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Esta triple consideración nos permite ubicarnos en un contexto más concreto aún que
el propio de los contextos formales sin más, para posicionarnos desde las finalidades
formativas en el ámbito de la formación para el desarrollo socioprofesional, sin que
por ello dejemos a un lado otro tipo de desarrollos ligados a lo sociocomunitario, lo
sociocultural, etc. Con ello también estamos indicando que al hablar de formación
docente hemos de considerar de alguna manera la profesionalización de nuestros
actores.
2.- Las competencias sólo son definibles en la acción (Tejada, 1999, 2002, 2005). En la línea
de lo apuntado anteriormente, las competencias no son reducibles ni al saber, ni al
saber-hacer, por tanto no son asimilables a lo adquirido en formación. Poseer unas
capacidades no significa ser competente. Es decir, la competencia no reside en los
recursos (capacidades) sino en la movilización misma de los recursos. Para ser
competente es necesario poner en juego el repertorio de recursos. Saber, además, no
es poseer, es utilizar.
Pero aún más, en esta línea argumental cabría superar una interpretación simplista
de utilizar, para no quedarse en la mera aplicación de saberes[2], Un docente, por
ejemplo, desde esta óptica no puede reducirse a la aplicación directa de los
principios, teorías o leyes de enseñanza-aprendizaje de un contexto a otro sin más.
Pasar del saber a la acción es una reconstrucción: es un proceso con valor añadido.
Esto nos indica que la competencia es un proceso delante de un estado (Moraes, 2007,41);
es poniendo en práctica-acción la competencia como se llega a ser competente. En
este sentido de actuación profesional, también podemos aludir a que la competencia
está contaminada de ética (con uno mismo, con los demás, con la comunidad…) Es
Esta asunción tiene que ver directamente con el propio proceso de adquisición de
competencias como hemos indicado, y atribuye a las mismas un carácter dinámico.
De ello podemos concluir que las competencias pueden ser adquiridas a lo largo de
toda la vida, constituyendo, por tanto, un factor capital de flexibilidad y de
adaptación a la evolución de las funciones, los requerimientos y los empleos.
4.- El contexto, por último, es clave en la definición. Si no hay más competencia que
aquella que se pone en acción, la competencia no puede entenderse tampoco al
margen del contexto particular donde se pone en juego. Es decir, no puede separarse
de las condiciones específicas en las que se evidencia.
Pero ello no quiere decir necesariamente que cada contexto exige una competencia
particular, con lo cual podríamos llegar al infinito interminable de competencias, sino
3 Competencias docentes
Este apunte nos obliga a tener presente en nuestro discurso a una pluralidad de
profesionales que intervienen en distintos contextos, con diferentes referentes
profesionales y personales, igualmente con desiguales recorridos formativos, que es
necesario clarificar de alguna manera, para poder reflexionar sobre su formación con
criterio. Por todo ello nos sentimos obligados a ubicarnos previamente en torno a los
referentes generales sobre los profesionales de la docencia en el momento y contexto
de la formación actual y sus exigencias-condicionantes.
Para Le Boterf (2001), el profesional es la persona que sabe gestionar una situación
profesional compleja. Así, opta por una definición que asocia el profesionalismo a la
competencia. Su propuesta pasa por explicitar los diferentes componentes que
caracterizan a un profesional:
1. Sabe proceder de manera pertinente, más allá de lo prescrito, en un
contexto o situación determinada.
2. Sabe combinar recursos personales y del entorno, movilizándolos de la
mejor manera posible, en un determinado contexto
3. Sabe transferir sus recursos personales a las situaciones que el contexto
requiere.
4. Sabe aprender de la experiencia y aprender a aprender.
5. Sabe comprometerse con su tarea y en la relación profesional con los
demás.
Podemos considerar, por nuestra parte, que las funciones ejercidas por estos
profesionales son específicas, concretas y, en cierto modo delimitadas. No podemos
obviar que, como profesionales, aunque se enmarquen en una familia profesional
amplia (la de la educación), disponen de funciones, tareas y competencias específicas.
Por otra parte, siendo su contexto de actuación delimitado (instituciones educativas,
organizaciones de formación, empresas, etc.), estas actividades son aún más
específicas.
La profesionalización, que pasa también por disponer de un código ético, cuenta con
algunos problemas. Aún que existen reflexiones al respecto, no puede hablarse de un
código deontológico claro y compartido por y para los profesionales de la formación.
