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ÓN RUSA
DMAN
MMAGOL
E
REVOLUCIÓN RUSA
EMMA GOLDMAN
Fuentes:
—The Russian Revolution, en «Anarchy! An Anthology of Emma
Goldman’s Mother Earth». Edición de 2012.
—«The Truth About the Bolsheviki», by Mother Earth Publish-
ing Association, New York, 1918.
—«The crushing of the Russian Revolution», by Emma Gold-
man. London: Freedom Press, 1922.
—«Communism. Bolshevist and anarchist: a comparison». In-
ternational Institute of Social History, Amsterdam. Emma
Goldman Papers, Inv.nr. 192. ARCH00520.
—«Trotsky protest too much». The Anarchist Communist Fede-
ration, Glasgow, Scotland, 1938.
Portada: Reybum
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LA REVOLUCIÓN RUSA2
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que se enviaron a Europa occidental y a Norteamérica sobre la
unidad del pueblo con su clase gobernante.
Para comprender la Revolución hay que rastrear sus inicios
hasta el heroico movimiento que llevaba casi cien años llevando
a cabo una incesante batalla contra las oscuras fuerzas de la au-
tocracia rusa. Durante ese periodo, la sangre de los mártires nu-
trió las semillas del idealismo y la rebelión en el vientre del suelo
ruso. La multitud, que fue llevada hacia la muerte por el látigo y
el cadalso en la fortaleza de Pedro y Pablo, en Schlisselburg, en
Siberia, ha vuelto a la vida con la Revolución Rusa. El mensaje
de los hombres y mujeres con las manos pálidas —intelectua-
les—, como Petrashevski y Chernyshevski, Sophia Perovskaya y
Essie Helfman, Alexander Herzen, Vera Figner, Spiridónova, las
Babushkas4 y otros miles, había dado fruto. Su mensaje era:
Muerte a la tiranía y Vida al pueblo. La fraternidad humana y el
bienestar social eran su eslogan.
A través de un lento y doloroso proceso, y a expensas de las
mejores y más puras generaciones rusas, este mensaje se llevó a
los corazones y las mentes de la gente, los campesinos, los obre-
ros. Se convirtió en su esperanza, su sueño, su canto de triunfo.
Ante el gran sacrificio, a menudo la gente desesperaba de reali-
zar su sueño. Entonces se enviaron nuevas fuerzas a las aldeas
para tranquilizar al pueblo, para fortalecer su fe, para inspirar-
les una nueva esperanza, pues ningún mensaje concebido con
dolor y alimentado con sangre y lágrimas puede perderse.
En vísperas de hacer su entrada en la guerra, Rusia hervía de
revolución. La huelga general se extendió como un incendio en
los centros industriales. El descontento y la rebelión impregna-
ban al campesino apático y lo rejuvenecían para la acción. No es
del todo improbable que la guerra fuera acogida por la autocra-
cia como un modo de evaluar la creciente marea revolucionaria.
Ciegos a las tendencias de la época, la autocracia, al igual que
todos los demás gobiernos, forzó a la gente a entrar en la guerra,
4 Abuelas.
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pero era estúpido suponer que se someterían por mucho
tiempo: que traicionarían con tanta facilidad a sus mártires que
habían muerto por la paz universal y la fraternidad social, que
olvidarían las torturas que se les infligió, los sufrimientos y los
horrores que padecían en casa, y que, con la bayoneta en la
mano, correrían a asegurar la democracia en Alemania.
La Revolución Rusa fue la expresión culminante de todos los
anhelos acumulados por el pueblo ruso. Era el punto de ruptura
del odio hacia el antiguo régimen y la realización del gran sueño,
tan esperado durante tanto tiempo. Desde las profundidades del
alma y el espíritu rusos, cómo podría algo tan profundamente
arraigado, tan abrumador, contentarse con el derrocamiento del
zar y su sustitución por algún régimen liberal mediocre, encar-
nado en un Miliukov5, un Lvov6, o incluso un Kérenski7.
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producido un cambio fundamental que respalde las ventajas po-
líticas recién obtenidas.
Todas las revoluciones precedentes fueron, a este respecto,
un instructivo ejemplo de advertencia para la Revolución Rusa.
Nunca fueron mucho más allá del cambio de gobierno. El pue-
blo derramó su sangre, pero no recibió más recompensa que el
viejo despotismo escondido bajo una nueva máscara de libera-
lismo hipócrita. El pueblo ruso tuvo la oportunidad de aprender
de las modernas repúblicas burguesas de Europa y de América.
Sí, se ha demostrado que en las repúblicas es mucho más fácil,
incluso más que en una monarquía, esclavizar a la gente, mental
y físicamente.
La nueva fase, la revolución bolchevique, eleva a Rusia de la
posición paralizante de una máquina meramente política, a una
fuerza económica potente y activa. En verdad, esta nueva fase
muestra cuán inagotable es la Revolución Rusa. ¡Cuántas veces ha
sido enterrada, y sin embargo cuántas veces ha resurgido! Tam-
poco es el fin, sino el comienzo de la verdadera Revolución Social.
El hecho de que un marxista tan extremista como Lenin, y
revolucionarios como Trotski y Kolontái, puedan trabajar junto
al gran número de rusos que no seguirán derramando su sangre
y desperdiciando sus vidas para la perpetuación de la guerra
mundial, demuestra que son impulsados, no por el dinero ale-
mán, sino por la necesidad psíquica interior que tiene la Revo-
lución Rusa de proclamar al resto del mundo el ultimátum de
«paz universal y la tierra para el pueblo». Por muy grandes que
sean los Lenin, los Trotski y los otros, no son más que el pulso
que late en la gente que, como decía con justicia Lincoln Stef-
fens, son los únicos héroes de Rusia. Están gastados y cansados
debido a las luchas eternas y el derramamiento de sangre. Quie-
ren la paz como un medio para volver a sí mismos, para regresar
a su tierra, para reconstruir su amada Matushka Rossiya8.
8 Madre Rusia.
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En medio de la confusión y los horrores de la guerra, la Re-
volución Rusa levanta en su poderoso brazo la antorcha para
iluminar el horizonte a todos los pueblos del mundo. Qué ironía
que la luz de la verdadera libertad y la justicia deba emanar de
un pueblo que hasta hace muy poco se consideraba la raza más
primitiva, ignorante e inculta, y medio asiática. Sin embargo, es
bueno para la Revolución Rusa que su pueblo haya permane-
cido primitivo. Por eso pueden afrontar los problemas de la vida
y de la existencia en un estado de mente sencilla, inmaculada e
incorrupta, con verdadero sentimiento y buen juicio. Después
de todo, la verdadera inteligencia es primitiva, porque se origina
en el interior del ser humano. No se produce a través de méto-
dos de educación externos y mecánicos. Es bueno para la Revo-
lución que su pueblo sea inculto, sin educación. Eso significa
que aún no han sido taladrados por la obediencia ciega, reduci-
dos a autómatas, a esclavos encogidos. Sería deseable que los
pueblos de otros países se hubieran mantenido tan primitivos e
ignorantes. Tendrían entonces coraje para el pensamiento inde-
pendiente y la acción revolucionaria libre.
La reivindicación del pueblo por la paz universal, como única
base para que se realice la Revolución, es la mayor victoria de
los tiempos modernos, una victoria que satisfará el anhelo, no
sólo del pueblo ruso, sino de todos los pueblos del mundo. De
ella debemos beber nueva esperanza y fuerza para el derroca-
miento de la tiranía y la opresión que han gobernado a la huma-
nidad por tanto tiempo. De ella debe surgir la nueva esperanza
de una fraternidad que pondrá fin a la guerra y al militarismo, y
que dará al mundo la libertad del espíritu y del cuerpo, la liber-
tad de la vida y las alegrías que proceden de la armonía social y
de la comprensión mutua de los pueblos de la tierra.
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LA VERDAD SOBRE LOS BOLCHEVIQUES9
Dedicado,
como mi última contribución antes de ir a prisión por dos años en
Jefferson City (Misuri), a los bolcheviques en Rusia en la estima de
su trabajo glorioso y por su inspiración en despertar el bolchevismo
en Estados Unidos.
que. Miembro del Partido Social Revolucionario. Fue uno de los pre-
cursores del movimiento cooperativo.
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tácticas y caen en el razonamiento marxista que durante toda su
vida repudiaron como «metafísica alemana».
La Revolución Rusa es realmente un milagro. Cada día de-
muestra cuán insignificantes son todas las teorías en compara-
ción con la realidad del despertar revolucionario del pueblo.
Los bolcheviques de 1903, aunque eran revolucionarios, se
adhirieron a la doctrina marxista relativa a la industrialización
de Rusia y a la misión histórica de la burguesía como un proceso
evolutivo necesario antes de que las masas rusas pudieran ca-
minar por sí mismas. Pero los bolcheviques de 1918 ya no creen
en la función predestinada de la burguesía. Las olas de la revo-
lución los han arrastrado hacia el punto de vista que, desde Ba-
kunin, sostienen los anarquistas: que cuando las masas se hacen
conscientes de su poder económico, crean su propia historia y
no necesitan estar sujetas a las tradiciones y los procesos de un
pasado muerto que —como los tratados secretos— se preparan
en una mesa redonda y no son dictados por la vida misma.
En otras palabras, los bolcheviques ahora representan no
sólo a un grupo limitado de teóricos sino a una Rusia renacida y
potente. Lenin y Trotski nunca hubieran alcanzado su impor-
tancia actual si tan sólo hubieran expresado fórmulas teóricas
claras y concisas. Sus oídos están cerca del latido del pueblo
ruso, que, aunque todavía inarticulado, sabe registrar sus demandas
mucho más poderosamente a través de la acción. Eso, sin em-
bargo, no disminuye la importancia de Lenin, Trotski y otras fi-
guras heroicas que asombran al mundo por su personalidad, su
visión profética y su intenso espíritu revolucionario.
No hace tanto tiempo que Trotski y Lenin fueron acusados
de ser agentes alemanes trabajando para el káiser. Sólo aquellos
que todavía están bajo la influencia de las mentiras de los perió-
dicos, que no saben nada sobre estos dos hombres, creen tales
acusaciones. Por cierto, es bueno tener en cuenta que no hay nada
tan despreciable y mezquino como llamar a un hombre «agente
alemán» porque se niega a creer en la grandilocuente frase
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«hacer un mundo seguro para la democracia», con la democracia
azotada en Tulsa13, linchada en Butte14, silenciada en prisión, ul-
trajada de muchas maneras y desterrada de nuestras costas.
Lenin y Trotski no necesitan defensa. Sin embargo, es bueno
llamar la atención de los crédulos —que dicen que la prensa «no
puede mentir»— sobre el hecho de que cuando Trotski estaba
en Estados Unidos vivía en una casa de apartamentos barata y
era tan pobre que apenas tenía lo suficiente para vivir. Para que
quede claro, se le ofreció una cómoda posición en uno de los
exitosos diarios judíos socialistas, a condición de que apren-
diera a transigir y frenar su celo revolucionario. Trotski prefirió
la pobreza y el derecho a conservar su autoestima; había ganado
tanto como «agente alemán» que cuando decidió regresar a
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esos valores están «hechos a máquina y se enmarañan en cuanto
tiras del primer nudo»15.
Los rusos son un pueblo literal, con una mente intacta, no
corrompida. La Revolución nunca ha significado para ellos una
mera escena política cambiante, el derrocamiento de un autó-
crata por otro. Al pueblo ruso se le ha enseñado durante casi
cien años —no por inútiles maestros en escuelas aburridas y li-
bros de texto obsoletos, sino por sus grandes mártires revolu-
cionarios, los espíritus más nobles que el mundo jamás haya co-
nocido— que la Revolución significa un cambio fundamental en
lo social y lo económico, algo que tiene sus raíces en las necesi-
dades y esperanzas del pueblo y que no terminará hasta que los
desheredados de la tierra aprendan a valerse por sí mismos. En
una palabra, el pueblo ruso vio en el derrocamiento de la auto-
cracia el principio y no el final de la Revolución.
Más que la tiranía del zar, el mujik16 odiaba la tiranía del re-
caudador de impuestos enviado por el terrateniente para robarle
su última vaca o caballo —y finalmente la tierra misma—, o para
azotarle y llevarlo a prisión cuando no podía pagar sus impues-
tos. ¿Qué significaba para el mujik que el zar hubiera sido ex-
pulsado de su trono, si su enemigo directo, el Barin (amo), to-
davía poseía la clave de la vida, la tierra? Matushka Zemlya
(Madre Tierra, Mother Earth) es el apodo cariñoso que tiene la
lengua rusa para referirse a la tierra. Para el ruso, la tierra lo es
todo, dadora de vida y gozo, la que alimenta, la amada Ma-
tushka (Madrecita).
La revolución rusa no significa nada para él a menos que se
establezca un plan por la tierra, y que el capitalista, el derrocado
mente antes del año 1917. Antes de que se realizaran, en 1861, las re-
formas agrarias en Rusia, los mujiks eran siervos.
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terrateniente, siga el camino de su socio el destronado zar. Eso
explica los antecedentes históricos de los bolcheviques, su justi-
ficación social y económica. Sólo son poderosos porque repre-
sentan al pueblo. En el momento en que dejen de hacerlo, se
irán, como tuvieron que irse el Gobierno Provisional y Kérenski.
Porque el pueblo ruso nunca estará contento, ni desaparecerá el
bolchevismo, hasta que la tierra y los medios de vida sean la he-
rencia de los hijos de Rusia. Por primera vez en siglos, han de-
cidido que serán escuchados, y que sus voces llegarán, no al co-
razón de las clases gobernantes —ellos saben que éstos no
tienen corazón—, sino al anhelo de los pueblos del mundo, in-
cluido el pueblo de los Estados Unidos. Ahí radica la profunda
importancia y significación de la Revolución Rusa, tal como lo
explican los bolcheviques.
Partiendo de la premisa histórica de que todas las guerras
son guerras capitalistas y de que las masas no tienen ningún in-
terés en fortalecer los designios imperialistas de sus explotado-
res, es perfectamente coherente que los bolcheviques insistan
en la paz y exijan que no haya indemnizaciones ni anexiones in-
volucradas en esa paz.
Para empezar, Rusia ha sido desangrada en una guerra orde-
nada por el sangriento zar. ¿Por qué deberían seguir sacrificando
su fuerte vitalidad, que podría emplearse en un mejor propósito
para la reconstrucción de Rusia? ¿Para hacer un mundo seguro
para la democracia? ¡Qué farsa! ¿Acaso las llamadas democra-
cias no ataron su diosa al látigo de la autocracia rusa, perdiendo
así las simpatías del pueblo ruso? ¡Cómo se atreven a quejarse
de que Rusia desee la paz, ahora que se ha quitado de la espalda
el peso de siglos de opresión!
¿Son los Aliados realmente sinceros cuando alardean de la
democracia? ¿Por qué, entonces, no reconocieron la Revolución
Rusa antes de que los «terribles bolcheviques» se hicieran cargo
de su dirección? Inglaterra, la famosa libertadora de las nacio-
nes pequeñas, con India e Irlanda en sus garras, no quiso saber
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nada de la Revolución. Francia, que fue la cuna de la libertad,
rechazó al delegado ruso en su Conferencia. Es cierto que Esta-
dos Unidos reconoció a la Rusia Revolucionaria, pero sólo por-
que tenía la esperanza que de que Miliukov o Kérenski siguieran
en el poder. Bajo tales circunstancias, ¿por qué ayudaría Rusia
a continuar la guerra?
Sin embargo, no es esa la razón por la que los bolcheviques
insisten en la paz. Es porque nada vital o productivo se puede
construir durante la guerra, y el pueblo ruso está ansioso por
construir, por crear, por fundar una Rusia nueva, libre y rica.
Para eso necesitan la paz; y sobre todas las demás consideracio-
nes, los bolcheviques quieren ayudar a conseguir la paz a los de-
más pueblos, que, como ellos, nunca quisieron la guerra.
Los bolcheviques ya han enseñado al mundo la lección de que
son los propios pueblos quienes deben iniciar las negociaciones
de paz. La paz no se puede declarar en nombre de aquellos que
hacen las guerras y obtienen beneficio. Esa es una de las contri-
buciones más importantes que los bolcheviques han hecho al
progreso mundial. Además, sostienen que esas negociaciones
deben hacerse abiertamente, con franqueza y con el pleno con-
sentimiento de los pueblos representados. No actuarán con in-
trigas diplomáticas secretas que traicione a los pueblos, lleván-
dolos a un desastre irreparable.
Sobre esta base, los bolcheviques invitaron a las otras poten-
cias a participar en la Conferencia General de Paz celebrada en
Brest-Litovsk. Su sugerencia fue recibida con desprecio. El alarde
democrático de los Aliados, cuando se puso a prueba, dejaba
mucho que desear. La traición de los Aliados al abandonar al
pueblo ruso justifica que los bolcheviques hagan una paz por se-
parado. No son culpables cuando anuncian una paz por sepa-
rado después de haber sido repudiados por los Aliados.
Los bolcheviques no son menos fuertes por haber sido aban-
donados. Fue Trotski quien expresó la influencia moral de los
bolcheviques en la aparente paradoja: «Nuestra debilidad será
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nuestra fuerza». Débiles en lo que se refiere a los instrumentos
de una autocracia, los bolcheviques se ven fortalecidos por un
propósito revolucionario común. El sencillo corazón ruso desea
actuar con honestidad en la mesa de paz, y eso tendrá más in-
fluencia en la opinión moral del mundo que toda la connivencia,
las evasivas y la hipocresía de los cultos diplomáticos.
