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Para los hombres, aislarse de sus semejantes, puede ser una experiencia positiva, de auto
reconocimiento y desarrollo interno; pero también puede ser una experiencia dolorosa, impuesta
por las circunstancias de la vida y de la que uno anhela escapar. Es esta forma de soledad la que
padece Ana Ozores en La Regenta de Leopoldo Alas Clarín
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retrocesos, repliegues o reiteradas tácticas que cambian totalmente las relaciones entre los
mismos personajes y construyen el tejido del relato.
Reconociendo que Ana Ozores se siente sola gran parte de su vida analizaremos su
soledad como una experiencia dinámica: Ana varía entre la aceptación de esta soledad y sus
diversas maneras de escapar de ella. Así es como se resigna a la soledad durante una temporada
pero cuando se le hace insoportable, procura superarla a partir de un esfuerzo moral y físico de
búsqueda; que concluye cuando experimenta la unión con algo o alguien que por un tiempo la
distrae de esa soledad intrínseca que es parte de su personalidad. Esta distracción no dura
demasiado y le sigue un periodo de trance que acaba de nuevo en una aceptación resignada de la
soledad. Y así inicia y continúa el ciclo de la soledad que se desarrolla durante la novela.
La novela es uno de los máximos exponentes de la narrativa hispánica del Siglo XIX. Ahí
Leopoldo Alas Clarín describe en miniatura lo que era en ese momento cualquier ciudad grande
de España utilizando para ello a la pequeña ciudad de Vetusta. El narrador detalla
minuciosamente y casi microscópicamente a sus habitantes mediante las costumbres y la
conducta de los mismos. En este bloque particularmente vemos al personaje principal de la
novela, La Regenta, mientras crece a través de un viaje al pasado que hace ella misma cuando se
le presenta la oportunidad de armar una confesión general. Es así como se nos describen
escenarios distintos que en el resto de la novela ya que esta transcurre principalmente en Vetusta,
ciudad que participa en la historia como cualquier otro personaje de la trama.
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narrador tiende a una sexualidad exacerbada si tenemos en cuenta que Ana está ahí la mayor
parte del tiempo sola:
Entró en la alcoba. Era grande, de altos artesones, estucada. La separaba del tocador un
intercolumnio con elegantes colgaduras de satín granate. La Regenta dormía en una vulgarísima
cama de matrimonio dorada, con pabellón blanco. Sobre la alfombra, a los pies del lecho, había
una piel de tigre, auténtica. No había más imágenes santas que un crucifijo de marfil colgado
sobre la cabecera; inclinándose hacia el lecho parecía mirar a través del tul del pabellón blanco.
(ALAS, 2000:31-32)
Tanto las telas (el satín) como la alfombra demuestran un lado femenino y un tanto más
sensual que Ana se permite explorar en la soledad de su casa. Aquí ya vemos una característica
del aislamiento interno que siente el personaje con respecto al resto de Vetusta ya que Obdulia, al
colarse alguna vez en los interiores de la casa, critica a la Regenta por su gusto un tanto vulgar y
sobre todo poco personal:
Fuera de la limpieza y del orden, nada que revele a la mujer elegante. La piel de tigre, ¿tiene un
cachet? Ps... Qué sé yo. Me parece un capricho caro y extravagante, poco femenino al cabo. ¡La
cama es un horror! Muy buena para la alcaldesa de Palomares. ¡Una cama de matrimonio! ¡Y qué
cama! Una grosería. ¿Y lo demás? Nada. Allí no hay sexo. Aparte del orden, parece el cuarto de
un estudiante. Ni un objeto de arte. Ni un mal bibelot; nada de lo que piden el confort y el buen
gusto. La alcoba es la mujer como el estilo es el hombre. Dime cómo duermes y te diré quién eres.
