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EJERCICIOS

ESPIRITUALES
DE
SAN IGNACIO DE LOYOLA
11 SEMANA
1º) PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (PRIMERA PARTE)

Comienza San Ignacio los ejercicios con un texto al cual llama: "Principio y fundamento". Las
palabras explican lo que quiere decir: el principio, el comienzo, pero al mismo tiempo el fundamento,
la piedra básica de este edificio que va a construir a lo largo de lo que él llama las cuatro semanas
de ejercicios. Voy a leer ese texto de San Ignacio de Principio y fundamento y luego lo
comentaremos en dos o tres de las meditaciones. Dice San Ignacio:
"El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto
salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le
ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de
usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden.
Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido
a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de
nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que
corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce
para el fin que somos criados".
Como puede verse, San Ignacio trata en este principio y fundamento de tres temas: DIOS, EL
HOMBRE Y LAS COSAS. El hombre es criado para Dios y todas las cosas son para el hombre, para
que le sirvan a Dios. Tres temas: DIOS, EL HOMBRE Y LAS COSAS.

1º DIOS.
QUIÉN ES DIOS. )Qué significa la palabra DIOS para los hombres de nuestros tiempos?. Si
saliéramos por ejemplo a la calle a hacer una encuesta: - Señor, )Quién es para usted Dios?. Para
muchos, Dios es una palabra, no más, y una palabra para colmo gastada. Una especie de moneda
usada o billete que ya no se le ve la efigie. Para otros Dios es aquel a quien se acude en casos de
extrema necesidad: una enfermedad grave, o un chico en un examen, si tiene mucho miedo, se
acuerda de Dios. Para otros, Dios es aquel a quien se maldice, contra quien se lucha, por ej. los
marxistas.
Se ha definido la sociedad contemporánea de muchas maneras: "época de la máquina"; "siglo del
relativismo". Pero más exactamente hay algo que la caracteriza a diferencia de las sociedades
anteriores. Una "SOCIEDAD SIN DIOS". Es ésta, la que vivimos. No es un mal superficial o limitado
geográficamente a algunos países, sino algo universal. Dios está ausente de la ciudad moderna. Dios
ha sido desterrado del corazón mismo de la vida de la sociedad. Y esto tanto en el mundo marxista
como liberal. Es un desierto de Dios. Basta mirar los afiches de nuestras paredes, las revistas, los
diarios. Dios es el GRAN MARGINADO del mundo moderno. Y esto aún entre los cristianos. No es de
admirar que el ateísmo universal influya sobre los mismos cristianos. Es como una atmósfera que
impregna, que penetra. Por todos nuestros sentidos aspiramos ese veneno sutil.
Están, en primer, lugar los católicos de nombre que van a la Iglesia solo en las grandes fiestas. )
Tienen ellos el sentido de Dios? )Hacen algo? sí, por rutina. Pero tienen ellos el sentido de Dios?. Es
otra cosa. Ustedes comprenden. No es lo mismo saber que Dios existe que tener el sentido de Dios.
La prueba de que no tienen el sentido de Dios es su conducta que apenas difiere de la de los
incrédulos que los rodean. Leen los mismos libros, van a los mismos espectáculos, tienen los
mismos criterios. Si tienen hijos solo se preocupan de su cuerpo; de su salud. Y si vemos a los
católicos observantes, aquellos que van a Misa, etc., vemos que también no pocos de ellos sufren
una pérdida del sentido de Dios. Van a la Misa, reciben los sacramentos, pero también en ello hay
mucho de rutina.
Recuerden ustedes que San Pablo cuando estuvo en el areópago de Atenas, les dijo a los
atenienses: "Ese que vosotros adoráis sin conocerle". Pues bien, ahora podríamos decir a tanta
gente: ese que vosotros conocéis sin adorarle. Dios no es del todo olvidado pero en el conjunto de la
existencia Dios no pesa, no actúa. No es Alguien. Alguien real. No es un ser personal, es una especie
de abstracción descolorida. Tales católicos a veces se extrañan y podrían decir a los incrédulos: )
Cómo ustedes pueden vivir sin fe? Pero éstos bien podrían responderle a esos católicos: y ustedes
cómo es que no viven mejor con ella.
El hombre moderno pues, ha perdido el sentido de Dios. El sentido del hombre viene a sustituir el
perdido sentido de Dios. Las filosofías modernas inmanentistas. Los descubrimientos científicos han
inflado al hombre, han fomentado su orgullo, su independencia, su autonomía. El hombre se siente
ciclópio, prometéico, se hace centro de su interés, es el antropocentrismo moderno. Todo en torno al
hombre. De modo que el gran pecado de nuestro tiempo es la idolatría del hombre. Y esto que es
evidente en los incrédulos se infiltra también en la Iglesia Católica. Un veneno mortal éste del . Esta
inversión de valores como si Dios estuviera al servicio del hombre. Como si el papel de Dios y el de
su Iglesia consistiera nada más que en contribuir al desarrollo del individuo y de la sociedad. Y por
eso el poco aprecio que hoy se hace de la alabanza, de la mística. Tanto que decía Danielou que "el
hombre de nuestro tiempo ha perdido el sentido de esa forma eminente de la admiración que es la
adoración.
Pues bien, preguntémonos nosotros: )Tenemos el sentido de Dios? Dicho de otro modo: El
ambiente paganizante )no nos está infiltrando? )No se nos está metiendo en nuestro interior?.
Luego de haber visto quién es Dios para el mundo de nuestro tiempo, incluso para muchos
católicos, preguntémonos ahora quién es Dios en verdad. La razón y la revelación nos darán la
respuesta adecuada.
Dios es ante todo el TRASCENDENTE. Es EL MISTERIO (con mayúscula); es el INACCESIBLE.
A Dios nadie lo ha visto -dice San Juan-. Hazme ver tu rostro, le pidió un día Moisés. Y la
contestación de Dios fue categórica: "No podrás ver mi rostro, pues ningún hombre puede verme y
vivir". Por eso la Inteligencia más que captar todo lo que es Dios, lo capta en el estupor de la
grandeza. "Dios no es nada de lo que tu imaginas -decía S. Agustín- nada de lo que tu crees
comprender. )Es que tu comprendes? entonces Dios no es eso". Conocer a Dios, por eso, es saber
que no se lo conoce. Esto no quiere decir que Dios no puede ser en modo alguno conocido por el
hombre, sino que señala la insuficiencia del espíritu creado para comprender a Dios. Más lo
conocemos por la vía de la negación que de la afirmación: decimos que es INFINITO (es decir no
finito); que es INMENSO (es decir no tiene medida). Tanto que el Señor le dijo a Santa Catalina de
Siena: "Yo soy el que ES, tu eres la que no es". Y San Juan de la Cruz no vacilaba en escribir: "Toda
la belleza, toda la gracia y hermosura de las criaturas comparada con la belleza de Dios es una
extrema deformidad, un gran motivo de repulsión". Esto no es declamación, no es algo oratorio, es
solo la afirmación de la absoluta trascendencia de Dios.
Acentuemos, pues, bien esto: Dios es el DISTINTO, EL SEPARADO, EL SANTO, LA MAGESTAD,
aún en el cielo rodeado por los ángeles que no hacen más que cantar SANTO, SANTO, SANTO.
Pero, esta noción no lo dice todo, hay un segundo aspecto y fundamental de Dios. Ha querido ser
EMMANUEL, es decir, también: DIOS CON NOSOTROS. Ese Dios Trascendente, grandioso,
separado, ha querido hacerse inmanente. Ha querido meterse en el hombre por la gracia sobre todo,
como dice el mismo Cristo: "Si alguno me ama mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
morada dentro de él". MORADA DENTRO DE EL, es decir, Dios hace de nosotros un templo. "Dios
es amor". Como decía San Agustín: "Dios acaba siendo más íntimo que nuestra propia intimidad. En
El vivimos, nos movemos y existimos".
Por tanto para entender un poco bien lo que es Dios debemos juntar estas dos cosas. El Dios
trascendente, es el mismo que me hizo, que me creó con sus manos de Padre. El que me recrea
constantemente, el que me hace de su familia. Qué frase espléndida aquella de San Agustín cuando
dice: "Me horrorizo y me enardezco frente a Dios. Me horrorizo cuando veo que soy tan distinto de
El; Pero me enardezco cuando veo que soy su imagen; que soy su semejanza".
Para esto Dios ha creado al hombre. Ha creado al hombre para ALABAR a este Dios, para
HACERLE REVERENCIA, para SERVIRLE. Pero de esto, que es el segundo tema del principio y
fundamento, hablaremos en la próxima meditación.
2º) PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. (SEGUNDA PARTE)

2-EL HOMBRE.
"El hombre es creado para Dios" dice San Ignacio en el principio y fundamento. Hemos
meditado, en la anterior consideración: quién era Dios. Consideremos ahora lo que es el hombre. O
lo que podríamos decir: "EL SENTIDO DEL HOMBRE". Y de entrada podemos afirmar que así como
decíamos antes, que el hombre ha perdido el sentido de Dios, esto lo ha llevado también a dejar de
entender lo que es el mismo hombre. Como escribió el mismo Haidegger: "la ciencia nos procura un
saber cada día acrecentado pero tenemos cada vez menos claridad sobre el sentido de la existencia.
Ninguna época a acumulado sobre el hombre conocimientos tan numerosos y tan diversos como la
nuestra, pero también ninguna época ha sabido menos lo que es el hombre". Pongámonos pues en la
escuela de San Ignacio cuando nos dice en el principio y fundamento: "El hombre es creado para
ALABAR, HACER REVERENCIA Y SERVIR a Dios Nuestro Señor y MEDIANTE ESTO SALVAR SU
ANIMA". Esta sola frase nos da la clave de la existencia, del sentido del hombre. EL ORIGEN y EL
FIN del hombre.
Ante todo EL ORIGEN. El hombre es creado. Si mi cuerpo es el termino de una operación de mis
padres, mi alma es el efecto de una acción directa de Dios. Dios que ha suflado el espíritu en el
hombre. Misterio de mi creación. Un misterio de amor. Por desgracia que tenga en la vida, el solo
hecho de SER, ya es un bien inmenso. Este cuerpo que tengo con sus sentidos tan espléndidos; esta
alma sobretodo. De ella decía Bosuet: "El alma se eleva por encima de la condición del cuerpo de un
modo tan admirable que diríase que se acerca más a Dios que la ha creado que al cuerpo al que ha
sido juntada. De todo lo creado que hay en este mundo solo en el alma se pueden observar algunos
rasgos, algunos trazos visibles de las perfecciones de Dios. Es espiritual como Dios; incorruptible
como Dios. Es libre. Tiene providencia; tiene voluntad. En fin, esta alma es tan grande y tan
admirable que ni ella se conoce así misma". Y San Agustín exclamaba: "Creador mío lo que me has
dado dándome un alma de tal naturaleza. Es un prodigio que solo Tú conoces. Nadie lo puede
comprender. Y si yo la pudiera entender vería claramente que después de T nada hay tan grande
como mi alma".
He sido pues creado, con mi cuerpo y con mi alma. Esta creación mía es un misterio de amor.
Entre miles de probables, entre millones de posibles, Dios me eligió a mí. Y dejó a todos esos
millones en la pura posibilidad. Y me eligió sin ningún mérito previo. Esta creación ha sido preparada
desde toda la eternidad. Porque si Dios me ha creado es porque El me ha querido; es que me ha
preferido y si me ha preferido en un momento, es que en todo tiempo he sido objeto de su
complacencia divina. El hombre es creado; el hombre ha sido amado". Y un amor gratuito. Me eligió,
me prefirió, no por mis obras de justicias que aún no había hecho, sino por su sola preferencia.
Detengámonos en silencio y recogimiento ante este misterio del amor creador. Creo en Dios
Padre: CREADOR.
Frente a esta maravilla mi primer deber es la HUMILDAD, porque si he sido creado por Dios
quiere decir que soy esencialmente dependiente de Dios. Así mismo Dios me conserva en el ser.
Ahora mismo Dios me está creando. Dios no me creó y ahora estoy viviendo independientemente de
Dios. La conservación es como una creación continuada. Ahora mismo soy de Dios; ahora mismo
dependo todo de Dios. Estoy en sus manos. Humildad pues. La humildad no es tanto el fruto de
compararme con los demás como muchos piensan, sino el compararme con Dios y ver que frente a
El soy nada, soy miseria. Vengo de la nada. Humildad pues. De mí propio nada soy. Dice San Pablo:
"Qué tienes que no hayas recibido y si has recibido de qué te glorías como si no hubieras recibido?".
Eso es la humildad: vivir en la verdad. Lo dijo Santa Teresa: "Humildad es andar en verdad".
Ya me voy conociendo mejor. Salí de la nada y me sacó Dios, eso es ser creado. Nada y Dios. De
mi cosecha nada soy, nada tengo, nada puedo. Mi capital básico es cero peso. Nulo. Que esta
verdad penetre bien en mi interior. De la nada, (qué humillación!; de Dios (qué dignidad!. Y si un día
me creo grande o me dicen: eres Dios, yo responderé: vengo de la nada. Y si al día siguiente estoy
tirado y creo que soy nada, pensaré: vengo de Dios.
En segundo lugar: MI FIN. Soy creado para alabar a Dios. Dios no hace las cosas sin un fin. Y a
mí me hizo a su imagen y semejanza. Soy imagen de Dios por mi inteligencia, mi voluntad. Pero
debe hacerme semejanza de El por mi obrar virtuoso y santo.
Alabar, hacer reverencia y servir a Dios, dice San Ignacio. Lo primero que debo hacer es alabar a
este Dios que me ha creado, que es mi Señor. Pero no solo hacer actos de alabanzas, sino hacer de
mi vida un acto continuo de alabanza. "Hora comáis, Hora bebáis -dice San Pablo- hacedlo todo en
la gloria de Dios". Alabar. Alabar y servir a Dios. Es decir cumplir la voluntad de Dios. Servirle con
toda lo que soy, con todo lo que tengo, con todo mi ser. En todos y cada uno de los momentos de mi
vida. Debo hacer lo que Dios quiera. Y hacerlo con todo mi ser, porque todo mi ser es suyo. Y debo
hacer todo lo que El quiera en todos los momentos, porque todos los momentos son suyos. No puedo
pues sustraerme en ningún momento y en ningún lugar de Dios, sino que siempre debo estar
diciendo como San Pablo: "Señor que quieres que haga?", o como Santa Teresa: "Vuestra soy, para
Vos nací )qué queréis Señor de mi? decidme Señor decid, que a todo diré que sí". O como rezamos
en el Padrenuestro: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", así en la tierra como en mi
alma.
Para esto, pues, estoy en la vida. No estoy acá para ser grande, o para ser pequeño, para ser
pobre o para ser rico; para estar arriba o para estar abajo. Estoy única y exclusivamente para hacer
la voluntad de Dios. Si cumplo la voluntad de Dios he hecho todo lo que debía hacer. Si no cumplo la
voluntad de Dios no he hecho nada de lo que debía hacer.
Y MEDIANTE ESTO SALVAR MI ALMA, concluye San Ignacio. Tal es el camino, pues, que
conduce a mi felicidad. Para eso me hizo Dios, para que alabándole y haciéndole reverencia y
sirviéndole lo abrazara para siempre en la felicidad del cielo.
El hombre de hoy, decíamos, ha perdido el sentido de Dios, y por tanto el sentido del hombre. La
miseria más grande del hombre no es la pobreza, ni la enfermedad, ni las decepciones, ni la muerte,
es la desgracia de ignorar para qué ha nacido, por qué sufre y por qué goza. Sobre cuántas tumbas
de nuestros contemporáneos se podrían escribir estas palabras: EL HOMBRE QUE AQUÍ REPOSA
NO SUPO NUNCA POR QUÉ VIVIÓ. Es lo que dice nuestra zamba: "No sé di ande vengo ni pa
donde voy". No así nosotros. Vivamos en la verdad: EL HOMBRE ES CREADO PARA ALABAR,
HACER REVERENCIA Y SERVIR A DIOS NUESTRO SEÑOR Y MEDIANTE ELLO SALVAR SU
ALMA.
3º) PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. (TERCERA PARTE)

3-LAS COSAS.
Hemos considerado lo que es Dios y lo que soy yo. Pero no solo somos Dios y yo. He aquí que
me encuentro rodeado de innumerables cosas. Entre Dios y yo hay un montón de cosas, como un
camino de cosas. Ocurre pues, la pregunta: Todas esas cosas que hay en la tierra y de las que estoy
rodeado: )Qué son? )Para qué están?. Inmediata o mediatamente unas después de otras, todas
esas cosas han sido creadas, es decir, sacadas de la nada, únicamente por Dios. No solamente
fueron creadas y luego viven independientemente por sí mismas, no. Ahora mismo las está Dios
creando, porque como dijimos la conservación es una especie de creación continuada. El Señor
absoluto de las cosas es Dios. Los que nos llamamos dueños de ellas, no lo somos sino, respecto de
otros hombres. Pero respecto de Dios, solo somos poseedores actuales, administradores. Nada del
mundo, ni lo más propio mío, es mi. Todo es de Dios que lo está ahora mismo haciendo.
Ahora bien, para quién son?. Son acaso para que estén en el mundo de modo que nadie las
toque?. Para quién y para qué las ha hecho Dios? Tantas, tales, tan hermosas, tan útiles, tan
agradables. Las ha hecho para el hombre. Esto muestra la bondad de Dios y la grandeza del hombre.
La bondad de Dios que ha creado tantas cosas para el hombre. Y la grandeza del hombre a quién le
están sujetas todas las cosas del mundo. "Señor, Señor nuestro -decía David- (Qué admirable es tu
nombre en toda la tierra! )Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Le has coronado de gloria y
honor, lo has hecho un poco menos que Dios y lo has puesto sobre las obras de tus manos".
En justicia, luego, tengo que decir: nada es mío porque todo es de Dios. Mas con razón puedo
también decir: todo es para mí porque para mí lo ha hecho Dios. Pero vayamos despacio.
TODO ES PARA MI. Pero no para que yo haga con las cosas lo que se me dé le gana. Sino para
que haga con ella lo que Dios quiere. Y Dios ha creado todas estas cosas para que me ayuden y me
sirvan a conseguir mi fin.
Es ésta una verdad muy importante: No ha creado Dios las cosas para agradarme precisamente,
ni para darme gloria y honor, ni para que me enriquezca con ellas. No ha creado las cosas para que
las amontone en mi casa, ni las posea, las destruya, las deplore. Las ha creado para que me ayuden
a ser hombre. Para que yo pueda servir a Dios.
De todo esto, San Ignacio, extrae tres reglas para vivir como corresponde. Como Dios manda.
LA PRIMERA REGLA: "Tanto debe usar el hombre de las cosas cuanto le ayuden para su último
fin". Es decir, tanto debe usar de las criaturas cuanto éstas le ayuden a servir a Dios y salvarse. Es
evidente, si he sido hecho para servir a Dios y salvarme y nada más; si las criaturas han sido hechas
para ayudarme en esta vida para servir a Dios y salvarme y nada más: es clarísimo que debo usar de
las cosas TANTO CUANTO me ayuden para servir a Dios y nada más. Es todo lo contrario de la regla
del mundo, que por desgracia tantas veces sigo. Porque el criterio del hombre mundano suele ser
éste: usaré de las cosas TANTO CUANTO me gusten. Es decir, usaré de las cosas para deleitarme,
para divertirme, para lucirme, para enriquecerme. Y no considero que me ha dado Dios las cosas
para ayudarme a servir a Dios. No para aquello. Esto es lo primero. Si al mismo tiempo sirviéndole y
salvándome puedo divertirme y enriquecerme, está bien. Pero ante todo y sobre todo usaré de las
cosas humanas si me ayudan a servir a Dios y TANTO CUANTO para esto me ayuden.
LA SEGUNDA REGLA: "Tanto debe abstenerse el hombre de las cosas cuanto le impidan para su
último fin". Es decir, tanto debo abstenerme de las criaturas, cuanto éstas me impiden servir a Dios y
salvarme. Es evidente, si las cosas han sido hechas para que me ayuden en esta vida a servir a Dios
y salvarme, cuando su uso me impide servir a Dios y salvarme, debo dejarlas. Luego debo privarme
de las cosas TANTO CUANTO me impidan servir a Dios y salvarme. Todo lo contrario otra vez de la
regla del mundo que suelo seguir no pocas veces. Dejo las cosas TANTO CUANTO me disgustan.
Esto lo dejo porque me fastidia, me aburre, me humilla. Y al revés, no dejo esto, aunque me impida
mi fin, porque me agrada me divierte, me enriquece. Pero la regla de la razón dice: deja todo lo que
te impide servir a Dios aunque te dé placer, honor, riqueza. )No es acaso éste el primer
mandamiento de la ley de Dios? "Amar a Dios con todo el corazón y sobre todas las cosas". Estar
dispuesto a perderlas todas antes que ofenderle. Por algo nos dijo Cristo: "De qué le vale al hombre
ganar el mundo entero si pierde su alma?". Todo el mundo debo echar de mi si me impide servir a
Dios.
LA TERCERA REGLA: "Es menester -dice San Ignacio- hacernos indiferentes a todas las cosas
creadas, en todo lo que es concedido a nuestro libre albedrío y no le está prohibido". Hay cosas
mandadas según la primera regla y eso debemos tomar, porque ayudan al fin. Hay cosas prohibidas
y esto, según la segunda regla, tenemos que dejar porque nos impiden el fin. Pero hay cosas que, de
suyo, no están ni mandadas ni prohibidas. Respecto de éstas debemos hacernos indiferentes.
Amable es la salud y mala la enfermedad. Agradable es la vida larga y temible la corta. Más
apreciada es la riqueza que la pobreza. Gustoso es el honor y terrible es la humillación. Pero yo debo
estar dispuesto a lo uno y a lo otro, con tal que quede a salvo el servicio de Dios. En tal manera
-concluye San Ignacio- "...que no querramos de nuestra parte, más salud que enfermedad; riqueza
que pobreza; honor que deshonor; vida larga que corta y, por consiguiente en todo lo demás,
solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que somos creados. En
todo lo demás, dice San Ignacio. Es decir, en todo lo que no es Dios, hacerme indiferente. Yo no lo
soy por naturaleza. Es una gracia que debo pedir de Dios. La gracia de hacerme indiferente.
No se trata de la indiferencia del estúpido, que lo mismo le da una cosa que otra. Ni la del
desidioso, que deja salir las cosas como salgan. Ni la del escéptico que duda de todo. Ni la del
estoico que afecta impasibilidad por todos los sucesos. Ni la del insensible que no siente atractivo por
nada. Se trata de una indiferencia virtuosa, que templa las pasiones que tenemos, de amor excesivo
a los que nos gusta y de odio excesivo a lo que nos disgusta y equilibra nuestra alma. De tal manera
que, si bien siente afecto o aversión a las cosas, a pesar de todo está dispuesto a dejar las cosas que
más le gusten o abrazarse con las que más le repugnan, si eso fuese necesario para el servicio de
Dios y salvación de su alma. Y a ninguna se ata en demasía, de modo que pueda peligrar su libertad
para servir a Dios.
Agradable es la riqueza de la Iglesia. A unos Dios le pidió el uso de tal criatura, a otros su
abstención. A unos les dio salud desbordante que hizo maravillas en la acción, como a San Fco.
Javier; a otros les pide enfermedad paralizante que asimilan, a tales personas, a Cristo clavado en la
Cruz. A unos les permite que sean ricos y se santifiquen por su desprendimiento y limosna. A otros
los hace vivir en la pobreza imitando a Cristo que no tuvo dónde reclinar la cabeza. Han habido
santos ricos y santos pobres. Unos han vivido rodeados de fama, todos los han considerado, los han
promovido; otros son burlados, calumniados, difamados, marginados injustamente. Algunos santos
han vivido muchísimos años, otros han visto truncada su vida en la primera juventud.
Lo importante no es vivir mucho o poco. Tener dinero o carecer de él. Gozar de buena fama o
sufrir la calumnia. Lo importante, lo único necesario, es servir a Dios.
Como puede verse, la indiferencia ignaciana, no es algo negativo. Es más bien una preferencia.
Porque prefiero a Dios me hago indiferente a todo lo que no sea Dios. Dios es lo único necesario. Lo
demás, todo lo demás TANTO CUANTO. La regla del TANTO CUANTO. Solo así seré plenamente
libre. Libre de todas las ataduras, de todas las pasiones que me quitan la libertad, la santa libertad de
los hijos de Dios. Pasiones que se oponen a la única PASIÓN (pasión con mayúscula) la Pasión de
Dios. Como escribe Tibón: "El hombre es complicado porque quiere servir a dos señores". "Los
grandes despreciadores -decía Nietzche- son también los grandes veneradores". Porque venero a
Dios, menosprecio -es decir, le doy menos valor- a todo lo que no es Dios. En una palabra es lo que
decía Santa Teresa: "Solo Dios Basta".
4º) EL PECADO (PRIMERA PARTE)

Hemos visto cuál es nuestro fin y el de todas las criaturas y el plan de Dios sobre la creación.
Veamos ahora cuál ha sido la respuesta. Es el tema del PECADO.
El pecado es la negación práctica del principio y fundamento. Es la negación del servicio de Dios;
de la alabanza de Dios. Es el abuso irracional de las criaturas. Es el gran obstáculo en el camino.
Comenzamos, antes de empezar esta meditación, con lo que llama San Ignacio la "composición
de lugar". Es decir, imaginarnos en un estado en que nos deja el pecado. El pecado de alguna
manera nos deja como hijos culpables frente a Dios. Como alejados de la casa del Padre. Como
tierra de destierro. Más aún, a veces podemos preguntarnos si en ciertas horas de nuestra vida,
fuimos hombres o fuimos casi como animales -sin razón- cuando pecábamos. Por eso dice San
Ignacio, ver con la vista imaginativa, o sea, imaginarme, considerarme como desterrado entre brutos
animales. O sea, cómo el pecado de alguna manera lo degrada lo animaliza a uno.
La petición dice: "Confusión y vergüenza por mis muchos pecados. O si se quiere también, la
gracia de conocer la frialdad del pecado, de modo parecido al modo como lo conoce Dios.
Realmente, uno de los pecados actuales, es no saber más qué es el pecado. Se ha perdido el sentido
de Dios y, consiguientemente, el sentido del pecado.
San Ignacio pone dos meditaciones sobre el pecado. La primera atiende al pecado FUERA DE MI.
Y luego, la segunda, el PECADO EN MI. Vamos a hacer ahora la primera de ellas.
1-EL PECADO FUERA DE NOSOTROS: Es la meditación llamada "DE LOS TRES PECADOS".
a)-PECADO DE LOS ANGELES: El primer pecado, la primera comparación, dice San Ignacio,
será el primer punto, es traer la memoria sobre el primer pecado que fue DE LOS ANGELES.
Los Ángeles, como sabemos, eran unos seres magníficos, espirituales. Dios derrochó
magnificencia en la creación angélica. Creados por Dios; creados por amor. Espíritus excelentes;
espíritus puros; inmortales por naturaleza. Con una inteligencia sutilísima, mucho más que la de los
hombres más sabios. Independientes, para conocer, de todo influjo de la materia, y con una voluntad
también firme; enérgica. Y fueron creados en gracia. Fueron creados como hijos de Dios. Con el
destino de ALABAR, HACER REVERENCIA Y SERVIR A DIOS NUESTRO SEÑOR.
Pero Dios, no los quiso coaccionar a ser felices. No los obligará (a nadie le gusta que le obliguen
con un revolver a ser feliz). Entonces les di un margen de libertad para que eligieran libremente la
felicidad. Y sabemos, por la Escritura, que muchos de ellos pecaron. No sabemos cuál fue su
pecado. Según algunos, un amor propio desordenado, por el cuál se vieron tan hermosos, tan
espléndidos (una especie de narcicismo espiritual) que se apartaron de Dios volviéndose hacia sí.
Otros dicen que fue un pecado de envidia que tuvieron con respecto el hombre hecho a imagen y
semejanza de Dios, y que un día había de serle igualado en gloria, cuando el Hijo se encarnara.
Pero, como dice San Agustín: "La envidia sigue a la soberbia", luego, el primer pecado de los
ángeles habría sido más bien de soberbia. El diablo habría pecado ambicionando ser como Dios.
"Non serviam!" es el grito del ángel malo frente al grito de San Miguel y los Ángeles buenos: "Quid
sub Deus" "Quién como Dios!". Ya dice la Escritura que el comienzo de todo pecado es la soberbia.
Estos Ángeles, al punto fueron condenados. La justicia de Dios fue inexorable. Fueron castigados
con el infierno y privados del cielo.
En lugar del Dios poseído, el Dios perdido. En lugar de la felicidad sin sombras, la desgracia
eterna. Dice San Ignacio que fueron convertidos de Gracia en malicia y lanzados del cielo al infierno.
De ese infierno creado precisamente para castigarlos. Y fueron castigados inmediatamente, en el
mismo momento en que sus mentes privilegiadas lucían relámpagos de rebeldía, cayó sobre ellos el
rayo de la justicia.
Antes del pecado eran inocencia, belleza, bondad. Después del pecado malicia, fealdad, horror. Y
Dios, sin consideración a su número, ni a la nobleza de su naturaleza, ni a la excelencia de su
inteligencia tan penetrante, ni a la gloria que habrían procurado perpetuamente a Dios si se hubieran
convertido, sin miramientos tampoco a las desgracias que se seguirían de su condenación, del odio
que concebirían contra Dios, de las asechanzas que tramarían contra los hombres y a los males
inmensos que se seguirían en el mundo: los condena tan terriblemente.
Dice San Ignacio que entendiendo todo esto con la gracia de Dios, debo avergonzarme y
confundirme, trayendo en comparación de un pecado de los Ángeles (Tantos pecados míos!. Qué
horrible debe ser el pecado. Ellos no cometieron más que un pecado y yo he cometido innumerables.
Cada uno de mis pecados, graves o leves ha sido una imitación, valida y real de aquel grito: "NON
SERVIAM", "No quiero servir".
Yo no he sido condenado. Estoy en ejercicios. Es que Dios, en vez de tratarme con justicia me
trató con misericordia. Cuantas veces he pecado otras tantas he sido perdonado.
Algunos podrían decir: eran Ángeles, criaturas tan perfectas, tan superiores a nosotros los
hombres y por tanto su pecado era gravísimo, muchísimo más grave. Y por eso pone San Ignacio
una segunda comparación: MIS MUCHOS PECADOS Y EL ÚNICO PECADO DE ADAN.
b)EL ÚNICO PECADO DE ADAN: Dios hizo a nuestros primeros padres a su imagen y
semejanza. Los hizo espléndidos. Los llenó de dones. Les di los dones naturales primero: la
inteligencia la voluntad. Luego otra oleada de dones preternaturales: la inmortalidad, la impasibilidad.
Y para colmo encima dones sobrenaturales: la gracia de Dios. Y le di todo eso para un solo fin: PARA
QUE, ALABANDO A DIOS HACIÉNDOLE REVERENCIA Y SIRVIÉNDOLO, LLEGARAN A SU
PERFECCIONA.
Pero les impuso el deber de someterse al creador. Y como señal de esta sumisión les puso el
precepto de no comer del árbol del fruto de la vida. Tentados por el demonio pecaron. El demonio les
dijo: "Seréis como dioses", si coméis del árbol. Tendréis el conocimiento de Dios. y vino el terrible
castigo. Se vistieron con túnicas de pieles, dice la Escritura, que según San Gregorio de Nisa
simboliza la comunión con la naturaleza animal. El hombre que no se endiosa por la gracia se
animaliza. Fueron arrojados del paraíso. Privados de los dones sobrenaturales (perdieron todos esos
dones sobrenaturales, la gracia, la vida divina en ellos). Perdieron también los dones preternaturales
(la inmortalidad, la impasibilidad). Y conservaron los dones naturales, pero heridos gravemente (la
inteligencia quedó signada por la ignorancia y la voluntad inclinada al mal, débil por la
concupiscencia.
Volvamos sobre nosotros como lo hicimos al reflexionar sobre el pecado de los Ángeles. Por un
pecado nuestros primeros padres tuvieron que sufrir tan terribles consecuencias que habrían sido
peores sin la intervención de Cristo. Consecuencias ellos y todos nosotros hasta el fin de los tiempos,
por un solo pecado.... Y mis pecados....Mis pecados ultrajan a un Dios bueno con su gravedad, con
su multiplicidad, con su continuidad, deben de llenarme de vergüenza y confusión.
c)LA CONDENACIÓN JUSTA DE UN HOMBRE POR UN SOLO PECADO: El tercer pecado y
último punto de esta meditación de los tres pecados. Dice San Ignacio: comparar el gran número de
mis pecados y el único pecado de algún hombre que estará actualmente condenado en el infierno.
Es decir, de un hombre hipotético que ha cometido un solo pecado mortal, no se ha arrepentido. Ha
muerto sin arrepentirse y ahora, como nos lo enseña nuestra Revelación, merece el infierno, está en
el infierno. Así es con los que mueren en estas condiciones.
Después de mi primer pecado grave podría haber sido alcanzado por la muerte. Y si hubiera sido
tan repentinamente que yo no hubiera tenido tiempo de arrepentirme estaría yo también en el
infierno. Hipótesis que no tiene nada de extraordinario cuando se piensa en las diversas
eventualidades de la presente vida. No estoy en el infierno, estoy en ejercicios. Es que no he sido
tratado por Dios según justicia, sino con misericordia.
Terminemos esta meditación no con angustia, sino con el alma enchida de agradecimiento. Si he
sido tantas veces perdonado ha sido gracias a Cristo crucificado que "ME AMO Y SE ENTREGO
POR MI" como dice San Pablo. Me amó. Su amor fue personal. Real y personal: "POR MI", se
entregó POR MI.
Miremos el crucifijo y conversemos con el Señor, delante de mí y puesto en cruz. Que de creador,
dice San Ignacio, ha venido a hacerse hombre y de vida Eterna a muerte temporal y así a morir por
mis pecados. Y luego de mirar largamente a Cristo, mirarme a mí mismo para ver lo que he hecho
por Cristo en mi vida pasada. Si realmente he respondido bien a tanto amor. Lo que hago ahora por
Cristo. Con qué fervor estoy haciendo los ejercicios, si me reservo algo, si estoy disipado,
desinteresado. Y lo que haré por Cristo. Y así, contraponiendo lo que Cristo ha hecho por mí y lo que
yo hago por Cristo ablandar mi corazón de roca y hacerlo semejante al Corazón de Jesús.
Nosotros hemos pecado quizá más que el demonio. Y quizá con más inteligencia que Adán, ya
que nuestros pecados han sido después de conocer a Cristo. La Misericordia de Dios se explica en el
crucifijo. Mirarlo sin cansarnos. No es solo mi amigo sino el que me está reemplazando. Porque allí
debería estar yo. El no conoció el pecado pero fue colgado entre el cielo y la tierra.
Qué he hecho por Cristo...Qué hago por Cristo...Qué haré por Cristo. Ofrecernos al Señor.
Retractar nuestra mala voluntad. Vergüenza, porque Cristo está clavado en mi lugar.
Amor, gratitud, reparación y terminar con un recogido Padre Nuestro.
5º) EL PECADO. (SEGUNDA PARTE)

2-EL PECADO PROPIO: El ejercicio que vamos a hacer tiene por fin disponernos a pasar, con el
auxilio de la gracia, de la humilde confusión que ha despertado en nosotros el ejerció precedente a la
contrición perfecta.
Oración poniéndonos en la presencia de Dios. Después de haberle ofrecido esta oración
volvamos sobre la imagen, la composición de lugar de esa prisión corporal de que nos hablaba San
Ignacio, de ese destierro, de esta situación cautiva del alma. Nuestro pensamiento llegará a estar
más atento que antes, que en la anterior meditación, a estos símbolos que pone San Ignacio, a esta
caída, a esta servidumbre, a este hacernos, de algún modo, como los animales a donde nos lleva el
pecado. Como decía el escritor francés Moriac: "El alma no conoce más envejecimiento que el
pecado, en última instancia".
Pidamos luego la gracia propia de esta meditación: CRECIDO E INTENSO DOLOR Y LÁGRIMAS
POR NUESTROS PECADOS, dice San Ignacio.
El horror del mal nos hace mucho bien, porque nos acerca a Dios que se horroriza El también
ante el mal. Esta oración será como subir a Dios. San Ignacio pone cinco puntos que son como cinco
gradas en este ascenso en el monte de los perdones.

A-EL PROCESO DE LOS PECADOS.


"El primer punto, dice San Ignacio, es el PROCESO DE LOS PECADOS, es a saber, TRAER A LA
MEMORIA TODOS LOS PECADOS DE LA VIDA MIRANDO DE AÑO EN AÑO O DE TIEMPO EN
TIEMPO". Es decir, el primer punto sería hacer memoria de los pecados, acordarnos de los pecados.
No deteniéndonos en ellos como quién hace un examen de conciencia, sino más bien en forma
global.
"He pecado mucho en mi vida" como dice David. Pecados en todas las épocas de nuestra
existencia, en todos los lugares que hemos frecuentado. El día que San Agustín (tan pecador! evocó
sus pecados en el jardín de Milán, derramó lágrimas, como nos lo cuenta en su libro de la
Confesiones: "MAS APENAS UNA ALTA CONSIDERACIÓN SACO DEL HONDO SECRETO Y
AMONTONO TODAS MIS MISERIAS A LA VISTA DE MI CORAZÓN, ESTALLO EN MI ALMA UNA
TORMENTA ENORME CON LLUVIA TORRENCIAL DE LÁGRIMAS". (Qué linda esta frase!:
"Amontonó todas mis miserias a la luz de mi corazón". Eso es el primer punto, amontonar todas
nuestras miserias, el recuerdo, la memoria.

B-PONDERAR LOS PECADOS.


Pero no se trata solo de considerar nuestra miseria, hay que comprenderla y así pasamos al
segundo punto de esta meditación de los pecados propios. "El segundo, dice San Ignacio,
PONDERAR LOS PECADOS mirando la frialdad y malicia que cada pecado mortal cometido tiene
en sí"... Ponderar, es decir, darle pondus, darle peso, densidad al pecado.
El pecado es, ante todo, una desobediencia a Dios. A ese Dios que nos ha dicho guarda mis
mandamientos y yo le he dicho no quiero. Esto es lo primero del pecado. Desertar de Dios. Querer
ser autónomo. Substraerse al dominio del Señor. El pecado es siempre algo teológico, aunque sea
contra el prójimo. Es siempre lo que se pretende, lo que se esconde bajo uno u otro aspecto. Ese
orgullo...no se aguanta que Dios sea superior. Y así lo que pasó en el pecado de los Ángeles, en el
pecado original, se reproduce en cada falta en cierto modo. El pecado, dice pues, siempre un
respecto primario a Dios, es algo teológico. Consiste menos en mirar hacia tal o cual bien mutable
cuanto el separarse del bien Inmutable. Y por eso, en cierto modo, el pecado tiene el carácter de una
ofensa infinita. Porque, si bien su autor es finito, limitado, el pecado es contra un ser Infinito. Y por
eso también, por ser el pecado cuasi infinito, la Redención hubo de ser infinita, es el Verbo de Dios
que se encarna para salvarnos.
Esto es lo primero del pecado: DAR LAS ESPALDAS A DIOS. Lo segundo es: CONVERTIRSE
INDEBIDAMENTE A LAS CREATURAS. El hombre no puede querer el mal por el mal. Si el hombre
se separa de su Señor es para volcarse a los reflejos de su Señor que son las cosas creadas.
Conversión a las creaturas.
Considerado desde este punto de vista, el pecado es como una detención en la marcha hacia
Dios. Hecha para ascender hacia su Señor, el alma se frena en bienes que son indignos de ella. En
ves de orientarse hacia Dios se detienen en lo que no debía ser sino un signo, un medio, de la
caminata hacia Dios. Dios había puesto estas creaturas, no para contemplarlas en sus huellas, sino
para que se quedasen en éxtasis delante de Dios, autor de ellas.
El pecado pues nos degrada. Como dice San Agustín en esa frase: "Cuando caes de Dios caes de
ti mismo". El hombre que no se eleva se degrada. Esto es el pecado.
Ponderar los pecados. El mayor de los desordenes. Los profetas del Antiguo Testamento, cuando
querían explicar al pueble elegido lo que era el pecado, usaban dos metáforas: decían que todo
pecado era un adulterio y también una idolatría. Adulterio porque el pecador desprecia al Esposo
Divino que es Dios -Esposo de cada una de nuestras almas- para buscarse un amante, amante de
turno. E idolatría porque detrás de cada pecado está el preferir una creatura al creador de todas
ellas.

C- MIRAR QUIEN SOY YO DISMINUYÉNDOME POR EJEMPLOS.


"El tercer punto, dice San Ignacio, MIRAR QUIEN SOY YO DISMINUYÉNDOME POR
EJEMPLOS: primero, cuánto soy en comparación con todos los hombres; Segundo, qué cosas son
los hombres en comparación de todos los Ángeles y santos del paraíso; Tercero, mirar qué cosa es
todo lo creado en comparación de Dios: pues yo solo )qué puedo ser?".
Realmente el pecado es una locura. Pequeño como soy, hombre como soy, aparezco como "una
sombra que pasa". Como una gota de agua en el océano del mundo. Quién soy yo en comparación
con toda la Argentina, de todo el orbe. Y qué es el orbe en comparación de todo el cosmos. Y yo,
como si no fuese tan pequeño me atrevo a erguirme y decirle a mi Señor: "NON SERVIAM", como
los Ángeles malos. No te quiero servir, no te serviré.
Yo, este ser efímero, debía valerme de este corto espacio de tiempo para hacerme santo, pues
este era mi destino. Este corto espacio de tiempo lo uso para ofender a Dios. (Qué locura!.

D- CONSIDERAR QUIEN ES DIOS CONTRA QUIEN HE PECADO.


"El cuarto punto, dice San Ignacio, CONSIDERAR QUIEN ES DIOS CONTRA QUIEN HE
PECADO, considerar sus atributos comparándolos a sus contrarios en mí: su Sapienza a mi
ignorancia, su Omnipotencia a mi flaqueza, su Justicia a mi iniquidad, su Bondad a mi malicia".
Contemplando así los atributos de Dios, luego de haber visto quién era yo.... Conocerme a mí. Y
ahora conocerlo a Dios. Entonces puedo conocer mejor lo que es la seriedad de mi pecado. Dios es
grande, y de majestad infinita y digno de todo respeto. Es poderoso, que puede hacer de mí lo que
quiera. Es santísimo, y aborrece terriblemente todo pecado. Es justo y premia y castiga según lo
merecido. Es sabio y conoce todo lo que hago. Está presente a todo. Y cuando yo obro el mal está
delante de mí presenciándome y viéndome. Es bueno y me ha llenado de dones. Y yo, yo ignorante
contra la infinita Sabiduría. Yo débil contra la Omnipotencia. Yo mínimo contra la majestad divina. Yo
descarado contra la presencia de Dios. Y lo ofendo por ser El tan bueno, que si fuera severo
conmigo, si por cada pecado me castigase, aunque fuera un poco, no me atrevería a ofenderle. Pero
cuando veo que no me castiga, peco y digo: bueno, aunque se peque no sucede nada.

E- EXCLAMACIÓN ADMIRATIVA.
Finalmente, el último punto, la última estación en este ascenso al monte del perdón, dice San
Ignacio: "EXCLAMACIÓN ADMIRATIVA CON CRESCIDO AFECTO DISCURRIENDO por todas las
creaturas cómo me han dejado en vida y conservado en ella; los ángeles como sean cuchillo de la
justicia divina, cómo me han sufrido y guardado y rogado por mí; los santos cómo han sido en
interceder y rogar por mí, y los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves peces y animales;
y la tierra cómo no se ha abierto para sorberme, criando nuevos infiernos para siempre penar en
ellos". Esta admiración brota ante el milagro de las divinas Misericordias que llenan mi vida
pecadora. En efecto, siendo yo el que soy y siendo Dios EL QUE ES; habiendo yo ofendido como he
ofendido la Sabiduría divina, menospreciando el plan de Dios sobre mí; haciendo inútil tantos
beneficios, debería yo esperar que las creaturas, desviadas por mí de su fin se hubiesen vuelto
contra mí. Debería yo esperar que los Ángeles hubiesen dejado de protegerme y no hubiesen sido ya
para mí más que los agentes de la Divina Justicia. Debería yo esperar que los santos hubiesen
cesado de rogar por mi y de ser mis intercesores y mis patronos. Debería yo esperar que aún las
mismas creaturas inanimadas hubiesen sido, como ha acontecido muchas veces, los instrumentos de
la cólera Divina, y que un rayo se hubiese descargado sobre mí o la tierra se hubiera abierto a mis
pies. Pero nada de eso ha pasado. Al contrario, todas las creaturas han seguido siendo ayudas para
mí. Los Ángeles. Pensemos en lo que hace nuestro ángel de la guarda, los santos, los del cielo, los
de la tierra. Los que lo son por la virtud, los que los son por su ministerio. Todos me han ayudado. Y
las creaturas han continuado en servirme con su concurso y su presencia, recordándome la
presencia de Dios y su bondad. Si hay pues, algún sentimiento que deba empapar mi corazón y
brotar en mi alma es el de la ADMIRACIÓN. Como dice San Ignacio: "Exclamación admirativa",
porque la admiración es el primer movimiento del amor y el amor más puro.
Terminemos esta meditación de los pecados propios con un coloquio. "Acabar, dice San Ignacio,
con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor, porque me ha
dado vida hasta ahora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante". Y luego nos podemos
poner ante el Señor crucificado. Pongamos ante El, la bandeja de nuestros pecados y pidámosle que
nos lave con su Sangre Redentora. Que todo en mí cante la Misericordia de mi Dios. Mis labios, que
tantas veces han ofendido a Dios con sus palabras. Mi memoria, que tantas veces se olvidó de los
favores Divinos. Mi inteligencia tan frecuentemente derramada por naderías, desatenta a la verdad.
Mi corazón tan poco penetrado del Amor Divino, que sin embargo lo envuelve por todas partes.
"Cantaré eternamente las misericordias del Señor". Por María Santísima, refugio de los pecadores
y Madre de Misericordia. Por Jesús cuya cruz, trono de la Misericordia se levanta en la cumbre del
monte de los perdones y derrama su sangre para que caiga sobre el cáliz de mi salvación. Por María
y Jesús elevémonos al Padre y digamos pausadamente el Padrenuestro y el Pésame.
A partir de ahora, en este momento del retiro, es una situación espiritual adecuada para
confesarse. Esta meditación de los propios pecados prepara, sin duda, muy bien para ello.
6º) LA MUERTE.