Los bolcheviques exigen que se rechacen las obligaciones e
indemnizaciones contraídas por las demás clases gobernantes.
¿Por qué deben cumplir con las obligaciones del zar? El pueblo
no ha contraído esas obligaciones; no se ha comprometido con
los otros países en guerra; nunca se les consultó si debían ser
masacrados, como tampoco se consultó al pueblo estadouni-
dense. ¿Por qué deberían soportar el peso del castigo por los crí-
menes de un autócrata? ¿Por qué deberían hipotecar a sus hijos,
y a los hijos de sus hijos, con préstamos e indemnizaciones de
guerra? Dicen que los enemigos del pueblo son los responsables
de los acuerdos o contratos que realicen, y no el pueblo. Si el zar
se comprometió con otros países, le deberían pedir cuentas a él
y hacerlo responsable de lo que prometió. Pero las personas que
no fueron consultadas en un principio, que han luchado, san-
grado y sacrificado sus vidas durante tres años y medio, dicen
que sólo pagarán las deudas contraídas por ellos mismos, con
su conocimiento, con su entendimiento, y para un propósito que
ellos hayan aprobado. Estas son las únicas deudas de guerra,
préstamos de guerra e indemnizaciones de guerra que preten-
den pagar.
Los bolcheviques no tienen proyectos imperialistas. Sus pla-
nes son libertarios, y aquellos que entienden los principios de la
libertad no quieren anexionar a otros pueblos y otros países. De
hecho, el verdadero libertario ni siquiera quiere anexionar a otros
individuos, porque sabe que mientras una sola nación, un pue-
blo o un individuo estén esclavizados, también él está en peligro.
Por eso los bolcheviques exigen una paz sin anexiones y sin
indemnizaciones. No se sienten éticamente llamados a cumplir
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con las obligaciones contraídas por el zar, el káiser u otros caba-
lleros imperialistas.
Se ha acusado a los bolcheviques de traicionar a los Aliados.
¿Cuándo se ha preguntado al pueblo ruso si querían unirse a los
Aliados? Los bolcheviques, como comunistas, como hombres
que se adhieren con toda la pasión e intensidad de su ser al prin-
cipio del internacionalismo, declaran: «Nuestros aliados no son
los gobiernos de Inglaterra, Francia, Italia o Estados Unidos,
nuestros aliados son el pueblo inglés, el francés, el italiano, el
estadounidense y el alemán. Ellos son nuestros únicos aliados y
nunca los traicionaremos, nunca los engañaremos. Queremos
ayudarles, pero nuestros aliados son los pueblos del mundo, no
las clases gobernantes, ni los diplomáticos, ni los primeros mi-
nistros, ni los caballeros que hacen la guerra». Esa es la posición
de los bolcheviques en este momento. Lo han demostrado en las
últimas semanas, cuando vieron que los términos de paz de los
alemanes implicaban la esclavitud y la dependencia de otros
pueblos. Dijeron: «Queremos la paz, pero si pedimos la paz para
nosotros es porque estamos seguros de que esto inducirá a otros
pueblos del mundo a exigir y hacer la paz, tanto si las clases go-
bernantes lo quieren como si no».
Trotski, en una carta al «Ciudadano Embajador» de Persia,
dijo: «El acuerdo anglo-ruso de 1907 estaba dirigido contra la
libertad y la independencia del pueblo persa y, por lo tanto, es
nulo y queda sin efecto para siempre. Además, denunciamos to-
dos los acuerdos anteriores y posteriores a dicho acuerdo que
puedan restringir el derecho del pueblo persa a una existencia
libre e independiente».
Se acusa a los bolcheviques de tomar posesión de la tierra.
Esta es una imputación terrible si se cree en la propiedad pri-
vada. Se considera el mayor crimen de todos aquel que atenta
contra las posesiones privadas. La matanza humana se puede
justificar, pero la santidad de las posesiones privadas es invio-
lable. Afortunadamente, los bolcheviques han aprendido del
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pasado. Saben que las revoluciones pasadas fracasaron porque
las masas no tomaron posesión de los medios de vida.
Los bolcheviques han hecho otra cosa terrible: han tomado
posesión de los bancos. Ellos han recordado que, durante la Co-
muna de París, cuando las mujeres y los niños estaban mu-
riendo de hambre en las calles, los comuneros estúpidamente
enviaron a sus camaradas a proteger el Banco de Francia, y
luego el gobierno francés utilizó los fondos del banco para pagar
a Bismark a cambio de los 500.000 prisioneros de guerra ale-
manes que marcharon a París, y ahogaron la Comuna en la san-
gre de 30.000 trabajadores franceses.
En ese momento, en 1871, la burguesía francesa no tenía la
menor objeción al uso de armas alemanas para matar al pueblo
francés: «el fin justifica los medios», es lo que la burguesía —ahora
y entonces— no vacila en utilizar para conservar su supremacía.
Los bolcheviques son apasionados estudiantes de historia.
Saben que las clases dominantes preferirían incluso al zar o al
káiser antes que la Revolución. Saben que, si la burguesía pu-
diera retener la riqueza robada al pueblo en forma de tierra y
dinero sobornarían al diablo para salvarse de la Revolución, y el
pueblo, hambriento e indigente, sucumbiría a ese cruel acuerdo.
Por eso los bolcheviques tomaron posesión de los bancos y
están instando a los campesinos a confiscar la tierra. No tienen
ningún deseo de devolver al Estado los bancos y la tierra, la ma-
teria prima y los productos del trabajo. Ellos quieren poner to-
dos los recursos naturales y la riqueza del país en las manos del
pueblo para su posesión y uso en común, porque el pueblo ruso
es comunista por instinto y tradición, y no tiene ni la necesidad
ni el deseo de un sistema competitivo.
Los bolcheviques están haciendo realidad todo lo que mu-
chas personas han soñado, esperado, planeado y discutido en
público o en privado. Están construyendo un nuevo orden social
que los hará salir del caos y los conflictos que ahora afrontan.
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¿Por qué muchos revolucionarios rusos se oponen a los bol-
cheviques? Algunos de los mejores hombres y mujeres en Rusia,
como nuestra amada Babushka Breshkovskaia17, Piotr Kropotkin
y otros, son contrarios a los bolcheviques. Esto se debe a que
estas buenas personas han sido atraídas por el glamur del libe-
ralismo político representado por la Francia republicana, la In-
glaterra constitucional y la Norteamérica democrática. Por des-
gracia, todavía no se dan cuenta de que la línea de separación
entre liberalismo y autocracia es puramente imaginaria, la única
diferencia es que las personas bajo una autocracia saben que es-
tán esclavizadas y aman la libertad hasta el punto de luchar y
morir por ella, mientras que la gente en una democracia se ima-
gina que son libres y están contentos en su esclavitud.
Los revolucionarios rusos que se oponen a los bolcheviques
pronto se darán cuenta de que los bolcheviques representan los
principios más fundamentales, trascendentales y universales de
la libertad humana y el bienestar económico.
Podría preguntarse, ¿qué harían los bolcheviques si se les
opusieran todos los demás gobiernos? No es improbable que si
los bolcheviques consiguen completar el poder económico y so-
cial en Rusia, los gobiernos coordinados podrían hacer causa co-
mún con el imperialismo alemán para aplastar a los bolcheviques.
Se puede predecir con claridad que los elementos imperialistas se
unirían a la burguesía para derrotar a la Revolución Rusa.
Los bolcheviques están atentos a estos peligros y están utili-
zando las medidas más eficaces para combatirlos. Su influencia
en el proletariado de Alemania y Austria es incalculable. Los pri-
sioneros de guerra alemanes que regresan llevan el mensaje del
bolchevismo a las trincheras y los cuarteles, a los campos y fá-
bricas, despertando al pueblo al único poder que puede aplastar
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EL ANIQUILAMIENTO DE LA REVOLUCIÓN RUSA1
PREFACIO
| 30
de la vida, examinándolos con pasión y desde muchos y amplios
puntos de vista, y manteniéndose leal a sus conclusiones. Eso es
todo. «Pero por encima de todo, nunca te mientas a ti mismo;
pues de esto se sigue, como la noche al día, que no serás falso
con hombre alguno»3.
Emma Goldman es, sin lugar a duda, una oradora, pero tam-
bién es una excelente negociadora. Sabe cómo hacer que las co-
sas funcionen a gran escala, y tiene la perseverante energía ne-
cesaria para que sigan funcionando. Personalmente, me parece
una gran cosa. Siempre soy consciente de la brecha que separa
a aquellos que sólo anhelan hacer y aquellos que lo hacen. Apre-
cio mucho ese algo indefinible que nos permite decir con segu-
ridad de alguien: «No puedes derrotarlo». No se derrota a Emma
Goldman. Sin duda, las autoridades de los Estados Unidos ima-
ginaron, cuando la deportaron a Rusia por su oposición al re-
clutamiento, que su carrera había terminado. Tal y como están
las cosas, cientos de miles de estadounidenses han estado le-
yendo a diario lo que ella piensa de la Revolución Rusa.
Desearía poder trasplantar al movimiento en Inglaterra al-
gunas de las cualidades que he tratado de describir. Si Emma
Goldman pudiera ser trasplantada a estas costas, le daría la
bienvenida con alegría; cualquier vida que aún sea entusiasta y
todavía se mantenga firme en un propósito elevado, debería en-
contrar siempre una bienvenida. Así las cosas, solo puedo inten-
tar, en estas pocas líneas, presentar al público británico uno de
sus muchos escritos.
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Sin embargo, ahora ha pasado el tiempo del silencio. Por
tanto, quiero contar mi historia. No me olvido de las dificultades
que se me presentan. Sé que tergiversarán mis palabras los reac-
cionarios, los enemigos de la Revolución Rusa, que seré censu-
rada por los que se dicen sus amigos, quienes persisten en con-
fundir el partido que gobierna Rusia con la Revolución. Por eso
considero necesario concretar claramente mi posición con res-
pecto a ambos.
Hace cuatro años el gobierno de Estados Unidos me convirtió
en una delincuente, me robó mi hogar y mi corazón, y en la os-
curidad de la noche me obligó a salir del país. Y todo ello porque
alcé mi voz contra la Guerra Mundial. Tenía que llamar la aten-
ción sobre el cataclismo que llegaría cuando la guerra desper-
tara, sobre la destrucción y la ruina, sobre la espantosa pérdida
de vidas. Ese fue mi crimen.
Ahora, muchos expartidarios de la guerra se han dado cuenta
de que todos los que no nos dejamos arrastrar por el huracán
bélico teníamos razón, pues la guerra fue creada, respaldada y
financiada por los charlatanes y sus víctimas, para el beneficio
de los señores de la guerra. La «guerra por la democracia», la
«guerra para acabar con la guerra», ha sumergido al mundo en-
tero en un verdadero infierno.
Con la mueca de la muerte en sus labios, el Rey Hambre4 acecha
todas las tierras, mientras que aquellos que se han hecho ricos
y poderosos a costa de los despojos de la carnicería humana, rin-
den pleitesía al más poderoso de los reyes. Y no contentos con
la matanza de millones de personas y la mitad de la tierra devas-
tada, han encerrado al mundo en una fortaleza, en un calabozo
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fue enorme. Este es el resultado neto de cuatro años de conspi-
ración imperialista contra Rusia.
¿Cómo pudo ocurrir tal cosa? Es muy sencillo. El pueblo ruso,
que fue el único que en verdad hizo la revolución y que estaba
determinado a defenderla a toda costa de los intervencionistas,
estaba demasiado ocupado en los numerosos frentes abiertos
para prestar atención a los enemigos internos de la Revolución.
Y mientras los obreros y los campesinos rusos morían heroica-
mente, este enemigo interno tenía cada vez más poder. Lentos
pero seguros, los bolcheviques construyeron un Estado centra-
lizado que destruyó a los soviets y aplastó la revolución, un Es-
tado que hoy puede muy bien ser comparado en despotismo y
burocracia con cualquiera de los grandes Poderes del mundo.
De mi estudio y observación durante dos años, tengo la cer-
teza de que, si no hubiese estado continuamente amenazado
desde el exterior, el pueblo ruso pronto se hubiera dado cuenta
del peligro interno y habría sabido cómo hacerle frente, como se
hizo con los Kolchak5, los Denikin y el resto de ellos. Libre de los
ataques contrarrevolucionarios imperialistas, el pueblo pronto
hubiera comprendido las verdaderas tendencias del Estado Co-
munista, su absoluta ineficacia e incapacidad para reconstruir
la Rusia en ruinas.
Y entonces, las mismas masas de trabajadores habrían infun-
dido nueva vida en las paralizadas energías sociales del país. ¿Se
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LAS FUERZAS QUE ANIQUILARON LA REVOLUCIÓN RUSA
| 38
Durante un breve período tras la Revolución de Octubre, los
trabajadores, campesinos, soldados y marinos fueron los dueños
de su destino revolucionario. Pero pronto, la invisible mano de
hierro del comunismo de Estado comenzó a manipular la Revo-
lución, a separarla del pueblo y a subordinarla a sus propios fines.
Los bolcheviques son la Orden Jesuita de la Iglesia Marxista.
No quiero decir con esto que no sean sinceros como personas, o
que sus intenciones sean perversas. Es su marxismo lo que ha
determinado sus políticas y métodos. Los mismos medios em-
pleados han destruido la realización de su objetivo. Comunismo,
socialismo, igualdad, libertad —todo por lo que el pueblo ruso
ha soportado semejante sufrimiento— se han desacreditado y
ensuciado a causa de sus procedimientos, por la jesuítica con-
signa de que el fin justifica los medios.
El cinismo y la rigidez han ocupado el lugar de las aspiraciones
idealistas que caracterizaron a la Revolución de Octubre. Toda
inspiración ha quedado paralizada, el interés popular ha muerto;
dominan la apatía y la indiferencia. La causa no fue ni la inter-
vención ni el bloqueo; al contrario: fueron las políticas internas
del Estado Bolchevique las que alejaron al pueblo ruso de la Re-
volución y lo llenaron de odio hacia todo lo que emanaba de ella.
«¿Para qué sirven los cambios?», pregunta ahora el pueblo;
«todas las leyes son iguales: los pobres siempre deben sufrir».
Es este fatalismo, asociado a la sumisión de siglos, lo que ha
ayudado a los bolcheviques a dominar Rusia. ¿Han aprendido
los bolcheviques, por medio de la experiencia, que el fin no jus-
tifica los medios?
A decir verdad, Lenin se arrepiente a menudo. Entona el mea
culpa en cada Conferencia Comunista Panrusa, y dice: «He pe-
cado». Un joven comunista me dijo en una ocasión: «No me ex-
trañaría que cualquier día Lenin afirmase que la Revolución de
Octubre fue un error».
En efecto, Lenin reconoce sus errores; pero de ninguna ma-
nera eso le impide continuar con las mismas políticas erróneas.
| 39
Él y sus fanáticos anuncian cada nuevo experimento como el
colmo de la sabiduría científica y revolucionaria. ¡Ay de los que
se atrevan a cuestionar la justicia o la eficacia de la nueva me-
dida! Serán marcados como contrarrevolucionarios, especula-
dores y bandidos.
Pero pronto Lenin se arrepiente de nuevo, y empieza a bur-
larse de su rebaño por ser tontos y haber creído que el experi-
mento era posible. Después de haber engañado durante cuatro
años al pueblo ruso y al mundo declarando que el comunismo
está en curso en Rusia, en el último Congreso Soviético Panruso
ridiculizó a sus camaradas por su ingenuidad al creer que el co-
munismo era realizable en la actual Rusia. Sin embargo, las
puertas de la prisión siguen cerradas ante aquellos que sutil-
mente sugirieron lo mismo hace tres años.
Sería interesante delinear los distintos métodos que emplean
los bolcheviques para conseguir sus fines; métodos que eran
considerados el sumun de la sabiduría, que se impusieron al
pueblo y que acabaron destruyendo la Revolución. Las dimen-
siones de un artículo no permiten un análisis detallado de todo
lo que ha hecho el Estado Bolchevique. Sólo me referiré aquí a
los procedimientos y fases más importantes.
La paz de Brest-Litovsk7 marcó el principio de todos los ma-
les que siguieron. Fue una negación deliberada de todo lo que
los bolcheviques habían proclamado al mundo: paz sin compen-
sación, autodeterminación de todos los pueblos oprimidos, sin
diplomacia secreta. Sin embargo, los bolcheviques hicieron la
| 44
organización. Pero permitir que las cooperativas continuaran
sus funciones sería disminuir el poder centralizador del Estado.
Por lo tanto, la cooperativa tenía que ser «liquidada», y así se des-
truyó por completo un gran factor para la reconstrucción de Rusia.
Ahora que las cooperativas ya no existen, y que hombres y
mujeres que hicieron tan espléndido trabajo en ese movimiento
han extinguido sus vidas en las mazmorras bolcheviques, Lenin
entona otra vez el mea culpa. Las cooperativas se restablecen de
nuevo, y se resucita el cadáver. Poco antes de que las cooperati-
vas fuesen legalizadas de nuevo, Piotr Kropotkin —ya en su le-
cho de muerte— expresó su deseo de que los seis cooperativistas
de Dmítrov11 fueran puestos en libertad. Él los había conocido
íntimamente como trabajadores serios y dedicados.
