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EL PLAN DE DIOS

EN EL NUEVO
TESTAMENTO
Por Jack B. Scott

@2011 LOGOI, Inc.


Derechos electrónicos reservados
www.logoi.org
© 1982 Logoi, Inc.
14540 S.W. 136 St. Suite 200
Miami, FL 33186
Título del original en inglés: Survey of the New Testament
© 1977 by the Committee for Christian Education
and Publications, the Presbyterian Church in America.
Traducido y publicado con el debido permiso.
Printed in U.S.A.
ÍNDICE:

Prefacio

1: Los evangelios de Mateo y Marcos

2: El Evangelio de Juan

3: El evangelio de Lucas

4: Los Hechos de los apóstoles

5: Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos

6: Epístolas a iglesias con problemas

7: Epístolas a las iglesias en desarrollo

8: Las epístolas individuales: Timoteo, Tito, Filemón

9: Mensajes a los creyentes versados en las escrituras hebreas: Hebreos,


Santiago, Judas

10: Las epístolas de Pedro

11: Las epístolas de Juan

12: El Apocalipsis

13: Repaso

Palestina en el tiempo de Jesús

Jerusalén en tiempos de Jesús

Hechos 2:5-11 Fieles Judíos en Jerusalén

Viajes Misioneros de Pablo

La familia de Herodes
El plan de Dios en el Nuevo Testamento
Jack B. Scott

Prefacio

En la consideración del Nuevo Testamento hemos de tener en cuenta los cambios que ocurrieron
durante el periodo que va desde el fin del Antiguo Testamento con la revelación de Malaquías
hasta el inicio del Nuevo Testamento. Observamos, casi que de inmediato, que un nuevo poder
tiene ahora en sus manos la política mundial: Roma. Este hecho afecta en cierto grado la
terminología geográfica. Hablamos ahora de Judea, Samaria, Galilea, términos poco mencionados
en el Antiguo Testamento.

Además del templo de Jerusalén, leemos de la existencia de sinagogas en otras ciudades, a las
cuales también acudía el pueblo judío a rendir culto. Se presenta a nuestra vista un nuevo grupo
de líderes religiosos: fariseos, saduceos, zelotes, el sanedrín, los escribas. Aparte de las
Escrituras “del Antiguo Testamento, se habla mucho ahora de las tradiciones de los ancianos.
Finalmente, aun el lenguaje mismo ha cambiado. En las conversaciones diarias se usa cada vez
más la lengua aramea, mientras que los documentos se escriben en griego antes que en hebreo o
arameo. Cuatrocientos años de historia han transcurrido desde las últimas palabras del libro de
Malaquías, y es necesario que veamos, siquiera brevemente, qué ha sucedido mientras tanto a fin
de poder darnos cuenta cabal de este mundo del Nuevo Testamento.

Al finalizar el período del Antiguo Testamento, Persia, potencia dominante en el mundo de aquel
entonces, iba en declive. A fines del siglo V (400 A.C.) reinaba en Persia Artajerjes II. Ya el
imperio persa mostraba señales de debilidad cuando el hermano de Artajerjes, Ciro, intentó
arrojarlo del poder empleando para hacerlo alrededor de 10,000 mercenarios griegos. Esta
aventura fue inmortalizada por Xenofonte en su Anábasis, obra clásica de historia griega del siglo
IV A.C., y aunque no tuvo éxito, sirvió sin embargo para demostrar el estado de deterioro en que
se encontraban los persas.

Antes de finalizar el siglo IV A.C., Alejandro, que más tarde sería conocido por "Magno”, estaba ya
haciendo sentir su influencia. Había estado bajo la tutela de Aristóteles, el famoso filósofo.
Saliendo de Macedonia, donde había sabido sojuzgar a los griegos, se dirigió al Asia Menor. En el
año 333 A.C. derrotó a los persas en Isos y de allí conquistó a Tiro, Gaza, Jerusalén, y Egipto. En
Egipto fundó un centro cultural que más tarde y por muchos siglos ejercería gran influencia sobre
el mundo antiguo: Alejandría.

Además de tener la ambición de conquistar el mundo entero, Alejandro deseaba que ese mundo
fuera griego y, por tanto, esparció la cultura y el idioma griegos por dondequiera que fue.

Después de derrotar decisivamente a los persas en 331 A.C., continuó su marcha hacia la India
en el este; pero su propia carrera fue abruptamente interrumpida al enfrentar la muerte a los 33
años de edad. El imperio que él había fundado se derrumbó poco después de su muerte; pero la
cultura y el idioma de Grecia que había difundido por todas las áreas conquistadas por él tendrían
vigencia duradera.

Después de la disolución del imperio alejandrino, Palestina estuvo más de cien años bajo la
dinastía de los Tolomeos de Egipto (312,198 A.C.). Se cree que fue bajo el reinado de Tolomeo II
que se comenzó la traducción de las Escrituras al griego.

Esta versión es más conocida bajo el nombre de los Setenta o Septuaginta (LXX en números
romanos, indicando el número de traductores que participaron en la misma). Tolomeo IV trajo
consigo regalos para el templo y trató de entrar en el santuario, pero fue impedido de hacerlo por
judíos devotos. Más tarde Tolomeo V perdió su poder sobre dicha región y su gobierno pasó a
manos de los seléucidas de Siria. Así fue como el control de Palestina pasó de Egipto a Siria (198
A.C.). Durante algún tiempo los judíos pudieron respirar con tranquilidad bajo el régimen de los
seléucidas, que dominaron el territorio por más de cincuenta años. Entre estos gobernantes sirios
merecen mencionarse Antíoco II, que luchó contra la expansión de los romanos a quienes tuvo
que entregar el Asia Menor, y Antíoco IV, mejor conocido por “Epífanes”.

Antíoco Epífanes se hizo famoso por haber querido helenizar a los judíos, construyendo en
Jerusalén edificios griegos y hasta un gimnasio. Otorgó el puesto de gran sacerdote a aquel que
ofreciera un precio más alto por dicha posición y sometió al pueblo a pagar impuestos intolerables.
Se dice que sacrificó un cerdo en el altar del templo. Todo ello provocó la ira de los judíos y trajo
consigo la integración de un grupo conocido como los hasidim, opuesto radicalmente a toda
influencia griega.

En el año 167 A.C. un miembro de la familia sacerdotal, Matatías, sintió que ya era demasiado lo
que estaba sucediendo y dirigió una rebelión en contra de los seléucidas. Matatías murió poco
después de haber comenzado la revuelta, y su hijo, Judas Macabeo, se constituyó en jefe del
alzamiento desde 165 a 161 A.C. Los rebeldes lograron apoderarse del templo y de Jerusalén.
Dos hermanos suyos, Jonatán y Simón, gobernaron después de él, desde 160 a 134 A.C. Fue
durante la época de Simón que se logró establecer una verdadera paz, y un tratado llevado a cabo
con los romanos impidió que los seléucidas siguieran cometiendo atrocidades contra los judíos.

Después de la muerte de Simón Macabeo los judíos fueron dirigidos por Juan Hircano, Aristóbolo
I, y Aristóbolo II, los cuales no siempre actuaron a favor de los intereses judíos. Su dominio
terminó en el año 63 A.C., cuando el general romano Pompeyo entró en la región y tomó el poder
en sus manos a nombre de Roma. Después de algunos años de intriga política y religiosa,
Herodes, más conocido como Herodes el Grande, fue designado por los romanos como rey de los
judíos y gobernó desde 3 7 A.C. hasta alrededor del año 4 de nuestra era. Por supuesto, todos
sabemos que bajo su reinado nació Jesucristo en Belén. Pero por el momento todo otro dato
histórico será puesto a un lado hasta que lleguemos al estudio del Evangelio de Lucas.

Por ahora lo que hemos visto será suficiente para conducirnos hasta el instante en que Jesús vino
al mundo y poder estudiar los dos primeros evangelios.
1: Los evangelios de Mateo y Marcos

Introducción

En este capítulo examinaremos brevemente el contenido de los dos primeros evangelios. Ambos
están unidos en nuestro estudio debido a su proximidad dentro del Nuevo Testamento y además
porque en sí mismos son algo diferentes de los otros dos evangelios, como haremos notar
inmediatamente.

El contenido de estos dos evangelios tiene mucho de idéntico o similar, por lo que daremos aquí
mayor importancia al de Mateo. Sin embargo, es a todas luces evidente que cada evangelio tiene
un enfoque diferente y, por ello, estudiaremos el contenido del de Marcos a la luz de su énfasis
especial. Muchos que comparten el punto de vista sinóptico de los primeros tres evangelios (teoría
que estima que los tres fueron escritos desde un punto de vista similar) recalcan la prioridad del
Evangelio de Marcos. Puede ser, pero no es una conclusión obligada, toda vez que Mateo fue
testigo presencial de las cosas que narra y Lucas fue un meticuloso historiador que investigó
acuciosamente antes de escribir.

Muchos favorecen un enfoque armónico de los evangelios y tratan de poner juntos los pasajes
correspondientes en un intento de disponer los hechos de la vida de Jesús y el contenido total de
los evangelios en orden cronológico. Si bien es cierto que la armonía de los evangelios tiene sus
ventajas, particularmente en la comparación paralela de su contenido, también lo es que la
armonía destruye la unidad del mensaje individual del escritor y su especial énfasis. Por estas
razones estudiaremos los evangelios no desde el punto de vista armónico sino tomando cada uno
individualmente y tratando de determinar su enfoque particular. Quede para otros la armonización
de sus contenidos.

¿Qué encontramos aquí?

MATEO: el evangelio del cumplimiento

Tanto en Mateo como en Marcos dividiremos el ministerio de Jesús en dos grandes partes: el
ministerio en Galilea y el ministerio en Judea. Este ministerio abarca dieciocho capítulos en Mateo.
En esta parte Mateo usa la palabra “cumplió” diez veces, mientras que Marcos, por el contrario, en
la parte correspondiente la usa solamente una vez. Veremos que, además de este vocablo, hay
otras muchas pruebas de que Mateo está particularmente interesado en demostrar que Jesús es
realmente, por sus enseñanzas y su vida y obras, el cumplimiento de todo aquello que el Señor
había prometido en el Antiguo Testamento en relación con la salvación de su pueblo.

MATEO 1-18: el ministerio en Galilea

Al comenzar el Evangelio de Mateo nos enfrentamos de inmediato con el interés que tiene el autor
en las profecías y mensaje del Antiguo Testamento concernientes a Cristo. La palabra del Antiguo
Testamento, “Mesías”, que significa “ungido”, fue traducida al griego como “Cristo”, que quiere
decir lo mismo. Mateo da el nombre de “Libro del Génesis de Jesucristo” a su obra (significando
en griego “generación” o quizás “genealogía”). Observe el lector que es el mismo término
empleado para nombrar el primer libro del Antiguo Testamento. Por tanto, también en cierto
sentido tenemos un nuevo comienzo con el Evangelio de Mateo: la narración del Segundo
Génesis y del Segundo Adán.
I. Preparación de Jesucristo para el ministerio (Mt. 14:11)

La breve genealogía de Jesús (1:1-17) está condensada en el primer versículo: “hijo de Abraham”.
De inmediato esto une a Jesús con las promesas del Antiguo Testamento referentes a la simiente
de Abraham y de David (II S. 7:12ss; Gn. 22:18; ver Ga. 3:16). Dentro de la misma genealogía hay
algunos nombres particularmente interesantes, por ejemplo, Tamar, la mujer que dio a luz al hijo
ilegítimo de Judá (v.3); Rahab, la ramera pagana de Jericó que se salvó de la muerte y se casó
dentro de la tribu de Judá (v.5); Rut, la pagana que se casó con Boaz, habiendo sido atraída hacia
el pueblo de Dios por su cariño hacia Noemí, su suegra (v.5); y la mujer no nombrada de Urías
(Betsabé), que llegó a ser esposa de David y madre de Salomón (v.6). Es bien obvio, viendo esta
genealogía, que Jesús no provenía de una familia limpia de pecados, humanamente hablando.
Por tanto, el hecho de que él estuviera limpio de todo pecado y fuera completamente puro no era
producto de los méritos de sus antecesores. En verdad, José es descrito como esposo de María,
pero no se dice que José “engendró” a Jesús en el mismo sentido que se emplea esta palabra en
los versículos precedentes (v.16).

La última parte del primer capítulo, por consiguiente, muestra que Jesús procedía de Dios, no del
hombre, aunque fuese también verdadero hombre. Era un hombre verdadero porque había nacido
de mujer, tal como lo habían anunciado las profecías (Is. 7:14; ver Confesión de fe de
Westminster, cap.8,II).

El nombre de Jesús que le fue dado es en hebreo Josué, que quiere decir “Jehová (o el Señor) es
salvación”. El “Josué” del Antiguo Testamento fue capaz de conducir al pueblo hasta tierras de
Canaán, pero no a la herencia eterna (ver Hb. 4:8ss).

Los datos sobre el nacimiento de Jesús incluyen el hecho de que nació en Belén, lo cual, como lo
señala Mateo, fue predicho de antemano (Mt. 2:1-6). Los magos que, guiados por una estrella,
vinieron a ver a Jesús poco después de su nacimiento eran quizás descendientes de un extenso
linaje de sabios del antiguo oriente. Podemos notar que había muchos de ellos en la corte del rey
Nabucodonosor, en época de Daniel. El hecho de que Balam fuera un profeta del Oriente
(Mesopotamia) y que hablara de una estrella en relación con el nacimiento del Rey de Israel (Nm.
24:17) puede ser muy significativo en relación con el mantenimiento de la tradición entre la
población no judía de Mesopotamia. Recordemos también que los judíos habían vivido en
Babilonia por muchos siglos después de la caída de Jerusalén en 586 A.C. El Herodes
mencionado en el versículo 2: 1 era, según lo hemos visto en la Introducción, Herodes el Grande.

En nuestro estudio del Evangelio de Lucas profundizaremos un poco más en este personaje,
baste por ahora saber que murió en el año 4 de nuestra era, lo cual pone de relieve
inmediatamente el hecho de que nuestro calendario está equivocado. Jesús tuvo que haber
nacido antes de la muerte de Herodes, probablemente tres años antes de su muerte. Por
consiguiente, el nacimiento de Jesús puede señalarse como habiendo ocurrido en el año 7 A.C.
Por ello, si estuviéramos contando los años de un modo más preciso, este año en que estamos,
1982, ¡sería por lo menos 1989!

Después Mateo nos cuenta del viaje de Jesús a Egipto, donde permaneció hasta que Herodes
murió (Mt. 2:13-15). También Mateo relaciona esto con el Antiguo Testamento (Os. 11:1).
Tenemos aquí un ejemplo de profecía que se refiere tanto al pasado como al futuro. Recuérdese
que el término “profecía” no significa lo mismo que “predicción”. Los profetas hablaron del pasado,
del presente, y del futuro; hablaron de la Palabra de Dios refiriéndose al pasado, presente, y futuro
de las intervenciones divinas en su pueblo. Sin duda alguna, cuando Oseas escribió su profecía
probablemente estaba pensando en cómo Dios había llamado a Israel para que saliese de Egipto
en la época del Éxodo. Pero también el Espíritu Santo de Dios tenía otras intenciones que muy
bien pueden haber estado más allá de la comprensión de Oseas, indicando el momento en que
Jesús iría a Egipto siguiendo el mandato del ángel del Señor. No siempre los profetas tenían total
comprensión de lo que decía el Espíritu Santo a través de ellos (II P. 1:10ss). En la sección
siguiente Mateo nos señala una vez más el cumplimiento de las Escrituras en un suceso acaecido
durante la niñez de Jesús (2:18). Al final del capítulo existe una anotación concerniente a otra
profecía acerca de Jesús, quien sería llamado Nazareno (2:23), de Nazaret. En el Evangelio de
Marcos leemos que Jesús fue llamado Nazareno como referencia a su pueblo (Mr. 1:24). El
Antiguo Testamento menciona a Nazaret solamente en Isaías 11:1; en la versión hebrea se habla
del Cristo como una “rama” (netzer, en hebreo) de Isaí.

Vemos así que en los dos primeros capítulos de Mateo ha habido siete referencias específicas al
cumplimiento de lo dicho en pasajes del Antiguo Testamento en relación con el nacimiento de
Jesús. De ello puede inferirse que Mateo estaba particularmente interesado en demostrar que la
persona y obra de Jesucristo culminan todo lo que en el Antiguo Testamento el Señor había
prometido hacer con referencia a la salvación de su pueblo. Pero para poder comprender la
orientación de Mateo hacia el Antiguo Testamento es necesario ir más allá de esos pasajes que
citan la realización de lo escrito en el Antiguo Testamento y observar cómo en cada página, en
cada párrafo que escribió, se puede notar cómo Mateo tenía siempre en mente el cumplimiento de
las promesas del Antiguo Testamento en conexión con la llegada de Cristo Jesús y el principio de
su ministerio.

Los demás hechos referentes al ministerio de Jesús están en relación directa con el ministerio de
Juan (3:1-12), el bautismo de Jesús con el bautismo de Juan (3:3-17), y las tentaciones de Jesús
en el desierto (4:1-11). Una vez más cita Mateo el Antiguo Testamento al hablar del ministerio de
Juan (Is. 40:3). La descripción que hace de Juan (3:4) nos recuerda a Elías (II R. 1:8), y el
mensaje de Juan (3:7-12) es muy semejante a los mensajes de los profetas del Antiguo
Testamento. Llamándolos “generación de víboras”, nos hace escuchar las palabras de “simiente
de Satán” (la serpiente). La exigencia de que sus vidas den fruto nos recuerda a Isaías 5:1ss. Y la
descripción del hacha cortando las raíces del árbol nos hace pensar en las Palabras de Dios
habladas por boca de Isaías (ver Is. 10:5-15). La referencia a ser bautizados con el Espíritu Santo
señala hacia Joel 2:28, y la ilustración del trigo y la paja nos trae a la mente el Salmo 1. Juan era
un individuo familiarizado con el Antiguo Testamento pero, al mismo tiempo, con sus
pensamientos puestos muy de cerca en el comienzo del Nuevo Testamento.

El bautismo de Jesús y su intención de cumplir con toda justicia muestra el conocimiento que él
tenía de la necesidad de que se cumpliera todo lo escrito en relación con su persona (3:15).
Puede que esto se refiera a Isaías 53:9, que habla de su inocencia de todo pecado, y a Génesis
18:19, que exige que toda la simiente de Abraham sea justa. El testimonio verbal del cielo no deja
lugar a dudas con respecto a la identidad de Jesús, quizá en referencia a Salmo 2:7 (Mt. 3:17).

La narración de las tentaciones de Jesús, experiencia final en preparación para su ministerio


público, está llena de referencias: al Antiguo Testamento. Ello demuestra que Jesús confiaba total
y completamente en las Escrituras para hacerle frente a Satán. Por eso citó tres pasajes de
Deuteronomio (8:3; 6:16, 13). Cada una de las tentaciones a que se enfrentó Jesús puede
compararse con las sufridas por el primer Adán y su mujer, Eva: alimento, placer, y ambición
(bueno como alimento, placer a los ojos, deseo de saber; véase Jn. 2:16). Con esta misma
confianza en la Palabra de Dios pasa entonces Jesús al comienzo de su ministerio público.

2. Breve resumen del ministerio en Galilea (Mt. 4:12-25)

En primer lugar, Mateo reconoce que el ministerio en Galilea era ya de por sí un cumplimiento de
las Escrituras (Is. 9:1,2). El breve resumen de dicho ministerio (4:17) nos recuerda las palabras de
Dios por medio de Daniel referentes al establecimiento del Reino de Dios en la tierra como victoria
sobre los reinos de este mundo (Dn. 2:44).
Es muy significativo el llamado a los hombres que serían sus discípulos (4:18-22), ya que estos
pescadores fueron elegidos en relación con los talentos y dones que el Señor les había dado
como pescadores.

