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1 VDTlAù Lù\'¡VUIV1i0

EN l'ROSA Y EN VERSO, PUBLIC ADAS É INEDI1'AS,

DE

JOSE MANUEL ~iARROQUIN,


ORDENADAS

l'OR LOS REDACTORES DE "EL TRADICIONISTA,"

COK UN PROLOGO POR LOS MISMOS.

--_o _¿~-,--

BOGOTÁ:
DIPREXTA y LIBRERIA DE" EL TRADICIONISTA."
1875.
Es pmpiedad de los Editores.
PROLOGO .

••••

Costumbre es muy conocida de los que viajan por Espaiia la de


que en :Madrid y otras ciudades andan los ciegos por las calles ofre-
ciendo los periódicos y demas hojas volantes y gritando: "El papel
nuevo que ha salido! " .... Este es el que á nosotros DOStoca ùesem-
peñar hoy, diciendo al público: " El libro nuevo que ha salido! "
empefio tanto más grato para Dosotros cuanto podemos asegurar'
á ojos cerrados, como los ciegos de Madrid, que el libro es bueno
al par de los mejores que de este género se publican en aquella
recoronada Villa.
Un libro nuevo nacional es una valiosa ac1qnisicionpara :nnestm
naciente literatura; pero si ese libro no ha de ser bueno es un fruto
inútil 6 dañado en el árbol que muchos cultivamos. El presente
es nuevo y es bueno, pudiendo decirse de él todo la contrario de
la que dijo Rossini cuando juzgó la música de Verdi: que en
ella ni la nuevo era bueno ni la bueno era nuevo. 8ólo hay nna
igera inexactitud en decir" el libro nuevo," porque en realidad
no la es, como tampoco su autor es nuevo, ni nueva es la fama dc
que goza dentro y fuera de casa C01110 escritor castizo y distinguido
literato. No es esto decir que el autor sea viejo, pues todavía no
han comenzado á posarse sobre su cabeza las nieblas del invierno,
ni hará muchos ailos que ha pasado por el meridiano de su vida.
Eu cuanto al libro, si nuevo en la forma, no lo es en la sustancia, á
la méuos en su totalidad, como que contiene la mayor parte de los
escritos escogidos 6 más notables del mismo autor que ya en épocas
anteriores han engalanado las columnas de varios periódicos y las
páginas de otros libros.
Muchos de esos escritos en prosa y verso, diseminados aquí y
allá, y reunidos hoy en un volúmen, forman la coleccion que ofrece
al público D. Miguel A. Caro como editor, y que á nosotros nos
ha tocado anunciar, gritando, como los ciegos de Madrid: "El
libro nuevo que ha salido! "
Presente es éste digno de los tres, (del público, del señor Caro
y del autor), como si dijéramos, un cestillo colmado de sabrosas y
sazonadas frutas de toda estacion, ricas y provocativas, cuyo aroma
trasmina desde léjos, y hombreándose con ellas las más lindas flo-
res de nuestros jardines,el blando musgo y la tímida ilU8ion. ¡Sobre
qne flar:} el cumpleaños de la más donosay gentil cachaca no ten-
dria precio el dichoso cestillo!
En cuanto CI lareputacion del autor, ciego ha de estar, coma
los ciegos de Madrid, y aun sordo tambien, quien no sepa que ella,
saliendo de los términos de la patria, ha viajado por nucstro con-
tinente, atravesado los mares, y llegado ¡i Jas playas, y ann más
que á lus playas, á varios de los principales centros literarios del
antiguo mundo, y ha sido recibida en palmas por los que hablan
ln. divina lengua del divino Cervántes.
No seremos nosotros quizá tan imparciales COlllO los ciegos de
Madrid, y como la demandan la mOderacion, la verdad y la justi-
cia en esta clase de escritos, porque puede cegarnos tambicn tí nos~
otros la paslon, ó por la ménos el afecto que profesamos al susodi-
cho autor, il quien nos honramos en dar, y de quien nos holgamos
en recibir el preciado título de amigos; pero de segura no vamoS
á hacer su panegírico en estas líneas desnudas dc toda galanura
de lenguaje y de todo artificio y pretension, ni nos extenderemos
en elogios im11ortunos para él, innecesarios para el lector, y embara-
zosos para quien, como nosotros, sabe tan mal este oficio. Ade-
mas, ningun pl'ologuista está obligado á hacer encomios del autor
cuya obra anuncia, bastánrlole, como á los ciegos de, Madrid, ex-
clamar en alta voz: "Ellibl'o nuevo de Fulano de tall" que, sí
éste fucre conocido del público, COlleso se dice todo.
Pero, á pesar de nuestros deseos de callar la que pudiera ser
puramente personal, tocamos con una dificultad, y es, que aquel
pensamiento de Buffon, "el estilo es el hombre" que tanto vale
'Como este otro: "el libro es el autor," hace de todo punto impo-
sible prescindir de éste al hablar de aquél, porque es evidente que
la que se dice del uno se entiende dicho del otro. El libro c;.s el
verbo, digámoslo así, del que la concibe y la escribe, el fiel tra-
sun ta y reflejo de su persona moral; si en aquel brillan la pureza
del 'Ostilo, la maestría en el manejo de la lengua, el vigor en el
pensamiento, el gallardo aticismo, empleado con tanto acierto como
fecundidad, ¿ de quién se afirmará todo esto, 6 á quién se atribuirán
figuradamente tales cualidades? Pretender que se hable de un
escrito sin hablar de AU autor, directa 6 indirectamente, es una
abstraccion metafísica inconcebible; es querer desentenderse del
sol cuando se haLla de su luz.
Reconocido es que en estos tiempos de absoluta libertaa, en que
no hay ley que no se infrinja, ni yugo que no se quebrante, ni
reglas que no se proscriban, como trabas inútiles yaun perjudi-
ciales, no es la más comun el que se hable y escriba en puro y neto
castellano, y que aun muchos que quisieran evitar la mezcla de la.
levadura extranjera y arrancar la zizaña de novedades y reformas
de¡;auLol'Ízadas, no tienen el valor necesario parfl: arrostrar la crí-
tica del mayor número y su ojeriza por todo la que tiene sabor de
antigüedad y conservatis!l1o; y temiendo air alguna destemplada
voz que les diga, como el loro de Iriarte, vos no sois QlUJ W1Πpn-
rista prefieren dejal'fle arrastrar por la corriente de la moda y acep-
tan los neologismos y extraños giros que caGa dia se introducen,
y que tanto afean nuestro hermoso idioma amenazando dar con ~l
en tierra.
El señor Marroquin con los ojos fijos en las tradiciones de la
lengua, bebiendo en las fuentes puras de ella y acatando, así la.
autoridad de los maestros, como los legítimos fueros del uso, sin
dejar por eso de hacer estudios que puedan contribuir á la labor
que tienen siempre entre manos esos mismos maestros, de introdu-
cir disllretas mejoras en el habla; y sin rayar tampoco en el ex-
tremo de la afectacion y c111teranismo, ha sabido mantenerse á una
altura conveniente, hermanando sin esfuerzo un estilo fluido, claro
.¡ ----- vv~ ••~ ."u5uaJ" UJl:)l1V y roua ella sazonado con el
UUIWj

donoso y oportuno chiste, con el buen gusto y delicadeza que son


como la salsa y condimento en todo género de escritos. Especial~
mente en el festivo 6 jocoso, que es su favorito, ha sobresalido
entre muchos de los escritores americanos por ese tino, finura y
espontaneidad que tal género requiere, principalmente en el verso.
El señor Marroquin es entre nosotros uno de los antípodas de
la escuela enfática, y ha sabido mantenerse de ordinario en la esfera
del estilo llano y reposado, tan léjos de ]a vulgaridad como de esa
hinchazon que muchos confunden con]o sublime: esfera donde la
respiracion es fácil, como en las regiones inferiores de la atmósfera.
Este es el colorido constante de sus escritos, semejantes por la
mayor parte á aquellos risueños cuadros flamencos en que se ven
trasladadas al lienzo las escenas apacibles de la familia 6 de la vida
del cam po.
Permítasenos hacer una observacion general, que, si no es
nueva, por lo ménas es buena, y siempre agraùa repetir la bueno.
Estaba reservado á estos tiempos llamados ùe positivismo, en que,
sinembargo, la frivolidad y apariencia se dividen el dominio de
la literatura en los pueblos latinos, vincular el mérito y los genui-
nos caractéres de la elocuencia y la poesía á las frases ampulosas
y á ]a locueion altisonante y bombástica (COll perdon del señor Ma-
l'l'oquin). En estos tiempos en que cllibro grave y serio ha cedido
el puesto al periódico y al insulso folletin, y en que lit ciencia
se bebe como en diluciones homeopáticas, no es, sinembargo, teni-
do por poeta, ni áun por mediano escritor, quien no viaja en globo
y s'e remonta á las regiones á donde sólo pueden llegar las águilas.
j Pero cuántos de los que emprenden ese vuelo suelen, no ya
" despeiiarse con mengua al hondo sue]o," sino quedarse en tierra,
montados en Clavi]eño! Sobre la cual no hay preceptista que no
amoneste, trayendo el ejemplo de aquel leara de la fábula, que
voló con alas de cera. Es ]a poesía hija del cielo, pero hija des-
terrada que en vano pretende esca]arlo, como los titanes, poniendo
JUontaflas sobre montaiías, y miéntras esté presa en esta cárcel de
Lurro, como la oruga en su capullo, debe contentarse con la espe-
l'3nzu de un espléndido desarrollo en otra existenoia futura.
Pero descendiendo de esas regiones etéreas, volvamos á nu~-
tro amigo. Demasiado sabido es,y no hay necesidad de decirlo aquí.•
que, no solamente como escritor de costumbres, de crítica literaria
y de artículos fugaces de mero solaz y pasatiempo, ha descollado
entre muchos otros, pues que nadie ignora que obras de diverso
género, más provechosas y de mayor aliento, que revelan largos
estudios de la lengua, ha dado á la estampa con general aceptacion.
¿ Quién no conoce en .América su importante y popular "Tra-
tado completo de Ortografía castellana," que ha servido de
texto, no solamente en los establecimientos de educacion que él
mismo ha regentado por muchos años, sino tambien en todos los
colegios y escuelas de la República; tratado que ha merecido elo-
gios de la Academia Española, y del cual se han hecho ya en pocos
años seis ediciones? Lo mismo decimos en cuanto á la reputacion
de su "Diccionario ortográfico," que cuenta ya tres, y de su "Tra-
tado de Ortología."
Estas reminiscencias qne hacemos de la'! dotes literarias y de
las producciones de nuestro compatriota no nos llevan por ahora á
escribir su biografía: nos prop<memosúnicamente en estas lineas
anunciar, como los ciegos de Madrid, su nuevo libro, r ernjtir so-
bre él un humilde y breve concepto, si bien no somos tan ciegos
que desconozcamos nuestra incompetencia para juzgarle debida-
mente. Muy someras serán nuestras observaciones, porque la tarea
de hacer un juicio especial sobre cada una de las piezas que forman
esta coleccion seria innecesaria, al mismo tiempo que saldrfa de
los límites á que naturalmente debe circunscribirse un simple pro-
lago, 6 sea introduccion. Escogeremos al aoaso algunas de esas
piezas, sin que tengamos necesidad de fijarnos en la más notable,
porque estos artículos son moneda que se recibe pesada, como en
103 Bancos extranjeros.
Consta la coleccion de dos partes principales, una de verso y
otra de prosa, dividida la primera en tres secciones y la segunda
en dos. Eu la primera parte de ésta, están recopilados todos los
artículos que versan sobre puntos morales dc crítica literaria; yen
la segunda se comprenden los que tienen por objeto describir y
satirizar las costumbres nacionales.
De las otras tres secciones, forman la una las poesías morales
y descriptivas; la otra se titula" Cuentos y fábulas"; y la última'
lleva el epígrafe de "Bagatelas," ó sean composiciones varias. Co-
menzando por la parte de verso, la priruera con que tropezamos es
la traduccion de una poesía de Víctor Hugo titulada "El canto
del circo." De desearse hubiera sido que en vez de principiar por
una traduccion hubiera principiado esto libro por una composicion
original del señor Marroquin, pero esta misma circunstancia da
mayor realce á su mérito, pues quien no conociese el original fran-
ces diria que habia 'sido escrita en castellano: tanto así ha aten-
dido nm~stro poeta á transfundir el ajeno en su propio idioma, sin
desvirtuar el pensamiento de ae¡nél, como suelen los malos tra-
ductores, á título de libertad, segun la dijo Cervimtes por boca
del cura que hacia el escrutinio de la librería de don Quijote: "la
mismo hará~l todos aquellos que los libros de verso quisieren vol-
vo!' en atta lengua, qne por mucho cuidado que pongan y habili-
dad que muestren, jamas llegarán al punto que ellos tienen en su
primer nacimiento/'
No así el señor 2'iInrroquin; cuya traduccion del "Canto
del circo," pucc1e compararse eon las muy buenas que, tanto en
España como en América, han hecho varies de los más notables
poetas. En ésta se ha conservado en toda su frescura el vigor y
lozanía del poeta frances, Si~lrebajar en un ápice el carácter pro-
pio de esta composicion, grande é imponente como el anfiteatro
de Roma.
Tanto es el mérito de las buenas traducciones en poesía, que
tienen un privilegio de que no gozan las demas artes: en éstas
Ja mejor copia, aun ejecutada por el maestro más eminente, no
puede tener jamas el valor de un original, miéntras que en las
buenas traducciones de las buenas poesías, si el mérito de la ori-
ginalidad de los pensamientos pertenece al autor, el de la estruc-
tura y las formas, pudiendo igualar, y aun superar, al del mismo
original, tiene derecho para reclamarlo en ocasiones el traductor.
A ese mérito on la traduccion á que nos referimos se agrega el
de que el señor Marroquill ha elegido para ella un metro muy poco
usado en castellano: el verso de diez y seis sílabas, el cual por la
necesidad de ,colocar la cesura despues de la sexta, presenta diñ-
(mItades para que este corra con desembarazo y fluidez y haga
sentir en el oido una cadencia musical á que no está acostumbra-
do. En esta c0mposicion se ha vencido tal dificultad con garbo y
valentía. Ya don José E. Caro habia ensayado felizmente el verso
de diez y ocho sílabas en su inspirada composicion "En alta mar;"
pero no recordamos que ántes de Marro(lllin alguno otro de Dues-
tras poetas haya hecho lu prueba de err;plear un metro que, por
otra parte, corresponde por su amplitud y majestad al asunto de
"El canto del circo."
Despnes de otras dos traducciones de no menor mérito relati-
vo, fíjese el lector en la bellísima y sentiment~l composicion titu-
lada "A mi hija en su primera comunion JI, digna del asunto por
su ternura religiosa, por el tono elevado y lleno de uncion, cual
conviene á la materia de que trata, y por el nervio de la versifica-
cion. Nadie diria que el autor de tales versos, como de varias
otras obras de esta seccion, es el mismo que en las siguientes hace
asomar la risa, y aun estallar en una carcajada, al más estirado y
flemático lector.
Los que tienen por objeto la descripcion de la vida y escenas
del campo, que es uno de sus temas favoritos, se distinguen tam-
.bien por su elegancia y propiedad. Si la bello es 10 verdadero, muy
bellas deben ser estas poesías, por ser perfecta y animada la des-
cripcion de esas escenas, de los sentimientos que ellas despiertan
y de las impresiones que producen en el ánimo de los que saben
admirar la naturaleza y saborear las dulzuras de la paz y del
trabajo; de aquellos de quienes el mismo Marroquin dice:

Por eso el alma sencilla


Que el candor primero guarda,
En las escenas campestres
Gozos inefables halla.

Baste para confirmar la dicho la consideracion de que este asun-


to, por trillado, parece no llamar laatencion; y sin embargo, el
poeta ha sabido dar novedad á una materia ya agotad al haciéndo-
nOS recordar con placer á los antiguos y modernos que más han
sobresalido eu este género.
La seccion de "Cuentos y fábulas," así como la de "Bagate-
las" son el sello y firma, digámoslo así, del autor de " La Per-
rilla," "La Lechera," "Las ruinas de Quito," "La SilJa," y
otras que, aunque forman parte de esta coleccion, no las men-
cionaremos por ser ya muy del conocimiento del público, como
que vieron la luz en el tomo 1.0 del "Parnaso Colombiana."
Sabidas son las dificultades que ofrecen el género epigramático y
el ap610go, por la severidad de las leyes especiales que á esta
clase de composiciones rigen, no siendo la menor de esas dificul-
tades el que por sus estrechas proporciones comportan ménos el
ripio y la flojedad, pudiendo compararse con el diamante, que en
breve espacio encierra gran valor y refleja gran cantidad de luz.
Colocan los maestros, con no pocos encomios, á la poesía fu-
gitiva entre los diversos géneros del arte, y le asignan un lugar
no inferior al de cualquiera otro, aun de aquellos que se prestan
á escritos de.grandes dimensiones. La poesía fugitiva es, en efecto,
el encanto de las organizaciones delicadas cuando llena las condi-
ciones que para su cumplido mérito requiere. Las dimensiones son
cosa secundaria y accidental en el 6rdcn físico, y si es permitido
hablar así, en el órden intelectual: un pensamiento, una imágen,
pueden hacer superior un madrigal á cualquiera oda floja y prosai-
ca, y un buen soneto es tan estimable en su géHero como el mejor
poema. Los naturalistas hallan tanto placer y tanto motivo de
admiraciol1 en el estudio de la estructura de un insecto ó de una
flor, como el aSÍ!'ónomo en el del sol, ó de la constelacion más
brillante. La sl1ma grandeza se halla en la sl1ma pequeñez, y
estas dos ideas son, y no pueden ménos de ser, relativas.
Nadie podrá decir cuál fué la unidad de medida que sirvi6 al
Criador para sus obras, como tampoco podrá calcularse cuánto
más valdrá á sus ojos una aspiracion vehemente expresada con
una sola palabra, que las más largas deprecaciones y plegarias.
y hablando de sanetos no podríamos dispenslullos de mencio-
nar H La muerte de un Apóstol," que es una de las más bellas
joyas de esta colecciono El asunto es grande: la muerte del insig-
ne Javier en una playa desierta de la Oceanía; y aquí se ve la
exactitud de las reflexiones que acallamos de hacer, pues toda la
gloria del grande apóstol de las Indias ha cabido en el cortísimo
espacio de catorce líneas; así como el disco del sol se retrata ínte-
.gramente en la retina del ojo humano.
La parte de prosa no es ménos interesante que la de verso.
La mayor expansion y desahogo que permite el modo ordinario
de escribir, prestándose al ensanche dcI pensamiento y desarrollo
de la frase, libres ya de las trabas y ligaduras con que se ve su-
jeta la poesía, han dado siempre lugar al ElenorMarroquin para
ejercitar su galana pluma en la descripcion animada de nuestras
costumbres, al paso que para corregirIas con la sonrisa del ami-
go, más bien que con el ceño del maestro, ó con el tono despreciati-
vo del extranjero vulgar 6 del extranjerista ingrato.
Cuando, terminada la lectura de las composiciones en verso
que contiene este libro, entra uno en las de prosa, se imagina que
despnes de haber seguido el curso de una clara y bulliciosa fuente
que por estrecho cauce baja murmurando, entre arrayanes y alisos,
se la ve ensancharse en el llano y formar un ancho lago en cuyo
fondo se retrata el cielo. Si el lector se ha dirigido al Norte de
Bogotá, recordará aquel sitio encantado por donde la fuente de Tor-
ea, atraviesa el antiguo camino, especie de oásis sombreado por alta
maleza y arbustos, donde en las primeras horas de la mañana cantan
los pajarillas, su pequeña colina que era preciso subir y volver á
bajar, sus pièdras diseminadas en el camino: todo como remedando
en miniatura los fragosos senderos de nuestras montañas; y si tam-
bien recuerda que, terminado este trayecto, más ó ménos, de dos-
cientos metros, se tomaba de nuevo el camino llano y, picando es-
puelas al caballo, comenzaba uno á galopar á su sabor, no dirá que
vamos descaminados al hacer la aplicacion del símil á la coleccion
que estamos examinando.
Algunos de estos artículos, si no todos, deben leerse dos y tres
veces para saboreados. Sucede con las producciones literarias lo
que con las musicales, que miéntras más se oyen más gUstá~ien
haya leid.:>una sola vez el Quijote puede decirse que no lo ha leido.
Llama principalmente la atencion entre todos ellos uno que, por
tratar de un personaje histór.ico, célebre en los fastos antiguos de
nuestro pais, tiene el doble interes de la historia y la biografía, y
es un modelo en este último género, el que se titula: "Ulla his-
toria que debel'Ía escribirse." Es la relacion del interesant'J episodio
del virey Salis, de que apénas queda memoria, en que al paso que
el autor describe, haciéndolo amable, el carácter de un hombre de
buena voluntad, sabio y benéfico magistrado, á quien nuestro pais
debió, y debe, no pocas obras de utilidad, hace brillar el interes
que inspira uno de esos cambios súbitos que suelen efectuarse en
las personas dotadas de un alma grande y de extremada sensi-
bilidad.
Son tambien artículos serios y eruditos la "Contestacion á Ga-
ma" sobre el' uso de la y: "A los oradores," "Diálogo entre mi
pluma v va." "Otro
.a. ti ti I
diálop'o
o COll
.. mi .l'
nluma." "Resnuesta
1.:
á un
sl1scritor de 1;((, (}lj''1:dad/'" Escenas domésticas," "A Celta," y
otros de sumo inieres para los filólogos por versar sobre crítica
literaria, ó cuestiones gramaticales y de lenguaje, en toda ocasion
útiles, pero mucho más si se tratan en estilo ameno y festi va. En
el titulado" Sobre una refutacion de Renan," deja dormir Sll vena
juguetona para tomar el touo grave y elevado que conviene al
asuuto, y discurre sobre éste con propiedad. Y ya que nos ha sa-
lido enredadû entre los picos de la pluma el nombre de Renan, DO
dejaremos de recordar que al señ~r lIfarroqnin debemos una exce-
lente traduccion de la ohra de :M. Lasserre "El Evangelio segun
Renan."
Si echamos una qjeac1asobre sus artículos de costumbres, vere-
mos con cuánta facilidad y gracia corre su pluma, la cual, á la
fidelidad y exactitud de nuestro original esc:itor don Eugenio Diaz,
reune la pureza y correccion del que por largos años ha cultivado
las buenas letras. Parécenos estar leyendo algo de Fray Luis de
Granada, Pérez ùe Hita ó Jovellanos, cuando en el artículo "Re-
cuerdo~ del campo," rompe con estas líneas de un sabor clásico
exquisito: "El campo, mansion natural del hombre, asicnto de
la poêtica soledad, jurisdiccion de los libres vientos, patria de todo
lo que nace, vive y se desenvuelve por si mismo, fondo de los más
soberbios cuadros que pinta la naturaleza, paseo de los rios majes-
tuosos y de las fuentes murmuradoras, es un cielo antIcipado, una
8UC'U1'8al del Paraiso. El campo, tierra de aquellas aguas que no
forman ?'amo, y que corren sin que la. Municipalidad corra con
ellas: el campo, negaoion de la jaula para el pájaro, del corsé para
la mujer" &0.
Basta la dicho para dar una ligera idea de la que dlecto!' podrá
saborear más á sus anchas en los ratos consagrados al solaz y dis-
traecion si ya no le fueren familiares, como es de suponf'rse, el
estilo y la originalidad de los escritos del sefior Marroquin .
. Aqui teneis, pues, benévolos lectores, "el libro llueva qne ha
salido," y que os anunciamos con gozo, no ya á degas, como los
ciegos de Madrid, que no conocen los papeles que anuncian, sino
despues de haberle dado muy despacio una vista de ojos. Ya de
antemano recogemos vuestras sonrisas, alguna de las cuales se
convertirá en ruidosa carcajada, y cntre ellas (á la ménos las fe-
meniles) no pocas dejarán ver hermosos hilos de blancas perlas
asomando entre corales y conchas de nácar. Y Il saboreamos vues-
tro placer y nos regocijamos con vosotros, á la luz de una bujía
6 de una lámpara, en la callada noche, espiando maquinalmente en
vuestras fisonomias aun lai más leves impresiones que os produce
tan grata lectura.
Permitidnos, finalmente, que os digamos con el licenciado que
actuó tambien en el ya citado escrutinio: "Este libro, señor com-
padre, tiene autoridad por dos cosas: la una porque él por si es
muy bueno, y la otra porque le compuso un discreto Rey de Por-
tuga1." Pluguiese al cielo que el lector nos contestase con el cura:
"Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él
un tesoro de contento y una mina de pasatiempos." A la cual aña-
diríamos nosotros con el mismo cura:" Llevadle oí casa y leedle,
y vereis que es verdad cuanto dél os digo."
· POESIAS.
SECCION PRIMERA.

r.-EL CANTO DEL CIRCO.

(TRADUCIDO DE VíCTOR HUGO),

Magnánimo César, los que van á morir te ,saludan!


Unánime el mundo, viene á dar á tu fiesta esplendor.
Tú solo entre todos los monarcas del orbe á los dioses
Con sangre del hombre has podido ofrecer libacion.
El Pueblo romano á sus fiestas convida á la Muerte,
y toda la tierra á este circo sus monstruos envió;
y en él confundimos, entre charcas de sangre que humea,
Al bárbaro escita con el tigre y el fiero lean.
Colosos de bronce, y magníficos vasos de pórfido,
y ricas cortinas que hinche el viento y que brillan al sol
La fuerte barrera del espléndido circo decoran,
y el aura embalsaman los aromas que Arabia crió;
Que al pueblo deleita aspirar el vapor de la sangre
Mezclado en las auras, del incienso al suavísimo olor.
De súbito giran en sus goznes robustos de ace~o
I~as puertas macizas rechinando con áspero són ;
Las rejas retiemblan y contra ellas se estrecha el gentío;
Conmuévese el tigre en su jaula con rabia y terror;
Del anfiteatro en las gradas se agita la plebe,
Cual suele, al lanzarse de peñasco en peñasco, el turbion.
En sillas ebúrneas los ediles presiden los juegos;
Monstruoso hipopótamo y tras él cocodrilo feroz,
A vista del pueblo, á las aguas se lanzan del foso,
Las surcan ligeros y recorren el circo en redor.
Quinientos leones su rugido espantable levantaD,
y á coros entonan las vestales con plácida voz,
En tanto que aprestan los augustos altares y el fuego,
Los himnos sagrados, de los dioses y el César en loor.
Tambien del Senado en el circo los miembros se sientan;
De cada uno viene el cortejo de esclavos en pos,
De esclavos que acaso ocuparon ayer algun trono
y un cónsul triunfante en el foro de Roma vendió.
-,:;,--

Dë una matrona cada virgen al lado se sienta:;


En torno del tron() ya se ven del tribnno á la voz
En círculo vasto las legiones invictas formarse,
En tanto que canta sobre humilde tablado el histrion
Que vino del Gánges, y entre tanto que el pueblo impaciente
Murmura y levanta por doquiera siniestro clamor.
Mas llega la hora, y la plebe amenaza y aplaude
A aquellos cautivos que con brazo potente sacó
El César invicto, ya del templo de Osíris en Ménfis,
O ya de los antros en que el Galo venera tÍ su Dios.
Los viles cautivos á la vista del pueblo desfilan,
Ocupan la arena, y al entrar los declara el lietor
Rebaño que, vivo, para verle morir en el circo,
En cruda batalla, vencedor el Romano guardó.
Entre ellos camina con la frente inclinada el judío,
Que arrastra doquiera su vergÜenza y su oprobio y baldon ;
El galo que aguarda con semblante sereno la muerte,
y tiende en contorno su mirada soberbia y feroz;
Yen pos de ellos viene el infame cristiano que inerme
Se entrega al verdugo sin orgüIlo y tambicn sin temor.
Empero ya miran las panteras abierta la reja
Que mil y mil veces su impaciencia voraz reprimió,
y libres se sienten y contemplan con saña la presa
Que miran dispuesta á saciar su apetito feroz.
Magnánimo César, los que van á morir te saludan,
Ufanos muriendo para dar á tu fiesta esplendor.

II.-A JULIA.

(TRADUCIDO DE MOORE).

¿ La pena q ne lloras vale


La pena de ser llorada?
Veu á mis brazos entónces
A buscar la paz del alma.
Pero, si por la que lloras .1

Es por desdichas soñadas,


Tan hermosa me pareces
Cuando viertes esas lágrimas,
Que .... mira, Julia, no dejes,
No dejes de derramarlas.
IlL-LA MUERTE DE UN APOSl'OL.

De la China en el mar y en isla ignota,


Solitario Javier, la muerte espera;
Sus ayes acompaña lastimera
La mar que gime y que la playa
La prora háci~ la patria, su de ta
La nave ya tom6 que á la extran era
Region en donde muere le trajer ,
y va á perderse en otra mar re . ota.
¡Espantoso morir! Mas ¿ qrlién al verte
Morir cual mueres, víctima f:scogida,
Mc>rir no quiere de la misma suerte <t
De todo la terreno de.¡::isida,
No puedes más despojosl á la muerte
Rendir que las miserias \ la vida.

----, I

-A :MI HIJA, EN SU PRIME~A COMUNION.

Cual corona viviente que la cifle


y cual tiernos renuevos de un olivo,
En derredor contemplo de mi mesa
Los frutos de mi amor, mis dulces hijos.
Tal es la bendicion que prometiste
.Al que te teme y anda en tus caminos,
Dios de bondad. Mas ¡oh largueza suma 1
Tal promesa cumplir en mí has querido.
En mí infeliz, en mí, que mereciera
.A la manera ser de árbol maMito
Que se arranca y se pisa ántes que el fruto
Pendiente de sus ramas se haya visto.
¿ Qué volveré al Seilor -por d6n tan alto?
Oh t Sea el nombre del Señor bendito!
Yo con amor ti repetir sn nombre
y á bendecirle enseñaré á mis hijos.
Pero· si todo lo que el hombre pa.ede,
Si el tesoro de amor con que tlÍ mismo
Enriqueciste el corazoD, ne alcanza
A ser de tal merced un pago digno,
¿ Qué gracias podré darte, yo cuitado,
Hoy que, abriendo tus manos, oh Dios ro:io,.
Ras dejado caer sobre mi casa
El mayor de tus dones infinitos ?
st la corona de la gloria ciñe
Las sienes de un mortal; si su heroismo
Le ensalza, ó su virtud: ó si del genio
Sobre\ su frente se refleja el brillo,
Las madres le señalan: "Feliz, dicen,
Feliz è vientre que llevó tal hijo,"
y de 1 s padres es la enyidia el padre
Que en tal prole seve reproducido.
¿, y q lé valen al cabo las preciadas
Coronas 9.ue da el mundo? ¿ Qué el prestigio
De un nO~lbre que hoy resuena, y que mañana
Hasta del m{lrmol borrará el olvido?
j Feliz de Vb'l'US, sí) feliz un padre)
Feliz de veras hde envidia digno
Cuando un hum~no sér mira en su prole
Trasfundido en 1m Dios, cual yo le miro!
j Trasfuudidf.) eu un Dios! j Arcano sumo!
Oh Cristo, tú ;Ùres Dios, y de Dios vivo
Eres el Hijo,·y si contigo se une
El cristiano.sc torna en otro Cristo.
y tú, Plillllb de mi alma, hija querida,
Quo eu .ÏiÍofaLlo union) en abrazo íntimo,
Hoy tu. 'inocente corazon enlazas
.Al santo Corazon de Jesnoristo)
Oh ! guarda, por mi amor,guanla en tu seno
Cual perfume costoso y exquisito
Esa inocencia qne haco las delicias
Del que te vino á ver huésped divino.
Sí, guárdala por siempre, si no quieres
Que envidie para ti tu padre mismo
La suerte de tu hermana, de aquel ángel
Que arrebató el Sciior á mi cariño.
Segura más que tú, vo ella en el puerto
Hervir del mundo el mar embravecido;
y mira sin sentirIas sus halagos,
y mira sin temer/os sus peligros.
Ménos feliz que tú, dejó la tierra
Sin haber en su seno poseido
El tesoro sin fin que hoy guarda el tuyo
y te envidian los Cielos, amor mio.
9 de setiembre de 1864.
V,-EL SARGENTO.

(TRADUCIDO).

La uoche entraba, yapénas La parte peor llevó."


El horrísono fragor El general, ya trocado
Acababa de cesar En blandura el mal humor,
De un asalto que se dió. " Pues, vuélvase V., lc dijo,
Iba la luna saliendo Sargento, á su batallan."
De cutre un denso nubarron Este, mostrándole el grupo,
Teñido de humo de pólvora, Le dijo: "Aquí, está, señor."
Para poder ver mejor, 1'IIordiéndose los bigotes,
Cuando al general en jefe Dijo el jefe : "Vive Dios,
Dijo un sargento: "Aquí estoy Que se han batido los nuestros ....
Uon estos cuatro soldados Al fin, CUIllU quienes son!
Heridos, y lambien yo Riguroso ha sido el trance;
Lo estoy; pero la ciudad Mas queda en salvo el honor.
Es nuestra, gracias á Dios." V. debe ir á buscar
Como por la herida habia Su regimiento." La voz
Perdido sangre, la voz Se le anudó al veterano,
Le temblaba. El general y esta vez como las dos
En tono agrio y regañon, Pasadas, le mostró el grupo,
"Déjese V. de pamemas, Diciendo: " Aquí está, seilor."
Le dice, ¿ dónde dej6 Tom61e entónees la mano
Su compañía ?" El sargento El jefe, y la humedcei6
Le rel:il'ul1ùlú; u Con perdon Con clllanto de sus ojos,
De V., aquí está," y mostróle Diciéndole así: "Que Dios
La que trqjo: "Esto es, señor, Nos valga 1 Nuestra band~ra
Lo que dejó la metralla: Perdida tambien?" "Oh, UQ,,"
Cinco heridos. Fué la accion Dijo el viejo descubriéndose
Recia, pero el enemigo El pecho, " aquí está, seilor."

VL-LA VIDA DEL CAMPO.

AL SE~OR SAKTIAGO PEREZ.

Oh! j cuántos que en ciudades populosas


Vida agitada y turbulenta pasan,
Envidian la quietud de mi retiro
y mi choza pajiza y solitaria 1
Ay, amigo! Quizas ignoran ellos,
i Afortunado yo si la ignorara!
Que las penas se albergan en las chozas
Como en ciudades y opulentas casas!
Quien no lleva consigo la ventura,
Ora vi va en palacio, ora en cabaña,
En vano busca fuera de sí mismo
El bien supremo de la paz del alma.

Al pié de las colinas más hermosas


De todas las que ciñen la sabana,
Que con los prados en verdor compiten
y en la vistosa variedad y gala,
En paraje repuesto y escondido
Hice mi alegre y rústica morada ;
A su pié se dilata una llanura
Que las mieses y flores engalanan.
Los árboles robustos y frondosos
Dejan caer sus undulantes ramas
Sobre el techo pajizo de mi choza
y abrigo ofrecen y su sombra grata.
Pájaros mil que entre su copa anidan
Me despiertan, cantando, á la mañana;
Yen su foHaje, al declinar el dia,
Suspiran melancólicas las auras.
Un arroyuelo rápido y sonoro
Desde la cumbre de la sierra baja
A ofrecerme sus aguas cristalinas
Por un lecho de guijas y esmeraldas.
Mi esposa tierna, mi sin par esposa,
Disfrutando tambien bellezas tantas,
Vida les da y el seductor hechizo
Que para mí, sin ella, á todo falta;
La esposa tierna, la sin par esposa
A quien adora arrebatada el alma,
Por quien conserva el corazon enteras
Las ilusiones de la edad pasada.
Por la mañana, cuando el sol la cumbre
Empiezaá iluminar de las montafias,
Salto del lecho y en el campo aspiro
Frescas y vivas y fragantes auras.
I.Ja vista vuelta hácia el vecino prado,
Veo venir las mugidoras vacas,
En busca de los tiernos becerrillos,
Que hambrientos las esperan y las llaman.
Ellas me brindan la sabrosa leche,
Que en los sonoros tarros ordeñada
Forma ligeros copos de alba espuma
Que crece y por los bordes se derrama.
Luégo me llevan léjos las tareas
A. que su vida el labrador consagra,
Y cuando acaban, al caer la tarde,
}fe vuelvo á descansar en mi cabaña.
De léjos me divisan cuando vuelvo,
Mis fieles perros que la choza guardan,
y salen á mi encuentro carifiosos
Y, en torno mio, alborozados saltan.
Salen tambien gozosos á mi encuentro
Mis tiernos hijos, prendas de mi alm3,
El pecho á enajenar con sus caricias
y sus amables é infantiles gracias.
¡Cuánto al que tiene coraza n sensible
Es grato, amigo, conocer que le aman,
Que, ausente, le recuerdan con carifio
y que su vuelta con anhelo aguardan!
Al recil:;>iral sol que va á esconderse,
Tiende el Ocaso sus pomposas galas
De vivísimos tintes luminosos
De rosa y oro, de zafiro y grana.
Y esa escena que pasma cada dia
Cual si por vez primera se admirara,
Siempre nueva y sublime, la contemplo
Por entre verdes y floridas ramas.
Eu tan plácida hora mis ovejas,
Que padan dispersas en la falda
De la sierra vecina, se reunen
y vienen al redil apresuradas.

Llega la noche al fin, j oh, cuán hermosas


Son las noches de luna en mi cabaña J
j Qué plácida tristeza comunica
Su lumbre á las campiñas solitarias!
i Dichoso asilo si perenne fuera
Tanta risueña amenidad y calma!
i Dichoso yo si exenta de inquietudes
Siempre pudiera el ánima gozarlas !
Mas, ay! que muchas veces pavorosa
Sobreviene en la tarde la borrasca;
El ánimo conturba, y las campiñas
Despoja de atractivos y de galas.
En los cercanos montes yen los valles
Los desatados huracanes braman
y arrastrar en su rápida carrera
Los árboles y chozas amenazan.
Sigue la noche lóbrega; en los campos
Reina siniestra y pavorosa calma,
y sólo turba el hígubre silencio
El torrente que ruge en la cañada.
Así tambien mil veces en mi vida,
Exenta de ambicion y retirada,
Las negras inquietudes y zozobras
La calma de mi espíritu arrebatan.
Quien no lleva consigo la ventura,
Ora viva en palacio, ora en cab311a,
En vano busca fuera de sí mismo
El bien supremo de la paz del alma!

YIL-EL CAMPO ANULADO POR J,OS ANIMALES.

n.UTACION DE DELILLE.

Desnudos, rnelancólicos y ïûustios,


Enmudecen el prado y ]a ~o]ina,
Si de ganados poblacion agreste
No viene á darles movimiento y vida.
Así la habitacion en que no há mucho
Se esparció del hogar la lumbre amiga,
Abandonada ya, tristeza infunde
y secreto terror tal vez inspira;
Con sorda vibracion los aposentos
Escucha resonar quien los visita,
Al ruido de su voz ó de sus pasos,
Si el polvoroso pavimento pisa.
Mas vengan á poblar, á animar vengan
Numerosos rebaños la campiña,
j Qué plácida se torna y cuán alegre!
j Cuál parece que vive y que respira!
En los lejanos picos de las rocas,
Tapizadas de líquen y de espinas,
Sobre abismos, tranquila ramonea
La vagabunda cabra suspendida.
Rumia el buey perEZOSOechado en tierra
A orillas de la fuente cristalina;
El balar de la oveja vuel ve el eco,
Los corderillos juguetones triscan.
y en tanto, ufano, y arrogante y fiero,
Por la vasta llanura herbosa y rica,
El noble bruto de Neptuno hechura
Ostenta su pujanza y gallardía.
j Qué es ver al ágil bruto, si fi las aguas
Se va á lanzar de la arenosa orilla,
Su ardimiento mostrando al tiempo mismo
Que receloso y trémulo vacila!
Batalla con las oudas, y las ondas
Con poderoso empuje sac~ldidas,
En leve espuma coU\'ertidas suben
'y en rumoroso hervor se arremolinan.
j Qué es vcrle si al traves de las llanuras
Estrecho campo á su pnjanza activa,
Raudo se lanza ó los flexibles miembros
En airosas corvetas ejercita!
O si, encelado, á su ri \'a1 descubre
y con donaire le provoca á riña,
En la que admiran sn denuedo y fuerzas
y aun más su garbo y douosura admiran.
O si, d~jando á la merced del aura
Las undulantes crines esparcidas,
Las abiertas narices humeando,
y lanzando los ojos llamas vivas,
Orgulloso y amante gallardea,
Su compañera llama y á su vista
La gentileza ostenta que realzan
El amor y el orgulio que le animan.

VIII.-UNA ESCENA DEL CAMPO.

En las ciudades de Enropa, En que las modernas artes


La rica y civilizada, Tales maravillas guardan
Embelesan los sentidos Que hacen caer de vergÜenza
y la fantasía halagan A la antigÜedad la eara !
Los espectáculos varios [mana j Dichoso quieu rdirado
Que el arte y la industria hu- Eu su campestre morada
AI abul'l'imicnto ofrecen Otras escenas contempla
y que la opulencia paga. Que embelesan y ¡íO cansan!
j Quién fuera todas las noches ¡Más feliz, si de la rica,
.A la ópera italiana'! Risueña v afortunada
j Quién una vez en su vida Sabana qiw riega el Fnl1za
A su sahor visitara Los fértiles campos labra!
El Palacio de la industria, ¡Bendito sea cI Señor
Esa maravilla octava Que abre la mano y derrama
Sobre el labrador los dones Las yeguas que se aproximan
Obj eto de su esperanza, y aquel sordo rumor causan.
Vistiéndolos de atractivos En tropel confuso y raudo,
Que alma y sentidos encantan, Jadeantes y azoradas,
Así como, á más del fruto, Entran á pisar en la éra
N os da la flor en las plantas ! De la mies la alfombra blanda.
Por eso el alma sencilla En los árboles veciBos
Que el candor primero guarda, y en las vecinas montaBas
En las escenas cam pestres A la sazon ya susurran
Gozos inefables halla. Con blando rumor lasoauras ;
y de cuando en cuando traen,
Si arrecian ó si se cambian,
El rüido de una fuente
Los trigos que, ya segados, Que por entre peñas baja.
En los montones descansan, Al empaparse en rocío
Su postrer sazon adquieren Los prados y las majadas,
Aguardandoá que el tiempo El vivaz olor del campo
[abra. Por el aire se derrama
El labrador por las noches Impregnado de recuerdos
Los expertos ojos alza, Deliciosos para el alma,
y cuando en ellim pio cielo Si eü el campo dülces horas
Ve brillar la via láctea, Correr vimos en la infancia.
(N a sin vacilar á veces) Los pajarillas del cielo
Determina echar la pm'va. Su primer gorjeo ensayan;
Cercada y limpia la éra, y los animales todos
Pura trillar se señala Que se albergan en las casas
El dia, dia anhelado O que á errar, pastando, empiezan
De fiesta, si no de holganza. En las praderas cercauas,
Antes de la aurora y ilntes La agreste voz dan al viento
Que empiece á caer la escarcha, En alegre disonancia.
De los montones á la éra En remolino, las yeguas,
Los haces de trigo pasan. En la éra giran rápidas,
" Sea en el nombre de Dios!" Con voces y con chasquidos
Dice al extender la parva Continuamente aguijadas;
El dueño, y los jornaleros y bajo los recios cascos
Repiten esas palabras. Las espigas se desgranan,
y los miembros arrecidos y ~lel grano apetecido
Para calentar, trabajan Se aparta la inútil paja.
Con teson, y al mismo tiempo Detenido el navegante
Silban unos y otros cantan. Por larga y penosa calma,
De repente se oye ruido Le pide un soplo de viento
Cual de tempestad lejana. A Aquel que á los vientos manda;
Que silbas y agudas voces, Pero acaso en su congoja
y relinchos acompañan; Le piae con ménos ansia
y venir se ven de léjos Que el labrador en el punto
A la €scasa luz del alba En que de trillar acaba.
Apoyado en una horqueta, i Cuánto se alegra la vista,
Callado y atento aguarda Cuánto el corazou se ensancha,
Que empiece á anunciarse el Al ver que el mouton de trigo
[viento Ya limpio se extiende y se
En la arboleda lejana; [alza !
Y, si se oye que la agita, El labrador sus fatigas
En ristre horquetas y palas, Tieue por bien empleadas
Para la nueva tarea Cuando de la éra al granero
Los obreros se preparan. El tesoro ansiado pasa.
Cuando al cabo el viento sopla i Cuán feliz, cuando en la noche
Se empieza á aventar la parva, De la gran la bol' descansa !
Y á impulso del viento vuelan i Con cuánta pura alegría,
El leve tamo y la paja, Con cuánta piedad, con cuánta
Miéntras el grano precioso Gratitud, ántes que al sueño
En lluvia sonora y áurea, Sus miembros rendido se hayan,
(Al fin como dón del cielo) Por los dones recibidos
De la alto á la tierra baja. Al Señor tributa gracias !

IX.-A LA ORILLA DEL TEQUENDAl\IA.


Es fácil casa saber Con orgullo al extranjero
Lo que dice cada cual, Un monumento tal cual,
Si el Salto de Tequendama Puedo dejarle asombrado,
Se pone á considerar. Señaláüdûle esta gran
El poeta dice siempre Maravilla que al ser grande
En sustancia que nada hay Une el ser nuestra no más."
Que decir de este portento. El cristiano dice: "Si esto
El hombre tonto y vulgar Hace Dios, sólo por dar
Le dice á algun camarada: A sus pobres criaturas
"Hombre, ¿por cuánto te ecMs Unos ratos de solaz;
De cabeza por el Salto ?" Si de su poder excelso
Y, si el otro es otro tal, Da tan pasmosa seña]
Contesta sobrecogido Haciendo esto de que, al cabo,
Y con seriedad: "Caray!" No habia necesidad,
El yankee calcula uu poco Pues sin Saltu, cielo y tierra
Y al fin prorllmpe: "Goddán ! Siempre fueran como van,
Este chorro mueve un máquina ¿ Qué habrá hecho en la region
Bueno por canalizar En que promete saciar
Istmos. Oh! si yo poder De la inquieta mente humana
Lo llevar á Panamá." La inmensa curiosidad,
El patriota dice: " Vaya, Y dar objeto infinito
Que si no puedo mostrar A la facultad de amar?"
J ulío 18 de 1870.
SEccrON S E G U N D A.

CUENTQS y F .Al3ULA.S.

I.-JÚPITER y UNA SABANDIJA.

Convocaron los dioses inmortales


Una ocasion al hombre
y á todos los diversos animales
Para ponerles nombre,
(Que ántes sin duda anónimos corrian)
y por aire, por agua, ó bien por tierra,
Al Olimpo en tropel se dirigian
Cuantos vivientes nuestro globo encierra.
Un reptil asqueroso, torpe y pardo
Emprcndió con pereza y paso tardo
El vjr0e consabido
De su cara mitad ó hembra seguido.
y hecha ya una jornada,
Pensaron en buscar una posada
Para pasar la noche, que era fria;
El macho sostcnia
Que era mejor el pernoctar debajo
De una, que acaso hallaron, mata de ajo;
Pero su compaîiera
Aseguraba que era
Preferible una col que estabajunto,
y discntido el punto,
Se salió con la suya la señora;
Que siempre que cntre cónyuges se alterca
La hembra lleva la palma de más terca.
Pasó la noche, y al rayar la aurora
Empezaron á andar la mismo q118 (¡utes;
J\fas, como eran tan malos caminantes,
Llegaron tarde á la reunion augusta
De los dioses, que daban ya al demonio
La tardanza del dicho matrimonio.
Así, al verlos llegar, con faz adusta
y voz atrouadora
Los reconvino Jove duramente
Por la incivil demora;
- .Lu -

ccSeilor, repuso el macho, balbuciente,


La culpa no fué nuestra: "
Y, queriendo alegar alguna excusa,
Hizo del viaje relacion difusa.
Júpiter escuchaba atentamente j
:Masal llegar el bicho á aquel pasaje
Tocante al hospedaje,
Muy mucho se detuvo
Oontando la disputa
Que con su esposa tuvo.
El Tonante, que ya se fastidiaba
Oon charla tan prolija,
Ouando era á la sazon la que importaba
Ponerle nombre á aquella sabandijl'l.,
"¿ Ouál fué, por fin, pregunta,
La planta que elegisteis tú y tu adjunta ?"
" La de col," le responde;
"Pues bien, replica Júpiter Tonante,
Desde hoy en adelante,
Caracol es tu nombre."
Vuélvese la hembra al macho y dícele: "Hombre!
¿ Qué tal si al fin debajo
Nos quedamos de aquella mata de ajo?"

n.-EL TRIGO Y EL ROSAL.

Es la flor que da el trigo


La mas pobre de todas las que encierran
Los dominios de Flora :
Microscópica, pálida, inodora.
Y no hay nadie que advierta
Lo poco que se adorna aquella planta;
Ni hay quien á mal la lleve
Ouando el pan, nada ménos, se le debe.
El rosal no produce
Tinte, fibra textil, fruta ni grano,
Ni otra cosa bay que ofrezca
Oon que al dueño sustente ó enriquezca.
y con todo, esta planta
Es el orgullo y prez del jardinero j
y la hace tan preciosa
Su flor, que es nada ménos que la rosa.
-.1."% -

Composicion que ofrece


Doctrina verdadera, útil y sana,
Aun siendo poco amena
y aunque le falten galas, siempre es buena.
Mas la que se haya eSCIito
Sólo para halagar la fantasía
No es más que una de tantas,
Si no es lo que el rosal entré las plantas.

IlI.-ENCIERRO MISTERIOSO.

En no sé qué monasterio "N o está en la celda, salió; "


Se encontraba una novicia, y en no mostrarse se obstina.
Doncella de pocos afíos Por fin sale, y le pregunta
Escrupulosa y sencilla. La Maestra de novicias
Con asombro de las monjas Porqlléde aquella manera
Se nota que cierto dia Al convento escandaliza.
Se empeña en no abrir la celda Ella, entre humilde y confusa,
Por más que la solícitan. Solamente le replica;
Si la llaman desde afuera, "Me mandó mi confesor
Contesta con voz fingida ~ Que me negase á lUÍ misma."

IV.-UN FILÓSOFO.

De la paz, del trabajo, del sosiego»


Que ve reinar en la mansion paterna,
y del carifío de la madre tierna,
Se fastidia temprano y huye Diego.
De fonda en fonda va pasando, y luégo
De garito en garito, y de taberna
En taberna, por último, y alterna
El ocio con la crápula y el juego.
No hay mujerzuela vil que no corteje,
Ni pillo con quien no ande mano á mano
Ni gente honrada de quien no se aleje.
y dice: "La virtud es nombre vano:
Entre cuantos yo trato, no hay quien deje
De obrar por miras de interes mundano."
-- 15 --
V.-UN PRESAGIO.
En mi pueblo, por los afios Vino un chulo y se asentó?
De mil ochocientos dos, Alguna cosa, compadre,
Era cura un sacerdote Quiere suceder me hoy."
:Muy severo y regañan. El cura, que estaba atento
Cierto dia, predicando, y oyó la conversacion,
Reprendió con gran calor Hizo llamar al teniente
Toda creencia en agÜeros De la parroquia, y mandó
y toda supersticion. Dar al indio cien azotes
Luégo que acabó, á la puerta En la parte posterior.
De la iglesia se acercó; Cuando éste hubo recibido
y reparó que dos indios La süave correccion,
Que salian del sermon Vi6 á su compadre y le dijo:
Hablaban, y decia uno: " Ay, compadre Juan de Dios,
" Ah, compadre Juan de Dios, ¿ No le habia dicho que algo
¿ Ve cómo encima de casa Queria sucederme hoy?"

VI.-VISTA AL FISCAL.
Cierto labriego seguia Le dejaba siempre t\ oscuras
Un pleito ante un tribunal y dándose á Barrabas.
En que habia consumido Eu una ocasion de aquellas
Algo más de la mitad Dijo el hombre: "Bien está
De su hacienda, y de su ti~lllpo Todo eso; pero quIS dicen
y su paciencia el total. Por fin ?"-Que "vista al fiscal."
Cada tres dias ó cuatro -Bribones! Les estoy dando
Le venia á preguntar De comer desde cuánto M,
A su abogado cómo iba y ya quieren que los vista!
El negocio; pero el tal, Pues no visto á ese haragan.
Como usaba en sus respuestas Que lo vista la grandísima .....•
El forense guirigay, y dejó de pleitear.

VII.-EL :aOClN y J1JLJINETE.


Lleva un rocín al jinete,
y corre ó al ménos trota,
Cada vez que éste le azota
Para hacer que el paso apriete.
En huir error comete
Del mismo á quien va cargando;
Pero yo le imito cuando
Por escapar me fatigo
Del dolol\ que voy conmigo
Por todas partes llevando.
-- ..l..V ~-

VIII.-IN-DIGNACION.

Diez años hace, había En N are y Calamar,


Un indio en mi lugar Por aquella imprudencia
Que se llamaba Digno Le vino fiebre, y tal
y que fué sacristan Que empezó por el padre
Durante mucho tiempo; El mísero á p:iar.
:Motivo por el cual Vino el cura, y, á tiempo
El cura hubo de verle Que á nuestro ex-sacristan
Diez mil veces ó más. La santa Eucaristía
El año de cincuenta Le iba ya á administrar,
Se ausentó del lugar, Le dijo: "Dí conmigo:
y á los dos ó tres años Yo no soy digno" " AJú)
Volvió por Navidarl. Le interrumpió el enfermo,
.A. poco de haber vuelto, Sí soy Dina,. la que hay
Se hizo el indio rapar, Es que yo estoy pelado
y como sólo hacia y por eso es qllÍzas
Un mes ó poco más Por la que mi amo cura
Que habia el pobre estado No me conoce ya."

IX.-LA ELECCION DE AMIGOS.

Una perra que habia


Parido en uu desierto
Dccíalc á un cachorro,
De aquella ventregada único resto:
" Fuerza es que cuando crezcas,
Los dos nos separemos;
Tú buscarás entónces
Para salir del bosquc algun sendero.
Busca sitios poblados
y busca gentc en ellos,
y entre la gente amigos,
Que la suerte de un can dependc de eso.
Sirve al hombre 0011 toda
Fidelidad y celo:
Verás le) si así obrares,
Cuidar de tu regalo y tu sustento."
";,y cómo son los hombres?
Madre," pregunta el perro;
" Fácil te es, le replica,
Apénas los encuentres conocerlos :
-.LI -

Ellos hacen mil cosas


Que nosotros no hacemos;
En dos piés andan .•...•
-Vaya,
Madre, DO digas más, que me basta eso."
El cachorro á ser viene
Perro 8UiiU1'is presto
y se separa entónces
De su madre con grande sentimiento.
A los dos ó tres años
Sucedi6 que, siguiendo
En un bosque la caza,
Vinieron á encontrarse nuestros perros.
Pasadas las primeras
Muestras de mutuo afecto,
La madre le pregunta
Al hijo si ha observado sus preceptos.
"Ay, sí, por mi desgracia,
Resp6ndele gimiendo,
y cuán amargo fruto
He cogido siguiendo tus consejos!
-Cómo! acaso los hombres .
-Ah! los hombres r no puedo
n' •
CUl l:ll:iCO y repugnanCIa
Acordarme de bichos tan perversos.
-Acaso tú, hijo mio,
Con ruin comportamiento .
-No digas eso, madre,
Que los ruines ê ingratos fueron ellos.
Mi amistad ofrecíles,
N a la aceptaron; luégo
Me empeñé en obligarlos
A fuerza de servicios y de obsequios.
Cuando con gran fatiga
Di caza al veloz ciervo,
O á la tímida liebre
O al jabato cerdoso 6 al conejo,
Siempre á ofrecerles vine
Mi presa, y sólo miedo
Les inspiró la vista
De los despojos que arrastrê sangrientos.
Vencí sus enemigos
Miéntras ellos huyeron,
2
-.J..I.J-

Sin que me diesen muestras


De gratitud ni del menor afecto.
Si, meneando el rabo,
Cual se usa entre los perros?
Yo me les acercaba
Para haeerles halagos y festejos,
Siempre correspondian
Con muecas á este obsequio
O trepaban á un árbol
A colgarse del rabo y hacer gestos.
-Cómo! del rabo! dice
La perra, interrumpiendo,
Ah! ya caigo: eran monos!
Grandísimo simplon! buena la has hecho!
Tu suerte mereciste,
Pues yo te dije á tiempo
Que l08 (~migos deben
Buscarse entre la gente, majadero."
Si busca entre gentualla
Sus cal\laradas Diego,
N o se queje dc chascos,
Que le diré lo que la perra al perro.

X.-UN NOMBRE.
! Qué bien te coron.roll I
L.HARO M. FEREZ.

Al volver una esquina Como digo, es el caso


Mi amigo don Anselmo" Que el señor don Anselmo,
Unos burros cargados Al volver una esquina,
Le salen al encuentro. Topa con los jumentos;
Los lectores no ignoran Le gritan: " Van las burras," <

Que los tales sujetos Quiere sacar el cuerpo


Con los que encuentran gastan Para dejarles paso,
Muy pocos miramientos. Pero ya no hay remedio!
En falange cerrada, Un tercio de ladrillos
Con empuje violento Le da un golpe soberbio,
y á paso menudito Que hace venir al pobre
Caminan impertérritos. A tierra asaz maltrecho;
No se ha sabido nunca y dizque al levantarse
Que un ciudadano de éstos Empolvado y colérico,
Le dé la acera á nadie: " Ah burros! dijo, ah burros!
(~ué! ni á los postes mesmos. j Qué nombre tan bien puesto !"
-- .ll:1 -

XI.-APOLOGO.

CA MIS HIJOS)

En remota comarca, hoy despoblada,


Una antigua nacion tuvo su asiento.
Apénas de ella queda monumento,
Apénas de ella queda ya memoria;
y hasta su mismo nombre
Ha olvidado la Historia.
Un gobierno monárquico electivo
La nacion gobernaba,
y la ley ordenaba
Que cada año se hiciese
De rey nueva eleccion, y que el que hubiese
Ceñido la corona un año entero
Saliese desterrado,
Quedando de pOi' vida confinado
En una isla desierta
De fieras y serpientes habitada
y de maleza y ciénagas cubierta.
y es fama que en aquella monarquía
Nunca faltó quien admitiese el cargo
De ¡robernar el reino. sin embargo
De ~quel fin que el ~einar tener "dehia.
.Más de cien ex-monarcas morir viera
Aquella isla funesta, devorados
Ya por el hambre, ya por una fiera,
Cuando un cierto mancebo sube al trono.
Digno de la corona, que pensando '
En su suerte futura
Su renta invierte miéntras tiene el mando
En prevenirse cómoda morada
En la isla inhabitada
Donde, pasado el año, vivir debe.
Colonos allá envía,
Hace las tierras cultivar, y en breve
Comienzan á tornarse amenos prados
Los inmundos pantanos y marjales;
Van á esconderse en los lejanos bosques
O mueren los ferocesanimales,
y á sombra de los árboles frondosos
Que el hacha ha respetado, se edifican
Mil risueñas viviendas que los campos
Llenan de animacion y vivifican.
- '~v-

Así, cuando el mancebo demi historia,


Ya el año concluido
En que debe reinar, es conducido
Al lugar en que, méuos previsores
Que él, sus antecesores
Miseria, y soledad y muerte hallaron,
Viene á hallar un asilo
Más sabroso que el trono y más tranquilo.
Oh 1qué feliz mancebo y qué avisado!
Qué bien aconsejado
El que en esa region dc'!conocida
En donde ha de habitar cuando se acabe
Esta mortal y. transitoria vida
Una feliz mansion labrarse sabe!

XII.-LA PERRIL,LA.

Es flaca sobre rnanera Pero ella se da tal mafia


. Toda humana prevision, Que á todos los aturrulla,
Pues en m~ de una ocasion Y, aunque gastan todo el dia
Sale lo que no se espera. En paradasr idas, vueltas,
- Salió al campo una mañana Y carreras y revueltas,
Un experto cazador, Es vana tanta porfía.
El más hábil y el mejor Ahora que los lectores
Alumno que tuvo Diana. Han visto de qué manera
Seguíale gran cuadrilla Pudo burlarse la fiera
DEl ejercitados monteras, De los tales cazadores,
De: ojeadores, ballesteros, Oigan la que aconteció,
Y de mozos de traílla. y aunque es suceso que admira,
Van todos apercibidos No piensen, no, que es mentira,
De las armas necesarias Que la cuenta quien la vió :
Y llevan de castas varias Al pié de uno de los cerros
Perros diestros y atrevidos, Que batieron aquel dia,
Caballos de lloble raza, Una viejilla vivia
Cornetas de monte, en fin, Que oyó latir á los perros ;
Cuanto exige Moratin y cor, gana de ~aber
En su poema " La Caza." En qué paraba la fiesta,
Levantan pronto una pieza, Iba subiendo la cuesta
Un jabalí corpulento, . A. eso del anochecer ;.
Que huye veloz, rabo á viento Con ella iba Ulla perrilla .
y. rompiendo la maleza; Mas, sin pasar adelante,
Todos siguen con gran bulla Es preciso que un instante
Tras la cerdosa alimaña; , Gastemos en describilla:

l ,
- .•.•...
Perra de canes decana Por donde iba hizo la suerte
y entre perras protoperra, Que se hubiese e] jabalí
Pasaba en toda su tierra Ocultado, por si así
Por perra antediluviana; Se libraba ùe la muerte;
Flaco era el animalejo, Empero, sintiendo luégo
El más flaco de los canes, Que por ahí andaba gente,
Era el rastro, eran los manes Tuvo por cosa prudente
De un cuasi-semi-ex-gozquejo i Tomar las de Villadiego i
Sarnosa era digo m~l, La vieja entónces, al ver
N a era una perra sarnosa, Que escapaba por la loma,
Era una sarna perrosa Sós ! dijo por pura broma,
y en figura de animal i y ']a pèrra ech6 á correr.
Era, otrosí, derrellgada, y aquella perra extenuada,
La derribaba un resuello, Sombra de perra que fué,
Puede decirse que aquello De la cual se dijo que
N a era perra ni era nada. No era perra ni era nada,
A ver, pues, la. batahola Aquella 'perrilla, sí,
La vieja al cerro subia, Cosa es de volverse loco,
De la perra en compafiía, No ...pudo coger tampoco
Que era 10 mismo que ir sola. Al maldito jabalí.

XIlI.-LA YUNTA DE TOROS.

Suelen los ganaderos Compuesta de dos "toros


En algunas haciendas Que por la vez primera
Uncir dos toros bravos De fi ruras humanas
Para de esta manera Se hâIlaban en presencia.
Llevarlos desde el monte Barcino es el un toro,
Hasta la corraleja. y sus dos ojos cercan
Algunas veces viendo Dos rojas aureolas
Una de estas parejas Que unas brasas semejan.
Con yugo, noble insignia Si fuego sus miradas,
Que honrosamente lleva Cual la parecen, fueran,
El buey diestro y forzudo No digo á mí, á mil mundos
De seso y experiencia, Tornaran en pavesas.
Me acuerdo de no pocas Negro es el otro toro,
Flamantes charreteras y sus pestafias negras
De ciertos militares Enturbian las miradas
Que tansolo las llevan Que hoscas y siniestras
Por bravos y salvajes En mi pecho convergen
Como las dichas bestias. Con las de la otra fiera.
Yo me hallé mano á mano, La comprimida saña
Con una yunta de esas Que los suyos encierran,
En mi flaca persona y como á un punto mismo
Por desfogar anhelan; Dos líneas como aquellas, .
Mas, en el punto en que uno En buenas matemáticas
Me embiste, su colega (Ni en malas) nunca llegan,
Le detiene y se pára Mi buIto queda en salvo
Para escarbar la tierra; Por razones geométricas.
Cuando éste parte, el otro Si, al embestirme, hubiesen
La maniobra comienza; Obrado de manera
A partir los dos juntos Que yo hubiera quedado
A 19una vez aciertan; Entre sus dos cabezas,
Pero el barcina quiere O el barcino el derecho
Venir en línea recta De dar conmigo en tierra
Hácia mí; por su parte, Ceder querido hubiese
Lo mismo el negro intenta; Alncgro, ó viceversa,
El yugo los separa Habrian demostrado,
Mucho más de una te~cia, Si bien á mis expensas,
y cuando andan, les hace Que cuando dos trabajan
Seguir dos paralelas; En una misma empresa
Uno solo es el punto El concierto les sirve
..A. que ambos se enderezan; l\fucho lllás que las fuerzas..

XIV.-UNA PENITENCIA BREVE.

Cierto 'clérigo frances


Que fué á pais español,
Impuso de penitencia
A un penitente un crecl6.
-Es breve, le interrumpió éste.
-Pues entónces, rece dos.
XV.-EL TIGnE y EL CONEJO.

Yendo un conejo extraviado Qne es la tan temida fiera


'Una noche muy OScura Quien le hace aquella caricia,
Por medio de la espesura Y, haciendo á fnerza de miedo
De cierto bosque intrincado, Un esfuerzo exorbitante,
Se entra en la cueva de un ti- Dice con voz arrogante:
El más feroz, oon el cual [gre "Hola! ¿quién me coge un dedo?"
No hay en la sel va animal El tigre, qne oye tal cosa,
Cuya vida no peligre. Dice en sus adentl'os : " tate !
Al sentir el uarbarote Antes que el monstruo me mate
Que un vivieute se le arrima, Pongo piés en polvorosa."
La mano le pone encima i Cuántos rasgos de denuedo
Relamiéndose el bigote. y proezas encomiadas,
Nuestro conejo malicia Son puras fanfarronadas
(Fácil maliciarlo era) 1lijas de 1tn heroico miedo.

XVI.-CÓMO ENTRA Y CÓMO SALE EL AGUA


DEL BOQUERON.

Más alegre y bullicioso Cada uno, 6 en comun,


Que el imberbe colegial Todos ellos, cada cnal
. Que sale á pa~al' bU a8ueto Cûmû puede, el agua enturbian
En el campesino hogar; y la empuercan á cual más.
Terso, claro y trasparente Despues que el pobre torrente
Como el más puro cristal; Ha cruzado la ciudad,
Como una mala noticia Al campo sale de nuevo;
Veloz, viene á Bogotá Mas ¿ quién reconoce ya
De las sierras del Oriente En esas fangosas aguas
Un abundante raudal. Que lánguidamente van
En la ciudad el cuitado Arrastrándose y lamiendo
No acaba de penetrar, Los bordes de un muladar
Cuando los particulares Al torreñte que bajaba
y el Cuerpo municipal [gan, Raudo, diáfano y vivaz '!
Le echan el guante y lo obli- Puros como este torrente
Bien contra sn voluntad, Entran en la capital,
A recorrer mil secretas Oh padres, los hijos vuestros
Mansiones y el muladar, Que á estudiar en ella enviais;
Y á llevarse de camino Y si al raudal se parecen
Lo que en uno y otras hay. Al entrar en la ciudad,
Ademas, los habitantes, Al salir se le asemejan,
O bien en particular Por desgracia, mucho más.
XVII.-UN CABLE SIN FIN.
Se ordenó á un marinero en un navío
Gran parte recoger de un cable grueso,
Largo y pesado que en el mar estaba.
El con todas sus fuerzas lo tiraba,
Mas se le iba escurrieudo con el peso,
Sin que advirtiese que bregaba en vano,
Porque estaba ademas calamocano.
Con tanto trabajar, al fin se enfada,
y cuando le pregunta
El capitan, si acaba, dice: "Nada!
Si le han debido de cortar la punta."

XVIII.-DOBLE UTILIDAD DE LA RIENDA.


Sirve para gobernar
La rienda al caballo; pero
Equilibrio al caballero
Tâmbicn le ayuda á guarùar.
La tarea de educar,
Si se desempeña bien,
No s610aprovecha á quien
Recibe la educacion :
Camino es de perfeccion
Para quien la da tambien.

XIX.-SITUACION APURADA.
Allá eu el centro Llevaban éstos
De unas montañas Sus propias armas,
S610de fieras Que son temibles,
Tal vez pobladas, y á más llevaban
Vi cierto dia, Otra de acero
ycndo de caza, Como una lanza.
C6mo á un anciano Poco tiempo ántes
Blanco de canas Con fiera saffa
Fueron siguiendo Matado habia
Tres horas largas Personas varias
Dos animales Una de aqnellas
De gran pujanza. Dos alimañas.
Ora dé giros Mucho te engaiias ;
El viejo, 6 vaya Sabe que en balde
En línea recta, Te sobresaltas.
Siempre en la espalda El pobre viejo
Siente el aliento Blanco de canas
De una 6 de entrambas. Es fiar Patricio
Sudor copioso Cubídes, qÜe ara
Su rostro bafia ; COllsu hijo Félix
Trémulo, agudo, En una estancia
Grito se exhala Que tiene en medio
A cada paso De una montaña.
De su garganta. Los dos pujantes
Un hijo, un hijo Brutos que andan
Del anciano anda Tras él, los bueyes
Tras las dos bestias Son con que ara
y va azuzándolas, Félix; la reja
Dándoles voces Es aquella arma
Descompasadas. Que llevan junto
Mas, si imaginas, Con sus cuatro astas.
Lector de mi alma, De uno de aquellos
Que aquel suceso BueyeS'es fama
Vi yo con lástima Que habia sido
O si á ti mismo La l'es mas brava
Pena te causa, y hecho dos muertes
Sabe que mucho, En una plaza.
Cualquiera cosa
De las que pasan
Es una, vista,
y otra, contada.

XX.-UNA LEY DE LA NATURALEZA


Las lámparas y las velas
Si no consumen no lucen;
Bailes, convites, y joyas
y ricos trajes dan lustre
A la persona y la casa,
Pero la hacienda consumen:
Todo lo que brilla quema,
Arde todo la que luce.
XXI.-EL GALLINAZO Y SUS ÉMULOS.

En el cerritó de Umbita, ¿Nada has.oido, mísero,.


Lugar de mucho tránsito, O bien eres tan,cándi~o
fi~staba calentándose Que pienses que á otro prójimo
Un gallinazo el sábado. Dirigen estos párrafos' ?
Pasó un gallo hermosísimo Sí los oigo, coiltéstale
y rlijo scñalándplo : Con mucha calma el pájaro,
No hay en toda la América y sé que á eS08 imbéciles
nlás horroroso pájaro. Les soy muy antipático.
Pasó un lean y díjole : :lilas ¿qué caso ha de hacérseles?
Cobarde, infame, bárbaro, ¿ N a ves, alma de cántaro,
Que atacas áun cuadrúpedo Que una euvidiasatánica
Cuando la ves inválido. Obceca á esos gaznápiros?
Pasó por fin don Críspulo, Me recuerda esta anécdota
y dijo: voto al chápiro! Al bribon de don Pánfilo,
No hay cosa mas pestífera Pazguato cuyo mérito
~i aun en el mismo Tártaro. No envidia ni el mas páparo :
Oyó estos panegíricos Si hay quien denuncie al público
Un perico mUY gárrulo Sus torpezas y escándalos,
y dijo: estûy atónito "De la envidia soy víctima ln
D0 verte tan impáyj~o. Exc1::tma en tono enfático.

XXIL-LA CULEBRA.

En medio de un camino La culebra se enhiesta


y entre la hierba, y airada muerde,
Enroscada dormita No al palo, sino al hombro
Una culebra. Que la sostiene.
Sin verla apoya Más razonables
El bordan un viajero Que los hombres los brutos
Sobre su cola. Suelen mostrarse:
La culebra atribuye
Todo su daño,
No al palo, sino al hombre
Que mueve el palo.
y el hombre, necio,
Culpa de sus castigos
Al instr¡:Lmento.
XXIII.-LA LECHERA.

A una moza campesina, Bien le gustó y Con razon 1


Pobre de solemnidad, Aquella especulacion;
Le regaló su madrina Mas iquéjm'to es que declames
Una polla cochinchina Contra el auri sacra James,
De superior calidad. Oh buen Virgilio Maron!
Y esta polla (como quiera Indujo á nuestra lechera
Que es cosa tan verdadera Aquella James traidora
Que en gallina se convierte La leche á aguar, de manera
Una polla, si la muerte Que á poco tiempo ya no era
N a le corta su canera) Lechera sino aguadora.
Fué al fin gallina, y ponia Con arbitrio tan lechero
Tanto que eso era un contento; Veintiun fuertes allegó;
Y hasta un peso juntó un dia, Y llevando su dinero
Con los huevos que vendia, En una bolsa dc cuero
La muchacha de mi cuento. Un largo viaje emprendió.
Mirando aquella mujer Por acaso en este viaje
En sus manos suma tal, Un puente de pasar hubo,
Sintió, como es natural, y durante ese pasaje
Grande tentacion de ser Que sacar·la bolsa tuvo
Dueña de mayor caudal; Para pagar el pontaje ;
Y tras largo discurrir Y, como iba su dinero
Sobre el negocio en que hubiera En fuertes, un peso entero
Su plata de introducir, Tomó, y con el remanente
Vino á la postre á elegir Sobre ci prelil de la puente
El oficio de lechera. Puso la bolsa dc cuero.
Fué la invencion excelente, Un pajarraco forzudo
Pero no fué original; Olfateó el cuerecico,
Que en este siglo es frecuente Que era puro cuero crudo,
Se haga lechera la gente y se la llevó en el pico;
Desde que tiene caudal. Mas sostenerlo no pudo:
Compró, Ulla vez decidida, Del pico se le cayó
Múcura, en Ulla peseta; La bolsa, y fué á dar al rio,
Cargador, (cosa sabida), y la lechera exclamó:
En medio; en medio una olleta " Ahora conozco yo
Para unidad de medida. Cuán justo eres, oh Dios mio!
Siete reales ca baIes Este peso que salvé
Le quedaban, con los cuales Era el peso bien habido.
Compró la leche á real Otros veinte que gané
El tarro; luégo en detal Con agua y de mala fe
Vendió el tarro á dos reales. En agna los he perdido! "
XXIV.-LA ,TRAMP A DE CALABAZO.

En la tierra caliente
Hay tal copia de monos y de zambos,
Que, aunque en la capital abundan ambos
Géneros de alimafias grandemente,
Su inmensa multitud de pasmo llena
. A quien va á conocer el Magdalena.
El calentano agricultor lo diga
Que su roza regó con los sudores
Que hacen correr el sol y la fatiga,
y súbito la mies mira agostada
De monos por la innúmera manada.
A Bello parodiando, el calentano,
Pudiera con razon decir al mono:
" Ay! para ti el maiz, jefe altanero
De la espigada tribu, hincha su grano! "
En efecto, los dichos animales
Con la mayor monada
Invaden'los maizales
y hacen su agosto en ellos; luégo trepa
A Un árbol cada cual ó á alguna cepa,
y allí con el propósito ostensible
De lucir su donaire v causar risa
Al hombre remedando, ,
Mazorca tras mazorca va mondando
y maiz engullendo á toda prisa•.
Mas, como es prcsumible,
Al dueño del maizal muy poca gracia
Le hacen las tales gracias, y así emplea
Cuanto medio es posible
Para destruir de monos la ralea.
Yo voy á hablar dc aquél de que echa mano
Con frecuencia mayor el calentano :
A un calabazo le abre estrecha boca,
Le echa maiz que sirva de señuelo,
En uno de los sitios lo coloca
A que los monos van mas á menudo
y á una estaca que á mazo hinca en el suelo
Con recia cuerda la ata y fuerte nudo.
Luégo á la hora en qne tiene por costumbre
Venir.á hacer la diaria arrebatiña,
Llega la bulliciosa muchedumbre,
Que con salvaje grito agrio y agudo
Asorda la campina.
Como en ciudad tomada por asalto
Se desbanda furiosa soldadesca,
La hueste de los mouos se derrama,
Saltando en el maizal, de rama en rama.
Uno de éstos columbra el calabazo,
Que su genial curiosidad provoca,
Acércase, la mira, y por la boca
Introduce la mano y todo el brazo,
y cuando el fondo toca,
Se tiene por feliz COll el encuentro
Del poco de maiz que se halla dentro.
El que le cabe entre la mano apaña,
y va á sacarla; pero si ésta habia
Abierta introducídose y vacía,
Llena ahora y cerrada, ya no sale,
y no vale la maña
Para sacarla, ni la fuerza vale.
A no muy largo trecho
Del lugar de la escena, está en acecho
El que pnso la trampa, el cual observa
Lo que pasa, y al sitio se encamina.
Al verle, se retira la caterva
De monos, que curiosa se ha reunido
Al rededor de aquél del calabazo,
El cual, por no soltar la que ha cogido
Viene al punto á morir de un garrotazo.
Este más que mediano contratiempo
Que sufre el mono, á los avaros prueba
Que tal vez por no abrir la mano á tiempo
La trampa los agarra ó se los lleva.

XXV.-LA CANDELILLA.

Estaba yo acostado
Anoche, á oscuras, conciliando el sue:ño,
Cuando vi que brillaba
En mi alcoba un insecto que volaba.
Yo soy algo nervioso,
y si temo que un bicho se me acerque,
Con la especie de miedo
O de horror que me da, dormir no puedo.
- uv-

Envuelto en las frazadas


Me pongo á perseguir la candelilla,
Sirviéndome al efecto
De la luz que despide el mismo insecto.
Miéntras él permanece
En la pared prendido ó en mi cama,
Se oculta, y no sé dónde,
Porque me deja á oscuras, se me esconde;
Pero á las veces vuela
y cuando vuela, con su 1uz me guia;
Conque al cabo en un vuelo
Logro dejarlo envuelto en mi pañuelo.
A quien muestra sus luces
O fuera de sazon ó inútilmente,
No hay duda que le fuera
Mucho mejor si de ellas careciera.

XXVL-LOS MÉRITOS DEL PAVO.

De mi casa en el corral Al can; porque guardar sabe


U nas cuantas a ves de ídem, La casa dè su señor,
Como un pavo nacional, Yo merecer he sabido
Un ganso, nn pavo real Que se me elogie igualmente,
y unas gallinas residen. Pues apénas siento ruido
La comida hoy reposaban, Advierto con mi graznido
Miéntras la hora de alzar vuelo Que á la casa llega gente."
Al dormitorio agnardll.ball, El gallo hguiéndose iba ....
y de sobremesa hablaban, y ahora caigo en que al gallo,
() más bien dc sobresuelo.
En la lista que hice arriba,
La conversacioll paró Por mi poca retentiva,
A los muy pocos minutos
Se me olvidó mencionallo.
En que cada uno empezó
A alabarse. ¿ Cómo no, Iba yo, pues, á decir
Si la parla era entre brutos? Que el gallo së iba irguiendo
y queriendo cada cual Sin duda por presumir
Realzar su propio mérito, Que al punto iba á conseguir,
Se comparó bien ó mal Si habl~ba, un triunfo estupendo;
Con algun otro animal y despues de aletear,
Más fuerte ó más benemérito. Cantó engreido y ufano,
" La satisfaccioll me cabe, Apénas dejó de hablar
Dijo el ganso, y el honor El ganso, par celebrar
De que, si es justo se alabe Su victoria de antemano,
Y dijo : "Yo en la gallera, Y habl6 así: "Cuando acarrea
Con aplauso universal, Quien con pavos especula,
Cual en el Circo la hiciera Un ave de mi ralea,
El lean 6 la pantera, Con un zurriago la arrea,
Combato con mi rival." Oh gloria 1como á una mula 1"
El pavo nacional vió Si á un político camueso
Que hablar le tocaba al cabo Se le encierra 6 se le expatria
y el color se le encendió: Sin más forma de proceso,
No es moco de pavo, no, El piensa que con solo eso,
El amor propio de un pavo. Merece bien de la patria.
y formando el sordo estruen- Al de mi pavo es igual
Que suele, marchar le vi, [do El error del banderizo :
La pomposa.rueda haciendo Ninguno se hizo inmortal'
Con garbo, corno diciendo: Porque otros le hicieron mal
"Nadie me alza el gallo á mU' Sino por el bien que él hizo.

XXVII.-EL PEÑ'ASlJO.

Un peñasco estupendo
Rueda desde una cima coq estruendo,
y al tiempo que desciende
De árboles y pedrones se desprende;
Pero adheridôs á su haz conserva
El tenue musgo y la menuda hierba.
Rodamos sin cesar rniéntras vivimos,
Hácia el morir; y, aunque al rodar podamos
Vicios torpes dejar, no conseguimos
Dejar los mas ligeros que tengamos.

XXVIII.-EL GANSO Y SU DUEÑ'O.

La Europa y el mundo entero,


Entre otros inventos, debe
A este siglo diez y nueve
El de las plumas de acero.
Hecha esta invencion, al ganso,
Que era colaborador
Nato de todo escritor,
Empezó á darse descanso.
Sin embargo de lo cual,
De plumas se ve hoy gran copia
Que son de la especie propia,
Esto es, plumas de animal.
Cuando á las aves aquellas
Con el nombre de las cuales
Se honra á ciertos racionales
Porque no lo son más que ellas;
Cuando al ganso, decir quiero,
Las plumas se le quitaban,
Porque no se fabricaban
Todavía las de acero;
Yo, que nací en una fecba
(Lo recuerdo con dolor)
.A aquella muy anterior
En que fué la invencion hecha,
Vi cómo un sayon cruel,
Traficante en plumería,
Desplumando estaba un dia
Al pobre p~jaro aquel.
Le ase del cuello, y en vez
De ir á arrancarle una soia
De las plumas de la cola,
Tira de un golpe ocho ó diez;
Con lo cual, aunque es muy manso
y aunque así más se estropea,
Patalea y aletea
Medio estrangulado el ganso.
Con todas sus fuerzas hala,
Tanta que le deacoyunta,
De la una ala por la punta
y por la punta de otra ala;
y al tiempo que su señor
Le arranca sin miramientos
Plumas, le arranca lamentos
Al infeliz el dolor.
" ¿ .A qué viene tanto grito?
Le dice el amo irritado,
¿ Qué falta te hacen, menguado,
Estas plumas que te quito?
"Tú no las has menester
Porque no vuelas, y puesto
Que si volaras, muy presto
Han de volverte á nacer."
El ganso responde: "Aun cuando
Mis plumas no son inútiles,
Como con razones fútiles
Lo está usted asegurando,
Si usted me oye lamentarme
No es por el despojo, pues
Lo que me hace gritar es
El modo de despojarme."
Ol¿! cuántos gansos de ogaño
y cuántos que no lo son,
Al pagar contrib1wion
Plagian al ganso de antaño!