Ya habían pasado dieciocho meses en Butyrka, prisión de
Moscú, por ser leales a su trabajo. Solo fueron liberados cuando
Lenin dijo que había que resucitar las cooperativas. Es alta-
mente improbable que las cooperativas vuelvan a alcanzar su
anterior fuerza e importancia dentro del Estado bolchevique.
LOS SOVIETS
15 Ración.
16 Durante el Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata
Ruso en 1903, hubo un desacuerdo entre Lenin y Mártov que provocó
la escisión de la fracción moderada del partido, la cual pasó a denomi-
narse partido menchevique («miembro de la minoría»).
17 El Partido Social Revolucionario de Izquierdas (PSRI) era la fracción
| 48
RECLUTAMIENTO PARA EL TRABAJO
| 49
por «especulación». El número de auténticos especuladores apre-
sados era insignificante en comparación con la masa de desgra-
ciados que llenaron las prisiones de Rusia por tratar de evitar
morirse de hambre.
Una cosa se puede decir de los bolcheviques: nunca hacen las
cosas a medias. Tan pronto como el trabajo forzoso llegó a ser
ley, se llevó a cabo como una venganza. Hombres y mujeres, jó-
venes y viejos, con ropas escasas y zapatos rotos, o solo con tra-
pos en los pies, fueron indiscriminadamente arrojados al frío y
la cellisca para palear nieve o cortar hielo. A veces los enviaban
por grupos a los bosques a buscar madera.
Las consecuencias fueron pleuresía, neumonía y tuberculosis.
Fue sólo entonces cuando los sabihondos del Kremlin crearon
un nuevo departamento para el reparto del trabajo. Esta oficina
decidía según las aptitudes físicas de los obreros, los clasificaba
y distribuía de acuerdo con su oficio.
Bajo tales condiciones de esclavitud y degradación, no sor-
prende que el pueblo eludiera el trabajo, porque lo odiaban y el
modo en que eran forzados a hacerlo. Comenzaron a considerar
al Estado comunista como la nueva sanguijuela que estaba chu-
pándoles la sangre. Los obreros de Petrogrado, los más revolu-
cionarios, quienes habían soportado el peso de la larga lucha,
aquellos que defendieron tan heroicamente la ciudad contra
Yudénich18, los que murieron de hambre y frío más allá de sus
creencias, ¿es de extrañar, que incluso ellos, llegaran a detestar a
los falsos revolucionarios y todo lo relacionado con ellos?
No es culpa de ellos, es de la cruel máquina bolchevique que
ha minado sus ideales y su fe. Esa máquina ha engendrado un
sentimiento contrarrevolucionario que llevará tiempo superar.
Nunca olvidaré una escena en una reunión del soviet de Pe-
trogrado. Esa noche se decidiría el destino de Kronstadt. Después
LA CHECA
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propia creación. Hay que tener en cuenta que el principal activo
de la Checa son sus provocadores e informadores. Como el azote
del tifus, infestan todo el aire de Rusia. No descartan ningún
método, por cruel que sea, para implicar a sus víctimas y casti-
garlas como peligrosos contrarrevolucionarios y especuladores.
Sin embargo, la Checa es por sí misma un semillero de tramas
contrarrevolucionarias y de enorme especulación.
Cada comunista, por la disciplina de partido, debe estar pre-
parado para servir en la Checa en cualquier momento. Pero la
mayoría de los chequistas son de la Okrana21 del zar, de las Cen-
turias Negras22, y fueron oficiales de alta graduación del Ejér-
cito. Son expertos en la aplicación de métodos bárbaros.
Al mundo occidental se le ha alimentado con entusiastas re-
latos sobre los tribunales populares en Rusia, presididos por
obreros y campesinos. No existen tales tribunales bajo el domi-
nio de la Checa. Sus procedimientos son secretos. Las llamadas
audiencias, cuando se celebran, son una parodia de la justicia.
El «culpable» se enfrenta a unas evidencias preparadas de an-
temano; no tiene testigos y no se le permite tener defensa. Cuando
se lo llevan de la cámara de los horrores ni siquiera sabe si lo
han absuelto o condenado. Se le mantiene en un enloquecedor
suspense hasta que se le saca una noche para nunca volver. A la
mañana siguiente un chequista pide sus pertenencias, y los de-
más prisioneros saben que otro asesinato a sangre fría se ha su-
mado a las ya incontables cifras.
¿Y los parientes y amigos de los desafortunados? Ellos siguen
en fila en la calle, ante la Lubianka, donde se acuartela la terrible
Checa, esperando ansiosamente una palabra durante días y se-
manas. Al final les dicen que aquel que buscan lo fusilaron la
pasada noche. En la mayoría de los casos, la víctima lleva muerta
cada por la policía secreta soviética en 1921 para aterrorizar a los inte-
lectuales que pudieran oponerse al régimen bolchevique. Como resul-
tado, más de 800 personas, en su mayoría de comunidades científicas
y artísticas de Petrogrado, fueron detenidas por cargos de terrorismo,
de las cuales 98 fueron ejecutadas y muchas fueron enviadas a campos
de concentración. El caso tomó después el nombre de Vladimir Tagan-
tsev, un geógrafo y miembro de la Academia de Ciencias de Rusia, que
fue arrestado, torturado y engañado para divulgar cientos de nombres
de las personas que eran críticas con el régimen bolchevique. El caso
fue montado por Yakov Agranov, quien más tarde se convirtió en uno
de los principales organizadores de los juicios simulados estalinistas y
la Gran Purga de los años treinta. En 1992 el caso fue oficialmente de-
clarado «fabricado» y sus víctimas rehabilitadas por las autoridades
rusas. Según distintas fuentes consultadas, el número de ejecutados
oscila entre 61 y 98.
| 54
sincero que fue uno de los arrestados, y que fue testigo de las
consecuencias de los métodos chequistas.
¿Un comunista entre los contrarrevolucionarios arrestados?
¿Cómo se encontraba allí? Es muy sencillo. Cuando la Checa ex-
tiende su red, captura tanto al inocente como al culpable; de he-
cho, la mayoría son inocentes. ¿Cómo pueden sesenta y ocho
personas verse involucradas en una conspiración sin que lo sepa
toda la ciudad? Sin embargo, sesenta y ocho personas fueron fu-
siladas el verano pasado en Petrogrado por su conexión con la
«conspiración» Tagantsev. Y esto es un pequeño porcentaje de
los hombres, mujeres e incluso jóvenes, todos inocentes, que ha-
llaron la muerte en los sótanos de la Checa.
Se hicieron constantes demandas al gobierno para que con-
trolara el poder de esta terrible organización. Se intentó en el
otoño de 1920. Inmediatamente el crimen se descontroló en
Moscú, y se multiplicaron las «conspiraciones». Naturalmente,
la Checa tenía que probar que era indispensable al Estado bol-
chevique. Luego se le hizo un homenaje de agradecimiento a
Dzerzhinsky, que se publicó en el Pravda.
Zinóviev, en una de las sesiones del Soviet de Petrogrado, dijo
que Dzerzhinsky era «un santo devoto de la revolución». La histo-
ria de la Edad Oscura está llena de tales santos. ¡Qué terrible es
que el régimen bolchevique tenga que imitar el pasado negro!
En relación con esto, es interesante recordar la postura que
adoptaron los bolcheviques en 1917, cuando el Gobierno Provi-
sional intentó restaurar la pena capital para los desertores del
ejército. En ese momento los bolcheviques protestaron con vehe-
mencia contra tal brutalidad. Señalaron la barbarie de la pena
de muerte y lo degradante que es para la humanidad. Después
de la Revolución de Octubre, en el Segundo Congreso Soviético
Panruso, los bolcheviques —junto con otros elementos revolu-
cionarios— votaron la abolición de la pena capital. Ahora, el mé-
todo favorito de la Checa es el fusilamiento, presidido por un
santo comunista y aprobado por el Estado Comunista.
| 55
¿Qué será del marxismo, que enseña que la Revolución Social
es el nacimiento de una nueva vida social? ¿Hay algún indicio
de esa revolución en alguno de los principios y métodos bolche-
viques aplicados en Rusia? El Estado bolchevique ha demostrado
ser una aplastante conspiración contra la Revolución Rusa.
| 59
En ese momento, Trotski y muchos otros comunistas se opu-
sieron a la Paz de Brest-Litovsk. También ellos vieron el peligro.
Pero pronto se vieron obligados a aceptar debido a la férrea dis-
ciplina de partido. Lenin prevaleció, y comenzó el calvario de la
Revolución Rusa.
Mientras me encontraba en Estados Unidos oí muchas histo-
rias contradictorias sobre el destino de Mariya Spiridónova en
la Rusia Soviética. Cuando llegué allí, en seguida hice averigua-
ciones sobre ella. Las autoridades comunistas me informaron de
que había sufrido una crisis nerviosa, que se había vuelto com-
pletamente histérica y que había sido internada en un sanatorio
«por su propio bien, y recibiendo los mejores cuidados».
No tuve oportunidad de verla hasta julio de 1920. La encon-
tré viviendo ilegalmente en Moscú, en una pequeña habitación,
otra vez en el disfraz de campesina que solía adoptar en los tiem-
pos del zar. Se había fugado del «sanatorio y los mejores cuida-
dos», que no era otra cosa que una prisión bolchevique.
No detecté señales de histeria en ella. Lo que encontré fue a
una de las personas con más equilibrio, auto control y serenidad
de todas las que había conocido hasta entonces en Rusia.
Durante dos días, su relato de la Revolución Rusa me man-
tuvo absorta; cómo el pueblo se elevó a alturas sublimes de
grandes esperanzas y posibilidades y había sido arrojado a las
profundidades de la miseria y la desesperación por la máquina
del Estado Comunista. Era una historia de notable claridad y
fuerza de convicción.
Fue entonces cuando supe que los bolcheviques la habían en-
carcelado dos veces. La primera fue tras el asesinato de Mirbach
[el embajador alemán], cuando los bolcheviques cerraron el
Quinto Congreso de los Soviets y arrestaron a toda la facción
socialrevolucionaria de izquierda encabezada por Spiridónova.
Liberada cinco meses después, la volvieron a arrestar a finales
de enero de 1919 y la encerraron en un «sanatorio», no a causa
de histeria o problema mental, sino porque no la pudieron
| 60
embaucar ni sobornar para que aceptara la llamada «Dictadura
del Proletariado».
Había hablado libremente al pueblo de los peligros que las
nuevas políticas bolcheviques acarrearían para la Revolución, y
el pueblo la escuchó encantado.
Spiridónova explicó que los bolcheviques fingen ante el
mundo que la feroz persecución a los socialrevolucionarios de
izquierda, tras la ejecución de Mirbach, se debió a que supues-
tamente intentaron dar un golpe de estado. Ella negó con fir-
meza —y sus palabras se sustentan en una gran cantidad de
pruebas documentales— que su facción se propusiera o inten-
tara hacerse con el poder de los comunistas.
La facción de Spiridónova consideraba la Paz de Brest-Litovsk
como la mayor traición a la Revolución. Tomaron la presencia
de Mirbach en la Rusia Soviética como un insulto y una amenaza
del imperialismo. Pidieron abiertamente la muerte de Mirbach,
y un levantamiento contra la invasión alemana. Vieron que la
Revolución estaba en peligro. Predicaban sus creencias sin ocul-
tarse, pero ni Spiridónova ni sus camaradas tuvieron conocimiento
ni tomaron parte en ninguna conspiración para usurpar el poder.
Tras el asesinato de Mirbach, Spiridónova fue al Quinto Con-
greso de los Soviets con el propósito de leer la declaración oficial
de su facción, que explicaba la necesidad y la justificación de la
muerte de Mirbach. Ella y sus camaradas estaban preparados
para asumir las consecuencias de tal acto. Los bolcheviques ce-
rraron el Quinto Congreso para impedir la lectura del docu-
mento y arrestaron a toda la representación campesina, con Ma-
riya Spiridónova a la cabeza.
En septiembre de 1920, la Checa andaba otra vez ocupada
demostrando su utilidad para la Revolución con una de sus pe-
riódicas redadas y descubriendo conspiraciones. En el asalto que
tuvo lugar en Moscú, descubrieron accidentalmente el escondite
de Mariya Spiridónova. En ese momento estaba enferma de
| 61
tifus y no se la podía trasladar. La casa estaba rodeada por una
fuerte guardia, y nadie más la acogió.
Cuando superó la crisis, aunque estaba aún muy enferma,
Spiridónova fue trasladada a la Osoby Otdel (sección de la Poli-
cía Secreta) y la metieron en el hospital de la prisión. Su estado
era tan grave que permitieron que la cuidara otra socialrevolu-
cionaria de izquierdas, una mujer amiga de Mariya en los días
de Siberia. Mantuvieron a ambas bajo estricta vigilancia, sin po-
sibilidad de comunicarse con sus amigos.
En junio de 1921 envió una carta describiendo un sombrío
cuadro de su terrible vida. La vigilancia constante de los «cama-
radas», los chequistas, el confinamiento en solitario, la priva-
ción de alimento mental y físico, lograron lentamente lo que no
consiguieron las torturas sufridas bajo el zar. Spiridónova con-
trajo escorbuto: sus extremidades estaban hinchadas, se le ca-
yeron los dientes y el pelo. Además, tenía la alucinación de que
era perseguida por la policía del zar y la Checa de Lenin.
En una ocasión intentó dejarse morir de hambre. La Checa la
amenazó con alimentarla a la fuerza, pero finalmente accedie-
ron a la petición de dos prisioneros, amigos cercanos de Spiri-
dónova, Izmailovitch y Kamkov, de permitirles persuadirla para
que aceptara alimento.
Durante los dos Congresos de Moscú celebrados en julio de
1921, sus camaradas hicieron circular un manifiesto que habían
enviado al Comité Central del Partido Comunista y a los princi-
pales representantes del Gobierno, llamando la atención de las
condiciones de Mariya Spiridónova y exigiendo su liberación
para que recibiera el tratamiento y los cuidados médicos ade-
cuados.
Una extranjera importante, delegada del Tercer Congreso de
la Internacional Comunista, tomó cartas en el asunto. Después
contó que vio a Trotski, quien le dijo que Spiridónova era aún
demasiado peligrosa para dejarla en libertad. Sólo fue liberada
después de que los relatos de su estado hubieran aparecido en
| 62
la prensa socialista europea, con la condición de que volviera a
prisión cuando se recuperara. Los amigos que la cuidan se ven
ahora en la disyuntiva de dejarla morir o permitir que vuelva a
prisión bajo «los mejores cuidados» de la Checa.
Solo una cosa puede salvarla: la oportunidad de abandonar
Rusia. Sus amigos han hecho esta petición al Gobierno bolche-
vique, pero ha sido en vano hasta ahora. En 1906, las protestas
del mundo civilizado salvaron la vida de Spiridónova. Es verda-
deramente trágico que las mismas protestas sean necesarias
otra vez. Alejada de la mirada vigilante de la Checa, de la aflic-
ción y la angustia de la torturada Rusia, libre en algún lugar, con
el aire puro de la montaña, Mariya Spiridónova podría sanar
otra vez. Ha sufrido cien muertes. ¿Podrá volver a la vida?
________________
| 63
Desde que ha sido puesta en libertad bajo palabra, no son los
bolcheviques los que la han atendido, sino la Cruz Roja y sus
amigos personales. ¿Por qué, entonces, esta repentina preocu-
pación por parte de Unschlicht?
La verdad es que Spiridónova sigue siendo una molestia. En
Rusia está amordazada; en Europa su voz podría ser escuchada.
Mr. Unschlicht sabe que el Kremlim lo sabe. Por lo tanto, no se
le permite marcharse. Sin embargo, los trabajadores de Europa
no deben dejarse engañar por las excusas de Unschlicht. Deben
exigir al Gobierno Bolchevique, con decisión e insistencia, la li-
beración de Mariya. Es lo menos que los obreros revoluciona-
rios pueden hacer por aquella que ha luchado tanto tiempo y tan
heroicamente por los oprimidos de Rusia y de todo el mundo.
Mariya Spiridónova, a quien ni el zar ni los bolcheviques pudie-
ron sobornar, engañar, ni someter, tiene el derecho de pedir el
apoyo del proletariado revolucionario para ayudarla a escapar
del tierno y solícito cuidado de los Unschlichts y su Gobierno.
| 68
sesenta y cinco niñas en esa escuela. La comida era escasa y de
mala calidad. Casi todas ellas se alimentaban de lo que sus fa-
miliares les enviaban del campo. Tenían poca ropa de abrigo y
la mayoría no tenía zapatos. Mi amiga empleaba mucho tiempo
y toda su energía en los distintos departamentos de la Junta de
Educación.
Le llevó dos semanas conseguir veinte cucharas de madera
para sus sesenta y cinco niñas. Tras un mes de esfuerzo, de hacer
cola, de esperar a ser recibida por los altos funcionarios, le die-
ron veinticinco pares de botas de nieve. Requirió gran sabiduría
y mucho tacto repartirlas entre las sesenta y cinco muchachas
sin causar envidia, odios y peleas entre ellas.
