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HERACLIO BONILLA un siglo a la deriva ENSAYOS SOBRE EL PERU, BOLIVIA Y LA GUERRA Instrrvvo pe Esrupros Pervanos El articulo que sigue es el primer pa30 dado en pos de un libro sobre El problema nacional y colonial del Peri en el siglo XIX. No se trata, or consiguionts, de un extudio especiico sobre le Guema det Pacifico. Més bien 1879 fue t0- mado como una suerte de test pare observar y evaluat la solidex nacional del Perd del siglo pa sedo. Uno versién preliminar fue preveniada co- smo tesis para of doctorede en Antropologia ante la Universidad Nacional Mayor de Sen Marcos de Lima, en julio de 1977. Algunas de las con- clusiones de este trabajo fueron igualmente ex- ‘pusstas en los seminaries sobre América Letina realizados en les Universidades de Cambridge, Liverpool y Londres en el inviemo de 1977, ast como en el Il Encuenito de Historiadores Lati- neamericanos, redlicodo en Caracas del 22 al 36 de marzo de 1977. La versin integral ingle- 49, en fina traduccién del profesor Eric J. Hobs- own, fue publiceds en Past and Present, Ox ford, 1978, a? 81, pp. 92-118. Su publicacién n castellano, como avance de un prézimo libro, obedece ot deseo de consribuir al debate cien. ‘fico sobre la cuestin nacional del Peri, al mis~ ma tiempo que busce desideologizar la necosana Aiscusién sobre lo guerra con Chile y exorcizar Jos fontasmas que ctravievan la historia del Peri i | | | 6 EL PROBLEMA NACIONAL Y¥ COLONIAL DEL PERU EN_EL CONTEXTO DE LA GUERRA DEL PACIFICO Parmucro Lxwcz, el comandante en jefe de la fuerza pedicionaria chilena, visitaba en compaiia del slmiran- te francés Du Petit Thouars uno de los hespitales de Lima, Iuego de las batallas de San Juan y Miraflo res que provocaron la ocupacién de la ciudad. Lynch, tratando de explicar las causas dela derrota peruana al almirante francés, se acercé a los heridos peruanos y luego de disigirles palabras consoladoras, les pregun- 16. separadamente; La documentacién que sustenta el razonamiesto expuesto fem este trabajo proviene esencislmente del National Archives de Washington y del Public Record Office de Loadves. El nom= Dbramiento como Visting Fellow del Woodrow Wilton Intems. tional Center for Scholars en el segundo semestre de 1974 y del Center for Latin American Stutiee de la Universidad do Liverpool entre enero y marzo de 1977, hizo posible mi accr. 50 a estos repesttoris. Quisiera agradecer a los profesores James Hi Biliogton, Harold Blakemore, David Bracing, Joho Hisher, Exic J. Hobsbawm, John Lynch, Rory Millet y “Clifford ‘Smith por su asistencia y comentarios que me ayuderon » pre. isar mi pensnionto, Es de mi enteca responsabilidad #1 pese 4 ello peresten ein algae eroies, 178 Bonilla “Y gpara qué tomé Ud. parte en estas batallas?” “Yo", le contesté el uno: “por don Nicolis”; y, el otro: “por don Miguel”. Don Nicolis, era Piérola; don Miguel, el coronel Igle- sigs. Dirigié Iuego la misma pregunta a dos heridos del ejército chileno y ambos le respondieron con pro- funda extrafieza: “jPor mi patria, mi general!” Y Lynch, volvigndose a Du Petit Thouars, le dijo: “Por eso hemos vencido. Unos se batfan por su patria, los otzos por don fulano de tal” (Bul- nes 1911-19, I: 699). ‘Cuarenta afios mis tarde, el escritor peruano Enri- que Lépez Albijar en un hermoso euento, a medio ca- mino entre la realidad y lo imaginario, describe el did Jogo sostenido entre el indio Aparicio Pomeres y los comuneros de Obas, en Hudmuco, buscando e] primero despertar Ja resistencia de estos campesinos en contra de la ocupacién chilena: “Quizds ninguno de Uds. se acuerde ya de mi. Soy Aparicio Pomares, de Chupin, indio como ustedes, pero con el corazén muy peruano. Los he hecho bajar para decirles que un gran pe- Uigro amenza a todos estas pueblos, pues ha- ‘ce quince dias que han legado a Hudnuco co- mo doscientos soldados chilenos, Y esaben Ude. quiénes son esos hombres? Les diré. Esos son Jos que hace tres aiios han entrado al Pert fa sangre y fuego. Son supaypa-huachashgen y es preciso exterminarlos. Esos hombres incet- dian los pueblos por donde pasan, romatan a os heridos, fosilan a los prisioneros, violan a las mujeres, ensartan en sus bi nifios, se meten a caballo en Jas igl ban las custodias y las alhajas de los santos y después viven ex las casas de Dios sin xespé- 5 / Guerre det Pacifico y problema nacional 179 to alguno, convirtiendo las, capillas en pese- bbreras y los altares en Sogonies. En varies par- tes me he batido con ellos. {...). && por qué chilenos hacen cosas con piruanos? “interrogé el cabecilla de los Obas— gno son Jos mismos mists?! =No, ésos son otros hombres. Son mistis de otras terras, en las que no mandan los perua- nos, Su tierra se llama Chile, a, por qué pelean con los piruanos? ~volvié 4 interrogar el de Obas. orque Jes ha entrado codicia por nuestras wiquezas, porque saben que el Pera es muy ti-, co y ellos muy pobres. Son unos piojos ham- briéntos. El auditorio volvié a estallar en carcajadas. Ahora se explicaban porque eran tan laérones aquellos hombres: tenfan hambre. Pero el de ‘Obas, a quien la frase nuestras riquezas no le sonaba bien, pidié una explicacién. —gPor qué has dicho Pomares nuestres sique- zee? (Nuestras riquezas son, acaso, las de los mistis? gY qué riquezas tenemos nosotros? No- sotros sdlo tenemos cameros, vacas, terrenitos Y Papas y trigo para comer. Valérin todas estas cosas para que esos hombres vengun de tan lejos a queresnoslas quitar? Les hablaré mas claro, replicé Pomares. Ellos no vienen ahora por nuestros ganados, pero si vienen por nuestras tiermas que estén alld en al Sur. “Primero se s, después aganarin las de acd. 2Qué se creen Je guerra el que puede més le quita que puede. menos, = bln Urnino mist es permanismo que desigas 2 180 Bonilla Pero las tierras del Sur son de los mistis, son tierras con Jas que nada tenemos que hacer nosotros —arguy$ nuevamente el obasino— gQué tienen que hacer las tierras de Pisagna, tome dices Ui, cow las de Olas, Chupén, Cha- vinillo, Pachas y las demés? Mucho. Uds, clvidan que en esas tierras es- +4 el Cuzco, Ia ciudad sagrada de nuestros abue- Jos. Y decir que el misti chileno nada tiene que hacer con nosotros es como decir que si mafana, por ejemplo, unos bandoleros ataca- ran Obas y quemaran unas cuentas cosas, Jos moradores de las otras, a quienes no s¢ les bu- biera hecho dafio, dijeran que no tenfan que meterse con los bandoleros ni por qué perse- guirlos, jAs{ piensan Uds. desde gue yo falto aqui? (...). gAcaso les tendran ds. miedo? Que se Ievante el que tenga miedo al chile- no. (..). Pero el viejo Cusasquiche, que era el jefe de los de Chavinillo, viejo de cabeza venerable y mirada de esfinge, dejando de acariciar la escopeta que tenia sobre los muslos, dijo, con fogosidad impropia de sus afos: TG sabes bien, Aparicio, que entre nosotros no hay cobardes, sino prudentes. El indio es muy prudente y muy suirido y cuando se le acaba la paciencia embiste, muerde y despe- daze, Tu pregunta no tiene razén. En cam- bio, yo te pregunto, gpor qué vamos a hacer eausa comin con mistis piruanos? Mistis pirua- nos nos han tratado siempre mal. No hay afio en que eos hombres no veagan por acd y nos saquen contribuciones y nos roben nuestros ani- males y también nuesizos hijos, unas veces pa- ra hacerlos soldados y otras para.hacerlos pon- gos, gTe has olvidado de esto, Pomares? —No, Cusasquiche, Cémo voy a olvidar si con: migo ha pasado eso. Hace cuatro aiios que 6/ Guerra del Pacifico y problems nacional st me tomaron en Hudmuco y me metieron al ejér~ ito y me_mandaron a pelear al sur con los chilenos, ¥ fui a pelear levando a mi mujer y a mis hijos colgados del corazén. jQué iba & ser de ellos sin.m? Toros los dias pensa- ba Jo mismo y todos los dias intentaba des tarme. Pero se nos vigilsha mucho. Y en el sux, una vez que supe por el sargento de mi batallin porque peledbamos, y vi que otros campaiieros que no eran indios como yo, pero seguramente de mi misma condicién, cantaban, bailaban y relan en el mismo cuartel, y en el combate se batian como leones, gritando \Vi- va el Peril y retando al enemigo, tuve ver- giienza de mi pena y me resolvi a pelear co- mo ellos. gAcaso ellos no tendrian también mujer y guaguas como yo? Y como of que to- dos se llamaban peruanos, yo también me Tla- mé peruano, Unos, peruanios de Lima; oxos peruanos de Arequipa; otros pernanos de Tac- na. Yo era peruano de Chupén... de Huinu- co. Entonces perdoné a los mistis pervanos que me hubieran metido al ejéecito, en doade aprendi muchas cosas. Aprendi que Peni es una nacién y Chile otra naciéa; que el Pert es Ta patria de los mistis y de los indios; que los indios vivimos ignorando muchas cosas por- que vivimos pegadas a nuestras tierras y des- Breciando el saber de los mists siondo as! que Jos mistis saben mas que nosotros. Y aprendi que cuando Ia patria esti en peligro, es decir, cuando los hombres de otra aacién in atacan, todos sus hijos deben defenderla, Ni mas ni menos que lo que hacemos por acé cuando alk guna comunidad nos ataca. .Que los mistis pe- Tuanos nos tratan mal? ;Verdad! Pero peor aos los mistis chilenos. hermanos nuestros ros enemigos. Y entre v 102 Bonilla Tanto el contenido del dislogo del voronel Patricio Lynch, como el del comunero Aparicio Pomares se 2e- fiore a las actitudes asumidas por segmentos importan- tus de las clases populares del Per durante la Hams- da Cuerra del Pacifico, es decir, el conflicto militar que opuso a Chile y Perd entre 1879 y 1884. Estas actitn. des son, evidentemente, sintomas. Apenas indicios que revelan y que traducen ua problema capital: la dinten- sim social de Ja Guerra del Pacifico, 0, si se quiere, el desdoblamiento de una guerra nacional en un con flicto interno que fue a la vez étnico y de clase. Esta guerra, como es bien conocido, terminé en el desas- tre militar, econémico y politica de la clase dirigente peruane. Pero al mazgen de esta uagedia, el proceso mismo de la guema brinda al historiador wna oportu- nidad excepcional para probar Ia solidex de los supues- tos nacionales con los que el Peré se habia convertido en Repiblica sesenta afios antes. Nada mejor que una siuacién de crisis para examinar los fundamentos