¿Y la devoción? Allí la piedad está representada por un Cristo vulgar colocado de una manera
contraria a las conveniencias. (ALAS, 2000:32)
Desde la alfombra, la cama y hasta la devoción de la Regenta merecen crítica por parte de
Obdulia, presentando lo distinta que es de las gentes de Vetusta, donde la costumbre y las
convenciones rigen la vida de cada uno de sus habitantes, y llegan incluso a inmiscuirse en la
decoración de sus alcobas. Ana es aislada indirectamente a través del espacio que arma el
narrador en torno a ella. Tanto el espacio físico donde se mueve como los personajes que lo
observan la aíslan y marginan de la sociedad en la que vive. Los adjetivos operan como
operadores tonales ya que dan la visión subjetiva del narrador sobre el objeto descrito y hasta se
puede notar el tono prejuicioso del mismo ya que califica la cama de vulgarísima y desaprueba la
falta de refinamiento de la habitación. Aunque en el caserón Ana se siente prisionera en un
momento lo mira como refugio, el día que huye de casa de doña Petronila al descubrir el amor de
don Fermín. El Caserón de los Ozores, como lo bautiza Alas es “signo icónico de una tradición
ampulosa y vacía, sin vida, que tuerce la vida espontánea, auténtica, sometiéndola a costumbres
deshumanizadas.” (BOBES NAVES, 2010:120) La Regenta es prisionera de una tradición
familiar y social dentro de modos de vida que ella supone ya superados. Ana en el destartalado
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“caserón de los Ozores” siempre está a oscuras, a oscuras recorre la casa, que se convierte en
laberinto hostil en medio del cual es una extraña y donde marido y mujer mantienen sus alcobas
en cada extremo de la casa.
Este capítulo empieza entonces con Ana en su alcoba rememorando los hechos del pasado desde
su niñez hasta su adolescencia y juventud, momento en el que contrajo matrimonio. Vivió en
“Loreto, una aldea” (ALAS, 2000: 34) y alrededor de los cuatro años, cuenta la misma Ana, su
padre vagaba por España buscando fortuna, y ella se quedaba sola con la institutriz. Ya ahí ella
siente que se acentúa su soledad ya que el aya la obligaba a dormir más temprano de lo que
quería y sin ningún tipo de gesto cariñoso o ningún tipo de cuento para dormir. Anita permanecía
llorando sobre su almohada sola en su alcoba buscando ese cariño ausente en la soledad de su
cama. Como dijimos en un principio Ana busca alejarse de esa soledad y este reflejo lo tiene
desde la niñez: un perro y sobre todo la naturaleza la ayudaban durante el día en este propósito
“…ella se acostaba a su lado [del perro] y apoyaba la mejilla sobre el lomo rizado, ocultando casi
todo el rostro en la lana suave y caliente. En los prados se arrojaba de espaldas o de bruces sobre
los montones de yerba segada.” (ALAS, 2000:33) Pero era durante la noche donde esa soledad
crecía y era más difícil escapar de ella: “Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa
por buscar consuelo en sí misma…” (ALAS, 2000:33). Así tanto el narrador como Ana
construyen el espacio que más la ayuda a distraerse de la soledad: su imaginación. En esta etapa,
y también en los capítulos que refieren a su adolescencia, Ana recrea los hechos de su propia
existencia o fantasea los que quisiera vivir ficcionalmente. En otras ocasiones la futura Regenta
utiliza su imaginación para construir ámbitos ficticios en los que cobijarse; o para disfrutar
diversiones desconocidas pero presentidas:
Ana que jamás encontraba alegría, risas y besos en la vida, se dio a soñar todo eso desde los
cuatro años [...]; con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas
recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz
difusa que centelleaba en su cerebro [...] La heroína de sus novelas de entonces era una madre. A
los seis años había hecho un poema en su cabecita rizada de un rubio oscuro [...] A los veintisiete
