Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
DE
--_o _¿~-,--
BOGOTÁ:
DIPREXTA y LIBRERIA DE" EL TRADICIONISTA."
1875.
Es pmpiedad de los Editores.
PROLOGO .
••••
II.-A JULIA.
(TRADUCIDO DE MOORE).
----, I
(TRADUCIDO).
n.UTACION DE DELILLE.
CUENTQS y F .Al3ULA.S.
IlI.-ENCIERRO MISTERIOSO.
IV.-UN FILÓSOFO.
VI.-VISTA AL FISCAL.
Cierto labriego seguia Le dejaba siempre t\ oscuras
Un pleito ante un tribunal y dándose á Barrabas.
En que habia consumido Eu una ocasion de aquellas
Algo más de la mitad Dijo el hombre: "Bien está
De su hacienda, y de su ti~lllpo Todo eso; pero quIS dicen
y su paciencia el total. Por fin ?"-Que "vista al fiscal."
Cada tres dias ó cuatro -Bribones! Les estoy dando
Le venia á preguntar De comer desde cuánto M,
A su abogado cómo iba y ya quieren que los vista!
El negocio; pero el tal, Pues no visto á ese haragan.
Como usaba en sus respuestas Que lo vista la grandísima .....•
El forense guirigay, y dejó de pleitear.
VIII.-IN-DIGNACION.
X.-UN NOMBRE.
! Qué bien te coron.roll I
L.HARO M. FEREZ.
XI.-APOLOGO.
CA MIS HIJOS)
XII.-LA PERRIL,LA.
l ,
- .•.•...
Perra de canes decana Por donde iba hizo la suerte
y entre perras protoperra, Que se hubiese e] jabalí
Pasaba en toda su tierra Ocultado, por si así
Por perra antediluviana; Se libraba ùe la muerte;
Flaco era el animalejo, Empero, sintiendo luégo
El más flaco de los canes, Que por ahí andaba gente,
Era el rastro, eran los manes Tuvo por cosa prudente
De un cuasi-semi-ex-gozquejo i Tomar las de Villadiego i
Sarnosa era digo m~l, La vieja entónces, al ver
N a era una perra sarnosa, Que escapaba por la loma,
Era una sarna perrosa Sós ! dijo por pura broma,
y en figura de animal i y ']a pèrra ech6 á correr.
Era, otrosí, derrellgada, y aquella perra extenuada,
La derribaba un resuello, Sombra de perra que fué,
Puede decirse que aquello De la cual se dijo que
N a era perra ni era nada. No era perra ni era nada,
A ver, pues, la. batahola Aquella 'perrilla, sí,
La vieja al cerro subia, Cosa es de volverse loco,
De la perra en compafiía, No ...pudo coger tampoco
Que era 10 mismo que ir sola. Al maldito jabalí.
XIX.-SITUACION APURADA.
Allá eu el centro Llevaban éstos
De unas montañas Sus propias armas,
S610de fieras Que son temibles,
Tal vez pobladas, y á más llevaban
Vi cierto dia, Otra de acero
ycndo de caza, Como una lanza.
C6mo á un anciano Poco tiempo ántes
Blanco de canas Con fiera saffa
Fueron siguiendo Matado habia
Tres horas largas Personas varias
Dos animales Una de aqnellas
De gran pujanza. Dos alimañas.
Ora dé giros Mucho te engaiias ;
El viejo, 6 vaya Sabe que en balde
En línea recta, Te sobresaltas.
Siempre en la espalda El pobre viejo
Siente el aliento Blanco de canas
De una 6 de entrambas. Es fiar Patricio
Sudor copioso Cubídes, qÜe ara
Su rostro bafia ; COllsu hijo Félix
Trémulo, agudo, En una estancia
Grito se exhala Que tiene en medio
A cada paso De una montaña.
De su garganta. Los dos pujantes
Un hijo, un hijo Brutos que andan
Del anciano anda Tras él, los bueyes
Tras las dos bestias Son con que ara
y va azuzándolas, Félix; la reja
Dándoles voces Es aquella arma
Descompasadas. Que llevan junto
Mas, si imaginas, Con sus cuatro astas.
Lector de mi alma, De uno de aquellos
Que aquel suceso BueyeS'es fama
Vi yo con lástima Que habia sido
O si á ti mismo La l'es mas brava
Pena te causa, y hecho dos muertes
Sabe que mucho, En una plaza.
Cualquiera cosa
De las que pasan
Es una, vista,
y otra, contada.
XXIL-LA CULEBRA.
En la tierra caliente
Hay tal copia de monos y de zambos,
Que, aunque en la capital abundan ambos
Géneros de alimafias grandemente,
Su inmensa multitud de pasmo llena
. A quien va á conocer el Magdalena.
El calentano agricultor lo diga
Que su roza regó con los sudores
Que hacen correr el sol y la fatiga,
y súbito la mies mira agostada
De monos por la innúmera manada.
A Bello parodiando, el calentano,
Pudiera con razon decir al mono:
" Ay! para ti el maiz, jefe altanero
De la espigada tribu, hincha su grano! "
En efecto, los dichos animales
Con la mayor monada
Invaden'los maizales
y hacen su agosto en ellos; luégo trepa
A Un árbol cada cual ó á alguna cepa,
y allí con el propósito ostensible
De lucir su donaire v causar risa
Al hombre remedando, ,
Mazorca tras mazorca va mondando
y maiz engullendo á toda prisa•.
Mas, como es prcsumible,
Al dueño del maizal muy poca gracia
Le hacen las tales gracias, y así emplea
Cuanto medio es posible
Para destruir de monos la ralea.
Yo voy á hablar dc aquél de que echa mano
Con frecuencia mayor el calentano :
A un calabazo le abre estrecha boca,
Le echa maiz que sirva de señuelo,
En uno de los sitios lo coloca
A que los monos van mas á menudo
y á una estaca que á mazo hinca en el suelo
Con recia cuerda la ata y fuerte nudo.
Luégo á la hora en qne tiene por costumbre
Venir.á hacer la diaria arrebatiña,
Llega la bulliciosa muchedumbre,
Que con salvaje grito agrio y agudo
Asorda la campina.
Como en ciudad tomada por asalto
Se desbanda furiosa soldadesca,
La hueste de los mouos se derrama,
Saltando en el maizal, de rama en rama.
Uno de éstos columbra el calabazo,
Que su genial curiosidad provoca,
Acércase, la mira, y por la boca
Introduce la mano y todo el brazo,
y cuando el fondo toca,
Se tiene por feliz COll el encuentro
Del poco de maiz que se halla dentro.
El que le cabe entre la mano apaña,
y va á sacarla; pero si ésta habia
Abierta introducídose y vacía,
Llena ahora y cerrada, ya no sale,
y no vale la maña
Para sacarla, ni la fuerza vale.
A no muy largo trecho
Del lugar de la escena, está en acecho
El que pnso la trampa, el cual observa
Lo que pasa, y al sitio se encamina.
Al verle, se retira la caterva
De monos, que curiosa se ha reunido
Al rededor de aquél del calabazo,
El cual, por no soltar la que ha cogido
Viene al punto á morir de un garrotazo.
Este más que mediano contratiempo
Que sufre el mono, á los avaros prueba
Que tal vez por no abrir la mano á tiempo
La trampa los agarra ó se los lleva.
XXV.-LA CANDELILLA.
Estaba yo acostado
Anoche, á oscuras, conciliando el sue:ño,
Cuando vi que brillaba
En mi alcoba un insecto que volaba.
Yo soy algo nervioso,
y si temo que un bicho se me acerque,
Con la especie de miedo
O de horror que me da, dormir no puedo.
- uv-
XXVII.-EL PEÑ'ASlJO.
Un peñasco estupendo
Rueda desde una cima coq estruendo,
y al tiempo que desciende
De árboles y pedrones se desprende;
Pero adheridôs á su haz conserva
El tenue musgo y la menuda hierba.
Rodamos sin cesar rniéntras vivimos,
Hácia el morir; y, aunque al rodar podamos
Vicios torpes dejar, no conseguimos
Dejar los mas ligeros que tengamos.
XXXI.-DOS ANIMALADAS.
::BAGA. ':11EL.A.B.
I.~TU NOMBRE.
Templan los vates para ti su lira,
Las hermosas envidian tn hermosura,
y escoge por modelo lapilltura
Tn rostro encantador que al Genio inspira.
Bella te Dombra guien por ti suspira,
y admirara tu angélica figura
Quien DOte amara á ti, si por ventura
Pudiera GO adorarte quien te mira.
Yo reconozco tn belleza rara;
Pero tambien confesaré, señora,
Que aunque DO fueras bella te adorara;
Que la que á mí me rinde y enamora,
Lo que hallo más perfecto que tu cara
Es tu nombre, dulcísima MELCIIORA.
n.-LAS Et:lTRELLAS.
úPERA DE LECTURA. Y DE REPRESENTAClON EN UN CUADHO.
PERSaN AJES.
CUADRO ÚNICO.
ESCEXA UNICA.
~~1 tnarido.~La mujer.
V.-CHISTES DE 0,666.
CAPITULO I.
SUMARIO.
Sltuacion y primel'os progresos de Roma despucs de su fundacÎon.-Notablc vicio en su organi·
zaClOnsoeial.-XI puebla cs convocaùo.-Arenga de Rómulo.- Plan que se propane al
pueblo.-AprustoB para la cjecucion de lOB}lfO,ycctos del monarca.-Nuc\"u asamblea del
pue blo.
CAPÍTULO II.
sm1ARlO.
•
Tu blanco es de la azucena, A unos gusta Rio Negro
Tu carmin es de las rosas, A otros gusta Rio Blanco:
Tu garbo es de las princesas, Como junto áambos te he visto,
Tus gracias son de ti saja. A mí me gustan entrambos.
" .A. tan alto punto habia llegado la civilizacion, y j cosa que
me anonadaba de asombro! los hombres tenian siempre delante de
los ojos el mas allá que los había atormentado en el siglo xv, yen el
siglo XVI, y en el siglo XVIII, y en el siglo XIX, yen el siglo XXII !
"No hacia n más caso de la que yaposeian que el que habían
hecho los hombres de cualquier otro. siglo, de sus adelantos, y de
3US conquistas y de sus descubrimieritós. El hombre del siglo XXV
no apreciaba más las inmensas comodidades de que estaba rodeado
que el hombre del siglo 1la ventaja de poder respirar. Los pro-
yectos para lo futuro, las aspiraciones á lo desconocido y á lo no
poseido, las teorías para m¡¡jomr la c011.dicionde la humanidad
eran más abundantes que nunca. Cada sér humano sentia en su
interior el vacío: la fuente de los deseos no se habia cegado.
"Y la humanidad, conjunto ùe todos esos seres humanos que
vivian agitados por insaciables deseos,no era feliz, no habia hallado
su centro.
" En el largo curso de mi cansada vida he estudiado todos los
sistemas filosóficos y todas las teorías sociales; he estudiado al
hombre como nadie ha podido ni podrá estudiarle nunca; mas el
ingente caudal de mis conocimientos me es inútil cuando trato de
explicarme aquel estupendo fenómeno.