Cada vez que visitaba esa escuela, más me convencía de que
había algún error por algún lado. ¿De qué otro modo se podían
explicar las diferencias entre los cuidados que los niños recibían
en el Hotel Europa y los de la escuela en Kronversky Prospekt?
Allí, los niños tenían lo mejor de todo —comida, ropa, habi-
tación, conciertos, bailes— de hecho, casi demasiado, teniendo
en cuenta la situación general. Aquí, tenían tan poco que esta-
ban constantemente hambrientos, y ese poco lo conseguían con
grandes dificultades.
Pronto descubrí algunos hechos. En toda Rusia no había su-
ficiente comida o ropa para todos los niños. Los bolcheviques
pensaron que era necesario tener unas pocas escuelas en cada
ciudad para beneficiarse de las misiones extranjeras, las delega-
ciones y los periodistas. Se exhibía a los niños, se les pasaba re-
vista en cada ocasión y se escribía sobre ellos. Esas escuelas re-
cibían lo mejor de todo. Lo que sobraba iba a las otras escuelas,
que por supuesto eran más numerosas.
Las personas que visitaron las «escuelas de muestra» y valo-
raron cómo se cuidaba allí a los niños rusos, se marchaban ig-
norando por completo las verdaderas condiciones de la multi-
tud de niños bajo el régimen bolchevique.
| 69
La intervención y el bloqueo de los Aliados son los principa-
les responsables de la terrible pobreza en Rusia. Sin embargo,
todo lo que había para cubrir las necesidades de los niños se po-
dría haber distribuido de forma más equitativa. El sistema bol-
chevique implica, por sí mismo, la discriminación y la desigual-
dad en lo que respecta a los niños, igual que hicieron en la forma
de tratar a los obreros, para los que había distintas clases de ra-
ción, planeada y llevada a cabo de forma oficial.
En la práctica, los niños estaban en la misma situación, aun-
que de manera extraoficial. Para empezar, el sistema de «escue-
las de muestra» era corrupto, desmoralizador, y establecía pri-
vilegios especiales. Lo que a su vez implicaba pretextos, fraude
y engaño que afectaban a maestros y niños.
Pero lo que hizo inútiles y estériles los mejores esfuerzos de
los bolcheviques, en esta y en otras direcciones, fue, sobre todo,
la centralización del Estado y su compleja maquinaria de oficia-
lismo burocrático que de él se deriva.
«ALMAS MUERTAS»
31 Burócratas.
| 71
amarga batalla contra el círculo vicioso, una batalla que minó su
salud y que terminó con su expulsión, literalmente arrojada a la
calle. Trató en vano de llamar la atención de los «camaradas» y
de la directora del Departamento de Educación de Petrogrado,
la señora Lilina. No pudo conseguir una entrevista con ella y ja-
más visitó la escuela de mi amiga. Las «escuelas de muestra»
ocupaban todo su tiempo. Además, la señora Lilina apenas hu-
biese creído la historia de mi amiga. No se suele prestar atención
a los «forasteros» que tienen quejas de los comunistas. Y, ade-
más, es peligroso hacerlo.
Posteriormente me encontré con la señora Lilina. Creo que
es sincera y muy entregada a su trabajo. Pero es una fanática sin
visión. Depende por completo de sus principales subordinados,
todos comunistas, para obtener información sobre las condicio-
nes de las escuelas. En Rusia, el criterio para valorar la aptitud
y la veracidad es la adhesión al Partido Comunista. Apenas es
necesario hacer hincapié en las consecuencias.
Todo esto (la inanición parcial de los niños en las escuelas
bolcheviques) lo aprendí poco a poco, penosamente, día a día.
Al principio me negaba a creer que el método de las «almas
muertas» fuera una práctica generalizada. En el Hotel Astoria,
«Primera Casa del Soviet», vivía al lado de mi habitación una pe-
queña mujer con sus dos hijos. Era comunista, pero había lu-
chado contra el método de las «almas muertas». Trabajaba en
varias instituciones para niños. Y no sólo corroboró las condiciones
que encontré en la escuela de Kronversky Prospekt, sino que me
habló de muchas otras donde imperaban las mismas prácticas.
Por todas partes, las «almas muertas» vivían a costa de los
niños semi hambrientos. Mi vecina me contó la experiencia que
había tenido con sus propios hijos, un niño de tres años y una
niña de nueve. Ambos habían ido a una colonia. Con sus magras
ganancias les enviaba con regularidad provisiones adicionales,
ya que allí no conseguían lo suficiente. A los seis meses, sus hijos
enfermaron y tuvieron que mudarse a la pequeña habitación
| 72
que compartían con su madre. La niña había contraído un sar-
pullido pernicioso y el niño estaba consumido. Ambos casos se
diagnosticaron como malnutrición.
Hice amistad con mi vecina, una comunista sincera y traba-
jadora. Por ella me enteré del estado general de los niños. Yo
veía cómo los bolcheviques intentaban hacer todo lo que podían
por los niños, pero que sus esfuerzos eran derrotados por la bu-
rocracia parasitaria que su Estado había creado. Sobre todo,
quedó probado lo destructivo que era su concepto de que in-
cluso los niños pueden ser usados con fines propagandísticos.
Las «escuelas de muestra» eran una mala influencia, espe-
cialmente para los niños. Envenenaron sus mentes con el sen-
tido de la injusticia y la discriminación. De un modo más rápido
y acertado que el adulto, el niño percibe la injusticia y el engaño.
Y mientras en los periódicos extranjeros se presentaban esas
«escuelas de muestra», la multitud de niños rusos eran desaten-
didos como lo son en todo el mundo los hijos de los obreros. Por
todas partes, unos pocos privilegiados reciben todos los benefi-
cios. La Rusia bolchevique no es una excepción a esta cruel si-
tuación.
Dije al principio que me sentí profundamente perturbada
cuando supe que se aislaba a los niños considerados como «la-
drones y deficientes morales». En aquel momento yo atribuí esa
actitud a que los conceptos del médico encargado del Hotel Eu-
ropa estaban obsoletos. Pero un artículo en el Pravda y la charla
que tuve con muchos líderes comunistas —entre ellos Máximo
Gorki, la señora Lilina y otros—, me convencieron de que casi
todos ellos creían en la «depravación moral inherente».
Incluso algunos pedagogos de gran prestigio eran partidarios
de la prisión para tales «deficientes morales». Pero eso era de-
masiado para el Comisario de Educación Lunacharsky, para
Gorki y otras personas más progresistas, a los que la ortodoxia
comunista consideraba sentimentales. Lunacharsky combatió
tan bárbara propuesta, y afortunadamente su postura triunfó.
| 73
Sin embargo, todavía en septiembre de 1921 había doscientos
menores en la prisión Taganka de Moscú, entre ellos, un niño de
ocho años.
Tengo la certeza de que ni Lunacharsky ni Gorki tenían cono-
cimiento de esto. Pero ahí radica la maldición del círculo vicioso;
hace imposible que los que están al mando sepan lo que hace su
ejército de subordinados. Fueron los prisioneros políticos en-
viados a Taganka los que descubrieron la presencia de los niños.
Informaron a sus amigos del exterior, quienes abordaron el asunto
con Lunacharsky, y finalmente sacaron a los niños de la prisión.
Pero las escuelas y colonias para «deficientes morales» no
son mucho mejor que una prisión. Una investigación realizada
por un comité de las Juventudes Comunistas reveló las horribles
condiciones de algunas de esas escuelas en Petrogrado. El in-
forme se publicó en el Pravda de Petrogrado en mayo de 1920.
Corroboraba las frecuentes acusaciones —entre ellas la práctica
general de las «almas muertas», la multiplicación de los encar-
gados a expensas de las raciones de los niños y otros métodos
de corrupción e ineficiencia—. Por ejemplo, el comité encontró
en una escuela a 138 encargados para 125 niños. En otra, 38 en-
cargados y 25 niños. Y no eran casos excepcionales.
Además de esto, el informe del comité mostraba que los ni-
ños estaban gravemente abandonados, vestían con harapos su-
cios y dormían sin ropa de cama sobre lechos inmundos y ma-
lolientes; que a algunos los castigaban encerrándolos durante la
noche en cuartos oscuros, a otros los dejaban sin cenar, y varios
habían sido golpeados. El informe causó gran conmoción en los
círculos oficiales.
Se ordenó una investigación especial y, por supuesto, como
pasa en Estados Unidos con cosas similares, el resultado fue el
encubrimiento. Reprendieron al comité de las Juventudes Co-
munistas por «exagerar». Se dijo que el artículo de Pravda
nunca debería haber aparecido, que tales historias son agua en
el molino de los contrarrevolucionarios, y así sucesivamente.
| 74
Discutí el tema con algunos comunistas. ¿Cómo había podido
suceder tal cosa en la Rusia Soviética? Recibí la invariable res-
puesta: «falta de trabajadores confiables y eficientes». Me ofrecí
a hacer algún trabajo entre los desafortunados niños calificados
de «deficientes morales».
«Oh, debe ver a la camarada Lilina», me aconsejaron. «Es-
tará encantada de contar con usted».
La camarada Lilina me llamó varios días después. Es una frá-
gil mujer con semblante duro, la típica maestra de Nueva Ingla-
terra de hace cincuenta años. Me aseguró que estaba estrecha-
mente familiarizada con los mejores métodos de pedagogía y
psicología. Me aventuré a decirle que yo no creía en la teoría de
la depravación moral de los niños, y que ningún educador mo-
derno sostendría conceptos tan anticuados; que incluso los ni-
ños deficientes no podían ser castigados o etiquetados como de-
generados morales.
Le hablé de los métodos modernos y del trabajo experimental
que se había llevado a cabo en Estados Unidos con niños delin-
cuentes, impulsado por el juez Lindsay y otros que rechazaban la
concepción moralista del santo y el pecador. Oh, sí, eso estaba
muy bien en un país capitalista donde la comida y todo lo demás
era abundante, pero en la famélica Rusia los «deficientes mora-
les» eran el resultado inevitable de una larga guerra, la revolu-
ción y el hambre.
La entrevista me convenció de que, si empezase a trabajar
entre las pequeñas víctimas, mis esfuerzos serían frustrados a
cada paso por esta puritana y dogmática mujer. Probablemente,
ella pensó a su vez que no sería seguro confiar el cuidado de los
niños a una anarquista en un Estado Comunista. De todos mo-
dos, el proyecto quedó en nada.
Cuento esto para mostrar que es falsa la machacona afirma-
ción bolchevique de que la corrupción, el abuso y la ineficiencia
de su régimen se deben a la falta de trabajadores confiables. Du-
rante mi estancia en Rusia entré en contacto con un número
| 75
sorprendentemente grande de personas capaces y deseosas de
cooperar en el trabajo educativo, económico y otras tareas no
políticas. Sin embargo, al no ser comunistas, son discriminados,
desalentados y cercados por un sistema de espionaje que hace
inútil toda iniciativa y esfuerzo.
Durante mi viaje de cuatro meses por Ucrania tuve muchas
ocasiones de visitar guarderías, escuelas infantiles, internados y
colonias —extraoficialmente, claro—. En todos sitios encontré la
misma situación: una «escuela de muestra» con niños bien cui-
dados y alimentados, mientras que en las demás instituciones
pasaban hambre. A menudo vi cómo los hombres y mujeres a su
cargo chocaban con la maquinaria burocrática, esforzándose
sinceramente por defender los intereses de los niños; pero era
un empeño inútil, sólo para ser finalmente eliminados por la to-
dopoderosa máquina.
Vi un notable ejemplo de esto en Moscú, un poco antes de
marcharme. En cierto distrito hay una guardería modelo, la me-
jor organizada y equipada que encontré en toda Rusia. La go-
bernanta era un tipo muy raro de mujer, una idealista, educa-
dora de larga experiencia y trabajadora incansable. Se oponía
firmemente a la práctica de las «almas muertas». Ella no roba-
ría a Pedro para alimentar a Pablo. Nunca sobornaría a los pe-
queños funcionarios de los subdepartamentos.
Como de costumbre, se inició una campaña contra ella. El
espíritu instigador del miserable ataque fue el médico de la
guardería, un comunista. Toda clase de acusaciones se vertieron
sobre ella, sin base alguna. Pero la máquina no paró hasta que
la mujer se vio obligada a marcharse. Y eso también significaba
perder su habitación. Era madre de un bebé de cuatro meses.
Era noviembre, el tiempo era frío, la humedad penetrante. A
la mujer que había luchado por la guardería le ordenaron irse.
Por el bien de su hijo se negó a marcharse hasta que le asegura-
ran una habitación en el edificio. Entonces le dieron una habi-
tación pequeña, oscura y húmeda en un sótano que no había
| 76
sido calentado en tres años. En esa tumba, el niño cayó enfermo,
y lo ha estado desde entonces.
¿Tiene conocimiento Lunacharsky de estos casos? ¿Lo saben
los líderes comunistas? No hay duda de que sí. Pero están de-
masiado ocupados con «importantes asuntos de Estado». Y se
han vuelto insensibles a todas esas «nimiedades». También ellos
están atrapados en el círculo vicioso, en la maquinaria de la bu-
rocracia bolchevique. Saben que la adhesión al partido tapa una
multitud de pecados.
Durante mi estancia de dos años en Rusia visité muchas ins-
tituciones, pero encontré a muy pocos niños felices. En todo ese
tiempo, tan solo una vez oí la risa franca de un niño, en Arcángel.
Puede que en un futuro artículo tenga ocasión de escribir sobre
esa experiencia. En general, la mayoría de los niños en las insti-
tuciones bolcheviques se me quedaron grabados como descolo-
ridos y repetidos, verdaderos hijos de los asilos para huérfanos.
Hay algo realmente conmovedor en esos niños. No solo están
hambrientos de comida, lo están sobre todo de afecto —son ni-
ños desolados—. Sé que esto no se corresponde con las leyendas
que circulan sobre el milenio que les espera a los niños en la
Rusia bolchevique. Sin embargo, no tengo intención de perpe-
tuar esas leyendas.
Había otro factor que situaba al Estado Comunista por en-
cima de otros gobiernos: la abolición del trabajo infantil. Este
fue su logro más significativo y por el que los comunistas mere-
cieron mucha credibilidad. Pero ahora que la nueva política eco-
nómica de Lenin está resucitando velozmente a los muertos,
ahora que el capitalismo y la explotación privada, de forma lenta
pero segura, están volviendo a Rusia, el Gobierno Bolchevique
pronto será comparable a todos los demás gobiernos civilizados,
con niños trabajadores como origen de la salud nacional.
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UNA VISITA A PIOTR KROPOTKIN
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El editor del Daily Herald de Londres, acompañado de uno
de sus corresponsales, había llegado antes que yo a Moscú. Ellos
también querían visitar a Kropotkin, y se les había proporcio-
nado un coche especial. Junto con Alexander Berkman y A. Sha-
piro pude acompañar al señor Lansbury y hacer el viaje en rela-
tiva seguridad. La jornada transcurrió con bastante buen
tiempo; era una noche estrellada, y todo el país era una vasta
capa de nieve. Nuestras pisadas retumbaban en el silencio del
pueblo dormido.
La casa de campo de Kropotkin estaba situada detrás de un
jardín, alejada de la calle. Sólo el débil rayo de una lámpara de
queroseno iluminaba el camino que conducía a la casa. Después
supe que el queroseno escaseaba en el hogar de Kropotkin, y te-
nía que economizarlo. Cuando Piotr terminaba su trabajo dia-
rio, se usaba la misma lámpara en la sala donde por la noche se
reunía la familia. Fuimos calurosamente recibidos por Sofía
Kropotkin y su hija, quienes nos condujeron a la habitación
donde estaba el Viejo Gran Hombre.
La última vez que le había visto fue en 1907, en París, cuando
lo visité después del Congreso Anarquista de Ámsterdam. Kro-
potkin, que tuvo prohibida la entrada en Francia durante mu-
chos años, acababa de recibir permiso para volver. Por entonces
ya tenía sesenta y cinco años, pero parecía lleno de vida, tan des-
pierto que parecía mucho más joven. Fue de gran inspiración
para todos los que tuvimos la fortuna de tener una relación cer-
cana con él.
De algún modo, nadie podía creer que Piotr Alekséyevich
fuese viejo. Pero no fue así en marzo de 1920. Me conmocionó
su transformación, estaba terriblemente demacrado. Nos reci-
bió con su característica amabilidad.
Desde un principio comprendimos que nuestra visita no se-
ría satisfactoria; Piotr no podría hablar libremente con nosotros
en presencia de dos desconocidos, que además eran periodistas.
Pero lo hicimos lo mejor que pudimos dada la situación. Tras
| 79
una hora de charla, le pedimos a la señora Kropotkin y a Sasha
que entretuvieran a los invitados ingleses mientras nosotros
conversábamos en ruso con Kropotkin.
Además de mi interés por su salud, también estaba impa-
ciente por que arrojara luz sobre cuestiones vitales que ya co-
menzaban a perturbar mi mente: la relación de los bolcheviques
con la Revolución, los métodos despóticos que, según todos me
aseguraban, había impuesto el partido gobernante a causa de la
intervención y el bloqueo. ¿Qué pensaba Kropotkin de esto y
cómo explicaba su largo silencio?
No tomé ninguna nota de la conversación, y solo puedo con-
tar la esencia de nuestra breve charla. Hablamos de que la Re-
volución Rusa llevó al pueblo a grandes alturas y había allanado
el camino hacia profundos cambios sociales. Si se hubiera per-
mitido al pueblo utilizar sus energías liberadas, Rusia no estaría
ahora en condiciones tan ruinosas.
