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Materia: Pensamiento Argentino y Latinoamericano 

Cátedra: Palti                                

Teórico: N° 12 – 19 de Junio de 2011.  

Tema: Crisis del liberalismo en los ’30. Radiografía de la Pampa de Martínez Estrada. 

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Profesor: Buenas tardes. Mi nombre es Matías Farías y vamos a trabajar Radiografía de la


Pampa. Es un libro emblemático de la década del ’30, del ensayo nacional. Y es el texto con el que
se cierra la materia. Ayer hablé con Elías, y me dijo que la semana que viene tienen el examen aquí
mismo. Ya les habrán dicho en prácticos hasta donde llega. Este texto ingresa pero para el final.
Yo les voy a dejar mi correo por si tienen alguna duda: matfar2000@gmail.com. También hablé
con Karina, y me contó que estuvieron vieron modernismo, muy centrados en el libro El payador.
Al preparar la clase, tuve en cuenta estas cuestiones.

¿Conocen algo de Martínez Estrada? ¿De Radiografía de la Pampa? Es un texto de 1934, muy
representativo del ensayo nacional, capaz de multiplicar imágenes y metáforas muy ricas, que tal
vez al comienzo son de difícil comprensión; pero la estrategia que vamos a desplegar para
entenderlo es tratar de comprender la escena que inaugura el texto, porque vamos a ver que todo el
texto está construido como si fuera un desplazamiento de esa primera escena que aparece en ese
apartado que Martínez Estrada llama “Los rumbos de la brújula”. La idea es trabajar bien fuerte
esa escena y poner en contexto este ensayo. Este es un ensayo que no se lo entiende si no se lo
piensa al interior de la crisis de los años ’30 en Argentina y en el mundo. Ahora bien, si bien
Radiografía de la pampa es un ensayo que dialoga con estas crisis, dentro del texto mismo no hay
una sola referencia a la crisis, a lo que está sucediendo. A lo sumo, aparece casi perdido el nombre
de Yrigoyen. Lo interesante es ver qué estrategias elabora Martínez Estrada para pensar lo que está
pasando en ese momento, de tal modo que termine pensando lo que está pasando sin tener que
aludir al menos directamente a ello.

También van a ver ustedes que Radiografía es un diálogo conflictivo desde el comienzo hasta el
fin, pero que hacia el final se hace más explícito (el último apartado se llama “Civilización y
barbarie”)… con Sarmiento. De hecho, tomen nota del título del texto: “Radiografía de la
Pampa”. Es un texto que va a rescribir, retraducir y repensar un tópico que había instalado la

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Generación del ’37, y fundamentalmente Sarmiento, a saber, la cuestión de la Argentina como la
pampa. Es sabido que la asociación entre Argentina y la pampa es una construcción histórica que
se remonta al siglo XIX, y que tiene en la generación romántica del 37 a sus más destacados
forjadores. Una de las preguntas para pensar el texto, en este sentido, puede ser la siguiente: ¿hasta
qué punto, a pesar de la crítica que Martínez Estrada despliega contra Sarmiento en Radiografía de
la pampa, en lo fundamental no termina reteniendo buena parte de los tópicos con los cuales la
Generación del ’37 pensó esto que llamamos “Argentina”?

Martínez Estrada es un autor que sigue siendo muy leído y que va a ser muy leído en los grupos
intelectuales. Paradójicamente, va a ser leído por la izquierda a lo largo del siglo XX, sobre todo
en esa izquierda que se ha llamado “izquierda nacional”. David Viñas es un lector de Martínez
Estrada, el grupo Contorno es un lector de Martínez Estrada. Quien es hoy el director de la
Biblioteca Nacional, Horacio González, bautizó a uno de los salones centrales de la Biblioteca con
el nombre de “Ezequiel Martínez Estrada”. Horacio González tiene un texto que se llama Restos
pampeanos –fijénse como vuelve a resonar la cuestión de la pampa-, que es un diálogo con
Martínez Estrada y con toda la tradición del ’60 que leyó a Martínez Estrada como el crítico de la
Argentina oligárquica y como uno de los primeros promotores de una suerte de ensayística ligada
con el anti-colonialismo. Tal vez esa lectura es un poco hiperbólica en relación a lo que propone el
propio Martínez Estrada, pero ustedes saben que esta materia no se trata sobre la verdad, sino
sobre lo que se cree como verdadero; no tanto sobre la verdad, sino sobre los efectos de
verosimilitud que han construido los textos. En ese sentido, uno puede decir que Martínez Estrada
fue un autor creído, verosímil, tomado como una suerte de mojón ante el cual hay que detenerse.
Paradójicamente, dentro de un grupo político e ideológico que venía a cuestionar al grupo político
y cultural al cual pertenecía Martínez Estrada, más allá de su final. Porque Martínez Estrada estaba
muy ligado al grupo Sur, a la revista creada por Victoria Ocampo. De algún modo, podríamos
decir que Martínez Estrada es un liberal que tiene que pensar la crisis del liberalismo en el s. XX
argentino. A pesar de ser liberal, termina yendo a Cuba y festejando la Revolución Cubana. Es un
personaje interesante para pensar. Gisela Catanzaro, una investigadora de las ciencias sociales, en
su último libro -La nación entre naturaleza e historia- no tiene ningún problema, a la hora de
pensar ciertos problemas contemporáneos, en combinar análisis provenientes de la Escuela de
Frankfurt con un capítulo dedicado enteramente a la ensayística de Martínez Estrada.

Dijimos que Radiografía de la Pampa es un texto de crisis. Cuando hablamos de crisis en los
años del ’30, estamos hablando de la crisis del liberalismo en todas sus formas. Desde el punto de
vista económico, tenemos la referencia del crack financiero de 1929 y cómo ese crack repercute en

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la economía mundial hasta el punto que se modifican las relaciones comerciales de intercambio.
Aparece fuertemente en crisis la idea de que el mercado podría regular esos intercambios por sí
mismo. Lo que era un sistema internacional del tipo económico abierto, para decirlo a gruesos
trazos, comienza a transformarse de manera rotunda. Lo que rápidamente se observa en la década
del ’30 es un giro hacia economías mucho más cerradas, mucho menos proclives a confiar en el
mercado como principio regulador de la oferta y la demanda. Aparecen fuertes medidas
arancelarias, protección de las industrias, sustitución de importaciones. Todo eso tuvo
repercusiones en todo el mundo, fundamentalmente en Argentina, cuyo crecimiento económico
estaba muy ligado a ese sistema de relaciones comerciales que ahora resultan entrar en crisis.
Argentina era fundamentalmente proveedor de materias primas y obtenía divisas por medio de ese
tipo de inserción relativamente exitoso bajo los términos que fue pensado –no estamos hablando
acá si ese modelo era justo o no. En fin, cuando las economías mundiales comienzas a cerrarse,
empieza con ello mismo a ponerse en crisis el modo mismo en que la Argentina se insertaba en el
mundo; porque comienzan a faltar las divisas, comienza a caer la demanda de los productos que la
Argentina produce. En fin, sucede una serie de inconvenientes económicos y financieros severos
que van a tener repercusión en la vida política misma argentina. En los últimos años del gobierno
de Yrigoyen, en virtud de este contexto, hubo un profundo ajuste, por ejemplo, en los trabajadores
del sector público. Fue una crisis que impacta de lleno en la economía argentina, la crisis del 29-
30. Cuando estamos hablando de la crisis del liberalismo, estamos hablando de crisis de este
sistema mundial. Estamos en un contexto severo, que está muy bien retratado en algunas de las
Aguafuertes de Roberto Arlt, donde aquel país que se había pensado como granero del mundo y
exportador de alimentos, y por lo tanto un país donde no pueden faltar alimentos, observa en esos
días, que en sus propias calles se organizan ollas populares de las calles para alimentar a los
trabajadores. Arlt lo retrató muy bien.

Se trataba de una crisis del liberalismo económico pero también del liberalismo político. Cuando
digo crisis del liberalismo político, hablo más bien de la crisis de la idea de que la democracia
representativa era el sistema adecuado para incorporar a las masas en la vida política, tanto en la
Argentina como en el mundo. Argentina ingresa en un proceso de democratización con la Ley
Sáenz Peña, que se sanciona en el año 1912, y que en 1916 es la herramienta que permite el
desplazamiento, por parte del elenco radical liderado por Hipólito Yrigoyen, de la elite política que
hasta allí había controlado los destinos del Estado. Lo que se está poniendo también en duda en
Argentina y en el mundo es la creencia de que la democracia venía a ser el corolario de un proceso
visto en términos ascendentes, progresivo, en donde libertad e igualdad se podían conciliar en un

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mismo principio. La democracia como principio representativo va a ser puesta en cuestión en la
Argentina y en el mundo. Incluso antes de la Crisis del ’30, con el ascenso al poder de Mussolini
en Italia en 1922, la Revolución rusa en 1917 y el surgimiento del nazismo en la Alemania de los
años treinta. De hecho, la democracia representativa en Europa recién comienza a revitalizarse y a
cobrar importancia tras la Segunda Guerra Mundial. Esto lo digo para poner en contexto esta idea
de que la democracia como sistema representativo es el más justo y más igualitario que conocen
las personas: no siempre ha sido pensado así.

Estamos en un momento donde la democracia representativa es puesta en tela de juicio, y sobre


todo en Argentina con el golpe a Yrigoyen en 1930. En ese golpe se conjugan un montón de cosas:
no es el tema de esta clase pensar el golpe de Yrigoyen, pero en ese momento se condensan varias
condiciones que tal vez eran preexistentes, pero que en ese mismo momento se combinan entre sí.
Tan pronto gana Yrigoyen, la democracia recibió por parte de algunos de los integrantes de la elite
letrada y política desplazada muchas críticas. Entre éstos, un argumento con amplia circulación
sostenía que la democracia era el gobierno de la cantidad sobre la cualidad, y por lo tanto no puede
ser el gobierno más justo: el gobierno de los muchos en lugar del gobierno de los mejores. Esa
crítica no solamente estuvo ligada a los miembros pertenecientes a la elite gobernante; también, si
ustedes leen a Ingenieros, van a encontrar críticas de ese tipo, aunque Ingenieros reivindica otro
tipo de orden. Éste era un argumento central: la idea de que la democracia es el gobierno de los
más en lugar de ser el gobierno de los mejores. El buen gobierno, para muchos en aquel momento,
debía ser el gobierno de los mejores, y como se imaginarán los que realizaban esta crítica, desde
luego, se incluían dentro del grupo de los mejores. La crítica de la democracia como un gobierno
demagógico y plebiscitario también era una crítica ya instalada desde el gobierno de Yrigoyen,
donde aparecen las comparaciones entre Yrigoyen y Rosas, que luego van a ser entre Perón y
Rosas. Esta idea de que la democracia yrigoyenista como una democracia demagógica… ¿Qué
quiere decir acá “demagógica”? Que hay un simulacro por el cual aparentemente se trabaja para el
bien común, pero, en realidad, se trabaja para la multiplicación del poder del elenco gobernante.
Las críticas al incremento del funcionariado público durante el gobierno de Yrigoyen las
intervenciones a las provincias, etc., serán algunos tópicos ligados a consolidar este idea de
“gobierno plebiscitario”.

Entonces sucede la historia, que es el ámbito de lo contingente, de lo que no se puede prever:


Yrigoyen es derrocado en el ’30, habiendo ganado dos años antes las elecciones con más del 57%
de los votos. Ahí aparece la pregunta casi obvia: qué pasó. Lo que sucede es que hay una crisis,
que estas críticas que mencioné se vienen acumulando, que el propio radicalismo está dividido

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entre yrigoyenistas y antipersonalisas; lo que ocurre también es la cuestión del petróleo y la
política de Yrigoyen afectando ciertos intereses de empresas petroleras de carácter internacional.
La oposición está también dividida: en el año 1928 el Partido Socialista se ha dividido. Los que
siguen a J. B. Justo con cierto culto a la democracia representativa, aunque no se ahorraban críticas
a Yrigoyen en los términos que mencionamos, se dividen en dos: la línea de Justo –que fallece en
esos años- y lo que fue el Partido Socialista Independencia, con un dirigente como de Tomaso, que
había sido discípulo de Juan B. Justo y que luego va a integrar el gobierno de Agustín Justo, uno
de los golpistas en la década del ’30. Ese sector va a aportar parte de su elenco a los gobiernos de
facto que se instalan en la década del ’30. Todo eso se combina. Y sin embargo, es posible afirmar
que el Golpe del ’30 podría haber sido evitado: Yrigoyen estaba advertido del golpe, el grupo civil
y militar que apoya al golpe bien podría haber sido neutralizado. Sin embargo lo que aparece ahí es
este carácter contingente de la historia: momentos en donde personas que habían tenido una
capacidad enorme en cuanto a sus reflejos políticos, como en este caso Yrigoyen, se eclipsan.
Aquel que fue capaz de batir a toda una elite dirigente que había conducido políticamente al país
desde todo el s. XIX hasta principios del s. XX, que había logrado acumular poder de una manera
notable (excepto el Senado, todas las riendas del poder político estatal las manejaba Yrigoyen), en
ese momento no es capaz de evitar algo que se veía venir.

