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Andrés Martínez Fernández-Salguero

Isaac Albéniz
(Gerona 1860 - Cambo-les-Bains 1909)

Isaac Manuel Francisco Albéniz y Pascual nació el 29 de mayo de 1860 en


Camprodón (Gerona) de padre vasco y madre catalana. Poco después del nacimiento
de Isaac, la familia se trasladó a Barcelona. Allí recibió sus primeras lecciones formales
de piano e hizo su debut en público.
En la época de la revolución de 1868, la familia se trasladó a Madrid, donde Albéniz
estudió piano y solfeo en la Escuela Nacional de Música y Declamación (Real
Conservatorio). Madrid le sirvió como base en las giras de conciertos que realizó por
toda España, culminando con sus actuaciones en Puerto Rico y Cuba en 1875. Al año
siguiente, gracias a una beca del rey Alfonso XII, se matriculó en el Conservatoire
Royal de Bruselas, donde estudió piano con Louis Brassin. Terminó allí sus estudios en
1879, y obtuvo el primer premio cum laude en la clase de Brassin. A pesar de la
creencia generalizada, nunca estudió con Liszt.
En 1883 Albéniz se instaló en Barcelona e hizo estudios de composición con Felipe
Pedrell, que lo animó a utilizar la música popular española como inspiración para sus
composiciones.
El mismo año contrajo matrimonio con Rosina Jordana, una de sus alumnas de
piano, con quien tuvo cuatro hijos. Desde 1886 hasta 1889 Albéniz vivió en Madrid y
continuó enseñando, dando conciertos y componiendo. El estilo nacionalista de su
obra durante este período aparece ejemplarmente demostrado en sus composiciones
para piano como la primera Suite española y Recuerdos de viaje, cuyos números son
evocaciones musicales de diversas ciudades y regiones españolas. También escribió
varias obras vocales durante este período, entre las que destaca una colección de
cinco Canciones basadas en las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
El éxito de sus conciertos en París y Londres en 1889 lo animó a buscar fortuna
fuera de España. Desde 1890 hasta 1893 residió en Londres y actuó por toda Gran
Bretaña y por el resto de Europa.
Al año siguiente se trasladó a París y fijó allí su residencia ya durante el resto de su
vida. Se convirtió en amigo íntimo de Ernest Chausson, Charles Bordes, y Gabriel Fauré;
estudió orquestación con Paul Dukas y contrapunto con Vincent d'Indy; impartió
clases de piano en la Schola Cantorum, donde tuvo como alumnos a René de Castéra y
a Déodat de Séverac. Esta etapa de su vida en París explica la creciente influencia
francesa en su estilo, especialmente del Impresionismo.
En esta etapa compuso varias zarzuelas y óperas: Henry Clifford, La sortija, San
Antonio de la Florida, Pepita Jiménez, Morte d'Arthur, Merlin. Además siguió
componiendo música de piano durante su época de intenso trabajo en el teatro. Las
suites España, Seis hojas de álbum (1890) y Chants d'Espagne (1891-94) prosiguen la
misma línea de sus anteriores obras y contienen algunas de sus composiciones más
queridas.
En los últimos años de su vida, Albéniz vivió por temporadas en París, Tiana y Niza.
En 1909 su estado de salud empeoró considerablemente y se trasladó a Cambo-les-