XXIX.-EL CAtJCE DEL RIO.

Baja de la montaña un claro rio


Que de entre peñas escondidas brota,
A alegrar con su voz las soledades
Y á ser de la llanura orgullo y pompa.
Descendiendo unas veces atrevido
Desde los riscos á las simas hondas;
O las rocas salvando que se aferran
.Para cerrarle el paso, unas fi otras;
O penetlando con violento empuje
Por entre angostaEl sendas tortüosas,
Por donde á su pesar paso le dejan
Incontrastables y apiñadas rocas,
Purifica sus aguas; en espuma·
Alba y ligera su raudal trasforma,
O, en lluvia sutílisima trocado,
Riega las plantas que su márgen ornan;
Ostenta noblemente su pujanza ;
Ejercita sus fuerzas portentosas;
Con enemigos dignos de él combate,
Y, como fuerte, en batallar se goza.
A derecha y á izquierda ve guirnaldas
y gallardos festones y coronas .
y arcos gentiles, que en las dos orillas
Plantas lozanas é infinitas forman.
Al estrellarse y al saltar, las agnas
De ellas suspenden cristalinas gotas,
Que trémulas relumbran cual diamantes
Entre sus tiernas y pulidas hojas.
3
Musgo tupido de oolores varios,
Ya pardo y seco sobre piedl'Rs toscas,
Ya tierno y verde sobre, el blando césped
A sus márgenes tiende rica alfombra.
Desciende al cabo á la llanura el rio;
Al fin, tras tanto batallar, reposa,
Y en amplio lecho y regalado, extiende
En sabroso esperezo, mansas ondas;
Las grandezas, allí, del firmamento
En su bruñida superficie copia;
Allí goza del sol, que ya platea
Sus trasparentes linfas, ya las dora;
Allí las auras, con impulso tenue,
Su superficie blandamente rozan;
Allí las aves, que rasando pasan,
En él las puntas de SUR alas mojan;
Fecunda el vaIl'él,y los que en él habitan
De bendiciones, sin cesar, le colman;
Y, haciéndoles el bien, la gloria alcanza
De hacerle, que es la verdadera gloria.
Iba yo l'€corriendo con mis hijos
Dell'io las orilla:; deliciosas,
Y ellos me preguntaron: "¿ Quién el lecho
Al rio abrió por entre duras rocas
y á lo largo del valle? ¿ Quién de suerte
Lo hizo que pueda sus bellezas todas
Gallardo desplegar? ¿ Quién en los montes
Las escarpadas márgenes le adorna?"
"El mismo, dije, se labró esa senda
Tan adecuada al fin de que sus ondas
Su gentileza y su poder ostenten
Y derramen riquezas donde corran.
Cuando veais un hombre á quien los otros
Envidian, y á quien aman, y á quien honran,
No dudeis que la suerte que disfruta
Se la ha labrado él mismo con sus obras."
XXX.-EL AGUA.

Puras están las aguas . 1 mágen es el agua


Siempre que corren: De nuestra vida,
Si se estancan, sucede Que es perversa, si ociosa;
Que se corrompen; Pura, si activa;
y son mas tersas y que es más pura
Cuando bajan chocando È:n quien con suerte adversa
Con duras peñas. Constante pugna.

XXXI.-DOS ANIMALADAS.

Como hubiese vendido un hacendado


A otro su ganado,
y llegado la nueva del suceso
Al potrero, los bueyes de más seso
Por todas partes la advertencia mugen
De que, siendo probable que se emprenda
Al otro dia viaje hasta la hacienda
Del nuevo propietario)
y acaso por camino
Desprovisto de hierba y solitario,
Conviene se aperciba,
Comiendo en el potrero cuanto pueda,
Cada cual en el tiempo que le queda.
En el punto se siente
En el llano, el rumor sordo y sabroso
Que se hace oir cuando, con duro diente,
Todo el ganado tí nn tiempo, en prado herboso,
La hierba pace sosegada mente.
Toros, vacas) terneros, á porfia
Se empeñan en dejar mondo el potre:ro,
De la misma manera que lo hada
Quien) siendo auendatnrio,
Tuviera que entregado al otro dia.
En seguida, durante alIento curso
De las horas calladas de la noche,
Con prudente discurso}
Se abstienen de rumiar y nambre guardan
En la del vientre natural alfot:ja,
Para el œmino que emprenùer aguardan.
Sólo un corniponiente
Novillo sacrifica,
Cual mozo, á lo presente
Lo futuro, y mastica,
Su provision definitivamente.
La aurora al despuntar, cuando la escarcha
Ha empezado á caer en los potreros,
Recogen el ganado los vaqueros
Y se rompe la marcha.
El viaje es fatigoso y dilatado:
Se atraviesan llanuras arenosas;
Se suben y se bajan unas cuestas
Peladas, empinadas y fragosas;
Cuando se sale de éstas,
La vista y las pezuñas regocija
Un nuevecito camellon de lija.
El sól en tanto hácia el zenit avanza
Y hace un calor de mil quinientos grados
De Reaumur y de todos los termómetros
Presentes, y futuros y pasados;
y en el espacio á que la vista alcanza
Todo se ve COll profusion pruv isto ...••..
De polvo, de cascajo y malandanza.
Entre tanto el ganado va rumiando
A cortas dósis y de cuando en cuando
El fiambre que-la víspera previno,
Y io pasa tal cual en el camino;
Pero el novillo aquel que en el potrero
Consumió su raeion, aunque primero
Tomó la delantera, muy ufano,
No tardó en ir á zaga
Ni eu quedarles (es claro) más á mano
A los que iban atras con la zurriaga;
A poco, ya el azote
No era parte á forzarlo á dar un trote;
Y, cuando á andar se anima,
Las patas se le cruzan que da grima.
Por fin cae el mezquino
Exánime á la orilla del camino,
Y, á buen librar, recomendado queda
A UR infeliz labriego que reside
Cerca del sitio, á fin de que la cuide.
Yo, que rapaz aún, cuando cifraba
Toda mi dicha en habitar el campo
y á sus gratas faenas me entregaba,
El hecho vi que de contarse acaba,
y admiré la imprudencia del novillo,
Otra tal cometí! Miéntras que todos
En lo íntimo del alma dormir dejan
Los amables recuerdos
De los primeros af'ios,
y Un consuelo inefable se aparejan
Para la edad madura,
Yo probé su dulzura
Demasiado temprano. Todavía
Adolescente, ya saboreaba
Los de la edad primera;
En la edad juvenil, cada alegría
O pena que sintiera,
Cada impresion que el alma recibia
Iba al punto á acrecer aquel tesoro
De recuerdos; y, al modo que en su oro
Suele el avaro recrear la vista,
Así en ellos mi mente
Se regalaba á solas, ll\rgamente;
y hoy cuando ya la venidero brinda
Sólo zozobras y temor, y sólo
Desengafios y penas lo presente,
Yo, de dulces recuerdos saciado,
La vista vuelvo en vano á la pasado.
Marzo de 186í:.
SECCI0'N TERCERA.

::BAGA. ':11EL.A.B.

I.~TU NOMBRE.
Templan los vates para ti su lira,
Las hermosas envidian tn hermosura,
y escoge por modelo lapilltura
Tn rostro encantador que al Genio inspira.
Bella te Dombra guien por ti suspira,
y admirara tu angélica figura
Quien DOte amara á ti, si por ventura
Pudiera GO adorarte quien te mira.
Yo reconozco tn belleza rara;
Pero tambien confesaré, señora,
Que aunque DO fueras bella te adorara;
Que la que á mí me rinde y enamora,
Lo que hallo más perfecto que tu cara
Es tu nombre, dulcísima MELCIIORA.

n.-LAS Et:lTRELLAS.
úPERA DE LECTURA. Y DE REPRESENTAClON EN UN CUADHO.
PERSaN AJES.

El marido de una mujer.- La mujer de ese marido.

El teatro representa un solar cuadrado, para que la ópera sea en un


cuadro; este solar ha de estar cubierto de malvas y cercado de tapias
arruinadas, como todos los anexos á las casas de á ménos de ] 6 pesos.
Es de noche, y el cielo ha de estar despejado, á fin de que los especta-
dores vean estrellas, aunque no haya ningun golpe, ni áun de teatro. Para
este mismo fin, es preciso que no haga luna j y así, para la representacion
de e"staópera, debe escogerse la menguante, como para cortar maderas.

CUADRO ÚNICO.
ESCEXA UNICA.
~~1 tnarido.~La mujer.

(El marido ha de llevar bayeton viejo, sombrero de fieltro sudado y


chinelas que den muestras de haber sido amarillas j el cabello y la barba
largos y desaliñados. La mujer ha de estar vestida á la Benita: toilette
muy estudiada y recargada; pero todas las prendas viejas y deslucidas:
crinolina angulosa).
Muj'er. Bella Mcha! De estrellas lucientes
Vé brillar sin igual muchedumbre.
Otro tiempo, á su plácida lumbre,
Dulces horas pasámos de amor.
Marido. (Suspirando).-Ah ! sí! es bello ese diáfano cielo
Tachonado de miles de estrellas,
Y, los ojos clavados en ellas,
Recordar otro tiempo mejor. (Bosteza).
1JIujer. .Aunque ya nos uni6 el lazo eterno,
Que esas horas hoy tornan parece .
(Bosteza el varan).
lVIas, ay Dios! tu frialdad desvanece
Mi Husion, y me harás bostezar. (Bosteza en ~fecto).
:Marido. ¿ Mas no ves que cuando éramos novios
Cuantas veces los dos nos pusimos
A mirar las estrellas, salímos
A mirarlas dcspues de cenar?
Pem;ar en cosas viejas
Es cosa que me aburre.
¿ Sabes la que me ocurre
Tanta estrellita al ver?
}t1ufer. Ingrato!
Marido. Que si en vacas
Todas se convirtieran
y todas mias fueran ........•
Oh júbilo! oh placer!
Ñlujer. Tuyas sólo! Egoísta!
Si el firmamento entero
Se volviera nn potrero,
y de mi propiedad !
fflû.1'ido. Cabal! pues si no (, dónde
Mautengo mi vacada?
Jlujel'. Para ese nn de nada
Te sirve mi' heredad.
1Jlai'ido. Que no se mantendrian
Es fácil qne comprendas
Ni en todas las haciendas
De todo este pais.
Jlujer. Pues tú verás 10 que haces:
Yo vendo mi potrero.
jllarido. ¿ y con ese dinero .
.•:tIlIjel. N os vamos á Paris. ( Bostezan).
Marido. Ya imagino tener en mi hacienda
Sementeras, molinos, ganados .
Tendré perros, tendré concertados
Que al hablarme me alaben á Dios.
Ya en mi hotel confortable me veo;
Voy á la ópera noche tras noche;
Por las tard{'s paseo en mi coche
Con un par de lacayos en pos.
(éle mira las faldas; tlata de deshacer á fuerza de palmadas Jas prominencias pl'oducid,," Pl)'
'O~ ingulos 8alientes de la crinolina; se ahsa E'lpelo y se compone lOBdema& atavíos, como ~¡
r~-.fueitc á salir á los Bulevare$.)
]I[cn'ido. TT nos meses me estoy en mi hacienda
Miéntras cojo las papas y trillo,
Otros vengo ájugar mi tresillo
O á VilIeta ó á Ubaque me voy.
J[ujel'. En invierno, en Paris me divierto,
Yendo á bailes, ó bien al teatro,
y despues por tres meses ó cuatro,
A mi quinta ó á Italia nie voy. (Pausa y boslc.:u¡;/.
~fm'ido. Yo determino
Comprar hacienda.
M~ujel·. Yo, que se venda
Mi posesiono
JlIw'ido. Tal venta válida
N unca ser puede
Si no precede
Mi aprobacion.
Mn/a. De inicuas leyes
Por hombres hechas,
Tú, te aprovechas
Vil, desleal!
J1lm,ido. Para negocios,
Cual las mujeres
Son todas, eres
Un animal.
J1[1Ijei'. (en ade~nan de querer arañar al marido).
jHombre vulgar, tirano, mal marido,
Que ailades el insulto á la opresion !
Ahora mismo, annque de noche sea,
Yo me voy á buscar al provisor.
(Vuelve fi mirursc y iL componerse como pa.ra iree fi. la Curia.~

Jl[arido. 1Despilfarrada, casq ni vana, tonta,


Monstruo de vanidad y presllncion,
Puedes marcharte muy enhoramala
A. donde nunca vuelva á verte yo!
j[ujer. Quiero mis bienes manejar yo sola:
Demanda de divorcio á entablar voy.
]J.[a¡·ido. Yo con esta mujer me arruinaria !
¡Separacion eterna!
J..1IuJe/'. (yéndose). Adios !
~~[arido. A.dios! (Bostezos'¡.
Pero un momento aguarda.
¿ De véras ya no queda
Nada con que se pueda
Hacer de refrescar?
!truje/" Nada. ¿, Y á ti tampoco
Te queda en el bolsillo .
.Marido, (regist1'ói¡ydosey volviéndose al reves todos los bolsillos).
No nada ni un cuartillo.
¡Me quedo sin cenar!!!
J.1IJ.uje~·, (al mismo tiempo) Ay! irme sin cenar!! !
Marido. ¿ Es decir que esperanza
No queda ya ninguna?
lVIufer. Una sola queda, una .... (mos[¡'ándole el m·elo).
Mira, en el cielo está.
Marido. Sermones? ¿ La gazuza
A. Dios te ha con vertido?
Muder. Cómo! ¿echas en olvido
, Las vacas que hay allá?
(Bostezan con encarnizamiento).
~Marido. Por un pocillo de chocolate
Con un mendrugo triste oe pan,
Mil de esas vacas, y aun mil quinientas
De buena gana quisiera dar.
1l1!1je~·. Yo, média hacienda diera por otro,
y por un mania, la otra mitad.
Ni aun tengo modo de ir á la Curia
Pues que empeftada mi saya está.
Mw·Ùlo. Yo pienso que ántes de separarnos
Es conveniente quizá aguardar
Que lus estrellas se vuelvan vacas
y el firmamento carretonal.
lVII/Je¡' De todoR modos, yo por ahora
No he de poderme ir á ultramar~ ...
(6e mira el traje cort desconsuelo).
Bien, nie resigno. (Le toma la 9nano).
Pero cuidado!
Yo campesina no soy jamas.
(Se queda mirando las cstreIlas.-El yaron bosteza.)
Entre tanto, á esa trémula lumbre,
(Señala la de las estrellas).
Lleno el pecho de vaga poesía,
Cuáu dulce es para el ánima, mia'
Dulces horas de amor recordar!
MarÙlo. Entre tanto, á esa trémula lumbre,
Aunque esté la barriga vacía,
Puede ser que engailar la hambre impía
Yo consiga y la cena olvidar.
IJ3, Última sílaba, así da RECORDAncomo de .QLVlDAR, ba de .perderse en un bostezo l1omóricof
y de marcarse en la música con un calderon COD)O el arcotoral de una i{¡lcBia mayor.

1II.~LA SILLA. '"

Qué lástima de letrilla Y así, sin qne duda quepa,


La que escribiste, Ricardo, En la guel:ra la m~ior
Para exigirle á Medardo Será la más matador,
Que no te exigiera silla! Lo q\le mejor matar sepa.
O eres godo ó liberal, Bien: de cuantas invenciones
O eres liberal ó godo, Sngiricron los infiernos,
Y de este.y del otro modo Ya á los pueblos más modernos,
En no ,darIa hiciste mal: Ya á las antiguas naciones
Si eres liberal, tu silla Con el fin de hacer más muertes
Debiste por patriotismo Y de tornar mas apriesa
NIandarle en el acto mismo En montones de pavesa
A Rívas, no una letrilla; Pueblos y ciudades fuertes,
y si eres conservador, No hay ninguna, Carrasquilla,
Perdiste una ocasion calva (Ni pizca de duda queda)
De hacerle guerra á mansalva No, no hayinvencion que pueda
Al Snpremo Director. Compararse con tu silla;
Tú tcndrás por paradójica No, ni el arcabuz, ni el dardo,
Esta mi pl'oposicion; Ni la testudo, ni el fucgo
Mas, si pones ateacíon,·· Que llaman greguisco 6 griego,
Vas iÍ comprender que es lógica. Ni la mina, ni el petardo,
N a pienso que haya en la tierra Ni el obus, ni el chafarote,
~adie que pueda igllorar Ni el cañon, ni el falconete,
Que es solamente á matar Ni el ariete, ni el mosqucte,
A la que se va á la guerra; Ni el garrote, ni el brulote,
"* En el allo d~'"1862, el doctor Medardo I-Uvu..El, Gobernador del distrito fedE~raJ, dirigió ni scñor
]tic.ardo <Jarm8quilla una nota pidiélldolc una silla de montar para el ejército. El senor Carras-
llui!la. eontestó e11una letrilla Jo' consiguió que ~e le eximiera. Pocos dia~ dU8pue8, el autor le dJÓ
l)n~~tado lin ('aballo para ir il Funz3, y esta dióooosiuD il. que se compusieran estas l'cdondill:tf1,
Ni el fusil, ni el morterete, Que hayas entendido aguarùo
Ni á la Congreve el cohete, Ya aquellas palabras mias,
Ni el revólver, ni el florete, Que, si eras godo, debias
Ni el trabuco, ni el machete, Mandar tu silla á Medardo.
Ni el sable, ni la peinilla, Con efecto, si ese dia
Ni el rifle, ni la granada, Se la has mandado, Mosquera
No, señor, no hay nada, nada, Perdido á la fecha hubiera
Comparable con tu silla. Toda su caballería.
y aquí mny de notarse es Qué es caballería! acaso
Que miéntras eso que digo En la tropa federal
Hace daño al enemigo, Esa máquina infernal
Tu silla la hace al reves. Causara mayor fracaso;
Aunque el alma se te frunza, Y á la dicha silla ahora.
Si quieres averiguallo, En caso tal, cosa rara! .
Vé á contemplar el caballo El godo la apellidara
Que te di para ir á Funza ; La silla libertadora;
Bien es que, si por ventura, Yen alguna edad futura,
Vienes á verlo al potrero, De tal suceso en memoria,
En vez de ver al trotero, Un monumento á la gloria
Verás una matadura. Se alzara de tu montura,
Con este mote esculpido
En el mármol: A la silla
De Ricardo Carrasquilla,
El pucblo reconocido.

IV.-A RICARDO CARRASQUILLA.

Ego ille qui quondam ••••


VIRGILIO.

Yo, aquel que en otro tiempo,


En endechas sentidas,
Sollocé la matanza
Que en mi caballo negro hizo tu silla,
A los ocho ó nueve años,
Descolgando mi lira
De la,estaca en que casi
. este tiempo ha estado suspendida,
Repito y ratifico
Lo que en mis redondillas
Dije de esa tu máquina
Matadora, letal, mortal, mortífera.
Con harto fundamento
La gente se imagina
Que en verso no se dicen,
Por regla general, sino mentiras.
Mas yo protesto ahora
Que todo lo que diga
De tomarse ha á la letra,
Cual si estuviera en prosa humilde y lisa.
y hago segunda parte
A las endechas dichas,
y canto, ó mas bien chillo
En agrio acento la materia misma.
Más bien diré el aiunto,
Pues ha de ser distinta
La materia que echaba
El morcillo de antaño por la herida
De la que está vertiendo
En esta fecha misma
La que al castaño ogaño
Abierto le ha tu incorregible silla.
En él á ver el Salto
Fuiste, y desde ese dia
De contemplar dejaste
Del raudal ill2jestuUi:iula caiùa;
Yo me tengo el consuelo
De tener á la vista
Siempre que se me antoja
Un retrato de aqnella maravilla;
Pucs de la matadura,
Del antro, ùe la sima
Qne mi infeliz caballo
Trajo del Salto en la dorsal espina,
Un randal se despeña
Que al Tequendarna imita,
Aun más que por la grande,
Por el profundo horror que al alma inspira.
Cayó por fin Masquera,
Que en tiempo de nuestra ida
A Funza, dominaba
En solio firme, si asentado en ruinas;
Cayó J nsto Briceñ0,
y ha dado tres caidas,
Desde que tú y yo fuimos
A Funza á hacerle la fatal visita;
Sólo tu silla, entera,
Perenne, inmoble, fija,
Subsiste incontrastable,
M.iéntras todo se vuelve humo y cenizas.
Si está reinando el pÓlera
O una fiebre maligna;
Si algun rio, creciendo,
Amenaza ciudades y campinas ;
Si infesta la comarca
Una feroz cuadrilla
De infames malhechores;
Si en la ciudad abundan inmundicias;
Si otras calamidades
Cual las que llevo dichas
Al público amenazan,
Debe tomar la autoridad medidas.
Empero aquí el gobierno
Local, y el de Cundina-
Marca, y el eclesiástico
y el de la Union su obligacion olvidan,
Dejando que en sus barbas
Esa epizootia exista,
Esa legion de parcas,
Esa silla. j Si aquí no hay policía!
Si hubiesen los antiguos
Conocido tu silla
Se la habrian á Júpiter,
Más bien que el rayo, puesto por insignia;
y Júpiter sillante
El tal se llamaria,
y acaso á ti en el rango
Te hubieran puesto de deidad maligna.
Aunque es preciso tenga
En muy escasa estima
A un rango quien te ponga
En él : mi pobre matalon la diga!
Necio de mí! camueso!
Ya que de darte habia
Bestia para que fueras
Conmigo el Salto ti visitar por Cincha;
Ya que fué mi simpleza
Tan grande y tan supina
Que aprovechar no supe
La costosa experiencia ya adquirida,
Escoger no he debido
U na inocente víctima:
He debido prestarte
Como bestia más bestia, la infrascrita.
Tú que, impasible é inc6lume,
Ves pasar las requisas
y las torm.entasrudas
Que el triste suelo colombiano agitan;
Tú que pasar miraste
Con p1ácidasQurisa
A Masquera, á los negros,
A Canal, y de Guasca á la guerrilla;
Tú que alquilaste bestias,
Como áun hoy las alquilas
A diez generaciones
De gentes de caballo desprovistas;
Tú, tú, don Chepe Osuna,
Guarte! Alerta! Sús! Mira
Que eres Chepe perdido,
Si llegas á tratar con Carrasquilla.
Por la sangre inocente
Que, ya en pus convertida,
Derrama mi caballo
y que demanda contra ti justicia;
Por el mane insepulto
Del negro que tu silla
Hizo se maioQ'rase
Pasando ántcs de tje~po á peor vida,
Jmo solemnemente
No vol ver en la mía
A prestarte caballo,
O prestártelo, sí, pero con silm!
Julio de 1870.

V.-CHISTES DE 0,666.

". -Buenos medios dias.-llo1a!


Qué tarde le ha amanecido!
-Hombre, pichosos los ojos
Que la ven !-Para servido.
-y por allá? La costilla
y los retoños ?--Toditos
Echando roncas.- Y usted
De corregidor, don Críspulo?
Está con muelas ?-Fregado !
---Qué se ha hecho, que DO 10 he visto?
---Tantos remedios.--- Y naela
Que quiere ser bueno¡---Digo,
En dónde vive¡;¡ahora? ,
~--Quieres saber donde vivo?
Fren te á la escopetería
Mayor.--- Y con el oficio
De agrimensor de las calles,
Contador de tejas ---Chito,
Que entra gente.---Santos dias.
---Qué par de tres! Oh Dionisio,
Cómo le baila ?---Muy mal.
Estoy con un romadizo.....
-Pero, hombre, si se trasnocha
y nada que deja el vino
De tusa.-Qué! si no bebo.
-Sí, sí, no bebe poquito.
-Estoy de vêras, muy malo.
-Mira, úntate en el ombligo
Los tuétanos de zancudo;
Son un remedio magnífico.
-y usted, Gregario, qué tal?
-Sabroso, pero sin - Vino
Ayer por fin de la quinta?
-No. Vine hoy.-En el rucita?
-No, señor; me vine en el
Caballo de San Francisco;
Y he venido á darles parte
A ustedes de que el domingo
Mi nuera se volvió dos .
-Sí, sí, y usted fué padrino;
Hay la supe.-Folio, folio!
-Hombre! no traje cuartillos.
-Por fin, qué fué la de anoche?
-Lo único que ye he sabido
Es que unos facinerosos
Hirieron á un individuo:
Dicen que con la cuchara
Le traspasaron el hígado .
. -Pnes esa herida j barajo!
Sólo sc cura con pico
De chulo. ¿Y le robariclll?
-Qué si la dejaron lim¡lio
Como una pepa de guama.
-Caramba, que han aprendido
A tocar arpa sin cuerdas!
-Tú fuiste á San VictlTino
Al baile?-Sí.-¿Las pan:jils •.....
-Hombre, de la más iniCllo.
Yo bailé con la n::ejor,
y en un solo valsecito
lVIe sacó todas las niguas.
-Quién era ?-Cruz ..... -Cómo, chico?
-Pues coma, si tiene qué.
-Écheles un poquitico
De sal á sus gracias, ¿ oye?
-¿Soy sordo? ¿Muy desabrido
Le parezco? á ver la ruano
Compañero.-Nif1os, ninos,
Se les sube la retranca.
-Si es chanza, si yo á Dionisio
Lo quiero .... - V el' ahorcado.
---N o más, no más, Pax vobiscum.
-y cómo sabe latir!
Dime, dónde está tu primo?
---Entre sus calzones.-Hombre,
Si no conversas con juicío .
--Mi primo está en Venezuela,
y es general y ministro.
-y esas mentiras serán
Verdades ?-Es positivo.
Me voy.-¿ Porqué'l-Son las dos.
---No. Saque usted su adivino
y verá.---Se atrasa mucho.
---Es que el mosco no ha comido.
---Qué dice ese otro? ---Tres cuartos
Para la média.---No, amigo,
Aguárdese y nos comemos
La mujer del gallo.---Estimo,
Pero va á llover.---En casa
No hay goteras.---Es preciso
Ir á casa, y ya San Pedro
Sacude sus cuerecitos.
Adios, adios.---Pues siquiera
Salga jumeando. Sisto!
Candela.---No es menester,
Que yo aquí le comunicb
Mis ardores.---Dónde puse
Mi cabeza ?---Este esel mio.
---Adios, adios.---Que la pase
Como J údas, cuando •... Críspulo,
Si no te hubiera llamado,
Por dónde fueras.---Maldito!
iQué gracias las tuyas! Hombre,
Dime si es tiempo, y me rio.
VI.-l\'IANUAL DEL GRACIOSO.

SEGUNDA PARTE DE LOS CHISTES DE 0,666.


Si quiereBpasar por hombre
Festivo y de agudo ingenio,
Has de aprender de memoria
y observar estos preceptos.
Dí cuando hayas de rascarte
Alguna parte del cuerpo:
" ¿ Qué será la que me come
Que solo piojos me encuentro?"
Cnando algun pié te pisaren,
Dí: "Mas abajo está el suelo"
O, " Lo de debajo es mio."
Si este mismo ú otro tuerto
Le haces tú :1otro, y éste, airado,
Te endilga algunos denuestos,
Dí que le pondrás la mano
En donde le puso el pecho
Su madre. Tambien pudieras
Hablar de un modo diverso,
Diciendo que ba~e pegarle
En la come-ajiaco , pero
Si no bay riña y solamente
Se te pone el utro serio,
Dile que se muerda el codo,
Aunque tambien viene á cuento
Aquello de que tendrá
Dos trabajos. Al dinero
No la llames por su nombre,
Que es cosa inútil, pudiendo
Llamado más bien metales.
Dí morlaco8 y no pesos,
y chepes y no cuartillos.
Si alguno es rico en extremo,
De él dirás que no la a!Íorcan
Por medio. Si ofreces medio,
Añade luégo: ladrillo.
Has de saludar diciendo :
" Qué tallos?" Si tú tuvieres
Que responder á eso IDeSmlJr
Di: " No tan bien como á vous,
Pero algo très-bien." "Lo siento
Pero no puedo llorar"
Es de un efecto\estupendo
4
Cuando alguno nos refiere
Que ha tenido un contratiempo.
Si oyes rebuznar á un burro,
Diles á tus compai'íeros
Que allá los llaman. Tú llama
A la lengua la sinhueso,
Bncke ó panza á la barriga,
y mechas á los cabellos.
Si alguno está haciendo líneas
O sin fh.Isillaescribiendo,
O haciendo otra cosa tal,
Le dirás que qué derecho
Tuerce. Dí cuando te cuenten
Algun acontecimiento:
" Noticia fresca, acabada
De podrir." Y si el suceso
Es raro y poco creible,
Pregunta que en ese tiempo
Quién era alcalde. En el caso
De ser el héroe del cuento
Ei que lo narra, pregúntale
Qué hizo al despertar. Oyendo
Decir sn madré, se diœ.".
La suya. N o menor cfédito
Ganarás, á la pregunta
" Qué horas son?" respondiendo:
" S~rán las mismas de ayer
, këstas horas." Tambien debo
Advertir que á la pregunta
Qué es (le su vida'! el discreto
Contesta: "Lo que no es
De bajada." Cuando un necio
Se despide, hay que decirle :
" No se váyase." "Yo vuelvo,"
Te diTIIacaso un amigo,
A quien estás deteniendo:
Respóndele: "Las espaldas."
"Hombre, dí, no tenga miedo,
Que yo estoy temblando," á quien
Contigo se encuentre en riesgo.
Al cabo de una visita
Muy larga que hubieres hecho,
Lo de volveré otro dia
11-1&1despacio viene á pelo.
Si en vaso ajeno bebieres,
( Cosa que no te aconsejo?
VIII.-ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIA ROMANA.
Bes gestŒ, rfgumque, ducumque, et tri~i1'a bella,
Quo l>cribi possent num.ero) momtrant Romeros.
nORAT. ART. POETIOÁ.

Romero enseñó en qué clase de versoe podrian


cSlJribirBc 108 hechos de 108 l-e~'es y de los capitl1-
nes r las guerras tristes.

CAPITULO I.

SUMARIO.
Sltuacion y primel'os progresos de Roma despucs de su fundacÎon.-Notablc vicio en su organi·
zaClOnsoeial.-XI puebla cs convocaùo.-Arenga de Rómulo.- Plan que se propane al
pueblo.-AprustoB para la cjecucion de lOB}lfO,ycctos del monarca.-Nuc\"u asamblea del
pue blo.

Dos ó tres años hacia y respondona y soberbia,


Que estaba fundada Roma, Que pierde el tiempo, que roba,
Yen la naciente ciudad Que se huye y le deja á uno
Iba todo viento en popa. Solo á la mejor de copas.
Ya habia alcalde ordinario, Hasta se cuenta que Rómulo
Que la era Torcuato Cotta ; Tnvo una vez. entre otras,
El ayuntamiento estaba Que haccr él mismo su cama
Establecido, y á la obra y que cepillar sus botas.
De la escuela y el cabildo Era el estado de célibe
Le faltaba poca cosa. Estado normal en Roma:
Sólo una cosa faltaba Cuando para declarar
En la ciudad, una sola: Es llamaùa UWl pt:i'5ûna,
Cosa por la que á los hombres Se le pregunta su estado,
Se les hace agna la boca, Si la accion pasa en Colombia;
Si falta, y que apénas llegan Pero en Roma esta pregunta
\A conseguirla, les sabra. Era una pregunta ociosa.
Quiero decir que no habia Estaba todo en tal punto,
Mujeres; y si la Historia Cuando Rómulo convoca,
Dicho tan inverosímil Una tarde á 10.3 romanos
No abonara como abona, y les habla en esta forma:
Yo temiera se tomase "Quirites, esta no es vida!
Lo que estoy diciendo á broma. ¿Tal situacíon quién soporta?
No tenian los romanos Hacemos á bello sexo
Quien les guisara la olla, Es preciso á toda costa.
Quien un botan les pegara, Yo les pensaba mandar
Quien manejara la escoba, Decir á las Amazonas
Quien les hiciera un pocillo Que de nuestras dos naciones
De chocolate; la ropa Hiciésemos una sola,
Estaba siempre los sábados COll la que acaso pudiéramos
Sin almidonarse y rota. Remediamos unos y otras;
Tenian criados varones, Pero luégo he discurrido
Canalla puerca y ladrona, Que era una cosa muy tonta
Llenarnos de marimachos, Ni viva marrana gorda;
Gente murcielága y frondia ,. Pónense á la obra los sastres,
y á fuerza de cavilar, Los zapateros las botas.
He inventado una tramoya Brandi por mares se vende,
Que ha de darnos mucha fama Por orinocos la aloja,
En las edades remotas. El anisado por niágaras
Mas, como exige reserva, Y el vino por amazonas;
No os la diré por ahora. Mas los que venden todo esto,
Hoyos bastará saber Al pedir echan por copas.
Que lo que á vosotros toca Para comenzar las fiestas
Es disponer unas fiestas Se han señalado las nonas
De tanto aparato y pompa, De julio, y para ese dia
Que se hable de ellas un año (Notable luégo en la Historia)
Diez leguas á la redonda." Se convida á los sabinos,
Oyendo esta perorata, Para que, con sus esposas,
Todo el pueblo se alborota, Sus hijas y sus llermanas,
y á hacer sus preparativos Sus sobrinas, y sus novias,
No hay nadie que no se ponga. Y sus nueras, y sus suegras,
El Cabildo parroquial Y con todas, todas, todas
Las sumas precisas vota; Las mujeres de Sabinia,
El área de la plaza Vengan á fiestas á Roma.
Se remata en catorce onzas; Cuando la época fijada
Se comienza á hacer tablados Va hallándoseyamuy próxima,
y toldos, que es una gloria, A convocar para un meeting
Los bisbises se previenen, El viejo Rómulo torna,
Se aprestan las cachimonas; A fin de que los romanos
No queda cebon en pié Del oculto plan se impongan.

CAPÍTULO II.

sm1ARlO.

Afluencia de extranjeroB á laciudad.-Pintura de elloB.-La poblaeion Be agita.-EBpectácul08


pÚ1llicoB.-DeBacuerdo en que se hallau algunoB hlstoriadores.-CriBls-Combate dentro de
la ciudad-Sus resultados.

Dóciles los sabinos al convite


Que para fiestas les hiciera Rómulo,
Ya en grandes caravanas, ya eri pequeñas,
A Roma van llegando poco á poco.
En yeguas aguilillas, valonadas,
Con rico jaquimon, cuyos adornos
En la frente del bruto hacen una équis,
Como se usaban en el año de ocho,
En su sillon de plata guarnecido,
Todo forrado en terciopelo rojo,
O:m su galon de cuatro dedos de ancho
Recamado espaldar y guardapolvo;
Con su sombrero alon de barboqnejo
y pafiolon plegado sobre el rostro,
Hacen su entrada, orondas, las abuelas,
Con aire sosegado y majestuoso.
De corpifio ajustado, de velillo,
y arrastrando los luengos faldistorios,
Vienen las niñas, y al entrar se llevan
De los romanos que las ven los ojos.
En caballos herrados, bailarines,
Con manitas de seda, entran los mozos,
y hacen saltar el caño á los caballos
y enarcar el pescuezo, y dar corcovas.
En mulas y con jáquimas 1Rjidas
De prolija labor, sin tapaojos,
Con zamarras de tigre y retranca ancha,
Vienen los viejos, á pasito corto.
Pellon de cuatrù borlas trae alguno,
Ruana con fluecos y paraguas otros;
Yel pañuelo que cubre las narices,
(Embrion de la bufanda) casi todos.
Gran movimiento la ciudad anima;
Sabinos y sabinas vense á roda;
y las postreras prevenciones se hacen
Con grande diligencia y alboroto.
La gente moza fragua bailecitos;
En la plaza y jas calles ponen l>ulul:l;
Miéntras, para ir aprovechando el tiempo,
Los jugadores juegan que es un gozo.
Conforme á la prescrito en el programa
Que publicaron con chinesco y bombo
Por toda la ciudad, se da principio
La noche de la víspera al holgorio.
Con candiles de sebo y trementina
Ilumínanse plaza y Capitolio,
y hay vaca loca, y hay maroma y fuegos,
Patriótica cancion y cuatro globos.
Estuvieron las fiestas al principio
Tan buenas como estar entre nosotros
Suelen, en los periódicos descritas,
Cuando describen fiestas los periódicos.
Hubo fuentes de chicha en los encierros,
y muchas colaciones y bizcochos
Hechos por reposteros italianos,
Que son los reposteros más famosos.
La tropa hizo despejo por las tardes,
.Y se eorrieron los mejores toros:
De éstos, algunos eran jarameños,
Conejerunos y futeños otros.
Para el último dia, que era el cuarto,
O el quinto cuando má,s, segun Suetonio;,
Mas, que, segun afirman Tito Livia
y Veleyo Patérculo, era el nono,
Se previno U11encierro de disfraces,
Con el que el buen humor llegó á su colmo
y en que tales figuras se iban viendo
Que á los sabinos los dejaban bobos.
Vestidos iban dos de inglesas viejas:
De papalina la una, otra de moño;
Otro representaba un congresista
y llevaba una máscara de loro.
De general moderno colombiano
Se quiso disfrazar Aula Sempronio,
y á fin de ser por tal reconocido,
Lo que hizo fué vestirse como todos.
Cierto pepito se vistiÓ de gente,
y no hubo en el concurso un solo pr~jimo
Que, mirándole bien, podido hubiera
Quién era süspœhar, ni por asomo.
Un hombre rico se vistió de rico:
No se le pudo conocer tampoco;
Ni tí Ull mozalbete eleganton y pobre
Que se vistió de manta del Socorro.
En suma, hubo de todo ~n el encierro;
Españoles antiguos, druiùas, moros,
Indios jauleros, viejos jorobados,
y calentanos con carate v coto.
Extraña variedaù! 86'10 una cosa
Era en todos igual, comun á todos:
Cada uno se mostraba persuadido
De que el concurso le miraba á él solo.
Los sabinos estaban boquiabiertos
Mirando los encierros, cuando al coso
Metieron un novillo colorado,
Cansado de correr y hacer destrozos.
En ese punto, al dar con la corneta
El toque de "que saquen otro toro,"
Los disfrazados las barreras salvan
E invaden los tablados y los toldos.
De aquella evolucion, los convidados,
Que debian de ser algo bolonios,
AU11aguardaban, carc~jada en ristre,
Un desenlace de los más graciosos,
- UI-

Cuando oyen con terror que los romanos


Les dicen, ya sin máscara y en tono
De aquí nadie nos tose: Il Caballeros.
Las sabinas se quedan con nosotros."
Kinguna pluma humana pintar puede
Cuál fué de los sabinos el asombro
Al contemplar aquella tropelía,
Ni cuál la confusion, cuál el trastorno.
Mas pasa el estr: por, y de los pechos
De pronto se apodcra el ciego enojo;
Los sabinos defienden S:lS mujeres
y se arma un zipizape del demonio.
Lucharon, pero en "ano. Entre arreboles
De 6palo, y nácar, y topario y oro,
.El esplendente sol su dis<;o hunc1ia
En los abismos dellqjano Ponto,
y á esa hora, de Sabinia en el camino,
Yer hubiera podido algun curioso,
A la luz del crepúsculo indecisa
Los sabinos pasar unos tras otres.
Sus bestias arreando, que llevaban
Sillones y galápagos tansolo,
y haciendo los estribos r los frenos,
Al trotar de las bestias, rllmor sordo.
Si pareció pesada á las sabinas
La chanza de las fiestas y del robo,
O ántes bien, divertida y de buen gusto,
No h8 podido indagar. Que poco il poco
El tiempo volador las consolase
Me parece seguro: ello es notorio
Que de llna suertc ó de otra, con su suerte
Al fin se conformaron. Testimonio
Dan de su descendcncia Jas historias,
y viven en Colombia entre nosotros
Bassani y Menegusi, qne se precian
De hallar su orígen en tau noble tronco.
IX.-COPLAS HECHAS EN UBAQUE.

N a hay como el pueblo de Uba- Con Jas muchachas bonitas


Para esto de los amores : [que Que viven aquí en Ubaque
Las niñas se ponen tiernas y las que vienen n.e fuera
y los hombres querendones. Se pone uno que ni sabe .


Tu blanco es de la azucena, A unos gusta Rio Negro
Tu carmin es de las rosas, A otros gusta Rio Blanco:
Tu garbo es de las princesas, Como junto áambos te he visto,
Tus gracias son de ti saja. A mí me gustan entrambos.

Te dió la tierra caliente En el alto de Cruz-verde


El garbo y los ojos negros; Se alcanza á ver Bogotá,
Te dió cajal' la sabana, y se acaba de subir
y hermosura te dió el cieJo. y se comienza á penar.

Debajo de unos naranjos Quien no pasa de Cruz-verde


Escuché tus iuram,~ntŒ , No conoce á Santafé:
Como el 010; de 8,~~-fl¿~~s El que no ha estado en Ubaque
Se los llevaron los vientos. No sabe la que es querer.

Si paso un mes en Ubaque Yo perezco por dos cosas:


y me vuelvo á Bogotá, Por Ubaque y por mi bien:
Los once meses que siguen Por ver mi bien en Ubaql1c
Se me van en suspirar. Cómo no perec~ré !

Sentado á las orillas Cuando uno llega á Cruz-verde:J


Del claro Ubaque, Camino de Bogotá,
Miro huir sus espumas La bolsa dice: adelante!
COll mis pesares. Pero el alma dice: atras!

Dichoso aquel que no ha visto


Otro rio que el de Ubaque,
y más si tieue memorias
De que gozar en sus márgenes.
OPUSCULOS EN PROSA.
SEccrON PRlMERA.

l.-MEMORIAS DEL JUDIO ERRANTE.


De esta interesante obrita, que se escribirá en el siglo último,
y que se publicará en un tomo en 18°, edicion de lujo, tomamos
desde ahora á buena cuenta el siguiente fragmento.
"Re acompañado en su paso por la tierra á todas las genera-
ciones qtJ.e en ella se han sucedido, desde los tiempos de Tiberio
hasta este siglo, y la misma corriente que las ha arrastrado á ellas
me ha arrastrado á mí. Para no permanecer en la tierra como ex-
tranjero, he hablado todas las lenguas, seguido todas las costum-
bres y vestido todos los trajes; he participado de todas las ideas y
de todas las preocupaciones propias de cada siglo, he abrazado
todos los sistemas dominantes en cada época, y he tenido todos los
gustos é inclinaciones peculiares á cada nuevageneracion. En la
edad média logré distinguirme por la caballeroso de mis senti-
mientos, y fuí un si es DO es petulante y espadachin. En el siglo
XVI me di á las controversias teológicas, y luego fuí con espa-
ñoles y portugueses á hacer largos viajes por la América: durante
estas expediciones, yo me reia muy á mi sabor de las dudas que
abri~aban los europeos sobre la existencia y situacion de las re-
giones á donde nos encaminábamos, y de la cxLmñeza que les cau-
saba todo la que iban viendo: cuando Colon hizo su primer viaje
ya yo habia visto más de cuatro veces á los Incas adorando al sol;
habia asistido á los banquetes de los caribes, y aUn me habia visto
precisado á aceptarles una que otra presecita de prisionero de
guerra; pero yo no podia descubrir mi secreto.
" En el siglo XVIII residí algun tiempo en Francia: buenas
tentaciones sentí entónces de hacerme incrédulo, siguiendo la
moda de la época; pero ciertas casillas que tenia y que tengo aún
muy presentes no me permitian hacerla. Rice sin embargo la que
algunos mentecatos (porqué cuando ha estado de moda ser mente-
cato tambien la he eido): me manifesté despreocupado, sin poder
dejar de ser en mi interior verdadero creyente.
•, Al irse acercando el siglo XIX me di á discurrir, como
discurrian entónces todos los hombres, que 103únicos enemigos
de la humanidad eran el tiempo y la distancia; que é3toseran los
únicos obstáculos que se oponian á la felicidad humana, y que, si
se consiguiera suprimirlos, la humanidad llegaria á su completo
desarrollo y nada quedaria ya que desear..
u No habian pasado muchos años, cuando vi ya gran parte de
la tierra cubierta con una especie de red metálica compuesta de rie-
les y de alambres eléctricos. Los hombres y las mercancías se tras-
ladaban de muchísimos puntos á muchísimos otrus con una cele.
ridad nunca imaginada. El Atlántico y el Pacífico empezaron á
ser atravesados en el mismo tiempo que lintes se solia emplear en
atravesar una miserable laguna. La palabra humana arrebató sus
alas al rayo; y, merced al telégrafo y á los adelantamientos de la
imprenta, las ideas se comunicaban de region á region y de hemis-
ferio á hemisferio con la misma facilidad y rapidez con que ántes
se comunicaban en uaa conversacion de dos personas. La mecá-
nica, ocupando las inteligencias, dejó ociosas las manos y convirtió
las fábricas. en palacios de hadas, de los que brotaban en copia
maravillosa los portentos de la industria y todos los artefhctos ne-
cesarios para la conservacion de la vida y el regalo de los sentidos.
"En una palabra, vi realizado todo la que algunos años ántes
habíamos considerado como el ápice de la civilizacion y como la
snprema felicidad.
" Hácia el siglo XXII, los descubrimientos del siglo XIX y
sus vent~as sc habían hecho conocer y sentir á los hombres de
todas castas y colores en las cinco partes de la tierra.
"Pero j COS:1 que me pasmaba! la inquietud de los espíritus,
las ansiosas aspii'aciones háciu I1n más allá quo los hombres creian
vislumbrar confusamêüte y que denominaban con palabras huecas,
l~ios de calmarse, iba sieml)re subiendo de punto. En el siglo
XXII los hombres no estaban más satisfechos con las victorias
alcanzadas sobre la naturaleza, que en el siglo XIX con las que
hasta ent6nces habian consllguido. Su estado actual no era sino un
nuevo punto desde donde dirigian sus ávidas miradas CI otro punto
tan distante de ¡;]Jos como aquél en que habiau fijado la vista en
las épocas de mayor atraso.
"Llegó el siglo X::'Cv' y este siglo se rió, con una risita muy
impertinente, de la petulancia con quc su predecesor el XIX se
habia expedido á sí mismo su decreto de honores dándose el tí-
tulo de 'siglo de las luces.' Ah! si el siglo XIX hubiera visto
aquella risita, le habrian elado ganas de despedazar COll las uñas
ft su cofrade.
"Bn el siglo XXV habia desaparecido ya la l'cd metálica:
los rieles, los alambres, las máquinas de vapor habian cedido el
puesto á otros medios de ]ocomocion y de comunieacion mucho
más expeditivos y perfectos. Océanos y cordilleras, bosques y pan-
tanos, todo d~jaba libre paso al hombre, que parecia haber triun-
fado definitivamente de su viejo enemigo, el espacio, y sometido á
Sil querer torla la naturaleza.
"De todos los puntos del globo partian 1\ cada segundo in-
mensos trenes ]l:lm iodos los otros puntos. Cada uno de los nue-
vos wagones era un suntuoso palacio en que la imaginacion del
más refinado sibarita nada podría echar ménos.
(¡ Cada uno de los puntos que tocaba cada tren eca CallO nu
oentro de donde podia partir el pensamiento del viajero en todas
direcciones, para ir á comunicarse con el pensamiento de quien él
quisiera.
"Un periódico, el único periódico de aqnel tiempo, pasaba simul-
táneamente y á todas horas por delante de los ojos de todos los afi-
cionados á la lectura y á las noticias. Este peri6dico era una tira
de papel qne tenia principio, pero que no tenia .fin: la cabeza
habia }Jartido hacia muchos años de la oficina central; pero en ésta
se le seguia añadiendo siempre. A esta oficina llegaban sin inter-
mision é instantáneamente las noticias de todos los lugares del
mundo y los manuscritos de los colaboradores: los colaboradores
€ran ..... todos los hombreE.
"El afioiollitdo á las bellas artes (y la eran todos) no tenia q ne
af.'lnarse por visitar los museos ni los monumentos afamados. En
el puño del bastan, en el anillo, en los botone,.; dc la camisa, en el
limpiadientes, se hallaban reproducidas microscópicamentc todas
las maravillas de las artes; pero con tal perfeccion, que ver el
Lonvre en el Louvre y verlo en la cabecita de un lapicero, todo
,era uno. Todos, los pormcnores de cada cnadro podian examinarse
como si el cuadro sc estuyiem tocando con los cledos.
"Las fincas raices (á la ménos lus urbuns.s) se habían abolido.
¿ Para qué habian de qnerer los homhres casas ni ciudades si, via-
janùo, podian vivir todos con todos y gozar en cada ínstante de todo?
" Los hombres de medianas facultades comían y se vestian
como en el siglo XIX habían comido y se habian vl.J&Liùo los ban
queros y los príncipes; y, la que vale mucho más, comían así y
así se vestian sin que les costase dincro. Los artefactos de todo
linaje habian llegado, mediante los progresos de la mecánica, á
producirse casi espontáneamente y cn todas partes.
"Los procedimientos para enseñar y aprender lus ciencias y las
artcs, habian llegado á simplificarsc hasta tal punto, que nadie
habia menester ocurrir á la. ciencia de otro. Si nna señora caía
desmayada, en el gala n qne la estaba obsequiando, ó en el eriado
que le estaha sirviendo, ó en la doncella que la estaba peinando,
tenia un facultativo más hábil que todos los que habian brillado
en la :f:'1cn1taùde Paris. Cada cnal podia preguntarle á su vecino,
cualquiera que fuese: '¿ Cuántos eclipses tendremos en el año en-
trante ?'~ como ántes podia preguntarse: '¿ Qué hora tiene usted?'

" .A. tan alto punto habia llegado la civilizacion, y j cosa que
me anonadaba de asombro! los hombres tenian siempre delante de
los ojos el mas allá que los había atormentado en el siglo xv, yen el
siglo XVI, y en el siglo XVIII, y en el siglo XIX, yen el siglo XXII !
"No hacia n más caso de la que yaposeian que el que habían
hecho los hombres de cualquier otro. siglo, de sus adelantos, y de
3US conquistas y de sus descubrimieritós. El hombre del siglo XXV
no apreciaba más las inmensas comodidades de que estaba rodeado
que el hombre del siglo 1la ventaja de poder respirar. Los pro-
yectos para lo futuro, las aspiraciones á lo desconocido y á lo no
poseido, las teorías para m¡¡jomr la c011.dicionde la humanidad
eran más abundantes que nunca. Cada sér humano sentia en su
interior el vacío: la fuente de los deseos no se habia cegado.
"Y la humanidad, conjunto ùe todos esos seres humanos que
vivian agitados por insaciables deseos,no era feliz, no habia hallado
su centro.
" En el largo curso de mi cansada vida he estudiado todos los
sistemas filosóficos y todas las teorías sociales; he estudiado al
hombre como nadie ha podido ni podrá estudiarle nunca; mas el
ingente caudal de mis conocimientos me es inútil cuando trato de
explicarme aquel estupendo fenómeno.
"Pero jamas he meditado sobre él sin que se presente á mi
espíritu una palabra que oí nna vez á Jesus de Nazareth: BUSCAD
ANTETODASCOSASEL REINODE DIOSY sU JUSTICIA,Y TODOLO
DEMASSE OSDARÁCOMO PORA:ÑADIDURA."
................
- .

n.-UN PADRE RETRÓGRADO Y UN HIJO PROGRESISTA.

-Ello es que, en tiempo del rey, el descomulgado carnicero no


hubiera podido sacar á la plaza la maldita carne mortecina con que
me ha envenenado. Por más que' digas, el establecimiento de la
carnicería .
-Las restricciones son odiosas, papá; el iuteres particular bas-
ta para que cada consumidor escoja con acierto los víveres que ha
menester. Cada Ulla se entiende y baila solo.
~Sí, como en el caso presente. Y qué dirás de aquella liber-
tad que se da á cada cual para hacer uso de las pesas y medidas
que se le antoje?
-El que vende sus productos sabe que su crédito ha de men-
guar en la misma proporcion que sus medidas y sus pesas: su pro-
pio interes le guia mejor que todas las leyes restrictivas. El com-
prador por su parte se guardará bien de ocurrir á un vendedor que
le engañe. Ninguno es bobo para su negocio.
-Tonterías I ¿ Y quién babía visto nunca que cada quisque
tuviera fàcultad de expedirse á sí mismo título de abogado, de
médico, 6 de maestro albañil, para salir por esos mundos á matar,
á hacer perder pleitos y á desperdiciar adobes? Sin la universidad
y sin los gremios .
-Déjese usted de eso, papá: el público no ocupa sino á los qne
son aptos y condena á la oscuridad y á la indigencia á los ineptos;
porque .... no hay duda: el interes particular ilustra y gobierna
sábiamente á cada Uno. Cada uno sabe donde le aprieta el zapato'.
-y tampoco querrás convenir en que las tales elecciones no son
sino pura farándula, en que cada ciudadano es víctima ó juguete
de los amaños de los intrigantes?
-y qué engañado que vive usted, papá! El pueblo, cuando se
trata de sus derechos y sobre todo de sus intereses, se despabila los
ojos. Él sabe distinguir á sus amigos de sus enemigos, y como
casi siempre la cuestion es de bolsillo, no se deja meter gato por
liebre. Ya pasó el tiempo de los bobos.
-Cabalito. Y supongo que tambien serás adicto á lo de la
libre acuñacion de monedas.
-Cómo no? Esa es una industria como cualquiera otra, y á la
industria no hay que ponerle trabas.
-Pues poquita moneda falsa circularia en gracia de Dios .
-Qué está V. diciendo? Cada productor se sentiria estimulado
por la competencia á acuñar excelente moneda, y en todo caso los
que han de recibirla .... vaya, cómo han de ser tan mentecatos
que ..... No hay duda: el interes particular resuelve todos los pro-
blemas. El pueblo no es un pupilo, ni el gobierno debe declararse
curador suyo. Más sabe el loco en su casa .
-Dale con el interes particular y con los refranes! Y dime:
¿ Tú alabarás igualmente las providencias que se han dictado para
someter al clero á una sl~ecion que, impuesta á otra corporacion
parecería monstruosa á los ruislllos qüe se la han impuesto? ¿ N o
es verdad ?
-Toma! Pues no he de alabarlas? El gobierno debe intervenir
á fin de libertar al pueblo de la influencia del clero, porque ella es
incompatible con la libertad y por de contado con la felicidad del
pueblo. El clero, disponiendo del púlpito y del confesonario, em-
bauca, seduce, domina las multitudes; dispone de los sufragios 1....
-Oiga! Y el interes particular? ¿ Conque el pueblo no nece-
sita otra guia ni otra luz que el propio interes cuando se trata de
la eleccion de víveres, de abogados, de médicos y de menestrales,
ni cuando se trata de pesas, medidas, monedas y elecciones, y sí
ha menester que el gobierno le ilustre y le guie en la concerniente
al ejercicio de su culto? Aquí te devuelvo yo toda tu letanía de
refranes.
O hay que dejar esto del ascendiepte del clero encomendado al
interes particular como todo la demas, ó si en este punto se ha de
declarar el gobierno ayo y enrador del pueblo, la lógica pide el
restablecimiento de los gremios, de la carnicería, de las leyes sun-
tuadas, de la queda, de .
-Oh! no, papá. Es que es que; pero "Las once dan, yo
me duermo: quédese para manana."
lII.-UNAPROFESION DE FE.

(Fragmento de un diálogo.)

-Con que es decir que usted no hace caso de las excomuniones?


-Qué excomuniones, ni qué calabazas! Las excomuniones son '
una arma embotada, y ya pasó el tiempo en que los Papas podian
asustar á la gente con ese espantajo.
-De manera que usted niega á la Iglesia dos derechos que no
le negaria á ninguna otra s0ciedad : el de excluir aquellos miem-
bros que no le convenga conservar en su seno, y el de imponer
penas á los que no se sujetan á sus leyes.
- Qué penas ni qué pan caliente! La Iglesia es una cosa ente-
ramente espiritual.
-Pues precisamente por eso impone penas puramente espiri-
tuales. Está usted pensando que una excomunion levanta ampo-
lla ó que un entredicho deja verdugones? Los católicos estamos
persuadidos de qne la Iglesia tiene poder para .
-Es que yo soy catóEco, y tan católico como el que más.
-Pues bien, eutónces admirará usted la infalibilidad del Papa,
{j iL lo lIiénos la de la Iglesia ..
-Hombre, esa es otra cosa que jamas podrán meterme en la
cabeza. ¿ Cómo voy á tener por infàlibles á hombres tan hombres
como yo, y que como tales, están sujetos á error?
-Pues los católicos creemos que no se puede .
-Pero, hombre, si le digo que soy católico.
-y yo le digo á usted que si va á confesarse y el padre le hue-
le su catolicismo, si sabe su obligacion, no se dará mucha priesa á
absolverlo.
-y usted está pensando que yo me confiesocomo los beatos?
Eso no. ¿ Cómo voy á decide mis faltas fi otro hombre que es
tambien capaz de cometerlas? Fuera de que si las he cometido,
c}llienme ha de perdonar es Dios, y no un hombre que vale tanto
como·yo.
-Pues, señor; sin el Sacramento de la Penitencia .
-Penitencia dice usted? Esa es otra invencion de los frailes
que no puede aprobar ningun hombre sensato. Dios es bueno y
no puede exigirnos que nos privemos voluntariamente de los do-
nes que nos ha concedido, ni que atormentemos nuestro cuerpo.
Bien decia no sé quién, hablando del ayuno, que el cielo no es
plaza fuerte para que haya de tomarse por hambre. Le repito á
usted que yo soy católico, pero á mí no me gustan esas cosas.
-Es decir que usted piensa que para poderse llamar católico
basta creer en el misterio de la Santísima Trinidad, en el de la
Encarnacion, en el de .
-.Ah! esas BOncasas de que yo no me ocupo. Que los teólogos
- 00 - ..

pierdan allá el tiempo discurriendo y disputando sobre esas sutile-


zas; yo no estoy sino por lo positivo.
-¿ y cree usted que para un hombre puede haber cosa más
positiva que el conocimiento de Dios, el de sus deberes como cris-
tiano ? .....
- Mis deberes como cristiano ? Yo los conozco. La caridad .....•
y y y y .•....... y ••....
-El de oir misa .....•
-Hum! La misa es una ceremonia que Hum .••.....•.
-Pero, vamos, ¿ por fin cuál es la religion que usted profesa?
-¿Cuántas veces quiere usted que se la diga? Pues la católica,
apostólica, romana.
-Mire usted, señor: usted y todos los que se le asemejan de-
berian ser ntás francos. Usteùes se hau empeñado en llamar cato-
licismo su sistema, 6 por mejor decir, su negacion de todo sistema ..
¿ Qué adelantan ustedes con eso? ¿ A quién creen engañar robán-
donos nuestro nombre á los católicos? ¿ Porqué no prefieren
llamarse anabaptistas, ó presbiterianos, 6 hugonotes, ya que para
ustedes todo es la mismo? Miren que se van á experimentar en
Colombia los mismos embarazos que se experimentan en una casa
cuando á dos de los muchachos se les pone Antonio, 6 Juan, 6
Francisco. Y aun no es tan malo que haya dos Franciscos, por-
que con llamar al uno Francisco y al otro Pacha, todo queda
remediado. Pretenden ustedes ser tenidos por católicos, y llaman
el Cristo á Nuestro Señor Jesucristo, y Ouria Romana al Sumo
Pontífice; y niegan las verdades que sirven de fundamento á la
Religion Católica, ó á la ménos las ignoran y afectan menospre-
ciarlas; y dejan pasar las 24 horas del dia, y los 7 dias de la sema-
na, y las 52 semanas del año sin ejecutar acto alguno de los que
obligan á todo católico. Conque no hay más sino que ustedes nos
dejen á los católicos el nombre de que ya estábamos en posesion
cuando ustedes vinieron, y busquen otro tan retumbante, tan alto,
sonoro y significativo como se les dé la gana; y se conseguirá la
ventaj~ depodernos distinguir los uuos de los otros por los nom-
bres como nos distinguimos por las obras.

IV.-NOTICIAS EXTRANJERAS.

En un número del Timê8 de fecha atrasadísima, hemos hallado


el siguiente artículo, que por contener una noticia curiosa, nos ha
parecido digno de ser traducido é insertado en " El Mosaico."
Ii La ciudad de N aidjab es, entre todas las que pertenecen á las po-

sesiones inglesas de la India, la más retirada de las costas. El nom-


5
bre que dan á esta poblaeion los naturales significa Perla de la In-
dia, y la ciudad la merece muy bien. Su clima, comparado con el de
las costas, es benigno, delicioso y sano; el suelo de sus alrededores
es fértil por todo extremo y está en parte cubierto de bosques de na-
ranjos y de otros árboles que producen las fr'lltas más sabrosas; dos
rios, rumoroso el uno, manso y: silencioso el otro, pero a~bQs cris-
talinos, bailan los costados de la ciudad y van áconfluir á corta dis-
tancia de ella. Lo,; habitantes son pacíficos, hospitalarios y laborio-
sos. Los edificios, nuevos en su mayor parte, reunen la fantástico y
peregrino de la arquitectura oriental á la comodidad y elegancia de
las habitaciones europeas .
. Los autores de geografías y de mapas olvidan á menudo el nom-
bre de Naidjab por la poca 6 ninguna importancia de su comercio;
pero los europeos que, despues de haber enriquecido en otras de las
ciudades de la India, bien hallados con el clima y con las costumbres
del Asia, determinan no vol ver á su patria y gozar de sus rentas,
así como de una vida muelle y regalada, en el pais en que han hecho
su fortuna, van por la comuo á establecerse en aquella encantadora
ciudad, que es ya la paLria de más de trescientas familias inglesas.
Los habitantes de Naidjab se han distinguido en todo tiempo
por su religiosidad y extremada aficion á las ceremonias de su
culto, en el que gustan de desplegar una pompa casi del todo
desconocida en el resto de las posesiones inglesas. Casi no pasa
semana sin que sa celebre alguna funcion religiosa de grande
aparato, y es cosa comun que á muchas de ellas concurran cn gran
número habitantes de las poblaciones comarcanas. En las noches
que preceden á los di as de las solemnidades más pomposas, se tras-
forman las plazas en bosques, los que son iluminados de una manera
tan maravillosa como fantástica, y recorridos durante muchas
horas por numerosos coros de doncellas y de niños que, acompaña-
dos por una orquesta sencilla y melodiosa, entonan himnos en loor
de la divinidad cuya fiesta va á celebrarse al dia siguiente.
Cuando éste amanece, se nota en las calles grande animacion, yes
muy de ver la vário, pintoresco y áun á veces la rumboso de los
trajes, así en los hombres como en las mujeres. La música, el canto,
las danzas, la recitacion de largas poesías religiosas cn que brilla
toda la gala, lozanía y abnndanGÍa de imágenes propia de la poesía
oriental, y una especie de representaciones teatrales en que se
explican al pueblo de una manera ingeniosa y, por decirlo así,
palpable, los misterios y doctrinas de la religion del pais, son los
elementos de que se componen aquellas fiestas. Tienen lugar tam-
bien algunas procesiones en que, al compas de ruidosísima música
y de cantos que el pueblo entona á coros, se pasean por la ciudad y
sus alrededores algunos elefantes y bueyes engalanados del modo
más brillante y costoso, y muchas estatuas y pinturas alegóricas
- 0' -
que, de la misma suerte que todo la que se canta en estas solemni-
dades, contribuyen á instruir al pueblo en los principios é historia
de su religion ..
Varias de estas fiestas son seguidas de peregrinaciones á sitios de-
terminados, en que la multitud reunida se entrega á sus recreos
favoritos.
Todos ebtos actos de religion eran al principio para los
ingleses establecidos en Naidjab un curioso espectáculo, y asistian ~
ellos con sumo agrado; pero al cabo, ya porque no comprendian la
significacion de las prácticas y ceremonias que tan á menudo presen-
ciaban, ya porque ellas interrumpian el sosiego que habian me-
nester para gozar á su sabor del esplin que nunca deja de acomeÜ;r
á los ingleses ricos y desocupados, se hicieron enemigos de las festi-
"idaùes indígenas y les declami'Ollla guerra. La legis]acioll inglesa,
tolerante en ]0 que mira al fjercicio de la religion en las coloni3~',
no les permitia declararse abiertamente en contra del culto público;
pero ocurrieron al medio que primero se les viene á las mientes (¡,
los s{¡bditos de S. M. B. siempre que se trata de conseguir un fin
para el que los medios ordinarios son ineficaces: creáronse socieda-
des contra las fiestas, y como los miembros que las componian eran
acaudalados é influentes, lograron por varios arbitrios poner tantas
cortapisas al ejercicio del culto exterior, que las fiestas y procesio-
nes fueron haciéndose cada vez más raras, hasta que al cabo queda-
ron de todo punto abolidas, sin que hasta el presente se hayan
restablecido.
Ya desde úntcs que esto sucediera habian introducido los ingleses
en Naidjab muchos de los espectáculos y diversione¡:¡ que forman las
delicias de los habitantes de Lóndres. El Jüekey Club tenia su su-
cursal en N aidjab. Habíanse edificado dos teatros, y no era raro ver
trabajar en ellos algunos artistas europeos de mérito sobresaliente.
A;un se asegura que Miss Ana \Valsh, la afa mada cantarina que tan
aplaudida fué no há muchos alíos en los teatros dI;) la Gran BretaÜa
y en los de los Estados Unidos, cantó po", uml temporada en el terl-
ua lírico de N aidjab,
Con esto y con la supresion de las :fiestas indígenas, ban estado
hasta ahora há poco tiempo los habitantes ang]o-indios que no
caben en sí de satisfaccion; pero el pobre pueblo, que no acierta á
tornades el gusto á las carreras de caballos, ni plledemezclarse en
las apuestas por falta de glli¡;¡eas, ni asistir á los teatros, tanto por
no caber en su recinto como por no ofrecérsele en ellos espectáculos
gratúitos y por no entender ni una jota de Shakespeare ni una
migaja de Rossini, se consume de tedio, busca en la embriaguez el
solaz y desahogo que ántes le procuraban los espectáculos religio-
sos y reniega de los ingleses, que da grima.
Algunos de éstos van comprendiendo la grave del mal que se hi-
zO á los habitantes de Naidjab, privándolos de sus espectáculos re-
ligiosos favoritos, y ahora acaba de darse á luz un opúsculo de MI'.
Gerardo Wakefield, en que, conargumentos irrefragables y con lu-
cidez y buen sentido dignos de todo elogio, demuestra que, pres-
cindiendo de lo que por sí mismas puedan ser ó significar las cere-
monias y prácticas religiosas de los indígenas, han debido respetar;.
se y deben restablecerse, aunque no se las considere sino como me-
ros espectáculos públicos y gratúitos, como diversiones populares
que, al cabo, nada encierran contrario á la moral ó al decoro y que
satisfacen la necesidad de esparcirse, de congregarse y de exci t al' la
imaginacion, que siempre y en todas partes experimenta el pueblo.
Esseñaladamente digno de atencion en el opúsculo, el capítulo en que
se pinta la deplorable situacion de un pueblo á quien se priva de
sus reQl'eacionestradicionales y favoritas, sobre todo cuando nada
se le da en cambio de ellas. Donosan:¡ente se burla MI'. Wakefield
de sus compatriotas, que pretenden ofrecer á la muchedumbre in-
dígena la ópera y las carreras de caballos como indcmnizacion
de lo que le han quitado."

V.-UNA HISTORIA QU~j VA. OLVIDANDOSE.

El 29 de julio 182... entró en una de las casas más hermosas


y elegantes que habia á la sazon en Bogotá" doña María B., señora
Tecomendable por su picdse} y por muchas otras prendas que la
adornaban, á visitar á la señora Doña Manuela Zorrilla.
-Muy á tiempo vienes, María, le dijo la señora de la casa
sin darle tiempo de saludar y corriendo á abrazarla; muy á tiem-
po vienes, porque hoy son los dias de Pedro, y yo deseo que esta
noche se reunan eu casa todas mis amigas.
-Ya estaba en ello, Man ueIa ; bien me acordaba de que hoy son
los dias de tu marido, y por eso escogí esta tarde para venir á ver-
te; pero, á lo que veo, aquí se están haciendo preparativos para un
baile, y yo .... "
-Iba á decírtelo, y tambien iba á decirte que has de ayudar-
me á escoger de entre mis trajes el que deba ponerme: cuando
tú llegaste estaba cabalmente pensando qué aderezo elegiria; el de
brillantes es, como tú sabes, el más costoso, pero te aseguro que
yo la miro como podria mirar una talega de pesos viejos : no
veo en él más que un caudal; el de esmeraldas es el que más le
gusta á Pedro, pero me lo he puesto tantas veces ; el de
rubíes es el que más quiero por ser con el que me casé, y si á ti
te parece .
- uv -

-Pues bien, Manuela, veremos ahora tus trajes y tus joyas, y


te daré mi parecer, ya que quieres conformarte con mi gusto.
Doña Manuela principió por mostrar á su amiga la sala prin-
cipal de la casa, que acababa de disponer para la reunion de esa
noche; los piés se hundian al anJar por ella, entre una rica alfom-
bra, la más cara y vistosa que hasta entónces se habia traido á
Bogotá; las paredes se veian cubiertas de espejos y de' grandes
láminas, conforme al gusto de la época; las mesas estaban adorna-
das con jarrones de porcelana llenos de flores, y con magníficos
candelabros de bronce €il que se habian puesto ya bujías de es-
perma de ballena; la luz que entraba por las ventanas se templaba
por medio de cortinas de exquisito damasco, y del cielo raso col-
gaban grandes arañas de cristal. Doña María, que ya habia tenido
ocasion de admirar la mayor parte de estos primores, se recreaba
de nuevo contemplándolos, sin que esto arguyese en ella rusticidad
ni crianza plebeya, pues á la verdad. en esa época era cuando em-
pezaban á conocerse entre nosotros los muebles elegantes de gusto
moderno. Visitaron en seguida el comedor, en el que se veia una
gran mesa dispuesta para el ambigú, y recorrieron luégo otras
de las principales piezas de la caea, que estaban decoradas con no
menor lujo y profusion que la sala.
Pero faltaba todavía practicar aquel exámen de trajes y joyas,
en que habia de ponerse á prueba el gusto de doña María, y cuyo
resultado habia de ser la eleccion de las prendas y atavíos que
en esa noche debian dar realce á la gentil disposicion y á las
otras dotes personales que todos admiraban en la señ,orade la casa.
Encerrada ésta en su retrete con su amiga, desplegÓen su presen-
cia la deslumbradora y variada multitud de vestidos, cubriendo
el pavimento de terciopelo, de raso, de tornasol y de ricos encajes,
y abrió en seguida cuatro 6 cinco estuches que contenian aderezos
de valor inestimable y de fabulosa magnificencia. Una buena
pieza estuvo doña María llevando sus ojos deslumbrados de ma-
ravilla en maravilla; mas al cabo dió seilales de quedar sumida
en una profunda y séria meditacion, sin que las repetidas pregun-
tas que su amiga le dirigia, ni sus instancias á fin de que explicase
su parecer sobre los objetos que á la vista tenia, fuesen parte á
sacarla de su distraccion. Pero al cabo, volviendo en sí y enca-
rándose con su amiga, "l\fanuela, le dijo) he estado reflexionando
sobre tu suerte: ¿ has pensado tú alguna vez que no puede haber
dos glorias ?"
Doña Manuela permanece por algunos instantes como aniqui-
lada por las palabras que acaba de air, y luégo, sin notar que
va pisando las preciosas telas que se hallan extendidas sobre
la alfombra, corre á un aposento contiguo, en el que sobre
una mesa se descubre un hermoso crucifijo de marfil q~~eallí
guardaba la opulenta dama, no sabemos si por ostentacÎon 6 por
devocion, y postrándose delante de la santa imágen, dirige al Re-
dentor una fervorosa deprecacion, rogándole que, si las riq¡¡ezas de
que se ve rodeada, y la robusta salud de que goza, y el amor de un
esposo que cifra toda su dicha en complacerla han de ser parte á
privarla de la salud eterna, la despoje, y n.e un golpe, si tal es su di-
vino beneplácito, de todos los bienes y comodidades ~ que disfrnta.
Doña Manuela asistió esa noche, aunque á pesar suyo y sólo
por exigirlo así la cortesía, á la funcion que habia preparado. Ya
el Señor habia escuchado RU oracion y ya habia empezado á des-
envolverse en ella la cruel enfermedad quela dej6 pobre en medio
de su opulencia, y como viuda y sola alIado de su esposo y de
dos tiernos hijos. A pocos dias no habia vida en aquella señora
silla para padecer: violentas y continuas convulsiones agitaban
cruelmente todos sus miembros y, pri vándala de todo reposo y del
alivio de descansar en su cama, la precisaban á pasearse incesante
y fatigosamente por su aposento; la lengua impelida hácia fuera
1)01' uoa fuerza irresistible, cesó de desempeJ1ar sns funciones, y
sólo á costa de grandes esfucrzos se podia impedir que con la con-
vulsion que a¡ritaba las mandíbulas se la despedazase con los dien-
tcs; cI mortaC desasosiego, los dolores Yeh~mentes y el trastorno
completo de todas las funciones orgánicas absorbieron toda su sen-
sibilidad, agotaron en ella todas las fuentes de placer y de consue-
lo humano y la hicieron incapaz de gozar del amor de su esposo y
de las caricias de sus hijos. En una palabra, la cruel dolencia que
la afligió, dolencia sin nombre, dolencia que se burló de todos los
esfuerzos de là medicina, mostró bien por la extraÏieza de sus sín-
tomas ser una tribulaeion extraordinaria cnviada por Dios con
miras muy especiales á una alma escogida y predestinada, cuyo
~acrificio habia sido acepto á sus ojos.
El esposo de doña Manuela conservó aún su hacienda por mu-
chos años; pero ella pasó los de la dura prueba á que se vió so-
metida cubierta con un saco de tela burda, único vestido que solia
resistir sin hacerse pedazos á los violentos sacudimientos y á los
esfuerzos convulsivos con que, mostrando las apariencias de la
desesperacion, no obstante que su espíritu se hallaba en paz, pug-
naba por desgarrar la ropa q ne la cubría y áun sus propias carnes.
Hemos dicho que su espíritu se hallaba en paz: su conformidad
con la voluntad de Dios infundia en aquella alma una serenidad
tan apacible cuanto era grande la agitacion del cuerpo. El pensa-
miento de la muerte, para todos saludable,y consolador principal-
mente para los afligidos, la confortaba y le infundia casi sobrena-
tural aliento para soportar sus penas. Ella habia hecho prevenir
su mortaja y su féretro, y la vista de estos objetos renovaba el es-
fuerzo de Sll ánimo y alentaba su esperanza.
De las numerosas amigas que la rodeaban en tiempo de sn
prosperidad, pocas hubo que continuaran visitándola, y si êstas
pudieron seguir dándole muestras de su generosa amistad, no fué
sin tener que hacerse suma violencia para no abandonarla tambien;
pues no podian acompañarla algunos momentos sin separarse de
ella con el espíritu profundamente contristado.
Cuando la atribulada matrona descansó de su martirio, ó más
bien, cuando terminó 8U agonía de 14 años, los que la conocíamos
envidiamos su muerte. Si ella hubiera muerto en medio de la pr08-
peridad habríamos deseado tal vez ser sus herederos; pero nos
habríamos guardado bien de tenerle envidia.

VI.-UNA HISTORIA QUE DEBERIA ESCRIBIRSE.

TRABAJO DEDICADO AL SEÑOR DOCTOR JUA~ DE LA CRUZ VÁRGAS.

