Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Oráculo de Ychsmay
Por
César A. Francis
CAPÍTULO 1
AURORA Y CREPÚSCULO DEL CORAZÓN
“La vida es como un gran viaje hecho de pequeños viajes, y en ese gran
viaje los dioses a veces nos crean situaciones tan incomprensibles y dolorosas
que pueden hacer que el rumbo que habíamos determinado tan cuidadosa y
primorosamente para nuestra felicidad, tome una dirección inesperada,
indeseada. En ese nuevo viaje se revelan lugares desconocidos e intrigantes.
Los dioses, así como nos iluminan y nos dan amor, prosperidad, tranquilidad,
despreocupación y felicidad, así también nos las extirpan como si fueran males
que anidan en nosotros. Y lo hacen así, cual divinos y poderosos trepanadores.
Esa es la manera en que nos muestran un sorprendente e insólito mundo que es
en el que ahora me encuentro. Los ojos de los dioses no son los mismos que
los ojos de los hombres y por eso ellos ven lo que ven mientras nosotros
permanecemos ciegos. Este nuevo mundo en donde estoy es un misterio tan
incomprensible y asombroso que me cuesta entenderlo. Por eso estoy aquí,
porque quiero comprender, porque quiero dejar de sufrir que es lo que todos
desean. No quiero que los gusanos que propagan y multiplican el dolor me
coman más el corazón, ni quiero que los dioses que todo lo ven hagan de mi lo
que quieran. Es por eso que he traído ofrendas a este oráculo para que los
dioses tengan compasión de mí. Tampoco quiero olvidar a la más hermosa de
mis aventuras y mis viajes, al más verde y hermoso valle de todos los que
conocí, a la mujer que tanto amé... Por ella estoy aquí, por ella inicié esta larga
marcha para entender todo y para resucitarla, para continuar mi amor por ella,
aunque ya no está en este mundo… pero no sé cómo hacer,... Quiero olvidar,
pero también quiero recordar.” Estas tienen que ser las palabras que le diré al
sacerdote cuando llegue a mi celda. Le contaré todo lo que me ha sucedido
para que me ayude a terminar esta agonía y no dejaré que se vaya sin tener una
respuesta.
Le diré que soy Uarmoc Payampoyfel, mercader que proviene del verde y
amplio valle Ximor, cerca de Xian-Xian, la colorida, extensa, lujosa y
sofisticada ciudadela de adobe de los reyes ximor, la capital de la
Confederación, residencia del actual monarca Minchanssamán, el poderoso
Ciequic. Que he seguido y aprendido las rutas que me enseñó desde niño mi
padre, Aborrontomy Payampoyfel, caminando en caravanas con llamas de
carga para intercambiar nuestros productos en otras regiones lejanas y
cercanas. Nada era para mí más hermoso y emocionante que ser mercader para
conocer nuevas tierras y aventuras, aventuras que empecé a abandonar solo
cuando conocí a la hermosa Muya Quenchan con quien me casé.
Le diré que fue el Paraeng, el patriarca de la comunidad, quien presidió el
acto colectivo del matrimonio bajo una hermosa tienda de algodón blanco con
dibujos de colores de la diosa Xi, la Luna, mientras Muya y yo llevamos una
olla nueva en la cual pusimos harina de maíz y sebo para ser quemada, y solo
cuando las llamas fueron suficientemente altas nuestro padrino nos casó
oficialmente.
La fiesta familiar de nuestra boda fue festejada en la huerta de la casa con
los familiares que siempre son muchos. Abundó el pato con cereales
macerados, carnes con maní, tripitas rellenas, cereales con hierbitas, pescado
crudo macerado en ají molido, pallares hervidos, pava aliblanca con especias,
chinchulines y otras carnes envueltas en pancetas o intestinos con hierbas
aromáticas cocinados a fuego lento; todo acompañado con pan de yuca y
algarrobo, y al final las más deliciosas frutas de la estación como las
guanábanas, las guayabas, los chicomas, las lúcumas, y la reina de todas las
frutas, la chirimoya. Abundó la cerveza de maíz para adultos, el cutzhio, para
poner alegres nuestros corazones.
Muya, mi mujer, fue el mejor de los viajes que alguna vez había tenido, el
más intrigante y fascinante de todos, ella fue el camino más bello y sinuoso
que recorrí con mis manos. Recorrí las tibias arenas de su piel, sus paisajes
estaban llenos de descansos para los viajeros, descansos con vista a los verdes
y hermosos parajes de los valles que siempre rompen la fascinante belleza del
silencioso, sereno y vasto desierto de la costa. No tengo palabras para expresar
mis sentimientos que ella hizo brotar en mi corazón, porque no soy ni sabio ni
poeta de la corte del rey. Soy un simple mercader y nada más.
Cuando Muya descubrió que estaba embarazada fuimos a uno de los
templos más cercanos a Xian-Xian con mis padres, con ofrendas para Ai-
Apaec el Creador, y para Xi, la diosa Luna. Pedimos consejos a los curanderos
del templo principal para su embarazo y también se los pedimos a mi madre
Dsonki. Todas las noches acariciaba su suave vientre mientras contemplaba
sus dulces y oscuros ojos mientras buscábamos nombres de varones o mujeres
para su bautizo luego de su primer año de vida, y su primer corte de cabello.
El día del nacimiento alcancé a ver cómo mi hijo tomó leche de uno de los
pechos de Muya y luego se durmió, y mientras él dormía, mi adorada Muya
también lo hizo, pero esa vez para siempre.
-¡Los dioses no pueden hacerme esto, no pueden! ¡Esto no es justo, cuándo
todo era felicidad, justo cuando todo era felicidad…! ¡Me quiero morir, solo
me quiero morir!
Yo gritaba mientras contemplaba el cuerpo de Muya que reposaba lánguido
sobre su lecho. Mientras lloraba con la cabeza puesta sobre la tierra, mis
parientes y amigos trataban de consolarme con explicaciones que no me
convencían.
-Son cosas que suceden a menudo, Uarmoc. Ella ya no sufre más, pero te
ha dado un hijo -decían para que no me volviera loco de pena-. La muerte es
algo que nunca esperamos, mas bien es ella la que siempre nos espera a
nosotros.
-¡Ya no quiero hijos, solo quiero a Muya! -gritaba entre lágrimas.
Nada detenía mi llanto, y de tanto llorar terminaba dormido por
agotamiento. Empecé a perder peso y mis padres trataban de alimentarme,
pero aún así casi no comía. Intentaban consolarme con inútiles historias de
absurdas partidas como si contándomelas, me consolaría. Casi no los
escuchaba. Solo quería seguir a Muya al lugar en donde estaba en aquel
momento.
Dormía sobre el lado de la cama en donde ella solía dormir, bebía en las
mismas vasijas y vasos en donde ella antes había bebido, caminaba por las
mismas rutas por donde ambos habíamos caminado, abrazaba la ropa que
alguna vez ella usó, mientras lloraba e imploraba que regresara a este mundo.
Todo era inútil.
Mis padres insistieron que visitase curanderos pero me negué. No podía
aceptar a ninguno de ellos porque hacerlo era aceptar su muerte y me negaba a
eso. Insistieron en llevarme a uno bueno y acepté por compromiso. Lo único
que me aliviaba era la compañía para olvidar la tortura de mi tristeza.
Mientras caminábamos hacia el templo por el camino bien construido y
adornado de piedras, ellos conversaban sobre lo agradable que era viajar.
-Estos caminos son cómodos, sobre todo en las garitas para descansar,
comer y beber. Son tan antiguos como nuestros antepasados los muchika -dijo
mi padre-. Con eso ya te digo todo.
-Si no fueran por estos caminos -respondió mi madre-, viajar como tú lo
haces como mercader sería un verdadero sacrificio.
-Creo que nunca te conté que una vez -agregó él-, antes de conocerte me
aparecieron unos bultitos por todo el cuerpo. Me preocupé mucho. Mi padre
me llevó a un templo y el sacerdote curandero me dio unas hierbas y todo pasó
en pocos días.
-Una vez me sentí mal y mis padres me llevaron a un templo en
Xequetepeque -comentó mi madre-. El curandero me frotó un cuy en el
cuerpo, lo abrió con su filuda uña para verle las entrañas, le arrancó el corazón
aún latiendo, lo lavó con agua para verlo y me dijo que no parecía tener nada.
Todo había sido un malestar causado por algunos disgustos que tuve con uno
de mis hermanos. Me dio hierbas para infusión y todo el malestar pasó.
Empecé a prestar más atención a la conversación. El asunto se ponía
interesante.
-Tenemos suerte Dsónki -agregó mi padre-. Conozco mucha gente que ha
tenido enfermedades graves y las curaciones han demorado mucho tiempo, o
no se han curado. Recuerdo una mujer que tenía un bulto en el cráneo y no se
le podía curar, ni con una trepanación. De joven era hermosa, pero por ese
problema nadie quería casarse con ella. La pobre mujer quedó pirnyan, o sea
soltera hasta ahora.
-Me has hecho recordar un caso que vi cerca del Templo de Pakat-Namú.
-En el reino hay grandes magos y médicos, pero en Pakat-Namú están los
mejores, están los Oquetlupuc, los grandes médicos que se arriesgan a morir si
se les muere el enfermo.
-Justamente me refiero a ellos. Una vez un aristócrata, un Fixlla enfermó
con un raro mal. Los grandes curanderos no podían sanarlo, entonces fueron a
Pakat-Namú y un médico Oquetlupuc les dijo que él sí podía curarlo. Prometió
lo que los demás no. El enfermo estuvo en tratamiento por muchas semanas
pero no se mejoró y al final murió.
-¿Y que hicieron sus familiares?
-Tú sabes Aborrontomy qué sucede en esas situaciones. Decidieron
castigarlo amarrándolo al cuerpo de su paciente muerto hasta que se pudriera.
-He escuchado eso pero nunca lo he visto. Dime, ¿verdad que lo amarraron
al cuerpo del muerto?
-Si, a la fuerza lo desnudaron, lo anudaron con sogas con varias vueltas, lo
llevaron arrastrando por el campo hasta un cementerio en las afueras de la
ciudad. La gente que veía aquello lo seguía. Los familiares del muerto gritaban
que el curandero no curó al Fixlla y por eso merecía castigo, mientras el
médico gritaba pidiendo perdón para que lo soltaran, pero nada. Llegando al
cementerio y en medio de los gritos lo amarraron al muerto que estaba muy
bien vestido.
-¿Y qué sucedió luego?
-Al muerto lo enterraron boca abajo, pero dejaron al curador amarrado
mirando al cielo. El hombre gritaba pidiendo clemencia.
-¿Y qué hacía la gente mientras el médico moría?
-Tú sabes cómo es la gente. Parecía que se turnaban para verlo morir como
si fuera un espectáculo. El primer día no había mucha gente pero a partir del
segundo había multitudes que se aglomeraban. Como está prohibido ofrecerle
alguna ayuda solo quedaba verlo morir en soledad pero rodeado de gente. A
los dos días ya el curador había perdido mucha de sus fuerzas mientras que el
muerto que tenía amarrado a sus espaldas empezaba a oler mal, a hincharse y a
podrirse. ¿Te puedes imaginar?
-No, ni quiero, pero dime, ¿qué pasó después?
-Debido a que estaba con su muerto día y noche, ni siquiera podía dormir.
Las sogas que rodeaban su cuerpo lo tensaban más y más y le marcaban la
carne. En la noche temblaba de frío, y durante el día el calor lo mataba de sed.
Su voz era cada vez más débil. Al tercer día el cuerpo del muerto empezó a
oler mal y a hincharse aún más, y el olor nauseabundo hacía que el
Oquetlupuc vomitara. Pero cada vez vomitaba menos porque no tenía nada en
el estómago, y sus vómitos eran de color amarillento. Pedía ayuda y
compasión pero los castigos son los castigos y nadie podía hacer nada, porque
si lo hacían ellos hubieran recibido un gran castigo. Al tercer día los enjambres
de moscas eran insoportables. Eran tantas las moscas que el curandero no
podía respirar con las pocas fuerzas que tenía. Aves y lagartijas se acercaban a
devorar las moscas. Buitres y gallinazos estaban esperando pacientemente en
el aire, y cada vez se acercaban más y más. Su piel se quemaba por la
insolación mientras agonizaba.
-¿Y los gallinazos y buitres?
-Al tercer día el médico murió justo antes que el muerto se hinchara y los
gusanos empezaran a comérselo. Los gallinazos y los buitres viendo que el
médico no se movía, se pararon encima y le picotearon los ojos, luego los
labios y las orejas. Otros gallinazos habían empezado a perforarle el ombligo
para abrirle la barriga y comerse los intestinos. Cuando los buitres se estaban
encargando de los genitales, la gente le echó tierra porque el olor era
nauseabundo e insoportable y llegaba muy lejos.
-La descripción me produce náuseas. Es la peor tortura que alguna vez he
escuchado.
-Realmente un médico tiene que saber mucho para poder curar
enfermedades, ¿no? -preguntó mi madre.
-Realmente hay que saber muchísimo, de lo contrario te puede pasar lo que
al curandero.
Caminamos en silencio durante un buen rato impresionados por la
descripción.
-Tengo un amigo de la infancia -comentó mi padre- que luego llegó a ser
un gran curandero. Me contó que le enseñaron muchos modos de averiguar las
enfermedades que padece la gente. El más importante es el de frotar el cuy,
pero cuando ellos descubren que el mal es de magia ponen al enfermo en un
cuarto medio oscuro sentado con la cara mirando al sur y así es que se puede
ver una luz que ilumina al enfermo.
-¡Ah, por eso es que ponen a algunos enfermos en un cuarto oscuro! Pero
hacer mal con la magia está prohibido...
-Mi amigo no hacía magia negra. Los magos y brujos malignos puedan
hacer que la persona hechizada muera poco a poco. ¿Y sabes cómo?
Consiguen un poco de sangre de la persona, esa sangre la convierten en carne,
luego es cocida o asada y se la dan a comer a quienes quieren causarle el mal.