dé una sociedad y as motivaciones del comportamiento de sus hombres. Y es justamente la exploracién de es- te problema el que se quiere intentar aqui. Pero an- tes de emprenderla es conveniente precisar, con el ma- yor rigor posible, el alcance y el significado del and sis que se propone. Por qué, en primer lugar, exploracién? Por Ja sim- ple razin de que le Guena del Pacifico es un proce- so, al igual que otros, todavia insuficientemente estu- ado? Es necesaria aiin una cuidadosa investigacién sobre los diferentes aspectos de la Guerra del Pacifi ce antes do establecer conchusiones o zedactar una sin- tesis definitiva: La comprobacién de esta carencia no est contradicha por la existencia de una densa litera- jor“ sobre la Crierra 919), Blonlot Hell 2) Entre és" te wneionarse Buller (2911 Klemen (1055). a 6/ Guerra del Pacifica y problema nacional 433, tura nacional sobre la Guerra del Pacifico, eset patorios y ta en los tres paises con fines apologéticos © exc con una utilidad cientificamente mula. Lo que aqui se intenta, por consiguiente, més que escribir la histo ria completa de Ja guerra enize Peni y Chile, es ape- nas shrir y sustents una de las dimensiones de la Guerra det Pacifico. Este solo hecho justifica ampliamente la necesidad de exaininar el papel de Jas fuerzas intemacionales en el desencadenamiento, en el proceso y en Ja conclu sign de Ja Guerra del Pacifico, Pero este examen, a su vez, supone distinguir un doble nivel de anlisis: el de Ja politica piblica de los diferentes Estados y el de a politica privada de las diferentes firmas que tuvieroa el control de los principales recursos en Bolivia, Chile y el Peri. Sobre Jo primero, la politica publica, y pa ta el caso de Inglaterra, la principal potencia econé mica del momento, el profesor V.G, Kieman escribié, hace 25 afios, un documentado articulo cuya principal conclusién parece indiscutible hasta el momento, Kier nan, refiriéndése a lo expresado en 1882 por el Secre tario del Departamento de Estado norteamericano, que: “es un perfecto error hablar de esto como wna guerra chilena contra el Pen. Es una guerra inglesa contra el Pert, con Chile como su instrumento”. Por otra parte, arguye que, “si se refiere al conjunto de los interese: britdnicos y al gobiemo britinico como su x te, aqui el veredicto puede ser simple y lan no calpable” (Kieman 1058: 35.6) gPor qué, en segundo lugar, p cial del conflicto en lugar de ¢ ober, por lo menos en el Pe frente a la iuterpretacion duce a Ia exposic una perspeetiva de anilisiy para mas simples, sostie itectos en la guerra ex realidad 180 Bonilla ras sombras, en el mejor de los casos simples marione- tas cuyos hilos fueron indistintamente manejados desde Europa, es decir, Inglaterra y Francia, y desde los Es- tados Unidos. Esta fantasmagérica interpretaciin de Ja historia nacional es correcta en su intencién, en la medida en que trata de situar un conflicto nacional den tro de una perspective més arplia,’ pero es exzada ea su andlisis y desprovista de la evidencia suficiente que sustente adecusdamonte sus afirmaciones. A este res pecto caben aqui sélo dos digresiones marginales. La Guerra del Pacifico estalla en un momento gue corresponds a lo que Lenin denominara el inicio del imperialismo, es decir, una etapa caracterizada por sus- tantivas modificaciones en la estructura interna de las potencias europeas y en las modalidades de su expan: sién ultramaring. El papel de las diferentes firmas extranjeras en el origen y proceso de la guerra, por otra parte, es toda- via absolutamente desconocido, Es el andlisis de la do- camentacién privada de los varios grupos de tenedo: es de bonos de Dreyfus, de los propietarios de los ya- cimientos de salitte, de las casas comerciales, de los bbancos, asi como el de su correspondencia con los go- biernos, o fracciones de gobierno, de Chile, Peri y Bo livia que permitira alguna vez su esclarecimiento. condicién de evitar pensar ingenuamente que el capi tal y sus agentes extranjeros apostaron de una vez y para siempre en favor o en contra de uno de los be: igerantes. Una experiencia de cerca de 60 aiios en sus relaciones con la América Latina, después de todo, los inmunizé contra semejante andaci 3, Vénse a este respecto al artioulo precedente, 4. La Culldball Library de Londres consorm Ja, documenta: ciéa de Anthony Gibbs and Sons, Lt, es decir de los chantbaakes” que ojersierm Ja comerializaciéa del guano y del salitre. La locnera y ef anélisis do estas papeles es para entendar al rol del capital privd en la Guena del 8 / Guerra dol Pacifico y problema nacional 185 Lo que este ensayo provisorio intenta, en cambio, at Ia dimensién social de Ja Guerra del Pa Este énfasis deriva del convencimiento de q tanto el proceso como los efectos producidos por la Gue. rra del Pacifico se explican mejor por un adecuade co- niente de la estructuracidn interna de la sociedad peruana, Aparentemente, el origen y el proceso militar de Ja Guerra del Pacifico son bastante conocidos. En el Atacama boliviano existian importantes yacimientos de salitre, que eran explotados por capitales chilenos y bri ténicos. Un largo conflicto limitrofe entre Chile y Bo- livia sobre el control de esta zona condujo a la Con- vencién de 1872 y al Tratado de 1874, Por la primera se reeonocia como limite de ambos teritorios el para- elo 24°S, mientras que por el Art, IV del Tratado, Bo- livia se comprometia a no aumentar en 25 aifos los im- puestos a las empresas chilenas que operaban entre los paralelos 29° y 34° del teritorio boliviano. Este Tra- tado no fue ratificado por ¢! Congreso boliviano, y mas bien, e] 14 de febrero de 1878 el gobierno boliviano es- tablecié un nuevo impuesto de diez centavos por cada quintal de salitre exportado desde 1874, La respuesta chilena fue la ocupacién militar del desierto de Ataca. ma exactamente un ao mis tarde. El Pert, ligado a Bolivia desde 1873 por un “tratado secreto” de deier sa mutua traté, en un primer momento, de mediar en el conflicto, pero ante su negativa de declararse tral fue envaelio en él desde el 5 de abril de 1879 fer 1972: 59.80). La dese: simple. nego cifico. Véase pantenl MS 11,470 (vols 3.41 7); 3 Gols, 1 al 4) ‘Chile. Su: do de las imposiciones geogré do de las imposiciones geogrdficas, Dada Ia dificultad poinelpales fases fuei ancia entre los centros de poder y a nerra fue en un las comuni primer momento maritima, de Angamos (8 ce octubre Eni podia contar con ella para respaldar el desom! avance por tierra de las tropas chilenas. En efecto, una vez abierto el frente del Pacifico, el de arco en Pi. sagua (28 de octubre) permitié la toma de Iquique y Tazapacd. Y es aqui, justamente, donde empieza In descomposicién politica del Peri. La crisis del Estado oligdrquico: euerre nacional 0 guerra social? Desde 1840 la economia peruana habia reposado ca- s integramente en la explotacién y exportacién del guano de sus isles, un fertilizante utilizado mayormen- t2 en el abono de los campos ingleses. Pero el guano no sélo permitié el restablecimiento de Ta economia eruana luego de varias décadas de estancamiento, si- no que posibilité también el restablecimiento econémi- 0 y politico de comerciantes y terratenientes nativos (Bonilla 1974}. Pose a sus fricciones internas, estos cons- tetuyeron Ta espina dorsal de la clase dirigente nativa, Su crectente poder econdmico fue nutrido sucesivamen- te por dudosas especulaeiones financieras, por su parti cipaciéa en el comercio del guano, por su intervencién ex el naciente capital financiero y por los beneficios de- ados de une excelente coyuntura agricola, La ta Guccién politica de esta fuerza fue justamente la cons. titucién del Partido Civil y el asceuso de auel Pardo a la jefatura del Esta Después de cinco décadas terminabs el momento, el control politico mente fue ejercido por i 6 / Guerre deb Pacifico y problema naclonat 87 ares. Otro eminente miembro de este nel Mariano Ignacio Prado, era el presidente peruano cuando estallé el conflicto del Pactfico. 2Cudl era la solide basta qué pw na acabaria por cerrar les bred diferentes clases de Ja sociedad peruana, entre ticss oligarqufas provincianas y la educada fia, entre, eu fin, los diferentes estamentos étnicos de tun pais tan profundamente heterogéneo como el Peri? o, mis bien, gagravarfa su disloque intemo al quebrar sus débiles lazos de cobesién para hacer de esta dis- persia uno de los factores esenciales de la victoria chi- lena? La simple narracién de los acontecimientos ea- cierra en si una respuesta posible a estas cuestiones. Quisiera empezar citando el testimonio de uno de los testigos contemporineos. Spencer St Jobn, el jefe do Ja Legacién britinica en Lima, el 29 de octubre de 1879, escribié al marqués de Salisbury, su ministro de Relaciones Exteriores, lo siguiente: “Tengo el honor de informar a Su Excelenca que al llegar el 9 iltimo la noticia de la toma del Huisear por los chilenos se produjo una crisis ministevial; renunciaron el general Mex- diburu y demis miembros del gebinete y ol presidente mandd a buscar al general La’ Co- fera para que lo ayudara a formar an nuevo gobinele. Hasta el momento nada se ha logn: do sobre el particular y aunque los cargos de Relaciones Exteriores y Justicia estw dos dur: a Ta ee eae tae ate gear gue permanecieran En los: actuales: momentos ne no. El vieeprasid. Tos misnsos. 