El pecado tiene sus castigos. Ya hemos considerado las penas que Dios impuso a nuestros
primeros padres por el pecado original, extensiva, no solo a ellos, sino a todo el linaje humano. Y
esto aún a pesar que determinó Dios perdonarnos y que vino Nuestro Señor a padecer y morir por
nosotros.
Los pecados personales piden castigos personales. De estos, los unos se pagan en ésta vida y los
otros se cumplirán en la futura. Por eso es muy saludable considerar estas penas del pecado que se
llaman POSTRIMERIAS del hombre: LA MUERTE, EL JUICIO, EL INFIERNO Y EL PURGATORIO.
Es cierto que San Ignacio, en su manera de enseñar al ejercitante a vencerse así mismo y
ordenar su vida sin determinarse por afición alguna anche desordenada sea confía más que en los
castigos, en el conocimiento de la verdad positiva. Pues ello enciende naturalmente un ideal de
santidad de amor de correspondencia a Nuestro Señor que vino, de Vida Eterna a muerte temporal
para redimirnos de nuestros pecados. Sin embargo no excluye la consideración del temor de las
penas.
Pues bien, una de las consecuencias del Pecado es: LA MUERTE. "Si comes de este fruto
morirás" dijo Dios a nuestros primeros padres. Por eso San Pablo llamó a la muerte "el salario del
pecado". Nos será pues útil dedicar esta meditación al tema de la muerte.
Para entender bien la vida hay que consultar a la muerte. A la luz de la muerte se esclarece el
sentido de la vida.
La petición de esta meditación es aborrecimiento del pecado que trae consigo esta temible pena,
al tiempo que confianza en la bondad de Dios que nos va preparando como un Padre para la muerte.
En primer lugar, podemos considerar cómo la muerte nos aguarda. Supongamos unos viajeros
que van en un tren a toda máquina y de repente se enteran que la vía está cortada a unos pocos
metros. Detener el tren es imposible. Los viajeros se enloquecen ante la muerte que se echa encima.
)Sería verosímil que siguieran leyendo novelas, o haciendo chistes?. No preocuparnos de la muerte
es extraño siendo que uno está tan advertido por la experiencia cotidiana. Esa muerte que nos puede
venir por accidente, o al menos por desgaste.
"Recuerde el alma dormida, avive el ceso y despierte contemplando, cómo se pasa la vida, cómo
se viene la muerte tan callando" dijo el poeta.
Así mismo, la muere nos separa. Nos separa de las personas. Pero también nos separa de los
bienes a los que nos estamos apegados. Pensemos en lo que vienen a parar las cosas de los
muertos. O a donde irán a parara las nuestras un año después de nuestra muerte. Nuestros cuadros,
nuestros libros, nuestro cuarto. Más aún, la muerte nos separa de nosotros mismos, porque es
esencialmente la separación del alma y del cuerpo. Un verdadero despojo.
La muerte nos fija. Nos fija en una de las dos eternidades posibles: la de la vida con Dios o la de
la vida sin Dios. Ello con previo veredicto que es el juicio particular. Porque como enseña el Concilio
de Trento, cuando cada uno de nosotros sale de esta vida, en el mismo instante se presenta ante el
tribunal de Dios donde de todo se hace examen justísimo, de todo cuanto ha hecho, dicho o pensado
en cualquier tiempo, a este se llama juicio particular. Este veredicto no se hace fuera del alma, sino
que se revela en lo profundo de ella misma. Es la verdad de Dios que penetra el alma, como la luz
penetra un cristal. Entonces se disipan todas las ilusiones. Todas las oscuridades se iluminan. Todo lo
oculto se manifiesta. Ya no nuestras mentiras, nuestros maquillajes y disfraces sino la verdad
desnuda.
La muerte así mismo nos sorprende. Nos sorprende con su misma venida y sobretodo por la
circunstancias de su venida. Porque ignoramos dónde, cómo y cuándo moriremos. Si de muerte
violenta o enfermedad. Y por eso Cristo comparó la muerte con la llegada de un ladrón que no
anuncia, naturalmente, la hora de su venida. Vendrá como un ladrón. Dios mismo se compara con el
dueño de casa que no diciendo cuándo volverá no quiere encontrar a sus sirvientes dormidos.
La muerte puede llenarnos de gozo o de tristeza. Pensemos en la muerte horrible de un Voltaire,
por ejemplo. Pensemos en la muerte serena de la Sma. Virgen o en la dormisión de Nuestra Señora.
O en la muerte serena de un San Fco. que saludó a la muerte con términos conmovedores: "Loado
sea mi Señor por nuestra hermana, la muerte corporal, a la que ningún hombre se puede sustraer".
La Escritura la presenta así para el justo: "En la presencia de Dios, preciosa es la muerte de sus
santos". Y San Pablo decía que para él vivir era Cristo y morir una ganancia. San Francisco la llamó:
"hermana muerte" porque veía en ella el gran acto de obediencia y de pobreza. Era el desasimiento
final, el consentimiento sin condiciones a la voluntad del creador, el último suspiro de la vida que
dejando sus despojos como un vestido prestado va a hundirse en el seno del Padre. Entre estos dos
extremos: la muerte de Voltaire y la muerte de San Francisco hay lugar para una gran variedad de
tipos de muerte.
Ya que la muerte nos aguarda, pensemos en ella. Ya que nos despoja, despeguémonos desde
ahora. Ya que nos juzga, purifiquémonos. Ya que nos puede sorprender, estemos en vela. En fin, ya
que de nosotros depende que sea un gozo, vivamos desde ahora la vida divina cuya plenitud nos
anunciará.
Que el pensamiento de la muerte nos ayude a poner en primer plano los valores de la vida eterna.
Los valores eternos. Aquellos que la muerte no es capaz de destruir. Porque, como dice San
Gregorio, "la vida temporal, comparada con la vida eterna, ha de ser considerada más como muerte
que como vida".
Ante el hecho que Dios nos deja en la ignorancia respecto del momento de nuestra muerte,
adoremos sus designios misteriosos. Y de nuestra misma ignorancia hagamos un acto de homenaje
a la Soberanía de Dios. Dios nos va adaptando con sus dones: la fe, la esperanza, la gracia. Con las
pruebas que nos envía. Pruebas personales y sociales que nos van acrisolando, despegando de la
tierra y de los hombres. Con las inspiraciones que nos ofrece a la penitencia, a la confianza. Por los
atractivos que despierta al bien, a la belleza, al sacrificio. Por la bendición, en fin, que concede en el
momento de la muerte a los que le temen.
Para el cristiano, la muerte debería ser una fiesta. Como se muestra en las catacumbas, allí se
muestra como una entrada a la casa del Padre. La misma liturgia ayuda en este sentido, una vela
encendida como signo de las lámparas para las nupcias. Las nupcias con el Esposo divino: "llega el
Esposo". Las vírgenes prudentes lo esperan con la lámpara encendida. Por eso debemos hacer de la
muerte, no un objeto de espanto, quizá por poca fe, o por poca confianza. Pero sí de temor filial y
vigilante. Y rezar lo del "alma de Cristo": "...en la hora de mi muerte llámame y mándame ir a Ti, para
que con tus santos te alabe...".
Ponernos en el estado de alma requerido para que la muerte sea una fiesta. Desde ya, no hacer
aquello que en la hora de la muerte me causaría desagrado haber obrado. Y hacer lo que en la hora
de mi muerte me hubiera gustado haber hecho. Que mi muerte glorifique a Dios. Si he sido hecho
para glorificar a Dios, como en la vida toda, así también en mi muerte. La muerte es una separación,
por tanto que se haga la voluntad de Dios. Por un acto de voluntario renunciamiento aceptarla desde
ya. Todos mis proyectos al viento. Beso Señor tu mano. La muerte es una pena. Estipendio al salario
del pecado. La acepto como tal. La muerte es sobretodo un sacrificio. UN SACRIFICIO. No solo
aceptarla a la muerte sino ofrecerla en unión con Cristo agonizante que fue "obediente hasta la
muerte", porque como dice Bossuet: "Desde que Cristo se dignó morir así, la muerte de los
verdaderos cristianos, consagrados en el Bautismo para ser víctimas, se ha hecho, con la muerte de
Cristo un sacrificio perfecto".
Bien decía Burget que "la muerte no tiene sentido si no es más que un fin, pero sí lo tiene si es un
SACRIFICIO". Unirlo pues, con el Sacrificio de la Misa cuya continuación es. En el Santo Sacrificio
de la Misa muero sacramentalmente con Cristo. La muerte física, cobra todo su sentido a la luz de la
Misa. Mi muerte es mi última participación en el Sacrificio de la Cruz renovado sacramentalmente
sobre el altar.
Pidámosle a la Sma. Virgen que nos acompañe. A ella que le hemos dicho mil veces: "...ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Entonces sí, la muerte será una fiesta y
se cumplirá lo del Salmo: "Me alegré cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor".
7º) EL INFIERNO

El pecado tiene sus castigos. Hemos considerado la muerte.


Dijimos que San Ignacio conoce nuestra debilidad, el barro del que fuimos formados y comprende
que somos capaces de olvidarnos del amor, y por tanto puede venir un tiempo, en el cuál nos sea
necesario el temor del castigo para no caer en pecado. Y como entre los castigos, el infierno es el
más terrible de todos, lo escoge como objeto de meditación, a fin de que nuestra espíritu y nuestra
carne queden atravesados por el SANTO TEMOR DE DIOS.
Mas al proceder así, como si a San Ignacio le molestase que nuestra alma se moviese por
motivos de un orden inferior, aunque santo, toma ocasión del infierno para darnos un nuevo impulso
hacia el amor de Dios.
El primer preámbulo: "El primer preámbulo composición es aquí ver con la vista de la imaginación
la longura, anchura y profundidad del infierno". Por supuesto que no podemos saber bien, no
tenemos la experiencia de lo que es el infierno, y entonces los pintores la han representado a su
modo, en este caso Giotto en una imagen muy impresionante, nos muestra lo que él imagina como
infierno. Es cosa tan grande la que queremos contemplar y tan fuera de lo que ven nuestro sentidos
que San Ignacio da como medidas indefinidas, la longura, la anchura y profundidad.
El segundo preámbulo: "El segundo, demandar lo que quiero: será aquí pedir interno sentimiento
de la pena que padecen los dañados, para que si del amor del Señor eterno me olvidare por mis
faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pecado". Ponderemos bien estas
palabras, casi que podríamos pasar una parte de la oración en esto, o toda si fuese preciso.
La primera verdad que debo dejar bien asentada en mi espíritu sobre la roca inconmovible de la
revelación es la REALIDAD DEL INFIERNO. Cristo nos lo ha revelado y el no puede engañarse ni
engañarnos. La resistencia que muchos tienen para aceptar este dogma del infierno se basan en
razones sentimentales y el sentimiento, no tiene por función afirmar o negar verdades, sobre todo si
son verdades eternas. Estas son objeto de la razón y la revelación y una y otra concuerdan en
afirmar la existencia del infierno. Cristo nos dice que el infierno ha sido preparado para el diablo y
sus ángeles, es decir, para los que cometieron aquel primer pecado que hemos ya meditado. Ahora
me dice que los hombres que mueren en rebelión voluntaria contra los divinos preceptos, serán
lanzados a unirse con los diablos y tendrán la misma condenación. Es cosa justísima que sea
apartado eternamente de su fin sobrenatural aquel que obstinadamente ha rehusado obedecer a los
preceptos del Señor. Sobretodo después de la Redención hecha por Cristo. El que rehúsa el precio
de su Sangre y vuelve a crucificarlo como dice Hebreos 6,6 merece el infierno por una segunda
razón más poderosa. )No consideramos acaso justísima la sentencia de salvación dictada por Dios
para los justos que con sus buenas obras llegaron a su fin?. Pues por la misma razón hemos de
estimar justísima la sentencia de condenación dictada contra los malvados que con sus obras se
apartaron del fin sobrenatural y rehusaron concientemente la gracia redentora que los hubiera
salvado. Dios sería injusto si no premiase a los buenos y sería injusto si no castigase a los malos.
Consideremos la solemnidad conque Cristo proclama el dogma del infierno. No hay en todo el
Evangelio discurso tan majestuoso y tan lleno de gravedad. Aprovecha la pregunta que le hacen los
apóstoles sobre el día del juicio y despliega toda la realidad futura como si la tuviese presente; como
profeta que lee en el futuro; va enumerando las señales precursoras de gran cataclismo y como
Maestro Amoroso de la humanidad los amonesta a estar preparados. Será el Señor que vendrá a
pedir cuentas, será el esposo que vendrá a abrir las puertas del eterno convite nupcial. Y llega la
descripción de la última escena digna de Dios. Baja del cielo la multitud infinita de los ángeles
llevando la santa cruz, signo de nuestra redención, retumba por toda la tierra la voz omnipotente que
llama a juicio a los vivos y a los muertos. Resucitan todos los hombres. Entonces, baja el Juez
Eterno que es el fin sobrenatural de todos los hombres, y delante del cielo, la tierra y el infierno abre
el juicio de todos y de cada uno, separando a los hombres en dos inmensas agrupaciones. (Qué
espectáculo!. Y la sentencia pronunciada. Cristo de antemano nos la ha querido dar en su texto
literal, con el gesto y tono de voz conque El mismo la proclamará en aquella hora suprema: "Venid
benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino que os está preparado desde la creación del
mundo". Y "Apartaos de mí malditos al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". Y
concluye: "...e irán los condenados al suplicio eterno mas los justos a la vida eterna".
En un segundo punto podemos ponderar LAS PENAS DEL INFIERNO. El infierno es denominado
en la Escritura lugar de tormentos. Todas las penas se acumulan allí.
Comencemos con la primera que es la principal, la que llaman los teólogos "LA PENA DE DAÑO"
que es la pena de la privación de Dios; de la vista de Dios. La privación de un bien infinito y por tanto
es un castigo, en cierta manera, infinito. La pena de daño, pues, del infierno, es terrible. Nosotros
hemos sido creados con elevación al orden sobrenatural. Hemos sido creados para gozar de Dios
como es en sí. Y en este reposar como en la plenitud de nuestra vida, como en una superación de la
capacidad de felicidad que tienen nuestras facultades, cuando pase la sombra de esta vida y el alma
se encuentre en plena libertad de sus facultades y vea claramente que ha sido creada para poseer a
Dios; para poseer al Bien Infinito y se lance a él para gozarlo con una fuerza que no puede tener
comparación con todas las energías materiales y morales que vemos en el mundo y se encuentre
rechazada y repelida por una fuerza superior aún, entonces comenzará la pena de daño, será el
principio del infierno. El alma buscará a Dios con lo que es en ella fuerza de ser; Dios rechazará al
alma con toda su virtud infinita: "Apartaos...(terrible palabra)malditos". Dios aparta con maldición. Es
decir con una palabra creadora de toda la infelicidad del que el condenado es capaz.
Y )Cuáles son los efectos de esta divina maldición? LA FELICIDAD DEL ENTENDIMIENTO es el
reposo en la contemplación de la verdad, sobretodo de la verdad eterna de Dios. El condenado verá
la verdad pero no podrá reposar en ella. Será lanzado fuera de Dios. Quedará fijado en la mentira.
LA FELICIDAD DE LA VOLUNTAD es amar el bien infinito poseído como propio. El condenado verá
que Dios es el bien infinito pero que le arroja y excluye de su posesión y de su amor con una fuerza
infinita. Esto producirá la obstinación en odiar a Dios a todo lo que participe de su bondad. El odio
será el tormento eterno de su voluntad. LA FELICIDAD DEL SENTIMIENTO es el goce de la belleza
en su plenitud. El condenado verá que Dios es la belleza infinita pero que le excluye de esta fruición.
Se obstinará en lo feo y monstruoso, sabiendo que así aumenta el tormento de sus facultades
estéticas.
Pero hay otras penas, y con esto pasamos al último punto, se trata sobretodo de las llamadas
"PENAS DE SENTIDO" porque se refieren principalmente a los tormentos que padecen allí los
sentidos interiores y exteriores de los condenados: "Apartaos de mí malditos al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles". PENA DE FUEGO, en el infierno hay fuego. Todos
conocemos la fuerza terrible de este elemento y las proporciones espantosas a que se llega los
medios modernos de combustión. Y esto es el fuego útil creado para el bien de la humanidad. )Qué
será el fuego atormentador creado solamente con este fin?. Fuego que arderá de una manera más
extraordinaria que el natural atormentando en el alma y en el cuerpo. Fuego que no está localizado
solamente en el recinto del infierno, ya que atormenta a los demonios fuera de él. Se vuelve como
una cualidad inherente; como incorporada y compenetrada con la persona condenada, como si el
cuerpo y el alma fuesen de fuego, fuego persistente en sí mismo porque quema y no consume. Y
persistente también en su víctima a la que devora sin matarla nunca. Pero la última palabra de la
sentencia es la más terrible: el fuego eterno. La eternidad supera toda nuestra comprensión. En este
mundo todo queda condicionado y limitado por el tiempo que suele ser el consuelo de los males. El
tiempo lo cura todo, solemos decir en toda clase de desgracia, en el infierno esto no se puede decir,
porque no habrá allí tiempo, no hay sucesión, no hay pasado ni futuro. Solo hay un presente
inmutable. Condenación es la posesión total de la desgracia como clavada e inmutable. El
condenado muere siempre sin morir nunca, es decir, saborea constantemente las amarguras de la
muerte pero esta muerte no se acaba, es eterna.
Volvamos a recordad que las dificultades que nuestra razón busca contra la eternidad del infierno
son hijas del sentimentalismo. Dios es Padre, por cierto. Dios es amor Misericordioso, lo es con
exceso si vemos la nuestra capacidad de amar y tener misericordia. Pero al mismo tiempo que
Misericordioso es Justicia también. Y el tiempo del amor es ésta vida. La eternidad es el tiempo de la
Justicia divina. Lo mismo para los santos que para los condenados.
Dios ha prometido toda clase de perdones en esta vida. La eternidad la ha reservado siempre
para la Justicia. De manera que en definitiva, no es Dios quién condena al pecados, sino el pecador
quién se condena así mismo. Porque quién pasa toda su vida hasta el último momento rehusando la
Divina Misericordia que se le ofrece misericordiosamente, huye del amor. Y se lanza en las manos de
la Justicia Divina.
Terminemos esta meditación, dice San Ignacio, haciendo un coloquio a Cristo Nuestro Señor.
Traer a la memoria las almas que están en el infierno y con esto darle gracias porque no me ha
dejado caer en el infierno acabando mi vida.
Se ve que es uno de los coloquios solemnes, es de lo que San Ignacio llama coloquios de
misericordia de parte de Dios y de nuestra parte de acción de gracias, lo cual coincide perfectamente
con el espíritu de la petición que no es de espanto, sino medio de asegurar el amor. Otras veces nos
pone delante aquél hecho que tanto lo movían de admiración en los ejercicios de los pecados que no
estoy en el infierno a pesar de haberlo merecido. Tengo en mí plenamente la causa de la
condenación bastaba para esto una condición que depende únicamente de Dios, que El me hubiera
quitado la vida en el tiempo en que pequé. Pues esta condición Dios no quiso ponerla nunca para
que no me perdiese. Cuando veo aquí en el infierno a tantos de toda clase, teniendo muchos de ellos
quizá menos pecados que los míos. (Qué misericordia! (Qué amor! (Qué predilección!. Y no solo
tengo esta prueba negativa, digamos, del amor de Dios, que no me haya quitado la vida cuando
estaba en pecado. A ella ha añadido otras positivas llenándome de favores, como dice San Ignacio,
como hasta ahora ha tenido de mí tanta piedad y misericordia. Es Dios quién me ha buscado a mí,
no yo a Dios. Es El quién ha ido detrás de mí como si El me necesitase; es El que a fuerza de
gracias casi me ha hecho imposible condenarme. Aunque yo luchaba contra El para arrojarme en el
infierno. Qué misterio de predilección. Agradecer con toda el alma esta bondad suya y repetirme otra
vez aquellas preguntas de sabor tan fuerte y comprometedor: LO QUE HE HECHO POR CRISTO,
LO QUE HAGO POR CRISTO, LO QUE DEBO HACER POR CRISTO. Y cuando tenga el alma
saciada de estas corazonada, repetir una y otra vez las palabras de la petición: "Si del amor del
Señor Eterno me olvidara por mis faltas, al menos el temor de las penas me ayuden para no venir en
pecado". O mejor cambiándolas según el espíritu de San Ignacio y según lo que necesita mi corazón
lleno de amor: que no me olvide jamás del amor de mi Dios y Salvador. Y si mi faltas comenzasen a
enfriarlo el fuego del infierno del que me ha librado, vuelva a avivarlo más y más.
8º) EL HIJO PRODIGO

Vamos a terminar estas consideraciones sobre el pecado haciendo una meditación sobre la
parábola del hijo pródigo que la pueden encontrar ustedes en el Evangelio de San Lucas capítulo 15.
Es bueno tener el Evangelio, por lo menos, para después de la meditación releerlo serenamente.
La composición de lugar: podemos imaginar al hijo pródigo entre los animales, entre los puercos a
los cuales apacienta. Hemos visto cómo San Ignacio cuando habla de los pecados los relaciona con
el destierro y con el mundo animal, en cuanto que el hombre se animaliza por el pecado.
La petición es pedirle a Dios la gracia de aborrecer más y más el pecado y de tomar la actitud
siempre del hijo pródigo que vuelve a su padre.
Entremos en materia. Como dice el Evangelio el padre tenía dos hijos y el menor de ellos le dijo:
"Padre dame la parte de herencia que me corresponde". Hasta ahora no hay nada malo. El hijo,
llegada a la mayoría de edad tenía todo derecho a pedir la parte que le correspondía. De esta
manera recibe de su padre el dinero y abandona a su padre. En realidad esto es lo primero que hace
el pecador: pedirle a Dios prestado todos los dones que Dios le ha dado de libertad, de salud, etc., y
usarlo no para el servicio de Dios sino para hacer lo que quiera, independizarse del padre. Por eso
dice el Evangelio que luego de haberle dado su padre la parte, él se marchó. Se marchó a una tierra
lejana, dice el Evangelio. Se marchó precisamente a una tierra lejana porque así estaba lejos de su
padre, así nadie lo podía controlar, así se sentía ya libre. Quiso jugar como el juego de su libertad. Y
vive disolutamente. Comienza a gastar todo su dinero con prostitutas, dándose todos los placeres y
gustos. Comienza a vivir derrochando. Derrochador y lujurioso. Así es este pobre joven ahora que ya
se ha separado de su padre. Por el momento el cree que la vida está por delante. Está feliz. Pero
dice el Evangelio que cuando hubo gastado todo hubo en aquella tierra una gran hambre y él
comenzó a sentir necesidad.
Es el tercer acto de la tragedia, primero se marchó, luego gastó y ahora se siente en la total
necesidad. Gastó todo lo que tenía, dice el Evangelio. En esa tierra árida en que vivía, ahora se
había quedado sin nada y entonces debe conchabarse, anotarse con alguien para que le dé de
comer, para que le de trabajo. Y así entonces se presentó a unas personas que estaban allí y
necesitaban y se ofreció. El había perdido todo lo que tenía y ahora necesitaba ponerse al servicio de
otro. El que se creía rey del mundo, que creía que tenía todo el mundo por delante ahora se
encuentra que no le queda nada. Es así. Así pasa con el pecador. El pecador pierde la gracia, pierde
las virtudes, pierde la vergüenza. Todo lo que había sacado de la casa de su padre. Pierde las
buenas compañías, pierde la amistad de los libros buenos. Y así se siente entonces esclavo,
necesitado de servir.
Ese joven se pone a servir, es el cuarto acto de la tragedia. No lo dice el Evangelio en qué sirvió,
pero sí se nos dice que el hombre que lo había empleado lo envió a apacentar puercos. Piensen
ustedes en lo que eso significa: apacentar puercos. Para el judío el cerdo es el animal más
despreciable. Y ahora este joven es enviado a cuidar cerdos. Más aún, nos dice el Evangelio que
sentía hasta envidia de los cerdos, porque veía que tenían los zapallos, las bellotas para comer y él
no tenía con qué llenar su estómago. Terrible esta ironía de Cristo. El pecador, en realidad se pone al
nivel de los animales. Ya lo hemos dicho varias veces, lo dice San Ignacio.
San Agustín tiene frase muy hermosa: "Cuando caes de Dios caes de ti mismo". Es decir, el
hombre no puede quedarse en una especie de humanismo puro. El hombre está hecho para
divinizarse, para elevarse hacia Dios. Si no logra hacerlo, si por el pecado renuncia a la dignidad de
la gracia, entonces no se queda como un simple hombre, se degrada, se hace como un animal. O
uno se endiosa o uno se animaliza. Más aún, nos dice el Evangelio que tenía hasta envidia de los
cerdos. Porque el pecador, de algún modo puede envidiar a los animales, ya que el animal cumple la
voluntad de Dios, aunque lo haga de manera inconsciente, involuntaria, pero la cumple, el pecador ni
siquiera eso.
Pues bien, lo vemos a este joven tirado, postrado, deshecho, sin saber que hacer. Pero comienza
el proceso de la conversión. Nos dice el Evangelio que el joven primero vuelve en sí. Linda esta
frase del Evangelio: "Vuelve en sí" por qué? porque había salido de sí precisamente. Había salido de
sí, se había volcado hacia fuera, se había dispersado y ahora volvía así. Es el primer acto de toda
conversión. El pecador se dispersa, el pecador sale de sí, se derrama en las cosas exteriores.
El primer acto, pues, de la conversión es volver así. Tener vida interior. Como dice San Agustín:
"En el interior del hombre habita el Maestro divino, habita Dios". El hombre vuelve en sí y allí, dentro
de sí comienza a preguntarse qué estoy haciendo acá? Y comienza a brotar en él un deseo. Un
deseo que será luego voluntad eficaz. Al ver que nadie le da de comer ni siquiera las bellotas de los
chanchos él comienza a pensar: Caramba cuántos siervos de la casa de mi padre están mejor que
yo!.... Y entonces surge de él el acto de la voluntad: "Me levantaré e iré a mi Padre". Me levantaré,
porque estaba tirado, estaba postrado. Necesita levantarse y retornar al padre. El padre lo estaba
esperando con sus brazos abiertos. Eso es lo que le acaece al pecador cuando vuelve a Dios. Lo
encuentra que lo está esperando con los brazos abiertos siempre. Siempre Dios lo está esperando,
más aún, es el mismo Dios que ha sembrado en él las ganas de convertirse, las ganas de retornar a
El. Siempre Dios está con los brazos abiertos, jamás los cierra. Más aún, ha querido mantenerlos
abierto de alguna manera aún simbólica cuando a su Hijo divino encarnado permitió que muriera en
la Cruz con las manos clavadas. Esos clavos son los clavos del amor que le impiden a Dios cerrar
los brazos, sino mantenerlos siempre abierto para poder abrazar sobre su corazón al pecador que
retorna.
Y dice el Evangelio que el joven le dice a su padre: "padre pequé contra el cielo y contra ti". Es
decir, el hijo sabe perfectamente que no solamente pecó contra su padre sino, en última instancia,
pecó contra Dios, porque todo pecado es siempre algo teológico, como dijimos, es un pecado contra
Dios. Y es una frase que brota de su humildad: "Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo", ya no
tiene más dignidad el hijo. Nos dice el Evangelio cómo el padre lo restaura totalmente. La
restauración total de este joven. Lo recibe otra vez como de la familia. Quiere el padre olvidar todo.
No pide ni explicaciones ni nada. Solamente hace una gran fiesta para él. Saca del armario los
mejores vestidos. Lo viste con el anillo, con la sandalia, que son los símbolos que entre los judíos
significaba el hombre libre. Porque otra vez este hijo vuelve a ser libre. Una ironía también, el creía
que iba a ser libre sacando todo el dinero de su padre y terminó siendo un esclavo. La verdadera
libertad es estar en la casa del padre. Y entonces, el padre organiza una fiesta, hace matar el mejor
novillo que tiene porque ha vuelto este hijo.
El hijo mayor, nos dice el Evangelio, que se molesta un poquito al ver esto, pero en realidad es un
enojo malo, porque como todos sabemos por experiencia, en una familia uno no se suele alegrar
porque los hermanos estén sanos, de buena salud, se alegra mucho más cuando un hermano
enfermo se cura. Nadie se le ocurre felicitar, ese día, a los que están sanos. Y así en este caso, Dios
Padre, como dice Cristo en el Evangelio, siente más alegría por un pecador que vuelve que por
noventa y nueve que no necesitan de penitencia.
Este es el Evangelio, pues, tan hermoso del hijo pródigo. Todo ese movimiento de abandono al
padre y de retorno al padre. Quisiera acabar leyendo un texto muy denso de San Agustín de su
sermón 96, donde trata sobre el Evangelio del hijo pródigo, un texto un poquito difícil, pero muy
profundo. Y explica todo este proceso del hijo que abandona al padre para meterse dentro de sí, ser
independiente del padre, pero luego acaba vaciando, saliendo de sí hacia abajo, hacia las cosas y
acaba en desastre, cuidando los chanchos. Luego el hijo vuelve en sí para elevarse hacia su padre.
Esto es lo que va a explicar san Agustín en este texto tan notable: "el amor de sí -dice- fue la primera
perdición del hombre. De no haberse amado y de haber antepuesto a su amor el divino, hubiera
querido estar siempre sujeto a dios, y no le habría dado la espalda negándose a la voluntad del señor
por hacer la suya propia. Porque esto es amar así mismo, querer hacer la propia voluntad. Antepone
a la tuya la voluntad de Dios. Aprende a amarte no amándote. Para que sepáis que amarse es un
vicio, dice el apóstol "habrá hombres amantes de sí mismos". Pero quien así mismo se ama )haya
quietud en sí mismo?. El amor de sí comienza por abandonar a dios. Mas entonces el amor de sí se
ve arrojado fuera de sí hacia las cosas amables de afuera. Por eso habiendo el apóstol dicho: "habrá
hombres amantes de sí mismo", añadió enseguida: "amadores del dinero". )no ves como estás ya
fuera de ti? Comenzaste por amarte a ti, quédate pues dentro de ti si puedes. )qué vas a buscar
fuera de ti? )acaso amigo del dinero te hiciste rico por el dinero? Comenzaste amando lo que estaba
dentro de ti, y te perdiste luego a ti. Porque al salir de ti mismo el amor tuyo para irte a las cosas
exteriores empieza a esfumarse con las cosas amadas que también se esfuman y comienzas a
derrochar, por así decir, las propias energías. El hombre que se vuelca hacia fuera se vacía, se
derrama, se empobrece apacentando cerdos. Algunas veces asqueados de apacentar cerdos vuelve
así y dice: "(cuántos mercenarios de mi padre comen pan y yo me muero de hambre!". Pero cuando
tal se expresa el hijo pródigo a quién se le antojó entrar en posesión de lo que su padre le tenía bien
guardado para gastarlo a su arbitrio y lo derrochó entre prostitutas y cayó en la miseria, )qué dice de
él la escritura? "Y vuelto así". Se volvió así, luego había salido de sí, y como al salir de sí había
caído de sí, vuelve primero así para retornar hacia el padre de quién había caído al caer de sí. Y
porque al caer de sí se quedó en sí, así al volver así, no debe quedar en sí para no volver a salir de
sí. Vuelto así mismo para no permanecer en sí mismo )qué dijo? "Me levantaré e iré a mi padre". Es
de aquí de donde había caído al caer de sí. Había caído de su padre, había caído de sí y salió de sí a
las cosas de afuera. Vuelve así y se va a su padre para guardarse con plena seguridad. Si pues
había salido de sí niéguese así, volviendo en sí para volver al padre del que también había salido. )
qué significa niéguese así?: No ponga la confianza en sí, siéntase hombre y vuelva los ojos al dicho
del profeta: "maldito el hombre que pone su confianza en el hombre". Retírese de sí mismo mas no
hacia el fondo, hacia abajo. Retírese de sí mismo para adherirse a dios"
Con esta consideración se sierra lo que San Ignacio llama la primera semana de ejercicio. Porque
los ejercicios él lo pensó para un mes. No dividido cronológicamente en cuatro semanas pero sí en
cuatro bloques de temas.
Pues, bien, decíamos que con esta meditación terminamos la primera semana que corresponde a
lo que los autores espirituales llaman la etapa purgativa, es decir, de PURGACIÓN de los propios
pecados en orden a lanzarnos en seguimiento e imitación de Jesucristo hacia la perfección de la
santidad.
TEXTOS ÚTILES PARA LA 1º SEMANA

INTRODUCCIÓN A LA VIDA DEVOTA


SAN FRANCISCO DE SALES
CAPÍTULO IX
MEDITACIÓN 1ª : DE LA CREACIÓN
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES. 1. Considera que sólo hace algunos años que no estabas en el mundo y
que tu ser era una verdadera nada. ¿Dónde estábamos, ¡oh alma mía!, en aquel tiempo? El mundo
era ya de larga duración, y de nosotros todavía no se tenía noticia.
2. Dios te ha hecho salir de esta nada, para hacer de ti lo que eres, sin que te hubiese menester,
únicamente por su bondad.
3. Considera el ser que Dios te ha dado; el primer ser del mundo visible capaz de vivir
eternamente y de unirse perfectamente a la divina Majestad.
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Humíllate profundamente delante de Dios y dile de corazón
con el salmista: «¡Oh Señor!, soy una verdadera nada delante de Ti. Y, ¿ cómo te has acordado de
mí para crearme?» ¡Ah!, alma mía, tú estabas sumida en el abismo de esta antigua nada, y todavía
estarías allí, si Dios no te hubiese sacado de ella; y ¿qué harías en esta nada?
2. Da las gracias a Dios. ¡Oh mi grande y buen Creador, cuánto te debo, pues me has sacado de
la nada, para hacer de mí lo que soy por tu misericordia! ¿Qué podré hacer jamás para bendecir tu
santo Nombre y agradecer tus inmensas bondades?
3. Confúndete. Pero, ¡oh Creador mío!, en lugar de unirme a Ti por el amor y sirviéndote, me he
rebelado con mis desordenadas aficiones y me he separado y alejado de Ti para juntarme con el
pecado, dejando de honrar a tu bondad, como si no fueses mi Creador.
4. Humíllate delante de Dios. «Has de saber, alma mía, que el Señor es tu Dios; Él es quien te ha
hecho» y no tú. ¡Oh Dios mío!, soy obra de tus manos.
5. No quiero, en adelante, complacerme más en mí misma, ya que, por mi parte, nada soy. ¿ De
qué te glorias, ¡oh! polvo y ceniza? 0 mejor dicho, ¿de qué te ensalzas, ¡oh¡ verdadero nada? Para
humillarme, quiero hacer tal o cual cosa, soportar este o aquel desprecio. Deseo cambiar de vida,
seguir, en adelante, a mi Creador, y honrarme con la condición del ser que Él me ha dado,
empleándola toda en obedecer a su voluntad, por los meDios que me serán enseñados, acerca de
los cuales preguntaré a mi padre espiritual.
CONCLUSIÓN. 1. Da gracias a Dios. «Bendice, ¡ oh alma mía!, a tu Dios y que todas mis
entrañas alaben su santo Nombre», porque su bondad me ha sacado de la nada y su misericordia me
ha creado.
2. Hazle ofrenda. ¡Oh Dios mío!, te ofrezco el ser que me has dado, con todo mi corazón; te lo
dedico y te lo consagro.
3. Ruega. ¡Oh Dios mío!, robustéceme en estos afectos y en estas resoluciones; ¡oh Virgen
Santísima!, recomiéndalas a la misericordia de tu Hijo, con todos aquellos por quienes tengo
obligación de rogar, etc.
Padrenuestro, Avemaría.
Al salir de la oración, paseando un poco, haz un pequeño ramillete con las consideraciones que
hubieres hecho, para olerlo durante todo el día.

CAPÍTULO X
MEDITACIÓN 2ª : DEL FIN PARA EL CUAL HEMOS SIDO CREADOS
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES. 1. Dios no te ha puesto en el mundo porque necesite de ti, pues le eres
bien inútil, sino únicamente para ejercitar en ti su bondad, dándote su gracia y su gloria. Y, así, te ha
dado la inteligencia para conocerle, la memoria para que te acuerdes de Él, la voluntad para amarle,
la imaginación para representarte sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de sus obras, la
lengua para alabarle, y así de las demás facultades.
2. Habiendo sido creada y puesta en este mundo con este intento, todas las acciones que le sean
contrarias han de ser rechazadas y evitadas, y las que en manera alguna sirvan para este fin, han de
ser despreciadas como vanas y superfluas.
3. Considera la desdicha del mundo, que no piensa en esto, sino que vive como si creyese que no
ha sido creado para otra cosa que para edificar casas, plantar árboles, atesorar riquezas y bromear.
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Confúndete echando en cara a tu alma su miseria, la cual ha
sido hasta ahora tan grande, que ni siquiera ha pensado en todo esto. ¡Ah!, dirás, ¿en qué pensaba,
¡oh Dios mío!, cuando no pensaba en Ti? ¿De qué me acordaba, cuando me olvidaba de Ti? ¿Qué
amaba cuando no te amaba a Ti? ¡Ah! había de alimentarme de la verdad y me hartaba de
vanidades, y era esclava del mundo, siendo así que ha sido hecho para servirme.
2. Detesta la vida pasada. Pensamientos vanos, cavilaciones inútiles, renuncio a vosotros:
recuerdos detestables y frívolos, os detesto-, amistades infieles y desleales, servicios perdidos y
miserables, correspondencias ingratas, enfadosas complacencias, os desecho.
3. Conviértete a Dios. Tú, Dios mío y Salvador mío, serás, en adelante, el único objeto de mis
pensamientos; jamás aplicaré mi atención a pensamientos que te sean desagradables: mi memoria,
durante todos los días de mi existencia, estará llena de la grandeza de tu bondad, tan dulcemente
ejercida en mi vida; Tú serás las delicias de mi corazón y la suavidad de mis afectos.; ¡Ah, sí! ;
aborreceré para siempre tales y tales bagatelas y diversiones a las cuales me entregaba, y a los
ejercicios vanos, en los cuales empleaba mis días, y a tales afectos, que cautivaban mi corazón, y,
para lograrlo, emplearé tales y tales remeDios.
CONCLUSIÓN. 1. Da gracias a Dios que te ha creado para un fin tan excelente. Tú, Señor, me
has hecho para Ti, para que goce eternamente de la inmensidad de tu gloria: ¿Cuándo llegaré a ser
digna de ello y cuándo te bendeciré como es debido?
2. Ofrecimiento. Te ofrezco, ¡oh mi amado Creador!, todos estos mismos afectos y resoluciones,
con toda mi alma y con todo mi corazón.
3. Pide. Te ruego, ¡oh Dios mío!, que te sean agradables mis anhelos y mis propósitos, y que
concedas tu santa bendición a mi alma, para que pueda cumplirlos, por los méritos de la sangre de tu
Hijo, derramada en la Cruz, etc.
Padrenuestro, etc.
Haz el ramillete de devoción.

CAPÍTULO XI
MEDITACIÓN 3ª : DE LOS BENEFICIOS DE DIOS
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES. 1. Considera las gracias corporales que Dios te ha concedido: este cuerpo,
estas facilidades para sustentarlo, esta salud, estas satisfacciones lícitas, estos amigos, estos
auxilios. Mas considera esto, comparándote con tantas otras personas que valen más que tú, las
cuales se ven privadas de estos beneficios: unas son contrahechas, otras mutiladas, otras caree-en
de salud; otras son objeto de oprobios, de desprecios y de deshonra; otras están abatidas por la
pobreza; y Dios no ha querido que tú fueses tan desgraciada.
2. Considera los dones del espíritu: cuantas personas hay, en el mundo, imbéciles, furiosas,
insensatas; ¿y por qué no eres tú una de tantas? Porque Dios te ha favorecido. ¡Cuántos han sido
criados groseramente y' en la mayor ignorancia, y la Providencia divina ha hecho que tú fueses
educada con urbanidad y con decoro!
3. Considera las gracias espirituales: ¡Oh Filotea!, tú eres hija de la Iglesia; Dios te ha enseñado a
conocerle, desde tu juventud. ¿Cuántas veces te ha dado sus sacramentos? ¿Cuántas veces te ha
ayudado, con inspiraciones, luces interiores y reprensiones, para tu enmienda? ¿Cuántas veces te ha
perdonado tus faltas?
¿Cuántas veces te ha librado de las ocasiones de perderte, a que te habías expuesto? Y estos
años pasados ¿no te han ofrecido una oportunidad y una facilidad para avanzar en el bien de tu
alma? Examina en sus pormenores, cuán suave y generoso ha sido Dios contigo.
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Admira la bondad de Dios.¡ Oh! ¡qué bueno es Dios para
conmigo! ¡Qué bueno es! y tu Corazón, ¡oh Señor!, ¡cuán rico es en misericordia y cuán generoso en
bondad! Cantemos eternamente, ¡oh alma!, la multitud de mercedes que nos ha otorgado.
2. Admira tu ingratitud. Mas, ¿quién soy yo, ¡oh Señor!, para que hayas pensado en mí? ¡Oh,
cuán grande es mi indignidad! ¡Ah! yo he pisoteado tus beneficios, he deshonrado tus gracias,
convirtiéndolas en objeto de abuso y de menosprecio de tu soberana bondad; he opuesto el abismo
de mi ingratitud al abismo de tu gracia y de tu favor.
3. Excítate a agrade cimiento. Arriba, pues ¡oh corazón mío! ; no quieras ser infiel, ingrato y
desleal con este gran bienhechor. Y ¿cómo mi alma no estará, de hoy en adelante, sometida a Dios,
que ha obrado, en mí y para mí, tantas gracias y tantas maravillas?
4. ¡ Ah, por lo tanto, oh Filotea!, aparta tu corazón de tales y tales placeres; procura tenerlo sujeto
al servicio de Dios, que tanto ha hecho por ti; dedica tu alma a conocerle y reconocerle más y más,
practicando los ejercicios que para ello se requieren, y emplea cuidadosamente los auxilios que, para
salvarte y amar a Dios, posee la Iglesia. Sí, frecuentaré la oración, los sacramentos; escucharé la
divina palabra y pondré en práctica las inspiraciones y los consejos.
CONCLUSIÓN. 1. Da gracias a Dios por el conocimiento que te ha dado de tus deberes y por
todos los beneficios que hasta ahora has recibido.
2. Ofrécele tu corazón con todas tus resoluciones.
3. Pídele que te dé fuerzas, para practicarlas fielmente, por los méritos de la muerte de su Hijo:
implora la intercesión de la Virgen y de los santos.

CAPÍTULO XII
MEDITACIÓN 4ª: DE LOS PECADOS
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios. - Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES. 1. Piensa en el tiempo que hace comenzaste a pecar y mira como, desde
entonces, has ido multiplicando los pecados en tu corazón, y como, todos los días, has añadido otros
nuevos contra Dios, contra ti mismo, contra el prójimo, de obra, de palabra, de deseo, de
pensamiento.
2. Considera tus malas inclinaciones y las muchas veces que has ido en pos de ellas. Estos dos
puntos te enseñarán que el número de tus culpas es mayor que el de los cabellos de tu cabeza, tan
grande como el de las arenas del mar.
3. Considera aparte el pecado de ingratitud para con Dios, pecado general que abarca todos los
demás y los hace infinitamente más enormes.
Mira cuántos beneficios te ha hecho Dios y cómo has abusado de todos ellos contra el Dador;
singularmente, cuántas inspiraciones despreciadas, cuántas mociones saludables inutilizadas. Y más
aún, ¿cuántas veces has recibido los sacramentos y con qué fruto? ¿Qué se han hecho las preciosas
joyas con que tu amado esposo te había adornado? Todo ha quedado sepultado bajo tus iniquidades.
¿Con qué preparación los has recibido? Piensa en esta ingratitud, a saber, que, habiendo corrido
tanto Dios en pos de ti para salvarte, siempre has huido tú de Él para perderte.
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Confúndete en tu miseria. ¡Oh Dios mío!, ¿cómo me atrevo a
comparecer ante tus ojos? ¡Ah!, yo no soy más que una apostema del mundo y un albañal. de
ingratitud y de iniquidad. ¿Es posible que haya sido tan desleal, que no haya dejado de viciar, violar
y manchar uno solo de mis sentidos, una sola de las potencias de mi alma, y que, ni un solo día de
mi vida haya transcurrido sin producir tan malos efectos? ¿Es de esta manera como había de
corresponder a los beneficios de mi Creador y a la sangre de mi Redentor?
2. Pide perdón y arrójate a los pies del Señor, como un hijo pródigo, como una Magdalena, como
una esposa que ha profanado el tálamo nupcial con toda clase de adulterios. ¡Oh Señor!,
misericordia para esta pobre pecadora. ¡Ay de mí! ¡Oh fuente viva de compasión, ten piedad de esta
miserable!
S. Propón vivir mejor. ¡Oh Señor! jamás, mediante tu gracia, me entregaré al pecado. ¡Ay de mí!,
demasiado lo he querido. Lo detesto y me abrazo a Ti, ¡Oh Padre de misericordia!; quiero vivir y
morir en Ti.
4. Para borrar los pecados pasados, me acusaré de ellos valerosamente y no dejaré de confesar
uno solo.
5. Haré todo cuanto pueda, para arrancar enteramente las malas raíces de mi corazón,
particularmente tales y tales, que son especialmente enojosas.
6. Y para lograrlo, echaré mano de los meDios que me aconsejen, y jamás creeré haber hecho lo
bastante para reparar tan grandes faltas.
CONCLUSIÓN. 1. Da gracias a Dios, que te ha esperado hasta la hora presente y te ha
comunicado tan buenos afectos.
2. Ofrécele tu corazón, para llevarlos a la práctica.
3. Pide que te robustezca, etc.
CAPÍTULO XIII
MEDITACIÓN 5ª: DE LA MUERTE
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Pídele su gracia.
3. Imagínate que estás gravemente enferma, en el lecho de muerte, sin ninguna esperanza de
escapar de ella.
CONSIDERACIONES. 1. Considera la incertidumbre del día de tu muerte. ¡Oh alma mía!, un día
saldrás de este cuerpo. ¿ Cuándo será? ¿ Será en invierno o en verano? ¿En la ciudad o en el
campo? ¿De día o de noche? ¿De repente o advirtiéndolo? ¿ De enfermedad o de accidente? ¿Con
tiempo para confesarte o no? ¿Serás asistida por tu confesor o padre espiritual? ¡Ah! de todo esto no
sabemos absolutamente nada; únicamente es cierto que moriremos y siempre mucho antes de lo
que creemos.
2. Considera que entonces el mundo se acabará para ti; para ti ya habrá dejado de existir, se
trastornará de arriba abajo delante de tus ojos. Sí, porque entonces los placeres, las vanidades, los
goces mundanos, los vanos afectos nos parecerán fantasmas y niebla. ¡Ah desdicha da!, ¿por qué
bagatelas y quimeras he ofendido a mi Dios? Entonces verás que hemos dejado a Dios por la nada.
Al contrario, la devoción y las buenas obras te parecerán entonces deseables y dulces. Y, ¿por qué
no he seguido por este tan bello y agradable camino? Entonces los pecados, que parecían tan
pequeños, parecerán grandes montañas, y tu devoción muy exigua.
3. Considera las angustiosas despedidas con que tu alma abandonará a este feliz mundo: dirá
adiós a las riquezas, a las vanidades y a las vanas compañías, a los placeres, a los pasatiempos, a
los amigos y a los vecinos, a los padres, a los hijos, al marido, a la mujer, en una palabra, a todas las
criaturas; y, finalmente, a su cuerpo, al que dejará pálido, desfigurado, descompuesto, repugnante y
mal oliente.
4. Considera con qué prisas sacarán fuera el cuerpo y lo sepultarán, y que, una vez hecho esto, el
mundo ya no pensará más en ti, ni se acordará más, como tú tampoco has pensado mucho en los
otros. Dios le dé el descanso eterno, dirán, y aquí se acabará todo. ¡Oh muerte, cuán digna eres de
meditación; cuán implacable eres ¡
5. Considera que, al salir del cuerpo, el alma emprende su camino, hacia la derecha o hacia la
izquierda. ¡Ah! ¿Hacia dónde irá la tuya? ¿Qué camino emprenderá? No otro que el que haya
comenzado a seguir en este mundo.
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Ruega a Dios y arrójate en sus brazos. ¡Ah, Señor!, recíbeme
bajo tu protección, en aquel día espantoso; haz que esta hora sea para mí dichosa y favorable, y que
todas las demás de mi vida sean tristes y estén llenas de aflicción.
2. Desprecia al mundo. Puesto que no sé la hora en que tendré que dejarte, joh mundo!, no quiero
aficionarme a ti. ¡Oh mis queridos amigos!, mis queridos compañeros, permitidme que sólo os ame
con una amistad santa que pueda durar eternamente. Porque ¿a qué vendría unirme con vosotros
con lazos que se han de dejar y romper?
3. Quiero Prepararme para esta hora y tomar las necesarias precauciones para dar felizmente
este paso; quiero asegurar el estado de mi conciencia, haciendo todo lo que esté a mi alcance, y
quiero poner remedio a éstos y a aquellos defectos.
CONCLUSIÓN. Da gracias a Dios por estos propósitos que te ha inspirado; ofrécelos a su divina
Majestad; pídele de nuevo que te conceda una muerte feliz, por los méritos de la muerte de su Hijo.
Padrenuestro, etc.
Haz un ramillete de mirra.