Estudiante: También desde la emisión de la Ley Saenz Peña no hay suficiente tiempo para la
construcción de una esfera política pública, de conciencia cívica, de democracia deliberativa, de
poder comunicativo, como para hacer frente a un golpe de Estado.

Profesor: ¿Cómo te llamás?

Estudiante: Federico.

Profesor: Federico, suena muy habermasiana tu observación. Bueno, no conocían a Habermas.


Pero también ahí está la discusión acerca de lo que es la esfera pública y la capacidad que tiene la
esfera pública con las características que vos le señalas allí. En ese momento ese espacio público,
que efectivamente no tiene las características y las dimensiones con las que imagina el espacio

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público Habermas, sin embargo es un espacio público en que uno claramente puede ver que no
escasos miembros de esos actores centrales eran también golpistas. Es decir, esta idea de que la
esfera pública es garante de la libre comunicación y del intercambio de ideas, y que, por ende, es
capaz de aportar una racionalidad comunicativa acorde con las premisas de una democracia, yo la
pondría en duda. Tal vez porque yo no soy habermasiano. Pero, desde el punto de vista histórico,
uno puede ver que muchos sectores de la sociedad civil, que son los actores que uno puede ligar a
esa esfera pública, estaban a favor del golpe. Capaz que acá hay una suerte de contrapartida entre
lo que es una teoría normativa, como la de Habermas, y un fenómeno históricamente determinado.
Lo que uno puede decir ahí es que efectivamente, a pesar de que el golpe era neutralizable, el
golpe se produce y tiene apoyo. Tiene apoyo hasta tal punto que hasta el año 1946 no va a haber
elecciones verdaderamente libres, excepto en 1931, donde hay elecciones en la Provincia de
Buenos Aires, que las gana el radicalismo; por lo tanto se proscribe al radicalismo hasta 1935,
donde Alvear decide recomponer las relaciones con el poder de Justo y entonces se convoca a
elecciones, pero son fraudulentas.

En este sentido, es interesante pensar qué ocurre en la política de esos años. El golpe del ’30
tiene apoyos, pero son heterogéneos. Un grupo reclama, por ejemplo, lo que no termina
sucediendo, que el que el gobierno asuma un giro corporativista, derogue la Constitución y funde
un nuevo régimen. En efecto, cerca del elenco de Uriburu, había muchos intelectuales y políticos,
entre ellos Lugones, los hermanos Irazusta, que reclamaban una revolución corporativista, es decir,
lo que reclaman es que el Golpe del ’30 tuviera un giro fascista, tomando como modelo a la Italia
de Mussolini. Pero bien, eso no se da, entre otras varias cosas, porque uno de los aliados o uno de
los grupos que apoya a Uriburu es el Partido Conservador de Buenos Aires. Entonces una
constitución corporativista le hubiera quitado todo tipo de peso a un partido político, y eso no era
deseable para el Partido Conservador bonaerense. Por ende, triunfa el otro grupo que también
apoyó el Golpe del ’30, un grupo más ligado con la herencia de la república posible alberdiana de
fines de siglo XIX, un grupo que podríamos denominar así: “republicanismo autoritario”. Dentro
de este elenco, cuya figura central es Agustín P. Justo, aparece un rasgo interesante, con rasgos
perdurables en el siglo XX argentino: que en nombre de la democracia, sea necesario falsearla.
Recordemos que este grupo será al protagonista central de la política argentina de la década del
treinta, recordada en la memoria popular como la “década infame”. Así, el radicalismo, que entre
1931 y 1935 es neutralizado por la vía de la proscripción, luego lo será por la vía del fraude,
cuando este se integra a las elecciones.

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Lo que es interesante, entonces, es que, en nombre de la democracia, en aras de salvar a la
democracia, es necesario falsearla. ¿Salvarla de qué? De la demagogia, del gobierno de los más,
etc. Es decir, lo interesante para pensar de este “republicanismo autoritario” es que no se presenta a
partir de un rechazo rotundo de la democracia y el orden constitucional, no se anuncia, como el
movimiento fascista u otros moviemientos políticos radicales en términos de “un orden nuevo”,
sino que en su esquema de legitimación lo que prima es esta idea la mantención del orden
constitucional obliga a una intervención cuya índole termina, sin embargo, descaracterizándolo.
Así, en la década del ’30 la idea de que la democracia es un sistema de gobierno acorde con la
civilización es una idea que todavía tiene algunos efectos y, por eso, en nombre de la salvación de
esa idea, se invita a falsear la propia democracia. Es un régimen que convoca a elecciones,
elecciones que sin embargo son fraudulentas. Y aquí estamos en presencia de algo muy
constitutivo del modo en que se inscribe la democracia en nuestra cultura política, como decía
antes. Nunca como en el s. XX ha sido tan falseada la democracia en Argentina, pero, al mismo
tiempo, una de las materias más importantes que han tenido que aprender los estudiantes de las
escuelas secundarias en nuestro país es Instrucción Cívica. Si uno lee los manuales de estudios, de
lo que se habla todo el tiempo es de “democracia”, “civilización”, “ciudadanía”. Justamente, de
todo aquello que no tiene posibilidades de realizarse históricamente. Es interesante pensar la
relación de esos manuales con la falsificación de la democracia, porque tiene que ver con los
componentes imaginarios político-culturales al interior de los cuales nos pensamos. Esta idea de
que la democracia tiene que ver con la civilización, y que la Argentina tiene que ver con la
civilización y que por lo tanto no puede no ser democracia, fue una idea que ha tenido mucha
fuerza. Esos golpistas no eran como Mussolini: no decían que venían a hacer una revolución que
suponía refundar, como decía querer Mussolini, Imperio Romano, o como los bolcheviques, que
hablaban ya de una democracia obrera –todo el poder a los soviets- contrastándola rotundamente
con lo que antes existía. En Argentina, es tan fuerte la herencia liberal en el s. XX, que se da esta
idea de que para salvar a la democracia incluso hay que violarla. Por eso, cuando se habla de esfera
público, tengamos en cuenta en Argentina estas ideas, porque fueron muy importantes a la hora de
pensar y definir la cosa pública.

Federico: Era lo que veníamos cuando veíamos el positivismo: el triunfo del liberalismo
conservador en América Latina. Yo cuando dije lo que te dije recién, es porque pensaba en las
condiciones necesarias para el debate público. Yo me imagino desde un obrero hasta un ama de

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casa de 1928… toda la tradición político que tenía un componente tan vertical, tan autoritario, que
no favorecía al establecimiento de una esfera pública de deliberación.

Profesor: Hay algo en que no estamos de acuerdo. Los golpes se hacían en contra de la tradición
verticalista y autoritaria que se percibía en la cultura de masas de ese tiempo. Los que hacen el
golpe a Yrigoyen y a Perón le critican principalmente esto, que es parecido a lo que estás
señalando vos. Acá hay un problema para pensar. Más allá de que estemos de acuerdo o no con
Habermas, la historia es también el terreno de para indagar una especificidad. Cuando vos hablás
de condiciones necesarias, es interesante lo que traés a discusión, porque estás poniendo en
evidencia una discusión central: ¿cuáles son las condiciones de posibilidad para pensar lo público?
Es una cuestión enorme –yo no la puedo abordar. Pero lo que yo trato de argumentar es que hay
una especificidad en Argentina que tal vez conviene pensar, en el sentido de esta relación
dificultosa del liberalismo consigo mismo en nuestra cultura o del pensamiento democrático. En
última instancia, hay una especificidad que hay que pensar en relación a los modos históricos en
que se produjo ciudadanía en este país. Yo creo que ahí hay algo. No es común que quienes se
definen “democráticos” en nombre de la democracia terminen falseándola. También hay una
discusión acerca de qué significa “democrático” ahí: si “lo democrático” tiene que ver con
condiciones necesarias de constitución de la esfera pública o si “lo democrático” tiene que ver con
la capacidad que tienen determinados liderazgos de articular a las masas. Hay toda una discusión
ahí.

Bueno, volviendo a Radiografía de la Pampa, decíamos que se inscribe en este contexto de


crisis. Con la crisis del 2001 se puede hacer una tenue analogía, aunque rozando el anacronismo.
Recuerden que en el 2001 acontece una crisis profunda que disparó la pregunta acerca de qué nos
había pasado, qué pasó, por qué llegamos hasta aquí. Y en el 2001 hubo algunos textos e intentos
de reformular la pregunta en estos términos: ¿hay algo en los argentinos que hace explicable que
siempre nos salgan así las cosas? La famosa idea del ADN. Se vendieron muchísimos libros con
esa pregunta de base. En la década de ’30, sucede algo similar, aunque no en estos términos.
Quizás a muchos de ustedes les suene el tema del ADN; pero a mí me gustaría proponer otra
lectura de Martínez Estrada menos, como se dice en la Facultad de Filosofía, “esencialista”. Pero
quien lee a Martínez Estrada claramente pude decir que era un esencialista. Ahora vamos a ver por
qué.

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La pregunta es por qué la crisis y si esa crisis está relacionada con nuestra identidad nacional.
Esto me permite ligarlo con las discusiones que vienen teniendo ustedes en relación con la
definición de la identidad nacional. Todo El payador es una reflexión sobre eso. Ramos Mejía
también. También el Facundo se puede leer en esa clave, aunque allí no hay todavía un Estado
nacional. Me gustaría comenzar a hablar específicamente de los temas que trata Radiografía con
una pregunta del último Sarmiento, del Sarmiento de Conflictos y armonías de las razas en
Sudamérica, escrito que es publicado después de su muerte (1888) y que deja inconcluso. La
famosa pregunta es: “Argentinos, ¿desde cuándo y hasta dónde?”. El último Sarmiento que tiene
una mirada pesimista sobre la Argentina comienza así ese libro, que es bastante racista, o por lo
menos racialista… “racialista” quiere decir que encuentra en elementos raciales explicaciones a
problemas sociales de su tiempo. En ese momento, Sarmiento está peleado con el roquismo,
porque entiende que el roquismo es el triunfo del mercado, la idea de que el mercado por sí sólo
puede construir lazos sociales, priorizando el “interés egoísta” en lugar de la virtud ciudadana.
Sarmiento discute con ese horizonte político, que lo asocia al roquismo; pero también confronta
con el rumbo que asumen incluso algunas asociaciones de inmigrantes, por ejemplo, algunas
asociaciones de inmigrantes italianos que escolarizan a los niños usando exclusivamente el idioma
italiano. Sarmiento confronta con este tipo de enseñanza porque deduce de ello que hay un déficit
en la integración de los inmigrantes a la vida política, con lo cual la política pasaría a ser una cosa
de pocos y de allí al “fantasma” de una república sin ciudadano habría un solo paso de distancia…
Es famosa la frase de Sarmiento que dice que él no había luchado por una enseñanza italiana de las
matemáticas. Este “fantasma”, este declive de las prácticas ciudadanas es un tópico destacada en el
Buenos Aires fin-de-siglo, a tal punto que reaparece en un texto que ustedes están viendo: Las
multitudes de Ramos Mejía. En Las multitudes, en efecto, es un tema central la cuestión de la tenue
pasión republicana, en contraposición con la afanosa búsqueda de riquezas, el burgués aureus, etc.
El burgués aureus es el paradigma de un ciudadano que persigue el interés en lugar de la virtud.
Pues bien, en ese contexto, Sarmiento hace esta pregunta: “argentinos: ¿desde cuándo y hasta
dónde?”.

Paradójicamente, lo que en este contexto Sarmiento plantea como pregunta está comenzando a
tener una respuesta. Porque desde las últimas dos décadas del siglo XIX hasta el Centenario,
ciertas definiciones en torno a la identidad nacional se irán tornando dominantes, es decir,
comienza aquí a delinearse justamente hasta dónde y desde cuándo somos argentinos. No quiero
decir con esto que la pregunta por la identidad nacional no sea una pregunta que continuamente
esté en proceso de reformulación. Por supuesto, siempre está en proceso de reformulación. Pero

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uno puede decir que entre fines del s. XIX y hacia el Centenario ya se van ofreciendo respuestas
muy contundentes acerca de qué significa ser argentino. Van a tener una larga duración esas
respuestas. Lo que les estoy proponiendo es hacer un pasaje por esas definiciones, porque así
entenderemos mejor Radiografía de la Pampa: saber contra qué tipo de textualidades escribe
Martínez Estrada. Es posible pensar que Radiografía retoma en algunos puntos la mirada pesimista
de Sarmiento en Conflictos y armonías. También pueden pensar el texto como si fuera el Facundo
sin todos los capítulos que siguen al cuarto. Si ustedes leyeron el Facundo, habrán visto que los
primeros tres capítulos, donde Sarmiento analiza la sociabilidad de la campaña, son bastante
pesimistas. Si se terminara allí el libro, no hay salida. Bueno, Radiografía prolonga al infinito esos
capítulos donde no se percibe alguna salida histórica. Es la pampa sin la Providencia, es decir, sin
el principio de síntesis.

