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TECNOLOGÍA Y ÉTICA (I)

1. La técnica como saber y como hacer

Entre los griegos la técnica comprende


tanto un saber como un hacer poiético
determinado que define a ese saber. Veamos
cada uno de estos aspectos.

1º A diferencia de la experiencia o
εµπιρεια, que es un mero saber que (οτι), para
Aristóteles la técnica es un saber por qué
(διοτι), en el que alcanzamos alguna
universalidad enseñable (E.N. VI, 4, 1140 a 21).
La razón universal tiene aquí su apoyo en algún
ejemplar o prototipo (causa exemplaris) y se
traduce en finalidad para el hacer técnico. En la
técnica el saber comparece ante el hacer –el
modelo está presente a lo modelado–, pues para
que algo sea imitable debe ser ahora. Frente al
modo mítico de explicar, en que lo que acontece
deriva de algo narrado como ya pasado, la
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técnica instaura el primado de la presencia.


Heidegger ha señalado cómo el producir (pro-
ducere) técnico es un desocultar o traer a
presencia lo que preside el hacer. Con todo, es
una presencia limitada por la condición
particular relativa y reducida de los fines a que
atiende: fines prescritos por una región de
objetos, desprendibles del propio actuar que los
origina; la causa formal que preside el actuar
técnico es extrínseca.

En virtud de su teleología la razón técnica


permite engarzar con la razón existencial y
práctica de fines, pero en sí misma está vacía de
intencionalidad, al faltarle la asistencia en acto
del fundamento o principio práctico a lo
fundado. De este modo, la serie de medios que
conecta la razón técnica es inconclusa, apunta a
un hacer o manejo ulterior, tal que no está
decidido ni garantizado por la serie. Por ello, su
lenguaje es un lenguaje de instrucciones
respecto de qué hacer con vistas a la obtención
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de unos resultados: se expresa en lo que llamó


Kant imperativos hipotéticos problemáticos.

En conclusión, la ausencia de referencia


analítica a principios es lo que impide a la
técnica ser ciencia (que de-muestre, de
απο−δεικνυµι, o mostrar algo desde sus
principios), pero tampoco puede dirigir desde sí
misma la acción, al faltarle asimismo la
practicidad del fin, no ordenable a su vez a fines
ulteriores. Sin embargo, reúne las condiciones
para ser enmarcada en ambas perspectivas.

Para reparar en la conexión entre técnica y


ciencia podemos partir de que la técnica aplica
un saber teórico a alguna operación. Husserl
diferenció entre las reglas que gobiernan los
modos de proceder y las leyes objetivas
correspondientes en que aquellas se basan. En
su acepción más amplia, las reglas técnicas
hacen referencia a cualquier tipo de operar, en
tanto que requiere alguna destreza y deriva de él
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algún producto, o al menos una constancia


externa, ya sea manual o mental; pero más
estrictamente la técnica coincide con la
transformación de la naturaleza, con cuyas
peculiaridades cuenta en el punto de partida.

Otro aspecto en que se advierte la relación


entre técnica y ciencia es la objetividad exigida
por ambas y opuesta a lo que es solo opinión
insegura y variable. Platón destacó como notas
propias del modo técnico de saber la
ακριβεια o exactitud, la αµαρτια o falta de
error y la orientación hacia un fin.

2º El hacer técnico es bueno como tal hacer,


en tanto que logrado. Pero la acción humana es
puesta en sí y referida a un fin querido, que, a
diferencia del objeto obtenido con la técnica, es
principio y no resultado (una acción, en efecto,
en el plano moral no es buena por el solo hecho
de ser realizada). De aquí la doble dimensión de
la acción: como medio ordenable desde fuera de
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él y como un cierto fin, no desligable de su


agente. El modo como el telos permanece en el
agente es llamado por Aristóteles hábito ético
(εθικη διαθησιs). Es el fin práctico o directivo
de la elección el que asume el fin técnico y
caracteriza primordialmente a la acción, en tanto
que emprendida por un agente subjetivo. Si
como saber la técnica está en función de leyes
científicas conocidas, como hacer no podría
desenvolverse si no es en el marco de los fines
de la acción.

La filosofía clásica expresa el desnivel


entre técnica y acción como la contraposición
entre ratio factibilium y ratio agibilium: la
primera solo proporciona una capacidad de
operar, sin regir el uso de tal capacidad –que
atañe a la segunda–, el cual, frente a las reglas
fijas y objetivas que determinan la razón de lo
factible, no se deja determinar de antemano
fuera de la situación variable en que está
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comprometida la acción. En la acción prevalece


la decisión del caso sobre los medios técnicos
que ella misma impulsa.

Señalemos dos puntos que completan lo


anterior:

En primer lugar, como advirtiera Ortega, la


actividad técnica más primitiva tiene su origen
en alguna necesidad sentida, de la que el
hombre se hace cargo, con posterioridad a su
sentirla, a modo de fin para su conducta (ya sea
abrigarse, alimentarse, desplazarse…). Como ha
resaltado Gehlen, la inespecialización instintiva
del hombre impide que la técnica se
desencadenara según la fatalidad del
comportamiento regido por los instintos; dicho
de otro modo, la finalidad técnica no es ante
todo término de constatación, sino finalidad
activa, meta para un quehacer.