188 Dos mo St. Bonilla Cotera, considerado como incapaz, es el vinico ministro basta ahora nombrado. Todo parece estar en el caos; no hay un ge- noral hombrade para dirigir el ojército; nada se ha hecho para reforzario ni para fortifi Ja ciudad, uv ubstuuie que se cree que Jos Ienos estén preparando una expedicién para atacar Ta capital Por todo lado, parece que Ja incapacidad se posesiona de todo lo importante; se info! ‘gue en el sur los jefes del ejército se dedican & divertirse como si Ja guerra no existiera (...) El Peri parece atacado de parilisis; el pue- blo mismo parece tan indiferente respecto al futuro como lo estin las clases gobemantes, gue piensan més en sus ambiciones personales ‘que en el bienestar dol pais” (Spencer St. John al Marqués de Salisbury, Lima, 29-X-1878, Public Record Office (en adelante P'R.O.), For- eign Office (en adelante F.O.) 61/319. meses mis tarde, en diciembre de 1879, el mis- John informé lo siguiente: “Bn mi despacho del 10 del presente me re- feria la crecionte confianza inspizada por el retomo del general Prado. Habia el seotimien- to general de que le darla cierta fuerza al go- biemo, convocando a su alrededor hombres ca paces de modo de dar confienza al pais. Ni de estas expectativas se ha cumplido. In Spar de conseger In cooperacién de los dirt gentes politicos, mantuvo al general La Puerta, ministro incapaz, y toda dependencia gubema- wental parecia paralizada cuando el martes 18 del presente, do al sev ber que el goneral Prado se habia embarcado ‘inglés do-coreo rumbo a los Ex Después de st oclama segiin la cx 5/ Guerra del Pecitica y problema nactonal 199 a fin de procurar Ios medios neces ra final: sus ron déhilmente esta dec tida fue gener vvergon: fos para ie. P par derads. como ‘una Siempre consideré que el general Prado no mereoia en absoluto casion mportante demostré 1 de coraje personal y es de destacar que ol hom- conacide en el Peri como “el hérae del 2 de mayo” sea generalmente considerado oi mo un cobarde consumado. E12 de mayo de 1866 es Ia fecha en que se rechazé a la flota espaiiola en el Callao La reputaciéa financiera del genera) Prado va ala par con la de su coraje; todos los par- tidos lo aeusan del peor sistema de expcliacién. En general, se considera que algunos jefes, ambiciasos de lograr el poder supremo, dili- gentemente Tamaron Ja atencién de Prado ecto a la esistencia de un complot para ma- tarlo y que debilitada su mente por la enfe medad y ansietad no pudo soportar tales ins nnaciones y escaps ante lo que probatlemen- te no era sino un peligro imaginario” (Spen- cer St. John al Marqués de Salisbury, Lima 22-XIE-1879, PRO, F.0. 61/319) El curioso comportamiento del presidente Prato que describe St. John ilustra en su grado extremo ha acti- tud asumida por el conjumto de list durante el conflicto, En el inicio w en efecto, ante la demanda de un emp nal por diez millo oligarquia dv mo de la guerra, el gobiemo pud sama basicamente ai ante la resistencia de | 3 limedos (Basadre hil y Milles 180 Bonilla Pero Ja partida del presidente Prado fue apenas el pre- ludio de una crisis politica mucho mayor, cayo desa- srollo podria Hegar a tener incalculables consecuen para la clase p Antero Aspiliags, el dve- 0 de Ja hacienda “Cayalt(”, en la costa notte, quien predijo con mucha claridad los posibles sesultados de esta desorganizacién interna: copietaria, “(...) Cualguier trastormo interior seria més Dien fumesto, porque no faltacian imitadores de Jo que pasé en Francia el 71 y podriamos te- ner una horrible parodia de Ia Comuna, que nos Menard de mas males y desgracias. ” Esta guerra nos debe enseflar a Ser mis pensadores ¥y sobre todo a tener un verdadero amor a nues- tsa Patria no sblo defendiéndola del enemigo extranjero sino también del monstruo devora- dor de la guerra civil” (Antero a Ramén As pillage, Hea. Cayalti 6-VI-1$80, Archivo del Fuero “Agrario — Lima (en adelante AF.A.), vol. 20). El vacio del poder que se produce como consecuen- cia de Ia evasién de Prado posibilito el establecimien- to de la dictadura de Nicolis de Piérola. Le funda: mental de sus actividades, ademés de proclamarse “pro- tector de la raza indigena” (Basadre 1962-64, iv: 2444), estuvo orientado a Ja organizacién de la defensa de Lima, Sin embargo, y pese a sus esfuerzos, las de- srotas de San Juan y Miraflores (enero de 1881) de- tenminaron el colapso de su gobierno, y la ocupacién chilena de Lima. Es de interés comprobar que duran- te el breve gobierno de Piérola las grietas y el con- flicto social interno se hicieron mucho més profundos. Ni la invasién chilena, ni el colapso econémaico y mk Mar del Pexti hicieron que ln oligarquia civilista ob dara su odio social contm Piérola, el aristécrata arequi- nisiro de Balta, en 1868, le habia tado el estupendo negocio peiio, quien como a guano para con fica y problema nacto 191 ciante francés Auguste Dreyfus. “Prinue- zo los chilenos que Piérola”, fue el proaunciamiento (Basadze 1631: 139), subordi nacional wal entre el Peri y Chile ahora dabe paso y acom- pafiaba a uma pugna intema mucho mis sig ella que oponia las diferentes clases y politicas de una sociedad profundamente dividida Con la ocupaciin de Lima y la destruccién del Es. tado oligérquico se produjo inmediatamente una fra mentacién del poder, Gobiemos que se sucedian ver tiginosamente o que mutuamente competian por impo. ner su autoridad respectiva. Esta guerra intema, en dl- ima jnstancia, no hacia sino traducir los intereses izre- conciliables de los diferentes caciques y caudillos y de sus diferentes clientelas politicas, Como ninguno de ellos tuvo una base auténoma de poder lo suficiente- mente sélida, el resultado fue una profunda inestabili- dad. El mantenimiento o Ja ampliacién ce su esfera de poder en este contesto, dependia sélo del apoyo del ejército chileno de ocupacién. Los sucesivos gobieros de Francisco Garcia Calderdn (22 de enero de 1881), de Lizardo Montero (6 de diciembre de 1831), de Mi- guel Iglesias (30 de diciembre de 1882), tradujeron es- ta inestabiidad, ante Ja perplejidad de los chilenos quienes no sabfan con quién discutir las condiciones de paz, Pero lo que esta fmgmentacién » inestabilided politica encerraban era también la oposiciin profund entre intereses contradictorios. La di tudo oligérquico, como consecuencia de velaba toda Ja precariedad de la soci Ja profonda vulnera 192 Bonilla a través de enfrentamientos armados, No fue otro el significado de la convocaciém casi simultinea de cua- fe tambleas legislativas: la de Choxiilios, por junio de 1881); la de Ayacucho, por Piérola (j ie Cajamarca, por Iglesias (diciembre 3 y Ja de Arequipa, por Monte abril-julio de 1883) (Basadre 1962-64, vi: 2613), Pe » la clocuencia de Jas armas se impuso abi stbo era impotente, El combate de les t eres contra las de Garcla Calderda en S: Chicla en julio de 1881 (Basadre 1962-64, vi contra las de Panizo en Acuchimay el 2% de f de 1882 (Basadre 1962.64, vir 2584), contra las de Iglesias desd= el “pronunciamiento” de Montin, o los sangrientos enfrentamientos entre Puga e Iglesias, fue- zon el resultado y los indicios de esta fragmentacién y oposicién intemas entre los diferentes grupos de la sociedad peruata. La guerra nacional contre Chile ha- bia virtualmente terminado en enero de 1981 con la ceupacién de Lima, no obstante la admirable resisten cia de Céceres y de sus “montoneros”. De las cenizes humeantes de la guerra emergia ahora el conflicto de una sociedad consigo misma. Y era esto lo que tal vez importaba més en la conciencia de sus hombres. Pero la destrucei6n del Estado oligirquico no sélo configura, como se acaba de ver, una suerte de conflic- to “horizontal” entre las diferentes fracciones de la clase dirigente. Ella también da paso a une oposicién mucho més importante: entre Ia clase dirigente y el conjunto de Jas clases oprimidas. Y es este conflicto el que subyace en lo que fue la preocupacién central de todos los gobiernos desde Garcia Calderdn 1 sias: al problema de la paz con Chile. Después de Ie cafda de Lima, en efecto, los difo- rentes gohiemos que se instalaron con el apoye del ojér: ito chileno concordaton en que exa necesario estable cer la paz con Chile al més breve plazo, Sus dife tro diferentes Carola Calder 8 / Gusrva 1C0 y problema nacional 198 adiciones, ia del raban en torno a las el principio. Frente a esta renun nite, sélo ", emprendié, mas no sobre las. serranias andi z contra Ia coups. id de lao ner arde el mismo Caceres: dics toda su actividad a la consecu cién de tal propésito, validndose de los me mis viles e inescrupulosas. Y para mayor dee dicha encontré compatricios nuestros que, ins. pirindose mas en sus personales ambiciones que en las supremas cotiveniencias de la pa. tia, tomironse on eficaces colaboradsres del invasor. Si mos cupo tan mala suerte, no se debié en modo alguno a la presién de las ar. mas enemigas, sino que es imputable més bien al estado de desorganizacién en que se encon- traba el Peri, a los desaciertos de sus dirigen. tes y a la menguada actitud de elementos pu. dientes que no supieron ni quisiecon mantener firme hasta el iltimo extremo la vohuntad de luchar por le integridad ternitorial de la na. cién; ¥ que, lejos de esto, coadyuvaron e la la bor emptendida con inandito refinamiesto por al enemigo, dejando al ejercito patrio 20 slo sin apoyo alguno sino restindole el que podian habelle Proporcionado, aoe En el Sur, el ejército de Arequipa, fuerte de nds de 4000 hombres, y sin deher peestado ning servicio a la patria, se dispersé sia coun bate. En el Norte, se proclamé la paz a todo t cliusulas de paz del ia ital de la Repiiblica, genie aco- abominaba i ba en poner con el adv 250) 198 8 Pero, gewiles fueron los intereses sociales compro- metidos en la demanda de una paz inmediata? Su es ciinfento de la de gencia respondia, sin du bilidad militar del Pe lidad de uae con Ja guerra en tales condiciones. Pero también se de- bid a consideraciones mucho mas urgentes, sucesivas victorias del ejército chileno, no sélo se qu Ddraron los temues lazos de cohesién a nivel nacional, sino que esta desorgenizacién fue probable cho més intensa dentro de cada regién, Texrat y comerciantes, es decir, el conjunto del caciquismo local, de repente se encontraron on la mds absoluta im- potencia para mantener el contro} de sus sabordinados. También aqui al saltar izremediablemente los lazos de sujecién social y politica se produjo lo inevitable: el saqueo, el pillajé, Ia destruccién de personas y pro- piedades, Nada mejor que el testimonio de un terra: teniente para revelar el significado de estos aconteci- mientos: ates “Todo Chiclayo ha sido vergonzoso no por los chilenos, sino, jpismensel, por los robos de los mismos hijos de Chiclayo, la plebe mis im- bécil y degradada, No sélo formaban cola tras de los chilenos cuando incendiaban y sacaban muebles y articulos del pais como arvoz, maiz, y luego los del pueblo chiclayano barrian y. re- cogian con todo, sino que se han ocupado en Genunciar, jellos mismosl, al Sr. Lyueb y a los jefes, quiénes eran los hijos del pais que te- nian fortuna; en fin