículos publicados en The World (New York) en 1922. Reimpreso


bajo el título: The crushing of the Russian Revolution, by Emma Gold-
man. London: Freedom Press, 1922, que es el texto que hemos usado
para esta edición. Existe una edición en castellano con el título: «Dos
años en Rusia. Diez artículos publicados en The World», traducidos y
editados por la revista Aurora, 1923, editor José J. de Olañeta, 1978.
[Editado y traducido por Semilla Negra |Anarquismos|. Todas las no-
tas son de la traductora, salvo que se indique lo contrario].
2 William C. Owen (1854-1929). Anarquista angloestadounidense, es-

tudió Derecho en Londres, pero lo dejó porque en conciencia no podía


dedicarse a una profesión que sostenía la autoridad y el privilegio con-
tra los derechos del pueblo. En 1882 emigra a EEUU y se une al movi-
miento anarquista en California; más tarde se relaciona con Ricardo
Flores Magón y la Revolución mexicana, editando la sección en inglés
del periódico Regeneración. Apoyó a Kropotkin en sus posiciones so-
bre la guerra. Colaboró en la publicación Freedom y en Mother Earth,
la revista de Emma Goldman. En 1916 se marcha definitivamente a
Inglaterra, donde continuó vinculado con el movimiento sindical y pa-
cifista escribiendo para la prensa radical.
| 29
se aferraban por instinto los mentalmente vivos y espiritual-
mente descontentos; editora durante años de Mother Earth,
una revista dedicada en exclusiva al anarquismo; involucrada
repetidas veces, y a menudo muy a su pesar, en importantes con-
flictos laborales; atacada por las autoridades de forma perió-
dica, condenada con dureza y finalmente deportada, tal perso-
nalidad estaba destinada a llamar la atención, a ser amada y
odiada, aplaudida en los cielos y detestada como la encarnación
de todo lo más despreciable y vil.
Puedo decir que Emma Goldman, como la conozco desde
hace años, es muy humana; firme en sus opiniones, ardiente en
sus simpatías, inquietamente activa, casi increíblemente tenaz,
una luchadora admirable cuando se ve obligada a pelear, pero
demasiado experimentada y perspicaz como para perturbar a la
justicia. Su vida ha sido tormentosa, y no podría haber sido de
otra manera; porque, en el fondo, ella es enemiga de la violencia
en todas sus formas. Como todos los anarquistas, su único ideal
es la cooperación pacífica; pero ese ideal no puede integrarse
pacíficamente en la estructura social actual. Hemos nacido en
una sociedad saturada del espíritu de coacción, basada en la ca-
pacidad de violentar, y ciega a la existencia de los derechos na-
turales, inalienables e individuales de la vida. A todo lo que no-
sotros, los anarquistas, nos oponemos de forma categórica.
Rechazamos, con desprecio moral e intelectual, cada filosofía,
cada sistema, cada esquema que pisotea los derechos de la vida
individual. ¿Qué paz, entonces, puede haber para nosotros?
No quiero escribir ningún elogio, porque creo que los elogios
siempre son falsos, complacen la debilidad humana y son des-
preciables. Además, yo mismo he estado en desacuerdo con
Emma Goldman demasiado a menudo como para estar autori-
zado a colocarla en un pedestal. Sin embargo, digo esto. Ella ha
hecho por nuestro movimiento, y por la causa de los deshereda-
dos de todo el mundo, contribuciones duraderas y de gran valor.
Ha sido muy audaz, enfrentando valientemente los problemas

| 30
de la vida, examinándolos con pasión y desde muchos y amplios
puntos de vista, y manteniéndose leal a sus conclusiones. Eso es
todo. «Pero por encima de todo, nunca te mientas a ti mismo;
pues de esto se sigue, como la noche al día, que no serás falso
con hombre alguno»3.
Emma Goldman es, sin lugar a duda, una oradora, pero tam-
bién es una excelente negociadora. Sabe cómo hacer que las co-
sas funcionen a gran escala, y tiene la perseverante energía ne-
cesaria para que sigan funcionando. Personalmente, me parece
una gran cosa. Siempre soy consciente de la brecha que separa
a aquellos que sólo anhelan hacer y aquellos que lo hacen. Apre-
cio mucho ese algo indefinible que nos permite decir con segu-
ridad de alguien: «No puedes derrotarlo». No se derrota a Emma
Goldman. Sin duda, las autoridades de los Estados Unidos ima-
ginaron, cuando la deportaron a Rusia por su oposición al re-
clutamiento, que su carrera había terminado. Tal y como están
las cosas, cientos de miles de estadounidenses han estado le-
yendo a diario lo que ella piensa de la Revolución Rusa.
Desearía poder trasplantar al movimiento en Inglaterra al-
gunas de las cualidades que he tratado de describir. Si Emma
Goldman pudiera ser trasplantada a estas costas, le daría la
bienvenida con alegría; cualquier vida que aún sea entusiasta y
todavía se mantenga firme en un propósito elevado, debería en-
contrar siempre una bienvenida. Así las cosas, solo puedo inten-
tar, en estas pocas líneas, presentar al público británico uno de
sus muchos escritos.

3Palabras que le dice Polonio a su hijo Laertes en la obra «Hamlet» de


Shakespeare, acto 1, escena III.
| 31
INTRODUCCIÓN
Estocolmo, 1 marzo 1922

DURANTE MIS DOS AÑOS EN RUSIA, aparecieron repetidamente en


la prensa estadounidense artículos que pretendían ser entrevis-
tas conmigo. Algunos decían que me había reformado, que ya
no creía en la revolución, y que había llegado a ver que un Go-
bierno era necesario. Incluso hubo un diario que contó la histo-
ria sensacionalista de que había puesto una bandera estadouni-
dense en mi cuarto, a la cual —decía— le había erigido un altar.
En resumen, que me había convertido en una maestra de es-
cuela dominical, que estaba arrepentida y purgaba mis pecados
contra el gobierno estadounidense.
Por supuesto, todo esto es un absoluto disparate. Nunca he
estado más convencida de la verdad de mis ideas, nunca en mi
vida he tenido más pruebas de la lógica y justicia del Anar-
quismo. Y no concedí entrevista alguna por la sencilla razón de
que me llevó más de un año posicionarme sobre la trágica situa-
ción de Rusia. Creía entonces, y lo sigo creyendo, que el problema
ruso es demasiado complejo para hablar de él a la ligera. Por eso
me parecen superficiales la mayoría de los libros escritos por
personas que estuvieron en Rusia unas pocas semanas o meses.
Mientras yo misma anduviera a tientas en la oscuridad, ja-
más publicaría mi opinión definitiva. Y aun cuando hubiese po-
dido hablar con autoridad, no lo habría hecho con los periodis-
tas. Consideré necesario guardar silencio mientras las fuerzas
imperialistas aliadas tuvieran cercada a Rusia. Pero, aunque no
fuera así, treinta años de experiencia con periodistas no me han
convencido de su veracidad, aunque desde luego, haya excep-
ciones.

| 32
Sin embargo, ahora ha pasado el tiempo del silencio. Por
tanto, quiero contar mi historia. No me olvido de las dificultades
que se me presentan. Sé que tergiversarán mis palabras los reac-
cionarios, los enemigos de la Revolución Rusa, que seré censu-
rada por los que se dicen sus amigos, quienes persisten en con-
fundir el partido que gobierna Rusia con la Revolución. Por eso
considero necesario concretar claramente mi posición con res-
pecto a ambos.
Hace cuatro años el gobierno de Estados Unidos me convirtió
en una delincuente, me robó mi hogar y mi corazón, y en la os-
curidad de la noche me obligó a salir del país. Y todo ello porque
alcé mi voz contra la Guerra Mundial. Tenía que llamar la aten-
ción sobre el cataclismo que llegaría cuando la guerra desper-
tara, sobre la destrucción y la ruina, sobre la espantosa pérdida
de vidas. Ese fue mi crimen.
Ahora, muchos expartidarios de la guerra se han dado cuenta
de que todos los que no nos dejamos arrastrar por el huracán
bélico teníamos razón, pues la guerra fue creada, respaldada y
financiada por los charlatanes y sus víctimas, para el beneficio
de los señores de la guerra. La «guerra por la democracia», la
«guerra para acabar con la guerra», ha sumergido al mundo en-
tero en un verdadero infierno.
Con la mueca de la muerte en sus labios, el Rey Hambre4 acecha
todas las tierras, mientras que aquellos que se han hecho ricos
y poderosos a costa de los despojos de la carnicería humana, rin-
den pleitesía al más poderoso de los reyes. Y no contentos con
la matanza de millones de personas y la mitad de la tierra devas-
tada, han encerrado al mundo en una fortaleza, en un calabozo

4 El rey Hambre, Leonid Andréiev (1871–1919). Sombrío drama sim-

bólico donde se presenta al hambre y la opresión como las fuerzas con-


ductoras de las revueltas, y muestra la desesperación y desilusión de
los intelectuales rusos tras el trágico fracaso de la Revolución y los des-
manes bolcheviques.
| 33
político, en donde las libertades del pueblo —ganadas durante
siglos de lucha— yacen ahora encadenadas y vulneradas.
Los democráticos Estados Unidos, en otro tiempo «Tierra de
la Libertad, hogar de los valientes»; Inglaterra, antiguo refugio
para los rebeldes del mundo; Francia, la cuna de la Libertad, y
muchos países menores, ¿qué son ahora sino desiertos espiri-
tuales, con sus antes hospitalarias puertas, cerradas y selladas?
Solamente los rugidos y las maldiciones de las multitudes de
desempleados y los gritos de los líderes políticos y los obreros
encarcelados perturban el silencio en el cementerio del pensa-
miento y las ideas.
Ciertamente, los señores de la guerra pueden estar orgullo-
sos de su obra. Han tenido éxito en su conspiración. Han plan-
tado firmemente su talón de hierro sobre el cuello de los pueblos
del mundo. Han triunfado. Pero no del todo. Ahí está Rusia.
Esta pareja inseparable —altas finanzas y militarismo— no
contaron con la Revolución Rusa. Qué «indecencia» la del pue-
blo ruso atreverse a encender una contienda que muy bien po-
dría haber hecho que la Revolución prendiera en el mundo en-
tero precisamente cuando crecían los beneficios de la guerra y
el imperialismo estaba tan seguro de su completo triunfo. Algo
había que hacer para aniquilar esa «desvergüenza» que es la Re-
volución Rusa.
Durante la guerra contra Alemania, los hipócritas eslóganes
decían: «No combatimos contra el pueblo alemán, sino contra
el militarismo y el imperialismo alemán». Y la misma afirmación
hipócrita se oía durante la terrible cruzada contra la Revolución
Rusa: «No luchamos contra el pueblo ruso, sino contra los bolche-
viques; ellos instigaron la revolución y deben ser exterminados».
Y la marcha contra Rusia comenzó. Los intervencionistas
asesinaron a millones de rusos, el bloqueo hizo perecer de ham-
bre y frío a cientos de miles de mujeres y niños, y Rusia se con-
virtió en un vasto páramo de agonía y desesperación. Se aplastó
la Revolución Rusa y el fortalecimiento del régimen bolchevique

| 34
fue enorme. Este es el resultado neto de cuatro años de conspi-
ración imperialista contra Rusia.
¿Cómo pudo ocurrir tal cosa? Es muy sencillo. El pueblo ruso,
que fue el único que en verdad hizo la revolución y que estaba
determinado a defenderla a toda costa de los intervencionistas,
estaba demasiado ocupado en los numerosos frentes abiertos
para prestar atención a los enemigos internos de la Revolución.
Y mientras los obreros y los campesinos rusos morían heroica-
mente, este enemigo interno tenía cada vez más poder. Lentos
pero seguros, los bolcheviques construyeron un Estado centra-
lizado que destruyó a los soviets y aplastó la revolución, un Es-
tado que hoy puede muy bien ser comparado en despotismo y
burocracia con cualquiera de los grandes Poderes del mundo.
De mi estudio y observación durante dos años, tengo la cer-
teza de que, si no hubiese estado continuamente amenazado
desde el exterior, el pueblo ruso pronto se hubiera dado cuenta
del peligro interno y habría sabido cómo hacerle frente, como se
hizo con los Kolchak5, los Denikin y el resto de ellos. Libre de los
ataques contrarrevolucionarios imperialistas, el pueblo pronto
hubiera comprendido las verdaderas tendencias del Estado Co-
munista, su absoluta ineficacia e incapacidad para reconstruir
la Rusia en ruinas.
Y entonces, las mismas masas de trabajadores habrían infun-
dido nueva vida en las paralizadas energías sociales del país. ¿Se

5 Aleksandr Kolchak (1874-1920), caudillo del Movimiento Blanco

(contrarrevolucionarios) durante la guerra civil rusa. Se hizo con el


poder en Novosibirsk e intentó constituir un gobierno independiente
antibolchevique apoyado por británicos y franceses, que le enviaron
asesores militares para crear un poderoso ejército contrarrevoluciona-
rio. Kolchak preparó una gran ofensiva contra el poder soviético, con-
tando con la ayuda directa de los Estados Unidos y demás potencias
de la Entente. El plan fracasó, y a finales de 1919, rodeado por las topas
bolcheviques, tuvo tiempo de dimitir y transferir el mando de sus tro-
pas a Antón Ivánovich Denikin (quien acabó muriendo en el exilio es-
tadounidense). Al final fue capturado, juzgado por un tribunal bolche-
vique y condenado a muerte en febrero de 1920.
| 35
habría equivocado el pueblo y cometido los mismos errores que
los bolcheviques? Sin duda que sí. Pero al mismo tiempo habría
aprendido a depender de sus propias fuerzas e iniciativa, que es
lo único que podría haber salvado la Revolución.
Y la Revolución Rusa, el suceso más grande en siglos, se ha
perdido por culpa de la criminal estupidez de algunos exrevolu-
cionarios que pidieron la intervención, y por los imperialistas
que la apoyaron y financiaron. Y también son responsables de
que los bolcheviques, arropados por el manto de la persecución,
puedan continuar presentándose como el símbolo sagrado de la
Revolución Social.
Me he decidido a exponer este fatal engaño. No porque haya
perdido la fe en la revolución, sino porque estoy convencida de
que las futuras revoluciones irán derechas al fracaso si se im-
pone en el mundo lo que Lenin llama comunismo militarizado.
El motivo de mostrar lo que el régimen Bolchevique ha hecho a
la Revolución Rusa no es porque yo haya hecho las paces con el
gobierno.
Más bien es porque la experiencia de Rusia, más que todas
las teorías, ha demostrado que todo gobierno, cualquiera que
sea su forma o intención, es un peso muerto que paraliza el es-
píritu libre y las actividades de las masas.
Le debo esto a la Revolución, clavada en la cruz bolchevique,
se lo debo al pueblo ruso martirizado y a los engañados del
mundo. Quiero pagar mi deuda por completo, a pesar de las ma-
las interpretaciones que harán de mis palabras los reacciona-
rios, y de la difamación de los radicales ciegos.

| 36
LAS FUERZAS QUE ANIQUILARON LA REVOLUCIÓN RUSA

LA REVOLUCIÓN RUSA, como cambio radical social y económico,


que trató de arrojar al capitalismo y establecer el comunismo,
debe considerarse un fracaso.
Al analizar los diferentes factores que aniquilaron la revolu-
ción, no está de más señalar el papel que desempeñaron los ele-
mentos contrarrevolucionarios. A decir verdad, sus crímenes
son lo suficientemente odiosos como para condenarlos por toda
la eternidad. Esos patriotas rusos —monárquicos, kadets (del
Partido Democrático Constitucional), socialrevolucionarios de
derecha, etc.—, llenaron el mundo con sus llamadas a la inter-
vención. ¿Qué les importaba a ellos que millones de sus conciu-
dadanos y miles de víctimas inocentes de todos los países fueran
sacrificados en la terrible guerra contra Rusia?
Ellos vivían seguros y a salvo; ni las balas de la Checa6, ni la
mano devastadora del hambre y el tifus podrían alcanzarlos. Se
podían permitir jugar al patriotismo. Pero esto ya se conoce lo
suficiente para que no necesite más explicación. Lo que no se
sabe es que los intervencionistas rusos y los Aliados no fueron
los únicos actores del gran drama social que finalizó con la
muerte de la Revolución Rusa. Los otros actores fueron los mis-
mos bolcheviques. Y es de su papel de lo que hablaré ahora.
Quizá la Revolución Rusa estaba condenada desde su naci-
miento. Al llegar lastrada por cuatro años de guerra, que habían

6La Checa o Cheka, fue la primera de las organizaciones soviéticas de


policía secreta, creada el 20 de diciembre de 1917 por Felix Dzer-
zhinski. La Checa soviética sucedió a la antigua Okrana zarista, de la
que imitó su organización interna. Su cometido era suprimir y liqui-
dar, con amplísimos poderes y casi sin límite legal alguno, todo acto
contrarrevolucionario o desviacionista.
| 37
vaciado a Rusia de sus mejores valores, agotado su sangre y de-
vastado su tierra, es posible que la revolución no tuviera fuerzas
para resistir el violento ataque del resto del mundo. Los bolche-
viques alegan que el pueblo ruso, aunque es lo suficientemente
heroico para los grandes estallidos, carece de la perseverancia
necesaria para resistir un lento y doloroso periodo revoluciona-
rio y sus exigencias cotidianas. No admito esto como verdadero.
Pero, incluso aceptando que esa aseveración esté bien fun-
dada, sigo insistiendo en que no fueron tanto los ataques del ex-
terior como los insensatos y crueles métodos lo que mataron la
revolución en el interior de Rusia, y han puesto el yugo del des-
potismo sobre el cuello del pueblo. La política marxista de los
bolcheviques, las tácticas en un principio alabadas como indis-
pensables para la vida de la Revolución —sólo para ser después
descartadas como dañinas tras haber traído la miseria, la des-
confianza y el antagonismo—, fueron los factores que lentamente
socavaron la fe del pueblo en la Revolución.
Si alguna vez hubo dudas de lo que constituye el mayor peli-
gro para la Revolución —los ataques exteriores o el paralizado
interés del pueblo—, la experiencia rusa debería disiparlas todas
por completo. Los contrarrevolucionarios, respaldados con el
dinero aliado, con hombres y municiones, fracasaron por com-
pleto; no tanto por el heroísmo del Ejército Rojo, sino por el en-
tusiasmo revolucionario del pueblo, que repelió todos los ata-
ques. Sin embargo, la Revolución Rusa ha expirado en una muerte
agónica. ¿Cómo, entonces, se puede explicar este fenómeno?
No hay que ir muy lejos para encontrar las causas principa-
les. Si una revolución ha de sobrevivir frente a la oposición y los
obstáculos, es de suma importancia que su llama se mantenga
siempre viva ante el pueblo; que en todo momento las personas
estén cerca del pulso vibrante y vivo de la revolución. En otras
palabras, es necesario que las masas sientan constantemente
que la revolución es su obra, que están participando activa-
mente en la difícil tarea de construir una vida nueva.

| 38
Durante un breve período tras la Revolución de Octubre, los
trabajadores, campesinos, soldados y marinos fueron los dueños
de su destino revolucionario. Pero pronto, la invisible mano de
hierro del comunismo de Estado comenzó a manipular la Revo-
lución, a separarla del pueblo y a subordinarla a sus propios fines.
Los bolcheviques son la Orden Jesuita de la Iglesia Marxista.
No quiero decir con esto que no sean sinceros como personas, o
que sus intenciones sean perversas. Es su marxismo lo que ha
determinado sus políticas y métodos. Los mismos medios em-
pleados han destruido la realización de su objetivo. Comunismo,
socialismo, igualdad, libertad —todo por lo que el pueblo ruso
ha soportado semejante sufrimiento— se han desacreditado y
ensuciado a causa de sus procedimientos, por la jesuítica con-
signa de que el fin justifica los medios.
El cinismo y la rigidez han ocupado el lugar de las aspiraciones
idealistas que caracterizaron a la Revolución de Octubre. Toda
inspiración ha quedado paralizada, el interés popular ha muerto;
dominan la apatía y la indiferencia. La causa no fue ni la inter-
vención ni el bloqueo; al contrario: fueron las políticas internas
del Estado Bolchevique las que alejaron al pueblo ruso de la Re-
volución y lo llenaron de odio hacia todo lo que emanaba de ella.
«¿Para qué sirven los cambios?», pregunta ahora el pueblo;
«todas las leyes son iguales: los pobres siempre deben sufrir».
Es este fatalismo, asociado a la sumisión de siglos, lo que ha
ayudado a los bolcheviques a dominar Rusia. ¿Han aprendido
los bolcheviques, por medio de la experiencia, que el fin no jus-
tifica los medios?
A decir verdad, Lenin se arrepiente a menudo. Entona el mea
culpa en cada Conferencia Comunista Panrusa, y dice: «He pe-
cado». Un joven comunista me dijo en una ocasión: «No me ex-
trañaría que cualquier día Lenin afirmase que la Revolución de
Octubre fue un error».
En efecto, Lenin reconoce sus errores; pero de ninguna ma-
nera eso le impide continuar con las mismas políticas erróneas.

| 39
Él y sus fanáticos anuncian cada nuevo experimento como el
colmo de la sabiduría científica y revolucionaria. ¡Ay de los que
se atrevan a cuestionar la justicia o la eficacia de la nueva me-
dida! Serán marcados como contrarrevolucionarios, especula-
dores y bandidos.
Pero pronto Lenin se arrepiente de nuevo, y empieza a bur-
larse de su rebaño por ser tontos y haber creído que el experi-
mento era posible. Después de haber engañado durante cuatro
años al pueblo ruso y al mundo declarando que el comunismo
está en curso en Rusia, en el último Congreso Soviético Panruso
ridiculizó a sus camaradas por su ingenuidad al creer que el co-
munismo era realizable en la actual Rusia. Sin embargo, las
puertas de la prisión siguen cerradas ante aquellos que sutil-
mente sugirieron lo mismo hace tres años.
Sería interesante delinear los distintos métodos que emplean
los bolcheviques para conseguir sus fines; métodos que eran
considerados el sumun de la sabiduría, que se impusieron al
pueblo y que acabaron destruyendo la Revolución. Las dimen-
siones de un artículo no permiten un análisis detallado de todo
lo que ha hecho el Estado Bolchevique. Sólo me referiré aquí a
los procedimientos y fases más importantes.
La paz de Brest-Litovsk7 marcó el principio de todos los ma-
les que siguieron. Fue una negación deliberada de todo lo que
los bolcheviques habían proclamado al mundo: paz sin compen-
sación, autodeterminación de todos los pueblos oprimidos, sin
diplomacia secreta. Sin embargo, los bolcheviques hicieron la

7 Paz de Brest-Litovsk. Tratado firmado el 3 de marzo de 1918 entre los

Imperios alemán, austrohúngaro, otomano, Bulgaria y la Rusia sovié-


tica. Rusia, debilitada por la guerra civil, (Ejército Rojo contra Ejército
Blanco) tuvo que salir de la I Guerra Mundial, firmar el tratado y re-
nunciar a muchos de sus territorios como Finlandia, Polonia, Estonia,
Livonia, Curlandia (hoy, parte de Letonia), Lituania, Ucrania y Besa-
rabia, además de otros territorios menos importantes. Alemania fue la
mejor parada en este caso, porque se llevó buena parte de los territo-
rios, como Polonia, Lituania, Letonia y Estonia.
| 40
paz con el imperialismo germano pasando por encima del pue-
blo alemán.
El precio de esta paz fue la traición a Letonia, Finlandia,
Ucrania y Bielorrusia (más comúnmente llamada la Rusia Blanca,
que ocupa la parte superior de la ladera occidental de la meseta
central de Rusia, y sus habitantes tienen cierto parentesco con los
polacos y los lituanos. Bielo es la palabra rusa para «blanco»).
Como resultado, varios años de guerra civil, la disgregación
de las fuerzas revolucionarias —cuando la unidad era tan vital
para la defensa de la Revolución— y el comienzo del terror rojo,
que aún continúa.
El campesinado de Ucrania y Bielorrusia supo arrojar al in-
vasor germano, pero no ha olvidado ni perdonado la traición
bolchevique. La presencia constante de un millón de soldados
en Ucrania para «liquidar a los bandidos», testimonia el aprecio
de los campesinos ucranianos por el Estado Bolchevique. La ra-
tificación del tratado de paz que Trotski se negó a firmar, que
Rádek8 (entonces en una prisión alemana) describió como la
bancarrota de la Revolución, que Yoffe9 firmó «con los ojos ce-
rrados», como él mismo dijo, fue la señal de una larga y secreta
resistencia de los campesinos contra el Estado bolchevique.

8 Karl Rádek (1885-1939), periodista, político y revolucionario comu-


nista polaco. Miembro de la Internacional Comunista. Fue enviado a
Alemania para colaborar en la organización de Partido Comunista Ale-
mán, detenido en 1919 por las autoridades alemanas y encarcelado du-
rante diez meses. Sus diferencias con Stalin y su apoyo a las tesis de
Trotski provocaron su salida del Comité Central del Partido y, final-
mente, su expulsión en 1927. En 1936 cayó víctima de la Gran Purga
dirigida por Stalin, acusado de conspirar con Trotski contra el Estado.
Confesó su culpabilidad y se libró de la ejecución. Murió, probable-
mente, en prisión.
9 Adolf Yoffe (1883-1827), político y revolucionario judío ruso miem-

bro del partido bolchevique y diplomático. Encabezó la delegación so-


viética en las negociaciones de paz del Brest-Litovsk con las Potencias
Centrales. Apoyó a Trotski en su negativa a firmar el tratado de paz
ante las exigencias del enemigo, aunque finalmente lo firmó.
| 41
Los campesinos, que estaban unidos a los obreros hasta la
traición de Brest, comenzaron a sentir odio y antagonismo hacia
los bolcheviques, que pretendían representar a los campesinos
y a los trabajadores. Lenin exigió la ratificación del tratado como
una tregua para la Revolución. Fue uno de sus muchos dispara-
tes, pero el más caro. Fue el que estranguló la Revolución.

RECOGIDA FORZOSA DE ALIMENTOS

La razvyorstka, el sistema de recolección forzosa de alimentos


siguió muy pronto a la Paz de Brest. Los Bolcheviques dirán que
se vieron obligados a recurrir a la razvyorstka debido a que los
campesinos se negaron a alimentar a la ciudad. Esto es verdad
tan solo en parte. Es cierto que los campesinos rehusaron entre-
gar sus productos a los agentes del Gobierno. Exigían el derecho
de tratar directamente con los trabajadores, pero se les negó. La
ineficiencia del régimen bolchevique y la corrupción de su bu-
rocracia contribuyeron a la desafección de la población rural.
Los fabricantes prometieron a los campesinos intercambiar su
mercancía, que rara vez les llegaba, o cuando llegaba, se com-
probaba que el género estaba dañado, la cantidad mermada, y
así sucesivamente.
En Járkov vi muestras de la ineficacia de la máquina buro-
crática centralizada. En el gran almacén de una fábrica había
unas pilas enormes de maquinaria agrícola. Moscú había orde-
nado que el trabajo se realizara en el plazo de «dos semanas,
bajo pena de castigo por sabotaje». Así se hizo, y pasaron seis
meses sin que las «autoridades centrales» hicieran esfuerzo al-
guno para distribuir las máquinas entre los campesinos que se-
guían reclamándolas dada su gran necesidad. Este fue uno de
los innumerables ejemplos de la manera en que «funciona» el
sistema de Moscú, o, mejor dicho, no funciona.
| 42
¿Es de extrañar, pues, que los campesinos hayan perdido
toda fe sobre la habilidad del Estado bolchevique para dirigir las
cosas como es debido? Cuando los bolcheviques se dieron cuenta
de que los campesinos no podían ser persuadidos o engatusados
para tener confianza, entonces inventaron la razvyorstka. No
pudo inventarse un sistema mejor para contrariar y amargar a
los campesinos. Este llegó a ser el horror más temido de la po-
blación agraria. Les robaron todo. Sólo el futuro podrá dar una
descripción adecuada de las terribles consecuencias de medidas
tan descabelladas, con su gran sacrificio de vidas y devastación.
Parecerá increíble, pero es un hecho bien conocido en Rusia
que el sistema de razvyorstka fue en parte el responsable de la
presente hambruna. Pues a los campesinos no sólo se les des-
pojó del último pud10 de harina, sino que a menudo les robaban
las semillas que guardaban para la próxima siembra. Es cierto
que la sequía es la principal causa de las terribles condiciones
en la comarca del Volga. Sin embargo, es un hecho que, si los
campesinos hubieran podido sembrar libremente y en el mo-
mento apropiado, por lo menos ciertas regiones habrían estado
en situación de ayudar a disminuir la hambruna del Volga.
Las expediciones punitivas, resultado de la resistencia de una
aldea contra los colectores de alimentos del Gobierno, y siempre
a cargo de los comunistas, atacaban un lugar con la fuerza de las
armas y lo destruían por completo. Los campesinos protestaban
en vano a las autoridades locales, y finalmente a las de Moscú.
No les daban compensación alguna. Es una anécdota significativa
común en Rusia, y que clarifica el punto de vista de los campe-
sinos hacia el sistema bolchevique de recolección de alimentos.
Lenin recibió a un comité de campesinos. «Bien, dedushka,
abuelito», dijo Lenin al campesino más anciano, «ya deberías
estar satisfecho, tienes la tierra, el ganado, las gallinas; lo tienes
todo».