años Ana Ozores hubiera podido contar aquel poema desde el principio al fin, y eso que en cada
nueva edad le había añadido una parte. (ALAS, 2000: 44)
Además de su imaginación existe otro espacio que Anita descubre en su niñez como una
escapatoria de la soledad, y ese espacio se repetirá durante toda la novela: la literatura. Anita
aprende a leer a fuerza de lágrimas ya que le enseña su aya, pero la lectura se convierte en un
salvoconducto cuando no puede soportar las decepciones de su solitaria vida. “La idea del libro,
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como manantial de mentiras hermosas, fue la revelación más grande de toda su infancia. ¡Saber
leer! Esta ambición fue su pasión primera.” (ALAS, 2000: 45)
A los diez años, el mundo imaginario que se creaba no era suficiente para calmar sus
ansias, y se figuraba que su padre podía poner fin a su soledad. Así se narra acerca de otro
espacio que ayudó a acrecentar la soledad y sobre todo el aislamiento de Ana que es la barca del
Trébol. Ana, cansada de vivir bajo la supervisión y los castigos de su aya doña Camila, decide
escaparse para buscar a su padre. Lo hace mediante la ayuda de Germán un amigo con el cual se
suben a una barca y pasan la noche ahí. El episodio narra cómo al encallarse por falta de agua, se
cuentan cuentos durante la noche, Ana pregunta a Germán como es tener una madre, cuáles son
las canciones que le cantan para dormir; y Anita retribuye contando la historia de su vida y de la
maldad de su aya. La institutriz de la futura Regenta entra en cólera cuando le cuentan el
episodio y Ana pasa a ser una especie de paria en la aldea. “Loreto era una aldea, y como doña
Camila refería la aventura a quien la quisiera oír,[…] el escándalo corrió de boca en boca, y hasta
en el casino se supo lo de aquella confesión a que se obligó a la reo” (ALAS, 2000:45) “Desde
entonces la trataron como a un animal precoz” (ALAS, 2000:36) Aun así después de que el
episodio es contado desde la memoria de Ana, el narrador sigue haciendo hincapié en la
imaginación de aquella niña “La Regenta recordaba todo esto como va escrito, incluso el diálogo;
pero creía que, en rigor, de lo que se acordaba no era de las palabras mismas, sino del posterior
recuerdo en que la niña había animado y puesto en forma de novela los sucesos de aquella noche”
(ALAS, 2000:36)
Durante varios años Anita vive entonces resignada a su soledad. El retorno de don Carlos
al hogar no mitiga esa soledad, sino que la profundiza ya que vuelve como un hombre cambiado
y rodeado de amigos extravagantes y modernos con los que Anita no coincide ya que también
ellos son aislados por sus pensamientos pocos delicados para la época. Por lo tanto de
adolescente Ana “se encerraba también dentro de su cerebro para compensar las humillaciones y
tristezas que sufría su espíritu.” (ALAS, 2000:47) Su imaginación y la literatura son su única
compañía mientras vive en Madrid, donde se muda con su padre después del despido del aya. “se
aburría mucho en Madrid. Mientras a su imaginación le entregaban a Grecia, el Olimpo, el
Museo de Pinturas, ella, Ana Ozores, la de carne y hueso, tenía que vivir en una calle estrecha y
obscura, en un mísero entresuelo que se le caía sobre la cabeza” (ALAS, 2000:49). Madrid,
ciudad grande y cosmopolita ya para la época, no aumenta la curiosidad intelectual de Anita ya
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que ella, acostumbrada a una burguesía medio adinerada y culta de campo, en Madrid es
relativamente pobre y no puede darse el lujo de grandes teatros ni tiendas. En Madrid entonces se
aísla ella automáticamente de la gente a su alrededor por considerarlas menos que ella y de los
amigos de su padre por considerarlos incultos. Después de retirarse con su padre a Loreto
descubre a San Agustín y con él, los placeres espirituales que le ofrece la religión y
particularmente, la Virgen María por su singular condición de Madre. Anita, acostumbrada a