1.
El dia 28 de febrero de 1761, á puestas del sol, paraba un
coche junto á la -portería del Convento de franciscanos de Santafe
de Bogotá y descendia de él nn apuesto caballero español, con uni-
forme de Mariscal de campo y èondecorado con las insignias de
muchas órdenes militares. El coche tomó, ya de vacío, la vuelta
de la Plaza mayor, y la puerta se abrió, dejando ver la cUllluuidad
de franciscanos, que, formada en dos hileras, caladas las capuchas
y con cirios encendidos en las manos, aguardaba en actitud respe-
tuosa al personaje que del coche se habia apeado. Saludó éste con
una profunda vénia á los prelados de la Religion, y encaminándose
luégo procesionalmente háeia la iglesia, la comunidad condujo al
recien llegado á la capilla de Nuestra Señora, en doude, postrado
el caballero al pié del altar con devoto y humilde continente, se
dió principio á la ceremonia de darle el hábito, en la que presidia
y funcionaba el Padre Provincial, anciano y venerable sacerdote,
no sin dar muestras eu la turbado de sn voz y en las lágrimas
que lA asomaban á los ojos, de la tierna impresioll qne le causaba
aquella escena. Ni era menor la conmocion de 108 demas religio-
sos circunstantes, los que, sin duda alguna, no habian asistido en
su vida á un acto tan solemne y de tanta eficacia para con-
mover los corazones.
Fuése despojando sucesivamente el futuro franciscano de las
placas, cordones y demas insignias de las nobles órdenes militares
que llevaba al pecho, y luégo de las piezas de su brillante uni-
forme, todo la cual ofrecia con grande efusion de piadosos senti-
mientas á la Madre de Dios, para cuya imágen destinaba las rieas
preseas que iba deponiendo.
Terminada la ceremonia y cubierto ya de tosco sayal, besó el
novicio las manos de sus prelados, se postró de nuevo al pié del
altar, y allí le dejó la comunidad en fervorosa oracion.
II.
El mismo dia y á la.}llisma hora en que principió el acto que
queda referido, el Arzobispo de Santafé, don Francisco Javier de
Araos se paseaba á largos y agitados pasos en el balcon de su pa-
lacio, impaciente por dar salida á un gran secreto que no le cabia
en el pecho y de qne era único poseedor entre todos los habitantes
.-lela ciudad, si exceptuamos á los que dentro de las paredes de San
Francisco habitaban. Súbitamente se oyen alegres repiques en la
torre de aquel convento, yeutóncos el Arzobispo, como libre de un
gran peso,conmovido y fuera de sí, "Oh Dios, exclama, qué ejemplo
para los fieles de mi reba'ño! D. José Salis, ayer nuestro Virey, es
fi la hora presente humilde religioso."
Pocos eran los que podian air aquella exclamacion; sin embar-
go, la noticia corrió de boca en boca y circuló en breves instantes
por la ciudad entera, produciendo en todos sus moradores impon-
derable asombro, indecible emocion, que se explicaba por todas par-
tes en mal comprimidos sollozos y lágrimas ternísimas.
Junto con es~anoticia se dIvulgó, no se sabe cómo, la de que,
al dia siguiente, ayudaria el noble novicio la misa de cinco. El
1.0 de marzo, desde los primeros albores del dia, hormigueaba el
gentío en las calles inmediatas á San Francisco; y por muy dicho-
sos hubieron de tenerse los que, hallando cabida en el templo, pu-
dieron satisfacer sn piadosa curiosidad, viendo cubierto de sayal
al que hasta pocos dias ántes solian ver ostentosamente ataviado y
en el grado sumo del poder.
III.
¿ Quién era este hombre singular que dejaba casi un trono para
ir á pedir humildemente un lugar entre los pobres hijos de San
:Francisco de Asis?
Hé aquí las noticias que hemos recogido sobre su orígen, su
alta nobleza, distinciones con que fué honrado y méritos que
le adornaban.
Don José Salis Folch de Cardona, nació no sabemos en qué
lugar de España, en el año,de 1716. Fueron sus padres don José
Salis Gante, duque de Montellano y grallde de España de pri-
mera clase, y doña .Josefa Folch de Cardona Belvis, marquesa de
Castelnovo. Su familia pertenecia á la más antigua y distinguida
nobleza del reino, y por sus venas circulaba sangre de los reyes
de Casti11a.
Despues de haberse preparado con buenos estudios á la carrera
de las armas, recibió el 29 de abril de 1731 el grado de Capitan
en el regimiento de caballería de Farnesio, y sucesivamente el de
Coronel del mismo cuerpo en 1736, el de Brigadier de caballería
en 1741 Y el de Teniente de la Compañía flamenca de guardias de
corps en 1747.
Este nuevo destino, y segun la que á nosotros se nos alcanza, el
hallarse entroncado con la familia real, le acercaba mucho á la
persona del rey Fernando VI; Y se refiere que con este moti va, don
José, que era en su mocedad de genio travieso y bullicioso, se tome)
una vez la libertad de chancearse con el Soberano escondiéndole el
sombrero y el bastan en un dia de ceremonia; desacato ó exceso de
familiaridad por el cual determinó la Corte ctl~tigade) haciéndolc
pasar á Indias de Virey y Capitan general del Nuevo Reino de
Granada, como á un destierro decoroso. El estaba destinado para
más altos empleos, y solo Dios sabe si á aquella ligercza juvenil
debe nuestra tierra la prez de guardar las cenizas de varan t.an
insigne.
A los títulos de sus empleos y á los que habia heredado de sus
nobles antepasados unia don José Salis el de Comendador de
Ademuz y Castelfavi en la órden de Montesa, y cra caballero de
otras órdenes militares.
No hemos podido averiguar cuándo fué ascendido al grado de
Mariscal de campo de los reales ejércitos; pero hullamos que el
Marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, al comuni-
carIe el nombramiento de Virey y CapitangeneraldelNuevo Rei-
no y provincias de tierra firme, y Presidente de la real Audiencia
d(J Santafé, le da dicho tratamiento de Mariscal de campo.
Tenemos á la vista varias reales cédulas expedidas, lo mismo
que la del nombramiento mencionado, en abril de 1753, en que se
conceden al nuevo Virey amplias y extraordinarias fflcultades para
el gobierno de este pais, y en algunas de ellas se encomian su dis-
tinguido mérito, sus servicios, su capacidad y su conducta. En una
de las precitadas reales cédulas se dispone que en las audiencia"
de Panamá y Quito tenga el lugar preeminente y voto en materias
gubernativas.
Réstanos decir para dar idea de la elevada posicion que ocupa-
ha Solis en la Corte, que uno de sus hermanos era don Francisco
de Solis, Baron de Santa María de Aracena, Sumiller de Su Majes-
tad, Dean de la Catedral de Santa María de Málaga, y más tarde
Cardenal y ~hzobispo de Sevilla. Era tambien llermano suyo
don Alonso de Solis, que se vió elevado en cierta época á muy
distinguidos é importan tes empleos.
IV .
.
Entre todos los Varones esclarecidos que ilustraron nuestro
suelo en los siglos pasados, pocos han suministrado tan digno
asunto á la pluma del historiador, como don José Salis. Esto
hemos pensado siempre,; la cual y la veneraèion que á su me-
moria nos inspir6 la que de él nos contaron nuestros abuelos,
nos ha movido á hacer minuciosas y perseverantes indagaciones
para descubrir antiguos documentos y noticias acerca de su vida;
mas nuestra diligencia no ha logrado hallarlos sino escasos é in-
completos. La exigüidad de los datos que poseemos nos habria
desanimado de emprender la tarea en que por fin hemos puesto
mano, si no nos hubiese ocurrido la reflexion de que nuestro tra-
bajo, por más imperfecto y diminuto que resulte, salvará al cabo
de un total olvido el nombre del ínclito Virey, si bien no le dará
el lustre que á los de los varones esclarecidos suelen dar los buenos
hiógmfos y cronistas; miéntras que, si aguardamos á que escrito-
res más distinguidos, é indagadores más afortunados que nosotros
se encarguen de tnlsmitir á ]a p0steridad la noticia de sus hechos,
ponemos su memoria en peligro de correr la misma suerte que
la de tantos otros importantes sujetos cuyo nombre, ya apénas co-
nocido de esta gcueraeioIJ, será de todo punto ign~rado por nues-
tra posteridarl.
Esperamos que este ensayo sea leido con interes por los cono-
cedores de nuestras antigÜedades, v oue sn lectura excite en ellos
el deseo de suministrarnos datos pa~a ~omponer una biografía del
señor Salis, qne merezca llamarse tal. Y aun más nos placeria el
que otro escritor mas idóneo acometiese la empresa y le diese cilIla
con más acierto que el que de nuestra incapacidad puede esperarse.
Entretanto, probaremos á hacer una breve reseña de los hechos
del señor Salis como Gobernador del Nuevo Reino, y otra de los
del mismo como religioso. Ni se opondrá al desempeño de este
plan el que nos detengamos á considerade en su vida privada
durante los primeros años de su residencia en la capital del
Vireinato.
V.
La tradicion ha conservado las palabras que, al recibir al llUe-
va Virey en Puente Aranda, le dirigió su predecesor don José Pi-
zarra, Marqués del Villar: "Pongo en manos de V. E. este ba8-
ton, que es para mí demasiado largo, y demasiado corto para V. E."
Salis tomó posesionde su destino á fines de 1753.
Los documentos que tenemos á la vista y por los curales nos va.-
mos guiando, están acordes en atribuir al Virey Solis las prend:J.s
(IUO deben distinguir á un perfecto gobernante y cumplido magis-
trado; pero todos recomiendan muy especialmente la afabilidad con
que se hizo siempre accesible para todos, cualquiera que fuese la
calidad de las personas que á él acudian; y el mucho recalcar so-
bre este punto deja conocer la rara y estimable que parecia en aque-
llos tiempos esa prenda en personas de categoría y condicion como
las de don José Solis; y al mismo tiempo que no fué el prurito de
lisonjear el que dictó aquel elogio. Hállanse igualmente conformes
cuantos escribiero::J.sobre las cosas de aquellos tiempos en celebrar
el buen juicio con que supo mantenerse tan léjos de la arrogancia
que desdeña el auxilio de las luces de los demas, como de la pusi-
lanimidad que no acierta á regirse sino por ajeno dictámen.
Muy comun es en el dia repetir que no debemos sino al Go-
bierno español la mayor parte de las obras públicas de cuyo ser-
vicio gozamos en la actualidad. Pocos ignoran esto; pero aun son
ménos los que saben que entre ellas hay muchas que se llevaron á
cabo por la actividad y celo del Virey-fraile y que apénas tuvo
el Nuevo Reino un gobernante dotado de más espíritu de progre-
so que éste.
Los que hayan registrado las páginas de "El Carnero' de Bo-
gotá," se habrán hecho cargo del estado en que á fines del siglo
XVII se hallaba nuestra principal y más necesaria via de comu-
nicacion, esto es, el camino de Occidente. Tan lastimoso era, que
en ciertas épocas del año nadie podia alejarse de la ciudad por esa
via sino navegando en balsas de junco. Desde los tiempos á que
aquella vieja crónica se refiere, se dió principio á ciertas construc-
ciones y reparos con el fin de abrir el camino, 'lin que á la venida
de Salis se hubiesen adelantado la bastante para hacer fácil el
tránsito aun en tiempo de verano. A este Virey debemos la cons-
truccion de una gran parte del sóliùo camellon por donde hoy
transitamos con tanta comodidad. No sabemos á punto fijo qué
parte del mencionado camino se deba á Salis: el documento autén-
tico y original que sobre este particular nos guia, habla de la calza-
da 6 camellon ql~eva del ptteblo de Fontibon; pero no dice en qué
punto terminaron las obras. Lo que está fuera de toda duda, es
que el puente llamaùo de San Antonio debe contarse entre ellas.
Todavía le adorna un tosco bajo relieve, que decoró pretenciosa-
mente su artífice con el nombre de busto del Virey Salis.
No hay en nuestra sabana quien no conozca el" Puente de So-
p6," precioso monumento que no parece sino un modelo que, en
pequeño, hubiese formado un entendido arquitecto, para la cons-
truccion de un gran puente. Este, la mismo que el de Basa, que hoy
subsiste, y el primero que se levantó en Sesquilé, da testimonio
. del interes que por el bien público animaba á don José Salis. La
apertura del camino de Cáqueza y del de San Martin; y la aper-·
tura ó la composicion del de Opon al Magdalena, cielque atravie-
sa el Quindío y de varios de los de Antioquia, fueron tambien
materia de muchas de las providencias que dictó y á que se de-
bieron grandes adelant.os y beneficios.
Quien tan solícito se mostraba por hacérselos al público, no
podia desatender la suma necesidad que tenia la capital de un
acueducto; y así fué que el del Agua-nueva vino á aumentar el catá-
logo de aquellos.
Fomentó el señor Salis las misiones del Orinoco, del Meta y
de los Llanos; cooper6 á la reduccion de los indios cunacunas en
el Chocó, y auxili6 y facilitó en gran manera la pacificacion y re-
duccion de los salvnjes habitantes del territorio que se extiende
desde el Rio del Hacha á Maracaibo. En su tiempo se dió gran
impulso á la fundacioll de una villa en el mismo territorio, medi-
da con que cesó el riesgo ú que se exponian los traficantes que atra-
vesaban aquellas soledades sin una numerosa escolta. La apertura
del camino del Carare, obra tambien de aquel tiempo, hizo prac-
ticable, segun refiere un escrito de la época, el qtœ se conduJesen l08
víveres y en particular lú8 harinas, á Cal·tagena, sin necesitar de las
extmnjeras de que se surtia, y facilitó la salida de los géneros del
Nuevo Reina pal' el rio de la .¡Magdalena.
Era, segun de varios documentos se colige, lastimoso el estado
de la real hacienda é impünderaLle el desconcierto en que se halla-
ban la recaudacion y manejo de los caudalcs públicos cuando el
Gobierno del Nuevo Reino cay6 en manos de don José Salis, la
que abri6 ancho campo á su actividad é inteligencia, brindándole
nueva coyuntura para dar más y más lustre á su Administracion.
En la ejecutoria de la residencia qne se le tomó del tiempo de
su gobierno, se encarecen la pureza, integridad, celo y vigilancia
con que procuró el aumento de los reales haberes; y en particular
se mencionan los esfuerzos quc hizo para conservar los tributarios
y fomentar sus reducciones. "El acierto con que gobern6, dice
aquel documento, hizo prosperar la riqueza y las rentas públicas;
y esto en tiempos tan calamitosos que hubiera sido gloriosa empre-
sa aun el mantener la real hacienda; pues durante su gobierno
ocurrieron muchos gastos extraordinariüs y ci Hcy adjudicó á
ciertos particulares los pro ventas del ramo de correos y varias
otras rentas."
Hizo construir una fábrica de aguardiente, con la que se au-
mentó en una tercera parte el producto de aquel ramo, y fomentó
con suma eficacia cllaboreo de Jas minas.
Hizo tambien practicar por sujetos de notoria integridad é
inteligencia una visita en las cajas de Guayaquil, medida cuya
importancia puede apreciarse viendo los resultados que l)rodujo.
Enteráronse en las cajas de Santafé 40,500 pesos; los in-
gresos fueron mayores eu los años siguientes, y se facilitó lu
construccion de varias obras públicas en la misma ciudad de
.Guayaquil.
Otra visita de la tierra mandó practicar á los oidores don Anto-
nio Verdugo y don Joaquin de Ar6stegui, de que resultaron nota-
bles ventajas para la poblacion y la agricultura. Solis fué el pri-
mer Magistrado que cuidó de que se recogieran datos sobre la es-
tadística del Nuevo Reino.
Na faltan, pues, á don José Salis títulos al reconocimiento y
á la estimacíon de los habitantes del pais que gobern6; y para
que se agregue uno más á los que ya llevamos enumerados, añadi-
remos que contribuy6 para las obras públicas que en su tiempo
l5ellevaron á cabo, con munificencia digna de su ilustre nombre.

VI.
Hablemos ahora de las costumbres y vida privada del futuro
franciscano.
Hase insinuado más arriba que se distinguia por la afabilidad
de sus modales, y ahora añadiremos que no era ésta la única mues-
tra que daba de la benevolencia, suavidad y blandura de su carác-
ter. Sobresalió por estas prendas, y por ellas se hizo amable á
cuantos le trataban. Valióse de su autoridad de Virey para dar
rienda suelta á sus sentimientos humanitarios y benévolos, como
la acreditan las providencias que dictó á fin de que se tratase á los
indígenas con la blandura y miramiento de que los hacia merece-
dores su miserable condiciono
Sábese tambien que distribuia cuantiosas limosnas y que enri-
quecía con dádivas los templos, usando de liberalidad verdadera-
meute digna de un príncipe; y toda idea benéfica hallaba en él su
más decidido protector.
Empero, si, como buen español, abrigaba en su pecho una fe
inalterable y todas aquellas virtudes brillantes que nunca dejan de
tener cabida en un corazon generoso, no dejaba por otra parte de
pagar su tributo á la comuu flaqueza de los hombres, y su conduc-
ta no siempre fué de las mas ejemplares.
Vivian eu su tiempo en Santafé y descollaban entre las más
hermosas, ciertas j6venes de no muy esclarecido linaje, desenvuel-
tas y de livianas costumbres, conocidas comunmente con el apodo
de las J.1Iarichuelas. Conoci61asel Virey, tlab6 amistad con una
de ellas, y esto dió ocaRÍon á que su condueta fuese por algu~
nos años el escándalo de las gentes cristianas. Ni fueron estos sus
únicos devanees; pues sus contemporáneos pintaban su vida como
muy disipada.
_4.pr0pósito de estas cosas, Rerefiere que, como el Virey tenia
por costumbre salir de su casa por la npche y no volver á ella
sino muy á deshoras, todos sus domésticos y familiares dieron,
como era natural, en seguir su ejemplo; de que resultó que en
cierta ocasion en que fué á recogerse ménos tarde quede costum-
bre, halló el palacio totalmente desamparado y sin más habitantes
que los soldados de la guardia. Y dió órden de que en lo sucesivo,
despues de cierta llOra de la noche no se franquease á nadie la
entrada del palacio, fuese quien fuese el que tocara á la puerta.
No habia pasado mucho tiempo desde que regia esta providencia,
cuando ocurrió que cierta noche vino el mismo Virey despues ùe
pasada la hora señalada, y el centinela que guardaba la puerta
rehusó abrirla, no obstante que se le dió á conocer el Virey; el
cual hubo de aguardar pacientemente de pié en el dintel de la
puerta y con el fria de una de las más lluviosas y destempladas
noches de nuestro clima, á que se cumpliesen todas las formalida-
des de ordenanza, para qne el oficial de la guardia relevase al
centinela de su consigna y diese la ól'den de abrir la puerta.
El soldado que tan puntualmente habia sabido cumplir con
su obligacion fué ascendido y recompensado; yel Virey, para
quedar al cabo libre de todas las dificultades que SllS nocturnas
excursiones solian ofrecer, determinó abrir en las tanias aue uor el
lado del mediodía cerrabán el recinto del palacio, n'na p>uertecilla
que debia quedar reservada para sn exclusivo servicio. Nosotros
hemos conocido aquella puertecilla, único mOllumento mezquino
entre los muchos que quedaron para inmortalizar el nombre de
Solis.
VII.
Era costumbre en tiempo de nuestros padres que todos los
miembros del Gobierno y Magistrados de la ciudad concurriesen
á los solemnes oficios del juéves y viérncs santo en la Crttedral me-
tropolitana, y que en ellos recibiesen la sagrada comunion. Don'
José Salis, si bien distraido y no nada timorato, no era hombre ca-
pazde 1'omper con el pasado y de escandalizar al pueblo fiel rehusan-
do en aquella ocasion dar público t~stimonio de su fe, como la da-
ban todos los hombres constituidos en dignidad. Hepetidas veces
asistió á la augusta ceremonia y repetidas veces recibió el Cuerpo de
Cristo, sin qne fuese para é! demasiado arduo el hallar un confe-
sor indulgente que le absol viese á pesar de la obstillacion con que
seguia en el ilícito trato con la dama de que dejamos hecha menciono
Pero acaeció que, en la Semana Santa del año de 1759, ó ya
movido por la gracia divina ó bien por otra razon que no 'alcan-
zamos, eligiese por confesor á un padre del Oratorio de San Fe-
lipe Neri" que hahia venido á fundar en Santafé ulla casa de su
congregacion, varon verdaderamente apostólico, de los que nada
temen ni esperan de lo~,grandes de la tierra, el cual, cumpliendo
con la obligacion de su augusto ministerio, negó la absolncion al
poderoso penitente.
Tan profunda y saludable fué la imprcsion que esto produjo
en el ánimo del Virey, que en el punto mismo determinó reformar
sus costumbres y ajustar su conducta á los preceptos del Evange-
lio. Ni tardó ya en concebir el designio de dejar el mundo; como
la acredita el hecho de haberse procurado un ejemplar de la regla
de San Francisco, la que se propuso observar en cuanto la permi-
tiesen los deberes y ocupaciones de su empleo.
Represent6 sin dilacion á la Corte pidiendo se le nombrase
sucesor, y hubo de reiterar esta solicitud, pues en la real cédula
que se expidi6 con fecha 12 de junio de 1760 y en que se le comu-
nica el nombramiento de don Pedro Mesía de la Cerda para Vi-
rey y Capitan general del N nevo Reino, se insinúa que, atento á
sus repetidas instancias, S. M. ha venido en exonerarle de su
empleo.
Recayó esta vez el nombramiento de Virey en persona de gran
representacion, de muy calificada nobleza y recomendable por su
mérito y servicios, por no querer la Corte nombrar un sujeto que
pudiese amenguar el lustre qne aquel empleo habia cobrado en
manos del señor Salis. Era don Pedro Mesía de la Cerda, conde
de la Vega de .Armijo, teniente general de la real .Armada, caba-
llero gran cruz de la Orden de San Juan, comendador y señor de
Puerto Marin en la misma, y gentil hombre de cámara de S. 1\1.

VIII.
Tenemos ya dicho que apénas se' verificó la conversion del
Virey, concibió el designio de tomar el hábito en la religion de
San Francisco y empez6 á observar sn regla en cnanto aquella
observancia era compatible con su actual estado y empleo. Y como
para reparar el éscándalo que la relajacion de sus costumbres habia
ocasionado, se dió á practicar actos públicos de piedad y á ejercitar
la caridad del modo máB edificativo. Ya por aquel tiempo acos-
tumbraban los recoletos de San Diego celebrar en la tarde del
sábado cierta funcion en obsequio de la Vírgen, y el Virey, con
acompañamiento de sus familiares, concurria á ella puntualmente.
Los mendigos le acosaban por donde quiera, y erau siempre fa-
vorablemente despachados; y solia suceder que, viéndolos á sn
puerta desde el balcon del palacio, bajase en persona á socorrerlos.
Varias familias hone5tas y distinguidas que habian venido á
pobreza eran sustentadas á costa suya. Pero la que puso el colmo
á su benéfica liberalidad haciéndole acreedor por un nuevo título
á las bendiciones de la posteridad, fué la donacion de 30,000 pesos
que hizo al Hospital de San Juan de Dios de esta ciudad, cuando
- uv-

ya se hallaba próximo á tomar el estado religioso. Cuéntase que


él mismo llevó en su coche al Hospital esta no vista limosna y
que era destinada para la construccion de enfermerías. No fué
esta su única visita á áquel piadoso establecimiento, que J'a repe-
tidas veces habia llevado de comer á los pobres y con sus propias
manos les habia repartido la comida, afiadiendo siempre á esta
largueza no pequeñas limosnas en dinero.
CoatribuyÔ tambien generosamente para la construccion de la
iglesia de la Tercera; regaló á la de San Francisco el reloj que
con no escasa utilidad para el público se conserva aún en la torre,
juntamente con la campana principal, regalo que costó en aquellos
tiempos 6,600 pesos. Por último, habiendo repartido entre los san-
tuarios y los pobres del pais toda su hacienda, no reservó para sí
ni llevó al claustro sino un crucifijo, unos libros de devocion y el
sayal con que debia cubrirse. Y si hemos de dar crédito á la que
refiere el Padre fray Manuel Torrijos, de la Orden de predicadores,
en la oracion fúnebre que predicó en las exequias de Salis, el
caudal de éste ascendia á doscientos noventa y cinco mil pesos,
suma que vino á quedar por entero convertida en limosnas, dedu-
<Ciéndosesolamente cierta cantidad con que se facilitó á los fami-
liares del Virey su regreso á España.
Así se preparó este ffJrvoroso cristiano para pronunciar el voto
de pobreza: voto mas meritorio en él que en cuantos lo han pro-
nunciado en los tiem pos modernos.
IX.
Solicitó fray José de Jesns María, que tal fué el nombre que
tomó don José So lis al hacerse religioso, el beneplácito del rey
para pronunciar sus votos, y como hubiese tardado la resolucion
de la corte, se prolongó un tanto el noviciado, durante el cnal se
ajustó rigurosa y puntualmente á cuanto prescribe la regla de los
franciscanos. Su profesion tuvo por fin lugar 'l asistieron á ella el
virey Mesía de la Cerda, que fné padrino, la audiencia, los cabil-
dos eclesiástico y secular, los tribunales y todos los demas emplea-
dos y corporaciones de la ciudad.
Quiso el nuevo religioso profesar y permanecer en el humilde
estado de lego, y siempre fneron grandes las instancias con que
solicitó se le OClIpara, como á los otros frailes de sn clase, en las
haciendas de la casa; pero su empeño no pudo superar nunca el
respeto con que los prelados y la comunidad le trataban, no pu-
diendo echar en olvido sus antiguas preeminencias y ménos toda-
vía el realce que daban á su persona la heroica resolucion que
habia llevado á cabo y sns eminentes virtudes. Sus superiores, al
mismo tiempo qne rehusaban ocuparle, le amonestaban incesante-
mente á fin de que se determinase á recibir las sagradas órdenes,
- 81-
baciéndole ver que en el ministerio sacerdotal podria prestar ïna~
yores servicios á la Religion; y, como hubiese renunciado cristia-
na y sinceramente al ejercicio de su propia volunt:td, y uu Capítulo
general le hubiese c(mcedido la dispensa competente, á fin de
que pudiese, no sólo Ber elevado al sacerdocio, sino tambien
ascender á las dignidades de la Orden, se conformó con aquel pa-
recer y se dispuso á recibir la sagrada ordenacion·. Principió los
estudios para el caso requeridos, y ayudado de su claro entendi-
miento, adquirió en seis meses una instruccion más que Buficienté.
Hallábase á la sazon la Arquidiócesis en sede vacante, por no
haber venido aún á SantaféeI ilustrísimo Arzobispo don Antonio
de la Riva Mazo, que para tal dignidad habia sido electo en el ailo
de 1768; Yhubo fray José de Jesus María de emprender viaje á
Santa marta, en donde le confirió las órdenes sagradas el Obispo
de aquella Diócesis. Hizo este viaje á fines del ailo dicho ó muy
á principios del siguiente.
A su regreso celebró su primera misa solemne el dia de la
festividad del Patrocinio de San José, del ailo de 1769.
"

x.
Conservada en la memoria ·de nuestros padres y en algunos
sencillos documentos, ha venido hasta nosotros la fama de las vir-
tudes que ejercitó en el claustro fray José de Jesus María.
Si las preeminencias y dignidades de que habia huido, le per-
seguian aún en el humilde asilo á que habia venido á refugiarse,
no le faltaron ocasiones de practicar la mansedumbre cristiana.
La antigua compailera de sus disoluciones frecuentaba la iglesia
de San Francisco con el avieso fin de poner á prueba su paciencia,
1<> que procuraba dirigiéndole improperios y zumbas groseras
cuantas veces podia acercársele, esforzándose por hacerle la irrision
y el escarnio de los fieles que concurrian al templo; y la continua
asistencia del padre Salis al confesonario le ofrecía frecuentes y
propicias ocasiones para ejercitar su malignidad.
Entre los religiosos mismos no faltaba quien estuviese mal
con él y viese con despecho los homenajes que á su mérito se tri-
butaban; y se refiere que un cierto padre grave dió en mofarse de
él y en tratarle de holgazau y de espía, con lo que le redujoá no
salir de su celda sino en las ocasiones en que una precisa obli.
gacion la exigia .
. El voto de pobreza que habia pronunciado y el extremado ri·
gOl' con que la cumplia no pusieron estorbo á su genial liberalidad.
Habiéndole asignado el Cardenal su hermano una pension de qui-
nientos pesos anuales á fin de que pudiese gozar de mayor regalo
que los domas religiosos, aceptó este auxilio con licencia de sua
6
- 82' -

prelados, no COll aquel fin sino con el.de poder dar limosna, y
muchos de los desgraciados que solian ser socorridos por él cuando
estaba en. el siglo siguieron siéndolo. merced á esta largueza del
Cardenal. Repartia ademas entre los religiosos más necesitados 101>
hábitos nuevos que sus amigos le proporcionaban, y entre ellos y
entre los pobres de fuera otras piezas de ropa y utensilios de que
se procuraba no dejarle carecer. Hacia la mismo con la mayor y
más delicada parte de la racion que para su snbsistencia recibia del
convento, y aun se hacia mendigo eu beneficio de los menesterosos.
Ni era solamente del modo que queda dicho como daba desaho-
go á sus benévolos sentimientos. Durante su viaje á Santa marta
asistió y curó con caridad ~jemplar á dos bogas de los que tripula-
ban el champan en que bajó el Magdalena y que adolecian de enfer-
medadesasquerosas y pegadizas. Ulll1egro, liberto suyo, que tomó
el hábito de San Francisco en calidad de donado, por no abandonal'
á su antiguo señor, enfermó gravemente y, como el padre Salis hu-
biese tomado sobre sí el asistid e y le asistiese como el más humil-
de enfermero, solia rehusar sus servicios enternecido y avergon-
zado; mas fray José le decia: "calla, hijo, que aquí todos somos
iguaies." •
Mas no fué solamente eximio en la obediencia, en la caridad,
en el desasimiento de los bienes de la tierra, en la humildad y en
la rigurosa observancia de la regla á que se habia sujetado, sino
que se distinguió tambien entre los religiosos más penitentes. Mu-
cho hemos dicho ya en 6rden á su amor á las pri vaciones, al hablar
de su liberalid~d y desprendimiento; y resta añadir que acostum-
braba ayunar tí pan yagua casi todo el año, sin que hs dolencias
le hiciesen relajar este ayuno; que llevaba iucesantemente ásperos
cilicios y un vestido interior de cerda ií raiz delas carnes, que le cu-
bria desde los hombros hasta las rodillas; que se azotaba con cade-
nas de hierro y que no se reclinaba sino en una cama dura, tosca
y desnuda.
Cuando vino la Semana Santa del año de 1770, quiso el padre
Salis, no obstante que su salud sehallaba quebrantada, cumplir con
escrupulosa exactitud con todos los actos de piedad y cie mortifica-
cion que están prescritos tí los franciscanos para aquel tiempo ~des-
calzóse el juéves para la comunion, el viérnes para la adoracion de
la cruz, y estos mismos y otros dias para ciertos ejercicios de peni-
teucia que se practican en el refectorio; levantóse ántes del alba el
dia de Pascua para asistir á maitines y decir misa; causas que le
ocasionaron una enfermedad que conoció él mismo debia ser la
postrera.
Prepar6se para morir recibiendo los últimos sacramentos de la
manera más ejemplar y fervorosa, y SIlS últimos instantes estuvie-
ron llenos de la inefable dulzura y serenidall de que no podia dejar
- 83 --
de disfrutar quien pudo decir como dijo él en su agonía: IL Yo, con-
templando que habia de llegar esta hora, renuncié al mundo y ves-
tí esta mortaja."
Ultimamente, el 27 de abril de 1770, "dejó el mundo para
reinar con Cristo," como se lee en la inscripcion de uno de los
retratos que de él se conservan en el convento de San Francisco.
A sus exequias, que se celebraron el dia 28, asistieron, como
llabian asistido á su profesion, el Virey y todas las autoridades y
corporaciones, juntamente con innumerable gentío que acudió á
dar muestras de su veneracion al que era ya mirado como santo.
Pasados algunos dias, se le hicieron honras funerales, y así en éstas
como en las exequias, se predicó oracion fúnebre.
El Cardenal Arzobispo de Sevilla y otros deudos del padre
Salis de grande valimiento en la Corte de España y en la de
Roma obtuvieron para él el capelo. La muerte se anticipóá la
noticia de este nuevo homenaje que se tributaba á su merecimiento.
Nada pudo acaecer más conforme con su voluntad: entre la muer-
te y nuevos honores, él hubiera elegido la muerte.
XI.
Hemos terminado la tarea· que nos impusimos de recoger en
un solo escrito las escasas noticias concernientes á la vida del Vi-
rey Salis, que muy esparcidas y ya tí punto de quedar olvidadas y
perdidas, hemos podido adquirir. *
Si nuestra relacion no abunda en rasgos romanescos que -hala-
guen la fantasía, culpa es de la escrupulosidad con que, sacrificando
lo ameno tí la verdadero, nos hemos ceñido á los documentos qne
nos han guiado.
Al leer las últimas páginas de este bosquejo biográfico, hemos
descubierto con sorpresa que la que hemos escrito es una vida de
santo. Decimos con sorpresa, porque ni nos la habíamos propuesto
ni la teníamos previsto. N a importa: á los que cree u la que creia
el señor Salis; les servirá de edificacion; á los demas básteles
saber que hemos escrito la verdad.

" Los docum~ntos que hemos tenido á. la vista son: los ,títulos de al·
gunos de los empleos y grados que obtuvo Salis; el acta de posesion del
Vil'einato j la ejecutoria de la residencia que se le tomó del tiempo que
fué Virey; la "Noticia de la ereccion del convento dc San Francisco,"
cuaderno que contiene una ligera relacion de la vida del P. Salis; la ora·
cion fúnebre pronunciada por el P. Torrijos, y las inscripciones que se
ven en los retratos. Estos documentos se hallan en su mayor parte en la
biblioteca del señor José María Quijano O.
Al hacer esta edicion (que es la 2.") del presente escrito, bemos po·
dido agregar algunas noticias que hemos baIlado en la "Historia ecel-
si:istica y civil" del señor Groot.
-0':1:-

VII.-A LOS ORADORES.

Nunca ha habido entre nosotros una escuela de elocuencia~


Los jóvenes han tenido en ocasiones alglln medio de suplir en
parte la falta que ha hecho tal institucion: en uno ó dos de los
conventos de religiosos se ejercitaba á los novicios en la oratoria
sagrada, proponiéndoles buenos modelos y áun haciéndolo& decla-
mar en privado ántes que empezasen á desempeñar el ministerio
del púlpito. En cierta época se ordenó á los estudiantes de juris-
prudencia y ciencias políticas que compusiesen discursos, y á
veces los pronunciaban ellos mismos en 10il actos literarios. Ha
habido, por último, una que otra sociedad literaria en que algunos
j6venes, animados de muy buenos deseos, pero faltos de maùurez,
de direccion y de buenos consejos, han tratado de cultivar la poesía
y la elocuencia. Todo esto era poco, pero era algo. Ya no queda
ni aun eso.
El orador sagrado hace su primer ensayo en el púlpito, elora-
dor parlamentario en una Asamblea legislativa, el orador popular
en el atrio del cementerio .
•• , " I _. J. 1 __ , • ,_ta • .:1 _
,#
.H.Si, cuanuo uespun¡;a ernl'e nosotros argun Joven anCJ01l3UOa
la elocuencia es harto más digno de elogio, aunque en sn arte no
llegue al ápice de la perfeccion, que los oradores extranjeros que
hau sido educados para oradores; y son tanto más de admirarse
sus dotes naturales cuanto ménos han podido desarrollarse arti-
:fÏcialmente.
El talento oratorio que en nuestra tierra llega á darse á conocer
no obstante la falta de medios que ha tenido para desenvolverse,
tiene que ser más que mediano.
j Qné lástima es, por la mismo, que los que entre nosotros
cultivan la elocuencia con lucimiento, no hagan los estudios pre-
Jlaratorios nece¡larios para sacar todo el partido posible de sus
dotes naturales!
N osotroFl nos atreveremos ti decir algo sobre dos de los defec-
tos de lenguaje que más á menudo rebajan el mérito de las bue-
lIas composiciones.
Es cOsa sabida que cuando se encamina el razonamiento direc-
tamente á los oyentes, se usa de la segunda personà del plural, para
la cnal tienen unas formas seflaladas el pronombre personal:
vosotros y os segun los casos; los pronombres y adjetivos posesi-
vos: vuestro, vucsfr'os, y todos los verbos: v. g. soÙ, habcis, cscu-
chais, &c. Cuando se dirige la palabra á una sola persona'6 se
apostrofa un objeto animado 6 inanimado, unas veces lo plurali-
zamos con la imaginacion y en ese caso la tratamos como trata-
ríamos á muchas personas, y otras veces no la plwalizamos. En
el primer caso sustituimos el pronombre V08 al nombre de la
persona ó del objeto. y consiguientemente debemos emplear las
formas plurales de los posesivos y de los verbos, siempre que se
refieran al mismo objeto 6 á la misma persona que ya hemos
pluralizado. Si no 10 pluralizamos, nos servimos del pronombre
tú, el que segun los casos se convierte en te ó ti, al q ne correspon-
den los posesivos tuyo y tu y las segundas personas de singular
de los verbos; v. g. eres, has, escuchas.
Es precepto de la gramática, regla que no admite excepciones
ni restriccion alguna y que debe observar con puntualidad quien
no quiera afear lastimosamente su lenguaje y su estilo, la de no
aplicar dentro de un mismo discurso á una misma persona 6 á un
mismo objeto, ya el singular ya el plural. Si se le ha tratado de
vcs al principio, ó si al empezar se ha dicho vosotros, es forzoso
seguir empleando estos mismos pronombres, los posesivos vuestro
y vuestros, y las segundas personas de plural de los verbos, siem-
pre que se haga referencia á un mismo ohjeto ó persona.
Adoptado el tú desde el principio, ya no es permitido hacer que se
refieran á aquel que se ha tuteado otros posesivos que tuyo y tu, ni
otras personas verbales que las segundas del singular.
"España, España! (dice el autor del' Elogio de Campománes')
vé aquí al que tanto t~ honró en las letras y en la toga. Vé aquí
el salvador Je tu fama."
En este pasaje hallamos empleado el singular del posesivo (tu),
el del pronombre persl)nnl (te) y el del imperativo .de '1:er(vé).
Si despues de haber dicho: este es TU Carnpomúnes, se hu-
biera continuado: VED aquí, ó si se hubiera dicho: salvador d~
vuestra fama, se habria pecado contra la gramática y contra el
buen gusto.
Bien hubiera podido decirse, plurnlizando á Espaiia: Este eil
vuestro Campománes. Ved aquí al que tanto os honró. Ved aquí
al salvador de vuesl1'a fama." Lo que se nos exige en esta materia
eS que seamos consecuentes,
Dice el padre Granada, hablando de la pasion de Jesucristo :
CIOh cielos, que tan serenos fui'3teis criados! si vosotros oscurecis-
teis vuestra gloria, si siendo insensibles, sentisteis esta pena á vuestro
modo, ¿ qué harán las entrañas virginales de la madre?"
En este pasaje todo concnerda con el plural cielos: fuisteis,
vosotros, oscurecisteis, sentisteis y vutst'l'o.
Véase ahora otro que hemos tornado de las obras de Santa
Teresa, en que se halla empleado el singular cuando se dirige la
palabra á un objeto y el plural cnando se dirige á otro, sin mez-
clarlos ni confundirJos: "Oh vida enemiga de mi bien, y quién
tuviera licencia de acabarte. Súfrote porque te sufre Dios, mantén-
gote porque e1'essuya: no me seas traidora ni desagradecida. ¡Ay
de mí, Señor, que mi destierro es largo! Breve es todo tiempo para
darIe por vuestra eternidad; y muy largo es un solo dia, , una
hora para el que no sabe si 08 ha de ofender."
En la última parte de este fragmento está demostrado el uso
del plural apltcado á una sola palabra, es decir. á Dios, al Señor •.
Cuando se hace uso de este plural ficticio, no hay para qué
servirse de la palabra V08otr08 : V08 hace sus veces.
Don :M:anuelJ. Quintana nos suministrará el último ejemplo con
que nos proponemos ilustrar nuestro asunto. Él pone en boca de
un embajador siciliano las siguientes palabras, que dirige al Rey de
Aragon: " D,esde este momento no somos vuestro8 ni de quien vos
ql1ereis que seamos: mandad que se nos entreguen las fortalezas y
castillos que se tienen por vos ahora; y libres y exentos de todo
sefíorío, volvemos al estado en que nos hallábamos cuando recibi-
mos por Rey á don Pedro vuestro padre."
Aquí está la pluralidad ficticia: el Reyes uno solo; sin embargo
se emplean los vocablos vos, mandad y vuestro, como si se estuviera
dirigiendo la palabra á más de una persona .•
Saber las cùnjugaciones y conocer los más sencillos rudimentos
gramaticales concernientes á los pronombres personales y á los pro-
lIombres y adjetivos posesi vos de la segunda persona, .es cuanto se
necesita para poder seguir la regla que reoomendamos. Âcostum-
brarse á su observancia es tanto ln(is fúcil cuanto en casi todos
los escritos que estamos leyendo diariamente y áun en los que no
son sino medianamente correctos, la vemos seguida ..
Mas, á pesar de lo muy obvio del precepto y de la numeroso
de los ejemplos, no faltan oradores que, manejando por otra parte
con regular habili dad la lengua castellana, incurren frecuente-
mente en el defecto de que hemos hecho menciono
Entre nosotros hay dos hábitos perversos: el uno es el de vo-
sear, es decir, el de tratar de vos á las personas de confianza 6 de
muy baja condicion, y el de emplear en combinacion con aquel
tratamiento ciertas inflexiones verbales que no están escritas. Todos
decimos, j mal pecado!: Vos sos mi amigo.-Suponéte que e8toy
sin un iJuartillo.- Vos andá vete por aquí.-Llegáte á la tienda
y decí que ya voy j pero no te tar'Clé8.-Tomá tus albricia8.
Dos delitos de lesa gramática se ven cometidos en estas frases
y en wdas sus semejantes. Esas formas verbales 808,suponé, andá,
llegá, decí, tardé.s, tomá., son bárbaras, y ademas se peca, al em-
plearlas, contra las reglas de lu concordancia. Si se quiere emplear
el plural, que es el que puede convenir con el vos, deberia decirse
.sois,.suponed (6 suponeos, si se le ha de agregar pronombre), andad,
llegad, (6 llegaos), decid, tardeis y tomad. Consignientemente el te
debe trasformarse en os, el vete en idos y el tus en vuestros. El
tercero de los ejcmplos que hemos puesto, ni con estas reformas
queda de recibo.
¿ El estar oyendo, y aun empleando, tales barbarismos y sole-
eismos, será la que vicia el aida y deprava en lo concerniente al
punto de que hemos tratado el instinto gramatical, hasta eu las
personas ilustradas? Nosotros nos inclinamos á creerlo así.
Hablemos ahora del otro hábito vituperable que de tiempo
inmemorial hemos contraido y que contribuye á que nadie adquiera
el de usar convenientemente de la oogund8. persona del plural.
Este hábito consiste precisamente en no emplear dicha segunda
persona en la conversacion y trato comun, y en sustituirle en todos
los casos la tercera persona de dicho número. Una señora tutea
á sus criadas, cuando se dirige á cada una en particular; pero si
habla con dos ó más de ellas les dice, por ejemplo: "Ustedes leván-
~énse temprano y vayan á la plaza." Hàcer esto es cometer nna
inconsecuencia. En la Península diria la señora: "V {¡sotras le-
t'antao8 Í{llllprano é ,id á la plaza."
Pasemos á tratar ahora de otra vulgaridad en que se incnrre
muy de ordinario cuando se habla en público.
En casi toda la Península española se da, como es notorio,
'Cierto sonido á la z y á la e muy distiuto del de la 8. En los pai.se~
hispano-americanos sucede otra cosa: la s, la z y la () ántes de e y
Je i, tienen un sonido idéntico, que no es otro que el que en todas
partes es y debe ser propio de la s.
Es en verdad deplorable que los americanos le hayamos cerce-
nado este sonido á nuestra lengua, quitándole á ésta algo de Sil
armoniosa variedad, dando lugar á la confusion de muchus 'Voca-
blos y renunciando al uso de una articulacion qne) en hoca de los
españoles europeos, tiene notable gracia.
Pero el mal está hecho y ya no hay forma de remediarlo. La
supresion de aquel sonido es ya un heche consumado, y los hechos
consllmados, en materia de lenguaje, constituyen el derecho.
Si no fuera ya tan viejo, si no estuviera tan manoseado el pasa-
je aquel de Horacio: ..... ~ Si volf.t UStLS quem penes arbitriu1n est et
jus et norma loquendi, lo traeríamos á colacion para confirmar nues-
tra doctrina.
Las madres, las nodrizas, las niñeras y demas criadas son los
únicos y verdaderos maestros del idioma, y nos parece que todada
está un tanto remota la época en qne todas las madres, todas las
niñeras y todas las criadas, esto es, todas las mujeres, han de apren-
der á pronunciar la z y á distinguir las palabras que la llevan de las
que no tienen sino 8.
¿ En las escuelas y en los colegios se conseguiria acostumbrar á.
los niños á pronunciar convenientemente la z? Si se intentase ha-
cerla, ¿ cuáles serian los maestros y las maestras competentes pnra
dar tal enseñanza? ¿ Se concibe que dentro de un mismo pais toda
la gente educada esté empleando un sonido en el lenguaje, al pro-
pío tiempo que lo restante de la poblacion no lo usa?' ¿ Ctránto-ti'em,-
po seria menester para que nuestros órganos vocales adquiriesen Ill¡
destreza necesaria para producir el dicho sonido, del que no acer-
tamos actualmente á hacer sino una desabrida imitacion ?
Sea de eUo la que fuere, quien pronuncia entre nosotros la z se
singulariza, sin poderse prometer siquiera contribuir á que recobre
HUS fueros ese sonido tan injustamente proscrito; y aun esto impor-
taria poco si los que se proponen hacerla conocieran perfectamente
el lenguaje y se habituaran á dicha pronunciaciou¡ pero por desgra-
cia, todos los esfuerzos ùe los que en este punto tratan de imitar á
los españoles europeos vienen á parar en decir corazon con z, y aun
no todas las veces que dicen corazon. En estas cosas, no son Je pro-
vecho ni estudio ni yoluutad: ni el uno ni la otra alcanzan la que
sólo es dado á los hábitos adquiridos desde la niñez.
Nos creemos, pues, con razon suficiente para aconsejar á los que
hablan en público lleven en paciencia el que el uso haya proscrito
la pronunciacion de la z, y que, conformándose con este mal, que
ya no puede remediarse, hagan la que hace la generalidad de las per-
sonas instruidas, que es la que siempre se debe y la mejor que se
pued~e !lacer en materia ~e lenguaje ..... '
Es Incapaz de comunIcar un scntlmientû qUIen Ï1ü 10 experImen-
ta ó quien uo tiene la habilidad de ohmr como si lo experimentara;
no se puede suponer poseido de sentimiento alguno quien engala-
lia sus discursos con sIgo que no es espontáneo ¡ la afectado no pue-
de ser expresion de un sentimiento que verdaderamente domine el
ánimo: luego una pronunciacion á que no estamos habituados vicia
los discursos.
1\lás, aun en razonamiento'! encaminados no á mover afectos si-
110 il instruir ó á convencer, la naturalidad cautiva al oyente, así
como la afectacion la previene contra el que le habla. Cnando se
ccha de ver que se usa de cierto lenguaje 6 que se habla en cierto
tono, no por hábito sino por eleccion, la palabra pierde en eficacia.
Le seria lícito pronunciar la z en una arenga á aquel que la
pronunciara cnando, montado en cólera ó temblando de miedo, desa-
hogara su enojo ó pidiera socorro.
El que quiera distinguirse del vulgo por la esmerada pronun-
ciacion de nuestra lengua, ántcs que á pronunciar la z, aprenda á
acent,nar bien las dicciones en que hay reunion de vocales, y á dis-
tinguir la que es diptongo de la que no la es. Acá en el inte1Ïor de
la República no se llace tal distincion, con grave detrimento de la
armonía del idioma, y desnaturalizando los vocablos. DÍcese, por
ejemplo, ráíz y OOer, en vez de raíz y caér. En los participios y los
pretéritos perfectos ó imperfectos de los verbos cuyas radicales
acaban en vocal, hallamos copia de ejemplos. Aquí se dice: trái-
do, í'óido, cáído, léido, poseya, hW!Ja (pretérito imperfecto), consti~
iuya-(id) j'éi, engréí, mas quien pronuncia siquiera medianamente
nuestra lengua acentúa estas palabras y todas sus semejaùtes en la i.
y de este defecto no se puede decir, como del de no distinguir
la z de la 8, que ya está autorizado por el uso: ahí están los
antioquE:ñOS y los habitantes de nuestras costas, amén de muchas
personas bien educadas de acá del interior y del norte, dándonos
en órden á esto un ejemplo saludable. En los tratados de ortología
de Bello y de Sicilia y aun en la gramática castellana de SalYá,
hallará el qne deseare instruirse sobre este punto todo la que M.
menester. *

VIII.-DIALOGO ENTRE MI PLUMA Y YO.

Merced á los laudables esfuerzos de nuestro distinguido escri-


tor Ulpiano González, ó bien al influjo del espíritu de progreso
que el siglo XIX se atribuye á sí mismo modestamente, en estos
últimos 20 Ó 25 años se han hecho dos grandes adelantos en ma-
teria de lenguaje: ya no se dice planchar sino aplanchar; naguas,
sino enagt¿as: en un cuarto de siglo hemos ganado una a y una 1:.
y despues dirán que no progrebamos.
En cnanto á la demas que quiso corregir Ulpiano González, la
gente sigue erre que erre. Todavía prestan dinero los que hacen
todo la contrario, esto es, los que la piden 6 toman en préstamo;
todavía ::;e::;.le1l1Ll'àll pieces, y lus que los siembran mandan despnes
rtwiar las matas; las madres más sensibles an'ollan, es decir,
vuelven un rollo á sus tiernos hijos, en vez de w'rullarlos. En
cuanto á la infundía de gallina, no pudo Ulpiano González infnn-
dirle á la gente la idea de que debe desecharla y usar de la cnizm-
dia. Contra el deqne bata1l6 inútilmente, no obstante que á este
enemigo le dej6 clavada en el corazon la saeta del tome que, con la
cual anda corriendo por esos mundos. La n que con tanta gracia
figura en tráigarntn, demen, escúchemen, sigue riéndose de Ulpiano
González, de la gramática y del sentido comun. i Cómo se las
mantiene aquel bicho sustentado en sus dos piernecitas contra
enemigos tan formidables!
Pero si todavía no se ha logrado que en Bogotá se hable como
en Madrid; si para que queden enmendados todos los errores co-
munes de lenguaje falta todavía todo la que falta fuera de lus
enagt¿as y del aplanchar, no hay que perder las esperanzas; quo

.• Posteriormente se ha dado á luz el Tratado de Ortología del au·


tor de la presente coleccion, en el oual se ha puesto al alooooe de todos
cuanto se neoesita sabt'r para pronunoiar bien el oastellano.
las grande.s reformas no se hacen en un dia, y 25 años son un mi~
nuto en la vic'la de las naciones.
y para que esas esperanzas no queden burladas, propongoá
nombre de la lengua castellana una capitulacion á los y á las que,
habiendo entrado en la via del progreso, se han parado en las
enaguas Y el aplanchœr.
Vamos al caso. Le lengua castellana, Y, en su nombre, el que
suscribe, consiente en que todavía por diez años se diga ninguna lo
vimos, por ninguna de nOBob'as lo vió, ó cada uno vamos dando lo
que nos toca, por cada uno ó cada uno de nosotros va dando lo que
le tocaj tolera hasta á los malos traductores del frances y á los
oradores que se meten á pronunciar ]a Zj permite que sigan echa-
das en saco roto todas las observaciones de Ulpiano González;
aguanta á los que, echándolas de cultos, dicen que tienen el gusto
de obsequial'le á alguno un ejemplar de su obra, ó su retrato, ó una
rosa, en lugar de regalarle ó presentarle aquellos objetos; lleva en
paciencia que llamen etiqueta, etiquete ó tiqueta ciertos 1'6tulos, bole-
tas, tarjetas Y céd¡¿[asj pero, en retribucion por tamañas condes-
cendencias, exige que siquiera en el mismo tiempo que se empleó
en ponerles la e de ribete á las enaguas, tiempo que fué perdido,
porque las naguas sin aqnel aditamento tambien son de recibo, se
aprenda á usar correctamente de la palabra donde.
Donde, siendo adverbio, no puede ir rigiendo un nom-
bre tente, plnma, que con csos términos técnicos vas á
espantar á muchos lectores. Procura más bicn, pluma mia,
tomar otro sesgo y escribir las cosas de modo que cualquiera
te las pueda entender. Ruégales á los compradores, por ejem-
plo, que no busquen ni compren mercancía alguna donde Cu-
billos, sino en la tienda ó ci almacen de CubiIJos; á los enfermos,
que rio envíen sus recetas donde Medina, sino á la botica de Medi-
na; á los padres de familia, que no coloquen sus hijos donde
l'érez, sino en el colegio de Pérez, salvo que quieran colocarlos en
otro establecimiento; á todo el que viste y calza, que no se haga
tomar medidas, ni compre sombrero ni botines donde Ignacio Ro-
dríguez, ni donde Clement, ni donde Gallissot, sino eu el taller
l'especti va de cada uno de estos señores; á los que compran y ven-
den fincas, que no hagan protocolizar sus escrituras donde don
Narciso Sánchez, sino en la notaría del mismo, ó bien en la del
Notario 2.0 ó en la del 3.0 si á bien la tienen, pero de ningun
modo donde nadie.
Los adverbios no tienen que ver sino con los verbos alto!
qne volvemos á las andadas. No lo digas así, pluma rebelde, que
sábia Y erudita te han de poder aguantar ménos que de cualquier
otro modo. ¿ Porqué no dices más bien que" donde nacen las mo~
rcnas, y donde la sal se cria," sí son modos de decir las cosas de los
que no hay nada que decir? Dí que, como nacen y cria son .
Voto á cribas! iba á hacerte decir que eran verbos, pero ahora la
culpa no era tuya; no, mejor es que 110 digas más, no sea
que volvamos á salir con términos que apestan á clase de
gramática.
-Pero, hombre, no ves (aquí habla mi pluma de palabra, y
tuteándome) no ves que siempre será preciso salirles al encuentro
á ciertos gramáticas, á quienes ya veo venir con aqnello de que ir
donde Oamacho es como si se dijese ir á donde está Oamacho ó á
donde vive Oamacho, y con que es por elíp .
-Nada: nos tendríamos que meter en honduras gramaticales;
y ademas, no creo que haya gramático tan tonto qne quiera hacer
pasar por de Oastilla la tal elípsis que tú en mala hora ibas á nom-
brar, no habiéndonos venido de Castilla.
-Pero si se me hace la boca agua, considc¡'¡mclo que pudiéra-
mos citar á Bello en apoyo de nuestra doctrina, y ya ves que una
autoridad como esa .
-Mira, hija: despuçs de los términos técnicos, no hay cosa
que haga más empalagoso un escrito que las citas de autores.
-¿Ni tampoco me concederás permíso para dar una punzadita
á ciertos poetas y. á otros escritores que, segun te he oído decir,
envían palomas 6 suspiros donde su amada, 6 anuncian que han
puesto á vender sus obras donde Ramírez Castro?
-Tampoco. Tú sabes que eres de acero, y .
-Otra cosa que me está provocando mucho es remontarme
ahora y echar un párrafo 6. 1a memoria de Ulpi~no González, el
benemérito escritor que con loable celo emprendi6 la tarea de cor-
regir los más ordinarios errores de lenguaje y tuvo ingenio para
desempeñada con pluma ligera y festiva.
-Remontarte tú? vuelvo á record arte que eres de acero. Si
€Stuviéramos escribiendo en los tiempos en que las plumas eran de
ave, seria otra cosa. Por otra parte, no quiero que nos dirijamos
á Ulpiano González: sus cenizas se estremecerian dentro del se-
pulcro con la nueva de que, no solamente hay todavía quien haga
una, vida y dos mandadusj quien diga tu cab6za caerá de vttestros
lwmbros; quien celebre la rumbosirlad de los alf~rez de las últimas
fiestas, y quien diga: yo se los diJe, por yo sé lo diJe (á ellos), no
obstante las saludables amonestaciones que hizo sobre todas estas
cosas, sino que hay quien haga barrabuRudas que tal vez no habian
sido vistas ni aidas en su tiempo, como la de convertir en adjetivo
el adverbio lijos, hablando de un pueblo muy lefa, y de una casa
que no es tan leja; y la de hace1'le á alguien un crímen de alguna
cosa, en vez de imputársele á crímen.
-Es decir que no quieres que sigamos, y que me vas á dejar
secar ?
-Sí, cierra el pico, ó más bien los picos, no sea que 8equemos á
los lectores. Pon punto final, y acabados son cuentos ..
-Ahí tienes otra locucion que Ulpiano González no pudo acli-
matar en lugar de acabadas 80n cuentas.
-Sí, pero el punto, el punto.
-Bueno. Ahí ya.

IX.-OTRO DIALOGO CON MI PLUl\fA.

Como en dias pasados hubo un poco de palique entre mi pluma


y yo, mi pluma, que al fin es hembra, hubo de aficionarse á parlo-
tear, y anoche, comome hallase yo en mi cuarto, solo, desapercibido
y desocupado, sentí que de mi mesa de escÍ'ibir salia una vocecilla
que me llamaba por mi nombre. Sobresaltado ademas, con los
cabellos erizados y sintiendo latir aceleradamente mi corazon, pensé
que aquello olia á espiritismo; yo tenia certidumbre de no haber
evocado espíritu alguno, pero discurrí que así como los hombres
de carne y hueso pueden, segun los espiritistas, evocar á los espí-
ritus, no hay cosa que se oponga ti que los espíritus nos evoquen á
nosotros; y asímc creí evocado pôr aJgun espíritu. Miéntras de
esta suerte yo discurria, los llamamientos continuaban, y ya yo
habia principiado á pronunciar con trémula y solemne voz aquello
de: "de parte de Dios te mando," cuando oí que la vocecilla me
decia: Qué! ya DO me conoces?
-Q\liél1 eres, pues? repliqué.
-Tu pluma, muy servidora tuya, para la qne sc ofrezca
mandar.
-Soy quien debo servir.
-No será mejor quien debe?
-Ah! ahora sí la entiendo todo. Lo que hay es que to ha
sucedido la quo á ciertos pr6jimos mios que, habiendo una voz
conversado con gente docta, y acertado qnizá en algo de lo que
llan dicho, se han expedido á sí mismos título de literatos, y de
ahí en adelante no pierden ocasion de meter baza, cada vez que de
letras se trata ó puede tratarse.
-Nada de eso: es que quiero recordarto ciertas palabras y lo-
cuciones .
-Al primer tapan, zurrapas! Ese cs que que se te ha soltado,
prueba que no sabes de la misa la média, y que no debes meterte á
censurar en los demas aquellos defectos de que tú misma no estás
exenta.
-No sé qué pued.as oponer al e8 que>, este es un modo de usar
impersonal mente el verbo ser, que se halla diariamente en las tra-
ducciones de novelas francesas, en nuestros periódicos, y creo qua
hasta en libros de los que vienen de la Península.
-Todo eso es cierto, y aun el ser cierto eso que dices sobre
traducciones, es la más concluyente que podria alegarse contra el
es que.•....•
-Mira yperd6name que te interrumpa. Tantas veces has
escrito conmigo aquella sentencia de Horacio que principia 8i volet
t~U8, que la he aprendido de memoria, y ahora viene como de
molde. Si en libros y periódicos se halla la locucion consabida,
ahí está el usoponiéndole el pase .
-Yo no niego que hoy la usemos todos: si tú me hubieras
dejado hablar, me habrias aida añadir que esta locucion no fué.
jamas empleada por nuestros mayores y que no se halla ni una
sola vez quizá en Cervántes ni en ninguno de aquellos escritores
que debemos proponernos por modelos; y que por tanto, si el
abstenernos siempre de emplearIa rayaria en afectacion y vitupe-
rable rigorismo, el usarla con sobriedad puede contribuir á dar á
nuestro estilo el aire neta mente español que deberia distinguirlo
siempre.
-Y, si no me engaño, la frase en que yo introduje el es que,
no es de aquellas en que peor sueua· .....
-Tienes razon: por ahí andan recorriendo el mundo literario
otras en que esas dos palabritas encabezan una proposicion en que
se expone la razon, causa ó explicacion de la que antecede, en la<;
cuales si el tal e8 que no es galicismo, es á la ménos un galiásrnoide.
-Sí: yo me acuerdo, por ejemplo, de haber escrito no sé
cuándo este trozo: "Gusta de mostrar su hijo á las otras mujeres
del pueblo: es que para uua madre su hijo es siempre el más her-
moso de los niños."
-Pues si tú nO sabes cuándo escribiste ese trozo, yo sí.. ....
-Cómo? Sabes cuándo la escribí?
-8í: cuando todavía no eras mia. Yo tambien recuerdo otro
trocito peor aún que ese que tú recuerdas: "El pérfido invasor,
dice una proclama escrita en España en tiempo de la guerra de
Napoleon, despedaza el cetro de nuestros monarcas, dispone de
nosotros como de un vil rebaño ¿Es que ya se ha agotado en
nuestras venas la sangre de los Pelayos ? "
-Ah! en esas oraciones interrogativas .
:M:ira, si quieres que tengamos la fiesta en paz, déjate de ter-
minotes: ya te la tengo dicho.
-Haremos la posible. Pero con esta digresion no te dije al
cabo la que te iba á decir cuando te llamé.
-Vamos, y qué era ello?
-Pues que á ti, cuando con mi cooperacion escribiste un artí-
culo con el fin de corregir ciertos errores vulgares que afean el
- "'i:-.

lenguaje y demu,~st!'anla poca cnltura de los que en ellos incurren,


se te qu~daron en el tintero más de cuatro, y no de los más
veniales.
-¿ y cómo sabes tú que se me han quedado en el tintero?
-:-Toma! pues viéndolos en él cada vez que tú me mojas. Por
allá en el asiento, á mano derecha, hay un basurero en que abun-
dan los cachos y los tiestosmo.,
-Con ese gracejo lo que quieres es incitarme á decir algo sobre
el abuso que se hace de la palabra cacho, designando con ella los
cuentos, chascarrillos ó anécdotas; pero ya sobre eso dijo Ulpiano
González .
-N o, señor: si me dejaras hablar, ahorrarías mucha prosa: yo
iba á decir que los cuchos están too léjos de ser Clœntos como de
ser cuemos; y no hay en Colombia quien no llame cachos á los
cuernos. En fin, yo no sé estas cosas á fondo, aunque las saco del
fondo del tintero; pero ahí tienes á mano el Diccionario .
-Veamos el Diccionario Cabo hum cac(wtal .
hum hum cachivache hum aquí está cacho .
-A ver qué dice el Diccionario .
. "OACHO. Pedazo pequeño de alguna cosa. Hoy comunmente
se entienden los que se hncen de las frutas." Hum " J llego
de uaipes" nada de cuernos, ni una palabra Hum .....•
"Pez muy comun " hum nada; se acabó el artículo.
-Lo ves? qué te habia dicho yo ? Y ahí murmuraste
algunas palabras cuando estabas buscando el cacho~ que 110deben
pasar desapercibidas .
-Dale bola! te metes á maestra y sales con eso dc pa.~ar de-
sapcrcibidas. ¿ Sabes tú cuáles son las palabras que pasan dcsa-
pcrcibidas'! Pues son las que pasan por alguna parte despreveni-
das, ó desprovistas de la que han menester. Si dijeras que aquellas
palabras 110 deben pasar inad¡;e1'tidas, como aconseja BaraIt que
sè diga .
--Pues haz cuenta que la dije así, y vamos al caso. Si mal no
11leacuerdo, uno de los vocablos que leiste fné cacaotal .
-y q\lé tencmos con eso?
-Qué! ¿ no sabes qne en Colombia casi no hay cacuotalcs,
que es la que deberia haber, sino cacaguales? .
-Buen provecho para los que tengan de éstos.
-Tambien dijiste cachivachcs, y al oir esta voz me acordé de
que ella, -juntamente con varias compañeras suyas, como trebejos,
ute1~silio8 y qué sé yo cuáles otras, van quedando arrinconadas y
cedIendo el lugar que dignamente ocupaban, á los ch¿cheres, los
tremotiles, los fiferes y los rOl'otosy á otros intrusos .
y viendo la pluma que yo iba á colocar el Diccionario en el
estante:
- 95-
-Aguard~, me dijo, ¿ no te acuerdas ya de los tiestos que vi
en el asiento del tintero? Búscalos tambien en ese libro.
-Es excusado. Tiesto sí está en el Diccionario con la acepcion
de pedazo de vasi,ja de barro.
-y no significará tambien pedazo de vidrio ?
-No: cuando más, eso será la que hay que advertir sobre
dicha palabra.
-y no seria tampoco fuera de prop6sito el que advirtiesesque
tiesto significa ademas va80 grande de tier-ra en que se plantan yer-
bas y flores; así como tambien que cachan'o es el vocablo que se
emplea de preferencia en la Península para designar aquellos peda-
zos de las vasijas toscas en que suelen echarse líquidos ú otras cosas.
-Está bien: advertiré todo eso y mucho más; pero ya es tar-
de, y .
. -Otra palabrita yno más. Ya te he dicho que en el tintero se
te quedaron muchas cosas. Pegaditas á uno de los grumos de
borra que veo en él cada vez que me baño, están otras sabandijas
que me causarian revolucion de tripas, si las tuviera. Ahí está
el arroJar un saldo .
-Ah! tienes sobrada razon: á la cabeza se la arrojaria yo de
buena gana á los que dicen que la cuenta arroja una diferencia de
700 pesos, 6 un resultado muy satisfactorio. No parece sino que la
contabilidad consiste ahora en darles á las pobres cuentas ipeca-
cuana ó tártaro emético para que arrojen la que tienen dentro.
-¿Y qué ùiremu:nlelZac¡e y delcaïmclilcG '!
-Hombre! 6 digo, plnma! y,qué puede haber que decir de esos
vocablos? Lacre es una sustancia que sirve para sellar y para .
-Sí; y cuando dicen las señoras terciopelo lacre y cintà lacre,
tambien es sustancia que sirve para sellar?
-Oh! aquí la que hay es una elípsis: terciopelo laàe vale
tanto como terciopelo de color de laCl·ri. Lo que sí te confieso es que
hay muchas personas que han llegado á figurarse que ,lacre en su
sentido primitivo y propio es un adjetivo que significa la mismo
que encarnado ó rojo, y que por tanto hacen burla de quien dicc
ldcre negro 6 lacre verde.
-Eu aquello de Zal"aZa carmelita y pañuelos cârmelito8 tam-
bien habrá elípsis, no es verdad? .
-No te me vengas ahora con chocarrerías. En zaraza carme-
Zita, la hay sin duda: tal expresion equi vale'á esta otra: zaraza
de color de hábito de religioso ca1'melita •....•
Imagínate que no existiera la palabra gris para significar el'f
color del hábito de los recoletos de San Diego: en ese caso st:
diria pantalones recoletos, una cinta recole/a.
-Pues no es nada la que se suprime por la tal elípsis: média
docena de palabras .
- i;1V-

-No importa: el carmelita, empleado para de~ignar un color


que en realidad no tiene nombre especial, es iInítil, y el tratar de
desterrado seria exceso de rigor. El darle terminacion masculina
ó plural sí es un barbarismo de marca.
~y entónces quieres que diga la gente pañuelos carmelita.'
-No:, ni hallo que se pueda salir del atolladero de otra suerte
que diciendo pañuelos de color de hábito de carmeb'ta.
Ahora figúrate que en vez de 1'aso morado se dijera raso obispo
¿ qué tal sonaria enaguas obispas.1/ Pues càrmel Üo ó carmelitas 6
carmelitas le suena tan mal á quien tiene oidos delicados como le
sonaria obispa, obispos y obispas.
-y ya que de colores se trata; qué dice usted del solferino,
del magenta ó mayenta y delltabano!
-Que no habiendo, como no hay, en la lengua castellana otras
palabras más antiguas propias para nombrar esos nuevos colores,.
ó para hablar con más propiedad, esas nuevas modificaciones de
los colores primitivos, es forzoso dar carta de naturaleza á aquellos
vocablos.
-y díme, por si acaso se me ofrece mentar aquellos colores:
¿ debo decir cÚ¡tas 6 ad01'no8 rnayenta, ó bien 'ÎÎwy/:!/rdasÓ mayentod
-No sabemos todavía si el uso) en uso de sus facultades ex-
traordinarias, convertirá á mayenta y solferino en adjetivos varia-
bles, á la manera que el Gobierno convierte en bonos del tres por
ciento una obligacion que fué y debió ser reputada en su orígen
como dinero efectivo; pero miéntras recae alguna 1'esolucior¿sobre
ese punto, parece que debemos abstenernos de dar á 7nayenta y sol-
ferino más de una terminacion. Yo, por lo que á mí toca, diré
telas ó géneros de colo l' solferino.
-Pero quisiera saber .
-y yo quisiera dormir. ¿No será mejor que dejemos para D1a~
fiana ........•
-Yo quiero es apuntar las especies ántes que se me olviden.
-Yo quiero es a:puntw·. (Y esto la repetí con un tonillo zum-
ban que dejó á la pluma visiblemente amostazada.) Yo quiero es
<lpwntw'f Háse visto frase más descabellada y más vulgar? ¿A
qué viene ese es que has introducido entre el quiero y el apuntal'!
-Pero ello es (respondió mi interlocutora tan avergonzada
que sudaba tinta) ello es que {t las criadas les oigo decir á menu-
do : Lo decía era po¡' hacerme burla,. iba era pm'a el mercado;
salí6fué de la cocina; compraron carbonfué ellúncs.
-Buena autoridad citas .
-¿y tú mismo no me has hecho escribir no sé cuándo que en
hecho de verdad, las criadas son los maestros del lenguaje ?
-Así te la he hecho escribir y así es la verdad; pero eso no
qUIere decir que las criadas sean la autoridad que debamos respe-
tar, sino que las criadas, por el rOCe continuo que tienen con los
niños y las niñas aun en las casás mejor gobernadas, son el mode-
lo que los unos y las otras tienen presente más de ordinario, y co-
mo de los niños y las nii'1as salen los hombres y las mujeres .....•
-Ahí tenemos otra vez el USU8, quem penes al'bitrÍ1¿m est.......•
-Quita allá! Si los fueros del uso hubieran ae ensancharse
tanto como tú quieres, no habria disparate que no quedara legiti-
mado, puea ninguno hay que no sea dicho por varias personas.
Más claro: nada seria disparate. Cuando hay un modo lógico,
corriente y usual de expresar una idea, y por ignorancia empiezan
algunos á quererla expresar de otro modo ménos conforme con la.
buena sintáxis y con la índole de la lcngua, no hay uso que valga ....
-Quedo enterada. ¿ Pero cómo han de corregirse las frades
que dieron ocasion para todas estas digresiones ?
-Diez años há, cualquier muchacho doctrino, cualquier negro
semi bozal, hubiera podido satisfacer á esa pregunta, pues aun no
hace tanto tiempo que empezaron á oirse entre nosotros barbaris-
mos del linaje de los que me citaste. Cuando tú me dijiste yo quie-
1'0 es apuntar las especies, lo que quisiste y debiste decir fué lo que
JjO quiero es apuntar las especies. Las otras frases se corrigen así:
por lo que lo decia era por hacerme burla; para donde iba èret
para el mercado,. de dondt:, salió fué de la cocina; cuando compl'a-
ron carbon fue ellúnes. o, si se .prefiere omitir los relativos, las
mismas ideas pueden expresarse suprimiendo el verbo ser, y di-
ciendo: quie?'o apuntar; lo decia por hacerme burla; iba para el
mercado; salió de la cocina,. compraron carbon el lúnes.
y en llegando que llegamos á este punto, como la picotera de
mi pluma no tenia trazas de quererse callar en toda la noche, y
sin decir conque nos iremos, ni ninguna de aquellas cosas que se
dicen para que las conversaciones no queden como cortadas con
cuchillo, me arrebujé en la ropa de mi cama, y me dormí y pasé
una noche tan buena como se las deseo á mis lectores por todos los
siglos de los siglos.

X-CONTESTACION A GAMA
(D. M. M. Ma 11a ri no) sobre la y.
Muy estimado sel'ior mio :
"Donde interviene, decia Sancho e!1 cierta ocasion, el conocer-
se las personas, tengo para mí que no hay .... sino mucha mala
ventura." Lo mismo pudiera yo decir en la presente, pues. si yo
ignorara el verdadero nombre de usted, como nsted losupoije, no
se me darian dos ardites de que en la carta qne, honránd~w.e .máa
.1
- iJO-

da lo que merezco, me ha dirigido, se mostrara adverso á una pr~c.


tica que he recomendado en mi tratado de Ortografía •
.Pero el caso es que dicho verdadero nombre es tan desconocido
para mt, como para Sancho lo era el de la princesa Micomicona;
yes para mí harta mala ventura el descubrir que yo no he acer-
tado á opinar como usted en una materia en que es casi lo mismo
disentir de su dictámen que errar.
Imagine usted cuán desmayado, marchito y desc(\razonado
quedaria un Groot, un Ortiz (6 más bien tres Ortices), un Malla-
rino 6 un Caro, si despues de haber hecho tanto para defender las
doctrinas y los fueros de la Iglesia, se viniese á saber que Au-
gusto Nicolas habia empezado á contemporizar con Mazzini; M.
I ..•uis Veuillot, con Victor Hugo; 6 Mgr. Dupanloup con Renan.
Pues tal he quedado yo al ver que usted, campeon infatigable y
el más autorizado de las doctrinas literariamente ortodoxas, mues-
tra inclinacion á una de las innovaciones ortográficas que se han
introducido en AJ1!érica, á la que consiste en dejar de represen-
tar en oiertos casos el sonido de la i por medió de la '!J.
Los argumentos que usted aduce prueban concluyentemente
que se cometi6 un desacierto cuando Re estableció la cûstüm.bre de
usar de la '!J en vez de la i; pero en mi sentir no debe inferirse de
ahí que baya de establecerse por autoridad privada una costum-
bre contraria.
Yo no considero el asunto com/) usted lo considera. Usted fija
la atencion en lo irregular que es el que aquel signo escrito tenga
dos oficios; )'0 no paro mientes en eso sino en las consecuencias
que se siguen de que los particulares nos apartemos de lo precep-
tuado por la autoridad que en materia de idioma es legítima, y
más que legítima, necesaria.
Admitida una sola innovacion, queda abierta Una puerta para
que los reformadores 6, por mejor decir, los perezosos, se salgán al
campo anchuroso de la anarquía. Si Gama, dirán ellos, sejuzga con
facultad para sustituir la i á la '!J, á pesar de la Academia, ¿ porqué
no hemos de tener nosotros derecho de eliminar el IL y la x, 6 bien
la e y la g ántes de e y de i? Las razones que para ello nos asisten
son en nuestro concepto tan poderosas como en el de Gama lo son
las que ha alegado contra uno de los usos de la '!J.
Usted no cree digno de respeto al uso en cuanto al empleo de
la '!J como vocal. Mi parecer en 6rden á esto es que una vez que la
Academia ha declarado que un uso es uso, este uso es ya el U8U8 de
qne ba:bla Horacio, aunque dicha corporaeion lo haya tomado de la
gente mas ignorante. De otro modo, todos seríamos protestantes eu
materia de lenguaje; todos nos arrogaríamos la facultad de deci-
dir cuál entre varios usos era el que debia servir de norma, (r cuá-
les eran los escritores dignos de ser imitados.
- ~1J -

Lo que he dicho parecerá, no á usted, pero sí á otros lectpre8,


muestra de ciega y servil adhesion á la Academia espanola. Par&
-ellos, no para usted, hago la siguiente eXplicacion.
La Academia puede est¡\r y habrá estado tal vezcompues-
ta de hombres mênos instruidos y hábiles que muchos de los litera-
tos contemporáneos suyos no perteneciente\! á aquella corporacion.
Así es q\le la superioridad que reconozco en ella no es superioridad
de luces. Obedézcole con entera sumision y con los ojos q(ll'rados,
porque palpo la necesidad que hay de que por todos los qUElhabla-
mos castellano sea reconocida y acatada \lna autoridad, sea la que
fuere, para que todos luiblemo8 y escribamos el castellano de un
mismo modo.
Usted insinúa que la Academia es falible, y menciona en apoye
<le esto la omision en que respecto de una de las acepcion~s. de la
palabra roto incurrió en su diccionario. Otras tales pudieran citarse;
pero yo juzgo que las omisiones nada prueban contra la autoridad
de la Academia, así como nada prueba contra la del Congreso el
que él baya dejado de expedir ciertas leyes necesarias.
Mucba fuerza me bace cuando discurro sobre esto de reformas
ortográficas el contemplar lo que sucede en naciones mas inclinadas
á hacerlas de todo linaje, y hoy mas ilustradas que la espa:nola. La
ortografía francesa y la inglesa son incomparablemente más irregu-
lares que la castellana: el absurdo más monstruoso que en êsta
pueda hallarse es una fruslería puesto en parangon con la más li-
gera de las anomalías que se observan en aquellas, Y con todo; ya
ve usted cuán mirados son los compatriotas de Mirabeau y los pai-
sanos de Cromwel cuando se trata de reformas ortográficas.
Usted me dirá que, si usamos de la i en lugar de la y, III Aca-
demia se verá forzada alguna vez á reconocer que el uso est~ ya á
favor de la innovacion y á autorizarla. ¿ Y no ba sido usada por
muchos americanos desde ahora há 30 Ó 40 anos, sin que la Acade-
mia, sin que un solo literato espaiiol dé muestras de haberlo ad-
vertido? Los americanos no podemos tomar la delantera en punto
á reformas de este linaje, porque escribimos poco, publicamos
ménos y no esparcimos nuestros escritos nada.
Sabido es que entre nosotros se generaliz6 poco más 6 ménas
desde el decenio comprendido entre 1830 y 1840 un sistemà orto-
gráfico diverso del autorizado por la Academia. Los puntos de di-
sidencia han sido los siguientes: 1. o se ha usado de la j, con exclu-
sion.de lag, ántes de e y de i; 2.0 se ha empleado lai en la conjun-
cion que tiene su sonido yen los diptongos finales ay, ey, oy, uy;
3. o se ban suprimido las tildes de toda vocal que por sí sola consti-
tuya preposicion (, conjuncion; y 4. o se ha sustituido la 8"á la x en
las voces que en el Diccionario llevan esta letra ánteB de otra con-
S()Dante. Esto último Be hizo tambien en Espai1a, pero luégo se
-,-. ;,iLVV-

desisti~ de ello. Así las -(l0l!ll~,se propusieron yariO$ escritores, y


,pribcipalO1imteJoséMart:~Vergaray VtJrgara, hacer que los co-
lombianos volviésemos á la. coJlluuion Académica. Dos 6 tres lIilos
haooqne empezaron á.' ha~rsê esfuerzos co~este :fin,y ya se ha
conlleguidoi que. muchos escritores y varios directores de impren-
in entren en dicha comunioll. Ya tenemos no pocos libros y pe-
riódicos nacionales impresos con ortografía verdaderamente es-
pa:ñola. '
¡ Hay, pues, entre nosotros dos parcialidades: la de los que se-
guimos en todo los preceptos de la Academia, y la de los que se
apartan de ellos en los puntos mencionados. Harto grave es este
mal; pero al fin y al cabo, las parcialidades no son más que dos,
y los que pertenecen á la 2.· pueden llamar sistema su modo de
proceder, por ser ellos muchos; porque hay ménos inconsecuencia
en apartarse de la Academia en todo la posible, que en apartar-
se de ella en uno de aquellos puntos y no en otros, y porque pue-
den alegar una prescripcion, aunque bastarda, en favor de la co-
rruptela.
Mas si se acredita la innovacion que usted defiende, vendrá á
haber tres parcialidades en lugar de dos, pues muchos querrán
escribir como quiere usted que se escriba, esto es, siguiendo al Dic-
cionario en, todo, ménos en la tocante á la y. Esto será dar Un
.paso más háeia la anarquía y poner en gran confusion á muchísi-
mos que tienen voluntad de escribir como se deba, pero que care-
ceu del discernimiento y de la instruccion que son menester para
poder hacerse cargo de todas estas menudencias y distinciones. En
todo tiempo seria delicado-intentar la que usted intenta; per.o en
la época de crisis en que nos hailamos, la es más que nunca. No
dudé usted que si con nueva8 novedades introducimos la confusion
" (..1 nue&tras propias filas: proporcionaremos una fácil victoria á
nuestros aqversarios, Y veremos caer nuestra querida g Y nuestra
cara x alIado de esa y de usted tan aborrecida, cuya causa es, por
desgracia, la misma que la de aquellas.
Aquello de que yo haya de aclarar las dudas de usted y de
ilustrade en la materia sobre que me escribe, es cosa que no puede·
ser mirada por nadie, y méllos por mí mismo, sino como una
mues!ra de benev.olencia y c.om.ouna manifestacion de exquisita
urbanidad. Pero cabalmente P.orque sé que no merezco tanta hon-
ra com.ola que usted me dispensa, le estoy más reconocido por l~
merced que me hace. "
Si usted concluye sus observaciones diciéndome que teme estar
equivoca.do y que espera que y.oaclare sus dudas, ¿ qué deberé de-
cide y.o, que me he atrevido á exponer opiniones contrarias á las
de usted? No·me pr.opasara y.oá tanto si n.o fuera porque al mis-
ma tiempo que la civilidad me campele á n.odejar sin c.ontestacion
la c~uta que usted me ha dirigido, me juzgo obligado á exponerle
eon sinceridad lo que opino. ,'.'
Perdone usted, pues, mi atrevimiento y sírvase aceptar lós:
sentimientos de amistad y estimaciún con que me suscribo de usted·
muy atento y obsecuente servidor,
J. MANUEL MARROQUIN.

XL-RESPUESTA A UN SUSCRITOR DE "LA CARIDAD,"


Señor Suscritor de LA CARIDAD.

Diré á usted lo que á mí se me alcanza en órden al punto sobre


que, con benévolas y lisonjeras exprcsioues, me ha pedido mi parecer •.
Por desgracia, lo que se me alcanza es muy poco; pues, fuera de que
no es mucho la que entiendo de la filosofía de la lengua, la cuestion
que usted me propone es tal vez ménos gramatical que teológica.
Ademas, yo nunca habia parado mientes en la declaracion ael Con-
cilio de Calcedonia ni por consiguiente hecho estudio alguno sobre
ella. Haríalo ahora de muy buena gana para poder satisfacer cum-
plidamente á usted, retribuyéndole en alguna manera la honra y
la. prueba de estimaciun que me ha dado dirigiéndose á mí más
bien que á un Mallarino, á un Groot, á un Caro 6 á otro de
tantos literatos más capaces que yo de dar la explicacion que usted
desea. Hada, digo, el estudio necesario para darla cumplida y sa-
tisfactoria, pero no tengo en el lugar en que resido la parte de mi
librería que para el caso podria serme de provecho; y si dejara el
contestar á usted, para cuando se me presente ocasion de hacer
aquel estudio, tal vez daria tiempo para que se juzgase que habia
mirado con indiferencia la solicitud de usted, por lo cual prefiero
contestar inmediatamente y sin estudiar el punto, á contéstar más
erudita y ménos prontamente.
Hay un verbo ser que significa la existencia de un modo ab-
soluto. Este es el que está empleado en la sublime definicion que
Dios da de Dios mismo: " Yo soy el que soy," y en esta pregunta:
" Qué jtté primero, la gallina ó el huevo?"
Este verbo puede regir la preposicion en, como se observa en
üquel texto de San Pablo: "En Dios vivimos, nos movemos y
somos," y en ciertos versos de Lamartine que, traducidos literal~
mente, dicen:
UEl es y en El es todo;
La inmensidad, los tiempos,
De su sér infinito
Son puro.s elemento8."
Hay otro ver'tx> Se1' que une el sujeto con el predicado (}qne
puede ser modificado por prediéados, sin alguno de 108 cuales no se
halla nuuca, N o significa la existencia, como el otro, sino que entra
en las proposiciones en que se quiere dar idea del modo de existir
del sujeto, modo de 'existir que es nlás 6 ménos accidental, más 6
ménos transitorio; modo de existir que no es el mismo sér que
existe y que se distingue de él.
Si tuviéramos un lengnaje para hablar de las cosas divinas,
como la tenemos para hablar de las humanas, nunca emplearíamos
tal verbo hablando de Dios, ni diríamos Dios es bueno ó Dio8 el!
eterno, porque en Dios, sustancia simple, no hay cualidades ni mo-
dificaciones, no hay cosa que sea méllOSque él ni que propiamente
I>uedacontemplarse separada de otra que en él exista.
Este segundo verbo ser es el que en castellano se trasforma en
estar, cuando se trata de estados ó modos de ser manifiestamente
transitorios. Este mismo verbo ser puede resolverse casi siempre
cn moslr'arse 6 manifestarse, lo que hace muy patente la diferencia
que hay entre su significado y el del otro ser.
El ser que he llamado segundo, esto es, el que une al sujeto
con el predicado, rige la preposiciou de. LoI! ángulos SON DE tres
modos; Esta oolumna Ei:J DE piedra.
No ménos que en la diferencia que hay entre estos dos verbos,
hay que fijar la atencion en la que existe entre las dos preposicio-
nes que he mencionado. La preposicion en indica la relacion de
dos cosas, una de las cuales contiene la otra ó existe en otra. La
preposicion de expresa la que média entre dos cosas, de las cuales
una sale, procede 6 toma su orígen de otra, 6 de las cuales una es
un todo y otra una parte de él. Otros usos tiene esta prcposicion,
pero no creo del caso mencionarlos.
Si se nnen dos sustantivos por el verhosel' seguido de en, se
expresa que la existencia del uno depende de la del otro. La
proposicion N08otl"os S01\10S EN Dio8 significa que nuestra exis-
tencia depende de la de Dios, esto es, que nosotros no existi-
ríamos si Dios no existiera. Si decimos que Dios ES EN Dios,
afirmamos que El existe necesariamente; qne su existencia no
depende de la de otro sér; que aunque nada más existiera, El
existiría.
Sentado todo esto, y sentado tambien que el Concilio no podia
emplear un lenguaje diferente del que emplea hablando de Dios,
al hablar de Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo que ERA en el prin-
cipio, Dios como Dios, se hace patente que aquella augw;ta corpo-
radon no podia declarar que Jesuc1'Ïsto ES DE naturaleza divina y
humana. I.Ja idea eacerrada en esta expresion es análoga á la que-
~e declara en estas otras: l08n.eg1"08SON DE la especie humana;
t:It diamante ES DEL reino mineral; esta col16mna ES DE piedra ó

'DE ftatural6:Ja pétrea. Si el Concilio se hubiera valido de semejante
expresion habria ensefiado que Jesucristo habia salido de la natu-
raleza divina y humana, que Jesucristo pertenecia Il ella como una
parte á su todo, y que, una vez que Jesucristo habia salido de ella,
ella era un sér mayor que Jesucristo. Esto habria sido negarIe á
.Jesucristo su naturaleza divina; porque ser de naturaleza divina
es ser Dios, y Dios no puede ser de nada ni proceder ó salir ùe
nada sin dejar de ser Dios.
La naturaleza divina es una cosa á que no se pueùe pertenecer,
porque pertenecer á algo es formar parte de algo, y la naturaleza
divina no puede tener parte sin dejar de ser simple é infinita, esto
es, sin dejar de ser naturaleza divina.
La naturaleza de una cosa es la cosa misma. La naturaleza de
Jesucristo es Jesucristo, así como la de Dios es Dios; y así como
no puede decirse Jesucristo es de Jesucristo, uo podia dccirsc Je-
sucristo ES DE dos natumlezas.
Ni la errada inteligencia de que he hablado era la única de esta
clase que habría podido darse á la declaracion del Concilio, si éste
hubiese empleado la preposicion de. Jesucristo ES DE dos natura-
lezas y este instrumento es DE pieza,B, son dos frases que tienen un
mismo sabor. Los herejes, que estaban con el ojo tan largo á fin
de descubrir hasta el más sutil cabello de que pudieran asirse paru.
sostener sus errores, no habrian dejado de aprovecharse de dicha
declaracion, afirmando con el apoyo que ella les habria brindado,
que Jesucristo está compuesto de partes, con la que no les habria
quedado nada más que pedir.
Lo que he expuesto se refiere al verbo castellano Sel- y á la:'\
preposiciones castellanas en y de; pero cuanto he afhmado de
estas dicciones puede aplicarse á las expresiones latinas corres~
pondientes.
He dicho que hay un verbo ser y otro verbo ser, en vez de dc-
cír que el verbo ser tiene dos acepciones y qne se usa de dos ma-
neras. Lo he hecho así porque he creido poderme explicar COI1
ménos oscuridad valiéndome de ese modo de hablar.
Concluiré haciendo notar á usted, sefior Suscritor de LA CA-
RIDAD, que San Leon y el Concilio percibieron á primera vista la
sutil distincion que de las dos preposiciones debia hacerse, no obs-
tante que en su tiempo no estaba en boga ni muy adelantada la
análisis filosófica del lenguaje, como la acreditan las obras sobre
gramática escritas ántes de nuestra época y el hecho de 110 haber
advertido esa diferencia los veintidos miembros de la eomision,
que no serian por cierto hombres adocenados.
Que guarden para sn regalo esta refl.exioncilla los que, igno-
rando que ei hecho de que una luz superior y siempre UDa misma
ha guiado á los Pontífices y il los Concilios está comprobada pGl'
la Histori~, preténden ¡negar'16 que creemos lós católicos, acerca
de ese punto •..
Deseo, senor Suscritor de LA CARIDAD, qùe mi respuesta le
satisfaga, como tambien que le pruebe la buena voluntad con que
he procurado complacerle y con que me suscribo de usted muy
atento servidor,
J. MANUEL MARROQUlN.

