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El final de la Primera Guerra Mundial acabó con las naciones que habían participado
en los combates agotadas, toda una generación de jóvenes muertos en el campo de
batalla y las condiciones políticas completamente modificadas, muy diferentes de las
de antes de la guerra.
Las monarquías de Alemania, Austria y Rusia habían sido apeadas del poder y en su
lugar ahora tenían gobiernos democráticos o revolucionarios. Muchos grupos étnicos
europeos que estaban sujetos a estas tres naciones buscaban una oportunidad para
obtener su independencia. Contra esta situación las potencias vencedoras trataron de
obtener la paz permanente en Europa.
Por ejemplo, una obra tan radical como The Unanswered Question de Charles Ives, fue
escrita en 1906. El castillo de Barba Azul, de Béla Bartók, en 1911. El tango El choclo, de
Villoldo, al igual que Madame Butterfly, de Puccini, en 1903.
Vemos así como, lejos del epicentro europeo, la escisión de prácticas y tendencias cada
vez más divergentes se vuelve aún más evidente en la música del norteamericano
Charles Ives (1874 - 1954). Su obra nos brinda un temprano anticipo de un devenir
impensable en el siglo xix: la posibilidad de la coexistencia de temporalidades y estilos
musicales divergentes en una misma composición. Semejante heterofonía rompe tan
drásticamente con la noción de unidad entre forma y contenido propia de los estilos
precedentes que, a pesar de ser un punto de referencia relativo para los innovadores
norteamericanos de mediados de 1920, solo después de 1950 comenzarán a valorarse
sus dimensiones y alcances.
Al mismo tiempo, y en estrecha vinculación con una incipiente industria discográfica,
músicas populares y folclóricas siguen sus propios caminos, desligándose de las
estéticas “cultas” a las cuales suelen proveer de material y de las cuales –a veces–
adoptan recursos y procedimientos compositivos. La frontera es siempre problemática,
pero lo que es indudable es que con los inicios del siglo xx comienzan estas
producciones un tránsito desconocido: ya no solo musicalizarán bailes, bodas, desfiles
y prostíbulos, sino que devendrán objeto de contemplación estética, a la par de las así
llamadas músicas “cultas” o “académicas”. Pero se trata de un tránsito paulatino, que de
ninguna manera puede limitarse a esta, su etapa de origen.
Paradójicamente, después del quiebre del paradigma tonal, los representantes de las
vanguardias procurarán resignificar sus experiencias, ordenar sus innovaciones y
restaurar algunas tradiciones perdidas, repentinamente añoradas. Mientras las
corrientes periféricas siguen un camino de constante innovación,
el mainstream europeo se acerca cada vez más al neoclasicismo...
Muy pronto, sin embargo, se vino abajo el sueño. La Sociedad de Naciones tomó
pronto el aspecto de una sociedad de vencedores: a la negativa a aceptar el ingreso de
Alemania y la Rusia soviética, se le unió la renuncia norteamericana a participar en el
gran proyecto que había diseñado su presidente. Sólo Gran Bretaña y Francia se
mantuvieron en una asociación que se reveló como inoperante. La ausencia de
potencias clave en el concierto mundial y la carencia de medios militares y económicos
para hacer aplicar sus resoluciones nos explican la escasa incidencia de la labor de
la Sociedad de Nacionesen las relaciones internacionales.
El totalitarismo no fue solo una forma de gobierno, sino que comprendió toda una
forma de estado, de tipo no democrática y que se caracterizó —al igual que el
autoritarismo— por la falta de reconocimiento de la libertad y los derechos del
hombre. Sin embargo, se diferenció en que en el totalitarismo existió una negación de
la libertad, los derechos individuales y la dignidad de la persona. Representó un
proyecto de dominio sin límites siempre con las fuerzas militares como brazo armado
del Estado.