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Bains, en la costa atlántica de los Pirineos franceses, donde murió el 18 de mayo
aquejado de una dolencia renal conocida por el nombre de enfermedad de Bright. El
gobierno francés le concedió póstumamente la Cruz de la Legión de Honor.
Albéniz prácticamente definió el romanticismo español en materia musical y ejerció
además una considerable influencia en otros compositores nacionalistas posteriores
como Turina o Falla. Sin embargo, el alto aprecio que les mereció Albéniz a sus
coetáneos, especialmente en Francia, no fue únicamente producto de su virtuosismo,
de la brillantez de sus interpretaciones del repertorio tradicional o de la originalidad y
frescura de sus propias obras (especialmente Iberia, muy admirada por Debussy).
Albéniz fue también una persona cálida, encantadora y generosa, con un agudo
sentido del humor, lo que le permitió siempre hacer muchas amistades y establecer
contactos útiles. Albéniz era también muy complejo y en su personalidad subyacía una
poderosa vena melancólica.
A pesar de su falta de estudios formales fuera del campo de la música, Albéniz era
una persona muy instruida, hablaba varios idiomas y se interesaba activamente por la
política y la filosofía (se definía políticamente como liberal y escéptico en materia de
religión). Aunque sus composiciones evocan las imágenes y sonidos de España, prefirió
vivir lejos de su patria, de la que se sentía desarraigado.
Finalmente, aunque contaba con credenciales extraordinarias como niño prodigio y
como alumno de grandes maestros, a menudo difundía información contradictoria
sobre su juventud entre amigos, periodistas y biógrafos, especialmente en relación con
sus viajes a las Américas y sus estudios en Leipzig con Liszt. Por este motivo, la mayor
parte de las biografías sobre Albéniz contienen abundantes errores y discrepancias. No
obstante, los estudios más recientes han contribuido enormemente a que
comprendamos mejor la vida y obra de este gran artista.

Suite Iberia
La suite para piano Iberia, escrita por Isaac Albéniz, fue compuesta entre 1905 y
1909 (fecha de la muerte del compositor), y es quizás la más importante obra de la
literatura pianística española, así como una de las cimas de la música para piano de
todos los tiempos. De ella dijo Olivier Messiaen: “es la maravilla del piano, ocupa quizá
el más alto puesto entre las más brillantes muestras del instrumento rey por
excelencia”
De principio a fin, y con la excepción de Lavapiés, Iberia es una exultante y
vitalísima reflexión musical sobre una Andalucía diversa vista por ojos y oídos tan
profundos y de tanto instinto y conocimiento pianísticos como los de Isaac Albéniz. De
la delicada e impresionista Evocación que abre la serie, hasta las luminosas y
virtuosísticas sevillanas de Eritaña, Albéniz recoge, pinta, describe y canta la luz y la
sombra, la ligereza y la hondura, las penas y alegrías de una Andalucía que él -catalán-
supo captar como nadie. Incluso en el enrevesadísimo Lavapiés -única pieza de la suite
ajena a Andalucía-, el Liszt español (así le llamaban en ciertos círculos parisienses)
prescinde del chotis madrileño para recurrir a un intrincado ritmo cuyo difícil equilibrio
entre las figuraciones ternarias y binarias tanto se aproximan a la idiosincrasia del
cante andaluz.

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Albéniz conoce bien Andalucía. Con sólo doce años, realizó una larga gira por
Úbeda, Jaén, Sevilla, Córdoba, Granada, Lucena, Loja, Salar y Málaga. Del puerto de
Cádiz, zarpó el 30 de abril de 1875 el barco que le llevó a América por primera vez, y a
Andalucía volvió en 1882, en dos ocasiones, para ofrecer series de recitales en Málaga,
Córdoba, San Fernando, Cádiz y Sevilla.
Este conocimiento próximo y directo resultaría capital para forjar la memoria
idealizada desde la que luego, ya bien entrado el siglo XX, surgiría Iberia en la lejana
Francia.
Como señaló Enrique Franco, la Suite Iberia es “el gran poema de la música
española”, pero también una exultante y apasionada reflexión musical sobre una
Andalucía diversa y plural.
Sus doce números fueron compuestos entre diciembre de 1905 y enero de 1908. Es
decir, en un periodo relativamente breve, y cuando su creador ya se encuentra
seriamente afectado por los problemas de salud.
El inmenso entronque popular, la riqueza casi musicográfica de su fértil exploración
rítmica y el diversificado cúmulo de vectores que inciden en sus pentagramas la
convierten en una colección única e inclasificable. Universal, incomparable y
atemporal, en la que cada una de sus doce partes se sustentan -casi con carácter
general- en torno a tres elementos básicos de fuerte raigambre española: la falseta con
sus correspondientes derivaciones, la copla y el ritmo de algunas conocidas danzas.