todos los trapos sucios de Ja casa los mostraron” (Antero a Ramén As- pillage, Hda, Cayalti 18-X-1880, AF.A, vol. 20), A un oligarca limefio o a un altivo terrateniente se- sano no le fue muy dificil decidirse entre Chile o el despojo de sus propiedades por turbas exaltadas que no sélo habjan sido secularmente sus explotados, sino a este profendo m: al el que explica la ansic del aloalde de Lima por Ja pronta ocupacién de Ja cfu d por el ejército chileno (Favre 1975: 58-59}, asi c0- centinuase mo el deseo de la cla q ta ma Ja ocupacién. Spenc glés, dirt por esto: ‘Ciertamente el temor al retorno del gobier no de Pigrola propiciado, como es, por Jas cla- ses inferiores, quienes la otra noche cometic~ ron tales excesos, que hacen desear a quienes poseen propiedades la prolongaciéa de Ja ocu- pacién chilena hasta que se calme la excita- cién” (Spencer St. John al Conde Granville, Lima 221-1881; P.R.O., FO 61/333). Del mismo modo, Garcia Calderén, quien organi- zara en Magdalena el gobiemo que sucede a Pigrola, luego de acusatlo de sembrar “la anargula en las clan ses sociales” (Favre 1975; 60) expresard en su “Procla- ma” al pueblo el 28 de febrero de 1851: “Con Ja guerra han sufrido aquellos que te nian fortuna, mucho més que aquellos que no vivian sino de su trabajo... Las desvastaciones causadas por el enemigo han generado la pér- dida de contenas de huciendas y casas que re- presentaban millones de soles. Si estas hacien- das no se cultivan, si estas casas no se recans- truyen, el honest trabajador que vive de sus brazes, no encontrard a nadic para darle su subsistencia, Los males que sufre nuestra pa- tia desde hace do: no terminarin sino con el trabaj trabajo ea tanto que no habré paz, ¢. a e Taman ricos, si existen fodavia, son respousables miei tras son saqueadas sus haciendas Clertamente no, La ca nuestros es la guerra, guerra que por desgraci tra no podemss continvar” (Fawe 1 198 Bonilla En esta misma “Proclame” Garcia Calderén pasaré snis adelante de la justificacién de Ja paz a una clara afvertencia. 2 los “trabajadores honestos” “Uds. serén viotimas del desempteo si los hom. bres a quienes Yaman ticos, pierden su fortu- tna; estos hombres tienen los ‘mismos intereses que Uds, y sin ellos Uds, suitirén. Sélo apro- vecharén él desorden los individuos perversos que siembran el grano funesto de la ciscordia” (Favre 1975; 59) Facil es imaginarse, dentro de este contesto, el pro- fundo olivio que signified para la clase dirigente po- rua la enérgica demanda de paz Janzada desde “Montén” por el coronel Miguel Iglesias. Un alivio tra- ducido en el apoyo militar a Iglesias, en el descono- cimiento a las autoridades nombradas por Céceres, Ja hevoica figura de la resistencia, y en el subsidio al ejér- cito chileno de ooupacién. Nada quedaba ya ni de sus ensueiios nacionales ni de su promesa de 1821. La de- cidida adkesién al ejército del general chileno Mart niano Urriola, en el mismo momento en que comba- tia contra éste el pueblo de Huanta, al mando de ‘Miguel Lazén, probablemenie constituya el més trégi- co epitafio de la historia politica de la clase dirigente pemana (Basadre 1962-64, vi: 2637-8) Pero el urgente reclamo de paz, la renuncia a la resistencia, el miedo y desprecio a las clases popu- larss, fueron los xasgos del comportamiento no sélo de a clase dirigente limeiia, sino también. de las dife. rertes oligarquias regioales. En la costa noxte, por ejemplo, Antero Aspillage escribe en uma carta lo si- guiente: “Abi tienen los intransigentes con Ia paz al re- sultado de su infoua y su antipatridtica props- ganda. Es infu porque la pregonan sin de searla ni poderla hacer; y antipatridtica, por- As 4 12 5 / Guerra del Pacifico y problema na @ gue cavan mis el abismo en el cual nos hus: dimos todos los perusnos desde los memon- bles desastres de San Juan y Miraflores Por supuesto los gue nada tienen ay pierdat nada, Y por desgracia de estos hombres in- conscientes se componen los grupos que gritan Ta guerra imposible, siguiendo a Piérole y a sus partidarios Sord diffeil encontrar un pais que haya tex- do suerte més negra que nuestra desgraciada patra, y en ningim pais habrén contribuids imas sus propios hijos a escamecerla y det trozarla como en el Pert, En fin si la politica interior cambia y todos se desengarian que s6lo en el Gobierno Proviso- rio esté nuestra salvacién, este malestar cam Ddiaré y cesard Ja recia tempestad que nos des troza” (Antero a Ramén Aspillaga, Hda. Ca yaltf 9-V-1881; AF.A, vol. 24). Un recuento periodistico de la expedicién del ejér cito chileno sobre este regién, por ota parte, permite conocer algunos de los rasgos del comportamiento po- Mtico de esta oligarquia regional: “Durante el dia (24 de setiembre de 1680), el Prefecto recibié una nota del jefe de la ex pedicién, sefior Lynch, en I que se exigia la entrega pacifica de le plaza, imponiéndole 2 Ja vez uh cupo de no sé cuantos miles de so. es de plata, La respuesta del Prefecio nos es desconocida, pero se nos asegura que ella ex taba concebida en términos convenientes y p tridticos y que comprometian de manera seri su patriotismo, Sin embargo, a pesar de esto, dicho funcionario, determind’ abandonar Is es tacién de Monsefé. y a Tas 10 pm. ce di con toda su gente a Chiclayo, de cuyo lugar salié en tron especial a la hacienda di para dirigitse de alli 2 Che A EEE 198 Bonilla blacién se quedé, pues, completamente sola, abandonada de las autoridades y resguardada tnieamente por Ja guardia urbana compussa de extranjeros, pues hasta. of Alealde Mu pal y la mayoria de sus colegas wa donado Ja ciudad” (£1 Nacional, Chiclayo 24 X-1880, National Archives, Washington, Micca- Him Publications en adelante NAW, MP. T. 393, 3). Esta mnisina actitud describe Lymeh, el jefe de la expedicién chilena, en una carta a Adolio Saladn, pre fecto de La Libertad: “Tengo el placer de decitte que en mis incur: siones ti eres el tinico jefe que ha compren- dido su deber, He visto con pena en todas partes que lugares merecedores de mejor tra- iamiento estin gobemados par individuos co- bardes que nada saben de las modernas leyes de lz guerra. Ningtin Prefecto ni Cobernador se ha quedado en su puesto, a pesar de mi pe- dido urgente de que asi lo hicieran, Todos han huido @ las montafias, atemorizando la gen- te que vive en los lugares por donde pasan, aprovecbando la situacién para quitarles algo. En Paita pude detener al comandante Pardo de Zela y lo dejé tranquilamente en su pues- to. (...) No sé mi amigo, que me asombra mis, si la riqueza inerefble de esta parte del Peni: o la inenarrable indolencia de sus habi- tantes. Yo envidio para mi pais la belleza y fertilidad de los valles despreciados por tus compatriotas, Hay mucho que hacer en el Pe- ri para que la belleza que la nataraleza le ba cancedido no se pierds, Estoy sorprendido de Ja ignorancia de las olases bajas, que parecen no saben sus deberes para con ellos y su na- éa. ‘Trabaja amigo mio por tu rico e infor- tunado pais y haz uso de In penosa.misién que te ha dado asta guerra, que estoy seguro que 198 cién se levantaré de nuevo prosper y (Patricio Lynch 2 Adolfo Salmén, San 1AX-1880; NAW, T. $93, 3). ruano amenazé con pe cierto que el gobierno p acoptasen las demandas 4a! ej nas severa: ito de ocupaciin, como también destitayd y de La L ibercad, Adolfo Salimén, Pero, y éta os la cues- podia efectivamente un casi inexistente “gobiemo nacional” doblegar la resistencia de ana la. se consciente de sus intereses y temerosa de per Jes bases de su fortuna? Finalmente, geudl fue el costo material de estas eu- riosas alianzas clientelisticas y de estas “desalianzas” na- cionales? Debe recordarse que los dos objetives ceutra- Jes perseguidos por el ejército chileno eran, de una par- te, la apropiacién de los yacimientos de guano y de sa- tre y, por otra, la destruccién de los recursos eoond- micos mds significatives para evitar que el Peré pudie 7a continuar la guerra o resistir Ja ocupacién. Lo pri mero fue obtenido pricticamente al comienzo mismo de la guerra, mientras que la expedicién de Lruch al norte peruano (el ires de las importantes plantaciones algodoneras y azucareras) obedecia precisamente a la necesidad de debilitar econdmicamente al Peri, tanto a través del control directo de estas unidades produc- tivas, como de Ja imposicién de onerosos “cupos” de guerra, La clase terrateniente del norte, frente al avan ce de Lynch, no sélo se limité 2 buscar la protoceién del ejército chileno ante el desbande y el ataque ge- alizado de sus esclavos chinos, e recurrié a Ja transferencia real o ficticia de d dadanos extranjeros, a fin de gue, dad. de neutrales, y de las imposiciones é 200 Bonitla Cuando el ejército chileno ocupa Ja hacienda “Ca- yale” el 7 de cotubre de 1850 y amenaza arrasarla es tero Aspillaga, a nombre de Prevost y Co., quien for. mula won firme protesta, aduciendo el cardcter neutral de In propiedad, Sin cmbaiyo, como expliea el mis. mo Antero en una carta privada a su hermano Ramén: “La determinacién de transferir en Ja forma de arrendamiento Cayalti y sus capitales a Pre- vost & Co,, hacia de este fimdo propiedad ame- ticana, Yo que nos ha salvacio y nos salvaré en el futuro de mayores perjuicios. Es lo mismo que hace meses pedimos que se hieiera y que por los consejos del abogado se demoré ‘hasta vernos cerca de la wltima extremidad” (Ante. to a Ramén Aspillaga, Hda., Cayaltf 10-X-1880; APA, vol. 24). Pareciera que transacciones similares ocurrieron con Jas haciendas “Leche” (S.C, Montjoy a William Hun- ter, Second Asistant of State Secretary, Lambayeque 251-1881: NAW, M.P. T. 93,3), “Chiclin” (Ibid) y “Galindo” (S.C, Montjoy a William Hunter, Second As: sistant of State Secretary, Lambayeque 6-V-1881; NA. W. MP, T. 393, 3), en La Libertad; “Puente” y “Pa. lo Seco” en Chimbote; y, “San José” on Nepetia (Spen- cer St. John a Patricio Lynch, Lima 11-IX-1950; N.A.W, MP, T. 993, 3). Evidentemente que esta cadena de transferencias contrariaba los planes de Patricio Lynch, El mismo, 0 sus oficiales, tuvieron ahora que dictaminar qué hacien das pertenecian efectivamente a extranjeros y onéles habian sido objeto de transaceiones muy recientes 0 simplemente representaban cesiones ficticias, Esta tax rea