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En este punto se produce en la teoría freudiana una «derivación» hacia una economía
filosófica de los conceptos (y explícitamente de «la filosofía») (Idem).
Freud acude a J.S. Mill, el autor de Lógica y de Examen de la filosofía de Sir William
Hamilton; Lo que toma de él es la idea de que la «representación de objeto» agrega
incesantemente posibilidades nuevas, estando constituida por un «aflujo de
impresiones sensoriales» nuevas de «la misma cadena asociativa» (ibid., pp. 99-100).
«La representación de objeto se nos aparece, pues, no como una representación cerrada,
apenas capaz de serlo, mientras que la representación de palabra se nos aparece como
algo cerrado, aun si se muestra capaz de extensión» (Freud apud Assou, ibid., p. 100).
la originalidad de Freud reside en poner en correlación los diversos tipos de afasias con
perturbaciones que afectan respectivamente a las WV y OV: así, en las afasias puramente
verbales estaría afectada la economía interna de las representaciones de palabra; mientras
que en las «afasias simbólicas» se hallaría perturbada la asociación representaciones
palabra/objeto; debiendo ser consideradas las «afasias agnósicas» como trastornos
puramente funcionales,15 signo del «compromiso» de Freud entre el «funcionalismo» y una
suerte de «localizacionismo» psíquico al que seguirá vinculado en su modo de pensar
tópico (idem).
Es evidente que Freud leyó y trabajó en particular el primer libro de Lógica de J.S. Mill; [...]
Mill, al definir la «lógica», introduce la referencia a la «Nominación». La lógica inductiva
supone como acto primero la consideración de los «nombres»; este gesto [...]
contiene en germen la teoría freudiana de la «verbalización» (ibid., p. 102).
Se comprende por qué Freud concedió una atención especial a este momento de la síntesis
milleana: como lo dice la exposición similar de la Filosofía de Hamilton, se trata de
«cuestiones que representan la transición de la psicología a la lógica, del análisis y leyes de
las operaciones de la mente a la teoría de la constatación de la verdad objetiva» (ibid., p.
103).
la Vorstellung así concebida se diferencia del afecto —el otro «diputado» de la pulsión— en
que realiza una operación económica de «investidura», mientras que el afecto pertenece al
orden de la descarga. Freud asocia, pues, la idea de representación a la de investidura,
modo de «creación» psíquica (mientras que en el afecto algo se pierde en el gasto).
Volveremos a hallar, pues, en cierta forma, la materia verbal y la materia cosal como modos
de la investidura representacional (ibid., pp. 104-105).
La definición más completa de la SV por Freud se encuentra en la sección VII del artículo
«Lo inconsciente»: consiste «en la investidura, no exactamente de las imágenes mnémicas
de cosas directas, pero al menos de huellas mnémicas más distantes y derivadas de ellas»
(idem).
como contrapunto, se perfila cierta instancia de la Cosa como «punto de fuga» de la
dinámica representacional, lo cual nos acerca a lo que podría ser el meollo del enigma
metapsicológico, Jano bifronte que «da a» la Palabra y la Cosa (ibid., p. 107).
Psicose e razão lógica
Si el esquizofrénico mantiene una relación tan «realista» con la palabra, a la que toma
tan al pie de la letra que le atribuye una sustancia material — como si la palabra fuera
una cosa, para decirlo sumariamente—, es porque la parte de representación de objeto
que pertenece al sistema preconsciente sufre una investidura «anormalmente»
intensa, lo que se traduce en una sobreinvestidura de la representación verbal misma
(idem).
Tras la catástrofe de pérdida total primitiva se dibuja un intento de retorno al «objeto
perdido»: en este camino de retorno, el sujeto tropieza con la «parte-palabra
('Wortanteil) de aquél». Es como si el resto verbal del objeto «rechazado» se ofreciera a la
tentativa de reparación. Por eso, en el trabajo del delirio el sujeto debe «contentarse con
palabras en lugar de las cosas». En otros términos, los esquizofrénicos tratan «las
cosas concretas como si fueran abstractas» (ibid., pp. 107-108 - op. cit._Cf. Freud, O
inconsciente;).
Nos hallamos ante una especie de nominalismo invertido: el nombre vendría a ocupar
virtualmente el lugar de la cosa. En última instancia, cesaría de representarla y se pondría a
hacer sus veces (ibid., p. 108).
Freud aclara que, en realidad, «las representaciones de palabras son tratadas como
representaciones de cosa solamente cuando tales representaciones en los restos del día
son restos de percepciones recientes y actuales y no expresión de pensamientos» (idem).
Diferencia decisiva con la esquizofrenia, pues en ésta «las palabras mismas, en las que se
expresaba el pensamiento preconsciente, se vuelven objeto de elaboración por el proceso
primario.» (idem).
Así pues, del esquizofrénico al soñante, pasando por… el filósofo, vemos trazarse una
dinámica representacional que enlaza estrechamente lógica y clínica, destinos del
pensamiento y destinos del síntoma; lo cual, según mostrábamos en otro lugar, hace
posible una metapsicología del «trastorno del pensar» (ibid., pp. 109-110).