La breve narración del ministerio de Jesús en Galilea (4:23-25) se amplía en los capitulas que
siguen. Sin embargo, esta descripción nos trae a la mente las palabras de Isaías en 61:1-3; 35:5-
10. Si miramos el siguiente mapa, veremos cuánto se había expandido el ministerio de Jesús.

3. El ministerio de enseñanza de Jesús en Galilea (Mt. 5-7)

Esta sección es generalmente conocida como el Sermón de la Montaña; pero, sin lugar a dudas,
es típica de la clase de enseñanza que impartió Jesús por toda Galilea. También notamos aquí un
marcado énfasis en la revelación del Antiguo Testamento. Las palabras de apertura, referentes a
las bienaventuranzas de los hijos de Dios (5:1-12), nos recuerdan las palabras con que comienza
el Salmo 1. Muchas de las expresiones empleadas aquí por Jesús —”los que padecen”, “los
mansos”, “los que tienen hambre y sed de justicia”, “los puros de corazón”— son tomadas del
Antigua Testamento (Is. 55:1; Sl. 24:4; 37:11, etc.). Con relación a la probabilidad de sufrir
persecuciones para los que siguen la voluntad de Dios, se está refiriendo a los profetas del
Antiguo Testamento.

El discurso de Jesús sobre la ley muestra no sólo la validez de la ley para el reino de Dios en el
tiempo presente sino también la intención completa de la ley tal como Dios nos la ha dado (5:17-
48). El llamado a ser perfectos al igual que Dioses perfecto ciertamente nos hace recordar las
palabras de Dios a Abraham muchos siglos antes (5:48; cf. Gn. 17:1).

Las advertencias contra la hipocresía al rendir culto (6:1-18) recuerdan advertencias similares
pronunciadas por Isaías en el capítulo primero de sus profecías, así como también la vívida
descripción hecha por Jeremías de la importancia que tiene el que nuestros corazones estén en
armonía con Dios, si es que nuestra adoración ha de ser aceptable ante él. Es en esta sección
que nos encontramos con el “Padrenuestro” , repleto de significados tomados del Antiguo
Testamento: la santidad del Padre (Is. 6), la venida del reino de Dios (Dn. 2), la voluntad de Dios
hecha en la tierra (la promesa a través de los profetas), la petición de nuestro pan cotidiano (como
Dios lo dio en el desierto y lo promete a todo aquel que confía en él; Sal. 37:25), el perdón de los
pecados (Sal. 51), y la liberación del mal (Gn. 3:15). Jesús nos ha enseñado a orar por aquello
que el Señor ya había prometido a todo aquel que confiara en él (nótese la semejanza con Ef.
1:4).

Las enseñanzas referentes al ayuno y a la dedicación al reino de Dios y a su justicia (6:16-34) nos
traen a la memoria el primer mandamiento de dedicación total y absoluta al Señor. Cuando nos
habla del gran amor de Dios por nosotros, no podemos dejar de pensar en los mensajes de Oseas
y del Cantar de los Cantares.

La puerta estrecha y los pocos que pasan a través de ella (7:12,14) nos recuerda la doctrina del
Antiguo Testamento de los pocos que se salvaron de entre todo el pueblo de Israel. Finalmente, el
llamado a ser sabios (en practicar la Palabra de Dios y no tan sólo en escucharla) se refiere
claramente a las palabras sobre la sabiduría contenidas en los Proverbios. Vemos, por tanto, a
Jesús bebiendo en todas las fuentes de las Escrituras para enseñar a sus seguidores. De la
manera que conocía la Palabra y vivía de acuerdo con ella (Mt. 4:1-11), así enseñó Jesús a sus
seguidores a que lo hicieran.

4. Las poderosas obras de Jesús en Galilea (Mt. 8-9:26)

Los milagros se suceden rápidamente: vemos a Jesús curando a un leproso (8:1-4), sanando al
sirviente del centurión (5:3), y muchos más (vv. 14-17), todo ello, según hace observar Mateo, en
cumplimiento de las Escrituras (Is. 53:4). También calma el mar en medio de la tormenta (vv. 23-
27) y expulsa a los demonios que moraban en dos pobres infelices (vv. 28-34).

Pero las obras poderosas de Jesús van más allá de curaciones y de poder sobre las fuerzas de la
naturaleza: Jesús también perdona los pecados (9:1-17). Cuando los fariseos lo increpan por ello,
Jesús les demuestra que esa es precisamente su misión, y se mezcla con toda clase de
pecadores, mostrándoles la misma compasión que había demostrado el Señor en el Antiguo
Testamento. Aquí tenemos al Señor del Antiguo Testamento —como había dicho (Is. 1:18,19) que
lo haría algún día— verdaderamente sentado entre pecadores, ayudándoles a enfrentarse a sus
pecados y a poder contemplarlo a él llenos de fe. Tenemos aquí al Señor de Isaías 57:15, el Cual
dijo que moraría con los humildes y de corazón contrito, haciéndolo ahora al extender su llamada
a Mateo, autor de este libro. He aquí también al Señor de Isaías 58, que despreció el falso ayuno
de los israelitas de aquel día, mostrándonos ahora que la obediencia y el servicio del hombre al
Señor deben ser hechos con las condiciones que Dios imponga, no las del hombre. Para que no
cupiese la menor duda de la fe que todo hombre debía tener en el Señor, Jesús resucitó a uno de
ellos de entre los muertos (9:18-26). Los ciegos podían “ver” que él era el Mesías y lo llamaban
“hijo de David” (9:27-31). Aun las multitudes se maravillaban ante sus obras; pero los fariseos lo
acusaban de tener pacto con el demonio (v. 34).

Una vez más demuestra Jesús que ciertamente él es el Señor (9:35-38). De la misma manera que
el Señor en el Antiguo Testamento mostraba su misericordia y paciencia tenemos aquí ahora a
Jesús, rechazado por las autoridades del pueblo más contemplándoles con compasión, reflejando
aquella gloria de Dios mostrada tanto tiempo antes a Moisés (Ex. 34:6,7) y más tarde a Samuel (I
S. 8:7).

5. El ministerio de Jesús en Galilea es rechazado por las autoridades (Mt. 10-16:12)

Jesús intensificó sus esfuerzos por llegar hasta las ovejas perdidas de Israel (10:1-42). A ese fin
instruyó a los apóstoles (aquellos a quienes “envió”) en cómo llevar a cabo su ministerio.
Encontramos aquí muchas alusiones a las lecciones del Antiguo Testamento; los envía como a
ovejas entre los lobos (10:16), algo que recuerda misiones semejantes emprendidas por Jeremías
y Ezequiel (Je. 1; Ez. 2:3); y pueden esperar que los odien y persigan al igual que fueron odiados
y perseguidos en nombre del Señor los profetas anteriores a ellos (10:21-23).

Cuando Juan el Bautista le pregunta si en realidad él es el Cristo, la respuesta de Jesús fue sobre
todo demostrar cómo él cumplía lo que Isaías había predicho sobre el ministerio del Cristo (11:4,5;
cf. Is. 61:1ss). Luego le mostró que el mismo Juan era una realización de la promesa de Dios a
través de Malaquías (11:10; ver Ml. 3:1). También llamó a Juan el cumplimiento de la promesa de
que Elías vendría antes de Cristo (11:14; ver Ml. 4:5).

Al igual que Isaías, Jesús comparó a las ciudades que lo rechazaron —a él, al Señor con Sodoma
y Gomorra (ver Is. 1:10ss). De acuerdo con las palabras de Jeremías, Jesús ofrecía descanso
para las almas de aquellos que se llegaran a él (Je. 6:16, 31:25; Mt. 11:28,29).

Pero los principales de los judíos no se quedarían sin objetar a Jesús. Vemos, en el capítulo 12,
cómo lo provocaron con respecto al sábado, a lo cual respondió Jesús citando las Escrituras
(12:7). En verdad, la gentileza misma de Jesús hacia sus acusadores puso de relieve su propia
identidad como Aquel que vendría a salvar, como lo señala Mateo citando a Isaías 42:1ss (12:18-
21).

Cuando la multitud finalmente llegó a la misma conclusión que los ciegos, es decir, que Jesús era
de la descendencia de David (12:23), los fariseos reaccionaron llamándolo a su vez un aliado de
Beelzebú (12:24).

Hemos observado la dulzura con que Jesús trató a sus enemigos mientras las acusaciones venían
dirigidas solamente contra él mismo; pero cuando comenzaron a blasfemar contra el Espíritu
Santo, que había engendrado al mismo Jesús, se volvió contra ellos lleno de ira, llamándolos
“simiente de Satán” (12:34), “generación de víboras” (12:39). Vemos así que al igual que ellos
rechazaron a Jesús, Jesús los rechaza a su vez, según podemos leer en el Salmo 1: “…no se
levantarán los pecadores en la congregación de los justos.” Solamente aquellos que hacen la
voluntad de Dios ocuparán un lugar junto a Jesús (12:50).

Mateo nos hace saber que en este momento Jesús se vuelve hacia sus discípulos y comienza a
enseñarles acerca del reino y, olvidándose de sus enemigos, de acuerdo con las Escrituras
enseña a los suyos con parábolas (Mt.13; ver Is. 6:9,10; Sl. 78:2). Por medio de parábolas, Jesús
enseña básicamente que solamente aquellos que den fruto han de agradar a Dios (Is. 5) y que de
entre todos los que escuchan solamente unos cuantos alcanzarán la salvación (Mt. 13:24-30; ver
Am. 9:7-15). La parábola de la semilla de mostaza nos hace recordar las lecciones del crecimiento
del reino de Dios que encontramos en Daniel. El concepto del Antiguo Testamento sobre las dos
semillas lo enseña ahora Jesús claramente (Mt. 13:36-43; cf. Gn. 3:15).

El arresto de Juan el Bautista hace que Jesús se retire más y más al círculo de sus seguidores
(14:1ss). Les dio de comer cuando tuvieron hambre, como lo había hecho antes el Señor en el
desierto (14:13-21), y los calmó cuando tuvieron miedo, como lo hizo el Señor con Job o con
Habacuc cuando las tormentas de la vida los azotaban (14:22-23).

Cuando los fariseos cuestionaron sus enseñanzas porque no estaban de acuerdo con las
tradiciones de ellos, Jesús puso al descubierto el verdadero motivo de sus hipocresías y les
demostró, como lo había hecho el Señor en el Antiguo Testamento, que sus corazones se
encontraban muy lejos de Dios, aunque pretendían ser sus seguidores (15:1-9). Una vez más cita
las Escrituras (Is. 29:13). Al igual que el Señor, el cual habló por boca de Moisés y de Jeremías en
relación con la corrupción que moraba en el corazón de los israelitas, aquí también Jesús nos
indica que el corazón es el gran problema en las vidas de sus enemigos (15:18).

Jesús, pues, concluye esta fase de su ministerio con una seria advertencia contra las falsas
enseñanzas de los fariseos y saduceos, quienes eran iguales que los antiguos falsos profetas que
se habían opuesto a él mucho antes en Israel (16:1,2).

6. Jesús, rechazado por los líderes de Galilea, se vuelve hacia los suyos para
enseñarles (Mt. 16:13-18:35)

Ya se ha demostrado la verdadera identidad de Jesús y los fariseos la han rechazado. ¿Qué


harán ahora sus discípulos? Pedro responde por todos. Ellos saben que él es el Cristo, el Hijo del
Dios viviente, como lo había ya enseñado el Salmo 2 (16:13-20). Jesús declara entonces que este
conocimiento acerca de quién es él y su fe en él les ha llegado a través no de sus conocimientos
humanos sino del Espíritu Santo de Dios, como había sido dicho por el profeta Ezequiel mucho
tiempo antes (Ez. 36:27). Las instrucciones subsiguientes respecto a su muerte siguen la misma
línea de las palabras de Isaías 53, que enseñan la necesidad de que Cristo muera por nosotros, y
la experiencia de la transfiguración, en la que aparecen Moisés y Elías (quizás representando la
ley y los profetas, todo el testimonio del Antiguo Testamento) están basados ambos,
profundamente, en el mensaje del Antiguo Testamento y muestran cómo todo ello llega a su
culminación en la persona y obras de Cristo Jesús (Mt. 16:21-17:8).

El resto de su ministerio en Galilea lo dedicó Jesús a enseñar a sus discípulos las características
peculiares de los días que estaban por venir: fe en el triunfo final de Jesús (17:22,23; cf. Os. 6:2);
humildad de unos para con otros (18:1-6; cf. Is. 57:15); sentido de responsabilidad hacia los
demás (18:7-14; Ez. 3:16-21); disciplina entre ellos, caso de que cualquiera de ellos pecase, de
acuerdo con las palabras de Deuteronomio 19:15 (18:15-20); y un lazo de amor y de compasión
que reflejara el amor, compasión, y perdón de Dios por ellos mismos (18:21-35; ver Lv. 19:17-18).

MATEO 19-28: el ministerio en Judea

Aunque podríamos continuar mostrando cómo Mateo recalca el cumplimiento del Antiguo
Testamento en el ministerio de Jesús, aun yendo en camino hacia Judea, la falta de espacio nos
impide hacerlo aquí ahora como lo hicimos con relación al ministerio en Galilea. En su lugar,
destacaremos tres temas que aparecen aquí entre, lazados: las instrucciones de Jesús a sus
seguidores, la oposición de sus enemigos, y el rechazo de Jesús a sus enemigos.
El capítulo 19 señala un cambio en el ministerio de Jesús. De ahora en adelante se vuelve al sur
hacia Jerusalén, buscando con toda intención el cumplimiento de la voluntad de su Padre con
respecto a su misión. También veremos que las multitudes que lo siguen al principio luego se
vuelven contra él, pidiendo su muerte. Por encima de todo, Jesús durante todo este tiempo trata
de instruir a sus discípulos antes de terminar su obra, consciente siempre de la cercanía de su
muerte.

Pero sus enemigos lo esperaban y, a pesar de la urgencia del momento, tuvo que concederles un
tiempo precioso para contestar sus preguntas. Ellos las habían preparado muy bien. Quizás
habían tenido noticias de parte de los fariseos de Galilea, que ya le habían antagonizado. Es obvio
que sabían que el conocimiento de Jesús acerca de las Escrituras era devastador. Pensaron que,
si efectuaban una búsqueda minuciosa, podrían acabar con él usando la misma Palabra de Dios.
Encontraron dos pasajes contradictorios entre sí —o, por lo menos, así lo suponían ellos. ¿No
decía Malaquías que Dios estaba descontento con los divorcios? (Ml. 2:14-16). ¡Sin embargo,
Moisés había permitido el divorcio! Si Jesús se ponía de parte de Moisés, entonces ellos podrían
señalarle a Malaquías. Si se oponía al divorcio, entonces le recordarían las palabras de Moisés.
¡Lo tenían atrapado!, pensaron. Jesús les demostró de modo bien claro cómo es necesario
comparar las Escrituras entre sí para poder arribar a la verdad, y así los hizo callar. Se mostraba a
la altura de la reputación que había alcanzado en Galilea.

Después vino otro preguntándole cómo alcanzar la vida eterna. Jesús, viendo que era rico, le hizo
recordar su amor hacia las riquezas por encima del amor al Señor y, por ello, su incapacidad de ir
más allá del primer mandamiento (19:16-22).

Después de lo anterior Jesús pudo ocuparse de los suyos por algún tiempo. Les advirtió que no
pensaran como el mundo —en términos de obras y de recompensas como lo hacían los ricos y los
que deseaban serlo, sino que vieran que todo lo que poseían era un don del Señor que jamás
podrían alcanzar por sí mismos (19:30-20:16).

Después de recordarles la inevitabilidad de su propia muerte, tuvo que corregirles el orgullo


personal, aun en la fe que tenían en él. Dos de los hijos de Zebedeo, discípulos suyos, deseaban
el primer lugar en la gloria con Jesús. Aunque tenemos en poca estima su ambición personal,
debemos observar que también pensaban que después de las pruebas y sufrimientos Jesús
triunfaría como Hijo de Dios (20:20-28). Él les mostró que la grandeza del reino de Dios no
consiste en la realización y exaltación de sí mismos —como lo hace el mundo— sin o en la
humildad y abnegado sacrificio hacia los demás. Este era uno de los aspectos del amor cristiano.

Cuando Jesús hizo su entrada en Jerusalén, la multitud estaba todavía de su parte (21:1-11).
Vemos una vez más su deseo de cumplirlas Escrituras (21:5, ver también Za. 9:9). También se
advierte esto al echar Jesús del templo a los que lo deshonraban (21:13-14, ver Is. 56:7; Je. 7:11).

La limpieza del templo fue ocasión para que sus enemigos trataran varias veces de ultrajarlo.
Cuando le preguntaron con qué autoridad había hecho semejante cosa, Jesús a su vez les
preguntó acerca de la autoridad de Juan, quien a la sazón se había convertido ya en héroe de la
muchedumbre (21:23-27). Jesús trajo a colación la parábola de los “dos hijos”, mostrándoles cómo
ellos, la minoría privilegiada, siendo conocedores de las Escrituras debían haberlo reconocido,
pero sin embargo lo rechazaban; mientras que otros, que según ellos eran pecadores, habían
creído en él y en Dios, que por eso los prefería por encima de los propios fariseos (21:28-32). En
otra parábola les enseñó también cómo ellos, al rechazar a Jesús, habían ciertamente rechazado
al mismo Hijo de Dios (21:33-46), una vez más citando las Escrituras como base de sus palabras.

El siguiente grupo de preguntas hecho a Jesús tenía como propósito desacreditarlo desde el
punto de vista político, teológico, y exegético. Todos eran preguntas inteligentes que cualquier
hombre normal hubiera tenido dificultad en responder. Pero Jesús aprovechó la oportunidad para
enseñarles que los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, justamente por ello mismo
pertenecían totalmente al Señor (22:21), y que no sólo lo demuestra así la doctrina de la
resurrección sino que Dios también lo enseñó directamente a través de Moisés (22:22-32), y que
los más grandes mandamientos son aquellos que constituyen la esencia misma de todos los
demás mandamientos: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu mente y a tu prójimo como a ti mismo (vv. 37,38). Con todo esto Jesús se mostró una vez más
como maestro de la Palabra de Dios, capaz de usarla correctamente. Además, demostró que Dios
no ha cesado en su propósito de tener un pueblo santo (perteneciéndole por completo), sin
mancha, en su presencia (el Dios de los vivos), unido en un lazo de amor (amor a Dios y a los
demás).

Luego Jesús, preguntándoles a su vez, les mostró cómo las Escrituras enseñan que, ciertamente,
Jesús es el Señor de David y, por consiguiente, debía serlo de ellos también (22:41-46). Ellos, a
diferencia de él, estaban completamente confundidos ante la Palabra de Dios que él enseñaba.

La cuestión estaba ya definida. Los fariseos, líderes de los judíos (23:2) —al igual que lo habían
sido los falsos profetas de antaño—, habían rechazado a Jesús de plano. Por ello Jesús los
denuncia en términos severos y los condena por su incredulidad (23:1-26). Después, en palabras
que nos hacen recordar las Lamentaciones, lamenta él la suerte de Jerusalén, la que, desde que
fue parte de Israel, una y otra vez ha rechazado a los profetas que Dios le ha enviado y ¡aun
ahora mismo rechaza al propio Señor!

Sintiendo la premura del tiempo, Jesús enseña rápidamente, en sucesión, a sus discípulos acerca
de las señales que ocurrirán al final de los tiempos, acerca del reino, de la urgencia que tienen los
creyentes de obedecer (caps. 24,25), y con relación al momento en que todos comparecerán ante
el trono de Cristo en el día del juicio final para rendir cuentas de todo lo que habían hecho, bueno
y malo, de acuerdo con las palabras de Eclesiastés 12:14 (ver II Co. 5:10; Ap. 20:12).