de depuracién documental, que sin duda alguna despertaria la envidia de cualquier historiador conter pordneo, no estaba, sia embargo, exenta de serias com- plicaciones.. En efecto, gran parte de estas haciendas perteneclan formalmente a peruanos, pero al mismo Sad 5 / Guerra dai Pacitico y problema nacional 2a mo consecuencia de ia imprevisin y del derroche de sus propietarios (Garland 1895), El control de las ope- raciones y sobre: todo de los benoficios, era por consh guiente éfercido por bancos y casas comerciales ingle sas, francesas 0 norteamericatias. En cualquier caso, fue a travis de este mecanismo gue empezé la desnacio- palizacién de la propiedad agraria en Je costa norte y Ja fasién de muchas unidades agricolas, proceso que se intensifies y culmina poco después del timino ‘de la guerra con Chile. Cambios similares en la propiedad de Ja tiena ocu srieron tambisn en la semaiia andina. En h regia de Huancavelica, por ejemplo, el desarrollo agrario hasta 1883 estuvo caracterizado por una pemanente fragmentacion de los grandes latifundios. Este proce- so, totalmente opuesto a lo que ocurria en la mayor parte de las dreas rurales del Peni, fue consecuencia, de las peculiares condiciones econdmicas y soviales de Huencavelica durante la Colonia, Abora bien, la con solidacién de la mediana propiedad fue detenida y su proceso invertido, al plegarse estos pequefios hacenda- dos al ejército chileno en busea de proteccién, también esta vez, frente a la amenaza de las montoneras cam- pesinas de Ciceres o del levantamiento de sus siervos indios, Este hecho, al igual que en el norte, xbrié el camino 2 una dréstica concentraciéa de la terra en Jos affos inmediatamente posteriores a la guerra con Chile (Favre 1967: 240-42). Conciencia Gnica y conciencia de clase en al contoxto de una guerre nacional Carey Bronton era un lugarteniente inglés ads ala jefatura de campo del eféreito peruanc dumnte la Gefensa de Lima en evero de 1881, Ex un informe clevado a sx comandante William Dyke, Catey Reon 202 Bonitta ton describe detalladamente la composieién y las ea racteristioas del ejéreito peruano encargado de la de- fensa de Lima, de su armamento, su yestimenta, la vez que deja constancla de su admiracién por ol trabajo desplegado por las “rabonas”, es decir, les hun mildes mujeres que inseparablemente estuvieron al la- do de los soldados peruanos a lo largo de todas estas contiendas. Sobre la composicién de este ejército es. cxibe Jo siguiente: “(...) La mayorla do oficiales especialmente Jos superiores, los descondientes de los anti- guos colones espatioles y, en consecuencia, te- nen muy poco en comtin con sus hombres. Se desconoce el Esprit de Corps; y aunque inva- siablemente el grito de “Viva el Peni” lo die- ra el soldado peruano antes de atacar o de huir del enemigo, probablemente uo es cons- ciente de su significado y simplemente lo gri- ta porque se le ha ordenade hacerlo, Mu de ellos ignoraban totalmente la cause por la due peleabun, imagiaaban que ora une ceele cién, siendo Jas partes contendoras, respectiva- mente, ol general Chili y Piérola; mientras que por un oficial, también he sido informado que tauchos de los scldados han sido escachados cuando expresaban que “no iban a ser fusila- dos en beneficio de los blancos” (“Report of Proceeding of Lieut. Carey Brenton whilst at- tached to the Head-quarters Staff of the Peru. vian Army, engaged in the defense of Lima against Chilians”; P.R.O., F.O. 61/337, fol. 156). Los acontecimientos oourridos durante la somibria noche del 16 de enero, luego de la derrota de Mira flores y en la vispera del ingreso de las tropas chile. ras a Lima fueron igualmenie detallados por el minis. tro inglés Spencer St. John. Eu una parte de su exten: 9 informe eseribié: qi . IS 6/ Guerre det Pacifico y problema nacional 203 “G..) Sin embargo, tan pronto como la obs: curidad cayé sobre el pucblo comenzaron a ee. cucharse tos por todos lados y a estallar im. cendios; uno de los suayores ei el mercado y calles adyacentes. Las turbas cobardenents asaltaron @ Jos dosproventdos tenderos chinos, 8 quienes ficiimente diecon muerte; se supone que los muertos fueron de 70 a 80. El movie miento estavo encabézado por oficiales perus- x05 uniformados, conocides por los chinos, Fue tuna angustiosa ‘noche, puesto que nadie sa. bla en Lima cuantos sobrevivian del derratado eléreito de 50,000 hombres, Y por momentos el Uroteo era fuerte, El ambiente en la loge. cién inglesa era de tristeza, En las habitecio- Res se apifiaban alrededor de 700 sefores nifios de Jas mejores familias; temiendo no sé- Jo enterarse de la muerte de sus familiares en Jas recientes bstallas sino también el ataque de las turbas, Para todos fue una sioche so. brecogedora, pese a la presencia del Vicealni. ante y sus oficiales, quienes con sus cinco cha. quetas azules, inspiraban confianza” (Spencer St John a Granville, Lima 221-1881; PRO, F.0. 61/333), Los acontecimientos relatados por los observadores ingleses constituyen una buena introducciéa a un pro- blema cuya discusién constituye la segunda parte de este documento, Este problema es el de la fractura y al conflicto étnico dentro de una guersa nacional Eo Ja primera parte se vio cémo Ia destruccién del Bs. ado oligérquico, como consecuencia de la invasién chi- Jena y de le ccupacisa, provocd el enfrentamicnto di ecto entre, de una parte, la clase dirigento contra é conjunto de las clases subordinadas y, por ota, ente las diferentes fracciones de esta case y entre, tau bigs, las diferentes olientelas politices dirigidas por les miltiples caciques y caudillos locales. Peso el conflic. to ammado contra Chilo generé tambiéa, camo se px 8 Bonitle saré a mostrar en las paginas siguientes, otxo tipo de enfrentamiento que, en cierto modo, atravesaba las ineas de clase para oponer, entre si, al conjunto de los estamentos que integraban Ta sociedad pervana, Bien conocido es el hecho que el Pent es un pais étnfcamente heterogéneo, Abi reside justamente ‘imo de los legados contempordneos de la colonizacién his- nica, La divisién/oposicién entre blancos, indios y negros fe una consecuencia y una de las condicion del mantenimiento de la dominacién colonial. Esta fractura no sdlo no fue resuelta cuando se establec el Estado nacional, sino que la oligarquia civilista, ba- sicamente limeita y blanca, tuvo la prudencia y el su- ficiente tino de no plantear siquiera su discusiém. La cruel derrota que sufticron Tas miasas indias con el aplas- tamiento de la rebelida de Tépae Amaru, su debilidad y su dispersidn posterior, facilitaron seguramente su ‘control social y politico por parte de los poderosos ca ciques locales. En el caso de los negros, por otra par- te, su debilidad numérica, el escape a su condicién opresiva que le brindaba el “cimarronaje”, asociado a una dispersién semejante a la de los indios, eran con- diciones que igualmente restaban toda peligrosidad a Ja presencia del grupo negro frente a la dominacién de los blancos. Este mosaico racial se complica atin mas cuando la oligarquia cxfolla se ve obligada a im- portar masivamente cerca de 92,190 chinos entre 189 y 1874, como respuesta a Ja crisis interna de la mano de obra y a-la movilizacién de la economia peruana producida por Ja explotacién del guano, de los ferro- carriles, del algorién y de Ia cafia de azicar (Derpich 1976; 158-62). Pero también aqui, la dispersién del grupo chino en estas diferentes wnidades productivas atenuaba grandemente Ia peligrosidad de sus re tas tra de Js explotacién de que eran victim: Estas rebeliones no fueron nuica mas alld de v 1 (Stewart 1951). Con la destrucei sicto marco i persién del eiedad pornana, eb encvadra cite y la miento de esta scciedad entzo 1879 y 18 ba ahora caract totalmente di ofrecia en Jas décadas anteriores. pacto de esta to y en el caricta tes segmentos étnicos Los chinos, desde assibo de a las plantaciones de! norte, se plegaron ripidamente us filas, participando activamente en el saqueo de las propiedades ds antiguos amos y revelando los lugares donde bi. sido ocultadas as maquinarias ¢ instrumentos de la hacienda, Este comportamiento, ob- viamente, no traduce ni lealtad, ni achesién a Chile, 0 & su ejército. Tampoco puede hablasse de un “pa tsiotismo chileno” de “os chinos, ni de una “traicion” hacia ol Peri Serfa exagerado suponer que un “coolie” chino de la época fuera capaz de distinguir un chileno de un pensano. Los chino” -nplemente, fueron scme- tidos a una attoz explota:. sor parte de los tezrate- nientes nacionales, y la insercidn de ellos dentro de las files del ejército chileno fue Ja manera més légica de traductr y expresar el contenido odio social contra sus antiguos explotadores. ¢Fenémeno nico? De ninguna manera, Después do todo, el audaz Pizarro pudo de- mibar con un puitado de hombres el impresionante Im: perio de los teas porque supo aprovech adhesién y la complicidad de las et das por el Estado Inca. BI probl por lo menos, fue que su adkesién no modifies en nada su situacién te de ellos fueron remitidos por 1 y depésitos de gu joy a Lambayeque 3.X1-i88¢ C893, 8). Otros 4 ito de Lynch male ys nach ara 206 Poniila ch y otros oficiales chilenos, fueron incorporados al reito chileno y eneargados del entietro de los muer- tos y cuidado de los herides (Favre 1975: 68). Duran- te la ocupacién de Lima, finalmente, el ministro in- glés Spencer St. John constaté que: ) EL SL de marzo sufrieron iguales mal- tratos de parte de los chilenos. So pretexto que algunos ladrones se babjan refugiado en el Teatro Chino, los soldados chilenos quema- ron sus puertas e irrumpieron en él, airestan. do a los espectadores, Se dice que algunos chi- nos les dispararon, biriendo a dos, por lo que 1a oficialidad chilene pidié refuerzos, capturan- do aproximadamente a 500 hombres y saquea- ron las casas y establecimientos chinos de ese barrio” (Spencer St. Jobn a Granville, Lima SB-V-1881; PRO, F.0. 61/333), Cuando Lynch Hega a Guadalupe, en la provincia de Pacasmayo, se plogaron a su ejército entre 600 y 800 chinos, quienes se dedicaron al saqueo de haciendas y casas particulares (Ibid.). Este saqueo continué tam- kién en Casagrande, en el valle de Chicama, En la hacienda “Pétapo”, en la provincia de Chiclayo, los peo- nes chinos abandonados por sus amos, demunciaon @ Lynch el escondite de las locomotoras del ferrocarril local (El Nacional, Chiclayo 24-X-1880; NAW, M.P., T. 993. 