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Introducción
1. La igualdad de posiciones
Cabe destacar que desde este punto de vista la justicia social no es solamente una cuestión de
filosofía moral que implique la idea ética de ayudar a los más pobres, sino que se relaciona a
una genuina redistribución de la riqueza que busca compensar el hecho de que la fortuna de
algunos pocos es producto del esfuerzo de algunos muchos, fundamentalmente la clase obrera.
Por eso en el modelo de la igualdad de posiciones “si se da prioridad a los reclamos por la
igualdad social, no es sólo porque los individuos sean fundamentalmente iguales, sino también
y sobre todo porque los trabajadores contribuyen a la producción de la riqueza y del bienestar
colectivo y, por eso, la sociedad les debe algo” (Dubet, 2014: 25).
Este modelo, sin embargo, tiene para Dubet un costado conservador. Ya que su objetivo es las
posiciones de clase no estén dispuestas bajo diferencias abismales, es decir, que entre ellas no
no exista una fuerte diferencia. Pero como contrapartida no permite precisamente la movilidad
entre quienes integran las diferentes posiciones.
Por otro lado, en tiempos de crisis, favorece a quienes tienen una posición, pero excluye a
aquellos que no pueden acceder a alguna o que, producto de la crisis, resultaron excluidos del
sistema. En este sentido la igualdad contiene solo a los incluidos, mientras deja de lado a quienes
que no accedieron al mercado laboral.
Cuando esto sucede “el modelo de la igualdad de posiciones se fisura, aparecen en la conciencia
desigualdades que no son nuevas, pero que parecen tales porque se las mide y porque existe un
apego cada vez mayor a la igualdad fundamental de los individuos. En los márgenes de la
igualdad de las posiciones – y a veces esos márgenes se vuelven mayoritarios – se constituyen
grupos que se definen como minorías más o menos discriminadas y cuya lista a priori es más o
menos infinita: regiones desfavorecidas, generaciones, clases etarias, poblaciones diversas, etc.
Mientras que el movimiento obrero ve como se reducen sus bastiones tradicionales, emergen
nuevos actores que reclaman menos la igualdad de las posiciones que la igualdad de las
oportunidades para acceder a todas las posiciones” (Dubet 2014: 38).
En el modelo de igualdad de posiciones, no se atiende a estos actores que son más bien excluidos
o discriminados antes que explotados.
Para Dubet las limitaciones del modelo de igualdad de oportunidades pueden observarse en las
sociedades que se rigen por esta concepción. Dubet menciona fundamentalmente a Estados
Unidos, en donde se ha consolidado la aristocratización de los grupos privilegiados, dando lugar
a un Estado “reducido a las meras redes de seguridad contra la miseria total” (Dubet, 2014:
74).Estas redes de seguridad no impiden que se profundicen las desigualdades.
"En los hechos, la igualdad de oportunidades reposa sobre una concepción estrecha del principio
rawlsiano de la diferencia. Este principio exige que las desigualdades engendradas por la
competencia meritocrática no sean desfavorables para los más desprotegidos. Cuando el salario
básico se separa demasiado de los ingresos más elevados, la riqueza de los ricos no sirve a los
más desfavorecidos, que se ven bloqueados en las redes de la seguridad" (Dubet, 2014: 75). En
contraste los "derechos adquiridos" (llámense salarios en negociaciones paritarias) del modelo
de las posiciones son ajustados en relación con la riqueza global, las redes de seguridad, en
cambio, no impiden la profundización de las desigualdades" (Dubet, 2014:75).
Dubet prioriza la igualdad de posiciones por sobre la igualdad de oportunidades. Los motivos
que considera son, por un lado, que si se ataca primero las desigualdades sociales se logrará con
ello también igualar las oportunidades más que si se aplicase este último modelo de justicia.
Según Dubet, la igualdad de posiciones no sólo es el modelo más favorable para los más débiles
sino que también “hace más justicia al modelo de las oportunidades que ese mismo modelo" (p.
95). La razón de esta afirmación descansa en que las desigualdades sociales rompen los lazos
sociales solidarios y con ello desgarran la integración social orgánica de la vida colectiva.
"Los más ricos son tan ricos que ya no se sienten ligados a las sociedades en las que viven,
mientras que los más pobres se sienten rechazados por esa misma sociedad que culpabiliza a
las víctimas y las acusa de ser responsables de su miseria" (Dubet 2014:97).
Si bien el autor reconoce que tanto la igualdad como la autonomía de los individuos son
relativas, el modelo de igualdad de posiciones hace que la sociedad en su conjunto sea menos
cruel y más digna. "El destino (familiar o social) que me conduce a devenir obrero no es
catastrófico si tengo la suerte de vivir en una sociedad en la que la distancia entre el estatus de
los obreros y el de los ejecutivos no es demasiado grande" (Dubet, 2014:104)
Para Dubet lo ideal sería no tener que dar prioridad a ninguno de los modelos, pero el mundo
real exige que tengamos que optar. El criterio para hacerlo no es normativo sino empírico o
histórico y en función al menor grado de “perversidad” que el autor constata en la igualdad de
posiciones. En este sentido Dubet plantea que al considerarnos libres e iguales "la igualdad de
posiciones no tiene ninguna superioridad normativa o filosófica sobre la igualdad de
oportunidades. En el horizonte de un mundo perfectamente justo, no habría incluso ninguna
razón para distinguir entre estos modelos de justicia. Pero en el mundo tal como es, la prioridad
dada a la igualdad de posiciones se debe a que ella provoca menos "efectos perversos" que su
competidora y, por sobre todo, a que es la condición previa para una igualdad de oportunidades
mejor lograda. La igualdad de posiciones acrecienta más la igualdad de oportunidades que
muchas políticas que se dirigen directamente a ese objetivo" (Dubet 2014:113).