Primer cuaderno
El primer cuaderno de Iberia se abre con Evocación, tenue y esencializado preludio
al universo deslumbrante que vendrá a continuación. Se trata de una larga y serena
melodía de ambiente nocturnal, cuyo carácter llega descrito a través de un refinado
proceso armónico y un sincopado e invariable tiempo de 3/4. Sus compases engloban
una extensa y lejana copla que es tan vecina de la jota como del fandango. Las etéreas
armonías son de clara filiación impresionista, y se establecen sobre un ambiguo mapa
modal. Las ingrávidas armonías de la coda culminan esta página abstracta y vagamente
reminiscente.
El Puerto evoca el puerto de Cádiz, y no el de Santa María, como tantas veces se ha
reiterado. Tras el sosiego de Evocación, con El Puerto llega a Iberia la brillantez del
baile andaluz. El polo, la seguidilla y la bulería son aludidos en un refulgente y genuino
cuadro en el que el jolgorio andaluz toma cuerpo protagonista bajo el marcado e
inequívoco ritmo del tanguillo gaditano y de la guajira cubana.
El Corpus en Sevilla es uno de los fragmentos más brillantes y espléndidos de todo el
repertorio pianístico. También de los más difíciles de ejecutar. Albéniz traduce en esta
página la fiesta del Corpus en Sevilla. La obra comienza con el rataplán austero y
sobrecogedor de la procesión, que es llevado al piano a través de unos pianísimos
secos y staccati, de trágica contención rítmica, que dan paso inmediatamente a la cita
de la popular Tarara.

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Segundo cuaderno
Comienza con Rondeña, que es una delicada evocación de la ciudad malagueña de
Ronda. Especialmente querida por Albéniz, en ella entremezcla una vez más los ritmos
binarios y ternarios, algo consustancial al folclor andaluz y que define de manera
sustancial este fragmento en forma de guajira cubana.
Elocuente y sugestiva, Almería presenta evidente parentesco con la precedente
Rondeña. Por su escritura armónica, se trata de una verdadera obra maestra, en la que
no faltan la taranta almeriense, el fandanguillo, las carceleras, y, sobre todo, la jota
valenciana, cuya copla es expresamente citada para convertirse aquí en melodía
esencial.
Triana es una vigorosa apoteosis rítmica en la que lo popular es perfumado por el
entorno parisiense del compositor. Es la segunda visita que efectúa Albéniz a Sevilla en
Iberia. Antes ya estuvo en El Corpus en Sevilla, y luego, rubricará la colección con las
sevillanas de Eritaña. Éstas, las de Triana, son más estilizadas, más próximas a la
seguidilla gitana.