3). Después de observar el desbande de los chinos de Jas haciendas de Ja regién y juzgar que “to- > esto es pues de sacar de quicio al més tranquilo", Antero Aspillaga explica el porgué de la relativa tran. quilidad de los chinos de “Cayalti” “Cuando leguron los enemigos a Ueupe, Yama mos a todos los chinos de esta hacienda, les hiicimos presente el peligro y Jas amenazas que teniamos, perm que” confidbamos en su lealtad y on el aprecio que haclan de nosotros, Con safisfacciéa les diremos que su respuesta yy 5/ Guerra det Pacifico y problema nacional 207 nos lena de orgullo y de agradecimiento; to- dos dijeron que ninguno se separaria, que es- taba contentos, que ef patron era buctio, me Jor que en todas las haciendas y que no tavié. ramos ewidado, Su conducta, on efrcin, ha si do ¥ es satisfactotia y debemos premiarla pa. ta que sea estimulo y confianza en e} porve- nit, Desde este pago les sumentamos citiouen- ta centavos a su quincena. En efecto, qué son diez chinos profugos entre 354 que ‘tenemos bajo contrata?” (Antero a Ramén Aspilaga, Ha, Cayalti 10-X-1880; AFA, vol. 24). Guando Lynch descendié al sux, en diciembre de 1880, se plegaron a su ejército cerea de 1,000 peones chinos en el valle de Caiete (Basadre 196264, vi: 2506). En el sur como en el norte Ja adbesién de los chinos al “Principe Rojo” (el sobrenombre de Patricio Lynch) y sv ejército traducla el desquite que ahora tomaban ‘contra sus amos: “Les libré el principe rojo a los chines de Ce- a0 Azul los libré el principe rojo, se acabo Ja esclavitud, y marcharon en legiones trat el grin Patricio Lynch dejando las’ plantaciones los siguieron hasta el fin, A coltal cabeza, diablo, gritaba Liotang Sinchin & comel los Lifones con paiillos de malfil. Se cubrieron con mascazones y avanzarom pa! Lurin con banderas de diagones siguiendo a Liotang Sinchin y coriendo por las calles en- waron a la ciudad mucho adtes que Io bicie. ran las tropas del Geneval. Con furor veagaron los chines a los chiaos de Coro Azul rompiendo asi sus cadenas se aoa. Bé Ia esclavitud, Ellos fuesoa la avanzada pa. ra el gran Patricto Lynch y mutieron gua! va. Hentes siguiendo a Liotang’ Sinchin” (“Los ea nos de Cerro Azul”, canciéa popular chilena, letra de Jorge Inostroza} 208 Bonilla La evasién y ol enrolamiento de los chinos agrava- ba atin més Ia ya deteriorada situacién de muchos de ls latifundistas nortedios. Es significativo comprobas, este respecto, la preocupacién de la clase dirigente e muchos terrateniontes por su situacién material en medio de la profunda orisis que afectaba al pais. No 6 otro el sentimiento que expresaba el prefecio de La Libertad, Adolfo Selmén, en una carta ditigida al cén- sul norteamericano Montjoy: *... ya que los pueblos del norte ban abdics- do de su soberania y su dignidad, saliendo al encuentro del invasor con la bolsa de rescate en lugar de recibirlos a balazos, aqui reivindi caremos a todo el norte, y uo tema Ud. que amuinen Chicama, porque sin wa quintal de azivcar, Ia chinada remitida bajo custodia al in. terfor, Jas maquinas desarmadas y sus princi- pales piezas en lager seguro, apenas podsian quemar los eascos en el caso de que los deja- sa vanquilos dias y noche la gente que bajo mis Grdenes tengo resuelta a defender su hogar. En vez de esa tarea tendrin la mas urgente de defendarse como puedan. Lo que si me due- Te es que se leven ios chinos después de cau- sar un gran desorden y cuando de nada pue- den servisles, baciéndonos a nosotros tanta fal. ta, Si usted pudiera, de un modo reservado, conseguir de Lynch que los vendiera de nuevo 4 Tos hacendados, yo se los pudiera comprar @ peso de oro. Trabaje usted en ese sentida que tanto me interesa. ..” (Adolfo Salmén a San- tego Montjoy, Malabrigo 15-X-1880, N.AW., MP, T. 393, 3). En los desérdenes que acompaiian Ja ccupacién de Lima en enero de 1851, por otra parte, empiezan a surgir los signos inequivocos de Ja eclosign de un nue- vo tipo de conflicto étmics, Esta vez no se trata del 4 8/ Guerra det Pacifico y problema nacional 208 levantamiento del oprimito grupo chino contra el opre- ser grupo blanco; son indios y mestizos del ejéecito pe- Mano que en medio del desbande y de la confusin de Ta guerra, procedicrom al sayuco de Ins Hendas » a Ja matanza de sus propietarios chinos en Lima, Es'as destrucciones, evaluadss en 361,)77 lbras esterlinas por el Comieé de Comerciantes Chinos (Jim Yutings, PA. Porky, F. Git Sang, L. Quon Tong a Spencer St, John, Lima 1-VILI81; "PRO, F.O. 81/534), se pro. Gujeron también en Cazite, obligando a la colonia asié- Hea de Fisco a podir la protecciéa diplomitica de fn. glaterra (La Colonia Asiition al Excmo, Sn, Euviado Extmordinario y Ministro Plenipotenciario de Su Mages. tad Britinica, Pisco, 7-I11-1881; P.R.O., F.0, 177/168) Este dramatico euadro de descomposiciin y de con- flicto étnico en ef sexo de las masas populares lear za una mayor intensidad en diciembre de 1879 y ea febrero de 188i. En 1879 los megros de Chincha ini ian una rebelién contra los termatenientes blancos dz Ja regién (Cuche 1975: 159), mientras guo en 1881 los negros de Cafete aprovecharon la desorganizacion pas 72 ascltar propiedades, matar propietarios blancos y peo. nes chinos, pese 2 que este tiltimo grupo compartia con dos negros Ja misma situacién objetiva de dominacién, Spencer St. John caleula entre 700 y 1,500 el mime. 30 do chinos asesinados por los negres durante esta re. vuelta (Spencer St. John a Granville, Lima 3-V-1881; PRO, FO, 61/333). Ea esta guerra racial, a manere de compensacién, seguramente se proyectaron hacia 20s otros grupos dominados as frustraciones y las hu- millaciones a que secularmente habia sido sometida Ja poblacién negra esclava, La segmentacidn y opre- sign colonial no sélo que impedia Ia articniacién de Jos intereses del conjunio de la poblaciée opriaida, smo que también ahora, como antes y como despude, conltaba al enemigo, desplazaba el cinflicto y peru tia Ta autodestruccién da las mesas populares, Se re 20 Bonilla quieren todavia los estudios necessrfos sobre Ia estrac- tura de las relaciones interdtnicas en Ja sociedad perua- ne para explicar las razones profundas de este modelo de protesta, Incluso, el recurso a ia psicologia social para deseifrar el significado def ritual de Jas matanzas. ‘Por sa Valor como descripciéa de este problema, se re- producen aqui fragmentos del testimonto de Juan de ‘Arona sobre el levantamiento negro en el valle de Ca- ote: “La accién més heroica y original de nuestra colonia china en esos aciagos dias, y que se quedarla en el olvido si no la saciramos aho- ta a la Inz, fuo el sitio improvisado que resis- 146 por tres meses contra las fuerzas subleva- das del valle de Caiiete. Los negros y cholos de ese lugar, levaban 30 ailos de odio gra- tuito por esos infelices inmigrados; y aprove- chando de Ja acefalia en que quedaron los pue- los con la ocupaciéa dé Lima por los chile- nos efectuada el mes anterior, se levantaron en febrero de 1881 a mater chinos. El fétil pretexto inmediato fue una reyerta habida en- fre un chino y una negra, por haberla moja- do ésta a aguél en el juego de cameval. El camaval fue de sangre, y el Miércoles de Ce- niza, de cenizas sin cuento, porque los negros y cholos al mismo tiempo que mataben chi- os incendiaben los cafaverales de las haciea- das escuetas, en las que ellos hablan seguido viviedo manumisos y pardsitos desde 1885. La primera operacién quedé terminada poco me- sos que en un dia, Ja segunda fue larga: ace- bar con-los vastos cafiaverales de ocho hacien- das, muchos de Ios cuales seguian creciendo después de quemados, agotar por un robo len- to y cotidiano sus inmiensas existencias de azi- car, ron, ganados, elementos, destruir Ja obra de wa cvilizecién socular, 'y por manos de torpes hasta la desvastacién, no era tan hace. dero {...). 4 6/ Guerra del Pactfice y problema nacional ae La turba de uegios y cholos armados, monte- dos y sin pueblo que Jos contrarrestara, pom jue ‘ellos solos hablan sido siempre en roali- Ged toda Ia poblaciin del valle, se precipite- fon sobre las baciendas tina por una, Los as Heos sorprendides, indefensos, ignozantes de so culpabilidad, eran’ muertos 2 pelos, a machels- pos, a pedradas, a cuchille, de anil snaneras ‘Algunes dependientes subalternos, Gnicas que por entonces tenian a su cargo los abandons Gos fundos, al ver Leger las hordas, creyendo cargarse de sax6n, encerraban a los persegui- dos en sus grandes galpones; los asaltantes quemaban, echaban abajo las puertas y eject- taban a discrecién a los inocentes. ‘A los que buscaban su salud introduciéadose ‘en los albaiiales mis o menos largos, los es- peraban en Jos segistros de entrada y salida ¥ conforme iban apareciondo les daban mmuer- te. Otros infelices creyendo todavia en ol tra- ‘onal sagrado, se asilaban en Ja Escuela Ca- sagrande, en la que ya no se velaba Ja sob:a de los ausentes afios; alli también eran vultima- dos por los foragidos, vidos de venganza y de vapifia, pues de paso se levaban de encuea- ‘ro muebles, vidrios, puertas, papeles, destra- yendo todo’ y haciendo com los fragmentas ‘autos de fe en hogueras que encendiaa en el eentro mismo de las habitaciones de sus ami- guos ¥ al parecer queridos. emos. : Los cadaveres de Jos chij.os eram arrojados fue- ra,.8] medio del patic seforial, en donde an- tes que. de pesto. a las aves, setvian de profa- nadénbéguica y canivalesca a las mujeres’ y ‘a los niuchachos. Las shismas negrés que ba lan compariide’ el contubemio regalada de las victims, escamecian sus cuerpos mutilindolos ¥ poniéndoles por isrisién ea In boca entie gblerta, figumado .um:cigarze, los mtemboos sangsientos y palpitantes que les amputaban, Déjame ése para mil gritaban las negras, dis putindose las victimas, ebrias de sangre como mujeres que descuartizaron 2 Penteo (...)” 