-Qué cosa tan horrible me cuentas. Dime Aborrontomy, ¿qué cosa ven en
ese cuarto oscuro?
-Aprenden a ver una luz del cuerpo. Si esa luz es blanca la enfermedad es
de sus emociones o sentimientos, si es anaranjada, es una enfermedad de los
pulmones, de los bofes y si es roja entonces es del corazón.
-No sabía que tenías un amigo curandero. No me lo habías contado.
-Me olvidé de contártelo. Hay tantas cosas que he visto en mis viajes que
me olvidé contarte esto.
-¿Recuerdas otras? Me muero de curiosidad de saber esas cositas -pidió
con ansias mi madre.
-Algo que tú ya sabes es cómo los sacerdotes dedicados a la vida religiosa
escogen algunos niños desde pequeños para criarlos en los templos para que se
comporten como niñas, y cuando son jóvenes se convierten en verdaderas
compañeras de los sacerdotes.
-Creo que esa es la única manera de evitar tener familia y dedicarse a los
dioses y a los demás.
-Me imagino que siempre se sentirán tentados por las mujeres, pero
teniendo un compañero que se comporte como una de ellas ofreciéndole todos
los placeres de este mundo, es más difícil caer en la tentación, ¿no?
-Imagino que sí. Pero sígueme contando algo más de lo que sabía tu amigo.
Mi padre contaba que los momentos más adecuados para los aprendices de
curadores eran durante las noches frente a un tapete sobre el cual se colocan
muchos objetos. Entran en trance ya sea bebiendo el zumo del cactus sagrado,
la wachuma, o aspirando tabaco. Se convierten en mensajeros de algo más
grande que ellos mismos, como si la voz de un dios les dijera qué tiene el
enfermo y cómo debe curarse. Sobre las mantas abiertas sobre el suelo se
extienden cerámicas, piedras, un garrote, una figura de Ai-Apaec, el dios de
los dos báculos, una cerámica de la diosa Xi, y también de Ñi, la diosa del mar
y madre de las aguas, se colocan las rojas valvas sagradas, los míschius y otras
cosas.
No sé cómo la conversación derivó en la leyenda de Mollop, el célebre
mago llamado El Piojoso y al cual se le veneraba mucho porque se creía que
de los piojos de su cuerpo se creaban a las personas de este mundo. Los del
norte, los de Ñam Paxllaec, lo raptaron llevándoselo a su pueblo. Allí murió y
allí conservan sus huesos. Y debido a que los piojos se multiplicaron es que
hay tanta gente en Ñam Paxllaec. Luego de Mollop se habló de los espíritus y
demonios en Ocros y Lampas, y en toda la tierra de Supi, Wacho y Warmi que
se les aparecen a las mujeres, que son muy atractivos y seductores. Ellas, sin
saber que son espíritus, tienen relaciones carnales con ellos. Y así como hay
espíritus seductores con las mujeres, hay también demonios con apariencia de
mujer que tienen relaciones con hombres.
Finalmente llegamos al templo pintado de vivos colores en donde se veían
impacientes líneas de gente de todo tipo, esperando en las afueras para sus
consultas del cuerpo y del alma. Elegantes soldados resguardaban la fastuosa
entrada.
-Pócanche måt, entre usted señor -dijo un soldado-. Pócanche móly, entre
usted señora.
Al subir por la primera rampa nos encontramos con un gran patio de
paredes con diseños de animales en alto y bajo relieve, así como pinturas muy
coloridas de fantásticos seres mitológicos. La gente se aglomeraba formando
una hilera y esperando su turno con sacerdotes, magos y curanderos que se
encontraban en sus cubículos. Los siguientes pisos del templo piramidal
estaban destinados para los sacerdotes. Un sirviente nos recibió dándonos un
pote de cerveza de molle y de maíz como es la tradición, y nos dijo que
tendríamos que esperar un poco. Otro sirviente se llevó la llama a un establo.
Mientras esperábamos sentados sobre tapetes y alfombras bajo una tienda
que nos cubría del Sol, mis padres iniciaron una conversación con los vecinos.
Sentados estaban el padre, la madre, y un hijo joven que estaba en camino a
ser adulto. El joven era tranquilo y en su mirada mostraba cierta bondad, cierta
paz. Su historia me impresionó mucho.
-Este es nuestro hijo, y lo traemos porque esta es su última consulta con el
curandero. ¡Ustedes no saben el problema que tuvimos con él, no saben!
Gracias a los dioses que ahora él está bien -dijo el padre.
-¿Y qué fue lo que le sucedió? Parece un joven sano, fuerte y bueno.
-Si, lo es ahora, pero un día, de la noche a la mañana se volvió loco, pero
un chäto romaték, un loco furioso -dijo la madre del joven-. Tanto así que
tuvimos que amarrarlo de la cintura y los brazos, y atarlo a un árbol con una
soga de doble vuelta para que no se escape. Ni siquiera pudimos abrigarlo un
poco, con el frío que hacía en ese tiempo, pobrecito. No entendíamos por qué
se había vuelto loco. Yo sufría tanto señor... se lo juro... tanto que no sabía qué
hacer por mi hijo -decía la madre mientras se secaba algunas lágrimas que
rodaban por sus mejillas-. Tratábamos que coma algo caliente, entonces le
desatamos una mano pero no solo no comía sino que botaba la comida al
suelo, la escupía, y tomó una piedra filuda del suelo y se cortaba la cara, el
cuerpo, las manos, las piernas... ¡Ay, era una cosa horrible señor, horrible! No
podíamos detenerlo porque era muy fuerte. Llamamos a un curandero de este
templo y fue a verlo inmediatamente. El pobrecito estaba solo con su
taparrabos, en pleno frío. Me daba tanta pena... Deliraba y gritaba diciendo
“¡Ay amorcito, amor, porqué me tienes así, porqué me tienes así!”.
-Él había sido un oficial del ejército ximor -agregó el padre-, pero de un
día a otro se puso así, romaték, loco. Cuando eso sucedió sus superiores
decidieron enviarlo a casa porque casi mata a otro oficial. Mi hijo trató de
empujar al militar superior por un acantilado en una expedición al noreste.
Pero además él mismo quiso tirarse por el acantilado cuando no pudo matar al
oficial. Tuvieron que agarrarlo. Nadie entendía nada. Entonces lo llevaron de
vuelta a casa y allí fue que tuvimos que amarrarlo. Mi hijo parecía un caso
perdido, parecía un animal. Antes de llevarlo para curarlo, el curandero dijo
que había que tranquilizarlo primero, e hizo traer una vasija con agua de mar,
le puso algunas hierbas dentro, y en esa agua las estrujaba; también le puso un
poco de chicoria. Cuando mi hijo se puso loco, el curandero, con una vasija
más pequeña le echó tres veces de esa agua y se volvió tranquilo, muy
tranquilo. Así se le pudo llevar amarrado para hacerle el ritual sobre el tapete
de los magos y brujos que ellos saben hacer. En la sesión del tapete el
curandero empezó a tocarlo con las manos, y luego le dio algo para beber.
Cuando ya estaba tranquilo le dio para que absorbiera por la nariz un poco de
tabaco molido con esas espatulitas para absorber el tabaco, y entonces
comenzó el ritual de curación.
-En un momento el curandero tomó la cabeza de una calavera en una mano
-agregó la madre con ansiedad-, y en la otra una serpiente de madera y volteó
para presentársela a la imagen de uno de nuestros dioses. Cuando terminó la
sesión el curandero nos contó que en aquella sesión había visto a una
muchacha que estaba detrás de mi hijo, de cuando mi hijo iba de campaña con
el ejército y que esa muchacha era hija de un brujo de otro pueblo. Mi hijo
había tenido amoríos con ella, pero el curandero también vio que le estaban
haciendo el daño con la ropa de él, y además le habían dado de comer algo. Le
habían dado de comer cosas malas por venganza. Mi hijo y su enamorada
habían discutido un día y el padre de ella insultó a mi hijo, entonces mi hijo no
pudo controlarse y le pegó. Por eso es que el papá de esa mujer le hizo una
brujería con la ropa y le dieron alguna cosa mala como comida.
-Esa misma noche, cuando ya estaba tranquilo en la sesión -intervino el
padre-, el curandero le dio de beber el agua del cactus sagrado, la wachuma, y
comenzó a vomitar algo así como espuma. Antes del amanecer le dio una
infusión de totorilla o algo parecido. Le pregunté al curandero si eso no sería
peor, pero dijo que no, que mi hijo tenía que botar lo que le habían dado de
comer, los huesos de muerto, polvo de culebras, tierra de cementerios y esas
cosas. Tenía que purificarse. Cuando empezó a amanecer cayó al suelo y
empezó a vomitar y a vomitar y después de eso empezó a mejorar.
-Cuando uno toma esa hierba -interrumpió la madre- uno tiene que hacer
dieta, nos había dicho el curandero, porque esas hierbas muy fuertes. Además
de hacer dieta, no mirar al Sol, ni mirar al fuego por cinco días, dejarlo en un
cuarto oscuro y no comer nada que tenga condimentos con ají. Solo podía
comer cosas blancas con un poco de sal, con su maíz sancochadito, su papita
blanca, su yuca, un poquito de carne de llama o de cuy, y también podía
comerlo con el pan de yuca y algarrobo. Eso sí, nada de pescado, nada de ají.
Y todo empezó a salir bien el primer día. Mi hijo estaba tranquilo, pero el
segundo día yo preparé un cocido de cangrejos con raya en una salsa de ají,
hierbitas con su condimento, y cuando estaba sirviéndole a mi esposo el plato
con su yuca, mi hijo se abalanzó sobre el plato y se lo comió. Por más que le
dijimos que tenía que guardar una dieta no nos escuchó. El pobrecito tenía
tantas ganas de algo rico... Después de un rato empezó la tragedia. ¡Ay diosita
Luna, ustedes no saben, no se pueden imaginar qué pasó!
-Tomó un hacha que usamos para cortar leña y árboles -prosiguió el padre-,
y con ella empezó a romper la casa. Empezó a perseguir a mi esposa, a su
mamá con el hacha diciéndole cosas horribles, “vieja bruta, vieja malvada” y
otras cosas que no puedo repetir, y mientras decía eso saltaba y saltaba como
loco con el hacha en la mano. Tuvimos que echarle varias sogas para
amarrarlo otra vez y llevarlo donde el curandero. Y lo trajimos aquí, y cuando
llegamos, el curandero salió con cara de preocupado y molesto y nos dijo de
que mientras estaba durmiendo sintió una cosa rara, entonces se levantó y se
miró en el espejo de antracita y vio que él tenía la boca rajada y que le estaba
saliendo sangre, y que además sentía algo raro en su cerebro. “¡Ya rompieron
la dieta, ya echaron a perderlo todo”! había dicho cuando se vio en el espejo.
“La culpa es de ustedes por dejar que comiera eso que yo había prohibido”,
nos reprendió.
-¿El brujo sintió y vio desde lejos que ustedes habían roto la dieta a través
de su espejo? -preguntó mi padre.
-Si, él lo vio, y otra vez le volvió a dar el brebaje que antes le había dado y
entonces empezó a calmarse. Después de eso le terminamos la dieta y ahora
está bien, está tranquilo. Le estamos muy agradecidos al curandero y le hemos
traído los mejores regalos. Creo que esta es la última vez que va a verlo a mi
hijo porque ya está curado, y se lo agradecemos tanto... pero tanto.
Se acercó un sirviente del templo y les dijo a ellos que ya era el momento
de la sesión con su hijo. Se levantaron y luego de despedirse con el tradicional
saludo de “que los dioses los bendigan, que la diosa Xi les de fortuna”
mientras se llevan la mano al corazón, siguieron al sirviente por la explanada
del templo hasta entrar a uno de los cubículos.
Nos quedamos boquiabiertos por la narración de aquella historia de amor,
de locura y de violencia. Era la primera vez que escuchaba algo así y por eso,
calladamente, agradecí la suerte de no tener que hacer frente a ese tipo de
situaciones.
Apareció otro sirviente del templo. Me tocaba a mí. Mis padres me
acompañaron. Cargamos las ofrendas y los pagos. Seguimos al sirviente hasta
llegar a uno de los cubículos del templo. Dentro estaba un sacerdote sentado
sobre mantas de lana. La luz de la puerta y una débil antorcha iluminaban
parte de la oscura habitación. Al ingresar el curandero se levantó y pudimos
ver la elegancia de su vestimenta. Tenía una larga túnica de color claro con
muchos adornos de color rojo, de formas parecidas a las valvas o mejillones y
que al caminar producían movimiento. Debajo de la túnica se veía un faldón
largo que le llegaba al suelo cubriendo sus piernas. Sobre su cuello colgaba un
collar de cuarzo y de oro. Como tocado tenía un sencillo sombrero de color
pardo con filamentos de amarillo y rojo.
Luego de saludar mi padre le entregó lo que habíamos traído como pago.
Nada parecía impresionarlo pero cuando le mostró una raíz alucinógena, se le
abrieron los ojos. Rápidamente aparentó seriedad y moderación. Antes de
iniciar la curación el médico sacó algunas frutas secas que le habíamos
entregado, y junto con frijoles y pallares los quemó en una bandeja.
Mientras ardían el médico ingirió un brebaje. Sobre el piso había una gran
alfombra de lana, y sobre la alfombra, en una esquina de la habitación, yacía
un tapete para la magia en donde se veían cabezas de personas moldeadas en
cerámica, varias piedras de distintas formas y tamaños, varas, espadas de
distintos tamaños, un garrote, una concha marina, recipientes, tabaco molido y
chunganas que son sonajas de cobre o plata, y otras cosas más que no pude
distinguir bien. En otro lado del cubículo se erguía un tronco de madera que
mostraba una cara esculpida que no parecía de este mundo. De las paredes
colgaban largas cintas de colores que los curanderos usan para sus más
antiguos rituales. En vez de tomarse de las manos toman las cintas por sus
extremos y así forman grandes círculos, y de esa manera bailan
parsimoniosamente llamando a los dioses y a los espíritus mientras cantan
melodías largas y profundas.