Los bolcheviques, que fueron empujados al frente por la gi-
gantesca ola revolucionaria, captaron desde un principio la
atención del pueblo con las consignas revolucionarias extremas.
Y así se ganaron la confianza de las masas y el apoyo de los mi-
litares revolucionarios.
A principios de octubre los bolcheviques empezaron relegar
el interés de la revolución en favor de la construcción de su dic-
tadura. Esto estranguló y paralizó toda actividad social. Kro-
potkin se refería a las cooperativas como un medio fundamental
que, en su opinión, podría haber tendido un puente entre los
intereses de los campesinos y los trabajadores. Pero todas estas
cooperativas fueron las primeras que se destruyeron.
Habló acaloradamente del desaliento, el acoso, la cruel per-
secución de cada asomo de opinión política, y citaba numerosos
ejemplos de la miseria y la angustia del pueblo. Sobre todo, fue
muy enérgico contra el gobierno bolchevique por haber desacre-
ditado el Socialismo y el Comunismo a los ojos del pueblo ruso.
| 80
Fue una imagen desgarradora la que Kropotkin desplegó ante
nosotros esa noche.
¿Por qué, entonces, no había levantado su voz contra estos
males, contra la máquina que estaba agotando el alma de la Re-
volución? Kropotkin dio dos razones. La primera, porque en el
momento en que Rusia fue atacada por las fuerzas combinadas
imperialistas de Europa, y las mujeres y los niños rusos morían
de hambre por el bloqueo criminal, no pudo unirse al coro de
chillidos de los exrevolucionarios al grito de «¡Crucificar!». Pre-
firió guardar silencio por el momento.
La segunda, porque en Rusia no había ningún medio de ex-
presión, por lo que no había manera de llegar al pueblo. Era inú-
til protestar contra el gobierno, cuya única preocupación era
conservar el poder a toda costa y no podía detenerse en triviali-
dades como la vida de las personas o los derechos humanos. Y
luego añadió: «Siempre hemos señalado las bendiciones del
marxismo en acción. ¿De qué nos sorprendemos ahora?».
Le pregunté si tomaba nota de sus impresiones y observacio-
nes. Con toda certeza, él podía darse cuenta de la importancia
de tales informes para sus camaradas, para los trabajadores; de
hecho, para el mundo entero. Kropotkin me miró un instante y
luego dijo: «No, yo no escribo, es imposible escribir cuando uno
se encuentra en medio de tanto sufrimiento y angustia, cuando
cada hora que pasa trae nuevos relatos de aflicción que uno no
puede aliviar. Además, toda privacidad y seguridad personal
han sido destruidas. Puede haber una redada en cualquier mo-
mento, la Checa se abalanza durante la noche, registra cada rin-
cón de la casa, lo revuelve todo y se marcha llevándose hasta el
último pedazo de papel. Bajo una tensión tan constante es im-
posible guardar informe alguno. Pero antes que todas estas con-
sideraciones, está mi libro sobre ética32. Solo puedo trabajar
| 82
apoyo para la manutención de la familia. Se deleitó enseñándo-
nos una nueva especie de lechuga que Sofía había cultivado, con
cogollos grandes como un repollo, con hojas de un verde fra-
gante. «Tenéis que quedaros a comer», dijo Piotr alegremente.
Era evidente que la primavera había hecho milagros en él. Era
un hombre diferente.
Los primeros siete meses de mi estancia en Rusia casi acaban
conmigo. Llegué con tanto entusiasmo, con tal deseo de dedi-
carme por completo al trabajo, a la sagrada defensa de la revo-
lución, que lo que encontré me descorazonó por completo. Era
incapaz hacer nada. La rueda del Estado Socialista me había
arrollado paralizando mis energías. Los sufrimientos y desgra-
cias del pueblo, el insensible desprecio a sus necesidades, la per-
secución y la represión, despedazaron mi mente y mi corazón. Y
la vida se me hizo insoportable.
¿Fue la Revolución la que transformó a los idealistas en bes-
tias salvajes? Si fue así, entonces los bolcheviques no fueron más
que meros peones de ajedrez en manos de lo inevitable. ¿O fue
el carácter frío e impersonal del Estado, el que con medios des-
honestos arrastró a la Revolución a su carro y ahora la azuzaba
encaminándola a los cauces indispensables para el Estado? Yo
no podía contestar a estas preguntas, al menos en 1920. Quizás
Kropotkin hubiera podido.
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En una carta dirigida a uno de sus amigos más íntimos, Kro-
potkin dijo que había llegado a ver en el sindicalismo las bases
económicas del anarquismo. En otras palabras, el medio para la
organización económica y expresión de las energías del pueblo
durante el periodo revolucionario.
Fue un día memorable. Por desgracia, el último que pasaría
junto al Viejo Gran Hombre. Cuando me llamaron para cuidarle
durante su última enfermedad, llegué a Dmítrov una hora des-
pués de su muerte. La habitual confusión, ineficiencia y retrasos
burocráticos me robaron la oportunidad de proporcionar a Kro-
potkin algún pequeño servicio como pago por todo lo que me
ofreció.
Dos cosas me impresionaron de Kropotkin en ambas visitas:
su falta de resentimiento hacia los bolcheviques y el hecho de
que en ningún momento mencionara sus propios sufrimientos
y privaciones. Solo después de su muerte tuve conocimiento de
algunos detalles de su vida bajo el régimen bolchevique. A prin-
cipios de 1918, Kropotkin se rodeó de algunos de los especialis-
tas más capaces en las distintas ramas de la economía política.
Se proponía hacer un estudio minucioso de los recursos econó-
micos de Rusia, reunirlos en monografías, y que sirvieran de
ayuda práctica en la reconstrucción de Rusia.
Kropotkin era el editor jefe de esta empresa. Se preparó un
volumen, pero nunca se publicó. Este grupo de científicos era
conocido como la Liga Federalista, y fue disuelto por el gobierno
que confiscó todo el material.
Las habitaciones de Kropotkin fueron requisadas en dos oca-
siones y la familia se vio obligada a encontrar otra vivienda. Tras
estos hechos, Kropotkin se mudó a Dmítrov, donde permaneció
en exilio involuntario. Era difícil visitarlo incluso en verano. Se
necesitaba un permiso especial para viajar, lo que requería mu-
cho esfuerzo y tiempo. También era casi imposible en invierno.
Y así, aquel que en el pasado había reunido en su casa a lo mejor
| 85
del pensamiento y las ideas de cada tierra, se veía ahora forzado
a una vida de recluso.
Sus únicos visitantes eran desdichados campesinos, trabaja-
dores de su pueblo y algunos intelectuales que acudían a él con
sus desgracias cotidianas. Recuerdo que, en la noche de nuestra
visita, Kropotkin había recibido una carta de un viejo amigo de
Moscú, un científico. El hombre vivía con su esposa y dos hijos
en una habitación. Solo una pequeña lámpara alumbraba la
mesa en la que los niños preparaban sus lecciones y la esposa
copiaba algunos manuscritos, mientras que él usaba una es-
quina para hacer su investigación científica. Tenía empleo en un
lugar a doce verstas de su casa y las recorría cada día caminando.
Kropotkin, que siempre estuvo en contacto con el mundo por
medio de numerosas publicaciones en todos los idiomas, ahora
se encontraba completamente aislado de esa fuente de vida. Ni
siquiera podía enterarse de lo que sucedía en Moscú o Petrogrado.
Su única fuente de noticias eran los dos periódicos del gobierno:
Pravda e Izvestia. Su trabajo sobre ética se vio obstaculizado
mientras vivió en Dmítrov. No podía conseguir los libros nece-
sarios para investigar. En resumen, Kropotkin estaba mental-
mente hambriento, lo que era, sin duda, mayor tortura que la
malnutrición física. Recibía mejor payok o ración que la mayo-
ría; pero incluso eso era insuficiente para mantenerse fuerte.
Afortunadamente, de vez en cuando recibía ayuda —en forma
de provisiones— de varios camaradas del extranjero y de los de
Ucrania, que le enviaban alimentos a menudo. También recibió
regalos similares de Makhno, al que los bolcheviques llamaban
por entonces el terror de las fuerzas contrarrevolucionarias en
el sur de Rusia. Pero lo que más sintió fue la falta de luz y com-
bustible. Cuando visité a la familia Kropotkin en 1920, se consi-
deraban muy afortunados de tener luz en más de una habita-
ción. Durante una parte de 1918 y todo 1919, Kropotkin escribió
sus Éticas bajo el parpadeo de una pequeña lámpara de aceite,
que casi lo dejó ciego.
| 86
Durante las cortas horas del día, transcribía sus notas a má-
quina, golpeando lenta y dolorosamente cada letra. Sin embargo,
no fue la falta de comodidad lo que minó las fuerzas de Kro-
potkin. Fue su sufrimiento por las dificultades de Rusia, la su-
presión de todo pensamiento, la persecución y encarcelamiento
por causa de las ideas, los interminables fusilamientos de la
gente, lo que convirtieron sus últimos años en la tragedia más
profunda.
Si tan solo hubiese podido hacer algo para ayudar, para dis-
minuir el sufrimiento, para devolver el sentido a los dictadores
de Rusia… Pero no podía. No podía, como hicieron algunos de la
vieja guardia revolucionaria, hacer causa común con los enemi-
gos de la Revolución. Y aunque encontrase un modo de publicar
sus protestas en la prensa europea, los reaccionarios las usarían
contra Rusia. No, él no podía hacer eso. Y sabía muy bien que
era inútil protestar ante el Gobierno bolchevique.
Sin embargo, era tan grande su angustia, que en dos ocasio-
nes Piotr Kropotkin se dirigió a esos oídos sordos. Una vez pro-
testó contra la terrible práctica de tomar rehenes; la otra contra
la total supresión de publicaciones que no fueran del Estado.
Desde que la Checa comenzó su siniestra existencia, el Go-
bierno bolchevique ha validado la toma de rehenes. Ancianos y
jóvenes, madres, padres, hermanas, hermanos, incluso niños,
han sido detenidos y a menudo fusilados, por el delito cometido
por uno de los suyos, delitos en los que nada tenían que ver en
nueve de cada diez casos.
En el otoño de 1920, los socialrevolucionarios que habían
emigrado a Europa amenazaron con tomar represalias si conti-
nuaba la represión contra sus camaradas. El Gobierno bolchevi-
que anunció en su prensa oficial que, por cada comunista, ellos
tomarían a diez socialrevolucionarios. Fue entonces cuando la fa-
mosa revolucionaria Vera N. Figner33 y Piotr Kropotkin enviaron
por el uso del terror para lograr un derrocamiento del gobierno. Parti-
cipó en la planificación del asesinato de Alejandro II en 1881. Fue
arrestada y pasó 20 meses en confinamiento solitario antes del juicio,
y fue sentenciada a muerte. Se le conmutó la sentencia y fue encarce-
lada en la fortaleza de Shlisselburg durante 20 años antes de ser en-
viada al exilio interior. Ganó fama internacional debido en gran parte
a las memorias de sus experiencias, que fueron ampliamente traduci-
das. Después de la Revolución de Febrero de 1917 se la trató como a
un icono heroico del sacrificio revolucionario, y fue una popular ora-
dora durante ese año. Más tarde estuvo muy activa en la Sociedad de
Antiguos Presos Políticos y exiliados en la Unión Soviética hasta su
disolución en 1935. Logró sobrevivir al Gran Terror de 1937 y murió
por causas naturales en Moscú en 1942, a la edad de 89 años.
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considerable talento. Entre sus efectos personales encontré una
colección completa de dibujos de gran calidad.
Amaba la música con pasión y la ejecutaba con gran habili-
dad. Pasaba muchos de sus momentos de ocio sentado al piano.
No cabe duda de que encontraba algún sosiego y paz en los
maestros, interpretando sus obras con hondo sentimiento.
Yacía en su estudio como si durmiera pacíficamente, su ros-
tro era tan bondadoso en la muerte como lo fue en vida. Allí ya-
cía, este gran hijo de Rusia. Con lucha y esfuerzo, permaneció
siempre fiel a la Revolución y nunca la abandonó. No vivió para
ver el capitalismo en Rusia, erigido como un monumento sobre
la tumba de la Revolución. Pero ni siquiera eso le habría robado
nunca su ferviente fe en el renacimiento del pueblo, el triunfo
final de una Revolución Libertaria.
LOS SINDICATOS
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Más tarde, esos comités dieron paso a los Sindicatos Soviéti-
cos Panrusos, que trabajaban en estrecha unión con los otros
soviets. En otras palabras, los sindicatos eran, incluso antes del
régimen bolchevique, la expresión organizada de las demandas
y aspiraciones de los trabajadores. Así, la Tercera Conferencia
de los Sindicatos, que tuvo lugar en Petrogrado en julio de 1917,
envió a 210 delegados representando a 1.475.425 miembros.
El advenimiento de la Dictadura del Proletariado se hizo sen-
tir enseguida en los sindicatos. La adhesión a las organizaciones
obreras era obligatoria, y a todo el que trabajaba se le inscribía
automáticamente y era obligado a pagar, le gustara o no. La
cuota del 3 por ciento se le descontaba directamente del salario,
y de esta forma, el obrero ruso tenía que asumir el costo de las
mismas organizaciones que destruían todo síntoma de iniciativa
y autogestión en los sindicatos rusos.
Los Sindicatos Soviéticos Panrusos constan de 120 miem-
bros. Su Comité Ejecutivo Central tiene once miembros, y en
realidad sólo los comunistas pueden ser elegidos para cual-
quiera de los dos órganos. El resultado es que los sindicatos han
llegado a ser una mera ramificación de la maquinaria del Es-
tado, controlada y dirigida por éste en sus políticas y funciones.
El miembro ordinario no tiene voz ni voto en las actividades de
su organización, ni hacen asambleas con regularidad, en el sen-
tido occidental, a excepción de las que están controladas y diri-
gidas por la facción bolchevique en cada gremio.
Si algún gremio se arriesgara a ejercer las funciones de un
verdadero sindicato, se le hace entender inmediatamente que
no importa lo que hagan los sindicatos occidentales de Europa
o Estados Unidos, que en el Estado Comunista deben obedecer
la ley y cerrar la boca.
Por ejemplo, los panaderos de Moscú, representados por un
sindicato numeroso y militante, fueron a la huelga en el verano
de 1920 para pedir un aumento del subsidio del pan. El gobierno
no se preocupó mucho del asunto. Simplemente, disolvió la huelga
| 91
local, expulsó a los líderes y arrestó a algunos de los miembros
más activos. A los portavoces más destacados de los huelguistas
se les prohibió tomar parte en cualquier reunión del gremio y
les privaron del derecho a ocupar cargos.
Los bolcheviques utilizaron tácticas similares en otras huel-
gas. Un interesante episodio de este tipo fue el problema de los
impresores de Moscú. En su caso, ni siquiera se trató de una
huelga; fue la mera «insolencia» de haber convocado una reunión
a la que se invitó a miembros de la Comisión Laborista Britá-
nica, que estaba entonces en Moscú.
En aquella asamblea, Chernov, jefe de los socialrevoluciona-
rios, y Dan, un destacado menchevique, cometieron el imperdo-
nable pecado de contar a los laboristas británicos algunas cosas
sobre los sindicatos y las condiciones laborales en Rusia. Tras
esto, suspendieron inmediatamente a todos los oficiales del gre-
mio de impresores y algunos de ellos fueron encarcelados.
En todos los periódicos oficiales del país se calificó a los im-
presores como contrarrevolucionarios, traidores y «estafadores
del trabajo», y los denunciaron en términos tan amargos que sir-
vió para intimidar y aterrorizar al resto del proletariado del país.
Tan destructora y absoluta es la tiranía que se ejerce sobre
los sindicatos, que la más insignificante protesta es denunciada
como violación de la disciplina revolucionaria y del trabajo, y un
crimen contra la Revolución. En 1921, durante las huelgas de
Petrogrado, cuando los operarios del taller Baltic protestaron
contra el arresto de veintidós de sus miembros, Antselovitch,
presidente de los sindicatos de Petrogrado, les dijo que todos
ellos eran de la Checa, y pocos días después hubo una redada en
los talleres que terminó con el arresto de muchos trabajadores.
En definitiva, los sindicatos en la Rusia bolchevique han sido
absorbidos por completo por el Estado y no tienen otro signifi-
cado o función que hacerle el trabajo policial.
Como es lógico, tales condiciones no podían durar mucho
tiempo sin provocar el más amargo descontento entre los
| 92
trabajadores. De hecho, en 1920, esta insatisfacción llegó a ser
tan general y amenazadora, que el gobierno se vio obligado a
considerar seriamente la situación. A finales de 1920, se trató el
problema de las funciones de los sindicatos, y pronto se hizo evi-
dente que, incluso entre el Partido Comunista, existían opinio-
nes encontradas sobre esta importante cuestión.
Todos los líderes comunistas participaron en la acalorada
discusión que decidiría el destino de los sindicatos. Las tesis
presentadas revelaban cuatro tendencias principales.
La primera, la facción Lenin-Zinóviev, que sostenía que «los
sindicatos sólo tienen una función bajo la Dictadura del Prole-
tariado», es decir, la de servir como escuelas del comunismo.