Demostró, como lo había hecho Isaías tiempos antes, que finalmente hay sólo dos destinos
posibles: castigo eterno para la simiente de Satán o vida eterna para la simiente de Dios, a través
de la fe en Cristo Jesús (Mt. 25:46; ver Is. 1:27-28; 66:22-24).

El capítulo 26 sigue de cerca las últimas horas del ministerio de Jesús en Judea. Comienza con
las advertencias a sus discípulos acerca de su muerte inminente (26:1ss) y continúa con su
arresto y juicio ante el Sanedrín. Pedro, aun con todas las advertencias de lo que vendría, no fue
capaz por sí solo —a pesar de su amor hacia Jesús— de contener su interés propio cuando llegó
el momento de elegir (26:69-75). Una vez más, la Palabra de Dios había acertado (26:31; cf. Za.
13:7).

Es interesante notar cómo en el capítulo 27, relatando el juicio de Jesús ante Pilato y su ejecución
en la cruz, una y otra vez los paganos hablan de Jesús refiriéndose a él como rey de los judíos
(27:11,37) y como Hijo de Dios (27:54); pero los suyos no lo reconocían como tal (27:29,42).

El entierro de Jesús llevado a cabo por un hombre rico es sin lugar a dudas cumplimiento de
Isaías 53:9.

Aunque los principales de los judíos trataron de asegurarse de que Jesús no se levantaría de la
tumba, sucedió tal como él lo había predicho (Gn. 3:15). El capítulo 28 ofrece algunos detalles de
la resurrección; pero aquí destacaremos más bien el gran encargo o mandamiento dado a su
iglesia, sus últimas palabras antes de su ascensión hacia la diestra del Padre (28:18-20).

Citando prácticamente las mismas palabras del Salmo 2:8,9, Jesús hace saber sin rodeos que
todo poder en el cielo y en la tierra está en sus manos. Al igual que Dios se lo había enseñado a
Nabucodonosor mucho antes por mediación de Daniel, todas las naciones de la tierra se
derrumbarían, perecerían, y terminarían por ser destruidas (Dn. 2: cf. Sal. 2:9). Pero Jesús,
llevado de compasión hacia los perdidos y contemplando más allá de las ovejas perdidas de Israel
a las ovejas perdidas del mundo entero, de acuerdo con las palabras de Salmo 2:10-12, como
gran Señor de la mies, encarga a sus discípulos —aquellos a quienes él enseñó— que salgan por
todo el mundo. Antes de que todas las naciones sean destruidas, que la tierra y todo lo que la
misma encierra sea lanzado a las llamas, como lo había advertido el profeta Isaías, ellos saldrían
a hacer discípulos de entre todos los pueblos de la tierra, de acuerdo con la promesa de Dios a
Abraham de que en su simiente todas las naciones de la tierra serían benditas (Gn. 22:17,18).
Ahora la obra del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, el Dios trino que al principio creó al hombre
a su imagen y semejanza para gozar de comunión eterna con él (Gn. 1), sería sellada por el
bautismo que Jesús había ordenado. Sería un bautismo acompañado, tanto en el hogar con los
niños como en la iglesia con los creyentes, de enseñanza, enseñanza de todo lo que Cristo el
Señor había enseñado. Esto incluye no solamente todo lo que encontramos en los evangelios sino
también toda palabra de Dios, todos los consejos de Dios, los libros del Antiguo y del Nuevo
Testamento. De esta forma, el mismo mandamiento dado por el Señor a Abraham (Gn. 18:19) es
dado ahora a sus discípulos, con respecto a todas las naciones que han de creer y ser bautizadas.
¡De cierto, la semilla de Abraham crecerá y se difundirá por toda la tierra!

Jesús termina con palabras tranquilizadoras que nos hacen recordar las que una vez fueron
dichas a Moisés, cuando el Señor lo llamó (Ex. 3:12): “He aquí que yo estaré siempre contigo,
hasta el final del mundo.” ¡EN VERDAD ESTE ES EMMANUEL – DIOS CON NOSOTROS!

MARCOS: el evangelio de la urgencia

Sólo podemos mencionar aquí brevemente algunas de las características del evangelio según San
Marcos que lo distinguen de los otros evangelios. Primero, tenemos que Marcos es muy breve en
la iniciación y conclusión de su evangelio, si se le compara con los otros. El resto trata de los
mismos asuntos u otros similares; pero dando más detalles. Puesto que existe muy poco en
Marcos que no haya sido visto ya en Mateo, en lo que a su contenido se refiere, haremos notar
ahora que Marcos se preocupa ante todo por darnos a conocer la urgencia del mensaje de Jesús
y lo hace mediante el empleo frecuente de términos como “luego”, “enseguida”. Emplea esta
palabra 37 veces (en el texto griego) al relatarnos el ministerio en Galilea (Mr. 1-9), mucho más
que cualquier otro autor o dos autores juntos, si lo vamos a ver. Sin duda hay alguna razón de
peso para ello.

Por supuesto que el significado no descansa en particular en el empleo de tales términos sino en
la forma en que, repitiéndolos, sigue el ministerio de Jesús en la urgencia de su mensaje al pueblo
de aquellos tiempos. Se preocupa poco por relacionar ese ministerio al pasado o al futuro. Es
como si lo hubiese escrito solamente para aquellos que vivían en aquel tiempo, que habían visto
lo que Jesús hizo y que, muy pronto, se irían de este mundo: tal como Jesús había pasado por
donde vivían, tanto en Galilea como en Judea.

No se quiere decir con esto que el Evangelio de Marcos, escrito para su generación, no tenga
gran importancia para todas las otras generaciones. Lo que sacamos de la lectura de este
evangelio es el conocimiento de que, al igual que Jesús vino y se fue de este mundo en el período
que comprende simplemente una generación, la oportunidad que tenemos de creer en el
evangelio está en el presente, ahora. Por tanto, es de suma importancia que creamos ahora. Ese
fue el mensaje de Marcos a su generación; pero también lo podemos aplicar a nuestra propia
generación. El tiempo es muy corto y pasamos por esta vida solamente una vez.

La oportunidad que Dios nos da de poder creer en Jesucristo y en el evangelio está presente
ahora entre nosotros, no mañana, no la semana que viene, ni el año que viene, sino ¡AHORA!
Esto es lo que Marcos nos dice. Jesús no se detuvo en Galilea por mucho tiempo, ni en Judea,
durante la época de Marcos y su generación. Tampoco podemos esperar que el Señor nos
conceda mucho tiempo a nosotros para tener la oportunidad de creer en él.

Es muy posible que Marcos conociera a Jesús. Algunos creen que Jesús se hospedó en casa de
Marcos. Lo que sí sabemos es que Marcos (llamado Juan) provenía de un hogar que desde el
principio había creído en Jesús (He. 12:12).

¿Qué otra información es de utilidad?

Puesto que ya hemos visto el trasfondo histórico del período comprendido entre los dos
testamentos y estudiaremos luego el período histórico del primer siglo de nuestra era en relación
con nuestro estudio del evangelio según San Lucas, ello será suficiente como fuentes extra
bíblicas de nuestra investigación. Sería apropiado revisar lo dicho en la introducción a este
semestre en lo concerniente al trasfondo del que surge el Nuevo Testamento.

¿Qué significó originalmente esta revelación para el pueblo de Dios?

El pueblo de Dios había esperado alrededor de 400 años por el cumplimiento de las promesas del
Antiguo Testamento. Era, pues, muy importante demostrarles que dichas promesas habían
culminado en la persona y obra de Jesucristo. Era de suma importancia que el pueblo
comprendiese que lo prometido mucho tiempo atrás por Dios en el Antiguo Testamento respecto a
la salvación de su pueblo había sido cumplido ahora en la persona y obra de Jesucristo.

Era también de vital importancia para el pueblo ver que Jesús, su Señor y Salvador, había
estudiado por sí mismo el Antiguo Testamento y, al vivir su vida en la tierra en perfecta obediencia
al Padre, había estado guiado siempre por la verdad de las Escrituras. Ellos debían también
confiar en esas mismas Escrituras y comprender el significado del ministerio de Jesús teniendo
solamente como base lo que se enseña en el Antiguo Testamento, no fuera a ser que
tergiversaran el sentido y significado de la venida del Cristo, interpretándola como algo lejos de la
verdad.

Era, pues, de suma importancia que el pueblo aprendiera a confiar y a depender de la Palabra de
Dios, según fue anunciada en el Antiguo Testamento, como lo hizo Jesús en cada uno de sus
encuentros con sus enemigos, fundándose siempre en esa Palabra para guiarse y defenderse de
sus detractores.

Puesto que Jesús no simplemente repetía el contenido del Antiguo Testamento sino que se
basaba en él para impartir sus enseñanzas y llevar a cabo su ministerio, también ellos debían
comprender que para llegar a ser un cristiano bien preparado era necesario conocer todo lo
relacionado con los consejos de Dios y no solamente lo que Jesús enseñaba mientras se hallaba
en este mundo. Jesús adquirió el conocimiento del Antiguo Testamento y lo usó como base de sus
enseñanzas. De igual forma debían los creyentes usar como base el Antiguo Testamento además
de lo que el Señor les revelaría a través del Nuevo: sin escoger entre uno y otro, sin que el uno
excluyese al otro. Por tanto, según lo enseñó Jesús, la ley de Dios estaba aún muy vigente para el
pueblo de Dios. Lo cierto es que nunca pasaría de estar en vigencia o dejar de servirle de guía y
consejo en sus vidas. El mismo Señor que había hablado a través de Moisés había venido ahora a
la tierra y les hablaba por boca de Mateo y de los demás evangelistas.

Este mensaje en particular los condujo hacia un nuevo amanecer, al día en que el reino de Dios
sería establecido en la tierra como había sido predicho mucho tiempo antes, un día en que el
Señor del reino daría órdenes a su iglesia de ir por todo el mundo y llevar su evangelio a todas las
naciones, a todos los hombres, para que todos los elegidos por Dios pudieran ser traídos hasta su
reino, como Isaías lo había anunciado siglos atrás (Is. 2:2-4). Ahora era el momento preciso para
aquella generación. Era en verdad ¡ahora o nunca!

¿Qué lección tiene hoy para nosotros esta porción de las Escrituras?

Al igual que aparecieron innumerables tradiciones humanas en los 400 años transcurridos entre el
final de las revelaciones del Antiguo Testamento y el comienzo de las del Nuevo Testamento, así,
desde el final de las revelaciones del Nuevo Testamento hasta nuestros días han surgido muchas
otras tradiciones dentro de la enseñanza y la doctrina de la iglesia en desacuerdo con las
Palabras del Señor. De la misma manera que Jesús en su tiempo separó la tradición de lo que era
la verdad de las Escrituras, así también debemos nosotros ahora examinar siempre lo que
enseñamos a la luz de las Palabras del Señor.

Así como Jesús se basó en la Palabra de Dios escrita para defenderse en todos sus encuentros
con Satán y su simiente, también debemos nosotros basarnos no sólo en el Nuevo Testamento
sino también en el Antiguo, como lo hizo Jesús y enseñó a hacerlo a sus discípulos.

Jesús enseñó lo que enseñó basándose en las revelaciones dadas ya por Dios, y así debemos
nosotros enseñar. Su dependencia y respeto hacia las Escrituras del Antiguo Testamento
ciertamente deben ser ejemplo que debemos seguir. Ser cristiano sólo del Nuevo Testamento es
estar armado solamente con una cuarta parte de la coraza, pues ignoramos las tres cuartas partes
de todo lo que enseñó Jesús.

Del mismo modo que Jesús demostró su misericordia hacia los que ya se habían perdido en aquel
momento y como Señor de la mies ordenó a su iglesia que fuera al mundo a recoger su grano, así
también debemos nosotros, veinte siglos después, ver nuestra labor presente como continuación
de lo comenzado por él entonces. Jesús jamás alteró ni un ápice el curso del plan de salvación de
Dios: tener un pueblo santo, sin mancha, que viviese en su presencia en un lazo de amor mutuo.
Para eso fue que él vivió, murió, y resucitó: para que nosotros, al creer en él, podamos llegar a ser
parte del pueblo de Dios y, después, tomando lo que él nos ha enseñado y el mensaje de lo hecho
por él en todas las naciones, llamemos hacia él a nuestros hermanos.

Pero según lo hemos visto en el ejemplo de Jesús y en su mandamiento, hacer la labor del Señor
significa no sólo predicar las buenas nuevas y ser testigos de todo lo que Jesús realizó sino
también enseñar a aquellos que reciben con fe todo lo que Jesús enseñó con su Palabra. Es por
ello que el programa de educación cristiana en cada iglesia es de vital importancia y debe basarse
solamente en la Palabra de Dios escrita.

Para nosotros también el momento es el presente: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones…” (Sal. 95:7ss; He. 3:7,8; cf. II Co. 6:2).
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios a nuestras vidas

1. ¿Qué lugar ha ocupado el Antiguo Testamento en mi vida y en mis estudios? ¿He dedicado el mismo
tiempo al estudio del Antiguo Testamento que al del Nuevo Testamento?

2. ¿Hasta qué punto han influido las tradiciones humanas en mi manera de pensar, en el pensamiento de la
iglesia de la cual soy miembro, o de la denominación a que pertenezco? ¿Qué responsabilidad tengo con
relación a la literatura y a los mensajes usados y escuchados en mi iglesia?

3. Si yo hubiera vivido en tiempos de Jesús, ¿cuál habría sido mi reacción al ver que él se mezclaba con los
pecadores?, ¿ante sus censuras a los principales religiosos de entonces?, ¿ante su reto a las tradiciones
que ya en aquel momento eran bien conocidas y aceptadas por todos? ¿Sería posible que yo esté
reaccionando negativamente hoy ante alguien que esté en la misma posición de Jesús entonces pero en
relación a problemas de hoy día?

4. ¿He tomado con seriedad mi responsabilidad en lo que se refiere a la Gran Comisión dada por nuestro
Señor? ¿Trato de hablar a otros acerca de Cristo y de su vida y de su obra? ¿He aprendido la Palabra de
Dios de tal manera que pueda ser capaz de enseñarla a los demás? ¿Hasta qué punto soy un misionero
(llevando y enseñando a otros el evangelio de Cristo)? ¿En qué medida ayudo a la labor de misiones
llevada a cabo por mi propia iglesia?

5. En sus últimas palabras a la iglesia antes de su ascensión, ¿a qué dio el Señor mayor importancia? ¿Qué
tiene para mí hoy, veinte siglos después, la prioridad? ¿Se puede ver ello en la forma en que empleo mi
tiempo cada día?

6. ¿Siento la misma urgencia respecto a mi generación que Marcos tuvo hacia la suya? ¿Cómo lo
demuestro en relación con el evangelio y el momento en que vivimos?
2: El evangelio de Juan

Introducción

Quizás podría preguntarse el lector por qué presentamos ahora el evangelio según San Juan,
pasando por alto el de Lucas. Lo hacemos por dos razones: primera, porque el de Lucas es
mucho más semejante a los de Mateo y Marcos que al de Juan. Puesto que acabamos de hacer
un estudio detenido del contenido de los dos primeros evangelios, al estudiar el de Juan en este
momento tendremos delante una variedad de material que no se halla en los dos primeros;
segunda, Lucas y Hechos son continuación uno del otro: siguen la historia del evangelio desde
antes del nacimiento de Cristo hasta todo el siglo primero de nuestra era. Por tanto, nos pareció
más apropiado estudiar dichos dos libros seguidamente, uno después del otro, para obtener
mayores ventajas desde el punto de vista histórico.

Juan y Lucas nos declaran sus propósitos al escribir sus respectivos evangelios. Juan nos lo dice
al final del suyo (20:30,31). Fue escrito, específicamente para que “creáis que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. Se establecen así dos
propósitos básicos: primero, que los lectores puedan llegar a ser creyentes en Jesús; y segundo,
que habiendo creído puedan alcanzar esa vida —la plenitud de vida— que proviene de la fe en
Jesucristo. Con respecto a este concepto, hemos de entender que la vida eterna se refiere no
solamente a una vida duradera (que nunca termina) sino a su calidad: vida verdadera en contraste
con la “vida” que el mundo conoce, la cual tiene como final la muerte y la desesperanza. La vida
en Cristo significa mucho más que el no morir en el pecado. Significa vivir ante Dios en su
totalidad, como Dios quiso que viviesen sus hijos.

Por tanto, lo que básicamente encontramos en el Evangelio de Juan es una serie de guías, cada
una de ellas concebida para conducir al lector hacia la fe en Jesucristo como Hijo de Dios y, por
ello, como Salvador, y después llevar a ese mismo lector hasta la plenitud de la vida en Cristo
como creyente en él. Es por este motivo que hemos dividido el Evangelio de Juan en veintisiete
relatos acerca de la vida de Jesús, de acuerdo con el propósito expresado por Juan. Estos relatos
están conectados por pasajes de transición, los que destacaremos en su oportunidad. También
veremos que el Evangelio de Juan tiene una introducción y una breve conclusión.

¿Qué encontramos aquí?

EL EVANGELIO DE JUAN: un llamado a la fe y a la vida

Introducción al evangelio (1:1-51)

Las palabras del principio del Evangelio de Juan nos recuerdan de inmediato las del principio del
Antiguo Testamento (Gn. 1:1). Se nos dice enseguida que en el principio la Palabra fue la base y
fundamento de la creación, en la planificación de la historia del ser humano y de su salvación
(1:3). El empleo aquí del término “verbo” (palabra) nos trae a la mente la “revelación oral” a través
de la cual Dios transmitió su naturaleza y atributos a Moisés, el cual quiso ver la gloria del Señor
(Ex. 33:18). En aquel momento, el Señor prefirió no enseñar a Moisés nada visualmente
significativo sino que le reveló verbalmente la gran verdad acerca de sí mismo, verdad que llegó a
ser la esencia del conocimiento de Dios mantenida por su pueblo a través de toda la historia de
Antiguo Testamento. Ya demostramos en el capítulo 3 en nuestro Plan de Dios en el Antiguo
Testamento cómo fue precisamente esta revelación la que condujo a los hijos de Dios a través de
todas sus experiencias en el Antiguo Testamento.
Mediante la revelación verbal de sí mismo a su pueblo, Dios reveló también la verdad de que en él
había vida; es decir, solamente al aprender ellos a confiar en el Señor tal y como él se les había
revelado podrían llegar a la vida. Dicha vida era la luz de los hombres. Era la luz que Dios no
permitiría que se apagase (1:4; ver también I S. 22:29; 21:17; I R. 11:36; 15:4, etc.). Aunque las
tinieblas amenacen, siempre la Luz prevalecerá (v.5). Esto quiere decir, que aun en los momentos
más tenebrosos de Israel, Dios jamás careció de un pueblo, de un remanente que tenía vida en la
fe en el Señor y constituía la luz del mundo, al reflejar la luz de la Palabra en sus propias vidas.

Después se nos presenta a Juan el Bautista como testigo de esa Luz, como uno que anunciará su
venida y mostrará a todos los hombres quién es la Luz verdadera (1:6-8). Sin embargo, la Luz no
sería reconocida por el mundo (v.10), ni aun por los suyos (v.10). Ni aun su propio pueblo de
acuerdo con la sangre —el pueblo judío— reconocería la Palabra, la Luz del mundo, cuando él
vino hasta nosotros (v.11).