"Pero jamas he meditado sobre él sin que se presente á mi
espíritu una palabra que oí nna vez á Jesus de Nazareth: BUSCAD
ANTETODASCOSASEL REINODE DIOSY sU JUSTICIA,Y TODOLO
DEMASSE OSDARÁCOMO PORA:ÑADIDURA."
................
- .
(Fragmento de un diálogo.)
IV.-NOTICIAS EXTRANJERAS.
1.
El dia 28 de febrero de 1761, á puestas del sol, paraba un
coche junto á la -portería del Convento de franciscanos de Santafe
de Bogotá y descendia de él nn apuesto caballero español, con uni-
forme de Mariscal de campo y èondecorado con las insignias de
muchas órdenes militares. El coche tomó, ya de vacío, la vuelta
de la Plaza mayor, y la puerta se abrió, dejando ver la cUllluuidad
de franciscanos, que, formada en dos hileras, caladas las capuchas
y con cirios encendidos en las manos, aguardaba en actitud respe-
tuosa al personaje que del coche se habia apeado. Saludó éste con
una profunda vénia á los prelados de la Religion, y encaminándose
luégo procesionalmente háeia la iglesia, la comunidad condujo al
recien llegado á la capilla de Nuestra Señora, en doude, postrado
el caballero al pié del altar con devoto y humilde continente, se
dió principio á la ceremonia de darle el hábito, en la que presidia
y funcionaba el Padre Provincial, anciano y venerable sacerdote,
no sin dar muestras eu la turbado de sn voz y en las lágrimas
que lA asomaban á los ojos, de la tierna impresioll qne le causaba
aquella escena. Ni era menor la conmocion de 108 demas religio-
sos circunstantes, los que, sin duda alguna, no habian asistido en
su vida á un acto tan solemne y de tanta eficacia para con-
mover los corazones.
Fuése despojando sucesivamente el futuro franciscano de las
placas, cordones y demas insignias de las nobles órdenes militares
que llevaba al pecho, y luégo de las piezas de su brillante uni-
forme, todo la cual ofrecia con grande efusion de piadosos senti-
mientas á la Madre de Dios, para cuya imágen destinaba las rieas
preseas que iba deponiendo.
Terminada la ceremonia y cubierto ya de tosco sayal, besó el
novicio las manos de sus prelados, se postró de nuevo al pié del
altar, y allí le dejó la comunidad en fervorosa oracion.
II.
El mismo dia y á la.}llisma hora en que principió el acto que
queda referido, el Arzobispo de Santafé, don Francisco Javier de
Araos se paseaba á largos y agitados pasos en el balcon de su pa-
lacio, impaciente por dar salida á un gran secreto que no le cabia
en el pecho y de qne era único poseedor entre todos los habitantes
.-lela ciudad, si exceptuamos á los que dentro de las paredes de San
Francisco habitaban. Súbitamente se oyen alegres repiques en la
torre de aquel convento, yeutóncos el Arzobispo, como libre de un
gran peso,conmovido y fuera de sí, "Oh Dios, exclama, qué ejemplo
para los fieles de mi reba'ño! D. José Salis, ayer nuestro Virey, es
fi la hora presente humilde religioso."
Pocos eran los que podian air aquella exclamacion; sin embar-
go, la noticia corrió de boca en boca y circuló en breves instantes
por la ciudad entera, produciendo en todos sus moradores impon-
derable asombro, indecible emocion, que se explicaba por todas par-
tes en mal comprimidos sollozos y lágrimas ternísimas.
Junto con es~anoticia se dIvulgó, no se sabe cómo, la de que,
al dia siguiente, ayudaria el noble novicio la misa de cinco. El
1.0 de marzo, desde los primeros albores del dia, hormigueaba el
gentío en las calles inmediatas á San Francisco; y por muy dicho-
sos hubieron de tenerse los que, hallando cabida en el templo, pu-
dieron satisfacer sn piadosa curiosidad, viendo cubierto de sayal
al que hasta pocos dias ántes solian ver ostentosamente ataviado y
en el grado sumo del poder.
III.
¿ Quién era este hombre singular que dejaba casi un trono para
ir á pedir humildemente un lugar entre los pobres hijos de San
:Francisco de Asis?
Hé aquí las noticias que hemos recogido sobre su orígen, su
alta nobleza, distinciones con que fué honrado y méritos que
le adornaban.
Don José Salis Folch de Cardona, nació no sabemos en qué
lugar de España, en el año,de 1716. Fueron sus padres don José
Salis Gante, duque de Montellano y grallde de España de pri-
mera clase, y doña .Josefa Folch de Cardona Belvis, marquesa de
Castelnovo. Su familia pertenecia á la más antigua y distinguida
nobleza del reino, y por sus venas circulaba sangre de los reyes
de Casti11a.
Despues de haberse preparado con buenos estudios á la carrera
de las armas, recibió el 29 de abril de 1731 el grado de Capitan
en el regimiento de caballería de Farnesio, y sucesivamente el de
Coronel del mismo cuerpo en 1736, el de Brigadier de caballería
en 1741 Y el de Teniente de la Compañía flamenca de guardias de
corps en 1747.
Este nuevo destino, y segun la que á nosotros se nos alcanza, el
hallarse entroncado con la familia real, le acercaba mucho á la
persona del rey Fernando VI; Y se refiere que con este moti va, don
José, que era en su mocedad de genio travieso y bullicioso, se tome)
una vez la libertad de chancearse con el Soberano escondiéndole el
sombrero y el bastan en un dia de ceremonia; desacato ó exceso de
familiaridad por el cual determinó la Corte ctl~tigade) haciéndolc
pasar á Indias de Virey y Capitan general del Nuevo Reino de
Granada, como á un destierro decoroso. El estaba destinado para
más altos empleos, y solo Dios sabe si á aquella ligercza juvenil
debe nuestra tierra la prez de guardar las cenizas de varan t.an
insigne.
A los títulos de sus empleos y á los que habia heredado de sus
nobles antepasados unia don José Salis el de Comendador de
Ademuz y Castelfavi en la órden de Montesa, y cra caballero de
otras órdenes militares.
No hemos podido averiguar cuándo fué ascendido al grado de
Mariscal de campo de los reales ejércitos; pero hullamos que el
Marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, al comuni-
carIe el nombramiento de Virey y CapitangeneraldelNuevo Rei-
no y provincias de tierra firme, y Presidente de la real Audiencia
d(J Santafé, le da dicho tratamiento de Mariscal de campo.
Tenemos á la vista varias reales cédulas expedidas, lo mismo
que la del nombramiento mencionado, en abril de 1753, en que se
conceden al nuevo Virey amplias y extraordinarias fflcultades para
el gobierno de este pais, y en algunas de ellas se encomian su dis-
tinguido mérito, sus servicios, su capacidad y su conducta. En una
de las precitadas reales cédulas se dispone que en las audiencia"
de Panamá y Quito tenga el lugar preeminente y voto en materias
gubernativas.
Réstanos decir para dar idea de la elevada posicion que ocupa-
ha Solis en la Corte, que uno de sus hermanos era don Francisco
de Solis, Baron de Santa María de Aracena, Sumiller de Su Majes-
tad, Dean de la Catedral de Santa María de Málaga, y más tarde
Cardenal y ~hzobispo de Sevilla. Era tambien llermano suyo
don Alonso de Solis, que se vió elevado en cierta época á muy
distinguidos é importan tes empleos.
IV .
.
Entre todos los Varones esclarecidos que ilustraron nuestro
suelo en los siglos pasados, pocos han suministrado tan digno
asunto á la pluma del historiador, como don José Salis. Esto
hemos pensado siempre,; la cual y la veneraèion que á su me-
moria nos inspir6 la que de él nos contaron nuestros abuelos,
nos ha movido á hacer minuciosas y perseverantes indagaciones
para descubrir antiguos documentos y noticias acerca de su vida;
mas nuestra diligencia no ha logrado hallarlos sino escasos é in-
completos. La exigüidad de los datos que poseemos nos habria
desanimado de emprender la tarea en que por fin hemos puesto
mano, si no nos hubiese ocurrido la reflexion de que nuestro tra-
bajo, por más imperfecto y diminuto que resulte, salvará al cabo
de un total olvido el nombre del ínclito Virey, si bien no le dará
el lustre que á los de los varones esclarecidos suelen dar los buenos
hiógmfos y cronistas; miéntras que, si aguardamos á que escrito-
res más distinguidos, é indagadores más afortunados que nosotros
se encarguen de tnlsmitir á ]a p0steridad la noticia de sus hechos,
ponemos su memoria en peligro de correr la misma suerte que
la de tantos otros importantes sujetos cuyo nombre, ya apénas co-
nocido de esta gcueraeioIJ, será de todo punto ign~rado por nues-
tra posteridarl.
Esperamos que este ensayo sea leido con interes por los cono-
cedores de nuestras antigÜedades, v oue sn lectura excite en ellos
el deseo de suministrarnos datos pa~a ~omponer una biografía del
señor Salis, qne merezca llamarse tal. Y aun más nos placeria el
que otro escritor mas idóneo acometiese la empresa y le diese cilIla
con más acierto que el que de nuestra incapacidad puede esperarse.
Entretanto, probaremos á hacer una breve reseña de los hechos
del señor Salis como Gobernador del Nuevo Reino, y otra de los
del mismo como religioso. Ni se opondrá al desempeño de este
plan el que nos detengamos á considerade en su vida privada
durante los primeros años de su residencia en la capital del
Vireinato.
V.
La tradicion ha conservado las palabras que, al recibir al llUe-
va Virey en Puente Aranda, le dirigió su predecesor don José Pi-
zarra, Marqués del Villar: "Pongo en manos de V. E. este ba8-
ton, que es para mí demasiado largo, y demasiado corto para V. E."
Salis tomó posesionde su destino á fines de 1753.
Los documentos que tenemos á la vista y por los curales nos va.-
mos guiando, están acordes en atribuir al Virey Solis las prend:J.s
(IUO deben distinguir á un perfecto gobernante y cumplido magis-
trado; pero todos recomiendan muy especialmente la afabilidad con
que se hizo siempre accesible para todos, cualquiera que fuese la
calidad de las personas que á él acudian; y el mucho recalcar so-
bre este punto deja conocer la rara y estimable que parecia en aque-
llos tiempos esa prenda en personas de categoría y condicion como
las de don José Solis; y al mismo tiempo que no fué el prurito de
lisonjear el que dictó aquel elogio. Hállanse igualmente conformes
cuantos escribiero::J.sobre las cosas de aquellos tiempos en celebrar
el buen juicio con que supo mantenerse tan léjos de la arrogancia
que desdeña el auxilio de las luces de los demas, como de la pusi-
lanimidad que no acierta á regirse sino por ajeno dictámen.