CAPÍTULO XIV
MEDITACIÓN 6ª: DEL JUICIO
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios. - 2. Pídele que te ilumine.
CONSIDERACIONES. 1. Finalmente, después de transcurrido el tiempo señalado por Dios a la
duración del mundo y después de una serie de señales y presagios horribles, que harán temblar a los
hombres de espanto y de terror, el fuego, que caerá como un diluvio, abrasará y reducirá a cenizas
toda la faz de la tierra, sin que ninguna de las cosas que vernos sobre ella llegue a escapar.
2. Después de este diluvio de llamas y rayos, todos los hombres saldrán del seno de la tierra,
excepción hecha de los que ya hubieren resucitado, y, a la voz de¡ Arcángel, comparecerán en el
valle de Josafat. ¡Mas, ay, con qué diferencia! Porque los unos estarán allí con sus cuerpos gloriosos
y resplandecientes y los otros con los cuerpos feos y espantosos.
3. Considera la majestad, con la cual el soberano Juez aparecerá, rodeado de todos los ángeles y
santos, teniendo delante su cruz, más reluciente que el sol, enseña de gracia para los buenos y de
rigor para los malos.
4. Este soberano Juez, por terrible mandato suyo, que será enseguida ejecutado, separará a los
buenos de los malos, poniendo a los unos a su derecha y a los otros a su izquierda; separación
eterna, después de la cual los dos bandos no se encontrarán jamás.
5. Hecha la separación y abiertos los libros de las conciencias, quedará puesta de manifiesto, con
toda claridad, la malicia de los malos y el desprecio de que habrán hecho objeto a Dios; y, por otra
parte, la penitencia de los buenos y los efectos de la gracia de Dios que, en vida, habrán recibido y
nada quedará oculto. ¡ Oh Dios, qué confusión para los unos y qué consuelo para los otros!
6. Considera la última sentencia de los malos. «Id malditos al fuego eterno, preparado para el
diablo y sus compañeros». Pondera estas palabras tan graves. «Id», les dice. Es una palabra de
abandono eterno, con que Dios deja a estos desgraciados y los aleja para siempre de su faz. Les
llama « malditos ». ¡ Oh alma mía, qué maldición! Maldición general, que abarca todos los males;
maldición irrevocable, que comprende todos los tiempos y toda la eternidad. Y añade «al fuego
eterno». Mira, ¡oh corazón mío! esta gran eternidad. ¡Oh eterna eternidad de las penas, qué
espantosa eres!
7. Considera la sentencia contraria de los buenos: «Venid», dice el Juez. ¡Ah!, es la agradable
palabra de salvación, por la que Dios nos atrae hacia sí y nos recibe en el seno de su bondad;
«benditos de mi Padre»: ¡oh hermosa bendición, que encierra todas las bendiciones! «tomad
posesión del reino que tenéis preparado desde la creación del mundo». ¡Oh, Dios mío, qué gracia,
porque este reino jamás tendrá fin!
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Tiembla, ¡oh alma mía!, ante este recuerdo. ¿Quién podrá, ¡oh
Dios mío!, darme seguridad para aquel día, en el cual temblarán de pavor las columnas del
firmamento?
2. Detesta tus pecados, pues sólo ellos pueden perderte en aquel día temible.
3. ¡Ah!, quiero juzgarme a mí mismo ahora, para no ser juzgado después. Quiero examinar mi
conciencia y condenarme, acusarme y corregirme, para que el Juez no me condene e aquel día
terrible: me confesaré y haré caso de los avisos necesarios, etc.
CONCLUSIÓN. 1. Da gracias a Dios, que te ha dado los meDios de asegurarte para aquel día, y
tiempo para hacer penitencia.
2. Ofrécele tu corazón para hacerla.
3. Pídele que te dé su gracia para llevarla a la práctica.
Padrenuestro, etc.
Haz el ramillete espiritual.

CAPÍTULO XV
MEDITACIÓN 7ª : DEL INFIERNO
PREPARACIÓN. 1. Ponte en la presencia de Dios.-2. Humíllate y pídele su auxilio.
3. Imagínate que estás en una ciudad envuelta en tinieblas, abrasada de azufre y pez pestilente,
llena de ciudadanos que no pueden salir de ella.
CONSIDERACIONES. 1. Los condenados están dentro del abismo infernal como en una ciudad
infortunada, en la cual padecen tormentos indecibles, en todos sus sentidos y en todos sus
miembros, pues, por haberlos empleado en pecar, han de padecer en ellos las penas debidas al
pecado: los ojos, en castigo de sus ilícitas y perniciosas miradas, tendrán que soportar la horrible
visión de los demonios y del infierno; los oídos, por haberse complacido en malas conversaciones,
no oirán sino llantos, lamentos de desesperación y así todos los demás sentidos.
2. Además de todos estos tormentos, todavía hay otro mayor, que es la privación y la pérdida de
la gloria de Dios, que jamás podrán contemplar. Si a Absalón, la privación de la amable faz de su
padre le pareció más intolerable que el mismo destierro, ¡oh Dios mío, qué pesar, el verse privado
para siempre de la visión de tu dulce y suave rostro!
3. Considera, sobre todo, la eternidad de las llamas, que, por sí sola hace intolerable el infierno.
¡ Ah!, si un mosquito en la oreja, si el calor de una ligera fiebre es causa de que nos parezca larga y
pesada una noche corta, ¡cuán espantosa será la noche de la eternidad, en medio de tantos
tormentos! De esta eternidad nace la desesperación eterna, las blasfemias y la rabia infinita.
AFECTOS Y RESOLUCIONES. 1. Espanta a tu alma con estas palabras de Job: «Ah, alma mía,
¿podrías vivir eternamente en estos ardores eternos y en este fuego devorador?» ¿Quieres dejar a
Dios para siempre?
2. Confiesa que los has merecido y ¡cuántas veces! Pero, de ahora en adelante, quiero andar por
la senda contraria; ¿ por qué he de descender a este abismo?
3. Haré, pues, estos y aquellos esfuerzos para evitar el pecado, que es la única cosa que puedo
darme la muerte eterna.
Da gracias, ofrece, ruega.
21 SEMANA
9º) REY TEMPORAL Y REY ETERNO.

San Ignacio abre la segunda semana de ejercicios, muy importante, con una meditación que es
realmente fundamental y que va a guiar todo el resto de los ejercicios: la meditación del llamado del
Rey Eterno.
Vamos a leer el texto Ignaciano y luego haremos los comentarios adecuados.
El primer preámbulo dice: "El primer preámbulo es composición viendo el lugar, será aquí ver con
la vista imaginativa sinagogas, villas y castillos por donde Christo nuestro Señor predicaba".
Composición pues, imaginarlo a Cristo recorriendo Palestina y predicando y llamando.
"El segundo demandar la gracia que quiero: será aquí pedir gracia a nuestro Señor, para que no
sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su sanctíssima voluntad".
PRIMER PUNTO: "El primer puncto -dice- es poner delante de mí un rey humano, elegido de
mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedescen todos los príncipes y todos
hombres christianos".
SEGUNDO PUNTO: "El segundo punto es mirar cómo este rey habla a todos los suyos, diciendo:
Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiera venir conmigo ha de
ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el
día y vigilar en la noche, etcétera; porque así después tenga parte conmigo en la victoria como la ha
tenido en los trabajos".
TERCER PUNTO: "El tercero, considerar qué deben responder los buenos súbditos a rey tan
liberal y tan humano: y, por consiguiente, si alguno no acceptase la petición de tal rey, quánto sería
digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero".
Pone pues, este ejemplo San Ignacio, un rey que llama a la conquista del mundo y que invita a
todos y realmente si uno no acepta seguirlo en estas condiciones de acompañarlo en las trincheras,
en la vanguardia, para luego en el botín de la victoria, sería un felón, un caballero felón.
Dice San Ignacio, en la segunda parte: "La segunda parte de este exercicio consiste en aplicar el
sobredicho exemplo del rey temporal a Cristo nuestro Señor, conforme a los tres punctos dichos".
PRIMERO: "En cuanto al primer puncto, si tal vocación consideramos del rey temporal a sus
súbditos, quánto es cosa más digna de consideración ver a Christo nuestro Señor, rey eterno, y
delante dél todo el universo mundo, al qual y cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de
conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien
quisiera venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en
la gloria".
SEGUNDO: "Considerar que todos los que tuvieren juicio y razón, offrescerán todas sus personas
al trabajo".
TERCERO: "El tercero los que más se querrán affectar y señalar en todo servicio de su rey
etterno y señor universal, no solamente offrescerán sus personal al trabajo, mas aun haciendo contra
su propria sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y
mayor momento, diciendo:" ...y prosigue con el coloquio final.
Vamos a comentar un poquito esta parábola que pone San Ignacio. Este llamado del rey temporal
sirve pues, para compararlo con Cristo. San Ignacio era caballero, estaba acostumbrado a esos
llamados de la época de Las Cruzadas, de la edad media, que en España todavía no había muerto, y
lo va pues, a elegir de ejemplo para compararlo con Cristo.
Cristo Rey, pues, ahora nos llama. Y Cristo es Rey, revestido de una excelencia muy particular.
Cristo es Rey total, digamos así, porque reúne en sí los tres poderes propios de un rey: el poder
legislativo, el ejecutivo y el judicial. El legislativo ante todo, porque Cristo es el legislador del género
humano. El ha venido a traer la Ley Nueva. El es el que ha dicho "Guardad mis mandamientos". Tal
es la excelencia de este poder legislativo que perfecciona la ley antigua que, sin embargo era divina,
y por tanto se muestra como Dios. Tiene también Cristo el poder ejecutivo porque hace cumplir los
decretos. Y porque al final va a juzgar al mundo tiene el poder judicial. El es el que va a separar al fin
de los tiempos a los buenos de los malos. Es decir, reúne Cristo Rey en sí el triple poder: legislativo,
ejecutivo y judicial. Es rey en el sentido pleno de la palabra.
Y es Rey también de los individuos y de las sociedades. Ante todo de los individuos, Él que dijo
"Mi Reino está dentro de vosotros". El quiere posesionarse del corazón de todos los hombres, de
cada uno de los hombres. Pero también es Rey de las sociedades; Rey de las familias; Rey de las
patrias; Rey del mundo; Rey de la cultura, de la economía, de todo el quehacer humano. La realeza
de Cristo es pues, universal y social.
Esta universalidad de la realeza de Cristo es algo que corresponde a un derecho, pero no
desgraciadamente a un hecho. Porque en realidad Cristo no reina sobre todos y en todas partes.
Cristo es desconocido. Cristo es atacado por muchos. Lo es por los demonios, pero también por los
hombres malos, engañados por el demonio. De ahí que esta realeza de Cristo es una realeza
militante que pide una acción ofensiva y defensiva. Acción defensiva para proteger la fe de los suyos
y ofensiva para ganar también a sus enemigos a la causa. Ahora bien, conformar la realidad con el
derecho no es una empresa digna de recibir la adhesión de todo cristiano bien nacido, de todo
cristiano militante. Pues bien a éstos los llama Cristo. Cristo nos llama precisamente a que lo
acompañemos a esta gran empresa. Y por eso, dice San Ignacio, en la petición, que no debemos ser
sordos al llamado divino, sino tener la prontitud para seguirlo como corresponde. Este llamado lo
hace Cristo que es el centro de toda la historia. Todo el mundo fue hecho por El y para El. Todo lo
que era ante de Cristo preparaba su vanidad; todo lo que viene después de Cristo prolonga, de
alguna manera, su venida. Cristo viene pues a este mundo no como un usurpador. Viene a tomar
parte de la herencia que le corresponde. Todo esto es suyo pero quiere ganar la adhesión de los
hombres.
Pues bien, para esto nos invita Cristo. Nos invita a que lo acompañemos. Es el llamamiento que
nos hace a la más hermosa de las causas. Tal que ninguna otra merece recibir la adhesión de un
corazón generoso, de un pensamiento lúcido, de una voluntad decidida. Hay, ante todo, un
compromiso. Se trata de comprometerse a reconocer a Cristo por Nuestro Rey. A El, el Hijo Eterno
del Padre; a El, el Verbo de Dios hecho carne. Nos comprometemos a una persona. No nos
comprometemos a una idea abstracta. No nos comprometemos a una ideología. Nos adherimos a
una persona viva y real, al Verbo Encarnado. Al Hombre-Dios.
Y )Cuál es programa de este llamado?. Nos llama Cristo al programa mismo de la Redención. A
ganar todo el mundo para Dios. Mi voluntad, nos dijo San Ignacio (puso estas palabras en boca del
Señor), es conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre.
Nos invita pues, a la conquista del mundo, de este mundo que fue hecho para Cristo. Nos invita a
un combate costoso, a trabajar conmigo, penoso, para que "siguiéndome en la pena también me siga
en la gloria". Porque este combate a la postre es un combate glorioso. Se trata de un combate contra
nuestras propias pasiones, pero también contra un adversario con mayúscula: el Demonio. Bajo el
cual está puesto el mundo, el mundo en el sentido malo: el espíritu del mundo.
Nos llama Cristo pues, a una lucha terrible, a una lucha contra Satanás. Contra sus cómplices en
este mundo. Sus cómplices que aún pueden estar dentro de nosotros mismos que tenemos como
quintas columnas del Demonio.
La empresa es noble y trascendente. La lucha es terrible pero magnífica, digna de almas nobles:
llevar a todos a la gloria del Padre.
Pero Cristo nos habla de una asociación. No se trata de un pequeño combate que hacemos
nosotros desde nuestra pequeñez. Se trata de realizar una asociación divino-humana. Nos unimos a
Cristo, a Cristo que nos dice "venid conmigo los que queréis acompañarme". Si fuéramos solos sería
cosa de temer pero con Cristo todo cambia. El no se juega en la retaguardia mirando a su
vanguardia luchar y recibir las heridas, sino que El estuvo primero en la trinchera de la Cruz. El
conmigo. Trabajar con El. El nos va a dar consuelo y aliento a nuestra divinidad. Ninguna asociación
tan íntima, ninguna asociación tan fuerte, ninguna asociación tan gloriosa, porque se consumará en
el cielo.
Pues bien, a este llamado de Cristo debe responder nuestra respuesta generosa. San Ignacio la
propone, al terminar esta meditación, en el coloquio de estos ejercicios. Dice así: (tercer punto) "Los
que más se quieran affectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal, no
solamente offrescerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propria sensualidad y
contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo:
Eterno Señor de todas las cosas yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda, delante vuestra
infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa y de todos los sanctos y sanctas de la corte
celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor
servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual
como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en la vida y estado". )A
quién se dirige esta oblación solemne de la meditación del reino? Se dirige a Dios, el Rey Eterno
"Señor supremo, Señor de todas las cosas". )En presencia de quién se hace? En presencia de un
Dios bueno. En presencia de Cristo a quién queremos ofrecernos. En presencia de la Virgen Sma.
por quién nos vienen las gracias; la madre del Rey, la Reina, a la que Cristo corona. En presencia de
toda la corte celestial, delante vuestra madre gloriosa y de todos los santos y santas de la corte
celestial. Y )Quién hace esta ofrenda? La hago yo. La hago yo que soy un salvado del infierno. Un
extraído del mundo del pecado o preservado de él. La hago yo por quien Él derramó su sangre. Me la
aplicó en el Bautismo; me la aplicó en la Eucaristía. La hago yo confiado en su auxilio y en su gracia,
como dice San Ignacio, quiero y deseo y es mi determinación deliberada. Y )cuál es el objeto de esta
oblación delante de toda la corte celestial? Es esta misma voluntad que se propone imitar a Cristo en
soportar injurias; en la práctica de la pobreza. Imitarlo en pasar todas injurias y vituperios y toda
pobreza. Ya no es un penar, digamos así, tacaño y mediocre. Es más que el principio y fundamento
que nos disponíamos para la pobreza o la riqueza; el honor o deshonor. Lo amamos a Cristo y nos
abrazamos con el deshonor como Cristo. Estamos dispuestos a pasar por la burla, por la calumnia.
Y )hasta dónde llega esta oblación? Hasta límite del beneplácito de Dios, de su mayor servicio,
de su mayor gloria. Confiando en vuestra santísima majestad que me elija y reciba en tal estado y
vida.
Pero he aquí que Cristo pasa a través de los montes de Galilea; pasa por las calles de Jerusalén;
pasa por los caminos seculares de la Iglesia y se lo abruma a fuerza de injurias. Injurias de los
políticos que se burlan de sus programas. Injurias de los ateos, de los comunistas que lo consideran
un utópico. Y así Cristo desarmado de injurias y con El nosotros sus fieles estamos dispuestos, le
hemos dicho en la determinación deliberada, imitarlo a pasar injurias.
Pero he aquí que en las injurias se agregan actos brutales. Cristo revestido de la túnica blanca;
Cristo escupido; Cristo abofeteado; Cristo crucificado. Y la Iglesia detrás de Cristo perseguida,
abofeteada y crucificada también. Escondida a veces en las catacumbas. Qué importa yo, seguidor
de Cristo, es mi determinación imitaros en pasar todo vituperio y toda pobreza.
Pues bien, a este llamado de Cristo se sigue nuestra respuesta, que es una respuesta de amor. Y
el amor no tiene razones. El amor se entrega porque ama simplemente.
Entraremos pues, a numerosos riesgos si queremos seguir a Cristo militante, al Cristo Rey.
Numerosos riesgos. Nos exponemos al riesgo de los abandonos. Por seguir a Cristo a veces nos
abandonará toda protección oficial de las autoridades. )Qué me importa?. Soy soldado de Cristo.
Estoy dispuesto a esos abandonos. Nos exponemos al riesgo de los desdenes hasta llegar al
menosprecio. )Qué nos importa? somos soldados de Cristo. Si estamos junto a Cristo debemos estar
dispuesto a la calumnia. Nos disponemos pues a las injurias, a las burlas a las calumnias. La
calumnia es el suelo donde se hunde y se pudre la semilla y de allí brota la espiga. Nos disponemos
a los despojos. A quedar como Cristo, desnudos en la Cruz, sin nadie a su alrededor. )Qué importa?
somos soldados de Cristo. Nos exponemos a las mutilaciones por seguir a Cristo; soy soldado de
Cristo. Nos exponemos, en fin, al riesgo mismo de la muerte. Cristo nos ha dado ese ejemplo: para
llegar a la victoria, para ganar al mundo para la obra apostólica hay que pasar por la muerte. La
Iglesia es mártir. La Iglesia ha nacido del costado abierto de Cristo y la Iglesia nos invita a nosotros
también a la disposición del martirio.
Tal es esta importante, importantísima meditación del llamado del rey temporal, que ayuda a
entender este llamado del Rey Eterno. Y que nos pide a nosotros un clima de generosidad.
Levantarnos del ambiente de pequeñeces que rodean nuestra vida. Liberarnos de ella para entrar en
los grandes caminos del Señor. Se nos invita a la magnanimidad: alma grande, alma a la medida del
corazón de Cristo. Capacidad de renunciar a todo lo que no sea la gran obra, la obra de la conquista
del mundo. Se nos invita a vivir en un clima de altura.
Hagamos pues bien, esta meditación fundamental que sería como el comienzo de la segunda,
tercera y cuarta semana, es decir, del resto de los ejercicios ya que todo el resto de ellos consistirá
en ir acompañando a Cristo en los misterios de su vida para irlos aplicándolo a nosotros y ofrecernos
una vez más para ser una vez más militantes y no vegetantes en la iglesia.
10)º LA ENCARNACIÓN

Hemos hecho nuestra oblación del Reino; le hemos dicho al Señor que queremos caminar con El.
Vamos entonces, a partir de ahora a caminar con el Señor, meditando los pasos de su vida para
saber cómo debemos caminar, cuáles deben ser nuestros pasos, nuestras reacciones, nuestros
criterios.
Esta contemplación, (San Ignacio la llama así, en adelante, contemplaciones, porque hay que
mirar) es sobre la Encarnación del Verbo.
Dice en el librito San Ignacio:
"Primer preámbulo: El primer preámbulo es traer la historia de la cosa que tengo de contemplar;
que es aquí, cómo las tres personas divinas miraban toda la planicie o redondez de todo el mundo
llena de hombres, y cómo viendo que todos descendían al infierno (en el caso de que no hubiera
habido redención), se determina en la su eternidad, que la segunda persona se haga hombre, para
salvar el género humano, y así venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel San Gabriel a
Nuestra Señora". La escena la podemos encontrar en Lc.1,30-38.
"Segundo preámbulo: composición viendo el lugar: aquí será ver la grande capacidad y redondez
del mundo, en la qual están tantas y tan diversas gentes; asimismo después particularmente la casa
y aposentos de Nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea". Es decir, ver el
bajo mundo aquí, toda la tierra: el mundo judío, griego, romano. Toda esa multitud hundida en la
idolatría. Triste la tierra. Pues bien, esta tierra desolada va a ser la patria del Verbo encarnado. Un
ángel descenderá a María para decirle que Dios se había apiadado de esa multitud. O como dice el
libro de la Sabiduría 18: "Un profundo silencio lo envolvía todo y en el preciso momento de la media
noche, tu palabra omnipotente, de los cielos, se lanzó en medio de la tierra".
Composición de lugar pues, mirar como lo hizo Fra Angélico. Pongámonos en un rincón del
aposento de María en Nazareth y contemplemos las dos creaturas escogidas por Dios para cooperar
en la Encarnación.
La petición de esta contemplación es, como toda esta semana segunda, "demandar lo que quiero:
será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más
le ame y le siga". Conocimiento desde adentro, pero no un conocimiento libresco. Interno. Para más
amarle y servirle.
Divide San Ignacio esta contemplación en tres puntos.
1)-En el primero podemos considerar la necesidad que hay en la tierra de la redención.
Gráficamente lo propone San Ignacio. "En esta diversidad de hombres -dice-, unos llorando, otros
riendo, unos blancos otros negros, unos en paz otros en guerra, unos naciendo otros muriendo".
Todos ellos descienden del primer hombre, todos han sido creado para alabar y servir a Dios y hacen
todo al revés, lo ofenden y se condenan.
Qué hubiéramos visto en la tierra si hubiéramos recorrido el mundo el día anterior al diluvio.
tantos crímenes, pecados. Todo el mundo encadenado por el demonio, odios, esclavitudes. Aún en el
Gran Imperio Romano, cuánta degeneración antes de la Redención. E incluso en el mismo pueblo
judío, tanto fariseísmo, tanta deslealtad. Triste es la tierra en vísperas de la Encarnación cubierta con
las iniquidades de los hombres.
2)-Pero pasemos en un segundo punto ahora al cielo. Hagamos un salto, un salto lírico de la tierra
al cielo. Escribe con delicadeza San Ignacio: "ver y considerar las tres personas divinas como en el
su solio real y trono de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas
las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno". Y reflexionar. Así mismo lo
que dicen las Personas Divinas es a saber: "Hagamos redención del género humano". Así mismo lo
que hacen las Personas Divinas, es a saber: "Obrando la santísima encarnación" y después
reflexionar para sacar provecho de cada cosa de éstas.
Quedémonos contemplando la Trinidad. Esta Trinidad que mira al hombre que había salido de sus
manos a imagen del Verbo que luego se encarnaría. Y ahora vería la Trinidad que no había ninguno
que obrase bien. En vez de subir de la tierra el incienso de la alabanza de toda la creación
pontificada por el hombre, subía el bao de la maldición que habría debido provocar el rayo de la
justicia divina. Parecía pues que la creciente maldad del género humano iba a armar el brazo de
Dios. Y no fue así, sino que las Tres divinas Personas se movieron a compasión. Y decretaron la
Encarnación. Y así como al principio dijo la Trinidad: "Hagamos al hombre a imagen y semejanza
nuestra", ahora dice: hagamos redención del hombre. Y ya sueñan con la Virgen Santísima que será
la madre del Verbo encarnado. Y ya ese Hijo mira esa madre futura desde toda la Eternidad. Y por
eso: "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia". De ahí que cante la liturgia: "Oh feliz culpa
que nos mereció tal Redentor". Y San Pablo: "Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito".
3)-Vayamos en tercer lugar a la casita de Nazareth donde se cumple este decreto de la Trinidad.
Ahí la tenemos a Nuestra Señora escuchemos el primer Avemaría de la historia. Este diálogo fresco
entre el ángel y Nuestra Señora. El ángel saluda a María Santísima y le dice dos frases magníficas.
La primera de ellas señala la grandeza de la perfección personal de María: "Llena de gracia". Es
decir, ella no conoce, ni siquiera la sombra del pecado. Desde el primer instante, sin disminución, sin
laguna, en plenitud de gracia y una gracia en crecimiento continuo. Es nada que mancille, nada
maculante ha llegado hacia ella. Ella es el espejo sin mancha de la majestad Divina y la imagen de
su bondad: Llena de gracia. Así mismo le dice: "El señor es contigo" señalando la grandeza de la
función divina de María Santísima. El Señor está con ella, no como está con los ángeles, o con
cualquier hombre, sino que está con ella en una relación muy especial: como Madre, la hace su
propia Madre, el Verbo. Llena de gracia, por eso el Señor es contigo. Porque está llena de gracia por
eso ha merecido que el Señor esté contigo. En medio de este mundo corrompido el Señor ha
encontrado su primer Sagrario. La Virgen solamente le ofreció su humildad, el vacío interior; esa
humildad que produjo e vértigo, digamos, de Dios que se asomó a la tierra y vio la humildad de
Nuestra Señora y por eso se anidó en su seno.
"Un don absoluto, como dice Tibón, solo puede caer en manos vacías".
La Virgen Santísima, al escuchar estas maravillas, la Virgen que se siente "Llena de gracia", que
se sabe que "El Señor está contigo", y que va a ser como le dirá luego Isabel "bendita entre todas las
mujeres", esta tercera frase que constituye el Avemaría y que señala la grandeza de la función
humana de María, que será realmente la dispensadora de todas las gracias. Ella al ver todas esas
maravillas preguntó: "Cómo puede ser esto pues yo no conozco varón". Qué frase la de ella. Ella no
quería esperar la plenitud del lado humano y por eso el ángel la tranquiliza y le dice: "El Espíritu
Santo será que el que descenderá sobre Ti". Y así como en el Génesis leemos que el Espíritu Santo
reposando sobre las aguas primitivas suscitó la primera creación así ese mismo Espíritu reposa
ahora sobre el seno de María y de su seno va a arrancar la segunda creación. Y en este momento,
cuando María Santísima, que no conoce varón y que solo espera su fecundidad de Dios, comprende
todo y pronuncia su "fiat": "Hágase en mí según tu palabra". "Fiat", nos trae el recuerdo del Génesis
cuando Dios dijo: "Fiat": "Hágase la luz, y la luz se hizo". Ahora María Santísima dice "Fiat": hágase,
hágase la nueva Luz, hágase la encarnación de aquel que es la Luz del mundo. Y se hizo, se realizó
esta segunda creación. "He aquí la esclava del Señor". Se declara la esclava, se declara dispuesta a
cumplir la palabra de Dios, a llevarla hasta el extremo. Y en este momento "El Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros". O como canta la litúrgica: "El pecho purísimo de María Santísima se convirtió
en el Templo del Dios vivo".
Terminemos esta contemplación tan linda, como dice San Ignacio, "con un coloquio pensando lo
que debo hablar a las tres Personas divinas o al Verbo Eterno encarnado o a su Madre y Señora
Nuestra pidiendo según que en sí sintiese, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí
nuevamente encarnado (es decir, encarnada otra vez de la meditación), diciendo un Pater noster".
11º) LA NAVIDAD

La segunda contemplación es del nacimiento de Jesús.


El primer preámbulo: La historia o el primer preámbulo que es la historia, lo podemos tomar de
Lc.2,1-10. Este relato, esta historia, que llenó de tanta inspiración de tanta devoción a los santos, a
los místico.
El segundo preámbulo: o composición de lugar -dice San Ignacio- "será aquí ver con la vista de la
imaginativa el camino desde Nazaret a Bethlém, considerando la longura, la anchura, y si llano o si
por valles o cuestas sea el tal camino; asimismo mirando el lugar o espelunca (cueva) del
nacimiento, quán grande, quán pequeño, quán baxo, quán alto, y cómo estaba aparejado". Lo
podemos ver en un cuadro tan hermoso del Giotto que ha representado esa cueva para que nuestra
imaginación trabaje sobre ella.
El tercer preámbulo: la petición. Será la misma que la anterior contemplación, es decir,
conocimiento INTERNO de este Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más lo ame y lo
siga. Conocimiento, pues, INTERNO. No nos debemos contentar con conocer a Cristo a través de los
libros, de los escritos, sino conocimiento por osmosis, por contagio, por estar con El. Por tratarlo a El.
Consideremos, en primer lugar el camino que va desde Nazareth hasta Belén. La Sma. Virgen y
San José se ponen en camino porque hay una orden del emperador Augusto, que había logrado ya la
paz del mundo, la "Pax Augusta" se llamaba, y entonces quería hacer un censo de todos los súbditos
de su Imperio. Y fue por eso que, María y José fueron hasta Belén. Largo caminar, de largos días.
Caminata muy pesada, en un barrito iría la Sma. Virgen seguramente. Unas treinta leguas separaba
Nazareth de Belén. Y allí Cristo, en el seno de su madre de algún modo iba recorriendo todos los
lugares que eran figura de él mismo, por ejemplo la escala de Jacob lugar por donde bajaban los
ángeles y subían a lo alto era como un símbolo de Cristo que por él bajará la salvación y por el
subirá la súplica de toda la humanidad. Y así llegan al mesón. Y se nos dice que no había lugar para
ellos. No había lugar para el Hijo de Dios. Debemos ponderar ya esto. Aquí ya Cristo, ese Cristo que
nos llamó a seguirlo, en la pobreza, en la humildad, en el abandono, ya se nos empieza a mostrar.
Hay lugar para todos pero no para el Verbo Encarnado. Hay lugar para todos los hombres pero no
para Dios que se mete en la historia.
Y entonces lo tenemos a Cristo yendo de un lugar para otro. El Inmenso no cabe, no cabe en esa
posada. Fue así como Jesús se dirige con María y San José a la gruta de Belén.
El segundo punto, el segundo tema que podemos considerar es el nacimiento mismo. Con qué
sencillez nos lo cuenta el evangelista. Allí dice, estando en la cueva, su madre lo dio a luz y lo
envolvió en pañales.
Podemos ahora también ver esta imagen del nacimiento donde se nos muestra esta escena tan
grandiosa, donde se comienza toda la historia de la humanidad. Como el sol pasa por un cristal sin
romperlo ni mancharlo así Jesús salió del claustro virginal donde había permanecido nueve meses.
Su madre, sin duda, admirada, lo recibiría en sus brazos, lo abrazaría.... Lo envolvió en pañales y lo
recostó en un pesebre. (Qué sencillez para relatar lo que sería el comienzo de los siglos!. Si hoy
estamos en 199.. es porque hace 199...años que María reclinó a su hijo en el pesebre. Así son las
obras de Dios. Trastornan nuestros cálculos y nuestros modos de pensar.
Y envolvió al niño en pañales. El niño se dejaba manejar, envolver. Del todo inepto para valerse
de sí mismo necesitando de manos ajenas. (Qué misterio de humildad!. Un Dios hecho niño. La
Omnipotencia reducida a la impotencia. Un establo es el palacio del Hijo de David. Y el Rey de las
naciones. Realmente era el Emmanuel: Dios con nosotros. El pontífice que había consumado la boda
entre la naturaleza divina y la naturaleza humana en el seno de María y que ahora salía a la luz del
mundo para ejercer su pontificado, para ser puente entre Dios y los hombres pero, en la humildad.
Contemplemos esta cueva, sin apuros, serenamente. La lección que de ella se desprende es la
pobreza en el pesebre. Pobreza y felicidad se alían. Cristo dirá después "Bienaventurados los pobres
de espíritu. Pero él comenzaría practicando la pobreza, esa pobreza que es voluntaria. El podía
haber nacido en la opulencia. El quiso, el eligió nacer así en la pobreza. La pobreza del Dios niño nos
está diciendo que los hombres que tanto buscan y tanto admiran no valen tanto como los hombres
piensan.
Siendo rico -dirá San Pablo- se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
Y estalla el himno de los ángeles. En el tercer punto podemos considerar a los Ángeles en el cielo
cantando el himno: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad".
Es el primer premio de la humildad. Es el primer contraste entre la humillación de Cristo y la
glorificación de Dios. Cristo se humilla y Dios lo glorifica. Los Ángeles cantan la gloria de Dios. Canto
espléndido este que siempre cantamos en la Misa, el gloria, y que señala esos dos aspectos: ante
todo gloria a Dios, porque Jesús vino al mundo precisamente para eso sobretodo, para devolverle a
Dios la gloria que los hombres le habían quitado. Los Ángeles nos enseñan que toda la obra de la
Encarnación es una glorificación de Dios por excelencia.
Eso que veíamos que el hombre ha estado hecho para alabar, hacer reverencia y glorificar a Dios;
Dios se va a ser hombre y va a glorificar a Dios desde la tierra. Y luego dicen los Ángeles, "paz a los
hombres de buena voluntad" porque Cristo viene a traer la paz. El es el pontífice, el que hace
puente, el que instaura la paz entre Dios y el hombre que estaban divorciados. El que viene a traer la
tranquilidad en el orden que es la paz. Orden en el interior de las persona; orden en las sociedades.
Gloria y paz. La gloria es lo que sube de la tierra al cielo. Cristo vino a este mundo para dar gloria
a Dios, es lo primordial. La paz es lo que baja del cielo a la tierra, es la santificación del hombre.
Cristo vino a la tierra para traer la vida y darla en abundancia. Gloria y paz. El es el puente. En él se
juntan este doble movimiento, el que va de arriba a bajo, santificando a los hombres y el que va de
abajo hacia arriba, glorificando a Dios. También nosotros estamos llamados a continuar esta doble
actividad del Verbo Encarnado. Glorificar a Dios y colaborar también por el apostolado en la
santificación de los hombres.
Se nos habla también en el relato de los pastores de Belén. Podemos ver ahora en la imagen, la
Sma. Virgen con el niño y un pastor a su costado que está contemplando la escena. Los pastores son
objeto de una predilección por parte de aquel que se presentará un día como el Buen Pastor. Y por
eso los primeros que llama son los pastores, los humildes y pequeños. Ellos vienen de la tierra, de su
soledad apacible, favorable para la inteligencia de las cosas de Dios. Si los Ángeles hubieran
anunciado la venida del Salvador en Roma, donde resonaba el ruido y la política, si hubieran cantado
el himno en Alejandría donde se agitaban los hombres de negocios, o en Atenas dominada por los
sofistas, probablemente no se los hubiera escuchado. En cambio estos pobres, estos pastores
humildes, sencillos, con la cara surcada por las arrugas, ellos comprenden el llamado con la
humildad de sus almas indigentes. Se ponen en marcha. Se les ha hablado de un salvador y ellos
son pobres, necesitan ser salvados y por eso dejan todo. No son como los ricos de espíritu que no
necesitan que nadie los salve, ellos se van a salvar por sus propios medios. Los pastores tienen, en
cambio, el sentimiento de su indigencia y por eso fueron enseguida, con diligencia y encontraron al
niño, no en la majestad de un trono, sino que lo encontraron en un pesebre y sin embargo lo
adoraron como Dios. Pusieron ese acto de fe, supieron taladrar a través de los pañales y reconocer a
través de ese niñito que llora y que está envuelto al Hijo de Dios encarnado.
Finalmente, terminemos esta agradable y serena contemplación entrando en el corazón de María
Santísima. Corazón de María sobrecogida por la luz del Verbo. Contempla al niño al que abraza y al
que estrecha contra su propia cara. Lo contempla en su debilidad y en su desnudez. En la frágil
belleza de sus apariencias y en la majestad del poder que se le oculta. Penetra a través de esos ojos
carnales, hasta la persona misma del Verbo Encarnado. El corazón de María recoge el perfume de
las gracias divinas. Por eso el corazón de la Virgen fiel no era un corazón disperso, era un corazón
recogido; no era un corazón abierto a todas las impresiones de afuera, sino cerrado a las frivolidades
del mundo; no era un corazón superficial y ligero, era un corazón profundo y por eso, ese corazón se
refleja en su rostro de madre de Dios que se aprieta contra el rostro de su Hijo. Esa madre que va a
escuchar los secretos de su Hijo al oído; esa madre que va a conservar esos secretos en su corazón
y los va a rumiar a lo largo de toda su existencia.
Pidamos a Jesús la gracia de ingresar en este misterio de humildad. Humildad que se continua
también en la Iglesia. ya que muchas veces deberemos saber reconocer a la autoridad a través de
los pañales, reconocer a Dios a través de los pañales. Es un acto de fe que se nos pide sin
interrupción en la Iglesia.
Y acabemos con un coloquio ofreciéndonos de nuevo a Cristo para acompañarlo en la conquista
del mundo, pero pasando por la humildad y por la pobreza. Este es el único camino que conduce a la
cruz y a la resurrección. Repitamos nuestra oración de la meditación del reino.
12º) LA VIDA OCULTA

Sigamos, aunque sea a grandes pasos, la vida de Jesús, mejor dicho, los misterios de la vida
de Jesús, ya que cada uno de estos hechos es fuente de vida y fuente de santificación.
Vamos a dedicar esta contemplación a mirarlo a Jesús trabajando en Nazareth treinta años.
La historia es muy sencilla. Está en dos o tres líneas del Evangelio. Dice que crecía en edad,
sabiduría y gracia; que estaba sujeto a sus padres y que era hijo del artesano. Eso es todo lo que
sabemos de los treinta años de la vida oculta.
Luego de la historia vamos a la composición de lugar. El segundo preámbulo. Vamos con la
imaginación a Nazareth, a la casita de Nazareth. Un pequeño pueblo escondido, rodeado por una
corona de montañas, con casas grises, de techos planos y a veces apoyados sólidamente sobre la
roca. Y pidamos lo de siempre en esta segunda semana: CONOCIMIENTO INTERNO DE NUESTRO
SEÑOR QUE POR MI SE HA HECHO HOMBRE PARA QUE MAS LO AME I LO SIGA.
El primer punto que podemos considerar es la obediencia de Jesús ya que el evangelio nos dice
que "les estaba sujeto". Se ve que un gran tesoro se ha de esconder en la obediencia ya que Jesús
pudo resumir toda su vida en esta virtud. San Pablo nos dirá de Cristo "Factus obediens", Hecho
obediente. Es decir que se hizo obediente. Aprendió a hacerse obediente. Aprendió la obediencia en
Nazareth. En realidad con su obediencia nos iba a salvar, ya que como dice el mismo San pablo: "A
la manera que por la desobediencia de un solo hombre: Adán, muchos fuimos hechos pecadores así
por la obediencia de uno: Cristo, muchos serán constituidos justos".
Obediencia a Dios ante todo. Justamente Dios debe ser el primer servido. El fin del hombre es
servir a Dios, hemos visto en el principio y fundamento y Cristo lo va a mostrar. Santa Teresa dice
que "es suma perfección el que vuestra voluntad esté tan conforme con la voluntad de Dios que
ninguna cosa entendamos que Dios quiere que no la queramos con toda nuestra voluntad y tan
sabrosamente tomemos lo amargo como lo sabroso entendiendo que lo quiere su Divina Majestad".
Querer lo que Dios quiere, querer solo lo que Dios quiere. Eso es ser fuerte, eso es ser libre. Somos
libres en la medida que encerramos nuestra voluntad en la voluntad de Dios.
Y obediencia, en segundo lugar a los representantes de Dios. A lo que en este caso, Cristo
obedece a sus padres: madre y padre adoptivo. Nos impresiona esta obediencia de Dios a los
hombres. Los hombres no quisieron obedecer a Dios, entonces será Dios el que va a obedecer a los
hombres. Una especie de ironía de Dios para enseñarnos a obedecer. Para ejemplo de humildad,
Jesús veía en María y en José nada menos que a su Padre Eterno, venía en ellos a Dios. )Y en qué
les obedecía? En cosas simples, en ir a buscar agua, en ayudarle a su padre en hacer las sillas. En
esas actividades Cristo pasó obedeciendo treinta años.
En segundo lugar, el segundo punto, leemos en el evangelio que Jesús crecía. Y nos aclara en
qué crecía: "crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.
Crecía en edad, ante todo. Esto parece muy fácil, crecer en edad. Vasta que vayan cayendo las
hojas del almanaque. Pero no se trata de eso, sino que se trata de que Cristo iba creciendo, en cada
momento iba mostrando los encantos propios de la edad: niño, adolescente, joven, hombre. Crecía
en edad. Y nosotros debemos imitar este tipo de crecimiento. No debemos ser siempre niños en el
sentido malo de la palabra: aniñados. Cristo nos dijo que debemos hacernos como los niños pero no
en este sentido, sino en la infancia espiritual. Con los hombres debemos ser hombres, pero con Dios,
sí, debemos ser siempre como niños.
Crecía también en sabiduría, no porque Cristo no tuviera la visión beatifica y viera todo en su
Padre, pero crecía en lo que se llama la ciencia experimenta. Iba aprendiendo, digamos, por la
experiencia de las cosas, pero sobretodo el crecimiento en sabiduría, debe ser visto en relación con
el mismo contenido de esta palabra sabiduría, que según San Buenaventura significa el saboreo de
las cosas. Sabiduría viene de sabor. Es decir, una cosa es conocer algo y otra cosa es saborearla. Yo
puedo conocer que la Santísima Virgen es la Madre de Dios, pero puedo saborear esta misma
verdad. Y así Cristo iba saboreando, crecía en saboreo de las cosas espirituales y en este sentido
nosotros también tenemos que crecer. No debemos contentarnos con conocer nuestra fe, con
conocer la doctrina. Debemos paladearla, gustarla, saborearla. Esta vida debe irse desarrollando en
este crecimiento en sabor espiritual, en gusto espiritual.
Y así mismo Cristo crecía también en Gracia. No porque no la tuviera toda en grado enorme
desde el primer instante de su concepción, pero sí porque iba manifestando la gracia en su buen
obrar, en las virtudes que desplegaba al hacer las cosas. Nosotros, en cambio, crecemos
REALMENTE en gracia, en el sentido que debemos ir progresando en la vida espiritual. Dios nos
llama a Crecer. Dios no nos ha dicho sed más perfectos que el vecino, sino "Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto". Es decir, la medida del crecimiento es sin medida. Debemos
crecer siempre más y más. Debemos crecer como se crece en la gracia. Se crece desarraigando los
defectos, plantando las virtudes, los hábitos de las virtudes. Digamos como dice un proverbio chino:
"a fuerza de limar y de limar, de una viga se puede hacer una aguja".
Finalmente, tercero y último punto de esta contemplación. Nos dice el evangelio que Jesús era el
hijo del carpintero. Es decir, que se nos indica que realizaba un trabajo manual. Es decir, que Cristo
pasó treinta años de su vida, no escribiendo libros de espiritualidad, libros de teología, de filosofía,
como lo pudo haber hecho !tan bien(, sino que se la pasó treinta años de su vida trabajando. Es que
Cristo nos quiere enseñar a valorar el trabajo. Ese trabajo cotidiano que nosotros tenemos. Valorar el
trabajo. Por eso, debemos entender cómo las acciones que hacemos, cobran, cuando se las hace
con un sentido sobrenatural, un gran valor. Debemos poner en el trabajo toda nuestra alma,
cualquiera sea. En lo cotidiano, eso que tanto nos cuesta, que se nos hace monótono y sin embargo
es precisamente en eso cotidiano donde debemos aprender a encontrar a Dios. Debemos saber
encontrar la paz en la fidelidad a lo cotidiano. No temer pues, la ocultes de nuestra existencia,
trabajemos en una fábrica, en el campo, hagamos un trabajo intelectual, estemos en un hospital, lo
que sea, debemos cambiar nuestros falsos conceptos de heroísmo. Este es nuestro heroísmo: LA
FIDELIDAD. Casi todos son capaces de un impulso, de un heroísmo momentáneo. Pero las almas
grandes se dan a conocer en la continuidad. No se nos ha llamado a batir récord, a sobresalir, a
hacer lo que nadie ha hecho. Esta tentación es cada vez más punzante en nuestro tiempo. Los
hombres creen que deben cambiar todos los días. Una especie de picafloreo, uno tiene que cambiar
para encontrar belleza en las cosas, y sin embargo las almas grandes saben gozar siempre de las
misma cosas. Lo importante no es el número de cosas que uno hace, lo importante es espíritu con
que se las hace. Resulta tan fascinante pelar papas por amor de Dios que construir una catedral. Lo
importante no es lo que se hace, sino cómo se hace. No es el número de las cosas que se hace sino
el espíritu con que se las hace. Como dice un axioma antiguo: "Dios es el que premia los adverbios"
porque a veces son más importante los adverbios que los verbos. No es tan importante hacer un
edificio inmenso o un ranchito, no es tan importante escribir una suma teológica que un artículo, sino
que lo importante es hacerlo santamente, inteligentemente, profundamente, es decir, los adverbios.
Dios premia más los adverbios que los verbos. Si uno hace muchísimas cosas pero no las hace
justamente, santamente, esas obras pierden gran parte de su valor. En cambio Cristo nos enseña en
Nazareth a valorar estas cosas pequeñas, o mejor dicho, no hay cosas pequeñas, solamente hay una
manera pequeña de hacer las cosas. Santa Teresita del Niño Jesús barría corredores, y al barrer
corredores pensaba en todo el mundo y por eso es patrona de las misiones. Parece medio raro esto.
)Cómo patrona de las misiones? nunca salió del convento. Pero su espíritu era misional. Cuando
lavaba los platos lo lavaba para la salvación de todo el mundo. No es tan importante lo que se hace
sino como se lo hace. San Fco. Javier también es patrono de las misiones, él recorrió todo el mundo
misionando, pero ella, Santa Teresita, es tan misionera como San Fco. Javier, porque no es tan
importante recorrer el mundo, sino el espíritu conque, tanto Francisco como Teresita hicieron lo que
tenían entre manos. Esta es la lección de Nazareth, la lección que nos da Cristo de cómo
santificarnos a través del trabajo.
13º) DOS BANDERAS.