Verdaderamente, la única forma en que cualquiera pueda llegar a conocer quién es la Luz del
mundo es por medio de la obra de Dios en su corazón (1:12,13). Estos son los que vuelven a
nacer de acuerdo con la voluntad de Dios, como lo demostró Dios por boca del profeta Ezequiel
(Ez. 36,37). Se demuestra que son hijos de Dios por la fe: resultado de la obra de la voluntad de
Dios en sus vidas. Vemos, por tanto, que la fe llega por la gracia de Dios, la cual obra en los
corazones de los que estaban muertos en el pecado para ofrecerles una vida nueva. Como
resultado de esa nueva vida —como recién nacidos en Cristo— claman “Yo creo”, que es el
clamor de los recién nacidos en Cristo (cf. Ef. 2:8-10). Por ello hablamos de “llamada efectiva” y
de “fe salvadora”.

Después nos encontramos en la introducción de Juan el gran anuncio: “el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros” (1:14). Dios, que en el pasado había sido conocido por su pueblo por su
revelación verbal de sí mismo, había venido ahora hecho carne y, como hombre, estaba viviendo
en presencia de los hombres todas las verdades presentes en su revelación; mostrándose a sí
mismo como hombre; pero siendo misericordioso, amante, lento en la ira, abundante en su amor,
en su ternura y en verdad, demostrando tierno amor por las multitudes, perdonando las ofensas,
las transgresiones y los pecados, pero sin pasar por alto el pecado (Ex. 34:6,7). Nos dice Juan
que esta es la clase de vida que contemplamos ser vivida en la persona y obra de Cristo Jesús: la
Palabra de Dios hecha hombre. Moisés pidió contemplar la gloria de Dios pero no tuvo el privilegio
de ver esa gloria; solamente oír acerca de ella. Sin embargo, en Cristo nosotros podemos
contemplar la plenitud de la gracia de Dios. Vemos a Jesús, lleno de gracia y de verdad (v.14).

Moisés tuvo el privilegio de traernos la ley que nos enseñó cómo debemos vivir; pero es
solamente en Cristo que encontramos la gracia y la verdad necesarias para convertirnos en hijos
de Dios (1:17).

Después el autor de este evangelio nos muestra cómo se llevó a cabo el testimonio de Juan el
Bautista (1:19-39). Juan reconoció su misión en el cuadro de la revelación de Dios (1:23; ver Is.
40:3). Comprendió que la clase de bautismo que él ofrecía era temporal —para que los hombres
se dieran cuenta de su condición de pecadores ante la santidad de Dios— de modo que, como lo
había enseñado Malaquías, no fueran lanzados al fuego. Fue por ello que Juan comprendió que
su labor era muy inferior a la de Aquel que había de venir detrás de él (vv.26, 27).

Cuando Juan vio venir a Jesús, inmediatamente se refirió a la promesa hecha por primera vez a
Abraham en el Antiguo Testamento de que Dios proporcionaría el cordero para ser sacrificado (ver
Gn. 22:8). Este sería el sustituto que pagaría por los pecados de todos nosotros, como lo había
dicho Isaías (Is. 53:4-8). Juan, señalando a Jesús, lo llamó “Cordero de Dios” (1:29,36). Su
bautismo sería muy superior al de Juan, puesto que sería en el Espíritu Santo (v.33).
La misión de Juan era identificar al Cristo cuando viniera. Así lo hizo con toda fidelidad, y aquellos
que hasta entonces lo habían seguido a él se convirtieron ahora en seguidores de Jesús (1:40-
51). Casi todos los discípulos de Juan, uno después del otro, lo fueron abandonando para ir en
pos de Jesús y, habiéndolo encontrado, buscaron a sus hermanos y amigos para que lo
conocieran también (1:41,45). Dios empezaba apenas a enseñarles la verdad en Cristo Jesús;
mucho más estaba por venir (1:51). Es este más lo que constituye ahora el tema de este
evangelio.

Al relatarnos su propósito, Juan el apóstol habla de las señales que hizo Jesús (20:30,31). En el
final del capítulo siguiente Juan explica que con la palabra “señales” quiere decir “cosas que Jesús
hizo” (Jn. 21:25). Ello abarca mucho más que el estricto significado de la palabra “milagro”. De
hecho, Jesús censura a aquellos que solamente quieren ver un milagro (ver 2:18; 4:48; 6:30).
Juan trata de relatarnos aquí algunos de los hechos de la vida de Jesús que a menudo estuvieron
acompañados por discursos. El todo constituye “la señal” o “cosas que Jesús hizo” y comprende
mucho más que un milagro. Jesús enseñó acerca de la fe y de la vida, y estos dos factores han de
estar presentes en cada uno de los hechos que Juan nos cuenta. Juan no parece preocuparse
mucho del orden cronológico de los acontecimientos. Simplemente está tratando de reunir las
pruebas (“señales”) de que Jesús es el Cristo y de que, por ello, debemos creer en él. Creer no
solamente para salvarnos sino también alcanzar la plenitud de la vida eterna que Jesús nos ofrece
y acerca de la cual nos enseña.

Es por ello que a continuación hemos anotado veintisiete hechos registrados por Juan, todos ellos
concebidos con la idea de conducirnos hacia la fe en Jesús y a la vida eterna, vivida a plenitud.

1. El cambio del agua en vino en Caná de Galilea (2:1-11)

En este episodio Jesús demuestra su facultad creadora, su poder de convertir el agua en vino. La
extraordinaria calidad del vino fue muestra de su poder para cubrir todas las necesidades de los
hombres, mostrando así su identidad como creador y fuente de vida (1:3,4). Por tanto, manifestó
su gloria (2:11), es decir, su semejanza con Dios, quien en su bondad y ternura ofrece todo lo
bueno para cubrir las necesidades de los hombres. Como resultado, muchos creyeron en él (v.11).

TRANSICIÓN (2:12): Jesús fue hasta Capernaum con su familia por un corto período de tiempo.

2. Limpieza del templo en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua (2:13-22)

En Jerusalén Jesús encontró en el templo grandes transgresiones contra la santidad de la casa de


Dios. Para mostrar que Dios no pasaba por alto el pecado, limpió de malvados la casa de su
Padre (vv. 15,16). Cuando se le preguntó con qué autoridad lo había hecho, les enseñó que, en
verdad, él había venido a construir un templo verdadero: su cuerpo resucitado, verdadero lugar en
que los hombres podrían acercarse a Dios (2:19,20). (Recuérdese la revelación del templo
verdadero en el cual Dios tendría su morada, como lo dijo Ezequiel, capítulos 40-48.) Nadie
entendió lo que Jesús quiso decir con estas palabras; pero más tarde, después de su
resurrección, sus discípulos sí lo comprenderían (v.22).

Nótese cómo se oponen en contraste la vida y la muerte. La muerte representa los pecados
cometidos por los hombres en el templo; la vida, la promesa de Jesús de construir un nuevo
templo que jamás sería desechado. Sin Cristo los hombres morirían por sus pecados. Aquellos
resucitados por la fe en Cristo vivirían.

TRANSICIÓN (2:23-25): Muchos creyeron durante aquella Fiesta de la Pascua, pero Jesús no se
confiaría (su misión) a ellos; conocía demasiado la debilidad humana.
3. Conversación de Jesús con Nicodemo por la noche en Jerusalén (3:1-21)

Aunque Nicodemo era principal de los judíos y también maestro, ante Jesús era como uno muerto
en el pecado. Inmediatamente Jesús lo enfrentó a la necesidad de ser nacido desde arriba, es
decir, de Dios (v.3). Contra la muerte espiritual de Nicodemo, Jesús puso la vida que él le ofrecía.
Jesús le enseñó que el renacer viene por obra del Espíritu de Dios y que es necesario para poder
llegar a ver el reino de Dios (v.5). Todo esto estaba de completo acuerdo con lo que tanto
Jeremías como Ezequiel ya habían enseñado (Je. 31; Ez. 36,37), y debía ser conocido por
Nicodemo (v.10). Aquí Jesús puso en contraste la muerte del hombre natural, nacido en este
mundo, con la vida ofrecida por él, por el Espíritu (vv.5, 6).

Comentando las Escrituras le recordó a Nicodemo un incidente ocurrido en el desierto y le dijo que
se refería al Cristo (3:14,15). La serpiente representaba la muerte, enemigo del hombre. Los
hombres morían por doquier hasta que Moisés levantó la serpiente sobre un leño, símbolo del
triunfo de Dios sobre la muerte. Pero en realidad, sería Jesús quien, al ser levantado, podría en sí
mismo ganar la victoria sobre el pecado y la muerte para todos los hombres. Aquí se nos
demuestra claramente la relación que existe entre fe y vida. Mediante la fe en Jesús se puede
alcanzar la vida eterna en lugar de una muerte inevitable, maldición que pesa sobre todos los
hombres venidos a este mundo de modo natural.

Una vez más se contrasta la vida con la muerte (3:18-21). Creyendo en Jesús se obtiene la vida
eterna. Sin fe se está condenado a muerte. La prueba de esa muerte se ve en que todo hombre
prefiere la oscuridad (ocultar sus pecados) antes que la luz (la exposición de sus pecados, contra
los cuales tiene que luchar).

TRANSICIÓN (3:22-36): Después Jesús dejó Jerusalén y llegó hasta la región campestre de
Judea (v.22). Allí atrajo a la mayoría de los seguidores de Juan, lo cual no disgustó a este. Él
comprendía que su propia importancia tendría que cesar para que la de Jesús aumentase (v.30).
En realidad el último testimonio dado por Juan fue que a menos que uno creyera en Jesús no
alcanzaría la vida sino solamente la ira de Dios (3:36). Estas palabras estaban de acuerdo con las
pronunciadas por Isaías muchos siglos antes (Is. 27,28).

4. Conversación de Jesús con la Samaritana en tránsito de Judea a Galilea (4:1-42)

Varias circunstancias propiciaron esta insólita conversación. Primeramente Jesús se vio obligado
a abandonar Judea porque existía allí demasiada tensión y ello estorbaría su ministerio, no
solamente allí sino también en otras partes. Segundo, Samaria se encontraba situada
exactamente entre Judea y Galilea si se tomaba el camino más directo, que fue lo que Jesús
decidió hacer (v.4). Tercero, Jesús se encontraba muy cansado cuando llegó a Sicar, una aldea
de Samaria (ver mapa) y descansó allí. Cuarto, una mujer samaritana se llegó a la fuente a buscar
agua aunque era mediodía, cosa poco usual, pues a esa hora el agua debía estar caliente por el
sol (4:6,7). Finalmente, sus discípulos no estaban con Jesús pues habían ido hasta la aldea a
buscar pan (v.8). Sabemos que, al igual que en el libro de Ester, todas estas pequeñas cosas no
eran simples coincidencias, sino que todas estaban dentro del plan de Dios: que una pobre
pecadora encontrase a Jesús y pudiera salvarse de sus pecados junto a un gran número de otros
habitantes de aquella aldea.

De inmediato Jesús lleva la conversación a la clase de vida que él ofrecía (4:10,14). Pero también
sabía Jesús que aquella mujer debía reconocer la muerte existente en su propia vida, así que la
llevó a pensar en sus propios pecados (vv. 17,18). Ella misma mostró la prueba de aquella muerte
al tratar de cambiar el tema de conversación, alejando la atención del de sus pecados, reacción
normal de los humanos ante la confrontación de sus pecados (vv. 19,20). Pero Jesús la trajo de
nuevo a lo mismo para que viera que el culto que ella rendía no era aceptable a Dios, y que el
culto verdadero estaba en el espíritu (en el corazón) y en la verdad (un corazón verdadero). Aquí
podríamos comparar el Salmo 51:10. Él la trajo hasta allí para abrir su alma a la verdad y para que
confiase en él (v.26).

Ella, que había venido a mediodía a buscar agua a la fuente, probablemente rehuyendo a los otros
habitantes de la aldea por su mala reputación, dejó su cántaro de barro y salió corriendo a buscar
a los demás, contándoles lo de Jesús (v.28). Como resultado de su testimonio muchos creyeron
(v.39), pero aún más luego que hubieron escuchado a Jesús por sí mismos (vv. 41,42).

Jesús aprovechó la oportunidad para amonestar a sus discípulos por haber perdido la ocasión de
dar testimonio de él. Sin lugar a dudas habían pasado junto a aquella mujer cuando iban hacia la
aldea. Jesús les enseñó que había un “pan” que era mucho más necesario que el pan que ellos
buscaban: hacer la voluntad de Dios. Les enseñó con esto que la vida en Cristo, más que vivir, es
servir al Señor, haciendo su voluntad y no la propia (4:34-38).

TRANSICIÓN (4:43-45): Después de dos días Jesús abandonó Sicar y se dirigió a Galilea.

5. Curación del hijo de un noble en Capernaum (4:46-54)

Poco después de haber llegado Jesús a Galilea, vino un noble procurándolo para que curase a su
hijo, el cual estaba a punto de morir. En este momento pare el noble la muerte era algo muy real
(v.47). Jesús tenía que decidir si el hombre era sincero en su petición o si solamente buscaba una
señal. Cuando el hombre dio testimonio de su gran necesidad y de su fe en Jesús, su hijo fue
curado. Aquí tenemos que de una situación en que existía la muerte, surgió la vida física; y de una
situación de muerte espiritual, por la fe en Jesús vino la vida eterna a aquel hombre y a toda su
familia con él (v.53).

TRANSICIÓN (5:1): Jesús asistió a una fiesta de los judíos en Jerusalén.

6. Curación de un paralítico en día sábado (5:2-47)

La muerte y el morir eran algo evidente a todo el rededor de la piscina de Betesda en Jerusalén.
Lo ilustraba lastimosamente la experiencia del pobre infeliz que por treinta y ocho años había
estado tratando inútilmente de entrar en las aguas de la piscina cuando estas se agitaban. No se
nos dice si existía alguna verdad en relación con el hecho de ser curado allí; pero sí era una
prueba más de la mortalidad de las vanas esperanzas humanas. Tomándole compasión, Jesús lo
curó; pero ese día era sábado (v.9).

Hay aquí contraste entre la vida y la muerte cuando los fariseos acusan a Jesús por hacer el bien
en día sábado, mientras que Jesús, al describir la vida que él vive, la llama una vida de trabajo por
su Padre (v.17). En verdad, como lo demostró Jesús, lo que deseaban ellos era matar a Aquel que
había venido a dar vida (vv.20, 21). Una vez más mostró Jesús el camino de vida: fe en Dios
(v.24). También les presentó alternativas bien definidas: o vida con Dios o juicio y condenación
(v.29).

Jesús les explicó que su vida seguía el cumplimiento de la voluntad del Padre (v.30). Sus buenas
obras daban testimonio de lo que él declaraba ser (v.36). En contraste, ellos estaban muertos
espiritualmente puesto que no cumplían con la voluntad del Padre, es decir, creer en él, el enviado
del Padre. La evidencia de vida verdadera patente en Jesús no estaba en ellos ya que no
mostraban los frutos de esa vida: ellos no amaban ni al Padre ni a Jesús, el enviado del Padre
(vv.42, 43). Las Escrituras que decían conocer les hablaban acerca de Jesús y del camino hacia la
vida eterna: pero ellos no pudieron comprender lo que en las Escrituras se explicaba
sencillamente y fueron condenados por las mismas palabras de vida contenidas en ellas (vv.39-
46). También en el Antiguo Testamento las Escrituras, en todas sus partes, señalan nuestra
necesidad de Cristo y corroboran lo que Jesús les enseñaba en esta ocasión.

TRANSICIÓN (6:1-2): Jesús cruzó el mar (lago) de Galilea hasta la otra orilla, escapando de la
muchedumbre movida solamente por ver sus milagros de curación.

7. Alimentación de 5000 personas (6:3-14)

Aquí parece que Jesús estaba preparando una futura lección con el repartimiento milagroso de
comida a la multitud que le rodeaba. Aparentemente habían venido a ver un milagro y Jesús así lo
hizo. Creó suficiente pan para alimentarlos a todos sirviéndose del pedazo de pan que había
traído un muchacho. Todos fueron hartos, pero muy bien sabía Jesús que muy pronto volverían a
tener hambre (6:12). Viendo este milagro, muchos quedaron impresionados (v.14).

TRANSICIÓN (6:15): El pueblo, reaccionando equivocadamente ante el milagro de Jesús, quiso


hacerlo rey (uno que diera satisfacción a sus necesidades físicas sin tener ellos que hacer nada).
Pero Jesús no deseaba tales seguidores (¿cristianos por un puñado de arroz?), y se alejó de
ellos.

8. Caminando sobre las aguas (6:16-20)

Aquí tenemos que la muerte era real e inminente para los discípulos al desencadenarse una
tormenta en el lago y no estar Jesús con ellos. Al llegarse a la barca, caminando sobre las aguas,
vino a tranquilizar sus corazones: vida, en medio de la tormenta del mar, que con tanta frecuencia
trae la muerte.

TRANSICIÓN (6:22-24): La muchedumbre que Jesús había tratado de evadir lo volvió a encontrar
en Capernaúm.

9. Discurso sobre el pan de vida (6:25-70)

Una vez más Jesús tenía razón al pensar que la multitud buscaba solamente sus milagros. Pero él
quería que ellos sintieran el deseo del alimento de vida, no sólo del alimento que perece (vv.26,
27). Ellos seguían pensando en qué era necesario hacer para ganarse el favor de Dios. Jesús les
explicó que no es lo que el hombre hace lo que le trae salvación sino lo que ha hecho Dios a
través de Aquel a quien envió. Hay que confiar en él (vv.28, 29). Pero para que ellos puedan creer
les es necesario tener una señal (v.30). Así era también en el Antiguo Testamento, cuando tan a
menudo, en tiempos de los jueces, los hombres necesitaban una señal (algo que pudieran ver)
para poder creer en lo que Dios les había dicho.

Como antes con la samaritana, que quería cambiar el tema de conversación, también ahora Jesús
hacía que ellos se enfrentaran a lo que él tenía que ofrecerles (v.35). Les ofrecía vida, pero ellos
preferían la muerte (v.36).

¡Pero Jesús no desesperaba! Él sabía que la fe de ellos dependía en primer lugar de la voluntad
de Dios. Todos aquellos que el Padre había determinado que creyesen en él creerían en él. En
último análisis, ni uno solo de ellos se perdería. Por tanto, aquellos que creían eran la prueba de la
obra del Padre en sus corazones (vv.37-40). Esa era una vida segura. Los otros, por su
persistencia en la incredulidad, demostraban que no habían sido traídos hasta Jesús por el Padre
(6:44,45).

Es esto lo que nuestra Confesión de Fe quiere decir al hablar de “llamamiento efectivo”; y es por
eso que, conjuntamente con la doctrina de la maldad total, todos debemos abrazar una teología
que declare que la salvación viene solamente del Señor (Confesión de Fe de Westminster, cap.
10). Pero, repetimos, la responsabilidad de responder al evangelio es sólo del hombre. Todo aquel
que cree, tiene vida eterna (v.47). Es por este motivo que nuestra Confesión de Fe tiene también
capitulas que se refieren a la fe salvadora y al arrepentimiento de por vida (caps. 14,15).

Jesús hablaba de sí mismo como del pan de vida, en contraste con el pan que ellos buscaban y
que no podía alimentarlos por mucho tiempo, ya que era un pan perecedero. Continuando con esa
analogía, él habló de la fe como el acto de comer la carne de Cristo y beber su sangre (6:51-59).
Esto desagradó a algunos de sus discípulos que pensaron que sus palabras eran demasiado
fuertes. Pero no tenían por qué pensar así, tomadas en el sentido en que Jesús estaba hablando,
constituían una hermosa y gráfica ilustración de lo que es la verdadera fe.

Pero la multitud seguía confusa ante la idea de la muerte, dudando de Jesús y alejándose de él.
Pero una vez más Jesús proclamó la verdad de que nadie llegará hasta él sino por la voluntad del
Padre (vv.60-65). Aquellos que andaban en caminos de muerte se alejaron de Jesús y jamás
volvieron a seguirlo. ¡Qué significado tan grande tendría esa decisión en sus vidas! (v.66).