Muy comun es en el dia repetir que no debemos sino al Go-
bierno español la mayor parte de las obras públicas de cuyo ser-
vicio gozamos en la actualidad. Pocos ignoran esto; pero aun son
ménos los que saben que entre ellas hay muchas que se llevaron á
cabo por la actividad y celo del Virey-fraile y que apénas tuvo
el Nuevo Reino un gobernante dotado de más espíritu de progre-
so que éste.
Los que hayan registrado las páginas de "El Carnero' de Bo-
gotá," se habrán hecho cargo del estado en que á fines del siglo
XVII se hallaba nuestra principal y más necesaria via de comu-
nicacion, esto es, el camino de Occidente. Tan lastimoso era, que
en ciertas épocas del año nadie podia alejarse de la ciudad por esa
via sino navegando en balsas de junco. Desde los tiempos á que
aquella vieja crónica se refiere, se dió principio á ciertas construc-
ciones y reparos con el fin de abrir el camino, 'lin que á la venida
de Salis se hubiesen adelantado la bastante para hacer fácil el
tránsito aun en tiempo de verano. A este Virey debemos la cons-
truccion de una gran parte del sóliùo camellon por donde hoy
transitamos con tanta comodidad. No sabemos á punto fijo qué
parte del mencionado camino se deba á Salis: el documento autén-
tico y original que sobre este particular nos guia, habla de la calza-
da 6 camellon ql~eva del ptteblo de Fontibon; pero no dice en qué
punto terminaron las obras. Lo que está fuera de toda duda, es
que el puente llamaùo de San Antonio debe contarse entre ellas.
Todavía le adorna un tosco bajo relieve, que decoró pretenciosa-
mente su artífice con el nombre de busto del Virey Salis.
No hay en nuestra sabana quien no conozca el" Puente de So-
p6," precioso monumento que no parece sino un modelo que, en
pequeño, hubiese formado un entendido arquitecto, para la cons-
truccion de un gran puente. Este, la mismo que el de Basa, que hoy
subsiste, y el primero que se levantó en Sesquilé, da testimonio
. del interes que por el bien público animaba á don José Salis. La
apertura del camino de Cáqueza y del de San Martin; y la aper-·
tura ó la composicion del de Opon al Magdalena, cielque atravie-
sa el Quindío y de varios de los de Antioquia, fueron tambien
materia de muchas de las providencias que dictó y á que se de-
bieron grandes adelant.os y beneficios.
Quien tan solícito se mostraba por hacérselos al público, no
podia desatender la suma necesidad que tenia la capital de un
acueducto; y así fué que el del Agua-nueva vino á aumentar el catá-
logo de aquellos.
Fomentó el señor Salis las misiones del Orinoco, del Meta y
de los Llanos; cooper6 á la reduccion de los indios cunacunas en
el Chocó, y auxili6 y facilitó en gran manera la pacificacion y re-
duccion de los salvnjes habitantes del territorio que se extiende
desde el Rio del Hacha á Maracaibo. En su tiempo se dió gran
impulso á la fundacioll de una villa en el mismo territorio, medi-
da con que cesó el riesgo ú que se exponian los traficantes que atra-
vesaban aquellas soledades sin una numerosa escolta. La apertura
del camino del Carare, obra tambien de aquel tiempo, hizo prac-
ticable, segun refiere un escrito de la época, el qtœ se conduJesen l08
víveres y en particular lú8 harinas, á Cal·tagena, sin necesitar de las
extmnjeras de que se surtia, y facilitó la salida de los géneros del
Nuevo Reina pal' el rio de la .¡Magdalena.
Era, segun de varios documentos se colige, lastimoso el estado
de la real hacienda é impünderaLle el desconcierto en que se halla-
ban la recaudacion y manejo de los caudalcs públicos cuando el
Gobierno del Nuevo Reino cay6 en manos de don José Salis, la
que abri6 ancho campo á su actividad é inteligencia, brindándole
nueva coyuntura para dar más y más lustre á su Administracion.
En la ejecutoria de la residencia qne se le tomó del tiempo de
su gobierno, se encarecen la pureza, integridad, celo y vigilancia
con que procuró el aumento de los reales haberes; y en particular
se mencionan los esfuerzos quc hizo para conservar los tributarios
y fomentar sus reducciones. "El acierto con que gobern6, dice
aquel documento, hizo prosperar la riqueza y las rentas públicas;
y esto en tiempos tan calamitosos que hubiera sido gloriosa empre-
sa aun el mantener la real hacienda; pues durante su gobierno
ocurrieron muchos gastos extraordinariüs y ci Hcy adjudicó á
ciertos particulares los pro ventas del ramo de correos y varias
otras rentas."
Hizo construir una fábrica de aguardiente, con la que se au-
mentó en una tercera parte el producto de aquel ramo, y fomentó
con suma eficacia cllaboreo de Jas minas.
Hizo tambien practicar por sujetos de notoria integridad é
inteligencia una visita en las cajas de Guayaquil, medida cuya
importancia puede apreciarse viendo los resultados que l)rodujo.
Enteráronse en las cajas de Santafé 40,500 pesos; los in-
gresos fueron mayores eu los años siguientes, y se facilitó lu
construccion de varias obras públicas en la misma ciudad de
.Guayaquil.
Otra visita de la tierra mandó practicar á los oidores don Anto-
nio Verdugo y don Joaquin de Ar6stegui, de que resultaron nota-
bles ventajas para la poblacion y la agricultura. Solis fué el pri-
mer Magistrado que cuidó de que se recogieran datos sobre la es-
tadística del Nuevo Reino.
Na faltan, pues, á don José Salis títulos al reconocimiento y
á la estimacíon de los habitantes del pais que gobern6; y para
que se agregue uno más á los que ya llevamos enumerados, añadi-
remos que contribuy6 para las obras públicas que en su tiempo
l5ellevaron á cabo, con munificencia digna de su ilustre nombre.
VI.
Hablemos ahora de las costumbres y vida privada del futuro
franciscano.
Hase insinuado más arriba que se distinguia por la afabilidad
de sus modales, y ahora añadiremos que no era ésta la única mues-
tra que daba de la benevolencia, suavidad y blandura de su carác-
ter. Sobresalió por estas prendas, y por ellas se hizo amable á
cuantos le trataban. Valióse de su autoridad de Virey para dar
rienda suelta á sus sentimientos humanitarios y benévolos, como
la acreditan las providencias que dictó á fin de que se tratase á los
indígenas con la blandura y miramiento de que los hacia merece-
dores su miserable condiciono
Sábese tambien que distribuia cuantiosas limosnas y que enri-
quecía con dádivas los templos, usando de liberalidad verdadera-
meute digna de un príncipe; y toda idea benéfica hallaba en él su
más decidido protector.
Empero, si, como buen español, abrigaba en su pecho una fe
inalterable y todas aquellas virtudes brillantes que nunca dejan de
tener cabida en un corazon generoso, no dejaba por otra parte de
pagar su tributo á la comuu flaqueza de los hombres, y su conduc-
ta no siempre fué de las mas ejemplares.
Vivian eu su tiempo en Santafé y descollaban entre las más
hermosas, ciertas j6venes de no muy esclarecido linaje, desenvuel-
tas y de livianas costumbres, conocidas comunmente con el apodo
de las J.1Iarichuelas. Conoci61asel Virey, tlab6 amistad con una
de ellas, y esto dió ocaRÍon á que su condueta fuese por algu~
nos años el escándalo de las gentes cristianas. Ni fueron estos sus
únicos devanees; pues sus contemporáneos pintaban su vida como
muy disipada.
_4.pr0pósito de estas cosas, Rerefiere que, como el Virey tenia
por costumbre salir de su casa por la npche y no volver á ella
sino muy á deshoras, todos sus domésticos y familiares dieron,
como era natural, en seguir su ejemplo; de que resultó que en
cierta ocasion en que fué á recogerse ménos tarde quede costum-
bre, halló el palacio totalmente desamparado y sin más habitantes
que los soldados de la guardia. Y dió órden de que en lo sucesivo,
despues de cierta llOra de la noche no se franquease á nadie la
entrada del palacio, fuese quien fuese el que tocara á la puerta.
No habia pasado mucho tiempo desde que regia esta providencia,
cuando ocurrió que cierta noche vino el mismo Virey despues ùe
pasada la hora señalada, y el centinela que guardaba la puerta
rehusó abrirla, no obstante que se le dió á conocer el Virey; el
cual hubo de aguardar pacientemente de pié en el dintel de la
puerta y con el fria de una de las más lluviosas y destempladas
noches de nuestro clima, á que se cumpliesen todas las formalida-
des de ordenanza, para qne el oficial de la guardia relevase al
centinela de su consigna y diese la ól'den de abrir la puerta.
El soldado que tan puntualmente habia sabido cumplir con
su obligacion fué ascendido y recompensado; yel Virey, para
quedar al cabo libre de todas las dificultades que SllS nocturnas
excursiones solian ofrecer, determinó abrir en las tanias aue uor el
lado del mediodía cerrabán el recinto del palacio, n'na p>uertecilla
que debia quedar reservada para sn exclusivo servicio. Nosotros
hemos conocido aquella puertecilla, único mOllumento mezquino
entre los muchos que quedaron para inmortalizar el nombre de
Solis.
VII.
Era costumbre en tiempo de nuestros padres que todos los
miembros del Gobierno y Magistrados de la ciudad concurriesen
á los solemnes oficios del juéves y viérncs santo en la Crttedral me-
tropolitana, y que en ellos recibiesen la sagrada comunion. Don'
José Salis, si bien distraido y no nada timorato, no era hombre ca-
pazde 1'omper con el pasado y de escandalizar al pueblo fiel rehusan-
do en aquella ocasion dar público t~stimonio de su fe, como la da-
ban todos los hombres constituidos en dignidad. Hepetidas veces
asistió á la augusta ceremonia y repetidas veces recibió el Cuerpo de
Cristo, sin qne fuese para é! demasiado arduo el hallar un confe-
sor indulgente que le absol viese á pesar de la obstillacion con que
seguia en el ilícito trato con la dama de que dejamos hecha menciono
Pero acaeció que, en la Semana Santa del año de 1759, ó ya
movido por la gracia divina ó bien por otra razon que no 'alcan-
zamos, eligiese por confesor á un padre del Oratorio de San Fe-
lipe Neri" que hahia venido á fundar en Santafé ulla casa de su
congregacion, varon verdaderamente apostólico, de los que nada
temen ni esperan de lo~,grandes de la tierra, el cual, cumpliendo
con la obligacion de su augusto ministerio, negó la absolncion al
poderoso penitente.
Tan profunda y saludable fué la imprcsion que esto produjo
en el ánimo del Virey, que en el punto mismo determinó reformar
sus costumbres y ajustar su conducta á los preceptos del Evange-
lio. Ni tardó ya en concebir el designio de dejar el mundo; como
la acredita el hecho de haberse procurado un ejemplar de la regla
de San Francisco, la que se propuso observar en cuanto la permi-
tiesen los deberes y ocupaciones de su empleo.
