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TEMA 5

ESTUDIOS DE JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONAL


DERECHO A LA VIDA Y A LA INTEGRIDAD FÍSICA Y MORAL

Corresponde ahora el análisis de los derechos fundamentales de los


reclusos a la luz de la delimitación efectuada por el Tribunal Constitucional
en su extensa jurisprudencia en la materia, que en un altísimo porcentaje,
cerca de la mitad del total, se encuentra vinculada a cuestiones atinentes a
sanciones disciplinarias1.
Desde la STC 29/1981, de 24 de julio, caso “Presentación de escritos
en centro penitenciario”, a la actualidad, los derechos alegados por los
reclusos en sus recursos han sido múltiples y variados, de la recurrente tutela
judicial efectiva al derecho a la intimidad, pasando por el derecho a la vida e
integridad física, al secreto de las comunicaciones, a la libertad ideológica… e
incluso al derecho a la libertad personal. Dicho esto, nos centraremos en este
momento en aquellos que entendemos que deben dar la pauta de la
modulación de los derechos fundamentales en este ámbito.
DERECHO A LA VIDA Y A LA INTEGRIDAD FÍSICA Y MORAL
Sin temor a equivocarnos, las sentencias que, en materia
penitenciaria, han sido objeto de mayor polémica han sido las conocidas
sentencias sobre la alimentación forzosa de los GRAPO sobre las que tanto se
ha escrito.
Recordemos que fue a finales de la década de los ochenta cuando
un numeroso grupo de presos pertenecientes a este grupo terrorista (casi
medio centenar) inició una huelga de hambre2 con la que pretendían la
1
Ver anexos finales.
2
En los últimos tiempos este tema volvió a cobrar actualidad con ocasión de las dos huelgas
de hambre consecutivas llevadas a cabo por un preso de la organización terrorista ETA a
quien se había aplicado la conocida “Doctrina Parot” en materia de redención de penas. Con
fecha 19 de septiembre de 2006, la Audiencia Nacional, mediante Auto, determinó que debía
procederse a la administración terapéutica y alimentación adecuadas al caso en el supuesto de
que el estado físico de aquél lo precisara, aunque "sin empleo en lo posible de fuerza física
alguna y, en todo caso, sin vulneración de su dignidad como ser humano"; el momento a quo
para proceder a dicha alimentación asistida y tratamiento médico fue, conforme se estableció
en el mismo, aquél en el que pudo iniciarse “un periodo irreversible de grave peligro de
deterioro físico o de pérdida de la vida". La segunda huelga de hambre iniciada por el recluso
(motivada por una condena por amenazas) provocó una nueva resolución de la referida
Audiencia con fecha 16 de noviembre por la que se vino en autorizar a la Dirección del
Centro Penitenciario la adopción de las medidas de control personal que se consideraran
oportunas respecto de éste. Recurrido este Auto por el interno, con fecha 11 de diciembre, la
Sección Primera de lo Penal de la Audiencia Nacional rechazo el recurso, recordando que la
Administración Penitenciaria “tiene el derecho/deber de velar por la salud y la integridad
física de los internos”; desde este día el interno fue alimentado, contra su voluntad, mediante
una sonda nasogástrica. Posteriormente, en enero de 2007, y ante el grave deterioro de su
salud, el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, hubo de decidir sobre su
eventual puesta en libertad provisional; por doce votos a favor y cuatro en contra decidieron
mantener dicha prisión y hospitalización, “debiéndose adoptar por el centro hospitalario la
administración de la terapeútica adecuada al caso, incluida la alimentación forzosa conforme
consecución de determinadas reivindicaciones, entre las que se contaba el
reagrupamiento de los presos de la banda en un mismo centro penitenciario.
El problema aquí suscitado, con el mantenimiento prolongado de la
referida huelga de hambre, no era otro que analizar la posibilidad o
imposibilidad de proceder a una alimentación forzosa por parte de la
Administración penitenciaria en los supuestos que se considerara que
peligraba la vida de esos reclusos, sobre la base de la obligación por parte de
esta de velar por la vida, integridad y salud de los internos3.
¿Sería posible compatibilizar, en suma, dicha actuación con las
previsiones del artículo 15 de nuestro texto constitucional (todos tienen
derecho a la vida y a la integridad física y moral)?4
La primera de las sentencias aprobada por el Tribunal Constitucional
respecto de este vidrioso tema, STC 120/1990, de 27 de junio, caso “Huelga
de hambre I”, derivó del recurso de amparo interpuesto por tres reclusos
pertenecientes a la banda terrorista frente a un Auto de la Audiencia
Provincial revocatorio de la providencia y el auto del Juez de Vigilancia
Penitenciaria que establecieron la autorización de tratamiento médico en los
casos que no fuera preciso emplear la fuerza para administrárselo, así como la
de proceder a una alimentación forzosa en el supuesto de que se perdiera la
conciencia. Todo ello tras señalar que las obligaciones de la Administración
Penitenciaria de velar por la vida, integridad y salud de los internos debía
ejercerse respetando la personalidad humana de los propios reclusos
La respuesta de la Audiencia Provincial al recurso de apelación
formulado frente a estas resoluciones resaltó la existencia de un derecho-
deber de la Administración penitenciaria de “suministrar asistencia médica,
conforme a criterios de la ciencia médica, a aquellos reclusos en huelga de
hambre una vez que la vida de éstos corra peligro”. Esta previsión habría de
determinarse “previo los oportunos informes médicos, en la forma que el Juez
de Vigilancia Penitenciaria correspondiente determine, y sin que en ningún
caso pueda suministrarse la alimentación por vía bucal en tanto persista su
estado de determinarse libre y conscientemente”.
En respuesta a esta cuestión, el Alto Tribunal apuntará la
imposibilidad de admitir que la Constitución garantice en su artículo 15 “el
derecho a la propia muerte” careciendo en consecuencia de apoyo
constitucional la pretensión de que la asistencia médica coactiva en los
supuestos de huelga de hambre analizados contraviniera ese derecho
constitucional inexistente pues el derecho a la vida tendría “un contenido de
protección positiva que impide configurarlo como un derecho de libertad que
incluya el derecho a la propia muerte”.