10 Medida de peso rusa, ya en desuso, equivalente a 16,38 kg.


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«Sí, bendito sea Dios» —replicó el anciano—, «sí, padrecito,
la tierra es mía, pero tú recibes el pan; la vaca es mía, pero tuya
es la leche; las gallinas son mías, pero los huevos son tuyos.
¡Bendito sea el Señor, padrecito!».
Los campesinos, robados y engañados, se rebelaron contra
los comunistas. La razvyorstka, las expediciones punitivas, los
métodos brutales y las injusticias, produjeron un fuerte senti-
miento contrarrevolucionario en el país. Algunos que han es-
crito sobre Rusia han aceptado la explicación del Gobierno so-
bre la hostilidad de los campesinos.
Así, Bertrand Russell, el más sincero y honrado crítico de Ru-
sia, dice en «La práctica y teoría del Bolchevismo»: «Debe de-
cirse que las razones de la antipatía de los campesinos hacia los
Bolcheviques son muy insuficientes». Es evidente de que el Sr.
Russell no ha visto los efectos de la razvyorstka, de lo contrario
tendría una opinión diferente.
La mera verdad es que, si los campesinos rusos no fuesen tan
apáticos y pasivos, el Estado bolchevique no hubiera durado
tanto tiempo. Aun así, su resistencia pasiva ha estado a punto
de terminar con el régimen bolchevique. Esta comprensión —y
no el hecho de que la razvyorstka fuese inhumana y contrarre-
volucionaria— fue lo que forzó a Lenin a su nueva política de
impuestos y de libre comercio.
Las cooperativas rusas representaban una gran fuerza cultu-
ral y económica en la vida del pueblo. En 1918 cubrieron el país
con una madeja de 25.000 sucursales con un total de 9 millones
de miembros. El capital que tenían invertido en ese momento
era de 15 millones de rublos, mientras que las transacciones co-
merciales del año anterior excedieron los 200 millones. Por su-
puesto que las cooperativas no eran organizaciones revolucio-
narias, pero eran intermediarias indispensables entre el campo
y la ciudad.
Hubieran podido eliminar cualquier elemento contrarrevo-
lucionario que hubiera en las cooperativas sin destruir toda la

| 44
organización. Pero permitir que las cooperativas continuaran
sus funciones sería disminuir el poder centralizador del Estado.
Por lo tanto, la cooperativa tenía que ser «liquidada», y así se des-
truyó por completo un gran factor para la reconstrucción de Rusia.
Ahora que las cooperativas ya no existen, y que hombres y
mujeres que hicieron tan espléndido trabajo en ese movimiento
han extinguido sus vidas en las mazmorras bolcheviques, Lenin
entona otra vez el mea culpa. Las cooperativas se restablecen de
nuevo, y se resucita el cadáver. Poco antes de que las cooperati-
vas fuesen legalizadas de nuevo, Piotr Kropotkin —ya en su le-
cho de muerte— expresó su deseo de que los seis cooperativistas
de Dmítrov11 fueran puestos en libertad. Él los había conocido
íntimamente como trabajadores serios y dedicados.
Ya habían pasado dieciocho meses en Butyrka, prisión de
Moscú, por ser leales a su trabajo. Solo fueron liberados cuando
Lenin dijo que había que resucitar las cooperativas. Es alta-
mente improbable que las cooperativas vuelvan a alcanzar su
anterior fuerza e importancia dentro del Estado bolchevique.

LOS SOVIETS

LLAMAR SOVIÉTICA a la actual Rusia, o llamar al régimen bolche-


vique Gobierno soviético es absurdo. Los soviets12 tuvieron sus
comienzos en la Revolución de 1905, y volvieron a nacer des-
pués de la Revolución de Febrero. Tienen tanta relación con el
Gobierno bolchevique como la tienen los primeros cristianos
con la actual Iglesia cristiana.

11Ciudad al norte de Moscú, en donde Kropotkin pasó sus últimos años.


12Un soviet es una asamblea, concilio o consejo obrero de trabajado-
res, soldados y campesinos que surgieron por primera vez durante la
Revolución de 1905 en oposición al zarismo. Se considera que el pri-
mer soviet se formó en mayo de 1905 en Ivánovo, sin embargo, Volin
cuenta en sus memorias que fue testigo de los comienzos del soviet de
San Petersburgo en enero de ese mismo año.
| 45
Los soviets de campesinos, obreros, soldados y marinos fue-
ron la expresión espontánea de las energías liberadas del pueblo
ruso. Representaban la necesidad de las masas de expresarse
tras siglos de silencio. Ya en mayo, junio y julio de 1917 la diná-
mica fuerza de los soviets instigó a los obreros a apoderarse de
las fábricas y a los campesinos a tomar la tierra.
Los soviets se propagaron rápidamente por toda Rusia, dise-
minando las llamas de la Revolución de Octubre, y continuaron
funcionando durante muchos meses después de aquel suceso.
Algunos políticos sociales fallaron al comprender su significado.
El último soviet fue simplemente barrido. Lo mismo les habría
ocurrido a los bolcheviques si hubieran intentado detener la cre-
ciente marea de este movimiento.
Pero Lenin es un jesuita muy perspicaz y sutil y se unió al
grito popular: «Todo el poder para los soviets». Cuando él y sus
acólitos estaban firmemente asentados, comenzó la destrucción
de los soviets. Hoy no son más que —como todo lo demás en
Rusia— una sombra con su esencia aplastada por completo.
Ahora los soviets solamente expresan las decisiones del Par-
tido Comunista. Ninguna otra opinión política tiene la menor
oportunidad de propagarse. El sistema de elecciones usado por
los comunistas llenaría al Tammany Hall13 de envidia. Cuando
yo llegué a Rusia, un comunista destacado me dijo que «Boss
Murphy14 y Tammany Hall no tienen nada que enseñarnos».
Naturalmente, al principio creí que el hombre estaba bro-
meando. Muy pronto me convencí de que decía la verdad.
Los bolcheviques hacen uso de todos los medios conocidos
para aumentar el voto comunista. Si los ruegos usuales no

13 Organización política de Nueva York fundada en 1786. Fue la ma-


quinaria política del Partido Demócrata de EE.UU. que controlaba la
política de la ciudad, actuando como lo que hoy se conoce como una
red de tráfico de influencias.
14 Charles Murphy, jefe del Tammany Hall. Responsable de transfor-

mar la imagen de corrupción de la organización en una de respetabili-


dad, así como de ampliar su influencia a nivel nacional.
| 46
resultan, sí lo hace la amenaza de perder el payok15 o de ser arres-
tados. Los votantes ya saben qué esperar. Por tanto, es evidente
el por qué los comunistas siempre obtienen mayoría de votos.
Además, los mencheviques16, los socialrevolucionarios de iz-
quierda17, e incluso los anarquistas, eligen de vez en cuando a
sus representantes, lo que no es pequeña hazaña en la Rusia bol-
chevique.
Sin prensa, privados de libertad de palabra, y sin permiso le-
gal de hacer propaganda en los talleres, es casi un milagro que
los partidos de la oposición tengan representación en los so-
viets. Pero con respecto a la oportunidad de expresar sus opi-
niones y ser oídos, es como si no existieran. Los comunistas adu-
ladores se encargan de que nadie que no sea comunista pueda
ser escuchado.

15 Ración.
16 Durante el Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata
Ruso en 1903, hubo un desacuerdo entre Lenin y Mártov que provocó
la escisión de la fracción moderada del partido, la cual pasó a denomi-
narse partido menchevique («miembro de la minoría»).
17 El Partido Social Revolucionario de Izquierdas (PSRI) era la fracción

más izquierdista del Partido Social Revolucionario (PSR), del cual se


escindió tras el II Congreso de los Soviets. Formó parte del Gobierno
revolucionario bolchevique, participando en numerosos organismos
gubernamentales, incluida la Checa. Rompieron su alianza con los bol-
cheviques en el verano de 1918 y se convirtieron en sus enemigos im-
placables tras varios hechos: la firma del Tratado de Brest-Litovsk, las
campañas para dividir al campesinado y saquear el campo para abas-
tecer las ciudades, la toma del control definitivo de los soviets por los
bolcheviques con la expulsión de socialrevolucionarios y menchevi-
ques, la centralización económica y política, la creación de un Ejército
profesional con oficiales zaristas, la restauración de la pena de muerte
y la agudización del terror. Unos socialrevolucionarios de izquierda
asesinaron al embajador alemán Mirbach con la intención de romper
el Tratado de Brest-Litovsk, lo que desencadenó su represión y elimi-
nación. Durante la insurrección de Kronstadt se arrestó a lo que que-
daba del partido, y los que sobrevivieron cayeron víctimas de la Gran
Purga. Uno de sus miembros más destacado fue Mariya Spiridónova.
| 47
En caso de que un anarquista salga electo al soviet, el go-
bierno por lo general rehúsa reconocer su mandato o encuentra
algún pretexto para enviarlo a la Checa. En 1920 estuve presente
en un mitin de elecciones que se celebró en un centro fabril de
Moscú. Era ya la segunda vez que el gobierno se negaba a reco-
nocer al candidato de los obreros —un anarquista—. A pesar de
que el candidato opuesto en aquel distrito era Semashko, el Co-
misario de Sanidad, los obreros eligieron por tercera vez a un
anarquista. En vano, Semashko se rebajó al maltrato y a la fal-
sedad; en vano amenazó a los obreros y los maldijo.
Los obreros se rieron y se mofaron de él, y reeligieron al anar-
quista. Pocos meses después ese hombre fue arrestado con al-
gún pretexto. Lo pusieron en libertad después de una prolon-
gada huelga de hambre, y sólo porque la Comisión Laborista
Británica estaba en Moscú en ese momento y los bolcheviques
necesitaban evitar un escándalo. Antes de que yo saliera de
Moscú, el 1 de diciembre de 1921, tres anarquistas, miembros
del soviet moscovita, fueron arrestados. A uno lo desterraron de
la capital; luego supe que a los otros dos los acusaron de «ban-
didaje y conspiración secreta», acusación muy grave que se cas-
tigaba habitualmente con el fusilamiento, sin juicio o defensa.
Esos hombres fueron demasiado honestos en el soviet. Tenían
que ser eliminados.
Se puede ver claramente que, ni el soviet de Moscú ni ningún
otro soviet, tiene voz ni actividad independiente. Ni siquiera el
comunista común tiene allí mucha libertad de palabra. En los
soviets, al igual que en todo el Gobierno bolchevique, la «dicta-
dura del proletariado» está en las manos de un pequeño grupo,
el círculo íntimo que gobierna Rusia y su pueblo.
Lo que una vez fue un ideal, la expresión libre de los obreros,
los campesinos y los soldados, se ha vuelto una farsa en la que
el pueblo ya no cree ni quiere creer.

| 48
RECLUTAMIENTO PARA EL TRABAJO

LA MOVILIZACIÓN para el trabajo, en realidad reclutamiento obli-


gatorio para el trabajo, se anunció al mundo como la mayor baza
del comunismo. «¡Ahora todos deben trabajar en la Rusia So-
viética! ¡No más parásitos!». Aunque Lenin nunca ha admitido
abiertamente que este método es un error, como muchos otros
similares decretados para reconstruir Rusia, me inclino a pen-
sar que se da cuenta de que el trabajo forzoso no ha servido en
absoluto para incrementar el rendimiento de los trabajadores.
Lo que se consiguió, mientras existió el trabajo forzoso, fue
establecer la esclavitud tradicional, y reemplazar al parásito bur-
gués por el parasitismo de la maquinaria de los bolcheviques. Su
función era conducir a los obreros hasta el trabajo, supervisarlos,
hacerlos arrestar y a veces incluso fusilarlos por desertar de su
puesto. Ellos, y la mayoría de los trabajadores, no iban a los ta-
lleres a trabajar, sino a descansar y a fabricar secretamente algu-
nos artículos que sus esposas e hijos pudieran llevar al campo y
cambiarlos por harina y patatas. Por cierto, esto los salvó de la
inanición.
A propósito de las oportunidades para traer algo del campo
se podría escribir un libro sólo sobre este tema. Con la prohibi-
ción de comerciar llegó la zagryaditelny stryad, el destacamento
de soldados y chequistas, que en cada estación confiscaban todo
lo que la gente traía a la ciudad. Esos desdichados, que después
de indecibles dificultades para conseguir un pase de viaje, tras
días y semanas a la intemperie en las estaciones, después de un
horrible viaje en inmundos y repletos vagones, o en los techos y
las plataformas, traían consigo un pud de harina o patatas que
les era finalmente arrebatado por la stryad.
En la mayoría de los casos, el material confiscado se lo repar-
tían los defensores del Estado comunista. Las víctimas eran
realmente afortunadas si escapaban sin mayores problemas. A
menudo se les robaba sus preciados paquetes y los encarcelaban

| 49
por «especulación». El número de auténticos especuladores apre-
sados era insignificante en comparación con la masa de desgra-
ciados que llenaron las prisiones de Rusia por tratar de evitar
morirse de hambre.
Una cosa se puede decir de los bolcheviques: nunca hacen las
cosas a medias. Tan pronto como el trabajo forzoso llegó a ser
ley, se llevó a cabo como una venganza. Hombres y mujeres, jó-
venes y viejos, con ropas escasas y zapatos rotos, o solo con tra-
pos en los pies, fueron indiscriminadamente arrojados al frío y
la cellisca para palear nieve o cortar hielo. A veces los enviaban
por grupos a los bosques a buscar madera.
Las consecuencias fueron pleuresía, neumonía y tuberculosis.
Fue sólo entonces cuando los sabihondos del Kremlin crearon
un nuevo departamento para el reparto del trabajo. Esta oficina
decidía según las aptitudes físicas de los obreros, los clasificaba
y distribuía de acuerdo con su oficio.
Bajo tales condiciones de esclavitud y degradación, no sor-
prende que el pueblo eludiera el trabajo, porque lo odiaban y el
modo en que eran forzados a hacerlo. Comenzaron a considerar
al Estado comunista como la nueva sanguijuela que estaba chu-
pándoles la sangre. Los obreros de Petrogrado, los más revolu-
cionarios, quienes habían soportado el peso de la larga lucha,
aquellos que defendieron tan heroicamente la ciudad contra
Yudénich18, los que murieron de hambre y frío más allá de sus
creencias, ¿es de extrañar, que incluso ellos, llegaran a detestar a
los falsos revolucionarios y todo lo relacionado con ellos?
No es culpa de ellos, es de la cruel máquina bolchevique que
ha minado sus ideales y su fe. Esa máquina ha engendrado un
sentimiento contrarrevolucionario que llevará tiempo superar.
Nunca olvidaré una escena en una reunión del soviet de Pe-
trogrado. Esa noche se decidiría el destino de Kronstadt. Después

18 Nikolái Yudénich, líder del Movimiento Blanco antibolchevique, co-

mandó sin éxito un avance sobre Petrogrado (San Petersburgo) con


apoyo de los británicos.
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de largos discursos de los dirigentes comunistas, muchos obre-
ros y marinos pidieron la palabra. Habla un trabajador del arse-
nal. Se encara al presidente en lugar de mirar al público. Su voz
se tensa con emoción contenida, sus ojos arden, todo su cuerpo
tiembla. Se dirige a Zinóviev19, presidente del Soviet de Petrogrado.
«Hace tres años y medio —dice—, usted fue denunciado
como espía alemán, traidor a la revolución, fue hostigado y per-
seguido. Nosotros, los obreros y marinos de Petrogrado lo sal-
vamos y lo llevamos al puesto que ahora ocupa. Hicimos eso
porque creímos que usted era la expresión del pueblo. Desde en-
tonces usted y su gobierno se han apartado de nosotros. Ahora
nos insulta, se atreve a descreditarnos como contrarrevolucio-
narios. Nos encarcela y fusila porque le pedimos que cumpla la
promesa que nos hizo en la Revolución de Octubre».
No sé lo que sucedió con este hombre. Puede que esté en pri-
sión o muerto por su atrevimiento. Su grito cayó en oídos sordos.
Sin embargo, fue el grito de un espíritu agonizante, el espíritu
colectivo ruso que aspiró y alcanzó tales alturas durante la Re-
volución y que ahora está encadenado por el Estado bolchevique.

LA CHECA

LA CHECA20, la Comisión Extraordinaria Panrusa, es sin duda


alguna la medida más perversa del régimen bolchevique. Se ins-
tituyó poco después de que los bolcheviques subieran al poder,

19 Grigori Zinóviev, revolucionario y político bolchevique. Después de

la muerte de Lenin, del que era amigo, formó un triunvirato de Estado


junto a Stalin y Kámenev. El 25 de agosto de 1936 murió ejecutado
junto a Kámenev acusado de traición a Stalin.
20 La prensa bolchevique informa que la Checa ha sido disuelta y sus

poderes entregados al ministro del Interior. Pero como Dzerzhinsky,


que fue en algún momento jefe de la Checa, es ahora el ministro del
Interior, el cambio parece ser sólo una pieza de camuflaje. —Ed.
Freedom. [Nota de la edición de Freedom Press, 1922].
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con el propósito de hacer frente a la contrarrevolución, el sabo-
taje y la especulación. Originalmente la Checa estaba controlada
por el Comisariado del Interior, los soviets y el Comité Central
del Partido Comunista.
Gradualmente llegó a ser la organización más poderosa de
Rusia. No era tan solo un Estado dentro de otro Estado; era un
Estado por encima del Estado. Toda Rusia, hasta la más remota
aldea, está cubierta con una red de Checas.
Cada departamento de la inmensa maquinaria burocrática
tiene su Comisión Extraordinaria, todopoderosa sobre la vida y
la muerte del pueblo ruso. Requeriría la pluma maestra de un
Dante para explicar al mundo el infierno creado por esta orga-
nización, la brutalidad, el efecto desintegrador que tiene sobre
las mismas Comisiones Extraordinarias, el terror, la desconfianza,
el odio, los sufrimientos y las muertes que ha causado a Rusia.
El jefe de la Comisión Extraordinaria Panrusa, o Checa, es
Dzerzhinsky. Él, junto con sus compañeros del mismo presidio,
son «probados» comunistas. En una declaración pública, Dzer-
zhinsky dijo: «Somos los representantes del terror organizado…
Aterrorizamos a los enemigos del Gobierno soviético... Tenemos
el poder de asaltar, confiscar bienes y capital, efectuar arrestos,
interrogar, juzgar y condenar a aquellos que consideremos cul-
pables, e infligir la pena de muerte».
En otras palabras, la Checa es a la vez espía, policía, juez, car-
celero y verdugo. Es el poder supremo contra el que no hay re-
curso y del que rara vez se escapa. Actúa siempre cuando está
cercana la noche. De repente un barrio se inunda de luz, el ruido
de los automóviles de la Checa que aceleran con furia son seña-
les de alarma y terror para la comunidad. ¡La Checa está traba-
jando otra vez! «¿Quiénes son los desafortunados atrapados
esta noche en la red? ¿Quién será el próximo?»
La Checa se constituyó para enfrentarse a la contrarrevolu-
ción, pero por cada conspiración auténtica que ha descubierto,
ha producido nueve, ya fueran de naturaleza imaginaria o de su

| 52
propia creación. Hay que tener en cuenta que el principal activo
de la Checa son sus provocadores e informadores. Como el azote
del tifus, infestan todo el aire de Rusia. No descartan ningún
método, por cruel que sea, para implicar a sus víctimas y casti-
garlas como peligrosos contrarrevolucionarios y especuladores.
Sin embargo, la Checa es por sí misma un semillero de tramas
contrarrevolucionarias y de enorme especulación.
Cada comunista, por la disciplina de partido, debe estar pre-
parado para servir en la Checa en cualquier momento. Pero la
mayoría de los chequistas son de la Okrana21 del zar, de las Cen-
turias Negras22, y fueron oficiales de alta graduación del Ejér-
cito. Son expertos en la aplicación de métodos bárbaros.
Al mundo occidental se le ha alimentado con entusiastas re-
latos sobre los tribunales populares en Rusia, presididos por
obreros y campesinos. No existen tales tribunales bajo el domi-
nio de la Checa. Sus procedimientos son secretos. Las llamadas
audiencias, cuando se celebran, son una parodia de la justicia.
El «culpable» se enfrenta a unas evidencias preparadas de an-
temano; no tiene testigos y no se le permite tener defensa. Cuando
se lo llevan de la cámara de los horrores ni siquiera sabe si lo
han absuelto o condenado. Se le mantiene en un enloquecedor
suspense hasta que se le saca una noche para nunca volver. A la
mañana siguiente un chequista pide sus pertenencias, y los de-
más prisioneros saben que otro asesinato a sangre fría se ha su-
mado a las ya incontables cifras.
¿Y los parientes y amigos de los desafortunados? Ellos siguen
en fila en la calle, ante la Lubianka, donde se acuartela la terrible
Checa, esperando ansiosamente una palabra durante días y se-
manas. Al final les dicen que aquel que buscan lo fusilaron la
pasada noche. En la mayoría de los casos, la víctima lleva muerta

21Policía política del periodo zarista.


22 Movimiento antisemita conservador en la Rusia de comienzos del
siglo XX, que apoyaba el carácter autocrático del régimen zarista en
oposición a los movimientos revolucionarios.
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desde hace mucho tiempo. Con ello se añade el insulto a la tra-
gedia y el pesar del doliente.
Al igual que la vieja Okrana, la Okrana bolchevique oculta al
público sus terribles actos. Pero a veces la verdad sale a la luz.
Ya hay considerables datos impresos sobre los horrores que su-
ceden tras los muros de la Checa: las brutales torturas, la co-
rrupción, el abuso generalizado. No es necesario buscar infor-
mación en los opositores al régimen bolchevique. En ocasiones,
la misma Checa proporciona mucho material. El órgano de di-
fusión semanal nº 3 de la Checa contiene un artículo sobre la ne-
cesidad de la tortura, intitulado «¡Basta de sentimentalismo!», y
que dice, entre otras cosas: «Al tratar con los enemigos de la
Rusia Soviética, es necesario usar métodos de tortura para for-
zar confesiones y después despacharlos al otro mundo».
El lector no debe creer que la Checa ha progresado desde
1918. El verano pasado, cuando se descubrió en Petrogrado la
presunta conspiración del profesor Tagantsev23, se usaron pali-
zas brutales, tortura por la sed y otros métodos eminentemente
«revolucionarios». Obtuve esta información no por intermedio
de los contrarrevolucionarios, sino a través de un comunista

23 Hace referencia a una conspiración monárquica inexistente, fabri-

cada por la policía secreta soviética en 1921 para aterrorizar a los inte-
lectuales que pudieran oponerse al régimen bolchevique. Como resul-
tado, más de 800 personas, en su mayoría de comunidades científicas
y artísticas de Petrogrado, fueron detenidas por cargos de terrorismo,
de las cuales 98 fueron ejecutadas y muchas fueron enviadas a campos
de concentración. El caso tomó después el nombre de Vladimir Tagan-
tsev, un geógrafo y miembro de la Academia de Ciencias de Rusia, que
fue arrestado, torturado y engañado para divulgar cientos de nombres
de las personas que eran críticas con el régimen bolchevique. El caso
fue montado por Yakov Agranov, quien más tarde se convirtió en uno
de los principales organizadores de los juicios simulados estalinistas y
la Gran Purga de los años treinta. En 1992 el caso fue oficialmente de-
clarado «fabricado» y sus víctimas rehabilitadas por las autoridades
rusas. Según distintas fuentes consultadas, el número de ejecutados
oscila entre 61 y 98.
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sincero que fue uno de los arrestados, y que fue testigo de las
consecuencias de los métodos chequistas.
¿Un comunista entre los contrarrevolucionarios arrestados?
¿Cómo se encontraba allí? Es muy sencillo. Cuando la Checa ex-
tiende su red, captura tanto al inocente como al culpable; de he-
cho, la mayoría son inocentes. ¿Cómo pueden sesenta y ocho
personas verse involucradas en una conspiración sin que lo sepa
toda la ciudad? Sin embargo, sesenta y ocho personas fueron fu-
siladas el verano pasado en Petrogrado por su conexión con la
«conspiración» Tagantsev. Y esto es un pequeño porcentaje de
los hombres, mujeres e incluso jóvenes, todos inocentes, que ha-
llaron la muerte en los sótanos de la Checa.
Se hicieron constantes demandas al gobierno para que con-
trolara el poder de esta terrible organización. Se intentó en el
otoño de 1920. Inmediatamente el crimen se descontroló en
Moscú, y se multiplicaron las «conspiraciones». Naturalmente,
la Checa tenía que probar que era indispensable al Estado bol-
chevique. Luego se le hizo un homenaje de agradecimiento a
Dzerzhinsky, que se publicó en el Pravda.
Zinóviev, en una de las sesiones del Soviet de Petrogrado, dijo
que Dzerzhinsky era «un santo devoto de la revolución». La histo-
ria de la Edad Oscura está llena de tales santos. ¡Qué terrible es
que el régimen bolchevique tenga que imitar el pasado negro!
En relación con esto, es interesante recordar la postura que
adoptaron los bolcheviques en 1917, cuando el Gobierno Provi-
sional intentó restaurar la pena capital para los desertores del
ejército. En ese momento los bolcheviques protestaron con vehe-
mencia contra tal brutalidad. Señalaron la barbarie de la pena
de muerte y lo degradante que es para la humanidad. Después
de la Revolución de Octubre, en el Segundo Congreso Soviético
Panruso, los bolcheviques —junto con otros elementos revolu-
cionarios— votaron la abolición de la pena capital. Ahora, el mé-
todo favorito de la Checa es el fusilamiento, presidido por un
santo comunista y aprobado por el Estado Comunista.

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¿Qué será del marxismo, que enseña que la Revolución Social
es el nacimiento de una nueva vida social? ¿Hay algún indicio
de esa revolución en alguno de los principios y métodos bolche-
viques aplicados en Rusia? El Estado bolchevique ha demostrado
ser una aplastante conspiración contra la Revolución Rusa.

LA PERSECUCIÓN DE MARIYA SPIRIDÓNOVA

LA RUSIA PRERREVOLUCIONARIA se destaca por ser la única en la


historia del mundo en que una multitud de mujeres se organi-
zaron para contribuir al movimiento revolucionario. Empe-
zando con los Decembristas24, cuyas esposas los siguieron al
destierro hace casi un siglo, hasta los últimos momentos del ré-
gimen zarista, las mujeres rusas participaron en las actividades
más heroicas y fueron a la kátorga25, o a la muerte, con una

24 El Levantamiento Decembrista fue una sublevación contra la Rusia


Imperial por parte de un grupo de oficiales del ejército ruso que co-
mandaron a unos 3.000 soldados el 26 de diciembre de 1825. Tras la
muerte del zar Alejandro I, surgieron problemas con la sucesión. Los
aspirantes al trono eran hermanos del zar: Constantino, de pensamiento
liberal, y Nicolás de ideología autocrática. Cuando se supo que Nicolás
sería proclamado zar, los decembristas decidieron sublevarse y apro-
vechar la ideología liberal del príncipe Constantino para iniciar las re-
formas políticas que deseaban, a pesar de que Constantino había re-
nunciado al trono, cosa que los líderes de la sublevación ocultaron a
los soldados para así poder legitimarla. Finalmente, Nicolás I ordenó
aplastar la revuelta.
25 Sistema penal en la Rusia Imperial. Los prisioneros eran enviados a

campos remotos en las vastas áreas deshabitadas de Siberia y someti-


dos a un régimen de trabajos forzados. Comenzó a aplicarse en el siglo
XVII, y fue retomada por los bolcheviques después de la Revolución
Rusa, y finalmente el Gulag volvió a practicarla. A diferencia de los
campos de concentración, la kátorga pertenecía al sistema judicial de
la Rusia Imperial, pero ambos comparten las mismas características
principales.
| 56
sonrisa en sus labios. Entre el gran número, Mariya Spiridó-
nova26 destaca como una de las figuras más notables.
Durante 1905 y 1906 había gran intranquilidad entre los
campesinos de Rusia. Los campesinos de la provincia de Tam-
bov, exasperados por los impuestos excesivos y la brutalidad de
los oficiales, se levantaron contra ellos e incendiaron algunas
propiedades. El gobernador de Tambov, Luzhenovsky, conocido
en todas partes por su salvajismo, mandó a los cosacos a que
azotaran aldeas enteras. Forzaron a los campesinos a arrodi-
llarse semidesnudos en la profunda nieve durante horas, mien-
tras que a decenas de ellos los pusieron en fila y los masacraron.
Mariya Spiridónova era entonces casi una niña, pero su partido,
el Social Revolucionario, le encargó la tarea de matar a Luzhe-
novsky como venganza a las bárbaras prácticas ejercidas contra
los campesinos.
Era una misión difícil. Luzhenovsky estaba bien protegido.
Durante años había viajado de aldea en aldea con su expedición
cosaca de castigo aterrorizando a la población y vaciando a los
campesinos de sus últimas provisiones, para alimentar la guerra
contra Japón. Pero las dificultades no desalentaron a Spiridónova.
Disfrazada de campesina, se convirtió en la sombra de Luzhe-
novsky. Rondaba las estaciones del ferrocarril y los caminos ex-
plicando que buscaba a su esposo, un soldado desaparecido.
A pesar del peligro inminente, la privación y el frío, mantuvo
su largo y vigilante acecho al Gobernador, hasta que al fin llegó
la oportunidad que buscaba. Cuando el tren que transportaba a
Luzhenovsky se detuvo en la estación donde Spiridónova había
esperado pacientemente y él pisó el andén rodeado de sus ofi-
ciales, Spiridónova rompió el cordón de guardias y lo mató a tiros.
Los zares de Rusia nunca fueron parciales en el trato que die-
ron a las mujeres políticas. Fueron igualmente implacables con
hombres y mujeres. Pero en el caso de Spiridónova, los secuaces

26Nació en Tambov en 1884, y murió fusilada en un bosque a las afue-


ras de Oriol en 1941.
| 57
del zar Nicolás sobrepasaron incluso los métodos de Iván el Te-
rrible. Fue sometida a barbaridades inenarrables. La arrastraron
a la sala de espera de la estación, la golpearon hasta la insensi-
bilidad, le arrancaron la ropa y la entregaron a sus guardianes
borrachos.
Se divirtieron quemándole con cigarrillos el cuerpo desnudo,
la patearon por la habitación y finalmente la violaron. Durante
semanas se debatió entre la vida y la muerte, y después fue sen-
tenciada a la pena capital.
La noticia de la tortura de Spiridónova despertó protestas
por todo el mundo que la libraron del cadalso. La enviaron a Si-
beria de por vida, a donde llegó —como Gershuni27 contó des-
pués— como «un mero fardo en carne viva». En prisión, sus ca-
maradas la cuidaron tiernamente hasta que se recuperó. Sin
embargo, las consecuencias de su terrible experiencia se queda-
ron con ella: tuberculosis, una mano lisiada y pérdida de la vi-
sión en un ojo. A pesar de estar físicamente destrozada y que-
brada, su espíritu seguía ardiendo.
La Revolución de Febrero abrió lo que eran tumbas en vida
para todos los presos políticos, entre ellos Mariya Spiridónova.
¿Quién puede describir su júbilo cuando recibió la noticia de su
liberación? Y sin embargo no quiso salir de prisión hasta estar
segura de que todos los presos políticos habían sido liberados.
En medio de grandes aclamaciones del pueblo, Mariya re-
gresó a Rusia. Pero no para vivir en el Palacio de Invierno, no para
hacer celebraciones y descansar sobre los laureles. Volvió para
arrojarse en el creciente mar de las energías liberadas de las ma-
sas, especialmente de los campesinos, quienes tanto la reveren-
ciaban y confiaban en ella. Llegó a ser presidenta del Comité Eje-
cutivo Soviético Panruso de los Representantes del Campesinado.
Como tal, inspiró, organizó y dirigió el espíritu y las activida-
des recién despertadas de los campesinos. A diferencia de otros