Represent6 sin dilacion á la Corte pidiendo se le nombrase
sucesor, y hubo de reiterar esta solicitud, pues en la real cédula
que se expidi6 con fecha 12 de junio de 1760 y en que se le comu-
nica el nombramiento de don Pedro Mesía de la Cerda para Vi-
rey y Capitan general del N nevo Reino, se insinúa que, atento á
sus repetidas instancias, S. M. ha venido en exonerarle de su
empleo.
Recayó esta vez el nombramiento de Virey en persona de gran
representacion, de muy calificada nobleza y recomendable por su
mérito y servicios, por no querer la Corte nombrar un sujeto que
pudiese amenguar el lustre qne aquel empleo habia cobrado en
manos del señor Salis. Era don Pedro Mesía de la Cerda, conde
de la Vega de .Armijo, teniente general de la real .Armada, caba-
llero gran cruz de la Orden de San Juan, comendador y señor de
Puerto Marin en la misma, y gentil hombre de cámara de S. 1\1.
VIII.
Tenemos ya dicho que apénas se' verificó la conversion del
Virey, concibió el designio de tomar el hábito en la religion de
San Francisco y empez6 á observar sn regla en cnanto aquella
observancia era compatible con su actual estado y empleo. Y como
para reparar el éscándalo que la relajacion de sus costumbres habia
ocasionado, se dió á practicar actos públicos de piedad y á ejercitar
la caridad del modo máB edificativo. Ya por aquel tiempo acos-
tumbraban los recoletos de San Diego celebrar en la tarde del
sábado cierta funcion en obsequio de la Vírgen, y el Virey, con
acompañamiento de sus familiares, concurria á ella puntualmente.
Los mendigos le acosaban por donde quiera, y erau siempre fa-
vorablemente despachados; y solia suceder que, viéndolos á sn
puerta desde el balcon del palacio, bajase en persona á socorrerlos.
Varias familias hone5tas y distinguidas que habian venido á
pobreza eran sustentadas á costa suya. Pero la que puso el colmo
á su benéfica liberalidad haciéndole acreedor por un nuevo título
á las bendiciones de la posteridad, fué la donacion de 30,000 pesos
que hizo al Hospital de San Juan de Dios de esta ciudad, cuando
- uv-
x.
Conservada en la memoria ·de nuestros padres y en algunos
sencillos documentos, ha venido hasta nosotros la fama de las vir-
tudes que ejercitó en el claustro fray José de Jesus María.
Si las preeminencias y dignidades de que habia huido, le per-
seguian aún en el humilde asilo á que habia venido á refugiarse,
no le faltaron ocasiones de practicar la mansedumbre cristiana.
La antigua compailera de sus disoluciones frecuentaba la iglesia
de San Francisco con el avieso fin de poner á prueba su paciencia,
1<> que procuraba dirigiéndole improperios y zumbas groseras
cuantas veces podia acercársele, esforzándose por hacerle la irrision
y el escarnio de los fieles que concurrian al templo; y la continua
asistencia del padre Salis al confesonario le ofrecía frecuentes y
propicias ocasiones para ejercitar su malignidad.
Entre los religiosos mismos no faltaba quien estuviese mal
con él y viese con despecho los homenajes que á su mérito se tri-
butaban; y se refiere que un cierto padre grave dió en mofarse de
él y en tratarle de holgazau y de espía, con lo que le redujoá no
salir de su celda sino en las ocasiones en que una precisa obli.
gacion la exigia .
. El voto de pobreza que habia pronunciado y el extremado ri·
gOl' con que la cumplia no pusieron estorbo á su genial liberalidad.
Habiéndole asignado el Cardenal su hermano una pension de qui-
nientos pesos anuales á fin de que pudiese gozar de mayor regalo
que los domas religiosos, aceptó este auxilio con licencia de sua
6
- 82' -
prelados, no COll aquel fin sino con el.de poder dar limosna, y
muchos de los desgraciados que solian ser socorridos por él cuando
estaba en. el siglo siguieron siéndolo. merced á esta largueza del
Cardenal. Repartia ademas entre los religiosos más necesitados 101>
hábitos nuevos que sus amigos le proporcionaban, y entre ellos y
entre los pobres de fuera otras piezas de ropa y utensilios de que
se procuraba no dejarle carecer. Hacia la mismo con la mayor y
más delicada parte de la racion que para su snbsistencia recibia del
convento, y aun se hacia mendigo eu beneficio de los menesterosos.
Ni era solamente del modo que queda dicho como daba desaho-
go á sus benévolos sentimientos. Durante su viaje á Santa marta
asistió y curó con caridad ~jemplar á dos bogas de los que tripula-
ban el champan en que bajó el Magdalena y que adolecian de enfer-
medadesasquerosas y pegadizas. Ulll1egro, liberto suyo, que tomó
el hábito de San Francisco en calidad de donado, por no abandonal'
á su antiguo señor, enfermó gravemente y, como el padre Salis hu-
biese tomado sobre sí el asistid e y le asistiese como el más humil-
de enfermero, solia rehusar sus servicios enternecido y avergon-
zado; mas fray José le decia: "calla, hijo, que aquí todos somos
iguaies." •
Mas no fué solamente eximio en la obediencia, en la caridad,
en el desasimiento de los bienes de la tierra, en la humildad y en
la rigurosa observancia de la regla á que se habia sujetado, sino
que se distinguió tambien entre los religiosos más penitentes. Mu-
cho hemos dicho ya en 6rden á su amor á las pri vaciones, al hablar
de su liberalid~d y desprendimiento; y resta añadir que acostum-
braba ayunar tí pan yagua casi todo el año, sin que hs dolencias
le hiciesen relajar este ayuno; que llevaba iucesantemente ásperos
cilicios y un vestido interior de cerda ií raiz delas carnes, que le cu-
bria desde los hombros hasta las rodillas; que se azotaba con cade-
nas de hierro y que no se reclinaba sino en una cama dura, tosca
y desnuda.
Cuando vino la Semana Santa del año de 1770, quiso el padre
Salis, no obstante que su salud sehallaba quebrantada, cumplir con
escrupulosa exactitud con todos los actos de piedad y cie mortifica-
cion que están prescritos tí los franciscanos para aquel tiempo ~des-
calzóse el juéves para la comunion, el viérnes para la adoracion de
la cruz, y estos mismos y otros dias para ciertos ejercicios de peni-
teucia que se practican en el refectorio; levantóse ántes del alba el
dia de Pascua para asistir á maitines y decir misa; causas que le
ocasionaron una enfermedad que conoció él mismo debia ser la
postrera.
Prepar6se para morir recibiendo los últimos sacramentos de la
manera más ejemplar y fervorosa, y SIlS últimos instantes estuvie-
ron llenos de la inefable dulzura y serenidall de que no podia dejar
- 83 --
de disfrutar quien pudo decir como dijo él en su agonía: IL Yo, con-
templando que habia de llegar esta hora, renuncié al mundo y ves-
tí esta mortaja."
Ultimamente, el 27 de abril de 1770, "dejó el mundo para
reinar con Cristo," como se lee en la inscripcion de uno de los
retratos que de él se conservan en el convento de San Francisco.
A sus exequias, que se celebraron el dia 28, asistieron, como
llabian asistido á su profesion, el Virey y todas las autoridades y
corporaciones, juntamente con innumerable gentío que acudió á
dar muestras de su veneracion al que era ya mirado como santo.
Pasados algunos dias, se le hicieron honras funerales, y así en éstas
como en las exequias, se predicó oracion fúnebre.
El Cardenal Arzobispo de Sevilla y otros deudos del padre
Salis de grande valimiento en la Corte de España y en la de
Roma obtuvieron para él el capelo. La muerte se anticipóá la
noticia de este nuevo homenaje que se tributaba á su merecimiento.
Nada pudo acaecer más conforme con su voluntad: entre la muer-
te y nuevos honores, él hubiera elegido la muerte.
XI.
Hemos terminado la tarea· que nos impusimos de recoger en
un solo escrito las escasas noticias concernientes á la vida del Vi-
rey Salis, que muy esparcidas y ya tí punto de quedar olvidadas y
perdidas, hemos podido adquirir. *
Si nuestra relacion no abunda en rasgos romanescos que -hala-
guen la fantasía, culpa es de la escrupulosidad con que, sacrificando
lo ameno tí la verdadero, nos hemos ceñido á los documentos qne
nos han guiado.
Al leer las últimas páginas de este bosquejo biográfico, hemos
descubierto con sorpresa que la que hemos escrito es una vida de
santo. Decimos con sorpresa, porque ni nos la habíamos propuesto
ni la teníamos previsto. N a importa: á los que cree u la que creia
el señor Salis; les servirá de edificacion; á los demas básteles
saber que hemos escrito la verdad.
" Los docum~ntos que hemos tenido á. la vista son: los ,títulos de al·
gunos de los empleos y grados que obtuvo Salis; el acta de posesion del
Vil'einato j la ejecutoria de la residencia que se le tomó del tiempo que
fué Virey; la "Noticia de la ereccion del convento dc San Francisco,"
cuaderno que contiene una ligera relacion de la vida del P. Salis; la ora·
cion fúnebre pronunciada por el P. Torrijos, y las inscripciones que se
ven en los retratos. Estos documentos se hallan en su mayor parte en la
biblioteca del señor José María Quijano O.
Al hacer esta edicion (que es la 2.") del presente escrito, bemos po·
dido agregar algunas noticias que hemos baIlado en la "Historia ecel-
si:istica y civil" del señor Groot.
-0':1:-
X-CONTESTACION A GAMA
(D. M. M. Ma 11a ri no) sobre la y.
Muy estimado sel'ior mio :
"Donde interviene, decia Sancho e!1 cierta ocasion, el conocer-
se las personas, tengo para mí que no hay .... sino mucha mala
ventura." Lo mismo pudiera yo decir en la presente, pues. si yo
ignorara el verdadero nombre de usted, como nsted losupoije, no
se me darian dos ardites de que en la carta qne, honránd~w.e .máa
.1
- iJO-
XIV-ESCENAS D0nmSTICAS .
Entre tanto que dicho tratado más extenso ve la. luz pública,
la juventud sacará gran provecho manejando el que acaba de im-
primirse. La exposicion del sistema está hecha en él con maestría.
:singular y ya se ven multiplicadas en él las reglas para abreviar
<>peraciones.
i Quién pudiera volver á ser muchacho para innumerables
cosas yen particular para aprender á hacer cuentas no por el P.
!llora sino por Alejo Posse Martínez!
. Mas no se nos atribuya la intencion de decla't'al' la aritmética
del P. Mora cosa de !panos muertas, por ser cosa de un religioso.
Ki esta ni ninguna otra aritmética padecerá detrimento si se ge-
neraliza el estudio del cálculo.
O se considera este estuJio como distinto del de la aritmética j
ú se consideran los dos como una misma cosa. En el primer caso,
conocer el ,cálculo no se opondrá á quP se aprenda la aritmética, así
.como el aprender la geografía no estorba para aprend~r la, historia.