La segunda facción estaba representada por Riasanov y sus
partidarios, quienes insistían en que los sindicatos debían de
continuar funcionando como foro de los trabajadores y como
sus protectores económicos.
La tercera facción, era la de Trotski, el genio militar que solo
puede pensar en términos militaristas. Él presentó la tesis de
que, con el tiempo, los sindicatos llegarían a ser los gerentes y
controladores de las industrias, pero que, por el momento, de-
bían regirse por el procedimiento militar.
La última, y la más importante, fue la Oposición Obrera enca-
bezada por la señora Kolontái34 y Schliápnikov, quienes represen-
taban realmente el sentir de los trabajadores y tenían su apoyo.
| 96
Mientras tanto, bajo la nueva política económica, al trabaja-
dor ruso le va peor que desde el inicio de la Revolución. Incluso
ha perdido las pocas garantías que consiguió como resultado de
los cambios revolucionarios. Esto es especialmente cierto con
relación a las horas de trabajo.
La jornada de ocho horas, casi generalizada en Rusia desde
hace cuatro años, ha sido abolida de facto. Según el órgano ofi-
cial, el Pravda de Moscú de diciembre de 1921, la situación es la
siguiente: de 695 establecimientos industriales, solamente 86
han mantenido la jornada de ocho horas. En la mayoría de los
restantes, el trabajo sigue siendo de nueve horas; en 44 estable-
cimientos se trabaja entre diez y doce horas; en 11, de catorce a
dieciséis horas. En 44 talleres no existe un horario uniforme. In-
cluso en algunos sitios se ha encontrado a niños trabajando en-
tre doce y dieciocho horas. Los panaderos son los más explota-
dos y tienen la jornada más larga, de doce a dieciocho horas.
Estos datos se refieren a las condiciones de Moscú, la capital
de Rusia. En las provincias la situación es incluso peor. Así, en
el distrito minero del Don, los mineros trabajan entre dieciséis
y diecisiete horas seguidas. En la fábrica de cuero del Estado en
Vítebsk, doce horas son la jornada laboral normal. En las lonjas
de pescado de Astracán, como acordaron los representantes lo-
cales en la Segunda Conferencia Panrusa para la Protección del
Trabajo, la jornada es prácticamente ilimitada.
Puede verse, por tanto, cómo la nueva política del Estado y el
capitalismo privado están colmando de bendiciones al obrero
ruso.
Sin embargo, la Revolución Rusa no ha sido completamente
en vano. Ha arrancado de las masas rusas muchos de los viejos
conceptos, y el trabajador ya no es el esclavo dócil que solía ser.
Lo han alimentado con políticas ad nauseam; ya nunca creerá
en ellas. Ahora que será capaz de asociarse con sus compañeros
en las nuevas organizaciones obreras, no dudará en usar méto-
dos más directos para imponerse.
| 97
Lenin y su séquito van oliendo el peligro. Su ataque y perse-
cución a la Oposición Obrera y a los anarcosindicalistas es cada
vez mayor. ¿Será que la estrella anarcosindicalista se está al-
zando en el Este? Quién sabe. Rusia es la tierra de los milagros.
| 98
EL COMUNISMO. BOLCHEVIQUE Y ANARQUISTA:
UNA COMPARACIÓN1
| 103
Comunista en Rusia no está aplicando ni un solo principio co-
munista, ni un solo elemento de sus enseñanzas.
A algunos esta declaración les puede parecer completamente
falsa; otros pensarán que es exagerada. Sin embargo, estoy se-
gura de que un examen objetivo de las actuales condiciones en
Rusia convencerá al lector sin prejuicios de que digo la verdad.
Es necesario considerar aquí, antes que nada, la idea funda-
mental que subyace en el llamado comunismo bolchevique. Es
indudable que es de tipo centralizado y autoritario. Es decir, se
basa casi exclusivamente en la coerción gubernamental, en la
violencia. Este no es el comunismo de la asociación voluntaria,
de la comunidad de intereses. Es un «comunismo de Estado»
obligatorio. Es necesario tener esto en cuenta para comprender
los métodos que aplica el Estado soviético para llevar a cabo
proyectos que pueden parecer comunistas.
La primera condición del comunismo es la socialización de la
tierra y de los medios de producción y distribución. La tierra y
los medios socializados pertenecen a todo el pueblo, y deben en-
tregarse para ser usados por los individuos o los grupos de
acuerdo con sus necesidades. En Rusia, la tierra y los medios de
producción no han sido socializados, sino nacionalizados. Por
supuesto, el término es inapropiado; de hecho, está completa-
mente vacío de contenido. En realidad, no existe tal cosa como
la «riqueza nacional». Una nación es un concepto demasiado
abstracto para «poseer» nada. La propiedad puede ser de un in-
dividuo o de un grupo de individuos; en cualquier caso, por al-
guna realidad cuantitativamente definida. Cuando cierta cosa
no pertenece a un grupo o a un individuo, es o «nacionalizada» o
socializada. Si se nacionaliza, pertenece al Estado; es decir, está
bajo control del Gobierno y puede disponer de ella según sus
deseos y criterios. Pero cuando esa cosa es socializada, cada in-
dividuo o grupo tiene acceso libre a ella y puede usarla sin inter-
ferencia de nadie.
| 104
En Rusia no hay socialización ni de la tierra ni de los medios
de producción y distribución. Todo ha sido «nacionalizado»;
pertenece al Gobierno, igual que la Oficina Postal en Estados
Unidos o el ferrocarril en Alemania y otros países europeos. No
hay nada de comunismo en eso.
Al igual que con la tierra y los medios de producción, tam-
poco es comunista cualquier otro aspecto de la estructura eco-
nómica soviética. El Gobierno central es propietario de todas las
fuentes de subsistencia; tiene el monopolio absoluto del comer-
cio exterior; las imprentas pertenecen al Estado, y cada libro y
papel que se imprime es una publicación del Gobierno. En resu-
men, todo el país y todo lo que hay en él es propiedad del Estado,
como antiguamente era propiedad de la Corona. Las pocas cosas
que aún no han sido nacionalizadas, como por ejemplo ciertas
casas viejas y ruinosas en Moscú, o algunas lúgubres tiendecitas
con una lastimosa mercancía de cosméticos, solo existen porque
se las tolera, y el gobierno tiene el derecho indiscutible de con-
fiscarlas en cualquier momento por simple decreto.
Tal estado de cosas puede llamarse capitalismo de Estado,
pero sería irreal considerarlo comunista en cualquier sentido.
Pasemos ahora a la producción y al consumo, los motores de
toda existencia. Tal vez ahí encontremos razones para llamar
comunista a la vida en Rusia, por lo menos hasta cierto punto.
Ya he señalado que la tierra y los medios de producción son
propiedad del Estado. Los métodos de producción, la cantidad
que debe elaborarse en cada industria, de hecho, en cada taller,
tienda y fábrica, la determina el Estado, el Gobierno central de
Moscú, a través de sus diversos órganos.
Veamos; Rusia es un país muy extenso, que cubre aproxima-
damente una sexta parte de la superficie terrestre. Está habitada
por una población mixta de 160.000.000 de personas. Se com-
pone de una serie de grandes repúblicas, de diversas razas y na-
cionalidades, y cada región tiene sus propios intereses y necesi-
dades particulares.
| 105
Sin duda, la planificación industrial y económica es vital para
el bienestar de una comunidad. El verdadero comunismo —la
igualdad económica entre las personas y entre las comunida-
des— requiere la mejor y más eficiente planificación de cada co-
munidad, basada en sus necesidades y posibilidades locales. La
base de tal planificación debe ser la completa libertad de cada
comunidad para producir de acuerdo con sus necesidades y dis-
poner de sus productos según su juicio: para intercambiar su
excedente con otras comunidades independientes similares sin
permiso ni impedimento de ninguna autoridad externa.
Esta es la naturaleza político-económica esencial del comu-
nismo. No es ni viable ni posible sobre cualquier otra base. Es
necesariamente libertaria, anarquista.
No hay rastro de tal comunismo —es decir, de ningún comu-
nismo— en la Rusia Soviética. De hecho, se considera delictiva
la mera sugerencia de tal sistema, y cualquier intento de llevarlo
a cabo se castiga con el exilio o la muerte.
La planificación industrial y todos los procesos de produc-
ción y distribución están en manos del Gobierno central. Su
Consejo Económico Supremo está sujeto sólo a la autoridad del
Partido Comunista. Está al margen de la voluntad o los deseos
de las personas que integran la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Su trabajo está dirigido por las políticas y decisiones
del Kremlin. Esto explica por qué la Rusia Soviética ha expor-
tado grandes cantidades de trigo y otros granos mientras que las
extensas regiones del sur y el sureste de Rusia sufrían hambru-
nas, de modo que más de dos millones de sus habitantes murie-
ron de hambre (1932-1933).
Había «razones de estado» para ello. Desde tiempo inmemo-
rial este término eufónico enmascara la tiranía, la explotación y
la determinación de cada gobernante para prolongar y perpe-
tuar su autoridad. De paso, debo decir que —a pesar del hambre
en todo el país y de que se carecía de las necesidades más básicas
| 106
para vivir— todo el Primer Plan Quinquenal7 tuvo como objetivo
desarrollar esa rama de la industria pesada que sirve o puede
servir, para propósitos militares.
Al igual que con la producción, así sucede con la distribución
y cualquier otra forma de actividad. No sólo las ciudades y pue-
blos, sino también todo lo que compone la Unión Soviética están
totalmente privadas de existencia independiente. Políticamente
meros vasallos de Moscú, toda su actividad económica, social y
cultural está planeada al margen de ellos y controlada sin pie-
dad por la «dictadura del proletariado» en Moscú. Más aún: en
las llamadas repúblicas «socialistas», el «centro» establece «la
línea general» que gestiona hasta el último detalle de la vida de
cada localidad, de cada individuo incluso. En otras palabras, por
el Comité Central y la Burocracia Política (Politburó) del Par-
tido, ambos absolutamente controlados por un solo hombre,
Stalin. Llamar comunismo a esta dictadura, a esta autocracia
personal más poderosa y absoluta que la de cualquier zar, me
parece el culmen de la imbecilidad.
Veamos ahora cómo el «comunismo» bolchevique afecta a
las vidas de millones de personas, a las masas y a los individuos.
Hay personas ingenuas que creen que al menos se han intro-
ducido algunas características del comunismo en la vida del
pueblo ruso. Ojalá fuera cierto, porque sería un signo de espe-
ranza, una promesa de desarrollo potencial a lo largo de este ca-
mino. Pero lo cierto es que, en ningún aspecto de la vida sovié-
tica, ni en las relaciones sociales ni en las individuales, ha
| 108
Después de él venía el soldado, el hombre del Ejército Rojo, que
recibía una ración mucho menor, incluso menos pan. Tras el
soldado, en esa escala estaba el trabajador de la industria mili-
tar; luego seguían otros trabajadores, subdivididos en cualifica-
dos, artesanos, obreros, etc. Cada categoría recibía un poco me-
nos de pan, manteca, azúcar, tabaco y otros productos (siempre
que hubiera para todos). Los miembros de la antigua burguesía,
clase oficialmente abolida y expropiada, estaban en la última ca-
tegoría económica y apenas recibían nada. La mayoría de ellos
no podían encontrar trabajo ni vivienda, y no era asunto de na-
die cómo iban a subsistir evitando robar, especular o unirse a
los ejércitos contrarrevolucionarios y las bandas de ladrones.
La posesión de un carné rojo probaba que se era miembro del
Partido Comunista, lo situaba a uno por encima de todas esas
categorías y daba derecho a su propietario a una ración especial,
permitiéndole comer en el stolovaya (comedor) del partido, y si
tenía el apoyo y la recomendación de altos miembros del Partido
podía procurarse ropa interior caliente, botas de cuero, un
abrigo de piel o una chaqueta y otros artículos. Los hombres
destacados del Partido tenían sus propios comedores, a los que
no tenían acceso los miembros ordinarios.
En el Smolny, por ejemplo, entonces la sede del Gobierno de
Petrogrado, había dos comedores diferentes, uno para los co-
munistas de alta posición y el otro para los inferiores. Zinóviev,
entonces presidente del Soviet de Petrogrado y verdadero autó-
crata del Distrito Norte, y otros jefes de gobierno, tomaban sus
comidas en sus viviendas en el Astoria, el antiguo mejor hotel
de la ciudad convertido en el primer hogar soviético, donde vi-
vían con sus familias.
Después encontré la misma situación en Moscú, en Járkov,
en Kiev, en Odesa; en todas partes de la Rusia Soviética.
Era el sistema bolchevique del «comunismo». Qué efectos
tan terribles tuvo al provocar por todo el país insatisfacción, re-
sentimiento y antagonismo, lo que más adelante resultó en
| 109
sabotaje industrial y agrario, en huelgas y revueltas. Trataré de
esto más adelante.
Se dice que no sólo de pan vive el hombre. Cierto, pero no
puede vivir sin él. Para el hombre común, para las masas en Ru-
sia, por cuya liberación habían sangrado, las catorce diferentes
raciones establecidas eran el símbolo del nuevo régimen. Para
ellos significaba la gran mentira del bolchevismo, las promesas
rotas de la libertad, la libertad que para ellos encarnaba la justi-
cia social, la igualdad económica. El instinto de las masas rara-
mente se equivoca; en este caso resultó profético. El entusiasmo
universal por la Revolución pronto se convirtió en desilusión y
amargura, en oposición y odio. Cuántas veces me contaron sus
quejas los trabajadores rusos: «No nos importa trabajar duro y
pasar hambre. Lo que nos preocupa es la injusticia. Si el país es
pobre, si hay poco pan, entonces compartiremos lo poco que
haya, pero en igualdad. Tal y como son las cosas ahora, están
igual que antes: algunos consiguen más, otros menos, y hay
quienes no consiguen nada».
El sistema bolchevique de privilegios y desigualdad no tardó
en producir sus inevitables resultados. Creó y fomentó antago-
nismos sociales, apartó a las masas de la Revolución, paralizó
sus energías y su interés por ella, y derrotó así todos los propó-
sitos de la Revolución. De hecho, resultó nefasto.
El mismo sistema de privilegios y desigualdades, más fuerte
y perfeccionado, está vigente hoy en día.
La Revolución Rusa fue, en el más profundo sentido, una agi-
tación social: su tendencia fundamental era libertaria, su obje-
tivo esencial era la igualdad económica y social. Mucho antes de
los días de octubre-noviembre (1917), el proletariado de la ciu-
dad comenzó a tomar posesión de los talleres, tiendas y fábricas,
mientras los campesinos expropiaban las grandes haciendas y
convertían la tierra en uso comunal. La Revolución evolucionaba
hacia el antiautoritarismo, y la dirección comunista dependía de
la unidad de las fuerzas revolucionarias y de la iniciativa directa
| 110
y creativa de las masas trabajadoras. El pueblo estaba entusias-
mado ante el gran propósito que tenía ante sí; con entusiasmo
aplicaron sus energías al trabajo de reconstrucción social. Solo
aquellos que han soportado durante siglos las cargas más pesa-
das pueden, a través del esfuerzo libre y constante, encontrar el
camino hacia una nueva sociedad regenerada.
Pero los dogmas y métodos bolcheviques del «comunismo»
de Estado demostraron ser una desventaja fatal para las activi-
dades creativas del pueblo. La característica fundamental de la
psicología bolchevique es su desconfianza hacia las masas. Sus
teorías marxistas, que concentran todo el poder en las exclusi-
vas manos del Partido, pronto ocasionaron la destrucción de la
cooperación revolucionaria, la arbitrariedad y la supresión des-
piadada de todos los demás movimientos y partidos políticos.
Las tácticas bolcheviques incluían la erradicación sistemática de
cada síntoma de insatisfacción, sofocando toda crítica y aplas-
tando la opinión independiente, la iniciativa y el esfuerzo popu-
lares. La dictadura comunista, con su extrema centralización
mecánica, paralizó las actividades económicas e industriales del
país. Se privó a las grandes masas de la oportunidad de dar
forma a las políticas de la Revolución o de tomar parte en la ad-
ministración de sus propios asuntos. Los sindicatos fueron to-
mados por el Gobierno y convertidos en meros transmisores de
las órdenes del Estado. Las cooperativas de pueblo —ese nervio
vital de actividad solidaria y ayuda mutua entre la ciudad y el
campo— fueron liquidadas. Los soviets de campesinos y traba-
jadores fueron mutilados y transformados en obedientes comi-
tés comunistas. El Gobierno monopolizó cada etapa de la vida.
Se creó una máquina burocrática espantosa en su parasitismo,
ineficacia y corrupción. La Revolución se divorció del pueblo,
que quedó condenado a perecer, y la pavorosa espada del terro-
rismo bolchevique pendió sobre todo el mundo.
Este fue el «comunismo» de los bolcheviques en las primeras
etapas de la Revolución. Todo el mundo sabe que condujo a una
| 111
completa paralización de la industria, la agricultura y el trans-
porte. Fue el periodo del «comunismo militar», del trabajo obli-
gatorio agrario e industrial, la destrucción de las aldeas por la
artillería bolchevique: esas «constructivas» políticas sociales y
económicas del «comunismo» bolchevique que trajeron la terri-
ble hambruna de 1921.