El curandero me preguntó por qué y para qué me encontraba allí, y fue mi
padre quien le relató lo que me había sucedido. Cuando terminó de relatar
todo, el curandero sacó los payek, los pallares, y los echó sobre la manta para
leer lo que me acontecía y leer mi futuro.
-Su hijo no se cura porque él aún sigue atado al recuerdo de su esposa. Si
antes era el amor lo que los unía, ahora lo que los une es el sufrimiento. Siente
y cree que si deja de sufrir por ella dejará también de amarla como alguna vez
la amó. Por eso no quiere que ese sufrimiento se vaya de su alma. Ahora el
sufrimiento de su recuerdo es como la esposa que lo acompaña. Si dejara de
sentirlo dejaría de pensar en ella, y eso es lo que no quiere.
Para mis padres no fue muy alentadora la respuesta. Lo que el curandero
había dicho era cierto, pero a mí no me importaba. Nos retiramos. Poco
después, y solo por insistencia de mi padre fui donde una curandera famosa
que tenía su casa más al sur, fuera del valle y cerca del mar, en el señorío de
Changuco. Ella era especial y muy sensible. Me llamó mucho la atención que
posara sus manos sobre mi cuerpo para tratar de aliviar los sufrimientos de mi
corazón. No era la primera vez que había visto eso, tampoco la primera vez
que alguien posaba sus manos sobre mí, pero yo sentía que ella era diferente.
Cuando me tocó el hombro y la rodilla derecha, sonrió y me dijo:
-Tu hombro y tu rodilla me hacen reír, me llenan de alegría, de inocencia.
Son como... traviesos, sí, traviesos. No sé por qué. ¿Qué has hecho para que tu
hombro y tu rodilla hagan que sienta lo que siento?
-No he hecho nada para que tú sientas eso. Nunca antes me habían dicho
algo así de mis rodillas.
-Pero tienes que haber hecho algo con tu rodilla y tu hombro... algo alegre,
travieso. Esa es la palabra, travieso. Haz un esfuerzo por recordar.
-Si, ya recuerdo -dije-. Cuando era niño me gustaba subir a los árboles y
subir cerros. Me gustaba treparme a los algarrobos por su olor y su tamaño.
Sentía que mis hombros y mis rodillas me acompañaban en todas esas
aventuras. Si no hubieran sido por ellas nunca podría haber trepado tan alto.
Mi madre siempre le preocupaba que subiera porque podía caerme. “¡Baja
muchacho desobediente, baja que te vas a caer!, decía cuando me veía arriba.
Te vas a romper la cabeza o una pierna. ¡Me haces preocupar y enojarme!”,
pero yo le decía que no se preocupara, que nunca me había caído. Al final le
hacía caso porque me decía que si bajaba, me daría una rica fruta, o sino un
poco de miel de abeja sobre el pan de yuca y algarrobo. Al bajar siempre me
daba un cocacho en la cabeza que yo sentía que era más de cariño que de
castigo. “Prométeme que no vas a volverlo a hacer”, me amenazaba. “Si, sí,
mamá. No voy a volverlo a hacer”, le respondía para que sintiera más
tranquila. Era una promesa que no podía cumplir. Me encantaba subir y ver
todo desde arriba, como los pájaros. Todo era lindo desde allí.
Esa fue la primera vez que en realidad había podido conversar con una
curandera con agrado, sin preocuparme, sin llorar. Me dijo lo mismo que el
curandero anterior. No quería dejar de sufrir porque sería como traicionar a
Muya. Para mí, ella estaba viva porque yo quería que estuviera viva. Estando
en su cubículo le pregunté qué eran todas aquellas cosas que tenía sobre los
mantos tendidos sobre el piso.
Me lo explicó. Sobre el piso se extendía un yute hecho de maguey, y sobre
él había una tela o manta que nadie había usado antes. El lado derecho de la
manta era la justicia, el espíritu de donde todas las almas provienen y a donde
todas retornan. Se encontraban cerámicas de nuestros dioses. En esa parte se
pone una piedra negra, un cuchillo de media luna con la figura de Tacay-
Namu, una concha de mar, una pequeña concha de mejillón para tomar
brebajes por la nariz, y junto a todo ello, un cristal de roca. A la mitad de la
manta está la zona que no es ni buena ni mala, mientras que a la izquierda
representa la maldad. Había también tabaco hervido con wachuma y misha
con cutzhio, con cananga y perfume de hierbas para aspirar por la nariz, para
shinguear.
En el izquierdo había un cuchillo para protección, una concha de abanico,
una moradilla, una sonaja que lleva semillas de chira, cuentas de lapislázuli,
pedernal y turquesas, un caracol grande para solucionar problemas, una piedra
sagrada, una lechuza o puku hecha de cerámica y que representa la sabiduría,
un cuy negro de piedra y un palo de chonta en forma de culebra.
-Uarmoc, ¿por qué no haces un viaje al sur, a Ychsmay, al gran templo
donde está el dios de las dos caras, al dios Paccha-Ccámac al sur del gran valle
de un río que se llama Límac? -me preguntó de manera inesperada-. Allí, en el
centro del santuario de Ychsmay está una cúpula dorada en donde se encuentra
el ídolo que representa al dios de la creación, del día y de la noche. Él es el
más poderoso de todos los dioses, el dios de los temblores. El oráculo de
Pakat-Namú es muy bueno y tiene gran prestigio, pero parece que ha ido
perdiendo fuerza. En cambio el de Ychsmay está ganando influencia. Es el
lugar de peregrinación más grande en donde llegan de lugares lejanísimos,
lugares de los cuales nunca has escuchado hablar.
-En esa parte hablan solo qeshwa, ¿no es cierto?
-Pero sé que tú hablas bastante bien el qeshwa.
-Lo suficiente como para entenderme bien. Para ser mercader hay que
hablar varios idiomas.
Al escuchar su sugerencia me entró la curiosidad. Estaba más interesado
por conocer el lugar y hacer el viaje que por curarme. Nunca había viajado tan
lejos y esa podía ser una oportunidad para aventurarme solo. A partir de ese
momento la curiosidad no me dejó en paz.
-Voy a pensarlo -respondí-, voy a pensarlo.
-También tiene por nombre El Valle de los Dioses porque Paccha-Ccámac
está en la costa y en la sierra nevada está el dios Pariakhakha.
-¿Sabes qué significa Ychsma?
- Ychsma o Ychsmay significa color rojo. Es un valle hermoso y de
abundante vegetación. Está en el valle de Luren y su templo está frente al mar.
Está pintado de vivos colores. No te arrepentirás.
-¿Pero para qué iría al templo? Tú me dices que yo no quiero dejar mi
sufrimiento porque es como dejar a mi mujer.
-Para comprender -respondió.
-Comprender… ¿qué?
-Comprender todo -insistió.
-¿Todo, pero qué es todo?
-Si quieres saber la respuesta, entonces anda al oráculo y lo sabrás. Yo fui
una vez en peregrinaje, pensando quedarme poco tiempo para una fiesta
religiosa, pero me quedé un año. Eso cambió mi vida para siempre. Mírame,
ahora soy maga y curandera. Antes ni siquiera había pensado serlo y no me
arrepiento.
-¿Pero tú quieres que me vuelva mago o curandero, como tú?
-Cada uno encuentra lo que debe encontrar. El oráculo es como un espejo
que te revela lo que tienes que ver y saber de ti. Por ejemplo, para mí todo se
reveló en un solo día cuando me sentía extraña y malhumorada pero no sabía
el motivo. De pronto, cuando se iba a ocultar el Sol y la oscuridad empezaba a
cubrir todo con su negro manto, en ese momento sentí una gran fuerza, como
una voz clara, pero no era una voz que me decía que ese era mi destino, la
curación, la magia. Fue tan claro y tan seguro como la luz que nos ilumina
ahora mismo. Desde ese momento no dudé en tomar ese camino hacia los
dioses a través de la curación de los hombres.
-Es muy misterioso lo que dices, y me pones en un dilema. Si voy sabré si
lo que dices es cierto, no porque quiera sanarme de lo que ustedes dicen que
estoy enfermo, sino por curiosidad. Pero si no voy jamás sabré si lo que dices
es verdad.
-Eres aún muy joven para conocer el misterio de las cosas. Este mundo es
mágico y misterioso, no te imaginas cuánto.
“Mágico y misterioso”, dos palabras que me quedaron dando vueltas como
golondrinas revoloteando en mi cabeza. Yo siempre había cumplido con los
rituales, con las adoraciones, con las procesiones y las peregrinaciones que se
hacen a los templos. Cumplía con los ayunos obligatorios y con las fiestas
religiosas, festejaba alegremente los eclipses cuando sucedían de día, y gritaba
asustado para ahuyentarlos de noche, cumplía con las oraciones para Ai-Apaec
el Creador, y para la diosa Luna. Siempre había cumplido con todo, pero
nunca me había detenido a pensar si el mundo en el que vivía era “mágico y
misterioso”. Todo era sagrado, así me lo enseñaron mis padres y mi
comunidad, pero nunca había sentido que las cosas sean realmente sagradas.
Luego de la muerte de Muya esa fue la primera vez que me puse a pensar que
la vida podía ser tan trágica como misteriosa. Fui donde mi padre y le dije que
había decidido viajar a Ychsmay, lo que lo alegró mucho.
-Entonces preparemos tu viaje desde ahora -dijo con entusiasmo, pero
sobre todo con esperanza, esperanza que yo no tenía-. Lo primero que tenemos
que hacer es elegir las cosas que tendrás que llevar como ofrenda al dios y
como pago a los sacerdotes. Pero antes que eso tienes que saber que solo
pocos, muy pocos pueden llegar a ver al ídolo en el oráculo. Usualmente son
autoridades, emperadores, curacas y aristócratas, pero sé cómo hacer para
convencerlos de que llegues hasta el mismo dios. Tengo que advertirte algo,
hijo. Para llegar a ver el oráculo tendrás que pasar un año lunar en ayunos y en
soledad.
-¡Un año! Eso es mucho tiempo papá.
-Parece mucho tiempo pero no lo es. Si lo haces tu vida cambiará. Ese
sacrificio bien lo vale. Serás feliz y te sentirás lleno del espíritu que nos rodea.
-Nunca te había escuchado hablar así papá. Pareces... no sé... un sacerdote.
-No soy sacerdote ni mago, solo tengo más edad que tú y he podido vivir y
sentir la magia de las cosas en mis viajes, mientras te veía crecer, sonreír y
llorar, caer y levantarte, amar y odiar con las rabietas y todas esas cosas
maravillosas. Ahora, mientras soy más viejo, todo me parece más querido y
más bello. Sigue mi consejo. Mientras antes inicies ese viaje en ti mismo,
antes serás un poco más sabio y más feliz.
-Me siento tan mal que en verdad no me interesa tener sabiduría. De todos
modos dime qué cosas tendría que hacer para preparar mi viaje -pregunté con
cierta duda.
-Solo dos cosas. Una es ir consiguiendo las ofrendas que debes llevar para
que te permitan tu estadía por un año hasta encontrarte con el oráculo más
poderoso de todos. La otra, la más sencilla, es acordar un viaje con los
balseros comerciantes que van al sur. Llevarás mercancía como pago por el
transporte. Tendrás que llevar varias llamas cargadas, incluso dejar las llamas
a cambio.
-No estoy seguro que pueda reunirlas -contesté.
-De eso me encargo yo. Para eso está la familia. Recuerda que somos
comerciantes y uno siempre guarda una que otra cosita para casos como estos
en donde tienes que dar más para poder recibir más. Pero primero que todo, a
juntar aquellas cosas que son de más utilidad y que les gustarán a los
sacerdotes.
-No será fácil coleccionar las ofrendas -dije- porque ellos reciben
obsequios valiosísimos de jefes y nobles de muchas naciones.
-Cierto, pero hay cosas que no podemos dejar de obsequiar como
intercambio, y esos son los míschiu, las sagradas conchas rojas que provienen
del norte. Eso es siempre lo primero. Lo sagrado debe mostrarse al inicio para
que te respeten y te consideren. Luego viene lo demás, los collares de cuarzo
incoloros y de varios tonos, turquesas, piedras preciosas y pedernales, collares
de amatista, ópalos tallados, miniaturas de plata y oro, caracoles de plata para
colgar, alfileres de metales preciosos con motivos de aves, flautas, ollas y
especias para cocinar, algunas miniaturas como arcos y flechas de plata para
regalar en ocasiones especiales, sandalias y láminas de plata para decoración,
brazaletes y muñequeras, cajas del precioso metal talladas y labradas con
incrustaciones y satinados, espejos y hermosas telas. Pero al final mi querido
hijo, para convencerlos totalmente y que no duden ni un momento de ti, vas a
mostrarles dos de las cosas que ellos más quieren. Primero el colorante más
vivo y apreciado por todos, el bermellón sagrado, el cinabrio, el mismo color
con el cual está pintado el oráculo de Ychsmay. En qeshwa se le llama mantur,
en aymara sisira, en el idioma wari ya desaparecido se le llamaba urucu, y te
digo otra palabra más que se dice en el idioma náhuatl, el que hablan muy pero
muy al norte a donde pocos comerciantes y navegantes han llegado y que es
una de las pocas palabras que conozco. Allí se le llama achiote. Y lo segundo,
y para terminar de convencerlos, les llevarás raíces y plantas traídas de la parte
oriental del reino de los Caxamalca. Los vuelve como locos porque ven
alucinaciones. Ellos adoran esas raíces. Esto los convencerá. No lo dudes.
-¿Estás seguro papá, de que eso dará resultado?
-Aprende esto ahora y para siempre, hijo. Para personas tan importantes y
difíciles de complacer como son estos sacerdotes, hay que mostrar lo mejor
que tienes, pero hay que mostrarlo todo a la vez, para que así queden
impresionados y te abran las puertas al Dios de las Conmociones.
Cada objeto fue envuelto en paños de algodón o telas para protegerlas.