27Grigori Gershuni, el miembro más destacado del partido Social Re-


volucionario, quien coincidió con Spiridónova en la prisión de Akatúi.
| 58
viejos revolucionarios que durante años fertilizaron el suelo de
la revolución con sus lágrimas y su sangre, pero que ya no po-
dían comprender la dirección de los nuevos tiempos, Mariya
Spiridónova pronto se dio cuenta de que la Revolución de Febrero
no era sino el preludio de un cambio mayor y más profundo.
Durante la Revolución de Octubre, que como una poderosa
avalancha abrumó a muchos de la vieja guardia revolucionaria,
Spiridónova se mantuvo firme en su fe revolucionaria y al lado
del pueblo en la hora de mayor necesidad. Trabajaba noche y
día, siempre al servicio de sus amados campesinos.
Fue el alma del Departamento de Agricultura, y elaboró un
plan para socializar la tierra, uno de los problemas más vitales
de Rusia en aquel momento. Es un verdadero milagro como su
frágil cuerpo y sus debilitados pulmones resistieran la tremenda
presión. Solo su gran fuerza de voluntad y su maravillosa entrega
pudieron sostenerla durante el periodo más difícil e intenso.
Ya a principios de 1918 Spiridónova se dio cuenta de que la
revolución corría más peligro a causa de sus amigos que de sus
enemigos. Los bolcheviques, que llegaron al poder apropián-
dose de los eslóganes revolucionarios de los anarquistas y de los
socialrevolucionarios, pronto tomaron un camino diferente. El
primer paso en esa dirección fue la Paz de Brest-Litovsk.
Lenin insistió en la ratificación de esa «paz» solo para «dar
una tregua a la revolución». Spiridónova, al igual que muchos
otros revolucionarios de diferentes escuelas, para quienes la re-
volución no era un mero laboratorio para experimentos políti-
cos, lucharon con determinación contra la ratificación. Afirma-
ban que dicha paz implicaba la traición a Ucrania, la cual estaba
rechazando, con gran entusiasmo y éxito, a los invasores alema-
nes del sur de Rusia; que significaba que el Partido Bolchevique
dominaría en exclusiva al pueblo ruso y se suprimirían todos los
demás movimientos políticos, con la consiguiente amarga gue-
rra civil; en resumen, la «tregua» de Lenin conduciría al total
hundimiento de la revolución.

| 59
En ese momento, Trotski y muchos otros comunistas se opu-
sieron a la Paz de Brest-Litovsk. También ellos vieron el peligro.
Pero pronto se vieron obligados a aceptar debido a la férrea dis-
ciplina de partido. Lenin prevaleció, y comenzó el calvario de la
Revolución Rusa.
Mientras me encontraba en Estados Unidos oí muchas histo-
rias contradictorias sobre el destino de Mariya Spiridónova en
la Rusia Soviética. Cuando llegué allí, en seguida hice averigua-
ciones sobre ella. Las autoridades comunistas me informaron de
que había sufrido una crisis nerviosa, que se había vuelto com-
pletamente histérica y que había sido internada en un sanatorio
«por su propio bien, y recibiendo los mejores cuidados».
No tuve oportunidad de verla hasta julio de 1920. La encon-
tré viviendo ilegalmente en Moscú, en una pequeña habitación,
otra vez en el disfraz de campesina que solía adoptar en los tiem-
pos del zar. Se había fugado del «sanatorio y los mejores cuida-
dos», que no era otra cosa que una prisión bolchevique.
No detecté señales de histeria en ella. Lo que encontré fue a
una de las personas con más equilibrio, auto control y serenidad
de todas las que había conocido hasta entonces en Rusia.
Durante dos días, su relato de la Revolución Rusa me man-
tuvo absorta; cómo el pueblo se elevó a alturas sublimes de
grandes esperanzas y posibilidades y había sido arrojado a las
profundidades de la miseria y la desesperación por la máquina
del Estado Comunista. Era una historia de notable claridad y
fuerza de convicción.
Fue entonces cuando supe que los bolcheviques la habían en-
carcelado dos veces. La primera fue tras el asesinato de Mirbach
[el embajador alemán], cuando los bolcheviques cerraron el
Quinto Congreso de los Soviets y arrestaron a toda la facción
socialrevolucionaria de izquierda encabezada por Spiridónova.
Liberada cinco meses después, la volvieron a arrestar a finales
de enero de 1919 y la encerraron en un «sanatorio», no a causa
de histeria o problema mental, sino porque no la pudieron

| 60
embaucar ni sobornar para que aceptara la llamada «Dictadura
del Proletariado».
Había hablado libremente al pueblo de los peligros que las
nuevas políticas bolcheviques acarrearían para la Revolución, y
el pueblo la escuchó encantado.
Spiridónova explicó que los bolcheviques fingen ante el
mundo que la feroz persecución a los socialrevolucionarios de
izquierda, tras la ejecución de Mirbach, se debió a que supues-
tamente intentaron dar un golpe de estado. Ella negó con fir-
meza —y sus palabras se sustentan en una gran cantidad de
pruebas documentales— que su facción se propusiera o inten-
tara hacerse con el poder de los comunistas.
La facción de Spiridónova consideraba la Paz de Brest-Litovsk
como la mayor traición a la Revolución. Tomaron la presencia
de Mirbach en la Rusia Soviética como un insulto y una amenaza
del imperialismo. Pidieron abiertamente la muerte de Mirbach,
y un levantamiento contra la invasión alemana. Vieron que la
Revolución estaba en peligro. Predicaban sus creencias sin ocul-
tarse, pero ni Spiridónova ni sus camaradas tuvieron conocimiento
ni tomaron parte en ninguna conspiración para usurpar el poder.
Tras el asesinato de Mirbach, Spiridónova fue al Quinto Con-
greso de los Soviets con el propósito de leer la declaración oficial
de su facción, que explicaba la necesidad y la justificación de la
muerte de Mirbach. Ella y sus camaradas estaban preparados
para asumir las consecuencias de tal acto. Los bolcheviques ce-
rraron el Quinto Congreso para impedir la lectura del docu-
mento y arrestaron a toda la representación campesina, con Ma-
riya Spiridónova a la cabeza.
En septiembre de 1920, la Checa andaba otra vez ocupada
demostrando su utilidad para la Revolución con una de sus pe-
riódicas redadas y descubriendo conspiraciones. En el asalto que
tuvo lugar en Moscú, descubrieron accidentalmente el escondite
de Mariya Spiridónova. En ese momento estaba enferma de

| 61
tifus y no se la podía trasladar. La casa estaba rodeada por una
fuerte guardia, y nadie más la acogió.
Cuando superó la crisis, aunque estaba aún muy enferma,
Spiridónova fue trasladada a la Osoby Otdel (sección de la Poli-
cía Secreta) y la metieron en el hospital de la prisión. Su estado
era tan grave que permitieron que la cuidara otra socialrevolu-
cionaria de izquierdas, una mujer amiga de Mariya en los días
de Siberia. Mantuvieron a ambas bajo estricta vigilancia, sin po-
sibilidad de comunicarse con sus amigos.
En junio de 1921 envió una carta describiendo un sombrío
cuadro de su terrible vida. La vigilancia constante de los «cama-
radas», los chequistas, el confinamiento en solitario, la priva-
ción de alimento mental y físico, lograron lentamente lo que no
consiguieron las torturas sufridas bajo el zar. Spiridónova con-
trajo escorbuto: sus extremidades estaban hinchadas, se le ca-
yeron los dientes y el pelo. Además, tenía la alucinación de que
era perseguida por la policía del zar y la Checa de Lenin.
En una ocasión intentó dejarse morir de hambre. La Checa la
amenazó con alimentarla a la fuerza, pero finalmente accedie-
ron a la petición de dos prisioneros, amigos cercanos de Spiri-
dónova, Izmailovitch y Kamkov, de permitirles persuadirla para
que aceptara alimento.
Durante los dos Congresos de Moscú celebrados en julio de
1921, sus camaradas hicieron circular un manifiesto que habían
enviado al Comité Central del Partido Comunista y a los princi-
pales representantes del Gobierno, llamando la atención de las
condiciones de Mariya Spiridónova y exigiendo su liberación
para que recibiera el tratamiento y los cuidados médicos ade-
cuados.
Una extranjera importante, delegada del Tercer Congreso de
la Internacional Comunista, tomó cartas en el asunto. Después
contó que vio a Trotski, quien le dijo que Spiridónova era aún
demasiado peligrosa para dejarla en libertad. Sólo fue liberada
después de que los relatos de su estado hubieran aparecido en

| 62
la prensa socialista europea, con la condición de que volviera a
prisión cuando se recuperara. Los amigos que la cuidan se ven
ahora en la disyuntiva de dejarla morir o permitir que vuelva a
prisión bajo «los mejores cuidados» de la Checa.
Solo una cosa puede salvarla: la oportunidad de abandonar
Rusia. Sus amigos han hecho esta petición al Gobierno bolche-
vique, pero ha sido en vano hasta ahora. En 1906, las protestas
del mundo civilizado salvaron la vida de Spiridónova. Es verda-
deramente trágico que las mismas protestas sean necesarias
otra vez. Alejada de la mirada vigilante de la Checa, de la aflic-
ción y la angustia de la torturada Rusia, libre en algún lugar, con
el aire puro de la montaña, Mariya Spiridónova podría sanar
otra vez. Ha sufrido cien muertes. ¿Podrá volver a la vida?

________________

Desde que se escribió este artículo, la Cruz Roja Rusa de


Moscú ha solicitado a Unschlicht, presidente de la Checa de
Moscú, que ahora se llama Okrana Política, que se le permita a
Spiridónova abandonar Rusia. Parece ser que este fiel defensor
del Estado Bolchevique ha dicho que las condiciones de vida en
Europa perjudicarían la salud de Spiridónova, por lo que no se
le permitirá de salir del país. La excusa que da Unschlicht es
muy extraña, en vista de que esas condiciones no parecen haber
perjudicado la salud de la delegación rusa en Génova. Tampoco
se han visto afectados ninguno de los numerosos representantes
bolcheviques que pululan por las capitales europeas. ¿Por qué,
entonces, dañarían a Mariya Spiridónova?
La realidad es que la excusa de Unschlicht es sólo una de las
muchas cínicas evasivas que dan los bolcheviques siempre que
quieren salir de una situación difícil. Ellos no solo no atienden
al bienestar de Spiridónova, sino que hacen todo lo posible por
deshacerse de ella, y no hay duda de que darían un suspiro de
alivio si ella les hiciera el favor de morirse de una vez por todas.

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Desde que ha sido puesta en libertad bajo palabra, no son los
bolcheviques los que la han atendido, sino la Cruz Roja y sus
amigos personales. ¿Por qué, entonces, esta repentina preocu-
pación por parte de Unschlicht?
La verdad es que Spiridónova sigue siendo una molestia. En
Rusia está amordazada; en Europa su voz podría ser escuchada.
Mr. Unschlicht sabe que el Kremlim lo sabe. Por lo tanto, no se
le permite marcharse. Sin embargo, los trabajadores de Europa
no deben dejarse engañar por las excusas de Unschlicht. Deben
exigir al Gobierno Bolchevique, con decisión e insistencia, la li-
beración de Mariya. Es lo menos que los obreros revoluciona-
rios pueden hacer por aquella que ha luchado tanto tiempo y tan
heroicamente por los oprimidos de Rusia y de todo el mundo.
Mariya Spiridónova, a quien ni el zar ni los bolcheviques pudie-
ron sobornar, engañar, ni someter, tiene el derecho de pedir el
apoyo del proletariado revolucionario para ayudarla a escapar
del tierno y solícito cuidado de los Unschlichts y su Gobierno.

EL CUIDADO DE LOS NIÑOS

EL CÍRCULO VICIOSO creado por el comunismo de Estado, y que


ha frustrado la mayoría de los esfuerzos sinceros, no es en nin-
gún otro sitio tan perverso y evidente como en las actividades
bolcheviques en nombre de los niños. Aunque muchos de los re-
latos sobre la vida de la infancia en Rusia son mera leyenda, hay
que admitir que se hizo un gran esfuerzo. ¿Por qué falló?
Recuerdo vívidamente la impresión que me causó uno de los
conferenciantes en el segundo aniversario de la Revolución de
Octubre, celebrado en Madison Square Garden en 1919. El hom-
bre acababa de regresar de Rusia. Despertó gran entusiasmo en-
tre la audiencia cuando describió los cuidados y el trato que los
niños recibían allí. Mi corazón estaba con el pueblo de ese país,
| 64
con las masas que se habían deshecho del yugo de siglos y ahora
estaban siendo «guiadas por la mano de un niño». Era maravilloso.
Pensar en el trabajo que se estaba haciendo para los niños en
Rusia, sostuvo y reconfortó mi ánimo durante el viaje en la pri-
sión flotante, el Buford28. El futuro estaba lleno de promesas;
¡qué inspirador llegar a ser parte de una nueva vida tan esplén-
dida! Pero en Rusia me di cuenta de que no había contado con
el círculo vicioso: el Estado Socialista que ha comprimido todo
esfuerzo dentro de su órbita.
Es cierto que los bolcheviques han hecho un gran intento en
lo que se refiere a los niños y la educación. También es verdad
que, si han fracasado en atender las necesidades de los niños
rusos, son más culpables los enemigos de la Revolución Rusa
que ellos. La intervención y el bloqueo han pesado más sobre los
frágiles hombros de los niños inocentes y los enfermos. Pero in-
cluso bajo las condiciones más favorables, el burocrático mons-
truo Frankenstein del Estado Bolchevique no habría podido ha-
cer otra cosa que frustrar las mejores intenciones y paralizar todo
esfuerzo de los comunistas en favor de los niños y la educación.
Cuando llevaba en Rusia varias semanas tuve la oportunidad
de visitar la primera escuela, la mejor de Petrogrado. Se llamaba
pokazatelnaya shkola, escuela modelo, literalmente «escuela de
muestra». No entendí su significado hasta más tarde. La escuela
estaba ubicada en el Hotel Europa, y el lugar aún conservaba
muchas de sus formas elegantes, con habitaciones espaciosas,
hermosos candelabros y un mobiliario lujoso.
En invierno de 1920, la escasez de combustible en Petro-
grado era tan grande que la población casi pereció. Por tanto,
era necesario, como fuera posible, apiñar a los niños en unas
pocas habitaciones. Pero estaban limpias, cuidadas y conforta-
bles. Los niños, de entre seis y trece años, parecían saludables,

28El Buford era un desvencijado navío militar en el que Emma Gold-


man, Alexander Berkman y otros compañeros, fueron deportados a
Rusia el 21 de diciembre de 1919.
| 65
bien alimentados y contentos. Los médicos encargados me lle-
varon por el lugar, incluida la cocina, que brillaba con preciosos
platos de cobre, y me explicaron todo con detalle.
La escuela se usaba como una especie de centro de recepción
y distribución. Los niños llegaban allí de todas partes de Rusia,
en su mayoría de las provincias. Venían con la ropa infectada de
parásitos, demacrados y enfermos. Los bañaban, pesaban, me-
dían, los alimentaban y les daban un tratamiento general. Se
quedaban en la escuela por un periodo corto, recibiendo ins-
trucción elemental, y más tarde los enviaban a otros internados.
Lo que vi me impresionó extraordinariamente. En verdad,
aquí estaba la prueba de los informes que habían llegado a Es-
tados Unidos sobre las grandes cosas que se hacían por los niños
en Rusia.
Solo hubo una nota discordante en la bella estampa. Mi anfi-
triona, la médica, en un comentario casual reveló que no podría-
mos ver a algunos niños porque «estaban en aislamiento».
«¿Alguna enfermedad contagiosa?», pregunté. «No», dijo la
mujer, «es que son unos ladronzuelos y los tenemos que apartar
de los otros niños».
Estaba asombrada. Recordé al maestro de escuela Tolstoi tal
como lo retrató Ernest Crosby29. Uno de los niños de su escuela

29 Ernest Crosby, sociólogo estadounidense, escribió León Tolstoi,


maestro (Tolstoy as a schoolmaster, 1904), que relata la actividad do-
cente en la escuela de Yasnaia Poliana. Aunque Tolstoi desaprobaba el
castigo, reconocía que es un hábito que estaba arraigado en él, como
en todos los demás. La anécdota a la que se refiere Emma Goldman es
la siguiente: Hubo algunos robos en la escuela. Se interrogó a todos los
niños y se encontró a los dos culpables. Se decidió que sus compañeros
eligieran el castigo y acordaron que ambos llevarían colgado un cartel
con la palabra «ladrón». Los alumnos se reían y burlaban de los dos
chicos y los pasearon por todo el pueblo. Los dos muchachos lloraron
amargamente y la mirada de uno de ellos era perversa y salvaje.
Cuando regresaba a casa, llevaba la cabeza inclinada y los ojos clava-
dos en el suelo, lo que le pareció a Tolstoi el andar de un criminal, y
los compañeros iban a su lado insultándolo y atormentándolo cruel-
mente. Después de todo aquello, Tolstoi notó que el muchacho se
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había robado algo. Otro lo denunció y pidió al profesor que lo
castigara. Alumnos y profesor acordaron que llevara un cartel
con la palabra «¡Ladrón!» colgada de su cuello de delincuente.
Mientras Tolstoi ponía la cuerda en la cabeza del muchacho,
éste lo golpeó con su mirada, una mirada de humillación, de
muda acusación. Pero no. El niño no era el culpable. Lo eran
Tolstoi y los otros chicos —toda la sociedad—, que podían hacer

volvió menos estudioso y dejó de participar en los juegos. Poco des-


pués volvió a robar. Una vez más se le puso el cartel y se repitió todo
lo demás, con igual brutalidad. Tolstoi dijo: «Le di un sermón, como
hacen los maestros de escuela. Pero un muchacho grande que estaba
de pie también comenzó a sermonearle, repitiendo frases que sin duda
había oído de su padre, el conserje: “Ha robado una vez, dos veces —
dijo, sentenciando—, cogerá el hábito de robar, nada frenará su amor
a la ganancia”. Esto me molestó. Estaba irritado con el joven pedante.
Miré la cara del acusado. Cuando lo vi, más pálido, triste, más indó-
mito que antes, pensé en criminales en prisión, no sé por qué, y rompí
el cartel de su ropa y le dije que se marchara a donde quisiera, porque
de repente me di cuenta de que todo estaba mal. Sentí de repente, no
con mi intelecto, sino a través de todo mi ser, que no tenía derecho a
torturar a este pobre niño, y que no podía moldearlo como quería-
mos... yo y el hijo del conserje. Sentí que hay secretos del alma que no
podemos perforar y que la vida sola puede cambiar, y no con reproches
y castigos. ¡Qué estúpido es todo! El niño ha robado un libro; por una
larga y complicada serie de ideas, pensamientos y falsos argumentos,
se ha visto impelido a tomar un libro, no sabe ni por qué lo ha guar-
dado en su caja, y rápidamente le pongo un cartel con la palabra "la-
drón", que es otra cosa. ¿Qué bien le hará? Castigarlo para que se aver-
güence, diréis. ¿Para que se avergüence? ¿Con qué fin? ¿Sabemos si la
vergüenza destruye la inclinación a robar? Quizás, por el contrario, la
estimule. Tal vez no fue vergüenza lo que expresó en su rostro. De he-
cho, estoy seguro de que no fue vergüenza, sino algo más que pudo
haberse dormido para siempre en su alma y que no debería haberse
despertado. En el mundo que se llama práctico, (…) el mundo que
tiene como razonable no lo que es razonable, sino lo que es práctico,
allí, en ese mundo, dejamos que el pueblo se arrogue el derecho y el
deber de castigar. Pero nuestro mundo de niños, de seres sencillos y
francos, debe mantenerse libre de la falsedad y de esta creencia crimi-
nal en la conveniencia del castigo, de esta teoría de que la venganza es
justa si lo llamamos castigo».
| 67
algo tan cruel, calificando a un niño de ladrón. Después de eso,
nunca más fue castigado un niño en la escuela de Tolstoi.
Pero aquí, en la gran Rusia libre y revolucionaria, los niños
eran castigados, aislados, marcados como ladrones y continua-
mente se les calificaba de «deficientes morales». Estaba pertur-
bada y perpleja. Sin embargo, no dejé que eso oscureciera la her-
mosa imagen que vi en el Hotel Europa.
Un poco después me visitó una mujer que conocía de los Es-
tados Unidos desde hacía muchos años. Junto con su marido y
su hijo pequeño, regresó a su tierra natal poco después de la Re-
volución de Febrero. Participó en los magníficos días de octu-
bre, y desde entonces se había comprometido en varias labores,
pero su interés principal era el cuidado de los niños. En el mo-
mento de su visita era la gobernanta de un internado para niñas.
Me contó muchas cosas de su trabajo, de las niñas, y habló de la
penosa lucha para conseguir las cosas que necesitaba su escuela.
Su relato era tan distinto de lo que yo había visto en el Hotel
Europa que no lo podía creer. Pero yo sabía que mi amiga era
honesta y digna de confianza. Parecía inexplicable.
Le pedí que se quedara a cenar. Hablamos sobre las personas
que ambas conocíamos en Estados Unidos, sobre la Revolución
de Octubre y sus efectos sobre los oprimidos del mundo mien-
tras yo pelaba patatas en mi improvisada cocinilla.
«No tires las peladuras», me advirtió.
«¿Por qué? ¿Para qué las quieres?», pregunté.
«Los niños hacen con ellas pastel de patata y se pondrán con-
tentos de conseguirlas».
«¿Los niños?», pregunté. «¿Cómo es eso posible? ¿Es que no
reciben las raciones básicas?». Me vi a mí misma en el Hotel
Europa donde a los niños se les daba leche, cacao, arroz, harina,
pan blanco, chocolate, incluso carne.
Mi visitante sonrió. «Ven a mi escuela», dijo, «y te convencerás».
Fui muchas veces. Allí vi la otra cara de la moneda. Sin em-
bargo, incluso entonces, no me convencí fácilmente. Había

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sesenta y cinco niñas en esa escuela. La comida era escasa y de
mala calidad. Casi todas ellas se alimentaban de lo que sus fa-
miliares les enviaban del campo. Tenían poca ropa de abrigo y
la mayoría no tenía zapatos. Mi amiga empleaba mucho tiempo
y toda su energía en los distintos departamentos de la Junta de
Educación.
Le llevó dos semanas conseguir veinte cucharas de madera
para sus sesenta y cinco niñas. Tras un mes de esfuerzo, de hacer
cola, de esperar a ser recibida por los altos funcionarios, le die-
ron veinticinco pares de botas de nieve. Requirió gran sabiduría
y mucho tacto repartirlas entre las sesenta y cinco muchachas
sin causar envidia, odios y peleas entre ellas.
Cada vez que visitaba esa escuela, más me convencía de que
había algún error por algún lado. ¿De qué otro modo se podían
explicar las diferencias entre los cuidados que los niños recibían
en el Hotel Europa y los de la escuela en Kronversky Prospekt?
Allí, los niños tenían lo mejor de todo —comida, ropa, habi-
tación, conciertos, bailes— de hecho, casi demasiado, teniendo
en cuenta la situación general. Aquí, tenían tan poco que esta-
ban constantemente hambrientos, y ese poco lo conseguían con
grandes dificultades.
Pronto descubrí algunos hechos. En toda Rusia no había su-
ficiente comida o ropa para todos los niños. Los bolcheviques
pensaron que era necesario tener unas pocas escuelas en cada
ciudad para beneficiarse de las misiones extranjeras, las delega-
ciones y los periodistas. Se exhibía a los niños, se les pasaba re-
vista en cada ocasión y se escribía sobre ellos. Esas escuelas re-
cibían lo mejor de todo. Lo que sobraba iba a las otras escuelas,
que por supuesto eran más numerosas.
Las personas que visitaron las «escuelas de muestra» y valo-
raron cómo se cuidaba allí a los niños rusos, se marchaban ig-
norando por completo las verdaderas condiciones de la multi-
tud de niños bajo el régimen bolchevique.

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La intervención y el bloqueo de los Aliados son los principa-
les responsables de la terrible pobreza en Rusia. Sin embargo,
todo lo que había para cubrir las necesidades de los niños se po-
dría haber distribuido de forma más equitativa. El sistema bol-
chevique implica, por sí mismo, la discriminación y la desigual-
dad en lo que respecta a los niños, igual que hicieron en la forma
de tratar a los obreros, para los que había distintas clases de ra-
ción, planeada y llevada a cabo de forma oficial.
En la práctica, los niños estaban en la misma situación, aun-
que de manera extraoficial. Para empezar, el sistema de «escue-
las de muestra» era corrupto, desmoralizador, y establecía pri-
vilegios especiales. Lo que a su vez implicaba pretextos, fraude
y engaño que afectaban a maestros y niños.
Pero lo que hizo inútiles y estériles los mejores esfuerzos de
los bolcheviques, en esta y en otras direcciones, fue, sobre todo,
la centralización del Estado y su compleja maquinaria de oficia-
lismo burocrático que de él se deriva.

«ALMAS MUERTAS»

HACE CIEN AÑOS Gógol sorprendió a sus compatriotas con su


gran obra «Almas muertas»30. Era una cáustica acusación del
feudalismo ruso y su parasitismo. Las «almas muertas» han co-
brado vida otra vez en Rusia. Pero no hay ningún Gógol para
censurarlas. Y si lo hubiera, en la Rusia actual tendría muchas
menos oportunidades de ser escuchado que las que el gran
Gógol tuvo en su tiempo.