a lo ya acordado en resoluciones anteriores”. En marzo de 2007, ante la decisión del


Ministerio del Interior de concederle la prisión atenuada y su traslado a un hospital del País
Vasco, dicho preso abandonó la huelga de hambre.
3
Sobre esta concreta cuestión, véase el contenido de la Circular nº 20 de la Dirección General
de Instituciones Penitenciarias, sobre medidas a adoptar en el caso de huelga de hambre de
internos pertenecientes a la organización terrorista GRAPO.
4
También se plantean cuestiones relativas al derecho a la intimidad del recluso en las que
luego entraremos.
3

Así, desde la perspectiva del derecho a la vida, la asistencia médica


obligatoria autorizada por la resolución judicial recurrida no vulnera para
aquél dicho derecho, “porque en éste no se incluye el derecho a prescindir de
la propia vida, ni es constitucionalmente exigible a la Administración
penitenciaria que se abstenga de prestar una asistencia médica que,
precisamente, va dirigida a salvaguardar el bien de la vida que el artículo 15
de la Constitución protege”. Siendo la vida un bien integrado en el círculo de
su libertad, el hecho de que la persona pueda disponer tácticamente sobre su
propia muerte no es sino una “manifestación del agere licere, en cuanto que la
privación de la vida propia o la aceptación de la propia muerte es un acto que
la ley no prohíbe” mas en ningún caso “un derecho subjetivo que implique la
posibilidad de movilizar el apoyo del poder público para vencer la resistencia
que se oponga a la voluntad de morir, ni, mucho menos, un derecho subjetivo
de carácter fundamental en el que esa posibilidad se extienda incluso frente a
la resistencia del legislador, que no puede reducir el contenido esencial del
derecho”.
Junto a ello el Alto Tribunal abunda en la propia finalidad de la
huelga de hambre para tratar de sostener su argumentación; así, señala que
“una vez establecido que la decisión de arrostrar la propia muerte no es un
derecho, sino simplemente manifestación de libertad genérica, es oportuno
señalar la relevancia jurídica que tiene la finalidad que persigue el acto de
libertad de oponerse a la asistencia médica, puesto que no es lo mismo usar de
la libertad para conseguir fines lícitos que hacerlo con objetivos no amparados
por la Ley, y, en tal sentido, una cosa es la decisión de quien asume el riesgo
de morir en un acto de voluntad que sólo a él afecta, en cuyo caso podría
sostenerse la ilicitud de la asistencia médica obligatoria o de cualquier otro
impedimento a la realización de esa voluntad, y cosa bien distinta es la
decisión de quienes, hallándose en el seno de una relación especial
penitenciaria, arriesgan su vida con el fin de conseguir que la Administración
deje de ejercer o ejerza de distinta forma potestades que le confiere el
ordenamiento jurídico; pues, en este caso, la negativa a recibir asistencia
médica sitúa al Estado, en forma arbitraria, ante el injusto de modificar una
decisión, que es legítima mientras no sea judicialmente anulada, o contemplar
pasivamente la muerte de personas que están bajo su custodia y cuya vida está
legalmente obligado a preservar y proteger”. El entramado de derechos y
deberes entre Administración y recluso derivado de esa relación de sujeción
especial en la que estaría inmerso permite a criterio del Tribunal
Constitucional la imposición de limitaciones a los derechos fundamentales de
internos “que podrían resultar contrarias a esos derechos si se tratara de
ciudadanos libres o incluso internos que se encuentren en situaciones
distintas”.
Por lo que a la integridad física y moral hace referencia se señala
que con el cumplimiento de ese deber del Estado no queda degradada aquella
en tanto que “la restricción que al mismo constituye la asistencia médica
obligatoria se conecta causalmente con la preservación de bienes tutelados por
la Constitución y, entre ellos, el de la vida que, en su dimensión objetiva, es
«un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» y «supuesto
ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible».
Así, “la necesidad de cohonestar el derecho a la integridad física y
moral de los internos en un Centro penitenciario y la obligación de la
Administración de defender su vida y salud, como bienes también
constitucionalmente protegidos, encuentra en la resolución judicial recurrida
una realización equilibrada y proporcionada que no merece el más mínimo
reproche, puesto que se limita a autorizar la intervención médica mínima
indispensable para conseguir el fin constitucional que la justifica,
permitiéndola tan sólo en el momento en que, según la ciencia médica, corra
«riesgo serio» la vida del recluso y en la forma que el Juez de Vigilancia
Penitenciaria determine, prohibiendo que se suministre alimentación bucal en
contra de la voluntad consciente del interno”.
Tampoco aprecia el Tribunal trato inhumano o degradante alguno en
este caso, ni considera que pudiera ser calificado como tortura dicho
tratamiento en tanto que la autorización médica no está ordenada en modo
alguno “a infligir padecimientos físicos o psíquicos ni a provocar daños en la
integridad de quien sea sometido a ellos, sino a evitar, mientras médicamente
sea posible, los efectos irreversibles de la inanición voluntaria, sirviendo, en
su caso, de paliativo o lenitivo de su nocividad para el organismo”5. La
utilización de medios coercitivos no sería aquí determinante, sino la eventual