vivir en la naturaleza, lo primero que hace al encontrar Las Confesiones de San Agustín en la
biblioteca de su padres salir con el libro bajo el brazo. Se dirige a la huerta de su quinta:
Las sombras de las hojuelas de la bóveda verde jugueteaban sobre las hojas del libro, blancas y
negras y brillantes; se oía cerca, detrás, el murmullo discreto y fresco del agua de una acequia que
corría despacio calentándose al sol; fuera de la huerta sonaban las ramas de los altos álamos con el
suave castañeteo de las hojas nuevas y claras que brillaban como lanzas de acero. (ALAS,
2000:49)
El narrador crea una especie de Beatus Ille donde Anita descubre a San Agustín y empatiza con
los lamentos del santo. Es importante mencionar que es en este punto donde la soledad de Anita
se convierte en algo positivo y no se ve como una desgracia. El personaje está solo pero lo
acompaña tanto la naturaleza con toda su paz y los libros, eternos acompañantes de las almas
solitarias. Avanza Anita en su educación religiosa y lee los versos de San Juan, a partir de los
cuales empieza a escribir ella versos “a lo San Juan” como dice ella misma. Habla con la Virgen
mediante estos versos, creados a partir de sensaciones nuevas de la adolescencia y también del
contacto con la naturaleza. El narrador describe la naturaleza de Loreto desde una estética un
tanto romántica, de bosques oscuros y acantilados sobre el mar. Ana pasea por aquellos montes,
recitando estos versos y sola “sale con el proyecto de empezar a escribir un libro, allá arriba, en la
hondonada de los pinos” (ALAS, 2000: 51) Alas vuelve a crear un Beatus Ille para ayudar a
Anita a crear sus versos en la soledad del monte: “ el mar…más pacífico, más solemne; desde allí
las olas no parecían sacudidas violentas de una fiera enjaulada sino el ritmo de una canción
sublime, vibraciones de placas sonoras, iguales, simétricas, que iban de Oriente a Occidente”
(ALAS, 2000: 51-52) En medio de la soledad pacifica que le presenta el beatus ille de la
naturaleza Anita llega a otro mecanismo contra la soledad interior: Por unos momentos, Anita
consigue sentirse unida a María en un rapto poético que culmina con una experiencia
pseudomística. “Llamaba con palabras de fuego a su Madre Celestial. Su propia voz la
entusiasmó, sintió escalofríos, y ya no pudo hablar: se doblaron sus rodillas, apoyó la frente en la
tierra.” (ALAS, 2000: 52) Así termina el cuarto capítulo.
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El quinto capítulo empieza como podemos imaginar con una crisis de Ana ya soñó con
escapar un momento de su soledad pero la repentina muerte de su padre da realidad física a la
soledad espiritual de Ana: “más que la muerte de su padre le dolía entonces su abandono, que la
aterraba” (ALAS, 2000: 53). Su tía va a salvarla de esta crisis y la lleva a Vetusta, al palacio de
los Ozores, el último lugar donde vive Ana antes de ser Regenta. En Vetusta Ana, por su parte, es
la tercera maravilla, siendo las otras dos la catedral y el Paseo Grande, y es enseñada a los
forasteros de la misma manera que se les lleva a visitar los otros dos lugares. Aquí podemos ver
como se invierten los roles del personaje: pasa de ser una persona a ser ella un espacio al que
visitar: como si fuera un museo o un viejo edificio. Igual es que durante su convalecencia Anita
pasa mucho tiempo sola, y confinada en su cama observa la vida de sus tías. Así es como pronto
comprende que su obligación es reponerse y casarse cuanto antes para no ser una carga. Al
empezar a comer pudo poner en funcionamiento su imaginación, el único mecanismo de
escapatoria que nunca perdía: “Para ella su lecho no estaba ya en aquel caserón de sus mayores,
ni en Vetusta, ni en la tierra; estaba flotando en el aire, no sabía dónde.” (ALAS, 2000: 58) El
narrador y, en este caso Ana también, crea en su soledad un mundo donde ella es libre y a donde