30 Almas Muertas (1842), Nikolái Gógol. El cobro de impuestos a los


terratenientes dependía del número de siervos («almas») que el pro-
pietario tenía en sus registros, que debían estar actualizados para no
pagar por los siervos fallecidos («almas muertas»). El protagonista
concibe un plan para comprar estas almas muertas. Si adquiere las su-
ficientes, el gobierno central le adjudicará tierras, consiguiendo la
gran riqueza y posición social que desea.
| 70
¿Quiénes son las modernas almas muertas? Esto se puede
clarificar mejor con un ejemplo. Cada guardería, internado, re-
formatorio —en realidad, cada institución donde viven niños y
adultos— tiene derecho a tantas raciones de comida y ropa como
el número de sus internos.
Todas las instituciones dependen del Departamento Central
de Distribución (en Petrogrado, la Petrokommuna; en Moscú, la
Moskommuna, etc.) para adquirir suministros. Lo que una deter-
minada institución necesita debe quedar garantizado con nume-
rosas ordenes firmadas y autorizadas por decenas de tchinovniki31.
Los tchinovniki retrasan sistemáticamente los asuntos hasta
que reciben un soborno, necesario para conseguir más pedido
del que le corresponde a cada institución por el número de in-
ternos. Y así, estos «extras» se pueden guardar para sobornos y
para los hambrientos amigos del encargado de los suministros
de la institución.
Por ejemplo, la escuela de mi amiga tenía sesenta y cinco ni-
ñas. Las anteriores gobernantas habían añadido un número de
nombres ficticios —almas muertas— al total real de niñas en las
escuelas. Se aseguraban así las raciones adicionales que usaban
para sobornar, y a cambio conseguían un servicio rápido. Es-
tando de esta manera provistos de «influencia» en los diversos
departamentos, no importaba si los directores a cargo de las es-
cuelas saboteaban su trabajo, descuidaban e incluso abusaban
de los niños, o que especularan a menudo con las provisiones
obtenidas para los internos. Tenían «amigos en lo alto».
Por supuesto, son obvios los resultados de este conveniente
arreglo, universal en Rusia. Pero mi amiga nunca tomó parte en
tales prácticas. Rechazó añadir «almas muertas». Ella sabía que
cada alma muerta se alimentaba de la ya insignificante ración
de algún niño.
Se negó a dar de comer a los numerosos inspectores, exami-
nadores y correctores de su distrito. El resultado fue una larga y

31 Burócratas.
| 71
amarga batalla contra el círculo vicioso, una batalla que minó su
salud y que terminó con su expulsión, literalmente arrojada a la
calle. Trató en vano de llamar la atención de los «camaradas» y
de la directora del Departamento de Educación de Petrogrado,
la señora Lilina. No pudo conseguir una entrevista con ella y ja-
más visitó la escuela de mi amiga. Las «escuelas de muestra»
ocupaban todo su tiempo. Además, la señora Lilina apenas hu-
biese creído la historia de mi amiga. No se suele prestar atención
a los «forasteros» que tienen quejas de los comunistas. Y, ade-
más, es peligroso hacerlo.
Posteriormente me encontré con la señora Lilina. Creo que
es sincera y muy entregada a su trabajo. Pero es una fanática sin
visión. Depende por completo de sus principales subordinados,
todos comunistas, para obtener información sobre las condicio-
nes de las escuelas. En Rusia, el criterio para valorar la aptitud
y la veracidad es la adhesión al Partido Comunista. Apenas es
necesario hacer hincapié en las consecuencias.
Todo esto (la inanición parcial de los niños en las escuelas
bolcheviques) lo aprendí poco a poco, penosamente, día a día.
Al principio me negaba a creer que el método de las «almas
muertas» fuera una práctica generalizada. En el Hotel Astoria,
«Primera Casa del Soviet», vivía al lado de mi habitación una pe-
queña mujer con sus dos hijos. Era comunista, pero había lu-
chado contra el método de las «almas muertas». Trabajaba en
varias instituciones para niños. Y no sólo corroboró las condiciones
que encontré en la escuela de Kronversky Prospekt, sino que me
habló de muchas otras donde imperaban las mismas prácticas.
Por todas partes, las «almas muertas» vivían a costa de los
niños semi hambrientos. Mi vecina me contó la experiencia que
había tenido con sus propios hijos, un niño de tres años y una
niña de nueve. Ambos habían ido a una colonia. Con sus magras
ganancias les enviaba con regularidad provisiones adicionales,
ya que allí no conseguían lo suficiente. A los seis meses, sus hijos
enfermaron y tuvieron que mudarse a la pequeña habitación

| 72
que compartían con su madre. La niña había contraído un sar-
pullido pernicioso y el niño estaba consumido. Ambos casos se
diagnosticaron como malnutrición.
Hice amistad con mi vecina, una comunista sincera y traba-
jadora. Por ella me enteré del estado general de los niños. Yo
veía cómo los bolcheviques intentaban hacer todo lo que podían
por los niños, pero que sus esfuerzos eran derrotados por la bu-
rocracia parasitaria que su Estado había creado. Sobre todo,
quedó probado lo destructivo que era su concepto de que in-
cluso los niños pueden ser usados con fines propagandísticos.
Las «escuelas de muestra» eran una mala influencia, espe-
cialmente para los niños. Envenenaron sus mentes con el sen-
tido de la injusticia y la discriminación. De un modo más rápido
y acertado que el adulto, el niño percibe la injusticia y el engaño.
Y mientras en los periódicos extranjeros se presentaban esas
«escuelas de muestra», la multitud de niños rusos eran desaten-
didos como lo son en todo el mundo los hijos de los obreros. Por
todas partes, unos pocos privilegiados reciben todos los benefi-
cios. La Rusia bolchevique no es una excepción a esta cruel si-
tuación.
Dije al principio que me sentí profundamente perturbada
cuando supe que se aislaba a los niños considerados como «la-
drones y deficientes morales». En aquel momento yo atribuí esa
actitud a que los conceptos del médico encargado del Hotel Eu-
ropa estaban obsoletos. Pero un artículo en el Pravda y la charla
que tuve con muchos líderes comunistas —entre ellos Máximo
Gorki, la señora Lilina y otros—, me convencieron de que casi
todos ellos creían en la «depravación moral inherente».
Incluso algunos pedagogos de gran prestigio eran partidarios
de la prisión para tales «deficientes morales». Pero eso era de-
masiado para el Comisario de Educación Lunacharsky, para
Gorki y otras personas más progresistas, a los que la ortodoxia
comunista consideraba sentimentales. Lunacharsky combatió
tan bárbara propuesta, y afortunadamente su postura triunfó.

| 73
Sin embargo, todavía en septiembre de 1921 había doscientos
menores en la prisión Taganka de Moscú, entre ellos, un niño de
ocho años.
Tengo la certeza de que ni Lunacharsky ni Gorki tenían cono-
cimiento de esto. Pero ahí radica la maldición del círculo vicioso;
hace imposible que los que están al mando sepan lo que hace su
ejército de subordinados. Fueron los prisioneros políticos en-
viados a Taganka los que descubrieron la presencia de los niños.
Informaron a sus amigos del exterior, quienes abordaron el asunto
con Lunacharsky, y finalmente sacaron a los niños de la prisión.
Pero las escuelas y colonias para «deficientes morales» no
son mucho mejor que una prisión. Una investigación realizada
por un comité de las Juventudes Comunistas reveló las horribles
condiciones de algunas de esas escuelas en Petrogrado. El in-
forme se publicó en el Pravda de Petrogrado en mayo de 1920.
Corroboraba las frecuentes acusaciones —entre ellas la práctica
general de las «almas muertas», la multiplicación de los encar-
gados a expensas de las raciones de los niños y otros métodos
de corrupción e ineficiencia—. Por ejemplo, el comité encontró
en una escuela a 138 encargados para 125 niños. En otra, 38 en-
cargados y 25 niños. Y no eran casos excepcionales.
Además de esto, el informe del comité mostraba que los ni-
ños estaban gravemente abandonados, vestían con harapos su-
cios y dormían sin ropa de cama sobre lechos inmundos y ma-
lolientes; que a algunos los castigaban encerrándolos durante la
noche en cuartos oscuros, a otros los dejaban sin cenar, y varios
habían sido golpeados. El informe causó gran conmoción en los
círculos oficiales.
Se ordenó una investigación especial y, por supuesto, como
pasa en Estados Unidos con cosas similares, el resultado fue el
encubrimiento. Reprendieron al comité de las Juventudes Co-
munistas por «exagerar». Se dijo que el artículo de Pravda
nunca debería haber aparecido, que tales historias son agua en
el molino de los contrarrevolucionarios, y así sucesivamente.

| 74
Discutí el tema con algunos comunistas. ¿Cómo había podido
suceder tal cosa en la Rusia Soviética? Recibí la invariable res-
puesta: «falta de trabajadores confiables y eficientes». Me ofrecí
a hacer algún trabajo entre los desafortunados niños calificados
de «deficientes morales».
«Oh, debe ver a la camarada Lilina», me aconsejaron. «Es-
tará encantada de contar con usted».
La camarada Lilina me llamó varios días después. Es una frá-
gil mujer con semblante duro, la típica maestra de Nueva Ingla-
terra de hace cincuenta años. Me aseguró que estaba estrecha-
mente familiarizada con los mejores métodos de pedagogía y
psicología. Me aventuré a decirle que yo no creía en la teoría de
la depravación moral de los niños, y que ningún educador mo-
derno sostendría conceptos tan anticuados; que incluso los ni-
ños deficientes no podían ser castigados o etiquetados como de-
generados morales.
Le hablé de los métodos modernos y del trabajo experimental
que se había llevado a cabo en Estados Unidos con niños delin-
cuentes, impulsado por el juez Lindsay y otros que rechazaban la
concepción moralista del santo y el pecador. Oh, sí, eso estaba
muy bien en un país capitalista donde la comida y todo lo demás
era abundante, pero en la famélica Rusia los «deficientes mora-
les» eran el resultado inevitable de una larga guerra, la revolu-
ción y el hambre.
La entrevista me convenció de que, si empezase a trabajar
entre las pequeñas víctimas, mis esfuerzos serían frustrados a
cada paso por esta puritana y dogmática mujer. Probablemente,
ella pensó a su vez que no sería seguro confiar el cuidado de los
niños a una anarquista en un Estado Comunista. De todos mo-
dos, el proyecto quedó en nada.
Cuento esto para mostrar que es falsa la machacona afirma-
ción bolchevique de que la corrupción, el abuso y la ineficiencia
de su régimen se deben a la falta de trabajadores confiables. Du-
rante mi estancia en Rusia entré en contacto con un número

| 75
sorprendentemente grande de personas capaces y deseosas de
cooperar en el trabajo educativo, económico y otras tareas no
políticas. Sin embargo, al no ser comunistas, son discriminados,
desalentados y cercados por un sistema de espionaje que hace
inútil toda iniciativa y esfuerzo.
Durante mi viaje de cuatro meses por Ucrania tuve muchas
ocasiones de visitar guarderías, escuelas infantiles, internados y
colonias —extraoficialmente, claro—. En todos sitios encontré la
misma situación: una «escuela de muestra» con niños bien cui-
dados y alimentados, mientras que en las demás instituciones
pasaban hambre. A menudo vi cómo los hombres y mujeres a su
cargo chocaban con la maquinaria burocrática, esforzándose
sinceramente por defender los intereses de los niños; pero era
un empeño inútil, sólo para ser finalmente eliminados por la to-
dopoderosa máquina.
Vi un notable ejemplo de esto en Moscú, un poco antes de
marcharme. En cierto distrito hay una guardería modelo, la me-
jor organizada y equipada que encontré en toda Rusia. La go-
bernanta era un tipo muy raro de mujer, una idealista, educa-
dora de larga experiencia y trabajadora incansable. Se oponía
firmemente a la práctica de las «almas muertas». Ella no roba-
ría a Pedro para alimentar a Pablo. Nunca sobornaría a los pe-
queños funcionarios de los subdepartamentos.
Como de costumbre, se inició una campaña contra ella. El
espíritu instigador del miserable ataque fue el médico de la
guardería, un comunista. Toda clase de acusaciones se vertieron
sobre ella, sin base alguna. Pero la máquina no paró hasta que
la mujer se vio obligada a marcharse. Y eso también significaba
perder su habitación. Era madre de un bebé de cuatro meses.
Era noviembre, el tiempo era frío, la humedad penetrante. A
la mujer que había luchado por la guardería le ordenaron irse.
Por el bien de su hijo se negó a marcharse hasta que le asegura-
ran una habitación en el edificio. Entonces le dieron una habi-
tación pequeña, oscura y húmeda en un sótano que no había

| 76
sido calentado en tres años. En esa tumba, el niño cayó enfermo,
y lo ha estado desde entonces.
¿Tiene conocimiento Lunacharsky de estos casos? ¿Lo saben
los líderes comunistas? No hay duda de que sí. Pero están de-
masiado ocupados con «importantes asuntos de Estado». Y se
han vuelto insensibles a todas esas «nimiedades». También ellos
están atrapados en el círculo vicioso, en la maquinaria de la bu-
rocracia bolchevique. Saben que la adhesión al partido tapa una
multitud de pecados.
Durante mi estancia de dos años en Rusia visité muchas ins-
tituciones, pero encontré a muy pocos niños felices. En todo ese
tiempo, tan solo una vez oí la risa franca de un niño, en Arcángel.
Puede que en un futuro artículo tenga ocasión de escribir sobre
esa experiencia. En general, la mayoría de los niños en las insti-
tuciones bolcheviques se me quedaron grabados como descolo-
ridos y repetidos, verdaderos hijos de los asilos para huérfanos.
Hay algo realmente conmovedor en esos niños. No solo están
hambrientos de comida, lo están sobre todo de afecto —son ni-
ños desolados—. Sé que esto no se corresponde con las leyendas
que circulan sobre el milenio que les espera a los niños en la
Rusia bolchevique. Sin embargo, no tengo intención de perpe-
tuar esas leyendas.
Había otro factor que situaba al Estado Comunista por en-
cima de otros gobiernos: la abolición del trabajo infantil. Este
fue su logro más significativo y por el que los comunistas mere-
cieron mucha credibilidad. Pero ahora que la nueva política eco-
nómica de Lenin está resucitando velozmente a los muertos,
ahora que el capitalismo y la explotación privada, de forma lenta
pero segura, están volviendo a Rusia, el Gobierno Bolchevique
pronto será comparable a todos los demás gobiernos civilizados,
con niños trabajadores como origen de la salud nacional.

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UNA VISITA A PIOTR KROPOTKIN

ENTRE AQUELLOS a los que yo más deseaba ver cuando llegué a


Rusia en enero de 1920, era a Piotr Alekséyevich Kropotkin. En
seguida pregunté cómo podía contactarlo. Me informaron que
solo podría hacerlo cuando llegara a Moscú, pues Kropotkin vi-
vía en Dmítrov, una pequeña aldea a sesenta verstas de distan-
cia de la ciudad. Pero uno no viaja a voluntad en un país como
Rusia, tan afligido por la guerra y la revolución, un país donde
el Estado tiene el control absoluto sobre cada aliento de vida.
No había nada que hacer excepto esperar a tener la oportunidad
de ir a Moscú. Por fortuna, la ocasión pronto se me presentó.
A principios de marzo varios comunistas destacados fueron
a Moscú, entre ellos Radek y Gorki. Y me dejaron ir en su coche.
Cuando llegué a Moscú empecé a buscar el modo de llegar a
Dmítrov. Pero tuve que esperar. Me enteré de que era casi im-
posible viajar de la forma habitual. El tifus se extendía. Las es-
taciones de ferrocarriles estaban atestadas de personas que es-
peraban tumbadas desde hacía días y semanas. Había siempre
una lucha salvaje por conseguir una pulgada de espacio. Qui-
nientos desgraciados se aglomeraban en un vagón que solo tenía
capacidad para cincuenta. Hambrientos y agotados, se apiña-
ban incluso en el techo y la plataforma de los vagones, sin tener
en cuenta el frío cortante o el peligro inmediato de caerse. En
cada viaje algunos perecían congelados, otros eran arrojados
por el exceso de velocidad del tren.
Estaba desesperada, pues había oído que ese invierno Kro-
potkin se encontraba enfermo. Temía que no viviese hasta la
primavera. No podía pedir un coche especial ni podía reunir el
coraje para viajar de la forma usual. Una circunstancia inespe-
rada vino en mi rescate.

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El editor del Daily Herald de Londres, acompañado de uno
de sus corresponsales, había llegado antes que yo a Moscú. Ellos
también querían visitar a Kropotkin, y se les había proporcio-
nado un coche especial. Junto con Alexander Berkman y A. Sha-
piro pude acompañar al señor Lansbury y hacer el viaje en rela-
tiva seguridad. La jornada transcurrió con bastante buen
tiempo; era una noche estrellada, y todo el país era una vasta
capa de nieve. Nuestras pisadas retumbaban en el silencio del
pueblo dormido.
La casa de campo de Kropotkin estaba situada detrás de un
jardín, alejada de la calle. Sólo el débil rayo de una lámpara de
queroseno iluminaba el camino que conducía a la casa. Después
supe que el queroseno escaseaba en el hogar de Kropotkin, y te-
nía que economizarlo. Cuando Piotr terminaba su trabajo dia-
rio, se usaba la misma lámpara en la sala donde por la noche se
reunía la familia. Fuimos calurosamente recibidos por Sofía
Kropotkin y su hija, quienes nos condujeron a la habitación
donde estaba el Viejo Gran Hombre.
La última vez que le había visto fue en 1907, en París, cuando
lo visité después del Congreso Anarquista de Ámsterdam. Kro-
potkin, que tuvo prohibida la entrada en Francia durante mu-
chos años, acababa de recibir permiso para volver. Por entonces
ya tenía sesenta y cinco años, pero parecía lleno de vida, tan des-
pierto que parecía mucho más joven. Fue de gran inspiración
para todos los que tuvimos la fortuna de tener una relación cer-
cana con él.
De algún modo, nadie podía creer que Piotr Alekséyevich
fuese viejo. Pero no fue así en marzo de 1920. Me conmocionó
su transformación, estaba terriblemente demacrado. Nos reci-
bió con su característica amabilidad.
Desde un principio comprendimos que nuestra visita no se-
ría satisfactoria; Piotr no podría hablar libremente con nosotros
en presencia de dos desconocidos, que además eran periodistas.
Pero lo hicimos lo mejor que pudimos dada la situación. Tras

| 79
una hora de charla, le pedimos a la señora Kropotkin y a Sasha
que entretuvieran a los invitados ingleses mientras nosotros
conversábamos en ruso con Kropotkin.
Además de mi interés por su salud, también estaba impa-
ciente por que arrojara luz sobre cuestiones vitales que ya co-
menzaban a perturbar mi mente: la relación de los bolcheviques
con la Revolución, los métodos despóticos que, según todos me
aseguraban, había impuesto el partido gobernante a causa de la
intervención y el bloqueo. ¿Qué pensaba Kropotkin de esto y
cómo explicaba su largo silencio?
No tomé ninguna nota de la conversación, y solo puedo con-
tar la esencia de nuestra breve charla. Hablamos de que la Re-
volución Rusa llevó al pueblo a grandes alturas y había allanado
el camino hacia profundos cambios sociales. Si se hubiera per-
mitido al pueblo utilizar sus energías liberadas, Rusia no estaría
ahora en condiciones tan ruinosas.
Los bolcheviques, que fueron empujados al frente por la gi-
gantesca ola revolucionaria, captaron desde un principio la
atención del pueblo con las consignas revolucionarias extremas.
Y así se ganaron la confianza de las masas y el apoyo de los mi-
litares revolucionarios.
A principios de octubre los bolcheviques empezaron relegar
el interés de la revolución en favor de la construcción de su dic-
tadura. Esto estranguló y paralizó toda actividad social. Kro-
potkin se refería a las cooperativas como un medio fundamental
que, en su opinión, podría haber tendido un puente entre los
intereses de los campesinos y los trabajadores. Pero todas estas
cooperativas fueron las primeras que se destruyeron.
Habló acaloradamente del desaliento, el acoso, la cruel per-
secución de cada asomo de opinión política, y citaba numerosos
ejemplos de la miseria y la angustia del pueblo. Sobre todo, fue
muy enérgico contra el gobierno bolchevique por haber desacre-
ditado el Socialismo y el Comunismo a los ojos del pueblo ruso.

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Fue una imagen desgarradora la que Kropotkin desplegó ante
nosotros esa noche.
¿Por qué, entonces, no había levantado su voz contra estos
males, contra la máquina que estaba agotando el alma de la Re-
volución? Kropotkin dio dos razones. La primera, porque en el
momento en que Rusia fue atacada por las fuerzas combinadas
imperialistas de Europa, y las mujeres y los niños rusos morían
de hambre por el bloqueo criminal, no pudo unirse al coro de
chillidos de los exrevolucionarios al grito de «¡Crucificar!». Pre-
firió guardar silencio por el momento.
La segunda, porque en Rusia no había ningún medio de ex-
presión, por lo que no había manera de llegar al pueblo. Era inú-
til protestar contra el gobierno, cuya única preocupación era
conservar el poder a toda costa y no podía detenerse en triviali-
dades como la vida de las personas o los derechos humanos. Y
luego añadió: «Siempre hemos señalado las bendiciones del
marxismo en acción. ¿De qué nos sorprendemos ahora?».
Le pregunté si tomaba nota de sus impresiones y observacio-
nes. Con toda certeza, él podía darse cuenta de la importancia
de tales informes para sus camaradas, para los trabajadores; de
hecho, para el mundo entero. Kropotkin me miró un instante y
luego dijo: «No, yo no escribo, es imposible escribir cuando uno
se encuentra en medio de tanto sufrimiento y angustia, cuando
cada hora que pasa trae nuevos relatos de aflicción que uno no
puede aliviar. Además, toda privacidad y seguridad personal
han sido destruidas. Puede haber una redada en cualquier mo-
mento, la Checa se abalanza durante la noche, registra cada rin-
cón de la casa, lo revuelve todo y se marcha llevándose hasta el
último pedazo de papel. Bajo una tensión tan constante es im-
posible guardar informe alguno. Pero antes que todas estas con-
sideraciones, está mi libro sobre ética32. Solo puedo trabajar

32Ética, publicada en 1922; y Ética: su origen y evolución, publicada


en 1924.
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algunas horas al día, y aún me queda mucho por hacer. Por
tanto, debo concentrarme en ello excluyendo todo lo demás».
Ya habíamos monopolizado a nuestro camarada demasiado
tiempo, y a pesar de que aún había mucho de qué hablar, tuvimos
que conformarnos por aquella noche. La conversación volvió a
hacerse general. Pero se hacía tarde y nuestro anfitrión estaba
cansado. Nos despedimos enseguida. Quedamos en volver en pri-
mavera, cuando pudiéramos tener más tiempo para conversar.
Después de un cariñoso abrazo, algo que Piotr nunca dejaba
de hacer con aquellos a los que amaba, regresamos a nuestro
coche. Me pesaba el corazón al pensar en la gran tragedia rusa,
tenía el espíritu confuso y afligido por lo que había oído. Tam-
bién me alarmó la condición física de nuestro camarada. Temí
que no llegara a la primavera. El invierno de 1920 había sido el
más terrible. La gente se moría de tifus, de hambre y frío. Y era
aterrador pensar que Kropotkin pudiera irse a la tumba sin que
el mundo supiera lo que pensaba de la Revolución Rusa.
Me sentía algo impaciente. Kropotkin se había enfrentado al
despotismo de los zares y a los asaltos de su Okrana política.
¿Por qué no podía escribir ahora? Era como los viejos: viven en
el pasado mientras el presente pasa sobre ellos. Fue mucho más
tarde cuando comprendí por qué Kropotkin no podía escribir
sobre los acontecimientos en Rusia.
En julio de 1920, regresé a Moscú. Iba con la expedición del
Museo de la Revolución de camino a Ucrania. Un día, Sasha
Kropotkin me llamó. Había conseguido un coche de un funcio-
nario del Gobierno, y ¿querríamos Alexander Berkman y yo ir a
Dmítrov? Partimos al día siguiente y llegamos allí en pocas horas.
El jardín que rodeaba la casa de Kropotkin había florecido, ocul-
tando por completo la casa. Piotr estaba durmiendo la siesta,
pero se levantó en cuanto oyó nuestras voces. Se unió a noso-
tros; había mejorado mucho, estaba alerta, activo, lleno de ener-
gía. Inmediatamente nos llevó a su huerto, el orgullo de Piotr, y
que era trabajo casi exclusivo de Sofía Kropotkin y el principal

| 82
apoyo para la manutención de la familia. Se deleitó enseñándo-
nos una nueva especie de lechuga que Sofía había cultivado, con
cogollos grandes como un repollo, con hojas de un verde fra-
gante. «Tenéis que quedaros a comer», dijo Piotr alegremente.
Era evidente que la primavera había hecho milagros en él. Era
un hombre diferente.
Los primeros siete meses de mi estancia en Rusia casi acaban
conmigo. Llegué con tanto entusiasmo, con tal deseo de dedi-
carme por completo al trabajo, a la sagrada defensa de la revo-
lución, que lo que encontré me descorazonó por completo. Era
incapaz hacer nada. La rueda del Estado Socialista me había
arrollado paralizando mis energías. Los sufrimientos y desgra-
cias del pueblo, el insensible desprecio a sus necesidades, la per-
secución y la represión, despedazaron mi mente y mi corazón. Y
la vida se me hizo insoportable.
¿Fue la Revolución la que transformó a los idealistas en bes-
tias salvajes? Si fue así, entonces los bolcheviques no fueron más
que meros peones de ajedrez en manos de lo inevitable. ¿O fue
el carácter frío e impersonal del Estado, el que con medios des-
honestos arrastró a la Revolución a su carro y ahora la azuzaba
encaminándola a los cauces indispensables para el Estado? Yo
no podía contestar a estas preguntas, al menos en 1920. Quizás
Kropotkin hubiera podido.

KROPOTKIN EN LA REVOLUCIÓN RUSA

DURANTE LA SEGUNDA VISITA a Kropotkin, estuvimos juntos una


hora. En ese tiempo Piotr habló con detalle sobre la Revolución
Rusa, el papel los bolcheviques, la lección para los anarquistas
en particular y el mundo en general. Él consideraba que la Re-
volución Rusa era más grande en alcance y finalidades que la
Revolución Francesa. Aunque es cierto que el pueblo no estaba
| 83
desarrollado en el sentido occidental, se adapta mejor a las nue-
vas disposiciones de la vida. El espíritu de las masas durante las
Revoluciones de febrero y octubre demostró que el pueblo en-
tendía que los grandes cambios pedían su esfuerzo conjunto, y
que estaba dispuesto a poner todo de su parte.
El pueblo sabía que tenía ante sí algo tremendo que tenía que
afrontar, organizar y dirigir. Aquel espíritu, hoy encadenado por
el hambre, la privación y la persecución, está todavía muy vivo.
La mejor prueba de ello es la tenaz resistencia que el pueblo ruso
presenta ante el yugo bolchevique. Los bolcheviques, en su mar-
cha hacia el poder, estaban muy lejos de ser la vanguardia de la
Revolución, como ellos afirman. Por el contrario, fueron la com-
puerta que detuvo la creciente marea de las energías del pueblo.
En su idea fija de que tan solo una dictadura puede dirigir y
proteger la Revolución, fueron reforzando su formidable Estado
que ahora está aplastando la Revolución. Como marxistas, nunca
se han dado cuenta, y nunca lo harán, de que la única forma de
proteger la Revolución reside en la habilidad del pueblo para
organizar su propia vida económica. Por lo demás, agregó Kro-
potkin, él expuso sus puntos de vista sobre la Revolución Rusa
en su carta a los trabajadores de Europa, que creo que ha sido
publicada en todas partes.
Kropotkin también habló del papel que desempeñaron los
anarquistas en la Revolución, de la muerte de algunos, de la lu-
cha heroica de muchos, de la irresponsabilidad de unos pocos.
Sobre todo, subrayó la necesidad de que todos los anarquistas
estuvieran mejor equipados para el trabajo de reconstrucción
durante la revolución. Recuerdo claramente sus palabras:
«Nosotros, los anarquistas, hemos hablado mucho sobre la
Revolución Social. Pero ¿cuántos se han esforzado por prepa-
rarse para el trabajo real durante y después de la revolución? La
Revolución Rusa, ha demostrado la necesidad imperiosa de tal
preparación para un trabajo práctico y reconstructivo».

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En una carta dirigida a uno de sus amigos más íntimos, Kro-
potkin dijo que había llegado a ver en el sindicalismo las bases
económicas del anarquismo. En otras palabras, el medio para la
organización económica y expresión de las energías del pueblo
durante el periodo revolucionario.
Fue un día memorable. Por desgracia, el último que pasaría
junto al Viejo Gran Hombre. Cuando me llamaron para cuidarle
durante su última enfermedad, llegué a Dmítrov una hora des-
pués de su muerte. La habitual confusión, ineficiencia y retrasos
burocráticos me robaron la oportunidad de proporcionar a Kro-
potkin algún pequeño servicio como pago por todo lo que me
ofreció.
Dos cosas me impresionaron de Kropotkin en ambas visitas:
su falta de resentimiento hacia los bolcheviques y el hecho de
que en ningún momento mencionara sus propios sufrimientos
y privaciones. Solo después de su muerte tuve conocimiento de
algunos detalles de su vida bajo el régimen bolchevique. A prin-
cipios de 1918, Kropotkin se rodeó de algunos de los especialis-
tas más capaces en las distintas ramas de la economía política.
Se proponía hacer un estudio minucioso de los recursos econó-
micos de Rusia, reunirlos en monografías, y que sirvieran de
ayuda práctica en la reconstrucción de Rusia.
Kropotkin era el editor jefe de esta empresa. Se preparó un
volumen, pero nunca se publicó. Este grupo de científicos era
conocido como la Liga Federalista, y fue disuelto por el gobierno
que confiscó todo el material.
Las habitaciones de Kropotkin fueron requisadas en dos oca-
siones y la familia se vio obligada a encontrar otra vivienda. Tras
estos hechos, Kropotkin se mudó a Dmítrov, donde permaneció
en exilio involuntario. Era difícil visitarlo incluso en verano. Se
necesitaba un permiso especial para viajar, lo que requería mu-
cho esfuerzo y tiempo. También era casi imposible en invierno.
Y así, aquel que en el pasado había reunido en su casa a lo mejor

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del pensamiento y las ideas de cada tierra, se veía ahora forzado
a una vida de recluso.
Sus únicos visitantes eran desdichados campesinos, trabaja-
dores de su pueblo y algunos intelectuales que acudían a él con
sus desgracias cotidianas. Recuerdo que, en la noche de nuestra
visita, Kropotkin había recibido una carta de un viejo amigo de
Moscú, un científico. El hombre vivía con su esposa y dos hijos
en una habitación. Solo una pequeña lámpara alumbraba la
mesa en la que los niños preparaban sus lecciones y la esposa
copiaba algunos manuscritos, mientras que él usaba una es-
quina para hacer su investigación científica. Tenía empleo en un
lugar a doce verstas de su casa y las recorría cada día caminando.
Kropotkin, que siempre estuvo en contacto con el mundo por
medio de numerosas publicaciones en todos los idiomas, ahora
se encontraba completamente aislado de esa fuente de vida. Ni
siquiera podía enterarse de lo que sucedía en Moscú o Petrogrado.
Su única fuente de noticias eran los dos periódicos del gobierno:
Pravda e Izvestia. Su trabajo sobre ética se vio obstaculizado
mientras vivió en Dmítrov. No podía conseguir los libros nece-
sarios para investigar. En resumen, Kropotkin estaba mental-
mente hambriento, lo que era, sin duda, mayor tortura que la
malnutrición física. Recibía mejor payok o ración que la mayo-
ría; pero incluso eso era insuficiente para mantenerse fuerte.
Afortunadamente, de vez en cuando recibía ayuda —en forma
de provisiones— de varios camaradas del extranjero y de los de
Ucrania, que le enviaban alimentos a menudo. También recibió
regalos similares de Makhno, al que los bolcheviques llamaban
por entonces el terror de las fuerzas contrarrevolucionarias en
el sur de Rusia. Pero lo que más sintió fue la falta de luz y com-
bustible. Cuando visité a la familia Kropotkin en 1920, se consi-
deraban muy afortunados de tener luz en más de una habita-
ción. Durante una parte de 1918 y todo 1919, Kropotkin escribió
sus Éticas bajo el parpadeo de una pequeña lámpara de aceite,
que casi lo dejó ciego.