¿Y hoy? ¿Ha cambiado su naturaleza este «comunismo», es
ahora diferente del «comunismo» de 1921? Lamento decir que,
a pesar de todos los extensos cambios anunciados y de las nue-
vas políticas económicas, el «comunismo» bolchevique es esen-
cialmente el mismo que era en 1921.
Hoy, en la Rusia Soviética, al campesinado se le expropia
toda la tierra. Los sovjós8 son granjas gubernamentales en las
que el campesino trabaja a sueldo, como el trabajador de la fá-
brica. Esto se conoce como «industrialización» de la agricul-
tura, «transformando al campesino en proletario». En el koljós
la tierra pertenece, solo nominalmente, a la aldea. En realidad,
es propiedad del Gobierno, el cual en cualquier momento puede
—y lo hace a menudo— reclutar a los miembros del koljós para
trabajar en otros lugares del país o desterrar a pueblos enteros
por desobediencia. En los koljoses se trabaja colectivamente,
pero el «control» que el gobierno tiene sobre ellos equivale a
expropiación. Los grava con impuestos a voluntad; decide y es-
tablece el precio que se paga por el grano y otros productos, y ni
el campesino ni la aldea soviética tienen nada que opinar sobre
el asunto. Bajo la máscara de numerosos impuestos y de présta-
mos obligatorios, el Gobierno se apropia de los productos de los
koljoses, y los castiga llevándose todo el grano por algunos deli-
tos, reales o supuestos.
La pavorosa hambruna de 1921 se debió principalmente a la
razverstka, la despiadada expropiación que se practicó en ese
| 113
hacia todos los Estados burgueses, solicita su «cooperación» y
está haciendo grandes negocios con ellos. De hecho, el Gobierno
soviético tiene relaciones de «amistad» incluso con Mussolini y
Hitler, esos famosos campeones de la libertad y el comunismo.
Está ayudando al decadente capitalismo a capear sus tormentas
económicas comprándole millones de dólares en productos y
abriéndole nuevos mercados.
Esto es, en general, lo que ha hecho la Rusia Soviética du-
rante diecisiete años desde la Revolución. Pero en cuanto a co-
munismo, ese es otro asunto. A este respecto, el Gobierno bol-
chevique ha seguido exactamente el mismo rumbo que antes, y
peor. Ha hecho algunos cambios políticos y económicos super-
ficiales, pero en lo fundamental continúa exactamente el mismo
Estado, basado en idénticos principios de tiranía, violencia y
coerción, y usando los mismos métodos de terror y coacción que
en el periodo de 1920. En realidad, ha agravado las diferencias
sociales y multiplicado las divisiones de clase. Lo ha hecho todo
para hacer más permanente esa desigualdad y ha desarrollado
una ideología para justificar su existencia permanente.
Hoy hay más clases en la Rusia Soviética que en 1917, sin
duda no menos que en la mayoría de los países del mundo. Los
bolcheviques han creado una vasta burocracia soviética que
goza de privilegios especiales y de autoridad casi ilimitada sobre
el pueblo, sobre la industria y la agricultura. Por encima de esa
burocracia está la clase aún más privilegiada de los «camaradas
responsables», la nueva aristocracia soviética. La clase indus-
trial se ha dividido y subdividido en numerosas categorías.
Están los urdaniki9, las tropas de choque del trabajo, con ac-
ceso a varios privilegios; los «especialistas», los artesanos, los
trabajadores corrientes y los obreros. Hay «secciones» de fá-
brica, comités de tiendas, los pioneros10, los komsomoltsi, los
| 117
Sin embargo, no estaría bien negar las excepciones en las fi-
las de la juventud rusa. Hay un considerable número que son
profundamente sinceros, heroicos e idealistas, que ven y sienten
la farsa de los ideales del partido. Se dan cuenta de que la Revo-
lución y el pueblo han sido traicionados, y sufren intensamente
ante el cinismo y la insensibilidad hacia toda emoción humana.
La prueba es el hecho de que hay numerosos jóvenes comunis-
tas komsomoltsi en las prisiones políticas soviéticas, en los cam-
pos de concentración y en el exilio. Esa joven generación no está
formada solo por adeptos serviles. No, no toda la juventud rusa
se ha convertido en títeres sin voluntad, en fanáticos obsesivos
o en adoradores del templo de Stalin y la tumba de Lenin.
La dictadura ya se ha convertido en una necesidad absoluta
para la continuidad del régimen. Allí donde hay clases y desigual-
dad social el Estado debe recurrir a la fuerza y la represión. La
crueldad de tal situación siempre está en proporción con la
amargura y el resentimiento que provoca en el pueblo. Este es
el motivo de que hoy haya más terrorismo gubernamental en la
Rusia Soviética que en cualquier otro lugar civilizado del
mundo. Más incluso que en la Alemania hitleriana, porque Sta-
lin tiene que dominar y esclavizar a cien millones de obstinados
campesinos. Esta amargura y odio del pueblo explica el enorme
sabotaje industrial en Rusia; la desorganización del transporte
tras diecisiete años de una eficaz «administración» militar; la
terrible hambruna al sur y el sureste a pesar de las favorables
condiciones naturales y de que se tomaron medidas más severas
para obligar a los campesinos a sembrar y recoger el grano; y a
pesar incluso del exterminio y la deportación masiva de más de
un millón de campesinos en campos de trabajo forzoso.
La dictadura bolchevique es un absolutismo que constante-
mente necesita volverse más implacable para sobrevivir. Por
tanto, también se suprime por completo la opinión indepen-
diente y la crítica dentro del Partido, incluso entre los círculos
más exclusivos y superiores. Es una característica significativa
| 118
que el bolchevismo oficial y sus agentes —remunerados o no—
aseguren constantemente al mundo que «todo va bien en la Ru-
sia Soviética y está mejorando». Es lo mismo que cuando Hitler
afirma vehementemente lo mucho que ama la paz al tiempo que
incrementa febrilmente su potencia militar.
Lejos de «ir mejorando», la dictadura se hace cada día más
bárbara. Algunos pueden pensar que estoy exagerando. El úl-
timo decreto contra los llamados contrarrevolucionarios, o trai-
dores al Estado soviético, debería convencer incluso a los más
ardientes defensores de las maravillas logradas en Rusia. Este
decreto refuerza las leyes que ya existían contra todo aquel que
no reverencie la infalibilidad de la santa trinidad, Marx, Lenin y
Stalin. Y este decreto es aún más drástico y cruel con la familia
de los culpables. De todos modos, la toma de rehenes no es nada
nuevo en la URSS. Ya era parte del terror cuando yo llegué a Ru-
sia. Piotr Kropotkin y Vera Figner protestaron en vano contra
esta mancha negra en el estandarte de la Revolución Rusa.
Ahora, tras diecisiete años de reglas bolcheviques, han creído
necesario un nuevo decreto. No solo se restablece la toma de
rehenes. Pretende incluso un castigo más cruel para todos los
familiares adultos del delincuente real o imaginario. El nuevo
decreto define la «traición» al Estado como: «cualquier acto co-
metido por los ciudadanos de la URSS que sea perjudicial para
las fuerzas armadas de la URSS, para su independencia o la in-
violabilidad de su territorio, tales como espionaje, revelar secre-
tos militares o de Estado, pasarse al bando del enemigo, volar o
huir a un país extranjero». Y esto en tiempos de paz, no de guerra.
Por supuesto, a los traidores se les fusila siempre. Lo que hace
más terrorífico al nuevo decreto es que se castiga de forma im-
placable a todos los que apoyan o viven con la desdichada víc-
tima, tanto si conocían su delito como si no. Serán encarcelados,
o desterrados, incluso fusilados. Como mínimo, perderán sus
derechos civiles y les confiscarán todo lo que tienen. En otras
palabras, el nuevo decreto establece una recompensa para los
| 119
informadores y los espías quienes, para salvar su propia piel o
congraciarse con la GPU, de buena gana pondrán a los desafor-
tunados parientes de los acusados en manos de los esbirros so-
viéticos.
El aspecto más interesante del nuevo decreto es que ya no
utiliza los pretextos del internacionalismo y de los intereses de
la clase proletaria. Esta vieja cantinela se ha cambiado ahora por
un himno de alegría a la madre patria. La prensa soviética, siem-
pre servil y rastrera, es la más ruidosa del coro. Su corazón, que
ardió de amor hacia el proletariado, ahora se enciende por la
madre patria, manifestándose en el llamamiento internacional
a los ultra revolucionarios: «A los agricultores colectivos, los
proletarios y los especialistas soviéticos honestos, nada les es
más querido, nada está más cerca de sus corazones que su suelo
nativo liberado del yugo de los propietarios de la tierra y los ca-
pitalistas. La defensa de la madre patria es la ley suprema de la
vida, y quien alce su mano contra ella, quien la traicione, debe
ser destruido». Es el mismo estribillo de Hitler y Mussolini.
Así es como las cosas «mejoran» en la URSS.
ANARCOCOMUNISMO
| 120
de comunismo puede existir en libertad, y ninguna libertad, paz
o justicia social pueden coexistir con el comunismo coercitivo.
El anarquismo es una condición política en la que la persona
se libera de la coacción y de la autoridad invasiva. El comunismo
y la colectividad son su expresión económica. Cada uno es abso-
lutamente necesario para el otro; se complementan el uno al
otro. El Partido Comunista en Rusia ha hecho todo lo posible para
separarse de ambos. Como resultado, la Revolución fracasó y
murió. La razón tanto como la experiencia demuestran que el
comunismo obligatorio no puede prosperar, no puede existir ex-
cepto como un Estado esclavo. También es esta la razón por la
que en el pasado no triunfaron los experimentos comunistas.
Todos fueron construidos sobre la autoridad y la coerción.
Ningún Estado, ningún gobierno puede abolir las clases; por
el contrario, las crea. Ninguna dictadura, ningún terrorismo po-
licial puede construir una sociedad nueva y libre. Solo la coope-
ración solidaria en el trabajo —proletarios, campesinos, intelec-
tuales, en definitiva, los trabajadores del cerebro y el músculo—
puede construir el puente que lleve de la explotación capitalista
al comunismo. Orgánicamente, desde la vida misma, debe cre-
cer el entendimiento mutuo y el esfuerzo libre de las asociacio-
nes unidas, industriales, agrarias, científicas y culturales. Solo
bajo este fundamento puede la humanidad tener esperanza en
su emancipación, liberando a las personas para la unidad social,
la solidaridad y la libertad.
La gente me pregunta a menudo: «¿Qué forma tomaría la
distribución y el consumo en una sociedad anarquista?».
No me tomo la libertad de hacer profecías o de planear el pro-
grama de vida bajo el anarcocomunismo, pero estoy segura de
que, liberadas de las restricciones y limitaciones arbitrarias y
dañinas impuestas por la autoridad política, las personas pronto
desarrollarán las formas más adecuadas para su bienestar y cre-
cimiento. Creo que lo más probable es que se intenten varias for-
mas de vida económica en cada comunidad —algún sistema de
| 121
acuerdos individuales o colectivos—, pero no me cabe duda de
que la experiencia y el sentido común harán escoger, a largo
plazo, el sistema económico productivo para el mayor bienestar
social. Y puedo añadir que estoy convencida de que el camino
del comunismo voluntario pronto mostrará sus ventajas, y ese
ejemplo de libre cooperación comunista será seguido por aque-
llos que viven bajo diferentes órdenes económicos.
Estoy segura de que cuando los individuos y las comunidades
tengan libertad de elección se desarrollará el método más útil y
racional. Yo veo en el comunismo libre el sistema económico
más práctico, y el que garantiza la mayor libertad individual y
justicia social.
De paso, no subestimemos la cualidad de la justicia. A pesar
de todo el escepticismo moderno, en la naturaleza humana hay
un fuerte sentido innato de justicia y de juego limpio. Los actos
de injusticia se ven con malos ojos, aunque no siempre de forma
activa. La mente popular, aunque nacida y criada en el sistema
capitalista, percibe la injusticia. Por esa razón, creo que el colec-
tivismo socialista pronto se revelará como injusto. Es más, como
impracticable.
El colectivismo significa remuneración conforme al trabajo
de cada uno. En la industria moderna eso es una proposición im-
posible. Todo trabajo es social y el resultado del trabajo es un
producto social. Por ejemplo, no se puede medir el valor real del
trabajo de un albañil en una casa construida por una veintena
de oficios diferentes. Tampoco el valor o el coste de cualquier
cosa que se mida por el «tiempo» empleado en producirla. In-
cluso si pudiera medirse, ¿debe pagarse la misma tarifa por la
«hora de trabajo» del carpintero que por la del cirujano, el in-
ventor o el poeta?
Es suficiente plantear la cuestión de esta manera para mos-
trar la absurdidad de la remuneración conforme a las «horas de
trabajo» y la imposibilidad de determinar a cuánto asciende el
«valor» de un producto social realizado por un trabajador
| 122
individual. La propensión por determinar tal «valor» es en sí
misma una manifestación del talante capitalista. Con la aboli-
ción del monopolio de la tierra y los recursos naturales se aca-
bará con dicho esquema capitalista. Por tanto, el esquema co-
lectivista difícilmente atraería a una comunidad libre. Por no
mencionar que el sistema económico colectivista requeriría de
un enorme ejército de estadísticos, de calculadores y medidores
para averiguar las «ganancias» de cada uno, y el hecho de que
esa remuneración desigual acabaría, a largo plazo, en desigual-
dad económica y conduciría a alguna forma de capitalismo.
La alternativa, el comunismo libre, elimina toda esa de-
sigualdad y la injusticia social, las cuales proceden inevitable-
mente de esa disparidad. No hay razón —humana o social— por
la que el trabajador físico o mental menos dotado no pueda go-
zar de las mismas oportunidades para satisfacer sus necesida-
des que su vecino más afortunado. La única excusa para tal si-
tuación —aunque sea una excusa muy indigna— es que no
hubiera suficiente para todos. Pero en los tiempos modernos
hace mucho que dejó de ser un problema producir lo suficiente
para todas las necesidades humanas. Por el contrario, el pro-
blema del capitalismo es cómo consumir más de lo que se pro-
duce. El anarcocomunismo resuelve ese problema: dar a cada
uno según sus necesidades; de cada uno según su capacidad.
Este es un sistema a la vez práctico, simple y justo. Después de
todo, uno no puede comer más de lo que puede, y sería tan justo
y razonable privarle de las necesidades de la vida como del aire
que necesitan sus pulmones.
Las mentes superficiales ponen objeciones a la «falta de in-
centivos» bajo el anarcocomunismo. ¿Qué incentivo, les pre-
guntaría, qué interés personal tiene el trabajador de la fábrica
en el producto que ayuda a fabricar? El miembro de una comu-
nidad comunista se sentiría parte del proyecto. Esta cooperación
social transformaría la existencia humana, se pasaría del con-
flicto entre el individuo y las clases que luchan por intereses
| 123
opuestos, a una rivalidad amistosa en la búsqueda del bien co-
mún para todos. Una nueva atmósfera social da lugar a nuevas
concepciones y nuevos valores. Lo más probable es que en una
sociedad comunista libre limpiar una calle sucia se considerará
más «honroso» que ser presidente, o más «patriótico» que po-
nerse un uniforme y matar a un hombre que lleva un uniforme
de diferente color.
Es imposible en este ensayo entrar en detalles sobre la nueva
vida que se ofrecería a las personas bajo el anarcocomunismo,
ni indicar las perspectivas de crecimiento y desarrollo que se
abrirían bajo condiciones de libertad y seguridad económica.
La mentalidad capitalista y autoritaria puede hacer numero-
sas objeciones al sistema anarcocomunista, la mayoría de ellas
basadas en lo que se supone que es «posible» o «imposible» para
la «naturaleza humana»15. ¡Como si supiéramos lo que es la na-
turaleza humana y de lo que es capaz! Pero a esa mentalidad yo
contestaría con las palabras de alguien que no fue comunista,
pero que vio con gran claridad al capitalismo y sus resultados.
John Stuart Mill dijo: «Si hubiera que elegir entre el comu-
nismo con todas sus posibilidades y el estado actual de la socie-
dad, con todos sus sufrimientos e injusticias; si la institución de
la propiedad privada implicase necesariamente la consecuencia
de que el producto del trabajo se repartiera de la manera en que
ahora lo vemos hacer, casi en proporción inversa al mismo tra-
bajo: la porción mayor para los que nunca han trabajado, la si-
guiente parte para aquellos cuyo trabajo es casi nominal; y así,
en escala descendente, disminuyendo la remuneración con-
forme el trabajo se hace más pesado y más desagradable, hasta
llegar al trabajo corporal más fatigoso y extenuante que no
puede contar con la certeza de conseguir ganar ni siquiera lo
INTRODUCCIÓN
Emma Goldman
| 128
LEÓN TROTSKI PROTESTA DEMASIADO
| 133
santas escrituras bolcheviques. Pero que una figura mundial como
León Trotski silencie las pruebas de los marinos me parece in-
dicativo de muy poco carácter. El viejo refrán de que el leopardo
cambia sus manchas, pero no su naturaleza, se aplica forzosa-
mente a León Trotski. El calvario que ha soportado durante sus
años de exilio, la trágica pérdida de sus allegados y de los que
amaba, y más doloroso aún, la traición de sus antiguos compañe-
ros de armas, no le ha enseñado nada. Ni un ápice de bondad o
suavidad humana ha conmovido el espíritu rencoroso de Trotski.