Pero la mayoría de sus discípulos más cercanos creyeron en sus palabras de vida eterna (v.68).
Aunque entre ellos había ya uno que llevaba la señal de la muerte espiritual, hijo de Satanás entre
los hijos de Dios (vv.70, 71).

TRANSICIÓN (7:1-9): Ya Jesús no podía continuar andando abiertamente en Judea porque sus
enemigos allí buscaban matarlo. Aun en la misma Galilea, entre los de su familia, entre sus
propios hermanos, existía la incredulidad. La muerte lo acechaba aun en su propio hogar.

10. Discurso en el templo en Judea (7:10-52)

Jesús, sintiendo sin dudas que la muerte lo rondaba, habló en el templo proclamando que sus
enseñanzas venían de Aquel que lo había enviado (7:16). Ello nos recuerda palabras similares
pronunciadas por Amós, el cual, aunque amenazado de muerte, explicó que no tenía otro remedio
sino decir lo que el Señor le había ordenado. Otros profetas respondieron de la misma forma ante
amenazas semejantes (v.19). Jesús les señaló la poca inclinación que tenían de obedecer la ley
de Dios y los deseos de mandarlo a matar (v.19).

La multitud dio a conocer su muerte espiritual al negar que deseaban su muerte; pero Jesús les
demostró lo contrario (vv.20-23). Sin embargo, aquel día algunos fueron convertidos y creyeron
(v.31). Aun en el último día de nuevo volvió Jesús a llamar a los hombres para que se llegaran
hasta él y creyeran en él (vv.37-38). Volvió a hablarles de fe y de vida.

TRANSICIÓN 7:53-8:1): La mayor parte de la muchedumbre regresó a sus casas, pero Jesús se
fue hasta el monte de los Olivos.

11. El caso de la mujer adúltera (8:2-58)

Sé muy bien que el pasaje que sigue a continuación (8:2-11) no se encuentra en muchos de los
mejores manuscritos griegos del Evangelio de Juan y que, por lo tanto, muy a menudo se omite en
las traducciones o se presenta entre paréntesis, como para apartarlo del resto. Sin embargo, nada
de lo escrito en esta porción está en contradicción con el resto de las Escrituras y además parece
ser un prólogo apropiado para el discurso que sigue.

Aquí la muerte se cierne sobre la cabeza de la mujer adúltera. Los que la acusan aparentemente
están deseosos de atrapar a Jesús en alguna forma con respecto a la ley, según lo hemos visto
en los dos primeros evangelios. La simple respuesta que Jesús les da (v.7) resulta efectiva y las
palabras que dirige a la adúltera tratan de traerla desde la muerte a la vida (vv.10, 11).

En el discurso que vemos después, Jesús, refiriéndose a las tinieblas que reinan en los corazones
de los que lo escuchan, se proclama a sí mismo como la luz del mundo (8:12). Le preocupa a
Jesús saber que el tiempo es corto y que quizás ellos tengan que irse sin haber encontrado jamás
esa luz (v.21). Los impresiona a todos con la posibilidad de sus muertes inminentes, en sus
pecados (8:24). Muchos de los que lo oían creyeron en él, o por lo menos unos cuantos (v.30).
Una vez más comienza aquí Jesús a enseñarles el significado de la vida en Cristo. Significa
permanecer fieles a su palabra, a través de la cual crecerían en el conocimiento de la verdad de
Dios la cual, a su vez, los libraría del deseo de pecar (vv.31, 32). Ya sus detractores lo acusaban
abiertamente y, aparentemente, entre ellos había muchos que acababan de hacer profesión de fe
en él.

Fue por esto que Jesús expuso claramente que, en realidad, hay solamente dos clases de
simientes en este mundo: la simiente de Dios y la simiente de Satán (los justos y los malvados)
como lo había enseñado siempre la Palabra de Dios (Gn. 3:15; Sal. 1). Con algunas de sus
palabras más duras, Jesús los denuncia como “hijos del demonio” (v.44 ), al mismo tiempo que les
enseña que la característica de los hijos de Dios es el amor al Señor Jesús (v.42). Era muy
simple: aquellos que escuchaban su palabra (creían en él), eran hijos de Dios; los otros no lo eran
(v.47).

Su insensibilidad era evidente una vez más (8:48-53). Cuando Jesús se proclamó a sí mismo
como igual al Señor del Antiguo Testamento, YO SOY (v.58), sus enemigos decidieron matarlo
(v.59).

TRANSICIÓN (8:59b): Jesús tuvo que esconderse porque aún no había llegado la hora de su
muerte. Y tuvo que abandonar el templo.

12. Curación de un ciego en día sábado (9:1-10:39)

De nuevo explicó Jesús que la vida en Cristo significaba estar en actividad en las obras del Señor
mientras había oportunidad (9:4). Para demostrar que en verdad él era la luz del mundo, realizó
entonces el milagro de hacer ver a un ciego (9:5ss). Mientras sus enemigos trataban de
desacreditarlo (9:16-18), el ciego que había recobrado la vista mantenía tenazmente su fe en
Jesús. Ellos, hablando el lenguaje de los espiritualmente muertos, negaban la divinidad de Cristo
(v.29). El ciego, conociendo de la vida que Cristo otorga, hablaba de la luz que Cristo le había
dado (vv.30, 33). Él creyó en Jesús a pesar de que su creencia lo convertía en paria entre los
suyos (vv.35-38); mientras que aquellos que tenían ojos para ver las poderosas obras de Jesús,
aún estaban muertos en sus pecados (v.41; cf. Is. 6:9-10).

Era todavía invierno en Jerusalén cuando Jesús dijo este discurso. Jesús oponía la vida que él
ofrecía a la muerte en que estaban atrapados los que lo escuchaban. Pero de poco les servía,
porque en su mayoría estaban demasiado ocupados, yendo directamente hacia la muerte.

TRANSICIÓN (10:40-42): Jesús los dejó, pero algunos lo siguieron, creyendo en él.
14. Resurrección de Lázaro (11:1-44)

Aparentemente Jesús deliberadamente dejó morir a Lázaro en Betania, donde había vivido.
Después de esta muerte, toda Betania lamentaba el acontecimiento; pero Jesús lo hizo para poder
enseñarles el verdadero significado de la fe (v.15). A su vez, Marta y María, las hermanas de
Lázaro y amigas de Jesús, manifestaron la gran fe que tenían en Jesús a pesar del dolor que
sentían por la muerte de su hermano (vv.21, 22). De nuevo aprovechó Jesús la ocasión para
explicarles que él era la resurrección y la vida, es decir, la única respuesta a la muerte; y les pidió
que creyesen en él (11:25,26). Luego, al enfrentarse a la muerte ante la tumba de Lázaro, Jesús
demostró su poder conquistando la muerte, plaga del hombre desde que el pecado entró por vez
primera en el corazón de Adán (11:33-44).

TRANSICIÓN (11:45-57): Muchos creyeron en Jesús con motivo de la resurrección de Lázaro,


pero no todos (v.46).

Los dirigentes de los judíos en esta ocasión, viéndose ante tal milagro cuya importancia no podían
ignorar, temieron ahora por su propio bienestar político (v.48). Decidieron, por tanto, que Aquel
que había otorgado la vida debía morir (vv.49,53). Por esta razón Jesús no podía ya andar
abiertamente entre los judíos (v.54); y sus enemigos y detractores estaban obcecados con la idea
de buscar su muerte (v.57).

15. Jesús es ungido por María (12:1,8)

Durante la última semana antes de la muerte de Jesús, María, quizás presintiendo lo cercana que
estaba esa muerte, le ungió los pies con un ungüento de gran precio. Judas, quien había de
traicionarlo, mostró la muerte que ya dominaba en su propio corazón al quejarse del gasto que se
estaba haciendo. Pero Jesús lo censuró y le demostró que lo que ella hacía era algo de mucha
importancia (v.8).

TRANSICIÓN (12:9-11): Muchos, viendo que Lázaro realmente había resucitado, creyeron en
Jesús.

16. Entrada pública de Jesús en Jerusalén (12:12-18)

La última demostración de apoyo en favor de Jesús tuvo lugar al día siguiente, al entrar Jesús en
Jerusalén. Aquel día la multitud lo proclamó rey de Israel.

TRANSICIÓN (12:19): Los fariseos se dieron casi por vencidos, viendo que aquel era el día de
Jesús.

17. Los griegos preguntan por Jesús (12:20-36)

Es un hecho muy de notar que mientras los dirigentes de los judíos rechazaban a Jesús, algunos
de entre los gentiles, evidentemente eran prosélitos judíos, trataban de hablar con él. Así tenemos
que, mientras los judíos tramaban asesinarlo, Jesús veía su propia muerte como el medio de
hacer que su ministerio diera más fruto del que había tenido entre su propio pueblo. Mostró que
los hijos de Dios, ofreciendo sus vidas por amor a Dios, ganarían la vida eterna. Enseñó que la
verdadera vida eterna significa servir a Cristo y honrar al Padre (12:23-26). Jesús vio su propia
muerte como medio de derrotar a Satanás y de arrebatarle su poder sobre el mundo (vv.31, 32).
Una vez más la luz y las tinieblas se oponen para recalcar el hecho de que uno debe pertenecer o
al reino de Satán o al reino de Dios; no hay manera alguna de permanecer en el medio (vv.35,
36).

TRANSICIÓN (12:36b-43): En este punto Juan, autor del evangelio, aprovecha para comentar
sobre el rechazo de Jesús por el pueblo y cómo ello estaba de acuerdo con lo que habían dicho
las Escrituras (vv.38-40). Sin embargo, de entre aquellos muchos algunos creyeron —el
remanente— al igual que en tiempos del Antiguo Testamento (v.42).

18. Una vez más Jesús pide a los que lo escuchan que tengan fe en él (12:44-50)

Esta fue la última vez que Jesús predicó en público acerca de la fe y de la vida por medio de él.
Se percibía claramente una finalidad en las palabras que pronunció. Las alternativas seguían
siendo la vida por medio de la fe o juicio y muerte.

TRANSICIÓN (13:1): Aunque sus discursos en público habían terminado, Jesús aún amaba a los
suyos y fue así que los estuvo instruyendo hasta el fin, particularmente en relación con el
significado de la vida que él estaba predicándoles.

19. Discursos a sus discípulos en la última cena (caps. 13-17)

Teniendo delante ahora mucho de gran significación debemos esperar para estudiarlo luego más
a fondo. Por ahora, destacaremos solamente lo perteneciente a la nueva vida en Cristo que Jesús
muy pronto iba a ganar para ellos.

Al lavar los pies a sus discípulos, en lugar de ser a la inversa, Jesús demostraba que vivir como
cristiano significa vivir en humildad, no en orgullo (13:2-20).

Después de haber partido Judas Iscariote dispuesto a llevar a cabo las malignas intenciones que
albergaba en su corazón, Jesús explicó al resto de sus discípulos que sobre todas las cosas, para
vivir como hijos de Dios, en la vida que Cristo había ganado para ellos era menester que
aprendieran a amarse los unos a los otros. Esta sería la prueba más evidente ante el mundo
incrédulo de la realidad de la fe que ellos poseían (13:31,38).

También los instruyó acerca de los privilegios de ser hijos de Dios. Algún día ellos vendrían al
lugar que el mismo Señor les tenía preparado (14:3). Ellos mismos harían en la tierra obras
mayores que las que habían visto hacer a Jesús (14:12). Tendrían el privilegio de pedir al Padre
en nombre de Jesús y les sería concedido (14:13,14). También el Señor les enviaría el Espíritu
Santo como Consolador después que Jesús se hubiera ido; pero el Espíritu Santo jamás los
abandonaría (14:16,17). Y puesto que ellos amaban a Jesús, experimentarían en sí mismos el
significado del amor del Padre (v.21). El Consolador, cuando viniera, les enseñaría todo lo que
necesitaban saber (v.26), es decir, todo lo que Jesús les había enseñado.

Finalmente, Jesús les dejaría la misma paz (fruto del Espíritu) que estaba en él para ayudarlos y
sostenerlos en el mundo (14:27).

En el capítulo quince Jesús los instruye aún más sobre el significado de la vida en él. Mientras
ellos permanecieran en él y en su Palabra, ellos producirían frutos (aparentemente los frutos del
Espíritu del que habló Pablo más tarde; Ga. 5:22,23). Jesús menciona específicamente aquí los
frutos de la alegría y del amor (vv.11, 12). Aunque el mundo los odie, ellos serán sostenidos por el
Espíritu (caps.15, 16). Serán confortados en sus tribulaciones (16:20), y aunque puede que hayan
de sufrir grandes tribulaciones en el mundo por parte de los enemigos de Cristo, tendrán la paz de
Jesús para sostenerlos (16:32,33).
Jesús, que hubo terminado su hermosa oración de intercesión por los suyos, elevó su corazón al
Padre. Ahora rogaba al Padre por todo aquello que él les había prometido: que los protegiera
(vv.11ss), que ellos pudieran disfrutar del mismo gozo que él había conocido (v.13), que pudieran
ser santificados por la Palabra (v.17), que a través de su ministerio, cuando salieran al mundo,
otros pudieran creer (v.20), que pudieran ser uno en el amor, al igual que el Padre y el Hijo eran
uno (v.22), que pudieran ser perfeccionados de acuerdo con los propósitos de Dios para todos sus
hijos (v.23), y que al final pudieran estar de nuevo con él y contemplar su gloria (v.24).

En resumen, en esta oración Jesús declaró su última voluntad y testamento para aquellos por
quienes iba a morir.

20. Jesús es arrestado en el Getsemaní (18:2-11)

La muerte acechaba en el jardín aquella noche. Bien conocía Judas el camino hasta aquel lugar
(v.2). Pero la muerte no podía ser vencida por la espada, como pensaba Pedro (v.11). El
significado del mandato a Pedro en este momento es que el reino de Dios ya no adelantaría nada
con la espada de los hombres. La próxima espada que estaría en manos del pueblo de Dios sería
la espada del Espíritu, la Palabra de Dios escrita.
Entonces los enemigos de la cruz serían destruidos, no por las espadas de este mundo sino por la
Palabra de Dios al ser convertidos al reino de Dios o condenados para siempre por el juicio (como
lo indicaría Pablo más tarde con respecto a su propio ministerio; II Co. 2:15-17). De ahora en
adelante el interés de los discípulos de Cristo sería aprender a empuñar correctamente la espada
del Espíritu, la Palabra de la verdad (II Ti. 2:15; 3:16,17; Ef. 6:13-20).

TRANSICIÓN (18:12-18): Jesús, no deseando pelear como lucha el mundo, fue arrestado por sus
enemigos. Mientras tanto, Pedro, completamente frustrado por la negativa de Jesús de hacer
frente a sus enemigos, cejó en su fe y negó a Jesús.

21. Jesús ante Anás (18:19,20)

También estaba presente la muerte en Anás. Como él mismo lo dijo, Jesús había enseñado
abiertamente frente a todos, pero ellos habían rehusado creer y ahora lo perseguían físicamente.
Cuando Jesús retó a Anás a declarar qué mal había visto en él, Anás permaneció en silencio.

TRANSICIÓN (18:25-27): Dos veces más se negó Pedro a dar testimonio de Jesús y se
mantuvo en su negación.

22. Jesús ante Pilato (18:28-19:16)

Jesús dio testimonio de su reino y de su misión ante Pilato. Explicó que como su reino no era de
este mundo sino de lo alto, ese reino no podía ser sostenido por medios terrenales (v.36). Enseñó
que, aunque estaba siendo juzgado por las mentiras de los hombres, él había venido a dar
testimonio de la verdad.

Por tres veces proclamó Pilato la inocencia de Jesús (18:38; 19:4,6); pero, finalmente, cedió a la
presión ejercida por los judíos que exigían su muerte. Tenemos aquí al poder estatal sucumbiendo
ante las presiones del poder religioso; pero no para siempre. Una vez más el pueblo descendiente
de Abraham rechazaba a su verdadero rey y, en su lugar, escogía a un rey de este mundo (19:15;
cf. I S. 8:19).
TRANSICIÓN (19:17-22): Aunque accedió Pilato a sus deseos, no cambió de opinión con
respecto a lo que Jesús era en verdad: rey de los judíos.

23. Jesús en la cruz (19:23-37)

Juan nos demuestra ahora que Jesús comprendía claramente la necesidad de que todo lo dicho
por las Escrituras en relación con sus sufrimientos y su muerte fuera cumplido fielmente (19:28; cf.
vv.24, 36). Tres de las palabras dichas por Jesús desde la cruz fueron anotadas por Juan: 1)
entrega final de la responsabilidad del cuidado de su madre a su discípulo Juan el apóstol; 2)
petición de algo de beber, para así cumplir con las enseñanzas de las Escrituras; 3)
reconocimiento de que su ministerio en la tierra había terminado. Juan indica el cumplimiento de
las Escrituras como base de la fe del lector en Jesús y de todo lo que se había escrito sobre él
(v.35).

TRANSICIÓN (19:38-42): José de Arimatea pide el cuerpo de Jesús —y le es concedido— para


enterrarlo en una tumba de su propiedad.

24. Jesús resucitado aparece a María Magadalena (20:1-17)

María no esperaba encontrar resucitado a Jesús. Tampoco lo esperaban sus otros discípulos.
Ellos no podían comprender que él se levantaría de entre los muertos, a pesar de que él mismo se
lo había advertido repetidamente antes de su muerte (v.9). Aunque estaba en presencia de Jesús,
María no lo reconocía, lo que indica que su mente y su corazón no estaban en aquel momento
abiertos a la posibilidad de un Cristo resucitado. María tuvo que ser convencida de que era Jesús
en realidad aquel que estaba ante ella (20:11-16).

TRANSICIÓN (20:18): María contó a los discípulos lo que había sucedido, pero ellos no quisieron
creerla.

25. Jesús resucitado aparece a los discípulos (20:19-23)

Es obvio que tampoco los discípulos esperaban volver a ver a Jesús. Estaban temerosos y
encerrados en una habitación. Fue un gran momento para Jesús aparecer ante sus discípulos y
calmar sus temores, asegurándoles quién era él al mostrarles las heridas en sus manos y en su
costado. Entonces los instruyó acerca de la mayor responsabilidad de sus nuevas vidas en Cristo:
recibir al Espíritu Santo e ir adonde él los enviase, con una misión semejante a la que él había
cumplido en este mundo. Esa gran responsabilidad encomendada a los discípulos estaba
representada en términos de vida y muerte para aquellos a quienes ellos serían enviados.

TRANSICIÓN (20:24-25): Cuando Tomás el apóstol, que no estaba presente la primera vez que
Jesús se apareció a los otros discípulos, supo acerca de esto, quiso ver para poder creer.

26. Jesús resucitado aparece ante sus discípulos una vez más, estando Tomás
presente (20:26-29)

Jesús retó a Tomás a ver y creer, pero para Tomás simplemente su presencia y sus palabras
fueron suficientes. Aquí Jesús les enseñó que la verdadera fe no estaba basada en ver sino en la
Palabra de Dios (cf. I P. 1:8; Hb. 11:1).

TRANSICIÓN (20:30,31): Juan expone ahora la razón por la cual escribió este evangelio.
27. Jesús resucitado aparece a los siete en Galilea (21:1-23)

Una vez más notamos que los discípulos no esperaban que Jesús se les apareciera. Para ellos
era un día normal de trabajo. Aun cuando él les habló desde la orilla, ellos no lo reconocieron
(v.4). Fue solamente cuando hizo un milagro que se dieron cuenta de que era Jesús quien les
estaba hablando (v.7).