Arribamos en este momento a un punto culminante de los ejercicios de la segunda semana


con esta consideración. Dice San Ignacio, "meditación de dos banderas, la una de Cristo, summo
capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana natura".
El primer preámbulo -dice- es la historia. "Será aquí cómo Cristo llama y quiere todos debajo de
su bandera, y Lucifer, al contrario, debajo de la suya". Por eso "dos banderas".
El segundo preámbulo, composición viendo el lugar. "Será aquí ver un gran campo de toda
aquella región de Jerusalén, adonde el summo capitán general de los buenos es Cristo nuestro Señor
´otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer".
El tercero -dice- "demandar lo que quiero; y será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal
caudillo y ayuda para dellos me guardar, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y
verdadero capitán, y gracia para le imitar". Es decir, una gracia de conocimiento. Cristo tiene su
método; el demonio tiene su método: dos banderas, dos criterios del mundo. Conocer ambos para
abrazarnos a la bandera de Jesucristo. Sigamos leyendo el texto de San Ignacio y luego haremos
algunos comentarios.
"El primer punto -dice- es imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en
aquel gran campo de Babilonia, como en una grande cátedra de fuego y humo, en figura horrible y
espantosa".
"El segundo considerar cómo hace llamamiento de innumerables demonios y cómo los esparce a
los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares,
estados ni personas algunas en particular". Es decir, el demonio manda sus misioneros en todo el
mudo, no deja a nadie libre, desde el Papa hasta el último y todos los pueblos.
"El tercero considerar el sermón que les hace, y cómo los amonesta para echar redes y cadenas;
que primero hayan de tentar de codicia de riquezas, como suele, ut in pluribus, para que más
fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crescida soberbia; de manera que el primer
escalón sea de riquezas, el 21 de honor, el 31 de soberbia, y destos tres escalones induce a todos los
otros vicios". Tal es el método satánico, pues. La avaricia de las cosas; vano honor del mundo;
soberbia. Ese es el método, el que usa Satanás.
"Así por el contrario -dice San Ignacio- se ha de imaginar del summo y verdadero capitán, que es
Cristo nuestro Señor".
"El primer puncto es considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella
región de Jerusalén en lugar humilde, hermoso y gracioso".
"El segundo: considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles,
discípulos, etcétera, y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos
estados y condiciones de personas".
El tercero: considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus siervos y amigos, que
a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a summa
pobreza espiritual, y si su divina majestad fuere servida y los quisiera elegir, no menos a la pobreza
actual; 21, a deseo de opprobrios y menosprecios, porque destas dos cosas se sigue la humildad de
manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el 21 oprobio o menosprecio
contra el honor mundano; el 31, humildad contra la soberbia; y destos tres escalones induzcan a
todas las otras virtudes".
Tenemos pues, dos banderas, dos métodos. La existencia de dos ciudades espirituales que tratan
ambas de agrupar a las almas en torno a su bandera, es un hecho histórico. Está en la tradición el
llamar a la una Babilonia y a la otra Jerusalén. Entre estas dos ciudades se desencadena una lucha
secular y continúa esta lucha a nuestra vista.
Si nos contentamos en considerar estas dos ciudades por las apariencias, hay que reconocer que
Babilonia, el demonio, la ciudad de Satán, goza de muchas ventajas sobre Jerusalén. Las
condiciones parecen favorables a Babilonia que tiene en su prestigio el número. Ya que pertenecen a
Babilonia, todos los que no quieren reconocer a Cristo, los que sustituyen el ideal sobrenatural y el
programa espiritual por la búsqueda egoísta de sus pasiones. Como dice San Agustín pertenecen a
Babilonia todos los que gozan con lo terreno, todos los que prefieren la ciudad terrena a Dios. Todos
los que buscan lo suyo y no a Jesucristo, todos estos -dice- pertenecen a la ciudad de Babilonia que
tiene por jefe, por rey, al diablo.
)Dónde no hay, pues, gente de Babilonia? )Dónde no hay gente que prefiera el mundo a Dios? En
los periódicos, en la televisión, en las cancillerías, en las universidades, hasta en los mismos
seminarios también, porque el demonio se infiltra en todas partes, como dice San Ignacio, no
dejando ningún estado, nada, sin girar hasta él.
Babilonia tiene además en su favor, además del prestigio del número, el prestigio de la fuerza. Ya
que están en manos de la ciudad de Babilonia, muchas de las riendas de la historia. Tiene el prestigio
de la fuerza cuando sus miembros embisten algún poder, en el orden político. O fuerza material
también cuando tienen ejércitos, armas, a su alcance. Más aún, Babilonia tiene complicidades en
Jerusalén entre los mismos miembros de Jerusalén. Son cómplices de Babilonia todos los católicos,
flojos, flanes, traidores. Todos aquellos que quieren un poco servir a dos señores, o el servir a dos
banderas. Todos esos, de alguna manera, son también miembro de Babilonia. Por eso Babilonia
tiene a favor todos éstos prestigios.
Por la apariencia parecería que el triunfo es de la ciudad satánica, de la ciudad de Babilonia. Pero
si vamos a la realidad y si desnudamos a la ciudad de Babilonia, nos encontramos que esta ciudad
es una ciudad de confusión. La misma palabra Babilonia -dice San Agustín- quiere decir
semánticamente precisamente eso, confusión. En Babilonia hay verdadera confusión de idea. Se
exalta por ej. el derecho del hombre y por otra parte el hombre es esclavizado. Se proclama la paz
mundial y se desatan guerras terribles. Es una ciudad verdaderamente de confusión de ideas. Es
también una ciudad de lágrimas. Se llora en Babilonia. Y lágrimas amargas. Lágrimas de
desesperación precisamente. A lo mejor, los hombres de Babilonia ríen, se gozan, aparentemente
están divertidos en esta tierra, pero en el fondo último de su alma están profundamente
desesperados porqué el paraíso en la tierra nadie puede satisfacer.
Ciudad, así mismo, de odio. Ya que en Babilonia están todos unidos por el odio común. El odio al
orden sobrenatural; el odio a Cristo, el odio a su Iglesia. Los une el "común odio".
Así mismo es una ciudad de egoísmo. Ya que como dice San Agustín, lo propio de la ciudad del
mundo es la exaltación del hombre hasta el menosprecio de Dios. El hombre que se busca así
mismo, que quiere ponerse como centro de todo; el egoísmo, en última instancia.
Finalmente, Babilonia es la ciudad de Satanás. Porque Satanás es un príncipe, Satanás es un rey,
es el enemigo de la naturaleza humana. Es como un león rugiente -como dice la Escritura- que anda
rondando a ver a quién puede devorar, seducir, inocular su veneno como una serpiente.
Por un parte si vemos a Jerusalén, aparentemente tan pobrecita, tan reducida. A una mínima
instancia vemos que es una ciudad de luz. Porque Jerusalén resplandece en su doctrina,
resplandece en sus santos sobretodo.
Jerusalén es una ciudad de alegría también, porque si bien, muchos miembros de Jerusalén
lloran, sufren por tantas cosas de la vida, el fondo último de los habitantes de Jerusalén, de los
seguidores de Cristo está anclado en el cielo ya, en última instancia, y por tanto la última napa de su
ser no está en la desesperación sino precisamente en la paz, en la serenidad.
Jerusalén es una ciudad de amor. Porque lo que une a todos sus miembros es el amor común, el
amor a Dios y al prójimo.
Jerusalén es una ciudad de esperanza. Porque si bien, estamos todavía penando en esta tierra
-como dice San Agustín, una parte de la Iglesia ya ha llegado al cielo. Es como un barco que ya ha
clavado el ancla a la orilla. Nosotros estamos en el barco sacudidos todavía pero tenemos la
esperanza de la Iglesia, ya en el cielo. Es allí donde vamos ya hemos tocado tierra estamos ya
firmes y seguros en Cristo y en los santos.
Jerusalén, por fin, es la ciudad de Dios. Pues es Cristo, nada menos, su Rey, el Verbo Encarnado,
aquel en el cual ya hemos estado meditando, que hemos contemplado en las distintas
contemplaciones anteriores. Este y no otro es el verdadero jefe, el verdadero rey de esta ciudad.
Bien, que debemos hacer nosotros ante estas dos banderas? Por supuesto que San Ignacio no
nos dice que debemos elegir una de las dos. Ya hemos elegido por su puesto, la de Jesucristo y en
esto no cabe ningún tipo de neutralidad porque como bien decía el Dante: "los lugares más
abrasadores del infierno están reservados para aquellos que en momentos de grandes crisis morales
quieren mantener su neutralidad". No cabe la neutralidad. En esto nosotros hemos elegido la bandera
de Jesucristo, pero esta bandera nos lleva a tres actitudes en la vida: VIVIR, VIGILAR,
LUCHAR.
VIVIR: )Qué queremos decir con esto? vivir la vida sobrenatural. La Iglesia no es una ciudad de
muertos. La ciudad de Jerusalén no es una ciudad de hombres que están en pecado mortal, porque
entonces no somos verdaderos militantes de la ciudad de Dios. La ciudad de Dios no es una
necrópolis, es una ciudad donde todos viven la vida de la Gracia. Por tanto mientras más vivamos en
Gracia y mientras más amemos la gracia más miembros de la bandera de Jesucristo seremos. El
peligro, verdaderamente, en esta batalla -como decía Vernanoux, no está tanto en la subversión de
las fuerzas del mal sino en la corrupción de las fuerzas del bien. O sea, cuando los miembros de la
ciudad de Dios ceden a la corrupción. Ese es el gran peligro.
Segunda actitud: VELAR, VIGILAR, es decir, estar atentos, porque el demonio -como dice San
Ignacio- utiliza redes y cadenas, primero redes para engañarlo y luego cadenas para aferrarlo en la
esclavitud. Y por eso estar atentos a los criterios del mundo, al espíritu del mundo que los envuelve a
través de la radio, los periódicos, la televisión, de las mentiras del ambiente. Muy atentos para no
ceder a estos métodos satánicos de la avaricia, del vano honor del mundo, de la soberbia al cual él
los inclina.
En tercer lugar: LUCHAR. La militancia. El católico, ya lo hemos dicho varias veces, pero no nos
cansaremos de decirlo, no es miembro que vegeta en la Iglesia. Es un miembro que lucha. Está en la
Iglesia para la militancia. Pertenecemos a una Iglesia que no en vano se llama militante. Los
antiguos gustaban de expresar el católico como un soldado. Por ejemplo tenemos la figura de San
Jorge que lucha con el dragón. De algún modo cada uno de nosotros debe ser como un san Jorge,
debe militar. Decía León XIII: "Retirarse ante el enemigo o callar cuando por todas partes se levanta
un incesante clamoreo para oprimir la verdad, es actitud propia o de hombres cobardes o de
hombres inseguros de la verdad que profesan. La cobardía y la duda son contraria a la salvación del
individuo y a la seguridad del bien común y provechosa únicamente para los enemigos del
cristianismo porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos, el cristiano ha nacido
para la lucha". Eso es lo que busca Jerusalén de nosotros. Jerusalén quiere que no seamos pasivos,
sino realizadores que se oponen con la ofensiva de la caridad a los ataques del Babilonia. Un ejército
de invasión, no solamente un ejército de gente que conserva el deposito de la fe sino que lo
comunica. No solo conservar sino conquistar. Como escribía Solscheniski: "Yo solo soy una espada
afilada contra las fuerzas infernales, que no resbale Señor de tus manos". Es un combate este
necesario. No cave tregua alguna. Ni unión alguna entre el bien y el mal. Entre la verdad y el error.
Ser cristianos es oponernos. Oponernos al espíritu del mundo. Dejamos de ser cristianos cuando
queremos hacer coincidir o conciliar los principios de Babilonia y de Jerusalén. Es un combate, desde
luego, interior. Sin duda nuestros enemigos son Satanás y todos los hombres perversos. Pero, desde
luego, también somos nosotros mismos. Antes de reformar el mundo, reformémonos a nosotros
mismos. La lucha se decide dentro de nosotros. Lucha larga sin duda, hay que resistir y resistir hasta
el final. Debemos ser como un promontorio en el cual se rompen las olas sin cesar. Resistir a pesar
de las caídas y recaídas. Resistir con espíritu de humildad. Dios en el Juicio final nos va a juzgar por
el coraje de la batalla. No nos va a pedir cuenta del número de las victorias pero sí de nuestro
combate y nuestra militancia bajo la bandera de Jesucristo. Bajo la bandera de la pobreza, del
desinterés y de la humildad. Dios no buscará en nosotros diplomas o condecoraciones sino
cicatrices, eso es lo que va a ver en el día del juicio.
San Ignacio termina, y nosotros con él, esta importante meditación de las dos banderas con un
coloquio. Un coloquio triple: "en primer lugar a Nuestra Señora para que me alcance gracia de su
Hijo y Señor para que yo sea recibido bajo su bandera y primero en suma pobreza espiritual, y si su
divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y rescibir, no menos en la pobreza actual;
segundo, en pasar approbrios y injurias por más en ellas le imitar, sólo que las pueda pasar sin
peccado de ninguna persona ni displacer de su divina majestad, y con esto un Ave María. En
segundo lugar, pedir otro tanto al Hijo para que me alcance del Padre, y con esto decir Anima Christi.
Tercero, pedir otro tanto al Hijo para que me alcance del Padre, y decir un Pater noster".
Coloquio con la Virgen, con Cristo, con e Padre. Coloquio que pide que la Virgen me lo logre de
Cristo; que Cristo me lo consiga del Padre. Es decir, este coloquio importante nos pone San Ignacio
para que nos decidamos a ser, una vez más lo repito, no miembros vegetantes de la Iglesia sino
miembros militantes bajo la bandera y el estandarte de Cristo Rey.
14º) DOS BANDERAS (20 PARTE)

Las meditaciones del Reino y de Las Dos Banderas, son consideraciones muy ligadas. ")Tu eres
rey?", le había preguntado Pilato, "Tu lo has dicho, yo soy rey, para esto he nacido, para esto he
venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Ponderemos la frase de Cristo. No solamente dice
que es rey sino que para esto ha nacido, para esto ha venido al mundo. Quiere decir ello que la
realeza de Cristo no es algo adventicio, colateral, sino que es algo que pertenece a la esencia misma
de su misión. El motivo mismo de su Encarnación. "Para esto he nacido".
Rey dijimos de los corazones; rey también de las sociedades. Porque el Verbo se hizo carne para
reinar en los corazones de cada persona y en las sociedades (en la familia y en la cultura).
Sin embargo no todo es tan rectilíneo, porque de hecho hay muchos corazones que se niegan a
esta realeza de Cristo y hay no pocas sociedades que rechazan el señorío de Cristo.
En realidad debemos entender que hay dos "gritos" en la historia. Dos gritos: proferido uno de
ellos por los judíos por primera vez al crucificar a Cristo y al gritar: "no queremos que este reine
sobre nosotros"; por otro lado hay otro grito que está empezado por el apóstol enamorado de Cristo:
"es menester que Cristo reine". Dos gritos pues, dos exclamaciones, dos actitudes del alma que se
han corporeizado en dos ciudades, como dice San Agustín, de manera semejante como vimos en
San Ignacio: dos banderas.
Por eso vamos a dedicar esta consideración a hablar un poco de las dos banderas, de las dos
ciudades, de una manera menos ordenada a la meditación y más en consideración o elucidación
doctrinal e histórica. Porque, en realidad, este genio de la Patrística que fue San Agustín, fue quién
detectó en la historia del mundo estas dos ciudades que dan su explicación a toda la trama histórica
de la sociedad. Dos ciudades -dice- en base a dos amores: "el amor de Dios hasta el menosprecio
del hombre y el amor al hombre hasta el menosprecio de Dios". Estas ciudades son diversas. La
ciudad primera, la de la exaltación de Dios y la de la del hombre disminuido frente a ese Dios,
disminuido, es decir puesto en su debido lugar, el hombre dependiente y creado por Dios, es una
ciudad CREADA DESDE LO ALTO. En cambio la ciudad del hombre, la ciudad de Satanás, la ciudad
de la exaltación del hombre, del endiosamiento del hombre hasta el menosprecio de Dios, es una
ciudad TERRENA, FUNDADA POR LOS HOMBRES, fundada por la maldad de los hombres.
Y así entonces, estas dos ciudades tienen un origen que está más allá de la historia. Porque
detrás de la ciudad de Dios están los ángeles buenos, aquel ángel que gritó: "QUIEN COMO DIOS".
Y está la otra ciudad, la ciudad mala que tiene por padre al demonio que está en realidad dirigida por
éste que gritó: "NON SERVIAM", como vimos en la meditación de los tres pecados. No quiero servir.
Son dos gritos. Y la genialidad de San Agustín es haber advertido que detrás de estos dos gritos está
toda la historia, se puede explicar toda la historia de la humanidad en base a estos dos gritos.
Si quisiéramos pasar a los últimos tiempos de la historia, los últimos siglos y ver en ella el
desarrollo de la ciudad del mundo podríamos encontrar tres pasos:
1-El PRIMER PASO lo dio Lutero. Fue el primer paso del proceso de separación de la Iglesia.
Lutero siguió creyendo en Dios, por supuesto, Lutero creía en Cristo. Pero Lutero comenzó por negar
la Iglesia Católica y creer que cada uno debía arreglárselas con Dios. Es el primer paso grave, de
estos últimos siglos, dado por los hombres de este: "NON SERVIAM".
2-El SEGUNDO PASO es el renacimiento, época del renacimiento y ulterior racionalismo y
deísmo que se corporeizó, se encarnó históricamente en la revolución francesa. En ese espíritu
racionalista de la revolución francesa, en ese espíritu revolucionario, pero que detrás de esa
revolución había un concepto de Dios y del hombre. Es decir, la idea que si bien se seguía aceptando
a Dios como supremo arquitecto, se negaba, no solo a la Iglesia como Lutero, sino que también se
negaba a Cristo, la divinidad de Cristo.
3-El TERCER PASO es el más terrible. Es no solo negar a la Iglesia como Lutero, ni a la
Iglesia y a Cristo como la revolución francesa que se quedaba en un vago deísmo sino negar a Dios
mismo. Y eso es lo que realiza o intenta realizar la revolución comunista. La revolución comunista
intenta erradicar el nombre de Dios de la faz de la tierra. Son tres pasos. Tres pasos. Tres pasos
históricos. No casual sino inteligentemente dados. Con una inteligencia superior a la del hombre, con
una inteligencia propia del jefe de la bandera, como diría San Ignacio, de la bandera satánica, dada
por Satanás. Negación de la Iglesia primero, negación de Cristo luego y finalmente negación de Dios.
La negación postrera no excluye las dos negaciones anteriores. Qué queda entonces si no hay
Dios ni Cristo ni Iglesia. Que solo el hombre. El hombre endiosado. Toda la economía, la política, el
arte, la cultura giran en torno al hombre. He aquí el nuevo rey, el hombre. Cristo ha sido destronado.
Ahora solamente se habla del hombre. Nadie habla ya de los derechos de Dios. Hoy solo se exalta
los derechos del hombre.
Pues bien, frente a este mundo tan desacralizado a nosotros nos corresponde una actitud de
militancia como nos dice San Ignacio en la meditación de las dos banderas. Es decir, lo que decía
San Pablo: "ES MENESTER QUE CRISTO REINE". Afirmaba el Papa que mientras más se negaba
a Cristo, mientras más se lo marginaba a Cristo, más necesario era levantar la voz y decir: es
necesario que Cristo Reine. Por eso el Concilio Vaticano II ha insistido en que es obra de los laicos
este trabajo de la consagración del mundo. Es decir, le dan un sentido trascendente a las actividades
temporales. Hemos visto como Cristo en Nazaret trabajaba, pero ese trabajo estaba ordenado a la
gloria de Dios. También las obras del hombre deben estar ordenadas a la glorificación de Dios.
)Y cuáles son las ámbitos que debe el hombre ordenar a Dios? Ante todo el ámbito de la familia.
La familia es el primer núcleo social. Es necesario pues, trabajar en la cristianización de la familia.
Pensemos que el enemigo de Dios y de la Iglesia ataca con verdadera predilección a la familia. De
ahí la campaña por el aborto, el divorcio, etc.. Gritan: "no queremos que Cristo reine en las familias",
pues bien, nosotros debemos tratar de formar familias que sean como baluartes que no se dejen
llevar por lo que hace la mayoría de la gente. Familias que sean focos de resistencia ante la marea
general, de modo que salgan de ahí los hijos formados como verdaderos militantes de la bandera de
Jesucristo.
Otro ámbito en el que hay que trabajar es el ámbito de la cultura, precisamente predileccionado
por el enemigo de Cristo que grita: "no queremos que Cristo reine sobre la cultura" y crea pues un
arte dislocado, una música enloquecida que hace casi imposible la vida interior, aturde. No solo en
los oídos sino también en los corazones. Frente a eso nosotros debemos, los católicos, los laicos
católicos de manera particular, deben trabajar en el ámbito de la cultura, para que Cristo también en
ese ámbito reine.
Y finalmente, (aunque podríamos hablar también de la economía y todos los otros campos)
debemos decir algo sobre el campo de la política ya que Cristo es el "REY DE LOS REYES Y EL
SEÑOR DE LAS NACIONES". Y el hombre, no por el hecho de que se constituya la sociedad política
se independiza de Dios, y quiere reinar dijimos sobre los corazones individuales, pero sobre la
sociedad también y la sociedad perfecta es el Estado, el orden político. Y por tanto también trabajar
en este campo. Cuánto mal puede hacer un gobernante que ignora a Cristo, que odia a Cristo y
cuanto bien puede hacer un gobernante cristiano, un gobernante católico. Y por eso gritar también en
este campo: "ES MENESTER QUE CRISTO REINE".
En fin, todos los campos que están en las manos del hombre deben ser trabajados por él, para
ponerlo bajo la bandera de Cristo, bajo la ciudad de Cristo.
Como decía Pío XII, "Es todo un mundo que hay que rehacer: de salvaje hacerlo humano y de
humano hacerlo cristiano".
Por supuesto que ustedes podrán pensar...pero esto es demasiado...es un poco apabullante, el
enemigo tienen tantas cosas en sus manos como vimos en la anterior meditación de las dos
banderas. Pero nosotros debemos saber, sin embargo, que a Dios le encanta ganar con medios
pobres y débiles a los fuertes. Vencer al terrible Goliat que tenga a lo mejor la bomba atómica, con el
débil David con su pobre onda. Y por tanto nosotros no nos toca tanto la victoria sino la lucha. Dios
no nos va a juzgar por el número de victorias sino por el número de cicatrices, ésas serán nuestras
verdaderas condecoraciones. Las cicatrices en ésta batalla, la más noble, a la cual nos vuelcan los
ejercicios para que Cristo verdaderamente reine, para conquistar todo el mundo, como nos dijo en la
meditación del reino y llevarlo a la gloria del Padre.
15º) LOS TRES BINARIOS

San Ignacio ha pensado los ejercicios en orden a que el ejercitante hallara el camino que Dios le
señala concretamente para llegar a la santidad. Pero no siempre el ejercitante ve claro lo que debe
hacer y por eso en este momento de los ejercicios, que es el momento casi más importante, hay que
ir planeando una reforma de vida. Si es posible incluso con un cuaderno ir escribiendo en base a lo
que se va contemplando y meditando, los propósitos, la reforma de vida: en el campo de la vida
espiritual, en el campo de la formación doctrinal, en el campo apostólico. A la luz de las enseñanzas
de Cristo ir reformando la vida.
En la meditación de las dos banderas, que era tan importante y que hemos considerado más
largamente, Cristo nos enseña cuál es el verdadero camino de los que deben seguirlo. Es decir,
señala esa meditación, sobretodo el orden intelectual, porque dice San Ignacio que esa meditación
se ordena a "CONOCER el mal caudillo para de ellos me guardar y la vida verdadera que trae el
sumo capitán: cristo". Es decir conocer, dice orden más a la inteligencia.
Sin embargo no todo es inteligencia en la vida del hombre, también el hombre necesita poner su
voluntad. Es necesario también calibrar nuestra propia voluntad. En realidad, si el hombre no pone la
voluntad al servicio de lo que ve, de lo que ve que debe hacer, entonces tampoco logra la santidad.
Sabrá lo que debe hacer pero no QUIERE OBRAR no pone los medios para obrar.
Por eso se nos cuenta que una vez, una hermana de Santo Tomás le preguntó a éste qué había
que hacer para salvarse y él dijo: "Hay que querer" salvarse. Quiere decir santo Tomás que si bien es
Dios que nos santifica con su gracia, Dios requiere nuestra voluntad nuestra colaboración.
Jesucristo pide nuestra voluntad. El que es el rey, pide que le entreguemos también nuestra
voluntad libremente.
Para calibrar pues, cómo está hoy nuestra voluntad, cómo está nuestro estado de voluntad frente
al llamado de Cristo, al llamado del reino de seguirlo para la conquista del mundo etc., pone San
Ignacio, esta importante meditación que la llama "de los tres binarios". Tres binarios que serían tres
tipos de hombres, tres maneras de usar la voluntad. Binario es una expresión antigua que se usaba
en la época de San Ignacio para indicar tres tipos, tres clases de personas.
El primer preámbulo -dice- es la historia. "la cuál es de tres binarios de hombres y cada uno ha
adquirido 10.000 ducados no pura o debidamente por amor de Dios, y quieren todos salvarse y hallar
en paz a Dios nuestro Señor, quitando de sí la gravedad e impedimento que tienen para ello en la
afición en la cosa adquirida". Es decir, tres tipos de personas que tienen un dinero. No se trata que lo
han robado. No es un dinero robado, sino no adquirido por puro amor de Dios, de modo que están un
poco aficionado a ese dinero. Son legítimos propietarios, digamos así, pero quieren hallar a Dios en
paz. Y se dan cuenta que están atados a ese dinero, no lo tienen por puro y único amor de Dios. Esto
sería la historia, es decir, lo que vamos a contemplar. No es una historia como los hechos de la vida
de Cristo sino una parábola o consideración de tres tipos de voluntad.
El segundo preámbulo dice San Ignacio es la composición de lugar. La composición de lugar es
solemne, podríamos decir, porque dice: "es vernos a nosotros mismos cómo estamos delante de
Dios nuestro Señor y de todos sus santos para desear y conocer qué sea más grato a la sua divina
bondad". Frente a los santos que quisieron ser santos enserio, que tuvieron la voluntad de ser santos.
Sin dejarse atar por nada que los apartada de Dios. Por eso frente a ellos que son nuestros ejemplos
es como vamos a hacer esta meditación. Contemplación de lugar, pues, delante de todos los santos.
"El tercero -dice- demandar lo que quiero. Aquí será pedir gracia para elegir lo que más a gloria
de su divina Majestad y salud de mi anima sea". Esa es la gracia pues. Coraje, la gracia del coraje
para poder poner nuestra voluntad tensa y no dejarnos atar a nada que no sea Dios.
Y entramos en los tres puntos, cada uno de ellos es un binario.
"El primer binario -dice San Ignacio- (el primer tipo de hombre) QUERRÍA quitar el afecto
que a la cosa aquisita tiene, para hallar en paz a Dios nuestro Señor y saberse salvar y no pone los
medios hasta la hora de la muerte". Es decir, este hombre QUISIERA, QUERRÍA. Este mismo
querría nos está indicando que no está dispuesto. O si se quiere quitar el afecto pero en el futuro o,
lo que no es lo mismo, no lo quiere quitar en lo presente. Quiere quitar afecto en la hora de la
muerte, o lo que es lo mismo no lo quiere quitar en la vida. Quiere dejar las riquezas cuando lo dejen
las riquezas, o lo que es lo mismo no está dispuesto a dejar las riquezas. Cuán frecuente es esta
actitud, la del que quiere el efecto pero no quiere la causa. Quiere seguir a Cristo pero lo quiere
seguir sin la cruz. Hoy no puede ser, mañana dice, mañana; más adelante a la hora de la muerte. O
como cantó el poeta: "mañana le abriremos (se entiende a Cristo), mañana le abriremos respondía
para lo mismo responder mañana". Que importante son los deseos. Toda la vida de la gracia, todo el
adelantamiento en la virtud, consiste en los deseos. Si tienes deseos fervientes, ya de algún modo
eres santo. Si tienes deseos tibios, eres tibio. Si no tienes ningún deseo estás muerto a la vida de la
gracia. Y por eso examinemos nuestro propósito, la disposición de nuestra alma.
El segundo punto, es decir el segundo binario. Dice San Ignacio " QUIERE quitar el afecto,
pero así lo quiere quitar que QUEDE con la cosa adquirida, de manera que allí venga Dios
donde él quiere y no se determina a dejarla para ir a Dios aunque fuese el mejor estado para él. El
segundo binario se diferencia del primero: QUIERE. Pero con un querer LÁNGUIDO. Quiere, sí, ya
no es el QUERRÍA del primer binario. Pero con un querer LÁNGUIDO. Pone los medios, pero son
medios ineficaces. No es veleidad, pero sí es una voluntad a medias. En el primer binario pugnaban
dos facultades: la inteligencia que dicta el bien y la voluntad que lo difiere hasta la muerte, pero en
este binario pugna la misma voluntad que quiere renunciar al afecto sin renunciar al afecto. Como un
enfermo que quiere curarse pero excluyendo los remedios desagradables. A esta clase de hombres
pertenecen los que para alcanzar la perfección solo quieren emplear unos pocos medios fáciles, de
mediana eficacia. O también los que usan medios verdaderamente eficaces pero solo a temporadas
y como por arremetidas. Por ejemplo los que buscan la unión con Dios solo por la oración pero no
por la mortificación. Los que quieren evitar los pecados mortales sin evitar las ocasiones de pecados.
Y este engaño, en cierto modo, es más peligroso que el engaño del primer binario. Porque el primer
binario se engaña de futuro, sabe que no hace nada y que tiene que hacer. Acaso se enmiende con
el peligro y la enfermedad. Pero el segundo binario se engaña de presente. Hace algo. Quiere creer
que hace bastante y con este prejuicio tal vez se venda los ojos, y se hace incorregible. Recordemos
lo que nos dijo San Ignacio al empezar los ejercicios: "Al que recibe los ejercicios mucho aprovecha
entrar en ellos con mucho ánimo y liberalidad con su Creador y Señor, ofreciéndole todo su querer y
libertad para que su divina Majestad así de su persona como de todo lo que tiene se sirva conforme
a su santísima voluntad.
QUIERE
El tercer binario, finalmente, " quitar el afecto -dice San Ignacio- mas así le quiere
quitar que también no le tiene afición a tener una cosa adquirida o no la tener, sino que quiere
solamente QUERERLA O NO QUERERLA según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a
la tal persona le parecerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad, y entre tanto quiere
hacer cuenta que todo lo deja en afecto poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna si
no lo moviera solo el servicio de Dios nuestro Señor, de manera que el deseo de mejor poder servir a
Dios nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dejarla". Es la voluntad decidida, tensa, que se larga
a la carrera de la perfección, a la carrera de la santidad. El primer binario es un caso de veleidad
estéril. El segundo un caso de voluntad a medias. El tercero es la prontitud, la energía, la
generosidad, la magnanimidad. Como las aficiones tienen determinadas direcciones, el hombre
generoso no solo depone sus afecciones, sino que renuncia anticipadamente a lo que tiene para que
se a Dios y no él que decida del futuro de su haber.
Pues bien, preguntemos si son semejantes nuestros propósitos al del tercer binario, o si diferimos
nuestra entrega a Dios. Nos reservamos algo que no le queremos entregar.
Dice San Ignacio, como nota final, "es de notar que cuando nosotros sentimos afecto o
repugnancia contra la pobreza actual, cuando no somos indiferentes a esa pobreza o riqueza, mucho
aprovecha para extinguir el tal afecto desordenado, pedir en los coloquios, aunque sea contra la
carne, que el Señor lo elija en la pobreza actual y que él lo quiere, pide y suplica solo que sea
servicio y alabanza de la sua divina Majestad". Se trata de vencer la extrema repugnancia de la
afición, de batir el último baluarte de la sensualidad para lanzarse a la carrera, para proceder a la
elección según Dios. Cuando se vive a las inmediatas se siente el peso de las dificultades. La
práctica es mucho más ardua que la teoría. Y muchos ante la lucha se intimidan. San Ignacio,
temeroso del peligro esfuerza al ejercitante, sé animoso -le dice- no temas. No te limites a defender,
ataca, corre. No te contentes con resistir. Que la carne exige la propiedad, renuncia a la posesión.
Que la sensualidad reclama la riqueza, la salud, el honor, pide la pobreza, la enfermedad en algún
caso incluso, hasta el deshonor y la calumnia. Oración ésta difícil y costosa, porque fácil cosa es
pedir lo que se quiere, difícil es pedir lo que no se quiere. Es de confianza pedir sin esperar ser oído.
Es heroísmo pedir con temor de ser escuchado. Pero como dice San Ignacio: "cuanto más uno se
ligare con Dios nuestro Señor y más liberal se mostrara con su divina Majestad, tanto le hallará más
liberal consigo y él será más dispuesto para recibir indies mayores gracias y dones espirituales".
Dios no se deja ganar nunca en generosidad. Si uno se entrega a Dios, Dios le da mucho más de
lo que uno le ofrece.
Terminemos esta consideración tan importante de los tres binarios con los mismos tres coloquios
de la meditación precedente de "las dos banderas". El primer coloquio con nuestra Señora, ella que
fue tan generosa, ella que fue del tercer binario, para que nos alcance de su Hijo la gracia de estar
bajo su bandera y estar de manera militante debajo de ella. Segundo coloquio con el mismo
Jesucristo, con el Verbo de Dios encarnado, para que nos conceda la gracia del Padre. Que él haga
de intercesor junto al Padre para que nos dé la gracia de estar siempre bajo la bandera de Jesucristo.
Y finalmente, el tercer coloquio directamente con el Padre Eterno pidiéndole la misma gracia.
16º) LA VOCACIÓN DE LOS APÓSTOLES

En el transcurso de las meditaciones de la segunda semana que estamos meditando, San Ignacio
ha interpuesto las dos importantes consideraciones de "las dos banderas" y "de los tres binarios".
Para hacer una especie de análisis de nuestro conocimiento y de nuestra voluntad.
Retomamos ahora a la contemplaciones de la vida de Cristo, terminando ya, casi, esta segunda
semana. De todos los actos de la vida de Cristo, uno de los más importantes, sin duda, es llamar a sí
a los apóstoles. El alma que desea conocer a Cristo, enamorarse de Cristo, gustará de considerar
este llamado de Cristo.
El primer preámbulo es la historia que debo contemplar, y en este caso es los diversos llamados
de Cristo. Como sabemos por los Evangelios, a unos los llamó más a la intimidad, a otros los llamó
mientras estaban pescando en el mar de Genesaret. A unos los llamó súbitamente: "ven y sígueme",
a otros de manera reiterada suavemente; distintos llamados. No nos interesa tanto los diversos
llamados sino el hecho que Cristo se digne llamar a los apóstoles.
La composición de lugar imaginar las distintas escenas de Jesús que llama a los apóstoles, uno
por uno, por su nombres.
La petición es la sólita de esta semana: "conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho
hombre para que más le ame y le siga".
Podemos ir considerando ahora diversos aspectos de este llamamiento a los apóstoles.
1-Ante todo, POR QUIÉN SON LLAMADOS. Son llamados por el mismo
Cristo. Esa frase tan fuerte del Señor y que tanto nos impresiona: "No sois vosotros los que me
habéis elegido sino que soy Yo el que os he elegido". Y en otro lugar, en la última cena dirá Cristo
que había llamado a aquellos que el Padre le había dado: "Tuyos eran Padre y me los distes", es
decir Cristo los ha elegido, no son ellos los que han tenido la iniciativa de seguirlo.
2-Podemos también preguntarnos DE DÓNDE SON LLAMADOS LOS
APÓSTOLES. En realidad son llamados desde el fondo de sus miserias. Miserias aún en su
condición social. No eran generalmente de clase ultra superiores. Uno era publicano, era un oficio
muy desagradable para los judíos, el que cobraba los impuestos. Otros eran pescadores, en fin, eran
situaciones, digamos así, de clase sociales bastante baja. Es decir participaban de ciertas miserias
social. Así mismo miserias morales. Vemos como en el contacto con Cristo se va revelando la
poquedad de sus corazones. Por lo pronto, poca inteligencia, no captan las cosas que les enseña
Cristo y además llenos de defectos, discuten entre sí por tonteras, están envidiosos entre sí. Cuando
la madre Santiago y Juan le pide a Cristo que sus hijos se sienten uno a su derecha y otro a su
izquierda todos se revelan y pelean por ese puesto, etc.. Poca inteligencia, pues, para las cosas
divinas, están totalmente abocados a las cosas temporales. No entienden lo del Reino de Dios.
Creen que el Reino de Dios es un reino de la tierra, mesiánico. Y débiles de voluntad,
tremendamente débiles, cobardes. Lo vemos por ej. cuando se encuentran en el lago en medio de
una tormenta y creen que van a morir cuando Cristo está con ellos en la barca. Así mismo
advertimos esta cobardía en el arresto de Jesús cuando todos huyen y lo dejan a Cristo solo. O
cuando están encerrados en el Cenáculo por miedo a los judíos. Es decir, que para la obra más
grande que existe, Dios elige a esta gente humilde, pobre, ignorante y cobarde. Y no porque a Dios le
gusten estas cosas. Y de hecho a lo largo de la historia Dios va a elegir a gente de clase alta muchas
veces, en ocasiones, o gente rica, etc.. No es que Dios siempre quiera elegir así lo más bajo del
mundo, sino que lo hizo a propósito para que en la fundación de la Iglesia se viera que la obra era
toda de Dios y nunca se pudiera gloriar el hombre como si dependiera de él. Dios eligió pues a los
apóstoles. Como dice San Pablo: "eligió a las cosas despreciable del mundo para confundir a los
sabios y las que no son para confundir a los que son, de manera que ninguna carne se gloríe en su
presencia". Y San Agustín llegó a escribir: "eligió a los apóstoles suyos, los eligió pobres,
deshonrados, sin letras, para que todo lo grande que hicieran quedara claro que Él quien los hacía en
ellos y era Él el que obraba a través de ellos".
Esto nos anima a nosotros también. Reflexionemos en esto y tengamos ánimo a pesar de
nuestras cobardías. De manera que siempre Cristo ha tenido la primacía, Él los ha elegido.
Hay que saber que hay solo una cosa necesaria: ponerse en sus manos y dejarse formar por Él.
3-De dónde fueron llamados pues, de sus miserias. Pero A DÓNDE FUERON
LLAMADOS, A QUÉ SON LLAMADOS. Son llamados a una función que es,
ante todo, un servicio. Un servicio de Dios. Servicio de los hombres para llevarlos a la salvación,
pero también una dignidad. Cristo nos hizo partícipes de su dignidad. A uno de ellos le dio el primado
y a todos les confirió su autoridad. "El que a vosotros oye a mí me oye". Les dio su misma misión:
"Así como el Padre me ha enviado así yo también os envío a vosotros". Les mandó a predicar a
todas las creaturas, a todas las naciones. Un poco lo que vimos en la meditación de "las dos
banderas". Les dio facultad para perdonar los pecados. Les permitió ofrecer el Santo Sacrificio. Les
permitió ordenar nuevos sacerdotes. Perennizando así la salvación. Los llamó a una santidad
altísima: "vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo". Una santidad semejante a
la de Cristo. Los llamó a participar en sus mismos trabajos y en su cruz: "Si a mí me persiguieron
también a vosotros", "vosotros beberéis también mi cáliz". Y también les prometió su gloria, lo de la
meditación del reino: "acompañarlo en la pena para luego seguirlo en la gloria".
Y CON QUÉ RESULTADOS FUERON LLAMADOS?.
4- Fueron
llamados con el resultado de una gracia soberanamente eficaz. De unos ignorantes que eran la
gracia hizo doctores. Basta leer, por ej., las cartas magníficas de San Pedro, de San Pablo. Son
doctores, son teólogos. De pobres en virtudes, la gracia hizo santos. De unos débiles y cobardes la
gracia hizo mártires, ya que todos ellos, prácticamente, murieron mártires. Pero la gracia no suprime
la libertad y por eso uno de ellos tiene por nombre de Judas.
Cristo los fue formando. Podríamos decir que dedicó la mayor parte de su tiempo en estar con
ellos, en hablarles al oído. Con cariño y paciencia los fue formando uno a uno. Consagró Cristo a
este ministerio casi toda su vida pública. Vivió con ellos y les hizo vivir con Él. Les enseñó con su
ejemplo la modestia, la caridad, la humildad, para que casi por osmosis se contagiaran. Él que dijo:
"aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". A ellos les abría las parábolas que para los
demás eran en el misterio. A ellos los amó con pasión, "amándolos los amó hasta el extremo".
También lo corrigió, aún duramente.
Reflexionemos sobre nuestra vocación. Todos somos llamados de alguna manera al apostolado,
seamos sacerdotes, seminaristas, laicos. Lo ha reiterado el Concilio Vaticano II al hablar de la
vocación universal al apostolado. Pues bien, hemos sido llamados para colaborar en el reino.
Sobretodo los que hacemos ejercicios. San Ignacio nos ha invitado a seguirlo a Cristo a la conquista
del mundo. A todos nos ha invitado. Nos ha invitado al apostolado. Pero para eso debemos dejarnos
formar por Cristo. Convivir con Jesús. Hemos sido llamados, como dice el Evangelio de los
apóstoles: para estar con Él. Dice San Marcos que Cristo eligió a sus apóstoles "para tenerlos
consigo", para ser compañeros de Jesús, íntimos suyos. "A vosotros os he llamado amigos porque os
he revelado los secretos del Padre". El único método para ser verdaderos apóstoles es vivir con Él,
convivir con Él, conocerlo en sus detalles, en sus criterios, en sus esperanzas y sus alegrías, como lo
estamos haciendo en los ejercicios, acompañándolo en sus misterios. Conocerlo en sus detalles, en
sus criterios, como los apóstoles que lo conocían hasta por el modo de ponerse el turbante, por el
modo de partir el pan.
Cristo los forma en comunidad para que estén con Él y de allí los envía al apostolado. Esta es la
verdadera preparación para el apostolado. De aquí parte la eficacia del apostolado: del corazón de
Cristo.
Y debemos decir aquí una palabra sobre esa virtud tan espléndida que es el celo de las almas.
Celo es la expresión más espléndida de la Caridad. Esta palabra celo es una palabra griega que
tiene dos sentidos. En primer lugar celo significa FERVOR, algo que está ardiente. Y en el sentido
que lo aplicamos ahora al apostolado sería lo propio de un alma que arde de amor a Dios. Que ha
encendido su corazón en el amor a Dios. No un calor que sale solo de él, fruto de una generosidad
natural, sino que se ha encendido ese ardor en esa hoguera ardiente de caridad que es el corazón de
Cristo. Cada uno vale por la llama que lleva dentro de sí.
En realidad hoy se nos exige como nunca el apostolado. Máximo los que hemos hecho ejercicios,
ya que si hoy si uno no es apóstol fácilmente termina por ser apóstata. Y si los que somos católicos
no ardemos el mundo va a morir de frío. Por tanto necesitamos crear en nosotros un alma ardiente,
que es lo contrario del alma fría, del alma tibia del católico que no es efusivo que no es expansivo de
su fe que es como un incendio que debe expandirse como por un cañaveral.
Y el segundo sentido de la palabra celo es más conocido en el lenguaje vulgar, sería en el campo
nupcial. Celo siente el marido que se siente traicionado o la mujer que a su vez que se siente
abandonada por su marido. y en este sentido también debemos decir que Cristo ha querido señalarse
como el ESPOSO de las almas. A muerto por cada uno de nosotros, se ha desposado con cada uno
de nosotros. Pues bien, muchas almas lo abandonan al Esposo divino. Se van en busca de otro
amante y entonces el enamorado de Jesucristo siente el celo, es decir, una santa indignación que no
lo lleva tanto a condenar que se haya separado de Cristo sino a buscarlo (Es como el amigo del
esposo que siente celo al ver que el Esposo divino es traicionado y entonces va y se pone en busca
de la oveja perdida, de la esposa que ha abandonado al Esposo divino). Doble sentido de la palabra
celo, que nos muestra como el celo y el apostolado es la flor más hermosa de la caridad. Si Cristo
dijo que el que da un vaso de agua no quedará sin recompensa )Qué será dar un vaso de gracia al
prójimo que es eso es el celo?.
Debemos entender que este celo debe brotar de Cristo, atravesarnos a nosotros y llegar a los
demás. Debe ser, como dice Santo Tomás: "entregar lo que previamente he contemplado".
Solamente del costado de Cristo, del corazón de Cristo, del sagrario, de la oración, podré sacar las
fuerzas como un vaso que se llena hasta el borde para después poder rebalsar.
17º) EL BUEN PASTOR

Cristo ha dado de sí una de sus mejores definiciones en los evangelios, y ahora que en los
ejercicios estamos tratando de conocer más íntimamente a Jesús para mejor amarlo y servirle,
acudamos a esa definición. Me refiero particularmente al "Buen Pastor", a la parábola del Buen
Pastor, que la podemos encontrar en Jn.10 y Lc.15,3-10.
Como composición de lugar podemos imaginar a Cristo como Buen Pastor, que ha sido
representado ya desde la época de las catacumbas, el pastor con la oveja en los hombros. Se lo
representaba también como el pastor rodeado de las ovejas, etc., y también, de las estatuas más
antiguas que hay del cristianismo representando el mismo tema, tan querido por los primeros
cristianos.
La petición: el conocimiento interno de este Señor, que ahora se me revela como buen pastor
para que más lo ame y mejor lo siga.
Cuando los padres de la Iglesia explicaban esta parábola, este ejemplo de Cristo, lo explicaban de
,
una manera CÓSMICA podríamos decir, TOTAL, que abarcaba toda la historia del mundo. Dios
-dicen los Padres- tenía cien ovejas, eran del Verbo, heredero de todo. Una se escapa del redil de los
ángeles: es el pecado original. La oveja perdida es, pues, el genero humano que le pertenece al
Verbo y hasta qué punto el Verbo tuvo que llegar para reintegrarla. Adán y Eva caminaban con todos
sus hijos entre malezas y espinas. Hijos de la ira, con el alma muerta, el corazón disecado, el cuerpo
con la perspectiva de la muerte. Esclavos del demonio andábamos errantes como ovejas siguiendo
cada uno sus caminos, leemos en Isaías. Había homicidios, había corrupción. Más aún, como dijo
San Agustín: "el hombre estaba enfermo y no quería sanar, para no curarse se jactaba de estar
sano". El Padre, de quién son las ovejas, encarga la búsqueda a su Hijo. Cristo dirá: "tuyos eran y me
los distes". Su encarnación es el misterio de las distancias salvadas. Deja su rebaño en la eternidad y
se interna en nuestros campos de abrojos. Va por los caminos día y noche, cansado con la
samaritana, paciente con los niños, rodeados de pecadores. Los hombres mismos quisieron
despeñarlo a ese pastor que iba por montes y valles, que se humilla en el Jordán, que es tentado en
el desierto. Siempre en busca de la oveja hasta que por fin la encuentra y la carga sobre sus
hombros. Como dice el profeta: "tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó nuestros dolores.
Maltratado y afligido no abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los
trasquiladores". Echó sobre él todos sus cuidados y así nos cargó y nos llevó a la Cruz y cargó
nuestros pecados y los crucificó en la Cruz. Y nos recondujo al redil celeste: "yo les he dado a ellos la
gloria que tu me diste a fin de que sean uno como nosotros somos uno" le dijo al Padre en la oración
sacerdotal; "que donde yo esté estén también ellos".
Esta es la interpretación cósmica que dieron los padre de la Iglesia de estas parábolas o de estos
textos de Cristo del Buen Pastor.
Penetremos un poco en lo que significa para Cristo el ser el Buen Pastor. "YO SOY EL BUEN
PASTOR" dice. Este calificativo no denota tan solo bondad, sino autenticidad y belleza; en griego se
dice kalós que quiere decir eso: el verdadero, el noble, el espléndido pastor. No se nos presenta
como uno de tantos pastores sino como el pastor por excelencia.
Cristo es pastor por naturaleza. Si bien será pastor durante toda su vida, ya desde su primer
instante de su aparición en la tierra, noten ustedes como va a poner sus ojos en aquellos que tienen
su oficio de pastores, para que fuesen los primeros en adorarlo. Jesús nace para pastor. Todos los
demás pastores no nacen para serlo, nacen para ser ovejas, para salvarse. Así mismo, Cristo hace a
las ovejas. Nuestro pastor se hace él mismo el rebaño que ha de guardar. Antes de regirnos y de
apacentarnos nos constituye primero en rebaños suyo, a nosotros que andábamos perdidos. Los
demás pastores guardan el rebaño que encuentran ya hecho, Cristo, en cambio, los constituyó de la
nada. Además Cristo conoce a sus ovejas. El dijo: "conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen".
Cristo resume todas las cualidades del verdadero pastor en el conocimiento que tiene de sus ovejas
y en el conocimiento que sus ovejas tienen de El. Como el Padre conoce a Cristo, así Cristo conoce
a sus ovejas. Las conoce a todas y a cada una en particular, con un conocimiento perfecto. Nada de
lo que les concierne, interior o exteriormente, se le escapa. Conoce lo que útil y nocivo a cada una.
Conoce todas sus debilidades y los remedios adecuados. Y conste que no se trata de un frío
conocimiento conceptual, sino de un conocimiento amoroso y práctico. Dice Santo Tomás: "conozco
yo ya con simple noticia sino con amor".
En el lenguaje bíblico el verbo conocer tiene un sentido nupcial, esponsalicio. Más aún, ni la
madre conoce así a su hijo, ni la esposa a su esposo, ni título ninguno de amistad, igual al modo
conque él nos ama. Porque antes que nosotros le amásemos él ya nos amó. Y ofendiéndolo y
despreciándolo locamente, nos sigue buscando. Y como el amor iguala ha querido compadecer con
nosotros (padecer con), para tener experiencia de nuestras flaqueza. Nos conoce. Y dice el evangelio
que nos conoce por nuestro nombre. El gobierno pastoril supone una relación íntima del pastor con
las ovejas. Nos conoce por nuestro nombre. "Llama a sus ovejas por su nombre" dice San Juan. En
este adverbio nominatim, pone el nombre, hemos de leer ante todo: familiaridad, porque llamamos
nombre a todos aquellos con los que tenemos amistad familiar, que en el aso de la relación de Cristo
con el hombre tiene una relación mucho más profundo, ya que supone el conocimiento del ser de
cada uno, de lo que Dios quiso que fuera y de lo que puede llegar a ser con la ayuda de Dios.
Dios no crea los hombres en serie, los hace uno a uno. No hay dos hombres iguales, ni en lo
físico ni en lo moral; ni en las circunstancias de su vida; ni en la vocación particular de cada uno.
Dios no nos mira en masa y en multitudes, de la misma manera que estaremos solos y aislados ante
su tribunal, así estamos y hemos estado solos ante su amor sin límites. Me amó pues, con un amor
singular, distinto del que ha tenido con cualquier otro hombre. A la frase de Cristo: "conozco a mis
ovejas por su nombre", prosigue: "mis ovejas me conocen a mí". Lo conocen comprendiendo los
tesoros que se ocultan en él: su divinidad, su humanidad tan perfecta, su sabiduría, su santidad, su
misericordia, su doctrina. Conocen a su pastor que está delicadamente presente en todos los
momentos de su vida, con atención continua de sus ovejas. Lo conocen al oír la voz del pastor. Lo
conocen en sus beneficios, en su mano que los castiga. Este conocimiento amoroso lleva a sus
ovejas a entregarle totalmente su vida para que Cristo viva y se desarrolle en ella de modo perfecto.
Esto tiene que ver con ese conocimiento interno que pedimos en esta segunda semana.
Asimismo Cristo cuida a sus ovejas como los pastores apacienta mediante la gracia que es el
alimento del alma. "El Señor me gobierna nada me faltará. Me pone en lugares de pasto abundante".
Jesús vela por nosotros y acomoda a las necesidades de cada uno. Llamándonos, corrigiéndonos,
lavándonos, sanándonos, santificándonos y por fin vistiéndonos de gloria en el cielo.
También advertimos como Dios nos busca. Es una de sus actividades, ponerse en busca de la
oveja perdida. Esa oveja que se ha apartado del rebaño por el pecado. Cristo nunca queda tranquilo,
se pone en prosecución amorosa de esa oveja que se ha separado.
Así mismo Cristo da la vida por sus ovejas, nos dice. Cumpliendo su propia definición de pastor,
dio la gran señal de amor al amigo entregando su vida a la más ignominiosa de las muertes. Al ver a
la humanidad perdida, al ver que no quería conocer más a su pastor divino, que se le hacía pesada
su voz y cargoso sus mandamientos, que sentía hastío de los manantiales de doctrina prefiriendo las
aguas del mundo y de la carne, su amor se convierte en "celo". Está celoso. El Señor es celoso.
"Tiene por nombre el celoso" dice la Escritura. El celo solo es por amor, como dijimos en la anterior
contemplación. Nadie puede servir a dos señores, celo del esposo por la esposa que es cada fiel. Me
han abandonado a mí que soy fuente de agua viva y han ido a fabricarse estanque y aljibes que no
pueden retener las aguas. Pero en vez de castigarnos da la vida por nosotros. Como dice el Salmo:
"en tu justicia líbrame", ya que la justicia de Dios es su misericordia. A mayor miseria mayor
compasión. Siente afecto por la miseria de otro como si fuese suya y ocupó nuestro lugar en la cruz,
de modo que cada uno puede afirmar con San Pablo: "me amó y se entregó por mí".
Digamos también que Cristo es pastor y pasto a un mismo tiempo. Ya que su manera de
apacentar a sus ovejas es darse así mismo a ellas. Las ovejas introducen a Cristo por la gracia, se
alimentan de él por el sacramento de la Eucaristía. Y quedan transformadas y vivificadas en Cristo.
Como escribe San Gregorio: "El hizo lo que aconsejó, él puso en práctica lo que mandó. Pastor
bueno dio su vida por sus ovejas, para dar en nuestro sacramento su cuerpo y derramar su sangre, y
saciar con el alimento de su carne a las ovejas que había redimido. y así Cristo no solo ha dado su
vida por nosotros sino que nos ha dado su propia vida. Cristo es quien vive en cada una de sus
ovejas que se dejan penetrar por ese conocimiento amoroso que él tiene de las almas. Es la Gracia,
la Eucaristía la vida de Cristo en el alma.
Finalmente es pastor eternamente. Los demás pastores tienen un ministerio temporal, Cristo en
cambio, es pastor desde la eternidad. Es pastor desde niño pero sigue siendo pastor a lo largo de la
vida. Y es pastor hasta de los ángeles. Es pastor desde que nació en la tierra, esparciendo durante
toda su vida su doctrina, su gracia, su propia carne, y lo seguirá siendo una vez subido al cielo y por
toda la eternidad.
El Salmo 22 es el que mejor ha resumido en la Escritura este oficio de Cristo como Buen Pastor:
"El Señor es mi Pastor, Él me apacienta", es decir, es la preparación al bautismo, comentaban los
Padres. "Me conduce a las aguas de quietud", es el bautismo; el pastor al bautizarnos de algún modo
nos pone en su rebaño. "Unge mis cabellos con su unción -sigue el salmo-", es la confirmación. "Y
prepara una mesa delante de mí", es la Eucaristía. Los tres sacramentos con los cuales el Pastor
apacienta a sus ovejas.
Digamos para terminar, que hoy hay también una gran oveja perdida que es la humanidad
contemporánea. En esto que los Papa han llamado la apostasía de las masas. Pues bien,
ofrezcámonos hoy a nuestro Pastor, como nos ofrecimos en la meditación del Reino para
acompañarlo en la pena, en este caso para acompañarlo en su obra pastoral, par acompañarlo en la
busca de sus ovejas perdidas, para ser apóstoles, para incendiar nuestra alma del celo de las almas
de modo que acompañando a Cristo Pastor en las penas y en los trabajos, podamos también
acompañarlo en la alegría de la oveja reconquistada y en la alegría de la vida eterna.
TEXTOS ÚTILES PARA LA 2º SEMANA

