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Cuetzalan nos recibió con lluvia, a pesar de que estamos en secas. “Es
el cambio climático”, dijo alguno. Y sí, es el cambio climático. Mudanza
meteorológica omnipresente e irrefrenable que no solo remojó el Foro
Nacional Cafetalero, realizado el pasado 28 de abril en la sede de la
Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske, también está detrás de uno
de los temas que cruzó todas las intervenciones de los participantes: el
hongo de la roya, que en su forma más agresiva es favorecido por la
nueva distribución de las lluvias y que en los últimos años ha tumbado la
producción cafetalera mexicana.
Por todo ello, los caficultores organizados están muy interesados en que
el cambio de gobierno federal, a decidirse este año, sea también el
arranque de nuevas políticas públicas para el sector y, en general, para
el campo. Y a esta preocupación respondió el Foro Nacional Cafetalero,
realizado en la Sierra nororiental de Puebla, donde las organizaciones
afiliadas a la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras
(CNOC) presentaron sus rigurosos diagnósticos y puntuales propuestas
a las personas que Andrés Manuel López Obrador anunció como futuras
encargadas de las secretarías de Estado con incumbencias rurales:
Agricultura, Desarrollo Social, Medio Ambiente, Pueblos Originarios.
Esto, al considerar que el representante del Frente “Juntos Haremos
Historia”, es el único candidato que favorecería el cambio verdadero que
tanto le urge al agro.
En el presente número del suplemento, publicamos completa la
Declaración de Cuetzalan, que resume las consideraciones y propuestas
ahí formuladas, mientras que en el editorial incluyo algunos fragmentos
de lo que ahí mencioné:
Aun así, la de los ochenta del siglo pasado es una verdadera revolución
productiva, organizativa y cultural que transforma la vida familiar y
comunitaria.
Desde hace un lustro, la caficultura mexicana vive una nueva crisis tanto
o más profunda que la de hace treinta años, pero que no se origina en el
mercado, sino en el desplome de la producción por causa del aumento
general de la temperatura, la modificación del régimen de lluvias y la
plaga de la roya.
Si en 1989 los precios del grano se redujeron en 50%, ahora fueron las
cosechas las que cayeron a la mitad: de 5.1 millones de sacos en 2013-
2014, a 2.3 millones en 2015-2016. Y aunque después se recuperaron un
poco, en 2017 seguían estando más de un tercio por debajo de las de
hace un lustro. Esto, sin considerar la disminución de la calidad,
resultante de que las altas temperaturas aceleran la maduración del fruto,
que debiera ser lenta para lograr el sabor deseado.
Parte del problema radica en que los caficultores con huertas de menos
de dos hectáreas, que son la mayoría, tienen por lo general plantaciones
viejas y rudimentariamente atendidas. Lo que incluye a los que se
convirtieron a manejo orgánico; que modificaron sus prácticas lo mínimo
necesario para obtener la certificación, pero en muchos casos siguen
ordeñando huertas casi silvestres. Y estos frágiles cafetales son
inmisericordemente golpeadas por la roya.
Pero todo indica que la clave para adaptarse y convivir con factores
disruptivos que no remitirán pronto es tener huertas bien puestas y bien
manejadas. Lo cual incluye la ubicación; el tipo de suelo; la multiplicación
de las variedades de café; la estructura de la plantación: densidad de los
cafetos, tipo de árboles de sombra, simbiosis con otras especies útiles; la
suficiencia y oportunidad de las labores; la calidad y buen manejo de los
insumos biológicos… Y claro, en el resultado también cuentan las
buenas prácticas de cosecha, que debe ser en varias vueltas para pizcar
puros frutos maduros; el beneficiado húmedo oportuno; la selección
cuidadosa de los granos…
Una huerta débil y sin vitalidad cae presa de todas las plagas y
enfermedades. Una huerta sana y vigorosa también las sufre pero se
sobrepone más fácilmente. “Esta es la lección que nos deja la roya”,
dicen los caficultores.