XII.-DIALOGO ENTRE TRES A~IIGOS.

-Has leido la biografía de Schiller, escrita por José Rafael


l'inzon ?
-Empecé á leerla con bastante miedo de aburrirme, y con
ánimo de irla tomando á tragos, y la leí toda de una asentada.
-Lo mismo me aconteció á mí: la tomé para hojearla, porque
queria poderle decir á Pinzon, sin mentir muy descaradamente,
que la había leido, y de renglon en renglon llegué al fin sin saber
cuándo.
-Pue'3, hombre, no se puede decir cosa mejor para probar que
dlibro tiene intercs.
-y no es poca gracia habérselo dado, escribiendo la vida de
un hombre que no parece que pudiera sernos simpático.
-Sí: maldito el caso que yo hacia de Schiller. A mí se me
figuraba que no era .más que uno de aquellos tudescos pensadores
y soñadores que aquí no entendemos.
-y ahora ya la quieres.
-y me daria tres caidas por leer todas sus obras.
-Volviendo á la del interes, es admirable que el libro pueda
<'autivar el ánimo, no habiendo, como no hay, en la vida de Schiller
sucesosraros, ni situaciones dramáticas, ni catástrofes, ni .....•
-Ahí está la habilidad del biógrafo.
-Es que, á falta de situaciones apuradas, Pinzon, ademas de
haber acertado á ser natural y verdadero, que es el gran secreto
para poder ser ingenioso y original, ha diseminado en todo el libro
observaciones y razonamientos que sin dejar de ser exactos y á
veces profundos, están llenos de un candor y de una ingenuidad
que embelesan.
-y otra cosa que me ha maravillado ha sido 10 sano y juicioso
de las ideas de Pinzon, siendo él tan jóven .
-Si yo hubiera leido esta obra sin conocer tí Pinzon, habría
imaginado que era un hombre maduro.
-Sí; porque eu religion yen política manifiesta principiœ
que, si sientan bien en 'nn mozo republicano, no desdicen de la
-gravedad y sensatez de un hombre de fuste.
Pero por más que todo eso inclinara allcctor que no conociese
á. Pinzoná imaginár¡;elo hombre maduro, aquella ingenuidad y
aquel candor que decíamos y que hace tan agradable la lectura de
su obra, se la harian reputar jóven y aun niño.
y por cierto que para que al lector no le quedara duda de qne
Pinzon no es viejo escritor, ni mucho ménos escritor viejo, se le
deslizaron algunos defectos de estilo y de lenguaje.
Por fortuna, no bastante numerosos ni bastante graves para
afear la obra.
-y no hace sino demostrar que todo el mérito que se descu-
bre en la biografía es debido al puro talento del autor, y no Il la
maestría artificial que suele adquirir escribiendo mucho.
y demuestran tambien, por consiguiente, que de Pinzon se
puede esperar no poco.
-Estoy seguro de que Pinzon no sospechó siquiera que iba á
alcanzar uno de los triunfos que ha conseguido: caracterizar un
personaje es tal vez la más difícil que hay para un escritor; y
Pinzon, sin ponerse de propósito á dibujar el retrato de Schiller, me
la ha hecho conocer de manera que se me figura haberlo tratado.
-En la que sí anduvo desacertado fué en no haber dado de
las obras de Schiller sino una idea demasiado vaga: tal vez hu~
biera debido .
-Pero la cierto es que con esa idea que á ti te parece vaga,
me ha inspirado deseos de leer esas obras; y el habérmelu::;inspi-
rado así supone doble habilidad.
-y que meterse á analizarlas era meterse en camisa de cua-
trocientas varas.
-Sí: hacer papel de crítico para con un hombre como Schi-
Uer, es cosa que tiene tres bemoles.
-y ademas, harto hizo Pinzon COll elegir tan acertadamente los
trozos de las obras de Schiller que quiso presentar como muestras.
-Hombre! qué Campana aquella! quG Campana!
-Yo creia conocerla por la traduccion de Hartzembusch; pero
()Qmoestá en verso y como el traducir de verso aleman á verso
castellano debe de ser de las cosasque pasan de castaño oscuro,
Hartzembusch con ser Hartzembusch no pudo dar de la Campana
-sino IIna idea muy imperfecta.
-Sí; y Pinzon que nos ha dado una traduccion literal (qnt'\
no por eso deja de ser elegante), nos ha dado á conocer en esa com-
posicion muchas más bellezas.
-A no sé quién le oí censurar el que Pinzon se hubiera apro-
vechado de la coyuntura que se le presentó al ir ti. dar á la prensa
un libro, para publicar otras cosas.....•
-Sí; yo lo pensétambien: peca contra la unidad; pero á nad;¡
de lo que atiadió á la biografiale falta illteres .•••••
y yo le perdonaria las agregaciones que hizo y otras ciento elJ
gracia de aquel trozo de la tempestad.
-Toma! Yo cuando llegué á ese trozo, aunque ya tenia muy
buena idea: de las dotes de Pinzoll, dije: "tente hombre que no
sabes en lo que te has metido." Yo temí que ahí decayera much!),
por<¡ue, despues que hemos visto una tempestad de tempestades,
desde la Odisea y el Telemaco hasta las que hemos descrito noso-
tros mismos (sin conocer el mar), me parecía que ya no era posible
ver una nueva que no fuera igual á todas las demas ; y sin embar-
go, êsta me ha cogido tan de nueyo como me cogeria una real y
verdadera si hiciera la barrabasada de embarcarme.
-En esa tempestad hay bellezas de primer órden .....• tienes
nquí el libro ?
-Sí, aquí está.
- V aamos algunos pasajes .
-No: la tempestad merece que la volvamos ti leer por entero.
-Bien. Lee tú.
"LA TEMPESTAD.

"El 4 de enero del ailo de 1862, como á las diez de la noche,


zarpó el vapor I Saladin' de los famosos dogues del puerto más
comercial de Inglaterra con destino á las costas de la Nueva Gra-
nada, y empezó á navegar aguas abajo en el rio Mersey.
"U na brisa bastante fuerte batia las aguas y producia un sua-
ve vaiven en nuestro navío; mas en los dias siguientes continuó
arreciando hasta que se descompuso el tiempo y se torn6 en un
completo huracan. El viento soplaba con desigualdad y violencia
formando caprichosos remolinos que parecian querer despedazar
las velas del navío; las nubes tomaron un color negro-amarillento
y las hinchadas olas se levantaban como montailas con cierta hor-
rible regularidad, formando un ruido siniestro como el rugido de
nna bestia feroz en el desierto: todo anunciaba que sobrevendria
una horrorosa tempestad.
"Nuestro navío, sin embargo, marcha bien, aunque ya en las
crestas de esas montañas de agua salada, ya en los abismos que se
le abren; y el capit:m, hábil en su profesion é impávido como una
criatura formada en el seno de Neptuno, pero conociendo más que
'nadie la gravedad de la situacion, fluctúa entre mil proyectos dis-
tintos. Unas veces habla de virar de bordo y acogerse á Cork 6 á.
cualquier puerto de Inglaterra para escapar de la tormenta, cosa
que el mismo furor de las agnas no le permite; otras veCes pien-
sa que seria bueno dirigir la proa ti Li.sboa y entrar en el puerto
á cuya altura nos hallamos; pero al instante recuerda los escollos
~e aquel puerto qUé solo le ofrecen un seguro naufragio, y así per-
demos toda esperanza de podernos acoger á alguna tierra. Es
preciso, pues, tésistir el furor de la tormenta en alta mar.
" Llega el viérnes por la tarde. El tiempo se torna cada yez
peor; él cielo está más encapotado que nunca; los pasajeros erra-
mos pensativos y temerosos, porque nuestro corazon presiente el
peligro; las órdenes se dan con prontitud; los pasos se redoblan ;
los marinos están alerta j las operaciones se ejecutan con velocidad;
las velas se izan y recogen sucesivamente; rechinan las cadenas;
las olas saltan sobre la cubierta y caen rodando hasta nuestros
piés. Ya no aparece ese hermoso globo de fuego hundiéndose en
el agua; por el contrario, solo vemos grandes y pesadas nubes que
amenazan desplomarse sobre nuestras cabezas.
" La noche be va aproximando y con ella todos sus horrores, y
un negro manto viene á extenderse sobre el abismo; de cuando en
cuando un relámpago alumbra esta imponente perspectiva que au-
menta nuestros temores, y un trueno sordo se pierde en el bullicio
del furioso elemento ........•.....................................................•
" Abrnmados al fin de cansancio, notando que nada podíamos
hacer allí, y resignados con nnestra suerte nos retiramos á nuestros
camarotes, y empezaba á quedarme dormido cuando sentí un gol-
pe violento contra la ventanilla, y oí unas voces confusas en la
cámara al mismo tiempo que se precipita mi compañero y con voz
temblorosa me dice que me levante porque estamos perdidos.
" A estas palabras salto fuera del camarote y al bajarme siento
lllûjado el piso: indudablemente el agnl\ habia penetrado ya en la
cámara; y entóncea llego á creer que el peligo es inminente. Nada.
hay que se comuniqne tanto como el temor j así es que aunque yo
no hubiera comprendido la gravedad de la situacion, el espectácu-
lo de mis compañeros con sus rostros cadavéricos, sus labios cár-
denos, sus miradas que vagabau llenas de angnstia como buscando
salida 6 consuelo, y las palabras de desesperacion, pronunciadas en
varios idiomas, me habian llenado de terror.
"Encuentro que la si tuacion ha empeorado: parece que se han
abierto las cataratas del cielo j el trueno estalla en todas direccio-
nes; el buque, como una vívor¡¡. que ha sido herida por un golpe
mortal, se pára, se ladea, se arrastra, cimbra de un extremo á otro,
cruje y parece que va á abrirse. De repente sentimos un fuerte es-
tallido en la popa y torrentes de agua se precipitan en la cámara.
por la cubierta; al mismo tiempo el navío empieza á hundirse .....
ya está debajo del agua! todo mi cuerpo se erizó con el hielo de
la muerte!
"Aguardamos un instante á que flote; en vano continúa
hundiéndose. Mis compafleros, con el semblante desencajado, con
los ojos abiertos que parecian quererse salir de las órbitas, con los.
cabellos levantàdQs.y animado su rostr~ con un gesto horrible de
desesperacion, 'y yo, corrimos á la escalerillapara salir; mas ah!,
la puerta estaba cerrada COll llave!
"En aquel instante caemos todos de rodillas. Todos dirigimos
al cielo nu~stras plegarias. Oh Dios! vos que sois tan misericor- I
dioso, que veis por todas vuestras criaturas, que nos habeis con-
servado hasta hoy, nos abandonareis en este terrible trance? no
nos ayudareis en esta noche fatal? j Qué bueno fuera yo, Sefior,
de ahora para adelante si me salvaseis de este peligro !"
-Linda exclamacion! Qué senciJlez tan encantadora!
--y qué verdad y qué profundidad hay en ella!
-Bien. Prosigue.
_'Ij Cómo me esforzaria en devolveros este beneficio! j Si des-
pues de este peligro me conservarais la vida, qué feliz fuera yo r
Salvadnos, Séfior, salvadnos r j Cuántas súplicas como esta no se
dirigieron al cielo! j Cuán grande era el espectáculo de ver á
hombres de diferentes paises, hablando varios idiomas, teniendo
diversas creencias, pero en aquel momento, de rodillas al pié de la
escarelilla, elevando sus preces al mismo Sér. En aquella hora no
habia sino un solo Dios!"
-Valiente expresion ! valentísima!
-Estupenda, original, enérgica!
-Yo me atrevería á decir sublime, si hubiera de juzgar por
la impresion que me causó la primera vez que la leí.
" De repente una voz estentórea, una voz salida del pecho de
un hombre, una voz que dominó el tumulto se dejó air sobre
nuestras cabezas: era la voz del Capitan. i Qué grande es el hom-
bl·e impávido en medio del peligro! quién podrá ser cobarde al
lado de un hombre cuya sola voz la saca á uno del sepulcro!
,1 Renace sn nosotros la esperanza! El navío vuelve á flotar.
Nos hemos salvado! La tempestad continúa haciendo sus estragos;
pero esos hombres extraordinarios continúan oponiéndole su in-
vencible valor. Entretanto nosotros permanecemos en horrible an-
gustia, aguardando con impaciencia á que llegue la luz del dia y
se abra la puerta fatal.
"La noche nos parece larga como un siglo; el ruido es hor-
l'arasa; todo ha caido confundido; rueda, chirría y se despedaza,
y nosotros sólo agarrados á las masas y á las puertas es como pode-
mos soportar; se cambian alguuas palabras en voz baja.
" Va calmando algo el tiempo y al fin la luz comienza á pene-
trar por las rendijas y aparece el dia tan deseado. Se abre la puer-
ta y salimos á la cubierta. Oh! qué mafiana tan bella! N uoca
dia alguno pareció más hermoso ! Nunca la 1uz pudo prod ueir más
gratas sensaciones!
"Mas al bajar nuestros ojos al navío, 1quê espectáculo tan ter-
rible se ofrece á nuestra vista! A la manera que un rayo que sur·
cando el espacio cae sobre una robusta encina, despedaza sus ramas
y hace astillas su tronco, dejando el árbol abatido y quemado, así
ha hecho la tempestad con nuestro bajel: las velas han sido des-
trozadas, los mástiles partidos, la casilla de proa arrebatada por
las olas, los animales ahogados dentro de la nave; otros arrojados
al mar. Toda la cubierta s610 ofrece á la vista el triste nido del
temporal."
-El nido del temporal! Rasgo atrevido que parece cosa
de Byron 6 de Shakespeare!
"Mas no importa. El cielo con su benevolencia de siempre ha
oido nueseras súplicas y agregado el beneficie de salvarnos la vida
á los muchos que le debemos y que no reconocemos sinocn un
momE'utode] peligro; pero pasado éste, el hombre, naturalmente
inconstante y malo, se olvida de las mercedes de la providencia y
de sus promesas; se envanece ent6nces y desafía á Dios y á los
elementos.
" Así fué como nosotros, despues de calmarse el temporal, ha-
blábamos con impavidez de la tempestad: y cada cual se esforzaba
en aparecer más sereno, quizá el mismo que en la noche anterior
se habia manifestado más aterrado."
-Hombre, es preciso escribir algo sobre esta obra.
-Es preciso. Escribe tú alguna cosa.
-No: á ti te toca.
-No. senor: ni á ti, ni á ti, ni á mí: nos toca, ó más bicn
nos ha tocado á todos tees.
-C6mo?
-La conversacion que acabamos de tener se pone por escrito,
y asunto concluido.
-Corriente. Vayan ustedes recordando y yo voy escribiendù.

XI!I.-SOBRE UNA REFUTACION DE RENAN.

Escribir y publicar una refutacion más de la "Vida de Jesus/'


¿ no será cebarse en un cadáver?
M. Renan; sin curarse de su reputacion de sabio, contradi-
ciéndose manifiestamente á cada paso; atribuyendo autoridad á
los Evangelios en la parte que cOllvienepara su plan, y declarando
apócrifos ó falsos los pasajes que no se avienen con él; haciendo
citas que no prueban lo que él se propone ni tienen siquiera rela-
cion con ello, ha escrito su obra sin otro intento que el de embau-
C..'1.r
á los ignorantes y ganar de paso algunos centenares de francos.
Muchas y muy valientes plumas lo han demostrado 1conven-
- 110 -
déndole de impostura; de ignorancia, de inconsecuencia y de
mala fe••
Despues de eso, ¿ no será" volvemos á preguntar, cebarse en un
cadáver el escribir una nueva. refutacion de la" Vida de Jesus,"
(le esa vida dé Jesus que seria la 'muerte de Jesu8, si Jesus pudiera
volver á morir, y si aquella "Vida" no fuera la muerte literaria
. de su autor?
No: el libro de M. Renan es semejante á la Biblia y al Qui-
jote: no es posible volver á leer estos dos libros, aunque se vuel-
van á leer por la milésima vez, sin descubrir en ellos cosas nuevas;
en la "Vida de Jesus" escrita por M. Reuan, aunque se lea un
millon de veces, se e!Jcuentra siempre algo de nuevo. No hay más
que una ligera diferencia: en la Biblia y el Quijote se hallan
siempre nuevas bellezas y nuevas excelencias, y en la " Vida de
.Tesus" se descubren y se descubrirán eternamente nuevas contra-
dicciones y nuevas mentiras.
Someter sin iutermision este libro á la crítica, il una crítica de
mejor calidad que la que gasta su autor, es y será siempre una
labor provechosa. Decimos más: todo cristiano que sea capaz de
escribir está obligado á contribuir á que M. Reuan desempe:i1e el
ministerio de que la Providencia le tiene cncargado.
Sí: M. Renan ha recibido un cargo, como lo recibieron en
otro tiempo los reyes asirías y como lo recibió Atila; y como
Atila y como los reyes asiríos, lo desempe:i1a sin saber que está sir-
viendo al Dios á quien aborrece.
Hoy no se leen las exposiciones de la doctrina cristiana ni Ia8
obras apologéticas; no se oye la palabra de Dios; ni de los pun-
tos más fundamentales del cristianismo se tiene otra idea que la
falsa é incompleta que dan ciertos escritores de moda.
Para que se lea algo de provecho es preciso que la polémica
despierte la curiosidad y dé interes á las cuestiones que habitual-
mente son miradas con ùesden por los espíritus superficiales.
}rI. Renan ha dado ocasion para que millares de personas que
nada sabian acerca del fundador de esa religioD, de esa moral, de
esa civilizacion á que lo deben todo, sepan que Jesucristo es Dios y
midan con la imaginacion el abismo eu que se hallarian sumidos,
si Él no hubiera visitado la tierra.
Por esto es por lo que creemos que todo cristiano capaz de
hablar y de escribir debe en esta coyuntura exclamar con San Pa-
blo: j Ay de mí si me callo!
Por otra parte, M. Renan ha proporcionado un gran triunfo
al cristianismo, y es preciso que todos los que amamos á Cristo
contribuyamos á solemnizar ese triunfo. Su libro fué esperado y
ha sido mirado despues que salió á luz, como el golpe de gracia
(bdo á las doctrinas católicas, como el último esfuerzo que al iu-
- III -

~ni.o hnmtino era d<ldointentar contra el Señor y contra su Un-


gido. {/Rompamos sus ataduras, habian dicho, y sacudamos de
nosotros su yugo;" y por \ln instante cantaron victoria fiados en
la alta crítica de M. Renan.
Sí: en la "Vida de Jesus" debe de resumirse, segun la aco-
gida <[uele han dado los incrédulos, lo mejor y lo más concluyen-
te que se puede decir contra la Divinidad de Je'lucristo.
iy la "Vida de Jesus" es un libro en que hay citas falsas!
iY la "Vida de Jesus" es una obra histórica, cuya refutacion
se halla en los únicos documentos que se pudieron consultar para
escribirla J
iY la "Vida de Jesus" es un libro que lleva en sí su propia
refutacion!
Se ha dado, pues, un testimonio público y solemne de la ver-
dad del cristia.nismo. El que habita en los Cielos se ha reido dé los
que habian formado vanos designios: es preciso que los que habi-
tamos en la tierra tomemos parte en esa santa y formidable risa.
Es formso y justo que todos contribuyamos en lo posible á solem-
nizar y á publicar la victoria.
Enseilar á los poco avisados á descubrir en la Il Vida de Jesus"
la refutacion de la "Vida de Jesus," es lo que, al escribir su obra,
se ha propuesto el seilor Groot, y nos atrevemos á asegurar que la
ha conseguido.
Su libro no viene á destiempo aunqne el de M. Renan haya
caiùo eu desüBo y esté arrinconado. El destino de este último l

repetimos, ha sido el de dar pié para que se escriba, y despertar


el interes para que se lea, y la ocasion no ha acabado de pasar.
Ademas, para incnlcar y para defender la verdad, todo tiempo es
bueno y, sobre todo, segun el consejo de San Pablo, hay que
instar á tiempo y fuera de tiempo.
COtlocemosvarias de las obras escritas en Europa contra la de
:M. Renan, y en la del seilor Groot hallamos, no obstante, muchas
observaciones y razonamientos que nos han cogido de nuevo', y nos
han sorprendido no solamente por su originalidad sino por su fuer-
za. En punto á lógica, la obra del señor Groot no tiene que pedir
ventajas á ninguna de las que hemos visto escritas con el mismo
ñu; en punto en claridad, d¡;ja atras á muchas de ellas. Conside-
rada como resúmen de las sanas doctrinas relativas á la persona de
Jesucristo, poco ó nada deja quo desear; y así está muy léjos de
ser lo que llaman obra de circunstancias. En todo tiempo podrá
ser Jcida. con iuteres y con provecho, por más olvidado que venga
á quedar M. Renan.
Confesamos <tuecuando la obra vino á nuestras manos, la abrí-
mos con temor de hallar en sus páginas el desaliilo y la sequedad
de «¡uesuelen adolecer, seilaladamente entre nosotros,las obras de
controversia religiosa; pero quedamos agradablemente sorprendí~
dos al hallar las más recomendables dotes del estilo unidas á la
solidez del raciocinio, á la crítica más juiciosa, â una erudicion
. profunda, si bien empleada con sobriedad, y muchas veces al tonl1
festivo y al donaire .
. Nosotros, por nuestra parte, nos enorgullecemos al ver que un
paisano nuestro ha tomado lugar en la gloriosa fulange de cristia-
nos fieles y bizarros combatientes que en la culta Francia pelean
por la causa de Dios y de su Cristo.
y como quiera que, en nuestro concepto, no haya quedado
deslucido nuestro compatriota entre tantos amaestrados lidiadores,
nosotros no podemos ménos de dirigirle nuestra enhorabuena.

XIV-ESCENAS D0nmSTICAS .

• Como deben saberlo los que me conocen, soy viudo; y, como


los mismos no pueden ignorarlo, la mujer por culpa de la cual no
puedo en la actuaiidad llamarme soltcro ni casado, se llamaba
l?resentaCion.
Cuando yo contaba diez ailos de edad, me colocaron mis padres
en la tercera casa de educacion, establecimiento que dirigia don
Mateo Esquiaqui.
y ya que he mencionado á este sujeto, ¿ qué hace, preguntaré
(y perdóneseme la digresion) qué hace el escritor que suele darnos
en LACAIUDAD apuntamientos sobre la vida de nuestros hombres
distinguidos, que no consagra algunas líneas á la memoria de don
Mateo Esquiaqui?
Era este señor en los tiempos en que yo le conocí un anciano
venerable. Distinguíase entre los hombres de su época por una
îlustracion nada comun; sabia cosas que no solían enseñarse á los
jóvenes en el tiempo en que él lo fué, como la lengua inglesa;
tocaba:el violin como maestro, y podia ser presentado como mode-
lo de todas las virtudes, y señaladamente de la modestia.
Era D. Mateo (tal vez en demasía) benigno é indulgente para
con sus alumnos; por la cual no salí yo muy aventajado en las
materÍas que cursé en la tercera casa de educacion. Sin embargo,
si D. Mateo no dejó en las cabezas de sus discípulos un gran caudal
de conocimientos, dejó en 8US corawnes agradecimiento y cariño.
Ojalá de todos los que han sido maestros pudiera decirse otro tanto.
En la clase de latinidad y en la de gramática castellana no era
yo de los ménos aventajados, merced á la tal cual dispo~icion que
recibí de la Naturaleza para el ramo de idiomas.
No tema el lector estarlo siendo de mis Memorias 6 á lo ménos
de mis Nuevas confidencías. Si Dios no me deja de sn mano,
jamas escribil'é otras memorias que las que acostumbro poner al
pié de las cartas para mis deudos y amigos; y en cuanto á 'nuevas
confidencias, mal puedo hacerlas tales, DO habiendo escrito nin-
gunas.
Con todos estos preámbulos, pienso ir á parar al punto que
ménos se figura el lector.
Mis manos, vírgenes de férula, y mis piernas de cepo, en tanto
que no tuve que habérmelas sino con los señores Nebrija y Dreu-
llu, vinieron á padecer lastimosamente desde que trabé conoci-
miento con el Padre Mora. No hablo, como pudiera creerse, de
aIgun religiol>o que me hubiera tratado mal, sino del autor del
texto de que se usaba en la clase de aritmética.
Ensayado mi talento matemático, resultó que yo parecia nacido
solamente para hacerles contrapeso á Newton y á otros diez mate-
máticos de su mismo calibre. Lo lnás á q ne yo alcanzaba era i\
aprenderme de memoria las reglas y las operaciones que, por via
de ejemplos, se hallaban en el libro. Otro tanto bacia con las de-
mostraciones; mas, como éstas y aquellas se ejecutaban en la clasé
con datos diferentes, todo mi trabajo era perdido.
En suma, aprendí á sumar, siempre que la suma de 'cada co-
lumna no pasara de 99; porque si era, por ejemplo, 132, no acer-
taba jamas á determinar si debia escribir debajo de la raya 2y
. llevar 13, ó si debia escribir 32 y llevar 1. Aprendí á restar, pero
con la precisa condicion de que cada cifra ùel minüendo fuera
mayor que la correspondiente del sustraen do, porque aquello de
tomar prestado de la cifra de la izquierda fué cosa que nunca pudo
salirme bien. Tampoco llegué á saber formar aquella escalerita que
se bace cuando se multiplica un número compuesto por otro com-
puesto: unas veces iba corriendo los productos parciales hácia la
derecha y otras bácia la izquierda.
y si csto me sucedia con cosas tan simples, ¿ qué no me acon-
teceria con los números compl~jos ? Las razones confundian y per-
turbaban la mia, y el tratado de las proporciones no guardaba nin-
guna con mis facultades intelectuales.
En resolucion, yo no aprendí aritmCtica en el colegio, y si por
arte de birlibirloque gané el año, perdí el tiempo que gasté en
ganarlo.
La historia de mis ulteriores estudios y la de mi matrimouio
no hace á mi propósito, y por eso la omito.
Siendo ya casado, sucedia con frecuencia que mi boy difunta
Presentacion se presentaba en mi cuarto encomendándomc saca~e
la cuenta de la que debia pagar por algunas vituallas que acababa
de comprar. Yo no tenia cara para confesarle á mi mujer m~ iu-
8
capacidad; así era que apuntaba en un sobrescrito los datos que
ella me suministraba, y tomando por pretexto alguna urgenteocu .•
}Jacion, le pedia un corto plazo para cumplir mi encargc. No bien
volviu ella las espaldas, tomaba yo de mi estante uu cuaderno (¡ la
rústica que, juntamente con el Nebrija y el Urcullu, habia servido
de base y de núcleo á mi librería, cuaderno cuyas h~jas estaban to-
das arrolladas Meia las esquinas y en cuyo forro campeaba entre
millares de garrapatos y de asquerosas manchas, el inevitable versito
que comienza: "Si este libro se pel'diere." Este cuadcl'l:o era mi
viejo Padro Mora, y eu él me daba yo Ii estudiar el caso quc aca-
baba de prcsenrárseme.
Cou el oportuno auxilio de .su Partenidad, ~jecutaba las ope-
raciones que eran, ó más bien, que á mí me parecian del caso; lle-
naba de números tres ó cuatro pedazos de papel; sacabá eu limpio
el resultado, y ;;;alia á buscar á Presentacion, quien por la comun,
ya habia despachado al vendedor de las vituallas) despues de haber
liquidado con él la cuenta.
Es de lHlvertirse que raras veces ó ninguna daban mis opera·
ciones escritas el mismo resultado que las que de memoria, y cuan-
do más con el auxilio de los dedos ó de algunos granos de maiz,
hacían en colaboracióu mi mujer y el acreedor. Y es nÜí.s de ad-
vertirse todavía, que ni éste ni aquella salieron engañados en oca-
sionalgulla.
Todavía me acuerdo del problema que cierto dia me fué pre·
sentado. l-Iabíanse comprado una arroba y catorce libras y média
de mauteca á razon de siete pesos seis reales arroba. Yo, despues
de consultar COll mi padre espiritual (y así llamo al Padre Mora,
porque al cabo las operaciones aritméticas Ron una cosa que per-
tenece exclusivamente al espíritu), reduje las cantidades fi la menor
especie, es decir, el dinero á reales y la manteca :.t medias libras;
y por cicrto que hubiera sido para mí ménos engenoso acnartillar
toda la manteca con mis propias manos;' planteé reglas de tres;
escribí y borré cantidades sin nÚmero y números sin tasa; y, des-
pues de haber gastado en aquc]]a faena todo mi calor llaturlll, sin
dejar por eso la cabeza de qllcdarme caliente como un horno,
presenté con aire de suficiencia á mi consorte el resultado de mis
nobles tareas. Yo no sé qué vias tan torcidas habria tomado, ni
de qué procedimientos tau endiablados me habría valido, ni COll
qué abominaciones aritméticas habría manchado mi conciencia:
ello es quo, s8gun mi cuenta, debian pagarse por la arroba y las
catorce librns )' médiade manteca, seis pesos y tres reales.
Pero, hijo, exclamó mi lllujer, cuando se hubo hecho cargo de
aquella monstruosidad, ¿ no ves que, si la arroba sola vale siete
pesos y seis reales, la arroba con catorce libras y m0dja debe valer
más, y segun tu cuenta resulta que vale ménos ?
Grande era y es aún mi estolidez en punto á números; no ol)s-
tante, comprendí de un solo golpe toda la fuerza de aquel pode-
roso raciocinio.
En todas las ocasiones semejantes á ésta observaha yo que
Presentacion y los demas interesados en las liquidaciones se servian,
'(Jara hacerlas, de procedimientos sencillos, seguros, no dilatados, y
que ahorraban el trabajo de ocurrir al lápiz (¡ il la pluma.
Compraba, por ejemplo, nueve pollos á real y trcs cuartillos
cada uno. Enterado yo del caso, discurría qlle era forzoso multi-
plicar los siete cuartillos por los nueve pollos y reducir en seguida
el producto á reales y éstos á pesos. Sí, á mí se me ocurrian cosas
tan buenas como ésta, pero cuando ya la práctica y la necesidad
me habían instruido algull tanto. Miéntras yo ejecutaba la pri-
mera de las operaciones mencionadas, mi mujer decia: "Si los
pollos fueran á dos reales, serian diez y ocho reales; pero como
hay que quitar nueve cuartillos, qne son dos reales y cuartillo, no
tcngo q ne p¡¡gar Bina dos pesos ménos cnartillo."
Esta an"imétiw parda de que usaba mi mlljc~ cs, ni mûs ni
ménos, la que el vulgo llama ln cnenta. dc la virJIl.
Viéndosela hacer á mi mujer frecuentemente, y no raras veces
á los mcrcadercs y negociantes, solia decirme: ¿" Una persona
entendida IlO podrá multiplicar, perfeccionar y reducir á sistema.
estos proccdimientos de que instintivamente saben servirse mi
mujer y casi todas las personas que han aprcndido la cienciΠde 108
númcros, más bien con la práctica que con los libros?"
Y o mismo, apurado en cicrtos casos por la necesidml, llegué ií.
descubrir UD¡1 que otra reglita para hacer cuentas de memoria ó
para abreviar las operaeiones moriscas (del Padre Mora, quiero
decir), y no me quedaba puco asombrado cada vez que hacia un
descubrimiento de este linaje j pero mis asombros se acabaron
cuando cché de ver que todo hijo de vecino slll'le hacerlas j bien
entendido qne, por la regular, el que haco Podro es el que ya
habia hecho Juan, y quo el de J nan y Pedro cs el mismo q ne
mucho úntes habia hecho Diego. Lo que hay es que cada uno
guar<1:1estas invenciones para su 11S0 privado.
Años hacia que yo me estaba haciendo la pregunta qne digo,
(lo cual debia de darme un aire de monomaniaco) cuando en la
oeasioll en que ménos la esperaha, hallé la respuesta, y la que es
más, una respuesta satisfactoria. Halléla en un eximen á que
asistí, y me la dieron los estudiantes, ejecutando con pasmosa
rapidez multitud de operaciones numéricas y resolviendo cuantos
problemas pueden ofrecerse en la práctica, ya sin escribir cifra
alguoa, ya escribiendo poquísimas. Yo les estaba viendo !bacer 111
cnenta dè la virJa, pero no 1il de la vieja antigua de que yo tenia
noticia, y que debia de ser una vieja vulgarota y mazorral, sino la
cuenta de una, nueva vieja vh'arachona, discreta y atavia(Ta á la
moderna ..
No tardé luégo ell descubrir que el inventor de esta nueva
cuenta no era ninguna vieja, Sill(}un mozo q,ue yo conocia como á
mis manos y que se llama GERMANMAI,O.
Eu el LIBRO DEL ESTUDIANTEvi más tarde una exposi-
cion del sistema, al que se habia dado el nombre de "Cálculo de
memoria." Pregunté quién era el autor y me dijeron: "Malo.n
Yo dije: " Bueno! "
La invencioD de German Malo tiene segun mi entender tres par-
tes: reduzco á la primera los prooodimientos mediante los cuales
se habitúan los aprendices á componer, desccmponer y comparar
de todas maneras los números, tic memoria y rápidamente; forman
la segunda las reglas para abreviar muchas de las operaciones arit-
méticas; y la tercera no es otra cosa que el método que debe se-
guirse en Jas clases para dirigir los ejercicios prácticos, haciend()
que los aprendices tomen en ellos el mismo interes que en un jlleg()
entretenido.
Al leer el tratado contenido en el LIBRODEL ESTUDIANTE,
llallé que tenia, fuera del mérito de ser, por decirlo así, el acto por
el cual se ponin. al público en posesion del descubrirnientû, ûtrûs
muchos títulos á la estimacion de los inteligentes; pero cuando
acabé de leer la página 389 del libro, y volví la hoja, y vi que ahí
no más terminaba el tratado, dejando por decir muchísimo .de lo
que decirse pudiera, dije: "Ualo!"
La misma excelencia de la obra no hizo sino abrirme el ape-
tito de ver otra más completa sobre la propia materia.
Este apetito qued6 en parte satisfecho, no sé qué' dia de la se-
mana pasada, cuando un sujeto hábil y competente me anunció que
se acababa de imprimir otro "tratado de cálculo" más extenso y
por todos títulQS recomendable. Pregunté quié¡l era el autor; me
dijeron: " Alejo Posse Martínez," y yo volví á decir: "Bueno!"
como cuando me habian dicho: ":Malo."
Empero me ha sucedido en cuanto á esto lo que sucede á les
avaros: el avaro que se hace con cien pesosjuzga seria soberunu-
mente dichoso si allegara mil. Adquiere los mil y entónces se in-
quieta por tener diez mil. Cree cnando ha encerrado Jas diez mil
en su caja que nada le quedaria que desear si fuera dueño de cien
mil: Gánalos al cabo, pero 110 por esto tienen término sus aspi-
racIOnes.
La cuenta de la vieja me hizo desear la invencion del cálculo;
la invencion de German Malo me hizo apetecer un tratado como
el del señor Passe, y el tratldo del señor Passe me está haciendo
ya suspirar por el más extenso y fundamental que el mismo señor
ha trabajado, seglin lo anuncia en su' prólogo.
- Hi-

Entre tanto que dicho tratado más extenso ve la. luz pública,
la juventud sacará gran provecho manejando el que acaba de im-
primirse. La exposicion del sistema está hecha en él con maestría.
:singular y ya se ven multiplicadas en él las reglas para abreviar
<>peraciones.
i Quién pudiera volver á ser muchacho para innumerables
cosas yen particular para aprender á hacer cuentas no por el P.
!llora sino por Alejo Posse Martínez!
. Mas no se nos atribuya la intencion de decla't'al' la aritmética
del P. Mora cosa de !panos muertas, por ser cosa de un religioso.
Ki esta ni ninguna otra aritmética padecerá detrimento si se ge-
neraliza el estudio del cálculo.
O se considera este estuJio como distinto del de la aritmética j
ú se consideran los dos como una misma cosa. En el primer caso,
conocer el ,cálculo no se opondrá á quP se aprenda la aritmética, así
.como el aprender la geografía no estorba para aprend~r la, historia.
En el segundo caso, nadie por ser diestro para componer, descom-
poner, combinar y comparar los números se hará incapaz de~iecu-
tal' y analizar científicamente las operaciones aritméticas, de la
propia suerte que nadie se mira eomo inhábil para el baile por
,sab.r caminar como caminamos todos los bípedos.
Ninguna teoría se comprende tan facil ni tan profl1ndamente
<lomo la de aqnello que ya conocemos de un modo práctico.
No ,falta quien trate el cálculo de puro empirismû ni quien
afirme que por esta l'uzon su estudio es inútil ó perjuilip,illl.
No importa. Si en mi presencia se pretende impugnar el cál-
,culo de esta fîucrte, yay.o me sé 10 qne he cle hacer.
Si el que la ataca es un general de los nuestros, ,u d~iese uste~
le diré, de mandar batallas. Es verdadqne ha ganado tres 6 cua-
tro ¡ pero como la ha hecho empíricamente ¡como usted no ha sa-
bido aj ustarse á las matemáti~as ni {¡ los demas principios de la
,ciencia militar, las batallas que ha ganado son como ~i las hubiera
perdido y nulas y de ningun valor ni efecto. Los muertos están
vivos; los heridos tan sallotes 1 los fugiti\'oo en 'buen órden, lOIl
llrisinner06 ,libres.'"
Si es un relojero, le replicaré; "Desdichado! los relojes que
'Msted ha compuesto están sineom pouer, porque usted no sabe
mecánica como Stephenson."
Si es poeta (cómo no ha de serIo ?), "quita allá, le diré; tus
<l0plillas me ha,a hecho reir y tus elegías me han hecho llorar; mas
como tú no estás versado en el arte p0ética ni en el manejo de los
,clásicos, mi risa no ha sido risa ni mis I<'¡grimas lágrimas."
Si nada hubiera de hacerse empíricamente, todos lOillque COlU-
¡ponemos el vulgo dejaríamos de hacer todas las cosas.
,Si no hubieran de componer nuestros ,caminossÍllo lOB iuge-
nieros, si no nos fuera permitido ingeniamos para componerlos á
fuerza de ingenio, á dóude nos daria el agua?
Vuelvo á decir que es yerro el afirmar que el conocimiento
práctico de las cosas es pernicioso porq ue hace descuidar los estu-
dios fundamentales.
¿ Conque el campesino que tafle la bandola ó canta e! bambuco
deliciosamente debe abstenerse de tocar y de cantar porque ignora
la teoría de la música? Conque el saber tocar y cantar al oido lo
inhabilita p'lra aprender esa teoría?
. ¿ Conque yo que me doy á entender talcualejamentc en el idio-
ma que desde chiquito aprendí al oido, deho vivir callado hasta
que sepa la gramática?
¿ Conque los maestros albañiles son unos bárbaros porque
levantan edificios sin ser capaces de regentar una cátcdra de
arquitectura?

XV.-Pll OLOG O

DE L4'\S "POESIAS DEI..l SEÑOR C~.tICEDO nOJA.S."

No há mucho que cierto amigo mio tuvo que escribir un pr6-


lago para una coleccinn è:e poesías, de que era editor, y, dejándose
llevar de una main \,prgücllza, empezó su labor excusándose COll
(,1 público porque (~;I pleno siglo XIX se aLrevia il ofrccerle ver-
sos. Juzgaél,comojuzganmnchos, qne los hombres dc nnestra
época nô están sino por lo posiÛ'¡;o, y q ne las poesías no pertenecen
al género de cosas positivas.
Error deplorable! 6 por mejor exclamar, dos errores de-
plorables !
En primer lugar, los hombres del siglo XIX están ¡lOr la mis-
mo porque han estado los ¡le los otros diez y ocho ¡¡iglos de la 6m
cristiana, y los de 103 otros de la Í'ra j udia ó mOfa, esto es, por b
hueno, por lo bello, por la agradable, por la que sirve para satis-
facer las necesidades intelectuales, morales y físicas. Si nuestrOiJ
contemporáneos miran con temnra las libras esterlinas, los francos
y los pesos fuertes, nuestros antepasados no mjraron eiertamedte
con desden los talentos (se entiende que los de OTO y plata), las
dracmas y los sestercios. Ki Jérjes, ni Ciro, ni Alt;jandro, ni G6n-
gis-Khan pelearon simplcmente por coronas de laurel, que habría
sido buena simpleza, sino por territorios, ó sea terrenos, que se
vendian áranto la yugada, como ahora se venden á tanto la hce-
tara, y por sojuzgar hombres (¡ne pagahan contribuciones en me-
tálico, de la mismísima manera que las pagarnos nosotros, aunque
indignos, cuando nuestros 110m ores hacon papel en el catastro.
y si los antiguos amaban apasionadamente las belh: artes, y
I'stimularon el ingenio, y se enajenaron viendo representar las
piezas de Eurípides y de Terencio, y se em bobaroll leyendo :1 He-
síodo y á Virgilio, ú oyendo á Demóstencs y á Ciceron, los mo-
dernos tambien nos alampamos por las ebras del arte, y subimos
hasta los cuernos de la luna á Donizetti, y ponemos á Byron y á
Víctor Hugo en las estrellas, y nos dcsvivimos y hasta ayunamos
por poseer nn :J\Iuril1ito ó un Vasquccitos, siquiera sea para que
110S tengan por aficionado'.
En segundo lugar, aunque los modernos la fuéramos, en mayor
grado que los aotiguos, á lo positÚ;o, ¿ quién ha dicho que la poesía
es cosa ménos positi\'a que las Onzas de oro, las casas de tapia y
teja y las hacicndas de pan y ganado mayor? Es'.'1s cosas no son
positivas porqne son tangibks, sólidas, macizas y pesadas; si así
fuese, nada habria mas positl ..u que lln guijanu, y sobretodo, que
las pirámides de Egipto: son positivas, ó las llamamos así, porque
sirven para satisfacer las neci'sidades de nuestra nat,l1raleza, nece-
sidades que 110 cambian con los tiempos.
Entre éstas Hecuenta la de clar alimento á la imaginacion, ávida
siempre de oqjtltos que pue(lall poner en ejercicio sn actividad, que
la eleven, q nc ensanchen el horizonte que se ofrece á su contem pIn-
cion, y que la di viertan de las Clsas materiales y ruinoi:>ii que, cn'
el curso orJinario de la vicJa, la obligamos á aplic<lrse. 'fan uni-
versal, tan verdadera y tan positiv(J, es esta necesidad, y tan ]Josi-
tiras son las cosas con que solemos satisfacerla, qne por éstas se dan
ouzas de oro, que deùeu de ser la unidad de Incdid;l tmtúndose de
positivismo. l'or eso hay libros, periú(1icos, teatros, cOllci8rtos, es-
pectácnlos de tOllo lin~jl', lugarcs ùe rcnnion, vinjesdc re('reo y vi-
sitas á las maravillas naturales, á los ll1011umentos grul1(liosos y :.í
los museOR. El a\'aro que renuncia á comer bicn, ú al(~jarse y :.í
vestirse con comodidad y con ost('ntacion, pal'ece ser el cnte que
más sc positi¡;iza; y )'0 sostengf) flue cs 1lllO de los más cspiriÜla-
lizadas, porque, fuera de qne menosprecia 1:1pit:ll1za, sah~ recrear
RU fantasía, contemplando p]atónieamente su dinero, y más todavía,
haciendo castiilos, no el1 el {lire, sino sobre el muy súlido cimiento
que le brinl1an las pilas (le pesos flwrtes. Y na~¡ie dirá q ne lHlce
esto para lleHar el bandullo: lo hace para satisfacer la necesidacl
que experimentJ. de ver r.lg'o, mús allá de lo que e~tú.viendo, y 1:1.
(le excitar en su {¡nimo scntimientos que, pOI' llIezquinos que sean'
no dejan de ser sentimientos; se hace 61 mismo SllS poesías Ú sn
amaflo, y, si no lus huce con con80nuntl's, las hace á la ménos
COli sonante.

Sentado toch esto, y establecido que la pocsía. es la quinta esen-


cia, el ]Ji'ine/pio Clclil'o (le todo 10 quc satisface la IIccesidad de qac
acabo uo ha blu" hay que sacar la eonsecaencia de que la poe~ía, y
por 'ConsigllÎente las paesÚl8, son, han sido y serán si~mpre arti\-
'Cu los de primera necesidad, tan positivos y tan dignos de ser ofret
dclos en los mercados del siglo XIX, como la carne de buey y
como la.'!'herramientas de Collins.
Yo, pues, al desempei'iar la obligacion que me toca como á
prologuista de anunciar al públieo la salida de este libro, léjos de
avergonzarme, como aqllel amigo mio de quien hablé más arriba,
me siento al hacerla más llfano que si le ofreciera 1m nuevo surti-
(Iode artículos de lujo, de instrumentos de agricultura ó de licores ;
más ufano, sí, plies surtidos de éstos todos los dias vienen, mién-
tras que libros corno el presente no vienen muchas veces cn la
viLla de uu hombre.

En 1845, afio et! qlle devoraba yo con ansia todos los versos y
'todas hs piezas de amena literatura que se daban á lul'; en los pe-
riódicos, <empecé á hallar en "El Duende" ciertas composiciones
anónimas en prosa y en verso que ...• qlie me aprendia de memoria.
Thleatormentaba l:1curiosidad de saber qlJién era el autor, pero no
lwbia forma de salir de ella. No era cosa de ir, rev6lver en mano,
,('amo se œtila eIl la actr:mlidad, á forzar al impresor á que me rêve-
laso Sll secreto.
En •• El }'1useo," -en " El Trovador," en. "El Pasatiempo" y
no sé en qué .otros periódicos encontré tambien corn posiciones que á.
tiro de fusil de aguja se echaba d<l ver eran de la misma proceden-
cia CI liC las consabidas de " El Duende." Estas sí estaban firmaflas ;
l~ero l@estabaa por YUi'ilpa, por O. ó por Celta, que era lo mismo
'que decir Dios guarde á ltsted muchos años. Los seudóllimos avi-
\"aron mi ouriosidad, como suelen los tales, y no descansé sino
cuando eonsegu1 despejar aquella e, incógnita qne me atormentaba
como me habian atormentado poco wtes en el oolegio las ùe los
prohlernas del álgebra.
Yo era muchacho entl'lsÍasta y mi imaginacioD se exaltaba con
1a literatura y con la glori;a y proezas militares. Júzguese cuánta
y cuán grata seria mi sorpJ'esa al .descuhrir qne el escri~or que
habia venido á ser tan de mi devoci(w, era. un jóven cuya' fisono-
mía y cuyo mirar blando y varonil me habían cautivado cnando
le habia visto en el afio de 41, fusil al hombro, con alpargatas y
hlusa de bayetl'l, en compañía de los Caros y de la flor de los ca-
-chacos comme il faut, partir p~a la Campaña del Norte. Si ál-
glÚen me hubiera dicho entónces <;lue yo hahía de venir á ser
alguna vez amigo de aquel poeta soldado, habria reventado de
'vanidad.
Acaso he hecho mal en imponer al público de que soy amigo
y antiguo admirador del señor CaieedoJjustamente cuandG voy lÎ.
.:L~..L -

dec'ir algo "labre sns poesías. Pero al fin yal cabo, nada importa
que se me tenga ó nó .por apasionado, pues mi juicio sobre estas
poesías es el mismo que siempre ha formado todo el pÚblico, como
me la dan á entender muchas observaciones qne tengo hechas.
Todas las personas inteligentes en literatura la reputan corno uno
de los escritQres que más han contribuido á que entre nosotros se
nclimaten y se propagnen el buen gusto y las sanas ideas literarias.
Desde que el señor Caicedo empezó á escribir, no ha habido en el
pais, ó á la mén{)s en Bogotá, un fundador de periÓdico literario
'G.ue no haya considerado como diligencia in<lispensable para ase-
gurar 'buen suceso á su empresa el solicitar su cooperacion. Cuan-
do se publicaba "El Mosaico," 1GB redactores nos hallábamos
,uJgunassemanas muy apurados: faltaban materiales á menudo, y
:á menudísimo materiales huenos; si en alguna de aquellas sema-
nas nos hacíamos con algua escrito de Celta, cesaba el apuro: ya
-contemplábamos asegurada la suerte del próxi ma número de
nuestro periódico. La fama liter:ll'ia del señor Caiccdo ha sido
más fuerte que las prevenciones y antipatías de partido: repetidas
veces hemos oido ponderar la belleza de su estilo y de sus escritos
:á los que no profesan ó combaten los principios defendidos en
éstos. Desde ahora há bastantes añoH, ha podido contestarse :í.
.quien pregunte cu~l es en Bogotá el cír'C1do, como se dice ahora,
,de las personas de buen gusto, de los aficionados inteligeuœs á
todas las bellas artes, de los homhreR distingúidos por la doctrina
ev la amenidad de su conversacíon v <le sus escritos, que para. ha-
ilar ese círculo, se indague á cuál pertenece el serior Caicedo.
Excepciones hay en esto, pero todo Bogotá me es tpstigo de que
los literatos y los artistas distinguidos que honran al pais, hUll
sido en su 'lll1ayorparte amig0C9sdel señor Caicedo.

Si :se me preg¡mta cuáles son las dotes que más admiro entre
bs que hacen que el señor Caicedo se distin¡.,ra como poeta, dil'é
~Jlle, á mi juicio, son el buen gusto y la delicadeza. Parece ocioso
<lecir que un poeta está d(j)tado de lmen gusto: no podria llamarse
tal si careciera de esta prenoa, que es la prenoa de lás prendns;
Fera en el buen gusto hay diferentes grao os ; muchos poetas sobre-
salen má., por la originalidad, por la elevacion, pal' el chiste Ó poe
>otra cualidad que por el buen gusto; y en las del señO!' Calc(.'(lo
hrilIa esta cualidad muy singularmente, y tli!1to que el crítico m:.ís
.escudriñacl,or nG podria descubrir una sola falta contra ella en todo
.este volÚmen.
Qué pocos pos~n aquella habilidad, ó por mejor decir, aquel
,grado de sensibilidad. que se llama deHcadeza! Excitar sensaciones
¡px.ofunùasá Ll.ierZade .e.xclamaciones, de lagrimones y de puntos
suspensivos; hacer gemir ó espeluznarse al lector amontonando
lamentos ó pinturas de escenas horribles 6 de situaciones desespe-
radas; excitar Sll eompasioll poniéndole á la vista un mar de san-
gre ó una familia que perece de hambre, será tal vez cosa de gusto
y de mérito, pero 110 es delicada. Esto es la mismo que provocar
la risa haciendo cosquillas, que hacer llorar á garrotazos, que asus-
tar á la gente disparando caiionazos inopinadamente. Lo que sí
es delicado, lo que sí prueba ingenio, la que distingue la sensibi-
lidad del verdadero poeta de la de los demas, es el poder excitar
los afectos hablando en tono templado y suave y hasta ligero y
jugueton. Esto es la que el serrar Caicedo sabe hacer como muy
pocos, y lo que en gran parte caracteriza sus versos y los hace ini~
mitables. l\{uchas de sus poesías se leen con risa en la cara y con
ternura, ó con sua ve y profunda melancolía, ó con otro dulce afec-
to en el ánimo.
El lector que quiera observar esto por sí mislllo, escoja en este
vohímen y lea una 'de bs pO•.iías en que el donaire y el senti-
miento se hallan deleitablemente amalgamados. Si hacer esta elec-
cion le cuesta trabnjo, que sí le costará, como cuesta el escoger nna
tela cntre un surtido <lne acaba de llegar de Paris y que ha sido
1-n!'lllado por lnano l11ae~~:,tra,
yo le aconsejaré qne elija -la titulada
"Mi vecinita," (¡ "illi campo," ó "Las cucharas de plata,'" (¡
"Risas y rosas," ó pero vamos! que yo tambien doy end
t.ropiezo que qneria evitarle al lector.
No es posí ble leer "Mi veciuita" sin sonreírse y sin experi-
mentar nna apacible scnsacion que produce el tono festivo y ligero
cn qne e;,;tá escrita; l)pro, cuumlo uno ménos la piensa, se siento
eonnlo\"ido tiernanle!1t\~. En una a]nlU sensible no pueden df;jar de
hacer impresion pasnjí's como aquel que se halla en dicha poesía:

"¡Preciosa cuntorcilla)
Q[le no puedas trinar
Como tintes, en las selvas
Donde tu amor está,
Xi conocer pl precio
De la alma libertad!"

, "¡'Ií campo" es una tlfscrip0ion fiel y anima,Ja de cnanto en


llUCSÜ'OScampos es capaz de cautivar el e~)píritu y ,]c halag:ar la
fantasía, y nO obstante puede (;(JIltnrse cntre las composiciones más
douo,,;¡S y festi vas.
" Las cucharas de plata" es nn verdadero artíeulo de costnID-
¡)l'es en que no se echa ménos ni la ligereza, ni el chiste ni la na.-
lé!ralidad (lue deben a¡jol'll:ll' ulla pieza de e~te géuero, y con todo,
>,,1 lectura produce, merced á la habilidad del autor, cierkl poética
melancolía en los que hemos presenciado la decadencia de fami-
lias antiguas.
Me he detenido haciendo notar la delicadeza que se descubre
en las composiciones incluidas en este liQro, no solamente por lo
que á mí me embele~an todas aquellas en que resplandece e"a.
perfeccion, sino porque, siendo ésta tan rara como es, colOt'a al que
hl posee en lugar más eminente que muchas de las otras de
quc puede estar adornado.
Por eso paso por alto las· otras dotes dcl sefior Caicedo, nO
obstante que tendria. mucho que decir en alabanza suya si no hu-
biera querido hablar de las dos que he mencionado. Las compo-
siciones en que pinta escenas de la naturaleza, suceSos y costum-
brcs, son modelos eu el género dcscri pti va. Mózclansc'cn ellas del
modo más agradablc la gracia, la naturalidad y cierta amable li-
gereza, con la verdad, la observacion y la filo::iofia. Dígunlo " La
f:.lCnte de Torcll," "El Alba," "El' Duende en un convento,"
"Dmmas nocturnos," "El Presidente emplazado" y " El Fisea!."
Si nada de esto hubiera escrito, y hubiera compuesto sus tre:i
fábulas, "El pájaro muerto y vi vo/' " Las dos eabras" y "L~
al'Uña y el jm-dinero," esto hábria bastado para grnnjearle un lauro
harto envidiable por cierto, pues es sabido que en este género, tan
fácil en aparieneia, no han sobresalido sino muy pocos.
En materia de chiste ¿ qué elogios no pu(lieran hacerse del
autor de "Clam en el mercado," ¡Je quien calilicó al D. Camelia
<le los" Dramas nocturnos" de doclol' en amóos hue8os" do q nien
hizo la descripcion del mueblaje que adornaba In casa dell1li,,¡nû,;
de quien compnso las redondillas de " La Hisa," y lloró en "T,as
cucharas de plata '1 la suerte del brasero, y pintó allí misIllo el te-
ncdor á que queda un raigon '?
Quien haya lcielo la que tengo escrito y no las po('sías del sei'iol'
Caicello, imaginariÍ qne nada me queda que deeit" que he citado
ya todo la que entre ellas es digno de ateucion. Pues no hay tales
carneros, que todavía no he Llicho palabra acerca de la mayor
parte de las composiciones que están Cil ci libro y que pertenecen
al género elegíaco ú á otros, yen que pueden hallar los aficionaclos
á lo sel'Ío y á la grave, si tienen buen gusto, con qué dál'selo muy
cumplido. No menciono algunas de ellas, como c¡nisiera hacerlo,
por temor de que se me diga qne estoy copiando el índice del
libro, y, la que seria peor, de que viniese iÍ ser ménos empalagoso
leer el índice que este prólogo.
He elogiado al señor Caicedo, porque al hablar sobre SllS poe-
sías no l,odia c1r.jar de hacerla, si habia de hablar cou sinceridad.
Por casual incidencia, eu los dias en q ne estoy escribiendo estas
líneas, le está sucediendo al pÚblico lo mismo cme á mí. Ha tenido
ocasioll ùe hablar acerca del seüor Caicedo, p~rqnc ha empezado
á circular otro precioso libro que ha salido de sus manos, y no
puede expresar su concepto sobre la obra sin decir muchas cosas
llalagüeñas para el autor.
Concluyo este prólogo elevando mis más fervientes votos al
Todopoderoso. Este modo de concluir no es el más original: ahí
están los mensajes presidenciales, que no me dejarán mentir; pero,
si no es el más original, tiene la excelencia de ser el más cristia~o.
y elevo dichos fervientes votos por que, así como se ha consegUIdo
vencer la repugnancia del señor Caicedo á que se diera á la estam-
lia una coleccion de sus versos y superar las demas dificultadE's
qne se oponian al logro de este fin, se puedan remover cnantos es-
torben la publicacion de otros libros en que se compilen sus 0pús-
culos en prosa.

XVI.-DIOS.

A CELTA.

Dios me la depare buena, dirás al ver el título que arrilla d~jo


estampado, pues él debe hacerte temer qne yo te haya endilgado
un fárrago literario como tantos que han hecho los poetastros y
aun los prOSad01'a8tro8, preteç¡diendo poner á Dios por las nubes,
como si no estuviera más aniba; sin lograr otra cosa que cons-
truir frases estrepitosas y escribir términos bombástico3. (Dios
perdone á los que han querido aclimatar entre nosotros este adjeti-
vito.) A Dioo gracias, ni he pensado eu obsequiarte con uuo de
esos fárragos.
Tam bien hu hielaS podido decir: Dios tenga de su mano á ese
hombre, si no me conocieras bastante y si hubieras podido temer
·qne yo me hubiese pr(lpuesto tomar el nombre de Dios en vano, es
decir, emplearlo sin respeto alguno, como suelen hacerla muchoi:l
escritores sin Dios ni ley, que no teniendo al escribir otra mira
que la de p¡·odttcir efecto, usan del nombre de Dios, hoy para blas-
fomar de él y mañana para ala barlo, segun sca sacrílego y blasfe-
mataría Ó i)iad08G y cristiano el pensamiento ingënioso que se les
viene á la cabeza.
No jttzgo en efecto que yo haga mal en escoger la palabra Dios
para hacer con €]]a una travesura céltic(t, ya porque la cosa ha de
-quedarse entre los dos, ya porque esta misma travesura puede ser-
vir para detnostrar cuán á menudo invocaban á Dios nuestros
padres, que Dios tenga cn su gloria, y cómo la lengua española es
,c:;encialmente cristiana .
.Es.ta .earta debió haber sido escrita en Ubaque, qne fué donde
recibí tus cartas y tus letras; pero el hombre pone y Dios dispone ~
el hombre, es decir, yo, había puesto que mi permanencia en aquel
pueblo se prolongara hastacste mes, y las circunstancias, qne en
manos de Dios son instrumentos con que se ordenan las cosas de
los hombres, dispusieron que yo me viniese ántes.
y por ci~rto que no he sentido poco el haber tenido que aban-
donar aquella agradabilísima resinencia, porqnc á aquel suave
clima; á aquel baño, en que yo permanecia sumel'gido desde ql,le
Dios amanecia hasta que anocheeia; á aquella abundancia de ví-
veres, que es para alabar á Dios, y á la escogido de la sociedad
que allí se reunió á fines del año pasado, debo despues de Dios el
haber pasado una vida regalada y el haber recobrado mi salud.
Al cabo fué forzoso dejar todo eso y volver á esta vida de Bogotá
que ya tú conoces. Sea todo por Dios!
Con los antecedentes que te he puesto á la vista, ya puedes
figurarte qué endiosado estaria yo con Ubaq ue, y qué endiablado
me estará pareciendo todo en Bogotá. Y esto es tan cierto, que, si
Dios me da. vida y licencia, á Ubaque me he de volver. No digo si
mc da salud, porque si me la quita, he de volver cou mayor razono
Aq uel endiosado que te espeté te habrá tal vez cogido de nuevo,
y así lo sospecho porque tú no has leido á Fernan Caballero, quien
me ha enseñado á mí, Dios se la pague, esta expresion y otras
muchas.
Y, en Dios y en mi ánima, que me maravillá por extremo el
que tú, siendo quien eres, no hayas leido á Fernan Caballero. y
para abrirte el apetito de ¡cerlo, te haré á mi modo y cumo Dios
me dé á entender, una exposicion del juicio que he formado de las
novelas de aquel autor, 6, por mejor decir, de aquella autora, que
se disfraza con el velo del seudónimo, velo que debe de ser farne,
pues los aatores de vindicaciones no califican de infame sino el del
an6nimo.
Casi desde que Dios es Dios se está repitiendo que á la novela
desmoralizadora y anticristiana no hay que oponer joscritos pro-
fundos y de árida lectura sino la novela cristiana. Pero el bmtílis
no está en repetir cosas como esa, sino en hacerlas. El cardenal
'Vissernall hizo en su " Fabíola" Un ensayo tanto más desgraciado
cuanto más grande es el mérito de su obl:a: él consiguió escribir
un libro excelente, pero que no puede ser leido por los que han
adquirido ya el vicio de leer novelas. Los esfuerzos hechos por
los autores de " Un sacerdote" y de " El Hebreo de Verona" fueron
todavía más desgraciados. Nada hicieron, ni para Dios ni para el
Diablo. La causa del primero no puede adelantar nada con libros
que no se leen; la del segundo tampoco con novelas que, no alC?'n-
zando ni aun á despertar emociones pasajeras, no pueden excItar
las pasiones.
Bien se echa de ver que á estos escritores les costó Dios y ayu-
da el dar tí sus libros alguna apâriencia de novela excluyendo de
sus planes el elemento más poderoso de que en todo tiempo ~an
echado mano los novelistas y autores dramátieos, que es la paslOn
del amor y la pintnra al vivo (como quien dice al fi-esco) de esc~-
nas eróticas. Sin embargo, al fin y al cabo tuvieron~que recurnr
fi él de algnna manera, dando la prueba de que siu amoríos no hay
novela, como no hay sermon sin San Agnstin ..
Con lo que, segulllo que á mí se me alcanza, llosha vemdo á
ver Dios, ha sido cou la apqricion de Fernan Caballero en la pa-
lestra literaria. Sns novelas son leidas (fi la ménos por las personas
cuya imaginacíon y cuyo gusto no se han pervertido del tod~ con
la lectura de las francesas de la moderna escuela) con el 1111SmO
interes q ne en éstàs puede hallar el que más las ad mire. Desde (lue
se da principio á la lectura de una de ellas, perece uno por saber
en qué pám la cosa. Y si inspiran tanto interes no cs por lo com-
plicado de la trama ni por lo violento de las :,itu:wiones, sino por-
que el antor acierta á hacernos conoce~- á los person::ljes y sabe
inspiramos respecto de ellos los sentimientos que le place. Los
caractéres qne pinta están superiormcllte escogidos y se distinguen
bien unos de otros; y la maestria con que se hace esta pintura es
ta], que el lector se queda conociendo á los personajes como cono-
cemos fi Don Quijote ó como al Dominus Sampson de ,Valter
Scott, amálldolos como amamos á la Rebeca del mismo, ó aborre-
ciéndolos coma aborrecemos á Brian de Bois-Guilbert.
La lectura de las ohm:; de :F. Cabillero embelesa á personas
de todas clases: á los literatcs, á los iliteratos; á los ninas, á las
1î1ujcrc·s; á los que creemos, tí los que no creen; fi, los q ne han de-
vorado todo el repertorio fr:lJlces, Ilesde " Ataln" hasta" Mi vecino
Raimundb," y fi, las doncellas qne viven como Dios manda y que,
en materia de lectura, se han propasado cuando más ií entretenerse
con "Virginia ó la doncella cristiana," no sin previo consenti-
miento de su padre espiritual.
Si éstas no son pruebas de que las obras de F. Caballero tienen
un alto mérito literario, que venga Dios y lo diga .
.Mas hasta ahora no te las he ponderado sino como capaces de
excitar la cnriosidad y el interes; y debo eonfesarte que por este
punto de vista, les Son superiores muchas de las extranjer:ts. Pero
la que el lector espafiol de buen gusto pierde al leer una novela de
:Fernan, la gana con creces por el deleite que le proporcionan el
lenguaje y el estilo de las de éste.
En estilo y lenguaje pueden ser las extranjeras modelos aca-
bados á los ojos de los que hablan el idioma en que originalmente
hau sido escritas. Traducidas (y traducidas Dios sabe cómo), no
conservan otro mérito que el de su plan y el de la iuvencion. En
cuanto á los atractivos peculiares dellcnguaje, Dios guarde il usted
muchos años.
y Dios lias libre de obras buenas mal escritas. Para mí son
lo mismo que una sublimc composicion musical tocada en un mo-
nacordio viejo.
Ni para mí hay mOn:lcordio mús viejo, más destemplado ni (18
mús desapacibles voces que las malas traducciones de escritos
fÎ'aneeses.
Por desgracia el malas está casi demas, hablándose de traduc-
ciones hechas del gabacho al espa1Ïol.
Vive Dios que !la hay gente mas dichosa que los franceses, los
cuales no prueban una de Jas mayores amarguras q ne probarse
pueden, C]uees la dc ver \lUO. su idioma torturado por traductores
verdugos. Pal·fI. e1101';no h:1Y galicismos, eomo para los negros no
hav manchas de tinta.
o De cuanto Dios crió, nada hay que me ralle las tripas más
que las ma1as traducciones miento, que sí hay otra cosa, y son
los majos traductores. Si alguna vez mc hacen dictador, de Dios
les venga el remedio, porque tengo de haeçr en los talrs un estrago
que deje en pañales las haz~1Ïas del Angel ex erminr.dor. Y si ( (1
que Dios no pel'mita) no llego jamas á sur dictador, ni siquiera
presidente provisional, es tanto mi enCallO '1 ue siempre ha de haber
entre esos bellaeazos v va una de las de Dios es Cristo.
Los novelistas f1';lI~eses é ingleses, pl'oponiéndose ante todas
cosas excitar en los ánimos profundas cmociones, describen cosas
que solamente en 'sus libros së ven; pinÜm caractéres extraordi-
narios; retratan semblantes de Íacciones demasiado pronunciadas;
atribuyen:i las pasiones humanas un poder 1 una exaltacioll que
rayan en la fabuloso, é iavenÜm escenas y sucesos talcs, que el
lector, sin atreverse á nrgarles la verosimilitud, tiene que co]oo.1.1'-
los en ]a categoría de los hechos que pueùen ocurrir, pero q u~
jamas f\Carrell.
Muy entret¡:mido cs el capítulo de cierta novela de Mery en
que se refiere cómo un personaje á quien ha prdido su dama una 6
dos docenas de tigres muertos por su propia mano, construye á in-
mediaciones de la guarida de aqudlos animal,"s una jaula ùe hierro
en que se aprisiona él mismo bien provisto de armas y municiones,
con las que despacha más fieras que las quc ha menester. La
muerte de Portllos en " E] Vizconde de Rragelonne," es un trozo
que en.ajena. La sublime figura de la gitana l\:Ieg se queda grabada
para sIempre en la memoria de quien ha leiùo á \Valter Scott.
Pero ¿qué importa, si tales descripciones de personas y de sucesos
son como los arabescos y como ciertas labores de ornamentaciOll,
dibnjos primorosos, pero no copias de ningutl original?
Fernan Caballero, á semC'janza del artista qnc retrata por
medio del daguerrotipo, no retrata sino á personas reales y verda-
deras quesele han puesto delante. Y tan cierto es esto, que no obs-
taute la diferencia que VA notándose ya entre nuestras costumbres
y las espailolas (que son. las que pinta), apénascontemplo uno de
los retratos que ha dibujado, le quito el nombre que 8U autor le ha
puesto, y le pongo el de algun paisRlJo mio de los que conozcO.
l"os sucesos que cuenta son igualmente de los que estamos
viendo, y aun de aquellos en que hemos figurado activa ó pasiva-
mente; de la cnal y de la tendencia que muestra siempre Fernan
hácia buenos fines, resulta que la lectura de sus obras no engendra
en el corazon de la juventud vanas aspiraciones á lo imposible y á
lo romanesco, ni vicia la imaginacion ofreciéndole en perspectiva
un mundo que no es el mundo en que vivimos. Varias de las no-
velas de Fernan Caballero son rigurosamente históricas, como la
que se intitula" Obrar bien, que Dios es Dios."
El oqjeto inmediato con que todas, ó casi todas ellas, han sido
escritas es el de pintar las costumbres del pueblo español. Lee á
Fernan, y conocerás á España como si la hubieras visitado, y la
amarás como á tu patria.
Pero tras este fin ostensible, está otro más elevado, que es 01
de defender mnchas cosas buenas que actualmente y en -el gran
mundo no esMn en boga. Esta defensa la hace Fernan con bas-
tante maestría para no dejarse ver las cabuyas, como decimos aquí,
ó los hilos de alambre, como dirán en las tierras en que no hay
cabuya, ó en que la cabuya no se llama cabuya.
Ha acertado á presentar por su verdadero aspecto, es decir,
por un aspecto poético, elegante y de buen gusto las prácticas
piadosas de la gente sencilla; las creencias vulgares, pero sanas y
provechosas, de un pueblo que conserva las candorosas tradiciones
de los siglos pasados; las costumbres y los sentimientos natltrales,
no pervertidos por una cultura refinada, sino suavizados por la
cducacion cristiana.
J!--ernan Caballero no ha escrito, como otros novelistas, dand!}
por sentado que ninguno de los lectores posibles tiene nada que
perder en materia de pudor ó de inocencia. El padre de familia.
más temeroso de Dios pone en manos de sus hijas muchas de las
novelas de Fernan. K o digo tùdas, porque hay algunas en que se
trata de amores ilíci tus; mas, aun en éstas, no se ve tocada tan
€8pinosa materia sino con delicadeza exquisita; no solamente no
se trata de hacer simpáticos los des{¡rdenes y las malas pasiones,
sino que ni siguiera se les da el colorido poético y halagüeño que
tan amables suele hacerlos á la imaginacion ardiente de lajuventud
en las novelas de la escnela moderna. Fernan Caballero no sabe
dorar cobre. Jamas hace ulra cosa qne brUliir metales finœ para
haccrl08 lucir con el briilo que en sí tienen.
En efecto, si algo hay que pueda quitar su aspecto retr6grado :í
las costumbres sanas, á la piedad, á la inocencia y á la manifesta-
aion ingenua de los sentimientos puros que se abrigan en los cora-
zones no contaminados todavía con la corrupcion de nuestro siglo
es, á no dudarIo, la lectura de aquellas preciosas obras.
Vuelvo ahora á hablarte del lenguaje de que usa Fernan Ca-
ballero. Es cosa reconocida que en los escritos puede haber dos
especies de gracia: la qu~ procede del chiste, la originalidad, b.
ingeniosidad ó la agudeza del autor; y ésta subsiste siempre, cual-
quiera que sea su lenguaje, y aunque no se exprese sino por medio
de señas ó de jeroglíficos. La otra especie de gracia estriba en el
lenguaje. La lengua castellana es graciosa hasta tal punto, que la
expresion del pensamiento má'3 desgraciado, de la especie más in-
sulsa, de la idea más trivial puede, por su don:.lÍre ó por su deli-
cadeza, producir en el ánimo una ímpresion deliciosa, siempre que
su autor acierte á sacar del idioma todo el partido que sacarse puede.
He sentado estas premisas con intencion de prouunciar á ren-
glon seguido un fallo de tanta gravedad, que ahora que la pienso
despacio, casi, casi determino no pronunciarlo. Figúrate que es un
fallo tal, que la misma Academia española con toda su prosopo-
peya se miraria y se remiraria mucho para dictarIo.
Pero al fin y á la postre, de ménos nos hizo Dios, y si digo un
desatino, no será el primero ni el último, pues yo he de se-
guir escribiendo, si Dios es servido.
Fernan Caballero debe contarse entre los escritores que mejor
han sabido poner de manifiesto la gracia que tiene la lengua cas-
tellana.
y has de saber que si por emitir este dictámen me pierdo, mc
pierdo en muy buena compañía. Le~ si n6 los pr610gos que han
escrito para las novelas de Fernan muchos de los mas esclarecidos
ingenios españoles.
V álgame Dios! icómo abundan en esas novelas las locuciones
chistosas, expresivas, originales y picantes; los dicho8 inimitables
y los refranes más legítimamente españoles!
Pluguiera á Dios que esta nuestra pobre juventud, que ha venido
á hallar empobrecido y despojado do sus galas el idioma de sus an-
tepasados, estudiara el lenguaje en obras como las de Fernan, y no
en las escomulgadas traducciones! Pero Dios me tenga de su mano,
que ya empiezan otra vez mis digresiones contra los traductores.
No obstante la mucho que priva entre nosotros la literatura
francesa, no está romoto, segun yo la espero, el dia en que el pú-
blico decida entre Fe.rnan Caballero y los àutores de la escuela
opuesta. Entónces recibirá la palma del buen gusto quien la me-
rezca; y á quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga.
Tú ya estarás deseando que te deje en paz de Dios y que dé
9
punto á esta disertacion pedantesca y mazorral que se me ha es-
currido de la pluma. Muy de otra suerte la hubiera hecho un
crítico mas hábil; pero cada uno estornuda como Dios le ayuda:
yo sentia comezon de decirte algo sobre F. Caballero, y si la cosa
no me ha salido mejor, no es culpa mia. Por lo demas, si la lectu-
ra de este fárrago te parece demasiado insufrible, no hay mas sino
colocarlo en la categoría de los proyectos de ley cuya discusion se
suspende indefiniDamente, y lau8 Deo.
N o he escogido asunto para esta carta á Dios y ventura ni sin
proponerme un fiu. Mi intento ha sido inspirarte deseo de leer á
F. Caballero y ver si te viene la tentacion de escribir algo de su
género. Ya sé que te 11asvuelto poltron para escribir; pero yo te
ruego por Dios que sacudas la pereza. Mira que el estarnos la-
mentando de las calamidades sociales no las remedia. Es menester
trabajar por el bien de la sociedad, y no olvidar aquello de "á
Dios rogando y con el mazo dando." Me dirás que, por tus queha-
ceres, no tienes tiempo para escribir. En ese caso yo te aconsejaré
que alargues tu tiempo levantándote más temprano de lo que
acostumbras (aunque acostumbres estar en pié desde que Dios
echa su luz), que á quien madruga Dios le ayuda. Tú pudieras
replicarme citándome á don Manuel Oastillo, que dice que ha oido
hablar muého de las vigilias del sabio y nada de sus madrugones ;
mas si lo hiciera, yo te diria que todo es no dormir.
En fin, no me alargaré más.... (Dios lo oiga! dirás tú) aunque
se me queden en el tintero muchas especies; porque pretender que
se 1~ sin enfado una cosa tan larga como ésta es tentar á Dios, ó á
lo ménosallector, áquien se pone en peligro de perder la pa-
oienda.
Conque,sdios,.á quien ruego te conserve en su santa y digna
guarda.
SECClON SEGUNDA.

l.-AL SEÑOR RICARDO CARRASQUILLA.