En el segundo caso, nadie por ser diestro para componer, descom-
poner, combinar y comparar los números se hará incapaz de~iecu-
tal' y analizar científicamente las operaciones aritméticas, de la
propia suerte que nadie se mira eomo inhábil para el baile por
,sab.r caminar como caminamos todos los bípedos.
Ninguna teoría se comprende tan facil ni tan profl1ndamente
<lomo la de aqnello que ya conocemos de un modo práctico.
No ,falta quien trate el cálculo de puro empirismû ni quien
afirme que por esta l'uzon su estudio es inútil ó perjuilip,illl.
No importa. Si en mi presencia se pretende impugnar el cál-
,culo de esta fîucrte, yay.o me sé 10 qne he cle hacer.
Si el que la ataca es un general de los nuestros, ,u d~iese uste~
le diré, de mandar batallas. Es verdadqne ha ganado tres 6 cua-
tro ¡ pero como la ha hecho empíricamente ¡como usted no ha sa-
bido aj ustarse á las matemáti~as ni {¡ los demas principios de la
,ciencia militar, las batallas que ha ganado son como ~i las hubiera
perdido y nulas y de ningun valor ni efecto. Los muertos están
vivos; los heridos tan sallotes 1 los fugiti\'oo en 'buen órden, lOIl
llrisinner06 ,libres.'"
Si es un relojero, le replicaré; "Desdichado! los relojes que
'Msted ha compuesto están sineom pouer, porque usted no sabe
mecánica como Stephenson."
Si es poeta (cómo no ha de serIo ?), "quita allá, le diré; tus
<l0plillas me ha,a hecho reir y tus elegías me han hecho llorar; mas
como tú no estás versado en el arte p0ética ni en el manejo de los
,clásicos, mi risa no ha sido risa ni mis I<'¡grimas lágrimas."
Si nada hubiera de hacerse empíricamente, todos lOillque COlU-
¡ponemos el vulgo dejaríamos de hacer todas las cosas.
,Si no hubieran de componer nuestros ,caminossÍllo lOB iuge-
nieros, si no nos fuera permitido ingeniamos para componerlos á
fuerza de ingenio, á dóude nos daria el agua?
Vuelvo á decir que es yerro el afirmar que el conocimiento
práctico de las cosas es pernicioso porq ue hace descuidar los estu-
dios fundamentales.
¿ Conque el campesino que tafle la bandola ó canta e! bambuco
deliciosamente debe abstenerse de tocar y de cantar porque ignora
la teoría de la música? Conque el saber tocar y cantar al oido lo
inhabilita p'lra aprender esa teoría?
. ¿ Conque yo que me doy á entender talcualejamentc en el idio-
ma que desde chiquito aprendí al oido, deho vivir callado hasta
que sepa la gramática?
¿ Conque los maestros albañiles son unos bárbaros porque
levantan edificios sin ser capaces de regentar una cátcdra de
arquitectura?
XV.-Pll OLOG O
En 1845, afio et! qlle devoraba yo con ansia todos los versos y
'todas hs piezas de amena literatura que se daban á lul'; en los pe-
riódicos, <empecé á hallar en "El Duende" ciertas composiciones
anónimas en prosa y en verso que ...• qlie me aprendia de memoria.
Thleatormentaba l:1curiosidad de saber qlJién era el autor, pero no
lwbia forma de salir de ella. No era cosa de ir, rev6lver en mano,
,('amo se œtila eIl la actr:mlidad, á forzar al impresor á que me rêve-
laso Sll secreto.
En •• El }'1useo," -en " El Trovador," en. "El Pasatiempo" y
no sé en qué .otros periódicos encontré tambien corn posiciones que á.
tiro de fusil de aguja se echaba d<l ver eran de la misma proceden-
cia CI liC las consabidas de " El Duende." Estas sí estaban firmaflas ;
l~ero l@estabaa por YUi'ilpa, por O. ó por Celta, que era lo mismo
'que decir Dios guarde á ltsted muchos años. Los seudóllimos avi-
\"aron mi ouriosidad, como suelen los tales, y no descansé sino
cuando eonsegu1 despejar aquella e, incógnita qne me atormentaba
como me habian atormentado poco wtes en el oolegio las ùe los
prohlernas del álgebra.
Yo era muchacho entl'lsÍasta y mi imaginacioD se exaltaba con
1a literatura y con la glori;a y proezas militares. Júzguese cuánta
y cuán grata seria mi sorpJ'esa al .descuhrir qne el escri~or que
habia venido á ser tan de mi devoci(w, era. un jóven cuya' fisono-
mía y cuyo mirar blando y varonil me habían cautivado cnando
le habia visto en el afio de 41, fusil al hombro, con alpargatas y
hlusa de bayetl'l, en compañía de los Caros y de la flor de los ca-
-chacos comme il faut, partir p~a la Campaña del Norte. Si ál-
glÚen me hubiera dicho entónces <;lue yo hahía de venir á ser
alguna vez amigo de aquel poeta soldado, habria reventado de
'vanidad.
Acaso he hecho mal en imponer al público de que soy amigo
y antiguo admirador del señor CaieedoJjustamente cuandG voy lÎ.
.:L~..L -
dec'ir algo "labre sns poesías. Pero al fin yal cabo, nada importa
que se me tenga ó nó .por apasionado, pues mi juicio sobre estas
poesías es el mismo que siempre ha formado todo el pÚblico, como
me la dan á entender muchas observaciones qne tengo hechas.
Todas las personas inteligentes en literatura la reputan corno uno
de los escritQres que más han contribuido á que entre nosotros se
nclimaten y se propagnen el buen gusto y las sanas ideas literarias.
Desde que el señor Caicedo empezó á escribir, no ha habido en el
pais, ó á la mén{)s en Bogotá, un fundador de periÓdico literario
'G.ue no haya considerado como diligencia in<lispensable para ase-
gurar 'buen suceso á su empresa el solicitar su cooperacion. Cuan-
do se publicaba "El Mosaico," 1GB redactores nos hallábamos
,uJgunassemanas muy apurados: faltaban materiales á menudo, y
:á menudísimo materiales huenos; si en alguna de aquellas sema-
nas nos hacíamos con algua escrito de Celta, cesaba el apuro: ya
-contemplábamos asegurada la suerte del próxi ma número de
nuestro periódico. La fama liter:ll'ia del señor Caiccdo ha sido
más fuerte que las prevenciones y antipatías de partido: repetidas
veces hemos oido ponderar la belleza de su estilo y de sus escritos
:á los que no profesan ó combaten los principios defendidos en
éstos. Desde ahora há bastantes añoH, ha podido contestarse :í.
.quien pregunte cu~l es en Bogotá el cír'C1do, como se dice ahora,
,de las personas de buen gusto, de los aficionados inteligeuœs á
todas las bellas artes, de los homhreR distingúidos por la doctrina
ev la amenidad de su conversacíon v <le sus escritos, que para. ha-
ilar ese círculo, se indague á cuál pertenece el serior Caicedo.
Excepciones hay en esto, pero todo Bogotá me es tpstigo de que
los literatos y los artistas distinguidos que honran al pais, hUll
sido en su 'lll1ayorparte amig0C9sdel señor Caicedo.
Si :se me preg¡mta cuáles son las dotes que más admiro entre
bs que hacen que el señor Caicedo se distin¡.,ra como poeta, dil'é
~Jlle, á mi juicio, son el buen gusto y la delicadeza. Parece ocioso
<lecir que un poeta está d(j)tado de lmen gusto: no podria llamarse
tal si careciera de esta prenoa, que es la prenoa de lás prendns;
Fera en el buen gusto hay diferentes grao os ; muchos poetas sobre-
salen má., por la originalidad, por la elevacion, pal' el chiste Ó poe
>otra cualidad que por el buen gusto; y en las del señO!' Calc(.'(lo
hrilIa esta cualidad muy singularmente, y tli!1to que el crítico m:.ís
.escudriñacl,or nG podria descubrir una sola falta contra ella en todo
.este volÚmen.
Qué pocos pos~n aquella habilidad, ó por mejor decir, aquel
,grado de sensibilidad. que se llama deHcadeza! Excitar sensaciones
¡px.ofunùasá Ll.ierZade .e.xclamaciones, de lagrimones y de puntos
suspensivos; hacer gemir ó espeluznarse al lector amontonando
lamentos ó pinturas de escenas horribles 6 de situaciones desespe-
radas; excitar Sll eompasioll poniéndole á la vista un mar de san-
gre ó una familia que perece de hambre, será tal vez cosa de gusto
y de mérito, pero 110 es delicada. Esto es la mismo que provocar
la risa haciendo cosquillas, que hacer llorar á garrotazos, que asus-
tar á la gente disparando caiionazos inopinadamente. Lo que sí
es delicado, lo que sí prueba ingenio, la que distingue la sensibi-
lidad del verdadero poeta de la de los demas, es el poder excitar
los afectos hablando en tono templado y suave y hasta ligero y
jugueton. Esto es la que el serrar Caicedo sabe hacer como muy
pocos, y lo que en gran parte caracteriza sus versos y los hace ini~
mitables. l\{uchas de sus poesías se leen con risa en la cara y con
ternura, ó con sua ve y profunda melancolía, ó con otro dulce afec-
to en el ánimo.
El lector que quiera observar esto por sí mislllo, escoja en este
vohímen y lea una 'de bs pO•.iías en que el donaire y el senti-
miento se hallan deleitablemente amalgamados. Si hacer esta elec-
cion le cuesta trabnjo, que sí le costará, como cuesta el escoger nna
tela cntre un surtido <lne acaba de llegar de Paris y que ha sido
1-n!'lllado por lnano l11ae~~:,tra,
yo le aconsejaré qne elija -la titulada
"Mi vecinita," (¡ "illi campo," ó "Las cucharas de plata,'" (¡
"Risas y rosas," ó pero vamos! que yo tambien doy end
t.ropiezo que qneria evitarle al lector.
No es posí ble leer "Mi veciuita" sin sonreírse y sin experi-
mentar nna apacible scnsacion que produce el tono festivo y ligero
cn qne e;,;tá escrita; l)pro, cuumlo uno ménos la piensa, se siento
eonnlo\"ido tiernanle!1t\~. En una a]nlU sensible no pueden df;jar de
hacer impresion pasnjí's como aquel que se halla en dicha poesía:
"¡Preciosa cuntorcilla)
Q[le no puedas trinar
Como tintes, en las selvas
Donde tu amor está,
Xi conocer pl precio
De la alma libertad!"
XVI.-DIOS.
A CELTA.
YI.-PENITENCIA,
VIL-LOS DIMINUTIVOS.
(ARTICULITO. )
.Ahora que son las dos y média acaba de retirarse la última visita.
He visto que ya no me ha de quedar tiempo de escribir el artí-
culo; pero conjeturando que la comida no se servirá muy pronto,
por haberse almorzado tan tarde, me he puesto miéntras la sirven
á escribir este billete, á fin de presentar mis excusas á usted, seilor
Redactor, y de asegurarle que, como no sea los domingos por la
mañana, puede ocupar con franqueza á su afectísimo servidor Q.