Este encuentro tuvo un significado muy especial para Pedro. Él había negado a Jesús tres veces.
Se sentía deprimido, humillado, y apenado en presencia de Jesús (se puso a recoger las redes,
mientras que los otros se agrupaban alrededor de Jesús). Pero Jesús lo señaló entre todos para
llevar a cabo la reconciliación (vv. 15-23). Aquel día Jesús enseñó una lección de amor cristiano.
Pedro se había considerado siempre como el amigo más cercano de Jesús (Mt. 26:33). Sin
embargo, llegado que hubo el momento decisivo había renegado de esa amistad. La amistad de
los hombres simplemente no era suficiente para que un discípulo de Cristo continuase siendo fiel.

Usando ahora dos palabras diferentes, traducidas las dos generalmente como “amar”, demostró
Jesús que el amor cristiano va mucho más allá de la amistad de los hombres. Le preguntó a Pedro
si lo amaba (usando la palabra para amor cristiano agapao). La respuesta de Pedro fue siempre
la misma, usando palabras que, básicamente, quieren decir “Yo soy tu amigo” (phileo). La última
vez, Jesús, usando la misma palabra empleada por Pedro, dijo en esencia: “¿De cierto eres tú mi
amigo?” Estas palabras hirieron a Pedro, pero era necesario: la base del servicio cristiano al
Señor y a los demás va más allá de la simple amistad, la cual es un concepto perfectamente
honesto y aceptable entre los cristianos, pero en esencia es un concepto egoísta. Nuestros
amigos son aquellas personas que unos caen bien”. Pero cuando es el interés lo que se impone,
entonces la amistad no es suficiente. En el amor cristiano amamos porque su amor nunca falla;
por consiguiente, el amor cristiano jamás fallará tampoco (ver 1 Co. 13).

Este amor cristiano es lo que Pedro necesitaba para poder servir al Señor como el Señor se lo
pedía (vv. 15, 16,17). Para que Pedro pudiera soportar por amor a Cristo todo lo que le deparaba
el futuro, su relación con Cristo tenía que estar basada en lazos mucho más fuertes que la
amistad humana (aunque ciertamente la incluía); era necesario que estuviese basada en el amor
cristiano, un don de Dios (vv.18, 19).

Conclusión del evangelio (21:24-25)

Juan, quien se describía siempre a sí mismo como “el discípulo amado” de Jesús, da testimonio
aquí de la verdad de todo lo que ha escrito y, además, declara que habría mucho más que decir
acerca de Jesús. Una vez más debemos suponer que lo que se escribió aquí fue voluntad del
Espíritu Santo al guiar a Juan en la elección de aquellos eventos relacionados con el ministerio de
Jesús que debían ser escritos para traer los hombres a la fe en él y a reconocer esa plenitud de
vida en Cristo que se otorga a todos aquellos que creen en él.

Al referirse Juan a sí mismo como “el discípulo amado” no quiere decir ello que Jesús no amara a
los otros discípulos, ni tampoco estaba Juan enorgulleciéndose de este hecho. Sino que Juan
estaba asombrado ante el amor de Jesús por él y nunca cesó de maravillarse y de regocijarse en
ese amor.
¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Una vez más, demoraremos toda información sobre el trasfondo hasta el próximo capítulo sobre
Lucas.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Al salir los discípulos al mundo a conquistar hombres para Cristo era muy importante para ellos
tener a su alcance una base sólida para la proclamación del evangelio. Desde luego que los
testigos presenciales de todo lo ocurrido tenían muy buena base para salir y predicar. Pero como
aparentemente Juan tuvo la oportunidad de vivir casi hasta fines del siglo primero, cuando la
mayoría de los que habían pertenecido a su propia generación y habían visto o conocido a Jesús
habían muerto, aumentaba la necesidad de un testigo presencial que diera testimonio del
ministerio de Jesús. Podemos resumir los puntos fundamentales dados por Juan en su evangelio
para que los hombres pudieran creer en Jesús y alcanzar la vida eterna como sigue:

1. Quién era Jesús: Era a la vez el Señor Dios hecho hombre y el Cordero de Dios para quitar los
pecados del mundo.

2. Lo que Jesús ofreció: En primer lugar, vida eterna a todos aquellos que estaban muertos en el
pecado. Esta vida que él ofrecía era no sólo una vida eterna sino también una calidad de vida.
La alternativa para los hombres, caso que rechazaran esta vida que Cristo ofrecía, era el juicio
eterno (ser condenados a perecer).

3. Lo que Jesús pedía: Tener fe en él para darnos esa vida.

4. Privilegios de la vida eterna que Jesús ofrecía a los creyentes: Los creyentes en Cristo Jesús
serían capaces de hacer la voluntad de Dios; permanecer en Cristo y en su Palabra y ser
libres; producir el fruto espiritual que agrada a Dios (amor, alegría, paz); ir al lugar que Cristo
les prepararía y contemplar su gloria; hacer mayores obras en la tierra que aquellas que Cristo
mismo había hecho; pedir lo que desearan, que les sería concedido; tener el Espíritu Santo
morando en ellos, consolándolos; conocer la paz y alegría de Cristo; conocer el amor de Cristo
por ellos.

5. Responsabilidades de la vida eterna en los creyentes en Jesucristo: Servir a Cristo, recibiendo


por ello honor del Padre; vivir humildemente ante Dios y ante los demás; amar a Cristo y los
unos a los otros; ir, con el Espíritu Santo, dondequiera que Cristo los enviara para servirle;
llevar el mensaje, cuyas consecuencias son la vida o la muerte para aquellos que lo escuchan.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las escrituras?

El Evangelio de Juan es a la vez simple y profundo. El lenguaje que utiliza es muy simple —un
sencillo lenguaje griego que hasta un principiante puede leer— sin embargo, es rico y pleno de
significado. Juan da énfasis a los puntos básicos para que los hombres puedan creer y alcanzar la
plenitud de vida que Cristo ha ganado para los creyentes. Aquí tenemos entonces las bases que
todo testigo de Cristo puede aprender y usar.

Lo que los hombres de hoy día necesitan saber, por tanto, es quién es Jesús, qué es lo que él
ofrece, qué se necesita para lograr la salvación, qué privilegios tienen aquellos que creen, y qué
responsabilidades tienen los cristianos. Nuestro testimonio de Cristo debería estar guiado por los
puntos básicos que nos presenta Juan, no sea que perdamos el camino o nos vayamos
demasiado lejos de aquello para lo cual Cristo nos ha llamado a ser y hacer.
Meditación de la Palabra de Dios y aplicación en nuestras vidas
1. ¿Qué veo yo en la conversión del agua en vino hecha por Jesús, es acaso una justificación de las
bebidas alcohólicos, una mirada a la vida social de Jesús, o a Jesús teniendo poderes semejantes
a los del Creador?

2. ¿Cómo me sentiría se la palabra de Jesús, tomada seriamente, eliminase algunas de las prácticas
que disfruto hoy en mi iglesia?

3. Como oficial, maestro, o testigo de Cristo, ¿he logrado comprender la necesidad que tienen los
hombres de volver a nacer para llegar a creer?

4. ¿Trato yo, como lo hizo la samaritana, de cambiar el tema cuando las Palabras de Dios me
hacen sentir avergonzado de mis pecados?

5. ¿Chocarían mis puntos de vista sobre el sábado con el punto de vista de los judíos a este
respecto?

6. ¿Qué deseo más, ver milagros o comprender lo que Dios ha enseñado?

7. ¿Siento compasión por los pecadores como lo hizo Jesús o tengo tendencia a juzgarlos y
rechazarlos como a menudo hicieron los discípulos?

8. ¿Me preocupo tanto por las responsabilidades que envuelve una vida cristiana como por los
privilegios que concede?

9. ¿Tengo prueba en mi vida de todas aquellas cosas que Jesús prometió a los que creyeran en él?

10. ¿Puedo distinguir entre amistades cristianas y verdadero amor cristiano en mis relaciones con
los demás?

11. ¿Percibo yo la muerte espiritual en las multitudes que me rodean al igual que lo percibió Cristo?

12. ¿Me doy cuenta cabal de la seriedad de la misión como creyente suyo que me ha sido
encomendada por Jesús?
3: El evangelio de Lucas

Introducción

En la breve introducción a su libro Lucas nos dice, al igual que lo hizo Juan, cuáles son sus
propósitos y metas específicas al escribir su evangelio (Lc. 1:1-4). Generalmente se estima que el
autor, el cual no se identifica en el evangelio, fue el compañero y “médico amado” de Pablo (Cl.
4:14).

Lucas se dirige a un personaje nombrado Teófilo, del cual nada sabemos. De un modo conciso
narra la historia de la vida y hechos de Jesús. Hace observar que existían ya muchos escritos
sobre la materia, refiriéndose quizás a algunos que nosotros conocemos (¿Mateo, Marcos?).
Expone su objetivo específico: escribir a Teófilo, por orden, el decursar de todas las cosas
pertenecientes al ministerio de Jesús.

La expresión “por orden” (v.3) es usada exclusivamente por Lucas en el Nuevo Testamento.
Parece ser que cada vez que Lucas emplea ese vocablo se refiere a un orden cronológico (Lc.
8:1; He. 3:24; 11:4; 19:23), y ello se confirma con la relación que nos hace de hechos sucedidos
antes del nacimiento de Jesús hasta su ascensión al cielo.

Lucas desea que Teófilo se valga de este escrito para poder conocer y comprobar todo aquello
que ya ha escuchado acerca de Jesús (v.4). Lucas ha investigado cuidadosamente todos los
eventos aquí descritos, probablemente usando testigos presenciales. Es por ello que en él
tenemos al historiador tratando de escribir un informe preciso y ordenado cronológicamente de
todos estos asuntos. Desde luego que esto no detracta de la inspiración y guía divinas que lo
impulsaron a seleccionar su material. Resulta claro, por tanto, que hubo muchas más cosas que
no cabían en un solo libro. Lucas, como todo buen historiador, es selectivo. Pero a diferencia de
un historiador laico, está guiado por el Espíritu Santo en aquello que ha de escribir.

Observamos con cuántos detalles trató Lucas de pintarnos el trasfondo histórico en que sucedió
todo lo que nos narra así como el momento en que Jesús enseñó. Muy a menudo veremos que
Lucas incluye en la narración la actividad de ciertas potencias políticas de la época para así unir
aun más sus relatos bíblicos a los hechos seculares. Menciona a ciertos líderes romanos de la
época en que escribe, empezando por el emperador de Roma y descendiendo a otros
funcionarios y oficiales de menor cuantía, consciente de que también ellos estaban dejando para
la posteridad su influencia en la historia. Lucas comprendió que todo ello tendría valor en el futuro,
no solamente para Teófilo sino también para sus posibles lectores. Es por ese motivo que es de
gran importancia para nosotros estar al tanto de la historia secular de aquellos días y de los
eventos que se nos narran.

¿Qué encontramos aquí?

LUCAS: el evangelio en su cuadro histórico

Puesto que gran parte del material que encontramos en Lucas existe también en Mateo y en
Marcos, no haremos mucho hincapié en esos pasajes sino que nos concentraremos en las
contribuciones únicas brindadas por Lucas y, sobre todo, en su énfasis histórico.

LUCAS 1-2: los primeros años de Jesús

En Lucas encontramos más acerca de los primeros años de Jesús que en ningún otro autor.
Primeramente nos habla de los sucesos relacionados con los anuncios hechos por Gabriel de los
nacimientos de Juan el Bautista y de Jesús (1:5-80). Estos eventos ocurrieron durante los días de
Herodes, rey de Judea (v.5), a quien se le conoce en la historia con el sobrenombre de Herodes el
Grande, del cual hablaremos más tarde.

Gabrielle anuncia a Zacarías, el sacerdote, que su esposa ha de dar a luz un hijo, el cual se
llamará Juan y habrá de ser precursor del Salvador que ha de venir. Puesto que la llegada de ese
precursor había sido anunciada en Isaías y Malaquías, vemos que la duda por parte de Zacarías
significa en realidad vacilación en aceptar la Palabra del Señor como había sido predicha. Es
interesante observar que este mismo Gabriel había aparecido a Daniel mucho tiempo antes para
hablarle acerca del nacimiento del Cristo (Dn. 8:16; 9:21).

Después el mismo Gabriel se le aparecerá a María, cuando ya su prima Isabel hacía seis meses
que llevaba en su seno a Juan, el que más tarde sería conocido como el Bautista. La respuesta de
María a Gabriel no encerraba duda alguna; pero, puesto que ella era virgen, se preguntó con toda
razón cómo había de suceder lo que Gabriel le decía. Al saber lo que haría el Señor, su actitud fue
de humilde sumisión (1:38).

Durante la visita de María a Isabel, el himno de alabanza elevado por María al Señor nos recuerda
mucho el himno de alabanza entonado por Ana al saber que le había sido concedido el don de un
hijo, Samuel, otorgado por el cielo (cf. Lc. 1:46-55 con I S. 2:1-11). María permaneció con Isabel
hasta después del nacimiento de Juan (v.56).

Cuando Juan nació, su padre le puso el nombre que le había dicho Gabriel; después Zacarías
alabó al Señor, mostrando su conocimiento de lo que las Escrituras habían prometido. Sin lugar a
dudas, durante los días en que había quedado mudo como castigo por sus dudas, había
estudiado y leído mucho en relación a las profecías relacionadas con su propio hijo y con el
Mesías (1:67-79).

Cuando Lucas comienza a relatarnos sobre el nacimiento de Jesús, su relato es históricamente


exacto (2:1-2). La hermosa historia del nacimiento de Jesús tal como aparece en Lucas es muy
conocida. La providencia divina, haciendo que José trajera a María, su esposa, hasta la pequeña
aldea de Belén desde Nazaret, nos demuestra una vez más la forma en que el Señor gobierna
sobre los reyes y potentados de la tierra para lograr su voluntad. Al dictar sus decretos, César
Augusto, el mayor de todos los césares, no tenía como propósito servir a los planes del Señor. Sin
embargo, fue justamente lo que sucedió, ya que los decretos dieron por resultado el cumplimiento
de las profecías de que Jesús nacería en Belén de Judá (2:6).

En el resto de esta sección Lucas se cuida mucho de destacar cómo toda la Palabra del Señor
alcanzó su cumplimiento perfecto en relación con el nacimiento y presentación de Jesús (2:21-24).
El sacrificio traído por María demuestra que eran muy pobres (v.24; ver Lv. 12:8). La introducción
de dos ancianos que tuvieron el privilegio de ver a Cristo antes de que la muerte los llamase
enseña de nuevo la misericordia de Dios hacia aquellos que depositan toda confianza en él.

La visita al templo, cuando Jesús contaba solamente doce años de edad, y la costumbre que
tenían sus padres de ir cada año a Jerusalén durante la fiesta de la Pascua nos traen a la
memoria la devoción y fidelidad de los padres de Samuel yendo anualmente a visitar el
tabernáculo (I S. 1:3). Es obvio que ya, a esta tierna edad, Jesús estudiaba la Palabra de Dios y
retaba las tradiciones de los hombres que, ya en aquella época, eran confusas en comparación a
las enseñanzas de los sabios y la Palabra de Dios escrita.

Pueden observarse también semejanzas entre el crecimiento de Jesús en aquellos días y el


crecimiento de Samuel (cf. Lc. 2:40,52 con 1 S. 2:26).
LUCAS 3-4: el ministerio de Juan y preparación de Jesús

También recoge Lucas el fondo histórico del ministerio de Juan y de la preparación de Jesús para
su propio ministerio al hablarnos de los dirigentes romanos de entonces y de los sumos
sacerdotes en Jerusalén (3:1,2). Cuenta ahora con bastantes detalles el ministerio de preparación
de Juan y de los mensajes que daba a aquellos que venían a bautizarse con él. Podemos
comprender cómo el pueblo tenía que ser preparado y guiado hacia el arrepentimiento en espera
de la llegada de Jesús si consideramos las costumbres prevalecientes, v.gr., las multitudes, los
publicanos (cobradores de impuestos), y los soldados. Esas costumbres nos dejan ver que había
habido muy poco cambio en las vidas de los judíos desde la época de los profetas del Antiguo
Testamento (3:11-14).

El arresto de Juan por órdenes del tetrarca Herodes por haberse atrevido a censurarlo por lo
malvado de su vida personal fue la señal para que Jesús comenzase su propio ministerio (3:21-
4:13). Parte de su preparación fue ser bautizado por Juan y tentado por el diablo en el desierto. La
genealogía que Lucas nos presenta sobre Jesús difiere bastante de la expuesta por Mateo. Las
diferencias se pueden explicar por razón de que Lucas remonta los ancestros de Jesús a través
de la familia de María hasta llegar a Adán, pues fue a Adán y a Eva a quienes se les hizo la
primera promesa: que de la simiente de la mujer saldría uno capaz de vencer al enemigo, a Satán
(Gn. 3:15). Es correcto hablar de José como “hijo” (significando “yerno”) de Elí (probablemente
padre de María; v.23). Sin embargo, en el relato de Mateo la genealogía se traza a partir de José,
y la explicación es que aunque José no era en realidad padre de Jesús fue, sin embargo,
encargado como guardián de él por Dios mismo. Mateo dice que Jacob engendró a José (Mt.
1:16), y esto sólo podría significar que Jacob era realmente el padre de José.

LUCAS 4:14-9:50: ministerio de Jesús en Galilea

Como el comienzo histórico del ministerio de Jesús es básicamente el mismo que en el Evangelio
de Juan, Lucas no repite ningún dato de tipo histórico que no hayamos visto ya en 3:1 ,2. Hemos
de comprender que se trata aproximadamente de la misma época. Habiendo ya hablado de esta
parte del ministerio de Jesús con bastantes detalles en nuestro estudio de Mateo, anotaremos
aquí solamente cuanto sea posible de su itinerario y los detalles especiales de Lucas en el mismo.
El itinerario de Jesús puede seguirse en el mapa.
Lucas 4:14-15 es un resumen del ministerio de Jesús en Galilea. Jesús comenzó en su propio
pueblo, Nazaret. Solamente Lucas registra el momento en que Jesús inaugura oficialmente su
ministerio, dando la base bíblica del mismo (4:16-30). La reacción de sus propios amigos y
vecinos (v.22) hace que Jesús comience haciendo constar que, aunque los suyos no lo reciban,
Dios bendecirá su ministerio entre los gentiles. De nuevo se citan las pruebas del plan de Dios,
señalando hechos del Antiguo Testamento relacionados con los gentiles (4:25-27). Esto, a su vez,
hizo que los que lo escuchaban quisieran matarlo, manifestándose la hostilidad que, desde el
comienzo mismo, sintieron aquellos a quienes él vino a ministrar (vv.28-30).

Después de esto Jesús se llegó a Capernaúm, en la parte norte del mar de Galilea (4.31). Desde
allí podemos seguir sus pasos hasta la orilla del lago de Genesaret (término empleado por Lucas
para designar al mar de Galilea, que en realidad es un lago y no un mar). Esta área no puede
encontrarse mucho más allá del sur de Capernaúm (ver el mapa). Más tarde Jesús retornó a
Capernaúm (7:1).

Lucas es el único que relata la visita de Jesús a Naín (7:11-17), donde resucitó de los muertos al
hijo de una viuda. Tan notable fue este hecho que la noticia se esparció rápidamente por toda
Judea hacia el sur (v.17). Luego de una visita de parte de los discípulos de Juan y de su propio
discurso sobre Juan en esta ocasión, Lucas inserta el recuento también exclusivo de la visita de
Jesús a un fariseo (7:36-50). Fue estando allí que vino una mujer y le ungió los pies mientras
estaba comiendo. La reacción del fariseo llevó a Jesús a narrar la historia de los dos deudores,
dándole con ello una lección al fariseo de que aquella mujer —consciente de sus pecados y del
perdón de Jesús— había mostrado gran gratitud, mientras que él y otros como él no sólo no
reconocían que eran pecadores sino que tampoco tenían para Jesús ninguna gratitud.

