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Dossier

Arte y espiritualidad:
Orígenes y fronteras*
Jean Clottes

N o podemos comprender las concepciones metafísicas de las antiguas


humanidades, suponiendo que existan, más que mediante los vesti­
gios y las huellas que han llegado hasta nosotros y, posteriormente, con su
interpretación. Se trata en este caso de una doble condición, indispensable
para permanecer en un marco científico y no caer en la invención. Se perci­
ben de entrada las dificultades prácticas y metodológicas que enfrenta el
investigador.
Hay una más, que es propia de la investigación de los orígenes. Antes
de abordar las del arte, resulta conveniente decir lo que suele llamarse así.
No es tan evidente como parece a primera vista, porque de entrada se plan­
tea un problema de fondo: lo que se percibe como arte para el espectador
que somos, ¿era arte para el creador del objeto o de la huella en cuestión y
para quienes lo rodeaban? Se podría añadir “y de manera recíproca” cuan­
do pensamos en ciertas formas modernas de arte contemporáneo...
Con estas reservas en mente resulta indispensable proponer una defini­
ción de lo que se entiende por “arte”, ya que esta definición va a ser la que
condicione los desarrollos posteriores en relación con sus orígenes y sus
fronteras. La que yo he propuesto desde hace mucho tiempo es que “el
arte es la proyección sobre el mundo que rodea al hombre de una imagen
mental fuerte, que colorea la realidad antes de tomar forma y de transfigu­

*Traducción del francés de Arturo Vázquez Barrón. Este artículo es una traducción del texto
“Art et Spiritualité: origines et frontières” aparecido en el número 168 de Points de Vue Initiatiques,
Revue de la Grande Loge de France, 2013, pp. 63-73. Se publica aquí con la autorización del autor y
la casa editora.

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rarla y recrearla”.1 Esta definición, aunque muy extensa, elimina las crea­
ciones debidas al azar o aquellas que pueden atribuirse a los animales. Por
ejemplo, los célebres nidos de ciertos pájaros africanos, particularmente
complejos y bellos (a nuestros ojos) quedan excluidos del ámbito del arte.
Al empezar este artículo, había elegido un título un tanto diferente, “El
arte y lo sagrado”. Me pareció necesario modificarlo, porque lo sagrado es
consecuencia de la espiritualidad. Cuando se oye hablar de los orígenes,
parece preferible remontarse a las fuentes.
Aquí también hay que decir claramente qué concepción vamos a elegir.
La espiritualidad no es reductible a las religiones y ni siquiera a las filosofías.
Las precede. Es un despertar, el de la conciencia que, ante las realidades y
las complejidades del mundo en todas sus formas, se desprende de él lo su­
ficiente como para tratar de interpretarlas a su manera y comprenderlas. El
hombre, entonces, no se limita ya a vivir al día, evitar el peligro, alimentarse,
reproducirse y hasta afirmar una superioridad social o tratar de tenerla, expre­
sar un dolor físico o mental, dar prueba a sus semejantes de simpatía, amistad
u hostilidad. Todo esto es algo que los animales superiores hacen. El hom­
bre se plantea preguntas sobre el mundo que lo rodea, sobre sus semejantes
y sobre sí mismo. Trata de encontrar explicaciones a la complejidad que lo
rodea y de la que tiene conciencia, aunque sea para sacarle provecho en su
vida cotidiana. Esta interrogante es la que funda la espiritualidad.
Puede haberse producido por una pregunta sobre la muerte, realidad
cotidiana, o por la capacidad humana no sólo de tener sueños, como muchos
animales, sino de recordarlos y volverlos perennes mediante la palabra. Sea
como sea, la espiritualidad es una problemática. Las respuestas, según las
épocas, las culturas y los lugares, adoptarán la forma de religiones, filosofías
y ciencias.
Por lo tanto, desde mi punto de vista, sería preferible llamar a nuestra
especie humana en sentido amplio Homo spiritualis, en vez de Homo sa-

1
J. Clottes, “La naissance du sens artistique”, Revue des Sciences Morales et Politiques, 1993,
pp. 173-184; “Spirituality and Religion in Paleolithic Times”, en F. LeRon Shults, The Evolution
of Rationality. Interdisciplinary Essays in Honor of  J. Wentzel van Huyssteen, Grand Rapids/Cambrid­
ge, Wm. Eerdmans Publishing Co., 2006, pp. 133-148; “Spiritualité et religion au Paléolithique:
les signes d’une émergence progressive”, Religions et Histoire, 2, 2007, pp. 18-25, y Pourquoi l’art
préhistorique?, París, Gallimard, Folio Essais, 2011.