Uno de los textos centrales que hacia fines del s. XX contribuyen a definir qué significa ser
argentino, y que va a estar alimentando las lecturas y las interpretaciones sobre la identidad
nacional en el Centenario, es la Historia de Belgrano de Mitre, cuya cuarta edición se publica en
1887, el mismo año que publica la edición de Historia de San Martín y de la emancipación
sudamericana. En esa cuarta edición, Mitre incluye un capítulo central que se llama “Sociabilidad
argentina”. Ahí uno encuentra una definición muy interesante a la hora de responder la pregunta de
Sarmiento. Les voy a leer el final de ese capítulo.

“Si América del Sur no ha realizado todas las esperanzas que en un principio despertó su
revolución, no puede decirse que haya quedado atrás en el camino de sus evoluciones necesarias,
en la lucha contra la naturaleza y con los hombres, en medio de un vasto territorio despoblado y
de razas diversas mal preparadas para la vida civil. Está en la república posible, en marcha hacia
una república verdadera […].”

Profesor: Estas últimas categorías las va a tomar Natalio Botana en La tradición republicana, me
refiero a los conceptos de república posible y de república verdadera. También Halperín Donghi en
Vida y muerte de la república verdadera (1916-1930).

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“[…] con una constitución política que se adapta a su sociabilidad, mientras que las más
antiguas naciones no han encontrado su equilibrio constitucional.”

Profesor: Antes de seguir, me gustaría detenerme un segundo en ésto. Primero, en lo que ha sido
llamado “el optimismo decimonónico argentino”. Ustedes ya ven que Mitre le asigna a la
Argentina no un destino cualquiera, sino el destino de una república que va a realizar todas las
esperanzas que quedan por hacer. Dice: “está en la república posible, en marcha hacia la
republica verdadera, con una constitución política que se adapta a su sociabilidad, mientras que
las más antiguas naciones no han encontrado su equilibrio constitucional.” Dos cosas
importantes: Argentina está llamada a ser lo que incluso las repúblicas del viejo mundo no han
logrado ser. Claro, porque la lectura que hace Mitre es que, mientras en la Argentina con la
Revolución de Mayo triunfa el republicanismo, en Europa eso no se da, sino que hay una serie de
idas y venidas entre la republica y la monarquía. Acá está el optimismo del s. XIX: la idea de que
Argentina está llamada a ser una republica más apegada a la libertad y a la igualdad que las
republicas de aquellos países donde tuvo origen la idea misma de la república moderna. Por eso en
este sentido la Argentina tendría un destino de excepción y de grandeza. No se trata de un país
cualquiera, es un país que va a lograr la república de un modo que incluso en sus propios lugares
de origen la republica no pudo expandirse. Por eso el esquema que usa Mitre es: primero Historia
de Belgrano, luego Historia de San Martín. Belgrano es el personaje representativo que sostuvo la
idea republicana con la Revolución de Mayo al interior del país. San Martín es el líder que exporta
la república a toda América Latina. Acá está también esta idea de larga duración de que Argentina
es un gran exportador de revoluciones y revolucionarios: San Martín en el siglo XIX, el “Che”
Guevara en el siglo XX. Este es un componente imaginario importante de los argentinos, de
algunos grupos de argentinos.

La otra idea sobresaliente es la de una constitución política que se adapta a su sociabilidad. Mitre
ha logrado reformular el problema que antes presentaba el Facundo: que la sociabilidad no se
ajustaba a la constitución política, que entre la sociabilidad de la campaña y la ciudad republicana
había un hiato que parecía insalvable. El drama del Facundo se inaugura desde ese hiato entre la
sociabilidad y la constitución política. Para que se entienda esto mejor, sigo:

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“Desmintiendo los siniestros presagios que la condenaban a la absorción por las razas
inferiores, formaba parte de la masa social la raza criolla: enérgica, elástica, asimilable y
asimiladora las ha refundido en sí, emancipándolas y dignificándolas, y, cuando ha sido
necesario, suprimiéndolas. Y así ha hecho prevalecer el dominio del tipo superior con el auxilio de
todas las razas superiores del mundo, aclimatadas en un suelo hospitalario, y de este modo el
gobierno de la sociedad le pertenece exclusivamente.”

Profesor: Mitre está sosteniendo que hay una sociabilidad acorde con la constitución republicana.
No hay una tensión como decíamos antes. ¿Por qué? Porque en el Río de la Plata se ha generado
un tipo de sociedad en la que ha predominando la raza criolla por sobre las demás razas. Ustedes
saber que todo discurso sobre la identidad nacional es un discurso sobre un sujeto: el sujeto de la
nación. Dentro de ese sujeto, hay uno de ellos que funciona como si fuera una metonimia: es la
parte que representa al todo. El sujeto nacional por excelencia, para Mitre, es la raza criolla, los
europeos nacidos acá. ¿Qué significa ser argentino para Mitre en este texto? Un europeo
trasplantado en América Latina. Es una idea que va a tener una larga duración en nuestra cultura.
¿Qué somos los argentinos? Europeos venidos de los barcos, europeos nacidos en América. ¿Qué
es lo que ha hecho merecedor de semejante posición a este sujeto? Que ha conducido la revolución
y que ha asimilado a las demás razas sin perder su componente hegemónico. Argentina es mezcla
pero no cualquier mezcla: hay una relación de dominación entre ese sujeto y los otros. Así lo
afirma Mitre: cuando fue necesario, la raza criolla se impuso suprimiendo a las “razas inferiores”,
que para Mitre, como para el Alberdi de las Bases que dice “el indio no constituye mundo”, está
claro quiénes son: indios, negros, etc. Entonces ahí hay un sujeto, que es el sujeto representativo de
la nación: los europeos nacidos acá. Y esos europeos trasplantados en América ya no parecen estar
en la pampa de Sarmiento; al contrario, Mitre define la extensión en términos de un suelo
hospitalario. Se está consolidando otra imagen poderosa en torno a nuestro país: Argentina como el
país de los cuatro climas y la tierra fértil. Es algo que ustedes lo pueden ver también en Ramos
Mejía: la pampa como instancia –como agente, incluso- capaz de asimilar y aclimatar a los
inmigrantes. Ya no es, como en Sarmiento, el mal que aqueja a este país. .

Entonces está esta idea de que Argentina es un país de excepción, destinado a realizar la
republica de una manera más lograda que en Europa, integrada básicamente por europeos nacidos
en América Latina, es decir, aquella raza criolla que por haber llevado adelante la revolución tiene
derecho a gobernar, raza hegemónica en relación a las demás, al interior de un clima que refuerza

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la idea de Argentina como país de excepción. Bajo este planteo, las formas de sociedad –de
sociabilidad- son altamente compatibles con una constitución republicana, porque ese suelo fértil y
las prácticas sociales de los criollos facilita la vida civil y la enriquece en dos sentidos: político y
económico. El argumento de Mitre, entonces, es que a diferencia de otros países latinoamericanos,
donde lo que había eran conquistadores españoles en aras de conseguir los dos elementos que
buscaba la corona, riquezas y manos de obra esclava, depredaban el territorio, en Argentina, ese
suelo hospitalario en un territorio fértil para colonos. Colonos, en lugar de conquistadores. Y esos
colonos mantendrán entre sí una relación igualitaria. De modo que, a partir de esa sociabilidad,
igualitaria y liberal, van a surgir las condiciones para que se dé en América Latina por primera vez
la llamarada revolucionaria. No por casualidad, según Mitre, es en Argentina donde nace la
revolución; porque acá están dadas las condiciones de sociabilidad que hacían posible que se
produzca la idea republicana. Con las mismas premisas románticas de Sarmiento, Mitre lo
reescribe por completo; y se consolida así la imagen de Argentina como un país excepcional:
excepcional en el marco latinoamericano y también en comparación con Europa.

Mitre cierra el texto del siguiente modo:

“Sobre esta base y con este gran concurso civilizado, su población regenerada se duplica cada
20 o 30 años. Y, antes de terminar el próximo siglo, la América del Sur contara con 400 millones
de hombres libres, y la del Norte con 500 millones, y toda la América será republicana.”

Profesor: De este modo, Mitre augura para Argentina un destino excepcional: está llamada a ser
en América del Sur lo que Estados Unidos es en América del Norte. Si ustedes siguen a Ingenieros,
Ingenieros también va a decir lo mismo. Está esta idea de que Argentina tiene un destino de
grandeza asegurado, por lo tanto, tendrá alto asidero en las elites letradas. La mayoría de los países
tienen un mito fundante, algo que los tornaría distintos, pero no todos piensan que eso distintivo es
lo mismo. No es lo mismo lo que piensa la sociedad uruguaya de sí misma que la sociedad
argentina. No todo país sudamericano se piensa que su identidad consiste en ser europeos nacidos
acá. Martínez Estrada va a trabajar sobre esta conciencia mitológica.

Éste es el imaginario cultural y político que subyace a los festejos del Centenario en Argentina.
Cuando la elite organiza la conmemoración del Centenario, está festejando el éxito relativo de esta
autocomprensión, aunque con algunos signos de preocupación. Entre esos signos de preocupación

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tienen que ver con el debate en torno al sufragio universal y la cuestión inmigratoria. En relación
con la democracia, hay que decir que no todos los intelectuales estaban a favor. Halperín Donghi,
en Vida y muerte de la republica verdadera, precisamente marca que los intelectuales más
destacados van a estar en contra de la reforma de la Ley Saenz Peña. El argumento que tiene
Halperín es que básicamente la democracia implicaba una reformulación importante en el modo de
vinculación entre la elite letrada y la elite política. Pues, a partir del voto: ¿el poder dónde va a ser
transferido?, ¿en nombre de quién legislaría un político? En nombre de sus votantes, no en nombre
de la “superior clarividencia” de las ideas sugeridas por los intelectuales. Claramente la
democracia desplazaba o ponía en crisis los viejos modos de vinculación entre los sectores
políticos y los sectores intelectuales. Es una explicación bastante sociologicista, pero
efectivamente uno ve que algo está pasando ahí. Uno ve las críticas de Lugones e Ingenieros a la
democracia. ¿Cuál es el giro que le da Lugones? ¿Pudieron leerlo?

Estudiantes: Todavía no. Lo vimos la clase pasada recién.

Profesor: Bueno, pero si tomamos en cuenta El payador, ¿qué dice básicamente? En lugar de la
raza criolla, ¿qué aparece?

Estudiantes: El gaucho.

Profesor: Exacto. Hay dos tesis centrales: que el sujeto nacional es el gaucho. (con esta tesis
Lugones reescribe todo el s. XIX), el gaucho Martín Fierro. Y que el Martín Fierro es un poema
épico, es decir, que es el poema donde se narra el surgimiento del héroe nacional a través de la
guerra. Surge el héroe épico del gaucho, pero con una suerte de redefinición. ¿En qué sentido es el
gaucho? El gaucho es el sustrato material de la nacionalidad argentina cuya forma está reservada al
poeta. Es decir, es el gaucho aparece mediatizado por el rol civilizador que tiene el poeta en tanto
especialista del arte de preformar la materia. Como ven, hay una redefinición de lo que es
civilización y barbarie. Civilizado es el trabajo del espíritu sobre la materia. El gaucho es sujeto
nacional en la medida en que está mediatizado por el poema; es el héroe que es cantado por el
poeta, incluso Hernández que lo hace sin saberlo –en la perspectiva de Lugones. Lugones es el que

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sabe lo que Hernández no podía saber: que estaba espiritualizando la materia. El gaucho es el
payador, y, por supuesto, no es el gaucho malo. En relación con esto, también aparece la idea de
que la nación es una forma ligada al arte y a una música, y específicamente al arte más formal y
más musical de todas las artes: la poesía. Por lo tanto, si la nación tiene que ver con la
espiritualización de la materia, y la materia tiene que ver con el trabajo formal de la palabra,
entonces el poeta es aquel que puede interpretar mejor que el político y el científico la respuesta de
la pregunta de Sarmiento: argentinos, ¿desde cuándo y hasta dónde somos argentinos? La nación,
así, es el espíritu espiritualizando la materia. El poeta es aquel que tiene la llave para dar con esa
definición, porque puede trabajar con la palabra que es el vehículo del espíritu –y ese espíritu es la
nación. Por lo tanto, el poeta es quien designa qué es lo nacional, y la nación tiene que ver con una
cuestión de lenguaje. Civilización y barbarie, argentino y no argentino, se definen así, no ya como
la escena inicial del Facundo. Cuando Sarmiento decía “las ideas no se matan” en francés, estaba
diciendo quién es argentino y quién no, o quién está dentro del proyecto de nación moderna y
quién no. Los que leen el francés, la lengua civilizada, son argentinos, los que están adentro. Los
que no, son los mazorqueros, los de afuera. En el Centenario, con la presencia de los inmigrantes
incomodando a las elites letradas, todo esto se reformula y ahí Lugones ofrece una respuesta
acerca de la pregunta por los argentinos: ser argentino es hablar bien el español, no los que hablan
cocoliche. El poeta modernista, que hace de la lengua un culto, es el que define a la nación por
excelencia. Los que hablan en otro idioma o balbucean el español, los inmigrantes, no son
argentinos.