Queremos dejar claro que existe una gran heterogeneidad en torno a los
profesionales que operan en el amplio campo de la formación a lo largo de la vida.
Asumimos, a modo de precaución, la división del trabajo en el seno de la función del
formador-profesor que implica la emergencia de verdaderos profesionales, por un
lado, hasta la presencia cada vez más numerosa de formadores ocasionales, por otro
(Ferrández, Tejada, et. Alt. –Cifo-, 2000,125).
Queremos hacer notar que en esta clasificación se articula desde la formación inicial,
de ahí que la nomenclatura utilizada esté estrechamente conectada con la
denominación de estudios que se realizan en el ámbito del Sistema Educativo,
aunque bien sabemos que las salidas profesionales de dichos estudios dan pie a la
justificación de otros tantos perfiles profesionales (orientador, gestor institucional,
evaluador…).
Por otra parte, a partir de la regulación del Catálogo Nacional de las Cualificaciones
Profesionales (2003) se está igualmente estructurando la familia profesional de
Docencia e Investigación que desaparece del Catálogo. El INCUAL[8] , de manera
provisional, organiza la familia en siete áreas profesionales: Servicios de atención
personal, Desarrollo comunitario, Ocio y tiempo libre, Integración Ocupacional,
Educación Infantil, Formación vial, Otros servicios a la comunidad. La desaparición
de la Docencia y la Investigación hace que dentro de la Familia Profesional de
Servicios Socioculturales y a la Comunidad, se cree una nueva área de Formación,
Asesoramiento y Apoyo para el Empleo.
Una síntesis de competencias necesarias para este nuevo profesor sería la siguiente:
1. Conocimiento del proceso de aprendizaje del estudiante en contextos
académicos y naturales
2. Planificación de la enseñanza y de la interacción didáctica
3. Utilización de métodos y técnicas didácticas pertinentes
4. Gestión de interacción didáctica y de las relaciones con los alumnos
5. Evaluación, control y regulación de la propia docencia y del aprendizaje.
6. Conocimiento de normas legales e institucionales reguladoras de derechos y
deberes del profesor y del estudiante.
7. Gestión de su propio desarrollo profesional como docente.
Ni que decir tiene que estas competencias profesionales entrañarán toda una red de
saberes (capacidades, actitudes, conocimientos, etc.). Algo parecido acontece con el
resto de roles (perfiles) profesionales, de ahí que ahora nos detengamos, con mayor
exclusividad en el profesor-formador propiamente dicho.
Estamos pues en la segunda dimensión, la personal, y esta lógica hace referencia a las
distintas categorías de competencias en diferentes dominios, en la línea de múltiples
autores y que nosotros aglutinamos en torno a tres tipos (Tejada, 2002, 2005; etc.).
Esta clasificación es de gran utilidad en el diseño de la formación de formadores,
práctica con estrecha vinculación a las necesidades reales de formación del propio
escenario de ejercicio profesional. Estamos aludiendo a programas de formación a
medida, en servicio, con estrategias de tipo mentoring, coaching, etc. por su incidencia en
el propio desarrollo profesional. Esta debe tener una gran flexibilidad tanto en su
articulación como en los propios itinerarios que pueden seguir los formadores. El
papel de las TIC en este ámbito va a ser relevante por las propias posibilidades de
articulación y vehiculación de dicha formación
Sin lugar a dudas, las competencias anteriormente planteadas serían las rectoras del
currículum a articular. Los módulos de contenido deben de estar en estrecha
correspondencia con las unidades de competencia. En este punto hay que tener
presente que la lógica del perfil profesional da a las competencias de manera
explícita un derecho a la gestión del currículo. Este derecho permitiría solicitar las
disciplinas como proveedoras de recursos. Este principio topa frontalmente con
fuertes resistencias derivadas de la propia tradición universitaria, las jerarquías de
valores y sobre todo los lobbys disciplinarios que velan ante la amputación de
cualquier trozo de su territorio o limitan su autonomía (Perrenoud 2004). Esto
justificaría la presencia de profesores intocables, disciplinas como vacas sagradas o
indispensables y omnipresentes en múltiples planes de estudio sin saber siempre el
por qué de su presencia.