Una vez expuestas las razones por las que Dubet da prioridad al modelo de igualdad de
posiciones, me interesa volver sobre la crítica a Rawls. Dubet entiende, como se ha señalado
anteriormente, que, “en los hechos, la igualdad de oportunidades reposa sobre una concepción
estrecha del principio rawlsiano de la diferencia. En virtud de este principio, se exige que las
desigualdades producidas por la competencia meritocrática no sean desfavorables para los más
desprotegidos. Cuando el salario básico se separa demasiado de los ingresos más elevados, la
riqueza de los ricos no sirve a los más desfavorecidos, que se ven bloqueados en las redes de
seguridad. Mientras que los “derechos adquiridos” del modelo de las posiciones son ajustados
en función de la riqueza global, las redes de seguridad en cambio no impiden las desigualdades”
(Dubet, 2014: 75). Para Dubet esto implica no contemplar la distribución de la riqueza sino las
diferencias entre las élites y los individuos que quedan debajo de ellas. Para nuestro autor, “este
tropismo elitista es una especie de lapsus que revela que, en los hechos, la igualdad de
oportunidades es más sensible al éxito y al cursus honorum glorioso de algunos que al fracaso
del mayor número” (Dubet, 2014: 76).
Ahora bien, es necesario recordar la propuesta rawlsiana de los dos principios de la justicia que
se aplican a la estructura básica de la sociedad y que estarían presentes en una posición original.
Mientras que el principio de eficiencia atiende a la igual distribución de libertades básicas, el
principio de diferencia se aplica a la distribución del ingreso y la riqueza, y a la distribución de
puestos de autoridad y mando. De modo que, con respecto al principio de diferencia: “mientras
que la distribución del ingreso y de las riquezas no necesita ser igual, tiene no obstante que ser
ventajosa para todos, al mismo tiempo que los puestos de autoridad y mando tienen que ser
accesibles a todos” (Rawls, 2006: 68).
En este sentido Dubet diferencia la sociedad de las posiciones que está más ligada a la idea de
una sociedad que integra a grupos sociales en un sistema; mientras que la sociedad de las
oportunidades se enfoca en los individuos y su dinamismo. Si, por un lado, el modelo de las
posiciones busca la integración de la sociedad por medio de una intervención estatal fuerte a
través de políticas públicas universales; la sociedad de las oportunidades, busca, en cambio, una
competencia justa entre individuos, compensando con políticas focalizadas que remuevan la
desigualdad de origen.
¿En qué medida afecta esta crítica a la teoría rawlsiana? Una preocupación constante en la
formulación rawlsiana del principio de diferencia es la cuestión de la satisfacción del requisito
de eficiencia que éste debe cumplir. Rawls trata de mostrar que el principio de diferencia cumple
las condiciones de eficiencia distributiva exigidas por la tradición de la economía del bienestar,
pero añade una dimensión normativa especial a éste al incluir la referencia a las posiciones
menos aventajadas en el reparto de bienes primarios de naturaleza económica. Por esta razón,
el principio de diferencia como principio de justicia requiere ser formulado no sólo como un
punto de equilibrio de distribución eficaz, sino también de distribución justa.
Si bien para Rawls, el primer principio, tendrá siempre prioridad por sobre el segundo principio
que refiere a ventajas económicas y sociales considero que ello no es suficiente para distinguirlo
de Dubet ya que éste también intentará reconocer un lugar más relevante para la autonomía
individual. Es decir, cambiar el lugar de las prioridades no dice nada en términos de rechazar el
modelo rawlsiano. En este sentido si Dubet prioriza la igualdad de posiciones a la de
oportunidades, considero que ello no implica de ninguna manera una contradicción profunda
con la prioridad del principio de eficiencia por sobre el de diferencia sostenido por Rawls. Si el
proyecto de Dubet es, según sus propias palabras un proyecto reformista que intenta alcanzar
“desigualdades moderadas y aceptables” ¿Qué contradicción habría en este sentido con la
desigualdad que mejora la posición de los menos aventajados que acepta la teoría de Rawls?
Mejorar las condiciones iniciales, nivelar el punto de partida, etc. Podría consistir en una
distribución que reduzca la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos. De hecho
no hay nada en la teoría rawlsiana que impida que las condiciones de partida consistan en una
distancia menos pronunciada de ingresos entre las diferentes posiciones. De hecho es posible
considerar que en la teoría de justicia rawlsiana no es el mérito lo que justifica la desigualdad
sino que se justifica en tanto redunde en mayor beneficio para el que tiene menos. Por esta
razón considero que la inversión de prioridades no justifica el rechazo de la teoría rawlsiana de
justicia.
Por último en el basamento histórico con el que Dubet justifica el rechazo al modelo de igualdad
de oportunidades no hay nada que nos muestre que en esos países se ha aplicado el modelo
rawlsiano, simplemente muestra que son países que aplican políticas liberales o neoliberales
pero no más que eso.
5. Conclusión
Bibliografía