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Durante las cortas horas del día, transcribía sus notas a má-
quina, golpeando lenta y dolorosamente cada letra. Sin embargo,
no fue la falta de comodidad lo que minó las fuerzas de Kro-
potkin. Fue su sufrimiento por las dificultades de Rusia, la su-
presión de todo pensamiento, la persecución y encarcelamiento
por causa de las ideas, los interminables fusilamientos de la
gente, lo que convirtieron sus últimos años en la tragedia más
profunda.
Si tan solo hubiese podido hacer algo para ayudar, para dis-
minuir el sufrimiento, para devolver el sentido a los dictadores
de Rusia… Pero no podía. No podía, como hicieron algunos de la
vieja guardia revolucionaria, hacer causa común con los enemi-
gos de la Revolución. Y aunque encontrase un modo de publicar
sus protestas en la prensa europea, los reaccionarios las usarían
contra Rusia. No, él no podía hacer eso. Y sabía muy bien que
era inútil protestar ante el Gobierno bolchevique.
Sin embargo, era tan grande su angustia, que en dos ocasio-
nes Piotr Kropotkin se dirigió a esos oídos sordos. Una vez pro-
testó contra la terrible práctica de tomar rehenes; la otra contra
la total supresión de publicaciones que no fueran del Estado.
Desde que la Checa comenzó su siniestra existencia, el Go-
bierno bolchevique ha validado la toma de rehenes. Ancianos y
jóvenes, madres, padres, hermanas, hermanos, incluso niños,
han sido detenidos y a menudo fusilados, por el delito cometido
por uno de los suyos, delitos en los que nada tenían que ver en
nueve de cada diez casos.
En el otoño de 1920, los socialrevolucionarios que habían
emigrado a Europa amenazaron con tomar represalias si conti-
nuaba la represión contra sus camaradas. El Gobierno bolchevi-
que anunció en su prensa oficial que, por cada comunista, ellos
tomarían a diez socialrevolucionarios. Fue entonces cuando la fa-
mosa revolucionaria Vera N. Figner33 y Piotr Kropotkin enviaron

33Vera Figner (1852-1942). Activista política revolucionaria y líder del


grupo clandestino Narodnaya Volya (Voluntad del Pueblo), que abogó
| 87
su protesta al poder de turno. Señalaban que la costumbre de
tomar rehenes era una mancha sobre la Revolución Rusa, un
demonio que ya había dejado terribles resultados a su paso, que
el futuro nunca les perdonaría por usar métodos tan bárbaros.
La segunda protesta fue como respuesta al intento del go-
bierno de «liquidar» todas las empresas editoriales, ya fueran
políticas, cooperativas o privadas. Se dirigió esta protesta al en-
tonces presidente del Octavo Congreso Soviético Panruso. Es in-
teresante observar que el mismo Gorki, oficial del Comisariado
de Educación, envió desde Petrogrado, casi el mismo día, una
protesta similar.
Kropotkin, en su exposición, llamó la atención del peligro de
tal política para todo progreso; es más, para todo pensamiento.
Tal monopolio estatal sobre el pensamiento haría absolutamente
imposible todo trabajo de creación. La situación en Rusia du-
rante los últimos cuatro meses ha dado amplias pruebas de ello.
Una de las características sobresalientes de Piotr Kropotkin
era lo reservado que era con respecto a sí mismo. Durante las
treinta y seis horas que estuve en la casa de Dmítrov, ante el ca-
dáver, supe más de su vida personal que durante todos los años
que le conocí. Incluso entre su círculo más cercano, eran pocos
los que sabían que Kropotkin era un artista y un músico de

por el uso del terror para lograr un derrocamiento del gobierno. Parti-
cipó en la planificación del asesinato de Alejandro II en 1881. Fue
arrestada y pasó 20 meses en confinamiento solitario antes del juicio,
y fue sentenciada a muerte. Se le conmutó la sentencia y fue encarce-
lada en la fortaleza de Shlisselburg durante 20 años antes de ser en-
viada al exilio interior. Ganó fama internacional debido en gran parte
a las memorias de sus experiencias, que fueron ampliamente traduci-
das. Después de la Revolución de Febrero de 1917 se la trató como a
un icono heroico del sacrificio revolucionario, y fue una popular ora-
dora durante ese año. Más tarde estuvo muy activa en la Sociedad de
Antiguos Presos Políticos y exiliados en la Unión Soviética hasta su
disolución en 1935. Logró sobrevivir al Gran Terror de 1937 y murió
por causas naturales en Moscú en 1942, a la edad de 89 años.
| 88
considerable talento. Entre sus efectos personales encontré una
colección completa de dibujos de gran calidad.
Amaba la música con pasión y la ejecutaba con gran habili-
dad. Pasaba muchos de sus momentos de ocio sentado al piano.
No cabe duda de que encontraba algún sosiego y paz en los
maestros, interpretando sus obras con hondo sentimiento.
Yacía en su estudio como si durmiera pacíficamente, su ros-
tro era tan bondadoso en la muerte como lo fue en vida. Allí ya-
cía, este gran hijo de Rusia. Con lucha y esfuerzo, permaneció
siempre fiel a la Revolución y nunca la abandonó. No vivió para
ver el capitalismo en Rusia, erigido como un monumento sobre
la tumba de la Revolución. Pero ni siquiera eso le habría robado
nunca su ferviente fe en el renacimiento del pueblo, el triunfo
final de una Revolución Libertaria.

LOS SINDICATOS

EL TAN ELOGIADO LOGRO de los bolcheviques en materia de sin-


dicatos me recuerda el comentario de la señora Alving en «Es-
pectros» de Ibsen: «Yo solo quería tocar un nudo, pero cuando
lo deshice, todo se enredó. Y entonces comprendí que las costu-
ras estaban cosidas a máquina».
Entre las primeras cosas que llaman la atención cuando se
llega a Rusia son los sindicatos. Piense en ello, siete millones de
trabajadores organizados en un solo cuerpo, con sus magníficos
templos obreros, sus cursos educacionales y culturales, sus es-
pléndidas reuniones y conciertos. ¿Qué otro país puede hacer se-
mejante demostración? Te sientes abrumada. Pero tan pronto
tocas un nudo, toda la costura se enmaraña. Se puede ver que
los sindicatos, más que cualquier otra institución bolchevique,
están cosidos a máquina, cosidos por la máquina del Estado Co-
munista.
| 89
De hecho, es muy confuso hablar de sindicatos bajo el régi-
men bolchevique. Después de todo, los sindicatos tienen un sig-
nificado histórico definido, al menos para los trabajadores fuera
de la Rusia bolchevique. Representan, incluso en su sentido
conservador, el lugar de lucha del trabajo organizado para la
mejora económica. En el sentido revolucionario, los sindicatos,
o más bien las Uniones sindicales e industriales, son la escuela
de formación económica de las masas militantes para el derro-
camiento de la explotación y de la gestión de la producción por
parte de los trabajadores en una sociedad liberada.
Los sindicatos no representan en Rusia las necesidades de los
trabajadores, ni en el sentido conservador ni en el revoluciona-
rio. De hecho, son colaboradores coaccionados y militarizados
del Estado bolchevique. Son «la escuela del comunismo», como
insistió Lenin en su tesis sobre las funciones de los sindicatos.
Pero ni si quiera son eso. Una escuela presupone la libre expre-
sión y la iniciativa de los alumnos, mientras que los sindicatos
en Rusia son cuarteles para el ejército del trabajo movilizado,
forzados a ser miembros por el látigo del conductor estatal.
Aunque jóvenes en el tiempo (comenzaron en 1905), los sin-
dicatos en Rusia eran organizaciones muy militantes. Tenían
que serlo para contrarrestar las crueles persecuciones del zar. Y
a pesar de que la mayor parte del tiempo llevaban una existencia
clandestina, eran un factor muy importante en la lucha econó-
mica del obrero ruso. Este hecho quedó demostrado a la fuerza
poco después de la Revolución de Febrero.
Los sindicatos, imbuidos del nuevo espíritu que nació en Ru-
sia, no se contentaron con meros cambios políticos. Tenían
como objetivo que los trabajadores tomasen posesión de la es-
tructura económica del país. Incluso antes de que los trabajado-
res expropiaran los comercios y las fábricas, los sindicatos habían
organizado comités para el control de la vida industrial de la co-
munidad.

| 90
Más tarde, esos comités dieron paso a los Sindicatos Soviéti-
cos Panrusos, que trabajaban en estrecha unión con los otros
soviets. En otras palabras, los sindicatos eran, incluso antes del
régimen bolchevique, la expresión organizada de las demandas
y aspiraciones de los trabajadores. Así, la Tercera Conferencia
de los Sindicatos, que tuvo lugar en Petrogrado en julio de 1917,
envió a 210 delegados representando a 1.475.425 miembros.
El advenimiento de la Dictadura del Proletariado se hizo sen-
tir enseguida en los sindicatos. La adhesión a las organizaciones
obreras era obligatoria, y a todo el que trabajaba se le inscribía
automáticamente y era obligado a pagar, le gustara o no. La
cuota del 3 por ciento se le descontaba directamente del salario,
y de esta forma, el obrero ruso tenía que asumir el costo de las
mismas organizaciones que destruían todo síntoma de iniciativa
y autogestión en los sindicatos rusos.
Los Sindicatos Soviéticos Panrusos constan de 120 miem-
bros. Su Comité Ejecutivo Central tiene once miembros, y en
realidad sólo los comunistas pueden ser elegidos para cual-
quiera de los dos órganos. El resultado es que los sindicatos han
llegado a ser una mera ramificación de la maquinaria del Es-
tado, controlada y dirigida por éste en sus políticas y funciones.
El miembro ordinario no tiene voz ni voto en las actividades de
su organización, ni hacen asambleas con regularidad, en el sen-
tido occidental, a excepción de las que están controladas y diri-
gidas por la facción bolchevique en cada gremio.
Si algún gremio se arriesgara a ejercer las funciones de un
verdadero sindicato, se le hace entender inmediatamente que
no importa lo que hagan los sindicatos occidentales de Europa
o Estados Unidos, que en el Estado Comunista deben obedecer
la ley y cerrar la boca.
Por ejemplo, los panaderos de Moscú, representados por un
sindicato numeroso y militante, fueron a la huelga en el verano
de 1920 para pedir un aumento del subsidio del pan. El gobierno
no se preocupó mucho del asunto. Simplemente, disolvió la huelga

| 91
local, expulsó a los líderes y arrestó a algunos de los miembros
más activos. A los portavoces más destacados de los huelguistas
se les prohibió tomar parte en cualquier reunión del gremio y
les privaron del derecho a ocupar cargos.
Los bolcheviques utilizaron tácticas similares en otras huel-
gas. Un interesante episodio de este tipo fue el problema de los
impresores de Moscú. En su caso, ni siquiera se trató de una
huelga; fue la mera «insolencia» de haber convocado una reunión
a la que se invitó a miembros de la Comisión Laborista Britá-
nica, que estaba entonces en Moscú.
En aquella asamblea, Chernov, jefe de los socialrevoluciona-
rios, y Dan, un destacado menchevique, cometieron el imperdo-
nable pecado de contar a los laboristas británicos algunas cosas
sobre los sindicatos y las condiciones laborales en Rusia. Tras
esto, suspendieron inmediatamente a todos los oficiales del gre-
mio de impresores y algunos de ellos fueron encarcelados.
En todos los periódicos oficiales del país se calificó a los im-
presores como contrarrevolucionarios, traidores y «estafadores
del trabajo», y los denunciaron en términos tan amargos que sir-
vió para intimidar y aterrorizar al resto del proletariado del país.
Tan destructora y absoluta es la tiranía que se ejerce sobre
los sindicatos, que la más insignificante protesta es denunciada
como violación de la disciplina revolucionaria y del trabajo, y un
crimen contra la Revolución. En 1921, durante las huelgas de
Petrogrado, cuando los operarios del taller Baltic protestaron
contra el arresto de veintidós de sus miembros, Antselovitch,
presidente de los sindicatos de Petrogrado, les dijo que todos
ellos eran de la Checa, y pocos días después hubo una redada en
los talleres que terminó con el arresto de muchos trabajadores.
En definitiva, los sindicatos en la Rusia bolchevique han sido
absorbidos por completo por el Estado y no tienen otro signifi-
cado o función que hacerle el trabajo policial.
Como es lógico, tales condiciones no podían durar mucho
tiempo sin provocar el más amargo descontento entre los

| 92
trabajadores. De hecho, en 1920, esta insatisfacción llegó a ser
tan general y amenazadora, que el gobierno se vio obligado a
considerar seriamente la situación. A finales de 1920, se trató el
problema de las funciones de los sindicatos, y pronto se hizo evi-
dente que, incluso entre el Partido Comunista, existían opinio-
nes encontradas sobre esta importante cuestión.
Todos los líderes comunistas participaron en la acalorada
discusión que decidiría el destino de los sindicatos. Las tesis
presentadas revelaban cuatro tendencias principales.
La primera, la facción Lenin-Zinóviev, que sostenía que «los
sindicatos sólo tienen una función bajo la Dictadura del Prole-
tariado», es decir, la de servir como escuelas del comunismo.
La segunda facción estaba representada por Riasanov y sus
partidarios, quienes insistían en que los sindicatos debían de
continuar funcionando como foro de los trabajadores y como
sus protectores económicos.
La tercera facción, era la de Trotski, el genio militar que solo
puede pensar en términos militaristas. Él presentó la tesis de
que, con el tiempo, los sindicatos llegarían a ser los gerentes y
controladores de las industrias, pero que, por el momento, de-
bían regirse por el procedimiento militar.
La última, y la más importante, fue la Oposición Obrera enca-
bezada por la señora Kolontái34 y Schliápnikov, quienes represen-
taban realmente el sentir de los trabajadores y tenían su apoyo.

34 Aleksandra Kolontái (1872-1952). Comunista y revolucionaria, fue


la primera mujer de la historia en ocupar un puesto en el gobierno de
una nación. Tas participar en los acontecimientos revolucionarios de
1905 y presenciar la matanza de obreros frente al Palacio de Invierno,
comenzó a escribir artículos y a organizar asociaciones de trabajadoras
rusas. Tuvo que exiliarse por un artículo que animaba a los finlandeses
a sublevarse contra la ocupación rusa. Regresó a Rusia al desatarse la
Revolución de Octubre y tras la toma del poder bolchevique ocupó di-
versos cargos políticos. Trabajó mucho para conseguir los derechos y
libertades de las mujeres, modificando las leyes que hacían a la mujer
una subordinada del varón, le negaban derecho al voto y la hacían ga-
nar menos salario y trabajar en peores condiciones que los varones.
| 93
Esta Oposición insistía en que la militarización de los sindi-
catos había destruido el interés de los trabajadores en la recons-
trucción económica del país, y que había paralizado su capaci-
dad productiva. Pedían que las masas se liberaran del yugo del
estado burocrático y su corrupción, y que diesen al pueblo la
oportunidad de ejercitar sus energías creativas.
Señalaron que en la Revolución de Octubre se había luchado
para que las masas tuvieran el control de la vida industrial del
país. En definitiva, la Oposición Obrera se hizo eco de las pro-
testas acumuladas y del descontento de las bases.
Fue una soberana batalla, con Trotski y Zinóviev persiguién-
dose mutuamente por todo el país, viajando separados en trenes
especiales y refutándose los argumentos el uno al otro. En Pe-
trogrado, por ejemplo, la influencia de Zinóviev era tan pode-
rosa que a Trotski le resultó muy difícil conseguir el permiso
para poder explicar a los comunistas locales sus puntos de vista
sobre la controversia.
Trotski generó tan profundo sentimiento que estuvo a punto
de quebrar el Partido Comunista. Pero Dios ama a Lenin. Siem-
pre que su estructura empieza a tambalearse, el Señor le envía
algún apoyo. Los grandes disturbios obreros, las numerosas
huelgas en Petrogrado, en febrero de 1921, y la insurrección de
Kronstadt confirmaron ese apoyo. Había que mantener la uni-
dad comunista a toda costa. Y así, el Padrecito llamó a sus dís-
colos hijos, uno a uno, y les dio una lección.

En 1921 cofundó la Oposición Obrera, que encabezó con el dirigente


de los trabajadores metalúrgicos Alexander Shliápnikov (fusilado por
Stalin por conspiración contra el Estado y el Partido en 1932). Esta
corriente bolchevique, crítica con el gobierno, tenía como consignas
entregar la dirección de la economía a un Congreso de productores,
que los sindicatos establecieran la dirección de las empresas y fábricas
y que los trabajadores eligieran a los principales administradores. El
Congreso del partido ordenó disolver este grupo. Marginada y sin in-
fluencia política, fue nombrada embajadora de varios países. Este exi-
lio la salvó de las deportaciones y ejecuciones que sufrieron muchos
de sus compañeros de la Oposición Obrera.
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Lenin calificó a la Oposición Obrera como ideología anarco-
sindicalista de clase media, y ordenó su supresión. Dijo que Sch-
liápnikov, uno de los líderes más influyentes de la Oposición,
era un «Comisario furioso» y lo silenció haciéndolo miembro
del Comité Central del Partido Comunista. A la señora Kolontái
le dijeron que sujetara su lengua o que se fuera del partido, y su
panfleto —con los puntos de vista de la Oposición— fue suprimido.
A algunos de los representantes menores de la Oposición
Obrera se les dio vacaciones en la Checa, y hasta Riasanov —un
viejo y probado comunista— fue suspendido por seis meses de
todas las actividades sindicales. En cuanto a Trotski, Lenin pro-
vocó que el partido lo despreciara, calificándolo de «ignorante
en marxismo fundamental», y lo destinó a Kronstadt para que
llevara la «paz de Varsovia». Lenin y su santo Justo Zinóviev, se
marcaron una victoria. Los sindicatos quedaron como «escuelas
del comunismo».
La nueva política económica35 está reestructurando con rapi-
dez toda la estructura de Rusia. Los sindicatos están entre los
primeros en sentir sus efectos. En una sesión del Comité Central
del Partido Comunista, que tuvo lugar en Moscú en diciembre
de 1921, se discutieron las funciones de los sindicatos bajo la
nueva política económica. Se nombró una comisión que estaba

35 La nueva política económica (NEP), contraria al proyecto revolucio-


nario, sustituyó a las políticas del comunismo de guerra. Fue pro-
puesta por Lenin, y la denominó capitalismo de Estado. Permitía el
establecimiento de algunas pequeñas empresas privadas, mientras
que el Estado seguía controlando el comercio exterior, los bancos y las
grandes industrias. Fue un intento de modernizar la sociedad indus-
trializada y de revitalizar el país. Una de sus medidas exigía que los
agricultores le cedieran al Estado una cantidad específica de materia
prima agrícola como un impuesto en especie. Se privatizaron muchas
explotaciones agrarias, lo que hizo que apareciera un grupo de propie-
tarios acomodados que relanzaron la agricultura. Pero el sector indus-
trial no tuvo tan buenos resultados. Faltaban técnicos cualificados e
inversión extranjera. Esta situación hizo que se dispararan los precios
industriales y se redujera el poder de compra de los campesinos.
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constituida por Lenin, Rudzyutak y Andreyev, para preparar
una propuesta sobre el asunto. Más tarde, dicha propuesta se
aceptó por unanimidad —como de costumbre— por el Soviet
Central Panruso de los Sindicatos.
La propuesta habla por sí sola de la capacidad de Lenin para
mudar la piel. Entre otras cosas, dice lo siguiente:
1. El alistamiento obligatorio de los trabajadores en las or-
ganizaciones obreras ha llevado al deterioro burocrático de los
sindicatos, alejándolos de las masas (por decir esto mismo, mu-
chos trabajadores fueron denunciados como contrarrevolucio-
narios y traidores, y fueron enviados a la Checa); es por lo tanto
necesario, establecer la membresía voluntaria en los sindicatos.
2. Los trabajadores que se asocien en los sindicatos no de-
ben ser objeto de interferencia u hostigamiento por sus creen-
cias religiosas o políticas. (Sombras de las numerosas víctimas
que fueron discriminadas e intimidadas ¡porque sus puntos de
vista políticos no simpatizaban con los bolcheviques!).
3. La reconstrucción económica de Rusia necesita que el
poder esté rigurosamente concentrado en las manos de un único
gerente; por lo tanto, los sindicatos obreros no deben pretender
el control de las industrias, arrendadas o en propiedad, de capi-
talistas particulares.
Es evidente que la nueva política económica, apoyada por las
tesis de Lenin sobre el papel de los sindicatos, está abriendo la
puerta a nuevos problemas laborales y conflictos inevitables. La
solución de todos los problemas futuros estará en manos de un
«órgano superior» al margen de los sindicatos. La comisión de
Lenin ya ha indicado que esta «alta autoridad» de arbitraje for-
zoso de las disputas laborales no es otra que el partido Comu-
nista y la Tercera Internacional.
Es indudable que la Internacional Comunista quiere preser-
var su dominio del movimiento obrero en Rusia, mientras que
al mismo tiempo redobla esfuerzos para ganar el control de las
organizaciones obreras del oeste de Europa y Estados Unidos.

| 96
Mientras tanto, bajo la nueva política económica, al trabaja-
dor ruso le va peor que desde el inicio de la Revolución. Incluso
ha perdido las pocas garantías que consiguió como resultado de
los cambios revolucionarios. Esto es especialmente cierto con
relación a las horas de trabajo.
La jornada de ocho horas, casi generalizada en Rusia desde
hace cuatro años, ha sido abolida de facto. Según el órgano ofi-
cial, el Pravda de Moscú de diciembre de 1921, la situación es la
siguiente: de 695 establecimientos industriales, solamente 86
han mantenido la jornada de ocho horas. En la mayoría de los
restantes, el trabajo sigue siendo de nueve horas; en 44 estable-
cimientos se trabaja entre diez y doce horas; en 11, de catorce a
dieciséis horas. En 44 talleres no existe un horario uniforme. In-
cluso en algunos sitios se ha encontrado a niños trabajando en-
tre doce y dieciocho horas. Los panaderos son los más explota-
dos y tienen la jornada más larga, de doce a dieciocho horas.
Estos datos se refieren a las condiciones de Moscú, la capital
de Rusia. En las provincias la situación es incluso peor. Así, en
el distrito minero del Don, los mineros trabajan entre dieciséis
y diecisiete horas seguidas. En la fábrica de cuero del Estado en
Vítebsk, doce horas son la jornada laboral normal. En las lonjas
de pescado de Astracán, como acordaron los representantes lo-
cales en la Segunda Conferencia Panrusa para la Protección del
Trabajo, la jornada es prácticamente ilimitada.
Puede verse, por tanto, cómo la nueva política del Estado y el
capitalismo privado están colmando de bendiciones al obrero
ruso.
Sin embargo, la Revolución Rusa no ha sido completamente
en vano. Ha arrancado de las masas rusas muchos de los viejos
conceptos, y el trabajador ya no es el esclavo dócil que solía ser.
Lo han alimentado con políticas ad nauseam; ya nunca creerá
en ellas. Ahora que será capaz de asociarse con sus compañeros
en las nuevas organizaciones obreras, no dudará en usar méto-
dos más directos para imponerse.

| 97
Lenin y su séquito van oliendo el peligro. Su ataque y perse-
cución a la Oposición Obrera y a los anarcosindicalistas es cada
vez mayor. ¿Será que la estrella anarcosindicalista se está al-
zando en el Este? Quién sabe. Rusia es la tierra de los milagros.

| 98
EL COMUNISMO. BOLCHEVIQUE Y ANARQUISTA:
UNA COMPARACIÓN1

EL BOLCHEVISMO, EL COMUNISMO, ahora están en boca de todo el


mundo. Algunos hablan de ello con el entusiasmo exagerado de
un nuevo converso, otros lo temen y lo condenan como una
amenaza social. Pero me atrevo a decir que ni sus admiradores
—la mayoría de ellos— ni los que lo denuncian, tienen una idea
muy clara de lo que es realmente el comunismo bolchevique.
Me ha sorprendido particularmente la confusión de ideas
que he encontrado al respecto en Estados Unidos y Canadá, una
confusión mayor que la que encontré en Europa entre los círcu-
los más inteligentes. El comunismo se ha puesto de moda entre
cierta clase de liberales en ambos países. Pero la falta de com-
prensión de lo que es realmente el bolchevismo es tan grande
entre sus amigos como entre sus enemigos.
En líneas generales, el comunismo es el ideal de la igualdad
y la fraternidad humana. Considera la explotación del hombre
por el hombre como el origen de toda esclavitud y opresión. Sos-
tiene que la desigualdad económica conduce a la injusticia so-
cial y es enemiga del progreso moral e intelectual. El comu-
nismo aspira a una sociedad donde las clases sociales sean
abolidas como consecuencia de la propiedad común de los me-
dios de producción y distribución. Enseña que sólo sin clases,
en asociación solidaria, puede el hombre disfrutar de libertad,
paz y bienestar.

1 Título original: «Comunism. Bolshevist and anarchist: a compari-


son». Documento tomado del International Institute of Social History,
Amsterdam. Emma Goldman Papers, Inv.nr. 192. ARCH00520. [Edi-
tado y traducido por Semilla Negra |Anarquismos|. Todas las notas
son de la traductora, salvo que se indique lo contrario].
| 99
Debe tenerse en cuenta que la idea del comunismo no se ori-
ginó —como algunos parecen creer— con los bolcheviques o con
la Revolución Rusa. En realidad, ni siquiera con Karl Marx. La
Rusia Soviética es el primer país de la era moderna que se atri-
buye (equivocadamente, como mostraré después) la introduc-
ción del comunismo a gran escala. Pero la idea del comunismo
es muy vieja.
De una u otra forma, el comunismo ha tenido defensores en
casi todas las épocas y países, empezando con Zenón de Citio y
los estoicos, quizás incluso mucho antes de ellos. Las diversas
filosofías comunistas diferían en gran medida unas de otras,
pero todas tenían un origen común: una profunda insatisfacción
con las condiciones existentes y la comprensión de que la pro-
piedad privada produce desigualdad e injusticia. Pero no se li-
mitaron únicamente a los problemas económicos. De hecho, to-
das implicaban la completa reorganización de la sociedad:
económica, política, social y cultural. Diversos fueron los méto-
dos usados para lograr sus objetivos.
Es bien conocida la sociedad ideal de Platón, notable por su
exhaustividad y descrita con tanta minuciosidad y elocuencia en
su República. Con similar convicción y entusiasmo, Tomás Moro,
siglos más tarde, elaboró su filosofía de la fraternidad en Uto-
pía. Varias enseñanzas comunistas aparecieron en el periodo
entre la Reforma2 y la Revolución Francesa. En Inglaterra, Ge-
rrard Winstanley3 y sus discípulos proclamaron este principio

2 La Reforma protestante, movimiento religioso cristiano iniciado en

Alemania en el siglo XVI por Martín Lutero, que llevó a un cisma de la


Iglesia católica para dar origen a numerosas iglesias y organizaciones
agrupadas bajo la denominación de protestantismo.
3 Gerrard Winstanley (1609-1676), reformador protestante inglés y ac-

tivista político durante la época del Protectorado de Cromwell. Fue


uno de los fundadores del grupo conocido como True Levellers (Igua-
litarios Auténticos) por sus creencias basadas en un comunitarismo
cristiano. Conocidos también como Diggers (Cavadores) debido a sus
acciones de ocupar tierras comunes y cavar en ellas para cultivar.
| 100
básico ya en el siglo XVII: «De cada uno según su capacidad, a
cada cual según sus necesidades». Louis Blanc, Saint-Simon,
Fourier, William Godwin, Robert Owen, Proudhon, Bakunin,
Kropotkin, Élisée Reclus y Malatesta visualizaron una nueva so-
ciedad de fraternidad e igualdad. Pero en particular, fue Piotr
Kropotkin quien subrayó la idea «De cada uno según su capaci-
dad, a cada cual según sus necesidades» como la misma base del
anarcocomunismo. Sería interesante, pero está fuera del al-
cance de este artículo, examinar en detalle las diversas formas
de comunismo que se han defendido en un momento u otro, o
su aplicación en los experimentos comunistas de tiempos más
recientes. Por ejemplo, la Colonia Oneida4 de los Perfeccionistas
en EE.UU., los Economites5, los Shakers6 y otras sociedades co-
munistas.