“desmedida severidad, su innecesario rigor y su carácter vejatorio lo que a los
efectos de la prohibición constitucional resulta relevante”, cuestión que no se
produciría en este supuesto.
A la sentencia se le interpusieron dos interesantes votos particulares,
con los que coincidimos en buena medida, de los magistrados Rodríguez-
Piñero y Leguina Villa, en los que sin dejar de poner se manifiesto la
“situación límite” abordada en la sentencia, apuntaban el mismo grado de
voluntariedad en la recepción de un tratamiento médico y sanitario por parte
del recluso que el que tendría una persona no privada de su libertad6.
A criterio del primero de los magistrados citados, que destaca,
recordando la polémica STC 53/1985, de 11 de abril, que el fondo del asunto
planteado es un “caso límite por tratarse de un tema en cuya consideración
inciden con más profundidad que en ningún otro ideas, creencias y
convicciones morales, culturales y sociales, y en el que la diversidad y la
contraposición de posturas en la doctrina se corresponden con la evolución
5
En la reciente STEDH Nevmerjitsky v. Ucrania de 5 de abril de 2005 el Tribunal recuerda
que la alimentación forzosa de un recluso no debe considerarse “en principio” inhumana o
degradante, por más que exige lógicamente la justificación médica de dicha decisión y el
respeto de las garantías de procedimiento pertinentes; en el caso concreto, al no entenderse
cumplidas, se estimó por el Tribunal que se había violado el artículo 3 del Convenio.
6
Al hilo de estos votos, con una perspectiva crítica respecto de la sentencia, I. VALEIJE
ÁLVAREZ apuntará lo cuestionable que resulta “que la tutela de la vida y la salud del recluso
y, en consecuencia la legitimación de la alimentación forzosa se hagan depender de
cuestiones tan alejadas de su dignidad como son el mantenimiento del orden público o las
relaciones de sujeción especial, sobre todo cuando el Tribunal manifiesta que fuera del
ámbito penitenciario las intervenciones coactivas cederían ante lo que se aconseja respetar en
un ciudadano adulto y en estado de conciencia”, “El derecho a la integridad física de los
reclusos drogodependientes”, Jornadas en homenaje al XXV aniversario de la Ley Orgánica
General Penitenciaria, VVAA, Ministerio del Interior, Madrid, 2005, págs. 64. Véase,
asimismo, TOMÁS-VALIENTE LANUZA, C., La disponibilidad de la propia vida en el Derecho
Penal, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2005, págs. 329 y ss.
5

vacilante y acelerada de la deontología médica en relación con la


voluntariedad de los tratamientos terapéuticos y los derechos fundamentales
del enfermo”, la obligación de la Administración Penitenciaria en orden a
“velar por la vida y la salud de los internos no puede ser entendida como
justificativa del establecimiento de un límite adicional a los derechos
fundamentales del penado, el cual, en relación a su vida y salud y como
enfermo, goza de los mismos derechos y libertades que cualquier otro
ciudadano. y por ello ha de reconocérsele el mismo grado de voluntariedad en
relación con la asistencia médica y sanitaria”, a lo que añade que “el silencio
de la Ley (lo compara con otros ordenamientos donde dicha regulación sí se
verifica) sólo puede ser interpretado, también a la luz del artículo 25.2 de la
Constitución, como el reconocimiento de que en esta materia la situación del
penado o del interno no ha de sufrir restricción alguna de sus derechos
respecto a la situación de cualquier otro ciudadano en libertad”.
Y en palabras del segundo de ellos, “no estando en juego derechos
fundamentales de terceras personas, ni bienes o valores constitucionales que
sea necesario preservar a toda costa, ninguna relación de supremacía especial
-tampoco la penitenciaria- puede justificar una coacción como la que ahora se
denuncia que, aun cuando dirigida a cuidar la salud o a salvar la vida de
quienes la soportan, afecta al núcleo esencial de la libertad personal y de la
autonomía de la voluntad del individuo, consistente en tomar por sí solo las
decisiones que mejor convengan a uno mismo, sin daño o menoscabo de los
demás”.
Como destaca al abordar esta sentencia García Macho, en una
reflexión de corte general sobre relaciones de sujeción especial, “el Tribunal
Constitucional no tiene en cuenta que los derechos fundamentales gozan de
eficacia en el ámbito de las relaciones de especial sujeción y que solamente
pueden ser restringidos si la Constitución así lo establece y siempre que ello
sea necesario para que no se interrumpa el buen funcionamiento de la
institución”7.
En el mismo sentido, Lasagabaster Herrarte nos apuntará que el Alto
Tribunal acude a las relaciones de sujeción especial como “solución
taumatúrgica que todo lo puede” pese a la debilidad del argumento utilizado8.
De forma más específica, Díez-Picazo reseñará que la
argumentación del Tribunal Constitucional resulta criticable por “estar
principalmente basada en una mera noción doctrinal, como es la de relaciones
de sujeción especial, que no siempre resulta coherente con los postulados
básicos del Estado democrático de derecho. Además, presupone que la
libertad genérica –es decir, todo lo que no está prohibido no está permitido-
carece de rango constitucional, pasando así por alto la cláusula de libre
desarrollo de la personalidad (artículo 10.1 CE)”.
Tras ello y uniéndose a la argumentación reflejada por los
magistrados disidentes destaca que “cuando no están en juego derechos de