Tercer cuaderno
Para El Albaicín, primera página del tercer cuaderno, Albéniz recurre a un ritmo de
bulerías, con el que parece querer describir la ácida rugosidad de la colina granadina,
ciudad entrañable a la que llegó a calificar como “tesorero de la música andaluza”. Ese
aire de bulerías, sencillo y hasta ingenuo, será la base de toda la pieza. En medio, una
copla teñida de nostalgia, que dio pie a Debussy a escribir: “Pocas obras musicales
valen lo que ‘El Albaicín’… donde se encuentra la atmósfera de esas veladas de España
que huelen a clavel y aguardiente”.
A pesar del buen humor que delata Albéniz en la primera página del manuscrito de
El Polo, donde anota “que ‘El Polo’ es una canción y danza andaluzas, y nada tiene que
ver con el deporte del mismo nombre”, sus melancólicos compases conforman uno de
los episodios más dramáticos de toda la Iberia. “Genial y fatalista” definió Olivier
Messiaen esta dolida, casi angustiada pieza maestra, construida a partir de un
tratamiento obstinado de la popular danza flamenca. Todo es ritmo, pero teñido de un
tono afligido y grisáceo. Página penetrante y fatalista, de aguda riqueza armónica y
atrevida complejidad tonal, el propio Albéniz señalaba que hay que tocarla “con
espíritu de sollozo”.
Lavapiés es la página más complicada de interpretar de Iberia. Sus notas se
presentan como racimos indescifrables. Las manos se superponen, se mezclan, se
cruzan… un laberinto en el que es preciso contar con una depuradísima técnica para
descifrar la melodía de entre ese complejo Amasijo de sonidos. La valentía armónica
de la partitura se revela en sus intrépidas disonancias. El organillo y su chulesca
irregularidad rítmica, toman cuerpo en un desarrollo que el compositor pide “socarrón,
seco y canalla”.

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Cuarto cuaderno
Albéniz compone los tres números que cierran la suite cuando se encontraba
seriamente enfermo y próximo ya a su temprana muerte, sin haber cumplido 49 años.
La expresiva y ensoñadora Málaga rebosa inspiración, gusto y un profundo saber hacer
pianístico. Sus compases se presentan como una especie de sincrética recopilación de
todo el pianismo precedente. Albéniz ralentiza el ritmo de la malagueña para dar
origen a un libre y apasionado desarrollo, en el que el lirismo alcanza momentos de
plena exaltación romántica. La expresiva y enorme belleza de la jota malagueña
aparece maravillosamente cantada por la mano izquierda bajo un complejo
acompañamiento en el registro agudo cargado de avanzadas sutilezas armónicas.
Jerez combina su enorme dificultad técnica (particularmente para la mano
izquierda) con un hondo calado expresivo, al que no son ajenos la nostalgia del Sur y el
impresionismo emergente.
Albéniz emplaza la última “impresión” de su obra maestra en las entonces afueras
de Sevilla, en la antigua venta de Eritaña, “donde los señoritos se emborrachaban
mientras las gitanas bailaban y cantaban” según cuenta Arthur Rubinstein en sus
memorias. La ensoñación de Málaga y la nostalgia de Jerez ceden ante el ritmo
centelleante y extravertido de la danza sevillana. Frente a la introspección de sus dos
compañeras de cuaderno, Albéniz describe el realismo pintoresco de un cuadro
cargado de color y desparpajo. El jubiloso ritmo en 3/4 de las sevillanas impone su ley
y se mantiene inalterable a lo largo de toda la partitura, cuya enorme dificultad
pianística contrasta con el carácter ligero y espontáneo que destilan los sencillos giros
populares de este vibrante colofón del tesoro revelado de Iberia.

La Suite española Op. 47


Está compuesta principalmente de obras escritas en 1886 que se agruparon en
1887, en honor de la Reina de España. Como muchas de las obras para piano de
Albéniz, estas piezas son cuadros de diferentes regiones y músicas de España. Esta
obra se inscribe dentro de la corriente nacionalista relacionada con el Romanticismo.
Albéniz estaba entonces bajo el influjo de Felipe Pedrell, quien lo apartó de la música
de salón estética europeística y lo atrajo hacia el nacionalismo, en este caso español.
Pero, por otro lado, el suyo es un nacionalismo pasado por el tamiz del refinamiento y
la estilización.
Los títulos originales de la colección son cuatro: Granada, Cataluña, Sevilla y Cuba.
Las demás piezas, Cádiz, Asturias, Aragón y Castilla se publicaron en ediciones
posteriores y a menudo con títulos distintos.
En las obras que conforman la Suite española, el primer título hace referencia a la
región que representan y el subtítulo entre paréntesis indica la forma musical de la
pieza o la danza de la región retratada.
1. Granada (Serenata): se trata de una serenata reposada y sensual en la que la
mano izquierda presenta una rica melodía que constituye el tema principal. Un
segundo tema, en modo menor, contrasta con su atmósfera melancólica y de
misterio.