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Arte y espiritualidad: Orígenes y fronteras

piens, vocablo poco adaptado puesto que implica una noción de “sabiduría”
de la que nuestra especie da muy pocas muestras.

Las antiguas humanidades

El género Homo se remonta a alrededor de 2.3-2.4 millones de años. Entre


los australopitecos que precedieron a estos primeros humanos, se ha seña­
lado un hito natural, en un contexto de entre 2.5 y 1.8 millones de años, en
el que nosotros podemos ver una cabeza, más o menos antropomorfa, en
Makapansgat. Esta piedra fue recolectada y transportada, pero no trabaja­
da. No entra pues en la definición anterior, no más que las curiosidades
brillantes que las urracas llevan a sus nidos.
Hasta ahora no se ha encontrado nada que se pueda considerar como
arte durante el largo periodo de los Homo habilis, llamados así porque fabri­
caban herramientas, por más rudimentarias que fueran, entre 2.5 y 1.8 mi­
llones de años en África del Norte, austral y oriental. Lo cual no quiere
decir que no se hubiera producido el despertar de una forma de espirituali­
dad, la que fuese, pero no contamos con ningún indicio.
Con los sucesores de estos lejanos ancestros africanos, los Homo heidel-
bergensis de Europa y los Homo erectus de los otros continentes, que inventa­
ron el uso del fuego hace al menos 400 mil años, la situación cambia.
¿Tenían una conciencia lo suficientemente despierta como para que pueda
hablarse de espiritualidad respecto de ellos? ¿Crearon ciertas formas de
arte? La pregunta puede plantearse de manera legítima, porque existen
tres tipos de indicios, incluso si siguen siendo ambiguos.
Así, algunas cazoletas atribuidas a achelenses antiguos en India, en dos
sitios del Madhya Pradesh (Auditorio Rock en Bhimbetka y Daraki
Chattan), en el centro del subcontinente, están consideradas por algunos
especialistas como formas de arte. Su realización en cuarcitas muy duras
exigió mucho trabajo y podía tener entonces una significación importante.2
Las cazoletas de Sai Land, en Sudán, podrían tener alrededor de 200 mil

2
R. Krishna y G. Kumar, “Physico-psychological Approach for Understanding the Significance
of Lower Palaeolithic Cupules”, en J. Clottes (dir.), L’art pléistocène dans le monde, Actas del Congreso
ifrao (Tarascon-sur-Ariège, septiembre 2010), 2012, pp. 156-157, cd, pp. 907-918, 12 fig., 1 tabl.

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años.3 El problema todavía no resuelto es el del valor simbólico que se


puede atribuir a dichas cazoletas. ¿Tenían siquiera un valor simbólico? Si
de lo que se trataba era de recolectar roca molida, quizá como “medici­
na”, ¿podemos ver en ellas una forma de arte? Es posible, sin que quede
probado.
Otro ejemplo, también muy antiguo (entre 350 mil y 500 mil años) es
el de la Sima de los Huesos, en Atapuerca (Burgos), España. En el fondo
de un pozo de doce metros de profundidad, los prehistoriadores encon­
traron los restos de 29 individuos de entre diez y veinte años de edad. No
sólo la acumulación voluntaria de los cuerpos en este lugar evoca sepul­
turas, sino que se encontró un único y espectacular bifaz de cuarcita roja
pardusca. Entonces, ¿se trata de un depósito funerario? Si fuera el caso,
podría tratarse de un comportamiento de tipo religioso, como ha sido
considerado.4
Un último ejemplo, la “estatuilla” de Berejat Ram, encontrada en los
Altos del Golán, en Israel, en un contexto de fines del Achelense (de más
de 230 mil años). Este pequeño guijarro, de 3.5 cm (figura 1) se ha interpre­
tado como una representación femenina. De acuerdo con exámenes más
profundos,5 el círculo que marca el “cuello” podría ser artificial. ¿Es esto
suficiente para decir que es una estatuilla o estamos proyectando nuestras
propias imágenes de hombres modernos sobre este objeto?
Vemos que ya en épocas extremadamente lejanas en el tiempo y en
otras humanidades existen indicios serios de espiritualidad, quizás bas­
tante rústica y en formación, aunque todavía tenues. Van a precisarse con
los neandertales, lo que haría pensar que la espiritualidad no se originó
de golpe, a raíz de alguna mutación o revelación, sino que se construyó
poco a poco, en múltiples formas, en el transcurso de tiempos muy pro­
longados.