Estudiante: Por lo tanto, no votan.

Profesor: No sólo no votan, sino que se pone en duda la viabilidad del voto como forma decisoria
colectiva, porque son el número pero no la esencia de la nación. En todo caso, los criterios de
integración se modifican: los inmigrantes podrán ser argentinos si hacen suyo este modelo, el
modelo de “Martín Fierro”, aunque se trata de una integración en forma subalterna. El modelo es
éste y tiene que ver con la mitificación de ciertos muertos: el gaucho. Frente al inmigrante que se
organiza en sindicatos y demanda y peticiona y hace huelga, etc., ¿Lugones qué dice? El gaucho
murió por la patria y nunca pidió nada a cambio. Así es el argentino. Argentino significa dejar todo

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por la patria sin pedir nada a cambio. El gaucho estuvo en las Guerras de Independencia, en las
Guerras Civiles e hizo lo que el español no pudo, a saber, conquistar el desierto. Y murió. Como es
evidente, el gaucho se convierte en mito cuando ya está muerto. Se lo mata y se lo transfigura en
mito. Y Lugones dice que no hay que lamentar la muerte del gaucho, porque su muerte permitió el
desarrollo de la civilización y el progreso. Todos sus sacrificios nos han dejado una nación
moderna. Su muerte, así, tiene sentido. Por eso para mí El payador es un texto bisagra: está en el
pliegue, en la frontera entre el s. XIX y el s. XX. Por un lado, redefine todo el s. XX al colocar al
gaucho como sujeto nacional; por otro lado, sigue en íntimo diálogo con esa narrativa de Mitre, en
el sentido de que ser argentino tiene que ver con vivir en una nación destinada al progreso, a la
grandeza, etc. Eso no está cuestionado. Más allá de todos los correctivos que aparecen en la
Argentina del Centenario, en algunas de las voces que integran el debate sobre la identidad
nacional en ese contexto de masas inmigrantes, la cuestión del progreso no se discute.

(Receso)

Profesor: Les puede servir mucho un texto que se llama “Radiografía de la pampa. Un saber
espectral”, de León Sigal. Ese es uno de los textos que acompaña la edición de Radiografía de la
pampa de la Colección Archivo, una muy buena edición de Radiografía de la pampa. Pero mi
consejo es que lean, sobre todo, el texto de Martínez Estrada.

¿Cómo piensa, entonces, Martínez Estrada esta crisis, y en qué sentido esto implica una
importante redefinición de esta discusión que habíamos planteado, en relación con la identidad
nacional, y con uno de los binomios con los cuales estaba vinculada esta discusión, a menos en el
s. XIX y principios del XX, que es civilización y barbarie? Algo habíamos hablado, recién, con
Lugones y Sarmiento. Para que se ponga por última vez en contexto el texto, me gustaría citar a
Scalabrini Ortiz, uno de los forjistas, que es un grupo que surge también en la década del 30.
FORJA es Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina. Es un grupo de intelectuales y
políticos, en general radicales, menos Scalabrini (está también Jauretche, Homero Manzi, etc.),
quienes, frente al proceso de integración al sistema político fraudulento que decide Alvear para el
radicalismo a mediados de la década del 30, a través de un pacto con Justo, van a manifestar su
disidencia, y van a tratar de constituirse en un grupo, dentro del radicalismo, disidente con las
políticas que está tomando el partido en relación con la vida política nacional.

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Entonces, dice Scalabrini Ortiz, en un texto famoso, “Política británica y el Río de la Plata”, uno
de los textos célebres de los que después vamos a hablar, o uno de los autores célebres de los que
después vamos a hablar, que es el revisionismo histórico.

Hasta el año 1929 –dice Scalabrini Ortiz- la República Argentina vivió confiada en la ilimitada
magnitud material de su porvenir.

Profesor: Ahí está el optimismo de Mitre.

El futuro constituía una certidumbre que se cotizaba en el mercado de valores. Pueblo y


gobierno flotaban en optimismo y opulencia, alejados de toda posibilidad de análisis. Nadie
esperaba poseer los frutos del trabajo para gozarlos; se los gozaba de antemano, mediante
hipotecas, adelantos bancarios y préstamos de toda índole. Consideraban que lo venidero era tan
nuestro, que nadie podría arrebatárnoslo, y por eso le dábamos validez de actualidad.

Profesor: Esta idea de que la Argentina se identifica con el futuro, que es una idea también de la
generación romántica: no tanto con el pasado, sino con lo que va a venir, en plena crisis, parece
que se viene abajo.

Aunque irracional, había cierta continuidad lógica en esa actitud, porque nuestra actualidad era
tan inconsistente como lo por llegar aún. Esa seguridad de una grandeza material nos dio un
orgullo mal dirigido; y el orgullo derivaba al compararnos con las repúblicas sudamericanas más
pobres.

Profesor: Esta es la idea que habíamos presentado antes, de Argentina como un destino
excepcional dentro del continente.

A nadie se le ocurría pensar que esa exuberancia visible podía no ser verdaderamente una
riqueza argentina, y menos aun que ese enorme poderío, tan apresuradamente dirigido, podía ser
una voluntad de flaqueza y no una energía de la nación. Entonces, esas dudas hubieran sido
cavilaciones desdeñadas; a nadie se le ocurrió investigar quiénes eran los dueños de esas usinas,
de esos ferrocarriles. El capital era un detalle no importante. Lo trascendental era esa ilusión de
prosperidad en que nos mecíamos.

Aparece de nuevo, con oportunidad de la crisis del 29, esa constatación de que cierto horizonte
imaginario dentro del cual se pensó, o pensó cierto grupo, ligado a las elites dirigentes del país, la
identidad nacional y el destino de la Argentina, ahora es puesto en cuestión. Una ilusión basada en
el porvenir se convierte ahora en una ilusión sin porvenir; y hay que indagar las causas acerca de
aquello que nos pasó. Y a eso van a tratar de responder buena parte de los ensayos, como dije

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antes, de la década del 30: los revisionistas, los forjistas, y también este ensayo que es Radiografía
de la pampa. Sólo para adelantar, quiero decir que en algunos casos –sobre todo los textos de los
revisionistas, como La Argentina y el imperialismo británico de los hermanos Irazusta, o incluso
este texto de Scalabrini Ortiz, cuya introducción presentamos- la respuesta acerca de por qué la
crisis va a consistir en iniciar toda una investigación sobre el pasado argentino, una indagación tal
que dé cuenta de por qué se llegó al lugar donde se llegó –en síntesis, para explicar la crisis hay
que desanudar toda una historia, una historia que ha sido pensada bajo determinada manera,
cuando en realidad era otra. Bajo esta mirada, que va a predominar en el revisionismo histórico, la
tarea del intelectual consiste, justamente, en revisar esa historia, revisar la historia oficial, la
historia que nos contaron, lo que nos dijeron acerca de lo que era nuestro país, en qué ideas, en qué
promesas se basaba la fundación de ese país, para develar así una historia oculta. Cuando
Scalabrini sostenía que no se tenía en cuenta el capital, por ejemplo, lo que está diciendo es que
hay que ver, en esa historia, qué papel cumplió el capital y el imperialismo británico dentro de las
estructuras productivas argentinas, como una de las claves para desentrañar los males del presente
que hasta allí, de forma deliberda, no se habían tenido en cuenta. En el caso de los hermanos
Irazusta –después vamos a hablar mejor de ello-, sobre todo en ese libro clásico del revisionismo
que es La Argentina y el imperialismo británico, también del año 1934, como Radiografía de la
pampa, la historia que se intentará reconstruir es, como aparece en el capítulo tercero de ese libro,
la “historia de la oligarquía argentina”, una oligarquía que, según estos autores, en aras de
conseguir el progreso material, resignó toda idea de soberanía de la nación. Ese va a ser el
argumento. Entonces, para develar los males del presente hay que investigar cuál ha sido ese
comportamiento de la oligarquía argentina, cuyo corolario sería, en la lectura de estos autores, en
1933, la firma del pacto Roca-Runciman, un pacto muy trascendente en ese tiempo y que los
hermanos Irazusta interpretan como la prueba máxima de la claudicación de las elites políticas
argentinas (después, en todo caso, hablamos mejor de ésto).

Entonces, para un sector de la intelectualidad hay que hacer una historia. Para Martínez Estrada,
más que una historia, lo que hay que hacer es indagar cuáles son los fundamentos simbólicos y
mitológicos de esta nación. Prácticamente, se va a tratar de eso. Y la hipótesis que yo voy a tratar
de presentar es que, según Martínez Estrada, en los fundamentos simbólicos y míticos mismos de
esta nación están las razones que hacen posible explicar la crisis; o, para decirlo de otro modo, en
aquellos elementos culturales, simbólicos y políticos fundantes de esto que llamamos Argentina –
lo que para él denomina “la pampa”- están las razones de su propia imposibilidad. Para decirlo un
poquito menos abstracto –y después vamos a seguir viendo en el texto qué significados concretos

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adquiere esto- lo que diré es que, así como la Argentina se pensó como la civilización en contra de
la barbarie, lo que en realidad sucede, para Martínez Estrada –y esto es una diferencia importante,
en relación con estos otros autores que yo les mencionaba antes, los revisionistas, etc., que lo que
van a hacer (y eso lo van a hacer a lo largo de todo el s. XX) es decir “bueno, allí donde la
oligarquía postulaba que la Argentina era la civilización, lo que hay que decir es que la verdadera
nación está en lo que había sido designado como la barbarie: en las masas, en las montoneras, en
los caudillos”. O sea, lo que van a hacer los revisionistas, en buena medida, a mi entender, es
invertir el planteo sarmientito. A diferencia de ello, Martínez Estrada intenta una operación un
tanto más radical –veremos de todos modos sus límites-, en el sentido de que no se trata de
diferenciar en qué sentido la Argentina es la civilización, o en qué sentido es la barbarie, sino que
la civilización y la barbarie son el principio indisoluble, la combinación, los elementos que se
conjugan permanentemente en la propia pampa. Dicho de otro modo, la pampa es la imbricación
determinada de la civilización y la barbarie, no se puede pensar la Argentina sin pensar la profunda
imbricación de esos dos principios. La civilización es la barbarie, y la barbarie es la civilización
barbarizada. Son dos elementos exactamente solidarios, afines, dependientes. Para decirlo de otro
modo: detrás de la máscara civilizada, Argentina conserva, desde tiempos muy remotos, una
barbarie profunda. Y cuanto más apuesta a la civilización, más se barbariza. Por lo tanto, aquello
que se ha fundado en nombre de la civilización es simplemente el nombre de un acto de barbarie.
La lógica de Martínez Estrada en Radiografía de la pampa va a ser ésta y lo que intentará
demostrar en el libro es la íntima relación entre un principio y otro. Por lo tanto, aquello que fue
establecido como una suerte de criterio de delimitación acerca de la civilización y barbarie, es el
problema mismo; no es la solución. El problema está ahí, en la imbricación entre civilización y
barbarie.