71: 99-108) En este proceso de Gescomposieién y conflicto se puede observar que lk bren, a su vez, por Ja én de nuevos conflic- tos alimentadas por oposiciones econémicas y sociales ea su interior, Eo sama, un entrecmuzamiento mitt ple en qus las relaciones y opasiciones étnicas y de cla- se aparecen apoy’ndose mutamente. Esta reversién, que ooume en ef seno de los estamentos étnicos, no es en realidad nada inusitado, pues desde largo temp. atzis estos distintos grupos estaban internamente di ferenciados. Su solidaridad, pese a estas brechas inte nas, era resultado de la explotacién que los blancos ejereian sobfe el conjunto de los grupos étnicos. El ejemplo siguiente muestra con bastante precisiém estas oscilaciones sociales en Ja naturaleza del conilicto, Un chino Yamado Cheng Isao Ju escribié al encar- gaco de Negocios de Su Majestad briténica, William Barrington, pidiéndole averiguara si el gobemador de Cantén estarfa dispuesto a asegurar Ia custodia en Hong Kong y Ia remisign posterior a Cantén de diez secues- tradores chinos, quienes en condicién de prisioneros se~ rian embarcados desde el Callao por Ja Logacién chi- na, En 1881 y 1892, eseribe Cheng Tsao Ju, estos chi- nos se habfan dedicado al seouestro de sus propios com: patiotas recurriendo a varias argucias para Inego ven: derios a los propietarios de diferentes haciendas perna- nas Esta venta de chinos oscilaba entre 8 y 4 mil, En 1883 y 1884, segin el misino Cheng, ellos’ cambia- ron sus-thcHieas y se dedicaron:a presiar dinero a los chinos para que se dedicaran al juego. Al no podet cancelar sus deudas, cerca de dos mil ron obligados a venderse a si 1 8/ Guerre det Pac a William 177/183). A Ja movilizacién independiente se aidié pronto el levantamiento a.. Esta nueva fractara de. vo evidantemente un aleance thi entice Ts preocupaciéa de captar su adhesin, sentimiento simbolizado por la av. toproclamacién de Piérola como “Protector de la raza indigens”, 61 22 de mayo de 1880. Durante la Inde- pendencia, Ia poblacién indigena habla sido margina- da de Ja construceién de la nacién peruana; en i879 se le convocaba para defender la patria en peligro. Luc- go do seis décadas, gera posible esperar que Jos indios, pasaran de la exclusién a] compromiso? Entre 1879 y 1885, al igual que en 1921, Ja presen: cia india es innegable. Después de todo es imposible, smaginar Ja constitucién del ejército peruano sin el en- rolamiento forzado de la poblacién nativa, El sentido y los intereses que esta participacidn traduce son, sin embargo, problemas que reqhieren una indagacién més cuidadosa, La caida de Lima y la destraccién del Es- tado oligérquico generaron en toda la zona andina di- versos levantamientos de indios, cuyo desarrollo fue po ralelo a Jas acciones militares desarrolladas por Céce- res y sus célebres “montoneras”. Se ha meacionado ya. que Céceres asumis serranias andinas una hheroica y admixable resi 8 Ta 064 Jena, ent los momentos on fa las condiciones de paz Htar_relativamente en contra de la de Tos indos expres tes, g.a. través de | ae Bonilla cen no sélo a los objetivos sefialados por éste, sino que tracucen también, o simultineamente, reivindicaciones ‘oviales y politicas mucho més concretas, zeferidas a su propia condicién. ‘ igual que Jos chinos y.los negros, los indios de. las serranins andinas constiteian el segmento mis ex- plotado de la socied: ‘Como comuneros, como siervos 0 como jornaleros agricolas ellos generaban el excedeate econéimico o brindaban la fuerza de trabajo arios al sostenimiento y a la reproduccién del sis- toma de dominacién regional. La profunda segmente- cién de esta poblacién en diferentes unidades produc- tivar habia facilitado baste aquel momento su control por Ia clase dirigente, Pero ahora la guerra no sdlo islecd estos lazos de poder y control, sino que estimu- 1S ha movilizacién de los indios. En efecto, la expolia- cién en contra de la poblacién campesina en cada una de has correrias del ejército chileno, el arrasamiento de sus pueblos, los cupos de guerra impuestos, la destruc- cién de sembrios, la confiscacién de ganado y bienes, agrevaron indudablemente la condiciéa econémica de esta poblacién, Estos hechos actuaron como fulminan- tes adicionales para desencadenar y sostoner su rebe- lién Pero habia més, La defensa del pais iniciada por Cécores militarizé a los campesinos. Y estas armas no s6lo estuvieron dirigidas contra Jos chilenos sino que, naturalmente, se volvieron también contra. sus més an- tiguos y mas directos opresores. En agosto de 1882 el’eSnsul inglés Graham: infor- make sobre el movimiento de os “montoneros” en. los alrededores de Lima y el apoyo que recibfan en. sus acoianes por parte de Jas indlios. Estos -ltimos: than sido Uevados. a la, désesperacién por vltrajes gue les han sido, infligidos por Jos’ ix vasores, ¥ atiora’ padécen' hambruna,”al igual gue todd ef di tad, siendo i & / Guerre del Pacitice y problema naclonel ate te afio, pues ha sido sage odo el grano de’ gona forraje y los animales, ete, por ut t el otro” (M.E. Craham a Granville 4-VHII-1882; P.RLO,, F.0. 61/340) En noviembre de 1883, Alfred St. Jo gualmente a que “los indios en el departamento de 0 se Tevantaron contra tos blancos y estin co- metiendo atocidades” (Alfred St. John s Granville, Li: me 13-XU-1883; PRO, F.O,, 61/348) y que: “La agitacién entre los Indios debe ser atribut da al estado de anarquia que ha prevalecide en los Departamentos del interior durante los ‘times tres aiios. ser Las exaceiones de las varias expediciones chi: Jenas, que ban saqueado ostos distritos, han servide asimismo para levantarlos en armas. No hay duda gue esta desafortunada gente ha sufside inmensamente a lo largo de Ja guerra entre el Pert y Chile Ellos estén naturalmente inclinados a acusar a Ias clases superiores de este pais, de haber si- do los causantes de les desgracins quo ban caido sobre ellos, y tal vez sus quejas estén bien fundadas, pues los sucesivos Gobiemnos Pe- ruands hunea setiamente han tratado de me- jorar la condicién de las razas indigenas” (Al- fred St. John a Granville, Lima 3-XII-1893, PRO, FO, 61/38). Pero es en Ja denominada “campaia jemente dirigida por Andrés A. Clceres, contrar Jos indicios precisos sobre la ento del campesinac admi no durante Ja guerra con Chile, Apoyind: esor Hea ne en un bre: ve pero notable estudio del el couflic 16 Bonilla Andrés A. Céceres probablemente nunca quiso gue el movimiento de resistencia que encabezaba en con. tra de los chilenos desembocara on ima htcha. si de naturaleza distinta, Su objetivo, al divigirse a la sie- cote dilutr las fuerzas chilena: en un terreno mucho mas propicio para nontoneras” (Favre 1975: 60). y obligar las, que se organizaron en el mado entre Husncavelica, Huanta y Humeayo, fueron bisicamente campesinas y sus centras de encuadramien. to fueron los pueblos de esta region. Etnicamente eran pueblos integrados por indios y por mistis, es decir, la poblacién no india, Esta tltima no era homogénea, pe- ro en todo caso una gran distancia Ja separaba de los terratenientes de la regién. Arrojada en el seno de es- tos pueblos por las oscilaciones desfavorables de la co- yuntura econémica y politica, la subsistencia del gri- po misti dependia de la explotaciéa de la poblacién india 0 del ejercicio del comercio regional. Fue de es- te grupo de donde emergieron los jefes de la resisten- cia local, quienes, por el control econémico y politico que ejercian sobre los indics, pudieron ripidamente coustituir las oélebres “montoneras” que apoyaron a Cé- ceres. Su accién les permitia, a Ja vez, reforzar su au toridad sobre los indios y mejorar su posicién frente a {a capa de terratenientes de Ia regién (Favre 1975: 68). Las guerrillas que ellos animaron, actuaron muchas veces con gran independencia de las decisiones del pro pio Céceres, y, al mismo tiempo que combatian con- ‘ya el ejército chileno, no vacilaron en tomar tierras, sosechas y ganado de los propietarios locales a fin de sostener Je resistencia. En Colca, un pueblo ent Ins al iras de Huancayo, Ja guerrille local orgunizada por To- més Bastidas, José: Guerra y- Manuel Echavaudis, tres poderosos mistée-del pueblo, procedié inme: la ocupaciéa de Ia hacienda vecina “Tuck 1975: 69). Las fronteras de esta hacienda so hablan 6 / Gusrrs dal Pacifico y problema at exteadido justamente @ través de la anesién de Jas te mas del pueblo de Colca. asa La Viegen, Antape quidando de esta mania todo el dio de la re; esta accién no correspondié més a los mistis sino a las 2 dal tropas indias, quienes Henden asi a emanci rol de los primeros. Frente a Bastidas, Guerra y Echavaudis, en efecto, «mergen tres lideres indios, Lay- mes, Vilchez y Santist:‘an, quienes conjuntamente. con los otros guertilleros indios, proceden al ataque y @ la captura de las propiedades de los blancos y de los pro- pios mistis (Favre 1975: 62). Al aiio siguiente, 1883, las guerrillas indias alean- zan el dominio no sélo de Colea, sino del conjunto de Ja regién central del Peri con Ia caida de Acosiambo, punto estratégico del area, Huando, otro de los pue- Blos importantes, es totalmente vaciado de su poble- ciéa blanca (Favre 1975: 63). Favre cita el testimo aio escrito por». fe chileno ea noviembre de 1883, cuya Iectura inv. con elocuencia el significads pro fundo de la movilizacién de los indios: “Todos Jos indios de Huanta y Huancayo, es- tin sublevados. Los pocos con quienes pudi- mos entrar en contacto, declararon que su ob- jetivo no era combatir a los chilenos, ni a lo: part 5 peruanos de I gals. ° (Favre 1g El resultado de est cos y mistis fue a Ja amenaza de sus vidas Ia colabor _ Bonilla La guerra de razas que describe Favre se proloa. ga hasta mediadas de 1884 sin que Ciceres, quien se. guramente conocia su desarrollo y sus caracteristicas, Bicier nada por zeovientar le movilizaciéa de las gue- niillas detris de los chjetivos inicialmento Ajados, En febrero de 1884 incluso acusa al mist? Tomés Bastidas de fomentar Tx discurdia entre los patriotas, cuando és- te buscaba desesperadamente seiomar Colca y desar- mar a los perseguidores de Laymes (Favre 1975: 84) Las mzones de la actitud de Céceres frente a los ine dios, en esta coyuatura especifica de la guerra, queda abierta a la explicaciin hist6rica, Con el eclipse de la guerra, la resistencia contra Chile perdié obviemente su sentide, pero ello no sig- nificaba la contencién del movimiento campesino, Mis bien lo impulsd en algunas