Mi querido amigo y condiscípulo

He visto los dos cuadros que en el número 32 de este periódico


(" El,Mosaico") has expuesto á la pública curiosidad y que repre-
sentan, el primero, al estudiante de nuestros tiempos, y el segundo al
estudiante de estos tiempos que ya no son nuestros j porque, si bien
es cierto que todavía no hay canas ni en tu cabaza ni en la mia, el
tiempo ha dado en andar tan aprisa, y las eosas han dado en cam-
biar y cn tender á la perfectibilidad con tanta presteza, que todos
los que hemos nacido ántes del año treinta, somos miradas ya
cuando más como monumentos de la gloria de Colombia y DOS es-
tamos quedando atras y haciéndonos rancios, como frutas que se
pudren ántes de llegar á su sazono Mas, como quiera que yo no
haya llegado todavía á una edad muy provecta, no dejo de parti-
cipar algun tanto de la manía propia de las personas maduras, la1:l
cuales dan en todo caso la preferencia á las cosas de su tiempo y re-
niegan de todo lo actual y reciente; y aun por eso será por lo que
me ha embelesado mucho más el primero de tus cuadros que cI se-
gundo; pues aquél me trae á la memoria mis primeros años, años
pasados como tú y contigo en la escuela de don Fructuoso, años que
recuerdo con indecible placer y años por los que tú mismo suspi-
ras tal vez á pesar tuyo.
Pero por grande que haya sido el placer con que he contem-
plado tus susodichos cuadros, no puedo ménos de hacerte sobre
ellos ciertas observaciones que acaso olerán un poquito á censura,
y que tú me perdonarás en atencion á que son nacidas de la lásti-
ma que me causa el que obras en que se descubren tan valientes
toques y maestría tan singular, no. alcancen toda la perfeccion que
era de desearse.
Al hacer la descripcion de nuestra vida estudiantil se te que-
daron trasconejadas varias especies, que yo hubiera querido que
tocases, y de las cuales te apuntaré algunas, aconsejándote al mis-
mo tiempo trabajes otros cuadros para complementar el ·primero, 4.
fin de que puedas aprovecharte de mis indicaciones.
¿ No recuerdas que los juéves y los sábados por la tarde se in.
terrumpian nuestras tareas, el primero de aquellos dias por el
asueto, asueto de que gozábamos echando cometas en San Diego
Ú ocupándonos en otros ejercicioS, segun la época del ano? Y 4
prop6sito de cometas, ¿ no te acuerdas de la causa Ii que atribuia-
mos el que algunas de ellas cabecearan y se vinieran al suelo á
poco de haber empezarlo.á éncumbrarse'j Nosotros decíamos que les
faltaba pè80 en el rabo, y hoy podemos decir otro tanto de alguno
de nuestros hombres públicos.
La tarde del sábado se destinaba en la' escuela al registro de
rosarios y de uñas. Colocábasenos en fila; don Fructuoso iba pasan-
do revista y al presentarse delante·de c~da uno de nosotros, era
preciso desabrocharse la camisa y exhibir el rosario, incmriendo
en la pena de cuatro ferulazos el que se hallaba desprovisto de él.
Solia suceder que algun alumno ménos piadoso ó ménos precavido
no lo llevase al cuello, y entónces con una velocidad telegráfica se
pasaba la voz y se pedia el suyo á alguno de los ya registrados. y
éste se lo quitaba en un abrir y cerrar de C!,josy en otro cerrar y
abrir pasaba el rosario ¡le mano en mano hasta las del desavisado
escolar que lo habia menester, eludiéndose así el castigo y hacién-
dose infructuoso el celo de don Fructuoso. Siento que cuando vi-
sitaste el Areópago que dirige tu amigo don Temístocles no hu-
bieras averiguado si allá está todavía en vigor el registro de rosa-
rios; aunque sospecho que ha de haber caido en desuso, por haber-
se hecho no há mucho tiempo el descubrimiento de que en mate-
ria de religion el mejor sistema que puede seguir quien está en-
cargado de la educacion de un niño es dejar que se guie por sus
propias convicciones, y no imponer por la f\:lerza cl'Cencia alguna,
sistema enteramente acorde con los principios dominantes y que
debiera extenderse á todos 103 ramos de la educacion; pues es
fuerte cosa que á un niño que prefiere hacer sus cuentas con rayas
hechas en la pared, se le obligue por medio de la fuerza brutal á
aprender la adieion, la sllstraccion y la regla de tres, y á valerse
de todos los medios que, segun la opinion privada de los matemá-
ticos, son propios para descubrir las relaciones de los números;
ni puede llevarse en paciencia el que á un angelito que gusta de
sonarse con los dedos, ó que halla placer en hornear, como decía-
mos en la escuela, se le fuerce á pensar COll la cabeza de Carreño,
quien al fin y al cabo no es más que un hombre.
Volviendo al registro sabatibo, ¿ cómo tú que te afanaste tan-
to por escoger los colores más negros entre cuantos tenias en tu
paleta para pintar la figurà de don Fructuoso y hacerla odiosa, te
olvidaste del castigo que se nos imponia cuando nuestras uñas
eran declaradas largas en primer grado? Un sábado, ay de mí, fue-
ron las mias pesadas en la balanza de la justicia del maestro y fue-
ron halladas, no faltas, sino sobradamente crecidas, y don Fruc-
tuoso cogió mis dedos entre su mano, haciendo de ellos como un
hacecillo y procurando que todas las demasías quedaraná un mis-
mo nivel, y descargó sobre el conjunto un furibundo palmetazo,
que hizo desaparecer lastimosamente el superávit de cada uña
quebrándolas todas y dejándolas á flor de dedo.
- .toJoJ --

Y aquí viene como de molde el preguntarte porqué no te detu-


'Viste más al hablar de la féruln, objeto sobre que pudiera escribir-
se una historia, principalmente ahora qne se escribe la historia de
las cosas al parecer ménos historiables. Tú deberias escribida:
escríbela en prosa ó en verso, como mejor te parezca; pero no se
te olvide dar razon de la creencia en que estábamos de que untán-
dose uno las palmas con no sé qué cosa y poniendo luégo á lo lar-
go de ellas un cabello, la férula se rompia si llegaba á caer sobre
la mano así prevenida; ni dejes de haoor mencion del unto de aJos
machacados, bálsamo precioso á que atribuiamos,la virtud de ha-
cer insenaibles las manos á los palmetazos, y no s610 las manos
sino tambien todas aquellas partes ~el caerpo que mirábamos
como más vulnerables; no vayas á echar en olvido tampoco la
profunda antipatía que nos inspiraban IOR alzafuelles yel poco dis-
)cernimiento con que colocábamos en la clase de tales á los mucha-
chos que, por juiciosos y aplicados, 6 por puÚlánimes y cortos de
genio se ganaban la voluntad del maestro: yerro comun á todos
los hijos de Adan, que ven siempre en la cordura y en las virtudes
de los demas, una censura de su propia conducta. Cuando hables
de este último punto, no dejes de hacer observar de paso que de
la aversion con que en nuestro tiempo se miraba á los alzafuelles,
á los soplones y á los meticulosos, nacía esa especie de desenfado tru-
hanesco que ~ra la cualidad distintiva del mozalbete campechano
Ó cuadt'ado, como en esa época empezó á decirse. Has de consa-
grar tambien uno de los párrafos de tu futuro artículo adicional á
perpetuar la memoria de aquellos ruines pedacillos de papel que
llamábamos premios 6 parcos, que venian á ser unos testimonios
de buena conducta ó de aplicacion, que solian preservar á quien
tenia la fortuna de poseedos, de cierto mJ,mero de azotes ó de fe-
rulazos, y que eran no pocas veces para nosotros objetos de un trá-
fico simoníaco. Por último no vaya á quedársete en el tintero la
explic'lcion de la que se llamaba casarse al tumbo y al que se me
dé y no se me pida, contratos consensuales que consistian en con-
certar dos estudiantes que todo objeto que se hallase en manos del
uno y que el otro hiciese caer con un golpe 6 manoton, 6 que pi":
diese valiéndose de la fórmula que se me dé y no se rnepida, vi_o
• niese tí ser del dominiQ de éste; ni es de desatenderse la circuns-
iancia de que el Nebrija era el único mueble que gozaba de privi-
legio, pues no podia ser ganado al tumbo ni al que se me dt:,. '
Por más que digas y por más correctivos que hayas querido
poner en los versos con que terminas tu artículo, la lectura de éstc
no puede ménos de hacer formar Ulla idea más ventajosa de los
planteles del dia, que ne las escuelas de antano. Yo no me meteré
á decidir en favor de las unas 6 de los otros; pero sí diré que ten-
go para mí, aunque simple y pecador, que todos los chicuelos que
Ile parezcan á Aristiditos, tu sobrino, han de ser un poco empala~o.
!!lOS álos diez y ocho a1'1os,y de todo punto insoportables á 108 veln.
ticinco. Tambien te aseguro que si yo volviese á la ninez, con la
experiencia que hoy tengo, y si se dejase á mi arbitrio la eleccion
de escuela, preferiria la de don Fructuoso y me someteria gustoso
á las consecuencias, no obstante los azotes, la férula, la larga uña de
don Fructuoso y la corta equidad de los tomadores. Considero
como una fortuna el haber nacido en la época en que nací, porque;
si bien es cierto que los actuales métodos de enseñanza hacen gran-
des ventajas á los que se observaban hace veinte años, no es mé-
nos ciérto que en la general la educacion que daban entónces 108
padres y los preceptores era infinitamente más adecuaf\a á nuestro
estado social y más á propósito para dar bienestar á cada hijo de
vecino. Jamas nos vistieron los taillew's que florecian durante
nuestra adolescencia, ni nos calzó el ma~stro Espejo, y nosotros
mirábamos con admiracion á los elegantes á quienes se tomaban
medidas en los talleres de los primeros y en lafábrica de calzado
del segundo. A gran dicha teníamos el que, al aproximarse la Se-
mana Santa ó el Córpus, nos las tomase algun maestro jubilado~
con tiras de papel en que los piquetes hechos con las tijeras sus-
tituian á los números. Yo no sé si tú te estrenarías alguna vez
un vestido completo: yo de mí sé decir que jamas tuve esa satis-
faccion; pues si alguna vez llegùé á ponerme levita y pantalones
nuevos, los botines y el sombrero hacian con esas piezas flamantes
el peor juego que se puede imaginar. En órden á buenos bocados
bien puede asegurarse que ni llegámos á fignrarnos que los hubie-
ra mejores y más delicados que los de cuajada y pancla de leche;
y por la que hace á vinos, si llegámos á catar alguno, fué el de
consagrar, que prohámos,escurriendo las vinajeras despues de ayu-
dar á misa. Tener nosotros caballo y reloj! Sí, bonicos éramos
nosotros y nuestros mayores para metemos en esos dibujos. Ga-
lanteos? quita allá! donoso papel habríamos hecho requiriendo
de amores á alguna doncella, con nuestros capotes raidos, con
nuestros botines aterciopelados, con nuestras chaquetas creced eras
y con aquellos sombreros' entre los cuales y nuestra frente tenia
que mediar el pañuelo, á fin, de que ]]0 se nos entrase hasta
b~~ , •
De esto resultaba que no gozando nosotros de aquellas cos$
(jue en nuestra edad mirábamos como más apetecibles sino la pre-
ciso para proporcionarnos satisfacciones moderadas, siempre nos
quedaba algo que desear, y nuestros deseos se limitaban á objetos
de fácil consecucion, que íbamos alcanzando poco á poco Y á medida
que avanzábamos en edad. Siempre quedaba campo abierto á l'lues-
tras esperanzas y ¿ qué más podíamos apetecer para vivir conten-
tos que esperanzas y juventud? Resultaba tambien del método que
para educarnos se observaba, que se nOS llacia ser muchachos has-
ta que, por la edad y por el desenvolvimiento de puestras faculta-
des, éramos hombres; siguiéndose de aquí que podíamos emplear
en educarnos todo el tiempo que conforme á las miras de la natu-
rale~a debe emplearse en eso, oir con docilidad los consejos y las
instrucciones de los mús maduros, sin que nuestro amor propio se
diera por ofendido, y aprovecharnos de la experiencia de losdemas;
resultaba, por último, que las atenciones sérias y las inquietudes
propias de quien deja de ser muchacho y pasa á ser hombre, no
llegaban para nosotros sino despues que habiamos gozado de la
vida con dulce indiferencia por veinticinco 6 más años.
Bellamente describe Lamartine las impresiones que recibi6
cuando al volver á la casa de su padre, despues de haberse estado
educando léjos de ella, tuvo por primera vez caballo, reloj yescope-
ta. Los mozalbetes de nuestros dias y de nuestra tierra no go:taran
á buen seguro de impresiones semejantes. A los 15 años han roto
ya vestidos cortados por Ignacio Rodríguez y botines fabricados
por Gallissot; tienen en poco la habilidad culinaria de Blanchard;
se han achispado mas de una vez con vino del Rhin y han patonea-
do un elegante corcel en las calles de Bogotá. Estos desventurados
gastan lo mejor de su juventud en hacer cosas que presuponen una
educacion que ellos no han tenido tiempo de recibir. Sus corazo-
nes se van tfas la gloria literaria, 6 tras la gloria política, ó tras el
brillo de un crecido caudal, objetos inasequibles para ellos y supe-
riores á sus facultades, como los nuestros se iban tras la gloria de.
pegarle á un paíun 6 tras el empañado brillo de 11n:\ peseta; así
no es de extrañarse que los mancebitos modernos se llenen de
fastidio y se sequen en la :flor de su edad, ni deberemos maravillar--
nos si de aquí á 20 ailos no hay hombres que puedan compararse
con los que fueron educados á la antigua.
Tú habrás observado, ú oido decir por lo ménos, que las plan-
tas que se desenvuelven y creeen precozmente suelen quedarse en-
debles, producir :flores descoloridas, inodoras y como enfermizas
y, la que es peor, no producir más que fiores. ¿ No te parece que
esas plantas son nna imágell de la juventud de nuestros dias? ¿ Y
no te parece que estos mocitos barbiponientes graduados de hom-
bres, que dan el tono en las tertulias, han contribuido en gran ma-
nera á echar á perder el trato y las costumbres santafereñas y á
desterrar de las reuniones la crianza y los buenos modales? ¿ Y
qué diremos del desenfado y la marcialidad con que los tales deci-
den sobre la política del pais.y forjan y desbaratan en su cabeza
leyes y constituciones, que no parece sino que cada uno de ellos
es un Licurgo en miniatura 6 un Washington mirado por micros-
copio? Pero ¿ qué mucho, si es un artículo de nuestra fe política
que á los muchachos granadinos les viene el juicio ántes que la
barbas, 6 más bieD1 que para ser legislador y magistrado DOse Dll'-
cesita juicio?
En conclusioIl, es preciso que te resuelvas Ii completar tu b~-
llísimo trabajo, aprovechándote, si la tienes á bien, de mis indi-
caciones y haciendo resaltar más los inconvenientes que presenta
el mOdel:DOsistema de educacion.
Tu afectísimo amigo y condiscípulo.

n.-,.v AMOS A MISA AL PUEBLO.

Los romanos llamaban por antonomasia la ciudad á la capital


dellmperio, y, siguiendo un ejemplo tan clásico, los campesinos
de la sabana de Bogotá llamamos el pueblo antonomásticamente :í
la parroquia ó cabecera del distrito de que somos vecinos. Y no
se extrañe que nosotros, colaboradores, aunque indignos, de El
Mosaico, nos contemos en el número de los campesinos, pues por
la misericordia de Dios, así haccmos al plectro y á la pluma, como
al zurriago y al rejo de enlazar.
Explicada ya en este breve preámbulo la palabra, tal vez de-
masiado vaga, contenida,BU el encabezamiento de este artículo,
invitaremos de nuevo al lector á que venga con nosotros á misa al
jHleblo; en la cual creemos proceder con más miramiento que los
autores de novelas, que conducen á los lectores á donde se les da
la gana; sin pedirles siquiera su consentimiento. Justo y natural
parece que no llevemos el nuestro á otro pueblo que al de nuestra
vecindad, así porque en él podremos servirle de cicerone mucho
mejor que en otro cualcluiera, cama porque estamos muy seguros
de que en éste puede hacer tantas y tan interesantes observaciones
como tln el mejor ó como en el peor.
Véngase, pues, conmigo, caro y curioso lector (perdonándome
ante todas cosas el que dej;: á un lado el nos de que, por el privile-
gio concedido á los escritores públicos, he usado hasta ahora), y en
una fresca y alegre mañana de verano, á la hora en que las últimas
nieblas que engalanan las sierras vecinas se deshacen á los rayos
del sol, dará usted conmigo un paseo por las veredas alfombradas
de yerba fresca y olorosa que dividen las labranzas, ora recien
surcadas por el arado, ora cubiertas de sementeras verdes todavía
) ya sazonadas y amarilleutas. A la hora en que en el campanario
de la Iglesia, que no muy léjos se divisa y cuya cruz domina los
árboles y las casas del lugar, suena el p?'imer toque á misa, verá
llsted la multitud de campesinos y campesinas que vau afluyendo
le todas partes y que por todas las veredas se van encaminando á
la parroquia. Lástima es que el traje de nuestras campesinas esté
tan léjos de ser pintoresco: por adelantadas que estuviesen entre
nosotros las artes del grabado y de ]a litografía, Ulal podríamos
entretener á los extranjeros haciéndoles conocer el vestido y los
atavíos de las doncellas de nuestros campos, como ellos nos entre-
tienen eviándonos primorosas láminas que representan ya á la al-
deana de Alsacia, ya á la velldimiadora de Sorrento, ya á la moli-
nera irlandesa, ya á la pastora de los Alpes, graciosas siempre,
y siempre ataviadas con encantadora sencillez y elegancia. Con
todo, bajo el sombrero de ala tiesa y extendida, bajo ]a sombrí3
mantilla de bayeta de cien hilos ó tal vez de burda frisa, podrá
usted, señor lector, maliciar, ya que no descubrir del todo, algunas
fisonomías hermosas á menudo, frescas, rozagantes y rosadas casi '
siempre. En pos de las doncellas ó á su lado, se encaminan á la
parroq uialas matronas del vecindario, cuyo atavío seria el mismo
que el de sus hUas si no llevasen sus sombreros forrados en hule
reluciente, morado ó amarillo, y si su cuello grueso y fornido por
la regular como el de un novillo cebado, no estuviese guarnecido
de numerosos hilos de cuentas gordas, de cruces y de dijes.
Antes de pasar adelante, pondré en noticia del público que el
lector (ente amado, curioso, desocupado y benévolo, segun todos
los autores de prólogos), seducido por la interesante pintura que
acaba de hacerse, aceptó mi invitacion con suma condescendencia,
me siguió hasta mi pueblo, hizo en mi compañía el paseo de que
le habia hablado, y se dirigió conmigo hácia la casa curaI, en
cuya puerta dimos principio al coloquio siguiente:
-Cómo, me dijo, quiere usted hacermp visitar tan temprano
al señor cura? yo no tengo relaciones con él y .
-No tenga usted cuidado, caro lector, que si en cualquiera sa-
zan es la casa del cura casa de todos, como la dijo Rafael Pombo,
puede asegurarse que en la mañana del dia de fiesta y á la hora de
misa es casa de todos excepto del cura. Éntre usted cún satisfac-
oion, que el señor cura está en la Iglesia, y ademas, aunque no
estuviera .
-Pues bien, vamos adelante, ya que usted se empeña.
Segun mi deseo, nos instah~mos en en el balcon, que cae á la
plaza, á tiempo qne ésta iba lIenándose de gente que venia á asis-
tir á la misa parroquial y al mercado.
-Esto de qne el mercado se verifique los domingos, observó
el lector, no deja de parecerme cosa irregular y poco conforme con
lo que la Iglesia nos manda en órden á la santificacion de las fies-
tas: yo no sé cómo los curas no tratan de corregir tal abuso.
-Tiene usted razon en mirar esa costumbre como un abuso,
le contesté yo; pero la èierto es que el mercl\do Y la misa se favo~
recen recíprocamente: muchos vecinos dejarian de venir á la pa~
l'roquia y de asistir á la. funcion religiosa si ~l mercado no fuese
para ellos un aliciente .....•
~Bien ¿ l' .por atender al mercado no dejan muchos de entrar
â la iglesia? .
-Así es; pero acaso no son tantos como los que dejarian de
oir misa si el mercado se dejase para otro dia.
-y digame usted, prosiguió el lector, mudando de conver-
sacion, ¿ con qué motivo se ha reunido tanta gente en el corredor
de aqueUa casa, que segun las apariencias, es la del Cabildo?
Qué casa dice usted ? ..... ah, ya sé; es que don Narciso está
leyendo la Gaceta; tiene la devocion de leerla en voz alta to-
dos los domingos miéntras llega la hora de la misa j al rededor de
él se forma un gran corro; los indios oyen sin pestañear y con
tamaña boca abierta la lectura de los proyectos de ley, las rela-
ciones de reos prófngos, los decretos y las circulares; los vecinos
más entendidos refnnfùñan y hacen comentarios que trascienden
á oposicion siempre que se lee alguna amonestacion sobre pago de
contribuciones.
-y qué casta de pájaro es el don Narciso? Se me :figura que
ha de ser el tinterillo del lugar.
-No, señor; es cierto que conoce regularmente la legislacion
municipal y que mal ó bien da sus consejos á los que tienen algun
pleito, motivo por el cual es conocido en el pueblo bajo el apodo
de el Código; pero como es antiguo y honrado vecino del lugar,
y como es hombre ocupado y trabajador, no ha descendido á la ca-
tegoría de tinterillo; por lo demas, es hombre que habla con tono
magistral sobre el s'Ístema representativo, sobre el depotismo, so-
bre las guerras de la Francia y sobre los progresos que hace en los
estudios su hijo Ignocencio, á quien destina para la Iglesia; es
hombre que tiene á su señora indispuesta, en vez de tener mala á
~u mujer.
-Por lo visto aquí no tienen ustedes tinterillos.
-Ojalá que así fuese, señor lector de mi alma. Si DO nos hu-
biesen venido de fnera, de seguro que no los tendríamos; pero hace
alguuos años que nos vino de Bogotá un maestro de escuela que,
habiéndose quedado sin su destino, despues de haberlo desempe-
ñado, y sabe Dios cómo, por algun tiempo, se nos ha quedado en
la parroquia y ha dado á los vecinos útiles lecciones sobre el arte de
despojar á los indios de sus terrenos, sobre el de buscar camorras
con el cura, sobre el de hacer trampas en las elecciones y sobre el
Je hacer una causa al más pintado por quítame allá esas pajas.
Hasta el año pasado tuvimos otro leguleyo. Habia venido el tal
de pajecillo de uno de nuestros curas, <}uien lo envió á Bogotá Ii
Clue aprendiese á cantar y á tocar el órgano para que luégo sirviera
en el coro; volvió al pueblo al cabo de algun tiempo; pero al
- .J..OQ -

parecer se habia consagrado en esta ciudad al culto de Th~mis y


al de Mercurio más que al de Apolo y al de Euterpe; por la cual
solian decir los chuscos del pueblo que sí habia aprendido á tocar,
pero no el 6rgano sino la arpa 8Ín cuerdas; PQr fortuna nuestra,
hizo al cabo una bellaquería entre otras, de cuyas resultas tuvo
que irse con la música á otra parte.
-Estoy observando con no poca satisfaccion, me dijo el lector,
la diferencia que hay entre los gamonales viejos y los gamonalito8
mozos. Vea usted aquel vejancon que lleva pañuelo en la cabeza
y sobre él un sombrero de funda morada que no ha perdido ni
perderá la figura que le di6 la horma; note usted ese cuello des-
'comunal y tres veces almidonado en que tiene la cara como engas-
tada: ¿ ha visto usted mayor aire de desmaña y de desaliño y tan-
ta falta de garbo? Ahora pare l1sterl ,1:1:1tencion en el garnonalito
que está de pié en la puerta de aquella tienda: vea usted qué som-
brerito tan cuco, qué lazo el de la corbata, qué .
-Bien veo todo eso, amado lector, interrumpí, y bien despa-
cio he mirado á esos dos sujetos: el primero, que es don Nicasio,
va á casa el dia 30 de cada mes á pagarme el rédito de una estan-
cia que le tengo dada en arrendamiento; el segundo, que es l\1i-
guelito, va tambien á menudo .
-Tambien será arrendatario .
-No, señor: ese va á pedirme dinero prestado.
-Ya, querrá emprender algun negocito.
-Pues si le digo á usted que ya la tiene emprendido.
-y ¿ quién es aquel sujeto que se pára en el corredor del Ca-
bildo y en derredor del cual empieza á formarse un corro tan nu-
meroso?
-Es don Pascual, uno de los hacendados más notables del
distrito. El es quien provee al pueblo de noticias y quien juzga
sin apelacion á los generales y á los magistrados: don Pascual eB
mirado como un oráculo: de ahí viene que apénas se desmonta
los domingos se ve rodeado de todas las 1'uanas pintadas del lugar.
Esto no se opone, sin embargo, á que sean aidas con interes las
noticias que no dejan de traer otros vecinos que durant9la semana.
han concurrido al mercado de la Mesa, al de Cipaquirá 6 al de
Bogotá.
-8egun la que estoy viendo y la que usted me refiere, la vida
del hombre de campo seria intolerable si la misa del diafestivo
no atrajese la gente á la parroquia como á un centro éomun, inte-
rrumpiendo así la fastidiosa monotonía y la soledad en que ustedes
los campesinos deben de vivir ordinariamente.
-No se engaña usted, señor lector; soy poco teólogo y no
sabré decir si al establecerse el precepto de la santificaoion del do-
mingo y el de oir misa, se tendria presente la ventaja de que us",:
ted habla y mayormente la de impedir que cada individuo se vaya
aislando más y más cada dia y renunciando por consiguiente á to-
dos los bienes que emanan de la vida en sociedad y del trato con
los demas; pero ,sí puedo asegurarle á usted que la misa es, por
decirlo así, el único lazo que une á los vecinos de cada distrito, el
único rendez-vous en que ellos se reunen y en que pueden promo-
ver los intereses de la poblacion; el único estímulo poderoso que
pueden sentir para vencer la pereza que el salir de sus casas les
cuesta. La misa proporciona á la mayor parte de los agricultores
y de los ganaderos la única ocasion posible de conocer el estado de
los negocios y la abundancia ó carestía de los efectos que cada cual
necesita expender 6 comprar. Hasta la administracion política y la"
de justicia pueden ejercerse con más regularidad en un distrito cuya
poblacion se halla diseminada en un vas,to territorio, habiendo un
motivo que cada semana reuna en el lugar á la mayor parte de los
vecinos.
-Infiero, observó el lector, de lo qne usted me dice, que todos
los vecinos vienen á misa: esta es señal de la moralidad de la po-
blacion.
-No, señor; auuque todos vienen al nueblo, no t.odos asisten
{t misa: generalmente -los más ilustrados s~ q ued~ll afuera durante
la funcion religiosa j pero .
-Permítame usted que le interrumpa, ¿ dice usted que los más
ilustrados son los que dejan de entrar á la iglesia? Esto me parece
€xtraño, y más extraño todavía el oirlo de boca de un hombre.
como usted.
-Pues hasta cierto punto, tiene \lsted razon j sin embargo,
cualquiera de los deL pueblo le dirá á usted la mismo.
-y ese cualquiera que me diga la mismo ¿ en qué les ha cono-
cido la ilustracion á esos señores que no oyen misa?
-Pues en eso, señor lector j adernas, sou los que frecuentan la
buena sociedad.
-Hola! conque aquí hay buena sociedad?
-Toma si la hay! : ahí tiene usted á la vista 13 casa de don
Hermógenes, que, corno usted sabe, es una persona culta j con él
vienen á veces sus hermanas i y ent6nces se baila y se juega tre-
sillo, se juega á los .
-Bien, pero usted me iba diciendo cuando le interrumpí. .....
-Sí, le iba diciendo á usted que los tales no vienen á la parro-
quia pOI' asistir á misa; pero vienen porque saben que oon motivo
de ella encgentran aquí reunidos á los individuos con quienes tie-
lieu relaciones 6 negocios, y no quieren renunciar á las ventajas
que la misa les proporciona.
-De manera que esos senores no toman de la misa sino lo
que les conviene.
- .L-X.a. -

-Así es.•.... Mire, mire usted, sefíor lector, aquella familia


que llega, ¿ ve usted aquellas nillas ùe sombreros de fieltro con
pluma y lazos de cinta, de capita verde y de luengas faldas blan-
cas? qué le parecen á usted? .
-Me parecen muy endomingadas ..
-Sobradamente riguroso está usted, amado lector: á mí me
consta que en esos trajes se ha ido la mitad de una cosecha
de trigo.
-Pues en ese caso los que hicieron su agosto fueron los
mercaderes.
-No dudo que hayan gastado como gastan siempre las cam-
pesinas cuando pretenden ponerse majas; pero el buen gusto se ha
encaprichado en no salir de Bogotá yen no visitar los campos; y le
l\spgllroá llstpd que, para esto de la elegancia,3Yllda más una onza de
huen gusto que cien onzas de oro. Y hablando de otra cosa, i qu~ po-
sada tan concurrida parece ser aquella en que las damas de las ca-
pas verdes se han desmontado! los duellos deben de ponerse las
botas cada domingo.
-Ponerse las botas! quiá: su casa es tratada en esta y en se-
mejantes ocasiones como ciudad tomada por asalto, sin que ellos
saquen ni pizca de provecho: esa casa está á la hora de ésta ates-
tada de caballos que rillell, que piafan, que se amusgan, que tiran
coces y que se llevan en los tapaojos yen las ancas una buena
parte de la tierra blanca con que las paredes están elllucidas, sin
que de todo eso se les den dos pitos á las patronas, las cuales en
êsta ocasion observan al pié de la letra la máxima que dice: quien
tiene tienda, que atienda, por estar la suya inundada de mozos del
pueblo que aquende y aU.:mdeel mostrador piden de beber, beben,
gritan, disputan y camelan á las patroncitas. Los que van des-
montándose, van tomando posesion de la sala y acomodando sobre
la mesa, sobre la silla, sobre los tercios de papas y sobre la pila de
las enjalmas, los cojinetes, los zamarras, las espuelas y los trajes
de montar. Para acomodar los rejas de enlazar y los zurriagos, se
cuenta siempre con el dueño de C3sa,á fin de que proporcione una
colocaciou más segura á aquellos utensilios, los cuales gozan de
este privilegio por ser opinion recibida en toda la Sabana la de
que no es pecado hurtarlos; no obstante la difícil que seria hallar
la edicion de la Biblia en que se haya agregado al 7.° mandamien-
to el inciso 6 parágrafo en que tales restricciones deben estar
contenidas.
-Hace rato, díjome el lector, me está llamando la atencion
aquel individuo que anda en un rucito; desde que llegó, no ha
dejado de recorrer la plaza, acercándose á, todos los grupos, to-
mando parte en todas las conversaciones y entablando con algunas
personas diálogos á que da grande aire de importancia y de reser-
va: mire usted, ahora mismo llama aparte con mal disimulado
disimulo il un mocito de los más apuestos; se paran los dos en
lugar retirado; el de á caballo se cuelga en la silla de una pierna
y se inclina como para hablar al otro en secreto, miéntras éste
peina con los dedos las crines del rucio. Mucho me engano, ó el
tal debe de traer entre manos alguna intriga 6 a1gun negocio ar-
duo y complicado.
-Sí, por cierto i ya me parece que lo estoy oyendo: el de
á caballo pregunta á su interlocutor si por fin le sac6 ribete al viejo
Camero en el cambalache de caballos que hicieron ayer; el de
á pié, informa que tuvo que contentarse con hacer el trato pelo á
pelo, y sazona su respuesta con un desabrido vizcaino.
-Pero, si hablasen de cosa de tan poca sustancia, ¿ cómo pa-
drian haber tomado ahora ese aire propio de quien busca una di-
ficil solucion ? Vea usted cómo sigue el uno peinando el caballo,
miéntras el otro se acaricia la barba; pero, no la dude usted,
el pensamiento del uno no está en las barbas, ni el del otro en
las crines.
-Pues, sefior, todo la que hay es que están callados porque
no tienen qué decir.
-Valiêl1te simpleza! quién seria capaz de aguantar un 8olazo
como el que está haciendo por tan poca cosa?
-Pues lo cierto es que todos estamos de tal manera acostum-
brados á perder el tiempo, que, sin dejar de renegar del sol y del
cansancio que el estar de pié nos ocasiona, no dejamos de hacer
por dos ó tres horas cada dia de fiesta la que usted censura" en
aquellos dos indi viduos.
Oyendo, al Ilegal' aquí nuestro coloquio, que deJaban á misa,
nos encaminámos il.la iglesia, y miéntras el lector atravesaba con-
migo el corto trecho que separa la casa curaI del atrio, me
preguntó si varios vecinos que se quedaban á cierta distancia for-
mando corros, eran de los ilustrados.
-No, señor, le respondí: éstos oyen misa, pero no la aceptan
con todas sus consecuencias. Están aguardando que pasen el as-
pérges, la enseñanza de doctrina y la plática, para entrar al templo.
El cura hace todo lo posible para burlarse de sus precauciones,
combinando de distinta manera cada dia festivo las partes de que
se compone la funcion dominical; pero los bellacos de los gamo-
naZes olfatean indefeutiblemente la plática y la doctrina y no caen
en el garlito. A éstos los oirá usted al salir quejarse de la largo de
la misa; pues estas quejas son tan de ordenanza y tan consuetudi-
narias, como el ponerse de pié al tiempo del evangelio.
-He estado considerando, me dijo ellectar cuando hubo ter-
minado la funcion y salimos de la iglesia, que lo augusto y majes·
tuoso del culto católico es independiente de la màgnificencia de los
- .L.U -

templos y de la suntuosidad del aparato con que se celebren las ce-


remonias, sin que por eso dejen estas circunstancias de contribuir
en gran manera á producir en el ánimo de los fieles el grande y
salud~ble efecto que la asistencia á las funciones religiosas debe
producir.
-Sin embargo, repuse yo, durillo se me hace el creer que la
apariencia de este templo, como la de casi todos los de las parroquias
del campo, que parecen edificiossin concluir, y que por la comnn están
adornados con un gusto tanto peor cuanto mayor sea la devocion
de los feligreses, no sea parte á debilitar el fervor y no ceda en
mengua del decoro....
-Pues con todo eso, yo que he asistido á las más grandes fes-
tividades en las basílicas de Roma, y en San Sulpicio yen Nuestra
Señora (porque ha de saber el público que el lector ha estado en
Europa) nunca experimenté en ellas emociones más profundas ni
más dufces que las que hoy be experimentado al ver los dos largos
grupos, de hombres á la izquierda y de mujeres á la derecha, ves-.
tidos todos con el aseo compatible con su pobreza, y todos penetra-
dos de nna fe sencilla, postrados en presencia del Dios que, siendo
Dios de todos, gusta más, pordecirIo así, de serIo de los pobres y
de los ignorantes. Tal vez usted se reirá de mí; pero le confieso
que al air que la piadosa muchedumbre se golpeaba los pechos en el
momento del Sanctus y que en ese punto empezaba á sonar en el
coro el triángulo yel bombo, acompañando la música de los otros
no muy bien tocados ni muy armoniosos instrumentos, sentí que
mi alma se elevaba y que los más dulces sentimientos de piedad
inundaban mi corazon. Y no vaya usted á atribuir estas cosas á
extravagancia mia ni á una sensibilidad exagerada: el acto de ado-
rar un pueblo á Dios y de rendirle sus homenajes tiene siempre
mucho de grandioso y de sublime, cualquiera que sea el aparato
con que se solemnice. Y hasta me parece que esa música estrepito-
sa y desapacible con que los pobres aldeanos obsequian al Dios
hecho hombre y á la Madre de Dios, puede hallar en pechos cris-
tianos el mismo eco que las melodías con que en las grandes capi~
tales cat6licas se acompaila la celebracion de las fiestas más so-
lemnes.
En estas pláticas estábamos, cuando un muchacho vino á' con-
vidarnos á almorzar de parte del señor Cura, convite que aceptá-
mos gustosos y que puso fin á mis.coloquios con el lector y á. las
observaciones que estábamos haciendo.
TIl.-LO QUE VA DE AYER A HOY.

Ustedes, señores lectores de EL MOSAICO, ¿ la han sido alguna


vez de las lihdezas que sobre los barberos escribió don Francisco
de Quevedo? Y, háyanlas ó nó leido, ¿ no tienen noticia de 1ïw
R :F. y de otros sayones que desempeii.abanel oficie de tales, del
cual era inseparable el de sacamuelas y sangrador? No es menes-
ter ser muy viejo para acordarse del modo como se s¡lcaban muelas
en nuestra querida Santafé: el maestro (que este título se daba al
barbero enciclopédico), armado con unas hermosas tenazas, que á
duras penas cabian entre la boca del paciente, agarraba casi siem-
pre la muela que dalia, pero casi nunca podia agarrarla sola, por
la excesiva capacidad del instrumento; daba un tiron, pero qué!
ni á tres tirones! Seis ú ocho muelas no se dejan sacar así no más;
prendíase el paciente de las tenazas con sus dos manos, las que su-
madas con las dos del maestro daban la suma de cuatro manos, y
no manos sencillas sino manos fuertes, que las del verdugo de suyo
la eran, y las de la víctima cobraban esfuerzo con la desesperacion;
seguia entónces nna lucha encarnizada, cuyo resultado era \iicmpre
que el barbero arrastraba por largo trecho al dueño de las muelas,
y cuando éste, exánime ya y desfallecido, soltaba las tenazas, jun-
taba las manasen ademan de súplica y caia de rodillas queriendo
articular la palahra'misericordia! el maestro tenia firme,el paciente
quedaba por un instante colgado de sus propias muelas, y zas ! las
muelas se desprendian, el barbero triunfante levantaba en alto el
trofeo de su cruenta victoria, y el paciente, el paciente j ab,
no!. ... :.Echemos nu tupido velo sohre este cuadro desgarrador.
De semejantes escenas y d'eotras peores, si cabe, han sido es-
pectadores todos los que pertenecen á la generacion quo se acuesta;
y no se nos censure esta expresioncilla, pues si hay genel'Uciones
que se levantan, segun todos los dias aimas decir, no puede ménos
de haber generaciones que se acuesten, Todos nuestros mayores,
queríamos decir, presenciaron los bárbaros tratamientos que se
veian obligados á sufrir 10::1 que padecian de las muelas ó de alguna
enfermedad que exigiera sangría 6 aplioacion de ventosas: y no
podia suceder de otra manera, pues el ejercicio de la que hoy sc \
llama peq1¿eña cirvjía (expresion malamente tomada del frances)
se ~abia abandonado á los barberos, gente descomulgada y sober-
bia, que trataba las bocas, los brazos y los micmbros todos de la
humanidad doliente, como á ciudad tomada por asalto, y que nun-
ca echaba en olvido el axioma de que el mal del prójimo es lle-
vadero.
N osotr08, empero, entre los motivos que podamos tener para
da!' gracias á la Providencia por habernos hecho Dacorá mediados
del siglo XIX, tenemos el de gozar, como gozamos en efecto, de
tiempos que, si no son los mejores' por algunos aspectos, Bon in-
Gubitablemente los más venturosos para los desventurados que
han menester los auxilios de lasobredicha pequeña cirujía. Hoy,
en vez de tenerse que ir á buscar al maestro en la estrecha, sucia,
hedionda, ahumada y oscura barbería en que en otro tiempo tenian
asentados sus reales aquellos Atilas de las encías y Nerones de to-
do el cuerpo; en que se veia el poyo de la hornilla con los no muy
apetitosos restos del almuerzo barberil, al lado del mollejon y no
muy distante del tinajero, y en cuyo pavimento se hallaban espar-
cidos los ,despojos ganados por el barbero con el esfuerzo de su
brazo y la ayuda de sus tijeras, podemos penetrar en un espacioso,
elegante y aseado salon, amueblado con suma decencia, y encon-
trar en él dos j6venes de finos modales, extremados en la práctica
de las operaciones correspondientes á la que, á pesar nuestro, lla-
'maremos por tercera vez pequeña cirujía, y animados por la am-
bicion saludable de distinguirse en su peofesion.
Decia cierto compatl'Íota nuestro, al visitar un magnífico ce-
menterio en Italia, qúe le daban ganas de morirse para quedar
enterrado allí: nosotros, al visitar el establecimiento de que hemos
hecho mencion, seducidos por la vista del salon y por la finura y
tentadora apariencia de los instrumen tos que sobre una mesa y co-
locados en muy buen órden se mostraban, deseámos vehemente-
mente sentir dolor de muela ú otra dolencia cualquiera que nos pu-
siese en estado de estrenar los instrumentos en nuestra persona.

IY.-AL SEROR RICARDO CARRASQUILLA.


Mi querido amigo
He leido el manuscrito que me has enviado y al que pusiste el
título de "Destino irrevocable," y aunque yo no sea, como en
€fecto no lo soy, malicioso en demasía, he llegado á sospechar que
todo aquello de que tus ocupaciones y no sé qué otras dificultades
te impedian hacer un artículo de costumbres es un puro embeleco.
Yo tengo para mí que, al escribir el dicho manuscrito, sabias muy
bien que estabas escribiendo el artículo, y no podrás hacerme creer
otra cosa, sino que eso de que la que me mandaste es un apunta-
miento para que yo saque de él un artículo de costumbres es una
de tantas trapacerías de que suelen valerse los escritores para
poder zurcir sus composiciones,dándoles cierto aire d.eoriginalidad
y curándose en salud por si algun crítico descubre en ellas defectos
de aquellos que se tienen por imperdonables cuando se hallan
en nn eserito trabajado con detencion y con esmero y con propó-
sito deliberado de darlo á luz.
10
Ademas, cuando leí aquel período en que aseguras que yo
manejo con gala y soltura la lengua de nue.'itros abuelos, dije yo:
" para mi abuela!" Y pensé que aunque en realidad tu intencion
hubiera sido la de suministrarme argumento para un artículo, yo
deberia guardarme muy bien de escribirlo; pues el poner á la
vista del público una muestra de mi pobrecito estilo al acabar tú
'de echarme aquel sahumerio, seria, como suele decirse, ponerme en
berlina; y esta es cosa á que tengo yo tanto miedo, que, por no
verme puesto en ella, estoy enteramente resuelto á renunciar de
todas veras y con incontrastable obstinacion la candidatura para
la presidencia, caso de que mis copartidarios quieran de aquí á
cuatro años favorecerme con sus. sufragios, quiero decir con sus
votos, que en cuanto á los sufragios, ellos podrán venirme muy
bien si para entónces he pagado el comun tributo á la naturaleza.
Volviendo á tu manuscrito, te diré que me ha maravillado sobre
manera el que tú confieses tu atraso en lo tocante á la veterinaria
y al conocimiento de las cualidades de los qtbalIos, pUéS tú eres
. verd~deramente la primera persona á quien yo he aida semejante
confesion. Cualquiera de nuestros paisanos se juzga maestro en
esta materia, sea cual fuere su profesion ó el tenor de vida que
haya llevado. DOll Anacleto, que, como tú sabes, es hombre de
ml1y buen sentido é incapaz de cometer la simpleza de dar su pa-
recer cuando se trata de astronomía, de la literatura oriental ó de
botánica; Don Anacleto, digo, que ha sido empleado desde la
tierna edad dc 12 años y que no ha cabalgado sino para llacer ese
viaje á Chiquinquil'á que todos hemos hecho, decide magistral-
mente sobre el mérito y sobre la sanidad de cualquier caballo y
no cree desmentir su moderacion y modestia habituales, aseguran-
do que en ei5amateria ninguno le echa el pió adelante. DaR Eu-
frasio, relojero de nacimiento y hombre que por la tanto jamas
monta, monta en cólera si alguno se atreve á dudar de la exactitud
de sus decisiones cuando declara que un caballo está paton 6 des-
pechado,6 cuando despues de registrar la dentadura de una bestia,
afirma que tiene 17 años 5 meses 9 dias. Y sin embargo, el tal D.
Eufrasio es sujeto de tan apacible condicion que, si se le dijese
que no sabia distinguir un· reloj de ancla de otro de libre escape,
llcvaria tal vez en paciencia tan grave insulto. En resolncion,
apénas se encnentra en esta tierra individuo alguno, por más cir-
cunspecto y modesto que sea, que no se gradúe á sí propio de pro-
fesor en achaque de caballos, no obstante que la veterinaria es
acaso el ramo de conocimientos útiles y de práctica aplicacion de
que ménos noticia se tiene entre nosotros. Y en esto sucede, no sé
por qué, la mismo que en religion y ·en política, materias que, en
la parte especulativa por la ménos, son elevadas y profundas,
pero en las cuales cada uno se reputa como un oráculo. El zapa-
tero que no acierta á explicar por qué las babucha8 que fabrica
resultan de la misma figura que la horma en que se han hecho,
falla con marcial desembarazo sobre la autoridad de la Iglesia y
sobre la inconstitucionalidad de una ley.
Así como he maliciado que tú has querido forjar un artículo
de costumbres al escribir tu "Destino irrevocable," adivino que
en él has procurado dar una idea de las incomodidades á que se
ex pene el que, viviendo en Bogotá, se empeila en tener caballo
propio; y siendo ello así, es de extrañarse se te haya quedado en el
tintero todo lo que pudiste haber dicho sobre la mayor de todas.
Hablo de las dificultades que se presentan al dueiío del caballo
para procurarle el sustento. Si se trata de mantenerle en la casa,
le come á su amo medio lado sin quedar satisfecho y sin dejar
por eso de comerse la hierba, el grano y el salvado que le suminis-
tran; 1'1 medio lado que el animal no se come se la comen los ven-
dedores de hierba, vendiendo tercios hip6cri tas que pór defuera os-
tentan las apariencias de la cebada y por dentro no son más que
malvas, ortiga y basura. Si se confía la manutmcion del corcel á
alguno de los que por negocio reciben bestias tí pastaje, se tiene la
ventaja de que el dueño del potrero mira al animal como cosa pro-
pia, que á primera vista parece ser cuanto se puede desear; pero
:í. segunda vista se echa de ver que este sistema no vale más quo
el otro.
Concluyo condoliéndome de que el "Destino irrevocable" te
prive del placer y de las ventajas higiénicas que podrias propor-
cionarte si tuvieses bagaje propio, y ofrecÎ.éndote ùe muy buen::.
voluntad para que des tus paseos por Tunjuelo la:; caoalleda:; de
tu afectísimo amigo.

V.-UNOS PAPELES QUEMADOS.

Tocaba redactar el presente número de EL MOSAICO á un júven


aficionado que á nuestro parecer promete mncho; tanto que, si de
aquí á que la Nueva Granada se vea on paz y prosperidad, estudia
y trabaja con perseverancia, puedo llegar á ser un escritor œuy
apreciable. El mand6 á la imprenta los originales y podemos ase-
gurar á nuestros ah¡:mados que si no hubiese acaecido el contra-
tiempo de que vamos 11 darles noticia, se hubieran chupado los
dedos leyendo los cinco 6 seis articnlos que para el efecto había
compuesto. Pero el diablo, qne no duerme y que debe de ser ene-
migo de EL MOSAICO (cosa muy consoladora á la verdad, puel! el
diablo no es enemigo sino de las cosas buenas), hizo que cuando los
manuscritos estaban ya en la imprenta cayese sobre ellos un f6sforo
encendido que uno de los aficionados á hacer tertulia en f;'ste cst;l-
bledimiento tiró inconsideradamente despues de haber encendido
en él su cigarro, con lo que dichos papeles ardieron lastimosamente;
y aquel fósforo enemigo de las luces habria consumido de todo
punto los preciosos materiales, si nosotros no hubiéramos apa~ado
el incendio, como en efecto la apagámos; aunque por desgracia lo
hicimos un poco tarde.
Est!"!lance) tan imprevisto como desagradable, ha sido causa de
que nos hallemos en la mayor escasez de materiales para llenar el
presente número de nuestro periódico, y en tal conflicto, nos hemos
visto precisados á publicar los fragmentos que quedaron en 108
pocos y pequeños pedazos de papel que respetó el fuego. Espera-
mos que los lectores, tomando en cuenta el contratiempo que leA
hemos referido, y poniéndose en lugar nuestro, no se quejen de la
incoherencia y falta de concierto que por fuerza han de hallar cu
este zurcido de fragmentos.
"Y volviendo á nuestro asunto (dccia uno de los trozos que sa-
lieron ilesos), es curioso comparar la manera como cn los dichosos
tiempos de Colombia se daba parte de los matrimonios. En medio
pliego de un papel áspero y negruzco, y en el que los tipos se
hundían de tal manera que por el reves se veian las letras de me-
dio relieve, se imprimia el parte en términos como 108 signicntes
ú otros parecidos:
"El c~·udadano Lean Lobo y la ciudadana Pastora Gordem
saludan á usted mu..y afectuosamente y se ofrecen en 8H nuevo estado.
Calle del Patio Cubierto~ númél'o 65."
"Luégo empezó á caer en desuso la circunstancia de la ciuda-
danía y fueron puliéndose los billetes hasta quedar convertidos
en ta\.jetas de cartou bruñiùo y lustroso, las que primero se d.istri-
buian desnudas y luégG metidas en una primorosa cubierta. Fi-
nalmente, hoy se da parte de los matrimonios proponiendo un
enigma: entre una cubierta se meten dos cédulas de papel porce-
lana j una lleva el nombre del un contrayente y la otra el del otro,
y las dos van unidas por medio de una cintita rala, delgada y an-
gosta, que está destinada á simbolizar la fuerza y solidez que
ahora suele tener el lazo que UIleá los casados."
Así eoncluia el primer fragmento.
"Pues el tal don Benigno, (decia el segundo) que más bien de-
biera llamarse don Maligno, nntes querria pasar por traidor, por
mulato y por mal nacido que por demasiado cándido. No hay para
él empleado de hacienda que no robe, ni mujer que no sea livia-
na, ni clérigo que lleve vida arreglada, ni jugador que no sea fu-
llero, ni juez que no sea prevarieador, ni escrHor que no plagie, IIi
heneficio que se haga desinteresadamente, ni relaciones honestas
entre hombres y mujeres. Y no confesará que hay en este mundo
ejemplos de virtud, de desinteres y de buena fe, aunque se la pre-
diquen frailes descalzos. Si ha de juzgar la conducta de alguno,
· aunque sea su mismo padre, teme pasar por mentecato, cr{-dulo y
bragazas si no atribuye á todas sus acciones motivos siniestros y
malévolos fin¡,s. Y 10 peor es que el muy bolonio no advierte quc
echar á buena parte lo que debiera echarse á mala, y echar á
mala lo que debiera echarse á buena, todo es engafiarse y pasar por
simple y poco avisado." .
En otro pedazo de papel se leia lo que sigue:
" pecados (aquí diria sin duda por mal de mis pecados), asis-
tí al convite, que más me va1iem haber asistido á doscientas ba-
tallas, y me hallé en él COll el impertinente de don Torcuato, quien
<lió en que yo habia de beber, quisiera 6 n6, hasta ponerme ca-
lamocano; y cuando él lo estuvo, que fué bien pronto, empezó á
apurarme, en términos que yo me ùaba á todos los diablos.
-Otra copita de Jcrez, me decia, otra y 110 más.
-Pero, mi amigo, si yo no .
-Nada! Usted ticne que beber conmigo.
-Tendria el mayor gusto, pero si .
-Es decir que usted no es mi amigo!
-Lo soy de todo corazon; pero el licor me hace daría y .
-Una sola copita 1 Una sola copita cómo pudiera hacer daño!
-y cuando ~sa sola copita va á hacer compañía á otra docena
de ellas que he tomado por complacer á usted y á otros amigos .
-Vamos, es que usted quiere hacerme un desaire!
" Dios de las venganzas! exclamé para mis adentros (es de ad-
vertirse que yo estaba ya un sí es no es achispado) Dios de las
venganzas! ¿ para cuándo reservas tus rayos, si no aprovecha" UilO
en la cabeza de este salvaje que, no contento con emborrachar8c,
quiere ponemos á todos pencques ?
"Entre tener una séria incomodidad con aquel inseneuto, dando
un escándalo y turbando la paz y la alegría en la casa de mi anfi~
trion, y exponerme á quedar ebrio y iÍ, sufrir un insulto de la hepa-
títis qne me aqueja, preferí el segundo partido: apuré la copa, que
fné para mí apurar el cáliz de la amargura; los ojos empezaron á
ponérseme turbios y la voz balbuciente j los convidados no dejaron
de notarIo, y fní objeto de las znmbas y de los dicharachos de
muchos de ellos, y yo entretanto sudaba de vergÜenza y de coraje.
Pero mi implacable enemigo no estaba todavía satisfecho: sus ins-
tancias continuaron, y yo, despechado y ciego, bebí, y bebí y bebí,
hasta que los licores prorlnjeron efectos de que la vergüenza y el
aseo no me permiten hacer menciono
" Pero, hablando seriamente, ¿ hase visto cosa más insufrible y
descabelJac1a que la costumbre de hacer la que conmigo hizo don
Torcuato? ¿Habrá lógica mas perversa que la del que dice: 'Us-
ted no bebe conmigo una copa, usted no quiere emborracharse,
luego usted no es amigo mio?' Confesamos qne siempre se miró
romo muestra de deferencia ó como ceremonia propia, digámosl~
así, del culto de la Amistad, el acto de invitar á alguno á beber
con nosotros; y áun en algunos pueblos antiguos y modernos ha
sido de rigor beber en una. misma copa; pero entre esto y la im-
pertinencia del que, sin respetar la salud ni el juicio de sus com-
pañeros de mesa. los pone en la dura alternativa de emborracharse
ó tener un grave disturbio, hay una diferencia cnmo la que hay
entre la amistad y el odio, como la que distingue al vino del
tártaro emético.
"La maldad que hizó conmigo el tal don Torcnato no puede
olvidárseme. Yo he meditado y madurado el plan de una trucu-
lenta venganza. Mi cocinera tiene ya recibida la órden de prepa-
rar para el domingo próximo cuatro grandes ollas de ajiaco: con-
vidaré á comer á don Torcuato, asegurándole que pretendo darle
una muestra de la inolvidables que son para mí las pruebas que
de su amistad me dió en el banquete á que poco há concurrimos
juntos; cn mi mesa no habrá ni una gota de vino, ni de otro lí-
quido que el caldo de mi potaje :t:worito; cuando mi odioso hués-
ped haya tomado el plato qne incautamente juzgará ser el que
llace el papel de sopa, le insinuaré que repita, él probablemente
eondescenderá; le invitaré luégo á que tome conmigo un platico
de ajiaco; en seguida cuatro amigos mios, q ne están ya en el
secreto, le inviÜmín sucesivamente; despues le invitaré yo de nue-
vo, y él, ó me hará la razon, yen ese caso llegará á verse en un
estado más deplorable y asqueroso aún que aquel en que él me
puso, ó rehusará aeompañarme, y entónces le dire:
-Otro platico de ajiaco, otro y no más.
-Pero, amigo mio, si yo ..... ,
-Nada de excusas: usterl tiene que comer más ajiaco conmigo.
-Tendria la mayor satisfaccion, como que en realidad me sien-
to ya satisfecho; pero .
-Es decir que usted no es mi amigo!
-Lo soy ll1uy sincero; pero la indigestion, la gastrítis, el
cólera .
-Qué! todas las plagas de Egipto por un plato de ajiaco !
Vamos, usted no es mi amigo; usted no ha aceptado mi convite
sino para venir {i haceJ'me un desaire en mi casa.
y el hombre tendrá que reñir conmigo, ó apurará las cuatro
oBas de ajiaco que mi cocinera tiene órden de preparar "
Hasta aq uí el tercer fragmen ta, y vamos al cuarto.
" bias hacen esos poetas q lie gasta:! todo su númen y todas
~us trasnochadas en hacerles versos á SllS queridas, sabiendo que
por más qne se devanen los sesos, no han de poder hacer otra cosa
que repetir la que todos los poetas, desde Píndaro y Hesíodo hasta
Zorrilla y Arriaza, les han dicho á todas las mujeres? ¿ Qué dia-
hlos hacen, repetimos, esos poetas que dejan se les vayan de entre
las manos asnntos por los cuales Iglesias ó Quevedo hubieran
{lado un ojo de la cara? Ahí tienen, v. gr., á las beatas del Cár-
men, de San Francisco de Paula 6 de las Mercedes, que usan cri-
nolina debajo del devoto y penitente faldamenta, sin duda con el
laudable nn de hacer más notable y más de bulto su devocian.
Por desgracia para las beatas petimetras, quien las ve con crinoli-
na piensa en que toilo aquello está hueco, más bien que en el vo-
)úmen que presenta. Si San Francisco de Paula y Santa Teresa
de Jesus y San Pedro Nolasco resucitaran, y vieran que sus hábi-
tos habian de venir á cubrir tales miserias ........• "
Fragmento quinto:
" Así le diJe esta es la frase favorita de todo el que ha
buscado en alguna disputa la satisfaccion de su amor propio,
de todo el que ha sostenido sus opiniones en una conversacion.
Así les dUe, dice don Cosme, el médico, refiriendo la polémica que
acaba de sostener con los deudos de dalla J.\Iúulea, á quien curó
de un cólico dejándole en su lugar una famosa disenteria; deudos
que, por la cuenta, se quejaban de la poco acertado de la curacioll,
de haber tenido que buscar otro médico y, sobre todo, de la exor-
bitante de la cuenta <le sus honorarios. Así les d1j'e, y ensarta
las cuatro frescas que les espetó en su cara con toda frescura. 1..0:3
oyentes de don Cosme tienen que reventar ó creer buenamente que
él demostró á los dos veces ~lolientes, que la disenteria es preferi-
ble al cólico, y que solamente por consideraciones á la familia ha
podido pasar una cuenta más moderada que todas las que se han
pasado desde los tiempos de Esculapio hasta nuestros dias .. Así
les db'e, dice <lon Cauddario, tI fogoso oposicionista, que viene
de disputar con los hombres vendidos al poder, los que, si le
hemos de dar crédito, han quedado corridos y anonadados con los ar-
gumentos de su adversario. Así le dije, dice dalla Cipriana, ha-
blando de la camorra que ha tenido con su vecina doña Micaeb,
sobre si las aguas de aquélI{l, es <lecir, las que recoge el patio de
su casa, han de pasar ó nó por el caño que atraviesa la. alcoba en
que ésta duerme. Así les dije, deeia el otro dia dou P1'u<leneio,
hombre cobarde, si los hay, y circunspecto y cauteloso hasta más
allá de toda ponderacion ; así les dUe á esos malditos empleados de
la aduanilla, les dije que eran unos facincrosos, verdaderos saltca-
dores de caminos y esbirros inmnndos de los gobernantes .
-¿ y así se la dijo usted, sellar don Prudencio? le interrum-
pió uno de sus interlocutores, que le tenia bien conocido.
-Pues no precisamente; pero se la di á entender.
"Vamos, cada cual'eree sostener la mejor causa, y ademas cree
defenderla mejor que nadie.
" y ya que hablamos de desahogos del amor propio, ¿ qu6 po-
dremos decir del prurito de escribir para el público y de la ufanía
y satisfaccion que mnestra todo el que ha hecho poner en letra de
molde lo que tal vez no merecia ser dicho ni de palabra'!
"Litigan don Damian y don Crispin sobre nnas capeIlaní33
fundadas en el ailo de 1690 por don Baltasar de Quiñ6nes y Are-
llano, tia ,eD cuarto grado de la mujer del bisabuelo del primero y
pariente más remoto, si cabe, del bisabuelo del segundo. El pleito
sigue durante quince ailos sns trámites ordinarios (que ordinarios·
son entre nosotros trámites de á tres lustras); los abogados alegau,
los· testigos deponen; los secretarios notifican, las partes apelan,
108 jueces dictan autos y sentencias, y todos, miéntras se sus-
tancia la cansa, cobran derechos y se chnpan la sustancia de
nucstros dos litigantes. ¿ Habrá una cosa más natural que todo
esto? Pues Fiin embargo, don Crispin y don Damian, cada .vez
que el juez admite 6 deja de admitir alguna excepcion, cada vez
que dicta un auto interlocutorio, y con mucho mayor razon cada
vez que pronuncia una sentencia, han de tener cuidado de impo-
ncr al público del e3tado del pleito y de la justicia 6 de la sinra-
7.on con que, segun el parecer de cada uno de los interesados, ha
procedido el juez. Y la bueno es que, sin dejar de quejarse de los
gastos que el proceso les ocasiona, que en verdad no son pocos, se
empeñan en llar de comer tambien á los impresores, s610 pcr tener
~usto de dar á luz un folleto, cuya portada ha de ir indispensah]e-
Illente adornada con nna viJ1eta que quiere representar la balanza
de la justicia, pero q lie en realidad no se parece á otra cosa q ne á
un peso de pesar cominos."

YI.-PENITENCIA,

:\Iístico y serio estás hoy, me dijo un amigo que vió el t.ítulo


Clue puse á este articulejo, y por cierto, añadió, que los ]eetores de
J';rJ MOSAICO podrán sacar más provecho espiritual <;lueagradable
entretenimiento, si no se espantan con el título y leen el sermon
con que parece quieres obsequiados.
Ka, querido, le contesté: no me propongo convertir sino diver-
tÍ¡' á los lectores. La penitencia puede servir de tema no sólo' para
~raves discursos en que se trate de CO)l", sino tambien para festi-
vos razonamientos en que se trate de DIvedir, ¿ No te han convi-
dado mil veces á haCe?'la penitencia'! Ah; ya caigo, dijo mi ami-
go; 'f con esto se despidió, y por de eon tado es personaje qüe no
vuelve CI aparecer en la escena; por lo cual no será extrailo quo
aJgun crítico califique de inoportuna y desacertada su introduccion.
Yo pudiera echarla de erudito, entrando en hondas investiga-
eÎones sobre si la expresion q1¿édescU. ú hace/o la penitencia es de
orígeu puramente santafereIio¡ 6 si la hemos heredado de los csl,a-
fioles. Si en semejantes honduras hubiera de meterme, SQstcndris
que es de orígen CRpaITol,pues más de una vez se la oí {i. mis abue-
los, que eran del otro lado del charco; pero jnzgo preferible reser-
Var los materiales de que pudiera echar mano para trabajar sobre
el asunto una memorÎ:1 científica, etimo16gica y erudita; memoria
que puedo presentar ú la Academia nacional apénas se instale.
Quédese U. á hacer leL penitencia es la fórmula de que nos vu-
lemas para convidar á comcr al extraño que se cncnentra en nues-
tra casa y que quiere despedirse cuando se acerca 6 cuando suen:.1
la hora en que habitualmente" comemos. En sumo grado embara-
zosos é impertinentes son estos cODvites imprevistos y ocasionale:o.
La parte convidante, en tanto que pronuncia la fórmnla 6 que
aguarda la respuesta, ruega interiormente ií todos los snntos de su
devocion, si es que tiene devocion :í algnnos santos, no permitau
que la in vitaeioll se acepte. La parte cOn\'idada c~si llllDC¡¡ignom
esto, y, ademas, echa do ver que el comer fuera de su casa tras-
torna más ó ménos los planes quo habia formado para el dia y el
órden de sus ooupaciones; así es que nunea deja de esforzarse pot'
encontrar buenas excusas.
Hónranos con su amistad á mi mujer y á mí, y visitan os :J.
menudo don Urbano Cortés, excelente santaferefio, empleado en b
Curia eclesiástica y hombre que, por razon de la asistencia á St¡
oficina, no pueùe hacer sus visitas sino de las doce Ó ulla del dia
para adelante. Cuando intenta despedirse, mi mujer, santafereiia
tambien á carta cabal, le ruegn con aparente sinceridad se qucdiJ'
::i hacer la penitencia.
-Tendria el mayor gusto, mi señora, responùe D. Urbano;
pero me aguardan en casa.
-Viendo que U. no llega, replica Presentacion (que esta cs ti
gracia dc mi señora, para sel vil' t1UU.) se sentarán tÍ la mesa.
-Ya mo ha sueedi<1o mil veces quedarme á comer fuera de
casa, y mi mujer no ha querido que se sirva la comida hastn
mi vuelta.
-Hola, conque en otras partes sí es U. más condescendiente
cuando le instan por que se quede á hace)· la peniltnaia, :Muclw
miedo tiene U. de quo la mazamorra esté fea: sí estará; pero la
buena voluntad .
-N o, mi señora: yo sé muy bien que con UU. comeria infini-
tamente l11~jorque en casa; pero ya ve U. que me esperan.
-No le hace: mandamos á avisar qne no lo aguarden.
y acto continuo, volviendo la cabeza háeia la puerta, llama :i
Encarnacion, que es la ohina que hace los mandados.
Cómo habia de tomarsc U. esa molestia, exclama D. Urbano..
Otro dia tendré el gusto de apeptar el convite de U., pues, ademas.
de que me esperan en casa, estoy citado para las tres con uu sujeto;
y ya \'e U. que miéntras vo)' á casa .
-A las dos y méc1ia, repone Presentacion, ya habremos acaba-
do de comer y á U. le sobrará tiempo para concurrir á su cita.
Por este tenor siguen las instancias y las excusas, hasta que D.
Urbano consigue que se le deje marchar, ó consiente en agnardarse.
Y porqué toma Presentacion tanto empeño en que D. Urbano
se quede á hace1' la penitencia? En su interior, está muy léjos de
desearlo; pero, aunque hizo el convite por puro cumplimiento,
quiere hacer creer que fué sincero y que luégo no se diga que lo
hizo con frialdad.
Diré, entre paréntesis, que cuando es una señora la que se en-
cuentra en el caso en que acabamos de presentar á D. Urbano, las
excusas que ella presenta á Presentacion son mucho más sólidas é
incontestables. Ya es hora de poner la comida cn casa, dice la con-
vidada, y no he mandado por el pan, ni hc puesto el dulce. ¿ Qué
ha de contestar mi mujer, que por experiencia propia conoce el
peso y la solidez de estas razones?
Volviendo á D. Urbano, haré observar que, cuando hay riesgo
próximo de que llueva, Presentacion encuentra argumentos más
poderosos que nunca para vencer su obstinacion. Va á diluviar, le
dice, y U. se hacc nna sopa.
-De aquí á casa hay buen alar, rcplica D. Urbano, y ademas,
mire U. la direccion de la veleta: sopla el aire de arriba y tal vez
se disipa el agua.
Estas observaciones meteorológicas que D. Urbano se ve pre-
cisado á hacer consumen unos instantes que para él son preciosos.
Si ellas dan lugar á qne se descuelgue el aguacero, D. Urbano es
hombre perdido. Bien quisiera Presentacion ofrecerle paraguas y
zapatones; pero eso seria la mismo que df'cirle: váyase U. Snele
1). Urbano tomar la iniciativa y pedir aquellos enseres con urba-
WIS razones; Presentacion observa etlÍónCf!S que podria dÚl'selos;
pero que la gente, al verIe salir con un tiempo tan malo, juzgaria
que habian reñido. Si D. Urbano consigue que se le den aque-
lJos arreos, sale muy satisfedlO; y diré de paso que casi nunca se
acuerda de restituidos. Los paraguas, los zapatoucs, las novelas y
los arreos de montar nunca en vE~ccen en poder de sus legítimos
dlleiïos.
Si no hay paraguas ni zapatones, ó si D. Urbano se ve preci-
sado á ceder á las instancias y consiente por fin, aunque á pesar
su yo, en quedarse á hacer la penitencia, Presentacion busca pre-
texto para salir de la sala y se dirige á la cocina. Ala! dice á la
oocillel'a, j no vos qué tentacion! tenemos á comer á D. Urbano.
2\0 me la diga su mcrcé y hoy que la sopa es cuchuco y que
se me ha pegado (ll menudo!
A esta sazon descubre mi mujcr á la china mandadera que
I.';tá haciendo co.mo quien friega 6 fregando en realidad en uu
¡'wcon de la COC'llJtl,y le pregunta si ya trajo el pan.
Como su mercé estaba con visita, reponde la muchacha, no
pude pedirle la plata.
Si con estas chinas no es capaz! exclama Presentacion, y le da
órdeu de que vllele á traer pan, no de la panadería acostumbra-
da, sino de la tienda de ahí á la vuelta, que está mucho más inme-
diata. j Qué socorridas son esas tiendas de ahí á la vuelta! En se-
guida prosigue en estos términos el interrumpido diálogo con la
cocinera:
-Hay que hacer algo ligerito.
-y qué le parece á sumercé que hagamos?
-Podias hacerte sopa de pan.
-Pues eutónces sáqueme sumercé la bandeja de plata, el pan y
unos huevos.
-y será menester que te frias unas tt'\Îadas de plátano para
adornar el arroz seco.
-Dice sumercé bien. Sacaremos plátano y manteca.
-Pero ala, y el dulce, que es melado?
-Nada r, respoude la cocinera despues de reflexionar un rato; en
la depeusa hay un poco de almíbar que sobró de los duraznos;
ahora echo á conservar estas torrejas que estabafriyendo, y sale un
plato á modo de buñuelos.
-Decís bien; pero eutónces falta una cosa de sal.
-Se hace frito.
Hechos los preparativos para llevar á efecto nn plan qne pone
tan de manifiesto la inteligencia y la abundancia de recursos culi-
narios de mi mujer y de la ministra del ramo, pasa la primera á
conferenciar con la criada de adentro, á cuyo cargo c"tá el poner la
mesa y disponer el servicio. La actividad de e,ta última tambien
•tiene que ponerse á prueba. Pide manteles limpios, hace sacar cu-
biertos y loza y renueva la sal del salero. Presentaeion vuelye á la
sala; pero no puede dominar su inquietud ni seguir á derechas la
conversacion con D. Urbano. Al cabo de pocos instantes viene de
la cocina una criada, la que colocántlose cerca de la puerta, de ma-
nera que D. Urbano no pueda verIa, llama por señas á su señora.
Esta, que está devanándose, sale al corredor, y despues de air la.
embajada que de la cocina le llega, toma de nuevo sus llaves y va
á sacar un poco de canela que la cocinera quiere moler para despol-
vorearla encima de los buñuelos improvisados. Entre tanto pasan
los cuartos de hora, y D. Urbano, á quien no se ocultan los tras-
tornos é inquietudes que su presencia ocasiona, suda y trasuda;
pero no se atreve á darse por entendido. Presentacion, que no ha
olvidado que su huésped tiene una cita para las tres, suda tambien
y se acongoja, pero afecta indiferencia y toma cierto aire de satis-
faceiou, como quien dice: "todo va como siempre." Por último Eon
sirve la comida: la sopa de pan hirviendo y chirriando y adorna-
da con tajadas de huevo cocido sustituye al malhadado cuehueo; el
frito y las torrejas ascendidas á la categoría de buñuelos, sacan con
lucimiento á la señora de la casa'y á la cocinera; D. Urbano come,
poco más ó ménos, tau bien ó tan mal como la hubiera podido ha-
L'er en su propia (',usa, y mi mujer con un desasosiego y unas zow-
bras que no le permiten digerir la comida.
Muy bien sabia ella cuántas incomodidades Sé le aparejaban
convidando á D. Urbano; éste tampoco ignOl'aba cuánto se le
habria agradecido que rehusase; pero era preciso someterse á la
costumbre santafereña de conviciar con instancia, y á la urbanidall,
que prohibia rehusar con demasiada obstinacion y hacer un des-
aire. Muy laudables son la hospitalidad y la obsequiosidad que
1l0Sdistinguen. Ellas forman una gran partc del encanto y de las
dulzuras de la vida de Bogotá; pero muy á menudo las hacemos
rayar en impertinencia.
Los convites ocasionales Ii merendar, refrescar, cenar ó tomar
el chocolate (que todo viene á ser una misma cosa) suelen ser más
fi.'ecuentes. Es de ver cómo al tratar de excusarse de una de estas
invitaciones, alega cada uno la diferencia que hay eutre sus hábi-
tos y los de la casa en que se le convida. No hay quien en este
caso no pretenda tener costumbres rarai'i Y caprichosas. Uno con-
fiesa que toma chocolate, pcro añade que acostumbra no tomarlo
hasta laI'. ocho; otro afirma. que lo toma. á las cinco de la tarde y
que por consiguiente ya la tiene medio digerido; éste asegura. que
no puede hacer más que una comida por dia; aquél, ques610 toma
té; Y no de cualquiera, sino de uno que 'le envían expresamente
de Inglaterra; qnién afirma que su merienda es una tacita de
leche de cabra terciada con agua de manzanilla; y quién fillDlmen-
te, que la snya es un poco de café de cebada, y que ha de tomarlo.
precisamente (¡ las nueve ménos trece minutos.
Es cosa muy sabida que las reuniones y la conversacion con
los ,amigos nunca tienen tantos atractivos como cuando se come
con ellos. Mas no hay duda de que esto ha de ser cuando se les
convida de antemano y cuando se hacen en la casa las prevencio-
nes convenientes. Los convites de que he hablado son una fuente
de contradicciones, de inquietudes y de mentiras. Yo la reconoz-
co más que ninguno; pero eomo soy más santafereño que eseritol'
de costumbres y moralista, no puedo dejar de convidar á mis lec-
tores, ya que me hallo en cornuT1icacion y sabroso trato cou ellos,
:í que hagan conmigo la penitencia.
J.U, -

VIL-LOS DIMINUTIVOS.
(ARTICULITO. )

No sé quién ha dicho que la palabra DOS ha sidô dada para disÍ-


lllular:nuestros pensamientos. Dios haya perdonado al tal, que, si es
ya muerto, como la presumo, bien la habrá habido menester, pue~
la especie no dpja de tener sus puntas de blasfematoria, y ademas,
por otro lado no tendria el pícaron la conciencia muy limpia en
materia de mentiras y de pecaùos de hipocresía.
De los diminutivos sí que se puede decir la que aquél decia de
la palabra, es decir, de todas las palabras.
Los gramáticas se engañan miserablemente y no saben la ql}C
dicen cuando aseguran que" los diminutivos sirven para disminuir
la significacion del ::mstantivo." Es mucha verdad que unas veces
la disminuyen; pero tambien es cierto que otras veces la aumentan
y que en ciertas ocasiones ni la aumentan ni la disminuyen, aun-
que siempre la alteran considerablemente ..
Es cosa sabida que en los paises en que rige la economía políti-
ca y en que en materias financieras y mercantiles dos y dos son
cuatro, el crédito equivale á caudal en dinero sonante; en virtud
de lo cual para poderse hacer rico basta ser tenido por tal. Aquí
sucedo todo la contrario: desdichado del que es tenido por rico:
entre el Gobierno, que impone contribuciones; los menesterosos,
que ocurren á su bolsillo, conociendo su generoso corazon j los ami-
gos que piden unajirmita para conseguir con ella sumas al uno
por ciento; los que promueven funciones, revoluciones, suscripcio-
nes y otros muchos á quienes no es posible echar DODES, dejan al
pobre rico hecho un pobre pobre.
Para conjurar, pues, esta calamidad del crédito, todo el que·con
nlgunos ahorros que muy á las calladas ha logrado allegar, y que
llama sus a/wrn'tos cuando se ve en la necesidad de confesarlos,
compra una buena hacienda de pan y ganado mayor, dice que ha.
comprado nn terrenitoj y si su vocaciou no es la de campesino,
toma una casita, que, con el ita y todo, puede valer muy bien sus
diez y seis ó veinte mil pesos, ó encarga un negocno, ó pone su
tiendecita con unas cuatro mechas, Este tambien es diminutivo.
El oreJon que va á segar una sementerita de que espera sacar de
ochocientas á mil cargas de trigo, dice que tiene que segar un po-
quito de trigo, ~os campesinos de menor cnantía, propietarios de
caballos, nunca tienen sino sus bienecitos, Los que acarrean sal á
La Mesa llevan sus cal'guitas, las que no por ser carg¡¿itas dejan
de tener sus diez arrobas justas,
Dios me libre de los qne dicen majestuosamente mis negocio.~,
mi hacienda, mis caballos, mi capital: á los tales no les fiaria yo
mis intereses (guiero decir mis cortos intereses). Otro diminutivo.
Pero para la que son más socorridos los diminutivos eS para
dorar ciertas píldoras que los hombres solemos administrarnos
unos á otros áun sin ser médicos. Cuando se ha ajustado algun
negocito de que resulta que una de las dos partes contratantes que-
da debiendu un piquito, piquito que puede ser muy bien no me-
nor que el pico de Orizaba ó que el pico de Tenerife, la parte
acreedora insinúa delicadamente á la contraria que seria bueno
extender un docurnentioo, porque como al fin somos mortales .....•
En el negocio ha pedido tal v.ez el deudor que se le dé un pla-
cito de seis ú ocho años, y como no hay plazo que no se cumpla,
éste se cumple, y como el deudor no da señales de vida, el acreedor
se le presenta, y con e] tono más melifluo que puede, le habla de
aquellos realitos j y como no hay deuda que no se pague, se paga
esta deuda, y entónces le toca al exdeudor hablar en el más melifluo
tono sobre e]recibito.
Ni el papel que los diminutivos desempeñan es ménos interesan-
te cuando se trata de nombres de personas. Pacho Corrales es Pa-
cho Corrales; regularmente es don Pacho, si cs de casaca, ó ñor
Pacha, si es dc ruana. Como quiera quo sea, para conocel' á don
Pacha Corrales ó á ñor l)acho Corrales necesitamos tratarle ó 10er
su biografía. Pachito Corrales ya es otra cosa. Nombrénmele uste-
des y no he menester más para conocerle como á mis manos. Pa-
chito Corrales usa sombrerito de ala angostica, que él sabe llevar
con suma gracia. Es mozo despierto y simpático. Entre mujeres,
será siempre Periquito entre ellos: fèst¡:;jado por todas, de ninguna
pretendiente, será en las tertulias y sobre todo en los bailecitos sin
pretensiones, el alma, el fac totnm y el tn mdem de la reunion; él
es quien puntea la bandola cuando se baila una lJ1'ececÜa; el que
pone los juegos de prendas; cI qne hace pruebas con la baraja; el
que siempre se acuerda de eómo empieza aquella cancionC1:ta. Bn-
tre hombres, Pachito será siempre servicial, acucioso, diligente y
siempre incansable. Será amigo y confidente de todo el mundo. Po-
nito de todas bodas, será parroquiano de las casas de tresillo; con-
tratará y acopl pai1ará los entierros de sus amigas y amigos difun-
tos y los de los deudos de éstos hasta la cuarta generacion ; en tiem-
po de nochebuena, ganarr. los aguinaldos á todo el género humano,
hará la novena del Niño, cantará los vilIancicos, y en seguida
seguirá cantando, y l'emedará á las personas á quienes sabe
remedar, y tí. los perros, y á los gatos, y se volverá el patas, hasta
que se haya retirado de la casa el penúltimo de los convidados,
pues él será siempre el último. Pachito Corrales no ha de ser rico,
ni se le ha de conocer profesion determinada; pero nunca ha do
faltarle con qué andar vcstido con tal cual elegancia, y áun con
más gracia que elegancia. Lo que Pachito no sepa en materia de
crónica escandalosa y de chismografía y de casamientos en ciérnes,
no la sabe ni el mismo Demonio. Pachito no ha viajado, ni habla
- -'-uv

frances, ni toca por nota, pero á él no le alzan el gallo los arii&taiJ,


ni los que hablan lenguas, ni los que cuentan historias de los bule-
vare8 y de los cafés cantantes. En fin, no digo más, que mis lecto-
res, sabiendo que Pachito se llama Pachito, no pueden dejar Je co-
nocerle como yo mismo le conozco.
Quieren ustedes que les hable de Josefa? Qui ta allá! me
dirán mis lectores. Qué quiere usted que hagamos con una Jose-
fa? Josefa! vea usted qué nombrecito! Josefa, ó más bien doña
Josefa, ó ña Josefa, no puede dejar de ser una tia a nativitatej sue-
gra ó abuela cuando ménos, pero hija, madre ó esposa DOpuede
ser ni haber sido en los dias de su vida. Pues no, señor: Josefa le
pusieron, porque en la pila bautismal no hay diminutivos que.
valgan, (si no es 11Iargarita, que algunos reputan diminutivo de
Mârgar-a)j pero ,Tm;pf:-t no es tal Josefa, sino Josefita.-Ah! eso es
otra cosa. Josefita debe ser una niña como unas flores. Qué trato
tan dulce debe de ser aquél! qué índole tan bella! qué modestia!
qué amabilidad sin coquetería! Esa criatura será el embeleso de
toda su familia.
Los que cscribimos para el público no somos de los que ménos
consumo hacen de los c1iminutivos.-¿ Es cierto que usted piensa
publicar .
-Sí, señor: he compuesto una obrita y puede ser que eD este
año Y el muy bellaco tiene allá para su capote que su obrita
es un obron que d\ia en pañales todas las obras de Chateaubriand.
-Por ahí he de tener unos versitos que hice sobre eSE¡ asun-
to Yel hipocriton, que sabe muy bien dónde los tiene y que
perece por ]eérselos á todo el universo, no los daria por la Divina
Comedia ni por la Gierusalemme liberata.
Yo mismo, al escribir mis DIMISUTIVOS, temiendo que los lec-
tores imaginen que doy importanciá á este artículo, y aspirando á
que crean que yo la miro como una bagatela de las que hago ju-
gando, como por descansar de doctas y más graves tareas, no obs-
tante que el escribirlo me ha costado una trasnochada y el trab~io
de hacer cuatro borradores, tengo buen euidado de advertir, como
advertí al principio y como vuelvo á advertir ahora, que no es
sino un articulito. -

VnI.-EL DOMINGO POR LA :MA:ÑANA.


(BILLETE DIRIGIDO AL SE~OR REDACTOR DE" LA CARIDAD."

Honrándome mucho más de la q~e merezco, me ha pedido


usted, señor Redactor, un artículo de costumbres para el número
de su periódico que debe salir el 6 de octubre. Para corresponder
~ In merced que me hace, hice ánimo de escribirlo, y áun escogí
asunto y formé mi plan; pero como quiera que mis quehaceres no
me permitan escribir entre semana, determiné poner manos á la
obra el domingo ..
Yo tengo destinada desde tiempo inmemorial la tarde de este
santo d.ia á solazarme paseando por el camino de la Agua
Nueva ó por el Altico de San Diego, llevando el inevitable acom-
pañamiento de mi mujer, los hijos mayorcitos, que suelen ir tris-
cando y jugueteando á la cabeza de la procesion; las criadas, que
no tienen otra oeasion de lucir sns naguas de Castilla, sus sombre-
ritos encintados y sus pañuelos de seda; y los chicuelos que toda-
vía no pueden manejarse por sí mismos y que van en brazos de
sus niñeras respecti vas. Está por demas añadir que en esta expedi-
oion no falta equipaje, pues amén de los paraguas que llevan las
criadas, una de éstas lleva pendiente del brazo ellio de los l)aña-
les y las mantillas, por la que pueda ocurrir.
Siendo tal el empleo que suelo hacer de la tarde del dia festivo,
no podia por ningun término disponer de otro espacio de tiempo
para ponerme á escribir el artículo que las primeras horas del dia,
v èn efecto, á eso de las siete despejé mi mesa de escribir. Que se
hallaba ocúpada por el candclcro )' las despabiladeras que 'h~bian
servido la noche precedente, por un plato y un vaso cn que la
víspera me habian servido agua, por mi sombrero, por el braseri-
ta de llevar candela y por otros varios trebcjuelos. Preparé papel,
apoyé los picos de la pluma sobre la uña del dedo pulgar para
abrirlos y ver si cstaban corrientes, y ya habia mojado la pluma
y empezado á escribir el título dei. artículo cuando se me apareció
mi mujer con la saya puesta, la mantilla doblada y colgada en el
br¡¡m izquierdo, y un peine en la mano derecha, con el que se
estaba asentando aquella parte del cabello que la mantilla debia
dejar á la vista. "Mi hijo, venia diciéndome, no ha habido fOi'ma
de que las muchachas se levanten para irse conmigo á misa de
seis: yo me voy volando á ver si la alcanzo, y me llevo á la coci-
nera para que se despache! porque si nó el almuerzo quién sabe ti.
{Jué hora· estará. No deje de dar una que otra vueltecita por la
alcoba para hacer que las niñas se levanten. Ya les dejo dicho que
se vayan á San Cárlos, qne hay velacion, y que se lleven á Jas
(Jtras criadas y qne dejeu á Hosa con Carlitos para que le dé su
tetero cuando despierte."
Terminada esta arenga, partió mi consorte á eso de las siete á.
ver si alcanzaba á misa de seis; yo mojé de nuevo la pluma,
que habia alcanzado muy bien á secarse; seguí escribiendo mi
título, y lo hubiera terminado, á nÓ habérmelo impedido una
a guda vocería que se dej Ó oir en el aposento inmediato á mi cuarto,
C) ue es el dormitorio de los muchachos más grandecitos; hahíanse
e 110s despertado y pedían á voces les trajeran su ropa limpia y los
ayudaran á vestir. Yo comprendí que este era caso de intervencion;
me levanté de mi asiento, dicté las órdenes necesarias para que vi-
nieran á hacer mudar á los muchachos; di por el dormitorio de las
muchachas la yueltecita que se me habia encargado; logré que dos
de ellas me prometieran levantarse al punto, y puse por tercera
vez manos á la obra. Seis ú ocho renglones habia escrito, cuando
sentí que tocaban á la puerta de la calle; yo me hice desentendido
contando con que no faltaria quien recibiese al quc tocaba, pero
aquellas fueron cuentas alegres: los golpes siguieron, nadie con-
testaba, yo me desazoné, perdí el hilo de mis pensamientos y jnz-
gué que la ménos malo era salir de nuevo á llamar una criada.
Rícelo como la habia pensado, y de ello result6 el diálogo que va
á continuacion, seguido entre la criada, que contestaba desde la co-
cina, y la persona que golpeaba:
-Quién es ?
-Yo.
-Qué quiere?
-Que si ahí está mi señâ Presentacion.
-No está ahí.
(Pausa y nuevoS golpes.)
-Quién es ?
-Yo soy.
- Que si ahí están mis señoras.
-Pero qué quiere.
(Otra pausa y go~)es más fuel·tes.)
':-Caramba! que echan la puerta abajo ¡ QuG quieeeere?
-Que vengan á recibir los tamales.
-Pues éntre.
-Si está cerrado.
--Tire la cabuyita y empuje.
Como discurrí que el asunto de que se trataba no me incumbia en
manera alguna, á la ménos por ent6nces, volví il mi tarea. En esta
ocasion no alcancé á escribir cuatro renglones, pues apénas llevaba
tres cuando vino la mayor de mis hijas, que, segun su promesa, se
habia levantado ya, á pedirme con qué pagar los tamules, manifes-
tándome que, habiéndose ido su madre y no habiendo dejado las
llaves, habia sido preciso ocurrir á mí para ver de hacer el pago.
No hubo plata suelta; fué menester enviar á buscar quien cam-
biara un fuerte, y yo, una vez hecho el pago, practiqué mi segun-
da visita en el dormitorio, la que di6 por resultado el que se le-
vantaran otras dos de mis hijas .. Eran ya las ocho ménos cuarto y
urgia por consiguiente que el grneso de la familia se fuese á misa.
Algunas de las niñas estaban listas con saya y mantilla, con el
Eucologio en la mano, la bolsa pendiente del brazo con los
otros libros, y la camándula. á guisa de pulsera. La cMna aguar-
daba ya tambien con la alfombrita doblada; pero una de mis mn-
11
chaehas no se hahia acabado de levantar, y otra, que habia ano-
checido y acostádose peinada de copete, estaba rehaciéndolo delante
de un espejo ...
Los muchachos estaban prevenidos para salir, ménos uno á
cuyos botines faltaban los amarradi,jos y cuya cachucha no pare-
cia en toda la casa. En fin, todo se arregló á fuerza de apurar los
que ya estaban listos á los q ne ocasionaban la dilacion; con la
cinta de mi sombrero viejo, di 'lid ida en dos partes iguales, se ata-
ron los botines; la gente se pnso en movimiento, y cuando la puer-
ta se cerró tras la china, que era quien formaba la retaguardia,
saqué mi reloj y vi que eran las ocho y diez minutos.
Yo me prometo entónces un buen rato de paz, y el silencio y
sosiego que he menester para escribir mi artículo, cuando á des-
hora se aparece el zapatero, á quicn mi mujer habia encargado unos
botines para los Jhicnelos; me impone del asunto; me repite siete
veces la relucion de él ; se cm peña en que yo lo despache no obstante
la extraño que me es el negocio, y me hace perder COilade média
hora.
AHercando estaba yo todavía con el menestral, cuando llegan
mi mujer y la cocinera, la primera de las cuales venia jadeante, su-
focada, de ün hernlûso sülferinû subidû y cûn un humur de negro
tan subido como el solferino de sus mejillas.
" Aquí estamos en las mismas, exclamó al verme: sin misa,
bien cansada y con un dolor de cabeza Figúrese que cuando
llegámos á San Cárlos la misa ya estaba comenzada; oigo eutónces
que tocan á misa en la Candelaria, llamo á Gabina (la cocinera) y
vuelo con ella. A Illegal' á la Candelaria, vemos que están en el
sanctus. Nos bnjámos entónces para la Ensefianza á ver si alcanzá-
bamos á misa de ocho; pero nada y como se habia hecho tan
tarde y el almuerzo no se habia puesto á hacer, determiné que noS
viniéramos."
Dejé á mi mujer habiéndoselas con el zapatero y mandando á
la criada que se habia quedado con Carlitos que fuese á buscar las
empanada8 de pipian para el almuerzo, y me encerré en mi cuar-
to con ánimo de continuar escribiendo. Pero ya no era tiempo: yo
estaba en ayunas y empezaba á tener hambre, que es, para mí á lo
ménos, la peor de las musas; la certid umbre desconsoladora de
que el almuerzo habia de tardar mucho más de lo acostumbrado
me aumentaba por instantes el hambre y el malestar, y hube de re-
sol verme á aplazar mi trabajo literario para cuando hubiera almor-
zado, oido misa y afeitádome.
A las diez habían vuelto ya cre San Cárlos parte de mis hijas,
parte de las criadas y parte de los muchachos. Estas tres partes
habían tel~ído juicio y paciencia para aguardar que se acabara la
misa que habían hallado ya muy adelantada cuando llegaron á la
iglesia y habiau oido la que salió despues. Las otras partes, habien-
do seguido la misma conducta que mi mujer, estaban recorriendo.
iglesias y más iglesias, y hallando misas más 6 ménos próximas â
acabarse • .A esta hora la cocinera declaró con aire de triunfo que
ya eataooel almt?erzo, pero que no habian traido la leche para el
café ni habian puesto la mesa. La criada á quien incumben estos
dos menesteres era de las que andaban todavía buscando misa .
.Al cabo fueron llegando los rezagados; se almorzó á las 11, y
á duras penas pudimos alcanzar á misa de doce mi mujer, la coci-
nera, uno de los muchachos, á quien habia dado vahido en misa,
la nodriza de Carlitos y yo •
.Al volver, hallamos que habia entrado visita. Una de mis hi-
jas, de bien mala gana y todavía á la deshabillé, se habia visto
Jlrecisada á recibirla. }.fi consorte y yo la rccmplazámos, y ella sa-.
lió á mandar á casa de la aplanchadora por su cuello y sus man-
gas, ó por qué sé yo qué prendecillas pertenecientes ii su traje
dominical. Las otras muchachas, miéntras hubo visitas en la sala,
se ocuparon en peinarse y ponerse de gala, poniendo eu movimien-
to toda la casa, evitando ser vistas por los visitantes, y cuchichean-
do todas á un tiempo en los aposentos contiguos á la sala y en voz
bastante baja para que se comprendiera que no querian ser aidas •

.Ahora que son las dos y média acaba de retirarse la última visita.
He visto que ya no me ha de quedar tiempo de escribir el artí-
culo; pero conjeturando que la comida no se servirá muy pronto,
por haberse almorzado tan tarde, me he puesto miéntras la sirven
á escribir este billete, á fin de presentar mis excusas á usted, seilor
Redactor, y de asegurarle que, como no sea los domingos por la
mañana, puede ocupar con franqueza á su afectísimo servidor Q.
B. S. M.
Domingo 1.0 de octubre de 1865, á las 3 y pico de la tarde.