Como les dije antes, para mí este texto está construido partiendo de una escena primaria. Hay
tres autores que están muy presentes en Radiografía de la pampa, o que sufren una suerte de
reinterpretación, pero tienen una presencia muy fuerte en el texto. Son: Nietzsche, Simmel, y sobre
todo Freud. El texto está escrito –ahora vamos a ver por qué- con la estructura misma de la
neurosis. La forma de Radiografía de la pampa es el desplazamiento de una escena primaria
traumática que se desplaza, por decirlo así. Lo que ofrece el texto es esa escena primaria, de la cual
vamos a hablar, una escena primera, fundante, que se va a ir desplazando, con el tiempo de la
neurosis (es decir, de manera cíclica) a lo largo de todo el texto. Lo que va a aparecer después son
figuras desplazadas de esa escena primera. ¿Y cuál es la escena primaria que funda el texto, lo
primero que vemos cuando leemos Radiografía de la pampa? La escena del conquistador. Eso está

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dentro del apartado de lo que él llama “los rumbos de la brújula”. ¿Quiénes son los que persiguen
los rumbos de esa brújula? Los conquistadores. El libro comienza con la escena de un conquistador
español, o de los conquistadores españoles. ¿Qué dice Martínez Estrada, en relación con los
conquistadores españoles? Básicamente, que son personas que huyen de su propio pasado, y que
tratan de venir a América. Piensen cómo está reescribiendo la escena del “descubrimiento” de
América. Obviamente, todo esto es un mito. Estamos hablando de cómo Martínez Estrada
reinterpreta ciertos mitos constitutivos de esta conciencia nacional. Esos conquistadores dejan atrás
su propia tierra para venir a América. ¿Qué quieren esos conquistadores? ¿En qué consiste, para
llamarlo en términos actuales, esa subjetividad conquistadora? Lo que buscan es riqueza. Vienen a
América a buscar riqueza. Eso ya es un elemento importante. Vienen a buscar algo que no
consiguen en su propia tierra, dice Martínez Estrada. Lo que vienen a buscar es “Trapalanda”. Esa
es una palabra que van a ver en el texto. ¿Y qué es Trapalanda? Había una leyenda mítica que
decía que en el sur del país, en la Patagonia argentina había un lugar que se llamaba Trapalanda.
¿Y en qué consistía Trapalanda? Era un lugar de metales preciosos. Todo el mundo los iba a
buscar allí. Entonces, lo que está diciendo Martínez Estrada es que los conquistadores vienen a
América a buscar a Trapalanda, una tierra prometida de riquezas. Eso es importante en Martínez
Estrada, ¿por qué? Porque lo que está diciendo ahí es que quienes van a venir a conquistar
América no vienen a hacer historia, a espiritualizar la naturaleza, a hacer un contacto
comunicativo, digamos, con los otros. Vienen en busca de riquezas. ¿Y con quién se encuentran,
cuando llegan a América? Con la pampa, no con Trapalanda. Con la pampa; en los términos más
pesimistas y más deterministas que ustedes pueden imaginarse, en relación con las descripciones
de la pampa argentina. Porque la pampa, es vista por Martínez Estrada de una manera ciertamente
europeísta. Es la pampa entendida como un océano; como una naturaleza sin historia, para decirlo
en términos hegelianos. Es un lugar inhóspito. La pampa es árida; no permite la sociabilización.
Son los primeros 3 capítulos del Facundo, sin la Providencia.

Estudiante: ¿Qué es eso de la Providencia?

Profesor: Sin una Providencia. Lo que quiero decir es que lo que le permitía, en los últimos 2
capítulos de Facundo, a Sarmiento… Hay varias lecturas, pero el Facundo para mí es un texto
trágico, en el sentido de que termina en Barranca Yaco. Literariamente, sea como sea, el final del
Facundo es que General Paz termina siendo boleado. Bajo el esquema de la lógica ilustrada, la
civilización tiene que ser un principio de síntesis, tiene que ser un principio superador de la
naturaleza. Bajo los esquemas ilustrados e incluso románticos, la naturaleza no puede triunfar, lo
que tiene que triunfar es el espíritu de la civilización, y después discutimos qué lugar tiene la

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particularidad ahí. Lo que no puede pasar –y por eso el Facundo es un escándalo- es que el
principio que viene a espiritualizar, el principio que está del lado de la Historia, termina siendo
boleado por la propia naturaleza. El escándalo que presenta el Facundo es que la civilización, lejos
de ser un principio de síntesis, termina siendo uno de los dos polos de acción. La ciudad y la
campaña están en el mismo nivel luchando, y encima pierde la civilización sobre la campaña, la
ciudad sobre la campaña. Ahora bien, ahí está la pregunta de Sarmiento en la introducción: si
Rosas o la barbarie es natural, si es forzoso, si es determinante, ¿para qué lo combatís?, interroga
Sarmiento. Se acuerdan que en la introducción dice: bueno, si Rosas es forzoso, ¿para qué lo
combatís? ¿Qué tipo de superación puede haber de esta situación en la cual se da el hecho
monstruoso de que aquel principio que tenía que ser síntesis superadora no es más de una de las
facciones en pugna, y encima cae derrotada, boleada por la boleadora de las montoneras? Y
entonces, hacia el final del texto, el modo que Sarmiento tiene de responder a ese problema es
introducir a la Providencia. Y cuando se introduce la Providencia, lo que está diciendo es que hay
un principio que permite tornar un mal en un bien. ¿Se acuerdan de los últimos 2 capítulos del
Facundo, cómo son? Rosas, a pesar de todo el mal que ha hecho, es un bien. Es una suerte de
astucia de la razón; porque ha permitido, a pesar suyo, una serie de elementos que dejan las
condiciones de posibilidad, o las condiciones necesarias, para llegar, esta vez sí, a un gobierno
civilizador que instrumentalice esas condiciones a los fines de la civilización. ¿Cuáles son esas
condiciones? Los hábitos de obediencia, la unificación del campo opositor, etc. La Providencia
cumple un papel de síntesis que no puede, hasta allí, cumplir el principio que debería hacerlo,
según el diccionario europeo, como dice el propio Sarmiento, la civilización. Cuando digo
“diccionario europeo”, me acuerdo de ese momento donde critica al diccionario civil europeo, que
designa con el nombre de “puma” lo que no es más que un mísero gato. Entonces, la Providencia
lo que puede permitir ahí es una síntesis y una superación de la situación. Entonces, cuando yo
digo que en el Facundo hay Providencia, lo que estoy diciendo es que ese principio permite
racionalizar lo que hasta allí era un mal absoluto; y cuando digo que la pampa, para Martínez
Estrada, es equivalente –no es lo mismo- a lo que describe Facundo, sacándole los dos capítulos,
lo que estoy planteando es, en Martínez Estrada, un universo donde la única síntesis posible es una
síntesis nefasta, es la civilización hecha barbarie sin que sea posible invocar ninguna Providencia
superador. La pampa, para Martínez Estrada, es repetición, no superación. Pero es una metáfora
nada más, una analogía. Aunque no está de más, porque Sarmiento es una figura muy presente en
Radiografía de la pampa.

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Entonces tenemos, por un lado, una subjetividad conquistadora. Sería el principio civilizatorio:
vienen a buscar riquezas, enriquecimiento, progreso. Y, por otro lado, tenemos lo autóctono. Lo
autóctono es la pampa, entendida como naturaleza sin historia, como pampa oceánica, pampa
hostil, que no permite la construcción de comunidad (para decirlo en términos actuales), no
permite la constitución de lazos. Incluso van a ver que hay un momento en donde Martínez Estrada
llega a decir “Europa es el polo humano”, como si Europa fuera el lugar de la constitución de esos
lazos. Y América parecería identificada con una suerte de naturaleza sin historia. De allí que
muchos autores hayan criticado, justamente, a Martínez Estrada este punto. Acá se lo acusa de
esencialista. Sebreli va a tener un libro –el contornista Sebreli- que se llama Martínez Estrada, una
rebelión inútil; en esta mirada, Martínez Estrada es un rebelede, pero su rebelión es inútil porque, a
pesar de que denuncia al liberalismo, no hace más que retener algunos de sus presupuestos más
fundamentales, como, por ejemplo, que América es el lugar de la naturaleza sin historia. Entonces,
ese libro, Martínez Estrada, una rebelión inútil, comienza con la siguiente frase: “La naturaleza es
de derecha.” La idea es que, efectivamente, así presentada la pampa no se puede modificar.

Yo creo que es una lectura posible, muy interesante, de Martínez Estrada, pero también se
pueden leer algunas otras cosas. Volvamos a la escena primaria: un conquistador que viene a
buscar Trapalanda. Por otro lado, tenemos una naturaleza inhóspita. ¿Qué se da, en esa
conjunción? Bueno, el conquistador –dice Martínez Estrada, y ahí aparece la estructura de la
neurosis-, cuando llega a América no se encuentra con Trapalanda, ¿y qué es lo que hace? En lugar
de retroceder, o en lugar de modificar la realidad, para que se generen otras condiciones que esa
naturaleza inhóspita, lo que hace es lo que hace cualquier neurótico frente a un deseo que no puede
realizar: lo reprime. La palabra “represión” acá debe entenderse en sentido metafórico y en sentido
literal. Todo aquello que se constituya como una evidencia en contra de su deseo de abrazar
Trapalanda, de acumular riquezas, va a ser reprimido. “Reprimido” quiere decir aquí suspendido a
la conciencia. Se lo borra. El mecanismo de represión es un mecanismo por el cual lo reprimido,
precisamente, es algo que se introduce en esa subjetividad, pero no se le permite que acceda a la
conciencia; lo cual quiere decir que sigue trabajando, a pesar y justamente porque ha sido borrado.
Reprimido, en lugar de elaborado. La represión significa que no advenga a la conciencia.
Entonces, el conquistador llega a la pampa y se encuentra, por ejemplo, con el indio, ¿qué es lo
que hace? No trata de fundar comunidad con el indio, sino que lo reprime. Lo reprime quiere decir
que lo borra. Borrar quiere decir que lo excluye del mundo; lo cual quiere decir que asesina al
indio y viola a su mujer. ¿Por qué? Porque el indio es la evidencia, es la certidumbre –entre otras-
de que efectivamente está en un territorio que no es Trapalanda. Entonces, necesita eliminarlo. La

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mentalidad conquistadora viene a conquistar bienes, y lo que hace es reprimir todo aquello que
signifique una constatación que desmienta esa ilusión; y lo que empieza con el indio, sigue con el
gaucho y termina con el pobre. Si uno quiere estar en Trapalanda, es molesto ver a los pobres,
porque los pobres están diciendo que eso no es Trapalanda; noten todo lo que le cuesta a la cultura
argentina visibilizar a los pobres, como si no existieran. Es esto. Lo que está diciendo es que hay
estructuras mitológicas fundantes de esto que llamamos cultura argentina, y que, en el origen de
esa cultura, no hay un pacto, un contrato social, una esfera pública y seres dialogando. No; lo que
hay es un acto de violación y de violencia. La Argentina está fundada en un acto de violencia y de
violación, en una mentalidad conquistadora que busca bienes y se encuentra con algo que prefiere
borrar.

Como, a pesar de que el borramiento, desde ya, no le alcanza a los conquistadores, en el sentido
de que borrar, violar, reprimir al indio no le va a devolver un mundo acorde a Trapalanda, esa falta
la sustituye por medio de un fetiche. Y entonces, la realidad comienza ella misma a ser valorizada
como un fetiche. Todo es valorizado. Todo fetiche va a ocupar un lugar de valor inexistente, pero
que precisamente va a cumplir la función de certificar a ese conquistador, que efectivamente su
ilusión sigue intacta. Entonces, no había metales preciosos, pero se va a valorizar la vaca. La vaca
va a ser el fetiche que va a sustituir esos metales preciosos que buscaba el conquistador. Después
de la vaca, la tierra; después de la tierra, el dinero; y hoy podríamos decir soja. Es un anacronismo,
pero quiero decir, efectivamente lo que advierte Martínez Estrada –y en el primer libro ya lo
encuentran- es que toda la realidad comienza a ser valorizada. A falta de bienes preciosos, se
instituye un elemento de esa realidad como la prueba de valor que ese conquistador necesita para
afianzarse en su propia aventura. De lo que no es capaz esa mentalidad conquistadora de renunciar
es precisamente aquello que la constituye como tal, que es colocar su sueño de realización en otra
parte. O sea, América tiene sentido, la pampa tiene sentido, en la medida en que ofrezca algo que
no es. Lo que no es capaz de hacer ese conquistador es revisar sus propias premisas, por las cuales
quiso conquistar América, y en aras de no renunciar a esa idea lo que hace es violar al indio, y
valorizar todo elemento de la realidad como una suerte de compensación sustitutiva ante esa falta
originaria: venía a buscar riquezas y se encuentra con otra cosa. Al decir esto, lo que tenemos que
decir es que, cuanto más apuesta al proyecto civilizador, cuanto más quiere enriquecerse, cuanto
más coloca el lazo social en la vaca, en la soja, en el dinero o en la tierra, más se barbariza. El
indio que ha matado ahora lo tiene adentro del alma. Se ha convertido en un bárbaro, él mismo. Lo
dice así:

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Vivimos con aquellas minas de Trapalanda en el alma. El antiguo Conquistador se yergue
todavía en su tumba, y dentro de nosotros mismos mira, muerto, a través de sus sueños frustrados,
esa inmensidad promisoria aún. Somos su tumba y, a la vez, la piedra de su honda.