7
Las relaciones de especial sujeción en la Constitución Española, cit., pág. 249. Otro criterio
puede verse en BALAGUER SANTAMARÍA, J., “Disponibilidad del derecho a la vida en el
ámbito penitenciario: huelga de hambre”, Ministerio Fiscal y sistema penitenciario, VVAA,
Centro de Estudios Judiciales, Madrid, 1992.
8
Las relaciones de sujeción especial, cit., pág. 401.
terceros, afirmar que el Estado debe proteger a toda costa la vida de personas
plenamente capaces no es sino una manifestación de paternalismo, pues no es
correcto condicionar la intervención administrativa en la genérica libertad de
los particulares al fin perseguido por éstos”.
Añadirá por último que “hay que tener presente que este supuesto tal
vez hubiera podido ser formulado como un problema de libertad de
expresión” 9.
Al amparo de esta sentencia, lo cierto es que la clásica máxima “hard
cases make bad law” parece perfectamente aplicable a este supuesto10.
Idéntica doctrina se reitera en la coetánea STC 137/1990, de 19 de
julio, caso “Huelga de hambre II”, con ocasión del recurso de amparo
interpuesto por otros tres reclusos miembros también de dicho grupo.
Con posterioridad a estas sentencias hay que hacer referencia a las
SSTC 11/1991, de 17 de enero y 67/1991, de 22 de marzo, casos “Huelga de
hambre III y IV”, respectivamente, originadas ambas –con desigual suerte
final- por la interposición de recursos de amparo por parte del Ministerio
Fiscal.
En la primera de ellas el recurso del Ministerio Fiscal se produjo
contra las resoluciones judiciales que, ante la petición de la Dirección de un
Centro Penitenciario para alimentar forzadamente a un interno en huelga de
hambre, impedían esa asistencia médica forzada “hasta que, perdida su
conciencia o por tomar una decisión contraria a la actual, precise que se le
presten los auxilios médicos necesarios para la salvaguarda de su integridad
física y moral”.
El Tribunal denegará aquí el amparo solicitado al no existir
diferencias entre lo resuelto por el auto recurrido y el contenido de las
sentencias precedentes del propio Tribunal en esta materia. Concretamente,
ello no radica más que “en algunos matices sobre el momento en que se
permite la alimentación forzosa y la asistencia médica de los ayunantes. Y si
se declaró compatible con la Constitución y con los derechos fundamentales
entonces invocados que la alimentación forzosa tuviera lugar una vez que la
vida de los reclusos en huelga de hambre corriera grave peligro lo que habría
de de determinarse previo los oportunos informes médicos y en la forma que
el Juez de Vigilancia Penitenciaria estableciera, no puede extraerse de esta
declaración que la fijación del momento a partir del cual se permita la
alimentación forzosa, haya de sujetarse necesariamente al mismo momento en

9
Sistema de Derechos Fundamentales, Thomson-Cívitas, Madrid, 2003. págs.
231/232. Sobre la argumentación jurídica utilizada, veáse, también, ATIENZA RODRÍGUEZ, M.,
“La huelga de hambre de los Grapo”, Claves de la Razón Práctica, nº 14, 1991. De ejercicio
del derecho a la libertad de expresión nos hablará también MAPELLI CAFFARENA, B., “El
sistema penitenciario, los derechos humanos y la jurisprudencia constitucional”,
Tratamiento penitenciario y derechos fundamentales, VVAA, Bosch,
Barcelona, 1994, págs. 29 y ss. Una reflexión más amplia sobre esa concepción
paternalista puede verse en TOMÁS-VALIENTE LANUZA, C., La disponibilidad de la propia
vida en el Derecho Penal, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
Madrid, 1999.
10
Coetánea en el tiempo es la conocida sentencia del Tribunal Supremo de los Estados
Unidos, Washington v. Harper (494 US 210, 1990) sobre el rechazo de tratamientos
psicotrópicos forzados, cuya lectura recomendamos.
7