Nada era dejado a la suerte, nada debía descuidarse. Y mientras iba
recolectando todos los regalos con cuidado, mi padre llegó a un arreglo con los
balseros que enrumban al sur. Siempre hay muchas balsas que viajan
constantemente intercambiando pescado salado, cereales, lanas, lingotes de
cobre, chakiras, y muchas cosas más. Mi padre conocía numerosos
comerciantes marinos, incluso había viajado con ellos en sus balsas. La
embarcación me llevaría desde Xian-Xian hasta las tierras del sur de Chinchay
sin detenerse en ningún puerto o caleta. Desde allí tendría que caminar hacia el
norte hacia el oráculo. Con la carga que llevaban en la balsa, que era mucha,
no podían detenerse en las playas del Señorío de Ychsmay porque en las
orillas podía voltearse por el golpe de las olas, y porque estaban algo atrasados
en sus entregas.
Mi padre se encargaría de encontrar la balsa en la cual me embarcaría,
negociar el precio del viaje y el tiempo de retorno. El retorno sería en un año y
él acordó que me recogerían en Fiti-Fiti, en la punta más extrema que entra al
mar en el gran valle de Límac, entre los soleados días del solsticio de verano.
Si no me recogiera la misma balsa que me llevaría al sur, me recogería otra
que el comerciante contrataría. Muchos de los comerciantes y navegantes se
conocen entre ellos a pesar de que el número de balsas es muy grande en el
reino Ximor. La salida hacia el sur tenía que ser un mes antes del solsticio de
verano de ese mismo año. Sin saberlo, había iniciado mi peregrinación, mi
propio viaje a lo insospechado.
CAPÍTULO 2
LA CONSTELACIÓN DE PAKAT-NAMÚ
CAPÍTULO 3
LAS SAGRADAS LÍNEAS DE KON
CAPÍTULO 4
EL SABIO DEL VALLE
CAPÍTULO 5
HISTORIAS DE DIOSES
Me despedí del Sabio del Valle sintiéndome un poco cobarde pero a la vez
libre de sus palabras, palabras que me maravillaban y me producían una paz
que no había conocido antes. En su presencia sentí que vivía entre dilemas.
Proseguí mi caminata tal como me lo había señalado mi amigo Lloay. Ya
entrando más en la tierra de los Ica me percaté que estas se parecían un poco a
mi alma: lo que fue alguna vez un gran valle, amplio y extenso, húmedo y
fértil, estaba en ese momento rodeado por un gran desierto de dunas secas y
sin vida, pero yo me sentía siempre deseoso de enamorarme de un valle, de
cualquier valle, como el que alguna vez fue mi tierno valle llamado Muya.
Al día siguiente de mi llegada donde los Ica, me dirigí hacia el río que
debía cruzar. El valle estaba rebosante de algarrobos, guarangos y muchos
árboles frutales. Mientras caminaba pude ver en la espesura, palomos, tórtolas,
perdices y otras muchas aves, así como venados. Llegué al río al atardecer.
Busqué esas balsas tan peculiares que Lloay me había descrito y las encontré.
Hablé con los balseros para que me permitieran dormir en algún lugar
protegido, y ellos accedieron con amabilidad dándome una pequeña cabaña
para dormir. A la mañana siguiente pude apreciar con mayor detenimiento
aquellas balsas.
En la orilla descansaban dos de ellas. Estaban hechas de madera y de cuero
de lobos de mar inflados. Pregunté por qué no construían balsas de juncos y
me respondieron que en esos valles no había suficientes juncales y por eso los
hacían de cueros de lobos degollados e inflados, unidos con travesaños y
correas de piel. Sobre los cueros inflados se colocan tablas como piso para
transportar gente, animales y mercadería. Una de las sorpresas fue cuando
escuché de labios de los mismos balseros que con ese tipo de embarcación
también se adentran en el mar con velas o con remos. Cuando la balsa
descansa en la orilla, los cueros se desinflan, pero cuando se va a entrar al mar,
se inflan desatando un pequeño agujero que se sopla por medio de un delgado
canuto. Luego se amarran y aseguran con tripas. Se puede inflar incluso
mientras se está sobre el agua. Son muy prácticos y fáciles de usar. Las pieles
de lobo están recubiertas con brea y cosidas con cuerdas hechas de tripas del
mismo lobo.
Aquellas embarcaciones me hicieron recordar las pequeñas balsas que en
Wanchako construíamos con calabazas vacías y sobre los cuales nos
divertíamos mis hermanos, primos y amigos. Nos alejábamos un poco de la
orilla para que la espuma de las olas no nos voltee y cuando estábamos un
poco adentro, nos zambullíamos como las aves de mar. La alegría de la
infancia parece infinita. Nada hay mejor en la niñez que la diversión porque
salvo la diversión y la alegría, nada existe, solo ese instante que parece eterno.
La balsa que me trasladó viajaba de una orilla a otra por medio de una
larga cuerda. Esta se ataba a un árbol en una de las orillas, y en la otra orilla se
ataba a una roca. La cuerda pasaba por un agujero hecho en uno de los
maderos para que la balsa no sea arrastrada por la corriente. Una vez que crucé
les di el pago correspondiente y proseguí mi viaje.
Al llegar a Chinchay busqué gente para que me orientaran para llegar al
camino que me conduciría hacia Ychsmay. Me informaron sobre el trayecto,
los lugares y los nombres que encontraría en la ruta. Seguí las indicaciones y
llegué a la misma costa. En Chinchay hay cómodas vías para los viajeros y los
comerciantes, como en el reino Ximor. En aquel lugar se puede ver una muy
larga calle paralela al mar en donde miles de personas viven y trabajan, como
los artesanos que están a las afueras de la ciudadela de Xian-Xian. Hay
pescadores que procesan el pescado, así como navegantes que comercian con
esos productos y con muchos más, como metales, alimentos, zapatos, ollas y
hasta piezas de carpintería. Es muy notoria la gran cantidad de llamas de carga
que criaban los chinchay para sus intercambios. Mientras caminaba pude
apreciar otros adoratorios como el templo de Urpay Wáchak, el de Quillairaca
y Churruyoc.
El siguiente río que crucé fue el que riega el señorío de Lunahuanác.
Siguiendo el trayecto divisé a lo lejos la fortaleza de Warkuq, que
anteriormente había avistado desde el mar. Tal como me lo habían anunciado
en Chinchay, vi desde las orillas que aquella fortaleza estaba construida al
borde de un acantilado que mira al océano. En Warkuq hay extensos salitrales
cerca de su puerto y que les llaman iuanco, porque es el lugar donde el agua de
lluvia llega cargada de barro por las torrenteras. Warkuq es grande, muy ancho
y lleno de frutales. Hay una gran cantidad de guayabas muy olorosas. De allí,
tal como se me fue dicho, cruzaría las verdes omas de Quilmana hasta llegar a
Asiaj.
Reconocer Asiaj fue fácil porque Asiaj significaba algo así como
“maloliente”. En las orillas del río Omas, que desemboca en el mar de Asiaj,
crece una pequeña vegetación que produce un olor desagradable que se puede
percibir desde lejos y por eso se le puso ese nombre para reconocer el lugar.
En aquel lugar visité un templo muy antiguo y muy respetado por todos, y al
cual llegan numerosos peregrinos: el templo de Malanay. En él hay ofrendas
de adoradores de lugares muy lejanos, cementerios en donde se enterraban
grandes señores y sacerdotes de tiempos actuales y remotos. Oré y dejé una
ofrenda como lo hacen todos los caminantes.
En los alrededores del templo de Malanay una caravana de peregrinos
había pasado la noche. Se dirigían hacia el oráculo, como yo. Hablé con quien
parecía ser el líder del grupo solicitándole que me acepten como un peregrino
más. No tuvieron objeción alguna así que me uní a ellos. Esos peregrinos,
venidos de lugares que nunca antes había escuchado mencionar, usaban
binchas de colores, sombreros y tocados de diseños simples y complicados,
tocados de plumas de aves desconocidas de la selva, cintas de color oscuro
sobre la cabeza o alrededor de la cintura. Había algunos que, como sombrero,
tenían la piel de un animal disecado como la cabeza de un puma, o un ave, o
un mono. Se maquillaban tanto hombres como mujeres pintándose los ojos
con antifaces, como las mujeres ximor, pero con algunas diferencias en los
tonos. Sus llamas estaban adornadas con bellos y coloridos mantos, y con
combinaciones que nunca antes había observado.
Uno de los consejos que mi padre me daba para ser un buen mercader es
que nunca hay que dejar pasar la oportunidad de conocer gente nueva, gente
interesante; siempre hay que informarse sobre las cosas que suceden en otros
lugares, en otros mundos, porque lo inesperado y original son cosas que
siempre nos asombran. Todo ello trae riqueza porque todos desean el
intercambio, el trueque. Antes que Muya muriera, me gustaba asombrarme por
lo nuevo, a pesar de que a veces podía causarme miedo o incluso daño. Luego
de su muerte ya poco me interesaba el mundo y la gente. Sin embargo me hice
amigo de algunos peregrinos, les dije el motivo de mi peregrinaje y ellos
también me dijeron los suyos.
-¿Has estado alguna vez en Irma? -preguntó uno de los ellos.
-¿Se refiere a Ychma?
-También se le llama Irma.
-No he estado allí nunca, solo he visto parte del valle desde el mar mientras
navegaba hacia el sur para venir aquí.
-Este es el santuario más sagrado y venerado de todos, y es muy antiguo.
Además es muy poderoso.
-Mi padre me dijo que ahora es más poderoso que el mismo oráculo de
Pakat-Namú. Por eso estoy aquí.
Les conté sobre lo que había visto en las tierras nanashca. Les hablé de las
celebraciones durante el día y de los rituales con antorchas durante la noche,
así como de la historia del dios Kon.
-Lo que te dijo tu amigo es cierto -agregó un peregrino-. Kon pobló la
tierra pero luego nos castigó terminando así la era de la abundancia. Pero no te
contó que luego apareció Paccha-Ccámac.
-No me contó nada, yo tampoco le pregunté. ¿Conoces esa historia?
-Por supuesto, y te la cuento. Paccha-Ccámac, hijo del Sol y de la Luna,
apareció y luchó contra Kon hasta que lo derrotó. Entonces Paccha-Ccámac
transformó a la primera humanidad que Kon había creado en zorros y gatos
negros.
-Pero, ¿por qué hay tanta gente ahora?
-Dicen que al principio del mundo solo había una pareja humana pero no
tenían qué comer. El hombre murió de hambre y la mujer se quedó sola,
entonces se quejó ante el dios Sol. Para sobrevivir comía algunas raíces que
había en la tierra. Viendo eso, el Sol bajó del cielo y con sus rayos la fecundó.
A los cuatro días nació un hijo que se llamó Vichámac. Entonces Paccha-
Ccámac se indignó porque el Sol le quitó la adoración que se le debía hacer
solo a él. Tomó al recién nacido y lo despedazó. El dios sembró los dientes de
Vichámac y de ellos nació el maíz, de sus costillas y sus huesos crecieron las
raíces comestibles, y de su carne brotaron las frutas que conocemos. Desde
aquella vez desapareció el hambre en el mundo. Por eso es que Paccha-
Ccámac se volvió el dios de la abundancia, de la subsistencia.
-Vichámac entonces murió -agregué.
-El mundo de los dioses es diferente al de los hombres. Para ellos la
resurrección es siempre posible. La madre le imploró al Sol nuevamente y él la
ayudó devolviéndole la vida con el cordón umbilical. El joven Vichámac
creció sano, fuerte y hermoso, y en un momento deseó conocer el mundo y por
tanto empezó a viajar. Al saber Paccha-Ccámac que Vichámac no estaba
acompañando a su madre, la mató y la dio como comida a gallinazos, buitres y
cóndores, conservando sólo sus huesos y sus cabellos que escondió en las
orillas del mar. Cuando Vichámac regresó de su viaje, supo lo de su madre y
lleno de furia lo primero que hizo fue devolverle la vida usando los restos que
Paccha-Ccámac había escondido. Entonces decidió vengarse, pero Paccha-
Ccámac no quiso enfrentarlo y para evitarlo se metió en el mar, en el sitio en
donde ahora está el santuario, el pueblo y el valle de Irma.
-Paccha-Ccámac es el supremo Señor de los Temblores, me han dicho.
-Claro, y dicen los del valle de Irma que el más pequeño movimiento de su
cabeza puede producir un terremoto, y un movimiento mayor, como
levantarse, produciría un cataclismo. Sé que cuando sus sacerdotes entran en
éxtasis lo llaman Pacchacoyochi, o sea aquel que hace temblar la tierra.
¿Quieres saber algo más?
-Por supuesto -respondí.
-Como la mayoría de los dioses, él tiene parientes, y uno de sus hijos es
Llocllahuancupa, que es el Señor de las Avalanchas y del exceso de lluvias.
-Lo que me cuentan me parece interesante.
-¿Sabes la historia del dios Kon Iraya?
-No, recuerden que yo vengo de la costa norte en donde tenemos otros
dioses. A estos también los adoramos, pero están mucho más presentes los
nuestros. Dijiste que entre los dioses la resurrección es siempre posible -
agregué.
-Así es.
-¿Has escuchado alguna vez que un dios resucite a un mortal?
-No, nunca, solo entre ellos se resucitan. Quizá lo hayan hecho, pero si ello
hubiera sido cierto, el que vino de la muerte lo hubiera dicho, ¿no crees?
-Imagino que sí.
-Lo preguntas porque te gustaría que el dios Paccha-Ccámac resucite a tu
esposa, ¿cierto?
-En realidad sí. ¿Crees que si durante el tiempo que esté en el santuario y
le pida al Dios de las Conmociones que la resucite, él lo hará?
-No es la primera vez que he escuchado ese pedido. He conocido a algunos
que lo hicieron a todos los dioses, pero nadie le respondió. Aquellos seres
queridos que dejaron esta vida siguieron estando muertos. Es mejor no pedir
eso porque aquellos que pidieron y sus deseos no fueron cumplidos terminaron
más deprimidos que antes, y algunos pocos casi locos porque esperaron algo
que nunca he visto en mi vida. Si no se lo concedieron a ellos, no creo que te
lo concedan a ti. Además creo que por alguna razón no deben regresar a este
mundo. Quizá sean más felices en el otro.