B. S. M.
Domingo 1.0 de octubre de 1865, á las 3 y pico de la tarde.
XL-CONTRIBUCIONES DIRECTAS.
1.
El campo, mansion n,atural del hombre, asiento de la poética
soledad, jurisdir·cion de los libres vientos, patria de todo Jo que
nace, vive y se desenvuelve por ~í miRilla, fonrlo del cuadro gran-
dioso en q ne la naturaleza pinta sus más Robcrbios cuadros, paseo
de los rios mfljestnosos y de Jas fuenteR IlInrmuradoras, cs un cielo
anticipado, una su,cursal del Paraíso. El cam po, tierra de aquellas
aguas que no forman 1'C/.JJ10 y qne curren sin que la Municipalidad
corra COll ellas; el campo, negacion de lu janla l¡¡'lm el pájaro, del
corsé para la mujer, y negacioll para el hombre de una ciudad el}
'que las narices y lus piés se ven imphwahlelllcnte perseguidos por
las inmundicias; los ~jns, por las tiendas cn r¡ne vive gente; los
oídos, por los habJanchilles que dan noticias y hacen lamentos ó
conjeturas SGUl'C la Sllcrte de la Pat¡'ia, y el bo Isillo por lus pctar-
distas,. por los que promueven rifas y levantan suscrlClOnes, el
campo, decimos, es una condeaacion, un voto de censura contra
Cain, inventor de las ciudades.
Esto y mucho más era ya el campo cuando Virgilio escribi6
sus Geórgicas ; esto y mucho más es y ha sido siempre en todas las
regiones de la tierra. Pero el campo en la Sabana de Bogotá!... El
campo en esta comarca bendecida, en donde, sin cambio de estacio-
nes y sin que el sol abrase la tierra, brinda ésta largamente con sus
dones á los que tienen la fortuna de habitarla; el campo en esta
Sabana, en donde toda labor es llevadera, y risueña y apacible al
mismo tiempo; el campo! el campo ! oh! ¿ qué diré del campo
de la Sabana de Bogotá?
II.
Entre cuantos afectos y relaciones pueden ligar á un hombre
oon un sitio, ninguno hay que pueda compararse cpn los que me-
diaban entre el hacendado á la antigua y su posesiono La hacienda
era para él una Patria, la única Patria verdadera, fuera de la cual
se sentía en todas part~s COIno desterïadû y sacadû de su elerllento.
Ahogábase eutre las cuatro paredes de RU casa de la capital, '1
echaba ménas aquella satisfaocion que deleita y ensancha el ánimo
cuando uno se siente señor de la que alcanza á ver más allá de Sll
habitacion. Residia en la hacienda, no con el fin principal de ha-
cerla producir, sino para vivir, para la que se llama vivir en ella,
de ella, con ella y para ella; para gozar de paz, de independencia
y de holgura. La hacienda mimaba á. sn señor, ofreciéndole abun-
dante sustento casi gratúitamente; un ambiente puro y aromático,
aguas saludables y deliciosas, variados é inocentes recreos. Y los
campos, vistiéndose cada año del color de la esperanza, la hacian
renacer incesantemente en su poco ambicioso corazon.
El hacendado de nuestros dias reside en 1:\ hacienda, como el
mercader en el almacen y corno el fabricante en la fábrica, para
hacerla producir. Para buscar fundamento á sus esperanzas, fija
la vista con más ahinco en su Diario y su Mayor, que en los pas-
tos y en las mieses; y cuanto es más apacible y más risueño el
aspecto de una sementera en flor y el da una herbosa pradera que
el de un Mayor y el de Ull Diario, eran más halagüeiias las ideas
y esperanzas del hacendado á la antigna que la son las del hacen-
dado á la moderna.
Como para éste no finca el punto sino en el tanto por ciento
que produzcan las fincas, da con la mayor frescura RU posesion
campestre, COll sus claros arroyos, sus sombrosas .arboledas, sus
llanuras espacIOsas Ó sus montes so1itarios, por una tienda prosaica
y reducida que hace rendir al capital Ull ocho y cuarto, en vez del
seis y tres cuartos que la hacienda solia producir.
III.
Muchas de las costumbres y de las más animadas escenas que,
para los que ya vamos declinando, fueron copioso manantial de
emociones inolvidables y de inocentes placeres, van acabándose á
toùa prisa, merced á los progresos de la industria y al yankismo
que \'a cundiendo.
Un hacendado de la moderna escuela difiere tanto del de la
antigua, cuanto el bogotano de hoy, que ha traido de Paris su
ropa y su calzado, del santafereño de antaño, que gastaba capa colo-
rada y sombrero de tres picos.
El hacendado de hoy, que es á menudo un exempleado 6 un
comerciante, monta en caballo herrado, con silla inglesa, y se
muestra abolicionista, no ùe la pena de muerte, sino ùel uso de los
zamarras y del tapaojos j lleva látigo extranjero con cabeza de
cobre, en vez de la zurriaga de guayacan ; y sus manos, casi siem-
pre cubiertas con guantes, huyen de todo contacto con el rejo de
enlazar. Para el hacendado de antaño era punto de honra el que
su traje de montar y todo su equipo c..<;tuvieran ajustados á las mi-
nuciosas y severas reglas que sobre el particular estaban en vigor.
No habia figurin litùgrafiado que imitar; pero, así corno para ves-
tirse en la ciudad con arreglo á la moda, nunca falLan figurines de
carne y hueso, nunca faltaban campesinos de buen gusto que sir-
vieran de modelos. Usar la silla sin retranca ó la jáquima sin
tapaojos; gastar estribos de aro 6 riendas de vaq ueta, eran impro-
piedades en manera alguna más excusaùles qUd la de ir á baile
sin corbata ó á convite del Ministro inglés con capote.
En aquellos tiempos, habia de haber en cada hacienda buena.
cria de potros y el número suficiente de. caballos mansoa para que
todos los dias del año montaran los patrones y no pocos mucha-
chos y vaqueros, remudando, como solia decirse, cada veinticua-
tro horas, y para sacar á pasear en caballos de la hacienda á los
huéspedes y á las visitas.
En la actualidad, el hacendado le mete pluma á cada una de
las caballel'Ías que pastan en sus potreros; y si resulta que alguna.
de ellas no presta servicios eq ui valentes al uno por ciento mensual
de la suma en que puede venderse, queda condenada á Eer ven-
dida; que es como si dijéramos que á cada bestia se le exige retri-
bucion pcr los alimentos qne se le suministran, ni más .ni ménos
que como se haria en una fonda.
Eu otros tiempos no se cobraba de los caballos el valor de los
alimentos que consumian, pero en compensacion se les cobraba
cariño; y nunca faltaba alguno que, habiendo prestado largos y
buenos servicios, era declarado benemérito y gozaba Cil la wjez
de su jubilacion, sin que á nadie se le ocurriera que consumía
pasto improducti va mente.
y si esto sucedia con los caballos que al cabo no son sino unas
animalías que non hán sentido, ¿qué sucederia eon los arrendatarios
y peones de 1M haciendas que, fuera de ser miradas como auxilia-
res necesarios para el trabajo, vivian en íntimo y continuo trato
con los patronc8?
Ahora la economía política nos ha enseñado á llamar brazos á
los hombres qiIe por un jornal cooperan á la obra de la p¡'oduc-
oíon; y la economía política hace bien en llamarlosbrazos: nuestro
siglo no hace caSQsino Je aquellos miembros con que los hombres
lJUeden suplir la falta de máquinas; él no pregunta si tienen cora-
zan y necesidades. En rctribllcion, los jornaleros no se curan de
ganarse la voluntad de sus patrones: se contentan con ganar el
salario y todo lo demas que pueden .... pero siempre en efectivo.
IV.
La primera escena campestre que quedará olvidada será, ay!
la de los rodeos. Y por cuanto ya no es escaso el número de las
person:lS que no tienen noticia de ellos, será preciso empezar su
descripcion definiéndolos, dando á ésta un principio semejante al
de un texto de ej]8eflatl~a. Los rodeos son, y casi puede decirse
('¡'an, y por consiguiente casi puede volverse á decir ay! una rui-
dosa y solemne funcion que se celebra anualmente en las haciendas
de cría, reuniendo todo el ganado vacuno, herrando y señalando
todos los terneros que han nacido en los últimos doce meses.
Solia el ganado ser bru va en su mayor parte y pacer disemi-
nado en montes, páramos, malezas y pantanos de considerable ex-
tension. Por la comun, cada una de Jas reses que habian de venir
{¡, las cormleja8 se hallaba en el mismo caso en que se hallan
muchos de los 1l10zalbetes con quienes nos estamos rozando todos
los dias: no se las habian habido en mucho tiempo con criatu-
ras racionales, y harto 10 daba á entender su docilidad y la suavi-
dad de sus maneras, cnando se trataba de fed ucirlos á la sociedad
y trat.o con la gente, como para los rodeos era forzoso hacerlo. La
empre:::a era, por tanto, de laboriosa y dilatada ejecucion.
:Fijáoase con mucha allticipacion el dia en que esto debia tener
principio, porque era menester echar ti engordar con tiempo los
caballos de vaqnel'ía. La cosa se ,divulgaba por las haciendas y
por los pueblos de la comarca, y todos los vaqueros profesores ó
aficionados se apercibian para concurrir á los rodeos. En una
Iglesia en que va á celebrarse la fiest.a del santo titular; en una
casa en que va á representarse comedia casera, no se ve más deli-
ciosa baraunda ni más amable desórden que en una hacienda en
que se están haciflldo Jus prevenciones próximas para el acto de
que estoy tratando.
Los métodos para recoger el ganado eran varios ant.iguamente.
En Unas haciendas, reunidos y apercibidos con rejas de enlazar los
vaqueros de á pié Y de á caballo, se desplegaban por la orilla del
cerro, monte 6 pantano, 1uégo se iban encaminando todos luicia un
sitio determinado y central, espantando el ganado con gritos y
con los latinos de los perros. Uua vez reunido el hatajo en aquel
sitio, se le hacia seguir para las corralejas, siempre r()(leado de va-
queros. A pesar de esta precaucion, muchas reses se desbandaban,
y como siempre se separasen del cuerpo de los vaqueros algunos
de éstos, para perseguir las reses fugitivas, no eru raro que el
hatajo se viese desamparado y que el patron, que por la regular
iba á la zaga, se desgañitase vanamente é hiciera por mantener
la unidad del hatajo, esfuerzos tantos y tan infrnctuosos como los
que hicieron los bolivianus para mantener la de Colombia.
No es dable ver cosa má;; animada y pintoresca que aquella
heterogénea y desordenada turba, ya trepando por cuesta'l esca-
brosas y cmpinadas y haciendo rodar el pedrisco; ya descendiendo
tumultnosamente ¡lIas cañadas, en donde el estrépito, la vocería,
el latir de los penas y el bramar del ganado iban á confundirse
con el estruendo de los torrentes; ya rompiendo COll ímpetu irresis-
tible enmarañadas y tu pidas maleza~.