¿Qué significa que somos la piedra de su honda, y somos todavía la tumba de ese Conquistador?
Lo que quiere decir es que los personajes –y Sarmiento está incluido en esa historia- lo que hacen
es repetir esta posición de la subjetividad del Conquistador. Esta idea de que nunca nos es feliz
vivir en América, por decirlo así, o lo es sólo en la medida en que América, o la pampa, nos provea
de riquezas, de dinero, de lo que sea. Es lo único que justifica el proyecto civilizatorio, esa
promesa fundante de bienes materiales incalculables. Es ese el destino de grandeza del cual
hablaba Scalabrini Ortiz, que se ha quebrado en el 30, pero que sigue teniendo largo eco. Es esa
idea de que la Argentina es un país destinado a la grandeza, a la acumulación de riquezas, y que la
apuesta pasa por ahí, la promesa fundante pasa por ahí. Lo que puede proveer este país es eso:
riquezas, dinero, monedas. Esa sería la clave. Y cuanto más se apuesta a ese proyecto, más se
barbariza quien así apuesta. Por lo tanto, no es que la civilización está poblada de la barbarie, sino
que son ambos, uno y otro, principios indisolubles, solidarios, afines.

Estudiante: No me quedó muy clara la parte que dice que reprimen su deseo metafórica y
literalmente. Literalmente sería porque reprimen a los indios, y metafóricamente sería porque
trasladan a la vaca…

Profesor: Claro, se engaña. Y después de la vaca, ¿qué va a ser? Allí donde la civilización
consiste en la república, en las leyes, va a decir Martínez Estrada, aparecen las pseudoestructuras.
¿Qué son las pseudoestructuras? Ahí la clave es Simmel: la relación entre las formas y la vida.
América es una naturaleza inhóspita, no produce las formas en que discurre la vida que produce
Europa. Entonces, allí donde –y en este momento sí se mantiene muy europeísta Martínez Estrada-
, dado que Europa es el polo humano, ahí sí las formas sociales en que se cristaliza la vida están
más o menos de acuerdo con ese mismo fluir. Entonces, allí donde tenía sentido la constitución, la
ley, el parlamento, etc., termina siendo importado por una mentalidad conquistadora, que
precisamente no está de acuerdo con vivir en la pampa tal como es la pampa, sino que necesita de
esas pseudoestructuras o instrumentos ortopédicos para paliar una falta primordial. Esa sería la
idea.

Entonces, más allá de lo que pensemos de esta escena, lo que está tratando de reescribir acá
Martínez Estrada son dos mitos constitutivos. Una es la idea de que la Argentina es un país
destinado a la grandeza, a la grandeza material, etc. Ahí no es que se lo desmienta, sino que se dice
que, precisamente por ser así, Argentina es lo que es. Martínez Estrada llegó a decir que él deseaba
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que la Argentina desaparezca. No veía la hora. El problema no es que no se haya podido cumplir la
civilización, sino que precisamente se cumple. Ese es el problema. Es más radical el mal que
enuncia. Yo dije que es un texto que sirve para explicar la crisis; más bien, la crisis le da la
oportunidad de pensar cuáles son los núcleos imaginarios con los cuales se ha fundado este país.
Es lo que permite, por fin, enunciar algo distinto dentro de esta conciencia mitológica que abarca
todo, esta mentalidad conquistadora con la cual se ha mirado este país. Entonces, uno podría decir,
el problema no es tanto que no se cumple el programa civilizatorio, como decíamos antes, no es la
contradicción entre la república posible y la república verdadera (bajo este perspectiva, todo el
problema sería cómo saldamos el hiato entre lo que estamos y lo que podemos llegar a ser), sino
que, precisamente, porque hemos llegado a realizar ese proyecto civilizado formulado en estos
términos es que, detrás de esa máscara civilizatoria, opera una barbarie profunda. Y el segundo
gran mito que está destruyendo Martínez Estrada es el del crisol de razas. Es otro mito fundante: la
Argentina es el país del crisol de razas, donde todas las razas se han asimilado y conjugado entre
sí. Bueno, no. Por ejemplo, en aquella escena que recordábamos de Mitre, o aquella de Blasón de
plata de Rojas, del año 1910, donde, poco más, poco menos, Rojas describe al “descubrimiento”
de América en términos de encuentro de los indios con los conquistadores, más o menos como si
los indios hubieran estado esperando en la costa la llegada de los conquistadores a fines del siglo
XV – es esa explicación la que le permite a Rojas, en el Centenario, pensar la identidad nacional
como armonía entre el indianismo y el hispanismo. Bueno, esa escena está hecha trizas aquí, en
este texto. Argentina no es un país fundado en el crisol de razas, sino que lo que lo funda es un
acto de violencia, una violación, y el destino de grandeza supone una mirada conquistadora. ¿Qué
significa ser argentino? No un europeo trasplantado, sino un conquistador. ¿Qué es el argentino?
Una mentalidad conquistadora en un territorio inhóspito. Es eso ser argentino según Martínez
Estrada. Una mentalidad conquistadora quiere decir una subjetividad que coloca sus deseos de
realización colectiva, no en su propio lugar, sino siempre en otra parte. Sigue mirando como un
conquistador. Sigue buscando lo que no es. Y, en lugar de pensar en algún momento en renunciar a
esa búsqueda, continuamente la reafirma; y, al reafirmarla, se barbariza. Y lo que aparentemente se
ha eliminado, reprimido, literal y metafóricamente, en realidad termina introyectado. Uno podría
decir, para pensar fenómenos más contemporáneos, que bajo esta clave que nos sugiere Martínez
Estada no es casual que en la ciudad más civilizada de América Latina (la que era pensada así, en
esos términos), aparezca la ESMA,. El pueblo más culto, supuestamente, de Latinoamérica, o más
avanzado en alfabetización, es capaz de producir el campo de concentración. Es una lectura
posible del siglo XX argentino en esta clave. ¿Por qué? Porque hay algo del orden de la
organización político-cultural imaginaria argentina, que hace posible pensar que civilización y

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barbarie no son dos cosas distintas, sino que están altamente imbricadas. No es original Martínez
Estrada; esta denuncia la podíamos encontrar ya en el siglo XIX en Mansilla, incluso en José
Hernández.

Estudiante: ¿Sarmiento vendría a decir que el fundamento de la nacionalidad argentina se da por


la pugna entre dos elementos, que son civilización y barbarie, y Rosas vendría a ser la síntesis?

Profesor: La mala síntesis.

Estudiante: Y Martínez Estrada vendría a decir que no son dos elementos, sino que son el mismo
elemento que se conjuga.

Profesor: Claro. En la lectura de Martínez Estrada, ¿cómo termina el libro? ¿Cuál es el último
apartado? Se llama “Civilización y barbarie”. ¿Y qué es lo que plantea ahí? Que Sarmiento es el
último gran Conquistador de la cultura argentina; el más notable, es Sarmiento. Porque Sarmiento
lo que hace es replicar el gesto del Conquistador que habíamos hablado. Es un fabricador de
ilusiones. Es el más grande, y, aparentemente, el más lúcido de todos ellos. Sarmiento como aquel
que, proviniendo de la barbarie, pudo entrever mejor esa dimensión, al mismo tiempo es el mayor
de todos los conquistadores. Y en los sueños de Sarmiento, en la civilización sarmientina, están los
sueños de todos los argentinos. Pero esos sueños son los sueños de un Conquistador, de una
mentalidad conquistadora, que quiere implantar lo que no existe. Quiere transformar la realidad
con un ímpetu que no lo tiene ninguno –por eso el final del libro es con él-, pero cuanto más lo
quería, más se barbarizaba. Ese sería el planteo. Esta escena de la violación, y de Sarmiento como
conquistador, va a tener mucho impacto en la cultura argentina. Sarmiento, el padre de la
oligarquía, el primer conquistador. El ejemplo lo tienen, por ejemplo, en Viñas. Viñas comienza
Literatura argentina y realidad política, un texto clásico de la crítica literaria argentina, con la
escena de una violación. Todo el grupo Contorno es lector de Martínez Estrada. ¿Y cuál es la
violación que marca ahí? La literatura argentina se funda con una violación: la violación del
unitario por las masas federales en El matadero. Y el Facundo es la reacción frente a esa violación.
Todo el plan político-cultural de esa Argentina oligárquica va a consistir en intentar espiritualizar
esa materia hostil al principio civilizatorio; tan hostil, que viola al unitario, el europeo. Mientras
que El matadero ofrece la violación, el Facundo es el programa de la oligarquía argentina, según
Viñas. Es un programa tendiente a la idea de que la función de la cultura y de la política es
espiritualizar a las masas, para hacerlas cívicas, para hacerlas ciudadanas; para que no se declaren
hostiles al principio civilizatorio. Y la lectura que hace Viñas es: bueno, los intelectuales
argentinos siguen ese programa, que culmina con Borges, y con la Revolución Cubana como
paradigma de otro tipo, de otro modo de entender la relación entre política y literatura, política y
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masas. Borges sería el último intelectual sarmientino en el cual se condensaría la imposibilidad de
ese proyecto; porque Borges es pura espiritualidad, ya sin contacto con la materia. El contacto con
lo popular es imposible. Borges se ha quedado ciego, dice Viñas; es puro espíritu. Con un mojón
resonante en el itinerario de Lugones, que también hace suyo el programa de una literatura que se
propone precisamente espiritualizar la materia. Nosotros habíamos hablado de eso. Y cuando ve
que es imposible, se suicida; en los años 30, en la época de los suicidas, para Viñas. En la lectura
de Viñas, por cierto, los años 30 tienen un lugar central y desde ya, Martínez Estrada ocupa un
lugar. Es el lugar, en el campo de la cultura, que Lisandro de la Torre –otro suicida- ocupa en la
política. Es lugar de la denuncia.

Estudiante: ¿Cómo es que se hace el puente entre esta supuesta espiritualización de la materia
que pretenden algunos intelectuales, y eso como constitutivo del pensamiento liberal?

Profesor: Es una interpretación. Pero Viñas lo que diría es que el programa liberal consiste en
espiritualizar la materia, con todo esa apuesta de Sarmiento por formar ciudadanos en la Escuela,
allí donde la campaña formaba el gaucho malo. Todo gaucho debe convertirse en un buen
ciudadano. ¿Y eso qué significa? Hacerle la guerra a la montonera, de un modo distinto. Combatir
la montonera de un modo distinto al modo en que se lo ha combatido previamente. Y es lo que
escribe en el Facundo: se la ha combatido mal. O bien se ha intentado hacer una mala copia de
Europa –es el caso de Rivadavia- o bien se le quiso a la montonera hacer la guerra de una manera
montonera –es el caso de Lavalle-. Es querer cortar el nudo con la espada. Lo que hace falta para
efectivamente transformar la barbarie es transformar el terreno en donde se presenta la batalla. Y
esa batalla la tiene que dar la Escuela. Esa argumentación, la de Viñas, podría ir por ahí, en ese
sentido. Pero de lo que se trata es de lecturas globales que están muy ligadas con el contexto de
producción del cual dependen, y a su vez configuran. Ese Viñas que escribe Literatura argentina y
realidad política forma parte de un proceso de entera revisión de la historia argentina, que tiene
comienzos en la década del treinta, justo en la unidad que estamos viendo, y que, a lo largo del s.
XX, va a pasar por distintas estaciones. Uno puede decir, ahí la estación cubana es muy
importante. Viñas forma parte de una generación que tiene como referencia el hecho de que,
efectivamente, en América hay una revolución que se hace en nombre del propio continente, que
instituye como su propio ícono a Martí, un pensador latinoamericano –hay restos de este giro en el
presente, miren el cartel al fondo del aula. Y, a su vez, está repensando el vínculo entre clases
políticas y masas a la luz de la experiencia del peronismo. Viñas no era peronista, pero
efectivamente forma parte de una generación que resultó crítica con los modos en que la izquierda,
etc., había pensado, en los momentos de surgimiento del peronismo, la relación entre cultura,

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política, masas, poder. En medio de ese escenario, Martínez Estrada se convierte en un autor que
resulta, por un lado, el antecedente de una serie de revisiones. Es el sinónimo de aquel autor que va
a denunciar la crisis de la Argentina oligárquica, pero que llega hasta ahí; como Lisandro de la
Torre. Su gesto es el de la denuncia, no el de la reformulación.