Descubrí que no había sido el único que deseaba la resurrección de mi
esposa. Lo que me dijeron me desilusionó y me hizo sentirme aún más
apenado.
-Pero no todos los dioses pueden resucitar, aunque puedan tener poder para
ello -agregó.
-¿Por qué?
-No lo sé. Para mí también eso es extraño. Si yo fuera uno de esos dioses
resucitaría a todos los que amo. Déjame contarte una de esas historias.
¿Recuerdas que hay dos islotes, uno grande y otro muy pequeño frente a las
playas de Irma?
-No, no los recuerdo. La balsa estaba lejos de la orilla, y yo sólo posé mi
mirada sobre el oráculo que estaba detrás de un montículo elevado.
-Cuando lleguemos al valle de Irma verás dos islotes en el mar. Esos
islotes tienen su historia que están relacionadas con el dios Kon Iraya
Wirakocha. Además esta historia que te voy a contar, no solo dice que
Wirakocha no resucitó a nadie, sino también sobre el origen de todos los peces
del mar y el destino de otros animales.
La historia que me contó el peregrino fue muy interesante. Dicen que,
mucho tiempo atrás, Kon Iraya Wirakocha, el más antiguo de todos los dioses,
llegó a Warochirí tomando la forma de un hombre andrajoso y muy pobre que
se paseaba con su capa y harapos hecho jirones. Los hombres que habitaban la
tierra no lo reconocían, y creían que era un mendigo piojoso. Sin embargo él
era muy poderoso y le gustaba mucho realizar hazañas extraordinarias. Daba
vida a las personas y a las comunidades, con su palabra construía andenes y
hacía que las parcelas estén listas para hacer crecer sus frutos. Tal era su fuerza
y su poder que con sólo arrojar una flor de un cañaveral llamada pupuna,
podía abrir canales de riego y acequias desde su misma fuente. Con su palabra
creó terrazas, andenes y campos a lo largo de empinadas cuestas en las
quebradas.
En aquel tiempo, había una hermosa joven doncella llamada Kawillaka que
era una deidad, y que su nombre significaba Dulce Boca. Los semidioses, los
wakas y los wilkas, deseaban acostarse con ella pero ella los rechazaba. Un
día, mientras estaba tejiendo debajo de un árbol de lúcumas, Kon Iraya la vio y
convirtiéndose en ave subió al árbol e introdujo su semen en una lúcuma
madura y la hizo caer cerca de la doncella. Kawillaka, contenta, se la comió y
quedó embarazada sin que hombre alguno la haya tocado.
Dio a luz a un niño y ella se preguntaba quién podría ser el padre. Pasado
ya un año desde su nacimiento, cuando ya gateaba, Kawillaka concertó una
reunión a los wakas y los wilkas en Anchicocha para saber quién era el padre.
Cuando los wakas oyeron el mensaje, todos se alegraron y acudieron vestidos
con sus más finas ropas. Cada uno estaba convencido de que Kawillaka lo
amaría. Cuando estuvieron todos reunidos ella habló: "¡Mírenlo, varones,
señores!, ¡reconozcan a este niño! ¿Quién de ustedes es el padre?". Nadie dijo
ser el padre. Kon Iraya Wirakocha se había sentado en un rincón. Kawillaka ni
siquiera le preguntó si él era el padre porque le parecía imposible que lo fuera.
Era demasiado despreciable por ser tan pobre y nada hermoso.
Viendo Kawillaka que nadie admitía ser el padre de su hijo, les dijo que si
el padre estaba presente su hijo se le subiría encima. Entonces le pidió a su
hijo que fuera él mismo a reconocer a su progenitor. El niño gateaba de un
lado a otro hasta que llegó donde estaba sentado Kon Iraya y entonces trepó
alegre por las piernas de él. La madre al ver eso se sorprendió y gritó “¡¿Cómo
habría podido yo dar a luz el hijo de un hombre tan miserable?!”, y cargando a
su hijo corrió rápidamente hacia el mar cruzando valles y cerros con la
velocidad del rayo. Kon Iraya pensó que cambiando de ropas por un lujoso
traje de oro, Kawillaka lo amaría, y con ese bello ropaje la empezó a seguir.
Kon Iraya le gritaba que volteara la cara, que lo mirara, que era muy atractivo.
Él se irguió e iluminó la tierra pero Kawillaka no volvió el rostro para verle.
Tenía la intención de desaparecer por haber dado a luz el hijo de un hombre
tan horrible. En el momento que se adentró al mar ella se convirtió en el islote
grande y su hijo en el pequeño.
Mientras tanto Kon Iraya la seguía a distancia gritándole continuamente
para encontrarla con la esperanza de que ella lo mirara. En el camino encontró
primero a un cóndor y le preguntó: “Hermano, ¿has encontrado a la hermosa
Kawillaka?”, y el cóndor le respondió: “Está aquí cerca, estás casi por
alcanzarla”. Entonces Kon Iraya le dijo: “Siempre vivirás alimentándote de
todos los animales de la puna; cuando mueran, ya sean guanacos, vicuñas o
cualquier otro animal te los comerás y si alguien te mata, él a su vez morirá”.
Luego encontró a una zorra y le preguntó lo mismo que al cóndor y la zorra
respondió: "Ya no la alcanzarás, ya está muy lejos". Kon Iraya la maldijo con
odio diciéndole: "Por lo que me has contado, no caminarás de día sino de
noche, odiada por los hombres y apestando horriblemente". Luego encontró a
un puma que le respondió: "Ella todavía anda por aquí, ya te estás acercando".
"Serás muy querido”, le prometió Kon Iraya, “y las llamas, sobre todo las
llamas del hombre culpable, te las comerás tú; y si alguien te mata, primero te
hará bailar en una gran fiesta poniéndote sobre su cabeza y, después, todos los
años te sacará y sacrificándote una llama, te hará bailar.”
Después se encontró con un zorro que le dijo que Kawillaka ya iba lejos y
que no la alcanzaría. Entonces le dijo Kon Iraya: "Aunque camines a distancia,
los hombres, llenos de odio, te tratarán como zorro malvado y desgraciado;
cuando te maten, te botarán a ti y tu piel como una cosa sin valor”. Kon Iraya
se encontró con un halcón y este le aseguró que Kawillaka andaba todavía
muy cerca y que ya casi estaba por alcanzarla. Kon Iraya le prometió:
"Tendrás mucha suerte y, cuando comas, primero almorzarás picaflores y
después otras aves; el hombre que te mate llorará tu muerte y sacrificando una
llama en tu honor, bailará poniéndote sobre su cabeza para que resplandezcas".
A continuación se encontró con unos loros. Los loros le dijeron que Kawillaka
iba muy lejos y que ya no iba a alcanzarla. “Ustedes andarán gritando muy
fuerte y los hombres, cuando escuchen su grito y sepan que tienen la intención
de destruir sus cultivos, los ahuyentarán y de esa manera habrán de vivir con
mucho sufrimiento, odiados por ellos".
Así, cada vez que se encontraba con alguien que le daba buenas noticias, le
aseguraba un porvenir dichoso y proseguía su camino. Pero si las noticias eran
malas, lo maldecía lleno de odio. De esta forma llegó hasta la orilla del mar y
vio con pena el final de Kawillaka y de su hijo. El dios regresó a Ychsmay.
Pasó un tiempo y Kon Iraya llegó al sitio donde se encontraban dos hijas
del dios Paccha-Ccámac custodiadas por una serpiente. Poco antes, la madre
de las dos jóvenes había entrado en el mar para visitar a Kawillaka. Se llamaba
Urpay Wáchaj. Kon Iraya viendo que ella había ido a visitar a Kawillaka y
aprovechando su ausencia, violó a la hija mayor. Cuando quiso hacerle lo
mismo a la otra, ésta se transformó en paloma y alzó vuelo. Por eso su madre
se llamó Urpay Wáchaj que significa “La que pare palomas”.
En aquella época no había ni un solo pez en el mar. Sólo Urpay Wáchaj los
criaba en una laguna en Ychsmay. Kon Iraya encolerizado, se preguntó: "¿Por
qué se ha ido a visitar a Kawillaka mar adentro?" y abriendo un surco arrojó
todos los peces al mar. Por eso ahora el mar está lleno de peces. Después, Kon
Iraya huyó hacia la orilla. Cuando sus hijas le contaron cómo el dios Kon
había violado a la mayor, Urpay Wáchaj furiosa, lo persiguió. Llamándolo
continuamente fue detrás de él diciéndole que la espere. Entonces, Kon Iraya
aceptó esperarla. "Sólo quiero quitarte las pulgas, Koni”, le dijo cariñosamente
y lo espulgó. Mientras lo espulgaba, ella hizo crecer una gran peña para que le
cayera encima del dios. Pero Kon Iraya, gracias a su astucia pudo adivinar su
intención y le dijo que quería retirarse unos momentos para defecar. De esa
manera logró huir y se dirigió hacia las tierras de los Checa. Entonces anduvo
mucho tiempo por esos parajes engañando a muchísimos hombres y huacas
locales.
-Un dios un poco colérico y travieso -dije.
-Creo que la furia de los dioses es siempre más intensa y poderosa que la
de los hombres -agregó el peregrino-. Cuando lleguemos a Yrma, veremos la
laguna de Urpay Wáchaj. Está allí y tú mismo la verás.
La caravana siguió un poco más al norte para descansar en el señorío de
Mallac y en donde encontramos palacios bien pintados y otros templos. En él
hay una laguna cerca del mar del cual extraen muchas lisas con redes y que
son muy sabrosas. Frente al señorío, ya en el mar hay una isla, una gran
piedra que es un adoratorio y que está frente al valle de Mallac llamado
Concavilca. En aquel valle pasa un río muy bueno, con muchos camarones y
lleno de espesas arboledas y frutales. Cada valle es un lugar que siempre invita
al peregrino, al comerciante o al viajero a quedarse. Al día siguiente
proseguimos hasta Chilca con sus aguas sulfurosas y sus salinas. Varios de la
caravana, incluido yo, nos sentimos tentados a tomar un buen baño en esas
aguas con lodos medicinales y luego de un descanso, proseguimos. Entramos
en una extensa y fresca oma verde que crece a lo largo de una faja de cerros
bajos hasta tierra adentro, hacia el este. Esta oma llega hasta el sur del gran
valle de Límac. Caminamos hacia el norte por aquella oma, y nos topamos con
los Patca y los Calinga. En esos días ellos tenían grandes festividades en honor
al dios Pariakhakha, dios que está en las alturas de la sierra hacia el este. Más
adelante conocimos a los que viven en Cuncham, y luego Quilcay que es
pueblo de numerosos pescadores que entran al mar por turnos. En Quilcay hay
una fuente de agua dulce, tienen su propio adoratorio, y tienen amplios
caminos que unen al pueblo con el valle. Tienen una gran laguna, la más
grande de la zona en donde pulula una gran variedad de aves y muchas lisas.
Finalmente vimos a lo lejos el gran templo de color bermellón, azogue,
amarillo y naranja en una colina cerca del mar, en lo que parecía ser un
espléndido valle.
CAPÍTULO 6
EL ORÁCULO COLOR BERMELLÓN
Cuando la caravana se acercó al oráculo me llamó mucho la atención ver
que en el aire, por encima del santuario, revoloteaban muchas aves negras,
gallinazos, buitres y cóndores formando un gran remolino oscuro. En los
templos de la costa también se pueden ver aquellas aves revoloteando, pero
allí pululaban mucho más y de manera muy tupida. Parecía como un enorme
tocado largo y negro. Ello le daba un aspecto misterioso, como venido de otro
mundo.
Al llegar al camino de la ciudadela del templo, vimos una amplia laguna de
forma oval. Era la laguna de Urpay Wáchaj, esposa de Paccha-Ccámac.
Recuerdo que el nombre de la laguna era Licas, como el nombre de las redes
que usan los pescadores de aquellas costas. En la laguna yacían patos, garzas y
gallinetas; también peces que de tanto en tanto saltaban por sobre la superficie,
y en sus orillas abundaban los juncos. Alrededor de ella se erguían tres
pequeños templos. Uno de ellos dedicado a la misma Urpay Wáchaj, la que
crio a los peces del mundo.
A pesar de que el santuario estaba amurallado, y pintado de colores
cinabrio, naranja, amarillo y azul, desde el exterior se podían ver sus edificios.
Ya desde la entrada se apreciaba mucha gente en movimiento. Eran los
peregrinos que arribaban desde lugares muy lejanos para las celebraciones más
importantes del año. Se veían sacerdotes caminando por la ciudadela
conduciendo gente, llamas con ofrendas o simplemente andando y
conversando con otros sacerdotes o con gente común. Los templos menores
eran grandes y parecían estar siempre habitados.
Ya de cerca, pude ver que las murallas estaban pintadas con figuras de
animales, peces, aves, plantas y representaciones de dioses con vivos colores.
Una vez que la caravana cruzó el umbral de la entrada, se escuchaba cada vez
con más intensidad cantos y melodías de instrumentos musicales de diversos
tipos, así como oraciones que se superponían unas a otras. Se escuchaban
muchos murmullos en voz alta, voces de hombres y mujeres, de niños y
jóvenes, todas ellas mezcladas con cantos y músicas con diferentes ritmos y
melodías. Ese espectáculo de ruidos sin armonía aparente, ese desordenado
concierto de voces humanas y melodías que se escuchaban a la vez, daban la
impresión de provenir de otro universo, de otro espacio que no era en el que
vivíamos en aquel momento. Surgían de un lugar que se encontraba a la
izquierda inmediatamente después de la entrada y antes del amplio Pabellón
de los Peregrinos.