todos los casos en que resulte aplicable el artículo 3.4 de la Ley Orgánica
General Penitenciaria”, no correspondiendo al Tribunal “establecer el
momento y la forma en que haya de procederse de manera coactiva para evitar
riesgos intolerables para la vida del interno (..) dado que ello supondría una
clara injerencia en la competencia propia de la Administración Penitenciaria
y, en su caso, de los órganos judiciales establecidos al efecto”.
La segunda de las sentencias apuntadas, STC 67/1991, de 22 de
marzo, caso “Huelga de hambre IV”, que otorgó el amparo al Ministerio
Fiscal, es sustancialmente diferente. En este caso nos encontramos ante varias
reclusas en huelga de hambre reivindicativa a las que los órganos judiciales
determinaron en primera instancia la necesidad de su alimentación forzosa
con la finalidad de salvaguardar su vida; tras su traslado de centro y ante una
nueva solicitud ante los tribunales correspondientes de que se respetara su
voluntad de permanecer en huelga de hambre, se optó por dejar sin efecto la
alimentación asistida. El Tribunal estimará el amparo por vulneración del
derecho a la tutela judicial efectiva, sobre la base de que si se llegara a admitir
que el traslado de reclusos de un establecimiento penitenciario a otro pudiera
posibilitar la alteración de resoluciones judiciales firmes que causan estado
por referirse al “status de los internos” –como era el caso- “la inseguridad
jurídica sería absolutamente intolerable, pues dependería de un acto
administrativo –la orden de traslado- la efectividad y el cumplimiento de las
resoluciones judiciales”.
***
Junto a esta cuestión el Alto Tribunal ha debido abordar en
diferentes ocasiones tanto cuestiones atinentes a la progresión en grado,
concesión de libertad condicional… en casos en que el recluso padece una
enfermedad incurable, como la eventual afección de medios de seguridad y
control (rayos X o eventuales cacheos, por ejemplo) en la integridad física y
moral de aquel. Y, asimismo, las implicaciones que en este derecho conlleva
la denegación de comunicaciones íntimas al recluso, de determinados
tratamientos y la propia sanción del aislamiento en celda del mismo. De igual
forma, aunque se escaparía del objeto estricto de estas notas, lo ha abordado
con relación a la eventual concesión de extradiciones a determinados países11.

11
En la reciente STC 140/2007, de 4 de junio, el Tribunal Constitucional estima el amparo
interpuesto por un ciudadano español contra el Auto del Pleno de la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional confirmatorio de su extradición a Perú para continuar cumpliendo la
condena impuesta por delito de tráfico de drogas, interrumpida tras su fuga de la cárcel donde
cumplía condena. El Tribunal declara vulnerado el derecho del recurrente a la tutela judicial
efectiva en relación con el derecho a no ser sometido a tratos inhumano o degradantes al
haberse limitado la Audiencia Nacional a dar una respuesta genérica e insuficiente a las
alegaciones relativas al trato vejatorio sufrido durante su estancia en prisión y a las posibles
vejaciones a sufrir en el futuro, ofreciendo una respuesta limitada al plano teórico-legislativo
sobre la situación penitenciaria del Estado peruano, dejando de lado informes presentados
sobre la efectiva situación práctica de los centros penitenciarios elaborados por el Defensor
del Pueblo de dicho país. Apuntar como dato que la prisión en la que el recurrente cumplía
condena estaba al cuatrocientos por ciento de capacidad y, asimismo, que los primeros datos
ofrecidos tras su fuga por la prensa, indicaban, no que se hubiera producido tal fuga, sino que
había sido víctima de canibalismo por parte de otros internos.
Como se encarga de recordar Diez-Picazo, la mayor parte de los
casos sobre tortura y tratos inhumanos o degradantes en nuestra
jurisprudencia constitucional se refieren al ámbito penitenciario “lo que no es
sorprendente, ya que la limitación de derechos inherente a la privación de
libertad da lugar a menudo a prácticas y situaciones que se hayan en esa
franja de incertidumbre entre lo que es constitucionalmente admisible y lo
que no lo es”12.
*
Podemos hacer referencia de esta manera a las SSTC 25/2000, de 31
de enero, y 5/2002, de 14 de enero, casos “Enfermedad grave e incurable y
suspensión de la ejecución de condena I y II”, respectivamente13, y muy
especialmente a la STC 48/1996, de 25 de marzo, caso “Enfermedad grave e
incurable y tratamiento”, única sentencia en la que se ha estimado el recurso
amparo interpuesto por un interno en un centro penitenciario sobre la base del
derecho del recurrente a la vida y a la integridad física.
Comenzando por la segunda de las sentencias apuntadas (STC
5/2002, de 14 de enero) debemos reseñar que el tema de fondo fue la
denegación de la suspensión de la condena a un recluso que alegaba padecer
una enfermedad muy grave que ocasionaba padecimientos incurables, ello, al
amparo de las previsiones del artículo 80 del Código Penal14. El Tribunal
Constitucional no consideró que existiera lesión alguna en tanto que en las
resoluciones recurridas se realizó a su criterio una “concreta fundamentación,
perfectamente razonable, en torno a la inexistencia de riesgo grave cierto para
la vida e integridad tanto física como moral, del recurrente, identificando
adecuadamente el contenido de los correspondientes derechos
fundamentales”15.
La STC 25/2000, de 31 de enero, caso “Enfermedad grave e
incurable y suspensión de la ejecución de la condena I”, sí se estimará el
amparo interpuesto, en este caso por vulneración de la tutela judicial efectiva,
al no haberse exteriorizado las razones por las que se estimaba o no la
concurrencia del presupuesto habilitante de la suspensión ni ponderar ni
justificar la improcedencia de la suspensión en el caso individual que
permitiera considerar la necesidad de primacía del valor de la seguridad
colectiva sobre el de la integridad física de aquél. Lógicamente no
corresponde al Alto Tribunal valorar la concurrencia o no de la enfermedad
12
Sistema de derechos fundamentales, Thomson-Cívitas, Madrid, 2003. pág. 231. La cursiva
es nuestra.
13
Véanse también los AATC 49/2000, de 16 de febrero y 350/1996, de 9 de diciembre.
14
“Los Jueces y Tribunales sentenciadores podrán otorgar la suspensión de cualquier pena
impuesta sin sujeción a requisito alguno en el caso de que el penado esté aquejado de una
enfermedad muy grave con padecimientos incurables, salvo que en el momento de la
comisión del delito tuviera ya otra pena suspendida por el mismo motivo».
15
Dentro de la amplia jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en este
punto, véase la Sentencia de 14 de diciembre de 2004, caso “Gelfmann v. Francia”, relativa a
la (eventual) violación del artículo 3º del Convenio; en dicha resolución el Tribunal reiterará
que dicho artículo no debe interpretarse en el sentido de que se establezca la obligación
general de liberar a un recluso por motivos de salud aunque padezca una enfermedad
particularmente difícil de tratar.
9