En otras haciendas, era costumhre sorprender el ganado por la
noche. Este procedimiento daba ocasiun á lances y escenas horri-
pilantes, siniestros, inve~osímiles como los de la gucrra de los tughs
ó como pesadillas. Pero éstos no han dejado en los ánimos de los
que en ellos tuvieron parte siuo suaves impresiones y sabrosos
recuerdos.
Por último, habia haciendas en que el ganado estaba hecho 6,
tomar sal periódicamente cu ciertos sitios en que habia piedras
aparejadas para regársela . .A éstos se le hacia concurrir, llamán-
dolo por montes y valles con ciertos gritos agudo'l y prolongados
que, repetidos larga y melancólicamente por los ecos de las mOn-
tañas, guardaban maravillosa armonía con los agrestes y solitarios
sitios en que se cséuchaban. Las vaca..; llamaban tambien Con
maternales bramidos á los becerros inexpertos, y no tardaba en
reunirse en los saleros el hat¡~o de rRses adhesadas á las cercanías.
ry á la manera que los campesinos que en tiempo de rcvolucion
han concurrido á un mercado ciertos de poder salir de la plaza
cuando la tengan :í bien, se hallan inopinadamente acorralados por
partidas l'ccll1tadoras que, mal de sn grado; los obligan á tomar el
camino que ménos querrian, los vaqneros, que cautelosamente
habian rodeado los saleros, obligaban á la cornu<;la grey á tomar, el
de las corralcjas.,
A esta operacion seguía la j·ebtisca, que tenia por o~ieto redu-
cir á viva fuerza y dejando á un lado la astucia y el Jisimulo, las
reses que no habían cuido en la recogida general. T,ll un jefe mi-
litar destina piq netes de soldados á que vayan á hacer la leva á un
distrito de donde DO se. envió otro contingente para el ejército que
el borracho del lugar y el forastero de aviesas mañas que lo estaba..
infestando con su presencia.
Repetidas estas maniobras cuanto era menester para tener ase-
gurado todo el ganado en nn potrero, podia darse comienzo á los
actos de cont:trlo, clasificarlo y herrar las crias nacidas en el áño.
Tras una noche en que el incesante bra.mar, mugir y berrear de
las vacas, toros y terneros, encerrados ya en las corralejas, no deja-
ria dormir, si los rumores simpáticos hicieran huir el sueño, viene
una mañana clara, fresca y serena en que altas nubes brillan como
plata bruñida, en quc parece que se estrena un Rol, en que el vien-
to se complace en enfriamos para procuramos el deleite de calen-
tamos al sol, miéntras el sol nos calienta para que gocemos de
la frescura de las auras, que soplan, si vivaces, blandas y halagüe-
ñas, y que van derramando por donde quiera la fragancia que por
donde quiera recogen.'
En una mañana como ésta ha de imaginar el lector que comien-
za la herranza, como dicen unos, ó laflara, como dicen otros; que
si no pocas funciones de éstas empezaron en mañanas turbias, enca-
patadas y aguan osas, yo quiero que el lector se figure los rodeos
acompañados de cuantas circunstancias puedan sel'Îes favorables.
Poco háhil seria el pintor que retrataseá un hombre tal cual se ha-
lla al salir de la cama. El hombre para ser retratado se ha de tomar
barbihecho, emperejilado y carilucio.
Pero vamos á la corraleja, que la funcion ha comenzado. Cerca
.de una grande y mal atizada hoguera; entre nubes espesas y siem-
pre renovadas de humo y de polvo, entre olas de calor sufo-
cante; en medio de una bulla atronadora, mezcla confusa de órde-
nes, regaños, disputas, chistes de grueso calibre y berridos pene-
trantes; entre una enmaraña\la red de rojos de enlazar que se
enredan por donde quiera, yacen á un mismo tiempo cuatro ó seis,
terneros agarrotados y sujetos. Cuatro vaqueros les sirven de
padrinos: uno tiene la cabeza, asiéndola fuertemente de la mandí-
bula inferior, otro la cola, y otros dos con sendos rejos sujetau las
patas traseras y delanteras. El hierro viene candente de la ho-
guera, y pasa á manos del patron, quiell va marcando con él á
cada uno de los pacientes animalitos, sin hacer caso de los berridos
CI lie éstos ponen en el cielo, ni de los desesperados esfuerzos con
que pugnan por soltarse.
Cada becclTo es, no solamente herrado, ,sino iambien sefialado.
I~a señal consiste en hacede ciertos cortes en las orejas ó en
:3 piel, dand~ à aqu~llas nna figura particular, ó formando en
esta verrugas o colg:lJos.
La piel de cada becerro exhala al aplicársele el hierro un olor
muy conocido y no nada agradable de suyo; pero que, teniendo,
como todos los olore::;, la virtud de despertar recuerdos, es para
quien considera los rodcos como la más grata de las escenas que le
han embelesado en sus primeros aiios, más delicioso que todos los
bálsamos y aromas de la Arabia y más apetitoso que el del pan
fresco á las dos de la tarde. A mí me deleita el que se me quemen
los bigotes al encender un cigarro, porque cuantas veces me su-
cede, me huele á rodeos.
Cada ternero es traido al lugar en que debe recibir sus cartas
de naturaleza, enlazado con uno 6 con muchos rejos; él Y los que
la traen penetran por entre el grupo que rodea la hoguera, sin
miramiento y sin ceremonia; el ternero derriba cuanto encuentra,
y el rejo hace venir á tierra á los que escapan del animal; á la
sazon se están levantando dos 6 tres terneros que, ciegos de dolor
y de coraje, cierran con quien pueden; quién rueda entre el polvo;
quién cae sobre la hoguera.; quién hace un lance; quién sale arras-
tranùo enredado en un pegujon de rejas qne se lleva tras sí un
becerro; quién, habiendo arrimado un ternero á la arm'on en un
caballo cosquilloso, da, si los rejas le tocan á éste en las patas, el
nuevo espectáculo de una brincada.
Cuántos sustos 1cuántos percances! cuántos peligros de muerte,
y de muerte adminícula y pésima! Y con todonun<..'a 6 raras veces
han dejado Unos rodeos desgracia que llorar 6 hueso que reducir.
Una batalla, una cacería, una turbulenta partida de dados)
cuantas cosas producen impresiones vivas de que muchos han par-
ticipado juntos, dejan tras sí copioso asunto de conversacion. Los
rodeos no les iban anti~uamente en zaga á estas cosas. Cada uno
referia sus proezas y sus percances, sin que nadie le prestara atcn-
cion, porque nadie se ocupaba más que en espiar la ocasion de
poder empezar á referir los suyos ..
Ahora tambien se hierran 13J:J crias Je las vacas; y si nuestros
antepasados no hubieran inventado el marcarb.s, lo habrian esta-
blecido nuestros contemporáneos para hacer los llroJuctos de la
industria pecuaria más semejantes á los fardos de mercaderías.
Pero un viaje á la europea, en coche, sin más avío que unos bille-
tes de banco y sin otros arreus que un sombrero de copa, no es
más desemejante de un viaje á la santafereña con almofrej y petacas,
que los rodeos de estos tiempos de los de los tiempos pasados.
El hacendado moderno recuerda cualquier dia del año que ha
dejado pasar muchas semanas sin herrar las crias de las vacas y,
acto continuo, ordena al mayordomo que reuna tres 6 cuatro mucha-
chos y que ponga el hierro á los terneros que la hayan menester.
Esto es fria y desabrido para los que sabemos qué cosa son unos
rod'Jos, cOmO la seria para Aquíles ó para Ricardo Corazon de
Lean ver que se ponia término á una campaña mediante una
llcgJciacion diplomática.
v.
Yo pasé mi niñez y no esc.:'1saparte de mi juventud en una de
las más hermosas haciendas de la Sabana de Bogotá. Comprende
esta hacienda una parte alta, denominada por la gente de la co-
marca El Pá"arno, y una parte baja y llana que queda al Occi-
dente de la otra y que en toda 811 extension está bañada por el rio
Funza, que la divide en dos grandes fajas casi iguales. Picos ele-
vados, agrios pt,ñascales, rocas inaccesibles, cañadas profundas,
faldas suaves y cimas auchas y casi llanas cubiertas de hierba
fresca y llwnuda como la de Jas dehesas, diversifican infinitamente
el aspecto de la parte aJt.a. En algunas explanadas sombrías ro-
deadas por todas partes de rocas ó de cerros cl1nde el fraileJon 1'e-
medando grandes manadas de ovejas. Rumorosos y cristalinos
arroyos, descendiendo de lo más alto de las sierras, se esconden
i.í veces en lo profun(lo de las hondonadas con sordo y lllelancólicQ
murmullo y salen luégo en alguna explanada que encnentran al
paso, como á esparcirse y á disfrutar de la luz del sol. Siguiendo el
curso del más caudaloso de ellos se descubren como en miniatura
y 1'euoida¡; en un solo punto dos de nllE'Rtras más famosas maravi-
llas naturales . .Aquelia desconocida corriente, que lleva el humilde
nombre de Quebrada-honda, como si hubiese conocido el Salto de
Tequeudama y quisiese remedar al rio que lo forma, se precipita
de ulla altura, y en su deseenso, desatándose en millones de menu-
das gotas forma areo-íris, lleva sn melena de espnmas y llena con su
estruendo la hondonada. Las aguas, arremolinadas por un instante
en la concavidad que las recibe, reeobrándose al parecer del asom-
bro y desc()l1cierto que la súbita catástrofe produce en ellas, siguen
su curso, y pocos pasos más adelante pasan por debajo de un puen-
te cuya constl'uccion seria atribuida á los hombres si la escarpado
de los peñascos que pOUl' en cOlllunicaeion permitiese suponer que
en algun tiem po se habia transitado por el paraje cn qUl~ se en-
cuentra. Por la parte supcrior es plano, por la infcrior pre-
senta una forma que se asemeja más á la de un arco que á otra
alguna.
Por encima de todas las otras cumbrcs y dominando al mismo
tiempo toda la Sabana de l3ogotá y el valle de Sopó, yergue la ca-
beza un cerro, al que p.or su figura cúnica se le da el nombre de
El Pan de Azúcar. Desde este pico he visto yo en algunas frjas y
11ermosaS mañanas de verano un espectáculo, nada raro cn verdad,
pero capaz de arrebatar el alma. He visto que las nubes, abando-
nando sn alta region, han bajado á posarse sobre las clos planicies,
formando cn ellas dos mares blancos y fulgurantes, encenado el
más pequeño entre majestuosas l11ontaI1as, inmenso el otro, ilimi-
tado como el Océano, con SlISingentes ·olas y sus hondos a bisll1os.