3
R.G. Bednarik, 2012, “Indian Pleistocene Rock Art in a Global Context”, en J. Clottes (dir.),
L’art pléistocène dans le monde, Actas del Congreso ifrao (Tarascon-sur-Ariège, septiembre 2010),
2012, pp. 150-151, cd, pp. 969-878, 11 fig.
4
E. Carbonell i Roura, “Les comportements religieux au Paléolithique inférieur”, Préhistoire
des Religions, Religions et Histoire, 2012, 45, pp. 26-29.
5
F. d’Errico y A. Nowell, “A New Look at the Berekhat Ram Figurine: Implications for the
Origins of Symbolism”, Cambridge Archaeological Journal, 2000, 10, pp. 123-167.

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Arte y espiritualidad: Orígenes y fronteras

Figura 1. Objeto que evoca una estatuilla femenina descubierto en Berekhat Ram, Israel.
Fotografía de Francesco d’Errico.

Nuestros primos neandertales

Los neandertales están presentes en Europa desde hace aproximadamente


300 mil años y desaparecerán, sin que se sepa exactamente por qué, hace cer­
ca de 30 mil años. Coexistieron pues durante varios miles de años con los
hombres modernos. Durante mucho tiempo tuvieron el aspecto de espanta­
jos, representados como estaban con una apariencia bestial, tal vez debido a su
frente baja y a su arco supraorbitario resaltado. Desde 2010, sabemos que eran
lo suficientemente cercanos a nuestros antepasados directos como para que
haya habido cruzamientos directos, quizá entre 45 mil y 65 mil años en el Cer­
cano Oriente y tal vez en Europa. Salvo en África, donde no vivieron, todos los
hombres modernos poseemos entre 2 y 4 por ciento de genes neandertales.

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La existencia de una espiritualidad entre los neandertales ya no está en


discusión, gracias a la gran abundancia de pruebas que hay. Las principales
son las sepulturas voluntarias. Se han señalado 34, de las cuales 19 están en
Europa y 13 en Francia. En ciertos casos, se conocen inhumaciones múlti­
ples (tres adultos y un niño en Shanidar, en Irak). No estamos por comple­
to seguros de que los objetos cercanos a los esqueletos hayan sido ofrendas
funerarias.6 En La Ferrassie, sin embargo, la sepultura de un pequeño niño
neandertal, descubierta en 1933, estaba cubierta por una losa con 18 dimi­
nutas cazoletas, lo que la hace parecerse mucho a una ofrenda.
En una gruta de Tarn y Garona, en Bruniquel, dos estructuras redon­
deadas hechas de piedras y estalagmitas apiladas se encuentran a varios
cientos de metros de la entrada (figura 2). Una fogata cercana a una de ellas
fue fechada en más de 47 800 a.P., así que fue hecha por neandertales.
Ahora bien, esta gruta no sirvió de hábitat. Se antoja pensar que estas es­
tructuras sin fines “prácticos” aparentes tuvieron un papel en los ritos.
Además del entierro de difuntos, hombres, mujeres y niños, la espiritua­
lidad de los neandertales se manifiesta visiblemente en el uso frecuente de
colorantes y mediante decoraciones abstractas de algunos objetos, muy
bien documentados en diversos sitios europeos.7
No contamos con ninguna prueba de que los neandertales hayan creado
un arte parietal (rupestre). Sin embargo, no es imposible que durante el largo
periodo —varios miles de años— en el que fueron contemporáneos de los
hombres modernos en Europa, que en cierto modo los aculturaron, lo hayan
producido, pero este arte será sin duda la prerrogativa de sus sucesores.
Sea como sea, los neandertales merecerían ser llamados Homo spiritualis
neandertalensis, incluso si, de acuerdo con los escasos testimonios que nos de­
jaron, no podemos tener más que una muy vaga idea de las formas de su es­
piritualidad —¿creencia en una vida en el más allá, cuyas pruebas serían las
sepulturas y sus depósitos?

6
B. Maureille, “Les comportements religieux au Paléolithique moyen”, Préhistoire des Reli-
gions, Religions et Histoire, 2012, 45, pp. 30-35.
7
M. Soressi y F. d’Errico, “Pigments, gravures, parures: Les comportements symboliques
controversés des Néandertaliens”, en B. Vandermeersch y B. Maureille (dirs.), Les Néandertaliens.
Biologie et cultures, Document préhistorique 23, París, Éditions du cths, 2007, pp. 297-309.

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Arte y espiritualidad: Orígenes y fronteras

Figura 2. Acumulaciones de piedras, de estalactitas y estalagmitas, en la parte profunda de


la gruta de Bruniquel (Tarn y Garona). Levantamiento de François Rouzaud, François,
Michel Soulier e Yves Lignereux.