Durante este ministerio en Galilea muchos se unieron al grupo de sus fieles seguidores, entre
ellos María Magdalena, de quien habían salido siete demonios, y Juana, casada con el
mayordomo de Herodes (8:1-3).

El siguiente cambio de escenario ocurre cuando Jesús cruza el lago Genesaret y llega a la tierra
de los gadarenos, justamente al sur de la hoy famosa región Alturas de Golán (ver mapa; 8:22-
26). Jesús regresó luego a la zona de donde había salido (8:40ss). Siguiendo a estos hechos,
según anota Lucas, Herodes, habiendo sabido de todo lo que Jesús y sus discípulos estaban
haciendo, se sintió muy preocupado y lleno de alarma (9:7-9).

Fue por entonces que Jesús se retiró de la atención pública por un tiempo. Se dirigió a Betsaida,
una zona algo remota pero todavía en la vecindad del mar de Galilea (9:10).

LUCAS 9:51-18:30: Jesús se dirige hacia Jerusalén

Comenzando con el versículo 9:51, el autor habla de la decisión de Jesús de continuar camino por
Judea hacia Jerusalén. Sin embargo, no hemos de suponer que se dirigiera directamente con
rumbo sur hacia Judea. Lo más probable es que haya pasado por la región entre Galilea y Judea,
yendo hasta cerca de Jerusalén y volviendo, una vez más, hacia el norte entre Galilea y Samaria.
Muchos de los eventos pertenecientes a esta parte del ministerio de Jesús son narrados
únicamente por Lucas.

Se nos dice que Jesús no fue bien recibido en Samaria (9:52-56). Al pasar por esta región,
sabiendo que ya su tiempo se acercaba, nombró a setenta de sus discípulos para que recorrieran
todo el territorio. El mismo no podía hacerlo, pues no podía quedarse allí por mucho más tiempo.
Lucas habla de este ministerio (19:1-20) y también de la reacción de Jesús al regresar sus
discípulos (19:21-24). Jesús tenía un gran sentido del cumplimiento de las promesas hechas por
el Padre en relación con su ministerio, así como de lo referente a su última misión, en que
derrotaría para siempre el poder de Satán (10:18; ver Gn. 3:15).

Es también exclusiva de Lucas la pregunta que le hizo el doctor de la ley a Jesús concerniente a
nuestro prójimo, lo que sirvió a Jesús para contar la parábola del Buen Samaritano (10:25-36).
Jesús acababa de ser despreciado por los samaritanos. Pero aquí Jesús nos mostró el reverso de
la moneda, diciéndonos que había muchos samaritanos fieles y amantes de hacer el bien. Es muy
probable que esto fuese realidad y no simplemente una parábola.

En una aldea cuyo nombre no menciona, sigue diciendo Lucas que Jesús fue a visitar a unas
mujeres nombradas Marta y María (10:38-42).
Se supone que eran las identificadas por Juan como Marta y María, residentes en Betania. De ser
ello cierto, Jesús se encontraba ya en este momento en las afueras de Jerusalén. La lección de
Jesús aquel día a Marta está de acuerdo con las enseñanzas que impartió siempre a sus propios
discípulos, es decir, tratar siempre de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia.

En otro momento, dice Lucas, Jesús enseñó a sus discípulos cómo orar (11:1-13). Es exclusivo
que en esa ocasión Jesús ilustró la lección con la falta de oportunidad que demostraba un amigo,
enseñando cómo nuestro Padre celestial se haya siempre mucho más dispuesto a ayudarnos que
el mejor de los amigos.

Todavía en esta sección comenta Lucas sobre las voces que se escucharon de entre la multitud
que seguía a Jesús y cómo él les respondió. Nos habla de la voz que alabó a la madre de Jesús
(11:27-28). Jesús no podía permitirlo, ya que las relaciones espirituales eran para él mucho más
importantes que sus relaciones humanas. Cuando un fariseo que vivía en la región lo invitó a
cenar, Jesús, provocado por la autojustificación de su anfitrión, pronunció solemnes “ayes” sobre
los fariseos (11:37-52). Ello hizo que los fariseos, a su vez, trataran por todos los medios de
entorpecer la obra de Jesús.

En otra ocasión, cuando alguien de la multitud le hizo una pregunta acerca de cómo decidir una
herencia (12:13ss), Jesús desechó su petición, dando a entender que él no había venido a fundar
un “evangelio social”, es decir, un evangelio interesado en hacer que todos los hombres fuesen
económicamente iguales. Esto dio origen a advertencias contra la avaricia y a su parábola sobre
el rico insensato (vv.15ss). También enseñó en esta oportunidad a sus discípulos que no debían
preocuparse y afanarse por los bienes de este mundo (12:22-59). Lucas es el único de los
evangelistas que nos habla, en esta sección, de la misión singular de Jesús y lo que la misma
significaba para sus seguidores.

Nuevamente vuelve Lucas a ponernos en contacto con la actualidad histórica de la época al


relatarnos un incidente en el cual Pilato había hecho morir a muchos Galileos (13:1ss). Jesús
aprovechó la ocasión para enseñar que, siempre que ocurren grandes catástrofes o accidentes
inesperados en los cuales hay grandes pérdidas de vidas, ello es solamente una advertencia de la
rapidez y seguridad de la muerte y debía hacer pensar a los hombres en acercarse al Señor antes
de que la muerte los sorprendiera.

Aunque Jesús no se dirigía directamente a Jerusalén desde Galilea sino que hacía recorridos de
ida y vuelta, poco a poco no obstante se iba acercando más a Jerusalén (13:22). Durante estos
días repitió muchas de las lecciones que ya había enseñado antes en Galilea.

De nuevo volvemos a otro incidente de la historia secular cuando se nos habla de las intenciones
de Herodes de hacerlo matar (13:31). Jesús se refiere a Herodes como “una zorra”, ya que lo
conocía muy bien por haber vivido mucho tiempo en Galilea. Jesús sabía que no moriría fuera de
Jerusalén, pues conocía los planes de Dios. Aquí, en el versículo 34, encontramos las palabras
del Señor llenas de piedad, hablando de sus relaciones con Jerusalén, desde la época de los
profetas hasta aquellos momentos.

En otra ocasión, encontrándose Jesús cenando en casa del fariseo, aprovechó la oportunidad
para dar una lección acerca de la humildad (14:1ss).

Al acercarse Jesús a Jerusalén y a los sufrimientos que le esperaban allí, habló a sus discípulos y
a la multitud del alto costo del discipulado, por si acaso había alguno entre ellos que no sintiera
verdadera vocación (14:25-35). Por supuesto, que aquí Jesús no intentó decir que debíamos odiar
a nuestros padres, esposa, e hijos, con el significado que podemos encontrarlo en cualquier
diccionario. El término “odiar” en este lugar de las Escrituras y en muchos otros está empleado por
“relegar” a un segundo término con relación a lo que verdaderamente amamos. Por tanto, odiar a
nuestros padres, mujer, e hijos significa aquí amar al Señor ante todo y amarlos a ellos con
relación a nuestro primer amor hacia el Señor. No quiere decir en modo alguno que despreciemos
a nuestros familiares, pensemos mal de ellos, o los abandonemos en sus necesidades.

En otra oportunidad, al criticar de nuevo los fariseos la amistad de Jesús con los pecadores, Jesús
cuenta tres parábolas que se encuentran únicamente en Lucas, las tres relacionadas con el amor
de Dios hacia los perdidos, incluyendo la famosa parábola del Hijo Pródigo (cap.15).

Otras parábolas notables dichas por Jesús en esta oportunidad fueron la del Mayordomo Infiel
(16:1-13), que, desde luego, no fue hecha con la idea de recomendar la injusticia sino de mostrar
que en este mundo existen más pecadores que viven de acuerdo con su naturaleza de pecadores
que hijos de Dios que viven de acuerdo con su naturaleza en Cristo. También nos relata la
parábola del Rico y Lázaro (quizás un hecho real; 16:19-31). Esta narración nos revela algo
acerca de la vida más allá de la muerte para los creyentes y no creyentes, mostrándonos que
ambos tienen conciencia después de la muerte y que el justo es bendecido y el injusto condenado
a sufrir tormentos eternos.

Lucas 17:1ss vuelve a situar a Jesús y a sus discípulos en el norte, cerca de la frontera con
Galilea. En esta sección Lucas cuenta los eventos relacionados con la limpieza de los diez
leprosos, de los cuales solamente uno, un samaritano, regresó para dar gracias (17:12-19). Son
también exclusivas de Lucas las palabras de Jesús a los fariseos cuando estos le preguntaron
acerca del reino de Dios (v.21), y después las palabras sobre el mismo tema a sus discípulos
(vv.22-37). Incluidas en esta parte encontramos dos parábolas típicas de Lucas acerca de la
oración: la parábola de la mujer importuna (18:1-8) y la parábola sobre las oraciones del fariseo y
del publicano (18:9-14).

LUCAS 18:31–19:27: Jesús en el área de Jerusalén

Después de haber andado por algún tiempo por la región comprendida entre Galilea en el norte y
Judea en el sur, Jesús vuelve por fin sus ojos hacia Jerusalén (18:31). Primero se llegó hasta
Jericó. Dos eventos se narran en relación con esta visita. En el primero curó a un ciego que lo
proclamó “hijo de David”, al tiempo que le pedía misericordia. El segundo incidente, referente al
publicano Zaqueo, es exclusivo de Lucas (19:1-10). Fue en este momento —para preparar a sus
seguidores en relación con lo que vendría ya muy pronto— que Jesús contó una parábola. Esta
parábola nos habla de un noble que se fue de viaje al extranjero, dejando el cuidado de sus
bienes a varios sirvientes. Cada uno tenía que cuidar de lo que se le había encargado y debía
responder ante el Señor de sus actos a este respecto (19:11-27).

Probablemente la razón de esta parábola fue que los discípulos pensaban que había llegado el
momento de la gloria de Jesús. Pero no sería así, y el reino de Dios no llegaría aún. También él,
como el noble, volvería algún día y exigiría de cada uno de ellos, y de todos sus creyentes, que
rindiesen cuentas de lo que se les había confiado. Entonces sería que el reino de Dios llegaría en
todo su esplendor y gloria y aquellos que lo habían rechazado serían arrojados a las tinieblas
(19:11).

Abandonando a Jericó pasó Jesús a Betania en las afueras de Jerusalén, justamente en el valle
del Cedrón, ver siguiente mapa:
LUCAS 19:28-23:56: Jesús en Jerusalén

A partir de este momento Lucas nos narra los hechos ocurridos en Jerusalén incluyendo su
arresto y crucifixión (caps. 20-23). Otro hecho que encontramos solamente en Lucas es la amistad
que surgió entre Pilato y Herodes; este se encontraba a la sazón en Jerusalén (23:1-12). Otro
incidente es la confesión de fe hecha por uno de los ladrones en la cruz. Solamente Lucas nos
habla de esta confesión y de la seguridad dada por Jesús al ladrón que moría (23:39-43).

LUCAS 24: Jesús después de la resurrección

Este capítulo contiene algunos relatos que no aparecen en ninguno de los otros evangelios. Él de
los dos discípulos en el camino hacia Emaús es exclusivo de Lucas, aunque se menciona también
en Marcos (Lc. 24:13-32; cf. Mr. 16:12). En ambas narraciones, en esta y en la que sigue, destaca
Lucas cómo Jesús, durante estos últimos días anteriores de su ascensión, mostró su deseo de
enseñarles la verdad concerniente a sí mismo en las Escrituras. No hay lugar a dudas de que lo
que les dijo se basaba en numerosas citas de las Escrituras en conexión con su ministerio.
Lucas llega al final de su evangelio narrando la ascensión de Jesús al cielo. En el primer capítulo
del libro de los Hechos de los Apóstoles nos hablará con más detalles acerca de las últimas
palabras de Jesús.
¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Es necesario conocer algo acerca del fondo histórico en que se desarrollan los acontecimientos
del evangelio. Veamos primeramente los mapas Palestina en los tiempos de Jesús y Jerusalén en
tiempos de Jesús, ambos describen la situación política de la época mostrando las ciudades más
importantes de la región y el plano detallado de la ciudad de Jerusalén en tiempos de Jesús. Con
estos mapas podemos trazar el itinerario de Jesús, particularmente según nos lo cuenta Lucas,
pero también aun siguiendo los otros evangelios.

Pompeyo había entrado en Judea en el año 63 A.C., y desde ese momento había terminado el
régimen judío. Los romanos (cuarto imperio anunciado en el sueño de Nabucodonosor; Dn. 2)
estaban ahora en el poder. La dominación romana era opresiva y odiosa para los judíos, pero no
obstante les resultaba ventajosa en muchos aspectos. Los romanos construyeron mejores
caminos, acueductos, y edificios para el bienestar del pueblo.

Herodes el Grande comenzó a gobernar como rey nombrado por los romanos en el año 37 A.C.
En el año 31 A.C. César Augusto llegó al poder como emperador único de Roma, y Herodes rigió
la mayor parte del tiempo bajo el mando de Augusto, el más grande de los césares. Herodes no
era muy popular entre los judíos, ya que en su ancestro había más de la sangre de Esaú que de la
de Jacob. Sin embargo, engrandeció las ciudades que gobernó con grandes edificios, de los
cuales disfrutaban los judíos, especialmente en Jerusalén, muchas de cuyas ruinas podemos ver
hoy día. Su estilo peculiar de construcción se caracteriza por grandes bloques de piedra, cortados
en una forma muy particular que consiste en un corte plano alrededor de los bordes. Arqueólogos
y aun principiantes los reconocen muy fácilmente. Muchos de estos bloques de piedra pueden
verse todavía formando parte de los cimientos de las murallas del Jerusalén de los tiempos
modernos. Las estructuras presentes fueron construidas en tiempos de los turcos, hace alrededor
de doscientos años. La famosa “Pared de las lamentaciones” forma parte de una de las paredes
laterales del templo construido por Herodes. Es otro ejemplo notable de la arquitectura empleada
por Herodes. Durante siglos los judíos han hecho allí sus lamentaciones.

A principios del año 19 A.C., Herodes comenzó a reconstruir el templo de los judíos. Todavía se
hallaba en construcción al nacer Jesús y aun al morir en la cruz. Encontramos referencias al
templo, en proceso de reconstrucción, en Juan 2:19,20. Si las palabras de los acusadores de
Jesús eran correctas, entonces habría hablado con ellos alrededor del año 27 de nuestra era (año
del Señor, 27). Obsérvese que es correcto situar las iniciales A.C. después de los números
correspondientes (que quiere decir “Antes de Cristo”). Mientras que A.D. significa Anno Domini
(en latín “Año del Señor”).

Relacionadas con la construcción del área del templo encontramos otras estructuras notables.
Hay una conocida bajo el nombre de “los Establos de Salomón” que en realidad no tuvo nada que
ver con Salomón, sino que es una sección construida con columnas para poder servir de base a
un área mucho mayor del templo propiamente dicho. Otra edificación, atribuida también a
Herodes, es la conocida con el nombre de “Torre de David”. Se encuentra situada en la puerta de
Jafa en la parte antigua del Jerusalén moderno. También podemos observar la “Torre Antonia”,
cerca del “pavimento” mencionado en Juan 19:13, y que se halla subterráneo hoy día. Esto nos
trae a la mente que el Antiguo Jerusalén de hoy día, a pesar de lo antiguo que nos parece, no lo
es en realidad. Lo cierto es que el paso de los siglos ha ido acumulando varios pies de
desperdicios sobre el Jerusalén de tiempos de Jesús y de Herodes. Algunos edificios, que en
aquellos tiempos estaban al nivel de la calle, están hoy treinta pies o más bajo el nivel de las
mismas. Algunas de las vistas más auténticas, quizás tal como Jesús mismo las contempló, son el
monte de los Olivos y el valle del Cedrón entre el monte de los Olivos y el Jerusalén antiguo.
Fuera de las murallas turcas que podemos ver hoy se encuentra la ciudad de Ofel, la ciudad de
David, que está siendo excavada en nuestros tiempos por un grupo de arqueólogos. Más allá de
Jerusalén, hacia el sur, se encuentra el Herodium, un retiro en forma de castillo construido por
Herodes sobre una colina al sur de Belén. Excavaciones hechas en partes de Cesarea y Samaria
han descubierto muchas fabricaciones y estructuras típicas de la arquitectura usada por Herodes.
También se descubrió en Cesarea una piedra grabada con una inscripción en que se menciona el
nombre de Poncio Pilato.

Los últimas años del rey Herodes fueron años turbulentos, pues más y más sospechaba de todos
los que tenía a su alrededor, incluyendo algunas de sus mujeres e hijos. A muchos de ellos los
hizo asesinar. Su fama llegó a ser tan grande que se dice que César Augusto, refiriéndose a
Herodes, dijo que era mejor ser un cerdo de Herodes que uno de sus hijos. Herodes murió en el
año 4 A.D. a los setenta años de edad.

Abajo aparece un cuadro gráfico de la familia de Herodes el Grande. Algunos de los miembros
más destacados de su descendencia son mencionados en las narraciones del Nuevo Testamento.
Este cuadro será de gran utilidad más adelante al continuar nuestro estudio del fondo histórico del
Nuevo Testamento en los Hechos de los Apóstoles.

Jesús nació en Belén alrededor del año 7 A.C., antes de la muerte del rey Herodes. Fue en este
momento, o posiblemente dos años después del nacimiento de Jesús, que Herodes (alrededor del
año 5 A.C.), ordenó la matanza de los niños en Belén (Mt. 2:16-18). Por consiguiente, vemos en la
Biblia misma la confirmación de las atrocidades cometidas por Herodes años más tarde. Herodes
murió en el año 4 A.C., cuando Jesús debía contar ya alrededor de 3 años de edad. Fue en este
momento que Jesús regresó de Egipto en compañía de sus padres (Mt. 2:19-21).
A la muerte de Herodes el Grande, otros tres Herodes fueron nombrados para gobernar todo el
territorio que anteriormente había estado bajo su mando absoluto, a saber: Herodes Arquelao,
llamado Etnarca (que literalmente quiere decir “gobernador del pueblo”), sobre la Judea y
Samaria, el cual rigió desde el año 4 A.C., hasta el año 6 A.D. Herodes Antipas, llamado Tetrarca
(significando “gobernador de la cuarta parte de una provincia”), al cual se le dio el gobierno sobre
Galilea. Su reino duró todo el tiempo que duró la vida de Jesús (hasta el año 39 A.D.); finalmente,
Herodes Filipo, que gobernó sobre el territorio al este y noroeste del río Jordán, incluyendo Cesare
a de Filipo. Si se estudia el mapa se aclarará cualquier duda que se tenga a este respecto (ver
mapa).

Es obvio que José prefirió vivir bajo el gobierno de Herodes Antipas antes que bajo Herodes
Arquelao (Mt. 2:22). Y no nos sorprende. De acuerdo con Josefo, historiador secular judío del siglo
primero, al principio de su gobierno Herodes Arquelao ordenó la matanza de 3.000 personas para
demostrar su autoridad, y más tarde, al continuar las rebeliones contra él, se tornó
extremadamente brutal con los judíos. Finalmente, en el año 6 A.D., cuando los dirigentes de los
judíos se quejaron de él ante César Augusto, este lo hizo deponer; siendo Judea gobernada a
partir de esa época por procuradores o agentes directos a las órdenes del emperador. Entre ellos,
el más notable en tiempos de Jesús fue Poncio Pilato, que fue procurador desde el año 26 al 36
A.D.