Entonces, si uno entiende esa escena primaria, va a ver cómo esa escena se va repitiendo a lo
largo del texto. Y el lugar que en un momento ocupa el conquistador, lo va a ocupar el colono. Y el
lugar que ocupaba una vez el colono, lo va a ocupar el inmigrante. Y, por el lado de los “hijos de la
tierra”, como los llama él, el indio, el gaucho, el pobre. ¿El gaucho quién es? No es el héroe de la
patria, es el hijo de una mujer violada, la india, y de un padre ausente, el conquistador. Ahí aparece
la figura del mestizo, una figura que tiene alta productividad, alta eficacia, en el ensayo nacional.
Lo que es interesante en Martínez Estrada, para discutirlo, es que el polo agredido –la tierra, el
indio, la mujer, etc.- no tiene redención, en Radiografía de la pampa. No es que en algún momento
esa violencia sufrida será liberada. Son parte de lo mismo. No es convertida la barbarie en un
principio liberador de toda la sociedad, como va a aparecer en algunas lecturas revisionistas. No es
que hay una inversión, sino que no hay salida, básicamente. En un principio, no hay salida.

Entonces, vamos a ir puntuando algunas cosas. Ya lo dijimos: la pampa es el principio


indisoluble, de intrínseca afinidad entre la civilización y la barbarie. Hay un fuerte cuestionamiento
a la idea de grandeza como un elemento fundante, y constitutiva de este país, y una crítica a la
generación del 80 que van a encontrar en el texto, algo así como: la generación del 80, en lugar de
prometerle a los inmigrantes trabajo –lo cual implica cierto tipo de vinculación con el otro y con la
tierra- lo que le prometía es dinero. No dijo “vengan a trabajar”, dijo “vengan a enriquecerse”.
Trapalanda. Sigue operando el principio de los bienes, del dinero. Y el otro mito criticado es el
crisol de razas: en el origen no está la armonía entre las razas, sino la violación, la violencia. Es lo
que también habíamos dicho: mediante ese mecanismo de la represión, su correlato es la
institución de algún elemento de la realidad como un principio de valor. Toda la realidad aparece,
así, valorizada. Primero será el oro, la tierra, la vaca, etc. Entonces, la riqueza se va a medir en
función de eso: quién tiene más vacas. En ese sentido, es muy sarmientino Martínez Estrada. De
hecho, comienza así Radiografía de la pampa, con una cita de Sarmiento, que es: “…vacas, vacas,
vacas”. O sea, recupera al Sarmiento crítico de la oligarquía argentina. Aparece toda esta serie de
desplazamientos que antes les dije. Cuando ustedes lean las reflexiones que le dedica al
inmigrante, por ejemplo, en “Panorama del miedo”, tengan en mente la escena inicial, porque lo
que le va a pasar es lo mismo que al conquistador. De vuelta, el principio articulador es siempre un
principio cíclico: se vuelve siempre a la imposibilidad misma del origen. Pero el tema es que el

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desplazamiento permite que se desplace, y aun más, que se profundice la barbarie. Así que, por un
lado, estamos dentro de un círculo, estamos dentro del terreno del mito. El tiempo del mito es un
tiempo circular: no hay historia. Lo que hay es retorno de lo mismo. Ahí aparece Nietzsche, la idea
del eterno retorno. ¿Qué es lo que siempre aparece retornando? Bueno, precisamente esta promesa
del Conquistador, y el territorio hostil de la pampa; y todo lo que eso genera, ya hemos hablado.

A su vez –y esto también, de algún modo, lo anticipamos-, con tal de no renunciar a esa ilusión,
lo que se asumen son determinados mecanismos de defensa: reprimir, o protegernos de una
eventual desilusión. El problema es que, una vez implementados esos mecanismos de defensa, los
propios mecanismos que vendrían a ser mecanismos de defensa terminan siendo ofensivos.
Aparece la paradoja de que aquello que debía proteger de lo bárbaro termina siendo un principio
de barbarización. Entonces, uno de los modos de compensar una realidad concebida como falta es,
precisamente, la Constitución, la ley, etc. Son soluciones ortopédicas que, una vez introyectadas de
una realidad a otra, terminan teniendo una función completamente distinta, e incluso peor a todo lo
previsible, porque contribuyen a profundizar esa barbarie. Y el ejemplo central que van a encontrar
en el texto es el del Ejército: es la institución central para la defensa de la civilización, pero es él
mismo el introductor de la barbarie. Es algo interesante lo que dice Martínez Estrada en relación
con el Ejército, porque la imposibilidad de fundar comunidad, la imposibilidad de fundar historia,
la imposibilidad de fundar relaciones entre las personas y entre las personas y la naturaleza en
términos de esto venimos argumentando, en términos de comunidad, de lazos, de generar historia,
de tener proyectos en común, de apostar al tiempo, etc., la imposibilidad de ese tipo de relaciones
hace que el Ejército tenga un rol central, porque, ¿cómo va a estar cohesionada esa sociedad?, se
pregunta Martínez Estrada. Primero habría que preguntarse hasta qué punto estamos frente a una
“sociedad”, hasta qué punto es una nación. Y segundo, aun suponiendo que es una nación y una
sociedad, ¿cómo mantiene cohesión? Por la fuerza. Solamente por la fuerza. Entonces, a partir de
allí, el Ejército, en una sociedad de esa índole, donde el lazo social es tan dificultoso, cobra un
lugar central. Pero precisamente la centralidad que ocupa el Ejército no hace más que profundizar
el problema, porque el Ejército, entonces, se convierte en una máquina de guerra; una máquina
que, de algún modo, succiona esas fuerzas de desintegración de la sociedad, las mantiene
cohesionadas, pero para mantenerlas cohesionadas necesita multiplicarse. Y cuando se multiplica
no hace más que prolongar ese aparato de guerra, que, cuando no lo puede orientar hacia una
fuerza exterior, lo coloca hacia la propia población, que al mismo tiempo lo necesita para
mantenerse cohesionada. Nuevamente vemos que civilización y barbarie no son dos cosas
distintas, sino son cara y ceca de un mismo proceso. El análisis que hace del Ejército es buenísimo.

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Estudiante: El Ejército se autonomizó más y más de la sociedad civil.

Profesor: Hay una frase que dice “Bajo el subsuelo de la pampa, la roca”, aludiendo al metal
militar; hablando de esta necesidad y, al mismo tiempo, dificultad del Ejército en la Argentina.

Entonces, en los mecanismos de defensa, aquellos que tendrían como función protegernos de la
barbarie, son instrumentos de barbarización. Desde ya, que este escenario dibuja una serie de
pasiones, que están continuamente anidando en los cimientos de cada una de las relaciones
sociales. Las pasiones nacionales por excelencia, en este ensayo, son varias, una es el miedo. ¿Y
por qué es el miedo? El miedo es una de las pasiones nacionales, dice Martínez Estrada. Lean,
reitero, el apartado que se llama “Panorama del miedo”; es excelente, en términos descriptivos.
Precisamente, si en el origen está la subjetividad conquistadora, ¿qué vínculo puede establecer esa
subjetividad con los otros y con la tierra? Un vínculo no de humanización, espiritualización, sino
de tenencia, de poseción. El conquistador es básicamente un poseedor. Con lo otro, se relaciona en
términos puramente posesivos. Si eso es así, entonces se entiende que el miedo sea la pasión
fundante de una sociedad fundada básicamente en esa subjetividad, porque lo que la agobia en
todo momento a esa subjetividad conquistadora es perder lo que él cree que posee. El miedo es la
experiencia social que anida en las ciudades y la campaña. La otra es el odio; el odio del hijo de la
tierra, que ha sido producto de la violación a su madre india, y de la ausencia de su padre. La
discordia. Cuando Joaquín V. González hablaba antes de la era de la discordia, acá entra esa
pasión. También el resentimiento. En M. Estrada, el violado, el hijo de la mujer violada, no es
sujeto que logre redimirse, sino que va a reaccionar motivado por el resentimiento y ese
resentimiento no va a poder convertirlo en redención. Ahí aparece un Martínez Estrada más
nietzscheano: los que están en situación de debilidad, no son el puente al superhombre… Por el
contrario, quién sí va a colocar en los hijos de la tierra la promesa de la redención es Rodolfo
Kusch, un gran lector, por otra parte, de M. Estrada.

Esos mecanismos de defensa pueden ser vistos en funcionamiento, por ejemplo, en la


construcción de la Ciudad de Buenos Aires. Hay todo un apartado dedicado a Buenos Aires.
Buenos Aires es la síntesis de esa máscara civilizada, corroída por una profunda barbarie. Buenos
Aires fue hecha para negar lo que existía, pero no hace más que multiplicarlo. Quiere ser una
ciudad que dialoga con Europa y no con su interior, y sin embargo lleva la campaña en su propio
corazón, en su propia alma, en su propio fundamento. ¿Por qué? Porque la ciudad misma replica la
forma de la barbarie: es chata, plana y cuadriculada; como el mar y como la llanura, dice M.
Estrada. Y lo que es interesante, vuelvo a decir, es que el principio sometido no es un principio de
liberación, porque lo que él dice es que el interior no es que apuesta a liberarse. O, mejor dicho, si

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ha apostado, ha renunciado a llevar esa conclusión hasta las últimas consecuencias. El interior
mantiene con Buenos Aires no una relación que pretende reformular, sino una relación de odio,
porque es claramente el ámbito postergado del país, pero a su vez de no puede dejar de admirar a
Buenos Aires. No deja de retener a Buenos Aires como su propio centro, esa es la lectura de
Martínez Estrada.

Entonces, la barbarie también se multiplica en el interior, porque, en lugar de constituir


sociabilidad, lazos, etc., lo que se intenta es retener a Buenos Aires como centro. Esa es la lógica
de M. Estrada. Esta misma lógica le sirve a M. Estrada para pensar los procesos históricos
nacionales, por ejemplo la revolución de independencia, de la cual dice que la revolución se divide
en dos: lo que era Buenos Aires, y lo que es el interior. Para Buenos Aires, la revolución es la tesis.
Él lo llama así, “la tesis”. ¿Qué quiere decir? La tesis es libertad, igualdad y fraternidad. Para
Buenos Aires, la revolución es eso, es una tesis; un sueño, como el que soñaba el Conquistador,
una idea, un ideal. Pero lo que en realidad quiere Buenos Aires es independizarse de España, para
convertirse ella en una ciudad que se constituya y se instituya en una nueva metrópolis. No es que
quiere refundar las relaciones coloniales. Lo que es una tesis para Buenos Aires, para el interior es
un acto. De algún modo, el interior sí –porque no tiene nada que perder- trata de llevar la
revolución hasta las últimas consecuencias. ¿Qué le ocurre? ¿Logra redimirse el interior, al
convertir la revolución en acto? No, lo que hace es profundizar aun más la barbarie, en el sentido
de que, profundizada esa bandera, todo lo que hay es el caos y la anarquía, dice M. Estrada. O sea,
nunca encuentra en eso otro un principio de redención, de superación.

Desde ya que en la mentalidad conquistadora la relación con lo otro es una relación de posesión
y de extracción. No hay una burguesía productivista en la Argentina, para decirlo de este modo. La
mentalidad de las iniciativas económicas está claramente moldeada por una cultura que es
básicamente extractiva. Lo que se busca de América es Trapalanda, es decir, la extracción de
bienes. Se piensa a lo otro como bien, y no algo para ser espiritualizado, trabajado, transformado.
Entonces, la mentalidad económica también es una mentalidad extractiva. La riqueza se produce
por extracción, no por producción.

Estudiante: Se parece bastante al tema de la teoría de la dependencia.

Profesor: Sí. Me parece que Radiografía de la pampa –por lo menos en la interpretación que
hago yo- es un texto que comienza a indagarse algo así como esta idea de la mentalidad
colonialista, etc. Lo que pasa es que no hay principio de solución, como sí hay en la teoría de la
dependencia.

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Estudiante: Entonces el verdadero motor del desarrollo nacional es la barbarie. Todo intento de
civilización va a decantar en barbarie.

Profesor: Claro, pero es una barbarie que se construye y se constituye como civilización. Eso es
importante. Se reivindica como civilización.

Ustedes con la selección de textos van a ir viendo cómo esto se va construyendo con distintas
figuras. Yo mencioné algunas: cómo se dedica a pensar Buenos Aires, la revolución, las vacas.
Está hablando de esto. Y el final del texto es un mano a mano con Sarmiento, como les había dicho
antes. Se llama “Civilización y barbarie”. Voy a compartir brevemente algunos pasajes. Dice:

Los criadores de ficciones eran los promotores de la civilización, enfrente de los obreros de la
barbarie, más próximos a la realidad repudiada.

Estamos de vuelta en la escena del Conquistador inicial; nada más que solamente nos hemos
desplazado un poco en el tiempo.

Al mismo tiempo que se combatía por desalojar lo europeo, se lo infiltraba un grado supremo de
apelación contra el caos. El procedimiento con que se quiso extirpar lo híbrido y extranjerizo fue
adoptar las formas externas de lo europeo.

O sea, las pseudoestructuras: ir a lo otro, para plantar en el territorio lo que no hay.