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Los hombres modernos prehistóricos

Nuestros ancestros directos, los hombres modernos, que se distinguieron


de los antiguos ramales hace más de 200 mil años en África, antes, como se
sabe, de conquistar todos los continentes, nos dejaron indicios mucho más
numerosos y diversos.
Resulta obvio que mientras más nos remontamos en el tiempo menos sa­
bemos, en razón de la mayor escasez de vestigios de esos inmensos periodos.
Los testimonios artísticos más antiguos, y esto no causará sorpresa, se descu­
brieron en África. En Blombos (Sudáfrica), en estratos fechados en alrededor
de 75 mil años, se descubrieron bloques de hematites pulidos y grabados con
motivos geométricos, asociados con cuentas de caparazones. También en el
sur de África, hacia 60 mil años, en Diepkloof, numerosos recipientes realiza­
dos en cascarones de huevos de avestruz, recientemente publicados, fueron
igualmente adornados con bandas circulares de motivos geométricos, y con­
firman la existencia de un simbolismo en aquellas antiguas épocas. Dada la
antigüedad de los hombres modernos en África, apostemos a que más adelan­
te se harán descubrimientos del mismo orden en fechas muy anteriores.
Las sepulturas de hombres modernos más antiguas conocidas se remon­
tan a cerca de 120 mil años, en Israel, en Mugharet es-Skhul. En el mismo
país, las de Qafzeh (92 mil años) se han vuelto célebres, ya que han aporta­
do ofrendas funerarias: una mandíbula de jabalí en un caso, un fragmento
de cuerno de gamo en otro.8 ¿Provisiones simbólicas para el más allá?
Estos hombres modernos venidos primero de África, luego del Cercano
Oriente, llegaron a Europa hace apenas 40 o 45 mil años. Sus sepulturas se
han conservado ahí de mejor manera. A menudo son complejas, con nume­
rosos y espectaculares depósitos.
Además, van a crear arte en todas las formas posibles. Sólo los soportes me­
nos perecederos (hueso, cuerno de cérvidos, piedra) han llegado hasta nosotros.
Es factible, dada la importancia del arte en sus culturas, que hayan utilizado
otros materiales y otros medios (pinturas corporales, grabados o pinturas en los
árboles o sobre las rocas al aire libre, objetos grabados, esculpidos o pintados
en madera, adornos en su vestimenta), más frágiles y que no se conservaron.

8
B. Maureille, op. cit., pp. 32-33.

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Arte y espiritualidad: Orígenes y fronteras

A partir de hace alrededor de 40 mil años, los auriñacienses, primera


cultura del hombre moderno en Europa, van a las grutas profundas y reali­
zan pinturas y grabados, práctica que seguirá durante alrededor de 25 mil
años. ¿Habían empezado antes, ellos o sus predecesores, en el exterior,
donde sus obras habrían desaparecido? Esto es algo que está lejos de des­
cartarse. De cualquier manera, estos paseos subterráneos son una novedad
en la historia espiritual de la humanidad. Contrariamente a una idea muy
extendida, estos individuos no buscaban un refugio ni un lugar donde per­
manecer, porque no vivían lejos en la oscuridad absoluta de las cavernas,
sino en el exterior. Los refugios bajo las rocas no faltaban ni tampoco las
tiendas hechas con pieles...
Así, el objetivo de su arte no era una “simple” ornamentación. De he­
cho, en las grutas profundas, numerosos divertículos estrechos o pequeños
nichos donde solo cabe una persona (figura 3) tienen dibujos. En esos ca­
sos, la obra no se dirigía a sus contemporáneos sino a la gruta misma.
Los ejemplos de esta búsqueda de una participación de la caverna en la
creación de imágenes son incontables. Dan testimonio de una actitud men­
tal que se puede entender, sobre todo en comparación con las prácticas y las
formas de pensamiento de los pueblos tradicionales, cazadores u otros. Di­
cha actitud se manifiesta de dos maneras principales: la utilización de fisuras
o de relieves alrededor de los cuales se construye el animal; la representa­
ción de animales que parecen salir de la pared o de una galería (figura 4).
En ambos casos, la idea es la misma. El visitante examina la roca, a la luz
vacilante de su antorcha o tiempo después de su lámpara de aceite, pensan­
do que oculta un animal, real, mítico o espíritu, y que, si pueden distinguirse
en él algunos contornos, al completarlo tendremos algún efecto sobre él. En
otras partes se hace salir a este animal cargado de poder de la roca-madre.
La gruta se consideraba como un ámbito sobrenatural. Esta idea, particu­
larmente extendida en el mundo, se funda en su extrañeza. No sólo la luz no
penetra en ella y es necesario prepararse y equiparse, física y mentalmente,
para llegar y desplazarse, sino que ahí se encuentra todo tipo de concreciones
de formas extraordinarias que el mundo de la vida, el mundo exterior, ignora.
Así, uno espera encontrar ahí a los seres sobrenaturales que la habitan y
de los que sabemos a través de las historias sagradas de la tribu (los mitos).
Estos seres serán, de acuerdo con los grupos y sus creencias, peligrosos o