Cristo Rey
SANTOS PADRES

SAN JUAN CRISÓSTOMO:


"Los beneficios recibidos son múltiples: además del propio don con el que nos gratifica, nos da
también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado haciéndonos partícipes de la
herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios:
primero el puesto, y segundo el mérito de desempeñarlo bien" (Homilía sobre Colosenses 1 ,1 2)

SAN AGUSTÍN:
"Miremos la Cruz de Cristo. Allí estaba Cristo y allí estaban los ladrones. La pena era igual, pero
diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor, como en un tribunal, hizo de juez para
ambos; al que blasfemó lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al Paraíso. Cristo en la Cruz es
considerado Rey: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino". Cristo reinó desde la Cruz. La
participación en la realeza de Cristo es consustancial a la vida cristiana, con tal que reconozcamos
en medio de las tribulaciones, en su Cruz, como el buen ladrón." (Sermón 335,2)

ORÍGENES.
"Sin duda, cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que este
reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionado.
Efectivamente, Dios reina en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y
así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el
Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con las palabras del Evangelio:
"vendremos a él y haremos morada en él"
"Este reino de Dios que está dentro de nosotros, llegará, con nuestra cooperación, a su plena
perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a Él
todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo en todos. Por esto,
rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo,
digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
reino" ( Tratado sobre la oración 25)
P. LEONARDO CASTELLANI

CRISTO REY
Ergo Rex es Tu? - Tu dixisti... Sed
Regnum meum non est de hoc mundo.
Joan. XVIII, 33-36.
El año 1925 accediendo a una solicitud firmada por más de ochocientos obispos, el papa (Pío XI
instituyó para toda la Iglesia la festividad de Cristo Rey, fijada en el último domingo del mes de
octubre. Esta nueva invocación de Cristo, nueva y sin embargo tan antigua como la Iglesia, tuvo muy
pronto sus mártires, en la persecución que la masonería y el judaísmo desataron en Méjico, con la
ayuda de un imperialismo extranjero: sacerdotes, soldados, jóvenes de Acción Católica y aun
mujeres que murieron al grito de ¡Viva Cristo Rey!
Esta proclamación del poder de Cristo sobre las naciones se hacía contra el llamado liberalismo.
El liberalismo es una peligrosa herejía moderna que proclama la libertad y toma su nombre de ella.
La libertad es un gran bien que, como todos los grandes bienes, sólo Dios puede dar; y el
liberalismo lo busca fuera de Dios; y de ese modo sólo llega a falsificaciones de la libertad. Liberales
fueron los que en el pasado siglo, rompieron con la Iglesia, maltrataron al Papa y quisieron edificar
naciones sin contar con Cristo. Son hombres que desconocen la perversidad profunda del corazón
humano, la necesidad de una redención, y en el fondo, el dominio universal de Dios sobre todas las
cosas, como Principio y como Fin de todas ellas, incluso las sociedades humanas. Ellos son los que
dicen: Hay que dejar libres a todos, sin ver que el que deja libre a un malhechor es cómplice del
malhechor; - Hay que respetar todas las opiniones, sin ver que el que respeta las opiniones falsas es
un falsario; - La religión es un asunto privado, sin ver que, siendo el hombre naturalmente social, si la
religión no tiene nada que ver con lo social, entonces no sirve para nada, ni siquiera para lo privado.
Contra este pernicioso error, la Iglesia arbola hoy la siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, por tres
títulos, cada uno de ellos de sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres.
Es Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo Verdadero de Dios Omnipotente, Creador de todas las
cosas; es Rey por título de mérito, por ser el Hombre más excelente que ha existido ni existirá, y es
Rey por título de conquista, por haber salvado con su doctrina y su sangre a la Humanidad de la
esclavitud del pecado y del infierno.
Me diréis vosotros: eso está muy bien, pero es un ideal y no una realidad. Eso será en la otra vida
o en un tiempo muy remoto de los nuestros; pero hoy día... Los que mandan hoy día no son los
mansos, como Cristo, sino los violentos; no son los pobres, sino los que tienen plata; no son los
católicos, sino los masones. Nadie hace caso al Papa, ese anciano vestido de blanco que no hace
más que mandarse proclamas llenas de sabiduría, pero que nadie obedece. Y el mar de sangre en el
que se está revolviendo Europa, ¿concuerda acaso con algún reinado de Cristo?
La respuesta a esta duda está en la respuesta de Cristo a Pilatos, cuando le preguntó dos veces si
realmente se tenía por Rey. Mi Reino no procede de este mundo. No es como los reinos temporales,
que se ganan y sustentan con la mentira y la violencia; y en todo caso, aún cuando sean legítimos y
rectos, tienen fines temporales y están mechados y limitados por la inevitable imperfección humana.
Rey de verdad, de paz y de amor, mi Reino procedente de la Gracia reina invisiblemente en los
corazones, y eso tiene más duración que los imperios. Mi Reino no surge de aquí abajo, sino que
baja de allí arriba; pero eso no quiere decir que sea una mera alegoría, o un reino invisible de
espíritus. Digo que no es de aquí; pero no digo que no está aquí. Digo que no es carnal, pero no digo
que no es real. Digo que es reino de almas, pero no quiero decir reino de fantasmas, sino reino de
hombres. No es indiferente aceptarlo o no, y es supremamente peligroso rebelarse contra él en estos
últimos tiempos, Europa y con ella el mundo todo se halla hoy día en un desorden que parece no
tener compostura, y que sin Mí no tiene compostura...
Mis hermanos: porque Europa rechazó la reyecía de Jesucristo, actualmente no puede
parar en ella ni Rey ni Roque. Cuando Napoleón I, que fue uno de los varones (y el más grande de
todos) que quisieron arreglar a Europa sin contar con Jesucristo, se ciñó en Milán la corona de hierro
de Carlomagno, cuentan que dijo estas palabras: Dios me la dio, nadie me la quitará. Palabras que a
nadie se aplican más que a Cristo. La corona de Cristo es más fuerte, es una corona de espinas. La
púrpura real de Cristo no se destiñe, está bañada en sangre viva. Y la caña que le pusieron por burla
en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que puede volver a burlarse
de Cristo, en un barrote de hierro. Et reges eos in virga férrea: Los regirás con vara de hierro.
Veamos la demostración de esta verdad de fe, que la Santa Madre Iglesia nos propone a creer y
venerar en la fiesta del último domingo del mes de la primavera, llamando en nuestro auxilio a la
Sagrada Escritura, a la Teología y a la Filosofía, y ante todo a la Santísima Virgen Nuestra Señora
con un Ave María.
Los cuatro evangelistas ponen la pregunta de Pilatos y la respuesta afirmativa de Cristo:
- ¿Tú eres el Rey de los Judíos?
- Yo lo soy.
¿Qué clase de Rey será éste, sin ejércitos, sin palacios, atadas las manos, impotente y
humillado? - debe de haber pensado Pilatos.
San Juan, en su capítulo XVIII, pone el diálogo completo con Pilatos, que responde a esta
pregunta:
Entró en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ¿Tú eres el Rey de los Judíos?
Respondió Jesús: ¿Eso lo preguntas por ti mismo, o te lo dijeron otros?
Respondió Pilatos: ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los pontífices te han entregado. ¿Qué has
hecho?
Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido de la pregunta gobernador romano, al cual
maliciosamente los judíos le hacían temer que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos del
poder político:
Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, Yo tendría ejércitos, mi gente
lucharía por Mí para que no cayera en manos de mis enemigos. Pero es que mi Reino no es de aquí.
Es decir, mi Reino tiene su principio en el cielo, es un Reino espiritual que no viene a derrocar al
César, como tú temes, ni a pelear por fuerza de armas contra reinos vecinos, como desean los
judíos. Yo no digo que este Reino mío, que han predicho los profetas, no esté en este mundo; no digo
que sea un puro reino invisible de espíritus, es un reino de hombres; Yo digo que no proviene de este
mundo, que su principio y su fin están más arriba y más abajo de las cosas inventadas por el
hombre. El profeta Daniel, resumiendo los dichos de toda una serie de profetas, dijo que después de
los cuatro grandes reinos que aparecerían en el Mediterráneo, el reino de la Leona, del Oso, del
Leopardo y de la Bestia Poderosa, aparecería el Reino de los Santos, que duraría para siempre. Ése
es mi Reino...
Esa clase de reinos espirituales no los entendía Pilatos, ni le daban cuidado. Sin embargo,
preguntó de nuevo, quizá irónicamente:
-Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?
-Sí lo soy, - respondió Jesús tranquilamente; y añadió después mirándolo cara a cara: - Yo para
eso nací y para eso vine al inundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye
mi voz.
Dijo Pilatos:
-¿Qué es la Verdad?
Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo:
-Yo no le veo culpa.
Pero ellos gritaron:
-Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas vas en contra del César.
He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su carrera, delante de un tribunal,
a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama Él dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no
tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron: “No queremos a
éste por Rey, no tenemos más Rey que el César”; pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey
rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: “Jesús Nazareno Rey
de los Judíos”; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a 2000
años de distancia de aquella afirmación formidable: “Yo soy Rey”, miles y miles de seres humanos
proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones a su
Corazón Divino.
Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en medio de la confusión y
de las nubes de mentiras y engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones
del mundo y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie
para dar, como su Divino Maestro, testimonio de Verdad y para defender esa Verdad por encima de
todo. Por encima del tumulto y de la polvareda, con los ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia
de veinte siglos, segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la
esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo, está diciendo a
todos los Caifás, Herodes y Pilatos del mundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido
vana.
En el primer libro de las Visiones de Daniel, cuenta el profeta que vio cuatro Bestias disformes y
misteriosas que, saliendo del mar, se sucedían y destruían una a la otra; y después de eso vio a
manera de un Hijo del Hombre que viniendo de sobre las nubes del cielo se llegaba al trono de Dios;
y le presentaron a Dios, y Dios le dio el Poderío, el Honor y el Reinado, y todos los pueblos, tribus y
lenguas le servirán, y su poder será poder eterno que no se quitará, y su reino no se acabará.
Entonces me llegué lleno de espanto - dice Daniel - a uno de los presentes, y le pregunté la
verdad de todo eso. Y me dijo la interpretación de la figura: “Estas cuatro bestias magnas son cuatro
Grandes Imperios que se levantarán en la tierra (a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, según
estiman los intérpretes), y después recibirán el Reino los santos del Dios altísimo y obtendrán el reino
por siglos y por siglos de siglos”.
Esta palabra misteriosa, pronunciada 500 años antes de Cristo, no fue olvidada por los judíos.
Cuando Juan Bautista empieza a predicar en las riberas del Jordán: “Haced penitencia, que está
cerca el Reino de Dios”, todo ese pequeño pueblo comprendido entre el Mediterráneo, el Líbano, el
Tiberíades y el Sinaí resonaba con las palabras de Gran Rey, Hijo de David, Reino de Dios. Las
setenta Semanas de años que Daniel había predicho entre el cautiverio de Babilonia y la llegada del
Salvador del Mundo, se estaban acabando; y los profetas habían precisado de antemano, en una
serie de recitados enigmáticos, una gran cantidad de rasgos de su vida y su persona, desde su
nacimiento en Belén hasta su ignominiosa muerte en Jerusalén. Entonces aparece en medio de ellos
ese joven Doctor impetuoso, que cura enfermos y resucita muertos, a quien el Bautista reconoce y
los fariseos desconocen, el cual se pone a explicar metódicamente en qué consiste el Reino de Dios,
a desengañar ilusos, a reprender poderosos, a juntar discípulos, a instituir entre ellos una autoridad, a
formar una pequeña e insignificante sociedad, más pequeña que un grano de mostaza, y a prometer
a esa Sociedad, por medio de hermosísimas parábolas y de profecías deslumbradoras, los más
inesperados privilegios: - durará por todos los siglos, se difundirá por todas las naciones, abarcará
todas las razas; el que entre en ella, estará salvado; el que la rechace, estará perdido; el que la
combata, se estrellará contra ella; lo que ella ate en tierra, será atado en el cielo, y lo que ella desate
en la tierra, será desatado en el cielo. Y un día, en las puertas de Cafarnaúm, aquel Varón
extraordinario, el más modesto y el más pretencioso de cuantos han vivido en éste mundo, después
de obtener de sus rudos discípulos el reconocimiento de que él era el Ungido, el Rey, y más aún, el
mismo Hijo Verdadero de Dios vivo, se dirigió al discípulo que había hablado en nombre de todos y
solemnemente le dijo: Y Yo a ti te digo que tú eres Kefá, que significa piedra, y sobre esta piedra Yo
levantaré mi Iglesia, y los poderes infernales no prevalecerán contra ella; y te daré las llaves del
Reino de los Cielos. Y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.
Y desde entonces, se vio algo único en el mundo: esa pequeña Sociedad fue creciendo y
durando, y nada ha podido vencerla, nada ha podido hundirla, nadie ha podido matarla. Mataron a su
Fundador, mataron a todos sus primeros jefes, mataron a miles de sus miembros durante las diez
grandes persecuciones que la esperaban al salir mismo de su cuna; y muchísimas veces dijeron que
la habían matado a ella, cantaron victoria sus enemigos, las fuerzas del mal, las Puertas del Infierno,
la debilidad, la pasión, la malicia humana, los poderes tiránicos, las plebes idiotizadas y
tumultuantes, los entendimientos corrompidos, todo lo que en el mundo tira hacia abajo, se arrastra y
se revuelca - la corrupción de la carne y la soberbia del espíritu aguijoneados por los invisibles
espíritus de las tinieblas -; todo ese peso de la mortalidad y la corrupción humana que obedece al
Ángel Caído, cantó victoria muchas veces y dijo: “Se acabó la Iglesia”. El siglo pasado, no más, los
hombres de Europa más brillantes, cuyos nombres andaban en boca de todos, decían: “Se acabó la
Iglesia, murió el Catolicismo”. ¿Dónde están ellos ahora? Y la Iglesia, durante veinte siglos, con
grandes altibajos y sacudones, por cierto, como la barquilla del Pescador Pedro, pero infalible
irrefragablemente, ha ido creciendo en número y extendiéndose en el mundo; y todo cuanto hay de
hermoso y de grande en el mundo actual se le debe a ella; y todas las personas más decentes, útiles
y preclaras que ha conocido la tierra; han sido sus hijos; y cuando perdía un pueblo, conquistaba una
Nación; y cuando perdía una Nación, Dios le daba un Imperio; y cuando se desgajaba de ella media
Europa; Dios descubría para ella un Mundo Nuevo; y cuando sus hijos ingratos, creyéndose ricos y
seguros, la repudiaban y abandonaban y la hacían llorar en su soledad y clamar inútilmente en su
paciencia…, cuando decían: “Ya somos ricos y poderosos y sanos y fuertes y adultos, y no
necesitamos nodriza”, entonces se oía en los aires la voz de una trompeta, y tres jinetes siniestros se
abatían sobre la tierra :
uno en un caballo rojo, cuyo nombre es la Guerra;
otro en un caballo negro, cuyo nombre es El Hambre;
otro en un caballo bayo, cuyo nombre es La Persecución final;
y los tres no pueden ser vencidos sino por Aquel que va sobre el caballo blanco, al cual le ha sido
dada la espada para que venza, y que tiene escrito en el pecho y en la orla de su vestido: Rey de
Reyes y Señor de Dominantes.
El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey Eterno y Señor Universal, como
consecuencia directa y demostrable de ello se ve ahora empantanado en un atolladero y castigado
por los tres primeros caballos del Apocalipsis; y entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír por
Radio Excelsior (Sección Amena) una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre, bastante
vistosa, llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa justamente esto: se queja de la
guerra, se espanta de la crisis (racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su sueño
de paz y de amor ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a ser crucificado.
El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está
volviendo como Rey (¿o qué se ha pensado él que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó
el lagar Él solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano
el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo
es una reina de juegos florales?
Y ésta es la respuesta a los que hoy día se escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la
gran desolación espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una gran
desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó
Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual no es una gran desobediencia a Cristo: es
la consecuencia de una gran desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y
-consolémonos - es la preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de
Cristo. Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey mientras conserve
el poder de castigarlos, dice Cristo. En la última parábola que San Lucas cuenta, antes de la Pasión,
está prenunciado eso: “Semejante es el Reino de los Cielos a un Rey que fue a hacerse cargo de un
Reino que le tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No
queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino, mandó que le trajeran
aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia”. Eso contó N. S. Jesucristo hablando de sí
mismo, y cuando lo contó, no se parecía mucho a esos Cristos melosos, de melena rubia, de
sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey de paz, es un Rey de amor, de
verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren; pero es Rey verdadero para todos,
aunque no le quieran, ¡y tanto peor para el que no le quiera! Los hombres y los pueblos podrán
rechazar la llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden cambiar
la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no depende de quien debe,
dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo, tendrá el demonio por dueño. “ No
podéis servir a Dios y a las riquezas”, dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no
quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el demonio de las riquezas.
En su encíclica Quadragésimo, el papa Pío XI describe de este modo la condición del mundo de
hoy, desde que el Protestantismo y el Liberalismo lo alejaron del regazo materno de la Iglesia, y
decidme vosotros si el retrato es exagerado:
“La libre concurrencia se destruyó a sí misma; al libre cambio ha sucedido una dictadura
económica. El hambre y sed de lucro ha suscitado una desenfrenada ambición de dominar. Toda la
vida económica se ha vuelto horriblemente dura, implacable, cruel. Injusticia y miseria. De una parte,
una inmensa cantidad de proletarios; de otra, un pequeño número de ricos provistos de inmensos
recursos, lo cual prueba con evidencia que las riquezas creadas en tanta copia por el industrialismo
moderno no se hallan bien repartidas”.
El mismo Carlos Marx, patriarca del socialismo moderno, pone el principio del moderno
capitalismo en el Renacimiento, es decir, cuando comienza el gran movimiento de desobediencia a
la Iglesia; y añora el judío ateo los tiempos de la Edad Media, en que el artesano era dueño de sus
medios de producción, en que los gremios amparaban al obrero, en que el comercio tenía por objeto
el cambio y la distribución de los productos, y no el lucro y el dividendo, y en que no estaba aún
esclavizado al dinero para darle una fecundidad monstruosa. Añora aquel tiempo, que si no fue un
Paraíso Terrenal, por lo menos no fue una Babel como ahora, porque los hombres no habían
recusado la Reyecía de Jesucristo.
Los males que hoy sufrimos, tienen, pues, raíz vieja; pero consolémonos, porque ya está cerca el
jardinero con el hacha. Estamos al fin de un proceso morboso que ha durado cuatro siglos. Vosotros
sabéis que en el llamado Renacimiento había un veneno de paganismo, sensualismo y
descreimiento que se desparramó por toda Europa, próspera entonces y cargada de bienestar como
un cuerpo pletórico. Ese veneno fue el fermento del Protestantismo; rebelión de las ricos contra los
pobres, como lo llamó Belloc, que rompió la unidad de la Iglesia, negó el Reino Visible de Cristo, dijo
que Cristo fue un predicador y un moralista, y no un Rey; sometió la religión a los poderes civiles y
arrebató a la obediencia del Sumo Pontífice casi la mitad de Europa. Las naciones católicas se
replegaron sobre sí mismas en el movimiento que se llamó Contra-Reforma, y se ocuparon en
evangelizar el Nuevo Mundo, mientras los poderes Protestantes inventaban el puritanismo, el
capitalismo y el imperialismo. Entonces empezó a invadir las naciones católicas una a modo de
niebla ponzoñosa proveniente de los protestantes, que al fin cuajó en lo que llamamos Liberalismo, el
cual a su vez engendró por un lado el Modernismo y por otro el Comunismo. Entonces fue cuando
sonó en el cielo la trompeta de la cólera divina, que nadie dejó de oír; y el Hombre Moderno, que
había caído en cinco idolatrías y cinco desobediencias, está siendo probado y purificado ahora por
cinco castigos y cinco penitencias:
Idolatría de la Ciencia, con la cual quiso hacer otra torre de Babel que llegase hasta el cielo; y la
ciencia está, en estos momentos, toda ocupada en construir aviones, bombas y cañones para voltear
casas y ciudades y fábricas;
Idolatría de la Libertad, con la cual quiso hacer de cada hombre un pequeño y caprichoso
caudillejo; y éste es el momento en que el mundo está lleno de despotismo y los pueblos mismos
piden puños fuertes para salir de la confusión que creó esa libertad demente;
Idolatría del Progreso, con el cual creyeron que harían en poco tiempo otro Paraíso Terrenal; y he
aquí que el Progreso es el Becerro de Oro que sume a los hombres en la miseria, en la esclavitud,
en el odio, en la mentira, en la muerte;
Idolatría de la Carne, a la cual se le pidió el cielo y las delicias del Edén; y la carne del hombre
desvestida, exhibida, mimada y adorada, está siendo destrozada, desgarrada y amontonada como
estiércol en los campos de batalla;
Idolatría del Placer, con el cual se quiere hacer del mundo un perpetuo Carnaval y convertir a los
hombres en chiquilines agitados e irresponsables; y el placer ha creado un mundo de enfermedades,
dolencias y torturas que hacen desesperar a todas las facultades de medicina.
Esto decía no hace mucho tiempo un gran obispo de Italia, el arzobispo de Cremona, a sus fieles.
¿Y nuestro país? ¿Está libre de contagio? ¿Está puro de mancha? ¿Está limpio de pecado? Hay
muchos que parecen creerlo así, y viven de una manera enteramente inconsciente, pagana,
incristiana, multiplicando los errores, los escándalos, las iniquidades, las injusticias. Es un país tan
ancho, tan rico, tan generoso, que aquí no puede pasar nada; queremos estar en paz con todos,
vender nuestras cosechas y ganar plata; tenemos gobernantes tan sabios, tan rectos y tan
responsables; somos tan democráticos, subimos al gobierno solamente a aquel que lo merece;
tenemos escuelas tan lindas; tenemos leyes tan liberales; hay libertad para todo; no hay pena de
muerte; si un hombre agarra una criaturita en la calle, la viola, la mata y después la quema, ¡qué se
va a hacer, paciencia!; tenemos la prensa más grande del mundo: por diez centavos nos dan doce
sábanas de papel llenas de informaciones y de noticias; tenemos la educación artística del pueblo
hecha por medio del cine y de la radiotelefonía; ¡qué pueblo más bien educado va a ir saliendo, un
pueblo artístico! ¡Qué país, mi amigo, qué país más macanudo! — ¿Y reina Cristo en este país? —
¿Y cómo no va a reinar? Somos buenos todos. Y si no reina, ¿qué quiere que le hagamos?
Tengo miedo de los grandes castigos colectivos que amenazan nuestros crímenes colectivos.
Este país está dormido, y no veo quién lo despierte. Este país está engañado, y no veo quién lo
desengañe. Este país está postrado, y no se ve quién va a levantarlo.
Pero este país todavía no ha renegado de Cristo, y sabemos por tanto que hay alguien capaz de
levantarlo. Preparémonos a su venida y apresuremos su venida. Podemos ser soldados de un gran
Rey; nuestras pobres efímeras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto.
Arranquemos de ellas el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos,
ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo,
o en su parroquia, o en las Sociedades Vicentinas... El que pueda hacer apostolado, que ayude a
Nuestro Cristo Rey en la Acción Católica o en las Congregaciones. El que pueda enseñar, que
enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con
riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores nuestra vida. Acudamos a
la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos
para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el
capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del
Reino de Dios contra las fuerzas del Mal, campaña que es el eje de la historia del mundo — sabiendo
que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin, que su triunfo y venida no está lejos y que
su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vio, el
oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.
(P. Leonardo Castellani, Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Ed. Paucis Pango, Bs. As., 1951, p. 167- 178)
CARTA DE FRANCISCO CAMPOS, CRISTERO DE SANTIAGO
BAYACORA (DURANGO).

"El 31 de julio de 1926, unos hombres hicieron que Dios nuestro Señor se ausentara de sus
templos, de sus altares, de los hogares de los católicos, pero otros hombres hicieron por que volviera
otra vez; esos hombres no vieron que el gobierno tenía muchísimos soldados, muchísimo
armamento, muchísimo dinero pa´hacerles la guerra; eso no vieron ellos, lo que vieron fue defender
a su Dios, a su Religión, a su madre que es la santa iglesia; eso es lo que vieron ellos. A esos
hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas y lo que tenían; se fueron
a los campos de batalla a buscar a Dios Nuestro Señor. Los arroyos, las montañas, los montes, las
colinas, son testigos de que aquellos hombres le hablaron a Dios Nuestro Señor con el Santo
Nombre de Viva Cristo Rey, Viva la Santísima Virgen de Guadalupe, Viva México. Los mismos
lugares son testigos de que aquellos hombres regaron el suelo con su sangre, y no contentos con
eso, dieron sus mismas vidas porque Dios Nuestro Señor volviera otra vez. Y viendo Dios Nuestro
Señor que aquellos hombres de veras lo buscaban, se dignó venir otra vez a sus templos, a sus
altares, a los hogares de los católicos, como lo estamos viendo ahorita, y encargó a los jóvenes de
ahora que si en lo futuro se llega a ofrecer otra vez que no olviden el ejemplo que nos dejaron
nuestros antepasados".

(Tomado de www.libreopinion.com)
EL PADRE MARCIAL MACIEL RECUERDA EL TESTIMONIO DE JOSÉ
SÁNCHEZ DEL RÍO.

Martirio de un muchacho mexicano de catorce años


Setenta y seis años después sigue grabada en la memoria del padre Marcial Maciel, fundador de
los Legionarios de Cristo, el martirio de su amigo José Sánchez del Río, a tan sólo catorce años, del
que él fue testigo presencial.
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 22 junio 2004 (ZENIT.org) La Santa Sede promulgó este
martes el decreto con el que reconoce el martirio de este adolescente mexicano, nacido el 28 de
marzo de 1913 en Sahuayo (Michoacán, México), asesinado «por odio a la fe» el 10 de febrero de
1928, según aclaró el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas
de los Santos.
Al narrar el origen de la Legión de Cristo, el padre Maciel explica en el libro «Mi vida es
Cristo» el papel decisivo que tendría para su vocación el testimonio de José, a quien conocía pues
vivían en pueblos cercanos.
La familia de Marcial Maciel, que entonces tenía siete años, había tenido que abandonar la
casa de la localidad de Michoacán, Cotija, precisamente a causa de la persecución que se
desencadenó en el país contra los católicos tras la promulgación de leyes que negaban el derecho
fundamental a la libertad religiosa.
Maciel, que entonces tenía 7 años, recuerda que José le invitó a escaparse con él a la Sierra
para unirse a los «cristeros», los católicos que se rebelaron a las imposiciones del Gobierno central
que llevaron incluso a la suspensión del culto. «Pocos días después de su fuga fue capturado por las
fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los cristeros un castigo
ejemplar», recuerda el fundador.
«Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so pena de muerte. José no aceptó la
apostasía. Su madre estaba traspasada por la pena y la angustia, pero animaba a su hijo», añade:
«Entonces le cortaron la piel de las plantas de los pies y le obligaron a caminar por el
pueblo, rumbo al cementerio --recuerda--. Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. De vez en
cuando se detenían y decían: "Si gritas 'Muera Cristo Rey'" te perdonamos la vida. "Di 'Muera Cristo
Rey'". Pero él respondía: "Viva Cristo Rey"».
«Ya en el cementerio, antes de disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar
de su fe. No lo hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando como muchos otros mártires mexicanos
"¡Viva Cristo Rey!"».
«Estas son imágenes imborrables de mi memoria y de la memoria del pueblo mexicano,
aunque no se hable muchas veces de ellas en la historia oficial», concluye el padre Maciel.

(tomado de ZENIT.org )
LA TABLILLA DE CRISTO

La tablilla condenatoria que Pilatos hizo fijar sobre la cruz de Jesús ostentaba, sin duda, un texto
determinado, pero los Evangelios nos lo ofrecen con las siguientes diferencias verbales: Jesús el
Nazareno, el rey de los judíos (Jn. 19,19); Este es Jesús, el rey de los judíos (Mt. 27,37); Este es el
rey de los judíos (Lc. 23,38); El rey de los judíos (Mc. 15,26). El rótulo estaba escrito en las tres
lenguas más usadas en la región, es decir, hebrea (aramea), griega y latina.
Parece que este título fue conservado por los primitivos cristianos como preciada reliquia. La
monja Eteria en su peregrinación a Jerusalén vió en 385 la inscripción o título de la cruz (cf. G EYER,
Itinera Hierosolymitana 88). Pero la historia es oscura hasta finales del siglo xv, en que, siendo titular
de la basílica de Santa Cruz de Jerusalén, en Roma, el cardenal arzobispo de Toledo, D. Pedro
González de Mendoza, en unas obras de reparación los obreros descubrieron una caja. En ella se
encontró una tablilla de madera, de un palmo de largo y de más de dos dedos de espesor, donde
aparecían grabadas tres lineas de escritura, cada una con caracteres diferentes. En la línea inferior
se leía en latín: Is NAZARENUS RE, escrito de derecha a izquierda; en la isuperior, un grupo de
letras griegas en el mismo sentido, y más arriba, otras palabras en caracteres hebraicos o
sirocaldeos. Entablada discusión sobre el hallazgo, ocurrido el 1.º de febrero de 1492, se sostuvo que
la tablilla era un fragmento del título de la cruz del Señor. El propio papa Inocencio VIII subió el 12 de
marzo a la basílica para adorarlo. En 1496, el papa Alejandro VI, en la bula Admirabile sacramentum,
reconoció su autenticidad. El título fue colocado en un relicario que mandó cincelar el cardenal
Mendoza. No obstante las discusiones que ha suscitado, sobre todo por la manera de estar escrita la
inscripción, la reliquia se tiene aún hoy día por auténtica y está expuesta a la veneración de los
fieles. (cf. DOM BALDUIN BEDINI, O. Cist., Les reliques sexoriennes de la Pasion de Notre Seigneur
[Roma 1925] p.60-69).
SOLO CRISTO SUPO SER REY

Que fue rey; que le adoraron como a tal; que le aclamaron rey; que dijo que lo era, y El habló de
su reino; que le sobrescribieron con ese título; que la Iglesia lo prosiguió; que la teología lo afirma;
que los santos le han dado ese nombre, constantemente lo afirman los lugares referidos. Dejo que
los profetas le prometieran rey y que los salmos repetidamente lo cantan, y así lo esperaron las
gentes y los judíos; aunque las sinagogas de pueblo endurecido le apropiaron el reino que deseaba
su codicia, no el conveniente a las demostraciones de su amor. Y a esta causa, arrimando su
incredulidad a las dudas de sus designios interesados, echaron menos en Cristo, para el rey
prometido, el reino temporal y la vanidad del mundo y... la Jerusalén de oro y de perlas que
esperaban, y los reinos perecederos. Y aunque los demás hebreos, con rabí Salomón, sobre
Zacarías, esperan el Mesías en esta forma, con familia, ejércitos y armas, y con ellas que los libre de
los romanos, no faltan en el Talmud rabíes que lo confiesan rey y pobre mendigo...
Y siendo esto así, le vieron ejercer jurisdicción civil y criminal. Dióle la persecución, tentándole, lo
que le negaba la malicia incrédula, como se vió en las monedas para el tributo de César y en la
adúltera. Obra de rey fue gloriosa y espléndida el convite de los panes y los peces. Ya le vieron
debajo del dosel en el Tabor los tres discípulos. Magnífico y misterioso se mostró en Caná;
maravilloso en casa de Marta, resucitando una vez un alma, otra un cuerpo; valiente en el templo,
cuando con unos cordeles emendó el atrio, castigó los mohatreros que profanaban el templo y
atemorizó los escribas. Cuando le prendieron, militó con las palabras; preso, respondió con silencio;
crucificado, reinó en los oprobios; muerto, ejecutorió el vasallaje que le debían el sol y la luna, y
venció la muerte. De manera que, siendo rey, y pobre, y señor del mundo, en éste fue rey de todos,
por quien era. Pocos fueron entonces suyos, porque le conocieron pocos; y entre doce hombres (no
cabal el número, que uno le vendió, otro le negó, los más huyeron, algunos le duraron) fue monarca,
y tuvo reinos en tan poca familia; y sólo Cristo supo ser rey” (cf. F RANCISCO DE QUEVEDO, Política de
Dios, gobierno de Cristo c.2: “Obras completas” 2. ed. [Aguilar, Madrid 1947] p.368-370).
MÁRTIR DE CRISTO REY

“Cuando estalló la guerra de liberación de España, Antonio Molle Lazo tenía veintiún años. Con el
tercio de requetés de Nuestra Señora de la Merced actuó en Jerez y otros pueblos de Sevilla en
defensa de España. Veintitantos soldados defendían el 10 de agosto de 1936 la villa de Peñaflor.
Ante el brutal alud de los rojos hubieron de replegarse los heroicos defensores. Antonio Molle cayó
prisionero. Los marxistas le cortaron lentamente las dos orejas y clavaron gruesos clavos en sus
ojos. Le machacaron ferozmente la nariz y dejaron su cuerpo cubierto de heridas espantosas. Mas él
seguia gritando: ¡Viva Cristo Rey y viva España! Gritaba hasta que podía. Su cadáver fue
recuperado a las veinticuatro horas, cuando el pueblo se reconquistó. Depositado en la iglesia
cuando ya había sangrado el cuerpo toda su sangre generosa, fue la primera sorpresa el quedar en
el templo una mancha fresca de ella. Los restos mortales fueron llevados después a Jerez y más
tarde inhumados en la iglesia del Carmen de dicha ciudad, en donde se conservan incorruptos,
según se refiere. Fue el suyo el primer proceso de beatificación incoado de entre los nuevos mártires
de España” (cf. A. KOCH, S. I., y A. SANCHO, Docete t.2 p.256).
SAN AGUSTÍN

I) CRISTO REY

A) SÓLO EL HIJO REY


Al comentar las palabras Rey mío y Dios mío (Ps. 5,3), dice: “Aunque el Hijo es Dios y el Padre
es Dios y no son más que un solo Dios, y si se lo preguntamos al Espíritu Santo nos contestaría que
también lo es...; sin embargo, las Sagradas Escrituras suelen llamar al Hijo Rey” (cf. Enarrat. in Ps. 5
n.3: PL 37,83).

B) UNGIDO CON LA DIVINIDAD


Refiriéndose a David, dice: “Fue ungido como rey, porque entonces sólo se ungían dos únicas
personas: los reyes y sacerdotes, en los cuales se prefiguraba al que había de ser único sacerdote y
rey y desempeñaría ambos oficios. Cristo recibió este nombre derivado del “crisma”, y no sólo fue
ungido El, nuestra cabeza, sino nosotros mismos, cuerpo suyo. Rey es, porque nos gobierna y
conduce” (cf. Enarrat. in Ps. 24 n.2: ibid., 195).
“Dios, ungido por Dios... ¿Con qué óleo, sino con uno espiritual e invisible...? Fue ungido Dios por
nosotros y enviado por nosotros, y para poder recibir la unción se hizo hombre, de tal manera que sin
dejar de serlo fuera Dios...
Dios, pues, hecho hombre y, por tanto, Dios ungido por Dios se hizo Hombre y Cristo” (cf. Enarrat. in
Ps. 44 n.19: ibid., 505).

C) REY QUE GOBIERNA RECTAMENTE


Al comentar las palabras cetro de equidad (virga directionis) (Ps. 44,7), dice: Es “cetro recto que
dirige a los hombres que estaban retorcidos, deseosos de reinar sobre sí mismos, egoístas y
amadores de sus pecados”. La voluntad de Dios era recta; las acciones de los hombres, torcidas, y el
gobierno de Cristo consistía en enderezarlos. “Será su vara la que te gobierne, una vara recta porque
se le llama rey, de regir, y no rige el que no dirige. Por eso es nuestro rey, rey de los rectos, porque,
como los sacerdotes reciben su nombre del oficio de santificarnos, así el rey del de regirnos...”
“¿Vives torcido? Acércate a este cetro recto, sea Cristo tu Rey, y diríjate con su vara inflexible”.
A continuación añade que no se tema el gobierno de este Rey porque la vida anterior haya sido
torcida, ya que, si Dios odió el pecado, no así el pecador.

E) REY POR DERECHO DE CONQUISTA


“Verdadero rey es aquel cuyo título fué escrito en la cruz por Pilatos. Se lo puso sobre la cabeza (Lc.
23,38) diciendo: Rey de los judíos, en lengua hebrea, griega y latina, para que todos cuantos pasaran
leyesen la gloria de este Rey y la vergüenza de los judíos, que, rechazando al Rey verdadero,
eligieron al César... Creían haber derrotado totalmente al que crucificaban, y era entonces en la cruz
donde estaba pagando el precio para comprar el orbe entero... Pertenecemos, pues, al que nos
redimió, que por nosotros venció al mundo, no con atuendo de soldado, sino en una cruz de ludibrio.
Y el rey se gloriará en Dios, se gloriarán los que juren en El. ¿Quiénes son los que juran en El? Los
que prometen y le entregan su vida, los que se hacen cristianos” (cf. Enarrat. in Ps. 62 n.20: ibid.,
760).

D) ES DIOS EL REY DE LAS NACIONES...


Dios es Rey de toda la tierra (Ps. 46,8-9). Rey no sólo de los judíos, que también lo fué, sino del
mundo entero, que debe batir palmas (v.2). Nos sujetará los pueblos, El pondrá las gentes bajo
nuestros pies (v.4).
Todas las gentes estarán bajo los pies de Cristo, “que, crucificado por los suyos y adorado por los
ajenos, se hizo precio de todos. Nos compró para que no fuésemos extraños a El”. Y colocó a todas
las gentes bajo los pies de los suyos. ¿No estamos viendo ahora cómo los que no creen en Cristo...,
sin ser cristianos, acuden a la Iglesia, piden su auxilio, demandan sus limosnas, aunque no quieran
reinar eternamente con nosotros? Cuando todos piden la ayuda de la Iglesia sin pertenecer a ella,
¿no es que Dios ha puesto a las gentes debajo de nuestros pies?

F) EL REINO DE CRISTO Y EL DE SATANÁS


“Para que nadie crea que el reino de Cristo se ha dividido al separarse del rebaño de las ovejas
perdidas, Jesús dijo: El que no está conmigo está contra mí (Mt. 12,30). Observad que no dice el que
no lleva mi nombre o el que no lleva la apariencia de mis misterios, sino el que no está conmigo.
Todo el que no está con Cristo está contra El, y no es que su reino se haya dividido, sino que los
hombres lo han intentado. El que no se aparta de la iniquidad no pertenece al reino del Señor,
aunque lleve el nombre de cristiano, y, para poneros un ejemplo, os diré que los que viven
dominados por el espíritu de avaricia y de lujuria... pertenecen al reino del demonio, como los
adoradores de los ídolos. Judíos, paganos, herejes y viciosos, todos pertenecen al reinado de
Satanás, que no podrá sostenerse contra el de Cristo” (cf. Serm. 71 n.4: PL 38,446).