Qué lástima que el silencio de los muertos a veces hable más
alto que la voz de los vivos. De hecho, las voces estranguladas en
Kronstadt han crecido en volumen en estos diecisiete años. Me
pregunto si será por este motivo por lo que a León Trotski le
molesta ese sonido.
Trotski cita a Marx que dijo: «es imposible juzgar a los parti-
dos o a las personas por lo que dicen de sí mismos». ¡Qué paté-
tico que no se dé cuenta de cuánto se puede aplicar esto a él!
Entre los hábiles escritores bolcheviques, nadie como León
Trotski ha logrado mantenerse tan en primer plano, o ha alar-
deado tan incesantemente de su participación durante y des-
pués de la Revolución Rusa. De acuerdo con las palabras de su
gran maestro, se tendrían que declarar sin valor todos los escri-
tos de Trotski, lo que sería absurdo, por supuesto.
Para desacreditar los motivos que condicionaron el levanta-
miento de Kronstadt, León Trotski escribió lo siguiente: «Desde
distintos frentes envié docenas de telegramas sobre la moviliza-
ción de nuevos destacamentos “de confianza” entre los trabaja-
dores de Petersburgo y los marinos de la flota del Báltico, pero
ya en 1918, y en todo caso no después de 1919, los frentes empe-
zaron a quejarse de que el nuevo contingente para Kronstadt era
insatisfactorio, exigente, indisciplinado, poco fiable en la batalla
y que estaba haciendo más daño que bien». Más adelante, en la
misma página Trotski les acusa de que: «cuando las condiciones
se volvieron muy críticas en el hambriento Petrogrado, el Buró
| 134
Político discutió más de una vez la posibilidad de obtener un
“préstamo interno” de Kronstadt, donde aún quedaba una cierta
cantidad de viejas provisiones, pero los delegados de los obreros
de Petrogrado dijeron: “Nunca conseguiréis nada de ellos por
solidaridad; especulan con telas, carbón y pan. En este mo-
mento, ha aparecido toda clase de gentuza”». Esto es muy bol-
chevique, es decir, no sólo asesinar a tus enemigos, sino también
deshonrarlos. Desde Marx y Engels hasta Lenin, de Trotski a
Stalin, estos métodos han sido siempre los mismos.
No pretendo defender ahora lo que eran los marinos de
Kronstadt en 1918 o 1919. No llegué a Rusia hasta enero de 1920.
Desde ese momento hasta que Kronstadt fue «liquidado», los
marinos de la flota del Báltico eran considerados como glorioso
ejemplo de valor y coraje inquebrantables. No sólo los anarquis-
tas, los mencheviques y los socialrevolucionarios, sino también
muchos comunistas, me contaron que los marinos eran la co-
lumna vertebral de la Revolución. El 1 de mayo de 1920, durante
la celebración y otras festividades organizadas para la primera
Comisión Laborista Británica, los marinos de Kronstadt consti-
tuían un gran efectivo bien definido, y se les consideraba como
unos de los grandes héroes que habían salvado la Revolución de
las garras de Kérenski, y a Petrogrado de Yudénich. Durante el
aniversario de octubre los marinos desfilaron en primer lugar, e
hicieron una recreación de la toma del Palacio de Invierno que
fue atronadoramente aclamada por todos.
¿Es posible que los principales miembros del partido, ex-
cepto León Trotski, desconocieran la corrupción y la desmorali-
zación de Kronstadt, qué él alega? No lo creo. Además, dudo que
el propio Trotski tuviera esta opinión de los marinos de Krons-
tadt hasta marzo de 1921. Por tanto, su argumento debe ser una
idea posterior, ¿o se trata de una racionalización para justificar
la «liquidación» sin sentido de Kronstadt?
Aceptando que el personal hubiera experimentado un cam-
bio, sigue siendo un hecho que en 1921 los de Kronstadt estaban,
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sin embargo, lejos de la imagen que ha pintado León Trotski y
su vocero. En realidad, los marinos hallaron la muerte sólo por
su profunda afinidad y solidaridad con los obreros de Petro-
grado, cuya capacidad de resistencia al frío y al hambre llegaron
a su límite con una serie de huelgas en febrero de 1921. ¿Por qué
León Trotski y sus seguidores no han mencionado esto? León
Trotski sabe perfectamente bien, si Wright no lo sabe, que la
primera escena del drama de Kronstadt se produjo en Petro-
grado el 24 de febrero, y no la representaron los marinos, sino
los huelguistas. Pues fue en esta fecha cuando los huelguistas
dieron rienda suelta a su ira acumulada hacia la apática indife-
rencia de los hombres que habían proclamado la dictadura del
proletariado, la cual hacía mucho tiempo que había degenerado
en dictadura despiadada del Partido Comunista.
En la anotación en su diario sobre este día histórico, Alexan-
der Berkman dice:
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Revolución». La misma acción en 1921 se denunció al mundo
entero como traición contrarrevolucionaria. Naturalmente, en
1917 Kronstadt ayudó a los bolcheviques a tomar el poder. En
1921 exigieron un ajuste de cuentas por las falsas esperanzas
que generaron en las masas, y por romper la gran promesa que
hicieron casi en el mismo instante en que los bolcheviques se
atrincheraron en el poder. Verdaderamente, un crimen atroz.
Sin embargo, el aspecto importante de este delito es que Krons-
tadt no se «amotinó» de repente. El motivo estaba profunda-
mente arraigado en el sufrimiento de los obreros rusos, del pro-
letariado de la ciudad y del campesinado.
Desde luego, el excomisario nos asegura7 que «los campesi-
nos aceptaron las requisas como un mal temporal», y que «los
campesinos aprobaban a los “bolcheviques”, pero se volvieron
cada vez más hostiles a los “comunistas”». Sin embargo, estas
afirmaciones son mera ficción, como lo demuestran numerosas
pruebas, y no es la menor de ellas la liquidación del soviet cam-
pesino, con Mariya Spiridónova a la cabeza, usando el hierro y
el fuego para obligar a los campesinos a entregar toda su pro-
ducción, incluyendo el grano para la siembra de primavera.
En cuanto a la verdad histórica, los campesinos odiaron al
régimen casi desde sus comienzos, sin duda desde el momento
en que la consigna de Lenin, «robar a los ladrones», se convirtió
en «robar a los campesinos para la gloria de la dictadura comu-
nista». Por eso estaban en constante agitación contra la dicta-
dura bolchevique. Un ejemplo de ello fue el levantamiento de
los campesinos de Carelia, ahogados en sangre por el general
zarista Slastchev-Krymsky. Si los campesinos estaban tan pren-
dados del régimen soviético, como León Trotski querría hacer-
nos creer, ¿por qué fue necesario enviar inmediatamente a Ca-
relia a este terrible hombre?
8 Piotr Wrangel, comandante del Ejército del Cáucaso en 1919, jefe del
Movimiento Blanco en Ucrania durante el período final de la Guerra
Civil Rusa, gobernador y comandante en jefe de las fuerzas armadas
del sur de Rusia (11 de abril de 1920), gobernador del sur de Rusia y
comandante en jefe del Ejército Ruso (19 de agosto de 1920).
9 My Disillusionment in Russia, Emma Goldman. [Nota del original].
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no excluye de ninguna manera que las autoridades locales en
Kronstadt hicieran una chapuza al manejar la situación… No es
ningún secreto que Kalinin y el comisario Kuzmin no eran muy
estimados por Lenin y sus colegas… En la medida en que las au-
toridades locales estuvieron ciegas a las dimensiones del peligro
o no tomaron medidas apropiadas y eficaces para hacer frente a
la crisis, en ese sentido, sus errores fueron parte de la evolución
de los acontecimientos...».
La afirmación de que Lenin no estimaba mucho a Kalinin o
Kuzmin es, desafortunadamente, un viejo truco del bolchevismo
para echar toda la culpa a algún chapucero y que así los jefes
puedan permanecer intachables.
De hecho, las autoridades locales de Kronstadt hicieron una
«chapuza». Kuzmin atacó a los marinos con brutalidad y los ame-
nazó con terribles consecuencias. Evidentemente, los marinos
sabían qué esperar de tales amenazas. No podían sino suponer
que, si a Kuzmin y Vassiliev se les permitía plena libertad, su pri-
mer paso sería retirar las armas y las provisiones a Kronstadt.
Esta fue la razón por la que los marinos formaron su Comité Re-
volucionario Provisional. Otro factor fue la noticia de que a un
comité de treinta marinos que fue enviado a Petrogrado para
hablar con los trabajadores, se le negó el derecho a regresar a
Kronstadt, y que fueron detenidos y metidos en la Checa.
Ambos escritores hacen una montaña con los rumores de lo
que se dijo en el mitin del primero de marzo, en el sentido de
que un camión de soldados fuertemente armados se dirigía a
Kronstadt. Evidentemente, Wright nunca ha vivido bajo una fé-
rrea dictadura. Yo sí. Cuando se cierran todos los canales de
contacto humano, cuando se rechaza cada pensamiento y se so-
foca la posibilidad de expresarlo, entonces los rumores se elevan
como hongos desde el suelo y crecen con dimensiones aterrado-
ras. Además, los camiones llenos de soldados y chequistas ar-
mados hasta los dientes, arrasando las calles por el día, arro-
jando sus redes por la noche y arrastrando su botín humano
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hasta la Checa, era una visión frecuente en Petrogrado y Moscú
durante el tiempo en que estuve allí. Tras el amenazador dis-
curso de Kuzmin, era perfectamente natural que en la tensión
del mitin se diera credibilidad a los rumores.
Durante la campaña contra los marinos de Kronstadt tam-
bién se dijo que la noticia de su levantamiento se había publi-
cado en la prensa de París dos semanas antes del inicio de la
revuelta, lo cual era una prueba de que los marinos habían sido
instrumentos del imperialismo y que la rebelión se urdió en
realidad en París. Era demasiado obvio que se usaba esta calum-
nia tan sólo para desacreditar a los de Kronstadt a los ojos de los
trabajadores.
En realidad, esta noticia anticipada era como otras noticias
sobre París, Riga o Helsinki, las cuales, rara vez, o nunca, coin-
cidían con ninguna de las demandas de los agentes contrarrevo-
lucionarios en el extranjero. Por otra parte, en la Rusia soviética
sucedieron muchas cosas que habrían alegrado el corazón de la
Entente y que nunca llegaron a conocer —acontecimientos mu-
cho más perjudiciales para la Revolución Rusa, causados por la
dictadura del Partido Comunista—. Por ejemplo, la Checa, que
socavó muchos logros de la Revolución de Octubre y que ya en
1921 se había convertido en una excrecencia maligna en el
cuerpo de la Revolución, y muchos otros hechos similares que
me llevarían demasiado lejos para poderlos tratar aquí.
No, la noticia por anticipado en la prensa de París no tenía
relación alguna con la rebelión de Kronstadt. De hecho, en Pe-
trogrado, en 1921, nadie creyó en esta conexión, incluyendo a
muchos comunistas. Como ya he dicho, John G. Wright no es
más que un buen alumno de León Trotski y, por tanto, inocente
de lo que la mayoría de la gente, dentro y fuera del partido, pen-
saba sobre la supuesta «conexión».
Sin duda, los futuros historiadores apreciarán el «motín» de
Kronstadt en su auténtico valor. Y si lo hacen, es seguro que lle-
garán a la conclusión de que el levantamiento no podría haber
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llegado más oportunamente si hubiera sido planeado de forma
deliberada.
El factor determinante que decidió el destino de Kronstadt
fue la NEP (Nueva Política Económica). Lenin, consciente de la
considerable oposición que encontraría el novedoso y ridículo
esquema «revolucionario», necesitaba una amenaza inminente
para garantizar la aceptación rápida y sin contratiempos de la
NEP. Y Kronstadt llegó de la manera más conveniente. De inme-
diato se pudo en marcha toda la aplastante maquinaria de propa-
ganda para demostrar que los marinos estaban en connivencia
con los poderes imperialistas y con los elementos contrarrevo-
lucionarios que querían destruir el Estado comunista. Funcionó
a la perfección. La NEP se aprobó sin problemas.
Sólo el tiempo demostrará el costo terrible que ha supuesto
esta maniobra. Los trescientos delegados, la flor de la juventud
comunista, que salieron precipitadamente del congreso del par-
tido para aplastar Kronstadt, fueron solo un puñado de los miles
de vidas sacrificadas gratuitamente. Fueron allí creyendo fer-
vientemente la campaña de difamación. Los que sobrevivieron
tuvieron un duro despertar.
En Mi desilusión… conté un encuentro que tuve en un hospi-
tal con un comunista herido. Este testimonio no ha perdido
nada de su intensidad a pesar de los años transcurridos:
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Nadie en su sano juicio verá ninguna similitud entre la NEP
y las demandas de los marinos de Kronstadt por el derecho de
libre intercambio de productos. La NEP no hizo más que rein-
troducir los graves males que la Revolución Rusa había inten-
tado erradicar. El libre intercambio de productos entre obreros
y campesinos, entre la ciudad y el campo, encarnaba la verda-
dera razón de ser de la revolución. Obviamente, «los anarquis-
tas estaban en contra de la NEP». Pero el libre intercambio,
como Zinóviev me dijo en 1920, «no tiene lugar en nuestro plan
centralizador». El pobre Zinóviev probablemente no pudo ima-
ginar en qué terrible ogro se convertiría el poder centralizado.
La obsesión de la dictadura con la centralización muy pronto
provocó la división entre la ciudad y la aldea, entre los trabaja-
dores y los campesinos; y no, como dice Trotski, «porque uno es
proletario… y el otro pequeño burgués», sino porque la dicta-
dura paralizó las iniciativas del proletariado de la ciudad y del
campesinado.
Trotski da a entender que los obreros de Petrogrado perci-
bieron rápidamente «la naturaleza pequeñoburguesa del levan-
tamiento de Kronstadt y no quisieron tener nada que ver».
Omite la razón fundamental de la aparente indiferencia de los
obreros de Petrogrado. Por eso es importante señalar que la
campaña de difamación, mentiras y calumnias contra los mari-
nos comenzó el 2 de marzo de 1921. La prensa soviética rezu-
maba veneno contra los marinos. Se arrojaron contra ellos los
cargos más despreciables, y esto continuó hasta que el 17 de
marzo Kronstadt fue liquidado. Además, se puso a Petrogrado
bajo la ley marcial. Se cerraron varias fábricas, y los trabajado-
res, privados de su medio de vida, empezaron a reunirse. En el
diario de Alexander Berkman, hallo lo siguiente:
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convertido en la dictadura devastadora del Partido Comunista,
con sus desiguales raciones y discriminación. Si el descontento
de los trabajadores no se desencadenó antes de 1921 fue sólo
porque todavía se aferraban con tenacidad a la esperanza de que
cuando se liquidaran los frentes de guerra se cumpliría la pro-
mesa de la Revolución. Kronstadt deshizo la última ilusión.
Los marinos se atrevieron a ponerse del lado de los trabaja-
dores descontentos. Se atrevieron a exigir que se cumpliera la
promesa de la Revolución —todo el poder para los soviets—. La
dictadura política asesinó a la dictadura del proletariado. Eso, y
sólo eso, fue su imperdonable crimen contra el espíritu sagrado
del bolchevismo.
En el artículo de Wright hay una nota al pie de la página 49,
segunda columna, donde dice que Victor Serge10, en un comen-
tario reciente sobre Kronstadt, «reconoce que los bolcheviques,
una vez enfrentados al motín, no tenían otra salida excepto
aplastarlo». Ahora Victor Serge está lejos de las hospitalarias
orillas de la «madre patria» de los trabajadores. Si la frase que
Wright le atribuye es cierta, no considero un abuso de confianza
decir que miente. Victor Serge era uno de los miembros de la
Sección Comunista Francesa que, ante la decisión de Trotski de
«disparar a los marinos como si fueran perdices»11, estaba tan
angustiado y horrorizado por la carnicería inminente como
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¡Tujachevsky y Dybenko, los héroes que salvaron la dictadura!
La historia parece tener su propia manera de hacer justicia12.
León Trotski intenta sacarse de la manga una carta ganadora
cuando pregunta: «¿Dónde y cuándo se han confirmado sus gran-
des principios, al menos parcialmente, en la práctica, o siquiera
como una tendencia?». Esta carta, al igual que todas las que ya
ha jugado en su vida, no le hará ganar la partida. De hecho, los
principios anarquistas se han confirmado en España, como ten-
dencia y en la práctica. Sólo parcialmente, lo admito. ¿Cómo po-
dría ser de otra manera con todas las fuerzas conspirando con-
tra la Revolución Española? La labor de construcción realizada
por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y la Federa-
ción Anarquista Ibérica (FAI), es algo que el régimen bolchevi-
que nunca imaginó en todos sus años de poder, y sin embargo,
la colectivización de las industrias y la tierra representan el ma-
yor logro de cualquier periodo revolucionario. Es más, incluso
si Franco ganara y los anarquistas españoles fueran extermina-
dos, el trabajo que han empezado seguirá vivo. Los principios y
tendencias anarquistas están tan profundamente arraigados en
el suelo español que no podrán ser aniquilados.
[La última página del folleto contiene una lista de panfletos anar-
quistas disponibles para su compra en la Oficina CNT-FAI en Londres,
Inglaterra, y la Federación Comunista Anarquista en Glasgow, Escocia.]
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