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Gustavo Laborde - La obra de Juan Carlos Onetti: Una literatura del desarraigo

La obra de Juan Carlos Onetti: Una literatura del desarraigo

Este año se cumplen 20 desde que el Rey de España le otorgó a Onetti el premio Cervantes. El aniversario parece
oportuno para realizar un breve repaso de su obra y de su vida.

Nota realizada por Gustavo Laborde, Corresponsal del Servicio


Informativo Iberoamericano de la OEI, Montevideo, Uruguay

Juan Carlos Onetti es una figura mítica dentro de la literatura uruguaya. Esta condición está
cimentada en su obra singular, brillante por sus cuentos y en especial por sus novelas, pero
también por su vida, la cual forjó como si fuera la de uno de sus personajes.
El máximo exponente de la narrativa uruguaya mantuvo una pasión verdaderamente erótica
con la literatura, tanto con la de los otros como con la suya propia. Este año se cumplen 20 de
que el Rey de España le otorgó el premio Cervantes, el galardón más prestigioso de la lengua
castellana.
El aniversario parece oportuno para realizar un breve repaso de su obra y de su vida.

Juan Carlos Onetti nació el 1 de julio de 1909 en Montevideo. Su pasión por la lectura se
manifestó tempranamente, cuando de niño se escapaba de la escuela para encerrarse en una
biblioteca a leer, sobre todo a Julio Verne, uno de sus autores favoritos de la juventud. También
fue temprana su vocación por la escritura y el periodismo. A los 19 años Onetti, junto a dos
amigos, fundó la revista "La tijera", publicación que llegó a editar siete números y en donde dio
a conocer algunas de sus primeras narraciones. Pero debió pasar todavía una década antes que de
Onetti diera muestra de todo su talento. Esa oportunidad llegó en 1939, cuando publicó "El
Pozo"..
En esta primera novela Onetti ya anuncia el universo narrativo que desarrollaría luego en más
de 15 novelas, que escribió en cincuenta años de actividad literaria. Esta novela -que en rigor es
una nouvelle- es a la vez la que inaugura la novelística urbana uruguaya hasta entonces
dominada por la temática rural y el estilo criollista. Según contara después Onetti, este libro
crucial en la literatura uruguaya fue disparada por el síndrome de abstención. "La verdad es que
fue el tabaco la causa de todo", contó el autor. "En aquel tiempo, cuando comencé a escribir,
trabajaba en una oficina ubicada en un sótano. Habían prohibido la venta de cigarrillos los
sábados y domingos. Todo el mundo hacia su acopio los viernes. Un viernes me olvidé. Entonces
la desesperación de no tener tabaco se tradujo en un cuento de 32 páginas, que escribí ante la
maquina de un tirón. Fue la primera versión de 'El pozo'", recordó tiempo más tarde.
En los años juveniles Onetti desempeñó diversos trabajos, desde albañil a vendedor de boletos
en el Estadio Centenario, antes de abocarse al periodismo, profesión a la que se dedicó
activamente durante dos décadas, tanto en Montevideo como en Buenos Aires, una ciudad en la
que vivió en dos oportunidades, primero, durante unos pocos años, en la década de 1930, y luego
durante casi 15 años, desde 1941 a 1955.
Mientras su actividad central era el periodismo, Onetti daba a conocer sus cuentos tanto en la
prensa uruguaya como en la argentina, en especial en el diario porteño La Nación. A lo largo de
los años el uruguayo fue elaborando una literatura marcada por una prosa personalísima,
impregnada de un pesado existencialismo que se desarrolla en atmósferas más bien sórdidas,
depresivas, habitadas por personajes perdedores pero lúcidos y, sobre todo, indolentes. El

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alcohol, las relaciones promiscuas y la marginalidad son algunas de las características de los
personajes onettianos, que son tan uruguayos como universales.
En su propia vida Onetti supo de destinos caprichosos y amores difíciles. Joven, a los 21 años,
se casó con su prima María Amalia. De esta unión nació su hijo Jorge Onetti , quien también
sería luego un destacado escritor: llegaría a ganar el premio Casa de las Américas por su libro
"Cualquier Corsario". Tal vez, hubiera tenido mayor suerte si no hubiera sido opacado por la
fama de su padre.
Sobre Jorge Onetti se cuenta una anécdota graciosa. Alguien, cuando Jorge ya mostraba
talento para la escritura, le sugirió que no utilizara su apellido paterno, de forma de

Con escasas interrupciones, una de ellas para recibir el premio Cervantes, Onetti se tumbó en
una cama de su apartamento madrileño, donde permaneció durante 12 años. Allí se dedicó a sus
tres pasiones: leer, escribir y beber whisky. En el octavo piso de un edificio situado en la
Avenida de las Américas Onetti, con el sueño cambiado, según él, hacía el amor con la literatura.
"Cuando no escribo, leo", solía decir. "O leo o escribo, no concibo otra cosa. Es un vicio. Yo
tengo que leer. Me gustaría que esos libros que me apasionan no se acabaran nunca o que yo
perdiera la memoria para volver a leerlos de nuevo y poder soprenderme ante lo que voy
leyendo", decía.
Hay una anécdota famosa que surgió durante un encuentro con Vargas Llosa en la que el
peruano le dijo que para él escribir era una disciplina de todos los días, como si mantuviera un
matrimonio con la literatura. El uruguayo le replicó que para él la literatura era una amante, una
relación en la que se dejaba arrastrar por la pasión. "El placer de escribir es muy grande, es como
hacer el amor", decía Onetti desde su cama, con un cigarro en la boca y vaso de whisky en la
mano que su mujer Dolly, piadosamente, le aguaba a escondidas. "Yo voy escribiendo. Escribo a
tirones. Más de una vez me ha ocurrido, durante la noche, no tener un cuaderno a mano o una
hoja blanca. Entonces siempre tengo libros a mi alrededor. Y los libros tienen una hoja en
blanco. Por eso tengo varios mutilados en los que he escrito un fragmento de una novela".
Así Onetti pasó la última década de su vida. Pese al arribo de la democracia en 1985, el gran
cuentista y novelista nunca quiso volver a Uruguay, pese a que muchas veces confesó que tenía
sueños recurrentes con Montevideo. Fue incluso galardonado con el Gran Premio Nacional de
Literatura, en 1985, y con el Gran Premio Rodó a la labor intelectual, en 1991, pero de rehusó a
viajar para recogerlos, aunque sí donó el monto del segundo a la Intendencia de Montevideo para
que comprara libros para las bibliotecas municipales.
El 30 de mayo de 1994 falleció en su apartamento madrileño y sus restos fueron incinerados.
Pese a que el gobierno uruguayo intentó repatriar sus restos, la familia, a expresas órdenes del
escritor, se negó.
El autor de grandes novelas como "Los adioses", "El astillero", "Dejemos hablar al viento" o
"Para una tumba sin nombre" y de cuentos magistrales como "Bienvenido, Bob", "El infierno tan
temido", "La novia robada" o "Un sueño realizado" tiene una estatura literaria mayor e irradia un
carácter mítico que lo vuelven el escritor más importante de la historia de las letras uruguayas.

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