II) LA VICTORIA DE HOY, PRENDA DEL REINO FUTURO


La Enarratio sobre el salmo 109 (cf. PL 36,1445-1462) es más larga de lo acostumbrado. Su
argumento es el siguiente:
a) Las promesas cumplidas son prenda del cumplimiento de las que no se han verificado todavía.
b) Se nos ha prometido el reino glorioso de Cristo y un reino sobre sus enemigos en este mundo.
c) Estamos viendo el cumplimiento de este segundo reino, luego podemos esperar el definitivo y
triunfal.
Como quiera que San Agustín vivía en los tiempos inmediatos a Constantino, no cree necesario
insistir en la exposición del triunfo de Cristo, que entonces era tan palmario para los que le oían.
LA NAVIDAD

BELÉN
César Augusto, el mayor burócrata del mundo, se hallaba en su palacio cerca del Tíber. Ante él
tenía extendido un mapa en que se veía la siguiente inscripción: Orbis Terrarum, Imperium
Romanum. Estaba a punto de decretar un censo del mundo, ya que todas las naciones del mundo
civilizado se hallaban sometidas a Roma. No había más que una sola capital para este mundo:
Roma; una sola lengua oficial: el latín; un solo gobernante- el César. La orden partió hacia todas las
avanzadas, hacia todos los sátrapas y gobernantes del imperio: todo súbdito romano había de ser
empadronado en su propia ciudad. En los confines del imperio, en el pequeño pueblo de Nazaret,
unos soldados fijaron en las paredes el bando que ordenaba que todos los habitantes fueran a
empadronarse en las ciudades de donde sus familias eran oriundas.
José, el artesano, un oscuro descendiente del gran rey David, tuvo que ir a empadronarse en
Belén, la ciudad de David. Conforme a lo decretado, María y José partieron de Nazaret para
encaminarse a Belén, que se encuentra a unos ocho kilómetros más allá de Jerusalén. Quinientos
años antes, el profeta Miqueas había profetizado con respecto a aquel pueblecillo: «Y tú Belén, tierra
de Judá, no eres de ninguna manera el menor entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel.» Mt 2, 6
José se hallaba lleno de esperanza cuando entró en la ciudad de su familia, y estaba
completamente convencido de que no tendría dificultad alguna en encontrar albergue para María,
sobre todo teniendo en cuenta el estado en que se hallaba. Pero José anduvo de casa en casa y
todas estaban atestadas de gente. En vano buscó un sitio donde pudiera nacer aquel a quien
pertenecen el cielo y la tierra. ¿Sería posible que el Creador no encontrara un hogar en la creación?
José subió la empinada cuesta de una colina, en dirección a una débil luz que brillaba suspendida de
una cuerda, delante de una puerta. Debía de ser la posada del pueblo. Allí era donde había mayores
posibilidades de encontrar alojamiento. Había sitio para los soldados de Roma que brutalmente
habían sojuzgado al pueblo judío; había sitio para las hijas de los ricos mercaderes orientales; había
sitio para aquellos personales ricamente vestidos que vivían en los palacios del rey; había sitio en
realidad para todo aquel que tuvo una moneda que entregar al posadero, mas no lo había para quien
venía para ser la Posada de todo corazón que estuviera sin hogar en este mundo. Cuando el libro de
la historia esté completo hasta la última palabra en lo temporal, la línea más triste de todas será la
siguiente: «No había sitio para ellos.»
Por último, José y María descendieron de la colina, se dirigieron a una cueva que servía de
establo, adonde a veces los pastores llevaban sus rebaños durante las tormentas, y allí buscaron su
cobijo. Allí, en un sitio de paz, en el abandono solitario de una cueva barrida por el viento; allí, debajo
del suelo del mundo, aquel que nació sin madre en el cielo había de nacer sin padre en la tierra.
De todos los demás niños que vienen al mundo, las personas amigas de la familia pueden decir
que se parecen a su madre. Esta fue la primera vez en el tiempo que hubiera podido decirse que la
madre se parecía al Hijo. Tal es la hermosa paradoja del Hijo que hizo a su propia madre; la madre,
por su parte, era sólo una criatura. Fue también la primera vez en la historia en que alguien pudo
haber pensado que el cielo se encontraba en algún otro lugar más que «en alguna parte de allá
arriba»: cuando el Niño se hallaba en sus brazos, María, con sólo bajar la cabeza, podía contemplar
el cielo.
En el sitio más repugnante del mundo, en un establo, había nacido la Pureza, Aquel que más
tarde había de ser sacrificado por hombres que actuaban como bestias, nació entre bestias. Aquel
que habría de denominarse a sí mismo «el pan de la vida que descendió del cielo», fue colocado en
un pesebre, que es precisamente el lugar en que comen las reses. Siglos antes, los judíos habían
adorado el becerro de oro, y los griegos el asno. Los hombres se inclinaban, ante estos animales
como ante Dios. El buey y el asno se hallaban ahora presentes para realizar su inocente reparación
inclinándose delante de su Dios,
No había sitio en la posada, pero lo hubo en el establo. La posada es el lugar de concurrencia de
la opinión pública, el centro de las maneras mundanas, el sitio donde se cita la gente del mundo, los
que tienen popularidad y gozan del éxito. Pero el establo es el lugar de los proscritos, de los oscuros,
de los olvidados. El mundo no podía haber esperado que el Hijo de Dios naciera -si es que en
realidad había de nacer- en una posada. Un establo era el último lugar del mundo en que podía ser
esperado. La Divinidad se halla donde menos se espera encontrarla.
Ninguna mente mundana podría haber sospechado jamás que aquel que pudo hacer que el sol
calentara la tierra hubiera de necesitar un día a un buey y a un asno para que le calentasen con su
aliento; que a aquel que, en el lenguaje de las Escrituras, podía detener la carrera de la estrella
Arturo, le sería decretado, en virtud de un censo imperial, el lugar de nacimiento; que aquel que
vistió de hierba los cuerpos habría de estar desnudo; que aquel cuyas manos crearon los planetas y
los mundos vendría un día en que con sus brazos diminutos no podría alcanzar siquiera a tocar las
cervices del ganado; que los pies que hollaban las eternas colinas serían un día demasiado flacos
para caminar sobre la tierra; que la eterna Palabra estaría muda; que la omnipotencia se vería
envuelta en pañales; que la salvación se recostaría en un pesebre; que el pájaro llegaría a ser
incubado en el nido que él mismo se había construido... nadie habría sospechado que al venir Dios a
esta tierra se hallara hasta tal punto desvalido. Y ésta es precisamente la razón por la que muchos no
quieren creer en El. La Divinidad se halla siempre donde menos se espera encontrarla.
Si el artista se encuentra en su ambiente en su estudio, porque los lienzos que en él figuran son
creación de su propia mente; si el escultor se encuentra en su ambiente en medio de sus estatuas,
porque éstas son la obra de sus propias manos; si el labrador se encuentra en su ambiente entre sus
vides, porque él mismo las plantó, y si el padre se encuentra en su ambiente entre sus hijos, porque
son los suyos, entonces, arguye el mundo, aquel que hizo el mundo debería hallarse en su ambiente,
en su propio hogar, en este mundo. Debería venir a él como un artista a su estudio, y como un padre
a su hogar; pero esto de que el Creador viniera en medio de sus criaturas para ser ignorado por ellas;
esto de que Dios viniera a los suyos para no ser recibido por los suyos; esto de que Dios estuviera
sin hogar en su propia casa... todo esto no podía significar más que una sola cosa para la mente
mundana: que aquel Niño no podía haber sido Dios de ninguna manera. Y he ahí la razón por la cual
no creyeron en El. La Divinidad se halla siempre donde menos se espera encontrarla. El Hijo del Dios
hecho hombre entró en su propio mundo por una puerta trasera. Exiliado de la tierra, nació debajo de
la tierra, y en cierto modo llegó a ser el primer Hombre de las cavernas dentro de la historia escrita.
Allí-sacudió la tierra hasta sus cimientos. Puesto que nació en una caverna, todos los que desean
verle tienen que agacharse. Agacharse es señal de humildad. Los orgullosos se niegan a hacerlo, y
por ello pierden de vista a la Divinidad. Sin embargo, aquellos que doblan el espinazo de su ego, de
su propio yo, y entran en la cueva, advierten que en realidad no se trata en modo alguno de ninguna
cueva, sino que se hallan en un nuevo universo en el cual un Niño está sentado en el regazo de su
madre y sostiene el universo en la mano.
Por tanto, vemos que el pesebre y la cruz se hallan en los dos extremos de la vida del Salvador.
Aceptó el pesebre porque no había sitio en la posada; aceptó la cruz porque la gente decía: «No
queremos por rey a ese hombre.» Expropiado de su derecho al entrar, rechazado cuando se iba, fue
colocado al principio en establo ajeno y fue puesto, al fin, en una tumba ajena. Un buey y un asno
rodeaban su cuna en Belén; dos ladrones estaban a su lado en el Calvario. Fue envuelto en pañales
en su lugar de nacimiento, fue envuelto de nuevo en mortajas, en los pañales de la muerte, en su
tumba, y esos lienzos simbolizan en uno y otro caso las limitaciones impuestas a su divinidad cuando
asumió la forma humana.
Los pastores que estaban guardando sus rebaños por allí fueron advertidos por los ángeles: «Esto
os será la señal: hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Lc 2, 12
Ya llevaba entonces su cruz, la única cruz que un recién nacido podía llevar, una cruz de pobreza,
de destierro y limitación. Su intención de sacrificio se traslucía ya en el mensaje que los ángeles
cantaron a las colinas de Belén: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es
Cristo el Señor.» Lc 2, 11
Ya entonces su pobreza había desafiado a la ambición, mientras que el orgullo tenía que
habérselas con la humillación de un establo. Que el divino poder, que no admite trabas, pudiera estar
fajado con los pañales de un niño es una idea tal que, concebirla, exige una contribución demasiado
fuerte para que puedan pagarla las mentes que no piensan más que en el poder. No pueden concebir
la idea de la condescendencia divina, o el «hombre rico que se hace pobre para poder llegar a ser
rico mediante su pobreza». Los hombres no habrían de tener un signo mayor de la Divinidad que la
ausencia de poder en el momento en que lo esperan, el espectáculo de un Niño que dijo que vendría
en las nubes del cielo, siendo ahora envuelto en los pañales de la tierra.
Aquel al que los ángeles llaman «Hijo del Altísimo» descendió al barro del que todos nosotros
nacimos para llegar a ser uno con el hombre débil, con el hombre caído, igual a él en todas las
cosas, salvo en el pecado. Y éstos son los pañales que constituyen su «señal». Si el que es la
omnipotencia misma hubiera venido en medio de rayos y truenos, no habría habido señal alguna. No
hay señal a menos que ocurra algo contrario a la naturaleza. El resplandor del sol no es ninguna
señal, pero un eclipse sí lo es. El dijo que en el último día su venida sería anunciada por «señales en
el sol», quizás una extinción de la luz. En Belén, el divino Hijo se eclipsó, de suerte que sólo los
humildes en espíritu pudieran reconocerle.
Sólo dos clases de personas encontraron al Niño: los pastores y los magos; los sencillos y los
doctos; aquellos que sabían que no sabían nada y aquellos que sabían que no lo sabían todo. Nunca
ha sido visto por el hombre de un solo libro; tampoco lo ha sido nunca por el hombre que cree, saber.
Ni siquiera a Dios le es posible decir algo al orgulloso. Sólo los humildes pueden encontrar a Dios.
Como acertadamente dijo Caryll Houselander, «Belén es el trasunto del Calvario, tal como el
copo de nieve lo es del universo». Esta misma idea expresó el poeta que dijo que, si conociera en
todos sus detalles la flor que crece en unas ruinas, conocería también «lo que es Dios y el hombre».
Los científicos nos dicen que el átomo comprende en sí mismo el misterio del sistema solar.
No es tan exacto que su nacimiento proyectara una sombra sobre su vida, y que así le condujese
a la muerte; fue más bien que la cruz estaba allí desde el principio y proyectaba su sombra hacia su
nacimiento. Los mortales corrientes pasan de lo conocido a lo desconocido, sometiéndose a fuerzas
que escapan a su dominio; de ahí que podamos hablar de sus «tragedias». Pero el paso de lo
conocido a lo conocido, desde la razón de su venida, a saber, de ser Jesús» o «Salvador», a la
consumación de su venida, es decir, a la muerte en la cruz. Por lo tanto, no hubo tragedia en su vida,
ya que la tragedia implica lo imprevisible, lo incontrolable, lo fatal. La vida moderna es trágica en
cuanto hay en ella oscuridad espiritual y culpa irredimible. Mas para el Niño Jesús no había fuerzas
incontrolables; no había para El ninguna sumisión a cadenas fatalistas de las que no pudiera
evadirse; pero había un «trasunto», el del pesebre microcósmico que resumía, a la manera de un
átomo, la macrocósmíca cruz del Gólgota.
En su primera venida, tomó el nombre de «Jesús», o «Salvador»; sólo en su segunda venida será
cuando tomará el nombre de «juez». «Jesús» no era un nombre que El tuviera antes de asumir la
naturaleza humana; propiamente se refiere al hecho de que estaba unido a su Divinidad, no a que
existiera desde toda la eternidad. Algunos dicen: «Jesús enseñó»; tal como dirían: «Platón enseñó»,
sin pensar una sola vez que su nombre significa «el que salva del pecado». Una vez recibió este
nombre, el Calvario llegó a ser completamente una parte de su existencia. La sombra de la cruz que
se proyectaba sobre su cuna cubría también el significado de su nombre. Esto, era «asunto, de su
Padre»; y todo lo demás sería algo secundario.
(Fulton Sheen Vida de Jesucristo. Cap 2)
EL DIOS EN LA CAVERNA
(G.K. Chesterton, El hombre eterno, LEA, Bs. As., 1987, pp. 201-221)
Este bosquejo de la historia humana comenzó en una caverna: la ciencia popular asocia la
caverna con el hombre de las cavernas, y en ellas se han descubierto arcaicos dibujos de animales.
La segunda mitad de la historia humana, que equivale a una nueva creación del mundo, comienza
también en una caverna. Y para que la semejanza sea mayor, también en esa caverna hay animales.
Porque se trata de una cueva usada como establo por los montañeses que habitan las tierras altas
de los alrededores de Belén, y que todavía, en estos tiempos, recogen en cuevas su ganado al llegar
la noche.
A ella llegó, una noche, una pareja sin hogar, y tuvo que compartir con las bestias aquel refugio
subterráneo, después de que las puertas de todas las casas del pueblo se habían cerrado ante sus
súplicas. Aquí fue, debajo de la tierra pisada por los indiferentes, donde nació Jesucristo. Pero en
esta segunda Creación había, sin duda, algo de simbólico, como en las rocas primitivas. Dios fue
también un hombre de las cavernas; también Él dibujó figuras extrañas de criaturas de caprichoso
colorido sobre los muros del mundo; pero a estas figuras les dio vida luego.
La leyenda y la literatura, inagotables, han repetido hasta la saciedad las variantes de esta
paradoja: que las manos que hicieron el sol y las estrellas fueron tan pequeñas que no pudieron
siquiera llegar a las cabezotas de las bestias, que estaban en torno a su cuna. Sobre esta paradoja,
sobre esta humorada, diríamos mejor, se funda toda la literatura de nuestra fe. La humorada escapa
a toda crítica científica; tiene todas las virtudes de la verdad, salvo que no es verdad.
El contraste entre la creación cósmica y el nacimiento infantil y minúsculo, ha sido repetido,
reiterado, subrayado, cantado y salmodiado en cientos de miles de himnos, ritos, cánticos, poemas,
descripciones y pinturas. Por ello se necesita un espíritu crítico muy superior para emanciparse de la
sugestión constante de la asociación de ideas. Algo debemos decir a este propósito, porque en ello
está fundada la tesis del libro. Los críticos modernos conceden una gran importancia a la educación
en la vida y a la psicología en la educación. Están hartos de oírnos que las primeras impresiones son
las que fijan un carácter, y señalan, como ejemplos angustiosos, el del muchacho que turba su
sentido visual con los colores falsos de un prisma, o cuyos nervios son, prematuramente, sacudidos
por un estridor cacofónico. Nosotros fundamos una diferencia fundamental entre nacer cristiano o
nacer judío, musulmán o ateo.
Los católicos han aprendido todo en los cuadernos, en las estampas. Los niños protestantes lo
han aprendido en los relatos, y una de las primeras impresiones que ha recibido su imaginación ha
sido esta combinación increíble de ideas contrastadas. No se trata, simplemente, de una diferencia
teológica : es una diferencia psicológica.
Los agnósticos y los ateos, que en su niñez han conocido el Nacimiento, que han asistido a esta
fiesta cristiana, no podrán nunca impedir, por muchos esfuerzos que hagan, que en su mente se
opere esta asociación de ideas la idea de un niño y la idea de una fuerza desconocida capaz de
sostener las estrellas. Su instinto y su imaginación realizarán, inmediatamente, esta asociación de
ideas, por mucho que su razón trate de convencerse de que no hay necesidad de realizarla. Más aún:
la simple visión de un cuadro, que represente una madre con un niño; tendrá para él un sabor de
religión, y de la misma manera experimentará una sensación de piedad, de ternura, con la sola
mención del nombre de Dios. Aunque ambas ideas no tengan necesaria ni naturalmente que ir
combinadas. Necesariamente, no irán asociadas en la imaginación de un chino o de un griego
antiguo, aunque se tratara de Aristóteles o Confucio.
Sin embargo, se han creado en nuestra mente porque somos cristianos y a consecuencia de la
Natividad. Es decir, que, psicológicamente, somos cristianos, aun cuando, teológicamente, no
queramos serlo. Hay una gran diferencia entre el hombre que sabe y el que no sabe. Es
indispensable que esa diferencia exista entre el musulmán o el judío y nosotros, porque en nuestro
particular horóscopo se verifica ese cruce de dos luces particulares, esa conjunción de dos estrellas.
Omnipotencia e impotencia, o divinidad e infancia, forman, definitivamente, una especie de
epigrama, que no puede borrarse ni desfigurarse por millones y millones de veces que se repita.
Belén es, enfáticamente hablando, el lugar donde los extremos se tocan.
Aquí comienza —no hace falta decirlo— una nueva influencia para la humanización del
Cristianismo.
Si el mundo necesitara tomar un aspecto del Cristianismo que no diera lugar a contraversias,
seguramente elegiría la Natividad. Y no hace falta hablar de lo que podría estimarse un aspecto
controvertible (no quiero en ningún momento de mi razonamiento imaginar por qué): del respeto a la
Santísima Virgen. Cuando yo era niño, una generación más puritana se opuso a la colocación sobre
una iglesia parroquial, de una estatua que representaba a la Virgen y al Niño. Después de muchas
contraversias, se transigió con que se suprimera al Niño. Se creía que la Madre era menos peligrosa
al desposeerla de lo que constituía una especie de defensa suya. Pero es inútil. No se puede
arrancar de los brazos de la estatua de una madre la figura de su recién nacido. No se puede alejar
de ella. De la misma manera, no se puede suspender en el aire la idea de un recién nacido, aislarla,
desmenuzarla. No se puede llegar al hijo sino a través de la madre. Si pensamos en Cristo en este
aspecto, la idea le sigue, como en la historia. No se puede arrancar la idea de Cristo de la idea de la
Natividad, y, como en los cuadros antiguos, estas dos cabezas están demasiados juntas, demasiado
unidas, para que sea posible establecer una separación entre los halos luminosos que las circundan.
Todas las miradas de admiración y de adoración que estaban desparramadas hacia afuera, hacia
las cosas grandes, se vuelven ahora hacia dentro, hacia las cosas pequeñas. Dios, que había sido
una circunferencia, es considerado como centro; y un centro es infinitamente pequeño. La espiral
espiritual procede de afuera hacia adentro, no de adentro hacia afuera. Es centrípeta, no centrífuga.
La fe se convierte, en muchísimos aspectos, en una religión de cosas pequeñas. Pero sus
tradiciones, consagradas, certifican, suficientemente, esa maravillosa paradoja que significa la
Divinidad en la cuna. Quizá no se ha concebido tan claramente la significación de la Divinidad en la
caverna.
Se ha tratado de reproducir la escena de Belén con la mayor puntualización del tiempo y del
lugar, del paisaje y de la arquitectura. Pero mientras todos han coincidido en que se trataba de un
establo, no muchos han sabido que se trataba también de una caverna. Algunos críticos han creído
ver una contradicción entre el establo y la caverna, con lo que demuestran saber muy poco de las
cavernas y los establos de Palestina. Y como se han visto diferencias donde no las hay, no hay que
decir que no se han visto donde las había. Mito o misterio, Cristo nació en una caverna,
principalmente porque esto señalaba su posición entre los pobres y los abandonados.
Lo evidente es, como decía antes, que la caverna no ha sido interpretada tan común y claramente
como un símbolo, como las demás realidades que rodean a la primera Natividad.
La explicación puede encontrarse en la dificultad que representa el hallazgo de una nueva
dimensión. Cristo nació, no sólo en la superficie del mundo, sino “dentro” del mundo. El primer acto
del divino drama se desarrolló, no ya en el escenario superficial a la vista del espectador, sino en un
escenario obscuro y escondido, lejos de la luz; y ésta es una idea muy difícil de expresar de una
manera artística. Lo extraño, en el caso de Belén, es que el cielo estaba debajo de la tierra.
Sería inútil el tratar de decir nada original, nada nuevo, acerca de la concepción de una divinidad
nacida como Jesucristo, un caído sin hogar y sin ley, y precisamente con los atributos de la máxima
ley y del máximo deber hacia los pobres y hacia los sin ley. En aquel momento es cuando adquiere
profunda y real significación la verdad de que no hay ya esclavos. Habrá todavía gentes que lleven
este título legal, en tanto que la Iglesia no tenga poder suficiente para rescatarlos; pero ya no existirá
el estado de servilismo de los paganos. El individuo adquiere una importancia nueva. Un hombre no
puede ser ya un simple medio para un fin. De ninguna manera, el medio para el fin de otro hombre.
Este hecho popular y fraterno tiene su analogía con la historia de los Pastores, que se encuentren
un día hablando cara a cara con el Rey de los Cielos. Pero hay otro aspecto del elemento popular
representado por los Pastores, que no se ha desarrollado debidamente, y que de un modo más
directo se refiere a lo que estamos diciendo.
Los hombres del pueblo, los hombres humildes, como los pastores, han sido en todas partes los
que crearon los mitos. Ellos fueron los que sintieron de un modo más directo, sin que la filosofía
enfriara su sentimiento, lo que ya hemos dicho antes: que las imágenes eran productos de la
imaginación, que la mitología era una especie de búsqueda, que había en la naturaleza algo
sobrehumano. Ellos supieron descifrar que el alma de un paisaje es una historia, y el alma de una
historia es una personalidad. Pero el racionalismo había destrozado ya estos tesoros de imaginación,
realmente irracionales, del hombre rústico, al que con un procedimiento sistemático de esclavitud se
le arrancaba de su casa y de su hogar. Sobre todas estas ingenuidades, ha caído un crepúsculo de
desilusión. Las Arcadias desaparecen al sacarlas del bosque, Pan ha muerto, y los pastores se han
desparramado como sus ovejas. Y, sin embargo, la hora estaba próxima en que todo iba a cambiar, y
aunque nadie lo había oído todavía, un grito lejano, en lengua desconocida, iba a hacerse oír sobre
las montañas. Los pastores habían encontrado al fin a su Pastor.
Lo que encontraron entonces estaba a tenor con las cosas que veían todos los días. El populacho
se ha equivocado en muchas cosas; pero no se ha equivocado al creer que las cosas sagradas
tendrían una habitación, y que la Divinidad no necesitaba desdeñar los límites de tiempo y espacio.
Los bárbaros que concibieron la fantástica idea del sol captado y encerrado en una caja, o el mito
salvaje de aquel dios que era rescatado con la piedra con que se abatía a su enemigo, estaban más
cerca del sublime secreto de la caverna y sabían más de las vicisitudes del mundo que todos
aquellos hombres de las ciudades mediterráneas, que se habían contentado con frías abstracciones
o con generalizaciones cosmopolitas; más que todos los que hilaban delgadísimo el pensamiento con
la rueca del trascendentalismo de Plauto o el orientalismo de Pitágoras. Lo que encontraron los
pastores no era una academia o una república, no era un sitio donde se hacía la alego ría de los
mitos, se los diseñaba o se los desechaba. No; era el lugar donde los sueños eran realidad. Desde
aquel día, no hubo más mitologías en el mundo.
Al convertir la comedia de Belén en una égloga latina, no se hizo más que unir los dos eslabones
más importantes de la historia humana. Virgilio, como ya hemos visto, representa el paganismo
sensato, frente al paganismo insensato que sacrifica al hombre; pero las virtudes virgilianas y su pa-
ganismo sensato estaban en incurable decadencia, planteando un problema cuya solución no llegó
hasta la revelación a los Pastores.
Si el mundo hubiera podido escoger, al cansarse de ser demoníaco, se hubiera curado,
simplemente, con ser sensato. Pero si también se hubiera cansado de ser sensato, ¿qué hubiera
sucedido? El suceso esperado es lo que regocija a los pastores de la égloga arcádica. Una de las
églogas hasta está considerada como una profecía de lo que iba a producirse. Pero donde
encontramos mayor identificación con el gran acontecimiento, es en el tono y en la dicción del gran
poeta, y más aun en las propias frases humanas de los pastores virgilianos: Incipe parve puer, risu
cognoscere matrem... En ellas se encuentra lo mejor que existe en las remotas tradiciones latinas.
Algo más que un ídolo de madera, presidiendo para siempre la familia humana: un Dios y su Hogar.
La mitología tiene muchos errores; pero no ha andado equivocada al ser tan carnal como la
Encarnación. Con voz parecida a la que se supone resonó en las grutas, puede gritar otra vez: “¡Lo
hemos visto, nos ha visto un Dios visible!”, a cuya voz los pastores bailan, alegremente, en las
cimas, sobre la frialdad de los filósofos. Pero los filósofos también han oído.
Todavía queda otra extraña y bella historia. Los filosófos han llegado de las tierras de Oriente,
coronados con la majestad de reyes y vestidos con el misterio de los magos. Su misterio es tan
melodioso como sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Los acompaña toda la sabiduría, que han
mirado en las estrellas de Caldea y el sol de Persia. En ellos vemos la misma curiosidad que impulsa
a todos los sabios. Los anima el mismo ideal humano que los animaría si sus nombres fueran
Confucio, Pitágoras o Platón. Eran de los que buscan no la leyenda, sino la verdad de las cosas. Su
sed de verdad era sed de Dios, y tuvieron su recompensa. El premio fue ver completo lo que estaba
incompleto. En sus propias tradiciones y en sus propios razonamientos, encontraban confirmado que
aquello era la Verdad. Confucio habría encontrado un nuevo fundamento de la familia, en la Sagrada
Familia. Buda hubiera visto nuevas renunciaciones: de estrellas, mejor que de joyas; de divinidades,
más que de realeza.
Todos los sabios hubieran tenido el derecho de decir, o mejor un nuevo derecho a decir que sus
antiguas enseñanzas eran verdad. Pero los sabios habían venido a aprender, habían venido a
completar sus conceptos con algo que antes no se concebía. Buda hubiera descendido de su
impersonal paraíso, para adorar a una persona. Confucio habría dejado sus templos de adoración al
pasado, para adorar a un Niño.
El nuevo cosmos era más amplio que el viejo cosmos, porque el Cristianismo es mayor que la
creación, tal y como era antes de Cristo; porque en él se incluyen las cosas que eran y las que no
eran. Vale la pena insistir en este punto, estableciendo una comparación con la creencia piadosa de
los chinos, que es semejante a las virtudes de otras creencias paganas. Nadie ignora que forma
parte de nuestras doctrinas un razonable respeto a los padres; del que participó Dios mismo durante
su niñez en lo que atañe a sus padres terrenales. Pero en lo que respecta al amor de los padres
hacia Él, la idea es completamente distinta a la de la creencia confuciana. El niño Cristo no es nunca
semejante al niño Confucio: nuestro misticismo le concibe en una eterna infancia. A Confucio no se
le hubiera aparecido nunca el Niño, como llegó a los brazos de San Francisco.
La Iglesia contiene todo lo que el mundo no contiene. La propia vida no atiende tan bien como la
Iglesia a todas las necesidades del vivir. La Iglesia puede enorgullecerse de su superioridad sobre
todas las religiones y todas las filosofías.
¿Dónde tienen los estoicos y los adoradores del pasado un Santo Niño? ¿Dónde está la Nuestra
Señora de los Musulmanes, la mujer que no fue hecha para ningún hombre, y que está sentada por
encima de todos los ángeles? (…)
Y lo mismo en las filosofías o herejías modernas. ¿Cómo lo hubiera pasado Francisco el Trovador
entre los calvinistas y aún entre los utilitarios de la escuela de Mánchester? ¿Cómo lo hubiera
pasado Santa Juana de Arco, una mujer que esgrimía la espada y conducía a los hombres a la
guerra, entre los cuáqueros o la secta tolstoiana de los pacifistas? Y, sin embargo, hombres como
Pascal y Bossuet son tan lógicos y tan analistas como cualquiera de los calvinistas o utilitaristas, e
innumerables Santos católicos han pasado su vida predicando la paz y evitando la guerra.
Otro tanto sucede con las ultramodernas tentativas de nuevas religiones. Ninguna ha sido capaz
de hacer una cosa que, aun siendo mayor que el Credo, no deje algo afuera (…)
Hay que registrar, además, el importante hecho de que los Magos, que representan en el
Nacimiento el misticismo y la filosofía, están impulsados por el afán de indagar algo nuevo, y
encuentran, realmente, algo inesperado. Porque en esta idea de búsqueda y de descubrimiento que
inspira la Natividad, se llega, en efecto, al descubrimiento de una verdad científica. En las otras
figuras místicas de la milagrosa comedia —en el ángel y en la Madre, en los pastores y en los
soldados de Herodes—, podrán verse aspectos a la vez más sencillos y sobrenaturales, más
elementales o más emocionantes. Pero a los Reyes de Oriente hay que considerarlos en su afán de
sabiduría; la luz que van a recibir va, derechamente, al intelecto. Y la luz es ésta: que el credo
católico es el único católico y nada más que católico. La filosofía de la Iglesia es universal. La
filosofía de los filósofos no lo es. Si Platón o Pitágoras o Aristóteles hubieran podido recibir un
instante la luz que salía de la pequeña cueva, se hubieran convencido ellos mismos de que su propia
luz no era universal. El descubrimiento de esta gran verdad, es lo que da su tradicional majestad y
misterio a las figuras de los Reyes; el descubrimiento de que la religión abarca más que la filosofía, y
que esta religión es la que más abarca de todas las religiones. La gran paradoja del grupo que
contemplamos en la caverna es que mientras nuestra emoción tiene una simplicidad infantil,
nuestros pensamientos se enlazan en una complejidad sin fin, y nunca podemos llegar al fin de
nuestras propias ideas, acerca de la paternidad del niño y de la niña madre.
Contentémonos con decir que la mitología vino con los pastores, y la filosofía con los filósofos, y
que ambas se fundaron en el reconocimiento de la religión.
Hubo un tercer elemento que no debe ser ignorado. Estuvo presente, en efecto, desde las
primeras escenas del drama, aquel Enemigo que ensució las leyendas con el pecado y congeló las
teorías con el ateísmo del modo que hemos visto cuando tratamos del culto consciente a los
demonios. Al describir este culto y su devorador odio por la inocencia, según se ve en las artes de la
brujería y en sus inhumanos sacrificios humanos, ya he descrito alguno de los modos indirectos con
que penetró en el paganismo sano; cómo manchó la imaginación mitológica con la lujuria, cómo
convirtió en locura el orgullo imperial. Estas dos influencias se hacen sentir en el drama de Belén. Un
gobernador del Imperio romano, de sangre oriental, aunque se vista y se conduzca como un romano,
siente, en aquella hora, dentro de sí, el horrible espíritu.
Herodes, alarmado por los rumores de que había surgido un misterioso rival, revive el gesto
salvaje de los caprichosos déspotas de Asia, y ordena el asesinato de la nueva generación. Todo el
mundo sabe la historia, pero no todos han visto su significado. Cuando el tenebroso plan empieza a
hacer brillar los ojos de Herodes, puede advertirse que una sombra gris se proyecta detrás de él y
mira por encima de su hombro. Su mirada es la de Moloch. Es el Demonio que aguarda el último
tributo de la raza de Sem, que en este primer festival de Navidades quiere celebrar también su
propia fiesta.
Si no comprendemos bien la presencia del Enemigo, estamos expuestos a falsear la significación
de la Navidad. La Navidad, para nosotros los cristianos, ha llegado a ser una cosa dulce, apacible,
sencilla, cuando en realidad es algo muy complejo; no es una nota sola, sino el sonido simultáneo de
muchas notas: la humildad, la alegría, la gratitud, el miedo místico; pero al mismo tiempo, el alerta y
el drama. No es sólo una conmemoración para los pacíficos y los romeros; no es una conferencia de
paz hindú. Hay en ella también algo de lucha, de desafío. Algo que hace que cuando las campanas
tañen a media noche, su tañido sea tan horrísono como los cañonazos de una batalla, de una batalla
que acaba de ganarse. La atmósfera de fiesta que respiramos en las Navidades, como una
reminiscencia de la fiesta de aquel sagrado día, no puede hacernos olvidar que la fiesta del
Nacimiento se celebró en una caverna.
Verdad es que esa caverna era un refugio contra los enemigos, y que esos enemigos recorrían ya
la pradera pedregosa que se extendía sobre ella, como un cielo. Que los cascos de los caballos de
Herodes pasaron como un trueno sobre la cabeza de Cristo. Pero esa caverna era como una
fortaleza subterránea, adelantaba en el campo enemigo. Herodes, inquieto, sentía que el ataque
venía de debajo de tierra, y que como en un terremoto, su palacio se hundía con él.
Este es, acaso, el mayor de los misterios de la caverna. Aunque los hombres busquen el infierno
debajo de la tierra, en esta ocasión era el cielo lo que buscaban. Algo así como un cataclismo de los
cielos, la paradoja de la posición completa; que desde entonces, lo más excelso trabaja en el interior.
La realeza sólo puede volver a su ser por una especie de rebelión. Así, pues, la Iglesia, en sus
comienzos, no es una soberanía, sino más bien una rebelión contra el príncipe del mundo. Luchaba,
en realidad, contra una usurpación obscura e inconsciente, que fue la que originó la rebelión. El
Olimpo permanecía suspendido en el firmamento, como una nube blanca y quieta de formas
suntuosas. La filosofía estaba aún encumbrada en lo más alto, en los tronos reales, mientras Cristo
nacía en una cueva y la Cristiandad en las catacumbas. Los orígenes de la rebelión eran obscuros.
La gran paradoja de la caverna es ésta: por un lado, es un agujero, un rincón despreciable, donde
los sin patria se amontonan como escorias; por otro, es como un palacio encantado, como algo muy
valioso que los tiranos buscan como un tesoro. El posadero envía a ese rincón a los parias, porque
no quiere acordarse de ellos; el rey va a buscarlos allí, porque no los puede olvidar. Esta paradoja es
la iniciación de la vida de la Iglesia. Era importante, cuando era aún insignificante, cuando era aún
impotente. Y era importante porque era intolerable, y justo es decir que era intolerable porque, a su
vez, era intolerante. Se la odiaba, porque secreta y calladamente había declarado la guerra, porque
se había alzado para destrozar los cielos y la tierra del paganismo. No es que quisiera destruir esa
creación de oro y mármol, pero pensaba que el mundo podía pasarse sin ella, y miraba a través del
oro y el mármol, como si hubieran sido cristal. Los que calumniaron a los cristianos, acusándolos del
incendio de Roma, estaban más cerca de la verdadera naturaleza de la Iglesia, que los modernos
profesores que nos dicen que los cristianos son una especie de sociedad ética, y que fueron
martirizados por predicar de un modo lánguido el amor a nuestros semejantes.
Herodes tiene su papel en la comedia milagrosa de Belén, porque significa la amenaza a la
Iglesia militante y nos la representa, desde un principio, perseguida y obligada a luchar por su vida.
Y los que piensen que esto es una nota discordante, recuerden que esta nota suena,
simultáneamente, con las campanas de Navidad; y si piensan que la idea de la Cruzada hace daño a
la idea de la Cruz, les diremos que la idea de la Cruz está dañada sólo para ellos, dañada, digámoslo
así, desde la Cuna.
Y esto es lo que nos proponíamos en este lugar. Reunir la combinación de ideas que edifican la
idea cristiana y católica, y hacer notar que todas ellas han cristalizado en la bella historia de la
Navidad. Hay dos cosas distintas que forman, sin embargo, una sola cosa. La primera es el intento
humano de que un cielo ha de ser algo tan local y recogido como un hogar. Es la idea que persiguen
todos los poetas y todos los mitos paganos: que un paraje cualquiera pueda ser el altar de un dios o
la habitación de un bienaventurado. Yo no comprendo por qué el racionalismo se niega a satisfacer
esta necesidad.
El segundo elemento de este estudio, es la realización de una filosofía más vasta que las demás
filosofías: más vasta que la de Lucrecio, e infinitamente más vasta que la de Spencer. Por ella se
mira el mundo a través de miles de ventanas, mientras los antiguos estoicos y los modernos
agnósticos no disponen más que de una.
El tercer punto es que, al mismo tiempo que reúne la localización de la poesía y la amplitud
mayor de la más amplia filosofía, es también una lucha y un reto. Porque si, deliberadamente, está
dispuesta a abrazar cualquier aspecto de la verdad, está inflexiblemente dispuesta a batallar contra
cualquier aspecto del error. Requiere a todo hombre para que luche por ella, y requiere toda clase de
armas para esa lucha. Proclama la paz en la tierra, pero no olvida nunca por qué hubo guerra en los
cielos.
Esta es la trinidad de verdades simbolizadas aquí por tres personajes de la vieja historia de la
Navidad: los pastores y los Reyes y aquel otro rey que asesinó a los niños.
Sencillamente, no es verdad que las otras religiones y las filosofías sean, en este aspecto, rivales
suyas. No es verdad tampoco, que cualquiera de ellas reúna esa combinación de caracteres. El
budismo se jacta de ser en igual grado místico, pero no aspira a ser en igual grado militante. El
islamismo se jacta de ser en igual grado militante, pero no quiere ser en igual grado metafísico y
sutil. El confucianismo se jacta de satisfacer la sed de orden y de razón de los filósofos, pero no
puede satisfacer la sed de los místicos de milagro, sacramento y consagración de cosas concretas.
Son muchas las evidencias de la presencia de un espíritu, a la vez universal y único.
Resumiendo: no hay ningún motivo en la leyenda pagana, ni en el anecdotario filosófico, ni en el
acontecimiento histórico, capaz de impresionarnos tan profundamente como la palabra Belén; que
ningún nacimiento o niñez de un Niño Dios o de un sabio puede emocionarnos como la Navidad.
Porque aquellos serán siempre o demasiado formales y clásicos o demasiado sencillos y salvajes o
demasiado cultos y complicados. Nadie, cualesquiera que sean sus ideas, aceptará esos hechos
como algo íntimo y propio.
La verdad es ésta: que en este episodio de la naturaleza humana, que es el Nacimiento, hay un
carácter individual y peculiarísimo, algo psicológicamente sustancial, que no puede interpretarse
como una mera leyenda o la simple historia de la vida de un gran hombre. Porque no inclina nuestras
mentes, sistemáticamente, a la grandeza, hacia esa admiración ampulosa y exagerada de los reyes y
de los dioses, a que, en todas las edades, se encontró propicia la mente humana, sino que es algo
consustancial en nosotros, que nos sorprende desde dentro de nuestro propio ser, como si,
explorando nuestra habitación espiritual, diéramos, de pronto, con un aposento ignorado hasta
entonces, del que saliera una clara luminosidad. Algo que, aun a los más endurecidos corazones,
traiciona con una irresistible atracción hacia el bien. Algo que no está hecho con lo que el mundo
llamaría “materia fuerte”. Algo que es todo lo que hay en nosotros de ternura eterna. Algo que es la
palabra rota y la razón perdida, que se concretan y se hacen positivas. Algo por lo que los reyes
exóticos llegaron de un país lejano y por lo que los pastores dejaron sus correrías por la montaña, y
por lo que la noche y la caverna imperaron solas, recibiendo algo que era más humano que la
Humanidad misma.
EN LA VIGILIA DE NAVIDAD
San Bernardo

Sobre: “Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Juda”


1. Sonó una voz de alegría en nuestra tierra, sonó una voz de gozo y de salud en los tabernáculos
de los pecadores. Se ha oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una expresión llena de
suavidad, digna de todo aprecio. Elevad, montes, la voz de la alabanza y aplaudid con las manos,
árboles todos de las selvas, a la presencia de Dios, porque viene. Escuchadlo, cielos, y tú, tierra,
está atenta; asómbrate y prorrumpe en alabanzas del Señor, universo de las criaturas; pero tú,
hombre, mucho más. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién hay de corazón tan
empedernido cuya alma no se derrita a esta palabra? ¿Qué cosa más dulce se podía anunciar?
¿Qué cosa más deleitable se podía decir? ¿Qué cosa igual a ésta se oyó jamás o qué cosa
semejante escuchó el mundo alguna vez? Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh
palabra breve de la palabra abreviada, pero llena de suavidad celestial! Trabaja el afecto intentando
derramar en más amplios discursos la copia de esta suavísima dulzura, pero no halla palabras con
que explicarlas. Tanta es la gracia de estas solas palabras, que al punto hallo menos sabor si mudo
una sola letra. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento! , puro por su
santidad; digno del respeto del mundo y del amor de los hombres por la grandeza del beneficio que
les comunica, impenetrable a los ángeles por la profundidad del sagrado misterio que encierra; y en
todo admirable por la singular excelencia de la novedad; pues ni ha tenido otro semejante ni tendrá
otro que se le siga. ¡Oh parto sólo sin dolor, sólo sin pudor, sólo sin corrupción, que no abre, sino que
consagra el templo del seno virginal! ¡Oh nacimiento sobre la naturaleza, pero para favorecer a la
naturaleza, y que al mismo tiempo que la sobrepasa por la excelencia del milagro, la restaura por la
virtud del misterio! ¿Quién podrá, hermanos míos, contar esta generación? Un ángel trae la
embajada, la virtud del Altísimo cubre con su sombra, el Espíritu Santo sobreviene, cree la virgen,
con la fe concibe virgen, da a luz virgen, permanece virgen; ¿quién no se admirará? Nace el Hijo del
Altísimo, Dios de Dios, engendrado antes de los siglos; nace el Verbo infante, ¿quién podrá
admirarse, como es razón?
2. Ni es sin utilidad el nacimiento ni infructuosa la dignación de la majestad. Jesucristo, Hijo de
Dios, nace en Belén de Judá. Vosotros, que estáis abatidos entre el polvo, despertad y dad alabanzas
a Dios. Ved que viene el Señor con la salud, viene con perfumes, viene con gloria; porque ni sin la
salud puede venir Jesús, ni sin unción Cristo, ni sin gloria el Hijo de Dios, siendo Él salud, siendo
unción, siendo gloria, según está escrito: El hijo sabio es gloria del padre. Dichosa el alma que,
habiendo gustado el fruto de su salud, es traída y corre al olor de sus perfumes para llegar a ver su
gloria; gloria como de quien es hijo único del Padre. Perdidos, respirad; Jesús viene a buscar y salvar
lo que había perecido. Enfermos, convaleced; viene Cristo, que sana a los que tienen quebrantado el
corazón, con la unción de su misericordia. Alegraos todos los que anheláis conseguir cosas grandes:
el hijo de Dios desciende a vosotros para haceros coherederos de su reino: Así, así te lo pido, Señor,
sáname y seré sanado; sálvame y seré salvo; glorifícame y seré glorioso. Así te bendecirá mi alma,
Señor, y todo lo que haya en mi interior tu santo nombre cuando perdones todas mis iniquidades,
sanes todas las enfermedades mías y llenes mi deseo colmándome de tus bienes. Como que percibo
ya, amadísimos, el suave gusto de estas tres cosas cuando oigo pronunciar que nace Jesucristo. Hijo
de Dios. Pues ¿por qué le llamamos Jesús, sino Él hará salvo a su pueblo de sus pecados? ¿Por qué
quiso llamarse Cristo, sino porque hará que se pudra el yugo a la abundancia del aceite? ¿Por qué se
hizo hombre el Hijo de Dios, sino para hacer hijos de Dios a los hombres? ¿Y quién hay que resista a
su voluntad? Jesús es quien justifica, ¿quién podrá condenar? Cristo es quien sana, ¿quién podrá
herir? El Hijo de Dios ensalza, ¿quién podrá humillar?
3. Nace, pues, Jesús; alégrese, cualquiera que sea, a quien la conciencia de sus pecados le
sentencie a muerte eterna; porque excede la piedad de Jesús, no sólo toda la enormidad, sino todo el
número de los delitos. Nace Cristo; alégrese, cualquiera que sea, el que era combatido de los
antiguos vicios; porque a la presencia de la unción de Cristo no puede perseverar en modo alguno
enfermedad del alma, por más envejecida que sea. Nace el Hijo de Dios; alégrese el que acostumbra
desear cosas grandes, porque ha venido un dadivoso grande. Este es, hermanos míos, el heredero;
recibámosle devotamente, porque de este modo será Él también nuestra herencia. Quien nos dio a
su propio Hijo, ¿cómo no nos dará juntamente con Él todas las cosas? Ninguno desconfíe, ninguno
dude; tenemos un testimonio sobremanera digno de fe: El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros. Quiso el Hijo de Dios tener hermanos para ser Él el primogénito entre muchos hermanos.
Y, para que en nada vacile la pusilanimidad de la humana flaqueza, primero se hizo Él hermano de
los hombres, se hizo hijo del hombre, se hizo hombre. Si el hombre juzga esto increíble, los ojos
mismos ya no lo permiten dudar.
4. Jesucristo nació en Belén de Judá. Advierte qué indignación tan grande; no nació en Jerusalén,
ciudad real, sino en Belén, que es la más pequeña entre las principales ciudades de Judá. ¡Oh
Belén!; pequeña, pero engrandecida por el Señor, te engrandeció el que de grande se hizo pequeño
en ti. Alégrate, Belén, y cántese hoy por todas tus calles el festivo aleluya. ¿Qué ciudad, en
oyéndolo, no te envidiará aquel preciosísimo establo y la gloria de aquel pesebre? Verdaderamente
en toda la tierra es celebrado tu nombre y te llaman bienaventurada todas las generaciones. En todas
partes se dicen cosas gloriosas de ti, ciudad de Dios; en todas partes se canta que un hombre nació
aquí y que el Altísimo la fundó. En todas partes, vuelvo a decir, se predica, en todas partes se
anuncia que Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Ni sin causa se añade de Judá, pues
esto nos trae a la memoria la promesa que se hizo a los antiguos Padres. El cetro, dice, no será
quitado de Judá, ni príncipe de su posteridad, hasta que el que debe
ser enviado haya venido; y él será la esperanza de las gentes. Viene, pues, la salud por los judíos,
pero esta salud se dilata hasta los últimos términos de la tierra. ¡Oh Judá!, dice, tus hermanos te
alabarán. Tus manos pondrán bajo del yugo la cerviz de tus enemigos, y las demás cosas que nunca
leemos cumplidas en la persona de Judá, sino que las vemos verificadas en Cristo. Porque Él es el
león de la tribu de Judá, de quien se añade: Un león joven es Judá; te levantaste, hijo mío, para
tomar la presa. Grande apresador Cristo, pues, antes que sepa llamar al padre o a la madre, saquea
los despojos de Samaria. Grande apresador Cristo, que subiendo al cielo llevó en triunfo una
numerosa multitud de cautivos; ni con todo eso quitó cosa alguna, sino que antes bien distribuyó
dones a los hombres. Estas, pues, y otras semejantes profecías, que se han cumplido en Cristo,
como de Él se habían preanunciado, nos trae a la memoria el decirse en Belén de Judá; ni es ya
necesario en manera alguna preguntar si de Belén puede salir algo bueno.
5. En lo que a nosotros toca, por esto debemos aprender de qué modo quiere ser recibido el que
quiso nacer en Belén. Había acaso quien pensase que se debían buscar palacios sublimes en que
fuese recibido con gloria el Rey de la gloria; pero no vino por eso de aquellas reales sillas. En su
siniestra están las riquezas y la gloria; en su diestra la longitud de la vida. De todas estas cosas había
eterna afluencia en el cielo, pero no se encontraba en él la pobreza. Abundaba la tierra y
sobreabundaba en esta especie, aunque el hombre no conocía su precio. Deseándola, pues, el Hijo
de Dios descendió del cielo para escogerla para sí y hacerla preciosa con su estimación para
nosotros también. Adorna tu tálamo, Sión, pero con la pobreza, con la humildad; porque en estos
paños se complace el Señor y, asegurándolo María con su testimonio, éstas son las sedas en que
gusta ser envuelto. Sacrifica a tu Dios las abominaciones de los egipcios.
6. Finalmente, considera que Jesús nace en Belén de Judá, y pon cuidado en cómo podrás
hacerte Belén de Judá; y ya no se desdeñará de ser recibido en ti. Belén, pues, significa casa de pan.
Judá significa confesión. Conque si llenas tu alma de la palabra divina, y fielmente, aunque no sea
con toda la devoción debida, pero a lo menos con cuanta puedas tener, recibes aquel pan que bajó
del cielo y da la vida al mundo, esto es, el cuerpo del Señor Jesús; para que aquella nueva carne de
la resurrección recree y conforte la vieja piel de tu cuerpo, a fin de que, fortalecida con esta liga,
pueda contener el nuevo vino que está dentro; si, por último, vives también de la fe, y de ningún
modo sea preciso gemir que te has olvidado de comer tu pan, te habrás hecho entonces Belén, digno
ciertamente de recibir en ti al Señor, con tal que no falte la confesión. Sea, por tanto, Judá tu
santificación, vístete de la confesión y de la hermosura, que es la estola que agrada a Cristo
principalísimamente en sus ministros. En fin, ambas cosas te las recomienda el Apóstol brevemente:
Con el corazón se debe creer para alcanzar la justicia, y con la boca se debe hacer la confesión para
obtener la salud. El que tiene, pues, en su corazón la justicia, tiene pan en su casa; porque es pan la
justicia; y bienaventurados los que han hambre y sed de la justicia, porque ellos serán hartos. Así
esté en tu corazón la justicia, que viene por la fe en Jesucristo, pues sólo ésta tiene gloria delante de
Dios. Esté también en la boca la confesión para obtener la salud, y de esta suerte seguro ya recibirás
a aquel Señor que nace en Belén de Judá, Jesucristo, Hijo de Dios.
(San Bernardo, Sermones de Navidad, Ed. Rialp, Madrid, 1956, Sermón 1, pp. 17-27)
BUEN PASTOR

CIEN POR CIENTO PASTOR


El p. Orzali (luego obispo de Cuyo, y Siervo de Dios) fue un párroco modelo. Amaba a su
parroquia con la cual místicamente se había desposado. Como pastor, sólo vivió para sus fieles. Se
hizo todo a todos a fin de salvarlos a todos (...).
Pero donde mostró bien a las claras que amaba a su pueblo, fue en la vida de sacrificio que llevó
durante los diecisiete años que gobernó la parroquia de Santa Lucía. Cuando en diciembre de 1885
se ordenó de sacerdote en Roma, tomó unos propósitos que reflejan un alma totalmente consagrada
a Dios y un corazón extraordinariamente generoso.
Como prolongando, dice:
“Tendré siempre presente que Dos me llamó al sacerdocio para que fuera su representante sobre
la tierra. Le rendiré, por tanto, el culto debido y procuraré conducir al cielo las almas redimidas por Él
con su preciosísima Sangre. De aquí la gravísima obligación de trabajar con todo empeño, a costa
de cualquier sacrificio, en la consecución de estos fines. Por lo que, con la ayuda de Dios Nuestro
Señor, observaré con toda diligencia los propósitos que siguen, que Dios me ha inspirado en los
Santos Ejercicios hechos en preparación al sacerdocio”.
(...) Los amaba de veras. Y porque los amaba se sacrificaba por ellos.
En efecto, era sacrificio, y no leve, el madrugar como lo hacía él para estar listo para atender a
los feligreses mañaneros. En sus propósitos tomados en Montevideo con motivo de la recepción del
Diaconado, dice: “No me levantaré nunca después de las 5:30”. Pero cuando puso en marcha el
mecanismo de su parroquia y lanzó su celo apostólico como en una especie de vértigo irrefrenable,
tuvo que poner nueve Misas en los días festivos: desde las 5 hasta las 13. (...) Y como había alguna
viejecita madrugadora que alguna vez le ganaba el tirón y a las 5, cuando abría el templo, ya estaba
esperando, Orzali se llenó de vergüenza de que hubiera ancianitas que le ganaran. Y desde
entonces, cuenta un testigo de la época, abría la Iglesia a las cuatro y media. Y entre esa hora y la
primera Misa, se preparaba al Santo Sacrificio, arreglaba el templo y confesaba.
(...) Salía del confesionario y predicaba... Luego tornaba a sentarse en la dura tabla del
confesionario, a perdonar, aconsejar, consolar...
¿Y después de las Misas, qué haría? No abandonaba a sus fieles. Terminada la Misa, salía al atrio
a saludarlos, a tomar contacto con ellos, a preguntar por los enfermos, por los ancianos que no
podían ya ir al templo. Y una palabra hoy, otra mañana, iba conociendo a los suyos. Y era en esas
ocasiones cuando él procuraba cumplir su propósito: “Seré siempre afable”.
Desde el púlpito pedía que le indicaran dónde había enfermos. Luego, a la salida, averiguaba y le
daban los datos. Y Orzali no dejaba enfermo sin visitar, fuera éste católico militante o anarquista
rabioso. A veces no iba tanto para visitar a los enfermos cuanto a tomar contacto con los sanos. (...)
Nos dicen que jamás dejó de hacer un bautismo, atender un pedido en el despacho o correr a la
cabecera de un enfermo si el pedido era dirigido a él, llamándoles no pocas veces la atención a sus
tenientes el verlo realizar funciones que cualquier otro párroco hubiera ordenado que las hiciera el
Teniente o el personal de servicio.
(...) El aprecio que se tenía por Orzali fue idéntico afuera que adentro. Porque tenía las mismas
exquisiteces para sus familiares que para los extraños. Para todos sabía sacrificarse. Para todos
tenía entrañas de caridad. En ese espejo se han mirado muchos sacerdotes jóvenes que luego
fueron excelentes ministros del Señor. Los noveles sacerdotes al lado de Orzali aprendían a vivir
intensamente la vida parroquial.
Ya entonces era la tabla de salvación para muchos clérigos que andaban en peligro de naufragar.
Cuando el Señor arzobispo tenía alguno así, lo mandaba, ipso facto, a Orzali. Él solía decir: “ Antes
de permitir que se hunda un sacerdote, le voy a tender cien veces la mano”. Y así lo hacía. Sus
palabras no eran meras figuras retóricas.
(...) El párroco de Santa Lucía no tenía enemigos. Si alguno lo miraba con ojos torvos, ya se
encargaba él de dulcificar la mirada de ese hombre, casi siempre bueno en el fondo, pero engañado
por la prédica adversa y malintencionada (...).
Él no se desdeñaba nunca de sentarse y hasta de almorzar en cualquier rancho. Contaba en
cierta oportunidad a sus tenientes que para complacer a un amigo, debió comer en su casa. ¡Y cual
no sería su repugnancia cuando vio que hacían la comida en la misma olla que antes estaban
lamiendo los perros! Pero él sorbió tranquilamente aquella sopa como si paladeara el manjar más
exquisito.
En su parroquia se imprimía uno de los pasquines más mordaces que ha tenido Buenos
Aires...También atacaba a Orzali. Pues bien: el párroco no encontró otro expediente mejor que invitar
al director de la mordaz revista a almorzar con otros amigos en la parroquia. Desde ese día el
pasquín no se ocupó más de Orzali y de su parroquia.
(...) No se olvidaba nunca que dentro del perímetro de su parroquia había seres que sufrían. De
ahí que desde el principio, la Cárcel de Mujeres y la Casa de Expósitos fueran los lugares a los que
destinaba todos los momentos que le dejaba libres el ministerio parroquial. En esas dos casas, como
en los hospitales, se pasaba largas horas, predicando, confesando, dictando Ejercicios. Dice uno de
sus tenientes: “En esos campos predilectos de su acción, pasaba con frecuencia hasta ocho y diez
horas confesando”.
Pero él no se limitaba a ejercer el apostolado y sembrar la caridad. Tenía también que levantar y
consolidar ese organismo que se llama parroquia. Para ello debió fundar todas las congregaciones y
cofradías que son como el arquitrabe del edificio moral de un curato (...). Atendió a los hombres
estableciendo los Ejercicios Espirituales exclusivamente para ellos. Y cuando tuvo un núcleo discreto
de caballeros piadosos, fundó primero la cofradía de San José para la Buena Muerte y luego en
1905, la Congregación del Santísimo Sacramento, que llegó a ser una de las más florecientes de la
Metrópoli.
No podía, naturalmente, descuidar a sus queridos niños. Para ellos fundó dos asociaciones: la de
San Luis para los varones y la de los Santos Ángeles para las niñas.
Esto en lo referente al edificio moral. Pero Orzali no dejó de lado el edificio material. En pocos
años de constante ajetreo consiguió terminar todas las obras necesarias. Tales como el decorado al
óleo de todo el interior del templo, la adquisición del altar mayor de mármol, el estuco del presbiterio
y de la primera parte de la iglesia, el decorado de todos los altares, la obra diurna y paciente de
conseguir bancos y confesionarios y quien le donase las imágenes... A esto hay que agregar que
debió poner piso de mármol en el presbiterio y de mosaico en el resto del templo, sacristía y
camarines. Porque es de saberse que amén del ámbito dedicado a la iglesia, el celoso pastor
construyó dos camarines: uno dedicado a Santa Lucía y otro a la Virgen de Luján... Compró el
órgano que le costó ocho mil pesos, cifra considerable para aquella época... Hizo construir el
baptisterio y los armarios de la sacristía, amplió e hizo modificaciones en la casa parroquial y edificó
dos salones para las escuelas parroquiales que fundara.
Toda esta enorme labor reclama una dedicación constante, un esfuerzo generoso, una capacidad
de trabajo extraordinaria (...). Todos lo ayudaban porque lo querían. Y todos lo querían porque él era
un pastor de almas ciento por ciento de Dios.
(Tomado del libro “El Buen Pastor de Cuyo”, Raúl Entraigas,
Ed. Difusión, 2ª ed., 1949, cap. VIII, pág. 74-80)
3º SEMANA
18º) LA ÚLTIMA CENA.