grave que ocasione padecimientos incurables sino exigir, por lo que a la


satisfacción del derecho a la tutela judicial efectiva, la motivación de la
decisión, sin caer en arbitrariedad o error patente.
Con resultado también estimatorio, reconociendo aquí la
vulneración del derecho a la vida y a la integridad física del recurrente, como
anticipamos supra, debemos apuntar la STC 48/1996, de 25 de marzo, caso
“Enfermedad grave e incurable y tratamiento”, en donde igualmente se
abordaron las implicaciones de la reclusión respecto de la salud del interno y
en concreto con relación a la evolución de una enfermedad grave e incurable
que en el supuesto concreto incidía claramente de forma desfavorable en la
misma16.
Señalará el Tribunal en su argumentación que el derecho a la
integridad física y moral no consiente la imposición de una asistencia médica
contra la voluntad del interno que “por otra parte es razonable en este caso si
se toman en cuenta las discrepancias entre los especialistas sobre la
conveniencia de la operación” cuya eficacia ponían en duda varios de ellos, y
así, “la decisión de permitir una agresión de esa envergadura aunque con
finalidad curativa es personalísima y libérrima, formando parte inescindible
de la protección de la salud como expresión del derecho a la vida”.
*
Con relación al uso de determinados instrumentos o medios de
seguridad y sus consecuencias en la salud del recluso podemos reseñar lo
prevenido en la STC 35/1996, de 11 de marzo, caso “Control por rayos X”, en
la que el recurrente en amparo alegaba los peligros que en su integridad física
determinaba el alto número de placas de este tipo a las que era sujeto.
Derecho a la integridad física que, a criterio del Tribunal, podría
verse afectado por la aplicación de ciertos instrumentos que, sobre la base de
la aplicación de normas de seguridad penitenciaria, pueden determinar un
riesgo para la salud del recluso, bien sea este inmediato o futuro; puesto que
también el derecho a la salud (a que no se dañe o perjudique la salud, aclara el
Tribunal) queda comprendido en el derecho a la integridad personal.
El Tribunal Constitucional desestimará el amparo en este concreto
supuesto al haberse realizado dichas prácticas, en las diferentes ocasiones en
que se utilizaron los referidos aparatos, con las prevenciones necesarias, y
siendo su aplicación “necesaria y adecuada al fin de seguridad pretendido y
previniendo razonablemente que el riesgo queda cortado mediante la
observancia de las precauciones precisas para la inocuidad de aquélla, tales
como la utilización de aparatos idóneos, que el nivel de radiación sea
adecuado y controlado, los intervalos de aplicación suficientes, etc., según las
técnicas internacionalmente experimentadas y admitidas”. En todo caso, lo
cierto es que cabe abogar aquí, como así lo ha hecho en repetidas ocasiones el
Defensor del Pueblo por la utilización de “ecógrafos”, un instrumento que no
implica exponer al recluso a radioaciones que pueden vulnerar su integridad
física e intimidad, y que como se señala en diferentes informes del Defensor