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2. Cataluña (Curranda): Es una corranda, danza que se baila en corro con las
manos de las mujeres sobre los hombros de los varones.
3. Sevilla (Sevillanas): utiliza en ella Albéniz una sevillana, con su estilizado garbo y
sabor popular y aristocrático. Tiene un intermedio, en forma de copla,
presentado por ambas manos al unísono.
4. Cádiz (Saeta): es una canción en la que escuchamos el rasgueo de la guitarra,
encomendado a la mano izquierda, mientras que la derecha entona la canción
en un diseño sencillo. La parte central, en modo menor, pone un punto de
suave melancolía.
5. Asturias (Leyenda): es acaso la más conocida de todas las piezas de esta Suite.
El autor la subtituló Leyenda. Pese a su adscripción a la región cantábrica, evoca
una soleá de sabor hondo y andaluz, con una copla de sabor también andaluz.
6. Aragón (Fantasía): se recrea a modo de fantasía el ámbito de la jota
aragonesa con su gran riqueza rítmica, que aparece a través de varios temas
que desembocan en un final de espectacular virtuosismo.
7. Castilla (Seguidillas): se trata de unas seguidillas, con su ritmo y su carácter que
le son propios.
8. Cuba (Nocturno): refleja esta pieza la estancia del compositor en Cuba en 1875,
aún adolescente, y en 1881, cuando tenía veintiún años. Recordemos que Cuba
formó parte de España hasta 1898. Es una pieza rica y contrastada en ritmos,
de atmósfera evocadora y sensual. Tiene estilo de una habanera.
Asturias (Leyenda) y Cádiz (Saeta) no son muy precisas en cuanto a la relación entre
la pieza y la región. A pesar del carácter artificial de la Suite Española Op.47, con el
tiempo se ha convertido en una de las obras de Albéniz para piano más interpretadas y
conocidas tanto por pianistas como por el público.

España, Seis hojas de álbum Op.165


Este popular conjunto de piezas es la cima de sus composiciones para piano de
salón. Ninguna de las piezas dura más de aproximadamente cuatro minutos, y ninguna
tiene los desafíos técnicos y las intrincadas texturas de su obra maestra Iberia. Los
ritmos, las armonías modales y los dramatismos sutiles de sus líneas simples evocan el
país natal del compositor. Juntas, las seis piezas podrían verse como la versión de
Albéniz de la suite de teclado tradicional, compuesta por un preludio seguido de
danzas con un par de movimientos infiltrados que no son danzas:
1. Preludio, en re menor/La frigio
2. Tango, en Re mayor
3. Malagueña, en mi menor/Si frigio
4. Serenata, en sol menor
5. Capricho Catalán, en Mib mayor
6. Zortzico, en Mi mayor

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El Preludio es realmente una introducción en el sentido de que las frases de
apertura suenan como un anuncio de fanfarria ceremonial. En el medio hay frases
donde las armonías cambiantes de las tríadas se dividen entre las manos y presagian lo
que vendrá después en la Malagueña. La segunda hoja del álbum es el famoso Tango
en Re mayor, la melodía más reconocida de Albéniz, frecuentemente transcrita para
otros instrumentos. La Malagueña coloca el ritmo del fandango en la mano derecha y
la melodía en la mano izquierda. La cuarta pieza, Serenata, alterna juguetonas frases
en staccato con melodías más legato de tipo canción mientras que con frecuencia
cambia el color de las armonías de sus expresiones. La quinta es el famoso Capricho
Catalán, una canción delicada interpretada casi en su totalidad en terceras paralelas
sobre un acompañamiento a contratiempo. La última pieza es una danza vasca en 5/8,
el Zortzico.

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