4 Colonia fundada por el pastor protestante John Humphrey Noyes en


1847 en Oneida, N.Y. Creía firmemente en el perfeccionismo cristiano.
En su comunidad se practicó el matrimonio complejo, la continencia
masculina (como método anticonceptivo), la crítica mutua, la igualdad
entre sexos, la crianza de los niños por la comunidad, el amor libre y
la eugenesia. Su práctica era el Comunismo bíblico, una mezcla única
de socialismo, libertad sexual y normas de la Biblia. La Colonia Oneida
duró más de 30 años. En 1881, la colonia reemplazó el comunismo por
una sociedad anónima que fabricaba cubiertos, donde los propietarios
eran todos los accionistas, y que aún existe.
5 Se refiere a la Sociedad Harmony, basada en la teosofía cristiana pie-

tista y en la creencia de que todas las cosas deben ser de propiedad


común. Fue fundada en Alemania en 1785, pero a causa de la persecu-
ción religiosa emigraron a EE.UU., en donde compraron grandes te-
rrenos en Pennsylvania y pusieron todos sus bienes en común. El fun-
dador fue Johann Georg Rapp (por eso también se les conoce como
rappites), que puso los asuntos financieros y comerciales en manos de
su hijo. Establecieron comunidades con un exitoso modelo económico,
una de ellas en la ciudad de Economy, hoy llamada Ambridge, de
donde procede el nombre de economites.
6 Sociedad basada en el comunismo cristiano, sus miembros sostenían

que Ann Lee (su fundadora, nacida en Inglaterra y emigrada a EE.UU.


en 1774 para difundir sus ideas), era una profetisa inspirada por Dios
y las doctrinas que enseñaba eran revelación divina. Por sus movi-
mientos bajo excitación religiosa fueron llamados «shakers». Tras la
| 101
La mayoría de las filosofías comunistas del pasado tenían
una tendencia ética o religiosa, pero la característica más signi-
ficativa de casi todas ellas, tanto en la teoría como en la práctica,
fue su idea básica sobre el Estado. Con pocas excepciones (entre
los antiguos ya hemos citado al estoico Zenón quien defendió un
comunismo libertario enteramente libre, al igual que Kropotkin
en los tiempos modernos), su principio fundamental fue la
subordinación del individuo al «bienestar de la comunidad».
Eso requería obediencia incuestionable a los ancianos y los je-
fes, a la autoridad y al gobierno; esto creó dirigentes y gobierno,
y dividió a la comuna en clases. En algunos casos la supremacía
del Estado, el «bienestar social», imponía incluso la propiedad
común de mujeres y niños, como en la República de Platón, o
los Perfeccionistas de la Colonia Oneida bajo el nombre de «ma-
trimonio complejo».
En realidad, fueron pocos los pensadores de tendencia comu-
nista los que lograron librarse de la idea del Estado. Incluso To-
más Moro, que fue un revolucionario muy adelantado a su
tiempo, pensaba que en su sociedad ideal la esclavitud debía
existir junto con la «más absoluta libertad personal, política y re-
ligiosa». La esclavitud de por vida sustituyó a la pena de muerte.
La clase esclava estaba para servir al propósito específico de

muerte de Ann en 1784, se fundó la primera comunidad. Creían en la


comunidad social de los bienes. Estaba compuesta de hombres y mu-
jeres que vivían juntos en lo que llamaban «familias», aunque en cada
«familia» eran todos del mismo sexo. Practicaban el espiritualismo y
el celibato porque no creían en la procreación, por lo que tenían que
buscar nuevos miembros por medio de la conversión o de la adopción
(que les fue prohibida en 1960). Cuando los niños shaker cumplían 21
años, se les daba la opción de seguir con la religión shaker o vivir su
propia vida. Aunque se cumplían los roles sociales según el sexo, eran
una de las comunidades que más próxima estaba a la igualdad, pues la
mujer quedaba liberada de la crianza de los hijos. Se dividían en dos
clases: la primera, el noviciado u orden exterior, son los reciben la fe,
pero escogen vivir con sus propias familias. La segunda, formada por
aquellos que son miembros plenos y se dedican permanentemente a la
comunidad. En 2008 solo quedaban cuatro shakers en Maine.
| 102
realizar «todos los servicios incómodos y sórdidos». Tomás
Moro era un gran pensador, pero no un profeta. Él no podía pre-
ver que el genio del hombre inventaría algún día máquinas que
no sólo harían superflua su clase esclava sino también innece-
sario casi todo el trabajo. Malthus y sus seguidores no supieron
comprender las potencialidades del esfuerzo humano. Malthus
temía que la Tierra no pudiera soportar su creciente población.
¡Me pregunto qué diría hoy si viera nuestra crisis económica
mundial ocasionada por una producción demasiado grande!
La idea de que la esclavitud —el sometimiento, la explotación
en cualquiera de sus formas— es necesaria para el «bienestar de
la sociedad» se extiende a lo largo de toda la historia. Es la ca-
racterística básica de casi todas las teorías y filosofías sobre bie-
nestar social. Ni siquiera las mentes más osadas soñaron con los
posibles logros del hombre en la vida industrial y económica.
Desafortunadamente, idéntica falta de visión, con la conse-
cuente falta de fe en la «naturaleza humana», domina hoy al
pueblo y, sobre todo, a nuestros denominados filósofos, econo-
mistas y sociólogos. Pocos de ellos pueden escapar del primitivo
temor a la «incapacidad» individual y social. Todas nuestras
instituciones se fundan en ese miedo; es inherente tanto a la
monarquía como a la democracia. Esta es la base de toda idea
sobre el Estado, la esencia de todo Gobierno. La mente primitiva
siempre teme que el ser humano no sea capaz de gobernarse a
sí mismo; debe tener un jefe. La persona promedio no teme más
que a la libertad, la autonomía individual, la iniciativa popular
y el dinamismo. Este temor impregna todas las ideas pasadas
del comunismo. El mismo miedo subyace en el comunismo de
los bolcheviques.
Mi propósito es comparar el comunismo con su aplicación en
la Rusia Soviética. Pero, pensándolo más detenidamente, creo
que es una tarea imposible. De hecho, no hay comunismo en
Rusia. Espero no sorprender a mis lectores si digo que el Partido

| 103
Comunista en Rusia no está aplicando ni un solo principio co-
munista, ni un solo elemento de sus enseñanzas.
A algunos esta declaración les puede parecer completamente
falsa; otros pensarán que es exagerada. Sin embargo, estoy se-
gura de que un examen objetivo de las actuales condiciones en
Rusia convencerá al lector sin prejuicios de que digo la verdad.
Es necesario considerar aquí, antes que nada, la idea funda-
mental que subyace en el llamado comunismo bolchevique. Es
indudable que es de tipo centralizado y autoritario. Es decir, se
basa casi exclusivamente en la coerción gubernamental, en la
violencia. Este no es el comunismo de la asociación voluntaria,
de la comunidad de intereses. Es un «comunismo de Estado»
obligatorio. Es necesario tener esto en cuenta para comprender
los métodos que aplica el Estado soviético para llevar a cabo
proyectos que pueden parecer comunistas.
La primera condición del comunismo es la socialización de la
tierra y de los medios de producción y distribución. La tierra y
los medios socializados pertenecen a todo el pueblo, y deben en-
tregarse para ser usados por los individuos o los grupos de
acuerdo con sus necesidades. En Rusia, la tierra y los medios de
producción no han sido socializados, sino nacionalizados. Por
supuesto, el término es inapropiado; de hecho, está completa-
mente vacío de contenido. En realidad, no existe tal cosa como
la «riqueza nacional». Una nación es un concepto demasiado
abstracto para «poseer» nada. La propiedad puede ser de un in-
dividuo o de un grupo de individuos; en cualquier caso, por al-
guna realidad cuantitativamente definida. Cuando cierta cosa
no pertenece a un grupo o a un individuo, es o «nacionalizada» o
socializada. Si se nacionaliza, pertenece al Estado; es decir, está
bajo control del Gobierno y puede disponer de ella según sus
deseos y criterios. Pero cuando esa cosa es socializada, cada in-
dividuo o grupo tiene acceso libre a ella y puede usarla sin inter-
ferencia de nadie.

| 104
En Rusia no hay socialización ni de la tierra ni de los medios
de producción y distribución. Todo ha sido «nacionalizado»;
pertenece al Gobierno, igual que la Oficina Postal en Estados
Unidos o el ferrocarril en Alemania y otros países europeos. No
hay nada de comunismo en eso.
Al igual que con la tierra y los medios de producción, tam-
poco es comunista cualquier otro aspecto de la estructura eco-
nómica soviética. El Gobierno central es propietario de todas las
fuentes de subsistencia; tiene el monopolio absoluto del comer-
cio exterior; las imprentas pertenecen al Estado, y cada libro y
papel que se imprime es una publicación del Gobierno. En resu-
men, todo el país y todo lo que hay en él es propiedad del Estado,
como antiguamente era propiedad de la Corona. Las pocas cosas
que aún no han sido nacionalizadas, como por ejemplo ciertas
casas viejas y ruinosas en Moscú, o algunas lúgubres tiendecitas
con una lastimosa mercancía de cosméticos, solo existen porque
se las tolera, y el gobierno tiene el derecho indiscutible de con-
fiscarlas en cualquier momento por simple decreto.
Tal estado de cosas puede llamarse capitalismo de Estado,
pero sería irreal considerarlo comunista en cualquier sentido.
Pasemos ahora a la producción y al consumo, los motores de
toda existencia. Tal vez ahí encontremos razones para llamar
comunista a la vida en Rusia, por lo menos hasta cierto punto.
Ya he señalado que la tierra y los medios de producción son
propiedad del Estado. Los métodos de producción, la cantidad
que debe elaborarse en cada industria, de hecho, en cada taller,
tienda y fábrica, la determina el Estado, el Gobierno central de
Moscú, a través de sus diversos órganos.
Veamos; Rusia es un país muy extenso, que cubre aproxima-
damente una sexta parte de la superficie terrestre. Está habitada
por una población mixta de 160.000.000 de personas. Se com-
pone de una serie de grandes repúblicas, de diversas razas y na-
cionalidades, y cada región tiene sus propios intereses y necesi-
dades particulares.

| 105
Sin duda, la planificación industrial y económica es vital para
el bienestar de una comunidad. El verdadero comunismo —la
igualdad económica entre las personas y entre las comunida-
des— requiere la mejor y más eficiente planificación de cada co-
munidad, basada en sus necesidades y posibilidades locales. La
base de tal planificación debe ser la completa libertad de cada
comunidad para producir de acuerdo con sus necesidades y dis-
poner de sus productos según su juicio: para intercambiar su
excedente con otras comunidades independientes similares sin
permiso ni impedimento de ninguna autoridad externa.
Esta es la naturaleza político-económica esencial del comu-
nismo. No es ni viable ni posible sobre cualquier otra base. Es
necesariamente libertaria, anarquista.
No hay rastro de tal comunismo —es decir, de ningún comu-
nismo— en la Rusia Soviética. De hecho, se considera delictiva
la mera sugerencia de tal sistema, y cualquier intento de llevarlo
a cabo se castiga con el exilio o la muerte.
La planificación industrial y todos los procesos de produc-
ción y distribución están en manos del Gobierno central. Su
Consejo Económico Supremo está sujeto sólo a la autoridad del
Partido Comunista. Está al margen de la voluntad o los deseos
de las personas que integran la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Su trabajo está dirigido por las políticas y decisiones
del Kremlin. Esto explica por qué la Rusia Soviética ha expor-
tado grandes cantidades de trigo y otros granos mientras que las
extensas regiones del sur y el sureste de Rusia sufrían hambru-
nas, de modo que más de dos millones de sus habitantes murie-
ron de hambre (1932-1933).
Había «razones de estado» para ello. Desde tiempo inmemo-
rial este término eufónico enmascara la tiranía, la explotación y
la determinación de cada gobernante para prolongar y perpe-
tuar su autoridad. De paso, debo decir que —a pesar del hambre
en todo el país y de que se carecía de las necesidades más básicas

| 106
para vivir— todo el Primer Plan Quinquenal7 tuvo como objetivo
desarrollar esa rama de la industria pesada que sirve o puede
servir, para propósitos militares.
Al igual que con la producción, así sucede con la distribución
y cualquier otra forma de actividad. No sólo las ciudades y pue-
blos, sino también todo lo que compone la Unión Soviética están
totalmente privadas de existencia independiente. Políticamente
meros vasallos de Moscú, toda su actividad económica, social y
cultural está planeada al margen de ellos y controlada sin pie-
dad por la «dictadura del proletariado» en Moscú. Más aún: en
las llamadas repúblicas «socialistas», el «centro» establece «la
línea general» que gestiona hasta el último detalle de la vida de
cada localidad, de cada individuo incluso. En otras palabras, por
el Comité Central y la Burocracia Política (Politburó) del Par-
tido, ambos absolutamente controlados por un solo hombre,
Stalin. Llamar comunismo a esta dictadura, a esta autocracia
personal más poderosa y absoluta que la de cualquier zar, me
parece el culmen de la imbecilidad.
Veamos ahora cómo el «comunismo» bolchevique afecta a
las vidas de millones de personas, a las masas y a los individuos.
Hay personas ingenuas que creen que al menos se han intro-
ducido algunas características del comunismo en la vida del
pueblo ruso. Ojalá fuera cierto, porque sería un signo de espe-
ranza, una promesa de desarrollo potencial a lo largo de este ca-
mino. Pero lo cierto es que, en ningún aspecto de la vida sovié-
tica, ni en las relaciones sociales ni en las individuales, ha

7 Conjunto de medidas económicas que se aplicaron entre 1928 y 1932

diseñadas para fortalecer la economía, en un intento de hacerlo auto-


suficiente desde el punto de vista industrial y militar. Aunque se logra-
ron algunos resultados destacables a nivel industrial, la centralización
de las decisiones era tal que todo se planeaba desde Moscú, que no
podía estar al tanto de las diferentes necesidades locales. La produc-
ción agrícola llegó a deteriorarse tanto que estallaron brotes de ham-
bruna en varios distritos y dañó tanto a la agricultura que no logró re-
cuperarse hasta después de la II Guerra Mundial.
| 107
habido alguna vez un intento de aplicar los principios comunis-
tas en cualquier manera o forma. Y no estoy hablando de los li-
bertarios, los anarquistas comunistas. Como he señalado antes,
la sola sugerencia de un comunismo libre y voluntario es tabú
en Rusia, y se considera contrarrevolucionaria y de alta traición
contra el infalible Stalin y el sagrado Partido «Comunista».
Lo que afirmo es que en la Rusia Soviética no existe el menor
signo de comunismo, ni siquiera autoritario o de Estado. Eche-
mos un vistazo a los hechos reales de la vida cotidiana allí.
La esencia del comunismo, incluso del tipo coercitivo, es la
ausencia de clases sociales. Su primer paso es la introducción de
la igualdad económica. Como dije al principio de este artículo,
esta ha sido la base de todas las filosofías comunistas, aunque
puedan haber diferido en otros aspectos. El propósito común de
todas ellas era asegurar la justicia social; y todas coincidieron en
que no era posible sin establecer la igualdad económica. Incluso
Platón, a pesar de los estratos «morales e intelectuales» de su
República, preveía la igualdad económica absoluta, ya que las
clases dirigentes no gozarían de mayores derechos o privilegios
que la unidad social más baja.
A riesgo de ser reprobada por decir toda la verdad, debo de-
clarar de forma inequívoca y categórica que en la Rusia Sovié-
tica sucede todo lo contrario. El bolchevismo no ha abolido las
clases en Rusia: simplemente ha invertido su antigua relación.
De hecho, ha multiplicado las divisiones sociales que existían
antes de la Revolución.
Cuando llegué a la Rusia Soviética en enero de 1920, encon-
tré innumerables categorías económicas, basadas en las racio-
nes de alimentos que se recibían del gobierno. El marino obte-
nía la mejor ración de comida, superior en calidad, cantidad y
variedad a la que conseguía el resto de la población. Él era el
aristócrata de la Revolución: todos consideraban que pertenecía
a las nuevas clases sociales y económicas privilegiadas. Lo que
no impidió su exterminio en la masacre de Kronstadt en 1921.

| 108
Después de él venía el soldado, el hombre del Ejército Rojo, que
recibía una ración mucho menor, incluso menos pan. Tras el
soldado, en esa escala estaba el trabajador de la industria mili-
tar; luego seguían otros trabajadores, subdivididos en cualifica-
dos, artesanos, obreros, etc. Cada categoría recibía un poco me-
nos de pan, manteca, azúcar, tabaco y otros productos (siempre
que hubiera para todos). Los miembros de la antigua burguesía,
clase oficialmente abolida y expropiada, estaban en la última ca-
tegoría económica y apenas recibían nada. La mayoría de ellos
no podían encontrar trabajo ni vivienda, y no era asunto de na-
die cómo iban a subsistir evitando robar, especular o unirse a
los ejércitos contrarrevolucionarios y las bandas de ladrones.
La posesión de un carné rojo probaba que se era miembro del
Partido Comunista, lo situaba a uno por encima de todas esas
categorías y daba derecho a su propietario a una ración especial,
permitiéndole comer en el stolovaya (comedor) del partido, y si
tenía el apoyo y la recomendación de altos miembros del Partido
podía procurarse ropa interior caliente, botas de cuero, un
abrigo de piel o una chaqueta y otros artículos. Los hombres
destacados del Partido tenían sus propios comedores, a los que
no tenían acceso los miembros ordinarios.
En el Smolny, por ejemplo, entonces la sede del Gobierno de
Petrogrado, había dos comedores diferentes, uno para los co-
munistas de alta posición y el otro para los inferiores. Zinóviev,
entonces presidente del Soviet de Petrogrado y verdadero autó-
crata del Distrito Norte, y otros jefes de gobierno, tomaban sus
comidas en sus viviendas en el Astoria, el antiguo mejor hotel
de la ciudad convertido en el primer hogar soviético, donde vi-
vían con sus familias.
Después encontré la misma situación en Moscú, en Járkov,
en Kiev, en Odesa; en todas partes de la Rusia Soviética.
Era el sistema bolchevique del «comunismo». Qué efectos
tan terribles tuvo al provocar por todo el país insatisfacción, re-
sentimiento y antagonismo, lo que más adelante resultó en

| 109
sabotaje industrial y agrario, en huelgas y revueltas. Trataré de
esto más adelante.
Se dice que no sólo de pan vive el hombre. Cierto, pero no
puede vivir sin él. Para el hombre común, para las masas en Ru-
sia, por cuya liberación habían sangrado, las catorce diferentes
raciones establecidas eran el símbolo del nuevo régimen. Para
ellos significaba la gran mentira del bolchevismo, las promesas
rotas de la libertad, la libertad que para ellos encarnaba la justi-
cia social, la igualdad económica. El instinto de las masas rara-
mente se equivoca; en este caso resultó profético. El entusiasmo
universal por la Revolución pronto se convirtió en desilusión y
amargura, en oposición y odio. Cuántas veces me contaron sus
quejas los trabajadores rusos: «No nos importa trabajar duro y
pasar hambre. Lo que nos preocupa es la injusticia. Si el país es
pobre, si hay poco pan, entonces compartiremos lo poco que
haya, pero en igualdad. Tal y como son las cosas ahora, están
igual que antes: algunos consiguen más, otros menos, y hay
quienes no consiguen nada».
El sistema bolchevique de privilegios y desigualdad no tardó
en producir sus inevitables resultados. Creó y fomentó antago-
nismos sociales, apartó a las masas de la Revolución, paralizó
sus energías y su interés por ella, y derrotó así todos los propó-
sitos de la Revolución. De hecho, resultó nefasto.
El mismo sistema de privilegios y desigualdades, más fuerte
y perfeccionado, está vigente hoy en día.
La Revolución Rusa fue, en el más profundo sentido, una agi-
tación social: su tendencia fundamental era libertaria, su obje-
tivo esencial era la igualdad económica y social. Mucho antes de
los días de octubre-noviembre (1917), el proletariado de la ciu-
dad comenzó a tomar posesión de los talleres, tiendas y fábricas,
mientras los campesinos expropiaban las grandes haciendas y
convertían la tierra en uso comunal. La Revolución evolucionaba
hacia el antiautoritarismo, y la dirección comunista dependía de
la unidad de las fuerzas revolucionarias y de la iniciativa directa

| 110
y creativa de las masas trabajadoras. El pueblo estaba entusias-
mado ante el gran propósito que tenía ante sí; con entusiasmo
aplicaron sus energías al trabajo de reconstrucción social. Solo
aquellos que han soportado durante siglos las cargas más pesa-
das pueden, a través del esfuerzo libre y constante, encontrar el
camino hacia una nueva sociedad regenerada.
Pero los dogmas y métodos bolcheviques del «comunismo»
de Estado demostraron ser una desventaja fatal para las activi-
dades creativas del pueblo. La característica fundamental de la
psicología bolchevique es su desconfianza hacia las masas. Sus
teorías marxistas, que concentran todo el poder en las exclusi-
vas manos del Partido, pronto ocasionaron la destrucción de la
cooperación revolucionaria, la arbitrariedad y la supresión des-
piadada de todos los demás movimientos y partidos políticos.
Las tácticas bolcheviques incluían la erradicación sistemática de
cada síntoma de insatisfacción, sofocando toda crítica y aplas-
tando la opinión independiente, la iniciativa y el esfuerzo popu-
lares. La dictadura comunista, con su extrema centralización
mecánica, paralizó las actividades económicas e industriales del
país. Se privó a las grandes masas de la oportunidad de dar
forma a las políticas de la Revolución o de tomar parte en la ad-
ministración de sus propios asuntos. Los sindicatos fueron to-
mados por el Gobierno y convertidos en meros transmisores de
las órdenes del Estado. Las cooperativas de pueblo —ese nervio
vital de actividad solidaria y ayuda mutua entre la ciudad y el
campo— fueron liquidadas. Los soviets de campesinos y traba-
jadores fueron mutilados y transformados en obedientes comi-
tés comunistas. El Gobierno monopolizó cada etapa de la vida.
Se creó una máquina burocrática espantosa en su parasitismo,
ineficacia y corrupción. La Revolución se divorció del pueblo,
que quedó condenado a perecer, y la pavorosa espada del terro-
rismo bolchevique pendió sobre todo el mundo.
Este fue el «comunismo» de los bolcheviques en las primeras
etapas de la Revolución. Todo el mundo sabe que condujo a una

| 111
completa paralización de la industria, la agricultura y el trans-
porte. Fue el periodo del «comunismo militar», del trabajo obli-
gatorio agrario e industrial, la destrucción de las aldeas por la
artillería bolchevique: esas «constructivas» políticas sociales y
económicas del «comunismo» bolchevique que trajeron la terri-
ble hambruna de 1921.
¿Y hoy? ¿Ha cambiado su naturaleza este «comunismo», es
ahora diferente del «comunismo» de 1921? Lamento decir que,
a pesar de todos los extensos cambios anunciados y de las nue-
vas políticas económicas, el «comunismo» bolchevique es esen-
cialmente el mismo que era en 1921.
Hoy, en la Rusia Soviética, al campesinado se le expropia
toda la tierra. Los sovjós8 son granjas gubernamentales en las
que el campesino trabaja a sueldo, como el trabajador de la fá-
brica. Esto se conoce como «industrialización» de la agricul-
tura, «transformando al campesino en proletario». En el koljós
la tierra pertenece, solo nominalmente, a la aldea. En realidad,
es propiedad del Gobierno, el cual en cualquier momento puede
—y lo hace a menudo— reclutar a los miembros del koljós para
trabajar en otros lugares del país o desterrar a pueblos enteros
por desobediencia. En los koljoses se trabaja colectivamente,
pero el «control» que el gobierno tiene sobre ellos equivale a
expropiación. Los grava con impuestos a voluntad; decide y es-
tablece el precio que se paga por el grano y otros productos, y ni
el campesino ni la aldea soviética tienen nada que opinar sobre
el asunto. Bajo la máscara de numerosos impuestos y de présta-
mos obligatorios, el Gobierno se apropia de los productos de los
koljoses, y los castiga llevándose todo el grano por algunos deli-
tos, reales o supuestos.
La pavorosa hambruna de 1921 se debió principalmente a la
razverstka, la despiadada expropiación que se practicó en ese

8 Derivado de la abreviatura de «soviétskoie jozyáistvo» (granja sovié-


tica), no tenían carácter cooperativo como los koljoses, sino que de-
pendían directamente del Estado.
| 112
momento. Por este motivo y por la rebelión que siguió es por lo
que Lenin decidió implantar la NEP, la Nueva Política Econó-
mica que limitaba la expropiación por parte del Estado y permi-
tía al campesino disponer de algunos de sus excedentes para su
propio beneficio. Inmediatamente la NEP mejoró las condicio-
nes económicas por todas partes. La hambruna de 1932-1933 se
debió a parecidos métodos «comunistas» de los bolcheviques:
la colectivización forzosa.
Se produjo el mismo resultado que en 1921. Stalin se vio obli-
gado a revisar un poco su política. Se dio cuenta de que el bie-
nestar de un país, sobre todo de uno predominantemente agrí-
cola como Rusia, depende ante todo de los campesinos. Se
anunció la consigna: al campesino se le debe dar la oportunidad
de un mayor «bienestar». Pero lo cierto es que esta «nueva» po-
lítica solo es un «respiro» para el campesino. No es más comu-
nista que las anteriores políticas agrarias.
Desde el inicio del dominio bolchevique hasta hoy, no ha ha-
bido nada excepto una forma u otra de expropiación; lo de ahora
y lo de entonces difieren en grados, pero siempre es del mismo
tipo: un continuo proceso de robo del Estado al campesino, de
prohibiciones, violencia, artimañas y represalias, exactamente
como en los primeros días del zarismo y de la Guerra Mundial.
La política actual solo es una variación del «comunismo mili-
tar» de 1920-1921, con más maneras militares y con menos as-
pectos comunistas. Su «igualdad» es la de una penitenciaría; su
«libertad» es la de una cuerda de presos. No me sorprende que
los bolcheviques digan que la libertad es un prejuicio burgués.
Los apologistas soviéticos insisten en que el viejo «comu-
nismo militar» estaba justificado en el periodo inicial de la Re-
volución, en los días del bloqueo y de los frentes militares. Pero
han pasado diecisiete años desde entonces. Ya no hay bloqueo,
ni frentes de lucha, ni contrarrevolucionarios.
La Rusia Soviética se ha asegurado el reconocimiento de todos
los grandes gobiernos del mundo. Reitera su «buena voluntad»

| 113
hacia todos los Estados burgueses, solicita su «cooperación» y
está haciendo grandes negocios con ellos. De hecho, el Gobierno
soviético tiene relaciones de «amistad» incluso con Mussolini y
Hitler, esos famosos campeones de la libertad y el comunismo.
Está ayudando al decadente capitalismo a capear sus tormentas
económicas comprándole millones de dólares en productos y
abriéndole nuevos mercados.
Esto es, en general, lo que ha hecho la Rusia Soviética du-
rante diecisiete años desde la Revolución. Pero en cuanto a co-
munismo, ese es otro asunto. A este respecto, el Gobierno bol-
chevique ha seguido exactamente el mismo rumbo que antes, y
peor. Ha hecho algunos cambios políticos y económicos super-
ficiales, pero en lo fundamental continúa exactamente el mismo
Estado, basado en idénticos principios de tiranía, violencia y
coerción, y usando los mismos métodos de terror y coacción que
en el periodo de 1920. En realidad, ha agravado las diferencias
sociales y multiplicado las divisiones de clase. Lo ha hecho todo
para hacer más permanente esa desigualdad y ha desarrollado
una ideología para justificar su existencia permanente.
Hoy hay más clases en la Rusia Soviética que en 1917, sin
duda no menos que en la mayoría de los países del mundo. Los
bolcheviques han creado una vasta burocracia soviética que
goza de privilegios especiales y de autoridad casi ilimitada sobre
el pueblo, sobre la industria y la agricultura. Por encima de esa
burocracia está la clase aún más privilegiada de los «camaradas
responsables», la nueva aristocracia soviética. La clase indus-
trial se ha dividido y subdividido en numerosas categorías.
Están los urdaniki9, las tropas de choque del trabajo, con ac-
ceso a varios privilegios; los «especialistas», los artesanos, los
trabajadores corrientes y los obreros. Hay «secciones» de fá-
brica, comités de tiendas, los pioneros10, los komsomoltsi, los

9Funcionarios de alto rango.


10El Movimiento de Pioneros agrupa a organizaciones juveniles del
partido comunista. Se entraba en estas organizaciones al comenzar la
| 114
miembros del Partido, todos disfrutan de ventajas materiales y
de autoridad. Está la extensa clase de los lishentsi11, personas
privadas de sus derechos civiles, la mayoría de ellos incluso del
derecho a trabajar, del derecho a vivir en determinados lugares,
prácticamente impedidos de todo medio de vida. Las infames
«zonas»12 de los tiempos zaristas —que prohibían a los judíos
vivir en ciertas partes del país— se han restablecido para toda la
población mediante la introducción del nuevo sistema soviético
de pasaportes.
Por encima de todas estas clases está la temida GPU13, se-
creta, poderosa y arbitraria, un gobierno dentro del gobierno.
La GPU tiene a su vez sus propias divisiones de clase. Tiene un
ejército propio, establecimientos comerciales e industriales, sus
propias leyes y regulaciones y una enorme multitud de trabaja-
dores esclavos convictos. Sí, incluso en las prisiones y campos
de concentración soviéticos hay diferentes clases con privilegios
especiales.

escuela primaria hasta la adolescencia, momento en el cual podían in-


gresar en la juventud del Partido propiamente dicho, el Komsomol so-
viético, cuyos miembros son los komsomoltsi.
11 La antigua burguesía.
12 En el original, pale. Se refiere a Pale of Settlement o Zona de Asen-

tamiento, región fronteriza occidental del Imperio Ruso que existió


entre 1791 y 1917 en la que se permitía el asentamiento de judíos, y más
allá de la cual su residencia permanente estaba prohibida. Incluso se
les prohibió vivir dentro de algunas ciudades de la Zona de Asenta-
miento. Pero a ciertas categorías de judíos —los ennoblecidos, con
educación universitaria, miembros de los gremios mercantiles, los ar-
tesanos más ricos, y algún personal militar junto con sus familias, y a
veces los sirvientes de éstos—, se les permitió vivir fuera de ella. El
término arcaico inglés pale se deriva del palus latino, estaca, que
marca el área rodeada por una cerca o un límite.
13 Gosudárstvennoye Politícheskoye Upravlénie, policía secreta creada

en 1922 a partir de la Checa, encargada del control de la seguridad del


Estado.
| 115
En el campo de la industria prevalece el mismo tipo de «co-
munismo» que en la agricultura. El sistema Taylor14 sovietizado
está en boga por toda Rusia, combinando un nivel mínimo de
producción y trabajo por pieza, el grado más alto de explotación
y degradación humana, que implica también interminables di-
ferencias en los salarios. El pago se hace con dinero, con racio-
nes, se deducen gastos del alquiler, de la luz, etc., por no hablar
de los premios y recompensas especiales para los urdaniki. En
resumen, este es el sistema salarial que se aplica en Rusia.
¿Necesito recalcar que un acuerdo económico basado en el
sistema de salarios, de ninguna manera se puede considerar afín
al comunismo? Es su antítesis, lo opuesto al socialismo.
La Rusia Soviética es un absoluto despotismo político, la
forma más burda de economía capitalista de Estado.
Las características que distinguen a un estado capitalista son
sus inherentes diferencias sociales, que ni siquiera han sido for-
malmente abolidas en la Rusia Soviética. Existen, y están ahora
aún más arraigadas que antes. La explotación de la mano de obra,
la esclavización del trabajador y el campesino, la anulación del
ciudadano como ser humano, como persona, y su transforma-
ción en una parte microscópica del mecanismo económico uni-
versal propiedad del gobierno; la creación de clases privilegia-
das y grupos favorecidos por el Estado, el sistema del servicio de
trabajo obligatorio y sus órganos de castigo, esas son las carac-
terísticas esenciales del estado capitalista.
Estos rasgos se pueden encontrar en el actual sistema sovié-
tico. Es de una ingenuidad imperdonable, o aún más, de una im-
perdonable hipocresía, pretender —como hacen los defensores
de los bolcheviques— que el servicio de trabajo obligatorio en

14 En organización del trabajo, el sistema Taylor o taylorismo, hace re-

ferencia a la división de las distintas tareas del proceso de producción.