Este mar, inmoble y silencioso, lloua el ánimo de aqnellaemociou
- J.cnJ -
XIV-MIS CONFIDENCIAS.
mirarse como fruto 'de los sudores de don Jaime. Calzaba botines
de cuero de sache, y !eriia constantemente empuñada una zurria~ '
!!uita de guayacan. En no haberse hecho al uso de los alpargates
yen usar corbata mostraba que, annque era campesino, no habia
dejado lós hábitos urbanos que en sus primeros años hubo de
adquirir.
, RRto en cuanto á su exterior. En cuanto á la demas, era don
J'aime hombre reposado, grave y circunspecto. En su conversa·
cion no se salia jamas de ciertas materias: la entrada de Bolívar,
los temblores del aiio de 27, una erisipela que le habia aquejado
en tiempo de la guerra del Santuario, las buenas y las malas co·
sechas, eran los únicos asuntos en que entraba de lleno; su len·
guaje tenia, como su continente, algo de solemne y majestuoso.
A los curas los llamaba siempre los párrocos, al maestro de escuela
el preceptor, á la República la Nacion, á los periódicos los papeles
públicos; y si ocurria el tener que decir cuatro pesos, no decia
cuatro pesos sino un doblan.' .
La familia de don Jaime, que era viudo, se componia de tres
hijas y un hijo. Las primeras habian permanecido solteras, sin
duda porque aunque tenían muy buenas prendas, nû teuian
dotes, debiéndose atribuir esto últImo á que la estancia era, como
la RepúblICa francesa, una é indivisible. Siendo, como era, rerluci·
da, en la union estaba toda su fuerza. La menor de las Segovias
era de edad de 30 años y la mayor contaba 40, ó más bien los te-
nia, porque ella se guardaba rnuy.bien de contarlos. Todas tres
perecian por venir á la capital; pero la exigüidad de la fortuna
de sn padre las tenia condenadas tí perecer sin venir sino muy ra·
ras veces. Habian contraido relaciones con varias familias de Ba·
gotá, y su flaco era hacerse pasar por amigas de cuantos bogotanos
y bogotanas se mentaban en la conversacion.
El hijo de d'on .Jaime era un mozo despavilado que, merced á.
una tal cual educacion que habia podido recibir sin salir de su
pueblo, al roce con la gente :de fuste que en él habia tratado
y al esmerb que ponia en guardar silencio á tiempo, podia pas~r
por persona decente. Era, como Breton de los Herreros, secretario
perpetuo; pero no de ninguna Academia sino de la alcaldía, el
juzgado parroquial 6 el cabildo. En tiempo de elecciones era uno
de los primeros sujetos con quienes habia que contar. Asistia como
mero espectador al tresillo y á los bailes de forasteros encopetados,
con un airecillo entre modesto y desdeñoso que literalmente tradu-
cido decia: "Si yo sacara á lucir mi habilidad " Quien le oia
hablar de la estancia se persuadia de que no se trataba de la mis-
ma posesion que desuso dijimos. El decia con garbo: "La hacien-
da;" "mis caballos," "ese caballo es de la cria de casa," "mi
papá no ha querido dar toros para las fiestas."
Otro vecino distinguido de la parroquia era el nillo Pascasio"
- ~v~ -
, quien, cometiendo, aunque inocentemente, una metátesis, llama-
ban sus convecinos Caspasio. Ni su sombrero, que era de ramó, ni
su ruana, que era de las listadas y de las más ordinarias que Guas-
ca en sus telares cria, ni su calzado, que en los di as de fiesta era'
Un par de alpargates y que en los de trabajo era igual á cero, le
distinguian de la gente de ínfima condiciono Yo, pecador de mí!
cometí la sandez de tutearle la primera V9Z que tuve que habérme-
las con él. Pregunté poco despnes, por mera curiosidad, á quién
pertenecía la mejor de las tres únicas casas tejizas (porqué no se ha
de decir tejiza8, si se dice pajiza8!) que habia en el pueblo y me
informaron de que era del niño Caspasio. La ~imera vez que me
vi con él despues de esto, lo trat~ de u8ted. Otro dia, yendo de
paseo, pregunté quién era el dueño de un tejar que descubrí no
léjos del camino, y supe que era propiedad del niño Caspasio. En
seguida me encontré con él, y le di el tratamiento de ñor Pascasio.
A poco descubrí de un solo golpe que cierta hermosa labranza,
una buena recua de mulas y los potreros en que éstas paciau eran
del niño Pascasio; entónces subí en mi diapason hasta el d6n,
y fué hasta el d6n sostenido, porque en ese tratamiento me sostu-
ve y me sostengo hasta la fecha. Luégo tuve ocasion de echar de
Ver que aquel á quien yo habia tuteado tortíceramente, recibia el
tratamiento de mi amo y el de 8umercé de los que estaban ó ha-
bian estado sirviéndole; lo que me hizo conocer que el adagio de
que" el hábito no hace al monje" dice muchísima verdad.
Pascasio era tambien obseq1tioso y serviciál conmigo y con mi
mujer, lJor lo que ella y yo le tratábamos con muchas considera-
ciones; no obstante lo cual, jamas pudimos recabar de él que pa-
sase de la puerta de la sala, que era la de toda la casa. Arrimado á
ella, frotándose la pantorrilla izquierda con él tobillo derecho y
dándole vueltas al sombrero con las dos manos, era como nos ha-
cia una que otra breve visita.
Doña Rosaura, cinCllentona frescota, rolliza, rubia como el
mismo Febo, agenciosa, risueña y amable, tenia la mejor tienda de
todo el lugar, proveia mi casa de pan, de velas y de otros comestibles
y cada semana nos enviaba de regalo una mayúscula rosca de pan
ornamentada con arahescos y pajaritos. A mí me obsequiaba de
Vez en cuando con algunos cigarros, recomendándomelos por ser
frescos y aseados, como que los habia hecho ella misma. A mis
muchachos los llamaba para darles bizcochos y dulces cuantas
veces los veía pasar por la puerta de la tienda. Tenia cuidado de
preguntar cada vez que se veia conmigo 6 con alguno de los mios
por la salud de todos los restantes, aunque un cuarto de hora
ántes los hubiera visto á todos y hubiera acabado de hacer á alguno
la propia pregunta. Para ir al bafio nos era preciso pasar po •. la
tienda, é inevitablemente nos decia á la ida: "Qu'e se bañen mucho;"
y il. la vuelta: "Qué tal? muy fria estaba el agua? Dentren.'~
14
- ":',J.V -...,.
XVIII.-MI TINTERO.
ANTIGÜEDADES.
.
Tú sabes, Pepe, cuál es la CALLE DE LAS BÉJARES, pero segu-
ramente ignoras dónde estaba situada la casa en que las B~jares vi-
vian. Si quieres (que si querrás), vente conmigo nna tanlecita y te
mostraré el sitio que o'cupaba. Ese sitio ~ ay! está hoy profanado
por una casa ií. la moderna, de ventanas arrodillada.s y de canales
de hoja de lata.
i Qué admirable es el poder de los recuerdos y el de la palabra
en qne se encarnan! Ha sido miÍs fácil h::1ccr desaparecer de aque-
lla antigua ealle unas sólidas paredes de piedra que una palabra
que se lleva el aire. Eu vano se ha pretendido quitar á la Calle de
las Bfjares cste nombre monumental. Allá en algun registro 6
documento oficial se llama, segun creo, la calle lo" de la carrera de
Bárbula; pero el pueblo la sigue llamando la Calle de las Btjares.
Elpueblo saoe más que los cabildos yes más poeta que ellos; si
bien es cierto que pam esto se necesita muy poca cosa.
Dos el'an las seiioras Béjares, y el abuelo de cierto amigo mio,
. que me ha suministrado datos, las conoció ya bien entradas en años,
hácia el de 1760. Llamábase la mayor doña Javiera y la menor
doña Joaquinít; y dizque el abuelo de mi amigo, había caido en la
cuenta de que la doña Joaquina era la menor, no porque su aspee-
to lo diera á entender, sino por ciertas muestras de deferencia qné
ésta daba á dQñaJaviera, como la de no lIamarla Javiera á secas
sino la niña Javiera. Tal era la costumbre entre nuestros ante-
pasados.
Eran ambas hermanas de procerosa estatura, enjutas y acarto-
nadas, y en la época de que he hecho mencion sus eabezas estaban
cubiertas de cabellos canos, los que recogidos tenazmente hácia
atras iban á formar un moño sobre la nuca. Usaban jubon de una
tela de seda y enaguas de bayeta azul, singularidad de que no se
admirarán poco las damas de nU8stros dias que no tengan noticia
de las modas de antaño. Atestadas tenian las antiguas cajas de
nogal de polleras y de otras galas hechas de telas tan ricas y cos-
tosas como en los dias de su vida las han de ver las petimetras de
estos tiempos; ni en una rica y ponderosa papelel"d. falfuban pen-
dientes, brazaletes y arracadas en que los brillantes y los rubíes nô
escaseaban más que las piedras falsas en los aderezos que lucen
ahora nuestras damas. Pero todas aqnellas prendas y ricas alhajas
aguardaban en paz y sin ver la luz del dia un tiempo más dichoso
eu que los diamantes habian de sulir á lucir (ó más bien á deslu-
cirse y avergonzarse) en Ja ruin compañía de las piedras falsas, y
en que Jas polleras Jlabian de campar por su respeto en los bailes
de disfraz, ó bien convertidas en túnicas ó mantos de alguna de-
vota imágen.
Las toscas y desparE'jadas piezas de la vajilla de plata no 11e-
yaban, como las otras alhajas, una vida contemplati\'u y ociosa.
Qué èubiertos tan macizos y qué ley tan subida la del metal de
que estaban hechos! Y ¿ quién habia de creerlo, Pepe de mi alma?
tú y yo hemos sido dueños repetidas veces de una parte de la va~
jilla de las Béjares. Hoy anda por ahí en mallaS de todos, aunque
trasformada en despreciables monedas de seiscientos sesenta y seis
milésimos.
Decoraban la sala dos inconmensurables canapés, costosamente
tallados, pintados de blanco con labores doradas y forrados en
damasco verde; dos grandes mesas de nogal, igualmente talladas,
que pudieran muy:. bien servir de modelo á las que hoy pasan
por las de mejor gusto; un escritorio de carey con embutidos de
marfil; un hermoso crucifijo con grandes cantoneras y chapas de
finísima plata; la urna del Nii'io Dios, de la misma madera que
las mesas y seml'jante á un bazar ó al arca de Noé, poda infinita
variedad de animalitos y de chucherías de que estaba atestada; un
cuadro de la Santísima Trinidad, obra de Vázql1ez, por la cual
tú darias al presente todo la que tienes, pero que las huenas de
doña Javiera y dofta Joaquina no estimaban en dos ardites, por
parecerles mucho más lindo j mal pecado! otro cuadro de las
Anímas del Purgatorio, que, colocado frente á frente con él primero,
parecia desafiarle á que ostentase oomo él el amarillo crómer poi."
- ""-IUU -
---~
XXIV.-UN FACINEROSO EN VERGUENZA PUBLICA.