En segundo lugar, en su célebre conferencia


sobre la técnica Heidegger advirtió cómo,
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conforme se ha ido desarrollando esta, se ha


hecho más patente que los medios no son aquí
utensilios aislados, sino que se condicionan
entre sí a la vez que abren un ámbito de
acciones en cadena (transformar, almacenar,
distribuir…). Con ello se refiere al fondo
estable de requerimientos en serie a que remite
el operar técnico singular: el guardabosques que
calcula la madera talada es requerido por la
industria maderera, que a su vez es puesta en
funcionamiento por la necesidad de papel
impreso, y este por el mantenimiento de la
opinión pública, la cual resulta, así,
condicionante y condicionada por la serie
anterior.

El aspecto técnico del trabajo sirve a


aquellos fines del hombre que se entrecruzan
con los del medio externo, que de inhóspito
pasa a ser un conjunto cultivado. En esta
relación sujeto-naturaleza el hombre está tanto
en el inicio como en el término: parte de algún
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programa que hace suyo desde alguna necesidad


sentida, no para incorporarse al medio sobre el
que actúa, sino para volver sobre sí,
reconociendo el sello propio en lo que antes era
extraño. La atención a los cometidos parciales
de la técnica, así como los costes demasiado
evidentes que impone al propio hombre no
deben difuminar la primordial función
humanizadora para con la naturaleza que está en
su origen y que esencialmente la define como
actividad.

2. El sentido de la técnica como quehacer

Ya se trate de hacer fuego, cultivar un


campo o construir una vivienda, nos estamos
refiriendo a alguna necesidad a la que con la
técnica atendemos. El carácter paradójico de
este origen reside en que hay que empezar por
distanciarse de la necesidad, objetivándola, para
poder componer el artefacto. No son las
necesidades como tales, sino el modo de
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hacerles frente, no dándoles satisfacción


inmediata, lo que permite explicar la técnica
como quehacer. “El hombre es capaz de
desprenderse transitoriamente de esas urgencias
vitales, despegarse de ellas y quedar franco para
ocuparse en actividades que, por sí, no son
satisfacción de necesidades” (Ortega y Gasset,
Meditación sobre la técnica). Lo cual implica
que antecediendo a la necesidad está el querer
voluntario que la hace suya y convierte en
abstracta. En efecto, no solo la manera de llegar
al utensilio del caso, tampoco la necesidad que
lo orienta se halla enteramente prefijada o
definida en su objetivo.

Lo que impide asimilar las necesidades


humanas –que en su nivel más elemental se
compendian en la tendencia a la supervivencia
en unas condiciones de bienestar– al puro
instinto no es el que no se presenten como
hechos naturales, anteriores a toda elección,
sino propiamente que no determinan la conducta
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con la que se les pone remedio, ni siquiera


determinan por sí solas que haya que
resolverlas, ya que en todo caso el hombre
podría resistirles. Lo natural en ellas es su
origen, no su eficacia.

Mientras el ciclo de la conducta animal se


abre y cierra con la naturaleza, a la cual él
pertenece del principio al fin, el
comportamiento humano intercala entre sujeto y
naturaleza los instrumentos que permanecen
más allá del tiempo que dura su empleo. Pero
este valerse de instrumentos solo es posible
contando con el proceso de la abstracción en su
fabricación: se parte, en efecto, de la idea
general de lo que se quiere obtener, de la idea
de la acción para la que ese instrumento sería el
idóneo… y en un sentido más remoto de la idea
más universal de que lo que pretendemos con la
técnica es ahorrar esfuerzos.
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El sentido de la técnica está en ampliar las


posibilidades naturales con unos fines propios
dados y a cuyo alumbramiento y desarrollo la
actividad humana contribuye. Prescindir de esos
fines naturales equivaldría a adjudicar a la
voluntad su improvisación, quedando la
naturaleza exclusivamente como conjunto de
materias y energías disponibles para todo uso,
sin otra limitación en los fines que la
autolimitación que se impusiera la voluntad al
someter a sí la naturaleza (natura non vincitur
nisi parendo). Con ello se instituye una antítesis
artificiosa entre naturaleza y técnica: por un
lado, pasando por alto que aquello a lo que
apuntan las exigencias naturales del hombre es a
un hábitat construido históricamente, y no a un
elemento más de la naturaleza; por otro lado,
violentando a la naturaleza, que queda
encadenada a la técnica. Por el contrario,
restablecer la inserción de la técnica en la praxis
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trae consigo tomar en cuenta como su marco el


mundo, en el conjunto de sus conexiones.