XL-CONTRIBUCIONES DIRECTAS.

Bien sé que no es en un periódico literario en donde deben


tratarse materias tales como la que va á serIo de este artículo. " La
Biblioteca" y " El Mosaico" perecerian si, abandonando el jui-
cioso sistema que han observado hasta el presente, se mezclasen en
las cuestiones que dividen los ánimos y que dan asunto á los artí-
culos de fondo de los periódicos políticos, no ménos que á las aren-
gas de los diputados y â las declamaciones de los chisperos. Nada
de esto se me oculta; pero estoy tan cierto de que las ideas que me
propongo emitir se hallan en armonía con los más sanos principios
económicos, con los intereses del pais y con los de cada individuo,
qne no temo fomentar odios de partido, promover dí~turbíosf lfe1'
contradicho por uno solo de nuestros economistas, ni hacer que' la
" Biblioteca" peque contra el deber en que, como peri{¡dico litera-
rio se halla de ser indiferente á todo interes de partido, esto es, de
s'er' políticamente de8colm"ida.
Como la publicacion de este artículo puùiera ser parte á que
se me creyese cnemigo de Bogotá y de la vida y costumbres san-
tafereñas; como algunos, al1eerlo, podrán juzgar que pertenezco á
esa clase de hombres, desterrados en su propia patria, que quisie-
ran que, olvidadas nuestras costumbres y borrados los vestigios de
la vieja Santafél se trasformara Bogotá en una perfecta copia de
Paris v nosotros en vivos rctratos de los parisienses, ó en trasun-
tos de'los yankees, me veo en la necesidad de declarar que amo
más á Bogotá con todos sus defectos que á cualquiera de las ciu-
dades extranjeras con todas las grandezas que pueda contener j que
me rio de los que pretenden sustituir las costumbres europeas á las
nnestras; que tengo et mucha honra el sor tenido, como en efecto
la soy, por un tipo cabal del raizalismo, y finalmente, que merez-
co on tan alto grado la caWicacion de santa/aerio mizal, que no
he dejado mis zapatones de suela por los de caucho; ni mi recado
de candela en su châcara de piel de nútria por los modernos fós-
foros; ni la usanza de llevar linterna cuando salgo de noche, por
la de andar á oscuras, como se estila en la actunliJad.
Proponiéndome especialmente demostrar que las contribucio-
nes mencionadas son gravosas para cada particular y que no basta
para pngarlas la renta de un obispo, col110 lwbriamos dicho en
tiempos en que la renta de un obispo merecia ser proyerbial, refe-
riré la historia de un dia en que, por un siniestro inflnjo de mi
estrella, fuí el blanco (¡ negra blancura!) de todas las importunacio~
nes y pxigencias á que dan lugar las susodichas contribuciones.
Afeitándome estaba á eso de las siete de la mañana y deseoso
en gran manera de hallarme listo para salir á la calle á despachar
varios negocios ántes de irme á la oficina, cuando se me anunció
q ne una señ.ora me buscaba; di órden de que la hiciesen entrar, y
s,in haber dado fin á la rasura, pasé á la pieza de recibo. Encon-
tréme en ella con doña Pia Santos, cuasi-matrona, á quien no deja
decuadrarle su nombre, pues, ademas de llevar hábito de beata,
está dotada de la cabeza más fecunda para concebir piadosos pr.o-
yectos. Traia entre manos la empresa de fundar un establecimien-
to en que pudiesen recogerse hasta ochenta 8eñoras 'lx1'gonzantes, las
cuales habian de constituir una especie de comunidad religiosa,
dejando por consiguiente de andar por las calles pordioseando, y
se habian de ocupar en no sé qué ejercicios qne doña Pia me ex-
plic6 latamente, sin que yo, que sentia fuerte escozor en la cara
por no haber tenido tiempo de quitarme el jabon, hubiera podido
estar atento. La peroracion de aquella arenga se redujo á pedirme
- J.OO -

lilna lim-osna para el proyectado establecimiento; yo empecé á f-or-


mu]ar una negativa fundada en la exigüidad de mis rentas, y en
tuaI hora la empecé, pues di m-otivo para que doña Pia, entrando
más de lleno en el fondo de la cuestion, comenzasc un nucvO y
-dilatadísimo discurso. Yo, teniendo presente que el tiempo vale di-
1Lero, resolví comprarle á aquella buena mujer unas cuantas horas
por cuatro pesos fuertes que puse en SllS manos.
Acabé de afeitar me á toda prisa; pedí el almuerzo y me dejé
alucinar Val' la esperanza de poder salir inmediatamente á la calle
á ocuparme en mis queha-ceres; pero quiá! áun no habia empezado
á tomar el café, cllando me asaltaron dos sujetos comisionados 6
agent.es de cierta corporacion á exigirme que me suscribiese por
'Una suma que no debia bajar de veinticinco fuertes, para construir
un puente que hacia fa]t~ en una calle que yo no Donozco) y que
debia levantarse so.bre una corriente que jumas ha humedecido
mis piés.
Tendría mucho gusto, dije á los señores comisionados, cn con-
tribuir para una obra que tanta importancia y hermosura debe dar
á la capital; pero la escasez Je mis recursos no me permite hacer
un gasto que de ninguna manera habia hecho figurar en mi presu-
puesto.
-¿ Y renuncia usted, me repliDó uno de los sujetos, á las ven-
tajas de que usted mismo gozaria si llegase á construirse el puente?
¿ Cómo pasa usted en una noche de Il uvia por el pUllLo en que
tanta falta est¡í, h¡¡ci<>noo?
. -Espero que así como en treinta y dos años que hace que vivo
.en Bogotá no se me ha ofrecido pasar por allí, no se me ofrezca
tampoco en 10 sucesivo.
Uno de los C(1misiolludos, sin responderme y apoderándose de mi
pluma, que estaba á la mano, escribió mi nombre entre los de los
contribuyentes, y me dijo: " Está usted suscrito por 40 fuertes."
Miéntras los dos verdugos bajaban ]a escalera y miéntras les
cchaba yo mis primeras maldiciones, entraba buscándome don Can-
delaria Cienfuegos, copartidario mio por mi desgracia, hombre
dado á la política, intrigante, chispero, y exaltado á más no poder.
El ardiente y frenético patriotismo que le poseia no le permitió
saludarme.
-¿ Sube usted, empezó á decir, desde que me columbró, que esos
pícaros nos quieren ganar las elecciones á fuerza de trampas, y de
intrigas y de tropelías? Anoche se reunió una junta á qne concu-
rrieron muchas personas respetables adictas á la buena causa, y se
acordó un plan magnífico para trabajar eficazmente por nuestra
lista; pero Se necesita de fondos para una multitud de gastos in-
dispensables, y es preciso que hagamos cualquier sacrificio á fin
de que hoy mismo se reuna la cantidad que se ha presupuesto: con-
.que vea usted con cuánto puede contribuir.
-Usted no ignora, respondí, que los recur30s no me sobran: hoy
mismo he tenido que hacer dos erogaciones que para mí son con-
siderables, si se atiende á la escasez del sueldo que me produce mi
destino ........•
-Su destino! me interrumpió don Candelaria; y si usted no
trabaja para que se ganen las elecciones y si las elecciones se pier-
den, ¿espera usted que esos hambrientos, una vez adueñados del
poder, le dejen su empleo y no le priven de todo su sueldo? Us-
ted, sin duda, no sabe las noticias que se han recibido de fuera; si
usted cree que yo exagero al hablarle de las picardías que nos es-
tán haciendo, lea usted lo que me escriben de casi todos los pueblos.
y sacó un abultado mamotreto.
Antes de que hubiera podido desdoblar la primera carta, habia
yo puesto dos fuertes en manos de aquel energúmeno, para que
fuese con ellos á salvar la patria.
Cuando hemos sentido un terremoto, cuaudo hemos visto caer
un rayo junto á nosotros, cuando acabamos de ser afligidos por una
de esas calamidades que, por fortuna, no sobrevienen todos los dias,
nos consolamos juzgando instintivamente que estamos ya libres
por mucho tiemno de toda nenalidad (¡ tribulacion de la misma
~specie. Salí y~ á la calle á las doce de aquel infausto dia con la
lisonjera certidumbre de haberle pagado tributo á la Fortuna
y de tenerla satisfecha: habria desafiado todos los contratiempos,
todas las calamidades, todas las plagas que pueden afligir á los
hombres, seguro de que la suerte me debia una compensacion y de
que habia pagado á buen precio siquiera algunos dias de reposo
para mi exhausto bolsillo.
Menguada prevision humana!
En el carçino de mi oficina me encontré con un mozo algun
tanto desharrapado y capiroto, cuya fisonomía me llamó la aten-
cion: miréle atentamente, y al punto conocí que aquella cara
pertenecia á mi antiguo amigo y condiscípulo, el doctor Augusto
Rey. Conocerle y estrecharle entre mis brazos todo fué obra de un
solo instante: yo estaba medio enternecido. Confieso sin embargo
que mi olfato celebró el encuentro y el apreton mucho ménos que
mis otros sentidos y potencias.
-:Mucho me alegro de encontrarlo, condiscípulo, me dijo mi
antiguo amigo.
-Toma! le contesté, pues si hacia 9 Ó 10 años que no nos
veíamos!
---Pues le digo que me alegro de encontrarIo, porque ha de sa-
ber usted que me casé, y •.......•
-Hombre! conque te casaste! ¿ Porqué DO me has dado par-
te? Sin duda no habrás tenido tiempo todavía.
-y tengo ya cuatro niflitos, prosiguió sin hacer caso de mi
interrupcion.
- ~UI-

-Cuatro niñitos! exclamé interrumpiéndole de nuevo. Qué


ufano debes estar 1 Pero, hombre ¿ porqué no me habias comuni-
cado tu matrimonio y el nacimiento de tus hijos? Si has creido
que yo he variado, me has hecho un insulto. Y ya que por casua-
lidad te veo, te diré que, puesto que te has venido á vivir en Bo-
gotá, de~ ocuparme con toda franqueza, y que tendré el mayor
gusto en anudar nuestras relaciones yen servirte cuanto pueda.
-Como iba diciendo, prosiguió el doctor Rey, sin corresponder
á las efusiones de mi amistad, tengo ya cuatro chiquitos y todos
están en la cama, la mismo que la pobre de la madre; así es, con-
discípulo, que si usted me hiciera la caridad de darme algun so-
corro ..••....•
Pecador de mí! exclamé para mis adentros! y yo que acabo
de bacerte protestas de amistad y ofrecimientos de servicios!
Confieso que el ardiente cariño que se habia despertado en mí
al encontrarme con uno de los compañeros de mi juventud, quedó
á 10 grados bajo cero cuando ilescubtí en el doctor Augusto Rey,
en el eótudiante travieso y bullicioso de otros tiempos, un pordio-
sero. Por la demas, yo no debiera haberme asombrado: DO es
aquel infeliz el único de mis antiguos colegas, ni el único de los
jóvenes de esperanzas que conocí en el colegio, que ha descendido
á la condicion de mendigo.
Está demas decir que vacié mi bolsillo en el de mi cuita-
do camarada.
Al pasar por cierta esquina me llamó la atencion un grande
aviso que acababan de fijar. Leílo y tuve el gusto de encontrar mi
nombre en hermosas letras de molde. Se anunciaba una gran fun-
cion á beneficio de una célebre artista: ella habia tenido la bon-
dad de acordarse de mí y me la habia dedicado, la mismo que á
otras personas cuyos nombres figuraban tambien en el cartel. Al
terminar la lectura, no pude contener una interjeccion un poco
expresiva. Otro de los beneficiados por la beneficiada, que estaba
por casualidad leyendo el aviso al mismo tiempo que yo, tradujo
mi exclamacion, y me dijo:
-La lavada es bien regular, pero seria muy feo que no reunié
ramos algunas onzas para obsequiar á esta señora.
-Pero, hombre, si yo no la conozco ni he ido jamas al teatro!
-¿ Y qué dirán, replicó, los otros sqjetos á quienes se dedica la
funcian, si nosotros no contribuimos? ]1'uerauna porquería dejar-
los metidos y sacar el cuerpo.
Nada tuve que oponer á una razon tan convincente, é hice áni-
mo de no dejar desairada á la famosa artista.
A la puerta de la oficina me aguardaba una huena vieja, an-
tigua criada de mi casa. Habia hecho promesa de mandar decir
una misa de limosna, y tuve que ofrecerle.que por la taIde le en-
tregaría mi contingente.
El jefe de mi oficina es un patriota casi tan .fogoso como don
Candelaria Oienfuegos. Recibi6me con la noticia de que se trata~
ba de fundar un peri6dico eleccionario para sostener cierta candi-
datura; y añadi6 que todos los buenos patriotas estaban en el de-
ber de contribuir para una empresa tan laudable. Yo, que aguar-
daba una buena reprimenda por mi poca puntualidad en aquel
dia,' me creí redimido ofreciendo suscribirme al nuevo peri6dico.
Mas j ay de mí! la reprimenda vino el dia último del mes en la
,odiosa forma de un descuento en el sueldo, descuento que debí fi
la amabilidad de doña Pia, de los señores del puente, de don
Candelaria y de mi augusto condiscípulo.
Ouando vol ví á casa, encontré sobre mi eRcritorio dos esquelas que
me habian dejado durante mi ausencia. Iba una de las dos con ulla
hermosa cubierta raRada, y el sobrescrito estaba en bellísima letra.
Dios sabe las halagÜeñas esperanzas y los risueños pensamientos que
me hizo concebir el exterior de aquel billete; estaba persuadido de
que se me convidaba en él á una tertulia, ó á una comida en que
pudiese sacar de mal año mi vientre de empleado. Abrílo, y j oh
desengaño! El editor de una obra me anunciaba que, siendo yo
una de las personas más amantes de la literatura y más apasiona-
das por 108 progresos intelectuales dei pais, esperaba me susCl'ibiese
por algunos ~jemplares y remitiese inl11c(liatamente su importe,
pues el pago debia ser ailelantado. Confieso con vergÜenza que
me avergoncé de contestar que no me suscribia, y respondí danqo
las gracias por la atencion que se habia usado conmigo y remitien-
do el importe de un ejemplar. Diré de paso que el título de la
obra era "Mis delirios, ó coleceion de poesías escogidas dc N. N."
No bien la hube abierto me convencí de qne por la ménos tenia el
mérito de llevar lin título nada engañoso, el único título que po-
dia llevar. Por f()rtuna, la edicion era tan elegante que las hojas
estaban casi en blanco, y el libro me sirvió desde que la recibí para
llevar mis cuentas, es decir, para apuntar créditos pasivos.
Con el elegante, primoroso, comedido é intachable billete del
editor de "Sus Delirios," contrastaba la otra esquela que hallé
sobre mi escritorio: era más bien que esquela un pedazo de papel
mugriento, doblado en forma de carta y pegado con tres obleas de
harina. El sóbl'e decia: "Al señor don Pero Peres de Perales-
en-S. M." Era casi indescifrable, y servia de diagonal al parale-
logramo que la carta formaba. El contenido de ésta era el siguiente:
"Mi respetado señor conosiendo la jenerosida de su caritatibo
corason qu." \la deja vergonsadoz a los infelises que acuden a sus
benidnas entralïas con tanta nesesidad como yo que estoi postrada en
una cama ace dies i 8 meses i con tres muchachitos deznudos i la
menor muriendose i sin tener conque mandar a la votica por los
l'remedios que mand6 ~l señor doptor N. por pura caridad i de li-
mosna pues yo me alla en la mas espantosa miseria por estas r~a-
sOlles me atrebo aunque COll arta verguensa a molestar su noble
atension qe yo en mis orasiones no lolvido i Dios N S se la a de
pagar i hecho den peño a mi Sia presentasioll (así se llamaba mi
mujer) i a los niñitos que nuestro Sr. los aga unos antos por esta
obra tan grande de caridad que yo ce la suplico por loque ruas
quiera i sino meallara en tanta nesesida no paêara por la verguen-
sa de acerle esta suplica-Su mas umilde criada i cervidora Ma de
los desamparados Pelaez."
En cualquiera otra ocasion me habria sido difícil adivinar el sen-
tido de esta embrolladísima epístola; pero en aq uel malhadado dia la
clave estaba dada de antemano; todo escrito, toda palabra, toda mi-
rada que se me dirigiese, no podia significar otra cosa que una pe-
ticion de dinero. Al acabar de leer la carta de doña Desamparados
me hice esta reflexion: he carecido de firmeza para resistirme á
hacer desembolsos para objetos inútiles; los respetos humanos han
influido en mi ánimo más que la obligacion en qne estoy de sus-
tentar á mi familia, y ¿será justo que eJtrene mi energía con una
desgraciada qne tan de veras necesita un socorro?
y aquella tarde le envié unos pocos reales, con los qne
los hijos de doña Desamparados la estuvieron ménos que otras
veces.
Salí á las cinco á buscar solaz y desahogo en una tienda de la
Calle Real, en donde acostumbro hacer mi tertulia vespertina; allí
encontré reunidos á varios de mis amigos, y llegué il concebir la es-
peranza de que la conversacion me distrajera y me hiciera olvidar
los contratiempos que tan abatido me tenian; pero sí, ya escam-
pa y llovian ruedas de molino!
Por entónces habia debido de notar mi amigo don Prudencia
que su reloj no marchaba con toda la regularidad que era de de-
searse, y todos los relojeros que la habian examinado habian esta-
do acordes en decidir que el precio de todo el reloj no excedia, ni
en UD ochavo, al del oro de las tapas. Esto determinó á mi amigo
á ponerlo en rifa, y, poco despues de haber entrado yo á la tienda,
vino á proponer á todos los concurrentes que tomásemos nuestros
billetes.
-Es una ganga, decia: el reloj es magnífico, de clos tapas,
montado en diamantes y de libre escape j me costó doscientos pesos
que di á N; en pura plata; cada puesto vale sólo cinco fuertes, y
la rifa se hace entre cincuenta personas no más.
La primera víctima que escogió fuí yo.
-Conque te apunto, no es así?
-No, mi querido, me es absolutamente imposible por ahora,
y hace mucho tiempo que tengo resuelto no entrar en rifas.
-Pero, hombre, no lleas bruto: pregúntale á N. si no le
di doscientos pesos en pura plata por el reloj. ¿ Tan fácil es
hacerse á un reloj de orQ de dos tapas por cinco fuertes.?
-No te niego que te haya costado lo que dices, pero el caso es
que no quiero ni puedo entrar en la rifa.
-No te creia tan torpe: mira; hombre, está montado en
diamantes.
-Aunque estuviera á horcajadas sobre todos los diamantes del
Brasil y de Golconda, con todos los demas habidos y por haber,
te digo que no tomaria puesto en la rifa.
-Qué miserable! No ves que es de libre escape?
-Demonio! repuse, ¿y porque el escape del reloj Ma libre, no
he de serIo yo para escaparme de tus impertinencias? ¿Y he de
dejar que se eSl''upende mi pobre bolsillo cinco fuertes, tras otros
innumerables que se me han escapado muy á pesar mio?
Mucho' se engaña el lector si juzga que la desusada energía qne
desplegué en este lance me salvó de las uñas de Prudencia. Antes
de las seis, ya tooos los miembros de la tertulia habíamos visto
nuestros nombres inscritos en la lista de los aspirantes al ex-reloj
de nuestro amigo.
A los pocos dias se hizo la rifa; mas como los puestos eran
cincuenta y Prudencia reservó para sí prudentemente unos treinta,
volvió á quedarse en su poder la inestimable prenda. Supe que
11abiavuelto á rifarIo; pero fué á tiempo que yo estaba afortuna-
damente con el tifo.
A las siete de la noche recibí la última visita y el último ataque.
Don Deogracias Bueno se presentó en casa, y despues de las
salutaciones y cumplimientos que son de rigor, desplegó delante de
mis ojos una larga cuenta de los gastos hechos en la fiesta y proce-
sion de san N; fiesta y procesion que se habian celebrado dos meses
{¡ntesen la iglesia de San Juan de Dios.
--Impóngase usted de eso, me dijo don Deogracias.
Cuando hube repasado todas las partidas de aquella cuenta, le
contesté:
-y bien, señor don Deogracias, en qué me atañe esta cuenta,
si no es indiscrecion preguntarlo?
-Es que la fiesta se hizo al fiado, y los que intervinimos en sn
celebracion debemos todavía los Giento sesenta pesos que costó, y
estamos demandados.
-y cómo se resolvieron ustedes á promover aquella solemni-
dad sin contar con los fondos suficientes?
-Qué se habia de hacer! Usted sabe que ha sido costumbre
celebrar la fiesta y hacer la procesion todos los años; llegó el dia
del santo y nada se habia podido recoger, y fué preciso ya
usted ve Ahora esperamos que las personas piadosas, como
usted, nos auxilien con algunas limosnas.
En aquel dia fuí calificado de caritativo, de patriota, de literato
y de hombre piadoso.
Yo creia estar leyendo mi necrología.
- 1,1 -

En el exceso de mi desesperacion y de mi angustia, me senti


sin fuerzas para pronunciar un no. Me levanté de mi asiento, re-
gistré mi gaveta, encontré en'ella doce reales, último y miserable
:resto del sueldo de un mes, sueldo que habia cobrado el dia ante-
rior, y los deposité en manos de don Deogracias.
Al dejarlos en ellas, exclamé: Bendito sea Dios, ya no podré
dar nada en este mes !
Un amigo que leyó la que precede, me dijo: "Has creido es-
cribir la historia de un dia en Bogotá, y nas escrito la historia de
todos los dias. A mí me han pedido hoy mismo diez botellas de
brandi para un baile, y la cantidad con que quiera contribuir
para hacerle un vestido bordado al buen ladran de las Nieves.
Ademas se trata de hacer fiestas, y tú y yo estamos previstos para
alféreces."
Entre nosotros nadie quiere descender de la poaicion en que le
colocó su nacimiento, 6 á donde la fortuna le elev6. El que una
vez calzó botas no se resuelve á usar alpargatas; la que una vez
llevó saya, preferirá siempre la saya más raida á las mejores ena-
guas de bayeta. El que una vez fué cachaco de profesion no quiere
renunciar á la vida holgada y regalona, ni entregarse al trabajo •
.La ciudad carece de recursos para levantar monumentos y hacer
obras públicas, y para dar espectáculos al pueblo; sin embargo, los
espectáculos han de tener lugar, y las obras públicas han de cons-
truirse.
Hé aquí algunas de Jas crlllf'l3R que principalmente influyen en
que todos estemos sujetos á tantas contribuciones directas.

XII.-UNA HISTORIA PARTICULAR


QUE ES J,A HISTORIA UNIVERSAL.

Cierto dia del ailo de 18 entr6 en una tienda un jóven


como de 22 ailos de edad, no mal parecido y con traje que deno-
taba haber sido en otro tiempo más que decente, pero que no dejaba
tambien de llevar impresas las huellas de dos cosas que pasan y
que con pasar destruyen: el tiempo y el cepillo. La tienda olia á
antigüedad y á la que no puede dejar de oler una habitacion hú-
meda en que tres generaciones han fumado y escupido. Los estan-
tes se veían llenos de grandes volúmenes toscamente encuadernados
y de legajos de papeles de diferentes dimensiones.
El mozo, despues de haber platicado brevemente con otro su-
jeto que allí le aguardaba, se sentó en una secular silla de hrazos
7-~ .1.,-
ôelantede una mesa forrada en vaqueta y defendida del polvo por
un sinnúmero de papeles, que, haUándose por su parte indefensos,
se ahogaban en él. Un person~je cuya catadura no formaba con-
traste con €l sitio en que se haUaba, en el que parecia hacer cabeza"
calándose las gafas, saeándose de lA boca el cigllrro con el dedo del
,coraza n y €l índice de la mano illql!ierda, descansando ésta en la
parte hácia donde caian los faldones de la casaca, é inclinándose
hácia el medio de la mesa, senaló COll el índice de la derecha cierto
espacio de un papel que el mancebo tenia delante, y éste escribió
.dos palabras y echó una rúbrica.
Ahora, si cometemos la indiscrecion de leer lo que acaba de es-
cribir el desconocido, éste dejará de serio para nosotros, pues des-
cubriremos que se llama Próspero Rico; y si, más indiscretos to-
davía, leemos todo el papel, nos enteraremos de que la que acaba
de firmar es una escritura pÚblica por la que se reconoce deudor
{1e 1,500 pesosá favor del sujeto con quien primero le vimos pla-
ticar, gravando en esta suma la única parte que quedaba libre ùel
valor de una Lnena casa que habia reeibido como única herencia
de su padre.
El mismo dia en que habia œllrrido la que acabamos de referir
y á eso del anochecer, la comunidad de los padres candelarias .sa-
caba un cadáver de cierta casa inUlediata á su convento y que debia
de ser panadería porqne en el zaguan se veia considerable cantidad
de leña apilada, así como en los corredores otra de cargas de
harina.
Quien hubiera penetrado en la panadería mortuoria se habria
encontrado en ella con un anciano paralítico y una hermosa niña,
hasta de 16 años, que, entre sollozo y sollozo, probaban á conso-
larse mutuamente.
El viejo acababa de quedar viudo, lajóven de quedar huérf:ma.
-Qué va á ser de nosotros? dijo aquél en uno de los momentos
{]e serenidad. Y o estoy inutilizado por mi dolencia, y tu madre
nos estaba sustentando con su trabajo hacia ya muchos aüos.
-Por eso' no hemos de afligimos, repuso la niña: yo estoy ro-
busta, puedo trabajar y espero que en casa no ha de faltar el pan.
Dos años despues de la fecha en que ocurrió la que queda re-
ferido, en la calle de la cárcel se veia recien surtida una de Ins que
solemos llamar tiendas de gl;anos, entre los cnales ocupaban lugar
{amén del azúcar y la panel a), enjalmas, lazos, cabuya, fique, esco-
bas, costales, balayes, palas, cedazos, fuelles, cucharas de palo y
otros renglones que, si no eran granos, se hallaban á la ménos en
ocasion próxima de habérselas con ellol:!en las despensas y cocinas.
Hacia cabeza en este flamante establecimiento mercantil un mo-
ceton de unos 24 años de edad, á quien se veia muy acucioso orde-
nando, pesando, envolviendo y despachando sus mercancías.
Este novel comerciante era nuestro antiguo conocido Próspero.
Natural parece creer que el surtido de la tienda es uu resn1tadg
remoto del préstamo aquel que recibió y con motivo dd cual le
conocimos; mas quien así discurriere se engafia de medio á medio.
Próspero habia metido el dinero en una estancia de chitt>y ganado
inenor, en la que se habia figurado poder establecer hato, criar
ovejas y sembrar. Muy luégo habia tenido que limitarse á sacar
leña, y al cabo los 1.500 pesos habian corrido la misma suerte qne
ésta: se habian convertido en humo.
La casa se habia rematado, y Próspero ....tambien.
Próspero estaba en la actualidad de dependiente.
Por el mismo tiempo, una bella señorita que parecía rayar en
los 18 años estaba cierto dia en su cuarto de costura hablando con
un anciano de demacrada catadura y doliente voz; mas la conver-
sacian no interrumpia la labor á que con grande ahinco se hallaba
entregada.
-y cuando entregues esas costuras , decia el viejo.
-Cuando entregue estas costuras, interrumpió la doncella,
quién sabe! Doña Rita acaba de comprar máquina de coser. IJcts
Ramírez dicen que están muy atrasadas y que van á ver si alcan-
zan á coser todo la que se ofrezca en su casa, de suerte que.....•
-·Ue suerte que no habrá quien te ocupe.
-Sí, señor, y quién sabe qné haremos.
-y que doña J nana apura tánto por los arrendamientos.
-y que ña Jacoba no quiere ya fiar el pan ni el chocolate.
Este anciano y esta jóVen eran los mismos cuyo llanto sorpren-
dimos en la panadería. Y como en la casa ya no ee ven acopios de
leña y harina, habremos de inferir que, no obstante el pronóstico y
la esperanza de la huérfana, el pan habia faltado en su casa.
Ra trascurrido un año, y en varios periódicos se lee un aviso
concebido en los términos siguientes:
AGENCIA UNIVERSAL.-En este establecimiento, mantudo 6.
imitacion de los más afamados de Lóndres y Paris, se admiten
consignaciones de toda especie; se hace toda clase de negocios Clan
documentos de crédito; se desempeña todo género de diligencias
judiciales y extrajudiciales; se despacha toda suerte de negocios
ajenos y todo linaje de recomendaciones. Se buscan compradores
para los vendedores, y vendedores para los compradores; médicos
para los enfermos, enfermos para los médicos; criados p:ua losamos,
amos para los criados; nodrizas para los niños, Diños para las no-
drizas; pleitos para los abogados, abogados para los pleitos, &c.
&c. &c. Todo con puntualidad y esmero y llevando una comision
muy moderada. (Aquí la firma del empresario y las señas del
local. )
Un mes haria que estaba abierto el estupendo establecimiento
de que en este aviso se daha noticia, cuando en una lluviosa mafíana
del mes de noviembre se hallaba el empresario arreglando algunos
~fectos que hahia recibido en comision y cuyo inventario copiare-
mos por no ser demasiado largo: /lU na arpa; 25 docenas de botellas
de rapé superior pasado; 9 tomos de la Enciclopedia, en ingl él!;un
galápago húngaro; 150 gruesas de anzuelos,y un sombrero elástico."
T~rmillando estaba nuestro agente la poco lucida tarea de saeu-
dirles el polvo á aquellos heterogéneos utensilios, cuande>vió entrar
una seiiorita que representaba unos 19 años. Se nos olvidaba adver-
tir que él representaba 25.
-Vengo, dijo ella, despues del salndo, á ver si usted podria
hacerse cargo de vender cigarros de los que yo fabrico.
-Con mncho gusto, repnso el agente.
y decia la verdad, porque aquel era el primer artículo de posible
salida que se le venia á consignar.
-y qué coruision me llevará usted?
-Pues yo acostumbro llevar el 7 por ciento.
y mintió como un bellaco, porque hasta la fecha no habia te-
nido ocasion de acostumbrarse á llevar cosa alguna.
Ajustado el contrato, el agente de negocios pregnntó á la fabri-
cante de cigarros qué nombre debia inscribir en su libro de con-
signaciones.
-Me llamo Ángela Célis, muy servidora de usted.
-Yo soy quien debo servir, mi señora.
-Mil gracias. Adios, señor Rico.
-A los piés de usted, mi se110ra.
Ángela no era otra que la huérfana de la panadería. Rico era
el huérfano de la escribanía.
Digamos de paso que, en cuanto á diligencias extrajudiciales,
nuestro agente no se habia encargado de otra que de ver si habic¿
'por ahí qnien quisiera vender una rueda dentada vieja de ciertas
dimensiones, mueble qne habia menester cierto maquinista aficiona-
do, para ilnstrar, segun la habia ideado, sn piedra de amolar.
Otro año ha pasado. Ellectol', al llegar aquí, hará (ya la es-
tamos viendo) un gesto de desagrado. No importa: ánadie le hace
gracia que pase un año más, porque cada año que pasa nos hace á
todos más viejos, y por más gestos que se hagan, los años sigueu
pasaudo y pasando, sin curarse de ellos..
Otro año ha pasado, y quien en la tarde del dia 27 de diciembre
de I8 se hubiera hallado en la extremidad meridional de los
" Portales de Arrubla," habria visto cómo allí se encontraron dos
personas, un hombre y una mujer, y habria podido air el siguiente
diálogo:
-Deseaba verme con usted, mi señora, decia el desconocido,
que era un jóven como de 26 años, á la desconocida, que parecia
unos () años menor.
-Pues aquí me tiene usted para lo que guste mandar, respon-
dió la señora.
-Mil gracias. Es el caso que ando buscando un fondo y me
han asegurado que usted tiene uno y desea venderlo.
-Sí, señor, tengo un fondo y quise vender lo; pero acabo de
tomar el balance de- hacer velas y, como para eso la necesito, me
he desanimado de venderlo.
-Pues no sé qué hacer, me urge mucho conseguir unfondo y
no encuentro por ninguna parte. Si usted sabe de alguna persona
que tenga y quiera negociarlo ....
-Sí, señor, si acaso tengo noticia de alguno, yo le avisaré á
usted .... Y dígame usted: si llego á saber de alguno, todavía pue-
do encontrarlo á usted en la agencia? _
-Oh! no, mi sefl.ora, hace tiempo que dejé la agencia. Ahora
tengo montada una destilacion de licores, y por eso es por la que
necesito eliando.
-Nuestros lectores deben haber reconocido á estos .]os perso-
najes, y si no los han reconocido, nosotros les revelaremos quié-
Des eran:
Eran Próspero y Angela.
La sala principal de un espacioso y avejentado caseron que está
situado en una de las calles inmediatas al monasterio de Santa Ines}
estaba en la noche del15 de noviembre de 18 ....profusamente ilu-
minada con reverberos y velas esteáricas; un piano llenaba sus
ámbitos de armonía, y la animaba una lucida concurrencia. Las
pared€S y la techumbre, cuya sólida musculatura estaba de mani-
fiesto por la falta de cielo raso, poniendo á la vista la robustez del
edificio, parecian atónitas al VeI'lie cllùomillgaùas y cubiertas de
guirualdas, festones, cartas geográficas} planas y dibujos. Decorá-
banla muebles tan ostentosos como en su larga vida no los habia
yisto el vetusto caseron, pero que á tiro de baIIesta se conocia eran
prestados por diferentes dueños, pues cn su edad, sus colores y su
forma se notaba muy poca semejanza.
Era que en aquel salan estaban presentando su certámen de
música las alumnas del colegio de Santa Ursula y las 11,000
vírgenes.
Estas ( es decir, las alumnas), en número de 11, una por cada
mil vírgenes, ocupaban un lugar preferente; estaban todas vesti-
das de blanco cOlllazos y cinturones de cinta rosada, y segun el
{}ictámen de sus señoras madres y hermanas, que con su presencia
solemnizaban el acto, la estaban haciendo maravillosamente.
Una dama poco mayor que la más crecida de sus ed ucandas, pues
€sta podia tener 21 años, miéntras que aquélla podia tener cuan-
do más unos 22, presidia el acto y era quien para darie prncipio ha-
bia tocado la campanilla. Su traje de corte severo y de color os-
curo la distinguia de sus alumnas mucho más que su aspecto, no
obstante que ella se esforzaba por hacerla grave y pedagógico.
Concluido el certámen, que era el último de los anunciados en
el programa, como las alumnas cuyas familias estaban prE!~E!ntes
11Ubiesen de retirarse á sus domicilios para entrar á gozar acto con~
tinuo de sus vacaGÎones, la funcion vino á quedar coronada con
una escena tierna, si bien ménos solemne que la precedente. Las
alumnas, despues de haher entrado al dormitorio á tomar su~ ca-
pas 6 BUS pa1iolones y de haberse despedido unas de otras, lban
acercándose á su directora, quien, recibiéndolas en sus brazos, les
dirigia palabras afectuosas, á que ellas correspondian enternecidas
y dominadas por la melancólica impresion que se siente al apartar-
se de una persona con quien se ha vivido y de un lugar en que
se ha habitado, cuando se tiene por cie.rto 6 pûr probable que el
apartamiento ha de ser para siempre. Y atendidas las sanas y pro-
vechosas costumbres que en órden á la educacion se observan al
presente en nuestra tierra, el alumno ó alumna que deja su cole-
gio al terminar un año, tiene siempre más probabilidades de vol-
ver á cualquiera otro que á aquél en que acaba de hallarse.
Oyendo las razones que las niñas dirigian á su directora,era
fácil percibir el nombre de ésta y descubrir quién era.
La directora del colegio de santa Ursula y las 11,000 vírgenes,
era nuestra antigua conocida Angela, llamada por sus discípulas
mi sía Angelita.
Si, como hemos asistido al certámen de música de aquel esta-
blecimiento, hubiéramos asistido al de aritmética y al de geogra-
fía, hábríamos visto entre los examinadores un sujeto cn quien se
habria fijado nuestra atencion por no sernos enteramente descono-
cido. Y si nuestra poca retentiva ó el haber pasado dos afíos des-
de la última ocasion en que le vimos no nos hubiera dejado recor-
dar sn nombre, fácil nos hubiera sido hallar10 cn el programa de
los certámenes, que allí á la mano habríamos tenido.
En efecto, en este programa figuraba como examinador el señor
Próspero Rico, director del " Colegio de los innumerables már-
tires de Zaragoza."
Angela y Próspero habian hecho aquella reflexion tan obvia
que ocurre á cuantos han ensayado con poco fruto todas las espe-
culaciones posibles: la única empresa para que no se necesita ca-
pital, para que no se necesita nada, es la de establecer colegio.
y habian pnesto colegio.
Pero ya hemos visto que, por una singular y funesta coinci-
dencia, el establecido por Angela no contaba más que 11 alum-
l1as. El de Próspero por su parte, contaba un número de ni-
:i1osharto inferior al de los santos mártires que le daban nombre.
Lo cual y el no haberse satisfecho muchas de las pensiones, fué
parte para que en los libros de cuentas de ambos establecimientos
resultará un díjicit enorme y enormísimo al hacer el balance. An-
gela y Próspero no acertaban á hacer sino balances de salida.
Desconsolados ademas nuestros dos protagonistas, se dieron á
- .1/ / -

tmvilar, cada uno por su parte, durante las vacaciones sobre lo


precario de su situacion y á excogitar alglln arbitrio para salir de
ella. y procurarse algun reposo y holgura ..
" No hay duda (dijo al cabo nuestro amigo Próspero,á quien
sns conocidos habian puesto Ex por mal nombre, aludiendo fi, sus
interminables cesantías y mud¡l.Uzas de profesion) no hay duda que
la única tabla d~ salvacion que me queda es el matrimonio." Y esto
la dijo para su solferino, que ya los capotes no se usaban eu
su tiempo ..
En el mismo punto y hora en que Próspero estaba sacando
aquella conclusion, Angela, cnyo destino parecia estar ligado con el
de aquél por una misteriosa afinidad, "no hay remedio, pensaba:
es. preciso casarme, porque no hay modo de soportar más tiempo
esta vida de angustias y deafuncs."
y icosa singular! al fin, de estos soliloquios, cada uno de sus
autores se acordó involuntaria mente de la persona á quien habia
conocido cuando la escena de la consignacion de los cigarros y á
quien, habia vuelto á ver cuando se trataba de buscar fondos.
No ha pasado un año; Ni un mes hacia que las alumnas de
Santa Ursula gozaban de su asueto, cuando al :fin de una tarde
opaca y lluviosa y en los Portales del correo estaba un individuo
de edad que no bajaba de los 26 ni pasaba de los 30 años, leyendo
una carta, con sf,lñales de vivísimo ihteres.
"Efectivamente, decia la carta, conozco á Angelita y he trata-
do siempr:c á su padre don Querubin: son de buena familia y
muy estimables. En cuanto á intereses, no sé á punto :fijo cómo
se hallarán ahora; pero la cierto es que doña Custodia, la difunta
mujer de don Querubin, fué una señora sumamente laboriosal y
no hay duda que con el amasijo juntó muy buenos reales. Hay
que considerar tambien que la familia, reducida hoy al padre y la
hija, debe tener muy pocos gastos, y que Angelita, léjos de ser,
como la mayor parte de las de su edad, despilfarrada y gastadora,
es muy económica, se viste modestamente y nunca deja de hacer
alguna especulacion, sin duda por haberla acostumbrado su ma-
dre al trabajo.
"Por lo de mas, mi querido Próspero, celebraré que este infor-
me te Sea útil, como tambit::n que puedas verificar tu enlace con
Angelita y halles en él toda là felicidad que te desea tu afectísimo
tio.-C. RICO."
En la noche del 8?e diciembre del mismo año en que acaeei6
10 que últimamente hemos narrado, se'habian reunido varias per-
sonas en casa de doña Concepcion Arismendi, personaje á quien
juzgamos ocioso describir, porque los lectores no pueden dejar de
conocerle como nosotros mismos. Tampoco será menestei'áñadir
que la. reunion tenia por objeto festejar á doña Con~pcion
en sus dlas.
12
---~,v ---
••
En el hueco de una Ventana y sentadas en el poyo, medioocul-
tas tras las cortinas, se hallaban retraidas dos seiloritas que debian
de tener cosas secretas que depar~ir, pnes bajaban la voz ó calla;..
ban cada vez que dejaba de oirse"el piano ó el murmullo de las
conversaciones.
-¿ Conque es decir que hasta ahora no te ha dicho nada? de-
ciauna de las dos á su compaft,era.
-N o, niña, replicó esta, ni una palabra. Ay i si me hubiera di-
cho algo ¡ay! qué horror!
-¿ Qué horror? ¿ Es decir que le aborreces?
- N o, niña, yo no le aborrezco; ántes ay ,piña i qué iba
yo á decir! ,
y esto diciendo, entre sonrojada y risueila y con aire retozan,
hundió la cabeza en el seno de su compailera.
Un pianíssirno del piano, acompañado de una suspension en
las conversaciones de las visitas, interrumpió por algunos instantes
las confidencias de las dos amigas.
Unos cuantosfortíssirnos del piano habian dado ya lugar á
que se reanudase varias veces el interrumpido coloquio, cuando
aquella de las dos interlocntoras á quien primcrû aimas hablar
dijo á la otra :
--¿ Sabes la quedecia mamá el otro dia, hablando de eso?
-Ay niña! ¿Conque tú le has ido á hablar de esas cosas?
-Si todos están hablando de eso. Pues mira: decia que Prós-
pero debia de estar muy bien; que ella habia conocido á su padre,
que era dUeño de una casa muy grande y muy buena; que Prós-
pero habiasidosiempre trabajador ....
-Eso sí : si yo la conocí en una agencia que tuvo, y despues
supe que tenia no sé qué otro negocio, y despues el colegio ....ya ves.
-y por eso decia mamá que seria un bonito matrimonio.
y una preciosa cara que vimos no há mucho tiempo esforzán-
dose por tomar un aire serio y pedagógico, risueña y encendida aho-
ra, volvió á esconderse en el seno de la que acababa de pronun-
ciar la palabra matrimonio ..
Era la cara de Angelita •
Ha pasado un mes, y es casi la último que ha de pasar. El
sol de una ma.iiana de enero ha difundido ya por nuestra Sabana
la lumbre y la vida, pero no ha entibiado todavía las auras que,
vivaces y heladas, vienen del lado del Oriente. Los campos lejanos
se ven aún cubiertos de escarcha, y los ha~itantes de Bogotá que
han renunciado al regalo de un lecho blando y abrigado, teniendo
presente el refran que dice que por la boca se calienta el horno,
sorben con delicia el hirviente chocolate, ó envuelven su cabeza
en uná templada. atmósfera de humo de tabaco ó buscan en los
templos el abrigo del cuerpo yel recogimiento del espíritu.
Entretanto, de la ermita de Belen baja una comitiva compues-
- .Llil-

ta de personas de diferentes condiciones y edades, y por poco que


se la observe, se adivina el motivo que la ha reunido. Un sa-
,cerdote y un caballero de muy buen porte y ya entrado en años,
son los que rompen la marcha. Una señorita cuyos atractivos, que
de suyo no son pocos, se ven realzados por la elegancia de los fla-
mantes aunque modestos vestiùos que la cubren, viene de bracero
con un apuesto mozo, vestido como ella de nuevo y con esmero
singular. Todos los dcmas vienen tambien de punta en blanco,
y hasta laRcriadas que hacen parte del acompai'lamiento han sa-
cado de entre las cajas perfumadas con albahaca el vestido de
Castilla y llevan al cuello el pañuelo irtiitacion de seda.
Despues de haber recorrido una buena parte de la ciudad,
guiados todos por el caballero á quien hemos visto á la cabeza
del grupo, entran en una casa de ostentosa apariencia situada
en las inmediaciones de San Agustin.
Una hora dcspues, en el comeilor de la misma casa eE.táser-
vido un opíparo almuerzo; la cabecera de la mesa está ocupa-
da por la pareja vestida de nuevo; varios de los concurrentes
brindan y, entre los bríndis pronunciados, escogeremos para hacér-
selo conocer á los lectores el siguiente, de un poeta repentista
aunque un poco chabacano, qne por acaso se hallaba presente:
De unir su suerte á la de Angela
Acaba Próspero Rico:
El nombre de la consorte
Convierto yo eu masoulinû,
y digo que con un ángel
Se ha enlazadu nuestro amigo.
Yo quiero brindar, sei'lores,
y con toda el alma brindo
Por que del novio tocayo
Sea de ambos el destino.
Próspero y Angela, despues de haber recibido en Belen la ben-
dicion nupcial, habian sido coûviclados á pasar el dia en casa de
su padrino, don Luis Nicolas Hernández.
El dia, que era juéves (y téngase muy presente esta particula-
ridad), lo pasaron reunidos novios, padrinos y convidados, entre-
gados al dolcefar niente y al más dolce no saber qué hacer, que
de algunos año!! á esta parte se ha hecho de rigor en los dias en
que se celebra algun matrimonio matutino.
Desde el punto en que se verificó el almuerzo han pasado 24
horas, y es la último que debe pasar .
. Es viérnes.
En la sala de cierta casita de humilde apariencia, aunque recieu
blanqueada, están sentad06 como de visita un caballero y una se-
ñora, cuyo traje descubre que acaban de levantarse. En la cocina
- ..LVV-

de la misma casa se halla una mujer entregada, como las personas


que vimos en la casa de don Luis Nicolas, al do~cejar niente. Las
ollas y las cazùelas están tambien ociosas.
Esta mujer, que desde las seis de la mafiana, está aceroondose
frecuentementc á la puerta de la sala á ver si la encuentra abierta,
notando por fin que los amos se han levantado, colocándose en el
corredor de manera que s610 de la señora pueda ser vista, la llama
con una seña muy disimulada. La señora sale como que no quiere
la, cosa, y las dos mujeres'se van juntas á la cocina.
¡'Bueno, piensa el hombre, ella va á ver si nos dan de almorzar."
Ella vuelve, y ent6nces la mujer de la cocina llama al varan,
con las mismas precauciones con qne ha llamado á la señora.
Él sale, se retira con la que le llama, y la señora, que se queda
sentada en un canapé, discurre: "Imposible que yo me hubiera atre-
vido á decirle que no se ha hecho mercado ni comprado carbon."
Vuelve él, sigue la conversacion, si bien poco animada, y fre-
'cuentes bostezos la interrumpen.
La mujer de la cocina, que es una cocinera en lastre, se impa~
cienta, pasa y repasa por delante d3la puerta,y ya bosteza tambien.
La conversaciûil decae espantosamente.
l .•
as situaciones apuradas i'llSpiral1grandes resoluciones. La co-
cinera, abrazando súbitamente un partido extremo, "¿Por fin cuál
de sus mercedes es, pregunta, el que ha de dar para el mercado?"
Dos amantes de novela sorprendidos por un marido justamente
irritado no hubieran quedado más cortados que nuestros dos persona-
jes, al oir la inesperada, la indiscreta, la incalificable interpelacion.
A unos momentos de sombrío silencio, siguió un diálogo algo
más animado que la conversacÍon que habia sido interrumpida por
los bostezos.
Al fin de él, se oian las siguientes preguntas, hechas cn tono de
rccon vencían:
-Yla casa?
-y la fábrica de cigarros?
-y la agencia?
-y el colegio de santa Ursula?
-y la destilacion de licores?
- Yel caudal que debi6 resultar de la panadería?
- Y el colegio de los innumerables Mártires?
Como nuestros lectores la h:1brán adivinado, una nubecilla 'ha-
bia velado ya, ay! demasiado temprano! la luna de miel de Ilues-
tras amigos Próspero y .Angelita.
EPíLOGO.

Un cuarto de hora despues (y siempre pasó algo más, aunque


á pesar nuestro), en la titulada despensa de la misma casita, tenia
lugat' el coloquio siguiente:
- ..LU..J.. ~

-Bueno, ya sé que se echan al fogon los pedazos de palo


que d,-:iaron los albañiles, pero .
-y con el real se trae chocolate ........•
-Pero, ala! nada más?
-Hay un huevo: se puede freir y ........•
-Pero somos dos, y un solo huevo frito .•....•.•
-Se hace tortilla! .
Las interlocutoras eran Angelita y la cocinera.
EPíLOGO DEL EPíLOGO.

Como suponemos {¡ los lectores ansiosos de saber cuál es en la


actualidad la situacíon de los dos hôroes de nuestra historia, les
diremos que, desFues de haber ensayado con éxito harto deplora-
ble el establecimiento de una casa de huéspedes, pasaron 9 meses
en un pueblecito muy lindo, de cuya escuela consiguió Próspero
ser nombrado preceptor. La escuela se cerró por falta de fondos,y
hoy está él ocupado en recabar el pago del sueldo correspondiente
á los tres últimos mes('S en que estuvo desempeñando el destino.
i Siempre buscando fondos!
Angelita, por su parte, no está ociosa: anda empeñándose con
toùos sus conocidos á fin de que averigüen si hay alguna señora
que quiera recibirla en su ('asa para q ne le ayude á cuidar 108 ni-
ños y á ve/'la ropa. Conque, si el lector tiene noticia de alguna,
ojalá no deje de eomunicárselo, que hará una obra de caridad.

XIII.-RECUERDOS DEL CAMPO.


o fortnnatos ni1il¿¡¡m,sun si bonn noïint agrícolas!
YIRO. GEOIlG. II.

1.
El campo, mansion n,atural del hombre, asiento de la poética
soledad, jurisdir·cion de los libres vientos, patria de todo Jo que
nace, vive y se desenvuelve por ~í miRilla, fonrlo del cuadro gran-
dioso en q ne la naturaleza pinta sus más Robcrbios cuadros, paseo
de los rios mfljestnosos y de Jas fuenteR IlInrmuradoras, cs un cielo
anticipado, una su,cursal del Paraíso. El cam po, tierra de aquellas
aguas que no forman 1'C/.JJ10 y qne curren sin que la Municipalidad
corra COll ellas; el campo, negacion de lu janla l¡¡'lm el pájaro, del
corsé para la mujer, y negacioll para el hombre de una ciudad el}
'que las narices y lus piés se ven imphwahlelllcnte perseguidos por
las inmundicias; los ~jns, por las tiendas cn r¡ne vive gente; los
oídos, por los habJanchilles que dan noticias y hacen lamentos ó
conjeturas SGUl'C la Sllcrte de la Pat¡'ia, y el bo Isillo por lus pctar-
distas,. por los que promueven rifas y levantan suscrlClOnes, el
campo, decimos, es una condeaacion, un voto de censura contra
Cain, inventor de las ciudades.
Esto y mucho más era ya el campo cuando Virgilio escribi6
sus Geórgicas ; esto y mucho más es y ha sido siempre en todas las
regiones de la tierra. Pero el campo en la Sabana de Bogotá!... El
campo en esta comarca bendecida, en donde, sin cambio de estacio-
nes y sin que el sol abrase la tierra, brinda ésta largamente con sus
dones á los que tienen la fortuna de habitarla; el campo en esta
Sabana, en donde toda labor es llevadera, y risueña y apacible al
mismo tiempo; el campo! el campo ! oh! ¿ qué diré del campo
de la Sabana de Bogotá?

II.
Entre cuantos afectos y relaciones pueden ligar á un hombre
oon un sitio, ninguno hay que pueda compararse cpn los que me-
diaban entre el hacendado á la antigua y su posesiono La hacienda
era para él una Patria, la única Patria verdadera, fuera de la cual
se sentía en todas part~s COIno desterïadû y sacadû de su elerllento.
Ahogábase eutre las cuatro paredes de RU casa de la capital, '1
echaba ménas aquella satisfaocion que deleita y ensancha el ánimo
cuando uno se siente señor de la que alcanza á ver más allá de Sll
habitacion. Residia en la hacienda, no con el fin principal de ha-
cerla producir, sino para vivir, para la que se llama vivir en ella,
de ella, con ella y para ella; para gozar de paz, de independencia
y de holgura. La hacienda mimaba á. sn señor, ofreciéndole abun-
dante sustento casi gratúitamente; un ambiente puro y aromático,
aguas saludables y deliciosas, variados é inocentes recreos. Y los
campos, vistiéndose cada año del color de la esperanza, la hacian
renacer incesantemente en su poco ambicioso corazon.
El hacendado de nuestros dias reside en 1:\ hacienda, como el
mercader en el almacen y corno el fabricante en la fábrica, para
hacerla producir. Para buscar fundamento á sus esperanzas, fija
la vista con más ahinco en su Diario y su Mayor, que en los pas-
tos y en las mieses; y cuanto es más apacible y más risueño el
aspecto de una sementera en flor y el da una herbosa pradera que
el de un Mayor y el de Ull Diario, eran más halagüeiias las ideas
y esperanzas del hacendado á la antigna que la son las del hacen-
dado á la moderna.
Como para éste no finca el punto sino en el tanto por ciento
que produzcan las fincas, da con la mayor frescura RU posesion
campestre, COll sus claros arroyos, sus sombrosas .arboledas, sus
llanuras espacIOsas Ó sus montes so1itarios, por una tienda prosaica
y reducida que hace rendir al capital Ull ocho y cuarto, en vez del
seis y tres cuartos que la hacienda solia producir.
III.
Muchas de las costumbres y de las más animadas escenas que,
para los que ya vamos declinando, fueron copioso manantial de
emociones inolvidables y de inocentes placeres, van acabándose á
toùa prisa, merced á los progresos de la industria y al yankismo
que \'a cundiendo.
Un hacendado de la moderna escuela difiere tanto del de la
antigua, cuanto el bogotano de hoy, que ha traido de Paris su
ropa y su calzado, del santafereño de antaño, que gastaba capa colo-
rada y sombrero de tres picos.
El hacendado de hoy, que es á menudo un exempleado 6 un
comerciante, monta en caballo herrado, con silla inglesa, y se
muestra abolicionista, no ùe la pena de muerte, sino ùel uso de los
zamarras y del tapaojos j lleva látigo extranjero con cabeza de
cobre, en vez de la zurriaga de guayacan ; y sus manos, casi siem-
pre cubiertas con guantes, huyen de todo contacto con el rejo de
enlazar. Para el hacendado de antaño era punto de honra el que
su traje de montar y todo su equipo c..<;tuvieran ajustados á las mi-
nuciosas y severas reglas que sobre el particular estaban en vigor.
No habia figurin litùgrafiado que imitar; pero, así corno para ves-
tirse en la ciudad con arreglo á la moda, nunca falLan figurines de
carne y hueso, nunca faltaban campesinos de buen gusto que sir-
vieran de modelos. Usar la silla sin retranca ó la jáquima sin
tapaojos; gastar estribos de aro 6 riendas de vaq ueta, eran impro-
piedades en manera alguna más excusaùles qUd la de ir á baile
sin corbata ó á convite del Ministro inglés con capote.
En aquellos tiempos, habia de haber en cada hacienda buena.
cria de potros y el número suficiente de. caballos mansoa para que
todos los dias del año montaran los patrones y no pocos mucha-
chos y vaqueros, remudando, como solia decirse, cada veinticua-
tro horas, y para sacar á pasear en caballos de la hacienda á los
huéspedes y á las visitas.
En la actualidad, el hacendado le mete pluma á cada una de
las caballel'Ías que pastan en sus potreros; y si resulta que alguna.
de ellas no presta servicios eq ui valentes al uno por ciento mensual
de la suma en que puede venderse, queda condenada á Eer ven-
dida; que es como si dijéramos que á cada bestia se le exige retri-
bucion pcr los alimentos qne se le suministran, ni más .ni ménos
que como se haria en una fonda.
Eu otros tiempos no se cobraba de los caballos el valor de los
alimentos que consumian, pero en compensacion se les cobraba
cariño; y nunca faltaba alguno que, habiendo prestado largos y
buenos servicios, era declarado benemérito y gozaba Cil la wjez
de su jubilacion, sin que á nadie se le ocurriera que consumía
pasto improducti va mente.
y si esto sucedia con los caballos que al cabo no son sino unas
animalías que non hán sentido, ¿qué sucederia eon los arrendatarios
y peones de 1M haciendas que, fuera de ser miradas como auxilia-
res necesarios para el trabajo, vivian en íntimo y continuo trato
con los patronc8?
Ahora la economía política nos ha enseñado á llamar brazos á
los hombres qiIe por un jornal cooperan á la obra de la p¡'oduc-
oíon; y la economía política hace bien en llamarlosbrazos: nuestro
siglo no hace caSQsino Je aquellos miembros con que los hombres
lJUeden suplir la falta de máquinas; él no pregunta si tienen cora-
zan y necesidades. En rctribllcion, los jornaleros no se curan de
ganarse la voluntad de sus patrones: se contentan con ganar el
salario y todo lo demas que pueden .... pero siempre en efectivo.

IV.
La primera escena campestre que quedará olvidada será, ay!
la de los rodeos. Y por cuanto ya no es escaso el número de las
person:lS que no tienen noticia de ellos, será preciso empezar su
descripcion definiéndolos, dando á ésta un principio semejante al
de un texto de ej]8eflatl~a. Los rodeos son, y casi puede decirse
('¡'an, y por consiguiente casi puede volverse á decir ay! una rui-
dosa y solemne funcion que se celebra anualmente en las haciendas
de cría, reuniendo todo el ganado vacuno, herrando y señalando
todos los terneros que han nacido en los últimos doce meses.
Solia el ganado ser bru va en su mayor parte y pacer disemi-
nado en montes, páramos, malezas y pantanos de considerable ex-
tension. Por la comun, cada una de Jas reses que habian de venir
{¡, las cormleja8 se hallaba en el mismo caso en que se hallan
muchos de los 1l10zalbetes con quienes nos estamos rozando todos
los dias: no se las habian habido en mucho tiempo con criatu-
ras racionales, y harto 10 daba á entender su docilidad y la suavi-
dad de sus maneras, cnando se trataba de fed ucirlos á la sociedad
y trat.o con la gente, como para los rodeos era forzoso hacerlo. La
empre:::a era, por tanto, de laboriosa y dilatada ejecucion.
:Fijáoase con mucha allticipacion el dia en que esto debia tener
principio, porque era menester echar ti engordar con tiempo los
caballos de vaqnel'ía. La cosa se ,divulgaba por las haciendas y
por los pueblos de la comarca, y todos los vaqueros profesores ó
aficionados se apercibian para concurrir á los rodeos. En una
Iglesia en que va á celebrarse la fiest.a del santo titular; en una
casa en que va á representarse comedia casera, no se ve más deli-
ciosa baraunda ni más amable desórden que en una hacienda en
que se están haciflldo Jus prevenciones próximas para el acto de
que estoy tratando.
Los métodos para recoger el ganado eran varios ant.iguamente.
En Unas haciendas, reunidos y apercibidos con rejas de enlazar los
vaqueros de á pié Y de á caballo, se desplegaban por la orilla del
cerro, monte 6 pantano, 1uégo se iban encaminando todos luicia un
sitio determinado y central, espantando el ganado con gritos y
con los latinos de los perros. Uua vez reunido el hatajo en aquel
sitio, se le hacia seguir para las corralejas, siempre r()(leado de va-
queros. A pesar de esta precaucion, muchas reses se desbandaban,
y como siempre se separasen del cuerpo de los vaqueros algunos
de éstos, para perseguir las reses fugitivas, no eru raro que el
hatajo se viese desamparado y que el patron, que por la regular
iba á la zaga, se desgañitase vanamente é hiciera por mantener
la unidad del hatajo, esfuerzos tantos y tan infrnctuosos como los
que hicieron los bolivianus para mantener la de Colombia.
No es dable ver cosa má;; animada y pintoresca que aquella
heterogénea y desordenada turba, ya trepando por cuesta'l esca-
brosas y cmpinadas y haciendo rodar el pedrisco; ya descendiendo
tumultnosamente ¡lIas cañadas, en donde el estrépito, la vocería,
el latir de los penas y el bramar del ganado iban á confundirse
con el estruendo de los torrentes; ya rompiendo COll ímpetu irresis-
tible enmarañadas y tu pidas maleza~.
En otras haciendas, era costumhre sorprender el ganado por la
noche. Este procedimiento daba ocasiun á lances y escenas horri-
pilantes, siniestros, inve~osímiles como los de la gucrra de los tughs
ó como pesadillas. Pero éstos no han dejado en los ánimos de los
que en ellos tuvieron parte siuo suaves impresiones y sabrosos
recuerdos.
Por último, habia haciendas en que el ganado estaba hecho 6,
tomar sal periódicamente cu ciertos sitios en que habia piedras
aparejadas para regársela . .A éstos se le hacia concurrir, llamán-
dolo por montes y valles con ciertos gritos agudo'l y prolongados
que, repetidos larga y melancólicamente por los ecos de las mOn-
tañas, guardaban maravillosa armonía con los agrestes y solitarios
sitios en que se cséuchaban. Las vaca..; llamaban tambien Con
maternales bramidos á los becerros inexpertos, y no tardaba en
reunirse en los saleros el hat¡~o de rRses adhesadas á las cercanías.
ry á la manera que los campesinos que en tiempo de rcvolucion
han concurrido á un mercado ciertos de poder salir de la plaza
cuando la tengan :í bien, se hallan inopinadamente acorralados por
partidas l'ccll1tadoras que, mal de sn grado; los obligan á tomar el
camino que ménos querrian, los vaqneros, que cautelosamente
habian rodeado los saleros, obligaban á la cornu<;la grey á tomar, el
de las corralcjas.,
A esta operacion seguía la j·ebtisca, que tenia por o~ieto redu-
cir á viva fuerza y dejando á un lado la astucia y el Jisimulo, las
reses que no habían cuido en la recogida general. T,ll un jefe mi-
litar destina piq netes de soldados á que vayan á hacer la leva á un
distrito de donde DO se. envió otro contingente para el ejército que
el borracho del lugar y el forastero de aviesas mañas que lo estaba..
infestando con su presencia.
Repetidas estas maniobras cuanto era menester para tener ase-
gurado todo el ganado en nn potrero, podia darse comienzo á los
actos de cont:trlo, clasificarlo y herrar las crias nacidas en el áño.
Tras una noche en que el incesante bra.mar, mugir y berrear de
las vacas, toros y terneros, encerrados ya en las corralejas, no deja-
ria dormir, si los rumores simpáticos hicieran huir el sueño, viene
una mañana clara, fresca y serena en que altas nubes brillan como
plata bruñida, en quc parece que se estrena un Rol, en que el vien-
to se complace en enfriamos para procuramos el deleite de calen-
tamos al sol, miéntras el sol nos calienta para que gocemos de
la frescura de las auras, que soplan, si vivaces, blandas y halagüe-
ñas, y que van derramando por donde quiera la fragancia que por
donde quiera recogen.'
En una mañana como ésta ha de imaginar el lector que comien-
za la herranza, como dicen unos, ó laflara, como dicen otros; que
si no pocas funciones de éstas empezaron en mañanas turbias, enca-
patadas y aguan osas, yo quiero que el lector se figure los rodeos
acompañados de cuantas circunstancias puedan sel'Îes favorables.
Poco háhil seria el pintor que retrataseá un hombre tal cual se ha-
lla al salir de la cama. El hombre para ser retratado se ha de tomar
barbihecho, emperejilado y carilucio.
Pero vamos á la corraleja, que la funcion ha comenzado. Cerca
.de una grande y mal atizada hoguera; entre nubes espesas y siem-
pre renovadas de humo y de polvo, entre olas de calor sufo-
cante; en medio de una bulla atronadora, mezcla confusa de órde-
nes, regaños, disputas, chistes de grueso calibre y berridos pene-
trantes; entre una enmaraña\la red de rojos de enlazar que se
enredan por donde quiera, yacen á un mismo tiempo cuatro ó seis,
terneros agarrotados y sujetos. Cuatro vaqueros les sirven de
padrinos: uno tiene la cabeza, asiéndola fuertemente de la mandí-
bula inferior, otro la cola, y otros dos con sendos rejos sujetau las
patas traseras y delanteras. El hierro viene candente de la ho-
guera, y pasa á manos del patron, quiell va marcando con él á
cada uno de los pacientes animalitos, sin hacer caso de los berridos
CI lie éstos ponen en el cielo, ni de los desesperados esfuerzos con
que pugnan por soltarse.
Cada becclTo es, no solamente herrado, ,sino iambien sefialado.
I~a señal consiste en hacede ciertos cortes en las orejas ó en
:3 piel, dand~ à aqu~llas nna figura particular, ó formando en
esta verrugas o colg:lJos.
La piel de cada becerro exhala al aplicársele el hierro un olor
muy conocido y no nada agradable de suyo; pero que, teniendo,
como todos los olore::;, la virtud de despertar recuerdos, es para
quien considera los rodcos como la más grata de las escenas que le
han embelesado en sus primeros aiios, más delicioso que todos los
bálsamos y aromas de la Arabia y más apetitoso que el del pan
fresco á las dos de la tarde. A mí me deleita el que se me quemen
los bigotes al encender un cigarro, porque cuantas veces me su-
cede, me huele á rodeos.
Cada ternero es traido al lugar en que debe recibir sus cartas
de naturaleza, enlazado con uno 6 con muchos rejos; él Y los que
la traen penetran por entre el grupo que rodea la hoguera, sin
miramiento y sin ceremonia; el ternero derriba cuanto encuentra,
y el rejo hace venir á tierra á los que escapan del animal; á la
sazon se están levantando dos 6 tres terneros que, ciegos de dolor
y de coraje, cierran con quien pueden; quién rueda entre el polvo;
quién cae sobre la hoguera.; quién hace un lance; quién sale arras-
tranùo enredado en un pegujon de rejas qne se lleva tras sí un
becerro; quién, habiendo arrimado un ternero á la arm'on en un
caballo cosquilloso, da, si los rejas le tocan á éste en las patas, el
nuevo espectáculo de una brincada.
Cuántos sustos 1cuántos percances! cuántos peligros de muerte,
y de muerte adminícula y pésima! Y con todonun<..'a 6 raras veces
han dejado Unos rodeos desgracia que llorar 6 hueso que reducir.
Una batalla, una cacería, una turbulenta partida de dados)
cuantas cosas producen impresiones vivas de que muchos han par-
ticipado juntos, dejan tras sí copioso asunto de conversacion. Los
rodeos no les iban anti~uamente en zaga á estas cosas. Cada uno
referia sus proezas y sus percances, sin que nadie le prestara atcn-
cion, porque nadie se ocupaba más que en espiar la ocasion de
poder empezar á referir los suyos ..
Ahora tambien se hierran 13J:J crias Je las vacas; y si nuestros
antepasados no hubieran inventado el marcarb.s, lo habrian esta-
blecido nuestros contemporáneos para hacer los llroJuctos de la
industria pecuaria más semejantes á los fardos de mercaderías.
Pero un viaje á la europea, en coche, sin más avío que unos bille-
tes de banco y sin otros arreus que un sombrero de copa, no es
más desemejante de un viaje á la santafereña con almofrej y petacas,
que los rodeos de estos tiempos de los de los tiempos pasados.
El hacendado moderno recuerda cualquier dia del año que ha
dejado pasar muchas semanas sin herrar las crias de las vacas y,
acto continuo, ordena al mayordomo que reuna tres 6 cuatro mucha-
chos y que ponga el hierro á los terneros que la hayan menester.
Esto es fria y desabrido para los que sabemos qué cosa son unos
rod'Jos, cOmO la seria para Aquíles ó para Ricardo Corazon de
Lean ver que se ponia término á una campaña mediante una
llcgJciacion diplomática.
v.
Yo pasé mi niñez y no esc.:'1saparte de mi juventud en una de
las más hermosas haciendas de la Sabana de Bogotá. Comprende
esta hacienda una parte alta, denominada por la gente de la co-
marca El Pá"arno, y una parte baja y llana que queda al Occi-
dente de la otra y que en toda 811 extension está bañada por el rio
Funza, que la divide en dos grandes fajas casi iguales. Picos ele-
vados, agrios pt,ñascales, rocas inaccesibles, cañadas profundas,
faldas suaves y cimas auchas y casi llanas cubiertas de hierba
fresca y llwnuda como la de Jas dehesas, diversifican infinitamente
el aspecto de la parte aJt.a. En algunas explanadas sombrías ro-
deadas por todas partes de rocas ó de cerros cl1nde el fraileJon 1'e-
medando grandes manadas de ovejas. Rumorosos y cristalinos
arroyos, descendiendo de lo más alto de las sierras, se esconden
i.í veces en lo profun(lo de las hondonadas con sordo y lllelancólicQ
murmullo y salen luégo en alguna explanada que encnentran al
paso, como á esparcirse y á disfrutar de la luz del sol. Siguiendo el
curso del más caudaloso de ellos se descubren como en miniatura
y 1'euoida¡; en un solo punto dos de nllE'Rtras más famosas maravi-
llas naturales . .Aquelia desconocida corriente, que lleva el humilde
nombre de Quebrada-honda, como si hubiese conocido el Salto de
Tequeudama y quisiese remedar al rio que lo forma, se precipita
de ulla altura, y en su deseenso, desatándose en millones de menu-
das gotas forma areo-íris, lleva sn melena de espnmas y llena con su
estruendo la hondonada. Las aguas, arremolinadas por un instante
en la concavidad que las recibe, reeobrándose al parecer del asom-
bro y desc()l1cierto que la súbita catástrofe produce en ellas, siguen
su curso, y pocos pasos más adelante pasan por debajo de un puen-
te cuya constl'uccion seria atribuida á los hombres si la escarpado
de los peñascos que pOUl' en cOlllunicaeion permitiese suponer que
en algun tiem po se habia transitado por el paraje cn qUl~ se en-
cuentra. Por la parte supcrior es plano, por la infcrior pre-
senta una forma que se asemeja más á la de un arco que á otra
alguna.
Por encima de todas las otras cumbrcs y dominando al mismo
tiempo toda la Sabana de l3ogotá y el valle de Sopó, yergue la ca-
beza un cerro, al que p.or su figura cúnica se le da el nombre de
El Pan de Azúcar. Desde este pico he visto yo en algunas frjas y
11ermosaS mañanas de verano un espectáculo, nada raro cn verdad,
pero capaz de arrebatar el alma. He visto que las nubes, abando-
nando sn alta region, han bajado á posarse sobre las clos planicies,
formando cn ellas dos mares blancos y fulgurantes, encenado el
más pequeño entre majestuosas l11ontaI1as, inmenso el otro, ilimi-
tado como el Océano, con SlISingentes ·olas y sus hondos a bisll1os.
Este mar, inmoble y silencioso, lloua el ánimo de aqnellaemociou
- J.cnJ -

que en él suele dispertar todo la que es misterioso é ilimitado. La


fantasía se recrea en adi vinar la vida, el movimiento y la variedad
que se esconden debajo de aquella uniforme y espesa capa de
nieblas.
Otras veces, al ir declinando el dia, he visto desde allí otro
cuadro, en cuyo primer término l'ieostenta la Sabana con SllS dos
ciudades, sus pucblos y sns caseríos; con sus sembrados, que cn
algunas partes remedan un tablero; con sus ricas dehesas, sus la-
gunas, sus marjalcs y su tortuoso rio; y en cuyo segundo término,
las nubes del poniente, confundiéndose con las lejanas sierras,
hacen indefinido el fondo del paisaje, añadiendo á las poblaciones,
á los bosques y á los lagos verdaderos, otros lagos más grandes,
bosques altísimos y espesos y ciudades vastas y misteriosas.
Las faldas oeuideutales de lu serranía, que son las que en sua-
ve declive vienen á confundirse con la llanura, están empradizadas,
mas la verde alfombra que las cubre parece despedazada en ciertos
parajes, y bordada en otros con caprichosas labores. Tales aparien-
cias le dan las vetas de pasqnijo, las sementeras y los tallares que
dan á. sn aspecto risumïa y pintoresca variedad.
De cierto punto de la sierra arranca, como estribo, una hermosa
colina que se extiende hasta corta distancia del rie. Y esta colina
y la cordillera forman en el sitio en q ne se tocan \ln ... un ángulo
iba á decir, pero no, no quiero profanar con este nombre matemá-
tico y fria aquel que fué en otro tiempo asilo de mi felicidad.
l-'orm¡¡n un rincon, en que alguna vez escondí dulces afectos, ale-
grías iuefables y plácidas esperanzas. En aquel sitio repuesto y
apacible está una casa pajiza y risueña; debajo de los árboles que le
dan sombra ensayaron mis hijos sus primeros pasos. Esa es la que yo
llamo y llamaré siempre mi casa, cualesquiera que sean l?s luga-
res á. donde me lleve la inconstancia se la fortuna. En ella querría
descansar en mi vejez si Dios me concede larga vida, y en ella
querria que viviesen y muriesen mis hijos.
VI.
Todos los recuerdos de mis buenos años están vinculados en
estos sitios que he probado á describir. j Cuántos y cuán suaves
son los que se despiertan en mi espíritu al contemplar las líneas
invariables y el inmutabie aspecto del paisaje que desde los lu-
..gares más frecuentados solia contemplar largamente 1 í cuántos al
escnchar los apacibles rumores del campo, desde el trinar de las
madrugadoras aves hasta el cronr de las ranas, que tanto contribu-
ye á llenar de sabrosa melancolía el declinar de la tarde! icuántas
y cuán vivas memorias vienen como á hacerme vivir de nuevo en
la edad de las esperanzas y de los amables engaños, cuándo aspiro
las exhalaciones de los prados humedecidos y de las majadas que
,se empapan eu el rocío de la noche!
Por desgracia, 6 más bien por desacierto, he embotado en mi
ánimo la facultad de gozar con los recílerdos, usando de ellos con
intemperancia, Y haciendo que la satisfaccion se anticipe á la ne-
cesidad. Empecé á saborear los mios demasiado temprano, Y cuan-
do las penalidades y las inquietudes de la edad madura me han
hecho apetecer emociones íntimas y profundas que distraigan mi
espíritu y diviertan mis cuidados, me h':lsentido saciado de dulces
memoriâs.
Si yo volviera á ser niño jcon cnánta templanza gustaria de los
recuerdos!

XIV-MIS CONFIDENCIAS.