Comenzamos las contemplaciones que propone San Ignacio para la tercera semana, es decir,
sobre la pasión. Tiempo fuerte, porque aquí el ejemplo de Cristo llega a los actos más sublimes de
humildad, obediencia, sacrificio, dolor, heroísmo.
La historia es el relato de la institución y en el contexto de los capítulos 13 a 17 del evangelio de
San Juan.
La composición de lugar, podemos imaginarnos una casa en la colina occidental de Jerusalén. Ya
saben que Jerusalén está colocada entre colinas, separadas entre sí por un valle. En la colina
oriental estaba el templo y en la occidental el Cenáculo. En la casa que decimos imaginemos una
habitación alta o del piso superior y en ella dispuesta las cosas necesarias para la cena.
La petición, demandar lo que yo quiero, dice San Ignacio: "dolor y confusión porque por mis
pecados va el Señor a la pasión".
Podemos considerar en un primer punto, esta frase tan notable de San Juan con la que se inicia
la consideración: "Antes de la fiesta de pascua, viendo Jesús que había llegado la hora de pasar de
L
este mundo al padre". LEGÓ LA HORA: es la idea central de la última Cena: la hora de
Jesús. En Caná, cuando le habían pedido hacer un milagro había dicho que no porque no había
llegado su hora. Así mismo cuando sus enemigos querían echarlo a un abismo, dice que Jesús pasó
ileso por en medio de ellos porque su hora no había llegado. En cambio aquí en la cena puede decir:
"Padre mi hora ha llegado, glorifica tu nombre". Y cuando Judas se acerca en el huerto dirá: "he aquí
que ha llegado mi hora". Es la hora realmente, la hora que divide la historia en dos partes, poder del
demonio y liberación de la humanidad. Un antes y un después.
Hay una aparente contradicción porque la hora de Jesús pare ser la hora del príncipe de las
tinieblas. Ya que en el misterio de la muerte y la pasión de Jesucristo pueden considerarse dos
aspectos perfectamente diversos pero que se iluminan entre sí. Por una parte es un asesinato y los
autores son los hombres: Judas, el Sanedrín, después los judíos; todos los hombres en cuanto
pecadores y detrás de los hombres ese poder de las tinieblas que maneja a los hombres Satanás.
Desde la primera perspectiva aparece como una necesidad exterior a él. Pero desde la segunda
perspectiva, del Cristo que se ofrece, aparece como algo absolutamente libre. Es libre porque
significa precisamente la donación voluntaria de Cristo y eso se manifiesta en el acto de la cena,
donde instituye la Eucaristía con la entrega de su vida por los suyos. Su anuncio de la muerte
libremente aceptado. De un lado el triunfo de Satanás, el triunfo del príncipe de las tinieblas y del
otro del acto sacrificial, la hora del Hijo del Hombre. La contradicción es, por tanto, aparente. La hora
de Jesús es así su hora total, la del misterio pascual, muerte y resurrección. Pero es una hora que
comienza en el Cenáculo, por eso "ha llegado mi hora".
Pasemos al segundo punto: el ambiente del Cenáculo. Penetremos ese ambiente. Ante todo fue
un ambiente de amor ardentísimo. No nos referimos al amor que pudieron tener los apóstoles.
Porque ciertamente no eran muy fervorosos que digamos. Judas por de pronto no tenía ningún amor.
Los demás sí, amaban al Señor, pero hasta cierto punto. Pedro por ej. que parecía tener más amor
llevaba en su corazón los gérmenes de sus negaciones como el Señor se lo advirtió. A los otros les
tuvo que predecir que pronto lo abandonarían, lo cual no su suponía en ellos un amor muy ardiente.
Por parte de los apóstoles no se puede hablar de un amor ardiente, pero por parte de Jesús sí. Más
aún, se podría decir que este fue el momento de su vida donde más se manifestó más claramente y
donde ardió, por decirlo así, con fuego más vivo con su infinita caridad. "Habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin". Hasta el fin: tiene un doble sentido, no
solamente hasta el fin de su vida sino hasta el extremo del amor. La Eucaristía es la prolongación de
la encarnación. Acto inmenso de amor. "Así amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito", y
el preludio de la cruz. Momento culminante del amor. Los amó hasta el fin, hasta el extremo de su
vida, hasta el extremo del amor, hasta el extremo donde podía llegar el amor de Dios que "es Amor".
Con humildad y amor lavó los pies de los apóstoles, en especial los de Judas, mostrando así su
gran delicadeza. Con amor también habló a sus discípulos, fue precisamente en ese sermón de
despedida donde más les habló del amor: "El que me ama será amado de mi Padre y yo le amaré y
me manifestaré a él. Si alguno me ama guardará mi palabra y el Padre lo amará y vendremos a él y
en él haremos morada". Ponderemos estas palabras, esta presencia trinitaria que hace morada,
templo de Dios en nosotros. Y también: "Os doy un precepto nuevo que os améis unos a otros como
yo os he amado". Lo importante es el cómo, lo nuevo del precepto, que ya estaba dado en el A.T. es
el cómo. Cómo Cristo se da del todo sin reservas en la Eucaristía para ser asimilado, para hacerse
uno, así debe ser nuestra caridad. La caridad es fruto de la Eucaristía bien recibida. Pero también
aquél amor de Cristo era un amor de sacrificio ya que esta cena fue en víspera de su pasión. El
primer paso del Hijo de Dios hacia la cruz, es el que hizo en el Cenáculo de Jerusalén donde va a
comer el cordero pascual que es la figura más excelente y solemne de su inmolación en la tierra. El
Cenáculo es el prólogo de la pasión. Frente a este ambiente de sacrificio redentor, se añade la
espantosa soledad del corazón de Cristo. La soledad del corazón se hacía más completa por la
disposición espiritual en que estaban los apóstoles. Realmente allí no había un corazón en el cual el
Señor descansara del todo y en el cual encontrara aquel amor que merecí y que tenía derecho a
esperar, sobretodo en hora tan decisiva como era la hora de entregarse a Dios en sacrificio. El
corazón de Cristo ardía, pero todo lo que había en derredor suyo era frío, como si en campo cubierto
de nieve se levantara una llama muy viva.
Esta tragedia tenía Para colmo un rasgo más el de la traición. Sin contar que a esta traición se le
suma la ingratitud más monstruosa: Judas acabará perdiéndose a pesar de los esfuerzos de su
maestro y se perderá precisamente a la hora en que se consumaba la redención del mundo. Su amor
se destaca sobre el fondo negro de la pasión en la noche en que fue entregado. Este doble sentido
de la palabra entrega: Cristo se entrega y Judas lo entrega. Cristo se entrega para salvar, Judas lo
entrega para la muerte.
Este es el ambiente del Cenáculo, de amor y de sacrificio. Tengamos presente que Cristo tenía un
amor más sensible que el nuestro, sus sentimientos eran más delicados que los nuestros. Su cuerpo
y alma se unía en forma perfecta. Quién podrá medir la altura, la anchura, la profundidad del divino
Corazón. No tenía el pecado original, fue sensible a todo esto. Y aún en este ambiente de abandono,
soledad y traición, el amor del divino Corazón no se entibió ni siquiera un grado, sino al contrario,
levantó más altas sus llamas.
En el Cenáculo el ambiente era de sacrificio enamorado y de enamoramiento sacrificado.
En el tercer y último punto podemos considerar el don maravilloso de la Eucaristía. Después de
hablar hablado Cristo de la vid y de los sarmientos, que era una figura de la Eucaristía. En este
ambiente de amor instituye precisamente la Eucaristía. Ambiente de amor y sacrificio. Se partió y se
dio a sus discípulos. La fracción era precisamente la imagen de su muerte hasta el punto que esta
palabra: "fracción del pan" vino a ser la designación solemne y pública que en los primeros siglos
daban al sacrificio eucarístico. Cuerpo que se entrega, sangre que se derrama. Por qué? Nada más
que porque como dice San Pablo: "me amó y se entregó así mismo por mí". Se entregó propiamente
en la pasión pero el Cenáculo ya es el primer paso de la pasión.
La Eucaristía es así sacrificio. El santo sacrificio de la Misa, como así lo llamamos. Pero también
es amor. La Eucaristía es el sacramento del amor, porque es el resumen de todas las donaciones, de
todas las entregas de Dios. Se nos da Cristo mismo, Cristo en persona y "no hay mayor amor que dar
la vida por sus amigos".
Hagamos, para terminar esta contemplación, un coloquio ponderando el amor del corazón de
Cristo. Ponderemos la delicadeza de este corazón. Admiremos a este Cristo que se dirige
valientemente a la pasión. Y la adelanta, en cierta manera, místicamente por amor a nosotros la
adelanta un día para poder entregarse ya, quebrarse y darse por nosotros y comprometamos una vez
más como lo habíamos dicho en la contemplación del reino a lanzarnos a la pasión, a la pena. Estar
dispuesto al martirio, al sacrificio. Acompañarlo en la pena para luego seguirlo en la gloria.
19º) EL HUERTO DE GETSEMANÍ

Vamos a dedicar esta contemplación a entrar con Jesús en el huerto de Getsemaní.


Es muy vivo el contraste entre esta contemplación y la precedente, no solamente en el lugar en
que se desarrolla, sino también y sobretodo en los sentimientos de Cristo y de los apóstoles. La
última cena es un lugar de fiesta, enturbiada ciertamente por el alma tenebrosa de Judas y por los
anuncios lúgubres de la pasión, pero tras eso resplandece el amor y todo sentimiento de pena
parece, de algún modo, ahogado. En cambio, ahora ya nos vamos a introducir en las escenas
dolorosas, en las escenas de la pasión. Y la primera de ellas es la entrada de Jesús en el huerto.
El primer preámbulo es la historia que la podemos encontrar en el evangelio de San Mateo cap.
26.
El segundo preámbulo es la composición de lugar. Dice San Ignacio que será aquí considerar el
camino desde el monte Sión al valle de Josafat y así mismo el huerto, si ancho, si largo, si de
manera o de otra.
El tercer preámbulo es demandar lo que quiero, que es propio el de la pasión: "Dolor con Cristo
doloroso, quebranto con Cristo quebrantado lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo paso por
mí.
El primer punto -dice San Ignacio- el Señor, acabada la cena y cantado el himno, se fue al monte
Olivete con sus discípulos llenos de miedo. Y dejando los ocho en Getsemaní, se adelantó y diciendo
sentáos aquí hasta que valla allí a orar.
Jesús se dirige, pues, con sus discípulos a Getsemaní a orar. Es muy de noche. Los apóstoles
apiñados junto a Jesús lo van siguiendo por el camino, temerosos de lo que sucedería, casi ni
atreviéndose siquiera a hablar. Recordarían las palabras de Cristo: "Salí del Padre y vine al mundo,
ahora dejo el mundo y voy al Padre".
Entremos en el corazón silencioso de Cristo donde brotan como a torrentes, los afectos más
deprimentes que pueden levantar tempestades en cualquier corazón humano. Todo lo que podría
consolar, lo deja atrás, en aquel cenáculo, sagrario de su amor. A su alrededor no hay más que
incomprensión. Muy cerca de sí siente como rugen ya las olas de la persecución que pronto llegarán
a cubrirlo. La divinidad hace como si se escondiera y le deja abandonado a la tribulación. Todos sus
sentimientos se vuelven negros como la noche que lo rodea. La mudanza interior se exterioriza y los
apóstoles le notan un temblor desacostumbrado. Llegamos ya a Getsemaní.
El segundo punto. Nos internamos ya en el monte. Acompañado de San Pedro, Santiago y Juan,
o sea, de sus tres amigos. Se separa luego de ellos como de un tiro de piedra, se postra en tierra y
se pone de oración al Padre. No tiene otro remedio esta profunda pena. El corazón de Jesús falto de
consuelo, necesitaba la compañía de amigos con quien descansar, pero heroicamente nos enseña a
hacernos violencia. Dice que se arrancó de sus apóstoles y como quién se lanza en brazos de su
padre se postra en oración tomando las más extraordinarias posiciones corporales que indican la
humillación, la postración en que estaba el alma de Jesús.
"Padre, Padre mío", así comienza su oración. Dios nunca es tan Padre nuestro como cuando
menos lo parece. Cuando cae sobre nosotros la desconfianza como para ahogar nuestra alma.
Invocar a Dios Padre cuando todo es luz y alegría, eso cuesta muy poco. Pero invocarlo cuando
todas las puertas del cielo y de la tierra se ven cerradas (Que hermoso sacrificio a la paternidad de
nuestro Dios!.
"Padre mío si es posible que pase de mí este cáliz, mas no se haga mi voluntad sino la tuya".
"Padre, si es posible". Su voz es la voz del hombre desesperado de amor, y el Padre nada responde.
Recordamos aquí aquella frase de Cristo: "Si el grano de trigo no muere en el surco no dará fruto".
Jesús le pide que no tenga que beber el cáliz de su pasión la cual solo imaginada le espanta y le
aterra. No se avergüenza de confesar su debilidad y de pedir que el Padre le quite un peso que la
naturaleza humana apenas si puede soportar. Mas, detrás de la queja de la naturaleza, viene el acto
heroico de la voluntad: "No se haga lo que yo quiero sino lo que quieres Tú". Estas dos condiciones
han de tener las oraciones de los grandes atribulados.
Después de un largo rato Jesús se levanta y se acerca a sus queridos amigos como para recibir
un consuelo en su compañía y los encuentra dormidos. Vuelve de nuevo a otra ora de oración. Las
cosas repetidas parece que entrasen más profundamente en el alma. Por lo mismo repite Jesús su
plegaria. Lleno de compasión por los apóstoles los deja, se vuelve al interior del huerto, vuelve a
postrarse por tierra y a repetir la misma oración. Bajo la opresión de la misa tristeza a la que los
evangelistas por no saber ya como declararla la llaman con diversos nombres: "tristeza", "temor",
"pavor", "tedio". Y porque todo aquí se repite también al cabo de un tiempo hace otra visita a sus
discípulos y otra vez los encuentra durmiendo. Es decir, Cristo está sin consuelo humano alguno. Sus
apóstoles duermen y ve a todos los dormidos de la historia que habrían estado a un paso de la
salvación. Sus apóstoles, aquellos a los cuales había hecho obispos la noche anterior, hoy no lo
acompañan a la pasión. El único activo es el traidor, Judas, quién está recabando las instrucciones
últimas con los soldados.
Jesús vuelve por tercera vez y se sumerge en oración con las mismas palabras. "Y venido en
agonía -dice San Lucas- oraba más intensamente y su sudor se hizo como grumos de sangre que
caía hasta el suelo". Más oración. Oración repetida. Oración intensa. Oración agonizante. Jamás en
el mundo se hizo una oración tan impresionante como esta que mereció la redención de todo el
mundo. En la agonía la muerte suele vencer a la vida, pero aquí la agonía es vencida por el amor.
Tratemos finalmente de penetrar más en el corazón de Cristo. En el corazón de Cristo para
conocer allí las causas de sus sufrimientos terribles.
Digamos primeramente las causas físicas. Era natural que puesto aquel esfuerzo amoroso del
cenáculo viniese una postración física tan intensa como había sido aquella llama. Y era natural que
la crisis de la postración viniese cuanto todo lo externo ayudaba a eso, es decir, en la soledad,
oscuridad, silencio, abandono de las pocas personas con la que había contado. Así nos sucede a
todos. Y cuando un apersona es más delicada de sentimientos más rápida y profunda es la
postración.
Pero señalemos ahora las causas morales del sufrimiento del corazón de Jesús. La primera fue el
sentirse pecado. El que no había cometido ningún pecado. El tedio, el asco, la nausea que siente. El
sentirse alejado del Padre se debe al pavor que dan todos los pecados del mundo que cargan sobre
sus espaldas. Es realmente el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo". Aquél en el cual
-como dice Isaías- Dios puso las iniquidades de todos nosotros. Todo el pecado, desde el original; los
pecados que provocaron Sodoma, el Diluvio; todos los desórdenes: impurezas, robos, asesinatos,
perjurios, toda la villanía de los siglos están ahí delante de Él, sobre Él, como otros tantos testigos
que lo acusan, que lo oprimen, que lo anonadan, que piden su muerte. También están allí nuestros
pecados personales. Es como el pecado encarnado. Él que no conoció el pecado, Dios lo hace
pecado. Es acá solidario con la humanidad. Dice Santa Catalina de Siena que lo más grave que le
puede pasar a un pecador es ver a Dios. Cristo padeció, en cierto modo, las penas de daño, hecho
por nosotros "maldito". Por eso estaba triste hasta la muerte, de bruces, aplastado por nuestros
pecados; hecho impotente. Sobre Él gravitaban todos los pecados del mundo. El había tomado la
responsabilidad de todos ellos y Dios se la había puesto sobre sí. El efecto natural de esta
responsabilidad experimentada a plena conciencia, era sentirse objeto de la abominación de Dios.
La segunda causa moral de desolación de desolación en el corazón de Jesús fue la ingratitud de
los hombres. El Redentor conocía a todos los hombres, uno por uno, con más perfección conque
cada hombre se conoce así mismo y a cada uno en particular dirigí su mirada ofreciéndole la
redención a fin que él se la aplicase y respondiese al ideal de santidad revelado al mundo.
Recordando aquel llamamiento del rey eternal, consideremos aquí, en la entrada de la pasión,
ofreciendo a cada hombre el precio de su sangre y veamos cómo la mayoría se hacen los sordos;
cómo desprecian la redención; como muchos responden hasta con sarcasmo e incluso con odio. No
hay duda que la contemplación de los hombres le ofreció también muchos consuelos en las almas
santas que habían de responder fervorosamente a su llamamiento y hacer oblaciones de mayor
estima y momento. Sobre todo la Sma. Virgen alejada quizá del huerto, como lo pinta también algún
artista también como al costado del huerto. Pero estaba con el alma ciertamente allí. Veía Jesús
también la generación de los escogidos a lo largo de los siglos, pero este consuelo no le quitaba la
pena infinita de ver a tantos hombres, pueblos y generaciones voluntariamente apartados de la
verdad y de la vida de amor que nacen de su corazón sagrado. Dos veces sabemos que Jesús se
puso a llorar delante de Jerusalén porque no quiso conocer el día de la divina visitación. Pues qué
lágrimas no le arrancarían la contemplación del mundo redimido por su sangre y obstinado por su
perdición.
La tercera causa moral de desolación para el corazón de Cristo es la Santa Iglesia. La Iglesia que
es su esposa. De esa Iglesia que nacería de su costado abierto por la lanza de la cruz. Él la había
amado sin mancha ni arruga y la contempla en su cuerpo que son los miembros que la forman, a
veces profanada y envilecida como estará su propio cuerpo durante los horrores de la pasión. En
esta contemplación dolorosa se le presentan al corazón de Cristo los martirios particulares de los
pecados de la Jerarquía, del sacerdocio, de los institutos religiosos y de todas aquellas almas que
están especialmente consagrada a Dios, especialmente los miembros más allegados a su corazón.
"Si mi hubiesen llenado de maldiciones enemigos, lo hubiese sufrido con paciencia -dice el Salmo-
mas, tú hombre, que aparentaba ser otro yo, mi guía y mi amigo". Esta terrible amargura comenzará
pronto con el beso traidor de Judas. "Con un beso, amigo, entregas al Hijo del Hombre?". Y las
quejas que de cuando en cuando dejará oír el corazón de Jesús en el transcurso de los siglos
insistirán cada vez más, en este punto doloroso, más que en todas las otras penas.
La cuarta y principal causa del martirio interior del corazón de Cristo es el abandono del Padre
celestial. El había hecho ya voluntariamente el milagro de impedir que llegasen a la humanidad las
influencias que naturalmente habían de derivar de la divinidad. Pero detrás de este sacrificio, viene
el Padre a ejecutar en su Hijo un sacrificio más duro que el de Abran que es el de dejarlo
sensiblemente abandonado, apartado de su amor y víctima de su justicia. En coloquio con Santa
Margarita de Alacoque, el Sagrado Corazón le dijo: "En el huerto fue donde sufrí interiormente más
que en todo el resto de mi pasión. Viéndome en total abandono del cielo y de la tierra, cargado de
todos los pecados de los hombres, comparecí ante la santidad de Dios que sin mirar mi inocencia me
trituró en furor haciéndome apurar el cáliz que contenía toda la hiel y amargura de su justa
indignación, como si hubiera Padre para sacrificarme a su justa cólera. No hay creatura ninguna que
pueda comprender la inmensidad de los tormentos que entonces sufrí".
Miremos, pues, al corazón de este Cristo. En esta contemplación convienen que nos echemos a
fondo a la lucha, a la agonía. Eso significa agonía, lucha, que nos propone San Ignacio como propio
de la pasión. "Mirar este corazón de Cristo y comenzar -dice San Ignacio- con mucha fuerza a
esforzarme, a doler, triscar y llorar y así trabajando; todo para llegar a sentir dolor con Cristo
doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo padeció
por mí." Esto debe ser una especie de imitación de la agonía activa y pasiva de Cristo. Apropiarme
cada día más de la agonía del Señor. También nosotros en la vida experimentaremos tedio de
nosotros mismos. Faltas siempre repetidas. Virtudes que nunca acabamos de adquirir. Naturaleza
que se resiste a la espiritualización. Tedio en la oración, aburrimiento, monotonía, falta de interés por
la vida. Si no fuéramos cristianos tal vez no lo sentiríamos, nos "distraeríamos" (entre comillas), pero
acá recordemos el "conmigo" de la meditación del reino. Venir conmigo, acompañarme en el tedio.
Muchas veces sentiremos también tristeza, sensación de derrumbe. Jesús no se evade de la tristeza,
tampoco nosotros debemos contentarnos con buscar consolaciones sensibles, sino en esos
momentos de tristezas unirnos con Cristo. El conmigo de Jesús. Acompañarlo en la tristeza para
luego seguirlo en el gozo. También en la vida sentiremos soledad. Pero en cierta manera, la soledad
nunca es absoluta porque Cristo también nos asegura el "conmigo". Será siempre una soledad de
Dios, con Cristo.
Jesús nos enseña pues, el único remedio para las grandes tribulaciones: no es otro que la oración.
Y terminada oración, terminada su agonía, Jesús se levanta como un atleta y como dice el evangelio
de San Marcos: "Levantaos, vamos, he aquí que llega el que me entregará".
20º) EL BESO DE JUDAS HASTA EL "ECCE HOMO"

Proseguimos la contemplación de los misterios dolorosos mirando a Jesús desde el momento en


que lo van a prender en el huerto de Getsemaní hasta el momento en que Pilato lo muestra al
pueblo: "He aquí el hombre".
Uno de los frutos de estas meditaciones es penetrar más en el sentido del pecado con un dolor
más universal que el de la primera semana, se podría decir, donde no se veía el pecado sino desde
afuera, en relación al ideal inculcado del principio y fundamento. Aquí vemos el pecado en sus
efectos, en el Cristo agonizante, en el Cristo paciente, en el Cristo muerto.
Recorramos entonces los principales pasos de la Pasión y cada uno puede detenerse a lo que
más le mueve al fin de los ejercicios que es la decisión de acompañar al Cristo víctima.
La contemplación de lugar sería acompañar a Cristo desde el huerto de Getsemaní hasta el
momento de la presentación de Pilato.
Y la petición, la propia de esta semana: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo
quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí.
Lo hemos dejado a Jesús en el huerto. Ahora vemos cómo se acerca el grupo que lo va a prender
encabezado por Judas, el traidor. Él los podría destruir con un solo gesto, pero los deja obrar. Lo más
odioso es el acercamiento de Judas, no ignorancia, sino "clausura de amor" que aún para traicionar y
matar se sirve del signo del amor, del beso traidor. Lo atan a Jesús. Esas manos que han hecho la
tierra, devuelto la vida a los muertos y la vista a los ciegos, ahora se hacen impotentes. Y es
conducido a los príncipes de este mundo que no han conocido al Señor de la gloria. Los veremos
desfilar, uno tras otro: el poder de la religión, el poder de la política, el poder de la fortuna y el placer,
el poder finalmente del populacho brutal. Cristo pasará delante de todos estos poderes y todos los
condenarán, porque Cristo no puede ser entendido por el mundo, en el sentido malo de esta palabra,
por el espíritu del mundo, porque Él es la Sabiduría de Dios, la Sabiduría escondida.

AUTORIDADES RELIGIOSAS.
Y, ante todo, comparece ante las autoridades religiosas, puede ser el primer punto: ante Anás,
ante Caifás y todo el Sanedrín. Y primero ante Anás, que ni siquiera era entonces Sumo sacerdote,
sino que lo había sido. Fue un acto de servilismo, un acto de hipocresía. Es un tribunal humano,
demasiado humano. Dios juzgado por los hombres y (por qué hombres!. Y su tribunal, ese tribunal, lo
quiere acusar y condenar en materia religiosa, (Qué sarcasmo! Dios juzgado por los hombres; por
tales hombres y de las divinas ordenada por Él mismo. Y después va delante de Caifás. "Te conjuro
-le dice- por el nombre del Dios Vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Cristo
respondió con dignidad, dando testimonio de lo que era. (Cómo gozó Caifás y su banda al oírlo! "'Ha
blasfemado, qué os parece?' y todos gritaron: 'reo es de muerte'". A nosotros también nos puede
pasar si lo seguimos a Cristo. Cristo ya lo anunció a los apóstoles: "Seréis llevados a los tribunales
por mi causa, seréis odiados de todos y creerán hacer un obsequio a Dios persiguiéndoos". Y por
eso, si alguna vez nos pasa esto acordémonos de Cristo. Esa noche Cristo fue entregado a los
soldados del Sanedrín que lo burlaban, le cubrían la cara, lo vendaban y le deban bofetadas: "adivina
quién te ha herido". Miremos la cara de Cristo y meditemos en su silencio. Perecería que la divinidad
se esconde. Pasar a un segundo plano para dejar sufrir crudelísimamente a la santa humanidad. La
divinidad está presente pero como escondida. Por eso su dolor es puro. No hay desesperación, sino
el dolor profundo de quién ha tocado la raíz del mal.

EL TRIBUNAL POLÍTICO.
Del tribunal religiosos, Cristo pasa al tribunal político, al tribunal de Pilato. Hasta ahora había
comparecido ante los judíos que lo rechazaron, ahora debe comparecer ante los gentiles. Todo el
mundo lo condena. "Judíos y griegos", como dirá San Pablo, todos están encerrados en el pecado.
Ante todos Cristo es el Salvador. Los judíos lo llevaron, pues, ante Pilato, el procurador romano, un
gentil. Pero no quisieron entrar en su palacio para no contaminarse. Nueva hipocresía, nuevo
fariseísmo. Ante Pilato se pasa del plano religioso al plano político, los judíos, a los que no estaba
permitido condenar a muerte, lo entregan a Pilato para que lo haga crucificar. Ante Pilato, autoridad
política, Cristo va a afirmar rotundamente su soberanía divina: "Yo soy rey, para esto nací y para esto
vine al mundo, para dar testimonio de la verdad". Rey de los corazones, pero también dijimos rey de
las sociedades. Un reino, por cierto, que no es de este mundo. No proviene de abajo como el de
Pilato, pero un rey que juzga al mundo.
Pilato reconoce la justicia de Jesús, pero la turba grita. Pilato lo remite a Erodes para sacárselo de
encima. El mundo se reveló en el fariseísmo de los judíos, en la cobardía de Pilato. Pero la malicia
del mundo quedará más al descubierto, más al desnudo en el proceso de Herodes. Herodes era un
curioso. Deseaba conocer a Jesús. El mundano no se impresiona ante los hombres superiores. )Qué
le dirá Jesús a Herodes? Ante los judíos habló, con Pilato dialogó, pero ante Herodes solo puede
callar. No lo entendería. Hablan distintas lenguas. Veamos de cerca estos dos rostros. Aceptemos el
abismo con el mundo. Aceptemos callarnos a veces, que la gente del mundo nos tenga por locos,
porque así lo pensó Herodes de Jesús a quién hizo vestir con un vestido blanco: el que usaban los
locos. Ya decía Chesterton que "aquél que tiene fe debe estar presto, no solamente a ser un mártir
sino también un loco". Cómo se entiende aquí lo de San Juan: "Hijitos, no améis al mundo".
)Qué hará Pilato del reo que le devuelve Herodes, inocente, porque es un loco?. Viendo la ira del
pueblo decide: lo castigaré! es decir: es inocente, pero lo castigaré para calmar el furor de la turba.
El primero de esos tormentos fue la flagelación. Era un castigo vil. Con látigos de cueros y azotes
terminados en puntas de madera o hierro. Al parecer el tormento se hizo a modo de espectáculo
público para ablandar a la multitud, ante un Cristo que cae desmayado ante un charco de sangre
temblando de dolor y fiebre, yo debo decidirme a tener mi cuota en esta flagelación. Recordemos
aquello del apóstol: "cumplo por mi parte lo que falta a la pasión de Cristo en mi carne por el bien de
su cuerpo que es la Iglesia". El cuerpo místico de Cristo también debe ser azotado como el otro
cuerpo material que ahora contemplo caído en el suelo.
El segundo castigo fue el de la coronación de espinas. Tormento, al parecer, inventado por los
soldados. Se cree rey, pues haremos una entronización real. Lo obligan a sentarse en una piedra, le
echan sobre sus espaldas un trapo andrajoso, ponen en su mano una caña tan vacía como el cetro
de su imperio y luego la corona tejida de espinas que martillan sobre su cabeza haciendo manar
fuentes de sangre por todos lados. Ya está entronizado rey. Y pasan uno por uno y se arrodillan y le
saludan: "salve rey de los judíos". Pilato al verlo tan maltrecho convino otro recurso. Si presento este
andrajo al público despertaré su lástima. Lo llevó pues, a un lugar elevado y lo presentó a la turba
apiñada en su plaza: "Ecce homo": "He aquí el hombre". Como si dijera: "Mirad a quién me habéis
presentado; mirad a aquél a quién vosotros me decís que es el pretendiente al reino de los judíos, ya
no parece rey, ni hombre siquiera". "Hecce homo", "He aquí el hombre". También el Padre lo presenta
en silencio: "He aquí a mi Hijo hecho hombre a quién yo di en un exceso de amor. Tanto amé al
mundo que le entregué a mi Único, (mirad como lo habéis puesto!. El mismo Jesús se presenta:
"Hecce homo". "He aquí tu Redentor, aquí me tienes, esposo de sangre. El hombre tal cual el pecado
lo ha dejado. La imagen del pecado. El que te indiqué a la conquista del mundo, pero pasando por el
dolor, por la escupida, por la flagelación, por la humillación. "Mi amor hacia ti me hace padecer por ti,
procura pues que tu amor hacia Mí te haga padecer por Mí, así de dos amores formaremos un solo
amor y de dos dolores un solo dolor, Yo en ti y tu en Mí". "Hecce homo" dice Pilato ante el tribunal del
pueblo, pero la reacción no es la esperada: "Quita, quita, crucifícalo!. Todo el odio de Satanás está
detrás de este grito, es el veredicto de la mayoría del tribunal del pueblo.
Frente al Cristo abrumado de burlas estamos nosotros. Tal vez queramos seguirlo pero hasta
cierto punto, por ej. haciendo algunas oraciones, como decíamos hoy, haciendo algunos actos de
caridad pero siempre queremos correr la hora de la cruz. Y así, cuando llega el momento del
sacrificio desaparecemos. Lo acompañamos a Cristo mientras nos va bien, pero no hasta beber el
cáliz de la pasión. Si es cierto lo que le dijimos en la "meditación del reino" de que queremos
señalarnos en todo servicio de este Rey Eterno y Señor universal, no debemos espantarnos ni
retroceder a la vista de este Cristo abofeteado, escupido y coronado de espinas que nos invita a
seguirlo por este camino "para que siguiéndome en la pena también me siga en la gloria".
Pidamos penetra en su corazón mártir, nadie nos ayudará mejor para ello que María Santísima, la
Virgen de los dolores, la que mejor acompañó su via crucis y terminemos rezando el "Alma de
Cristo".
21º) LA CRUCIFIXIÓN

El Calvario y la Cruz, he aquí las dos palabras más trágicas que se han oído en el mundo y que
resuenan hoy tan vivas como en el primer viernes santo. No es el lugar, no es el instrumento de
suplicio lo que le da el sentido profundo, sino la sagrada Víctima que está inmolada: Cristo Redentor
del género humano. Mas el Calvario y la Cruz son vida solamente para los que llegan a hacerse
crucificar; los que se resuelven a crucificarse con Cristo. Fuera de ellos, la Cruz es motivo de
escándalo para los judíos y de locura para los gentiles, como dice San Pablo en su epístola 1 0 a los
Corintios.
Es, pues, necesario entrar en el misterio de la pasión y muerte de Cristo con el espíritu
verdaderamente de quién quiere seguirlo: "acompañarlo en la pena", y quiere cumplir aquella frase
tan hermosa de San Pablo: "Estoy crucificado con Cristo en la Cruz".
El primer preámbulo es la historia, que es lo que está en San Juan cap. 19.
El segundo preámbulo es la composición de lugar. Aquí será ver el tribunal de Pilato, la plaza
llena de gente, el camino del Calvario y en la cumbre: la Santa Cruz. La cumbre del camino de la
marcha espera la cruz de Cristo.
El tercer preámbulo es la petición sólita de la tercera semana: "dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado; lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí".
En el primer punto de esta contemplación, podemos considerar el camino de la Cruz, cuando a
Cristo le cargan sobre sus hombros el pesado leño de la redención. El verdugo presenta a Cristo la
Cruz para que él mismo la lleve a cuestas hasta el Calvario. Lo han determinado para mayor dolor y
deshonra, pero Jesús la mira como una suave disposición del Padre Celestial. La vida cristiana en
buena parte se reduce a llevar la Cruz, así lo dijo Jesús de ante mano: "Quién quiera venir en pos de
mí niéguese así mismo, tome la cruz y sígame". La cruz, pues, es un don de Dios; es el camino de la
vida. )Cómo no la hemos de recibir con amor?. Jesús le abre los brazos con todo el amor de su
corazón y abraza sobre él. Jesús se la carga sobre sus hombros como el peso de los pecados de
todo el mundo. Allí están también mis culpas y (cuánto pesan!. Quizá resonó en la plaza el aplauso y
vocerío de los judíos. Lo menos que harían es contemplar a Jesús con completa indiferencia. Así
había de comprender siempre la humanidad a su Redentor. Sigamos de un extremo a otro la vida
dolorosa; es larga, es cuesta arriba, es pedregosa. Está toda ella sembrada de insulto, de denuestos,
de blasfemias que brotan de todas partes. Es un camino recto. Si bien desfallecido va por el camino
recto la cruz. No toma ningún atajo. Ese Cristo sin sangre, sin fuerzas, arrastrando sus pies y la cruz,
ya no puede más. Los verdugos lo azuzan, pero Jesús cae a tierra una y otra y otra vez. Yo Jesús
soy tu cruz pesadísima. Yo el verdugo que te fustiga. Este amor con que vuelves a cargar la cruz
cada vez que se te escapa por las caídas es la expiación de mi inconstancia en seguirte. )Cuál es mi
cruz, Señor, comparada con la tuya? Ni siquiera admite comparación. No he sido azotado, ni
coronado de espinas, ni llevado a los tribunales, ni condenado a muerte. No he sido abofeteado ni
arrastrado por las calles. No he derramado una sola gota de mi sangre. Me quejo, sin embargo de
pequeñas enfermedades, de ligeras incomodidades, de falta de atenciones, de leves injusticias.
Ahora veo claramente qué mezquino que es mi amor, que no tiene fuerzas para llevar estas pajas
detrás de ti que llevas esta terrible cruz. Yo no soy capaz de llevar mi astilla, la astilla de ese leño
pesado. Pondré mis pies en donde tú dejas señalada con sangre tus pisadas. Ruin y miserable no
quiero dejar el camino del Calvario, antes bien te acompañaré hasta el fin. Y haz que no lleve la
parte de mi cruz obligado como el Cireneo, sino que la acepte por amor de Dios. Que acepte las
cruces que o por Voluntad de Dios o por la malevolencia de los hombres me vienen a cada paso.
Y así pasamos al segundo punto. Llegamos a la cumbre del Calvario y vemos que lo crucifican al
Señor. Solo el amor le dio fuerzas para llegar. Pongámonos cerca de María Santísima que nadie
como ella sabe mirar, sabe comprender y amar. Los soldados rodean a Cristo que queda solo en
medio con los verdugos. Estos comienzan a arrancar vivamente sus vestidos. El arrancarle la túnica
interior pegada a las llagas, fue como renovarle los dolores de la flagelación. Mas él, como un
cordero a los pies del que lo trasquila, calla sin ofrecer resistencia. En su corazón habla con su Padre
Eterno diciendo que por fin llegó la hora del sacrificio. Isaac, figura de Cristo en el A.T. había sido
atado de pies y mano sobre el altar, era una imagen suya, Jesús en cambio está desatado porque
tiene las ataduras más fuertes del amor. Los verdugos tienen preparada y extendida en tierra la cruz.
Al oír Jesús la voz del verdugo que lo manda: "ponte en ella", fijó su mirada en los cielos y luego
abrió los brazos con el abrazo apasionado que jamás haya sido dado en esta tierra. Y se puso sobre
aquel altar como víctima ofrecida a la gloria de Dios y por la expiación de todo el mundo. La Virgen
Santísima seguiría cada uno de sus movimientos. )Cómo fijaron cada uno de los clavos en las
manos y en los pies del divino Redentor? Un verdugo pondría su rodilla sobre su pecho, otros
mantendrían bien amarrado sus manos y sus pies; mientras el del martillo daría fuertes martillazos
para atravesar sus miembros con los clavos largos y recios. (Cómo penetraría el hierro entre los
huesos, nervios y venas desgarrando la carne!?. Quién podrá imaginar las convulsiones de dolor que
causarían en todo el cuerpo del Redentor?. Qué afecto tan encendidos brotarían de su corazón para
rogar a Dios por los pecadores y por los mismos verdugos que le crucificaron. Aquellos martillazos
mezclándose con los gemidos de Jesús llegaban al corazón de su Madre y obraban en ella una
crucifixión espiritual semejante en todo a la del Hijo. La cruz está ahora enhiesta. Acabada la
crucifixión, los verdugos levantan la cruz con grandes sacudidas y la dejan caer de golpe en el
agujero cavado en la roca. )Quién será capaz de imaginar los dolores que sentiría Jesús. En Jesús,
padecer era ofrecerse como víctima, era rogar, era amar. Jesús queda colgado entre en cielo y la
tierra. Ve toda la multitud que lleva la montaña del Calvario y todos le ven. Allá adelante está
Jerusalén, la ciudad donde le aclamaron como rey, no hace aún ocho días. Más lejos toda la tierra de
Israel, su patria amada. Más lejos todavía el mundo entero, era la víctima de todos. Por todos ruega
al Padre Eterno. A todos abre sus brazos y su corazón. Los ángeles invisibles, se postran en purísima
adoración y lo mismo hacen la Sma. Virgen y los pocos fieles que lo acompañan.
Pasemos finalmente al tercer punto. Miremos de cerca al Cristo crucificado, ya que la Cruz de
Cristo es un centro, una cátedra de doctrina, doctrina muda. Santo Tomás en el Credo que ha
comentado nos ha dejado una página luminosa sobre este tema. Dice el santo: "La pasión de Cristo
basta para instruirnos completamente sobre la manera como debemos vivir. Porque si alguno quiere
llevar una vida perfecta no tiene que hacer otra cosa que mirar al Cristo crucificado. Ningún ejemplo
de virtud falta en la cruz. Buscas un ejemplo de caridad, 'nadie tiene mayor caridad que el que da la
vida por sus amigos', dijo el mimo Jesús, y esto fue lo que hizo Cristo en la cruz. Si pues dio su vida
por nosotros no deberá sernos gravoso soportar por Él cualquier mal. Buscas un ejemplo de
paciencia lo encontrarás excelentísimo en la cruz, porque la grandeza de la paciencia se manifiesta
de dos maneras: o bien sufriendo pacientemente grandes males o bien sufriendo algo que podría
evitarse y no se evita. Pues bien, Cristo sufrió grandes males en la Cruz. Puede aplicarse así mismo
las palabras de Jeremías: '(Oh vosotros todos que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor
semejante a mi dolor!'. Y esos grande males Cristo los sufrió pacientemente, 'porque cuando le
atormentaba -dice San Pedro- no prorrumpió en amenazas, se comportó al decir de Isaías 'como
cordero llevado al matadero y como oveja muda ante los trasquiladores'. Así mismo Cristo habría
podido evitar esos sufrimientos y no los evitó. El mismo se lo dijo a Pedro cuando lo arrestaron en
Getsemaní: 'O piensas que no puedo recurrir a mi Padre y me enviaría enseguida más de doce
legiones de ángeles'. Buscas un ejemplo de humildad, mira el crucifijo. En efecto, Dios quiso ser
juzgado bajo Poncio Pilato y morir. Tu causa Señor, podríamos decirle, ha sido juzgada como la de
un impío. Sí, verdaderamente como la de un impío, porque sus enemigos pudieron decirse unos a
otros, condenémosle a muerte afrentosa. Buscas un ejemplo de obediencia, síguelo a Él que se hizo
obediente al Padre hasta la muerte y muerte de Cruz. Buscas por fin un ejemplo de menosprecio de
las cosas terrenas, síguelo a Él que es el Rey de los reyes y Señor de los señores en quién están
todos los tesoros de la sabiduría y que, sin embargo, en la cruz apareció desnudo, objeto de burlas,
fue escupido, golpeado, coronado de espinas, abrevado con hiel y vinagre y luego murió. No te
aficiones, pues, a los vestidos o las riquezas porque los soldados se repartieron mis vestidos; ni te
aficiones a los honores porque a mí me cubrieron de escarnios y de golpes. Ni busques las
dignidades, porque tejieron una corona de espinas y la pusieron sobre mi cabeza, ni los placeres,
porque en mi sed me hicieron beber sangre (sic? ver texto de S. Tomás)(vinagre)". He aquí, el
hermoso texto de Santo Tomás; la cruz como una cátedra.
Terminemos mirando a Cristo con el corazón abierto por la lanza del soldado. "Uno de los
soldados -dice el evangelio- le traspasó el costado de donde brotó sangre y agua". Sangre y agua
precisamente que reciben los ángeles, que es la sangre y el agua del sacrificio de la Misa, de donde
salen los Sacramentos, del costado de cristo; de dónde salió la Iglesia, la nueva Eva, nacida del
costado de su Esposo dormido en la Cruz. Ese corazón ha quedado abierto para que podamos
refugiarnos en él como nueva arca que nos salva del diluvio y nos permite entrañarnos en Dios.
Desde allí hablemos con nuestro Padre Celestial: 'Padre Celestial, aquí tienes a tu Hijo santísimo
ofrecido en sacrificio de adoración. Él te devuelve toda la gloria que el pecado te había arrebatado.
Te lo ofrezco con la misma oblación de Cristo y de su Madre. Padre Celestial, aquí tienes a tu Hijo
santísimo ofrecido en sacrificio expiatorio por nuestros pecados; nadie más podía pagar esta deuda,
Él la paga con preces. Me aplico esta expiación y la aplico a todo el mundo. Padre Celestial, aquí
tienes a tu Hijo ofrecido en sacrificio eucarístico o de acción de gracias. Nadie más que Él podía
darte las condignas a tu amor. Él te las da con amor infinito como el tuyo. Yo, miserable pecador me
uno a la oblación de Cristo y de su Madre. Padre Celestial, aquí tienes a tu Hijo ofrecido en sacrificio
impetratorio de todas tus gracias y bendiciones. Cargado como estoy con tantas necesidades, me
uno a la oblación de Cristo y de su Madre'.
Terminemos esta contemplación rezando el "Alma de Cristo".
TEXTOS ÚTILES PARA LA 3º SEMANA