puede escapar cuando quiera. La imaginación de Ana es lo que la ayuda en su soledad a salir de
ella y a crear un espacio donde distraerse de las tareas que envuelven el día a día en casa de sus
tías y donde ella no es un incordio como lo es para ellas. Después de mucho tiempo de
convalecencia Ana, aunque asiste a todas las funciones religiosas y sociales, se mantiene
espiritualmente alejada de la sociedad, a la que desprecia: “se había convencido de que estaba
condenada a vivir entre necios; creía en la fuerza superior de la estupidez general” (ALAS, 2000:
62). Otro espacio que le permitió alejarse de esa soledad y sobrevivir a esa sociedad de necios a
la que se enfrenta es, como en otros momentos, la literatura. De nuevo Ana se vuelca a la
escritura para sentirse menos sola. Y es de nuevo otra distracción que la aísla y la margina de la
sociedad vetustense. Sus tías son las primeras en escandalizarse:
Cuando doña Anuncia topó en la mesilla de noche de Ana con un cuaderno de versos, un tintero y
una pluma, manifestó igual asombro que si hubiera visto un revólver, una baraja o una botella de
aguardiente. Aquello era una cosa hombruna, un vicio de hombres vulgares, plebeyos. Si hubiera
fumado, no hubiera sido mayor la estupefacción de aquellas solteronas. « ¡Una Ozores literata!»
(ALAS, 2000: 62)
Tanto es así que la sociedad de Vetusta, deciden las tías de Anita, tiene que interceder como
juicio crítico con respecto a sus versos y así lo hacen mediante un tribunal literario que mezcla en
su dictamen las consideraciones estéticas y las morales, desde unos presupuestos tan hipócritas
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como ignorantes. La gente de Vetusta llega a ser cruel y hasta se la apoda como Jorge Sandio, en
un intento de ponerla en evidencia frente a todos. La siguiente distracción de esta soledad
avasallante es entonces reprimida por la misma Anita que empieza a creerse todas las habladurías
de la gente, y se menciona que mucho después se siguen recordando con burla las pretensiones
literarias de Ana, demostrando una vez más que sigue siendo una extraña para Vetusta sin
importar qué rol en la sociedad ocupe: “Mucho tiempo después de haber abandonado toda
pretensión de poetisa, aún se hablaba delante de ella con maliciosa complacencia de las literatas.”
(ALAS, 2000: 62). Así fue como se valió de varios medios para vencer la soledad, aceptables
para su conciencia, pero ahora el único medio lícito es don Víctor; como más tarde creerá que es
Álvaro Mesía.
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de Quintanar y otros abstractos como la imaginación y la literatura. Tanto uno como el otro son
espacios que se construyen a partir de una estética romántica ya que por ejemplo Ana se puede
identificar con el bosque y se siente pequeña y protegida por este. Así mismo los espacios
concretos reflejan los sentimientos de sus habitantes: Ana está triste y se siente sola y como una
extraña en casa de su marido, entonces Clarín describe la casona como un lugar laberintico y
oscuro donde es fácil perderse. La habitación de ella es una contradicción así como lo es su
personalidad. Los espacios abstractos descriptos en la novela también tienen una relación con la
estética romántica y con la construcción romántica del personaje de Ana ya que ambos son
características que la aíslan y la marginan de la sociedad; convirtiéndola en un personaje
incomprendido y a su vez admirado pero nunca totalmente aceptado por la sociedad de Vetusta.
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Bibliografía
ALAS, Leopoldo. La Regenta; prólogo de Benito Pérez Galdós. Alicante, Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes. (2000)
BOBES NAVES, María del Carmen. El espacio literario en "La Regenta". Alicante, Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes. (2010)
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