Y así, se añadía lo falso a lo auténtico. Se llegó a hablar francés e inglés, a usar frac, pero el
gaucho estaba debajo de la camisa de plancha.

Esta es la idea que recorre todo el texto: el gaucho está siempre, la barbarie está siempre debajo
del frac; con el giro específico de que el gaucho se manifiesta a través del frac. Eso es importante.

Y precisamente, se afirmaba un estado de barbarie consustancial con la apariencia,


convirtiéndose en materia de cultura lo que era abigarramiento de las exterioridades de la
cultura.

Y miren lo que viene después:

El más perjudicial de esos soñadores –o sea, en la línea con los conquistadores-, el constructor
de imágenes, fue Sarmiento.

Y esta es la frase genial:

Su ferrocarril conducía a Trapalanda…

Es buenísimo. Fíjense, hay un momento del texto que se llama “Las rutas de las manos”, donde
analiza la configuración del ferrocarril. Se repite la misma idea: lo que es instrumento de

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modernización, de civilización, no ha sido más que un multiplicador de barbarie. Y las rutas de las
manos, ¿cuál es? La ruta con la cual el Ejército persiguió al indio. Él va mostrando cómo se ha
desarrollado el esquema del ferrocarril, en línea con esa “conquista”. ¿Se entiende cómo se va
desplazando la misma argumentación?

Su ferrocarril conducía a Trapalanda, y su telégrafo…

De vuelta, la crítica a la modernización; pero no a la modernización en sí, sino al modo en que se


une un proyecto modernizador, pensado de determinado modo, dentro de este mismo ámbito. Y
además, son temas que se están discutiendo en la década del 30. Piensen que Scalabrini Ortiz
escribe sobre los ferrocarriles argentinos como disparador de la cuestión imperialista y colonialista,
en estos años.

…y su telégrafo daba un salto de cien años en el vacío. Con razón consideró el destructor de
sueños, su enemigo, que se habían incorporado con ellos a la vida argentina nuevos elementos de
atraso, poniendo la palabra «Bárbaro» en el fastigio de todas las obras de progreso Sarmiento fue
el primero de los que alzaron puentes sobre la realidad; Pellegrini el último.

En realidad, Pellegrini en términos políticos; pero el último que trazó los puentes imaginarios,
cual Conquistador, fue Sarmiento. Sin embargo, él mismo está atravesado por aquello que pretende
combatir. Acá se puede utilizar la observación de Piglia sobre la mala cita de Sarmiento en el
Facundo. No sé si la trabajaron en los prácticos. Cuando él pone “Las ideas no se matan” en
francés, él cita a Fourier. Y la cita es de Diderot. Entonces, Piglia lo que dice es: en el mismo
momento en que está intentando establecer la diferenciación entre civilización y barbarie -los que
hablan en francés son civilizados, los que no, son bárbaros- él mismo cita mal. Es decir, él mismo
se barbariza; como si fuera parte de un problema central de esa cultura: esta idea de que la barbarie
carcome incluso a los promotores de la civilización. Lo dice de este modo, Martínez Estrada:

El creador de nuevos valores era un producto, por reacción, de la barbarie. Hizo guerra a la
guerra, oponiendo el libro a la tacuara; la imprenta a la montonera; el frac al chiripá; a los
ímpetus del instinto y de la inspiración del baquiano y del payador y a los vicios endémicos del
campo abierto, la perseverancia, la paciencia y el cálculo. Arranca lo que hay y planta lo que no
hay. Facundo fue un libro de escuela para adultos y Conflicto y armonía de las razas en América,
su testamento para la juventud.

Ese es el análisis. El último de los conquistadores, sin embargo, está equivocado, porque
precisamente no puede ver lo que hemos planteado: civilización y barbarie son cara y ceca de un
mismo proceso. Y así termina el libro:

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Lo que Sarmiento no vio es que civilización y barbarie eran una misma cosa, como fuerzas
centrífugas y centrípetas de un sistema en equilibrio. No vio que la ciudad era como el campo y
que dentro de los cuerpos nuevos reencarnaban las almas de los muertos. Esa barbarie vencida,
todos aquellos vicios y fallas de estructuración y de contenido, habían tomado el aspecto de la
verdad, de la prosperidad, de los adelantos mecánicos y culturales.

Es decir, la apariencia se había convertido en lo que es. No se podía percibir el carácter iluso de
la ilusión, porque la ilusión se presentaba a nosotros como la realidad misma. Tal fue la
importancia de los soñadores como Sarmiento; a tal punto de que Martínez Estrada está
sosteniendo acá que quienes fueron sus sucesores, fueron un sueño dentro de los muchos sueños
que tuvo Sarmiento.

Los baluartes de la civilización habían sido invadidos por espectros que se creían aniquilados, y
todo un mundo sometido a los hábitos y normas de la civilización, eran los nuevos aspectos de lo
cierto y de lo irremisible. Conforme esa obra y esa vida inmensas van cayendo en el olvido, -y acá
está la crisis- vuelve a nosotros la realidad profunda.

Ahí está la crisis del 30, y después va a ser el peronismo. Martínez Estrada va a escribir ¿Qué es
esto? cuando el peronismo sea derrocado. Y, básicamente, lo que va a leer es: esa naturaleza
violada se toma revancha con el peronismo.

Conforme esa obra y esa vida inmensas van cayendo en el olvido, vuelve a nosotros la realidad
profunda.

¿Y cómo termina?

Tenemos que aceptarla con valor, para que deje de perturbarnos…

No llama a la liberación nacional, como los teóricos de la dependencia.

…traerla a la conciencia, para que se esfume y podamos vivir unidos en la salud.

Así termina Radiografía de la pampa. En el momento en que se establece la denuncia contra


Sarmiento, sin embargo hay un giro sarmientino. Es decir, el modo de dirimir la crisis es, por lo
menos, llevarla a la conciencia. Ese lugar de la conciencia, ese lugar de la enseñanza, de la
conciencia como reducto de lo que se puede aprender, y aprender para, de este modo, mejorarnos,
es un giro sarmientino, en el mismo momento en que se está criticando a Sarmiento.

Lo que es interesante es la posición de enunciación de Martínez Estrada aquí. Se presenta, así,


como el terapeuta; como aquel que puede, habiendo avistado, entrevisto, los componentes
imaginarios de la promesa que hace posible el lazo social en Argentina, una vez que los exhibe, y

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que los lleva a la conciencia de los otros, lo único que pide es la escucha de una palabra que tiene
un poder de curación, que reside, básicamente, en la capacidad de exhibir el carácter mítico de lo
que ha sido presentado como realidad y como ilusión. Pero es una ilusión que, con ropajes
civilizatorios, no hace más que profundizar la barbarie. Hay que renunciar a ese sueño; hay que
renunciar a ese sueño del Conquistador como promesa fundante de la nacionalidad argentina.
Hasta tanto eso no se lleve a la conciencia, la barbarie reaparecerá. Y, cuanto más fuerte y más
profunda es la apuesta por la civilización, más barbarizada va a aparecer. Esa sería la idea.

¿Alguna pregunta?

Estudiante: ¿Se podría renunciar a esta situación originaria?

Profesor: Esa es una buena pregunta, porque en todo el texto parece que no hay lugar para
sustraerse a esta determinación que proviene del medio y la promesa; pero, hacia el final, él se
coloca en un lugar donde uno debe entender que, porque ha atravesado por su cuerpo todos los
males de la nación, de algún modo espera lo mismo del otro, y a su vez anuncia la posibilidad de
modificarlo. Es el único momento del texto donde uno puede ver un resquicio para la libertad.
Porque si no, no puede denunciar esto.

Lo que va a haber en los otros textos de esta época, por ejemplo los del revisionismo histórico, es
otro tipo de respuesta a la crisis, donde lo que se trata es de repensar la entera historia nacional.
Pero en otra clave, opuesta a la mitrista y a la sarmientina. Ahí van a estar depositadas las
expectativas para dar cuenta de la crisis. Para mí, es un buen texto Radiografía de la pampa para
cerrar la materia; sobre todo en una materia donde Sarmiento permite, de algún modo, establecer
estos diálogos.

Mi nombre es Matías Farías, y mi mail es matfar2000@gmail.com. Entonces, cualquier duda que


tengan sobre este tema en particular para el final, me pueden escribir ahí.

¿Alguna duda más?

Estudiante: Vos habías dicho que Viñas, y todos los historiadores revisionistas literarios, habían
depositado esperanzas en la Revolución Cubana.

Profesor: No, algunos historiadores revisionistas, pero de un revisionismo que en los sesenta ya
es otra cosa.

Estudiante: Bueno, pero era una tendencia. Martínez Estrada también.

Profesor: Y bueno, él lo que va a escribir en los 60 es que en Radiografía de la pampa se estaba


adelantando a Fanon. El Fondo de Cultura Económica reedita una antología de sus textos;

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entonces, él escribe un prólogo para esta antología, que se llama “Prólogo inútil”.  Probablemente,
está relacionado con el texto de Sebreli, Martínez Estrada, una rebelión inútil. Y bueno,
precisamente lo que trata de hacer es releer en clave anti-colonialista su propio ensayo de la crisis
del 30. Lo que me parece que ocurre es que Martínez Estrada está muy peleado con la Argentina.
Incluso lo que está pasando aquí no le parece algo en torno a lo cual haya que organizar algún tipo
de apuesta. Él, por ejemplo, con el peronismo sufre una enfermedad de la piel, en serio. Hasta el
55, tiene como una especie de psoriasis. Él va a decir “sintomaticé con el peronismo”. Y no le
gusta lo que pasa aquí en la Argentina. Me parece que es interesante la explicación de Viñas
cuando, precisamente, en relación con el elemento cubano, lo que dice es que Martínez Estrada
necesita viajar a Cuba para reconciliarse con América; porque puede leer la Revolución Cubana en
esos términos, en términos de un movimiento anticolonialista, pero un movimiento anticolonialista
que reivindica a ciertos intelectuales, como por ejemplo Martí. Es decir, algo muy distinto al
peronismo, en un punto. Es una revolución que le confiere algún lugar a los intelectuales. Y es una
revolución, a su vez, que le permite denunciar los mismo temas que venía denunciando en los 30
de la cultura argentina: este elemento ortopédico (hoy diríamos “careta”), pseudocivilizado. La
Revolución Cubana en la Argentina es, por supuesto, bienvenida, incluso en sectores que exceden
la izquierda, pero siempre con la advertencia de que no es un caso para seguir en la Argentina.
Excepto para las nuevas generaciones de intelectuales y la izquierda nacional. Pero ese es otro
tema.

Estudiante: No encuentran condiciones de posibilidad.

Profesor: Claro. Incluso el Partido Comunista Argentino. Eso va a provocar la ruptura de muchas
de sus vanguardias, sobre todo en los sectores más juveniles.

No sé si estoy respondiendo del todo a la pregunta, pero me da la impresión de que ese saludo a
la Revolución Cubana tiene más que ver con temáticas propias de Martínez Estrada de su relación
con la Argentina. Más que un interés por la Revolución Cubana, me parece que en la Revolución
Cubana encuentra cierta certificación de viejas dudas y de viejas deudas que él mantiene con la
Argentina, me parece. Yo lo pensaría más en relación con esa relación difícil entre Martínez
Estrada y la Argentina, que por el hecho mismo de la Revolución Cubana en sí. Encuentra en Cuba
el pueblo que no puede encontrar en la Argentina.

Estudiante: Es difícil no escapar a la lectura esencialista que se hace de Martínez Estrada.

Profesor: Claro, sí. Yo quise tratar de demostrar otra cosa, pero claramente esa otra lectura se
puede hacer, y me parece perfecta. Yo traté de mostrar que la idea de que con la naturaleza de la

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pampa vos no puedas hacer nada, es una lectura posible, pero que a la vez aplana al texto. Eso lo
van a encontrar en el texto de Sigal, que es la más sofisticada lectura en esa clave. ¿Por qué?
Porque no permite ver estos señalamientos, que tienen que ver con cierto tipo de subjetividad
conquistadora, que me parece que son interesantes en el texto, entre otras figuras que dispara: la
idea de la violencia, la violación, la barbarización, los fetiches… Me parece que eso es interesante;
como si dijéramos: no solamente tiene que ver con un determinismo telúrico, proveniente de la
tierra y del medio, sino que hay algo del orden de la constitución subjetiva que está operando, y
que produce lo que produce. Captar esa dimensión me parece interesante. Entonces, yo traté de
basarme básicamente en esa línea; que yo creo que es la línea que en algún momento desarrolla
Murena. Tiene muchos lectores, Martínez Estrada.

Bueno, mucha suerte. La semana que viene tienen el examen. Nos vemos en cualquier momento.
Escriban, si tienen alguna duda.

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