16
Sobre esta cuestión, véase, la STEDH Mouisel c. Francia de 14 de noviembre de 2002.
del Pueblo “podría calificarse sin duda de un medio de registro más que de
una intervención corporal”17.
*
La aplicación de determinadas formas o medidas, no ya los
instrumentos específicos en orden a la consecución de dicha seguridad,
también se encuentra en el fondo de otros supuestos de hecho conocidos por
el Tribunal Constitucional.
Por ejemplo, la STC 57/1994, de 28 de febrero, caso “Cacheos con
desnudo integral y comunicaciones íntimas de los reclusos”, donde al interno
recurrente se le había sancionado con aislamiento en celda por negarse a
obedecer, tras una comunicación íntima, las ordenes de un funcionario de
desnudarse completamente y realizar flexiones ante él para un registro
corporal. En el recurso presentado, amén de la invocación de otros derechos,
el interno recurrente alegará que dicha acción ha de ser entendida como un
“trato inhumano y degradante”, prohibido por el artículo 15 CE. El Tribunal
no entenderá la existencia de tal vulneración “ni por su contenido” (de las
ordenes impartidas) “ni por los medios utilizados”, al considerar que no
acarrearon sufrimientos “de especial intensidad o provocaron una humillación
o envilecimiento del sujeto pasivo”, cuestión que no impidió en todo caso la
estimación del amparo por vulneración del derecho a la intimidad personal del
recluso, como luego veremos con detalle en el apartado correspondiente.
En el mismo sentido, cabe citar la STC 204/2000, de 24 de julio,
caso “Cacheos con desnudo integral y comunicaciones íntimas de los reclusos
II”, que igualmente procederá a reconocer vulnerado este último derecho.
Con alguna variación, aquí nos encontramos aquí con el recurso de
un interno sancionado por negarse a proporcionar una muestra de orina tras un
cacheo con desnudo integral, podemos citar la STC 196/2006, de 3 de julio18,
caso “Cacheo y prueba pericial”; en este supuesto dicha muestra tenía como
causa la propia solicitud de prueba del interno en unas actuaciones judiciales
en orden a demostrar que había superado su consumo de sustancias tóxicas.
*
También se ha planteado si la imposibilidad de mantener relaciones
sexuales mediante las comunicaciones íntimas implica la sumisión a un trato
inhumano y degradante (STC 89/1987, de 3 de junio, caso “Comunicaciones
íntimas de los reclusos”) con ocasión de la denegación sistemática por parte
de la Dirección de un centro penitenciario del disfrute de comunicaciones
especiales a los penados clasificados en primer grado de tratamiento y a los
internos que se encontraren sujetos al régimen especial del artículo 10 de la
Ley General Penitenciaria.
Tampoco apreciará aquí el Tribunal Constitucional la existencia de
estos tratos por idénticas razones a las apuntadas en el supuesto anterior. A

17
Véase, a título de ejemplo, el Informe del Defensor del Pueblo correspondiente a 2001.
18
No existen a criterio del Tribunal en el supuesto de autos tales tratos inhumanos o
degradantes ni por su finalidad ni por su mismo contenido o por los medios utilizados.
11

todo ello añadirá el Tribunal que la privación de la libertad es sin duda un mal
del que forma parte “sin agravarlo de forma especial la privación sexual”.
*
Por lo que respecta a la aplicación de tratamientos médicos
alternativos en centros penitenciarios podemos hacer referencia al supuesto de
hecho conocido por la STC 159/1998, de 13 de julio, caso “Arcilla para uso
terapéutico”, en donde el recurso de amparo tuvo su origen en la prohibición
de la entrada en el centro penitenciario de determinados barros terapéuticos
para la cura de una enfermedad reumática del interno. Dicha prohibición se
hizo sobre la base de motivos de seguridad que, a criterio del recurrente,
tenían un contenido impreciso. En este concreto caso el Tribunal no entró a
valorar en modo alguno el supuesto al haberse interpuesto el recurso
extemporáneamente. Debemos señalar no obstante que resulta ciertamente
criticable, no ya el criterio de la Dirección del Centro Penitenciario, sino la
propia actuación del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria que desestimó la
queja contra esta decisión con este escueto e insuficiente fundamento: “Se han
practicado las actuaciones que se consideran suficientes para determinar la
naturaleza y circunstancias de los hechos denunciados sin que se haya
acreditado la existencia de desviaciones en el cumplimiento de los preceptos
penitenciarios, por lo que se procede a desestimar la queja interpuesta por el
interno”.
*
Cabe apuntar por último, con relación a este derecho, las reflexiones
vertidas respecto de la sanción de aislamiento en celda19 que, recordemos, es
de aplicación en aquellos casos en que se manifieste en el interno una
“evidente agresividad o violencia” y asimismo cuando éste de forma reiterada
altere gravemente la normal convivencia en el centro. Estamos ante una
sanción a utilizar sólo en casos extremos y que únicamente implica una
“confinación separada, limitando la convivencia social con otros reclusos”,
pero que se efectúa en celdas de dimensiones y condiciones completamente
normales y que le permite llevar una vida regular aparte de poder hacer uso
del resto de beneficios del que disfrutara el resto de internos20.
No entenderá el Tribunal en modo alguno que su imposición,
conforme las estrictas garantías previstas en la ley penitenciaria, impliquen