Allí se abría esa plaza en donde se veían peregrinos danzando, orando,
conversando, haciendo ofrendas, comiendo y bebiendo. Escuchaba las
oraciones en idiomas que nunca antes había oído. El camino que se abría para
el visitante estaba marcado con piedras, y en cada tramo estaban clavados en
la tierra postes de madera labrados y pintados del tamaño de una persona o
incluso más grandes. Esas maderas labradas representaban, en uno de sus
lados, la cara del Dios de los Temblores, el Dios de la Noche, y en el otro, a
sus espaldas, a Vichámac, el Dios de la Luz y del Día. Unidos ambos son el
Dios del Cielo. Así como el cielo tiene día y noche, este dios de las dos caras
representaba tanto el día, como la noche. Uno de los peregrinos que me
acompañó dijo que la palabra Ychma provenía del nombre Vichámac,
Vichama o Vichma. Me dijeron que aquel nombre significa colorante, achiote
y además pintarse el rostro de ese color.
En la parte norte del oráculo hay un amplio arenal destinado a las tiendas
de los peregrinos que van a visitarla. En aquella ocasión había mucha gente en
el santuario, como si el lugar hirviera de gente con muchos colores. Era el
tiempo en donde en la costa se elevan las temperaturas y las lluvias empiezan
a precipitarse en la sierra trayendo un mayor caudal de agua en los ríos. Ese es
el tiempo cuando largas y coloridas caravanas empiezan a llegar a Ychsmay.
Si por un momento pensé que esa época del año no era el mejor para buscar el
retiro, el silencio, la reflexión y la oración, ese pensamiento fue desechado
porque alguien de la caravana me dijo que, por el contrario, ese era el mejor
momento porque participaría de un espíritu de adoración y glorificación divina
con todos.
-Hemos venido en el tiempo de la Chayana que es el tiempo de celebración
en Luna llena, y que coincide con la llegada de las lluvias en la sierra. Las
principales ceremonias en honor al oráculo tienen lugar durante la Luna llena
y en este mes. Es el mejor momento, créeme.
Me dijeron que las procesiones de todas esas gentes venidas de muy lejos
era un verdadero espectáculo, una demostración de que todo este mundo es
sagrado, de que los dioses siempre escuchan y siempre responden a su manera,
con un lenguaje muchas veces incomprensible y oscuro, pero siempre
responden. Pasado ese tiempo de gran afluencia, el número de peregrinos
disminuye, pero siempre hay visitantes y devotos.
Nos hicieron ingresar a una gran plaza abierta, al Pabellón de los
Peregrinos, que es el lugar a donde llegan todos los que quieren ver y
consultar al Dios de los Temblores. Ese pabellón es muy largo y en forma
trapezoidal. Es una larga explanada rectangular al borde de la plaza de acceso
que conduce a la pirámide del mismo oráculo. Ese pabellón está cubierto por
paredes no muy altas, y su largo y liviano techo se sostiene por columnas
rectangulares de adobe y madera alineados en dos filas paralelas que corren en
el centro. Fuera del pabellón techado, hay una especie de trono elevado que
sirve para que los sacerdotes anuncien las actividades del templo: las
festividades, las procesiones y los rituales, los lugares que los peregrinos
deben ocupar para dormir, cocinar y comer; en dónde deben hacer sus
necesidades, indicar dónde deben echar la basura, a quién dirigirse para
entregar las ofrendas o en caso de alguna necesidad, el lugar del río a donde
pueden bañarse y todas esas cosas. Pero ese trono también se usaba para
indicar a los peregrinos las oraciones en los momentos cruciales y el de los
rituales.
Se nos señaló los lugares en dónde ubicar a las llamas, e incluso dónde
estaban los cementerios para aquellos que morían durante esas largas romerías,
o quienes deseaban visitar o exhumar a algún familiar muerto en esa tierra
santa. Entre los peregrinos también hay quienes, como último deseo en esta
vida, desean peregrinar hasta el oráculo para morir en él y ser enterrados. Para
entrar al Pabellón de los Peregrinos y participar de la Chayana primero se
tiene que hablar con un ayudante en una de las pequeñas habitaciones de
adobe disponible. En esas pequeñas habitaciones, otros ayudantes, hombres y
mujeres, se encargan de preguntar a cada persona o familia, quiénes son, para
qué concurren y por cuánto tiempo. Dependiendo de ello, se les pide un pago y
se les asigna un lugar.
Cuando me tocó el turno, le dije a una joven que me atendió, mi intención
de quedarme por un año era para consultar al oráculo por la muerte de mi
esposa. Ella me miró primero con lástima, y luego con dudas sobre si tendría
la suficiente fuerza de voluntad para lograr mi meta.
-Debes tener un buen pago para convencer a los sacerdotes que te permitan
llegar hasta el mismo dios. No cualquiera llega a verlo.
Le mencioné lo que tenía y le mostré las dos llamas cargadas con las
sagradas valvas rojas, muy rojas; además oro, plata, chakiras, collares y sobre
todo un ofrecimiento especial: cinabrio en abundancia, y una tentadora
cantidad de hierbas y raíces alucinógenas. Cuando la joven vio mis alforjas
llenas, cambió su expresión y me dijo que ella misma hablaría con uno de los
jerarcas.
-Con este cargamento creo que sí podrás llegar al mismísimo oráculo -
afirmó.
Yo sabía que los corales muy rojos sirven para ahuyentar a ciertos espíritus
malignos. Los sacerdotes del templo, los cushipatas que son los grandes
magos y curanderos, las buscan de ese color intenso para emplearlas en
defenderse de los espíritus perversos, espíritus que saben obsesionar a los
hombres. Estos espíritus, a pesar de su fortaleza, temen a los corales rojos
como los perros temen al látigo o al fuego. La joven me informó que ese día, o
al día siguiente, tendría una conversación con un cushipata y una respuesta a
mi pedido.
A lo largo de esa enorme plaza se erigen pequeñas habitaciones orientadas
de este a oeste, dispuestas para las familias o para personas de cualquier
categoría. A los personajes importantes se les ubica a un lado de la plaza, en
lugares más cómodos mientras se les busca un refugio más adecuado para su
jerarquía. Vi senderos hechos encima de gruesos muros sobre los cuales se
puede caminar sin interrumpir a los demás que yacen sobre el suelo, y de esa
manera se trasladan de un lugar a otro. Los muros servían para caminar,
también para separar, así como para unir las diferentes partes de aquella plaza.
Otra de las razones por las cuales estaban hechos era para que la gente pudiera
subir y apreciar mejor los rituales desde cierta altura.
Junto con la caravana con la que yo había arribado, habían llegado también
algunos prestigiosos personajes. De los señoríos y naciones del sur llegó
alguien llamado Lincoto, que era el señor de Mallac; Allaucax, señor de Noax;
de Warkuq, el señor Guaralla, y de la gran nación Chinchay llegó Chumbiauca
acompañado de diez autoridades principales. Cuando esta comitiva arribó en
lujosas hamacas y andas cargadas por muchos servidores, parte de la gente que
se encontraba en el Pabellón de los Peregrinos se acercaron para saludarlos
con gran reverencia. Al parecer eran conocidos y respetados en la región.
Cuando llegaron, ayudantes del santuario, junto con un sacerdote de alta
jerarquía, caminaron presurosos a darles el encuentro y la bienvenida. Luego
de saludarlos con gran parsimonia se encaminaron por las calles hacia el
interior de la ciudadela. Del norte vino Guagchapayco, señor de Guaura; de los
Collec en el valle alto de Ychsmay, el señor Acja; y de Sullicasmarca, el señor
Ispillo. Ellos ocuparon algunos de esos recintos reducidos mientras los
conserjes les buscaban habitaciones más cómodas y que correspondieran a su
categoría. Mientras estuvieron en tales hospedajes provisionales, que usaron
por muy breve tiempo, fueron muy bien atendidos por auxiliares y edecanes
oficiales.
Llegaban peregrinos que venían de lugares tan lejanos que ni siquiera yo
había escuchado mencionar. Pude encontrar incluso una familia que venía de
Tacames, al norte de Manta, mucho más al norte de Tumbe trayendo ofrendas
de oro, plata, el rojo míschiu y ropa. Otros venían de lugares mucho más
alejados, de desiertos desconocidos del sur o aún más lejos, del sagrado lago
Puquinacocha cerca de donde viven los guaraníes.
La mayoría de los peregrinos duermen la primera noche sobre petates
colocados sobre la arena. En esa época del año los visitantes se pueden contar
por miles. El santuario puede parecer una colonia de hormigas de muchos
colores entrando y saliendo, caminando por los senderos, saludándose,
conversando, abrazándose, rezando en voz alta o en silencio, intercambiando
cosas que tienen por otras que necesitan, llevando las llamas al corral,
cargando niños, y a veces separando uno que otro perro que se peleaba en las
calles o en las plazas. La variedad de caras, colores de piel, ropas, sombreros,
peinados y tocados, idiomas, costumbres, y comidas era muy grande y todo
ello podía embelesar y fascinar a cualquiera que peregrine a Ychsmay, como
lo hizo conmigo.
Vi un grupo peculiar que caminaba de espaldas. Representaban lo que es
para todos nosotros el futuro y el pasado. El futuro no viene por delante de los
ojos. Si lo vemos por delante, entonces ya sabemos lo que viene, o sea es algo
que ya conocemos. Por tanto lo que está delante es siempre el pasado, lo
conocido. Si el futuro es desconocido entonces debe estar a nuestras espaldas
porque no se puede ver. Ellos representaban el sagrado encuentro del futuro
caminando de espaldas. En Ychsmay me di cuenta que el mundo es realmente
muy grande y variado.
Se me asignó un lugar para dormir. Allí dejé mis alforjas y llevé mis llamas
a un establo. Desde el momento que dejé mis alforjas me di cuenta que mi
habitación era parte de una hilera de habitaciones que miraban hacia los
pilares que sostenían el largo techo dentro del pabellón de recibimiento. Las
columnas ocultaban el templo que estaba en el lado sur del santuario.
Caminando, traspasé los pilares y pude ver aquel templo de variados y vivos
colores que se encontraba encima de una pequeña colina de nueve pequeñas
terrazas escalonadas y pintadas con representaciones de plantas de maíz que
brotaban de las cabezas de peces. Había pocos dibujos de personas, pero esos
pocos estaban pintados en procesión unidos por cintas.
En aquellos escalones que conducían al oráculo se hallaban personas
sentadas o echadas, a veces cubiertas con frazadas o simplemente mirando lo
que acontecía a su alrededor. No entendía por qué estaban allí. Las paredes de
aquellos escalones, así como las piedras, estaban enlucidos con capas de fina
tierra, y coloreadas con rojo y amarillo, mientras otros sectores tenían una
combinación con figuras que representaban animales y plantas, pintadas con
tierras de color rosáceo, amarillo y esmeralda.
Subí entonces la mirada y encontré la dorada bóveda del oráculo en lo alto
de aquella pirámide. La cúpula tiene un largo que es dos veces su ancho, y sus
paredes están forradas con láminas de oro. De lejos el techo parece estar
construido con varios troncos puestos como vigas, las cuales sostienen
planchas de oro que imitan esteras primorosamente tejidas. Allí dentro
esperándome, se encontraba el Dios del Día y de la Noche, el Dios de las
Conmociones. Alrededor de la cúpula se ven pequeños cubículos
aparentemente desordenados que se enroscan alrededor de ella.
Libre ya de mi carga, decidí caminar por la ciudadela. La curiosidad por
conocer el lugar me quemaba el corazón. Cuando pude salir y vi un poco más
de aquella urbe, me di cuenta de su belleza y grandeza. Había sólidos y bien
decorados templos, palacios, plazas, calles, almacenes para todo tipo de cosas
que se usaban para guardar alimentos y también para las ofrendas traídas de
diversos lugares. Había cisternas y piletas, pequeños santuarios con rampas,
hospedajes y cementerios, todos cuidadosamente pintados. Era más grande y
esplendoroso que el mismo oráculo de Pakat-Namú. En aquellos edificios
había muchos cuartos, cámaras y celdas que parecían pequeñas capillas en
donde se mantenían ídolos de oro y plata, adornados de piedras preciosas,
cuarzos, esmeraldas y turquesas. En una de las puertas del complejo vi una
zorra muerta hecha de oro macizo finísimo que tenía por nombre Tantañamoc.
La cantidad de oro y plata que poseía el oráculo era increíble. Las paredes
y techos de algunos santuarios menores estaban completamente cubiertos de
planchas repujadas. Había paredes con planchas doradas y plateadas con
figuras de animales. En las avenidas principales hay canales de agua para que
la gente beba. Pude ver por las calles y plazas cómo algunos sacerdotes y sus
ayudantes trasladaban artículos de servicio hechos de finos metales que se
utilizaban para la alimentación de las autoridades, y por supuesto para la
liturgia. Supe después que los diversos adoratorios habían sido levantados por
distintas naciones cuyo fin era estar presentes en el gran santuario, tener la
indulgencia de los dioses, adquirir bienestar y riqueza para su pueblo, y por
supuesto elevar su prestigio y poder. Uno de aquellos adoratorios era del señor
del reino de Chinchay, y por ello fue que al señor Chumbiauca y a sus diez
principales, se le había hecho pasar rápidamente llevándolos directamente
hacia el interior, hacia sus propias habitaciones en el santuario, residencia que
habían construido en honor al dios.
La gran ala que estaba al lado oriental del complejo, estaba oculta al
público porque allí se hacen sacrificios de niños y de mujeres en ocasiones
especiales. En el lado oeste se ofrecen sacrificios de animales. En los lados sur
y norte de los edificios bajos, se hallan los aposentos de los criados de los
sacerdotes, y los cuartos que están más en altura, son para los sacerdotes de
mayor rango. Algo que llamó mi atención, fueron los muchos buitres y negros
gallinazos posados en los techos, aparte de los que volaban como enormes
remolinos oscuros.
En todos los templos del reino Ximor, o en el mismo Ñam-Paxllaec, por
más pequeño que sea un oráculo, este siempre tiene a su alrededor estos
mismos buitres negros que son alimentados, y ello es porque son los que
limpian los restos de los sacrificios. Pero en Ychsmay, el número de aves era
mucho mayor. Recordé que en el santuario de Pakat-Namú también moran
muchos y que son alimentados diariamente.