3. Fases en el desarrollo de la técnica

En su forma más rudimentaria el


instrumento técnico aparece como una
prolongación de la mano, cuya efectividad está
en función de la fuerza motriz de la voluntad y
de los órganos corpóreos de la moción. Dada la
precariedad todavía de su desarrollo, la técnica
se imbrica en tales casos con los actos naturales
que facilita, tales como cubrirse con las pieles
de los animales cazados, construir arcos y
flechas o labrar la tierra, no destacándose como
actividad propia, planeada según unas leyes de
constitución y perfeccionamiento; corresponde a
lo que Ortega llama técnica del azar, confiada a
la improvisación.

Ya en la Grecia antigua se documenta una


valoración por sí propio del trabajo técnico, en
tanto que ejercicio de la inteligencia, fuente a su
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vez de conocimientos y medio de apertura al


progreso. Bastaría citar los nombres de
Hesíodo, Anaxágoras, Sócrates, Platón o
Aristóteles, por más que en algunos momentos
de la cultura griega y en pasajes incluso de los
autores recién citados se entremezcle la
minusvaloración de las que acabarían
denominándose artes serviles. Es la separación
entre contemplación y trabajo técnico,
entendido, a tenor de esa contraposición, no más
que como un medio para la adquisición de la
virtud, lo que induciría a su descalificación
como una embarazosa necesidad.

Esta coexistencia de apreciaciones opuestas


entre los griegos se esclarece un tanto si se tiene
en cuenta que la valoración griega de la técnica
depende de su carácter creativo, es decir,
dirigido por una inteligencia y configurador de
una cultura en su sentido objetivo; así como
que, por el lado inverso depreciativo, está
ausente de su horizonte mental la valiosidad
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intrínseca de la transformación de la naturaleza


o producción, que denotara no ya el
entrenamiento de las facultades superiores, sino
la presencia del espíritu en la naturaleza e
impregnación de esta por él, capaz de
convertirse en servicio en la medida en que
tiene un destinatario. La techne no indica tanto
lo que resulta del hacer cuanto el saber hacerlo,
remedando según Aristóteles el hacer propio de
la naturaleza. Este saber va asociado
inmediatamente a un poder, sin necesidad de
referencia expresa a la voluntad (saber construir
zapatos es poder hacerlos). En cambio, el
entendimiento bíblico de la tarea de dominar la
naturaleza como un encargo divino trae ya
consigo los supuestos para una nueva
valoración técnico-productiva, al contener el
primado de la voluntad en tal actividad, en tanto
que capacidad de iniciativa –sobre la
naturaleza– y de don –hacia los otros.
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Por otro lado, tanto la técnica antigua como


medieval parte del resultado total, de aquello
que se quiere obtener (el acueducto, la prensa
hidráulica, la ciudad diseñada…), del mismo
modo a como en el orden seguido vamos del fin
a los medios, del proyecto ideado como global a
los medios que lo materializan. Posteriormente,
siguiendo el proceder de la nuova scienza
galileana, la técnica partirá de los elementos,
ensayando vías para unas u otras formas de
composición, sin que se sepa aún en el
comienzo de la experimentación a qué
resultados se va a llegar. Se inicia ya una
independización de lo técnico tanto respecto de
las necesidades que dictaban el proyecto
primitivo como respecto del propio proyecto,
del que se disocia la máquina y a cuyas leyes de
funcionamiento el hombre ha de plegarse para
hacerla rendir. Con ello se ha pasado de la
técnica del artesano a la técnica convertida en
dominio autónomo, denominada por Ortega
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técnica del técnico y cada vez más potenciada a


partir del siglo XIX.

De los estadios anteriores la técnica


conserva –en un grado antes inimaginable– su
capacidad transformadora de la naturaleza.
Esencialmente cabe considerarla como un hacer
que convierte en efectiva alguna posibilidad
latente en los seres naturales por referencia al
hombre. Así, el invento (de invenire, descubrir)
es el hallazgo de la solución para algún
problema planteado por el existir humano en el
mundo a base de las leyes y disponibilidades
que la misma naturaleza ofrece (adelantos en la
medicina, industrias de conservación de
alimentos, fórmulas para la tripulación de la
nave espacial, etc).

Sin embargo, en la época moderna y de


modo simultáneo, al primar la cantidad y la
eficacia sobre las propiedades internas al
producto, se debilitan, llegando a perderse en
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los más de los ramos de la producción su


carácter objetivador de una inteligencia
creadora (propio por ejemplo de las artes
textiles, alfareras o de la construcción) y su
ordenación a los fines naturales. En tales casos
la naturaleza aparece como dispositivo o
almacén de energías, trabadas entre sí según
leyes de la Dinámica. Así, la tierra se muestra
como cuenca carbonífera o el suelo como
depósito de minerales, a diferencia por ejemplo
de la técnica del agricultor que labra
directamente el terreno arado. Frente a ello,
cuando se trata de las experimentaciones
biogenéticas, de la confección de armas más
efectivas y sofisiticadas o en general de la
elevación del ritmo de la producción, no se está
referencia al contenido que más o menos
remotamente subyacen a tales técnicas ni
tampoco importa la calidad estética de lo
logrado.
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