NNNNNNNNNNNNNNNNN
NNNNNNNNNNNNNNNNN
NNNNNN
4º SEMANA
22º) LA RESURRECCIÓN

Hemos estado considerando, a lo largo de estas contemplaciones de la tercera semana, los


diversos misterios dolorosos: la vida de Cristo, su pasión y su muerte.
Con el descendimiento de Cristo en la Cruz y su ulterior sepultura, terminan estos misterios
dolorosos. Cristo, horizontal ahora, en brazos de su Madre, de los que lo rodean. Es el último acto,
podríamos decir, visible, de la estadía de Cristo dolorosa en la tierra. El descenso a los infiernos no
es visible para nosotros.
Pero ahora pasamos a la cuarta semana, la última semana de ejercicios. El fin no es la muerte,
sino la resurrección. y por eso vamos a meditar sobre este tema que es realmente fundamental de
nuestra fe.
Necesitamos vivir en el espíritu de la alegría. Y por eso vamos a hacer esta primera consideración
de la cuarta semana sobre los hechos mismos, histéricos, de la resurrección del Señor.
La composición de lugar puede ser la tumba vacía. Los ángeles muestran la tumba vacía. Cristo
está en lo alto ya. Ha resucitado. Ya no se ve. Solo se ve el vacío de la tumba que muestra la
plenitud de Cristo.
Y la petición de esta cuarta semana: "Pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta
gloria y gozo de Cristo nuestro Señor". Necesitamos la alegría para nuestra vida. La propensión a la
tristeza es más peligrosa que la propensión a las cosas impuras. Un alma desilusionada corre el
peligro de convertirse en un alma estéril. El demonio hace su nido en los corazones sombríos. Por
eso San Fco. de Sales decía que "un santo triste es un triste santo".
Podemos considerar ante todo en este misterio histórico de la resurrección de Cristo el hecho de
que la resurrección es la cara positiva del sacrificio, es la redención cumplida. El Padre acepta el
sacrificio de su Hijo resucitándolo. Y en este sentido la resurrección es el sacrificio consumado. Por
eso la Misa que renueva el misterio pascual, no es solo memorial de la pasión, sino que se celebra
también en memoria de la bienaventurada pasión y de la gloriosa resurrección. Dice san Pablo, que
si Cristo no hubiera resucitado seríamos los más desgraciados del mundo porque estaríamos unidos
a un cadáver. Nos asemejaríamos a un hombre muerto. En cambio estamos unidos a uno que vive y
por eso vivimos. Cristo ha resucitado. Ha llegado a la tierra prometida. Caminamos hacia un triunfo.
Como esta vida es "vida eterna incoada", ya participamos en la resurrección. Espiritualmente hemos
resucitado ya. Y si nos mortificamos es para participar mejor en la vida de uno que ha resucitado.
Advertimos en este misterio, como estalla en él la alegría de Cristo. No la alegría cerrada del
egoísta, sino el gozo en proporción de su entrega. Porque amó sin desfallecer y ahora puede realizar
el anhelo de su amor: asimilarse a los hombres. Su carne está plenamente espiritualizada. La vida
nueva de Cristo lleva en su esencia la marca del E. Santo. Esa carne, antes sujeta al cansancio y al
dolor ha quedado transfigurada por el espíritu. Y en este sentido es una carne "espiritualizada" en el
sentido fuerte, dominada por el E. Santo y así se ha hecho dador del Espíritu a nosotros que sale de
su costado como dador de agua viva. Por eso la alegría de Cristo. Ahora su carne es capaz de
vivificar por la Eucaristía que es el contacto con su carne gloriosa. De ahí que el fruto de esas
meditaciones nos lleven a prepararnos a entrar en contacto con el Cristo espiritualizado, con el Cristo
vencedor. Nos lleva una mayor conciencia del valor de la Eucaristía en la vida. Alegría de Cristo
porque gracias a su resurrección es proclamado Cristo Señor, es decir, que recibe el poder y la
soberanía total. Dios ha hecho Señor y Cristo a Jesús, se lee en los hechos. Puesto a la cabeza de la
Iglesia en carne angular. Es el cumplimiento de lo que dice la epístola a los Filipenses, que el Verbo
de Dios se humilló, se anonadó hasta el fin y por eso Dios lo exaltó sobre todo y le dio un nombre
que está por encima de todo nombre de manera que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en los
cielos, en la tierra y hasta en los infiernos. Alegría de Cristo ahora, el Señor de los ángeles. Es decir,
que recapitula en sí todo el universo. La resurrección coloca en sus manos los hilos de su historia
como nos lo muestra el Apocalipsis. Alegría de Cristo finalmente porque comienza a ejercer su
sacerdocio glorificado. Nace una vida nueva. Así como antes salió del seno materno ahora sale de la
tumba, para su pontificado celeste. Ha inaugurado ahora la liturgia celestial. Lo comenzado en su
Encarnación alcanza aquí su culmen, ha entrado en el "Sancta sanctorum", iniciando la liturgia
celestial.
Alegría, así mismo, de María Santísima. Dice San Ignacio en los ejercicios: "Aunque no se diga
en la Escritura, se tiene por dicho que se apareció a María, es decir que se apareció a tantos otros.
Porque la Escritura supone que tenemos entendimiento como está escrito: 'Vosotros también estáis
sin entendimiento?'". Es decir, aunque no lo digan los Evangelios, es obvio que al primero que se le
apareció es a su Madre. Fue la primera aparición del Cristo glorioso. Lo que habrá sido la oración de
María el sábado anterior. Oración de un corazón sumiso, porque es "la esclava del Señor": "He aquí
la esclava del Señor". Oración de un corazón puro, porque fue el de la Virgen llena de gracia.
Oración de un corazón consagrado por el sufrimiento, que desde el viernes santo la hizo participar en
la obra redentora atravesándola: "Una espada atravesará tu costado. Ella sí esperaba, porque
conservaba en su corazón lo que Jesús había dicho. Y ahora lo ve redivivo. Su espera se cumple. Es
nuestra Señora del gozo como antes lo fue de los dolores. Toda su vida fue una muerte con Cristo,
ahora recibe a su Hijo que sale de la tumba, como antes lo había recibido saliendo de su seno. María
ve. Ve a Jesús acercarse a ella después de haber salido del sepulcro tan silenciosamente como
había salido en otro tiempo de su seno virginal. Lo ve en la realidad de su carne y con todo el brillo
de su transfiguración. La divinidad ahora resplandece en la humanidad, ya no se esconde como en
los misterios de dolor. Por eso a través de la humanidad María ve a Dios. María comprende.
Comprende que la vida que vive ahora su Hijo amado es la vida verdadera. La vida de la que la vida
presente no es más que una sombra. La vida que será la de los santos. Ahora comprende todo, el
gran misterio que había entendido en la Encarnación sin entender el modo. Ahora lo comprende. Su
fiat se ilumina. María alaba también. Alaba a Dios. Canta el Magníficat nuevamente, porque señal es,
de las comunicaciones divinas inclinar al alma que las recibe a la alabanza de Dios. Y ahora María
comienza la búsqueda de un nuevo anhelo como la esposa del Cantar de los Cantares: cuando el
amado se va se hace desear aún más. María entra en este nuevo período que la va a llevar al
éxtasis de la muerte y de la asunción. Más que muerte dormisión. Ya muerto con Cristo en su interior.
El amor la hará morir a la vida presente para unirla en cuerpo y alma a su Hijo divino.
Alegría, así mismo, de la Iglesia. Ahora la Iglesia puede cantar el "Exultet", ese himno tan
hermoso del sábado santo. Que lee la resurrección a la luz de toda la historia de la Salvación. Esa
luz que brota de la noche como el cirio se enciende del pedernal. "Oh bienaventurada noche -canta
la liturgia- oh feliz culpa". La resurrección de Cristo es el nacimiento de la Iglesia. Así como el pueblo
del antiguo testamento si agrupaba en torno al cordero pascual, así ahora se agrupa en torno a Cristo
nuevo Cordero resucitado. Él compró a la Iglesia con su sangre y ahora es la cabeza de la Iglesia, el
primogénito de los que resucitan. Cristo lavó a la Iglesia en su sangre para hacerla su esposa, en ese
baño de sangre de la Cruz. Cristo es el primero en la victoria. ")No sabéis que vuestros miembros
son los miembros de Cristo?". Ahora los miembros de la Iglesia somos los miembros de Cristo
resucitado.
La alegría finalmente, de cada uno de nosotros. Gozo de vernos en posesión de todas las
riquezas de Jesús. Su resurrección eleva nuestra esperanza de resurrección final. Las dotes de
Cristo resucitado deben traslucirse en nuestra vida espiritual. Cristo glorioso es ahora impasible, e
inmortal, ya no sufre más, ya no muere más. Pues bien yo, a mi modo debo imitarlo. )Cómo lo
puedo imitar? No muriendo de nuevo por el pecado, no debilitando mi vida con tonteras y
pequeñeces. El cuerpo de Cristo es un cuerpo esplendoroso. Yo a mi modo debo imitar el esplendor
de ese cuerpo de Cristo. )Cómo lo puedo imitar?: Iluminando a los que me rodean. Cristo es ágil
ahora, su cuerpo se puede trasladar de un lugar a otro sin dificultad. Yo también debo imitar esta
agilidad a mi modo )Cómo lo haré?: estando pronto para responder a las inspiraciones de Dios, a los
dictados de la caridad, a lo que me dice el E. Santo. El cuerpo glorioso de Cristo es sutil, por eso
podía atravesar una pared y entrar en el Cenáculo estando las puertas cerradas )Cómo lo puedo
imitar aún en esto a mi modo?: Venciendo yo también los obstáculos en la vida espiritual, con
fortaleza, con empuje, no asustándome frente a las objeciones a los montículos que encuentro
delante de mí. Es decir, en una palabra, debo, desde ya, ir llevando una vida de resucitado. Cuando
hicimos la meditación del reino, esa meditación fundamental de los ejercicios, Cristo nos dijo: "Todo
el que quiera venir conmigo me ha de acompañar en la pena, para luego seguirme en la gloria". Lo
hemos acompañado a Cristo en el penar duro y difícil de la tercera semana. Lo hemos acompañado
a Cristo entre los salivazos, entre las bofetadas. Lo hemos acompañado a Cristo que como una
semilla cayó en el surco del dolor y desde allí pudo florecer. Ahora este "CONMIGO" es grato.
Acompañarlo a Cristo en la gloria ahora. Este es el fin. A esto tiende el cristiano. Todo el sacrificio
que hacemos en la vida, toda la ascesis, toda la mortificación que hacemos no es como la
mortificación que puede hacer un hindú, o un masoquista o uno que odia a su cuerpo, nada de eso.
El sacrificio que hace el cristiano, el cargar la cruz del cristiano es un acto de amor. Carga la cruz
porque ama a Cristo y quiere estar cerca del amado. Y por eso carga la cruz pero sabiendo que al fin
del Calvario y detrás del Calvario lo espera la tumba vacía, lo espera la resurrección, lo espera la
victoria. Acompañarlo pues, con coraje en la pena que es el camino de esta vida. El camino real de
la santa cruz. Solo así podremos acompañarlo luego en plenitud y bien cerca de él en la gloria
celestial.
23º) EMAÚS

Dentro de las apariciones de Jesús resucitado se destaca la de los discípulos de Jesús, cuya
historia la podemos encontrar en el Evangelio de San Lucas 24,13-35.
Es segundo preámbulo es la composición de lugar. Representemos el camino que lleva de
Jerusalén al pueblo de Emaús, unos 11 Km.; la sala donde Jesús se sienta con los dos discípulos y,
finalmente el camino de vuelta a Jerusalén hasta la casa donde estaban reunidos los apóstoles.
El tercer preámbulo es la petición propia de esta cuarta semana: Gozarnos con Cristo gozoso.
Entremos en materia de esta consideración tan hermosa de este evangelio viendo cómo iban
conversando estos dos discípulos de Emaús por el camino. No conocemos nada de sus vidas.
Solamente sabemos que uno de ellos se llamaba Cleofás. Pero sí conocemos bien sus estados de
espíritu. Estaban verdaderamente desolados, desconcertados. Ellos se había figurado un Mesías
temporalista, horizontalista. He aquí que ese Jesús había muerto y no había realizado el plan de
ellos. No era por tanto el Mesías. Mal habían hecho de haberse fiado de El. Estaban tristes. Creían
que todo había sido una ilusión. "Nosotros esperábamos", leemos en el Evangelio. (Qué tristeza tan
profunda!. Una falla total de su vida. Para ellos la Cruz no había sido un trofeo sino un cadalso. En
los acontecimientos salvadores veían una ocasión de disgusto. Realmente no entendían nada. Y
había sucedido lo contrario: era una esperanza impura.
Jesús conocía bien esta mala disposición espiritual de sus discípulos. No solo la de estos dos sino
también la de muchos otros. La que tenían antes y la que tienen ahora. La tenían también antes
cuando Cristo estaba con ellos. Había procurado el Señor eliminar en ellos aquella religión
horizontalista, aquel cristianismo de la tierra dándoles la verdadera doctrina. Pero no lo habían
logrado. Aquellos corazones estaban cerrados a toda idea sobrenatural. A pesar de todo Jesús no los
abandonó en vida. Y tampoco los quiere abandonar ahora que los ve más ofuscados que nunca por
el mal espíritu.
Pues bien, a esta mala disposición de los discípulos llegó la visita del Maestro, para que
entendamos que nada detiene las misericordias divinas cuando Dios, en su amor, decide trasformar
un alma. Cristo corre aquí tras dos ovejitas perdidas. Estos discípulos estaban sumidos en la tristeza
más profunda. En la mala tristeza. Con sus terribles efectos. Separados de sus hermanos. Se habían
ido de la compañía de los discípulos de Jerusalén. Oscurecer la inteligencia, quitar su esperanza y
hasta la misma curiosidad. Jesús, pues, corre tras ellos. Jesús se une con ellos. No puede ver tristes
a los suyos. Y (con cuánta suavidad se les presenta!. Un caminante como los otros que se
encuentran en los caminos. Y viendo que le contestan desabridamente como si le doliese que alguien
los viera así, les dice abiertamente que hace rato que les ve que les pasa algo. Y ellos les dicen:
-"Pero eres tú el único que no sabes lo que está sucediendo"?. -)Qué cosa? -le dice Jesús. -"Lo de
Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras. Y cómo le entregaron para
que fuese condenado a muerte. Nosotros esperábamos de que él debía liberar a Israel y
comprenderás cuánto es nuestro desengaño". Jesús entonces comienza a hablarles y a disipar los
ideales horizontalistas de estos discípulos explicándoles los verdaderos ideales sobrenaturales. La
gracia de la resurrección no podía entrar en esos corazones ocupados en doctrinas y amores
contrarios a la verdad sobrenatural de la Redención. Por lo cual Jesús comienza disipando estas
nubes y así los reprendió: "necios y tardos de corazón, )no era menester que Cristo padeciese todas
éstas cosas y así entrase en la gloria?". (Qué frase la de Cristo!: "No era menester que el Cristo
padeciese". )Os ha escandalizado que ese Jesús que tenéis por Mesías haya sido entregado y
crucificado en lugar de llevarlos a la restauración del reino judío? )Pues qué dicen sino esto las
Escrituras? Y entonces les explicó, a partir de Moisés pasando por todos los profetas y en toda la
Escritura los lugares que hablaban de él, dice el Evangelio. Es uno de los efectos de la resurrección:
abrirnos el sentido de las Escrituras y permitirnos así una lectura verdaderamente espiritual, es decir,
en el Espíritu Santo.
A la luz de Cristo hay que leer todas las Escrituras, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. El A. y
N.T. son como un libro, si se los lee independientemente de Cristo no se comprende nada. Si se lo
hace a su luz, la lectura se hace espiritual, nutritiva para el alma.
Los discípulos de Emaús debían pasa a otro plano. Vivan en el plano de lo visible, de lo temporal,
y Jesús quiere que pasen al plano de lo invisible, de lo sobrenatural. Lo miran con los ojos pero no lo
reconocen. Son todavía los ojos de la carne. Ojos previos a la resurrección. Aún ellos no han
resucitado con Cristo. Es la enseñanza de la resurrección. Debemos pasar a otro orden. Hacer
nuestra pascua, nuestro salto, nuestro tránsito. Y así, estos discípulos de Emaús, mientras oían las
palabras de Jesús de gran exegeta de Jesús, se sentían transformados de una manera suavísima de
la que se dieron cuenta después. Se les encendía el corazón, se les ponía ardiente como una llama y
con ese ardor divino se fundía el hielo del egoísmo que los tenía petrificados. Y se disipaba la nube
de preocupaciones que entenebrecía su espíritu.
Jesús se le manifiesta y, diciéndoles que iba a seguir más adelante, más lejos, comenzó a
despedirse de ellos y allí comprendieron que se les había entrado en el alma sin darse cuenta. Le
obligaron a entrar con estas hermosas palabras: "Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el
día ya ha declinado". Para ellos atardecía. En sus corazones era ya el oscurecer.
Y comienza la cena. De pronto ven que el peregrino realizaba una acción que recordaban
habérsela visto hacer a Jesús. Como si fuese él el dueño de la casa, toma el pan, bendice, lo divide
y se los da. Y al hacer esto Jesús aparece como es. No es ya el peregrino, es Él, iluminado. Toda luz,
toda iluminación. (Qué transfigurado lo ven ahora!. Resplandeciente, inmortal. Los ojos lo ven pero
sus corazones y sus almas con cuánta mayor eficacia lo sienten todavía. Aquel rescoldo del camino
se convierte en llamarada ardorosa. Los ojos de los discípulos se han abierto y Él desaparece. Es
como un juego de las escondidas. De la presencia carnal pasan a la presencia espiritual. La
resurrección inaugura este genero de presencia. Ya no verán a Cristo con sus ojos. Sin embargo
Cristo les estará más presente que antes de su muerte. Cristo ha desaparecido. Pero aún lo sienten
consigo. Han pasado a otro plano. Han hecho su pascua. Cristo habita por la fe en nuestros
corazones. No lo busquemos demasiado con experiencias agradables como buscamos a otras
personas terrenas. Es otro el tipo de su presencia. Debemos pasar nosotros también. Hacer nosotros
nuestra pascua.
Y ahora se preguntaron )Qué hacemos aquí? Las razones que nos trajeron aquí ya no existen.
Nuestros compañeros que dejamos en Jerusalén deben estar sepultados en las tinieblas que
estábamos nosotros. Vamos pues a despertarlos comunicándoles la buena nueva. Y volvieron. Van a
avisar a sus hermanos. La resurrección está en el origen, en el comienzo del apostolado.
Pidamos pues al Señor, terminando esta meditación, la gracia de ser iluminados por él. Y hacer
también nosotros nuestra pascua, nuestro tránsito. No quedarnos en los ideales chatos y efímeros de
la tierra sino saltar al orden sobrenatural pasando así de la pena a la gloria como nos había invitado
el Señor en la meditación del Reino.
24º) LA ASCENSIÓN

El misterio de la Ascensión, el misterio litúrgico, celebra paradojalmente con alegría la ausencia


de Cristo. Y es que la ausencia de Cristo es la perfección de su venida. Él vino a nosotros para
unirnos a Él en el amor. Y si se fue lo hizo para excitarnos más aún en el amor, como un imán que
necesita tomar distancia para atraer hacia así.
La contemplación de lugar es la nube de la ascensión. Podemos imaginar aquel relato de los
Hechos.
La petición es gozarnos de tanto gozo de Cristo vencedor.
En primer lugar digamos que la Ascensión atañe a Cristo. Cristo se eleva al cielo junto al Padre.
La Ascensión es una parte del sacrificio. Por eso la Misa se celebra no solo en recuerde de la Pasión
sino también de la Resurrección y de la gloriosa Ascensión al cielo. Un mismo movimiento vertical
une a estos tres misterios. Gustemos con alegría profunda esta relación y este movimiento. Cristo se
eleva al cielo junto al Padre. La Ascensión es la gran prueba de que la victoria está lograda. Llevó
cautiva a la cautividad. Y por eso algunos autores antiguos comparaban la Ascensión como la
victoria de los generales romanos después de una gran batalla. Un desfile de victoria después del
armisticio. Hablando de la ascensión dice San Pablo: "Cristo ha subido a las alturas; ha conducido a
los cautivos; ha derramado sus dones a los hombres. )Qué significa ha subido sino que primero ha
descendido?". Este texto tan denso se puede entender de toda la economía de la salvación según
aquello de Cristo: "Salí del Padre y vine el mundo, ahora dejo el mundo y voy al Padre". Es el círculo
de nuestra redención. Subió a los cielos es su exaltación. Aquel círculo que hace de Cristo un
Pontífice, un hacedor de puente entre Dios y los hombres. El hecho es que Cristo ha ascendido a la
cumbre de los cielos. En una perspectiva sacerdotal podemos decir que es aquel Sumo Sacerdote
que el autor de la epístola a los Hebreos nos describe en el momento de entrar con su propia sangre
en el tabernáculo celestial. Los ángeles lo escoltan, porque Él es el rey de los ángeles. Los dos
ángeles que escoltan la nube de la Ascensión son como una epifanía visible de las legiones de
ángeles que abriendo dos filas ante el paso de Cristo miran con estupor a aquel hombre que penetra
en los cielos todavía con los vestidos manchados con la sangre del lagar. Es el Rey de la gloria este
que asciende. Abríos puertas eternales cantan los ángeles. Y los ángeles superiores dicen: )Quién es
este que sube? es el mismo Rey de la gloria. De esta manera Cristo asciende al cielo en el marco de
una liturgia celestial de imponente grandeza.
Así la Ascensión es, ante todo, el signo de la victoria de Cristo. Pero es también el preludio de
nuestra victoria. Por eso la Ascensión atañe, no solo a Cristo, sino también a nosotros. El triunfo de
Cristo es nuestro triunfo. Ahora el Señor está en la cumbre, y donde está la cabeza allí tienden a
estar los miembros. Cristo ha venido a buscar la oveja perdida para hacerla entrar en la casa del
Padre. No le interesa entrar a Él solo. No había venido para eso al mundo. Y por eso al subir al cielo
asumió en Él nuestras más preciadas aspiraciones. Estas nubes que rodean a Cristo nos invitan en
cierto modo a subir a esas nubes también a nosotros. Todo aquel que se le une ya entrado en la nube
de la Ascensión ya está sentado con Cristo en el cielo; "cosentados con Cristo" -dice San Pablo-.
Pero no todo termina aquí. El ángel de la Ascensión nos hizo una promesa: "Así como habéis
visto al Señor subiendo al cielo así volverá". El mismo Señor en las parábolas de los talentos se
comparó con un hombre noble que fue a un país lejano para tomar posesión de su Reino y luego
volver. Pero por el momento no se queden mirando el cielo, dicen los ángeles. No quieran hacer tres
tiendas, sino vuelvan y trabajen. Vuelvan a Jerusalén y digan a todos que el Señor vive. Mantengan
en vosotros la esperanza por la oración y los sacramentos. El Redentor ha partido para prepararles
un lugar. Nosotros debemos oír estas palabras. Estamos en tiempos de la Iglesia. Tiempos que llenan
el espacio que nos separan de la Parusia, de la vuelta final de Cristo. Por eso el relato de la
Ascensión concluye: "Él ha hecho a unos apóstoles a otros profetas para la edificación del cuerpo de
Cristo. Así que el fruto de la entrada de Cristo en la gloria es la misión. La Ascensión exige la misión.
El mismo Señor estableció esta relación porque antes de subir a los cielos dijo a sus apóstoles: Id por
todo el mundo, predicad y bautizad. Ellos fueron y el Señor trabajaba con ellos -anota el evangelista-.
Es Cristo glorioso que sigue trabajando en la Iglesia, en tiempos de la Iglesia. Nosotros vivimos en
medio de este gran misterio que debemos tratar de gustar por la contemplación y de vivir por el
apostolado. El misterio de la evangelización, que se extiende en este lapso de tiempo que va desde
la Ascensión a la Parusia; desde el "subió a los cielos" del Credo hasta el "de nuevo vendrá con
gloria" terminal.
Preguntémonos pues, ahora que estamos terminando los ejercicios si nosotros realmente estamos
en esta nube ascendiendo al cielo. A pesar de que estemos hacia el fin de los ejercicios hagamos
esta contemplación con intensidad ya que da todo su sentido a los ejercicios. Todo el resto la prepara
y la hace posible. El sacrificio está consumado. Es aquello que nos decía San Ignacio: "seguirlo en la
pena para luego seguirlo en la gloria". Seguirlo en el descenso, en el anonadamiento, para después
seguirlo en el triunfo de la ascensión. Y mientras tanto ser apóstoles según aquello de San Juan: "lo
que vimos, lo que oímos, lo que tocamos del Verbo de la vida, eso es lo que os anunciamos a
vosotros".
25º) LA PARUSÍA

Los ejercicios nos han ido presentando los misterios de nuestra salvación de una manera análoga
al año litúrgico. Estos misterios culminan con la vuelta del Señor o Parusía como se la llama, único
misterio aún no realizado. El domingo que cierra el año litúrgico, el de la Parusía, es justamente el
último acto de la redención.
Hemos seguido a Cristo en todos los pasos de su vida humilde. En los momentos penosos de su
Pasión; en los momentos gloriosos de su Resurrección y Ascensión. Pero fueron momentos ocultos
al mundo; no entendidos por el mundo. Hoy, al ir terminando los ejercicios, pongamos en nuestra
imaginación aquel escenario gigantesco del fin del mundo. Así podremos admirar mejor los designios
del Padre por medio del Hijo.
"Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar", leemos en el Credo. Cristo no es solo "el que vino", sino
"el que ha de venir". "Ven Señor Jesús".
La palabra Parusía quiere decir literalmente presencia. Es un termino técnico del N.T. para
designar la aparición de Cristo o "día del Señor. En tiempos de San Pablo los profanos llamaban así
a la visita solemne del Emperador a una ciudad acompañada de grandes fiestas.
Hubo ya una Parusía del Cristo histórico. Ese Cristo en quien el Padre había hecho heredero de
todo. Ese Cristo, mirando al cual el Padre había creado al mundo y, sobretodo al hombre, hizo ya su
entrada en la tierra. No entrada solemne a los ojos de la carne. Cristo entró en la humildad. Sin
embargo esa entrada ya significó el comienzo de la derrota del enemigo. "Si echo a los demonios es
señal que el Reino de Dios ha llegado". "Mi Reino está dentro de vosotros".
Esa Parusía histórica de Cristo se prolonga, si se quiere, en esa Parusía personal de Cristo a cada
alma. Pero habrá otra Parusía: en gloria. Son dos venidas. En realidad, todas las cosas de Cristo
tienen dos facetas. Hay un doble nacimiento: eterno y en el tiempo; dos venidas: la primera oscura y
sin ruido, como el rocío de la mañana, la segunda en el esplendor de la gloria. En la primera vino
envuelto en pañales, en la segunda vendrá revestido de brillantísima luz, no ya con la corona de
espinas en la cabeza sino con la diadema del Rey divino.
También el Anticristo, el adversario, hará su manifestación. También Satanás tendrá su Parusía en
el Anticristo, y será pública y esplendorosa en relación a su Parusía oculta de hoy. Es el triunfo de la
Bestia en el Apocalipsis, pero un triunfo efímero seguido de una derrota definitiva. El Apocalipsis
muestra al Anticristo como un poder político y filosófico adverso. Será una época espantosa, tan
terrible en la tribulación como no lo fue desde el principio del mundo. Dirán Cristo está acá o allá,
surgirán falsos Cristos y falsos profetas hasta que Cristo venga a modo de un ladrón inesperado.
Y habrá dos cosas previas en su apoteosis: vencer a la muerte y hacer justicia. Vencer, ante todo,
la muerte mediante la resurrección universal de los cuerpos y hacer justicia. (El juicio final: Fray
Angélico) (Juicio Final de Giotto). Recordar M. 25, la separación a la derecha y a la izquierda.
Ponderemos y admiremos este momento cuando Cristo se adelante hacia su Padre. Es el creador
que va al frente de sus creaturas. Es el Redentor que va al frente de sus redimidos. Es la cabeza que
antecede a su cuerpo. Es el Rey delante de sus súbditos. Cumplí Padre la misión que me
encomendaste. He recapitulado todo lo recapitulable.
Cristo se presentará como el compendio de toda la creación al Padre, solemne y majestuoso. Lo
oímos decir en la meditación del Reino: "Mi voluntad es conquistar todo el mundo para así entrar en
la gloria del Padre". En la Parusía Cristo se presentará al Padre y le presentará el Reino conquistado.
Allí comenzará su homenaje eterno y litúrgico al Padre como cabeza de todo. Será la caída del
tiempo y la entrada en la eternidad. Allí la única ocupación será la alabanza. Dios será todo en todo.
Todo lo que los hombres puedan desear lo tendrán en Dios. En fin, descansaremos. Dios descansó el
séptimo día y nosotros descansaremos en Dios en nuestro sábado eterno. Allí entenderemos por fin,
cómo estábamos destinados a ser dioses, pero no dioses por rebelión, como lo pretendieron nuestros
primeros Padres sino dioses por participación. "Allí descansaremos y veremos -dice San Agustín-
veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. Esto es lo que vamos a hacer al fin sin fin.
Este será de veras el día que hizo el Señor para nosotros. A la espalda quedarán los días que
hacemos nosotros los hombres, los días de nuestra vida pecadora, los días que engendran
las enfermedades, los dolores, las aflicciones y las lágrimas. Entonces comenzará el día que
Dios hizo para nosotros, el día que no conoce ocaso".
Finalmente, entre la Parusía humilde de Jesús y la Parusía gloriosa y escatológica de Cristo hay
una Parusía intermedia, la de la Eucaristía, mezcla de humildad y de gloria. Porque el Señor de la
gloria se esconde tras de las apariencias humildes. La primera venida de Cristo en la humildad de su
carne pasible, se ordena su segunda venida triunfadora y radiante al fin de los tiempos, mediante
esta venida intermedia de su Cuerpo Eucarístico; glorioso ya pero todavía vedado por las Sagradas
Especies.
Pongámonos pues, para hacer esta última contemplación de la cuarta semana, en presencia del
hecho final. Anticipémoslo con nuestra imaginación y hablemos con el Señor a medida que las
escenas se van sucediendo en nuestra consideración. Admiremos sus cualidades de atleta vencedor.
Felicitémosle por la victoria resonante y definitiva que obtendrá. Pidámosle humildemente que nos
permita alabar su gloria. Pidámosle, finalmente, que la Eucaristía sea para nosotros, no solamente
un memorial de su Pasión, sino también una prenda de la gloria eterna.
26º) CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (PRIMERA PARTE)

Hemos concluido las cuatro semanas de los ejercicios. Pero así como antes de comenzarla, San
Ignacio nos dio una larga preparación en "Principio y Fundamento", también ahora, después de
terminarla nos pone como una corona de ellos, una importantísima conclusión para asegurar el fruto
que se propuso. "La contemplación para alcanzar amor", la llama. Y pone brevemente dos notas:
EL AMOR SE DEBE
1) Primero conviene advertir dos cosas -dice-, la primera es que
PONER MÁS EN LAS OBRAS QUE EN LAS PALABRAS. Es decir, San Ignacio
quiere que no seamos así: "declamadores" del amor solamente. Lo que en el fondo de la nota parece
suponer es que, ordinariamente abunda entre los hombres los que ponen el amor en las palabras y
no tanto en las obras. Realmente el mundo está lleno de palabras de amor, pero muy pocas obras de
amor. Todos los libros están llenos de la palabra amor, amor, amor; y en los sermones también; y si
en la Iglesia abundase tanto las obras de amor como abundan las palabras, entonces el cristianismo
sería una religión realmente floreciente en nuestro tiempo.
San Juan, el apóstol del amor dice: "Hijitos míos, no amemos de palabras y con la lengua, sino
con obras y de verdad". De hecho, todo el libro de los ejercicios es una expresión del amor, una
dirección del amor, pero muy pocas veces se utiliza la palabra amor.
2) La segunda nota -dice San Ignacio- EL AMOR CONSISTE EN LA COMUNICación
de las dos partes, es a saber en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o
puede y así por el contrario el amado al amante, de manera que si uno tiene ciencia dar al que no la
tiene, sea honores, riquezas y así el otro al otro. Amor pues, comunicación. Es la amistad,
precisamente, la amistad pide esa comunicación, no solamente de bienes, regalos que uno puede
hacer, sino comunicación de las propias personas, en eso consiste el gozo del amor. Dice San Juan
que "Dios es amor y quien permanece en el amor en Dios permanece y Dios en él. Eso es el amor.
Comunicación de las dos partes.
Terminadas estas dos notas previas entremos en esta importante contemplación para alcanzar
amor, que se basa en aquel texto de San Juan: "Amemos a Dios porque Él nos amó primero". O sea,
Dios nos mostrará todas las maneras tan diversa conque nos ha amado para suscitar nuestra
correspondencia. Los puntos de la contemplación van a ir recorriendo las obras de amor que Dios ha
hecho y exponiendo cómo se nos ha comunicado a nosotros para que nosotros podamos devolverle
nuestro amor.
El primer preámbulo es la composición de lugar. Ver cómo estoy delante de Nuestro Señor, de los
ángeles, de los santos interpelantes por mí - dice San Ignacio-.
El segundo preámbulo es la petición, conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo,
enteramente reconociendo pueda en todo amar y servir a su divina majestad. Son cuatro los puntos
que integran esta importante y última contemplación. Nos vamos a quedar ahora en el primer punto
solamente.
Dice San Ignacio: "El primer punto es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación,
redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto, cuánto ha hecho Dios N. Señor por
mí y cuánto me ha dado de lo que tiene y consiguientemente el mismo Señor desea dárseme en
cuanto puede según su ordenación divina. Y con esto reflectir en mí mismo considerando con mucha
razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a su divina Majestad, es a saber, todas las
cosas y a mí mismo con ellas, así como quién ofrece afectándose mucho". Se trata pues, de hace
como memoria de todos los beneficios recibidos. Y San Ignacio pone como tres bloques de
beneficios:
Primero, el bloque de la creación: Dios me ha llevado toda la eternidad en su entendimiento y en
su voluntad. Mi creación, lo hemos dicho en principio y fundamento, era un acto de amor. Dios me
eligió entre millones de posibles que quedaron en la pura posibilidad. Mi creación, algo grande. No
solo mi creación sino mi conservación. En cada momento Dios me está como creando ya que la
conservación es una creación mantenida, continuada. Fuera de mí encuentro además un mundo de
maravillas. Toda la creación material; la vida vegetativa; la vida sensitiva en todas sus formas; la
vida intelectual. Todo eso pertenece al capítulo de los bienes de la creación. La misma intervención
divina se necesitan para conservar todas esas cosas en el ser que para dárselas la primera vez. Y
esa intervención es gratuita, no se mueve más que por el amor. Dios no está obligado a conservar mi
ser ni el ser de las demás cosas. Por tanto ya es un primer motivo. Una primera oleada de dones
divinos.
Segundo, los beneficios (los dones) de redención: Estos son ya todos del orden sobrenatural. Y
forman un conjunto riquísimo y admirable. El primero es la existencia misma de la redención. Los
ángeles caídos no han tenido redención. Y nada obligaba a Dios darla a los hombres. La dio por un
acto de predilección. El segundo beneficio es la clase de redención escogida. Es decir, una redención
que fuese de justicia y misericordia a la vez. Tan alta que jamás hubiera sido posible entender a la
inteligencia humana, ni soñarla. Y dentro de este género de redención eligió el medio más amoroso,
porque es el más doloroso, cual es la muerte y muerte de cruz. Pero el gran beneficio de la
redención y el que manifiesta más el amor de Dios es el del mismo Redentor. Vemos la imagen del
Corazón de Cristo. Ese es precisamente el Redentor que Dios nos ha dado. "Así amó Dios al mundo
que le entregó su Hijo Unigénito". Tal es el Redentor con relación a su Padre. Dios ama dándonos a
su Hijo y el mismo Cristo se nos sigue dando Él también. El que dijo: "Mayor amor que éste nadie lo
tiene que dar uno la vida por sus amigos". Todos los otros bienes sobrenaturales que van unidos con
la redención y con el Redentor solo pueden ser enumerados, no ponderados y explicados. El tesoro
de la doctrina, los sacramentos, el sacerdote, la Iglesia, etc.. Todo esto constituye lo que dice San
Ignacio "dones de la redención".
Tercero, los dones particulares: En este capítulo entran todos los bienes de creación y redención,
que no solo son universales, sino también particulares. Pero cada uno debe agregar los suyos, la
inteligencia, la salud, los padres de donde ha nacido, la tierra donde se ha educado, el colegio, los
sacerdotes amigos, los libros buenos que ha leído, etc.. Somos, pues una gran limosna de Dios:
dones de creación, de redención y dones particulares. Pues bien, dice San Ignacio que debemos
ponderar todo esto. Ponderar con mucho afecto todo lo que Dios me ha dado. Todos estos beneficios
de don: por puro amor. No estaba obligado Dios a dárnoslo. De ninguna manera, sino dado
simplemente por puro amor. Y por eso debemos retornar, como dice San Ignacio, si el amor consiste
en comunicación Él me dio todo eso yo le debo dar. E inventa San Ignacio para expresar esta
devolución del amor divino esa hermosa oración:
"TOMAD, SEÑOR, Y RECIBID TODA MI LIBERTAD, MI MEMORIA, MI ENTENDIMIENTO Y
TODA MI VOLUNTAD, TODO MI HABER Y MI POSEER; VOS ME LO DISTEIS, A VOS, SEÑOR, LO
TORNO; TODO ES VUESTRO, DISPONED A TODA VUESTRA VOLUNTAD; DADME VUESTRO
AMOR Y GRACIA, QUE ÉSTA ME BASTA".
Es decir, le entrego a Dios todo lo que tengo, mi memoria, mi libertad. Me pide mi inteligencia,
todo se lo doy. Solamente una cosa no se la voy a dar aunque me la pidiera, un absurdo, la gracia.
Eso nunca. Solo me basta la gracia. Que me pida la salud, el dinero, que me pida la fama, que me
pida la razón, todo estoy dispuesto a dárselo ya que Él todo me lo dio, yo a Él se lo devuelvo todo.
Este es el primer punto, pues, de la contemplación para alcanzar amor. En la siguiente y última
tanda explicaremos los tres últimos puntos.
27º) CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (SEGUNDA PARTE)

Continuamos la contemplación para alcanzar amor, considerando sus tres últimos puntos.
"El segundo -dice San Ignacio- mirar cómo Dios habita en las creaturas. En los elementos dando
ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender y así en mi
dándome ser, animando, sensando y haciéndome entender. Y así mismo haciendo templo en mí
siendo creado a la similitud e imagen de su divina Majestad. Otro tanto reflexionando en mí mismo
por el modo como está dicho en el primer punto. Este segundo punto, pues de la contemplación nos
introduce en el tema de la presencia de Dios. Dios habita en las creaturas y en cada una de ellas en
particular, por pequeña que sea. Se hace presente y la sostiene en su ser a esa cosa. Dios está
presente en cada creatura y en esa presencia no hay diferencia alguna entre las cosas por grandes o
pequeñas que sean, preciosas y despreciadas, permanentes o transitorias. Está en mi que soy una
de tantas creaturas y está en los infinitos seres que me rodean, en la tierra que piso, en el cielo que
me cubre, en el aire que respiro, en luz que me ilumina, en el alimento que tomo, en el vestido que
me abriga, en las entrañas de esas moles inmensas, aunque jamás las hayamos vistos ni quizá las
hayamos de ver o conocer. De aquí se puede deducir ese atributo de la INMENSIDAD de Dios que
es la causa de esta presencia. No hay brazos de madre que así abracen y acaricien a sus hijitos
como Dios nos estrecha en cada circunstancia de la vida. Pero entra ya aquí el amor. Porque Dios
está presente por amor. Eso es lo que hace el Dios por virtud de su inmensidad. Es un acto de su
predilección. No nos envía sus dones sino que nos lo trae, por así decirlo, personalmente y nos los
da con sus manos y se introduce en ellos, para estar siempre y en todas las cosas con nosotros. Así
la omnipresencia de Dios que, ontológicamente es un efecto necesario de su inmensidad se
convierte en un acto de amor inmenso, variadísimo y multiplicado hasta el infinito. Nosotros pobres y
tan limitados no podremos entender ni sentir. Tantas modulaciones de amor. Pero Dios ciertamente
las entiende y las saborea con infinita delicia "Tengo mis delicias en estar con los hijos de los
hombres". San Ignacio clasifica los cuatro ordenes fundamentales de las creaturas. Todos los seres
elementales donde está Dios presente, la vida vegetativa, la vida sensitiva, la vida intelectual. Pero
Dios está también en mí. Está en mi como cualquier otra creatura, porque yo soy como un resumen
de todas las creaturas del universo: en mí hay vida elemental, vida vegetativa, sensitiva e
intelectual. Está en mi por todas esas razones que está en mi por los cuatro orden de seres. Está
presente en mi por su inmensidad puesta al servicio de su amor. Está presente en mi pues, dándome
el ser como a los elementos, la vida vegetativa como a las plantas, la vida sensible como a los
animales y la vida intelectiva como a los ángeles. Y cada uno de estos títulos es hijo del amor.
Pero San Ignacio dice más: "el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios". He aquí
una nueva maravilla del amor de Dios, hace templo de mi. También decimos del universo que un
templo de Dios. Pero hablamos de un templo material que no vive con la presencia divina. En
cambio nosotros por la vida sobrenatural somos un templo vivo de Dios vivo, porque conocemos la
presencia divina en nosotros y con ella nos hacemos divinos. Este sería pues el segundo punto: la
presencia de Dios. Dios se nos hace presente. Y )cómo podemos nosotros devolverle a Dios esta
presencia? Haciéndonos presentes a Él. Viviendo en la presencia de Dios. Viviendo lo más posible,
lo más conscientemente posible o virtualmente al menos en la presencia de Dios que nunca sale de
mi presencia.
Pensando cómo habita Dios en mí, habitar yo en El. Pensando cómo Dios se une a mi, unirme yo
con Dios. Esta es la mejor respuesta del amor, porque el amor consiste, como decía San Ignacio en
comunicación del amante y del amado. Dios me da su presencia, yo le devuelvo mi presencia.
"El tercer punto -dice San Ignacio- es considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas
cosas creadas sobre la faz de la tierra. Esto es, se comporta como si trabajara. Así como en los
cielos, elementos, plantas, frutos, ganados, etc.. Dando ser, conservando, vegetando, etc.. (Este es
el tercer punto, el primero era Dios nos DA las creaturas, el segundo Dios ESTÁ en cada creatura,
pero ahora en el tercero, Dios TRABAJA en cada creatura por mi. La graduación es muy clara. Y se
ve cómo cada grado va subiendo en perfección. Mucho es ya el darnos el amor por las creaturas,
más es el dársenos en cada una de ellas por amor, pero es más todavía trabajar en cada creatura
por el amor que me tiene y para manifestarme ese amor. Y así está Dios trabajando en los cielos
infinitos, en las estrellas, en las galaxias, en ese mundo inconmensurable. Está trabajando en los
elementos, en los átomos. En el mundo de la electricidad, del calor. Nada se inventa. El hombre solo
alcanza a descubrir lo que Dios ha puesto en la creación. Cómo Dios está desde el comienzo de la
creación, desde el primer momento. Dios está trabajando también en la vida vegetativa, en las
plantas, está creciendo en ellas. En la vida sensitiva, en los animales y está sobretodo Dios trabando
en la vida humana. En ese hombre que es síntesis de los mundos, de las materias, de la vida
vegetativa, sensitiva, intelectual, Dios está como si trabajase.
Repitamos entonces esas palabras de San Ignacio: "Dios trabaja y labora por mi en todas las
cosas creadas sobre la faz de la tierra". Este rayo de sol que me llega de lo alto lo hace Dios para luz
y alegría de mis ojos. Este aire que respiro, lo hace Dios para regenerar mi sangre. Esta fruta jugosa
que regala mi paladar, la elaborado Dios largamente en el árbol pensando que sería para mi. Este
vestido que me cubre. (Qué largos caminos y complicados ha seguido desde las plantas o el animal
que ha producido sus fibras, hasta las manos que lo han acomodado. Y Dios es el que ha llevado la
dirección y ejecución de todas estas acciones tan minuciosas.
Pues bien, yo debo ponderar este amor de Dios. Este amor de Dios que esta cómo si trabajase
(no es que trabaje materialmente) esta acomodando actividad en todas las cosas.
Y )Cómo debo devolverle ese amor? trabajando por Dios, es la mejor manera. Si Dios trabaja
para manifestarme su amor, también yo he de trabajar para manifestarle el mío. O sea, corresponder
a la actividad amorosa de Dios. Amar, nos dijo San Ignacio es, no solo hablar, sino hacer obras.
Hacer obras es trabajar. Esta ley no puede quebrantarse sin que se quebrante la amistad. Dios ha
puesto el mundo a disposición del hombre para que el hombre trabaje en él. Cristo ha puesto el
mundo en manos de sus apóstoles para que los apóstoles trabajen y lo salven al mundo. Hay pues,
muchos tipos de trabajo. Quien mucho padece por amor, también trabaja. El padecimiento por amor
es un trabajo maravilloso. La actividad contemplativa. La actividad apostólica, la actividad del dolor;
he aquí tres rubros de actividades; tres campos que se abren a nuestro amor para responder a la
actividad del amor divino por nosotros.
Cuarto y último punto, "mirar cómo todos los dones descienden de arriba así como la mi medida
potencia de la suma e infinita de arriba y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc.. Así como del
sol descienden los rayos, de las fuentes los rayos, etc.". Es este punto San Ignacio nos ofrece como
una especie de escala de Jacob que va de la tierra al cielo, de las creaturas al creador. Por esta
escala baja el amor de Dios a nosotros y por la misma ha de subir nuestro amor hasta Dios. Hemos
de saber que las creatura no solamente tienen una causa eficiente que es la divina Omnipotencia y
una causa final que es la gloria de Dios, sino también una causa Ejemplar que es la perfección
infinita de la divinidad. Y lo que mueve todas estas causas, según nuestra manera de explicarla, es el
amor de Dios. En este punto hemos de considerar la causa ejemplar, siempre en función del amor
divino. La divina Sabiduría contemplando su infinita perfección realiza este ideal en las creaturas. La
Omnipotencia ejecuta, digamos así, su participación en sus creaturas. Las creaturas por eso son
como una escala de perfecciones por las cuales Dios realiza sus perfecciones infinitas y ejemplar.
Inversamente las creaturas son una escala de perfecciones por los cuales los seres inteligentes
suben a conocer la perfección infinita y ejemplar. En el descenso se muestra el amor divino, en la
subida responde dándose a Dios el amor creado. Toda la eficacia de este plan admirable está en que
la escala, como la de Jacob, llega del cielo a la tierra y de la tierra al cielo. Si se rompe, las
perfecciones creadas pierden su sentido. Se convierten en un enigma. Y eso sucede cuando el
hombre se detiene frente a una creatura cautivado por su belleza y la adora. Rompe la ley del orden,
como decíamos en "Principio y Fundamento", pero rompe también la ley del amor. Las creaturas
dejan de ser una imagen de Dios y se convierten en ídolos. Que piden un amor que solo pertenece a
Dios. No son ya un camino para subir nuestro amor hasta Dios sino que son como ladrones que
saltan a nuestros pasos por los caminos y nos roban lo más precioso que tenemos que es el amor y
nos convierten en idólatras al dárselos a ellas. Esta tragedia se repite en casi todos los hombres.
Nosotros pues, debemos ver como todas estas perfecciones bajan de lo alto y poder descubrir la
grandeza de Dios que se ha como derramado en rocío por todas las creaturas. Y devolverle a Dios
esta generosidad cantando la alabanza, siendo pontífice de la creación para que todo el mundo cante
por medio de nosotros amando a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios.
Pone San Ignacio como conclusión, un coloquio sin señalar materia del mismo pero,
naturalmente, debe ser una expresión del amor de Dios: "TOMAD SEÑOR Y RECIBID TODO MI
SER".

Recordamos los fines de los ejercicios que pone San Ignacio: "...preparar y disponer el ánima,
para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas para buscar y hallar la
voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del anima...".
Lo que resta hacer es poner en práctica lo aprendido.
Tres son las cosas necesarias para el plan de reforma de vida que convendrá quizá escribir en un
cuaderno:
1-El campo espiritual.
2-El campo doctrinal.
3-El campo apostólico.
Es decir, la decisión de colaborar con la gracia para el progreso de la virtudes. La formación en lo
que atañe al conocimiento de la verdad y el compromiso apostólico.
Los ejercicios preparan un católico cabal. No un católico merengue, un católico flan. Sino un
católico apto para enfrentar las grandes dificultades de nuestro tiempo. Para ello se requiere lucidez
y coraje. La lucidez dice relación a la inteligencia. El coraje a la voluntad. Así deberá ser el militante
que lucha bajo la bandera de Cristo. Lúcido para conocer la verdad y descubrir las artimañas de las
estrategias enemigas; valiente para saber enfrentarla con el coraje adecuado por decisiones heroicas
que ello implicara. Una lucidez sin coraje engendra un militante de gabinete, una militancia de salón.
El coraje sin lucidez produce un militante alocado, una militancia sin sentido. Pero cuando la lucidez
se une con el coraje, entonces sí tenemos el militante a punto. La militancia en toda su peligrosa
fuerza en toda su esplendente belleza. Si estos ejercicios han contribuido para ello, bendito sea Dios.

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