Seguí adentrándome por la ciudadela. En cada calle, en cada entrada a
cualquier plaza, incluso en cada puerta, hay un servicio de portería. Llegué
hasta un punto en donde dos jóvenes amablemente me dijeron que no podía
pasar de ese límite. Si trasgredía la orden, lo pagaría con mi vida. No me
sorprendió mucho aquella advertencia, ya que en el reino Ximor las normas de
la portería son similares en ciertas entradas. Por supuesto que no tuve otra
alternativa que obedecer.
Salí del santuario para caminar hacia el este, hacia el valle donde hay gran
población y muchas parcelas de cultivo. Ychsmay es un valle muy verde que
se puede contemplar desde la ciudadela. Su exuberante y tupido follaje se
extiende hacia el este y se pierde entre las colinas y los montes. Sus parcelas,
sus uskik, están primorosamente cultivados con todo tipo de vegetales y frutas,
y desde lejos parece un gran manto de muchos colores y delicadas texturas.
Allí viven los sisicaya que pintan sus casas de colores mates. Su gente, amable
por naturaleza, está muy orgullosa de ser sisicaya y vivir tan cerca del oráculo
más prestigioso de todo el mundo conocido. Están satisfechos de poder
contribuir al engrandecimiento de la religiosidad de Ychsmay. Me obsequiaron
algunas frutas muy jugosas y dulces que luego llevé a mi habitación. Esa
primera noche dormí en mi pequeño habitáculo. Echado en mi colcha, durante
un buen rato escuché algunos llantos de niños, o alguno que otro ronquido, o
alguien que se despertaba debido a una pesadilla. Finalmente todo quedó en
calma hasta el amanecer. Las tonadas de varios caracoles marinos me
despertaron y me di cuenta de que había soñado mucho, como cuando conocía
lugares nuevos o cuando tenía nuevas experiencias.
Justo terminando la primera comida del día en compañía de los demás
peregrinos, llegó la muchacha con quien había conversado el día anterior pero
acompañada por un sacerdote. Le mostré las dos alforjas de ofrendas y el pago
para el santuario a cambio de que me permitieran llegar hasta el mismo
oráculo en un año. Expliqué el porqué de mi deseo, le narré mis visitas sin
éxito a otros oráculos y curanderos, y mi decisión final de llegar a Ychsmay
para mi curación. El sacerdote vio detenidamente el pago con gran
satisfacción. Sonreía casi todo el tiempo mientras repasaba los objetos.
-Has venido al lugar correcto, Uarmoc. Tú no sólo tendrás una cura para
tus males, sino que tu espíritu crecerá en este año que estarás con nosotros.
Pero te advierto que la primera parte es un poco dura, que es antes de pasar al
siguiente escalón. Hay otros momentos que también se vuelven duros, y en
algunos casos, casi insoportables.
-¿Escalón, a qué se refiere con escalón? -pregunté.
-Así le llamamos acá, escalones. Al principio estarás en un ayuno por
veinte días. No comerás ají, ni consumirás sal ni carne, y se te reducirán las
cantidades de comida. Si cumples con esos días entonces entrarás al primer
patio en donde está el oráculo, el que tiene los escalones pintados. En ese patio
ayunarás, y durante dos meses lunares los escalones serán tu hogar. Allí
comerás y dormirás a la intemperie. Cada cinco días subirás al siguiente
escalón hasta llegar al último.
Mirando aquellos escalones pintados, comprendí por qué y para qué
estaban allí todas esas personas. Dormir a la intemperie no era ningún
problema para mí. Los mercaderes estamos acostumbrados a ello.
-Te daremos el abrigo necesario y el ayuno pertinente -prosiguió el
cushipata-. Luego de pasar esos escalones podrás entrar a una de las
habitaciones que ves allá arriba cerca de la cúpula divina. El día que te
vayamos a trasladar a uno de los cubículos tendrás que hablar con el obispo a
solas. Te llevaremos donde él, que estará sentado en un santuario con la
cabeza completamente cubierta con un manto. Finalmente, al cumplir el año
lunar, entrarás a preguntar al dios lo que tu corazón desea preguntar, y con
seguridad recibirás la respuesta.
-¿Cuándo empezaré a ayunar y todo eso? Ah… y una pregunta más…
¿para qué sirve el ayuno? No lo sé.
-El ayuno sana y previene enfermedades. Por eso hacemos ayuno, pero
además porque el sacrificio del cuerpo, así como el sacrificio del alma, nos
purifica, nos ayuda a ser fuertes, a superar las dificultades y por tanto a ser
mejores. Y hay algo más y que tiene que ver contigo: ayunar desata nudos que
nos oprimen, deja caer el peso o la carga que nos somete y nos esclaviza. Tú
acabas de venir de un largo viaje, según me ha dicho mi ayudante. Tómate
unos pocos días de descanso. Recupérate, descansa, come bien, saborea los
deliciosos platillos que tenemos en Ychsmay, aprecia los rituales y
festividades de estos días, y haz los trueques que necesites. Aquí te daremos lo
que requieras. Luego empezará tu camino a tu propio renacimiento.
Seguí el consejo del cushipata. Cada mañana, un monaguillo hacía sonar
un caracol con varias melodiosas notas que anunciaba que era el tiempo de
levantarse y de rezar la primera oración del día. Terminada la oración venía la
primera merienda. La mayor parte de la gente lleva sus propias provisiones
que preparan en cocinas hechas en el santuario especialmente para ese fin. Ese
segundo día me dediqué a observar las más diversas costumbres de los
peregrinos, escuchar idiomas que nunca había escuchado, hablar con ellos,
comer platillos que nunca había probado, observar ropas y estilos de vestir a
veces indescriptibles. Cerca del mediodía nuevamente escuché la corta
melodía del caracol. Era para la segunda oración.
Cuando el Sol está completamente arriba, las sombras de las oscuras aves
que revoloteaban en el aire, se proyectaban sobre la tierra en un enorme y
rápido remolino de sombras, tanto sobre el Pabellón como sobre la cúpula,
dando la impresión de que uno se encontraba en un misterioso, intrigante y
desconocido mundo que debe parecerse al de los dioses.
Para mi sorpresa, mucha gente empezó a aglomerarse debajo del largo
techo que miraba directamente al oráculo. Jóvenes ayudantes de los sacerdotes
llevaban frente a la bóveda, varias cargas de anchovetas llamadas chamache y
sardinas conocidas como käje, y en aquel lugar las depositaban. Una vez que
se retiraban, los muchos gallinazos y cóndores que revoloteaban bajaban para
su gran festín. Ver ese espectáculo era como ver un pedazo de la noche
aleteando persistente, fuerte y ruidosamente mientras devoraban con fragor su
alimento a plena luz del día. Casi no se veían los pescados porque era tal el
número de aves negras que todo lo cubrían, como la misma noche que esconde
lo que antes el día mostró con su luz. Todo fue tragado hasta dejar la tierra
como si nunca se hubiera depositado un solo pescado. Terminada la comida,
todas aquellas aves, como oscuros fantasmas, volaron hacia el cielo
levantando una gran polvareda como si incontables almas se elevaran en todas
direcciones a través del límpido cielo. Un poco más y lo hubiera oscurecido
por completo, como la sombra de un eclipse.
Me fui a dormir en la tarde, y al despertar pude ver que en el pabellón se
danzaba, se cantaba y se bebía casi todo el tiempo, y ello porque había grandes
celebraciones en el patio vecino, en el patio del oráculo que está al frente.
Mientras estuve conversando con varias personas, de pronto, por la entrada
principal del pabellón aparecieron unos peculiares y misteriosos personajes
que usaban un poncho listado, se colgaban una especie de cruz de plata sobre
el pecho, y cargaban una bolsa cuidadosamente tejida y adornada con unas
pequeñas rodelas circulares de oro, plata y cobre. Eran unos quince peregrinos.
-Esos son los misteriosos itinerantes que tienen conocimientos de medicina
y de hierbas -dijo uno con los que conversaba.
-Tienen poderes mágicos y portan los amuletos adecuados para ahuyentar
los males y curar el mal de amores -dijo otro.
-Dicen que tienen poderes oraculares y que eso hace que se les vea con
gran admiración en cualquier lugar que vayan -agregó alguien más.
-Pero también se dice que tienen conocimientos de hace muchísimo
tiempo, y que mantienen vivos esos conocimientos para poder sanar a la gente.
Han heredado una sabiduría importante y la usan para curar a las personas en
sus viajes, y también para dárselos a otros curadores.
-Ellos son santos -agregó alguien.
-¿Pero quiénes son, de dónde vienen, cómo se llaman, por qué están acá? -
pregunté.
-Son los kallawayas, y seguramente están acá para ayudar a curar a gente
junto con los sacerdotes, curadores, y hechiceros de Ychma. Ellos vienen de
muy lejos, de la parte oriental del sagrado lago Puquinacocha, en el altiplano
serrano. Se dice también que son excelentes herbolarios, pero tanto para curar
como para matar o dejar a la gente como tonta para el resto de sus días.
-También dicen que hablan un idioma secreto, y por eso es que guardan sus
recetas y fórmulas entre ellos y solo para ellos.
-¿Qué es el altiplano? -pregunté.
-Es un lugar que está en las alturas de la sierra, más allá del lago sagrado.
No es como los paisajes de las sierras de esta parte del mundo que es abstrusa
y difícil. Allá el terreno es plano y con muchas lluvias.
-También comercian con las sagradas valvas rojas, con plumas del pájaro
tunki, trasladan hierbas medicinales, y otras cosas más como amuletos y por
supuesto una complicada liturgia y oraciones sanadoras que solo ellos
conocen.
-Parecen ser modestos y silenciosos -dije.
-Eso es lo que he escuchado de ellos -afirmó alguien.
-Pero con tantos conocimientos que tienen de medicina, como dicen
ustedes, ¿sólo vienen a Ychsmay?, ¿no van a otros lugares? -pregunté.
-En realidad son grandes caminantes, caminantes de enormes distancias
llevando la sanación, la piedad, y la compasión a donde se necesite.
Poco después de entrar los kallawayas, varios ayudantes y sacerdotes
llegaron presurosos y sonriendo, dándoles alegremente la bienvenida. Parecían
viejos amigos. Salieron juntos por una de las callejuelas hacia dentro de la
ciudadela y desaparecieron. Cedí a la tentación de seguirlos un tramo por esa
misma calle y vi que los sacerdotes y los kallawayas se encontraron con otros
sacerdotes que andaban acompañados de gente que parecía enferma. Luego de
saludarse, parecía que conversaban sobre los pacientes. Me acerqué como si
fuera un simple transeúnte hasta que logré escuchar algo así como “…darle
brebajes para una trepanación, y luego hierbas para curar…”. Aquellos
pacientes iban a ser trepanados. Regresé al pabellón diciéndome a mí mismo
“ojalá que nunca tenga yo que ser trepanado. Dicen que no duele por las
bebidas que uno toma y por las hierbas que a uno le ponen, pero eso de que a
uno le abran el cráneo…”.
Otro anuncio a mediodía con la melodía del caracol era para la tercera
oración del día y una pequeña merienda; a media tarde, el caracol nuevamente
anunciaba la cuarta oración y el segundo ritual para alimentar a los gallinazos
y cóndores que nunca dejaban de impresionarme. La última melodía era para
la quinta oración, y para anunciar la última comida cerca del crepúsculo, antes
de ir a las habitaciones.
El día siguiente sería el último para mi descanso antes de entrar en el
primer escalón, o sea los veinte días de ayuno antes de pasar a la plaza en
donde se encontraba el oráculo. Los sacerdotes tenían un orden específico para
designar los lugares a los peregrinos. Descansar y dormir allí, cara a la cúpula,
iba preparando el alma para el encuentro supremo.
Ese día, mientras la multitud de peregrinos veíamos levantar vuelo de los
gallinazos, cóndores y buitres luego de alimentarlos, un hombre cayó a tierra.
Llamaron a un ayudante del pabellón quien le tomó el pulso colocando un
dedo entre su cuello y el inicio del esternón.
-Ha muerto -dijo.
-Su alma se la llevaron los gallinazos y los cóndores, -dijo alguien de la
multitud.
Llegaron algunos ayudantes más para trasladarlo a las habitaciones en
donde se preparan los cadáveres antes de su entierro.
-¿Alguien entre el público es pariente o amigo de este señor recién
fallecido? -preguntó un sacerdote en voz alta.
Como nadie decía nada, tuve el atrevimiento de decir que yo lo conocía.
Mi verdadera intención era saciar mi curiosidad sobre los enterramientos en el
santuario y conocer más el lugar traspasando las puertas prohibidas. Junto con
los ayudantes oficiales llevamos el cuerpo en camilla hasta un lugar al este del
santuario, cruzando las porterías que antes me fueron proscritas. En el camino
empecé una conversación con uno de los cargadores y así supe más sobre el
lugar.
Vi pequeños templos con plazas y rampas. Vi sacerdotes ricamente
ataviados que caminaban sobre altos muros y desde allí practicaban la
astrología para desentrañar la influencia de los astros sobre los mortales y los
acontecimientos humanos; vi hombres dedicados a la astronomía para predecir
el tiempo, conocer los fenómenos del mar, las épocas para el sembrío y para
las cosechas, y el curso de los astros. Situándose en las más altas terrazas de
los edificios, esos sacerdotes vestidos con un raro color azul, observaban
constantemente el firmamento. Tuve el privilegio de ver algo restringido solo
a los jerarcas, y eso fue el sacrificio de una zorra con un labrado cuchillo de
oro adornado con piedras preciosas.
Mis ojos descubrieron admirados entradas pintadas con signos misteriosos
que sólo los sacerdotes sabían interpretar. Dichas entradas, algunas de ellas
simuladas, conducían a depósitos o galerías en donde se guardan gran parte de
los tesoros recibidos que eran ofrendas a los dioses. Las calles principales son
atravesadas por canales de agua para que los sacerdotes beban o se aseen,
canales similares como los que hay en la zona de los peregrinos. Sobre una
amplia explanada se veía un secadero de ají, en el cual se había extendido una
enorme cantidad para ser expuesta al Sol para que se sequen. Finalmente
llegamos a un cementerio en donde ingresaron el cuerpo en una pequeña
posada en donde un sacerdote comprobó que estaba muerto y por tanto se le
podía dar el último responso.