4.- Creación de redes de formadores: No cabe duda que en este escenario europeo cobran
y aún cobrarán más protagonismo la creación de redes de formadores. En estos
momentos ya estamos verificando la importancia de algunas de ellas tanto en el seno
de las propias organizaciones o instituciones de formación (intranets de docentes)
como externas a las mismas (extranets). Un exponente de ello puede ser las propias
TTnets nacionales como la europea a la que se tiende. También estamos abocados al
apoyo e inclusión de otros profesionales en la propia red como sería el caso de
tutores, formadores y asesores. Con ello conseguimos además transformar la red de
formación en red de asesoramiento y apoyo.
Notas
[1] Tejada, J. (1999) Acerca de las competencias profesionales, I y II.
[2] Utilizamos saberes en plural en este contexto como el conjunto de saber (conocimiento), saber-
hacer (procedimiento) y saber estar y saber ser (actitud).
[3] El propio Gardner asocia la inteligencia con las competencias ejercidas en un contexto,
considerando que “una inteligencia implica la habilidad necesaria para resolver problemas o para
elaborar productos que son de importancia en un contexto cultural o en una comunidad
determinadas. La capacidad para resolver problemas permite abordar una situación en la cual se
persigue un objetivo, así como determinar el camino adecuado que conduce a dicho objetivo”
(1995:34).De hecho, para el autor de las inteligencias múltiples, estas actúan siempre en concierto y
mezcladas. De alguna forma, estamos cerca de la integración-combinación de saberes en la línea
también de Kincheloe, Steinber y Villaverde, 2004).
Esta asunción también nos remite al constructivismo social, sobre todo en la línea de Vigotsky
(1995), por cuanto un espacio proceso y un contexto, llamados por éste “zona de desarrollo
próximo” organizan la adquisición de las competencias. La actividad cognoscitiva se deriva de la
interpretación precisa de escenarios que posibiliten la actuación que una intencionalidad
específica requiera, se deriva de representaciones mentales que, transformados en imágenes hacen
factible actuar.
En síntesis, el sujeto desde su estructura cognitiva, interpreta, transformando los significados y las
formas de significar acordados en su contexto cultural y transforma esta interpretación logrando
otros significados; esta estructura cognitiva no se refiere solamente a lo conceptual, también se
refiere a lo metodológico, actitudinal y axiológico: es un proceso en constante construcción.
[4] Aunque el autor originariamente se refiere a formador, como punto de arranque creemos
extensibles sus palabras al término docente.
[5] Podemos recurrir a Wittorski (1998: 69), que nos ofrece las siguientes definiciones de los conceptos
apuntados. Profesionalidad: Conjunto de competencias reconocidas socialmente y que
caracterizan a una profesión. Profesionalismo: Eficacia en la puesta en marcha de la
profesionalidad (en base a criterios fijados por la organización). Profesionalización: Proceso de
producción de las competencias que caracterizan a una profesión
Nosotros concebimos la profesionalización como “proceso que se articula a partir de la
construcción de la identidad profesional, las competencias profesionales, los requisitos de acceso,
la formación asociada, el desarrollo de la carrera profesional y los procesos de evaluación del
desempeño profesional” (Tejada, 2007:2). La profesionalización como proceso es una exigencia
que deviene del desarrollo social, económico y laboral y que como tendencia es deseable porque
garantiza mayor calidad en el desempeño profesional
[6] El CEDEFOP está trabajando activamente en la profesionalización de los formadores. En este
sentido, genera publicaciones, investigaciones, encuentros y otras acciones tanto a nivel europeo
como a nivel nacional. La red de formación de formadores del CEDEFOP (TTNet) está
desarrollándose en España bajo el auspicio del INEM. A nivel internacional, podemos destacar los
trabajos de la ASTD (American Association of Training and Development) así como los trabajos
que en América Latina desarrolla el CINTERFOR (OIT) en lo que se refiere a los profesionales de
la formación
[7] No debe considerarse dicha precariedad sólo en el contexto de la educación no formal, también hay
demasiados ejemplos en el seno del conjunto del sistema educativo sobre la misma (profesores
noveles, colaboradores de universidad, instructores de formación técnico profesional,…).
[8] Instituto Nacional de las Cualificaciones
[9] Con sus especificaciones, que obviamos detallar dados los límites de este trabajo
[10] El propio Programa de Aprendizaje Permanente (2007-2013) en el conjunto de sus acciones
contempla esta consideración cuando destaca la movilidad y los intercambios en la formación de
los profesionales de la Formación (Erasmus, Leonardo, etc.).
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