No há muchos añosvivia yo en cariñosa intimidad con Anto-


nio S., mozo galan por extremo, de aventajadas disposiciones, adi-
nerado, laborioso, y que, en suma, era la mejor ~ateria prima para
sacar un marido sin tacha.
Algun tiempo ántes de trabar amistad con él, habia empAzado
yo á cortejar á una preciosa y amable criatura, que, aunque se
llamaba Presentacion, era uno de los más ventajosos partidos
que podian presentarse á un soItero cansado de serIo. No era por
cierto un amor verdadero la que la tal doncella me habia inspirado:
yo tenia ent6nces los cascos á la jineta; mi vanidad no se avenia
con que YOD)equedaraC41ladQcuando mis camaradas referian sus
conquistas y proezas amorosas, y, así por esta razon como por
haberme seducido momentáneamente los atractivos de aquella
j6ven, la escogí para objeto de mis obsequios y atenciones, á que
ella correspondia con finezas, hijas, no del amor, sino de la circuns-
tancia de ser yo el único galan que la obsequiaba. Mas, á pesar
de lo frívolo de nuestras relaciones, las galanterías y los mutuos
agasajos iban r venian sin intermision; y como no es posible que
cuando una dama y un galan tratan amores pase mucho tiempo
sin que se pronuncie la paIabra matrimonio, este bellaco polisílabo
hubo de escaparse de nuestros labios, yo dejé empeñada mi palabra
cuando ménos 11) pensaba, y el público parlero comenzó á cuchi':
chear sobre mi próximo enlace con Presentacion ...
Eu este punto se hallaban las cosas, cuando conocí otra jóven,
no dotada de prendas más brillantes que las que adornaban á Pre-
sentaciou, pero que tenia para mí aquel no sé qué que nos señala
la persona á quien de veras hemos de amar. Conoeíla no en bulli-
ciosas reuniones, ni en medio de frívolos pasatiempos, sino á la
cabecera de un moribundo querido de entrambos. Allí desplegó
á mi vista gracias y atractivos que la hicieron dueña absoluta de
mi albedrío. Luégo seguí encontrándome con ella y siempre me
pareció no ménos graciosa y elegante, que sensible y tierna me
habia parecido al princi pia. Yo en su presencia me sentia pusilá-
nime y jaroas pensé siquiera en dirigirle siquiera una palabra de
vana galantería. Su recuerdo me perseguia y me hacia mirar á
lo porvenir y concebir serios proyectos. En una palabra, un amor
verdadero habia ganado por asalto mi corazon, y el objeto de esta
pasion se llamaba Isabel.
Ella tambien me amó. Ay! qué tliste es saber que un mujer
nos ha amado cuando no han sido sus labios los que nos han des-
cubierto este secreto!
El trato con Presentacion empezó á hacérseme punto ménos
que insoportable. Sin embargo, como el público la miraba ya
como mi novia, yo, que habia sido casquivano, pero que no era
perverso, no olvidé que me habia constituido custodio de su buen
nombre; seguí frecuentando su casa y dándole muestras de cariño,
y siempre me manifesté dispuesto á cumplir la palabra que tenia
empeñada.
Para colmo de desdichas, mi fortuna estaba en ruina; y para
que la tentacion que me atormentaba fuese más vehemente, Isabel
era hija única de un anciano muy opulento que me habria confiado
con suma satisfaccion (así la presumia yo á la ménos) la suerte y
el patrimonio de su heredera ..
Presentacion era pobre y no contaba con otro apt)yo para resis-
tir á las seducciones del mundo que el de RU madre y el de un
hermano mayor, llamado Vicente. El de la primera podia faltar
en breve; el del segundo no podia ser de provecho, como la pene-
trará el lector cuando yo se la haga conocer un poquito. La fami-
lia se componia ademas de cinco muchachos, el mayor de trece y el
menor de cinco años.
Mi situacion era tal que yo no podia dejar de hacer desgraciada á
una de aquellas dos mujeres! ni podia fijar mi eleccion en una de
las dos sin que padeciese menoscabo, ora mi reputacion, si quebran-
taba la palabra empeñada, ora mi propia felicidad, si la cum-
plia.
En tan duro trance, imaginé una traza que, segun yo me la prome-
tia, conciliaba todos los opuestos intereses y remediaba todos los ma-
les que mi imprudente conducta hacia temer. Le inspiré diestramen-
te á mi amigo Antonio el deseo de tratar á Presentacion, y logré que
él mismo se interesara á fin de que la presentase en la caSll, y así la
hice, no sin haber ántes procurado prevenir el ánimo de mi novia y
el de dOlia Mariana, mi futura y poco apetecida suegra, en favor de
mi amigo.
Hecho que hubo la primera visita, ¿ qué dices? le pregunté.
¿ Te gusta la chica?
. "Qué afortunado eres! me contestó. No conozco criatura máti en-
cantadora. Qué dientes aquellos! qué dulzura de voz! qué eduCll·
don tallcsmerada !"
Yo me sonreí con júbilo inefable. Antonio vi6 en mi sondsa
una muestra de lo lisonjeros que eran para mi amor propio aque-
llos elogios tributados iÍ mi pr.ometida; empero mi sonrisa era la
s~nrisa de triunfo propia de qqien descubre que sus asuntos van
VIento en popa.
-y la madre? le pregunté temblando. La causa de mi temblor
yo me la sabia ..
-Ah, la madre! Es la que se llama una señora de su casa.
Cómo está de embebecida en la crianza de sus hijos. Yo no puedo
compararla sino ()onCornelia, la madre de los Gracos.
-y Vicente?
-aL, Vicente es un genio. Qué amor, qué consagracion ¡Í
su arte!
Yo volví á sonreirme. Esta vez mi sonrisa queria decir: "Como
más adelante no varíes de dict~men ! "
La segundu visita fué más larga. Despues de ella repetí mis
preguntas.
-Qué tal?
-Hechicera! divina! qué trenzas aquellas! qué cútis de ter-
ciopelo! qué garganta! Hombre! y me cantó un:;1aria. Cantaudo
se convierte en un ángel.
-y la madre?
-Pues, selior, la señora me ha cobrado un cariño extraordioa-
rio: cuando ella me soltaba, la que era raro, Vicente me embargaba,
y así en toda la noche casi no pude conversar con Presentacion.
-Si son tan francos! Sin duda se proponen inspirarte con-
fianza.
. ." Peùro, me dijo mi amigo, despues que hubo hecho la tercera
Vlslta, sabes que soy tu rival? Tu novia me tiene sorbido el seso.
Qué ojos! qué manos! y sobre todo, qué candor r"
Al paso que íbamos, Antonio debia concluir en breve un rigu-
roso inventario de todas las dotes y perfecciones de Presentacion.
Cuaudo me habló de rivalidad, yo me sonreí, queriéndole
decir: si fuera cierto!
-y la madre? y Vicente?
-Hombre, cabalmente pensaba decirte que cuando yo vuelva
á la casa me has de acompañar. No habiendo quien ayude á escu-
char á Vicente y á doña Mariana, no hay forma de hablar una
palabra con Presentaciûl1.
-Es decir, bl'ibonazo, que no sólo quieres des.bancarme sino
que pretendes qne yo te ayude?
Agua se me hacia la boca al proferir estas razones.
-Ka te he dicho qne soy tu rival? repuso Antonio. Siempre
tendremos que batirnos.
..- .L~i) -

Condescendí de muy buen grado, y ini amigo hizo Sll.cuarta.


visita en mi compafiía; pero este recurso no fué poderoso á librarle
de la persecucion de aquella presunta suegra que yo me proponia
endosar le, y de aquel cnñado de qne yo esperaba poderle hacer do-
nacion intel' vivos, esto es, entre solteros.
'Cuando tocamos á la pnerta Vicente salió á abrimos.
-Deseando estaba, nos dijo, que vinieran nstedes esta Doche
para que oyeran las otras d¡.¡s partes de mi cuadrilla. A A.ntonio
le gustaron mucho lás primeras ¿ no es cierto? Hoy mismo he
acabado de componerla." .
Detúvonos en el zaguan un buen cuarto de hora discurriendo
sobre la cuadrilla, y hlégo, miéntras nos conducia á la sala, DOS
iba. hablando de Ulla. cancion.
-Apenas se está vocalizando, nos deeÎu á tiempo que penetrá-
bamos en la sala en que las señoras nos aguardaban; cua.ndo se
haya acabado de ensayar, les aviso á ustedes .... Y, en verdad,
Pedro, me dijo á mí, tú qne eres poeta podias hacer otros versos,
porque Dolorcitas dice que no le gusta la letra.
- La letra! exclamó doña Mariana al vernos entrar y atra-
pando el pié q ne su hijo le daba, si ustedes vieran la letra de Car-
litos lCasualmcnte aquí estábamos viendo las planas que trajo
ayer de la escnela. Mire, Antonio, vea qué forma la que va to-
mando. Si todos se admiran! Estas letras parecen dibujadas .
No, no las deje, si todavía le falta ver las demas mire estos
uúmeros ",' Usted sí sabe cllál es CarHtos. no? •.... el más rubio.
Mire, y es una candela Vea estas atrás planas de letra chi-
quita Si ya puede ser escribano; no le parece? Y es un
fosforo. Repare estas mayúsculas: PadilLa no las hace mejor .....•
y DO tiene más que diez aüos. Mire, aquí están todas las planas
del año pasado: vaya viendo yes tan bribon 1.. Y qué le
parece la ortografía?
-Todo, todo está muy bonito, mi señora.
Entre tanto, Vicente me tenia acosado en ún rincon y me decia:
-Qué te pareció lapolka? Esa la improvisé la noche del
baile y se la dediqué á Ana María; se llama "La Opinion" .....•
¿ A ti qué te gusta más, una polka 6 un strauss? ....•. Ah! tú no
has aida todavía la otra cancian con el acompafiamiento que le
puse voy á cantártela. Las Pérez dicen qne les gusta mu-
cha Pero no, aguardemos á ver si viene Gregario con la
bandola para que él acompañe Lo que tiene es que él sube
muchísimo Antonio, Antonio, ¿no le parece que Gregario
me hizo subir demasiado el domingo?
-Qué! si yo ni aun sabia que usted hubiera salido á pasear
con él. .
-No, si es que para acompailarme la cancjon, temp16la ban .•
dola por un tono que .
13
-ACabáramos~ Yó'pe~saba que lo habia llevado á usted á
Monserrate.
-Pedr<:?"n0te vayas á sentar. Mira est~ valses que me h.an
regalado. Stm de unaejecucion terrible; pero, hombre! de lo
más lindo.
-Pere,Vicente, si para mí uu papel de m(¡sica es ¡mro
griego y ... ~..
-Hombre! si eso no tiene nada <¡uesaber. Mira, esta es la
clave de sol ....
-De tanto asolearse en la huerta, inteáumpió doña Mariana,
es de lo que leba dado á Nicolasita ese dolor de cabeza. Aquí le
estaba diciendo á Antonio que l:t pobrecita está reml:\tada. Cuando
ella, qne es nn ringlete, se acostó desde esta tarde .... ! Si la bre-,
ga que tengo con estos muchachos .... ! Hágase cargo (siguió di-
ciéndole á Antonio) que á Rufino le ha. dado por poner cria de
gallinas cochinchinas y Carlitos, que tiene una imaginacion tan
v,iva, dice que se va á Fontibon á cazar patos, como su tio Fernan-
do, y se mete al corral á tirarIes piedras á los pollitos. El otro dia
le quebró las patas á una gallina que estaba empezando á poner, y
armaron una gresca~" .. ! .... 1\.h, Y otra cosa: que como Nico~asita
tiene sus matas, y las gallinas les escarban la tierra, por eso tam-
bien arman pendencias ! Vicente, alcánceme esa vela, hijo,
para encender mi tabaco .. , . Pedro, Pedro, ¿ no sabe que Rufino
tiene ya una gallina echada con doce huevos? Pero yo sí les
digo que, 6 todosá criar animales"ó todos á sembrar matas; por-
que con lasclueclas, no es capaz .... La negra de :M:al1uelita a-
rrancó estatarooaqueUaumata tan preciosa de pensamientos ....
-El último pensamiento de ·Weber, saltó Vicente, es una pie-
za que no envejece nunca. Para mí no hay nada igual, á la ménos
entre las composiciones de ese género .
...!-Ay! el género que se gasta en vestir á los muchachos! excla-
mó Doña Mariana, suspirando. Como son tantos y crecen como
espuma, no har forma de tenerlos decenticos, por más que uno
haga.
-Lo único que me gusta tanto como el último pensamiento de
"\Veber,prosiguió Vicente, es aquel pasaje de" El Trovador " ...
-El Trovador es como le ha puesto Joaquin á su perrito rato-
nero; y dice que quiere tener una perrita para ponerle la Norma.
--" Casta Diva che inargenti" ....comcnzó á canturrear el filar-
mónico.
La madre se aprovechó deIa coyuntura que le proporcion6
esta aria para continuar su recitado.
-"Cómo están sn mamá y las niñas,'? me pregunt6.
-Las muchachas buenas, repuse; pero mi mamá se ha dado
un fuerte golpe, y está ....
-Ah 1 de porrazos no me diga. Mis muchachos, como Eon tan
- J.t1c.J -

inquietos, se están aporreando todo el dia: ahí está Rufino con


un chichon como un cuerno; y Manuelita, que desde que se cayó
del cerezo, no deja de cojear.
-Pues, como le decia á usted, mi mamá se <1i6un golpe y esta
la pobre ....
--Ah! pero ella siquiera no tiene que lidiar muchachos ....
U n fragoroso registro en el piano ahogó la voz de Doña Maria-
na. Por desgracia la músiça instrumental se redujo á un registro y
dió lugar á que la vocal continuara en estos términos.
-Antonio, no le púrece que Romero se desafina horriblemente?
Ahora se ha empeñado en que ensayemos un dULpara violin y
piano y tal vez se toca en un eonciertico que vamos á dar el miér.•
coles. Mire, no dt;je de venir esa noche, con eso conocemi Paulina.
-Su Paulina! ¿ Es decir quc Usted está enamorado?
-No, si mi Paulina es una redova que compuse....Peclro ¿no
es cierto qne mi Paulina es la mejor que he compuesto?
-Cómo dices?
-Antonio, voy á mostrade el panuelito que :M:anuelitaha bor-
dado para colgar á Presentacion ....así es....no, no....1odej6 en la
escuela. En Europa no la hacen mejor. Tiene un dibujito por todo
el rededor con unas punticas que Manuelita le puso de su cabeza,
y unos pinos en las esquinas, y en el centro una cifra. Mire, no tic.,.
ne dos calados iguales ....qué lástima que no esté aquí! Es la segun-
da obra que hace, y ei30que casi no ha podido ir á la escnela, por-
que los corrimielltos la han eogido por RU cuenta. Así le digo al Dr.
Suárez, que si no la cura, la novia se le va á volver fea....Ah!
Pedro, Pedro, conque no sabe que lVIanuelita dice que ya no se
casa con usted, y que a.hora al que quiere es al Doctor Suárez?
--Antonio, venga acá, mire: esta es la fantasía de que le ha-
bIaba: se llama" Las lágrimas" y se la voy á dedicar á Felipe,
que me dedic6 "La Desesperacion."
Durante estas sahrosísimai3pláticas, Presentacion bostezaba y
Iangnidecia en el extremo de un sofá. La familia menuda estaba
durmiendo en una alcoba contigua á la sala y, como hubiese sobre-
venido un insulto de tos á uno de los angelitos y la madre hu-
biese acudido E>olícitaen su auxilio, mi amigo y yo aprovechamos
aquella favorable coyuntura para retirarnos. Yo no hubiera podi-
do despedirme de Presentacion si no se hubiese puesto Antonio á
escucharle al filarmónico cuñado no sé qué disertacion sobre la
obertura de "Los Puritanos," ni él hubiera podido hacerlo, si yo
no le hubiera aida pacientemente otra sobre si Mercedes podia su-
bir más que Dolores.
Luégo que nos hallamos en la calle, "Qué desgracia, me dijo
.Antonio, qué desgracia la que acaba de evitarse! Los atractivos
incomparables de tu prometida me estaban interesando mucho
más de la que nuestra buena amistad permitía. Yo estaba ya casi
- ..•.vv.

enamorado de Presentacion: con otro coloquio más, me hubiera


visto en la alternativa de ser traidor 6 mártir de la amistad. Pero
ya está remediado todo. Yo me retiro do esta casa....¿ de esta casa ?
es poco: voy lÍ averiguar si hay un pais en qÙe las mujeres no
tengan hijos y en que los hombres no se aficionen Ii la música; y
si la hay, allá me voy á pa"ar el resto do mis dias."
-y la comparaèion con Cornelia? y el genio dé Vicente?
-Pecador de mí! Cómo me dejé engañar por las apariencias!
Con dos moscas zumbadoras, con dos remordimientos, con dos can-
g~osera con la que debia haber comparado aquel par de mascones.
¿ Se figurará la vieja que las gallinas, y las planas, y los huevos,
y los pañuelitos de sus mocosos han de ser para todo el mundo
tan iuteresantes como para ella? Y el otro mentecato? ¿ Pues no
es capaz de inspirarle aversión á la música al mismo Apolo? .
Pero yo me exalto demasiado. Perdona que te hable en estos tér-
minos do tu futura madre política y del que pronto sera tu
hermano.
Mi respuesta fué un suspiro. Este suspiro queria decir: "¡ Y
yo que habia esperado hacerte c::ll'gar con el hermano, la madre y
Ill. __
-- 6J'.- !
hiifl - •! -!"

Cosa comun es quo grandes acaecimientos y espantosos infor-


tunios tengan orígen en los hechos más insignificantes.
En la conversacion, debemos olvidarnos de nosotros mismos y
de nuestras cosas. Los circunstantes qnedarán tauto más contentos
de nosotros cuanto más çontentos queden de sí mismos.
Una vieja y un zarramplin, con sólo ignorar este principio elo-·
mental de la buena crianza, echaron por tierra el hel'moso plan que
yo habia concebido para salvarme de la más triste sllerte y para
labrar la felicidad de dos amable,; y preciosas criaturas.
Yo me sacriùqué al honor enlazándome con Presentacion.
Pobre mujer! Ni ella ni yo tardámas en descubrir que nuestras
mutuas atenciones y caricias eran hijas de sentimientos ménos pro-
fundos que el amor. Vivímos en paz, pero en una paz poco
envidiable durante ocho años. Ocho años de matrimonio sin amor
consumen á una mujer sensible: la mia la era y me dej6 viudo.
Despues de su muerte, tuve noticia de que, en los dias de nues-
tro matrimonio, habia insinuado á Antonio por medio de un in-
genioso y delicado artificio que era forzoso se alejase de ella para
siempre, si no queria púner á prueba. su virtud. q,ué revelacion !
Antonio, digno por su generosidad del amor de aquella noble
mujer, abandonó su patria y fué á morir en una playa extranjera.
Isabel se condenó al celibato y al aislamiento. Ni su rico pa-
trimonio ni sus muy recomendables prenllas fueron parte á preser-
varia de aquella decadencia prematura que suele agostar eu flor la
juventud de las mujeres desgraciadas.
~v.
XV.-LA CARRERA DE MI SOBIUNO.

Mi sobrinito Isidro habia coronado ya su carrera literaria; es


decir, habia estudiada primer año de inglés, segundo año de mate-
máticas, tercer año de geografía y el curso completo de teneduría
de libroi: ; siendo de advertir que aquel año primero fué sin segun-
do y que el segundo fué sin primero, así como el tercero fué sin
primero ni segundo. Llegó el tiempo,de darIe ocupacion, y él mis-
mo sintió la neeesidn.d de dedicarse á algun trabajo provechoso.
Pero aquí fué el devanarse los sesos, el hallarles dificultades é in-
convenientes á todas las profesiones y carreras, y el palpar la
inutilidad de casi todos los estudios que habia hecho. De inglés
habia aprendido harto poco, y ademas, aunque la hubiera poseido
mejor que Byron,importaba ruuy poco, pues nadie vive de hablar
inglés, ni tenia cosa alguna que decir en ese idioma. Las matemá-
ticas y la geografía, tampoco pasaban de ser un adorno. La tene-
duría de libros ya era otra cosa, segun parecia; pues los conoci-
mientos que habia adquirido en este ramo, le hacianapto para
desempeñar las funciones de dependiente de algun' mercader; y
con efecto, al cabo de muchas di8cusiones y consultas, se resolvió
que tal habia de ser su destino. No fué corto, en verdad, elnúme-
ro de comerciantes con quienes hube de hablar á fin de alcanzarle
á mi sobrino la apetecida colocacion; pues los de segunda catego-
ría, es decir, los q tIC no gastan caja de hierro ni cuchara, me
hacían ver que ellos se servian á sí mismos de dependientes y que
hasta el presente se hallaban satisfechos de sus servicios; y los
que gastan caja de híerro y libros con cantoneras de cobre, esta-
ban provistos de los dependientes que habian menester. Al cabo,
y 'Por una gran casualidad, vacó una plaza en la casa de uno <le
estos comerciantes, é Isidro fué llamado á ocuparla, con un sneldo
de doce pesos mensuales y con las esperanzas ~luC su patron le hizo
concebir de llegar con el tiempo á obtener Ulla colocacion infinita-
mente más ventajosa. En alto grado satisfechos quedámos mi
sobrino y yo, y éstc se entregó con fervor á sus nuevas ocupacio-
nes. Pero era el caso que la teneduría 110 1:1 tenia él sino un teuc-
dar de libros extranjero que el mercader tenia contratado, y mi
sobrino 110 tenia otra teneduría que la del plumero con que se
sacudia el polvo á las mercancías, y si por acaso llegaba á tener
otra ocupacíon, era la de hacer despachal' en la botica alguna re-
ceta para la patrona, la de llevar una carta al correo, ú otra de
aquellas para hs cuales no es de provecho alguno el haber estu-
diado á Degrange y á Rafael Pérez, y el haber hojeado el " Diccio-
nario de comercio." Así, los progresos que hacia eran pocos, y lo
peor era que, n0 siendo razonable q lie andu viera desharrapado,
saca ha con frecuencia del almacen efectos y sumas de dinero que
se cargaban:í su cuenta, al mismo tiempo que yo cargaba solo
con el peso:desll manutencion. A la postre, nos l)€·rsuadímos él y
yo de que la eleccion de carrera no habia podido ser peor, y él
hizo dímision del plumero, despnes de pagar la diferencia, que,
"salvo error ú omision" resultaba contra él en aquelloe libros que
algun dia había esperado tener'; y no hay para qué agregar que la
suma rou que se hizo ese pago no salió de otra parte que de mi
bolsillo.
Vtui,érol1seme eutánces á la memoria ciertas amistosas demos-
traciones que me habia hecho un conspicuo personaje, que á la sazon
ocupaba un puesto muy elevado. Ocurrí á él, y, mediante sus bue .•
llosoficios, conseguí para mi ex-dependiente una plaza de merito-
rio en cierta oficina, en la qne trabajó por largos meses y con infa .•
tigable teson, alentado por ]a esperanza de ver alguna vez sn nom-
bre fignrando en aquellas nóminas que cada mes regocijaban la
oficina. Entre tanto aprendió á escribir, pues del colegio había salido
ménos qne mediano pendo]ista,y á aplicar á la práctica las opera-
ciouesaritméticas. Ya sujefe decia que tenia bonita letra y que
nô le faltaba despejo y expedicion para los negocios, con lo que, y
con haberse tenido noticia de nna promocion general qne en la ofi-
cina debia verificarse, se creyó era lleg:ado el dia en que, drjando
de ser meritorio, iba á ver recompensados sus méritos; pero no le
avino segun sus esperanzas, porque Ii pesar de los empeños que se
le ecka¡'on al furrcionario que debia hacor el nombramiento, sus
méritos fueron desatendidos y la plaza que esperaba ocupar sirvió
de g¡dardon para los de un mozo que) por haber esnrito y publica-
do unos versos titulados "Eu el álbum de la sefiorita Fulanade ta]/'
había cobrado fama de muchacho de esperanzas.
Mohino quedó con este chasco el pobre de mi sobrino, y deter-
minó hacer dimision de la parte, --como la habia hecho de] todo;
quiero decir, que soltó la pluma de empleado como lo habia hecho
con el plumero de dependiente.
Recorrió en scgpida los colegios solicitando la férula de pasante,
y llO tuvo más ventura qne en sns otras pretensiones, porque casi
todos los mancebos contemporáneos suyos ]e habian ganado de ma-
llO, y así era que en cada establecimiento el número de pasantes
pasaba de lo mandado.
Los partidos entre los cnales se podia escoger se iban, pues, ago-
tando, porque para aprende¡' un oficio mannal ó alguna de Jas be-
llas artes, era ya demasiado tarde; de suerte que no le qnedó á mi
sobrino más que un camino que tomar, y fué el del campo; cosa
áque sentia él desde pequeñito cierta natural é irresistible inali-
nacion, la que principalmente se habia desenvuelto con ocasion de
un viaje que, algunos ailos ántes, habia hecho á la Piedra-aJ~cha
en un llrecioso caballito morcilla careta, de índole fogosa y delita-
dos movimientos. Parecíale tambien qne el nombre que (al pare-
cer por acaso) habia recibido en el bautismo, era un indicio de la
\1Ocacion que alguna vez habia de sentir y de .1
de emprender para llegar á ser hombre de provecho.
carrera que había

Por lo dcmas, el llevar á cabo el proyecto no era de la más sen-


cillD, y Dios saLe cuántos sudores me costó proporcionarle àlgu-
nos fondos para que pudiera entregarse á los trabajos agrícolas.
Muchas fueron las posesiones que diferentes propietarios me
ofrecieron en arrendamiento para mi sobrino, y no pocos IDs via-
jes que éste tuvo que hacer para elegir entre todas la que más le
conviniese. Hizo estas excursiones en una mula que al efecto nos
prestó un amigo y con un tren de cabalgar, asaz inconexo y poco
pintoresco. Iba con su sombrero viejo de castor, con la ruana
l)astusa y los estribos de aro que habian pertenecido á su padre,
con el freno de jaquimon de mi mujer y con otros adminículos
igualmente indignos de un presunto campesino.
Desecháronse varias de jas posesiones visitadas, por diferentes
nulidades que Isidro les hallaba, y sefialadamente por la de estar
àemasiado distantes de Bogotá, centro de gravedad que hace sen-
tir su fuerza centrípeta á todo el que una vez se ha sometido á
su atraccion.
Eligióse por fin una posesion que su dueño llamaba hacienda y
que los imparciales lJamaoan estancia, sitnada á cosa de cinco le-
guas de la capital, cercada de zanjas 6 más bien de vestigios de
ellas, adornada con una risueña casita de paja, y cubierta con pro-
fusion do ciertas plantas que mi novel campesino calificó de ricos
y abundantes pastos.
Cuidaban la casa en auoeneia del propietario, flor Jnan Tgnacio
y fia .Marcela, patriarcal y adorable pareja de campesinos bonacho-
nes y serviciales, que, sabiendo de antemano el fin con que Isidro
iba á visitar la estancia, y no ignorando qne podia muy bien venir
il sel' sn patron, se esmeraron on asistido. y tratade coma cuerpo
de rey y en hacerle demostraciol1es de afecto y i:iumision. Ganáron-
se los dos viejos la voluntad de mi sobrino j y esto y la exq llisito
del agua que por el patio de la casa yen grande abundancia corria,
acabó de decidirle á tomar on arrenrlanliento la OALIFORNIA, que
tal era el nombre qne el dueño se habia empeñado en ponerle. si
bien los campesinos de la comarca no la habian conocido jamas ni
la conocian aún por otro nombre que el de la Gln¡,squera.
Enamorado mi buen Isidro de la qne á él se le antojó pinto-
resca y productiva posesion, ya Je parecia que se le iba (]e las ma-
llOS; hízome de ella una pintura que me sedujo, y yo no opuse
àificultad ninguna para que se perfeccionara el contrato, eu el que
tuve la honra de poner mi firma como fiador y principal paga,lor,
llar haberlo querido así el, propietario, no sin afirmar que aquella
era una formalidad inútil, pcro que siempre era bueno.
Di6se el nuevo arrendatario de la Califurnia á trasformar sn
persona cn la de un verdadero campesino, y la primero que hizo
fuéabandonar el ,traje y }o~arr~os con que había hecho las ex';"
J}edíciones preliminares. Dejóse crecer la barba (que á pesar de su
poca edad abundaba ya en su rostro), y nadie á primera vista le
hubiera podido conocer el dia en que, COD sombreroalon de fuu-
da, chaqueta de dril, ruaua parda, zamarras de cancho, zurriag1l
de guayacan, tapaojos de lomillo) silla orejona bien aderezada y
un amarillo y no nada blando rf'jo de enlazar, montó á caballo en
el zagua·n de casa, pronto á partir para la Oa]ifornia. En aquella
memorable ocasion, oprimia los lomos de un morcilla c:Heto, esco-
gido por su color en conmemoracion de aquel morcillito de márras.
Iba el corcel con herraduras, que aunque en rigor hubiera podido
ahorrarse el costo de ellas, el que las tuviese con venia para la eje-
cudon de un designio que mi sobrino habia concebido. Era el ca-
so que, al hacer de su tierra aquella primera salida, se hallaba ya
provisto, como el héroe de la Mancha, no sólo de caballo y de los
arreos adecuados á su nueva profesion, sino tambien de dama de
sus pensamientos, y se proponia no salir de la ciudad sin pasar
l}ordelantede las ventanas de Guadalupe, no las del templo com-
pañero de la Oruz monumental, sino las de la casa que habitaba la
susodicha dama, que aquel nombre llevaba; y le parecia cosa inde-
cente y de muy escaso efecto ir á lucir á su vjsta la gallardía de
fiU persona y e] brio y la hermosa estampa del morcilla, sin que
éste hiriese estrepitosamente e] suelo con los herrados cascos.
En la mañana de este mismo dia, salió para la Oalifornia un
arriero con el equipaje de Isidro. Llevaba en un buey el a]mofrej .
con la cama y la ropa, y en una burra las petacas con el mE'rcado,
p]atas y cubiertos, una buena provision de cigarros, dos cajas de á
quinientos fósforos, una baraja, el "lvaohoe," dos tomos de "El
Instructor" y "Los Tres ~fol:iqueteros."
Ya establecido de asiento en su casa de campo, puso mano mi
sobrino á las tareas mediante las cuales esperaba consegnir que él
nombre de la hacienda no quedase por embustero; y, habiendo
sabido que uno de sus vecinos tenia de venta algunas vacas dehato,
fué á buscarlo en compañía de ñor Juan Ignacio, asesor nato suyo
cn todas las ocasiones en que se necesitaba más práctica en los ne-
gocios campestres que la que mi sobrino tenia. El vecino presentó
cn efecto un hatajo de vacas paridas cuya corpulencia y cuyos
escogidos colores le fascinaron y sedujeron de todo punto. En V3no
fuéque nor Juan Ignacio le huhiese insinuado con disimulo que,
de aquellas vacas, la que ménos. tcndría catorce años. "Oatorce
años, dijo para su capote, catorce años es muv buena edad: cuan-
do yo la tenia era un muchacho,casi un párvu]o." Y tuvo por cosa
averiguada que con aquella insinuacion, ñor Juan Ignacio no se
habia propuesto otra cosa que estÎmularle á hacer la compra, y se
d,jó hacer el f¡lVor que su vecino]e encomiaba sobremanera de
dade aquellas ncas por la que le habian costado, callando eso sí
la circunstancia de que á su poder habian venido cuando estaban
en todo su auge y en la primavera de la vida.
Grande fué luégo el conflicto en que se vió mi deudo cuando
el vecino (cngolosinado con elllPgocio quc acababa de hacer) le brin-
dó con vacas horras. A vergonzábase de dar á conocer su ignoran-
cia, y para salir dcl paso respondió, DOsin gran miedo Je cometer
Un despropósito, que vacas horras no queria, y que preferiria lle-
var algunas que no estuviesen paridas. Ni fué menor su perpleji-
dad cuando se le habló de novillas, de vacas de vientre y de vacas
machorras, ni más pequeñi\s las atrocidades quc blasfemó á propó-
sito de todas estas cosas, por no atreverse á confesar que no enten-
dia los términos de la facultad.
Mny corrido quedó cuando ñor Juau Ignacio le hizo ver las
sandeces en que habia incurrido; pero, á pesar de todo, nada puede
compararse con la pura alegría que inundó su corazon al verse
dueño de ganado y al alTear por sí mismo con su flamante zurria-
guita aquellas hermosas vacas que no veia la hora de ver ordeña-
das para saber cuánto daba eadal7tna; y es fama qne para reducir
al hatajo una mansísima vaca colorada que se extravió un poquito,
la enlazó, así para dar á la funcion la apariencia de una vaquería
clásica, como para estrenar el rf'jo de enlazar.
Por entóncp.s fuí yo á hacer una visita á mi sobrino, y hallé
qué, á semejanza de 1Iuestro primer padre al principio del mundo,
estaba entretenido en puner nombres á los animales, pero se halla-
ba en abierta pugna con fiar Juan Ign3cio y con los muchachos
de la hacienda, quienes no podian avenirse con los nombres 1}1l8
Isidro inventaba, y ó bien los estropeaban labtimosamente, ó bien los
desechaban del todo y les sustituian otros de pésimo gusto y faltos
de originalidad. Al morcilla ü.lreto de qúe tengo hecha mencion
quiso llamarlo Djerid en memoria de cierto corcel árabe que hace
papel en no sé qué novela; pero fué preciso ceder al torrente de la
opinion y conformarse con aida llamar el Esp~jito. Otro recibió el
nombre de Mazeppa, pero las leyes de la concordancia le hicieron
llamar el Jfazeppo. UIl buey bareino de ojos encendidos que debia
• haber sido DiocIeciano, fué por fin, Dioelesiás/ieo. Para las vacas
tambien suministraron nombres la historia, la novela y el drama;
pero todo fué en vano. Toda vaca negra era conocida por la Coci-
nera, la Carbonl'ra ó la Azabacha; toda barcina, por la Granadi-
Ha ó la Calamaca; toda hosca, por la Guayacana ó la Mosca; toda
vaca blanca, por la Zura, y las otras por el mismo tenor.
Habia mandado hacer fierro para marcar sus ganados, y natu-
ralmente se le habia ocurrido formarlo de las iniciales de su nom-
bre y apellido. Mas sucedió que, como estas letras eran 1. P. (Isi-
dro Pérez), un gracioso del vecindario leyó indulgencia plenaria,
sarcasmo que le hirió en lo vivo y le decidió á preferir la inicial
de su segundo Dombre de pila, que era Basilio; pero como ya le ha-
bian hecho notar que ent6nœs leerian bendieion papal, df'jóá un
lado el abecedario y se dió â trazar al'abescos y figuras no clasificadas
hasta ahora en la geometría, hasta que despues de hacer y deshacer,
delinear y borrar, componer y modificar infinitas, se decidió por unit
que vino á @ersu fierl'O quemador y que se propuso no desechar,
á pesar de todos los dicharachos que su vista pudiera sugerir á los
bufones de la comarca.
, No todos los contratos que le hicieron dueño de los bueyes,
(Jvrjas y clbaIlos con que vistió la hacienda fueron tan onerosos
como el de las vacas. No obstante siempre siguió comprando á pre-
cio bien subido la experiencia de consumado campesino, la que no
llegó á ser completa (la diré de una vez) sino cuanclo abandonó la
profesion¡ es decir, cuando ya no era menester. Entre los bueyes
que compró, se hizo inocentemente á un ¡:ovillo de la COllPjera que
puso á los peones en vergoÙzosa fuga la primera vez qne se trat6
de sujetarlo al yugo. Una vez, queriendo comprar una }lOtranea
adquirió una yegua octogenaria, de'lpues de haberle rt>gistI'ad6
la boca y descubierto que todavía no le apuntaba el colmi-
llo. En otra ocasion di6 dos excelentes caballos que f'staban flacos
y despe,lucado8 en cambio de un execrable caballejo bien almûha-
zado- y lucio. '
Pero todo lo daba por bien empleado con tal que su persona y
sus cosas tuyiesen un aire ¡le carnpesinidad bien pronunciaJo. No
per(lonó diliglt1ncia á fin de que las n,lan08 y los piés so le ennegre-
cieran y se cubrieran de callos; estudió los más exagerados modos
de montar á caballo; mandó hacer espuela6 de inconmensurables
dimensiones; atestó la casa de perros alborotadores y golosos,
ladrones de la despensa y asesinos de los potreros, no ménos que
de gallinas y pavos indisciplinados que hicieron sUY:ltoda la casa;
y aprendió á abrochar' un pa/on y á dar una sentadn con toda la
gentileza de un cumplido sabanero. Y dado como estaba en
cuerpo y"alma á estos ~jercicios campestres, lloraba los años que
había perdido estudiando las matemática,> y la geografía, que de
tan poco provecho le eran en la actualidad.
Preciso será yolver atras para dar noticia de los primeros en ..
sayos que, como agricultor, hizo mi sobrino. Pidió y oyó cons('jos
de todos los vecinos así so ore el tiempo en que babia de sembrar,
como sobre la eleecian de los terrenos y de las semillas, y halló tanta
confurmidad en ·las opiniones de los agrícolas cuanta suele hallarse
entre las de los médicos, lo que le puso en perplejidades indecibles;
al cabo, siguiendo algunas veces el parecer de 1101' J lIan Ignacio y
dejándose guiar otras P9r sus propios instintos, sembró SUóI semi-
llas á salga la que saliere. A propósito de estas primeras siembras?
cuenta ñor Juan Ignacio que su patron, habiendo oido rp.ferir que
uno de los vecinos habia sacado gran provecho sembrando una
'tIl.itaca, le dió 6rden para que saliese á buscar unas cargas de esa
semilla á fin de seinbrarla al mismo tiempo qne las demas.
Entre tanto, los gastos no cesaban y California no daba oro
como su tocaya, sino esperanzas y más esperanzas, y como quiera
que esta moneda no sirviese para pagar jornales ni bubirse para
qué llevarla al mercado, Isidro se vió precisado más de una vez
á tomar dinero al uno por ciento. Es verdad que las venerables
vacas deban leche, que se fabricaban quesos y que éstos se vendian
casi todas las semanaR; mas, como no todo el monte era orégano,
es decir, como las JozanaR y vicioRaR praderas que mi sobrino ha-
bia tomado por excelentes pastales, fueron apreciadas por las
vacas en su justo valo.1', y como, á proporcion que laR crias de las
vacas crecian, la leche menguaba, el valor de los queso::! apénas
equivalia á los intereSEs que era forzoso pagar, y las pobres vacuS
110 pro(hiCian SlI leche ni los infelices hecerros ayunaban sino en
beneficio de los usureros; de suerte que, si bien las cosechas del
primer año no fueron de las peores, su producto t?tal hubo de in-
vertirse en el pago del arrendamicnto, y los fondos con que Isidro
habia entablado sus negocios estaban representados no más que
por las decrépitas vacas y por las no muy medradas crias á que
aquéllas, viendo cercano su fin, confiaban el cuidado de reembol-
sarle á su dueño el exorbitante precio á que por última vez y CGn
ua poca admiracion Ruya se habian visto vender.
Reveses, pues, 110 faltaron el primer año, y en losdofl siguien-
tes se renovó aquello del dinero tomado al uno; y aun pluguiera
al cielo que hubiera. sido tomado al ttno, pues en reaiidaJ IniLv
que tomarlo iÍ m11chos. U na cosecha de trigo se perdió por el pol-
villa; otra de papas, por el mnque; otra de maiz, por los hielos.
]\¡Inrieron dos vacas, y de muerte natural, que fué la peor, y áu-
tes de q ne las demas tuviesen la misma suerte, fué menester ven-
derlas, no ya como vacas de hato sino como ganado de ceba, la
que quiere decir que habían desmereeido como la l'0l1ta sobre el
tesoro ó como los vales de manumision; dos caballos se pcttonea-
'"on, y los restantes no podian venderse por la mitad de la qne
habian costado. Verdad es qne cierto dia me dió avi.so mi sobrino
de haber vendido á Canrobert en cuatrocientos pesos, aviso qIle
me llenó dc asombro; pero este asombro mengll6 considerable-
menit! cuando snpe de qué se componia aqnel inverosímil é inau-
dito precio. Recibia Isidro en cambio del caballo una obligacion 6
do.cmllE'rito contra el t'usa Benavídes, por valor de cien pesos;
ocho cabras paridas, á 4 pesos cabeza; un reloj de sobre-mesa, por
cincuenta pesos; una caja y u-na rueda de carro, por noventa; nu
tratado Je agricultura en seis volúmenes, por dos on:\as; y cnatro
onzas en dinero sonante, con plazo de ocho meses; siendo de no-
tar que, ni el dinero sonante ni el reloj llegaron á sonar jamas.
Otra plaga más temible que el polvillo, el muque y los hielos
llabia contribuido á devast·ar, ya que no las mieses, sí por la mé .•
DOS,los bolsillos de mi sobrino. Hablo de las visitas que en Cali ..
fornia recibia. Las relaciones que habia contraido en la ciudad
eran numerosas, y DO pasaba semana sin que algun amigo, ó aigu ..
na partida de amigos, fuese á disfrutar en su casa de los placeres del
campo, del baño (que era allí delicioso) y del gusto de paseará ca-
ballo; por lo cnal, aunque mi sobl'inn hubiera querido limitar sus
gastos y no tener su despensa demasiado bien provista, todo régimen .,.
económico era imposible. Forzoso era procurar no solamente que la
comida fuese buena y abundante, sino tambien que no faltasen en
la casa unas botellas de buen branoi yaun algnna caja de vino ge-
Deroso para las {lcasiones solemnes. Pero cuando mi sobrino echó
el resto fué cuando supo que la familia de Guadalupe deseaba salir
al campo á pasar en él una temporada. Él asegura que le echa-
ron una que otra indirecta á nn de que ofreciese la California; pe-
ro yo, aunque DO presumo de muy perspicaz, he rnaliciado siempre
que fué él mismoel autor de aquella invencion, y sabe Dios cuántas
instancias hizo á fin de que el proyecto se llevase á cabo. Ello es
que tanto en la hacienda como aquí en casa todo se puso en movi-
miento. La cocinera de casa partió para California precedida de
las dos terceras partes de su batería de cœina, de cinco docenas
de platos de porcelana y de cajas de fideos, jamones y chorizos,
que no parecia sino que se trataba de abastecer una plaza fuerte
para un largo sitio. Mi sobrino, á fuerza de cambalaches, présta-
mos y arbitrios de todo género, logró elevar la recogida de los
caballos al pié de guerra; los frab:~os se suspendieron, y por cierto
qne era tiempo de desherbar una sementera de papas. El viaje se
hizo en bestias de Isidro; las camas y las criadas fueron condu-
cidas en sus carros, y sus peones llevaron á los niños. Durante la
temporada hubo comidas campestres, baño diario, paseos á caballo,
corridas de toros en la corra]~ja ; se arrastraron las niiias en cueros
(es decir, no desnudas sino sobre pieles de res); los tres novios de
las tres futuras cuñadas de Isidro y todos los amigos y tertulias de
la casa de Guarlalupe fueron todos los sábados.y pasaron allá to-
dos los domingos, y todos, todos, todos y otros más se solazaron, y
se divirtieron, y se lecrearon, y comieron, y bebieron, y durmieron,
y bailaron, y cantaron sin medida, y todo, todo á costa del cuita-
do de mi sobrino, quien la daba todo por bien y rehieu empleado,
llallándose como se hallaba en la dulce cDmpañíu de Guadalupe, COll
la cual en sabrosos y dilata(los coloquios, formaba, sobre el terreno,
castillos en el ail'e, imaginándose hallarse va unidos por el sagrado
vínculo y gozando solos, y en silencio, y escondiélldole al mundo
Bn ventura, de una vida de amores, pasada en aquel risueño y so-
lital'io albergue,
Muy razo-nable era, pues, que mi amarte1aoo sobrinr) diera por
bien empleados los gastos y la baraunda que aquella peregril1a~
- •.•vv

cion ocasion6. Pero yo, yo que no fuÍ el objeto de ninguna hechi-


cera sonrisa, ni de ninguna lánguida mirada; yo que no probé
los jamones ni caté los vinos; yo que no me arrastré en cueros
ni tuve modo de hacer castillos en el aire, yo, en fin, que, como se
verá á su debido tiempo, vine á ser el principal pagador dè las
deudas de mi sobrino, no obstmite lo inútil de aquella formalidad
de que hablaba el dueño de la Califol'l1ia, yo doy desde entónces á
Barrabas las posesiones campestres que distan poco de la ciudad y
que halagan á los amigos y á las novias que gustan de visitar
el campo.
Por todas estas causas, y por ob'aB que paso en silencio, se vi6
precisado mi sobrino á hacer por entónces su última dimision; es
decir, la del rejo de enlazar, no sin proponerse volver á empuiiarlo
cuando para ello se le prescntase ocasiono Tan eficaz y tan miste-
rioso es el atractivo que encierra la vida del campo para quien una
vez la ha probado, mayormente si se ha gozado de ella en esta
bendita Sabana de Bogotá, por más qne uno la ,haya regado en
vano con el sudor de su frente.
Terminaré mi relacion como se termina una novela, dando no-
ticia_allector de la suerte que ha corrido cada unO de los personajes.
Nor Juan Ignacio y ña Marcelo. sirven ahora á un lluevo
arrendatario de la California, y le tratan como habian' tratado á
mi sobrino; esto es, corno si nunca hubiesen tenido otro patron y
como' si le hubiesen visto nacer.
Isidro, qne DO hahin conseguido ser nada, ni comerciante, ni
empleado, ni pasante, ni campesino, ya es algo es casado!
Respecto de Guadalupe, véase el párrafo anterior.
Yo soy el mismo que al principio de esta historia y hago lo
mismo que ántes hacia, con una pequeiia diferencia: ahora me
ocupo en buscar algun arbitrio para pagar las deudas que contrajo
á fin de colocar á mi sobrino en la California.

XVI.-LA. INGRA.TITUD DE LOS BOGOTANOS.

(DPUSCULO DEDICADO A TODOS MIS A~nGOS DE FUERA DE LA CAPITAL)

No há muchos aITos fllÍ con mi familia á pasar una temporada


en cierto pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme. Y tÍ no
querer acordarme de su nombre no me mueve la misma causa que
movia á Cervántes á no quererse aèordar del de Argamasilla; que
cuanto este incomparable escritor aborrecia aquel villorrio que sin
querer hizo célebre, otro tanto quiero. )'0 al pueblecito de mi
C\lento. Si èalla sunomhre lo hagQ porque pretendo disfrazar alguÍl'
tanto á lospelsonajés que he de sacar á la escena; y mal podria'
conseguirlo si nombrara al pueblo de que son veciU{)s.
COll todo, como para poderme explicar me selá forzoso desig-
narlo de alguna manera, no fHIeilo dejar de ponerle algun nom-
bre Pues lIámelo usted Haelie, me dirá el lector, para que
DOS dejemos de preámbulos. Yo vengo en eI!o, y vamos adelante.
NIe fuí, pues, á Haelle, sin que allá se hubiese hecho otra pre-
vencion para que mi familia pudiese acomodarse que la de haber-
nos buscado una casa. Nos la habia conseguido el yerno de un
compadre mio que tenia un conocido que era amigo de cierto vecino
del pueblo, el cual pidió y consiguió las llaves de una de ]a:.,casas
que estaban deshabitadas, y yoa! llegar allá las recibí y abrí con
ellas las puertas y hallé que las habitaciones DO tenianmuebles, si
bien estaban copiosamente provistas de semovientes, los cuales
(dicho sea de paso) nos obligaron en las primeras noches á mover-
nos más de lo que era raza n yde 10 que á nuestras asendereadas
personas convenia.
La primera diligencia que hizo mi mujer al llegar tí. la casa
fué dar un vistazo á la despensa y á la cocina; y no es Üícil pint.ar
el desconsuelo, congoja y abatimento en que cayó su espíritu al
descubrir que no habia ni uu palo de leña, ni ripio de carbon, ni
pizca de batería de cocina, de piedra de moler ni vestigios, y de
agua, ni gota.
Yo, por mi parte, no dejé de quedar mustio cuando noté que
en el cuarto que se destinó para las silIas no habia palo atravesa-
do, ni estacas para colgar los frenos, y que para dar un poco de
deseanso á mis cuartos no habia más remedio que extender los co-
jinetes en el suelo y echarse sobre ellos.
Amigo, compadre, vecino, conocido á quien ocurrir para que
nos proveyese de 10 que faltaba en aquella casa (y faltaba todo)
DO la habia. Cartas de recomendacion no habíamos llevado. Ni los
arrieros siquiera conocian á nadie en todo el pueblo.

Han pasado quince dias. En la sala de la casa campan por su


respeto un escaño y un banco que, cubiertos con los tapetes y con
esteras de Chingalé que habíamos llevado, ofrecian una apariencia
DlUY regular; -tres taburetes de guadamacil; cuatro id de cnero
cmclo; una silla de brazos á la Luis XV, ó tal vez á la Carlo-
magno, ó á la Pepino, seglin la edad que representaba; una her-
mosa mesa que así sirve para aplanchar la ropa los 'sábados como
para comer en ella todos los dias ó como para jugar fusilico todas
las noches.
En uno de los corredores se ve una soberbia tinaja sobre un
tinajero natura J, que no es otra cosa que un horco n de tres puntas
sólidamente hincado en el sllclo jlas alcobas y la despensa están
adornadas con sendas barbacoas, y del enmaderado de ésta y de
aquéllas penden lazos que sostienen largas cañas horizontal-
mente colocadas que haceu las vcces de armarios, de estantes y de
percheros.
y al mismo tiempo que en materia de mueblaje se halla la
casa eu eéitado tau floreciente, mi mujer, mis hijas y yo cultivamos
con provecho una multitud de útiles relaciones. Aquéllas conocen
por sus nombres á todas las lavanderas, á todas las mqjeres que
venden lecho, á todos los hombres que venden leña, á todos los
que viencn semanalmente á Bogotá y con quienes puede hacerse
c@vencion postal, á los que matan los dias de mercado, quiero
decir, ií lus carniceros, q ne lo que es asesinos no se hallan en el
lugar ni pOI' un ojo de la cara. Yo por mi parte, sé el nombre y la
vivienrla de todos los que pueden snrtirme de pasto para mis bes-
tias y de los qne tienen bestias para alq nilar.
¿ y de qué manera se ha efectuado en tan poco tiempo tan di-
chosa mudanza? .'
La solucioll de este enigma no es difícil, y ménos para quien
ha pasado su temporada en algun pueblo.
:Mi familia y yo estúba~llos ya relacionados con los principales
vecinos de la parroquia, y tÍ sus buenos oficios debíamos las ven-
~ajas de nUéstra situaciolJ.
Entre los vecinos descollaba don Jaime Segovi¡t, ó de Segovia,
como se nom braba él mismo ; y de él y de su familia quiero dar al
lector ale:una idea.
Don Jaime, segun él afirmaba (y no perdia ocasion ùe afirmar-
la) era hijo de un español que en tiempo de la guerra de la inde-
pendencia habia venido á ménos, y tan á ménos que despues de
haber perdido todo su caudal habia muerto, si bien no de muerte
adminícula y pésima como otros espaiioles, sino de una prosaica y
no nada gloriosa hidropesía. Don .Jaime habia casado en su mo-
cedad' cou una vecina del pueblo, se habia establecido en él y habia
vivido siempre del producto de una bonita estancia que distaba de
la pob1acion no dos tiros de rifle rayado. Era cuando yo le conocí
hombre de edad más que proyecta, alto de cuerpo, enjuto y amo-
jamado. Llevaba, así en los dias de trabajo como en los de fiesta,
una ruana, muestra de la antigua industria de los pastusos, más
larga que ancha, de fondo azul turquí muy oscuro con listas que
antaño habian sido coloradas, amarillas y - verdes segun podia
descubrirse en las esquill3s de la ruana, las que habiendo perma-
necido perpetuamente enrolladas se habian conservado incólumes,
n,a obstante la calamidad de los tiempos, las vicisitudes humanas
yel rigor de la intemperie. Ni dentro ni fuera de casa dejaba el
bueu Segovia su sombrero de Jipijapa copialto y de sólida estruc-
tura, en el que hacia las veces de cinta una ancha faja oscura y
desvanecidA) la que, si no-habia costado dinero, podia muy bien
- ¿,¡vv-

mirarse como fruto 'de los sudores de don Jaime. Calzaba botines
de cuero de sache, y !eriia constantemente empuñada una zurria~ '
!!uita de guayacan. En no haberse hecho al uso de los alpargates
yen usar corbata mostraba que, annque era campesino, no habia
dejado lós hábitos urbanos que en sus primeros años hubo de
adquirir.
, RRto en cuanto á su exterior. En cuanto á la demas, era don
J'aime hombre reposado, grave y circunspecto. En su conversa·
cion no se salia jamas de ciertas materias: la entrada de Bolívar,
los temblores del aiio de 27, una erisipela que le habia aquejado
en tiempo de la guerra del Santuario, las buenas y las malas co·
sechas, eran los únicos asuntos en que entraba de lleno; su len·
guaje tenia, como su continente, algo de solemne y majestuoso.
A los curas los llamaba siempre los párrocos, al maestro de escuela
el preceptor, á la República la Nacion, á los periódicos los papeles
públicos; y si ocurria el tener que decir cuatro pesos, no decia
cuatro pesos sino un doblan.' .
La familia de don Jaime, que era viudo, se componia de tres
hijas y un hijo. Las primeras habian permanecido solteras, sin
duda porque aunque tenían muy buenas prendas, nû teuian
dotes, debiéndose atribuir esto últImo á que la estancia era, como
la RepúblICa francesa, una é indivisible. Siendo, como era, rerluci·
da, en la union estaba toda su fuerza. La menor de las Segovias
era de edad de 30 años y la mayor contaba 40, ó más bien los te-
nia, porque ella se guardaba rnuy.bien de contarlos. Todas tres
perecian por venir á la capital; pero la exigüidad de la fortuna
de sn padre las tenia condenadas tí perecer sin venir sino muy ra·
ras veces. Habian contraido relaciones con varias familias de Ba·
gotá, y su flaco era hacerse pasar por amigas de cuantos bogotanos
y bogotanas se mentaban en la conversacion.
El hijo de d'on .Jaime era un mozo despavilado que, merced á.
una tal cual educacion que habia podido recibir sin salir de su
pueblo, al roce con la gente :de fuste que en él habia tratado
y al esmerb que ponia en guardar silencio á tiempo, podia pas~r
por persona decente. Era, como Breton de los Herreros, secretario
perpetuo; pero no de ninguna Academia sino de la alcaldía, el
juzgado parroquial 6 el cabildo. En tiempo de elecciones era uno
de los primeros sujetos con quienes habia que contar. Asistia como
mero espectador al tresillo y á los bailes de forasteros encopetados,
con un airecillo entre modesto y desdeñoso que literalmente tradu-
cido decia: "Si yo sacara á lucir mi habilidad " Quien le oia
hablar de la estancia se persuadia de que no se trataba de la mis-
ma posesion que desuso dijimos. El decia con garbo: "La hacien-
da;" "mis caballos," "ese caballo es de la cria de casa," "mi
papá no ha querido dar toros para las fiestas."
Otro vecino distinguido de la parroquia era el nillo Pascasio"
- ~v~ -
, quien, cometiendo, aunque inocentemente, una metátesis, llama-
ban sus convecinos Caspasio. Ni su sombrero, que era de ramó, ni
su ruana, que era de las listadas y de las más ordinarias que Guas-
ca en sus telares cria, ni su calzado, que en los di as de fiesta era'
Un par de alpargates y que en los de trabajo era igual á cero, le
distinguian de la gente de ínfima condiciono Yo, pecador de mí!
cometí la sandez de tutearle la primera V9Z que tuve que habérme-
las con él. Pregunté poco despnes, por mera curiosidad, á quién
pertenecía la mejor de las tres únicas casas tejizas (porqué no se ha
de decir tejiza8, si se dice pajiza8!) que habia en el pueblo y me
informaron de que era del niño Caspasio. La ~imera vez que me
vi con él despues de esto, lo trat~ de u8ted. Otro dia, yendo de
paseo, pregunté quién era el dueño de un tejar que descubrí no
léjos del camino, y supe que era propiedad del niño Caspasio. En
seguida me encontré con él, y le di el tratamiento de ñor Pascasio.
A poco descubrí de un solo golpe que cierta hermosa labranza,
una buena recua de mulas y los potreros en que éstas paciau eran
del niño Pascasio; entónces subí en mi diapason hasta el d6n,
y fué hasta el d6n sostenido, porque en ese tratamiento me sostu-
ve y me sostengo hasta la fecha. Luégo tuve ocasion de echar de
Ver que aquel á quien yo habia tuteado tortíceramente, recibia el
tratamiento de mi amo y el de 8umercé de los que estaban ó ha-
bian estado sirviéndole; lo que me hizo conocer que el adagio de
que" el hábito no hace al monje" dice muchísima verdad.
Pascasio era tambien obseq1tioso y serviciál conmigo y con mi
mujer, lJor lo que ella y yo le tratábamos con muchas considera-
ciones; no obstante lo cual, jamas pudimos recabar de él que pa-
sase de la puerta de la sala, que era la de toda la casa. Arrimado á
ella, frotándose la pantorrilla izquierda con él tobillo derecho y
dándole vueltas al sombrero con las dos manos, era como nos ha-
cia una que otra breve visita.
Doña Rosaura, cinCllentona frescota, rolliza, rubia como el
mismo Febo, agenciosa, risueña y amable, tenia la mejor tienda de
todo el lugar, proveia mi casa de pan, de velas y de otros comestibles
y cada semana nos enviaba de regalo una mayúscula rosca de pan
ornamentada con arahescos y pajaritos. A mí me obsequiaba de
Vez en cuando con algunos cigarros, recomendándomelos por ser
frescos y aseados, como que los habia hecho ella misma. A mis
muchachos los llamaba para darles bizcochos y dulces cuantas
veces los veía pasar por la puerta de la tienda. Tenia cuidado de
preguntar cada vez que se veia conmigo 6 con alguno de los mios
por la salud de todos los restantes, aunque un cuarto de hora
ántes los hubiera visto á todos y hubiera acabado de hacer á alguno
la propia pregunta. Para ir al bafio nos era preciso pasar po •. la
tienda, é inevitablemente nos decia á la ida: "Qu'e se bañen mucho;"
y il. la vuelta: "Qué tal? muy fria estaba el agua? Dentren.'~
14
- ":',J.V -...,.

A la temporada que teníamos determinado pasar en Hache le


llegó su término. Ménos deliciosa habia. de haber sido para que '00
le llega11l. Las despedidas fueron afectuosas y aun algunas rayaron
en tiernas. l\fultiplicáronse las promesas de volver al afio siguien-
te, de escribirse, y sobre todo de no olvidarse. Yo por mi parte,
y lo mismo hicieron mi mujer y mis hijas, rogué á don Jaime y Il.
los suyos, como tambien á doña Rosaura, que no tar-clasenen venir
á Bogotá á hacernos una visita y los amenazámos con nuestro
enojo si en cualquier coyuntura, viniendo á la ciudad, no se aloja-
ban en nuestra calJl. En el momento de montar para emprender el
viaje nos rodeab:l'n, amén de una buena parte del vecindario, todas
Jas personas de quienes he hecho mencion, reiterando las protestas
de amistad, deseándonos un feliz viaje y haciendo conjeturas, á
cual más favorable, sóbre la jornada que aquel dia alcanzaríamos
á hacer y sobre el estado en que habíamos de hallar el camino.
Don Jaime nos acompañó por espacio de un cuarto de hora; sus
hijas)' su hijo por el de dos horas largas.
Habrian trascurrido tres ó cuatro meses desde mi vuelta á la:
ciudad, cuando cierto dia de mercado, al volver una esquina in-
mediata á la plaza de fdem,estnve á pique de ser atrûpellado por
unas mulas cargadas que vinieron fi. topar conmigo inopinadamente.
Yo, medio repuesto del susto que el encuentro me ocasionó, y más
encolerizado que repuesto, fijé la vista en el que parecía dneñ() de
la recna, que en aquel punto estaba gritando al arriero que iba delan-
te de bs mulas que les hiciera tomar otra calle; venia el hombre
ngitado y jadeante, la fatiga del viaje y unos parches del barro que
en el camino le habia saltado al rostro la desfiguraban en sllmo
~raùo; yo aguardé un instante, y cuando pasó por junto á mí,
"caramba! exclamé, caramba con el patau! ¡Hombre! cómo
vil'me á echarme eJlcima sus mulas? Usted es más mula que ellas."
"Buenos dias, señor don Pedro, dispense," fué la contestacion
que recibí y mi hombre siguió tras la recua rezongando estas
razones: "Estos señores de Santafé cuando van á su tierra de
nno mnchos cariños, y endcspues aquL " No oí más, niera
mOllŒter. Yo acababa de reconocer nada ménos que á Pascasio, fi
don Pascasio, mi cuasi-amiga. Mi confusion fué soberana. Quise
correr á alcauzarlo para darle satisfacciones, pero sí, échale un
lludo á la cola! Unas mulas s~ habian extraviado y confundido
con otras ajenas; Pascasio corlia y echaba vizcainos que se las
pelaba, y ..... ,en nn, DO estaba el palo para cucharas, ni la ocasion
para andarse en rëquiebros.
Despues de este suceso, que no me ocasion6 poca desazon, si-
guió pasando el tiempo, como los lectores 10 creeránbuenumente
y sin que yo levante sobre el hecho informacion de testigos. Ya
el tráfago de los negocios, y el continuo afanar, y Ellincesante ver
caras nuevas que en esta capital suele traerme la cabeza hecha un
- 211 -
torbeHino, me habían hecho olvidar casi de todo punto á Hache
y á sus moradores, cuando, hallándome yo cierto dia en mi cuarto,
percibí quo tocaban á la puerta de la calle y quo un sujeto pregun-
taba á la criada que salió á ver qué so ofrecia si podria hablar
conmigo.
Le~vantéme sobresaltado y atisbé por entre los vidrios de la
ventana procurando descubrir quién me buscaba. Yo tengo por
regla infalible que de cada diez personas que me buscan, me bus-
can ocho para pedirme algo; así como la de que, si me traen oficio,
carta 6 esquela, cnando mejor librado salgo, salgo convidado á
unas exequias. De aquí mi costumbre de sobresaltarme y de atis-
bar por la ventana de mi cuarto en ocasiones como aquella de que
estoy hablando.
El que en ésta se me presentó fué un sujeto do edad mris que
})rovocta y de cútis tostada por el sol; ecnábase de ver que estaba
recien afeitado; llevaba, ó por mejor decir, traia, un sombrero que
habia sido de felpa, pero que á fuerza de ser cepillado, estaba lleno
de claros ó calvas como si hubiera padecido sarna; por último, ve-
nia cubierto con una larga capa de paño azul, cuyo cuello, aunque
doblado, se levantaha tieso y erguido hácía la nuca.
-Señor don Pedro, me dijo el desconocido, abriéndome los
brazos, cuánto gusto tengo de volver á ver á usted.!
-Beso á usted la mano. Siga usted.
-Como que usted no me couoce ya?
T"l "1 1
-rues eu veruau ....
-Qué pronto ha olvidado usted á sus amij!os de Hache!
-Ah! Ilsted es el señor don .....
Maldita sea mi estampa! la memoria me alcanzó parà ocor-
darme de la persona, pero liO del nombre y ahí me quedé atollado.
En fin, ayudándome don Jaime, que no era otro el desconocido,
vine al cabo á acordarmc de su nombre y de los de sus hijos, de
quienes le pedí noticia. Supe que EUS hijas le habian acompañado
á Bogotá.
Para colmo de desdichas, don Jaime, que tenia pleito entre
manos, venia á rogarme que hablase con cierto ministro de un
tribunal para disponerlo en favor suyo. Don Jaime, que se imagina,
como se la imaginan todos los campesinos, que aquí todos nos cono-
cemos y nos tratamos, DO qniso creerme, segun yo pude maliciarlo,
que el tal ministro no me conocia y que pel' tanto el empeño seria
ocioso; con la qUi: hubo, sin duda, de tomar á desaire los nones
que le eché, no obstante que se los eché la más melifl.uamente que
me fué dable.
El mismo dia por la tarde entré por casualidad á la recámara
y encontré allí tres señoras que estaban de visita. No las conocí y
les dirigí un saludo harto fria y desaliñado. Una de mis hijas me
hizo notar que eran las señoritas Segovias. Yo me deshice en ex-
- :H~ -

cusas, y para enmendar el yerro quise saludarlas individualmente


por sus nombres, pero fué para acabar de echarlo todo tí. perder.
A Teodora la llamé Segunda; á Segunda, Manuelita,y á Manue~
lita, Teodora.
Por la demas, la conversacion fué del tenor siguiente;
-y qué ha habido de nuevo ell Hache? ..
-Nada; todo está como ustedes lo dejaron.
-y nos han echado ménos? .
-Mucho. No vuelven en diciembre?
-Pues tenemos muchas ganas; pero quién sabe si se podrá.
-y han bailado mucho?
-Hum, hum! desde que ustedes se vinieron, nada. Vuelvan
eu diciembre.
-Ojalá podamos. ¿ Conque nada ha habido de nuevl>
por allá?
-Por allá qué ha de haber habido? Si ustedes hacen tanta
falta .
Con estas mismas preguntas y estas mismas respuestas diver-
samente combinadas, con alguuos compases callados y con uno que
otro bostezo se llenó, 6 para hablar mejor, se de16 vacía una hora.
que duró la visita, en la que se echó ménos la bulliciosa franqueza
y la frívola y amena volubilidad de la'! conversaciones que éon las
Segovias solíamos tener allá en su tierra ..
Otro dia, en el zaguan de una casa de donde yo salia, me encon-
tré de manos á boca con una seilora vejancona y rubicunda que
iba á entrar. Me miró, yo la miré, y seguí mi camino diciendo
para mis adentros: "yo he visto esta cara Ah, ya caigo, es
doñ:\ Rosaura voto al chápil'o!" Pero en el mismo punto en
que fuí á volverme para hablarle, la puerta se cerr6 tras ella.
Más tarde llegó á oidos de mis hijas (que chismosos no faltan
nunca, máxime en asuntos en que tengan que ver las señoras mu-
jeres) que en una tertulia que celebraron las Segovias y doña Ro-
saura en la tienda de la última, se quejaron ésta y aquéllas de que
los bogotanos éramos poco consecuentes en la amistad; de que en
el campo v en los pueblos nos mostrábamos amables, francos y
comunicativos, y en nuestra tierra orgullosos y déspotas; y sobre
todo, de que mi mnjer, mis hijas y yo, despues de tantas muestras
de afecto y de tantas amistosas promesas, las habíamos recibido,
así como á don Jaime, con frialdad y desabrimiento.
Hay que confesar que no les faltaba motivo para quejarse;
pero mi familia y yo tampoco carecemos de buenas excusas. Los
campesiuos, cuando vienen á Bogotá, con el cambio de traje, se
trasforman y se desfiguran de tal suerte que quien los ha cono-
cido en su tierra se ve sorprendido si se le presentan en la ciudad,
y aun el qne tiene mejor memoria dice cuando más entre sí :
" ¿ Dónde he visto yo esta cara?"
En cuanto á franqueza y cordialidad en el trato es tambien
cierto que hay un notable cambio. Cuando estamos en el campo, .
mayormente si en él hemos ido á buscar descanso y esparcimiento
por una temporada, el ánimo, sintiéndose á sus anchas como el
caballo recien desensillado y suelto en su potrero, gusta de hacer
prueba de la libertad que se le ha dado. Desembarazado de cuida-
dos y de graves atenciones, acoge con facilidad las ideas risueñas
y frívolas y va recibiendo impresioues agradables y poco profun-
das. De aquí el humor festivo, la amenidad y la amable insustan-
cialidad de las conversaciones.
Al mismo tiempo, muchas simpaths y afectos dulces pero pa-
sajeros nacen en el coraza n ; mas, como algunas plantas graciosas
pero efímeras que brotan en las delgadas capas de tierra que cubren
ciertas peñas, DOechan raices profundas y se dejan arrancar con
facilidad.
Los que DOviven cn la ciudad no podrán comprender nunca
cómo la atmósfera que en ella se respira trasforma todo nuestro
sér; cómo las atenciones y las zozobras que los negocios traen con-
sigo, y la melancólica impresion que dejan en el áDimo las miserias
y escándalos que tan á menudo hay que presenciar, y el hábito de
hacerse violencia para respetar las conveniencias sociales nos hacen
frios y reservados á pesar nuestro.
Miéntras uno está en el campo por via de paseo, el espíritu es
un pilluelo bullicioso y travieso, siempre listo para correr á donde
quiera que haya algo con qué divertirse. En la ciudad se convierte
en un inglés de aquellos impasibles y serios que llevan patillas y
gran cuello estirado y tieso como ellos.
Ojalá me sirvan estas explicaciones para dejar satisfechos á don
Jaime y á sn apreciablc familia, así como á todos mis demas ami-
gos y amigas de fuera de la capital con quienes me he manejado
tan mal como con ellos, y á los cuales, en desagravio, he dedi-
cado estas líneas.

XVII.-¿ QUIÉN ES EL :MÁS FELIZ DE LOS MORTALES?

No há muchos dias me hallaba yo en una tertulia, y como las


materias de conversacion se hubiesen agotado, uno de los concn-
rrentes propuso esta antiquísima, trivial y manoseada cuestion:
" Cuál es el más feliz de los mortales?"
V arios fueron los 'pareceres. U nos atribuyeron al amor la
virtud de hacer felices á los hombres, otros á la salud; quién se
decidió por la riqueza, quién por el poder, quién por la paz do-
méstica. Dos de los que estaban presentes se acdrdaron de cierto
pasaje del Telémaco, y el uno dijo que, en su sentir, el mortal
más dichoso es un rey que teme á los dioses y que labra la felici-
dad de sus pueblos; el otrp afirmó que la persona verdl1derament'è
feliz es la qUé cree serIo. Suscitóse al oir este último parecer un
murmullo àprobatorio; pero el sujeto que había propuesto la.
cuestion no se di6 por satisfecho y sent6 la proposicion de que el .
mortal más feliz es una nodriza (vulgo, una ama de leche). Añadi6
qne, aunque esta felicidad es casi infinita, no deja de tener sus gra-
dos, y que, si los padres de la C'I'iatul'a que se cda son acomodados
y aprehensivos, aquella dicha, pasando por encima de todos los
grados de comparacion, alcanza al superlativo, y no como quiera.
al superlativo absoluto (felicissimU8) sino al superlativo relativo
(felicissi/m1r.8 ornnÚ~m), el más feliz de todos.
" Me he penetrado de esta verdad, prosiguió el sustentante, DO
por medio de reflexiones hechas al aire, sino por medio de obser-
vaciones diarias que he podido hacer en casa de un hermano mio,
casado y padre de un hijo que vino almulldo despues de btros dos
que, ni de la cuna siquiera, sino de la artesa, pasaron al sepulcro.
Este nuevo infante vino á ser el objeto de todos los desvelos y
aprehensiones de sus padres, quienes, temerosos de que aquella
criatura se hallara condenada á tener el mismo prematnro fin que
las otras dos, resolvieron disputar su víctima á la muerte sin aho-
rrar para ello esfuer2¡oni sacrificio. Lo primero que 'liÓ.Carlitos al
abrir los ojos j infeliz! fué un médico encargado por los autores de
sus dias de lIevar10 como de la mano por el camino de la vida, de
reglamentar sn sueño, su abrigo, sus movimientos y su alimenta-
cion y de combatir en él cualquier preludio de enfermedad que
llegase á mostrarse.
Pero esta precaucion DO fué bastante para tranquilizar ti mi
cuñada: si la respiracion de su 11ijO alcanzaba á percibirse, 'la
angina! exclamaba, la pulmonía! la muerte!' Si dormia scse-
gadamente, 'malo! decia tambien, mi hijo se muere de apople-
jía.' Si el estómago funcionaba activamente, aquello era disenteria,
¡;,ino funcionaba, era un cólico mortal.
Como mi cuñada habia dado de mamar á las dos primeras y
malogradas criaturas, no se creyó prudente que hiciese lo mismo
con la otra. Una vecina aconsejaba se la criase con leche de cabra,
abogaba otra por la de burra; cuál daba la preferencia á la de
vaca, cuál al caldo de carne fresca ó bien á las mazamorritas y el
sagú; pero la opinion qne sobre todas éstas prevaleció fué la del
médico, quien dispuso se le buscase una nodriza. H.ecorriéronse en
busca de ella los campos y los pueblos circunvecinos, y entre otras
varias candidatas en quienes se pusieron los ojos, se dió la prefe-
rencia á una india de Suba, mocetona rolliza cuya cria era casi de
la misma eelad que Cal'Htos y cuya madre consintió en echarse Ii
cuestas al nieto sin pararse en pelillos respecto de los alimentos
COll que habia de criarlo.
Traida Agustina (que este es el nombre del nuevo personaje
que pongo en escena) á la casa de mi hermano, fué en el mismo
punto prolijamente tanteada y reconocida por el doctor, y cuando
éste hubo afirmado que no quedaba duda de su sanidad y rooostez,
se le hizo deponer el chircate, una mantilla CUY08 hilo3, .si .se qui-
sítJen contar, nO 8eperdería uno 80lo de la cuenta, y una camisa
de que más tarde quiso ella misma sacar un remiendo para otra
sin que aquello se hubiese podido conseguir. Vistió en seguida
unas famosas enaguas de CastilZa y una flamante camisa de tira
bordada, y vió por primera vez deshechas las marañas seculares
de negros y cerdosos cabellos q ne cubrían su cabeza y que habían
solido ser visitados COll harta frecuencia, no tanto por el peine
cuanto por las uñas.
Yo no sé si la india en los ùevaneos de su juventud habría
soñado con el lujo y saboreado la idea de verse algun dia osten-
tosamente ataviada; pero era mujer, y esto basta para que, sin in-
currir en la nota de ligero, pueda cualquiera presumir que no le
fué indiferente la trasformacion que en su vestimenta se obró, ni
.;:esdudoso que, al mirarse por primera vez en uno de los espejos
de la sala, experimentaria una íntima é inefable satisfaccion.
Bien puede creerse que su ingenio no seria de aquellos que se
pierdcn de vista; mas, como quiera qne lafacl1ltad de comparar
sea innata en nuestra alma, si hemos de admitir la que la sicolo-
gia nos enseña, se puede buenamente discurrir que mús ùe una
vez estableceria parangon entre su, vida pasada y su condieion :10-
tuaI; de donde se ha de sacar por consecuencia que, alleruu¡; de lús
deleites corporales de que más adelante vamos á veda disfrutar,
no dejaria de probar tambien aquéllos tIc que fuera capay. sn espí-
ritu, por má.s estrecho y encogido que éste se hallase dE'ntrodc
aqu.ella reducidísima mollera.
Con efecto ¿cómo era posible que no viniese frecuentemente {¡,
Sll memoria la imágen de aquel ranchito de piso húmedo y dcs-
i.guftl, cubierto en todas sus part.es de una negra y espesa capa de
hollín y lleno de agujeros tan estrechos para el hUlIlo como espa-
ciosos para el fria y la lluvia? ¿ Ni cómo habia. de echar en olvi-
do aqnella cama compuesta de un costal agujereado, ni aqu~l
ponderoso tercio de tallos que tantas veces trajo á. cuestas desdo
su tierra hasta la plaza de la capital'?
y i)ensaba en estas cosas aspirando· el aire tibio y embalsam:l-
do de una habitaeion elegante, ó reclinada en una mullida y 15a-
hrosa cama, ó viendo caer la lluvia por entre las vidrieras, ó sa-
horeando viandas nunca probadas por ninguno de su raza, ni por
el mismo Nemequene en sus regiOii festines.
y ¡eós<'\rara! por más repentina que hubiera sido la transi-
cion de su antiguo modo de vivir al actual, Agustina se hizo Sill
esfuerzo alguno á las costumbres bogotanas; y eS probable que
nunca hubiera podido llacerse de nuevo á las de Suba, 6 sea á Jas
subanas, si alguna vez hubiese determinado volver al hogarpa-
terno; así lo deja discurrir á lo ménos el ejem[)lo de tantas cam-
pesinas que buando han llegado á probar los encantos de la vida
bogoÚlna, en la que ménos piensan es en echar ménos la que en
su tierra solian llevar ..
En los primeros dias sesentia Agustina maravillada de todo
Jo que veia y satisfecha de la suerte que le habia cabido; pero su-
cediÓ que, yendo dias y viniendodias, se olvidó de la miserable
condicion de que se la habia sacado y, maliciando que su presen-
cia en la casa de mi hermano se miraba como indispensable, echó
de ver que bien podia levantarse á mayores y que, de ama de leche
que era, se podia convertir en ama verdadera de la casa. ,
Hacíale falta la chicha; ni pudiera ser de otro modo estando
habituada á tomarla desde su más tierna infancia, y manifestó á
mi cuñada su ternorde que sin su bebida favorita se le mermase
la leche ó le sobreviniese alguna enfermedad. Una enfermedad
de Agustina ó la merma de la leche eran á los ojos de su señora
las mayores calamidades, y así fué que se apresuró á disponcr se le
suministrase todos los dias cuanta chicha pudiera apetecer; V como
clespucs de haber catado la que en las cercanías se-fabrica'ba no la
1mbiese hallado de su gusto, se acudió á la tienda de ña María
ChiquiÚl, alta notabilidad arrabal era, que es al precioso licor la
\ que Dent á los relojes, ó Didot á la tipografia, ó nuestro Ramon
Torres fi los retratos.
Alcanzada sin dificultad esta primera ventaja, las pretensiones
fueron aumentándose en rápida y creeÍente progresioll. El angeli-
to, que como todos los individuos de sn ralea, hacia las cosas de
forma que causasen al prójimo la mayor incomodidadposibJe, dió
en dormir de dia y velar por las noches, con la que se las hacia
pasar execrables á la nodriza, y ésta declaró que ·si no se arregla-
ban las cosas de suerte que ella pudiese dormir á su sabor, sn
salud padeceria grave detrimento y el niño lo pagaria. Desde en-
tónces el bonazo de mi hermano se hizo cargo de pasear toda la
110che en sus brazos al caro, y bien caro, objeto de su ternura.
La cocinera que habia en la casa era una de aquellas criadas
á la antigua que ya no se hallan por un ojo de la cara, aunque
se las busque con la misma diligencia con que aquel mentecato de
Diógenes buscaba un hombre. Habia visto nacer á mi cuñada y le
l)rofesaba el más entrañable cariño .. sin que por mirarse como
miembro de la familia se creyese dispensada de mostrar á"sus amos
la más respetuosa sumision ni de sazonar la comida de la más de-
liciosa manera. Pero á pesar- de las prendas que la adornaban,
Agustina, á quien no le habia caido en gracia, le declaró la
guerra, armó con ella una ruidosa quimera é hizo presente que si
la cocinera no salia de la casa, saldría ella misma y dejaría la
crianza de Carlitos en el punto en que Re hallaba. Esto es, á 10
que yo entiendo, la que en el lenguaje de ]a polítiea moderna se
llama una cuestion de gabinete. Duro, durísimo era para mi cu-
ñada despedir á aquella criada tan fiel y tan antigua, que ...de se-
guro jamas podria ser reemplazada; se agotaron los medios de
conciliacion ; se le ofreció á Agustina que en adelante comeria, si
tal era su gusto, no en la cocina sino en un sitio en donde no tu-
viera que rozarse con su antagonista; pero la implacable descen-
diente de los chibchas se mantuvo en sus trece, y la iRocente
cocinera fué despedida.
Un dia sorprende mi hermano al ama conversanùo en el za-
guan con un oficialito de albañil que pocos dias ántes habia veni-
do á la casa para cierto menester; siéntese poseido de una Ranta
indignª,cion; arroja ignominiosamente al atrevido ga]an, y dirige
á la dama una furibunda filípica; ésta por su parte guarda un
soinbrío silencio; mi cuñada le echa tambien su reprimenda, y la
muy taimada se obstina en no descoser sus labios. Al cabo de al-
gunas horas se nota que Carlitos llora y se <lesgañita desaforada-
mente, se ]e pregunta á ]a nodriza cuál puede ser la causa y ella
declara entónces que está haciendo ayunar al niño, porque, como
le han hecho tener una cólera, su ]cche está alterada y lo mataria
si le diese de mamar, y añade que está resuelta á partir al siguiente
dia para su tierra natal. Mi cuñada se deshace en llanto al oir esta
nueva, y mi hermano se deshace en reniegos y jura que no sufrirá
más cI despotismo y los caprichos de aquella mala pécora; pero,
quiá! la viùa del heredero de su nombre podia peligrar y, obser-
vándose en esta ocasion aquella máxima de la Sagrada Escritura
" que el sol no debe ponerse sobre nuestra cólera," ántes de que
anocheciera se habia celebrado ya una capitulacion honrosa; si
bien la fué más para mi heroina que para mi hermano, cuya aU-
toridad como cabeza de la casa no drjó de padecer menoscabo.
Estipulóse que Agustina no volveria á tener entrevistas clandesti-
nas con el pretendiente y que, cuando sus servicios no fuesen ya
necesarios, se le facilitaria todo il. fin de que sus relaciones con él
pudiesen tener un desenlace decoroso.
Confieso que siento tentaciones de conservar en la escena al
amartelado albañil, con la que haria mi relacion infinitamente más
interesante; pero, como no estoy componiendo una novela, sino re-
firiendo una verdadera historia, no vacilo en declarar de .una vez
que aquel olvidadizo Eneas abandonó á aquella moderna Dido; la.
cual, por otra parte, no estaba destinada á doblar su cerviz bajo el
yugo del matrimonio ni bajo yugo de ninguna especie. Ella habia
de renunciar á las ventajas de aquel estado y á las de la maternidad
por las más poC'itivas y seguras de ulla dichosa soltería.
Sinembargo, como ya ella habia echado de ver que sus atrac-
tivos eran capaces de rendir algunos corazones, se hizo coqueta j'
presumida ;dióell acica!arse y se aficionó al lujo, de stlerte que
no pasaba dia sin que se le antojase ya un traje de lanilla, ya
un nuevo par de zarcillos) ya un pal1uelo de seda, ya ¿ la creerán
ustedes? una crinolina de rejo, ya, finalmente, pasar de Agustina
descalza á Agustina calzada. Arbitrio humano llara rehusarle la
satisiàccion de alguno de los ant~jos no lo habia, pues de la noche
á la mañana se habia vuelto atrabiliaria y la menor contra(}Ïccion
la hacia montar en cólera, contratiempo que á toda costa se trataba
de evitar, por haber afirmado personas competentes que la leche
que Carlitos mamara estando su nodriza encolerizada seria para él
un veneno.
Los gastos, pues, crecían que era un contento, á la ménos para
cl1a, y ella se regodeaba, que aquello era para causar envidia á un
bienaven tu rada.
Aquella ventnrosa sitn8cion hubiera podido tener la nulidad
de sel', como todas las prospel'idades humanas, de corta duracion;
porque al cabo Caditos no hahia de mamar toda su vida; pero la
suerte, que tau visiblemente la protegia, hizo que el angelito le
cobrase una aficlon desenfrenada, tanto que no era posible separar-
la de ella sin que pusiese los gritos en el cielo; á mayor abunda-
miento, á causa de ser hijo único, dei temor de qne se malograra
y de haber costado su crianza tamaños sacrificios, era €l muchacho
más mimado de toda la cristiandad, y aun dudo que entre los gen-
tiles y los perros mahometanos hubiera alguno tan malcriado y
voluntarioso. Bnjo el' amparo, pues, del tiranuelo de la casa, la be-
llaca de la india conservó siempre los fueros y prerogativas que,
en gracia de sn primitivo ministerio, se le habian otorgado, y ella
goza aÚn en paz de todas !as eomorlidades y regalos que tengo di-
chos, y gozará de ellos por luengos años, si una aptlplejía no vie-
ne á poncrles térmi:1O."
AqUÍ tnvo fin la narraciol1 y tocIos los circunstantes convini-
mos en qne la historia de Agustina era, mutatis n/.tttandis, la his-
toria de toda el género á que ella pertenece, y en que la criatura
más feliz es nna ama de leche, que era lo que se queÓl demostrar.

XVIII.-MI TINTERO.