-¿Cuál era su nombre? -me preguntó el sacerdote.
-Su nombre,.. eh… Chilmassa -respondí saliendo del aprieto.
-¿Sólo Chilmassa? -preguntó el sacerdote.
-Chilmassa… Chilmassa Suy Suy. Si, Chilmassa Suy Suy.
-¿Es usted pariente o amigo?
-Solo amigo -respondí-, solo amigo.
Cuando me preguntaron el nombre del muerto, lo primero que pensé fue
darle el nombre de Ñanssen Pinco, un rey de la dinastía Ñam Paxllaec, pero
recapacité y pensé que alguien del santuario podía saberlo, así que preferí
darle dos nombres quingnam.
El sacerdote dio su responso, y paso seguido le cortaron el cabello, le
ciñeron una honda colorida alrededor de la cabeza, dejaron su rostro
descubierto, cruzaron sus brazos sobre su pecho y le depositaron un par de
pinzas lagrimales.
Supe que, a diferencia de los hombres, a las mujeres se les coloca un uncu,
una túnica sin mangas ni cuello con un agujero arriba para introducir la
cabeza, con dos agujeros a los costados para sacar los brazos. Este uncu está
pintado de colores azules, celestes, marrones y marrón muy claro. Trajeron
muchas telas para cubrir el cadáver completamente, junto con algunas de las
pertenencias que había traído consigo. Le doblaron las piernas hasta la altura
de su pecho, rodearon sus piernas con sus propios brazos, pero antes de eso,
unieron y amarraron sus dedos con pequeñas soguillas anudadas, como es la
tradición en los entierros. Mientras vendaban el cuerpo, un par de ayudantes
oraban en voz baja en una suerte de letanía, casi un cántico en tono penoso.
Una vez bien envuelto el cuerpo con muchas mantas, se le ató una máscara de
madera pintada de rojo con ojos de conchas marinas y lo trasladaron en la
misma camilla que lo había traído hasta un foso que previamente había sido
cavado. Allí lo depositaron con algo de comida y una jarra de cerveza de maíz
para su viaje hacia las islas guaneras, y de allí al otro mundo, al mundo de lo
invisible. Sacié mi curiosidad por ese día. Había visto más que muchos
peregrinos, y me sentí satisfecho, muy satisfecho.
Al día siguiente en la mañana llegó un sacerdote con una ayudante para
darme instrucciones y anunciarme el inicio del ayuno, así como el inicio de mi
largo camino hacia el oráculo.
-Recibirás tus comidas dos veces al día, pero no en el comedor donde los
peregrinos comen, sino en el lugar que mi ayudante te indicará -me anunció-.
Tus raciones de comida irán disminuyendo un poco en la medida que vayan
pasando los días, y cuando ya estés en el segundo patio tendrás otro tipo de
ración. No te preocupes, llegará un momento en que no se te reducirá más y
esa ración se mantendrá hasta el final. Nunca te faltará ni agua ni comida. Hay
otros detalles que te los dirá mi ayudante. Pero lo que debes recordar y que es
lo verdaderamente importante, es que estás aquí por un nuevo nacimiento.
Esta noche empezaremos la liturgia general en el santuario porque la Luna
empieza a crecer. En los siguientes días tendremos muchos rituales y
sacrificios. Prepárate para tu primera oración.
Esa noche, todos los peregrinos esperamos que el sacerdote iniciara la
liturgia. El pabellón estaba iluminado con muchas antorchas y la multitud
esperaba bajo los altos techos frente a la plaza del oráculo. Finalmente
apareció un grupo de sacerdotes finamente vestidos acompañados por los
kallawayas, junto con ayudantes ordenadamente alineados e iluminando el
camino con teas prendidas. Todos teníamos pintadas las caras del sagrado
color bermellón. Mirando hacia la Luna a veces y otras al dorado templo
abovedado donde estaba el Dios de los Temblores, los sacerdotes oraban en
voz alta y en coro. Los acompañaban un grupo de trompetas y trompas de
madera de graves y largas notas que inducían al alma a un estado especial de
respeto y veneración a lo desconocido. En un momento, el principal se dirigió
hacia la multitud del pabellón y dijo en voz potente que oraran con la
intención de que todo lo que deseáramos y necesitáramos se cumpliera.
La forma de adoración era algo más complicada que la que se acostumbra
entre los ximor. En Ychsmay la forma de adorar es encogiendo los hombros,
inclinando la cabeza y todo el cuerpo, alzando los ojos al cielo y bajándolos al
suelo, levantando las manos abiertas en dirección a los hombros y dando besos
al aire. En esas grandes romerías se rogaba para tener salud, para obtener
buenas cosechas, para la conservación del ganado o para que no se repitieran
las sequías, pestes, u otros desastres naturales que, de tanto en tanto asolan la
costa y parte de las serranías. En voz alta o en voz baja todos oraban para que
los dioses escuchen, pero para que escuchen bien.
En los siguientes días las celebraciones proseguían en el patio del oráculo
en donde participaban sacerdotes y sanadores kallawayas. Terminados los
rituales y las oraciones, esos mismos personajes entraban al Pabellón de los
Peregrinos y se ubicaban en ciertas habitaciones con el fin de iniciar las
tradicionales confesiones, absolver pecados y responder a cualquier pregunta;
también ofrecían consultas para curar enfermedades u otros males.
Todos los días los sacerdotes, los médicos y los kallawayas, trabajaban sin
detenerse para aliviar el sufrimiento de la gente. Solo tenían descanso cuando
veían alimentar a los gallinazos a media mañana y a media tarde. Esos eran los
momentos cuando comían y bebían algo para recuperar fuerzas. Luego
proseguían hasta el anochecer, que era cuando se desplegaban los rituales con
antorchas a la luz de la divina Luna.
Siempre he preferido confesar mis pecados a los oídos de los sacerdotes, a
diferencia de otros que se sienten tan culpables o tienen un sentido de la
penitencia tan grande, que se confiesan diciendo a voz en cuello, todos y cada
uno de sus pecados, no importando quiénes escuchan o no. Eso es lo que vi en
Ychsmay. Había pecadores que confesaban verdaderos asesinatos que
merecían el más severo castigo, otros se confesaban ladrones, otros se
confesaban violentos y agresivos con aquellos que decían amar, otros se
arrepentían de haber cometido el horroroso incesto, y otros confesaban sus
traiciones, su desamor a la gente y a los dioses. A veces era demasiado
perturbador para los demás escuchar cosas tan terribles, incluso para mí.
Afortunadamente no eran muchos los que, arrepentidos, gritaban al mundo sus
faltas mientras lloraban.
Estaba en duda si debía esperar mi turno o no para consultarle a los
kallawayas la pena que me acongojaba. Para mí esa pena no era un pecado,
solo una gran pena. Decidí finalmente consultar. Esperé mi turno. Cuando
entré al cubículo y no bien me había sentado sobre el suelo, el médico
kallawaya me dijo en qeshwa:
-El pasar del tiempo puede ser una muy agradable y beneficiosa medicina
para el alma, porque es como la fresca noche que diluye el calor del día en sus
entrañas. Así como la noche diluye ese calor, el tiempo diluye el dolor en el
olvido. Sin embargo no siempre es así. En otras circunstancias el tiempo puede
ser como un viento que sopla sobre la paja y las brasas, y termina quemando
todo lo que está a su alrededor. Tú has elegido no olvidar, mantener el fuego
dentro de ti, y por tanto es como soplar las llamas para que se aviven. Ese
fuego puede quemarte, ¡ten cuidado! Todos olvidamos, pero hay que saber
olvidar, pero también hay que saber recordar. Aquel que olvida todo, o aquel
que recuerda todo, nunca encuentra la paz. Tú tienes que decidir qué camino
has de tomar.
¿Cómo supo ese curandero lo que pensaba y sentía? Ni siquiera había
abierto la boca y ya había mencionado en el dilema en el que me encontraba,
entre recordar siempre a mi esposa u olvidarla para siempre que es algo que no
deseaba hacer. Saber olvidar me parecía tan difícil y extraño porque no podía
comprender lo que me quería decir con “saber olvidar”.
El curandero no dijo una palabra más, sino que se me quedó mirando a los
ojos con cierta compasión y esperando que yo dijera algo. Había tenido una
respuesta tan directa y tan clara a mi problema que no había razón para seguir
sentado frente a él. Quedé perturbado, pero a pesar de ello le di las gracias,
entonces me levanté y salí. Nunca antes había tenido una consulta tan breve y
tan certera. A pesar de que fue la consulta más corta que tuve en mi vida,
quedé muy impresionado por la verdad que el kallawaya me había dicho. Sus
palabras fueron como semillas en tierra fértil.
El ambiente de fiesta y de liturgia era cada día mayor. Era como si la gente
se sumiera en un extraño estado de ánimo. Estaban vivos en este mundo, pero
a la vez era como si estuvieran en otro. Bailaban más, tomaban más, rezaban
cada vez más mientras los curadores y sanadores hacían su trabajo con los
enfermos. Cada día la intensidad, el fragor y la algarabía iban en aumento al
compás de la Luna creciente. Cuando hubo Luna llena, un sacerdote y varios
ayudantes entraron al pabellón cargando sacos y vasijas con agua. Congregó a
todos los fieles alrededor del trono desde el cual se hablaba y dijo:
-¡Amados y leales feligreses, hoy y los siguientes días de plenilunio son los
días consagrados a los dioses que nos amparan, nos cuidan, nos protegen y nos
proveen de la abundancia que necesitamos! ¡Los dioses nos dan los castigos
que nos merecemos, y nos ponen pruebas para ser mejores, para ser más
fuertes y más sabios! ¡Todo lo que nos sucede tiene un motivo, tiene una
razón! ¡A ellos les debemos nuestra existencia, y a ellos retornaremos cuando
muramos! ¡Desde hoy iniciaremos el ritual de Ychsma!
Dicho aquello, el sacerdote levantó los brazos al cielo y empezó a gritar
“¡Ychsma, Ychsma!”, que quiere decir rojo, y luego “¡Ychsma ychmahuan
passicuna!, ¡Ychsma ychmahuan passicuna!”, o sea era la orden para que se
pinten las caras y los brazos con el sagrado color de los dioses, con el sagrado
color que da vida a todos los hombres y a todos los animales, con el color más
divino de todos, el de la sangre, el hálito de todo lo que vive en este mundo, el
color rojo bermellón.
Mientras los ayudantes repartían pequeñas cantidades de color cinabrio y
achiote de un pequeño ceramio y agua para diluirlo, la gente empezó a orar
más y en voz cada vez más alta; la música era más intensa y las danzas eran
más frenéticas en las plazas y en el pabellón. Todos, hasta los niños tenían las
caras y los brazos pintados de rojo. Se hacían ofrendas de alimentos, de rojas
valvas sagradas, de adornos de oro, plata y piedras preciosas, y finalmente,
aquella noche vi un sacrificio humano.
Una bella joven fue escogida para ofrecerla al Dios de la Oscuridad. Esa
misma noche, cuando todo estaba iluminado por el fuego de las antorchas y
por la Luna entre cánticos, música de flautas, antaras y tambores, trompetas y
trompas de madera más largas que un brazo, esa joven muy elegantemente
vestida era llevada por sacerdotes hasta la parte más baja de la cúpula. Parecía
estar como en trance, como mareada mientras caminaba. En un momento fue
rodeada por los sacerdotes y sanadores mientras las oraciones y los cantos se
hacían más y más intensos. Con sus cuerpos formaban un pequeño muro
humano que la ocultaba de la vista de los feligreses. Un momento después, al
retirarse los sacerdotes, la joven muchacha yacía en el suelo aparentemente sin
vida. Todos, los sacerdotes y los peregrinos orábamos encogiendo los hombros
y agachando la cabeza. El sacrificio había sido consumado. Junto con la joven
se ofrecieron llamas, oro, plata y comida. El oro y la plata se guardaban en los
depósitos luego de ofrecerlos al dios, las llamas se sacrificaban y
posteriormente eran expuestas a la voracidad de las aves en una parte lejana
del santuario, y la comida era quemada en el fuego. Esa noche participamos de
una intensa y cada a vez más acelerada procesión que no parecía acabar nunca.
Supe luego que a la joven la conducirían a otro lugar en donde,
completamente inconsciente, la enterrarían viva, y luego la desenterrarían para
que su cuerpo quedara expuesto a los gallinazos, cóndores y buitres durante
varios días. Junto con el cuerpo desvencijado, se sacrificaba un gallinazo, el
heraldo del dios nocturno, y finalmente los restos de ambos eran enterrados
juntos.
Los rituales, danzas, rezos y ofrendas de los peregrinos y de los sacerdotes
proseguían hasta que la Luna dejó de brillar en el cielo. Después de esa noche
los rituales disminuyeron su intensidad y muchos de los peregrinos empezaron
a retornar a sus tierras en inacabables caravanas. Unas al norte, otras al sur y al
este. Yo sabía que al regresar a sus tierras varios grupos de ellos continuarían
el festejo y los rituales durante varios días más con aquellos que en sus
pueblos no pudieron ir al templo. En aquellos días el santuario se sumergía en
un momento de paz y descanso. Siempre llegaba gente, pero a comparación de
la multitud que antes pobló el santuario, en esos momentos parecía
abandonado y silencioso. Como era costumbre, dos veces por día se daba de
comer a los gallinazos y cóndores anunciados siempre por medio del sonoro
caracol, de la misma manera como se ofrecían sacrificios de alimentos y
cobayas, y se entregaban valvas rojas. Esa era la rutina que cualquier
peregrino veía al llegar al santuario.
CAPÍTULO 7
LOS ESCALONES
CAPÍTULO 8
EL LARGO CAMINO DE LA PACIENCIA
CAPÍTULO 9
EL OCÉANO DE LA VERDAD