regiones, Caceres, por su paste, aspira al conttol politico del Estado y ripidamen- te logra ef apoyo de la clase dirigente, cuyos miem- txos ven en él al militar con el suficiente prestigio y yoder como para restablecer el orden, Aguf el proble- ma es cémo se frend la accién de las “montoneras” Girectamente dirigidas por Ciceres, En el caso de Col ca, Favre indica que la resistencia de las “montoneras” termina con In captura de sus lideres, En junio de 1884, Laymes, Vilchez y Saatisteban fueron convoca- dos a Huancayo pera recibir de manos de Céeeres la yecompensa por su comportatniento durante Ja resisten- cia. Pero a su regreso a Ia ciudad fueron capturados por una unidad del ejército regular, jazgados samaria- senate por una corté marcial y fusilados on Ja Plaza @e la Catedral (Favre 1975: 6465), Caceres, ea una cirta,citada por Favre, justifica el, hecho diciendo lo siguiente, 7 = “Estos individuos,’ olvidadizos de la noble mi w# siém que debian cumplix, lejos de garantizar Ja vida y Jos bienes de la poblaciéa cometie- xoa horribles asesinatos, incendiaron y saques- 5 / Guerra del Pacifico y problema nacional 29 ton pueblos enteros, ejercieron tervibles ven- janzas personales, .. la misma monstroosidad sus crimenes que se deuunciaba, me hacia Gndar de su realidad y me obligaba a reunir todas las pruchas de ccusacién” (Favse 1975: 65). El viraje de Céceres contm sus antiguos seguidores era apenas el preludio de cambios més soxprendentes en Ja aetitud de este militar, Como si el Peri de ex tos tiempos no estuviera dispuesto a perdonar gestos como el suyo y como si fuera necesario cobrarle la re vancha por sti indomable resistencia, por una de esas crueles ironfas de les que sélo la historia conserva el secreto, el mismo Caceres se vio, en efecto, obligado poco mis tarde a pactar con Ia clase disigente, es de-~ Gir, con aquella que babla sido también el blacoo de sus atagues durante la guerra con Chile. Y por si esto fuera poco, él, quien habia sido precisamente el terco defensor de la integridad del temitorio, tavo que fir mar el oélebre contrato Grace que consolidaba la co- Jonizacién econémica del Peri, Juego de tres Asam- bleas legislativas y de haber expulsado del Parlamen- to 2 todos sus oponentes. La desmovilizacién de la poblacién campesina on otras dreas del interior peruano no fue, sin embargo, tan fie como habia sido en esta regién. La procla macién de Iglesias como “regeneradox” de la Repéblt ca en diciembre de 1882, el retiro después del Trate do de Anon de las fuerzas chilenas que exan el sas: tento militar de este gobiemo y Ie ableria disputa por al poder entre Iglesias y Céveres hasta 1886, fueron pro- cesos decisives que ex nada facilitaron Je rokaposiesén de un control social sdbre Ia poblacién indigena,, El re- ro de las fuerzas cbilenas, solve todo, fue pereibido con un particular espanto por la Glass propiviaria, Ya ue Jos soldados chilenos hisbian side durante esos adios ide quisis los unicos garantes de sus bienes, frente al 220 Bonilla ateque de las masas populares, Ante la desorganiza- cit del efército peruano, Jas tropas chilenas eran igual. mento Ia timiea fuerza de contencién de la moviliza- cién campesina. Bs por esto que paralelamente a su retiro, el levantamiento de los campesinos adquiare za yor intensidad y amplitud, Aqui sélo quisiera citar al- gmos ejemplos. En abril do 1884 Nemesio Viatia encabezs en Ce- to de Fasco un levantamiento de 400 indios, aprovo- chendo que el prefecto del departamento Pedro MAS y ua tropa de 200 soldados abandonaron la ciudad pa- a ayudar al sofocamiento de una rebelién en Hudmtco (G:. E, Steel a Alfred St. John, Cerro de Pasco, 12 IV-1854; P.R.O., F.O. 177/182). Viafia se levanté en nombre de Andrés A. Cfceres, mientras que Mis era uno de los prefectos designados por Iglesias, El levan- tamiento fue muy breve y terminé con la derrota del primero (“Suplemento del Registro Oficial N° 13", Cerro de Pasco, 9-TV-1884, P.R.O, F.O. 177/182). En mayo de 1884 el campesinado indigena se rebelé en la pro- vincia de Hudnuco, mientras que los “montoneros” to- maban Chincha Alm (Alfred St. John a Granville, Lie ma 7-V-1884; PRO, FO, 61/353). Un mes més tar- de, junio de 1884, levantamientos similares ocurrian on el Cusco, Vilcabamba (Junin), Cajamarea (Alfred St, John e Granville, Lima 3-VI-1894; P.R.O,, F.O, 67/353), En agosto del mismo aiio, finalmente, Puga y sus “mon- toneras”, después de consolidar su poder en Cajamar. a, pasaron a ocupar Lambayeque, extendiendo asi su dominio al conjunto del norte peruano (British Vice Consul 2 William Barrington, Larabayeque 16-VID- 1884 PRO, F.O. 177/182), En. suma, la profunda de- bilidad del gobiemo de Iglesias y la ausencia de todo contol por el retizo sucesivo del ‘efército chileno, ge- neracon tna xevuelta, generalizada a Jo largo de todo el pois. Alfred St. John comprucha en efecto que: du 6/ Guerra del Pacifico y probleme naclonal zt “Este pais esti enteramenie abandouado a Ia anarquia y todos stenten que la autoridad del General Iglesias sélo durar4 saientras é} tenga el soporte de las bayonetas chilenas” (Alfred St, John a Granville, Lima S-VIISSs, PRO, FO. 61/853). No se conocen desafortunadamente las condisiones Precisas en que una nueva pax andina fue impuesta al campesinado rebelde, Pero, en cambio, es posible ar gomentar sobre las consecuencias que tuvo la guerra sobre el campesinado andino, En la guersa con Chile el campesinado andino aprendié, aunque seguramente de una manera todavia erritica, a tomar conciencia de su situacin y establecer Jazos de solidaridad més am- plios que los impuestos por los estrechos marcos de sus comunidades tradicionales. Es esta toma de covet cia la que levd, por ejemplo, a los asentamientos persos de Jas altas punas de Huancavelica, surgides oo to respuesta al incremento demogrifico y al fraccio- namiento de la propiedad de la tierra en las comuni- dades de los valles, 2 organizarse y a romper los ne- xas de subordinacién que mantenian con estas ilimas, es decir, con comunidades enteramente dominades por los blancos (Favre 1972; 10-11). Es esta tama do cou- ciencia la que alenté mde tarde el extraordinario mo- vimiento dirigido por Atusparia, el alealde de indies de ‘Huaraz, en Ia sierra norte, movimiento que por ota parte no es sino el preludio del renacimiento de fantistico ciclo de revucltas campesinas que atraviesa el ceatro y sur del Perd. Frente al contacto directo y demudo de la agra siém y expoliacién impuesta por al inyasor éxtranjera por mas de 4 afios, Ia conciencis hasta entonces dinica del campesinado andino empezabs tal vex a transfor marse em un sentimiento de solidaridad nucimal ‘ren. to al destino comin de un pueblo por ahora venel “Y-como of que todos se Hamaban peruanas, yo oe Bonita biéa me Tamé peruano ... Aprendi que Peri es una naeién y Chile otra naciin’, es la expresién patétioa del indio Apaticio Pomares en el relato de Enrique Lé- pea Albijes. Pero este es un problema a dilucidar en otro libro, En iss picras awnenones se ha tratado de mostrar ae Ja manera mas precisa posible el impacto de le Guerra del Pacifico en Ia descomposicién intema de Ja sociedad peruana, Ahora, a manera de epilogo y pa- 14 trabajos posteriores, os convoniente dejar anotadas algunas reflexioues sobre el significado de este conilic. toen la posterior historia econémica y politica del Pe- i contemporineo y sobre el nuevo caricter que para- Ielamente revisten Tas relaciones émicas y do clase. A falta de indicadores més precisos, las notas escritas por Clavero en 1696 permiten una primera evaluacién del ‘impacto del conflicto en Ia estructura interna de la so- cledad peruana. Sus observaciones esta resumidas en el cuadro siguiente: 1870 1994 Millonarios 1B Ricos 11587 1725 ‘Acomodades 21488 2,000 Mendigos $00,000 Obreres 236,000 345,000 (Clavers 1896: 51) = La palabra “colagso” es probublemente ta que me- jor exprese la situacién del Pert después de la guerra. Colapso, en este caso, traducido en una altesacién sig: nificative de Ja estratifieacién social. No es otro el 5g: aificado de Ta desapasiciin de la cépula oligaxquica y el tremendo incremento en Ja pauperizacién de las cla ses popnllares,. A este cuadro de base se aiiade la préc- 8/ Guerra del Pacifico y problema nacional 23 fica parulizaciin de la economia peruana iurediata- mente después de Id guerra, Se sabe, en efecto, quo al valor de les impoxtaciones en 1985 ascendia a 815,000 soles, mientras que las exportacioues s6lo egiban a 21400,000 soles (Basadve, 1963 64, vi: 2605). Pere aque Uc no era todo. La crisis politica nacida por ls des- fuuccién del control y del Estado oligérquicos, coronaba el desequilibrio social y el estancamiento de Ia econo mis peruana, La forma como el Pert se “reconstruye”, es decir el nuevo alineamtento intemo de sus diferentes fuer- as sociales, ast como la nueva naturaleza que reviste su inserciéa en el mercado internacional, hacen de los afios inmediatos de Ta posguerra el punto de par- lida del ordenamiento del Peri contemporéneo. Breve- meste, Ia recuperacin de la economfa perumua fue el resultado de tres procesos convergentes: la mono2oliza- cién de los recursos, su desuacionalizaciéa y el flujo crecients, bajo nuevas modalidades operativas, del ca- pital extranjero. La creacién de Ia Peruvian Corpora. tion en 1890, al cancelar Ia deuda externa peruana me- Giante la entiega a los tenedores de bouos (bondhot- ders) ingleses de Jos principales recursos productivos del pais, es el-acto obligado que permite Ja recompo- sicidn econémica del Peri. Salvo algunas perc poco significativas exeepciones, los enclaves imperialistas se convierten ast en los agentes del reactivamiento de Ia economia peruana. Ellos canalizan Jas inversioues di reotas del capital extranjoro hacia Je explotaciéa de Ios yYineipales recursos naturales y configuran los nuevos espacios econdmicos. Se crean de esta manera las ba- ses para la expiotacida intensiva del azécar, oobre y pe- tle. De inanera paraléla a la reconstrucciéa de le evo. nomla peruana,.se hizo necesarin groceder al ieorde nainiento institucional de Te sociedad y al restablec' mento de im contra! politico que fuese compatible con

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