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Jean Clottes

Figura 3. Sólo una persona puede entrar en el camarín de la gruta del Portel (Loubens,
Ariège), enteramente cubierto de pinturas, entre las que se encuentra este íbice y algunas
series de puntos. Fotografía de Jean Clottes.

benéficos. Es posible que el objetivo primario de estas incursiones sea ir a


su encuentro para solicitar su ayuda y su protección.
Los animales tienen un papel primordial en este panteón. No todos.
Ciertas especies están escasamente representadas (aves, serpientes, peces,
insectos), mientras que los grandes animales dominan, pero en este caso
también hay elecciones evidentes. Así, al principio de este largo periodo,
los auriñacienses representan mayoritariamente animales peligrosos poco o
no cazados (leones y osos de las cavernas, rinocerontes lanudos, mamuts),
en tanto que después de ellos, las especies cazadas (caballos, bisontes, uros,
íbices, renos y venados) se volverán los más frecuentes en el arte parietal.
Los mitos evolucionan, incluso si las prácticas siguen siendo comparables.
Entre las constantes en el arte parietal, puede citarse el gran número de
lo que, a falta de algo mejor, se califica como signos geométricos. El hecho
de que tengan un papel simbólico no deja muchas dudas. Otra constante: la
escasa cantidad de humanos representados y su diferencia de tratamiento
con los animales, ya que están mucho menos detallados y a menudo bestia­

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Arte y espiritualidad: Orígenes y fronteras

Figura 4. Este bisonte de la Gruta Chauvet (Vallon-Pont d’Arc, Ardèche) fue dibujado
como si estuviera saliendo de la roca. Fotografía de Jean Clottes.

lizados. Existe también, en todas estas épocas, lo que se denomina seres


compuestos, es decir, dotados de características humanas y animales, ya sea
que se trate de “brujos” (como se les califica a menudo a falta de algo mejor)
o de dioses que son al mismo tiempo hombres y animales (figura 5).
Estas características, brevemente resumidas, hacen pensar que lo esen­
cial de las creencias y del rito consistía en ponerse en contacto directo con
los poderes sobrenaturales al alcance de la mano en las profundidades de
las cavernas. La permeabilidad del mundo que ello supone, como la fluidez
de los seres y de las cosas, son las mayores características del chamanismo,
la religión más practicada por las culturas de cazadores-recolectores hasta
una época reciente. La hipótesis de religiones de tipo chamánico por parte
de aquellos que frecuentaron las grutas y dejaron en ellas sus dibujos es
actualmente la más plausible.9

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J. Clottes y J.D. Lewis-Williams, Les chamanes de la préhistoire. Texte intégral, polémique et ré-
ponses, París, Editions du Seuil, Points, 2007.

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Jean Clottes

Figura 5. El “brujo” de la Gruta de Gabillou (Dordoña). Este ser compuesto y


que está de pie tiene cabeza y cola de bisonte, pero cuerpo, piernas y un brazo
humanos. Fue graba­do en lo más profundo de la gruta. Fotografía de Jean
Clottes.

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Arte y espiritualidad: Orígenes y fronteras

El arte, consecuencia y manifestación de la espiritualidad, fue una de


las características principales de los primeros hombres modernos, por eso,
en vez de considerarlos, como se hace, cromañones u Homo sapiens sapiens,
o simplemente sapiens, sería preferible llamarlos Homo spiritualis artifex.
Sus prácticas, y por consiguiente los conceptos que las determinan, du­
rarán hasta el final de los tiempos glaciares, hace unos doce mil años, con
los cambios de modos de vida y de pensamiento que tal transformación del
mundo acarreó, de lo que resulta que las religiones están profundamente
ancladas en el medio que las ve nacer. Nos adentramos entonces en los
tiempos modernos, en los que agricultura, crianza y sedentarización, y lue­
go industrialización, poco a poco van a desarrollarse y a transformar el anti­
guo mundo en el mundo que conocemos hoy.

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