19
STC 2/1987, de 21 de enero, caso “Disciplina penitenciaria”, entre otras.
20
“Artículo 43.1 LOGP. La sanción de aislamiento se cumplirá con informe del médico del
establecimiento, quien vigilará diariamente al interno mientras permanezca en esa situación,
informando al director sobre su estado de salud física y mental y, en su caso, sobre la
necesidad de suspender o modificar la sanción impuesta. 2. En los casos de enfermedad del
sancionado, y siempre que las circunstancias lo aconsejen, se suspenderá la efectividad de la
sanción que consista en internamiento en celda de aislamiento, hasta que el interno sea dado
de alta o el correspondiente órgano colegiado lo estime oportuno, respectivamente. 3. No se
aplicará esta sanción a las mujeres gestantes y las mujeres hasta seis meses después de la
terminación del embarazo, a las madres lactantes y a las que tuvieran hijos consigo.4. El
aislamiento se cumplirá en el compartimento que habitualmente ocupe el interno, y en los
supuestos de que lo comparta con otros o por su propia seguridad o por el buen orden del
establecimiento, pasará a uno individual de semejantes medidas y condiciones.
una pena o trato inhumano o degradante; cosa diversa, como recuerda en su
argumentación, sería el eventual aislamiento en las conocidas “celdas
negras”21, confinamiento absolutamente aislado o cerrado, que envolvería
condiciones manifiestamente inhumanas, atroces y degradantes.
El Tribunal Constitucional traerá a colación aquí la doctrina de la
Comisión de Estrasburgo en este punto, pues en múltiples ocasiones ha
debido examinar quejas sobre esta cuestión por causa de su posible colisión
con el artículo tercero del Convenio de Roma. El confinamiento en solitario
“debido a exigencias razonables”, a criterio de la Comisión, no constituiría
per se un un tratamiento inhumano o degradante y únicamente lo sería
“cuando por las condiciones (alimentación, mobiliario, dimensiones de la
celda), circunstancias (de acceso a biblioteca, periódicos, comunicaciones,
radio, control médico) o duración, se llegue a un nivel inaceptable de
severidad”.
Esta misma problemática se ha abordado igualmente en otras
sentencias posteriores con igual valoración.
Todo lo más cabe singularizar otro de los supuestos conocidos por el
Alto Tribunal en el que se plantea el particular régimen de internos
clasificados en primer grado de tratamiento o con aplicación del régimen del
artículo 10 de la Ley Orgánica General Penitenciaria, supuesto conocido por
la STC 119/1996, de 8 de julio, caso “Régimen de vida penitenciario”.
Este régimen, establecido en virtud de la Orden Circular de la
Dirección General de Instituciones Penitenciarias de 2 de agosto de 1991
(“Normas comunes tipo para internos clasificados en primer grado de
tratamiento o con aplicación del régimen del artículo 10 de la LOGP –
preventivos-), implica básicamente el aislamiento en celda durante veintidós
horas diarias, con dos horas de patio en solitario, privación de toda actividad
en común, intervención de comunicaciones orales y escritas, etc..
Sin duda, resulta de interés aquí la lectura del voto particular
formulado a dicha sentencia por el magistrado Viver Pi-Sunyer, en donde se
sostiene que hubiera debido ser estimado el amparo por vulneración del
principio de legalidad del artículo 25.2 de la Constitución, ya que, aunque no
puede afirmarse en puridad que la medida de aislamiento sea privativa de
libertad, “pues dicha calificación se reserva técnicamente a la privación de la
manifestación esencial de la ambulatoria, y la medida analizada tiene como
sujeto pasivo al que está privado de ella en dicho sentido- sí que se constata
que en el aislamiento prolongado se suprimen de modo evidente otras
manifestaciones remanentes de la citada libertad”, y una medida de
aislamiento como la aquí abordada sólo resulta admisible si tuviere cobertura
en la ley. Y ello entiende que no ocurre en tanto que el artículo 72.2 de la Ley
Orgánica General Penitenciaria se limita a prever el destino de estos internos
en establecimientos de régimen cerrado mientras que respecto de la concreta
disciplina establece en su artículo 10 que “el régimen de estos centros se
caracterizará por una limitación de las actividades en común de los internos y

21
Sobre esta específica cuestión (celdas negras o ciegas) véase lo apuntado por la STS de 26
de octubre de 1989 –Sala 2ª-.
13

por un mayor control y vigilancia sobre los mismos en la forma que


reglamentariamente se determine».
***
Dicho lo anterior, y partiendo de que, como ha señalado
reiteradamente el Tribunal Constitucional, “la Administración Penitenciaria
no sólo ha de cumplir el mandato constitucional del artículo 15 con una mera
inhibición respetuosa, negativa pues, sino que le es exigible una función
activa para el cuidado de la vida, la integridad corporal y, en suma, la salud de
los hombres y mujeres separados de la sociedad por medio de la privación de
su libertad”, es importante destacar la importante actuación de la institución
del Defensor del Pueblo en este ámbito; así, inicia investigaciones de oficio en
aquellos supuestos en que tiene conocimiento de fallecimientos acontecidos
en prisión, habiendo considerado como importante factor desencadenante en
alguno de ellos la “progresiva saturación de las infraestructuras”.

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