Método de organización industrial, cuyo fin es aumentar la producti-
vidad y evitar el control que el obrero puede tener en los tiempos de
producción. Está relacionado con la producción en cadena.
| 116
Rusia es «la autoorganización de las masas con miras a la pro-
ducción».
Es extraño decirlo, pero me he encontrado a personas apa-
rentemente inteligentes que dicen que con tales métodos los
bolcheviques están «construyendo el comunismo». Al parecer
creen que esa construcción consiste en la destrucción despia-
dada, física y moral, de los mejores valores humanos. Hay otros
que hacen creer que el camino hacia la libertad y la cooperación
pasa por la esclavitud de la mano de obra y la represión intelec-
tual. Según ellos, instilar el veneno del odio y la envidia, del es-
pionaje y el terror colectivos, es la mejor «preparación» para ser
persona y para el espíritu fraternal del comunismo.
Pero yo no lo creo. Creo que no hay nada más pernicioso que
degradar a un ser humano a ser el engranaje de una máquina sin
alma, convirtiéndolo en siervo, en espía o en la víctima de un es-
pía. No hay nada más corrupto que la esclavitud y el despotismo.
Hay una psicología común en toda forma de absolutismo po-
lítico y dictadura: los medios y los métodos usados para conse-
guir un determinado final, con el tiempo se convierten en el fin
mismo. El ideal del comunismo, del socialismo, hace tiempo que
dejó de inspirar como clase a los líderes bolcheviques. Su único
objetivo es el poder y su fortalecimiento. En lo que respecta al
pueblo, también está desarrollando una nueva psicología a
causa de la completa subyugación, explotación y degradación.
La joven generación en Rusia es el producto de los métodos
y principios bolcheviques. Es el vástago de diecisiete años de
opiniones oficiales, las únicas que se permiten en el país. Ha-
biendo crecido bajo ese letal monopolio de ideas y valores, la
juventud en la URSS apenas sabe nada sobre Rusia. Mucho me-
nos aún saben del mundo exterior. En su mayoría son fanáticos
ciegos, estrechos e intolerantes, carentes de percepción ética,
desprovistos del sentido de la justicia y la honestidad. A esto hay
que añadir un tipo de trepadores y ambiciosos, egoístas criados
en el dogma bolchevique: «el fin justifica los medios».

| 117
Sin embargo, no estaría bien negar las excepciones en las fi-
las de la juventud rusa. Hay un considerable número que son
profundamente sinceros, heroicos e idealistas, que ven y sienten
la farsa de los ideales del partido. Se dan cuenta de que la Revo-
lución y el pueblo han sido traicionados, y sufren intensamente
ante el cinismo y la insensibilidad hacia toda emoción humana.
La prueba es el hecho de que hay numerosos jóvenes comunis-
tas komsomoltsi en las prisiones políticas soviéticas, en los cam-
pos de concentración y en el exilio. Esa joven generación no está
formada solo por adeptos serviles. No, no toda la juventud rusa
se ha convertido en títeres sin voluntad, en fanáticos obsesivos
o en adoradores del templo de Stalin y la tumba de Lenin.
La dictadura ya se ha convertido en una necesidad absoluta
para la continuidad del régimen. Allí donde hay clases y desigual-
dad social el Estado debe recurrir a la fuerza y la represión. La
crueldad de tal situación siempre está en proporción con la
amargura y el resentimiento que provoca en el pueblo. Este es
el motivo de que hoy haya más terrorismo gubernamental en la
Rusia Soviética que en cualquier otro lugar civilizado del
mundo. Más incluso que en la Alemania hitleriana, porque Sta-
lin tiene que dominar y esclavizar a cien millones de obstinados
campesinos. Esta amargura y odio del pueblo explica el enorme
sabotaje industrial en Rusia; la desorganización del transporte
tras diecisiete años de una eficaz «administración» militar; la
terrible hambruna al sur y el sureste a pesar de las favorables
condiciones naturales y de que se tomaron medidas más severas
para obligar a los campesinos a sembrar y recoger el grano; y a
pesar incluso del exterminio y la deportación masiva de más de
un millón de campesinos en campos de trabajo forzoso.
La dictadura bolchevique es un absolutismo que constante-
mente necesita volverse más implacable para sobrevivir. Por
tanto, también se suprime por completo la opinión indepen-
diente y la crítica dentro del Partido, incluso entre los círculos
más exclusivos y superiores. Es una característica significativa

| 118
que el bolchevismo oficial y sus agentes —remunerados o no—
aseguren constantemente al mundo que «todo va bien en la Ru-
sia Soviética y está mejorando». Es lo mismo que cuando Hitler
afirma vehementemente lo mucho que ama la paz al tiempo que
incrementa febrilmente su potencia militar.
Lejos de «ir mejorando», la dictadura se hace cada día más
bárbara. Algunos pueden pensar que estoy exagerando. El úl-
timo decreto contra los llamados contrarrevolucionarios, o trai-
dores al Estado soviético, debería convencer incluso a los más
ardientes defensores de las maravillas logradas en Rusia. Este
decreto refuerza las leyes que ya existían contra todo aquel que
no reverencie la infalibilidad de la santa trinidad, Marx, Lenin y
Stalin. Y este decreto es aún más drástico y cruel con la familia
de los culpables. De todos modos, la toma de rehenes no es nada
nuevo en la URSS. Ya era parte del terror cuando yo llegué a Ru-
sia. Piotr Kropotkin y Vera Figner protestaron en vano contra
esta mancha negra en el estandarte de la Revolución Rusa.
Ahora, tras diecisiete años de reglas bolcheviques, han creído
necesario un nuevo decreto. No solo se restablece la toma de
rehenes. Pretende incluso un castigo más cruel para todos los
familiares adultos del delincuente real o imaginario. El nuevo
decreto define la «traición» al Estado como: «cualquier acto co-
metido por los ciudadanos de la URSS que sea perjudicial para
las fuerzas armadas de la URSS, para su independencia o la in-
violabilidad de su territorio, tales como espionaje, revelar secre-
tos militares o de Estado, pasarse al bando del enemigo, volar o
huir a un país extranjero». Y esto en tiempos de paz, no de guerra.
Por supuesto, a los traidores se les fusila siempre. Lo que hace
más terrorífico al nuevo decreto es que se castiga de forma im-
placable a todos los que apoyan o viven con la desdichada víc-
tima, tanto si conocían su delito como si no. Serán encarcelados,
o desterrados, incluso fusilados. Como mínimo, perderán sus
derechos civiles y les confiscarán todo lo que tienen. En otras
palabras, el nuevo decreto establece una recompensa para los

| 119
informadores y los espías quienes, para salvar su propia piel o
congraciarse con la GPU, de buena gana pondrán a los desafor-
tunados parientes de los acusados en manos de los esbirros so-
viéticos.
El aspecto más interesante del nuevo decreto es que ya no
utiliza los pretextos del internacionalismo y de los intereses de
la clase proletaria. Esta vieja cantinela se ha cambiado ahora por
un himno de alegría a la madre patria. La prensa soviética, siem-
pre servil y rastrera, es la más ruidosa del coro. Su corazón, que
ardió de amor hacia el proletariado, ahora se enciende por la
madre patria, manifestándose en el llamamiento internacional
a los ultra revolucionarios: «A los agricultores colectivos, los
proletarios y los especialistas soviéticos honestos, nada les es
más querido, nada está más cerca de sus corazones que su suelo
nativo liberado del yugo de los propietarios de la tierra y los ca-
pitalistas. La defensa de la madre patria es la ley suprema de la
vida, y quien alce su mano contra ella, quien la traicione, debe
ser destruido». Es el mismo estribillo de Hitler y Mussolini.
Así es como las cosas «mejoran» en la URSS.

ANARCOCOMUNISMO

EL PRINCIPIO «a cada uno según sus necesidades, de cada cual


según su capacidad», es el único fundamento posible del verda-
dero comunismo. Pero tal condición en su misma esencia niega
todo gobierno, porque la autoridad política inevitablemente sig-
nifica poder, privilegio, y una clase que puede dispensar esos
privilegios: el Estado.
Considero que el comunismo no es posible —ni deseable—
fuera del comunismo libertario, anarquista. Ninguna otra forma

| 120
de comunismo puede existir en libertad, y ninguna libertad, paz
o justicia social pueden coexistir con el comunismo coercitivo.
El anarquismo es una condición política en la que la persona
se libera de la coacción y de la autoridad invasiva. El comunismo
y la colectividad son su expresión económica. Cada uno es abso-
lutamente necesario para el otro; se complementan el uno al
otro. El Partido Comunista en Rusia ha hecho todo lo posible para
separarse de ambos. Como resultado, la Revolución fracasó y
murió. La razón tanto como la experiencia demuestran que el
comunismo obligatorio no puede prosperar, no puede existir ex-
cepto como un Estado esclavo. También es esta la razón por la
que en el pasado no triunfaron los experimentos comunistas.
Todos fueron construidos sobre la autoridad y la coerción.
Ningún Estado, ningún gobierno puede abolir las clases; por
el contrario, las crea. Ninguna dictadura, ningún terrorismo po-
licial puede construir una sociedad nueva y libre. Solo la coope-
ración solidaria en el trabajo —proletarios, campesinos, intelec-
tuales, en definitiva, los trabajadores del cerebro y el músculo—
puede construir el puente que lleve de la explotación capitalista
al comunismo. Orgánicamente, desde la vida misma, debe cre-
cer el entendimiento mutuo y el esfuerzo libre de las asociacio-
nes unidas, industriales, agrarias, científicas y culturales. Solo
bajo este fundamento puede la humanidad tener esperanza en
su emancipación, liberando a las personas para la unidad social,
la solidaridad y la libertad.
La gente me pregunta a menudo: «¿Qué forma tomaría la
distribución y el consumo en una sociedad anarquista?».
No me tomo la libertad de hacer profecías o de planear el pro-
grama de vida bajo el anarcocomunismo, pero estoy segura de
que, liberadas de las restricciones y limitaciones arbitrarias y
dañinas impuestas por la autoridad política, las personas pronto
desarrollarán las formas más adecuadas para su bienestar y cre-
cimiento. Creo que lo más probable es que se intenten varias for-
mas de vida económica en cada comunidad —algún sistema de

| 121
acuerdos individuales o colectivos—, pero no me cabe duda de
que la experiencia y el sentido común harán escoger, a largo
plazo, el sistema económico productivo para el mayor bienestar
social. Y puedo añadir que estoy convencida de que el camino
del comunismo voluntario pronto mostrará sus ventajas, y ese
ejemplo de libre cooperación comunista será seguido por aque-
llos que viven bajo diferentes órdenes económicos.
Estoy segura de que cuando los individuos y las comunidades
tengan libertad de elección se desarrollará el método más útil y
racional. Yo veo en el comunismo libre el sistema económico
más práctico, y el que garantiza la mayor libertad individual y
justicia social.
De paso, no subestimemos la cualidad de la justicia. A pesar
de todo el escepticismo moderno, en la naturaleza humana hay
un fuerte sentido innato de justicia y de juego limpio. Los actos
de injusticia se ven con malos ojos, aunque no siempre de forma
activa. La mente popular, aunque nacida y criada en el sistema
capitalista, percibe la injusticia. Por esa razón, creo que el colec-
tivismo socialista pronto se revelará como injusto. Es más, como
impracticable.
El colectivismo significa remuneración conforme al trabajo
de cada uno. En la industria moderna eso es una proposición im-
posible. Todo trabajo es social y el resultado del trabajo es un
producto social. Por ejemplo, no se puede medir el valor real del
trabajo de un albañil en una casa construida por una veintena
de oficios diferentes. Tampoco el valor o el coste de cualquier
cosa que se mida por el «tiempo» empleado en producirla. In-
cluso si pudiera medirse, ¿debe pagarse la misma tarifa por la
«hora de trabajo» del carpintero que por la del cirujano, el in-
ventor o el poeta?
Es suficiente plantear la cuestión de esta manera para mos-
trar la absurdidad de la remuneración conforme a las «horas de
trabajo» y la imposibilidad de determinar a cuánto asciende el
«valor» de un producto social realizado por un trabajador

| 122
individual. La propensión por determinar tal «valor» es en sí
misma una manifestación del talante capitalista. Con la aboli-
ción del monopolio de la tierra y los recursos naturales se aca-
bará con dicho esquema capitalista. Por tanto, el esquema co-
lectivista difícilmente atraería a una comunidad libre. Por no
mencionar que el sistema económico colectivista requeriría de
un enorme ejército de estadísticos, de calculadores y medidores
para averiguar las «ganancias» de cada uno, y el hecho de que
esa remuneración desigual acabaría, a largo plazo, en desigual-
dad económica y conduciría a alguna forma de capitalismo.
La alternativa, el comunismo libre, elimina toda esa de-
sigualdad y la injusticia social, las cuales proceden inevitable-
mente de esa disparidad. No hay razón —humana o social— por
la que el trabajador físico o mental menos dotado no pueda go-
zar de las mismas oportunidades para satisfacer sus necesida-
des que su vecino más afortunado. La única excusa para tal si-
tuación —aunque sea una excusa muy indigna— es que no
hubiera suficiente para todos. Pero en los tiempos modernos
hace mucho que dejó de ser un problema producir lo suficiente
para todas las necesidades humanas. Por el contrario, el pro-
blema del capitalismo es cómo consumir más de lo que se pro-
duce. El anarcocomunismo resuelve ese problema: dar a cada
uno según sus necesidades; de cada uno según su capacidad.
Este es un sistema a la vez práctico, simple y justo. Después de
todo, uno no puede comer más de lo que puede, y sería tan justo
y razonable privarle de las necesidades de la vida como del aire
que necesitan sus pulmones.
Las mentes superficiales ponen objeciones a la «falta de in-
centivos» bajo el anarcocomunismo. ¿Qué incentivo, les pre-
guntaría, qué interés personal tiene el trabajador de la fábrica
en el producto que ayuda a fabricar? El miembro de una comu-
nidad comunista se sentiría parte del proyecto. Esta cooperación
social transformaría la existencia humana, se pasaría del con-
flicto entre el individuo y las clases que luchan por intereses

| 123
opuestos, a una rivalidad amistosa en la búsqueda del bien co-
mún para todos. Una nueva atmósfera social da lugar a nuevas
concepciones y nuevos valores. Lo más probable es que en una
sociedad comunista libre limpiar una calle sucia se considerará
más «honroso» que ser presidente, o más «patriótico» que po-
nerse un uniforme y matar a un hombre que lleva un uniforme
de diferente color.
Es imposible en este ensayo entrar en detalles sobre la nueva
vida que se ofrecería a las personas bajo el anarcocomunismo,
ni indicar las perspectivas de crecimiento y desarrollo que se
abrirían bajo condiciones de libertad y seguridad económica.
La mentalidad capitalista y autoritaria puede hacer numero-
sas objeciones al sistema anarcocomunista, la mayoría de ellas
basadas en lo que se supone que es «posible» o «imposible» para
la «naturaleza humana»15. ¡Como si supiéramos lo que es la na-
turaleza humana y de lo que es capaz! Pero a esa mentalidad yo
contestaría con las palabras de alguien que no fue comunista,
pero que vio con gran claridad al capitalismo y sus resultados.
John Stuart Mill dijo: «Si hubiera que elegir entre el comu-
nismo con todas sus posibilidades y el estado actual de la socie-
dad, con todos sus sufrimientos e injusticias; si la institución de
la propiedad privada implicase necesariamente la consecuencia
de que el producto del trabajo se repartiera de la manera en que
ahora lo vemos hacer, casi en proporción inversa al mismo tra-
bajo: la porción mayor para los que nunca han trabajado, la si-
guiente parte para aquellos cuyo trabajo es casi nominal; y así,
en escala descendente, disminuyendo la remuneración con-
forme el trabajo se hace más pesado y más desagradable, hasta
llegar al trabajo corporal más fatigoso y extenuante que no
puede contar con la certeza de conseguir ganar ni siquiera lo

15Anotación de Goldman: «Huelgas húngaras. Hacer referencia, como


prueba de la naturaleza individual, a un ejemplo de huelga fluida y di-
námica. Huelga en Hungría. 1000 personas». Entre 1915 y 1919, año de
la efímera Revolución húngara, una oleada de huelgas barrió el país.
| 124
necesario para vivir; si la alternativa fuese esto o el comunismo,
todas las dificultades, grandes o pequeñas, del comunismo, no
pesarían nada en la balanza»16.
Puedo visualizar el día en que, bajo el anarcocomunismo, la
vida adoptará un significado completamente diferente del que
existe hoy. Cesará de ser una lucha entre clases o naciones por
un poco más de pan o de territorio. La humanidad alcanzará
nuevos valores; y la vida se convertirá en arte, en alegría.
La lucha política, la miseria económica y las luchas intestinas
de las naciones y los pueblos serán recordadas sólo como abe-
rraciones mentales de una edad oscura de la historia. La vida se
entenderá como el esfuerzo por conseguir la mayor cultura, por
los más elevados logros en el arte de vivir. El trabajo será rele-
gado a su justo lugar secundario como medio para el ocio, para
la comprensión y el disfrute de la vida; y de ese modo la huma-
nidad entrará en el camino de la verdadera civilización.

16 En «Principios de economía política», 1848, John Stuart Mill.


| 125
TROTSKI PROTESTA DEMASIADO1

INTRODUCCIÓN

ESTE FOLLETO surgió de un artículo que hice para Vanguard, pe-


riódico anarquista que se publicaba mensualmente en la ciudad
de Nueva York. Apareció en la edición de julio de 1938, pero como
el espacio de la revista era limitado, sólo se pudo usar una parte
del manuscrito. Aquí lo ofrecemos en versión revisada y am-
pliada.
León Trotski creerá que las críticas por su participación en la
tragedia de Kronstadt le ayudarán a hostigar a su enemigo mor-
tal, Stalin. No se le ha ocurrido pensar que se puede detestar al
despiadado del Kremlin y su cruel régimen, y al tiempo, no exo-
nerar a León Trotski del crimen cometido contra los marinos de
Kronstadt.
Lo cierto es que no veo diferencias destacables entre los dos
protagonistas del benevolente sistema de la dictadura, excepto
que León Trotski ya no está en el poder para aplicar sus bendi-
ciones, y Josef Stalin sí. No, no he escrito nada para el actual
gobernante de Rusia. Pero debo señalar que Stalin no vino como

1 Título original: «Trotsky protest too much». Publicado por primera

vez por The Anarchist Communist Federation, Glasgow, Escocia,


1938. [Editado y traducido por Semilla Negra |Anarquismos|. Todas
las notas son de la traductora, salvo que se indique lo contrario].
| 127
un regalo del cielo para el desventurado pueblo ruso. Él no es
más que la continuación de las tradiciones bolcheviques, aun-
que de una manera más implacable.
El proceso de distanciar de la Revolución a las masas rusas
empezó casi inmediatamente después de que Lenin y su partido
accedieran al poder. La insensible discriminación en las racio-
nes y la vivienda, la supresión de todos los derechos políticos, la
persecución continuada y los arrestos, pronto llegaron a ser el
orden del día. Es cierto que las purgas que se hicieron no inclu-
yeron en un principio a los miembros del partido, aunque tam-
bién los comunistas fueron a la cárcel y llenaron los campos de
concentración. Un ejemplo de esto fue la primera Oposición
Obrera, cuyas bases fueron eliminadas rápidamente, y sus líde-
res, Shliápnikov enviado al Cáucaso para «descansar», y Ale-
xandra Kolontái puesta bajo arresto domiciliario. Pero el resto
de los opositores políticos, entre ellos mencheviques, socialre-
volucionarios, anarquistas, muchos intelectuales progresistas,
trabajadores y también campesinos, fueron despachados sin ro-
deos en los sótanos de la Checa, o exiliados en lejanos lugares
de Rusia y Siberia para sufrir una muerte lenta. En otras pala-
bras, no ha sido Stalin quien ha concebido la teoría o los méto-
dos que han aniquilado la Revolución Rusa y ha forjado nuevas
cadenas para el pueblo ruso.
Lo admito, la dictadura bajo el gobierno de Stalin se ha vuelto
monstruosa. Pero eso no significa que León Trotski sea menos cul-
pable por su papel en el drama revolucionario, del cual Krons-
tadt fue uno de los escenarios más sangrientos.

Emma Goldman

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LEÓN TROTSKI PROTESTA DEMASIADO

TENGO ANTE MÍ dos números del New International, febrero y


abril de 1938, la revista oficial de Trotski. El cien por cien del
contenido son artículos de John G. Wright, trotskista y gran
magnate. Esos artículos pretenden ser una refutación de los car-
gos en contra de Trotski en relación con Kronstadt. El señor
Wright tan sólo se hace eco de la voz de su amo, y su material no
es en ningún modo de primera mano o del contacto personal
con los acontecimientos de 1921. Yo prefiero presentar mis res-
petos a León Trotski. Al menos, él tiene el dudoso mérito de ha-
ber tomado parte en la «liquidación» de Kronstadt.
Sin embargo, en el artículo de Wright hay algunas falsas ase-
veraciones muy temerarias que es necesario refutar. Por tanto,
procederé a hacerlo de inmediato y me ocuparé después del autor.
John G. Wright afirma que La Rebelión de Kronstadt2, de
Alexander Berkman, «no es más que una repetición de los pre-
suntos hechos e interpretaciones de los socialrevolucionarios de
derecha con algunas modificaciones insignificantes», (recogi-
dos de «La verdad sobre Rusia», Volia Rossii, Praga, 1921)3.
Además, el escritor acusa a Alexander Berkman de «cinismo,
plagio, y, como es su costumbre, hace algunas alteraciones in-
significantes y oculta la verdadera fuente de aquello que pre-
senta como de su propia cosecha». La vida y la obra de Alexan-
der Berkman le han situado entre los más grandes pensadores y
luchadores revolucionarios, dedicados por completo a su ideal.
Aquellos que lo conocieron darán testimonio de su impecable

2 La rebelión de Kronstadt, La Malatesta editorial, 2011. The Kron-

stadt rebellion, 1922.


3 The Truth about Kronstadt. Publicado por el periódico Volia Rossii,

Prague, 1921. https://libcom.org/book/export/html/17520


| 129
calidad en todas sus acciones, así como de su integridad como
escritor serio. Sin duda les divertirá saber por el señor Wright
que Alexander Berkman fue un «plagiario» y un «cínico», y que
«tiene por costumbre hacer algunas modificaciones insignifi-
cantes…».
El comunista medio, ya sea del tipo Trotski o Stalin, sabe so-
bre literatura anarquista y sus autores tanto como, digamos, el
católico medio sobre Voltaire o Thomas Paine. La mera suge-
rencia de que se debe conocer lo que defienden tus oponentes
antes de calificarlos, sería considerada como herejía por la jerar-
quía comunista. No creo, por tanto, que John G. Wright mienta
deliberadamente sobre Alexander Berkman. Más bien pienso
que es estúpidamente ignorante.
Alexander Berkman siempre tuvo la costumbre de llevar dia-
rios. Incluso durante el purgatorio de catorce años que soportó
en la Western Penitentiary de Estados Unidos, se las arregló
para llevar un diario que conseguía enviarme en secreto. Mi
compañero continuó su diario en el Buford, el barco que nos
llevó en nuestra larga y peligrosa travesía de veintiocho días, y
continuó con este viejo hábito durante los veintitrés meses de
nuestra estancia en Rusia.
Memorias de un anarquista en prisión4, que incluso los crí-
ticos conservadores admitieron que era comparable a Memorias
de la casa muerta de Fiodor Dostoievski, se forjó a partir de su
diario. La Rebelión de Kronstadt y El mito bolchevique son tam-
bién hijos de su crónica diaria en Rusia. Por tanto, es estúpido
hacer la acusación de que el folleto de Berkman sobre Kronstadt
«no es más que una repetición de los presuntos hechos...» del
trabajo de los socialrevolucionarios que apareció en Praga.

4 Prison Memoirs of an Anarchist. New York: Mother Earth Publish-


ing Association. 1912. Memorias de un anarquista en prisión, edito-
rial Melusina, 2007.
| 130
Con la misma precisión con que hace este ataque contra Ale-
xander Berkman, Wright acusa a mi viejo amigo de haber ne-
gado la existencia del general Kozlovski5 en Kronstadt.
La rebelión de Kronstadt, página 15, dice: «En efecto, en
Kronstadt estaba el exgeneral Kozlovski. Fue Trotski quien lo
puso allí como especialista en artillería. No jugó ningún papel
en los sucesos de Kronstadt». Esto lo confirmó nada menos que
Zinóviev, que todavía entonces estaba en el cenit de su gloria.
Llamado a decidir el destino de Kronstadt, en la sesión extraor-
dinaria del Soviet de Petrogrado del 4 de marzo de 1921 Zinóviev
dijo: «Por supuesto Kozlovski es viejo y nada puede hacer, pero
los oficiales Blancos están detrás de él y están engañando a los
marinos». Sin embargo, Alexander Berkman subrayó el hecho
de que los marinos no contarían ni con el exgeneral favorito de
Trotski, ni aceptarían el ofrecimiento de provisiones u otro tipo
de ayuda por parte de Victor Chernov, líder de los socialrevolu-
cionarios de derecha exiliado en París.
Los trotskistas no dudan en considerar que permitir a los ca-
lumniados marinos el derecho de hablar por sí mismos es sen-
timentalismo burgués. Insisto en que esta forma de pensar so-
bre el oponente es detestable jesuitismo, y ha hecho más por
desintegrar todo el movimiento obrero que cualquiera de las
tácticas «sagradas» del bolchevismo.
Para que el lector pueda estar en condiciones de decidir entre
la acusación criminal contra Kronstadt y lo que los marinos te-
nían que decir, reproduzco aquí el mensaje de radio a los traba-
jadores del mundo, del 6 de marzo de 1921:

Nuestra causa es justa: defendemos el poder de los soviets, no


el de los partidos. Defendemos a los representantes libremente
elegidos por las masas trabajadoras. Los soviets suplantados,

5General Kozlovski, antiguo oficial zarista responsable por entonces


de la artillería y de las defensas de la base de Kronstadt, pero que de-
pendía del Comité Revolucionario.
| 131
manipulados por el Partido Comunista, siempre han sido sordos a
nuestras necesidades y demandas; la única respuesta que siempre
hemos recibido han sido disparos… ¡Camaradas! No sólo os enga-
ñan; pervierten deliberadamente la verdad y recurren a la más
despreciable difamación… En Kronstadt, el poder está exclusiva-
mente en manos de los marinos, de los soldados y de los trabaja-
dores revolucionarios, y no en las de contrarrevolucionarios lide-
rados por algún Kozlovski, como intenta haceros creer la
embustera radio de Moscú. ¡No os demoréis, camaradas! Uníos a
nosotros, poneos en contacto con nosotros; pedid que vuestros de-
legados sean admitidos en Kronstadt. Sólo ellos os podrán decir
toda la verdad y os revelarán la cruel calumnia sobre el pan finlan-
dés y las ofertas de la Entente6.
¡Larga vida al proletariado y al campesinado revolucionarios!
¡Larga vida al poder de los soviets libremente elegidos!