Decía uno de aquellos sonámbulos 6 filosofadores que andan


cazando por entre las encrucijadas de su cerebro paradojas y es-
tramb6ticas teorías, que en una hoja cualquiera de papel, en una
~)i:>:array hasta en una pared. recien blanqueada se contienen todos
los más sublimes poemas, los discursos más elocuentes, las leyes
más sábias, los dibujos más acabados, planos arquitectónicos muy
superiores al de la basilica de San Pedro y composiciones musi-
cales capaces de matar de deleite á los diletantes. Esta es una ver-
dad conro un templo, por más que haya salido de la cabeza de Hn
pensador. Con efecto, como una superficie se compone del agrega-
do dE¡lmuchos puutos, 6, si se quiere, de muchas líneas que no
son otra cosa que series ó rosarios de puntos, es claro é incontro-
vertible que en la superficie de una pared, de una pizarra 6 de
un papel se hallan los puntos, líneas, trazos, figuras y signos de
que se hau de formar las piezas de música, los planos, los dibujos,
las leyes, los discursos y los poemas. Toda la dificultad cousiste
Cil saber qué partes del papel, de la pizarra 6 de la pared sou inú-
tiles cuando se trate de dejar en su superficie solamente aquellos
puntos que, conocidos 6 marcados, han dê constituir el producto de
las bellas artes ó de las ciencias que en un caso particular se busca.
Si el más zote habitante de las Batuecas hubiera podido saber por
allá á mediados del siglo XV qué partes de los borradores del Qui-
jote habian de quedar en blanco, le hubiera arrebatado sin duda
alguna toda sn inmortalidad al Manco de Lepanto. Verdad es
que habría tenido que escribir de un modo negativo, cllbriendo de
tinta los espacios que en el original de "El ingenioso hidalgo" ha-
bian de quedar en blanco, y dejando en blanco los puntos qne la
pluma de Cervántes habia de tocar; pero maldito el cuidado que
se le habria. dado á la posteridad: toda la dificultad se ha-
bria reducido á :leer letras blancas en páginas negras, y vale tres-
cientas mil veces más volverse ciego por leer una obra como el
Quijote, escrita de aquella suerte, que leer con toda comodidad las
999 milésimas partes de los versos y las prosas con que en la ac-
tualidad se nos regala.
Haciendo un razonamiento no desemejante de aquel que he atri-
buido á nn filosofador, yo suelo decirme: la tinta. que llena mi tin-
tero contiene sustancial y verdaderamente todas las concepciones
de que es capaz el ingenio humano: historia, cálculos matemáti-
cos, constitnciones políticas, leyes, la demostracion de todas b.s
verdades, la refutacion de todos los errores, la revelacion de lo
ocnlto y de lo porvenir, poesías, artículos de costumbres, todo, toJo
está en mi tintero.
Yo me entretengo á menudo haciendo castillos en el aire: ben-
dito sea Dios que me ha concedido y conservado la facnltad de 11[1-
cer10s! i Ay de aquel que á fuerza de ser grave y positivista se
ha vuelto incapaz de fabricarlos !
A veces, poniendo en ejercicio esta encantadora habilidad, doy
en imaginarme que he hecho desaparecer la dificultad (tí. primera
vista insignificante) que me estorba'distribllir acertadamente en el
papel el contenido de mi tintero; y, por Dios, que con estas ima-
ginaciones me divierto, me solazo y me regodeo, que aquello es
una bienaventuranza. Figúrome unas ocasiones que he logrado
extraer de mi tintero y extender convenientem.ente en el papel la
d6sis de tinta necesaria para formar un proyecto de constitucíon
tal y tan bueno que todos mis conciudadanos, sin distincion de
partidos, reconocen su excelencia á primera vista y, sin pararse en
pi!lilloi:l ni perder tiempo-en convocar convención 6 congreso ex-
traordinario, la adoptan, rer,iben y sanci0nan y, lo que es !llás, se
someten á ella, y la obedecen, y comienzan desde el mismo punto
á gozar de todos los bienes que, durante la edad de oro, convirtie-
ron la tiena en un paraíso. Y luégo, qué legislacion la que doy, ó
más bien, la que se escurre de mi tintero en pos de la ley fun-
damental! Oh! hasta la hacienda pública queda bien orga-
nizada !
Otras veces me da por la historia, y entónces ilustro á mi patria
con anales inmortales, y dejo en pañales (6 más bien deja mi tin-
tero, á quien pertenece toda la 'gloria) á Tucídides y á Jenofonte, á
Tácito y á Tito Livia.
Por este tenor, voy haciendo, ó por mp;jor decir, voy haciendo
que haga mi tintero, todo la que se me da la gana. Pero en lo que
más me recreo es en imaginarme que algunas gotas de tinta bien
aplOvechadas se riegan y se distribuyen sobre hojas de papel, en for-
ma de artículos de costumbres Henos á un mismo tiempo de festiva
ligereza y de profundas observaciones, de sátira finísima y de sal
santafereí'ia (ua digo sal ática porque j qué diablo! entónces se di-
l'ia: "en casa del herrero, azadon de palo" ).
Ya me figuro ver acribillados, contundidos y anonadados con
alguno de esos artículos á aquellos mentecatos que no aciertan á
quejarse de un contrati<,mpo, ni á censurar uri vicio, ni á echar
ménas alguna cosa ápetecible sin introducir en sus razonamientos
la palabra aquí.
-j Qué porquería de calles !, dice don Baltasar (nada de esto es
mio: todo es de la que virtualmente se halla entre mi tintero y
esto nadie me la podrá negar). Qué porquería de calles! ¡qué feti-
dez! si aquí .
-Pues, grandísimo camueso, ¿ porqué no te vas á Inglaterra ó
á Francia? Ménas puerca quedaria la ciudad en que naciste, y tú
irias á desengai'iarte de que ni los súbditos del imperio frances ni
los habitantes del Reino U nido son cuerpos gloriosos.
-Qué mala estuvo anoche la funcion! la prima dona es in-
tolerable; el barba es atroz, el gracioso es insufrible! Si con esta
gente de aquí ..... !
-Alma de cántaro, ¿y cómo toclos los demas estuvimos diver-
tidos? Si cuando tomas brandi estás pensando en el burdéos, si
cuando bebes el burdéos, te estás acodando del vino de Chipre,
si cnando catas el vino de Chipre, lo estás comparando con el néc-
tar de los dioses, vale más que de una vez te sujetes á no tomar
sino agua tibia en todos los dias de tu vida.
- ~:H -

-:-Ay mi cabeza 1 Han dado en menudearme tanto estas jaque .•


cas!. ..... oh, si en esta tierra .....•
-Pedazo de alcornoque, ¿fué aquí por ventura donde se inven-
tó la palabra Jaqueca .:? Si sólo aquí se padeciera de esta dolencia,
¿ tendria nombre, como lo tiene, en todos los idiomas conocidos?
-Hombre! aqn; no es ficil ganar la subsistencia: no hay bue-
na fe, no hay actividad en la industria, no hay fábricas, no hay es-
píritu de asociacion, no hay empresas, no hay caminos, no hay co-
mercio, no hay estabilidad en las instituciones; y la peor de todo
son estas revoluciones de todos los dias, i Qué pais! j qué pais este!
-Gaznápiro 1 bagaje 1 mengua de los estólidos! ¿ no discurres
que todas las naciones han tenido que ser en SlIS principios la que
es la nuestra? ¿, O bien te imaginas que los ingleses se entretenian
en abrir túneles y en hacer apuestas, y en leer el "Times" y eu
establecer telégrafos desde el tiempo de Guillermo el conquistador?
Sí, bonicos eran loa Enriques y los Ricardos para andarse en esas
niñerías. Gozo da, cuando se lee la historia, ver la cultura de los
ingleses y de los fr1tnceses y la de sus hoy celebradas capitales
en la época en que la de los segundos llevaba un nombre que de-
bia alIado que abundaba en sus calles. ¿ Y qué habria sido de la
Inglaterra y de la Francia, de Roma y de Aténas, si cuando
se hallaban como hoy se halla nuestra tierra, sus habitantes hubie-
ran malgastado el tiempo, como tú lo malgastas, en ociosos la-
mentos sobre su atraso y en hacer comparaciones de mal gusto en-
ire su propia tiera y las extrañas? Contribuye tú con el contin-
gente que te toque á fomentar el adelantamiento de tu pais, y ca-
lla, que eso te estará mejor. Ellapon ama el hielo porque el hielo
es su tierra; el momposino se enorgullece de serIo: sólo al hijo de
Bogot~ está reservado el envidiarles su patria á todos los que no
son -paisanossuyos•.
-Oh! pero la policía que hay en Lóndres.
-Grandísimo avestruz! recapacita si á tauto alcanza,tu chirú-
men, que para que la policía haya podido llegar á ser la que es
hoy en los paises demasiado civilizados es forzoso que la necesidad
de extenderla y de perfeccionar!a haya sido espantosa; es decir,
que la rapacidad y la malicia, la corrupciony la mala fe, la suti-
leza y la multiplicidad de los asesinos, de los ladrones, de los l'a·
teros, de los estafadores haya venido á ser una maravilla en su
género, como la dicha policía la es en el suyo. i Cuánto más feli-
ces somos nosotros debiendo el tal cual grado de seguridad de que
en nnestrali personas y en Duestra hacienda gozamos, á la buena
índole y á la no del todo extinguida religiosidad de nuestros paisa-
DOS,más bien que á la vigilancia de ln.policía, que al fin y al cabo
110 es más que una indecente caricatura de la Providencia 1
Todo la que queda dicho sobre el aquí de algunos zamacucos
estaba j cosa cierta 1 en mi tintero desde el mismo punto en que
-"'''''''-
por primera vez la llené de tinta. Y sean ó n6 justas las obser-
,,'aciones apuntadas, sea 6 nó ligero y agradable el estilo en que se
han hecho, sea 6 no castizo el lenguaje en que se han escrito, siem-
pre es incontrovertible que en mi tintero quedan otras infinita-
mente más profundas, más, exactas, más sutiles y por todos títulos
más interesantes, sobre el mismo asunto .•
j Quién pudiera descubrir cuáles son las más finas de las que con-
tiene ese vaso (caja do Pandora, cuando yo con torpe mano la des-
tapo, pero que pudiera ser tesoro de todas las cosas buenas !), quién
pudiera, digo, descubrir cuáles son las observaciones más finas que
de mi tintero pudieran sacarse para zurrades la badana como lo
merecen á los impertinentes que piden versos! Oh 1 si yo llego á
hacer ese descubrimiento, de Dios les venga el remedio, que no ba
de haber tunda, ni felpa, ni zamanca como las que han de llevar
los míseros 1
Porque, en puridad, ¿, puede haber ente más bolonio que el
que piensa que los que hemos tenido la flaqueza de hacer por
nuestra propia cuenta, una que otra coplilla, hemos de poner en
}leligro nuestra tal cual reputacioD, de gastar nuestro tiempo y
nuestra paciencia, eu decir en verso 10 quo no sentimos, lo que no
se nos ha ocurrido, lo que no siente Iii piensa el que ha encargado
los versos?
Cada vez que se aproxima el dia de la Concepcion, el de los
Dolores, el de la Natividad, el de las Mercedes, el de San Juan, el
de San Pedro, el del Patriarca San José, el de San Antonio, el de
cualquiera de ~os santos cuyos nombres se han hecho más usuales,
me veo en la necesidad de sostener diálogos como el siguiente:
-¿, :Me hace usted el favor de componerme unos versitos para
festejar el cumpleaños de fulano 6 de fulana, que son de aquí á
tantos djas? Mire que es empeño r que no me ha de deeir que no.
-Versos para dar dias! VÍrgen de las angustias! si sobre ese
nsullto no queda ya nada, nada, nada que decir, ¿, lo oye usted?
¿ qué digo? Nada quedaba ya que decir en tiempo del maestro de
Homero,
-Pero usted que hace hn bonitas composiciones ....
-Mucho habría que decir sobre eso; pero auuque yo sea un
segundo Apolo, usted sabe que al hombre no le es dado hacer nada
de nada. Mire usted: H.amon Torres hace excelentes cuadros, pero
quítele usted á Ramon Torres todo original y todo asunto y por
mí la cuenta, si vuelve á hacer ni un diabólico mamarracho .
....:-Naàa, disculpas y disculpas; perú yo sé que, si usted quiere,
me puede hacer unos yersos bien bonitos. Conque ya sabe que
cuento con que me los hace, y el mártes vuelvo por ellos .... Mire,
aunque sea una décima; pero eso sí, una décima bien larga.
Yay de aquellos poetas condescendientes y obsequiosos que
lncen versos por encargo: y que dan dias por su propia cuenta á
-"''''..J-
todos sus allegados; que celebran toda victoria, todo matrimonio,
todo nacimiento y tOllo regreso; que lloran toda muerte y todo
infausto acontecimiento! Los que hayan tenido la buella suerte de
escribir algunas composiciones de aqnellas que pueden servir de
cimiento á una gran reputacion, guárdense bien de dejar que los
\:ersos de encargo y Ile circunstancias que hayan hecho ó que hi-
Cleren les sobrevivan.
Reina en esta materia el error de que un escrito, con sólo estar
en verso, tiene ya cierto mérito. Los que il él están sujetos, ignoran
que aquello está tan léjos de ser exacto, que no hay composicion
en verso, por armoniosa y deslumbradora que parezca, que pueda
estimarse en dos ardites, si traducida, por decirlo así, tí. una buena
prosa, se halla destituida de la originalidad, el sentimiento, la fuer-
za descriptiva, el chiste, la snbli:nid:::d, la ingeniosidad, 61a dote por
la cnal, segun el género Il que parece pertenecer, deba distinguirse.

XIX.-LOS :MEDICOS y LOS DOLIENTES.

j Dichosa edad y tiempos afortuuallos aquellos en que el padre


Isla, religioso hospimlario de San Jnan de Dios, empui.'íaba el ce-
tro de la medicina en lluestra \'ieja Santafé, sin émulos ni compe-
tidores! Ni entóllces era dable que tuviese cabida aquel aforisillo
invidia rneclicorum pessima, pues mul podia aquel médico in 'utro~
que, es decir, del cuerpo y del ::llrna, sentir envidia, no habicudo
de quién tener la, ni la humanidad duliente santafereña se veia cn
ciertas angnstiosas perplejidades y críticas sitllaciones en que al
presente suele hallarse la doliente 11l1illanidad bogotana.
En pos de esta antocracia médica vino la ariE'tocracia ú oligar-
quía compuesta de don Honorato Vila, donScbastian ópez y
I ..•
dou Vicente Gil de T<:;jada *, nfOnes de esclarecida memoria y á
éstos sucedieron los discípulos del último, entre los cuales sobre-
salieron Madrid, García, Osorio y Gutiérrez, todos los cuales han
•• Entre los varones insignes que ban dado lustre á nuestra tierra, don
Yíclmte Gil de Tejada, que ¡c1imató cntre nosotros las ciencias médicas, ocupa
un puesto muy eminente. Ademas de docto y habilisimo médico, era hombre
de tan prodigiosa memoria que, como leyera un libro por una sola vez, recita-
ba su contenido sin alterarlo en un ápice y podia citar la pâgina en que so
hallaba cualquiera de las especies ó p'irrafos quo contenía. l.hllábase dotado
lldema&de tan hercúleas fllerzas, no ob&tante la ap!lrente dobilidad de su COlD-
p!exion, que con uua mano paraba la rueda de un molino,v escribia en la pare'!
con una barra, manejándola como se maneja la pluma. Bien quisiéramos nos-
otros emplear la nuestra en escribir su biografla, si no nos pareciese razona-
ble dejar esta empresa tí otra mejor cortad" y sobre todo dirigida por una ca-
beza más plateada que la uuestra.
--- •.•••• -x -

muerto ya, y el venerable profesor que ocupa actualmente el pues-.


ta de decano de la facultad. * .
Tras el .régimen al'Ístocrático, vino et actnal, democracia en
que todos tenemos ó pretendemos tener voto y en que se ve esta-
blecida la autonomía médica más pura y más completa.
En los tiempos de la oligarquía, se repartieron los dolientes
entre los profesores que hemos mencionado, agrupándose al rededor
de cada uno de ellos una clientela más ó ménos numerosa y siendo
pocos ó ningunos los casos en que una familia llegase á serle infiel
al médico en cuya habilidad habia llegado á confiar una vez. A
éste se acudia así en las enfermedades del padre y cabeza de la casa
como en las de la esclava más miserable; asi par~ los catarros y
los dolores de muela, como para los tabardillos y las hidropesías.
Si Dios daba acierto al esculapio ó' si no le habia llegado sn hora
al paciente y éste recobraba la salud, la fe en el médico de la casa
se.acrecentaba; en el caso contrario, ya muriese el enfermo de la
enfermedad, ó ya del médico, nuestros antepasados se conformaban
cristianamente con la voluntad de Dios, y aquella fe no padecia
detrimento.
j Dichosa edad r tiempos afortunados aquellos!, vuelvo á decir.
La mortalidad no ha mermado en los presentes, y á medida que
ha adelantado la ciencia y que los médicos se han multiplicado,
se han multiplicado y han crecido las tribulaciones y los conflictos
que cada enfermedad introduce como cortejo suyo en la casa que
visita.
Enferma doña Estefanía, y su esposo don Clemente, confiando
en que la dolenpia ha de ser pasajera, hace venir al doctor Quin-
cóces, mcdiquito barbiponiente y manual, de los que no acostum-
hran pasar cuenta de honorarios, con quien puededi$cutirse fran-
camente el régimen que ha de adaptarse y cuyas recetas son tan
susceptibles de adiciones, cercenamientos y modificaciones como el
más triste proyecto de ley. Miéntras la dolencia parece cosa de
poco momento, el novel y complaciente discípulo de Hipócrates
conserva su puesto á la cabecera de la enferma; empero la fiebre
no cede y van apareciendo síntomas alarmantes. Don Clemente
c~mferenciacon el doctorcito y le propone, no sin pasar alguna sa-
lIva y valerse de preámbulos y circunloquios tan diplomáticos
como es posible, 8e a80cie con el doctor Avellaneda, profesor dis-
tinguido y de campanillas. Quincóces, que 110 le tiene poca ojeriza
á aquel su colega, aparenta admitir muy complacido tal pro-
posicion, pero delibera en su interior entender el 8e a8oC'Íe segun
la verdadera significacion que don Clemente ha querido darle.
Las prescripciones del nuevo esculapio no por ser de quien Iron
dejan de ser sometidas á riguroso exámen y censura, y como en
ningun tiempo ha sido más verdadero que en el que cerre aquel
* El doctor J. F. Merizalde.
refran que dice que de médico, poeta y loco, todos tenem08 un poco,
(JI ama de llaves decide que el colombo e8 muy caliente, y que por
tanto no le conviene á doña Estefanía; don Clemente se opone
{lon todas SIlS fuerzas á la áplicacion de los polvos de Dóvers, ql1e á
él, segun afirma, lo matat'on en cierta ocasion; una comadre que
asiste á la paciente anatematiza el vomitivo y le sustituye una la-
vativa que ella sabe confeccionar, remedio extremado y maravi-
lloso con que ba visto resucitar difuntos. Entre tanto el doctor
continúa desenvolviendo el plan curativo que se ha propuesto, y
como ve que los específicos á que ocurre no producen el efecto ape-
tecido (cosa que le p:isma, pero que le pareceria muy puesta en ra-
zan si supiera que ellos descansan en paz sin salir de la botica)l
ordena que se aumenten las dósis ó los reemplaza con otros de ma-
yor actividad; don Clemente, que no deja de echar de ver que se
ha metido en un berengenal de todos los demonios, determina dejar
á un lado las recetas de A vellaneda, y, sin despedirle, porque no
tiene cara para ello, le da por sucesor al doctor Clifford, gran mé-
dico ultramarino que acaba de llegar y que, segun se refiere, ha
curado ya un ciego de nacimiento, dos paralíticos y tres leprosos.
Aquella cuitada El vira de " El D?ncel de don Enrique" ve en
su aposento y en la casa de su consorte al desdichado Macías con
ménos terror que la familia de nuestro don Clemente al doctor
A vellaneda en la alcoba de doña Estefanía, aguardando que á des-
hora se presente su comprofesor y tenga lugar una entrevista co-
mo la de Arturo y Edgardo en la " Lucía de Lamermoor." Ni las
congojas son menores cuando se haila presente el extranjero y se
aguarda la llegada del de la tierra. El acaso impide por algunos dias
la representacion de aquella trágica escena; pero llar fin luce uno
en que hallándose Avellaneda muy repantigado en la poltrona
que alIado de la cama de nuestra enferma se encuentra, se siente
penetrar en el zaguan el caballo del otro. Bien quisiera don Cle-
mente esconder á A velIaneda en un armario, como en casos seme-
jantes, suelen practicarlo con sus galanes las heroinas de las nove-
Jas y de los dramas, pero aquello no es posible. La escena del
encuentro es muda; pero si se atiende á la tempestad que debe de
levantarse en el corazon de los dos rivales, bien puede imaginarse
que no es ménos terrible que la que representan Arturo con Ed-
garda, ó Macías con Fernan Pérez de V lldillo.
En resolucion, Clifford se atufa horriblemente, sale dando un
bufido y vuela á su casa á escribir la cuenta de sus honorarios, la
que remite sin demora, y abandona á la enferma.
Cuando una república se ha desorganizado, se convoca una
convencion; cuando se echa de ver que la curacion de un enfermo
anda manga por hombro, se convoca una junta de médicos. A este
arbitrio se recurre en casa de don Clemente, y cinco acreditados
profesores rodean ahora el lecho de doña Estefanía. Uno de ellos
15
prommcia un discurso en el que, hacienilo brillar un talentonaùa
cornun y una vasta erudicion, hace ver qué es ver? hacè tocar
cou la mano la diferencia qne existe entre una afeccion gastro-en-
térica y una afecdon gastro:...entero-cólica, de sUerte que no se pierde
por entero el trabajo de haber convocado junta, y mucho ménos
habiendo ella decidido por unanimidad de votos que el sistema
observado hasta ese punto para la curacion de doña Estefanía no
deja nada que desear.
I~os resultados de la junta parecen tan satisfactorios, que tras
el último miembro {lo ella sale una criada en busca de cierto doctor
homeópata, el que, desde aquel punto, se hace cargo de la curacion ..
Los glóbulos y las olfaciones parece no podrian ser objeto de
los mismos reparos que los otros medicamel1.tos. ~Con todo, el dis-
cípulo de HanEleman no queda de árbitro absoluto. El ama de
llaves observa que á la señora no se le administra otra cosa que.
unos invariables y eternos polvitos blancos, no obstante que los
síntomas varían frecnentemente; la cocinera, que se consume en la
inaccion y q ne echa ménos las cataplasmas, los baños y los sina-
pismos, opina que, pnes los polvos se administran en tan mínima
cantidad, deben de ser unos venenos terribles; la comadre cree
notar que los polvos son purgames, cosa que la deja atónita, siendo,
como es, visible que los tónicos están indicados. Taloposicion al'
régimen últimamente adoptado hace que éste no se B"igacon máE;
puntualidad que los anteriores y que las medicinas homeopáticas
vayan á sufrir la centésima diluicion dentro del estómago de doña
Estefanía y en un océano de aguas cocidas y de menju1'jes caseros
que se la propinan á escondidas del homeópata.
En estas y en estot1'as, la dolencia de doña Estefanía va co-
brando fuerza. Su consorte conoce, aunque tarde, que mûs hubiera
valido atenerse al doctor Avellaneda, ó aunque hubiera sido al
manejable Quincóces, que esforzarse tontamente y sin juicio por
agotar los recursos de la medi.cina. Acudo por segunda vez á Ave-
llaneda, pero éste teme nuevos desaires y no quiere que el moni-
gote muera en sus manos. Asegura â un amigo de don Clemente
que, si la enferma hubiera estado en ellas desde el principio
y sin interrupcion, era obligacion suya someterse á todas las con-
secuencias, pero que las veleidades en que se ha incurrido le dan
derecho para no exponer su reputacion.
Por último, uno de nuestros más acreditados profesores viene
á ser el cuarto sucesor de Quincóces y el décimo médico que viÛta
á doña Estefanía.
Eu llegando las cosas á este punto, sucede una de dos: ó la
enferma se restablece, merced á la accion de aquel gl'an médico que
á veces sabe lidiar COD ventaja, no solamente COllIas enfermedades,
sino hasta con otros malos médicos, con las comadres entrometidas
y con los enfermeros sin juicio; médico que vi~De sin aguardar ú.
que hl llamen, que no exige honorarios y que se llama la Natura-
leza, ó bien la enferma le pagaá ésta el comun tributo, como se
<lice en las necrologías.
y supongo estos dos casos, porque, como la habrá tal vez mali-
ciado algun lector suspicaz, la tal d01Ïa Este:fhnía es una entidad
puramente ideal, quimérica, hija de mi caletre, sobre quien éste
puede ejercer el derecho de vida y muerte que la legislacion ro-
mana concedia á todo padre.
Eu el primer caso, esto es, en el de que la enferma recobre la
salud, se puede aplicar al último facultativo aquel refran de los
gabachos que dice; "j Dichoso el médico que viene cuando el mal
se va!" Este llèvará los honores del triunfo, y si tieue conciencia,
repetirá el sic vos non vobis .... del poeta latino.
Pero si fallece doña Estefanía, este doctor postrero compartirá
con sus predecesores el cargo y la responsabilidad de haber mata-
do á la pobre señora, no obstante que de su muerte se hallan él y
ellos tan inocentes como se hubieran hallado inocentes de su cura-
eion, caso de que se hubiese verificado.
Sí, dofia Estefanía, que en paz descanse, no ha sido víctima
de la medicina sino de un lixoricidio complicado con un coma-
dricidio.

XX,-INVESTIGACIONES SOBRE ALGUNAS

ANTIGÜEDADES.

Al señor doctor Rafael Eliseo Santander,

Te has empefiado, Pepe, * en que has de ser nuestro anticua-


Tia, y como á la postre te has de salir con la tuya, eres acreedor á
que yo te dirija, dedique y consagre este artículo que he compues-
to metiendo mi hoz en mies ajena, y nada ménos que en tu propia
mies, á fin de apuntar el resultado de ciertas curiosas investiga-
ciones que acabo de hacer acerca de cuatro ó cinco nombres que se
han inmortalizado y que todo raizal conoce, sin que de los sujetos
que los llevaron tengau noticia ni las personas más apasionadas
llar. nuestras antigüedades.
Desde mi niñez estaba yo oyendo hablar de la Jluerta de Jai-
me, de la jJ'fana de Zavaleta, del Chorro del Fiscal, del Chorro de
* Santander, Magistrado de la Suprema Corte ó abogado de los tribunales de
la República, es 'Rafael Eliseo. En todas sus otras acepciones es Pepe. No se
extrañe, por tanto, que des pues de haberle dado en el encabezamiento de este es-
crito el nombre de respeto, se le dé ahora y se le ,siga dando el más familiar y de
entre casa,
-;¡::¡;¡::¡o-

lfarfa Teresa y de la Calle de las Béjares, sin saber quiénes hahi~:n


sido ni las Béjâres, ni María Teresa, ni el Fiscal, ni Zavaleta, ni
Jaime; hasta que, revolviendo archivos, hojeando mamotretos, des-
cifrando manuscritos apolillados y "preguutando á.los ancianos/,
segnn el consejo de la Sagrada EEcritura, pude averiguar quién~s
habian sido aquellos personajes y por qué se haJJaba unido su
nombre al de ciertos sitios ó al de ciertos monumentos que, si so.n
humildes á más no poder, tienen el mérito, que las Pirámides ûe
Egipto pudieran envidiades, de haber sabido guardar al traves de
las edades el nombre que están destinados á inmortalizar.
Hé aquí, pues, sin más preámbulos, los documentos que sobre
aquellos sujetos he podido recoger.
Don Juan Alonso Núñez de Jaime, CllYO nombre se ha perpe-
tuado en cierta plaza de funesta celebridad, nació en ia ciudad de
Castellon de la Plana, en el reino de Valencia á fines del siglo
XVII ó á principios del XVIII, que sobre este punto no están
conformes los testimónios que he podido consultar; mas la q\le
está fuera de toda duda es que en el año de 1724, siendo todavía
mozo, se embarcó para las Indias, y que en el mismo año arribó
. al puerto y ciudad de Cartagena, en la que permaneció hasta el de
1730 dedicado al comercio, y en la quc casó con doña Clemencia
de Sandoval, que fué luégo conocida en Santafé por el sobrenom-
bre de la P.iringa. Pasó á esta ciùdad en el año dicho, y segun
parece, dió de mano á su primitiva profesion, pues no resulta que
aquí se hubiera ejercitado en la mercaduría. Es de presumirse que
vendria con muy buenos dineros, pues apénas establecido cn la
capital del Vireinato, le \lemos ya dueño de dos de las casas ri1fas
de la calle de San Miguel, de las que hoy no quedau vestigio¡; yen
cuyo asiento se habian edificadoya otras por los años de 1800.
Estaban comprendiùos por entónces en los ejidos de la ciudad
el terreno que hoy forma la modernamente llamada" Plaza de los
Mártires," y los que han servido de asiento á los edificios que la
cierran; pero en la parte oriental de la que hoyes plaza habia
cedido el Cabildo, años hacia, á doña Beatriz de Lugo, que se
decia descendiente del adelantado don Alonso Luis de Lugo, el
área suficiente para construir una casa, con huerta y con todas sus
dependencias. Y ora fuese por la vaguedad de los términos en que
sc habia hecho la cesion, ora 1)01' el poco caso que el Cabildo debia
de hacer en esos tiempos de terrenos eriales y no muy productivos
como aquellos, los herederos de la doña Beatriz fueron poco á poco
reputándose dueños, no solamente del terreno que legítimamente
les correspondia, sino tambien de todos los que arriba mencioné.
y acaeció que, queriendo nuestJ;'ovalenciano hacerse tí. ellos para
los fines que adelante veremos, los herederos de la Lugo no tuvie~
ron dificultad en vendérselos, y así lo hicieron por la sUIDade
180 patacones, sin que ni ellos ni don Juan Alonso hubiesen an~
dado muy melindrosos en el exámen de los títulos de l)ropiedad.
La escritura de venta fué otorgada en el año de 1732.
Una vez en posesion de su nueva finca, el hidalgo Núñez de
Jaime intentó establecer allí una tenería, y aun empezó á levantar
una enramada con aquel fin; mas, sin que pueda saberse por qué
causa, no tardó en desistir de su empeno, y lo que hizo fué edificar
una buena casa en el paraje que hoy ocupan algunas de las muy
l'uines y miserables que por el Este 1imitanla plaza. Como el don
Juan A.lonso era por la cuenta emprendedor y amigo de sus como-
didades, y como por otra parte habia tela de donde cortar, la
huerta de la casa vino á tener unas dimensiones que hoy no pare-
cerian exiguas para un potrero. Era Núñez de Jaime cn extremo
aficionado á la horticultura como bueu valenciano, y asífllé que,
á la vuelta de pocos anos, ese mismo suelo que vemos hoy en
parte cubierto de edificios, en parte empradizado de can'don y de
otras yerbas, y en parte c¡llzado por senderi tos, se vio enriquecido
con abundantes y bien cultivadas hortalizas y flores, y sombreada
por arboles frutales tan variados y hermosos cuanto lo"comporta la
escasa disposicion que para producirlos y alimentados tienen
nuestro clima y nuestro suelo.
Por muy venturoso se tenia el santaferefío y por no poco afor-
tunada la santafereña que cultivaba la amistad de don Juan
Alonso y de la Piringa, pues no hábia cosa como dar un paseo por
la h1œrta de Jaime y como cl salir de ella con los bolsillos ó el pa-
ñuelo atestados de camuesas y duraznos. Los profanos se alampaban
por aquellas y otras frutas contemplándolul:> COllojos codiciosos por
fuera de las tapias. Los pilluelos más atrevidos de la época CGncibie-
ron-más de una vez el temerario designio de escaladas; pero los la-
dridos de un mastillazo disforme qua guardaba el huerto, dieron
siempre al traste con aquellas empresas.
Aquí dejan un gran vacío los manuscritos de donde hetomado
estos apuntes, y no vucl ve á hacerse mencion del valenciano ni
de su huerta sino en ulla sentencia que lleva la fecha de 1744, en
la que se declara que los herederos de don Juan Alonso Kúñez de·
Jaime no poseen los terrenos de que hablo sino en virtud de una
usurpacioll hecha al Comun, yen que se ordena que sean despo-
jados de ellos y arrasadas las tapias que cerraban la huerta. De
aquí se infiere que el valenciano hallia muerto ya por ese año, y
si la sentencia tuvo ó no BU cumplida ejecucion, díganloel actual
estado de la huerta de Jaime y los escasos vestigios que en ella
quedan de los duraznos y de los camuesos •.

En cuanto al Chorro del Fiscal, la que he podido rastrear es


que á fines del siglo pasado habitaba la casa que queda sobre la
fuente que lleva ese nombre el Fiscal don Francisco Javier de
Zarratea, conocido en la 'ciudad por el Fiscal durante los largos
alias qne en ella permaneció; y que, habiéndose él hecho cargo de
las penalidades :i que estaban sujetos los pobres que habitaban
aquella parte de la ciudad, por ser en ella escasísimas las fuentes
públicas, hizo construir á su costa la fuente y la cañería. Malas
lenguas dicen que no dejó de moverle á aquel acto de generosidad
cierta quimera que tuvo con ellVIarques de San .Jorge; quien se
preciaba de hacer un gran servicio al público permitieudo que la
gente pobre sacase agua de la fuente de Sil casa, la que, como es
sabido, está situada á pocos pasos del Chorro Clel Fiscal.

María Teresa no tenia de :intes de Sil apellido como los dos


personajes de quienes acabo de dar noticia: 1Jamábase lisa y llana-
mente María' Teresa Pinzon, y sus vecinos y conocidos solían lla-
marla ñwi Pinzona. Pero en cambio de aquel monosílabo, tenia
fama de ser una buena mujer en toda la extension de la palabra.
I~ra de orígen plebeyn, y no obstante que en su edad madura llegó
á tener el l'ilion cubierto, nunca quiso salir de su esfera ni desdeí1ar
el trato de la gente de sn misma condiciou. Fué en sus priUleros
aiios criada de una buena seiiora, la que al morir le dejó como
legado la casa que se halla más inmediata al Ohorro, con algunas
tiendas y una regular cantidad de dinero, con la que puso Ulla tien-
da, que fué por muchos años la mejor surtida y la más afamada
de todas las de su género.
Los licores qUf\ en aquella tienda se L'lbricaban hubieran sido
capaces de hacer despreciar el vino dû Chio y aun el néctar de lo::;
dioses. El pan de María Teresa fué el término de comparaciou do
los buenos panes; á principios de este siglo quedaban aún algunos
viejos que en sus mocedades habian probado otras viandas ven-
didas en aquella tienda, que no me atrevo á nombrar por no hacer
bajar demasiado el tono de este escrito, y cuyas exhalaciones llena-
ban los domingos por la mañana la mitad del barrio de Santa
Bárbara. j Y cómo se relamian aquellos buenos ancianos haciendo
memoria dc ell08 !
Era María Teresa recomendablc adcmas por su caridad con
los pobl"es, quienes nunca acudian en vano á la puerta de su tienda;
y su devocion á N ucstra Señora. del Campo era cosa proverbial.
Enriqueció la santa imágen que en San Diego se veneraba, con
muchas y muy preciosas joyas; costeaba anualmente la fiesta, ha-
ciéndola celebrar con singular pompa y solemnidad; y aun hizo
una fund pero tente lengua! que estas son cosas delicadas para
dichas en estos tiempos y vale más dejarlo en el punto en que so
encuentra, que al buen callar llaman Sancho.
Daria yo el mejor de mis poemas (si bien hasta la fecha no he
compuesto ninguno) porque Crane ó Paredes se hubiesen al'lticipa-
do á su siglo y hubiesen sacado una buena fotografía de Mana
T'Oresa. ¡Qué seria entónces ver reproducido y conservado para
la posteridad aquel semblante, tipo y modelo del de la matr(}na ple-
beya, con sus ojos encapotados, su nariz ancha y aplastada, su boca
grande y sus dos hileras de sanos y blanq uísimo!:l dientes! La
expresion del ..rostro era la de cierta bondadosa gravedad. Su
peínado ¿ quién la habia de creer? Era á la María Estuardo, 6
pam hablar en castellano, era como cI de las criadas de monjas.
Su talle í Poder de Dios) ¡qué talle aquel! Si se hubiera tra-
tado de darle un abi'azo, habría sido menester hacer gavilla.
María Teresa disfrutaba eu su casita de un chorro de agua de
excelente calidad; su puerta estaba todo el di:1 de par en par fi fin
de que los vecinos pudiesen proveerse de agua; mas como huhiese
previsto q lIe, despues de sus dias, pasando la casa á otras manos,
los pobres que sacaban agua quedarían privados de este beneficio,
hizo colocar la fuente en la calle, y en el mismo sitio en que hoy
la vemos. La casa de María Teresa es la que forma la esquina
llOrte de la octava calle de la carrera de Popayan en la acera
oriental.
María Teresa se levantó á sí misma, sin saberlo, uu monumen-
to, humilde como ella y como eUa útil para los habitantes de sn
barrio. Si yo apeteciese fama póstuma, envidiaria para mi aquel
monumento, más bien que una de aquellas pirámides de granito
que COllfrecuencia ha levantado el orgullo á la ambiciono

.
Tú sabes, Pepe, cuál es la CALLE DE LAS BÉJARES, pero segu-
ramente ignoras dónde estaba situada la casa en que las B~jares vi-
vian. Si quieres (que si querrás), vente conmigo nna tanlecita y te
mostraré el sitio que o'cupaba. Ese sitio ~ ay! está hoy profanado
por una casa ií. la moderna, de ventanas arrodillada.s y de canales
de hoja de lata.
i Qué admirable es el poder de los recuerdos y el de la palabra
en qne se encarnan! Ha sido miÍs fácil h::1ccr desaparecer de aque-
lla antigua ealle unas sólidas paredes de piedra que una palabra
que se lleva el aire. Eu vano se ha pretendido quitar á la Calle de
las Bfjares cste nombre monumental. Allá en algun registro 6
documento oficial se llama, segun creo, la calle lo" de la carrera de
Bárbula; pero el pueblo la sigue llamando la Calle de las Btjares.
Elpueblo saoe más que los cabildos yes más poeta que ellos; si
bien es cierto que pam esto se necesita muy poca cosa.
Dos el'an las seiioras Béjares, y el abuelo de cierto amigo mio,
. que me ha suministrado datos, las conoció ya bien entradas en años,
hácia el de 1760. Llamábase la mayor doña Javiera y la menor
doña Joaquinít; y dizque el abuelo de mi amigo, había caido en la
cuenta de que la doña Joaquina era la menor, no porque su aspee-
to lo diera á entender, sino por ciertas muestras de deferencia qné
ésta daba á dQñaJaviera, como la de no lIamarla Javiera á secas
sino la niña Javiera. Tal era la costumbre entre nuestros ante-
pasados.
Eran ambas hermanas de procerosa estatura, enjutas y acarto-
nadas, y en la época de que he hecho mencion sus eabezas estaban
cubiertas de cabellos canos, los que recogidos tenazmente hácia
atras iban á formar un moño sobre la nuca. Usaban jubon de una
tela de seda y enaguas de bayeta azul, singularidad de que no se
admirarán poco las damas de nU8stros dias que no tengan noticia
de las modas de antaño. Atestadas tenian las antiguas cajas de
nogal de polleras y de otras galas hechas de telas tan ricas y cos-
tosas como en los dias de su vida las han de ver las petimetras de
estos tiempos; ni en una rica y ponderosa papelel"d. falfuban pen-
dientes, brazaletes y arracadas en que los brillantes y los rubíes nô
escaseaban más que las piedras falsas en los aderezos que lucen
ahora nuestras damas. Pero todas aqnellas prendas y ricas alhajas
aguardaban en paz y sin ver la luz del dia un tiempo más dichoso
eu que los diamantes habian de sulir á lucir (ó más bien á deslu-
cirse y avergonzarse) en Ja ruin compañía de las piedras falsas, y
en que Jas polleras Jlabian de campar por su respeto en los bailes
de disfraz, ó bien convertidas en túnicas ó mantos de alguna de-
vota imágen.
Las toscas y desparE'jadas piezas de la vajilla de plata no 11e-
yaban, como las otras alhajas, una vida contemplati\'u y ociosa.
Qué èubiertos tan macizos y qué ley tan subida la del metal de
que estaban hechos! Y ¿ quién habia de creerlo, Pepe de mi alma?
tú y yo hemos sido dueños repetidas veces de una parte de la va~
jilla de las Béjares. Hoy anda por ahí en mallaS de todos, aunque
trasformada en despreciables monedas de seiscientos sesenta y seis
milésimos.
Decoraban la sala dos inconmensurables canapés, costosamente
tallados, pintados de blanco con labores doradas y forrados en
damasco verde; dos grandes mesas de nogal, igualmente talladas,
que pudieran muy:. bien servir de modelo á las que hoy pasan
por las de mejor gusto; un escritorio de carey con embutidos de
marfil; un hermoso crucifijo con grandes cantoneras y chapas de
finísima plata; la urna del Nii'io Dios, de la misma madera que
las mesas y seml'jante á un bazar ó al arca de Noé, poda infinita
variedad de animalitos y de chucherías de que estaba atestada; un
cuadro de la Santísima Trinidad, obra de Vázql1ez, por la cual
tú darias al presente todo la que tienes, pero que las huenas de
doña Javiera y dofta Joaquina no estimaban en dos ardites, por
parecerles mucho más lindo j mal pecado! otro cuadro de las
Anímas del Purgatorio, que, colocado frente á frente con él primero,
parecia desafiarle á que ostentase oomo él el amarillo crómer poi."
- ""-IUU -

libras y por kilogramos el más rico bermellon. Completaban la


decoracion dos cortinas de filipichin encarnado que ocultaban dos
puertas; y á propósito de filipichin, te diré que la mitad de las
cortinas de esa tela inmortal que tú has visto ondear henchidas
por el viento en las octavas de las Nieves, no han salido de otra
parte que de la casa de las Béjares.
Omitiré por ahora otros pormenores concernientes á estas seño-
ras y todas las noticias que sobre Zavaleta tengo recogidas, á fin
de que me quede algo con que amenizar nuestra excursion á la
calle Ge las Béjares, dado caso que tú me dejes meter baza.
y ahora, Pepe, háblamc con franqueza. ¡, Te huelgas de tener
ya con quien compartir el polvo de los archivos y los catarros
que persiguen á todo revolved al' de papeles vil'jos? O bien, incu-
rriendo Cil una flaqneza de que puedes no eRtar exento, ¿sientes el
aguijan de la envidia al ver que hay quien te prive del monopolio,
de que has creido gozar, como único husmeador de las vejeces
santafereñas ?
Pues mira, Pepe: de cualquier manera que haya sido, has
cometido Ulla simpleza de marca y has dado muestras de ser un
bolonio. Porque has de tener entendido que todo lo que acabas de
leer no es más que un aeervo de dislates, patrmlas, embustes y
embelecos que he acumulado para solazarme y hacer que me tengas
un rato por laborioso y sagaz indagador de vejeees. Conque no hay
sino tomarlo á broma ó echarte á hacer inventigaciones sobre los
asuntos de q ne tnrtíceramente yal prinei pia de este fárrago prometí
darte noticia, á fin de que puedas darme eodillo cou un artículo
biográfico y arqueológico tal y tan bueno como el que contiene In.
historia ael Humilladero; y no tengas miedo de que yo la haya
por enojo, principalmente si se lo dedicas á tu afectísimo amigo.

XXI.-RECOGIDA. DE CABALLOS EN LA CORRXLEJA


DE " EL MOSAICO."

Despues deI hombre y de la mnjer no hay cosa como el caballo ~


por la cual tiene razon Diego Fallon cnando dice que Dios hizo
la mujer y que para limpiarse las manos hizo en segnida el caballo.
Dicen que el elefante es más inteligente, pero con todo su chirúmen
al hombre le sirve de bien poco. Y aun cuando pudiera prestarle
importantes servicios, no gozarian de ellos todos los hombres, por
ser tan escasos los climas en que vi\'E' aquel cuadrúpedo. El perro
vive en todos los paises en que puede respirar un hombre; es el
más fiel de los brutos y el único capaz de dar la vida por su dueño;
mas con todas estas ventajas, si fuera preciso que quedase extin-
guida una de las d0S especies, la 'de caballos ó la de perros, y estu-
viese en mano de los hombres la eleccion, la primera se sal varia
por una mayoría inmensa de sufragios, y no le echarian bola negra
sino las solteras viejas que estuviesen prendádas de algun perrillo
de faldas.
Entre todos los brutos, s6lo algunas aves pueden competir con
el caballo en materia de hermosura, empero la hermosura de las
ave.'l tiene ménos analogía con la qne para nosotros es el tipo de
la belleza animada, es decir, con el cuerpo humano. Y digamos
entre paréntesis que si un bruto leyese estas líneas (no lo permita
el cielo) no dejaria de exclamar aquí: "Se conoce que no es bruto
cI pintor." La belleza de las aves tiene más analogía con la de las
:flores, esto es, con la de las cosas inanimadas; belleza con que
simpatizamos ménos y que pertenece á un 6rden inferior por no
hallarse asociada á ha dotes del espíritu.
Encamínase ,un guerrero al campo de batalla, y al trotar de sn
bridon, se entrechocan con agrio ruido sus marciales arreos; ó bien
sale un mancebo en un gallardo pisador á lucir su garbo en presen-
cia de la hermosa á quien ha rendido su corazon: i(:uál ent6ncos
se lleva, tras sí los ojos el poderoso bruto! Enhiesta la descarnada
cabeza; abre las anchas narices; en arca galIardamen te el cuello,
sobre el que und ulan esparcidas las sedosas crines; lleva las vi-
brátiles y breves orejas en incesante y vario movimiento; dirige ti
todas partes fieras miradas; su resonante callo hiere la tierra con
pujanza, al mismo tiempo que sus rodillas y sus corvejones se do-
blan y juegan con gracia y con soltura. ¿ Quién al contemplar este
cuadro no cree descubrir en el gentil cuadrúpedo la arroganda y
el orgullo de un sér de nuestra especie? Y si conduce al guerrero
á la pelea ó al cazador tras la fiera de los bosques y se agita y se
enardece al sonido de los instrumentos ó al estampido (le las ar-
mas de fuego ¿ quién al verle se atreveria á asegurar que bajo sn
jadeante pecho no late un coraza n ansioso de triunfos y apasionado
á las alabanzas?
Mas al componer el panegírico del caballo y demostrar la ex-
celencia de este noble animal, como nos proponemos hacerla, nues-
tro caballo de batalla serán las reminiscencias históricas.
Hay gallos históricos, jumentos hist6ricos i vaya si los hay!
Hay en la Historia cuervos, palomas, camellos, bueyes, leones,
osos, ballenas, elefantes, y sapos y culebras; pero caballos históri-
cos hay eu númel'o iníinitamente mayor. Nos comprometeríamos
en caso de necesidad á citar quinientos caballos célebres; mas como
seria una caballada oprimir al lector bajo el peso de nna tan in-
terminable enumeracioll, refrenaremos el ímpetu que estamos sin-
tiendo de mencionados á todos, y no le daremos rienda suelta sino
hasta el punto que sea menester para dar al lector una alta idea
del objetode nuestro panegírico, sin aburrirle en demasía.
- ""-IUU -----

Haremos la enumeracion al trote, ó más bien á mata cabaIIo


sin curarnos del órden cronológico ni paramos en pelillos, y men-
cionaremos en primer lugar á Rocinante, porque, si no fué el de
más gall~da ptesencia entre los caballoi:l memorables, puede afir-
marse q ne es el más conocido de todos y aun el único de que te-
nemos una idea exacta, así como es al que más cariño profesamos,
En efecto, ¿ qué se nos da á nosotros de esos caballos cuyos hechos
nos son desconocidos y de cuya figura no tenemos idea, como el
Babieca del Cid Campeador y el Bu6éfalo de .Alejandro Magno,
por más que este grande hombre hubiera edificado la ciudad de
Bucefalia con el fin de perpetuar la memoria de su bUCí:Jaloy en
el mismo paraje en que este dejó sus huesos?
Dos caballos dieron la corona á sus jinetes: el snyo á Daría 1. o
en la Perai:!, relinchando á tiempo j leccion importante para mu-
chos habladores que ignoran que la gracia no está en desembuchar
todo la que se sabe ni en decir grandes cosas, sino en saber uno
descoser los labios en buena sazon y coynntnra. A Mazeppa le dió
la corona un caballo que no era suyo y que mal de su grado le
condujo á las llanuras de Ukrania, que eran su qu~rencia.
No tan bien les avino á los cnatro dueños qUe consecutivamente
tuvo cierto caballo romano. Fueron Cneo Seyo, Coroelio Dolabela,
Casio y Antonio, y todos ellos murieron de muerte adminícula y
pésima, como decia Sancho. Pero, como esto acaeció en tierupo y
por consecuencia de las guerras civiles en que tan poco civilmente
Re trataban los romanos unos á otros, la cosa no tuvo nada de raro,
y debemos maravillarnos de que hubiera dado orígen al proverbio
ó dicho que aplicaban en Roma á cualquier persona notablemente
desgraciada: "Tiene el caballo de Seyo."
Paisano de este dicho y de orígen aun más baladí era el de
chancearse con el caballo, que queria decir desalentarse al principio
de una empresa. Esto vino de que un Procónsul que partia para
una provincia muy distante, como se le hubiese caido el caballo al
salir de Roma, le dijo: "Me da risa de que ya estés cansado,
cuando no hqcemos más que empezar tan dilatado viaje."
No dió con esto el Procónsul una muestra de agudo ingenio,
ni el chiste es de muçhos quilates; tudos los que no somos procón-
suIes hemos dicho mil cosas más originales y donosas j pero los
personajes tienen, entre otras ventajas, la de que toda expresion
que suelten, por sosa y trivial que sea, si no queda convertida en
proverbio, á la ménos es citada y celebrada como cosa de gusto.
Homero hizo célebres los caballos de Rheso. Estaba decretado
que, si ellos llegaban á beber las aguas del .Janto, se sal varia la
ciudad de 'fraya; pero como tambien estaba escrito que Troya
habia de perecer, Diomédes y Ulíses (que más tarde han sido imi-
tados por nuestros guerrilleros) se acercaron bonitamente y á favor-
de las tinieblas á la tienda del rey de Tracia, quien sin curarse del
refral1 que dice que. "el ojo del amo engorda al caballo," habia
cerrado los suyos, y le hurtaron los caballos, que hubieron de ve-
nirles muy biená los griegos, pues, aunque los dioses solían rega-
lar]es caballos inmortales, los bagajes nunca están de sobra en un
campamento. Por lo dcimas,Ulíses y Diomédes no eran hombres
de dejar que sus nùevos caballos bebiesen de las aguas de aquel
rio consabido.
Y, á propósito j qué bien, qué rcbien hicieron los poetas de la
clásica antigüedad en escoger los caballos paciendo en las praderas
para emblema de la paz! No parece sino que habian pasado algu-
nos años en esta nuestra tierra. Sin embargo, como eran hombres,
y los tales no hacen cosa completa, no dijeron cómo era como un
caballo podia simbolizar la guerra. Nosotros, sin pretenderenmen-
darles la plana á aquellos eminentes varones, proponemos quc, cn
la sucesivo el emblema de la guerra sea UI1 caballo trasijado, atado
á un árbol en el fondo de una cañada y con un bucn pienso de
hojas de chusquepor delantc ..
Ahora volvamos á Troya. Los griegos, que no hahian podido
tomar aquella poderosa y desventurada ciudad á fuerza de asaltos
y de cOl11bate~ á cara descubierta, determinaron apoderarse de ella
traidoramente; para 10 cual fingieron volverse á la Grecia dejando
en las inmeùiaciones de la ciudad un descomunal caballo de made-
ra. Los troyanos, viéndole, se imaginaron, como el redomado de
Ulíses, principal inventor de aquella traza, 10 esperaba, que aque-
lla era una ofrenda destinada por los descorazonados aquivos para
uno de los templos; y, como· "á caballo presentado no· hay que
mirarle el diente" y muchoménos las tripas, cargaron con él los
muy babiecas y le introdujcron en la ciudad sin sospechar que iba
preñado y rebutido de cnemigos, los que á favor de la oscuridad
salieron y les abrieron á sus compañeros las puertas de la ciudad.
Cuenta la historia que Calígula, se asoció en el Consulado á
su caballo. Muy bien pudo suceder esto, y si aquel emperador lo
hizo, no fué esta la mayor de sus barrabasadas. No obstante,
segun el parecer de ciertos críticos, esta es una mera alcgoría inven-
tada paIa satirizar á los gobernantes que se asocian en el mando á
llombres de pocos alcances, á fin de que no puedan irles á la
mano ni arrebatarles parte alguna de la gloria que esperan al-
canzar. Por lo demas, es bien cierto que Inc'Ítatu8 (esta era la
gracia del bucéfalo imperial) no le tuvo á su colega la rienda tan
corta como éste se la tendria á él cuando lo montaba, pues dice la
leycnda que no le puso aquel nombre sino á causa de su extremada
fogosidad, y es de presumir seria caprichoso y díscolo ademas, pues
es bien sabido que" cada caballo sarnoso busca su compañero."
Pero aquí daremos punto al catálogo de caballos célebres, pues
vaprolongándose en exceso, y el lector benévolo lludiera no He-
varIo en paciencia; que aunque le suponemos amigo nuestro y
como tal inclinado á la tolerancia, dice un proloquio que CI al
amigo y al caballo no hay que apretallo."
Ni nos acordaremos Je los caballos mitológicos y alegóricos
de que se hallan tan repletos los libros antiguos que no parecen
sino caballerizas ó potreros de brigada. Ahí están, si no, la
cuadriga del sol, y el Pegaso, que no nos dejarán mentir;
no obstante que éste, con el frecuente trato con los poetas, no
habrá drjado de cobrar aficion á las mentiras. Ahí llstá tambien
otro caballo infinitamente más serio y ménos jugueton que el Pe-
gasa, es dccir, aquel en que el Apóstol San Juan èn su profética
vision vió cabalgar á la muerte; y observaremos de paso que si en
estes tiempos nos fue:5e dado verla, la veríamos, no á caballo, sino
en algnn vehículo de vapor con una máquina de la fuerza de 2i>
caballos; así porqne aquella dama querrá ir con el siglo, como
porque la sentimos anclar tan de prisa que ya ni el Cisne de los
Latorres ni el Ombligon, su venturoso rival, podrán parecerle bas-
tante ligeros.
Los astrónomos modernos ¡cuatreros fementidos! han despo-
jado al sol de sus caballos. Quieren unos que siga su carrera pedi-
bus andando; otros pretenden condenade á una vida poltrona y
sedentaria. Maldita la falta, dicen éstos, que puede hacerle el ejer-
cicio, con aquel calor de todos los demonios. En suma, los astró-
nomos, l1evándoles la contra á los poetas, han hecho descender al
sol, como si dijéramos, "de caballo de regalo á rocin de molinero,"
de la catcgoría de divinidad íÍ la muy inferior de estrella; y no
como quiera de estrella, que una estreila al cabu y al:fin es cosa
poética y que cabe muy bien en un verso, sino á la muy prosaica
de estrella fija, que es la más deplorable.
Pcro no has de acuitarte, lector amigo, por la falta qne hacen
en el firmamento los caballos de Apolo; qne si alguna vez te
viene en voluntad hacer un viajecito como el qne Sancho decia
haber hecho en Clavileño y has menester relevo, por allá entre
las constelaciones has de hallar dos caballos, uno grande y otro
chiquito, entre los cuales puedes escoger segun tu gusto particular.
N o es la menor entre lUi!felicidades de que goza esta afortuna-
da y ubérrima Sabana de Bogotá la de criar potros que en nada
ceden Ii los de las afamadas razas andaluzas, inglesas. y lemosinas.
:Mal año y mal mes para los caballos de pU1'a sangre con sus cade-
ras prominentes y sus largos y desairados cuellos! Si los miembros
del Jockey Club vinieran á nuestra tierra, y los sabaneros nos
dignásemos dejades dar un paseito en la que llamamos (váyase al
diablo la gravedad del talla y la elevacion del estilo), en lo que
llamnmos un patoncito alhaja, ¡cómo se relamerian y se chuparian
los dedos! i Qué fuera ver al más encopetado de los lores paseando
en el Negrito dc nuestro amigo Jacinto Corredor!
y ya que hemos mentado uno de los caballos que beben en la
actualidad las aguas del·Funza ¿ cómo fuera posible no hacer grata
conmemoracion del caballo de siete colores, tras el cual se nos han
ido tantas veces los ojos, caballo que ha dejado feo al que dijo que
"de caballo overo ni el cuero?"
"Caballo grande ande ó no ande," dice un adagio; pero dice
mal, porque nuestros caballos, por la comun cenceilos y de media-
na talla, son de aquellos á que cuadra el nombre de jacas ó haca-
neas, y la repetimos: nuestros caballos pueden competir ventajo-
samente con los mejores, si exceptuamos á los árabes, de que tantas
maravillas se cuentan.
Dijimos td principio de esta cómo la llamaremos? de
esta cosa que estamos escribiendo, que el caballo es la mejor y más·
bien parado que, despues del hombre y de la mujer, hallarse pue-
de debajo del sol, y hemos dado á entender que con ninguno de
los seres animados simpatizamos tanto ni tenemos tan buenas re-
laciones como con el caballo. Creemos haber alcanzado de razones
al lector i mas, comoo "caballo que alcanza pasar querria," segun'
el antiguo proverbio, todavía queremos enriquecer nuestro asunto
con otras observaciones.
Ama el hombre en la niilez las frutas y las golosinas, las
fruslerías y los juguetes (y entre éstos más que ninguno los caballi-
tos de San Juan) i ama las flotes y los campos, ama los retazos y la
algazara i pero vienen luégo la juventud y la edad madura il todo
aqnellose olviJ/l; ni hay persona, por casqui\ana que se la su-
ponga, que tí los 25 años suspire por las ciruelas y por jugar tí la
mariposa. No pudiera d~cirse otro tanto del caballo y de la equi-
tacion. Todos al traer á la memoria los apacibles di as de la nÍIïez
y de la adolescencia, noslljamos con mayor deleite en aquellos que
fueron embellecidos por algun paseo á caball?, y la alkion adquiri-
da en los primeros años á este encantador p'jercirio va cobrando
fuerza con la edad y no se extingue sino cuando un pésimo método
de vida hace al hombre poltron y desidioso.
Nosotros hemos dicho siempre que el montar á caballo es cosa
de derecho divino. Quien muere sin haber montado es como quien
muere sin haber bebido agua Ô sin haber amado tí algl1n sér de
su proflia especie. El hombre naci6 para montar en el caballo,
el caballo para ser montado por el hombre. Y, si esto 110 fuese
as1, si algun mortal hubi2se inventado la equitacion, ese mortal
inlllortal seria el más digno de que se le erigiese una estatua
ecuestre.
El nombre del caballo, presente sin cesar en la memoria de los
hombres, sirve para nombrar inn~merables objetos é instrumentos
de las artes, de Jas oficios y de las ciencias i y, como si toda vía se
hubiese temido que pudiera olvidarse, se ha estampado en cuatro
de las páginas del libro más popular, del más inteligible, del más
manoseado de todos; de aquel libro en ,que tantos 'han hallado el
,secreto de hacerse ricos, y tantos otros el de arruinarse sin esfuerzo;
de aqucllibro, en fin, que en todas sus ediciones, tiene cuarenta
fojas útiles y q Ile, en nuestro romance castellano, llamamos la
baraja.
El'cahallo ha dado su nombre á la CABALLERíA. ¿ Qué otro
animal hubicra podido alcauzar tan alta prez? ¿ Qué tal que el
nombre de aquella noble institueion se hubiese derivado del del
elefante 6 del del perro? Hoy diríamos: "En los gloriosos
tiempos de la elifantería ;" 6 bien: "Aquella desavenencia
se ha arreglado honrosamente, cnal se estila entre perrerOl~."
Hablando de la guerra, se nos llena la boca si podemos afirmar
que un ejército consta de cinco mil infantes y novecientos caballos.
j Qué mal sonaria 7iOvecientos machos ó nO'Oecientosavestruces.
Se han escrito y publicado ya ciento y tantos números de El
JJlosaico. Todos ellos se componen de piezas en prosa y en verso
que no tienen por objeto sino la especie humana. Tal vez no se
exceptúan de esta regla sino un artículo sobre el cometa, escrito por
Cornelio Borda y otro sobre la ataba escrito por Ezequiel Uricoe-
chea; y aun de este último se puede afirmar que tiene por objeto
mediato la humanidad doliente, pues es bien sabido que aquella
Bustancia cura de una cierta dolencia muy conocida de todo el que
se halle medianamente versado en la patología ...
Por poco conexionado que parezca la que acabamos de decir
con la que estábamos diciendo, no hay que pensar que nos estamos
" apeando por las orejas:" sígase leyendo y se descubrirá lo bien
hilado de nuestro razonamiento.
Si es ciertoque,- en la escala de los seres animados, el caballQ
sigue al hombre y á la mujer, parece equitativo consagrar al in-
teresante cuadrúpedo siquiera un número de este peri6dico, ya que
tantos se hau consagrado al bípedo sin plumas, como un filósofo
llamaba al hombre. Esenúmero será el presente, y no creemos
ocioso advertir á los lectores que no es nuestro ánimo seguir re-
corriendo toda aquella escala de que hablábamos, y que no hayan
miedo de que lleguemos á ofrecerles un número consagrado á los
conejos ó tÍ. las lombrices.
El caballo ha atraido con razon las miradas é inflamado el estro
de los poetas de todas las edades, y la literatura antigua y moderna
está enriquecida con cantos inmortales en que se celebra aquella
animada maravilla. Alguuos de esos cantos y varios fragmentos en
prosa llenan las columnas de este número de El :lJIosaico, y por
fortdna, entre estas piezas se hallan algunas' de escritore!! neo-
granadinos.
El título de esta introduccion encierra dos provincialism05 en
nueve palabras, que no es poco encerrar; pero maldito el cuidado
que se nos da: nuestros paisanos bien nos entienden; si los extran-
jeros no saben qué cosa es una 1'ccogida de caballos en una corra-
leja,peor para ellos: aunque hayan visitado el Hip6dromo de
Constantinopla ó asistido en Paris á las funciones del Circo Olím-
pico, puedeu decir que uo han visto cosa buena.
Conque, caballeros, vamos á ver los caballos que les tenemos
ofrecidos.

XXII.-DOS PARTES DE UNA MISMA BATALLA.


Un amigo nuestro, grande anticuario, bibliófilo y viajero infati-
gable, habiendo llegado á Esmirna en Ulla de sus correrías, descu-
brió &llí en una pulpería gran número de manuscritos de aquellos
que Hornero deLió de tener á la vista para componer la Ilíada. Tu-
vo la fortuna de salvarlos de la triste suerte de quo estaban amena-
zados, yla bondad de remitirnos copias de muchos de ellos. Al
cxaminarlos"hemos encontrado con no poca sorpresa y con mayor
satisfaccion dos partes de una batalla de las muchas en que debie-
ron de habérselas los griegos con los troyanos ántes de la general
y sangrienta cuyo principio describe Hornero en el libro segundo
de la llíada. U no de lQsdos partes es dado por el jefe griego y el
otro por el troyano.
Hemos resuelto publicar estas dos piezas oficiales, persuadidos
de que con dificultad podemos ofrecer á nuestros abonados una
lectura más interesante que ésta.
Cuartel gene1~alen la llanuTa del Escamañdro-Comandancia en jeje del
r;jércitognego.-Númcro 78.
A los señores Regentes de los reinos de la Grecia.

Cábeme la honra de remitir Ii ustedes una copia de la comunicacion


que en esta misma fecha y bajo el número 402, me ha dirigido el señal'
Comandante en jefe de la division lacedemonia poniendo en mi conoci-
miento el espléndido triunfo que hoy ha obtenido Ù.node los cuerpos del
ejército griego sobre otro del de los troyanos.
Los Dioses guarden á ustedes. -AGAMENoN.

Cuartel gene1"al sob?'c el Escamand?"O.-Comandancia en jife de la


division Lacedemonia.-Número 62.
Señor Comandante en jefe del ejército griego.

Tengo la más viva satisfaccion al tra.scribir á usted la nota que en


e,;ta fecha me ha dirigido el jefe de la primera tribu de la division
lacedemonia participándome que uno de los euerpos de la brillante divi·
sion de mi mando ha alcanzado una compl~ta victoria sobre una fuerte
columna troyana.
Soy de usted atento &ervidor.-MBNEL.o.
vi~a privada de uno de mis compatrio~l1S, yo sí que podría decir
cuatro palabras sobre la suerte que corri6 un ejemplar del alma-
naque de 1857 que el sefior Guerrero pidi6 prestado en enero de
este afio á cierto comerciante de la calle real; y por cierto que no .
tendria que decirlas en corrillo ni ocultándome bajo el tenebroso
velo del an6nimo, sino á la lnz del mediodía y bajo mi nombre y
apellido; pero no quiero que Se diga que contesto una i!llputacion
con otra, ni que me dejo arrastrar por innobles pasiones ni por un
piezquino espíritu de venganza.
': Yo hubiera respondido al insulto de que he sido víctima, co-
ino responde un caballero cuando otro le irroga una injuria; pero
creo que me rebajaria demasiado y prostituiria vilmente mis ar-
mas, si intentase pedir á Guerrero una satisfaccion honorable. He
preferido apelar, como formalmente apelo, al augusto Tribunal de
la opinion pública, y me someto á su íallo, que no puede mênos
de ser favorable al hombre que, como yo, ha sido designado para
víctima en las aras de la iniq uirlad.
Mi palabra bastaría para que los individuos que me conocen
creyesen que los hechos han pasado como yo los refiero; mas, pa-
ra completa satisfuccion de los que no saben quién soy, publico los
documentos que se verán á continuacion.
Bogotá, diciembre 12 de 1858. MATICIAL PAZ.

Señor Oarpóforo Oipagauta. Bogotá, diciembre 10 de 1858.


Muy sei'lor mio: }1~~reroque usted, en obsequio de la verdad
y de la justicia, se si.rva decirme en contestacion á la presente, si
es verdad que en el concierto que tuvo lugar el 8 del corriente
por la noche, estando ya para terminarse la funcion, pedí prestado
al sefior Pacífico Guerrero su programa, y si mi señora se la de-
volvió, dándole las gracias, despnes de haberlo tenido en sus ma-
nos unos cortos instantes.
Conociendo la bondad que á usted lo caracteriza, no dudo se
,sirva contestarme en conformidad.
Soy de usted atento servidor MARCIAL PAZ.

Señor Marcial Paz. Bogotá, diciembre 10 de 18G8.


Muy <¡efior mio: en contestacion á su apreciable de -esta
misma fecha, le digo que, siendo, como soy, en extremo aficionado
á la música, me hallaba absorto escuchando la " Obertura de Ana
Bolena," al tiempo en que U. pidió al sefior Guerrero el programa,
y más todavía en los momentos en que la señora de usted debió de
-volver á dicho señor el documento mencionado, por estarse ejecu-
'tando un pasaje que me conmueve hasta los túetanos, y por tanto
DO pude presenciar el préstamo ni la devolucion. Recuerdo, sin
embargo, que miéntras se ejecutaba un compas callado oí que la
·¡'de¡ù~~~~jQá .G9b~~ :'f.ucb!lS.g~c~," d~!
gurarl~l.n$ted,infi~l»'que" el 400111)debe haber pas
lo indica: y doy test~tJjoniode elld como si lo hubie"
,A provecho esta ocaaion &c.
CARPOFORO CIP AG.urXA.

---~
XXIV.-UN FACINEROSO EN VERGUENZA PUBLICA.

Ha aparecido en estos dias un libelo infamatorio, bajo el nom-


bre "A LA POSTERIDAD, A MIS CONCIUDADANOS,A LA HrsTORIA
I)4:PARCIAIJ," en que se sacan á luz varios hechos de mi vida pri-
vada pintándola con los colores más negros, y en que, agotando
el ,diccionario de los insultos, por carecer de razones, se me hace
el cargo de haber quitado su repntacion al bandido Marcial Paz,
cargo que se devanece por sí mismo, pues él no tiene reputaciou
uqueperder, si no-es la de tramposo, bribon y libertino, de que con
harta razon ha gozado toda su vida.
No descenderé para contestarle, al terreno de los insultos, 6
mejor dicho, no me revolcaré en el lodazal que él ha escogido por
campo de batalla, y al que parece llamarme con sus provocaciones.
Yo sabré mantenerme en la posicion cligna en que me colocan mi
educacion y mis precedentes, yo dejaré para mi procaz adversario
. el lenguaje cuartel era, los denuestos y la fanfarronada, ya qne to-
das estas cosas son tan de su gusto; reservaré para mí las razones y
las pruebas y emplearé /ln lenguaje comedido, con segurida<lde
queMperjud,icará á la manifestacion clara y patente de los hechos.
Y.o deberia guardar silencio y dar al desprecio las cal umnias y
los dicterias con que me regala el autar del libelo ; pera, cediendo
á las instancias de muchas personas respetables, y, teniendo presente
que no s.oy canacido en algunas lugares distantes de la capital) en
los que podria formarse de mí la peor idea si el mencionado papelu-
cho llega á tener más circulacioll de la que merece, me heresuelto
á dirigir al público cuatro palabras con el .objeto de vindicarmll.
Es falso, absolutamente falso, que Paz ó su mujer me hayan
devuelto el programa que presté desillteresadamente al primero
en el concierto del 8 de diciembre. Apelo para probar esta ase ve-
racion al testimonio de las mismas DOSCIENTASó MÁS PERSONAS,
DE LO lIfÁSDISTIN-GUIDOQUE HAY EN NUESTRA.SOCIEDAD,Y ve-
remos si un testimonio tan respetable sirve para demostrar la
verdad y contribuye al triunfo de la justicia, ó silas DOSCIENTASó
lIÁS PERSONASse convierten en cómplices deun impastor infame.
Un ridículo disparatorio firmado por un tal Carpóforo Cipa-
gauta, que Paz exhibe como c.omprobante de su aserto, se limita á
hablar de oberturas de Ana Boleoa, de compases callados y de
- ~,±i} -.

XXIlI.- A LA POSTERIDAD, A 1\1IS CONCIUDADANOS,


A LA HISTORIA IMPARCIAL,

Por primera vez me veo en la necesidad de ocupar la atencion


del público por medio de la prensa; y como al hacerla no puedo
emplear un lenguaje florido ni valerme de frases pulidas ni de es-
.tudiadas figuras de retórica, quisiera poder guardar silencio,; pe-
ro cuando el hombre se ve atacado en la más precioso que posee,
que es su honor; cuando lleva un nombre que sus mayores le han
legado sin mancha y que debe trasmitir á sus hijos igualmente
puro; cuando la envidia y la calumnia la han escogido por blan-
co de sus envenenados tiroEl, el silencio es un crimen, y más bien
que una imperiosa necesidad, es un sagrado deber el defender la
propia reputaciOIl, pOl' medio del arma más noblc quc la civilizacion
pone en manos de toda persona bien nacida, es á E>aber la prensa.
El hecho odioso con que se quiere denigrar mi conducta y con
que inicuamente Sil pretende echar por tierra mi reputacion de
hombre de probidad, podria parecer exagerado, tal vez enteramen-
te imaginario, á los que ignoran hasta qué punto puede llegar la
corrupcion del corazon humano y la malignidaù del hombre que,
impulsado por bastardas pasiones, se propone perder á uno de sns
semejantes, sin reparar en los medios y sin economizar ni aUn los
más reprobados por la moral. Por fortuna, la sencilla exposicion
que paso á hacer, es suficiente para que los hombres imparciales y
amigos de la justicia se convenzan de que lof'l hechos sobre que
me atrevo á llamar la atencion del público, no son ficciones hijas
de una imaginacion acalorada.
En el concierto que, como todos saben, tuvo lugar en el Salan de
grados de esta capital el dia 8 de diciembre, me hallaba yo por mi
desgracia colocado en un lugar inmediato al que ocupaba el sei10r
Pacífico Guerrero, quien tenia en la mano el programa de la funciono
Despues de haberse ejecutado el Dno sobre temas de JIafKt-
nielo, quiso mi señora, que estaba á mi lado, saber qué pieza seguia,
y habiéndomelo ella manifestado, no tuve inconveniente en supli-
car al señor Gnerrero me franquease por un momento su programa,
sin figurarme que un hecho, al parecfilr tan insignificante, pudiera
tener Una funesta trascendencia, y mucho ménos servir de pretexto
á la insidiosa calumnia para despedazar mi reputacion con acrimi-
naciones impuras. El señor Guerrero me entregó el programa, que
yo pasé á manos de mi señora, y ella luégo que leyó la que desea-
ba, iIalUú á. Gut:iÙ:Ú) y ;;6 lu d(:vGhi6, dird.de hs gracias. Me
atrevo á hacer todas estas aseveraciones, porque más de doscientas
personas, de 10 más distinguido y respetable que hay en nuestra so-
ciedad, fuero,a testigos de los hechos de que acabo de hacer verídica
l'elacion, y de cuya exactitud respondo bajo mi palabra de honor.
Ahora bien, el señor Regulicio Farfan (álias el sordo) me dice
-'::'':t':t-

que, hallándose en un cor~i11o en el altozano de la Catedral el ~t~¡


9 de diciembre, creyó percibir que Guerrero proferia algun8.9
expresiones tales, como 8e quedaron, concie1'to, anoche, 8eñora y Paz"
de las que con sobrada razon ha inferido que el citado Guerrero
me ha imputado el hecho de haberme quedado con su program~.
Verdad es que el sefíor Farfan, á consecuencia de la sordera de
quedcsgraciadamente adolece, y de la circunstancia de estarse
oyendo repicar en la torre á tiempo que se estaban profiriendo
las palabras referidas, no puede asegurar de una manera positiva
si dichas expresiones fueron efectivamente las que he citado, ni dar
noticia del resto de la conversacion ; pues dicho sefíor es un hombre
incapaz de fomentar una enemistad con infamias y con chismes;
es uno de los hombres más honrados y más verídicos, como la
saben muy bien todas las personas á quienes favorece con su amie-
tad. Por otra parte, basta con que se haya sospechado que Gue-
rrero ha vertido las expresiones que el sefior Farfan ha creido
,percibir, para que pueda asegurarse sin vacHacion alguna que
Guerrero HA ALUDIDOAL PRÉSTA:MODELPROGRAMA,Y ~ TRA-
TADO POR CONSIGUIENTE DE DESPEDAZAR MI REPUTACION, Y,
LO QUE Es TODAVíA PEOR j i¡j DE DESPEDAZAR LA REPUTA-
CION DE MI ESPOSA, LA SE~ORA :!lIARíADE LA PAZ GUERRA! ! ! !
. Mi gratúito enemigo s3.be muy bien que mi peñora y yo somos
incapaces de cometer una accion tan baja como quedarnos, no digo
con un programa de concierto, pero ni con un solo real que se nos
haya confiado; que ninguna persona que nos haya tratado ha te-
nido que quejarse de la menor indelicadeza de parte nuestra, y fi-
nalmente (siento que Se lIle obligue á decirlo) que la posicion pe-
cuniaria en que, gracias á la Providencia estoy colocado, hace to-
talmente inverosímil y hasta ridícula tal vez la impntacion con
que inf:.tme y villanamente se me quiere denigrar. Sí: Guerrero
sabe muy bien todo esto, y si no que recuerde la época en que era
nn miserable andrajoso y en que mi señora y yo la estuvimos so-
corriendo generosamente hasta qne, de uua despreciable nulidad
. que era, la convertímos en un hombre, aunque nunca haya dejado
de ser nn desvergonzado estan\dor y pícaro de siete suelas.
·Como se ve, yo no respondo con insultos al sarcasmo COll ql1e
se ha pretendido echat, un puñado de inmundo lodo tí. mi cara y la
. de mi esposa: yo sé la que un caballero se debe á sí mismo; sé que
el emplear un lenguaje de verdlllera me colocaria al nivel del ca-
nalla que se atreve ti. ofenderme á traicion como reptil venenoso,
porque no tendria valor para irt'ogarme una injuria cara á cara.
Por esto me contengo en los límites de la moderacion v de la de-
ccncia, sin permitirme l1ingun desahogo, á pesar de la indignacioll
que me causa el ruin proceder del cobarde calumniador que pre-
tende cebarse en mi reputacion.
Si mis principios me permitiesen 11l'of..'1narel santuario de la
Cuartel general q.c.-ComandancÛ¡ de la l." t1'i1m de la division
lacedemonia.-Númeru 80.
Señor Comandante en jefe de la division.

El caudillo de los" Lanceros del Eurótas," en una. nota que acabo


de recibir, me da parte de la victoria que ha obtenido en este mismo dia
sobre una columna del ejército de los sitiados. La nota dice así;

Cuartel general q.c.-El caudillo El parte de esta misma bata-


del cuerpo de "Lanceros del Eu- lla dado por eljefe troyano y co-
rótas. "-Número 51. municado al rey Príamo, desplles
Señor Comandante de la 1.- tribu de la divi- de haber pasado por ocho tras-
sion de Lacedemonia.
criciones, dice así:
Tengo la satisfaccion de poner en
conocimiento de usted que hoy al " No obstante el deseo que el in.
rayar el dia los troyanos que defien- vencible Héctor y los demas vale-
den la Puerta Escea en número de rosos caudillos del heroico ejército
más de 1,000 hombres, estrechados que defiende á T,roya, habian mani.
por la suma escasez de vituallas, festado de que no se hiciese salida
que, segun se asegura, tiene reduci- alguna contra los sitiadores, á fin de
dos á los troyanos á la última extre- asegurar mejor el exterminio deéstos
midad, y alentados por las arengas hayal rayar el dia me fué imposi:
de un charlatan llamado Antenor, ble contener el ardimiento de los
que les aseguraba podrian sorpren- arrojados defensores de la Puerta.
der en estado de embriaguez y de Escea, quienes estaban á punto do
total descuido la tropa que á mis sublevarse, pues el Rey, decían no
órdenes guarnece el Puente del Ba- los habia menester para que per'ma-
camandro, hicieron una salida y neciesen disfrutando de los regalo.~
cargaron sobre las avanzadas, las y de la abundancia que hallan en la
que se replegaron en buen órden ciudad, sino para combatir con los
hasta incorporarse con el grueso de pérfidos griegos. El sabio y venera.
la columna, la que, puesta por mi en ble Antenor se esforzó en vano, des-
órden de batalla, resistió con sereni- plegando su irresistible elocuencitt
dad incontrastable el ataque de las por calmar el ardor de los soldados
fuerzas enemigas. En este primer y asi fué que me vi precisado á arde:
choque perdieron los troyanos 100 nar una salida dirigiendo el ataque
hombres entre muertos y heridos, sobre la guarnicion del Puente del
entre ellos los jefes Dreso y Ofeltio Escamandro. Los bizarros troyanos
y otros muchos de menor graduacion. arrollaron á su paso todas Jas avan-
Despues de haber sido rechazados, zadas enemigas y lograron sorpren-
lograron los principales caudillos derilos aquivos en completo descui.
rehlicer la columna, aunque .DO si,n ,do y en estaào de la más vergonzosa
( '!lplear medidas rigurosas, piles,los embriaguez. En este ataque se dis-
( ,bardes soldados de Troya c9,trian tinguieron los denodados jefes Dre-
llenos de pavor J en gran co.ùfusion so y Ofeltio, al primero de los cuales
y desórden á. abrigarse bajo los mu- estuvo á pique de costarle caro su
ros de la ciudad. Mas aunque los arrojo, pues su escudo fué casi atra~
caudillos consiguieron detener á los vesado por una lanza enemiga. Los
soldados en su precipitada. fuga, no aquéos perdieron en este encucntro
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lograron, como parece que lo preten- buen número de jefes y de soldados.
dian, emprender un DUevo ataque. Para asegurar mejor el éxito del
Situados entónces sobre una colina, combate dispuse una retirada en di-
y protegidos por la naturaleza del reccion á una colina inmediata, con
terreno, que impedia maniobrar á. el fin de provocar al enemigo y de
nuestros carros y caballos, fueron hacerlo salir á campo raso, pues
atacados por la columna de mi man- peleando al abrigo del puente yen
do, y habria sido completa y pronta las dos orillas del rio, hubieran po-
su destruccion si, resguardados, co- dido escaparse muchos,y nuestra vic-
m'o estaban, por las quiebras del te- toria no hubiera sido tan completa.
rreDO, entre las cuales se habian me· No debo ocultar que el brio yardi-
tido por estar sobrecogidos de terror miento de mis valientes Op1lll0gran-
y por creerse incapaces de medirse des dificultades á la ejecucion de mi
cQn los invencibles aqueos, no hu- órden, pues su denuedo los empuja-
biesen conseguido hacer inútiles el ba siempre Mcia adelante. Una
denuedo y la irresistible pujanza de vez situados en la colina. los imper-
éstos. Peleóse todo el dia, y por par- térritos troyanos resistieron con se-
te nuestra se hizo con valor y cons- renidad imperturbable los repetidos
tancia imponderables, hasta que el ataques de los cobardes ~riegos, los
enemigo, á favor de la oscuridad de cuales en cada 'arremetida eran re-
la noche, pudo guarecerse de nuevo chazados y dejaban á nuestra dis-
en la ciudad. El enemigo perdió en la posicion un rico botin. Desgracia-
batalla gran número de carros, caba- damente, á tiempo que los infames
llos y armaduras, dej~ en nuestro argivos, desengañado¡¡¡ ya y bien es-
poder más de 200 prisioneros y so- carmentados, estaban á punto de
bre el campo de batalla muchos ponerse en vergonzosa fuga, sobre-
muertos y heridos que aun no han vino la noche y un fuerte aguacero,
podido contarse. Por parte nuestra circunstancia sin la cual, habríamos
la pérdida de gente ha. sido insig- podido deshacer completamente los
nificante. restos de la columna enemiga. El
Espero, señor Comandante, que número dejefes y de soldados grie-
los pérfidos enemigos de la Grecia gos que han quedado sobre el campo
hayan quedado suficientemente es- mUQrtos y heridos es incalculable.
carmentado,;; en esta jornada,que tan Nuestras pérdidas se reducen á la
gloriosa ha sido para Duestras armas, de un carro que por muy viejo
y que en lo sucesivo reservarán sus' abandonó el jefe que lo montaba,
baladronadas para cuando peleen y la de un prisionero.
al abrigo de sus murallas. "Tengo por cierto que los sal·
"Con sentimientos de la más 'alta teadores mandados por Agamenon,
consideracion &c. escarmentados. como lo han sido en
este dia memorable, volarán á gua-
ARCESILAO."
recerse en BUS naves y no se atreve-
Lo que trascribo á usted para su rán en adelante á provocar el justo
conocimiento y demas fines. enojo de los heroicos defensoJ;es de
Soy de usted atento servidor. Ilion.
lAqui van la. fórmula.
EREUCTALION. de estilo y la. firma.).

Comandante de la l.- tribu


de la diTieiOD Lacedemonia.

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