Вы находитесь на странице: 1из 2

Reflexiones de cementerio

Andrés Canseco Garvizu

¿Cómo superar los ataques de furia, esa necesidad de estallar, de partirle la


cara a todo el mundo, de abofetear universos? Habría que dar inmediata-
mente un corto paseo por un cementerio o, mejor aún, un paseo definitivo...
Emil Cioran

Advertencia. He paseado por tres cementerios para bien o para mal, es el único ser que puede llegar
componer este ensayo. La profundidad de sus líneas a asumir la muerte en su real dimensión, lo que
no tiene que ver con la filosofía académica, rígida no significa que lo soporte. La prueba de que
por naturaleza. Ni postulados ni esquemas; sim- no tolera su desaparición está en la lucrativa
plemente el pensamiento singular de un individuo. invención de la vida eterna y el más allá.
Los pasos dados por el panteón son el re-

S alvo que un destino peculiar, como el res- corrido que solo el hombre entiende; ningu-
plandeciente fuego o la cruel desaparición, na otra especie vuelve periódicamente a ver
aguarde al final de los días, el cementerio es el los restos de sus cercanos. Caminar por un
sitio último en común de los hombres, la última cementerio es un acto generador y reflexivo,
puerta a cruzar, tanto para creyentes fervorosos, un puñal existencialista, con una pena larga y
detalles enormes que hablan por sí solos; como
profanos e impíos; para quienes son víctimas
el acto desgarrador de hablarle a una tumba de
del prójimo, para los enfermos y para los que
frío cemento, o ver las lápidas con nombres de
sucumben ante las décadas. El cementerio es
generaciones ya fallecidas que reciben visitas
un sitio único dentro de cada ciudad, desde el
de adultos y de niños que empiezan a tener su
poblado olvidado y recóndito hasta la metró-
primer contacto con la muerte, los eslabones de
poli atolondrada; todos tienen un espacio, un
una cadena interminable.
depósito para el abandono terrenal. Recuerdo
que el camposanto de la ciudad en que crecí Aunque la frialdad y la razón intentan hacer-
alberga una fatal inscripción en negras letras nos comprender que es normal, que la muerte
en su pórtico: “Hodie mihi, cras tibi”. Como es parte del ciclo natural, el miedo de perder a
quienes creemos nuestros y de perdernos noso-
toda traducción implica cierta deformación,
tros sin poder llegar a concretar nuestras vidas
me quedaré con: “Hoy a mí, mañana a ti”. La
corroe las entrañas. Se estremece el cuerpo
sutileza y la esperanza no son precisamente lo
cuando un carro entra en el cementerio, cuan-
que desprende esa entrada.
do los mantos negros y las lágrimas proliferan.
Todos los cementerios acogen imágenes y Entonces damos algo de razón a Schopen-
sensaciones que guardan similitudes; no sólo hauer: “La muerte es el genio inspirador, la
son los recintos de seres queridos y odiados musa de la filosofía… Sin ella, difícilmente se
que se fueron y a los que se echa de menos, hubiera filosofado”.
sino que, además, representan para el individuo El cementerio es también el templo del
el hado inevitable. Todos sabemos que en ese arrepentimiento, pero no de golpe en el pecho
sitio quedarán nuestros restos como testimonio y mirada al cielo, sino del que está repleto
de la única vida que podemos comprobar. de tristeza; percatarse de que un fallecido no
Borges escribe en un cuento de El Aleph: “Ser vuelve más y que no hay más oportunidad para
inmortal es baladí; menos el hombre, todas las una charla o para un gesto amable. Para ellos,
criaturas lo son, pues ignoran la muerte”. Aun- anhelamos la paz, que es tan complicada de
que se me tache de especista, el hombre, para hallar en la Tierra.

3
Acto tan crudo y doloroso el entierro, acaso anunciarán que el dolor ha aminorado y que
la cúspide del desconsuelo, pesadas bisagras únicamente seremos un recuerdo ocasional
que se cierran, un silencio espeso atroz cortado de primeros días de noviembre u otra fecha
por el llanto. Presenciarlo es poner a prueba esporádica. Y está bien que así sea; los demás
nuestra entereza. aún deberán completar su tiempo con la menor
Ya no se incluye en el ataúd posesiones, pero cantidad de pesar posible.
perdura la costumbre de arropar al difunto Lo que en los cementerios se encarna es
con buenas galas, darle un féretro brillante y nuestra humanidad endeble, es un monumento
sellarlo con una lápida elegante, si es que hay necesario y en cierto modo sublime y cariñoso
posibilidades. No importa mucho; el tiempo para la incapacidad de dejar ir a quienes han
no tendrá piedad con ningún elemento de lujo partido, llenarlos de ritos y homenajes para
o de sencillez. Éstas son las últimas ofrendas imaginar y esperar que, de algún modo, todavía
que puede hacerse, el consuelo de otorgar un estén. Mientras, nosotros nos descontamos días
descanso digno, tal vez un exceso de macabra del calendario hasta que el tiempo, la salud, la
vanidad. mala fortuna o la voluntad de otro mortal ha-
Recuerdo un sector por demás triste e injusto gan que nos convirtamos en objetos de velorio
(el hombre es un ser débil): las tumbas de los y tristeza, luego en polvo y más tarde en nada
párvulos. Si es que un dios existe y la voluntad más que olvido.
de arrebatar la vida de niños es suya, no hay Cementerio: lugar en que descansan los
razón para no señalarlo y reclamarle con furia hombres, pero también las esperanzas, fanta-
por la osadía suya de un niño muerto. sías y promesas muertas.
La última reflexión que nos deja el andar
por el cementerio es la egoísta, la de nuestras
propias exequias: si es que alguien llorará por
nosotros, si se nos llevará ramos coloridos, si
nos alcanzará el tiempo para elegir el texto de
nuestra propia lápida, si cumplirán nuestras
últimas voluntades e incluso si alguien tomará
la suficiente precaución de enterrarnos con dos
monedas para pagarle a Caronte. Lo bueno
es que la regla a la larga es perderse. Ningún
muerto es llorado para siempre porque la resig-
nación gana terreno y ya ni nuestra sangre nos
acompañará, la madera se romperá y nuestros
huesos se confundirán con las piedras. Las lá-
pidas con grietas y óxido y las flores marchitas

Вам также может понравиться