Los marinos «liderados» por Kozlovski, incluso pidieron a


los trabajadores del mundo ¡que enviaran delegados para que
pudieran ver si había algo de verdad en la negra calumnia pro-
pagada contra ellos por la prensa soviética!
A León Trotski le sorprende y le indigna que se levante tanto
revuelo por Kronstadt. Después de todo, eso sucedió hace mu-
cho tiempo, de hecho, han pasado diecisiete años, y no fue más
que un mero «episodio en la historia de la relación entre la ciu-
dad proletaria y la aldea pequeñoburguesa». Por qué querría
nadie armar tanto revuelo a estas alturas a menos que se quiera
«poner en peligro la única corriente revolucionaria genuina que
nunca ha repudiado su bandera, que no ha transigido con sus
enemigos, y que es la única que representa el futuro». La egola-
tría de León Trotski, conocida en todas partes por sus amigos y

6 Los antiguos oficiales zaristas quisieron entablar contacto y colabo-


rar con los sublevados con ayuda de algunos países extranjeros, pero
el Comité de Kronstadt declinó la oferta. Esto fue utilizado por las au-
toridades bolcheviques para difamar el movimiento insurgente. La
prensa y la radio oficiales les acusaban de haberse vendido a Finlandia
y de ser «contrarrevolucionarios» al servicio del Capital extranjero.
| 132
enemigos, nunca ha sido su punto débil. Desde que su enemigo
mortal lo ha dotado nada menos que de una varita mágica, su
prepotencia ha alcanzado proporciones alarmantes.
A León Trotski le enfurece que la gente reviva el «episodio»
de Kronstadt y le hagan preguntas sobre su participación. No se
le ha ocurrido pensar que quienes se defienden de su rival tie-
nen derecho a preguntar sobre los métodos que empleó cuando
estaba en el poder, y cómo actuó con los que no se adhirieron a
su dictamen como si fuera la verdad del evangelio. Por supuesto,
era ridículo esperar que se golpeara el pecho y dijera: «Yo tam-
bién era humano y cometí errores. Yo también he pecado, y he
matado a mis hermanos u ordené matarlos». Sólo los sublimes
profetas y los clarividentes alcanzan tal nivel de coraje. Sin duda,
León Trotski no es uno de ellos. Por el contrario, sigue reivindi-
cando la omnipotencia para todos sus actos y decisiones, y mal-
dice a cualquiera que neciamente sugiera que el gran dios León
Trotski también tiene los pies de barro.
Se burla de la prueba documental que dejaron los marinos de
Kronstadt y del testimonio de los que vieron y oyeron desde
dentro el terrible asedio a Kronstadt. Llama a estos hechos «fal-
sas descripciones». Sin embargo, eso no le impide asegurar a
sus lectores que su explicación sobre la rebelión de Kronstadt se
podría «fundamentar e ilustrar con muchos hechos y documen-
tos». Las personas inteligentes se pueden preguntar por qué
León Trotski no tuvo la decencia de presentar esas «falsas des-
cripciones» para que el pueblo pudiera estar en posición de for-
marse una opinión correcta sobre ellas.
Es un hecho que incluso los tribunales capitalistas garantizan
al acusado el derecho a presentar pruebas en su propio nombre.
Pero no León Trotski, el portavoz de la única verdad, el que
«nunca ha repudiado su bandera, que no ha transigido con sus
enemigos».
Se puede entender esa falta de decencia común en John G.
Wright. Él es, como ya he manifestado, un mero citador de las

| 133
santas escrituras bolcheviques. Pero que una figura mundial como
León Trotski silencie las pruebas de los marinos me parece in-
dicativo de muy poco carácter. El viejo refrán de que el leopardo
cambia sus manchas, pero no su naturaleza, se aplica forzosa-
mente a León Trotski. El calvario que ha soportado durante sus
años de exilio, la trágica pérdida de sus allegados y de los que
amaba, y más doloroso aún, la traición de sus antiguos compañe-
ros de armas, no le ha enseñado nada. Ni un ápice de bondad o
suavidad humana ha conmovido el espíritu rencoroso de Trotski.
Qué lástima que el silencio de los muertos a veces hable más
alto que la voz de los vivos. De hecho, las voces estranguladas en
Kronstadt han crecido en volumen en estos diecisiete años. Me
pregunto si será por este motivo por lo que a León Trotski le
molesta ese sonido.
Trotski cita a Marx que dijo: «es imposible juzgar a los parti-
dos o a las personas por lo que dicen de sí mismos». ¡Qué paté-
tico que no se dé cuenta de cuánto se puede aplicar esto a él!
Entre los hábiles escritores bolcheviques, nadie como León
Trotski ha logrado mantenerse tan en primer plano, o ha alar-
deado tan incesantemente de su participación durante y des-
pués de la Revolución Rusa. De acuerdo con las palabras de su
gran maestro, se tendrían que declarar sin valor todos los escri-
tos de Trotski, lo que sería absurdo, por supuesto.
Para desacreditar los motivos que condicionaron el levanta-
miento de Kronstadt, León Trotski escribió lo siguiente: «Desde
distintos frentes envié docenas de telegramas sobre la moviliza-
ción de nuevos destacamentos “de confianza” entre los trabaja-
dores de Petersburgo y los marinos de la flota del Báltico, pero
ya en 1918, y en todo caso no después de 1919, los frentes empe-
zaron a quejarse de que el nuevo contingente para Kronstadt era
insatisfactorio, exigente, indisciplinado, poco fiable en la batalla
y que estaba haciendo más daño que bien». Más adelante, en la
misma página Trotski les acusa de que: «cuando las condiciones
se volvieron muy críticas en el hambriento Petrogrado, el Buró

| 134
Político discutió más de una vez la posibilidad de obtener un
“préstamo interno” de Kronstadt, donde aún quedaba una cierta
cantidad de viejas provisiones, pero los delegados de los obreros
de Petrogrado dijeron: “Nunca conseguiréis nada de ellos por
solidaridad; especulan con telas, carbón y pan. En este mo-
mento, ha aparecido toda clase de gentuza”». Esto es muy bol-
chevique, es decir, no sólo asesinar a tus enemigos, sino también
deshonrarlos. Desde Marx y Engels hasta Lenin, de Trotski a
Stalin, estos métodos han sido siempre los mismos.
No pretendo defender ahora lo que eran los marinos de
Kronstadt en 1918 o 1919. No llegué a Rusia hasta enero de 1920.
Desde ese momento hasta que Kronstadt fue «liquidado», los
marinos de la flota del Báltico eran considerados como glorioso
ejemplo de valor y coraje inquebrantables. No sólo los anarquis-
tas, los mencheviques y los socialrevolucionarios, sino también
muchos comunistas, me contaron que los marinos eran la co-
lumna vertebral de la Revolución. El 1 de mayo de 1920, durante
la celebración y otras festividades organizadas para la primera
Comisión Laborista Británica, los marinos de Kronstadt consti-
tuían un gran efectivo bien definido, y se les consideraba como
unos de los grandes héroes que habían salvado la Revolución de
las garras de Kérenski, y a Petrogrado de Yudénich. Durante el
aniversario de octubre los marinos desfilaron en primer lugar, e
hicieron una recreación de la toma del Palacio de Invierno que
fue atronadoramente aclamada por todos.
¿Es posible que los principales miembros del partido, ex-
cepto León Trotski, desconocieran la corrupción y la desmorali-
zación de Kronstadt, qué él alega? No lo creo. Además, dudo que
el propio Trotski tuviera esta opinión de los marinos de Krons-
tadt hasta marzo de 1921. Por tanto, su argumento debe ser una
idea posterior, ¿o se trata de una racionalización para justificar
la «liquidación» sin sentido de Kronstadt?
Aceptando que el personal hubiera experimentado un cam-
bio, sigue siendo un hecho que en 1921 los de Kronstadt estaban,

| 135
sin embargo, lejos de la imagen que ha pintado León Trotski y
su vocero. En realidad, los marinos hallaron la muerte sólo por
su profunda afinidad y solidaridad con los obreros de Petro-
grado, cuya capacidad de resistencia al frío y al hambre llegaron
a su límite con una serie de huelgas en febrero de 1921. ¿Por qué
León Trotski y sus seguidores no han mencionado esto? León
Trotski sabe perfectamente bien, si Wright no lo sabe, que la
primera escena del drama de Kronstadt se produjo en Petro-
grado el 24 de febrero, y no la representaron los marinos, sino
los huelguistas. Pues fue en esta fecha cuando los huelguistas
dieron rienda suelta a su ira acumulada hacia la apática indife-
rencia de los hombres que habían proclamado la dictadura del
proletariado, la cual hacía mucho tiempo que había degenerado
en dictadura despiadada del Partido Comunista.
En la anotación en su diario sobre este día histórico, Alexan-
der Berkman dice:

Los trabajadores de las fábricas de Trubotchny han ido a la


huelga. Se quejan de que en la distribución de ropa de invierno los
comunistas han recibido una injusta ventaja sobre los no adeptos.
El Gobierno se niega a considerar las quejas hasta que los hombres
regresen al trabajo.
Una multitud de huelguistas se reunieron en la calle cerca de las
fábricas, y les enviaron soldados para dispersarlos. Eran kursanty,
jóvenes comunistas de la academia militar. No hubo violencia.
Ahora los hombres de los almacenes del Almirantazgo y de los
muelles de Calernaya se han unido a los huelguistas. Hay mucho
resentimiento contra la actitud arrogante del Gobierno. Se intentó
una manifestación callejera, pero la caballería la reprimió.

Tras el informe de su Comité sobre la situación real de los


incidentes entre los obreros de Petrogrado, los marinos de
Kronstadt obraron en 1921 igual que en 1917. Inmediatamente
hicieron causa común con los obreros. El papel de los marinos
en 1917 fue aclamado como el «orgullo rojo y gloria de la

| 136
Revolución». La misma acción en 1921 se denunció al mundo
entero como traición contrarrevolucionaria. Naturalmente, en
1917 Kronstadt ayudó a los bolcheviques a tomar el poder. En
1921 exigieron un ajuste de cuentas por las falsas esperanzas
que generaron en las masas, y por romper la gran promesa que
hicieron casi en el mismo instante en que los bolcheviques se
atrincheraron en el poder. Verdaderamente, un crimen atroz.
Sin embargo, el aspecto importante de este delito es que Krons-
tadt no se «amotinó» de repente. El motivo estaba profunda-
mente arraigado en el sufrimiento de los obreros rusos, del pro-
letariado de la ciudad y del campesinado.
Desde luego, el excomisario nos asegura7 que «los campesi-
nos aceptaron las requisas como un mal temporal», y que «los
campesinos aprobaban a los “bolcheviques”, pero se volvieron
cada vez más hostiles a los “comunistas”». Sin embargo, estas
afirmaciones son mera ficción, como lo demuestran numerosas
pruebas, y no es la menor de ellas la liquidación del soviet cam-
pesino, con Mariya Spiridónova a la cabeza, usando el hierro y
el fuego para obligar a los campesinos a entregar toda su pro-
ducción, incluyendo el grano para la siembra de primavera.
En cuanto a la verdad histórica, los campesinos odiaron al
régimen casi desde sus comienzos, sin duda desde el momento
en que la consigna de Lenin, «robar a los ladrones», se convirtió
en «robar a los campesinos para la gloria de la dictadura comu-
nista». Por eso estaban en constante agitación contra la dicta-
dura bolchevique. Un ejemplo de ello fue el levantamiento de
los campesinos de Carelia, ahogados en sangre por el general
zarista Slastchev-Krymsky. Si los campesinos estaban tan pren-
dados del régimen soviético, como León Trotski querría hacer-
nos creer, ¿por qué fue necesario enviar inmediatamente a Ca-
relia a este terrible hombre?

7 En un artículo de León Trotsky titulado «Hue and Cry Over Krons-

tadt», escrito el 15 de enero de 1938 y publicado en The New Interna-


tional en abril de 1938.
| 137
Había luchado contra la Revolución desde sus inicios y co-
mandó algunas de las fuerzas de Wrangel8 en Crimea. Fue cul-
pable de crueles barbaridades a los prisioneros de guerra, e in-
fame artífice de pogromos. Luego Slastchev-Krymsky se retractó
y regresó a «su madre patria». Los bolcheviques recibieron con
honores militares a este hipócrita contrarrevolucionario y hos-
tigador de judíos, junto con varios generales zaristas y guardias
Blancos. No hay duda de que fue una justa retribución que el
antisemita tuviera que saludar al judío Trotski, su superior mi-
litar. Pero para la Revolución y el pueblo ruso, el regreso triunfal
del imperialista fue un ultraje.
Como recompensa por su nuevo amor a la Patria Socialista,
Slastchev-Krymsky fue el encargado de reprimir a los campesi-
nos de Carelia, que exigían la autodeterminación y mejores con-
diciones9.
León Trotski nos dice que en 1919 los marinos de Kronstadt
no habrían renunciado a las provisiones por «solidaridad»; so-
lidaridad que no se les pidió en ningún momento. De hecho, esta
palabra no existe en la jerga bolchevique. Sin embargo, aquí te-
nemos a estos marinos desmoralizados, los especuladores cana-
llas, etc., poniéndose de parte del proletariado de la ciudad en
1921, y su primera demanda es por la equiparación de las racio-
nes. ¡En efecto, qué infames que eran los de Kronstadt!
Ambos escritores están haciendo mucho contra Kronstadt,
pues los marinos que, insistimos, no premeditaron la rebelión,
sino que se reunieron el 1 de marzo para discutir los medios y la
manera de ayudar a sus camaradas de Petrogrado, rápidamente
se constituyeron en un Comité Revolucionario Provisional. La
explicación a esto la da el propio John G. Wright. Escribe: «Esto

8 Piotr Wrangel, comandante del Ejército del Cáucaso en 1919, jefe del
Movimiento Blanco en Ucrania durante el período final de la Guerra
Civil Rusa, gobernador y comandante en jefe de las fuerzas armadas
del sur de Rusia (11 de abril de 1920), gobernador del sur de Rusia y
comandante en jefe del Ejército Ruso (19 de agosto de 1920).
9 My Disillusionment in Russia, Emma Goldman. [Nota del original].

| 138
no excluye de ninguna manera que las autoridades locales en
Kronstadt hicieran una chapuza al manejar la situación… No es
ningún secreto que Kalinin y el comisario Kuzmin no eran muy
estimados por Lenin y sus colegas… En la medida en que las au-
toridades locales estuvieron ciegas a las dimensiones del peligro
o no tomaron medidas apropiadas y eficaces para hacer frente a
la crisis, en ese sentido, sus errores fueron parte de la evolución
de los acontecimientos...».
La afirmación de que Lenin no estimaba mucho a Kalinin o
Kuzmin es, desafortunadamente, un viejo truco del bolchevismo
para echar toda la culpa a algún chapucero y que así los jefes
puedan permanecer intachables.
De hecho, las autoridades locales de Kronstadt hicieron una
«chapuza». Kuzmin atacó a los marinos con brutalidad y los ame-
nazó con terribles consecuencias. Evidentemente, los marinos
sabían qué esperar de tales amenazas. No podían sino suponer
que, si a Kuzmin y Vassiliev se les permitía plena libertad, su pri-
mer paso sería retirar las armas y las provisiones a Kronstadt.
Esta fue la razón por la que los marinos formaron su Comité Re-
volucionario Provisional. Otro factor fue la noticia de que a un
comité de treinta marinos que fue enviado a Petrogrado para
hablar con los trabajadores, se le negó el derecho a regresar a
Kronstadt, y que fueron detenidos y metidos en la Checa.
Ambos escritores hacen una montaña con los rumores de lo
que se dijo en el mitin del primero de marzo, en el sentido de
que un camión de soldados fuertemente armados se dirigía a
Kronstadt. Evidentemente, Wright nunca ha vivido bajo una fé-
rrea dictadura. Yo sí. Cuando se cierran todos los canales de
contacto humano, cuando se rechaza cada pensamiento y se so-
foca la posibilidad de expresarlo, entonces los rumores se elevan
como hongos desde el suelo y crecen con dimensiones aterrado-
ras. Además, los camiones llenos de soldados y chequistas ar-
mados hasta los dientes, arrasando las calles por el día, arro-
jando sus redes por la noche y arrastrando su botín humano

| 139
hasta la Checa, era una visión frecuente en Petrogrado y Moscú
durante el tiempo en que estuve allí. Tras el amenazador dis-
curso de Kuzmin, era perfectamente natural que en la tensión
del mitin se diera credibilidad a los rumores.
Durante la campaña contra los marinos de Kronstadt tam-
bién se dijo que la noticia de su levantamiento se había publi-
cado en la prensa de París dos semanas antes del inicio de la
revuelta, lo cual era una prueba de que los marinos habían sido
instrumentos del imperialismo y que la rebelión se urdió en
realidad en París. Era demasiado obvio que se usaba esta calum-
nia tan sólo para desacreditar a los de Kronstadt a los ojos de los
trabajadores.
En realidad, esta noticia anticipada era como otras noticias
sobre París, Riga o Helsinki, las cuales, rara vez, o nunca, coin-
cidían con ninguna de las demandas de los agentes contrarrevo-
lucionarios en el extranjero. Por otra parte, en la Rusia soviética
sucedieron muchas cosas que habrían alegrado el corazón de la
Entente y que nunca llegaron a conocer —acontecimientos mu-
cho más perjudiciales para la Revolución Rusa, causados por la
dictadura del Partido Comunista—. Por ejemplo, la Checa, que
socavó muchos logros de la Revolución de Octubre y que ya en
1921 se había convertido en una excrecencia maligna en el
cuerpo de la Revolución, y muchos otros hechos similares que
me llevarían demasiado lejos para poderlos tratar aquí.
No, la noticia por anticipado en la prensa de París no tenía
relación alguna con la rebelión de Kronstadt. De hecho, en Pe-
trogrado, en 1921, nadie creyó en esta conexión, incluyendo a
muchos comunistas. Como ya he dicho, John G. Wright no es
más que un buen alumno de León Trotski y, por tanto, inocente
de lo que la mayoría de la gente, dentro y fuera del partido, pen-
saba sobre la supuesta «conexión».
Sin duda, los futuros historiadores apreciarán el «motín» de
Kronstadt en su auténtico valor. Y si lo hacen, es seguro que lle-
garán a la conclusión de que el levantamiento no podría haber

| 140
llegado más oportunamente si hubiera sido planeado de forma
deliberada.
El factor determinante que decidió el destino de Kronstadt
fue la NEP (Nueva Política Económica). Lenin, consciente de la
considerable oposición que encontraría el novedoso y ridículo
esquema «revolucionario», necesitaba una amenaza inminente
para garantizar la aceptación rápida y sin contratiempos de la
NEP. Y Kronstadt llegó de la manera más conveniente. De inme-
diato se pudo en marcha toda la aplastante maquinaria de propa-
ganda para demostrar que los marinos estaban en connivencia
con los poderes imperialistas y con los elementos contrarrevo-
lucionarios que querían destruir el Estado comunista. Funcionó
a la perfección. La NEP se aprobó sin problemas.
Sólo el tiempo demostrará el costo terrible que ha supuesto
esta maniobra. Los trescientos delegados, la flor de la juventud
comunista, que salieron precipitadamente del congreso del par-
tido para aplastar Kronstadt, fueron solo un puñado de los miles
de vidas sacrificadas gratuitamente. Fueron allí creyendo fer-
vientemente la campaña de difamación. Los que sobrevivieron
tuvieron un duro despertar.
En Mi desilusión… conté un encuentro que tuve en un hospi-
tal con un comunista herido. Este testimonio no ha perdido
nada de su intensidad a pesar de los años transcurridos:

A muchos de los heridos en el ataque a Kronstadt, en su mayo-


ría kursanty, los llevaron al mismo hospital. Tuve la oportunidad
de hablar con uno de ellos. Dijo que su sufrimiento físico no era
nada comparado con su agonía mental. Se había dado cuenta de-
masiado tarde de que lo habían engañado al grito de «contrarre-
volución». En Kronstadt, ningún general zarista, ningún guardia
Blanco había acaudillado a los marinos; sólo encontró a sus pro-
pios camaradas, marinos, soldados y obreros, que habían luchado
heroicamente por la Revolución.

| 141
Nadie en su sano juicio verá ninguna similitud entre la NEP
y las demandas de los marinos de Kronstadt por el derecho de
libre intercambio de productos. La NEP no hizo más que rein-
troducir los graves males que la Revolución Rusa había inten-
tado erradicar. El libre intercambio de productos entre obreros
y campesinos, entre la ciudad y el campo, encarnaba la verda-
dera razón de ser de la revolución. Obviamente, «los anarquis-
tas estaban en contra de la NEP». Pero el libre intercambio,
como Zinóviev me dijo en 1920, «no tiene lugar en nuestro plan
centralizador». El pobre Zinóviev probablemente no pudo ima-
ginar en qué terrible ogro se convertiría el poder centralizado.
La obsesión de la dictadura con la centralización muy pronto
provocó la división entre la ciudad y la aldea, entre los trabaja-
dores y los campesinos; y no, como dice Trotski, «porque uno es
proletario… y el otro pequeño burgués», sino porque la dicta-
dura paralizó las iniciativas del proletariado de la ciudad y del
campesinado.
Trotski da a entender que los obreros de Petrogrado perci-
bieron rápidamente «la naturaleza pequeñoburguesa del levan-
tamiento de Kronstadt y no quisieron tener nada que ver».
Omite la razón fundamental de la aparente indiferencia de los
obreros de Petrogrado. Por eso es importante señalar que la
campaña de difamación, mentiras y calumnias contra los mari-
nos comenzó el 2 de marzo de 1921. La prensa soviética rezu-
maba veneno contra los marinos. Se arrojaron contra ellos los
cargos más despreciables, y esto continuó hasta que el 17 de
marzo Kronstadt fue liquidado. Además, se puso a Petrogrado
bajo la ley marcial. Se cerraron varias fábricas, y los trabajado-
res, privados de su medio de vida, empezaron a reunirse. En el
diario de Alexander Berkman, hallo lo siguiente:

Se llevan a cabo muchas detenciones. Es común ver a grupos


de huelguistas custodiados por chequistas de camino a la cárcel.
Hay una gran tensión nerviosa en la ciudad. Se han tomado todo
tipo de precauciones para proteger a la institución gubernamental.
| 142
Las ametralladoras se han colocado en el Hotel Astoria, donde vi-
ven Zinóviev y otros destacados bolcheviques. Proclamas oficiales
ordenan el regreso inmediato de los huelguistas a las fábricas… y
advierten a la población que está prohibido reunirse en las calles.
El Comité de Defensa ha iniciado una «limpieza de la ciudad».
Se ha detenido a muchos trabajadores sospechosos de simpatizar
con Kronstadt. Todos los marinos de Petrogrado y parte de la guar-
nición, considerados «poco fiables», han sido enviados a lugares
distantes, y se retiene como rehenes a las familias de los marinos
de Kronstadt que viven en Petrogrado. El Comité de Defensa noti-
ficó a Kronstadt que «se reserva a los prisioneros como garantía»
por la seguridad del comisario de la flota del Báltico, N. N. Kuzmin,
el presidente del Soviet de Kronstadt, T. Vassiliev y otros comunis-
tas. «Si nuestros camaradas sufren el menor daño, los rehenes pa-
garán con sus vidas».

Bajo esas férreas disposiciones, era físicamente imposible


que los obreros de Petrogrado se aliaran con Kronstadt, sobre
todo porque no se permitió que les llegara ni una sola palabra
de los manifiestos que los marinos publicaron en sus periódicos.
En otras palabras, León Trotski falsifica deliberadamente los
hechos. Los trabajadores, sin duda se habrían puesto del lado
de los marinos, porque sabían que no eran amotinados o con-
trarrevolucionarios, sino que se habían posicionado del lado de
los trabajadores, como ya hicieron sus compañeros en 1905, y
en marzo y octubre de 1917. Por tanto, es una difamación grave-
mente criminal, y consciente, para la memoria de los marinos
de Kronstadt.
En la página 106, segunda columna del New International,
Trotski asegura a sus lectores que «nadie, dicho sea de paso, se
preocupó en esos días por los anarquistas». Lamentablemente
eso no concuerda con la incesante persecución a los anarquistas
que se inició en 1918, cuando León Trotski liquidó con ametra-
lladoras la sede anarquista en Moscú. En ese momento comenzó
el proceso de eliminación de los anarquistas. Incluso ahora, des-
pués de tantos años, los campos de concentración del Gobierno
| 143
soviético están llenos de los anarquistas que han sobrevivido.
En efecto, antes del levantamiento de Kronstadt —de hecho, en
octubre de 1920, cuando Trotski cambió de nuevo su opinión
sobre Makhno porque necesitaba su ayuda y su ejército para li-
quidar a Wrangel, y cuando dio su consentimiento para que se
celebrara la Conferencia Anarquista en Járkov—, cientos de
anarquistas fueron atraídos a una trampa y enviados a la prisión
de Butyrka, donde estuvieron sin que se les notificase ningún
cargo hasta abril de 1921; y cuando, junto con otros presos polí-
ticos de izquierda, fueron sacados por la fuerza en plena noche
y enviados en secreto a varias prisiones y campos de concentra-
ción en Rusia y Siberia. Pero eso es otra página propia de la his-
toria soviética. Lo que es importante en este ejemplo es que sí
debieron preocuparles mucho los anarquistas, pues de lo con-
trario no habría motivos para arrestarlos y enviarlos por el viejo
camino zarista a distantes regiones de Rusia y Siberia.
León Trotski ridiculiza las demandas de los marinos sobre
los soviets libres. Eran muy ingenuos si pensaban que los soviets
libres podían convivir con una dictadura. En realidad, los soviets
libres habían dejado de existir en una etapa temprana del par-
tido comunista, al igual que los sindicatos y las cooperativas.
Todos habían sido enganchados a la rueda del carro de la má-
quina del Estado bolchevique. Recuerdo bien a Lenin diciéndome
con gran satisfacción: «Tu gran hombre, Errico Malatesta, es
partidario de nuestros soviets». Me apresuré a decir: «¿Te refie-
res a los soviets libres, camarada Lenin? Yo también soy parti-
daria». Lenin se puso a hablar de otra cosa. Pero pronto descubrí
por qué los soviets libres habían dejado de existir en Rusia.
John G. Wright dice que no hubo problemas en Petrogrado
hasta el 22 de febrero. Eso está en consonancia con su otro re-
frito del material «histórico» del Partido. El malestar y la insa-
tisfacción de los obreros ya eran notables cuando llegamos. En
todas las industrias que visité encontré extremo descontento y
resentimiento, porque la dictadura del proletariado se había

| 144
convertido en la dictadura devastadora del Partido Comunista,
con sus desiguales raciones y discriminación. Si el descontento
de los trabajadores no se desencadenó antes de 1921 fue sólo
porque todavía se aferraban con tenacidad a la esperanza de que
cuando se liquidaran los frentes de guerra se cumpliría la pro-
mesa de la Revolución. Kronstadt deshizo la última ilusión.
Los marinos se atrevieron a ponerse del lado de los trabaja-
dores descontentos. Se atrevieron a exigir que se cumpliera la
promesa de la Revolución —todo el poder para los soviets—. La
dictadura política asesinó a la dictadura del proletariado. Eso, y
sólo eso, fue su imperdonable crimen contra el espíritu sagrado
del bolchevismo.
En el artículo de Wright hay una nota al pie de la página 49,
segunda columna, donde dice que Victor Serge10, en un comen-
tario reciente sobre Kronstadt, «reconoce que los bolcheviques,
una vez enfrentados al motín, no tenían otra salida excepto
aplastarlo». Ahora Victor Serge está lejos de las hospitalarias
orillas de la «madre patria» de los trabajadores. Si la frase que
Wright le atribuye es cierta, no considero un abuso de confianza
decir que miente. Victor Serge era uno de los miembros de la
Sección Comunista Francesa que, ante la decisión de Trotski de
«disparar a los marinos como si fueran perdices»11, estaba tan
angustiado y horrorizado por la carnicería inminente como

10 Victor Serge (Bruselas 1890-México 1947), marxista-leninista, revo-


lucionario, escritor y activo participante del proceso revolucionario
ruso a partir de su llegada a Petrogrado, en febrero de 1919, trabajando
en el recién fundado Comintern como periodista, editor y traductor.
Crítico abierto del estalinismo, fue obligado a abandonar la Unión So-
viética huyendo de la represión y, como tantos otros revolucionarios,
falleció en el exilio mexicano.
11 Paul Avrich, en su libro Kronstadt 1921, cuenta que el duro ultimá-

tum de Trotski no contenía esas palabras. Fue el Comité de Defensa de


Petrogrado, dirigido por Zinóviev, el que publicó y lanzó desde un
avión sobre Kronstadt un panfleto, mucho más amenazador que el de
Trotski, que instaba a los sublevados a rendirse, y que, en caso de no
hacerlo, «seréis acribillados como perdices».
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Berkman, muchos otros revolucionarios y yo. Solía pasar cada
hora libre en nuestra habitación, recorriéndola de arriba abajo,
tirándose del pelo, apretando los puños con indignación y repi-
tiendo «hay que hacer algo, hay que hacer algo para detener la
espantosa masacre». Cuando se le preguntó por qué él, como
miembro del partido, no alzó su voz como protesta en la sesión
del partido, su respuesta fue que eso no ayudaría a los marinos
y que la Checa lo marcaría o incluso lo haría desaparecer en si-
lencio. La única excusa para Victor Serge en ese momento es que
tenía una joven esposa y un bebé. Pero ahora, decir después de
diecisiete años, que «los bolcheviques, una vez enfrentados al
motín, no tenían otra salida excepto aplastarlo», es, como mí-
nimo, inexcusable. Victor Serge sabe tan bien como yo que no
hubo motín en Kronstadt, que los marinos en realidad no usa-
ron sus armas de ningún modo hasta que comenzó el bombar-
deo de Kronstadt. También sabe que los marinos no tocaron ni
a los Comisarios Comunistas detenidos ni a ningún otro comu-
nista. Por tanto, insto a Victor Serge a que salga y diga la verdad.
Es asunto suyo si ha sido capaz de seguir viviendo en Rusia bajo
el régimen de camaradería de Lenin, Trotski y todos los otros
desgraciados que han sido asesinados recientemente, siendo
consciente de todos los horrores que están sucediendo, pero no
puedo guardar silencio ante la acusación formulada contra él,
diciendo que los bolcheviques tenían motivos para aplastar a los
marinos.
León Trotski es sarcástico cuando le acusan de haber asesi-
nado a 1.500 marinos. No, él no hizo el trabajo sangriento con
sus propias manos. Confió a su lugarteniente, Tujachevsky, la
tarea de «disparar a los marinos, como si fueran perdices», se-
gún sus propias palabras. Tujachevsky cumplió la orden hasta
el último punto. Los números de muertos se convirtieron en le-
giones, y los que sobrevivieron al incesante ataque de la artille-
ría bolchevique quedaron al cuidado de Dybenko, famoso por su
humanidad y justicia.

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¡Tujachevsky y Dybenko, los héroes que salvaron la dictadura!
La historia parece tener su propia manera de hacer justicia12.
León Trotski intenta sacarse de la manga una carta ganadora
cuando pregunta: «¿Dónde y cuándo se han confirmado sus gran-
des principios, al menos parcialmente, en la práctica, o siquiera
como una tendencia?». Esta carta, al igual que todas las que ya
ha jugado en su vida, no le hará ganar la partida. De hecho, los
principios anarquistas se han confirmado en España, como ten-
dencia y en la práctica. Sólo parcialmente, lo admito. ¿Cómo po-
dría ser de otra manera con todas las fuerzas conspirando con-
tra la Revolución Española? La labor de construcción realizada
por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y la Federa-
ción Anarquista Ibérica (FAI), es algo que el régimen bolchevi-
que nunca imaginó en todos sus años de poder, y sin embargo,
la colectivización de las industrias y la tierra representan el ma-
yor logro de cualquier periodo revolucionario. Es más, incluso
si Franco ganara y los anarquistas españoles fueran extermina-
dos, el trabajo que han empezado seguirá vivo. Los principios y
tendencias anarquistas están tan profundamente arraigados en
el suelo español que no podrán ser aniquilados.

LEÓN TROTSKI, JOHN WRIGHT


Y LOS ANARQUISTAS ESPAÑOLES

DURANTE LOS CUATRO AÑOS de guerra civil en Rusia, los anarquis-


tas estuvieron casi por unanimidad del lado de los bolcheviques,
a pesar de que cada vez eran más conscientes del inminente co-
lapso de la Revolución. Se sintieron obligados a guardar silencio

12Ambos cayeron víctimas de las purgas soviéticas en 1937 y 1938 res-


pectivamente.
| 147
y evitar todo lo que ayudara y alentara a los enemigos de la Re-
volución.
Ciertamente, la Revolución Rusa tuvo que luchar contra mu-
chos frentes y muchos enemigos, pero en ningún momento sus
adversidades fueron tan terribles como las que tuvieron que
afrontar el pueblo español, los anarquistas y la Revolución. La
amenaza de Franco —ayudado con fuerzas alemanas e italianas
y equipo militar, con la bendición que Stalin otorgó a España, la
conspiración de las potencias imperialistas, la traición de las lla-
madas democracias y, no menos importante, la apatía del pro-
letariado internacional—, supera con creces los peligros que
acorralaron a la Revolución Rusa. ¿Qué hace Trotski ante una tra-
gedia tan terrible? Se une a la vociferante turba y clava su propia
daga envenenada en las entrañas de los anarquistas españoles
en su hora más crucial. No cabe duda de que los anarquistas es-
pañoles han cometido un grave error. Se equivocaron al no invi-
tar a León Trotski a que tomara el mando de la Revolución Es-
pañola y pudiera mostrarles cuánto éxito había tenido en Rusia,
que podría repetirse una vez más en suelo español. Parece ser
que esto es lo que le disgusta.

[La última página del folleto contiene una lista de panfletos anar-
quistas disponibles para su compra en la Oficina CNT-FAI en Londres,
Inglaterra, y la Federación Comunista Anarquista en Glasgow, Escocia.]

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