Según hemos podido notar, Herodes Antipas gobernó sobre Galilea durante gran parte de la vida
de Jesús. Es famoso por haber mandado a arrestar a Juan el Bautista. Herodes se había casado
con Herodías, mujer de su medio hermano Felipe, aún en vida de este. El divorcio y el nuevo
matrimonio no existían en las Escrituras. Fue por ello que Juan el Bautista lo atacó abiertamente,
censurándole su pecado y dando por resultado que lo encarcelaran (Lc. 3:19-20). Probablemente
resentida contra Juan, Herodías hizo que su hija Salomé bailase delante de Herodes en una fiesta
que este daba en celebración de su cumpleaños; viéndola bailar, Herodes le prometió darle
cualquier cosa que le pidiera. Salomé, cuyo nombre no aparece en las Escrituras pero es
mencionada en otros manuscritos, a instancias de su madre le pidió la cabeza de Juan el Bautista
(Mt. 14:1-12).

Más tarde, Herodes Antipas, habiendo oído acerca de las actividades de Jesús y de su ministerio,
pensó que quizás era el mismo Juan el Bautista que habría resucitado (Lc. 9:7-9). En otra ocasión,
cuando alguien le dijo a Jesús que Herodes buscaba matarlo, Jesús se refirió a Herodes
llamándolo “zorra”, posiblemente aludiendo a las astucias y artimañas de Herodes.

Al final Jesús compareció brevemente delante de Herodes mientras era juzgado (Lc. 23:6-12). Fue
en este momento, según lo hace notar Lucas, que Pilato y Herodes, que hasta entonces habían
sido enemigos, se reconciliaron. Es una verdadera ironía que se lograra la paz entre dos
enemigos paganos teniendo como base el rechazo de Cristo, pero véase el Salmo 2:2.

Felipe, tercer hijo de Herodes el Grande, rigió en una apartada región de Judea. En cierta ocasión
Jesús entró en sus territorios al visitar a Cesarea de Filipo, lugar en el que Pedro, más tarde, hizo
su confesión de fe (Mt. 16:13).

El emperador de Roma, Augusto César, murió en el año 14 A.D. Tiberio César lo sucedió en el
poder y gobernó del 14 al 37 A.D., durante todo el tiempo en que Jesús llevó a cabo su ministerio
público. En cierta ocasión Jesús se refirió a él, al hablar de los derechos que tenía el césar a los
impuestos (Mt. 22:20). Sin lugar a dudas que la imagen que aparecía en la moneda de que habló
Jesús era la imagen de Tiberio César.
¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Como que la finalidad del evangelio es ser predicado hasta los últimos rincones de la tierra, era de
gran importancia demostrar la relación histórica entre la vida y el ministerio de Jesús; entre el Dios
Encarnado históricamente y el mundo que los lectores conocerían. Al referirse frecuentemente a
personajes históricos bien conocidos de todos, los cuales tendrían con toda seguridad sus propias
historias que contar, la naturaleza histórica de las narraciones del evangelio sería mejor
comprendida por los lectores.

Era de gran importancia que el pueblo supiera que el nacimiento de Jesús de una virgen era un
hecho histórico y no un simple mito. Era para ellos de gran interés conocer quiénes eran los
personajes históricos que representaban a Roma en tiempos del juicio y muerte de Jesús. La
historicidad de la resurrección de Jesús no estaba desligada de los nombres que figuraban en
esos acontecimientos.

En resumen, Jesús, el Hijo de Dios, vino a un mundo de pecadores en el momento exacto en que
Dios lo había dispuesto. Lucas hizo todo lo que estuvo a su alcance para precisar ese momento
exacto, no solamente para su propia generación sino también para las generaciones del futuro.

Es Lucas quien menciona frecuentemente a los seguidores gentiles de Cristo, tanto en su


evangelio como, por supuesto, en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aparentemente, él
mismo era un cristiano gentil, ya que estaba excluido de las listas de la “circuncisión” (judíos) dada
por Pablo en su Epístola a los Colosenses, 4:10-14. Sin lugar a dudas, siendo misionero, escribiría
el evangelio desde el punto de vista de un misionero, quizás con la idea, desde un principio, de
escribir su obra en dos volúmenes. Algunos piensan que deseaba escribir un tercer volumen
cubriendo la última parte del ministerio de Pablo. Pero no hay certeza de ello.

En cuanto al evangelio en sí, tenemos que Lucas insiste más en relatar el ministerio de Jesús
entre los samaritanos que los otros evangelistas. Cuenta más acerca de los viajes de Jesús a
través de Samaria al visitar Galilea o Judea. Puede muy bien haber sucedido que Lucas lo haya
hecho así recordando las palabras de Jesús al decir que el evangelio saldría de Jerusalén, más
allá de Judea, hasta los samaritanos y, eventualmente, a todos los confines de la tierra (He. 1:8).

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Jesús vivió y se movió en una atmósfera de política totalmente pagana y, sin embargo, continuó
firmemente su camino hacia el cumplimiento de aquello que su Padre le había señalado. De la
misma manera nosotros, como seguidores suyos, estamos llamados a vivir en un mundo
políticamente hostil. Tratando diariamente con ese mundo, hemos de proseguir sin desviarnos la
labor que el Señor nos ha encomendado.

En ningún momento fue Jesús atemorizado o desviado de su misión por las poderosas figuras
políticas de su época, mucho más poderosas en ciertos aspectos que las del mundo moderno.
Aquellos podían planear un mundo de acuerdo con sus deseos; pero Cristo ya estaba
estableciendo su reino en la tierra y sabía, como debemos saberlo también nosotros, que los
reinos de este mundo junto con todos sus gobernantes serán derrocados y que el dios del mundo,
Satanás, será vencido. Pero mientras esto sucede nosotros, como Jesús, debemos continuar en
nuestro empeño y dedicación al reino de Dios, sin importarnos si los poderes terrenales nos odian
o nos halagan.

Al terminar su ministerio en la tierra, Jesús insistió una vez más con sus discípulos acerca de lo
que les había enseñado en relación con las Escrituras y consigo mismo, a fin de que estuvieran
listos para llevar a cabo la misión que él les había confiado. También nosotros, si queremos ser
buenos misioneros (llevando las buenas nuevas del evangelio a los demás, doquier Dios nos
llame), debemos familiarizarnos con los consejos que Dios nos da, sabiendo cómo Jesús es
proclamado totalmente a través de la Palabra de Dios escrita, no solamente en el Nuevo
Testamento sino a través de todas las Escrituras, en los sesenta y seis libros que Dios nos ha
dado.

Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas


1. ¿Me intereso y tengo pleno conocimiento de la exactitud histórica del mensaje de la Palabra de
Dios? ¿Me importa cuándo y cómo murió Cristo, o son estas cosas de poca importancia para
mí?

2. ¿Qué valor encierra el estudio de la historia y de la geografía y de las circunstancias políticas en


relación con las narraciones del evangelio?

3. ¿Soy a veces “la voz en la multitud” en mi relación con Cristo o doy ayuda y estoy al lado de
aquellos que representan al evangelio y la verdad de Dios?

4. ¿Pongo en segundo lugar a mi esposa, hijos, madre, padre, hermanos, hermanas, o amigos por
amor a Cristo? ¿Qué significa esto?

5. ¿Demuestro tener una forma de vivir que es siempre cristiana de la misma forma que mi
prójimo lleva una clase de vida que es siempre mundana?

6. ¿Experimento junto a Lucas una verdadera emoción al ver el desarrollo de la historia de Cristo
hacia la salvación de todo el mundo? ¿Me gustaría, al igual que a Lucas, hacer que mi profesión
o llamado (en el caso de Lucas, la medicina) estuviese al servicio del evangelio de Cristo Jesús?
4: Los Hechos de los apóstoles

Introducción

El libro de los Hechos de los Apóstoles es una continuación de los escritos de Lucas. Los Hechos
va dirigido al mismo Teófilo mencionado ya en el Evangelio de Lucas (1:1). Lucas nos dice que
escribió su evangelio para hacer el relato de lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, dando
así a entender que el libro de los Hechos es la continuación de la obra y enseñanzas de
Jesucristo. Por consiguiente, el término “hechos”; puede referirse muy bien a los hechos de
Jesucristo como Señor de la Iglesia, más bien que a “los hechos de los apóstoles”. Los actos de
nuestro Señor han de ser comprendidos particularmente en la actividad del Espíritu Santo, tal
como él lo había prometido.

Lucas hace después un resumen de las cosas hechas y enseñadas por Jesús desde el momento
de su resurrección hasta su ascensión (1:2-8). Se puede asumir que esto constituye una especie
de vista general del contenido de Lucas 24:1-49, incluyendo alguna información adicional. En los
Hechos Lucas hace un resumen de los días del ministerio de Jesús en mostrarse en vida, en sus
enseñanzas referentes al reino de Dios, y en sus promesas relacionadas a la venida del Espíritu
Santo. Es en esta última promesa donde Lucas se detiene.

Se les dice a los discípulos que deben esperar a que la promesa sea cumplida antes de tratar de
hacer nada por el Señor (1:4,5). Con referencia a la venida del Espíritu Santo, Jesús promete a los
creyentes que tendrán poder por el Espíritu para dar testimonio de Cristo, primeramente en
Jerusalén, después en Judea y Samaria, y, finalmente, hasta los confines de la tierra (v. 8).

Si se observa el contenido del libro de los Hechos resulta obvio que Lucas usó para escribirlo el
plan de la Gran Comisión de nuestro Señor. En su relato Lucas se extiende en dos temas
primordiales: la venida y presencia permanente del Espíritu Santo en la labor de la iglesia; y el
crecimiento del testimonio de Cristo desde Jerusalén a Judea, a Samaria, ya todos los confines de
la tierra. Aquí seguiremos este mismo plan en nuestra exposición del contenido de los Hechos.

También recoge aquí Lucas la ascensión, tal como lo había hecho en su evangelio (Lc. 24:50-53;
He. 1:9-11). Es precisamente en este momento, en el versículo 12, que el libro de los Hechos
comienza a introducir nuevo material no incluido antes en el evangelio.

HECHOS 1:12-26: antes de Pentecostés

Se relatan dos clases de actividades de los discípulos durante este período: sus oraciones en el
aposento en que se habían congregado para esperar (1:12-14), y la decisión de buscar a otro para
reemplazar a Judas el traidor (1:15-26). Lo primero era claramente un acto de obediencia al
Señor, de orar mientras esperaban el cumplimiento de la promesa de la venida del Espíritu Santo.
El segundo no lo era tanto. En ninguna parte autorizó Jesús a sus discípulos a que buscaran a
alguien para reemplazar a Judas. Sabemos con certeza que Jesús seleccionó a los primeros
doce. Tal parece que Pedro, en su celo por cumplir las Escrituras, trató de hacerlo así antes de
esperar a que el Señor lo hiciera (1:20-29; ver Sl. 109:8). También tenemos que el método de
hacer la elección es de dudosa validez para los creyentes. Tenemos además que, en todo el resto
del Nuevo Testamento, el echar a la suerte una decisión se limita solamente a los soldados
paganos al pie de la cruz al repartirse las vestiduras de Jesús (Lc. 23:34). Desde luego que el
echar suertes era una costumbre practicada en tiempos del Antiguo Testamento, pero ¿no les
había Jesús ordenado esperar antes de tomar acción alguna como siervos suyos? De todas
formas, el elegido, Matías, no es vuelto a mencionar jamás. Pudiera muy bien haber sido que ya el
Señor había tomado su propia decisión y había escogido a Saulo de Tarso como sucesor de
Judas.

HECHOS 2: la promesa esperada llega

La venida del Espíritu Santo pudo ser vista y escuchada por los discípulos reunidos en el
aposento alto el día de Pentecostés (2:2,3). De esta forma la iglesia sabría, de una vez y por
siempre, que el Espíritu Santo había venido en verdad. El efecto inmediato fue el don otorgado,
aun a los más ignorantes seguidores de Jesús, de poder hablar en lenguas extranjeras. Así, no
solamente sintieron ellos con sus oídos y con sus ojos la llegada del Espíritu Santo sino que
también experimentaron su presencia en ellos mediante los dones espirituales que les ofreció.

Providencialmente estaban presentes a la sazón muchos judíos devotos procedentes de


diferentes naciones (ver mapa). Este momento fue realmente como el reverso de la Torre de
Babel, en la cual, debido a la confusión de lenguas, nadie podía entenderse entre sí. Ahora Dios
permitía a sus discípulos poder alabarlo en lenguas extranjeras. Se presume que esto no era
necesario en realidad, ya que todos los judíos podían hablar entre sí un idioma común; pero ello
fue para que todos supieran que el Espíritu Santo había descendido y desde aquel momento
dirigiría la iglesia. Podemos suponer que cuando Pedro comenzó a predicar lo hizo en algún
idioma contemporáneo común (arameo, hebreo, o griego).

HECHOS 3-7: testigos en Jerusalén por el Espíritu Santo

Si queremos saber más acerca de la actividad del Espíritu Santo tenemos que observar lo que
hicieron los apóstoles después que el Espíritu Santo descendió sobre ellos. El hecho de hablar en
lenguas extranjeras es objeto sólo de breve mención. Mucha más atención se concede a la
proclamación del evangelio y a sus obras como testigos del reino de Dios.

En primer lugar tenemos el sermón de Pedro en Pentecostés (2:14-36). Guiado por el Espíritu
Santo citó las Sagradas Escrituras como fundamento de lo que decía, refiriéndose en gran parte a
Joel 2:28-32. Tomando como base las Escrituras, Pedro comenzó a citar lo que había sido dicho
en las mismas en relación con lo que ellos venían ahora a decirles acerca de Jesucristo (2:22,36).
Pedro no se aparta jamás de las Escrituras. Mediante el Espíritu Santo el testigo fiel se basa en la
autoridad de la Palabra de Dios. Valientemente contrasta Pedro las bondades de Jesús con la
forma malvada en que había sido rechazado por los que lo habían escuchado; pero también
declara que todo lo ocurrido ha sido en cumplimiento del plan de Dios (vv.22, 24). El centro de
atención es la resurrección de Jesús, de lo cual Pedro y los demás han sido testigos presenciales,
y de la exaltación de Jesús a la diestra de Dios (vv.24, 35). Aun así, Pedro se basa más en las
Escrituras que en su propia experiencia para establecer el hecho de la resurrección, como más
tarde escribiría en su segunda epístola (II P. 1:16,21). En conclusión, Pedro basa sus palabras en
el cumplimiento de las Escrituras para convencer al pueblo de la certeza de que Jesús es el Cristo
(v.36).

En segundo lugar, vemos también la actividad del Espíritu Santo en el número de aquellos que se
sintieron tocados en sus corazones (convertidos) por la proclamación de la Palabra (2:37,47).
Convencidos, clamaron ser guiados. Pedro los llamó al arrepentimiento y a creer (ser bautizados
en el nombre de Jesucristo), prometiéndoles también que recibirían el Espíritu Santo (vv.37, 38).
Haciendo suyas las palabras de Joel (ver He. 2:21), Pedro los llamó al Señor por medio del
arrepentimiento y la fe, sabiendo que solamente por iniciativa del Señor podrían llegarse hasta él
(v.39). (Ver la Confesión de Fe de Westminster, cap. 10).
Hay aquí una concatenación de hechos: escucharon la palabra (creyeron en el evangelio); fueron
bautizados (como Cristo lo había enseñado — Mt. 28:19); fueron agregados a la cofradía (unidos
a los demás creyentes); continuaron en la fraternidad, lo cual incluía: ser enseñados por los
apóstoles (como Jesús los había instruido, Mt. 28:20), el partimiento del pan (probablemente era
ya la Cena del Señor, como Jesús la había instituido, Mt. 26:26ss), y las oraciones (de acuerdo
con la costumbre seguida después de la ascensión de Jesús, 1:24).

Además, estaban unidos en un lazo de amor, demostrando ese amor los unos por los otros y por
el Señor (2:43,47). Tenemos pues aquí un pueblo santo (dedicado al Señor), sin mancha
(recibiendo el perdón de los pecados a través de Cristo), en presencia del Señor (morando en
ellos el Espíritu Santo), en un lazo de amor (demostrado por el cuidado de los unos por los otros).
Todos nosotros, de la misma manera, podemos alcanzar la meta de Dios solamente mediante la
obra terminada de Jesucristo (Ef. 1:4). Esta iglesia, agradable a los ojos del Señor, crecía
diariamente con los nuevos salvados (2:47). Todas estas cosas probaron más y más la presencia
activa del Espíritu Santo entre toda aquella gente.

En el capitulo tres vemos la actividad del Espíritu Santo obrando en Pedro y en Juan,
capacitándolos para dar testimonio de Cristo en toda ocasión. Notamos en primer lugar el acto de
compasión de Pedro hacia un enfermo. Esa acción abre una vez más la puerta del testimonio. En
ese testimonio Pedro fue muy cuidadoso de otorgar toda gloria al Señor (3:12), concentrándola en
la persona y obra de Jesucristo (3:13,16), atemperando el juicio con la misericordia (v.17), y
llamando a todos los que lo escuchaban al arrepentimiento y a la fe (venir a Jesús) (3:18,20).
Como siempre, Pedro apoya sus palabras en las Escrituras (vv.21, 26). Puede verse que en todos
los apóstoles, incluyendo a Pablo, existía como una especie de insistencia en que el evangelio
fuera predicado primeramente a los judíos, quienes eran guardianes de las promesas de Dios a
través de los profetas (3:26).

Después se nos muestra cómo el Espíritu Santo estaba activo guiando a los que daban testimonio
contra la oposición (caps. 4,5). Las primeras amenazas contra la iglesia vinieron desde fuera
(4:1,37). A los enemigos de Cristo les preocupaba la doctrina de la resurrección (4:2; ver Mt.
28:11-15). Al principio encarcelaban a los testigos; luego, los juzgaban. Una vez más vemos cómo
la actividad del Espíritu Santo obraba para permitirles hacer frente a la oposición (4:8). Gracias a
las Escrituras y el poder del Espíritu salía adelante el testimonio de Cristo Jesús (4:12). Cuando
eran amenazados, los testigos obedecían solamente los mandamientos del Señor (4:19),
buscaban refugio en la hermandad de creyentes (vv.23ss), oraban unánimes (v.24), y acudían a
las Escrituras buscando aliento (vv.25, 28). Pedían no que terminaran sus tribulaciones sino ser
valientes y tener fuerzas para mantenerse fieles (vv.29, 30). Es de notar que los sufrimientos los
unían más y más en los lazos de un gran amor (4:32,37).

Otras amenazas a la iglesia vinieron desde dentro (5:1,16). Aquí el Señor, a través del Espíritu
Santo, enseñó a la iglesia la importancia de la disciplina y el gran peligro de la hipocresía. Esta
demostración del Espíritu Santo infundió temor a todos en la iglesia, de modo que nadie que no
fuera un verdadero creyente se atrevía a unírseles (v.13). No obstante, Dios continuó agregando
más y más creyentes a la iglesia (v.14).

A veces la oposición se manifestó en la agresión física (5:17-42). Trasciende que aquellos que se
oponían al evangelio temían su alcance potencial (5:24). Cuando encarcelaron a los apóstoles
como cabezas de los creyentes, Dios los libertó y les ordenó que salieran de nuevo a predicar,
haciéndoles ver que no debían dejarse intimidar por las amenazas de los hombres. En ninguna
otra parte se manifiesta tan vívidamente la soberanía de Dios y la actividad del Espíritu Santo
como la vemos aquí. Aunque los enemigos trataron de matar a los apóstoles (5:33), Dios alzó de
entre ellos a Gamaliel, el que llegaría a ser protector de los creyentes (5:34ss). Había sido
maestro de Pablo de Tarso (5:34; 22:3). Cuando los testigos de Cristo sufrían ¡se regocijaban por
el privilegio que se les había concedido! (5:41).
Aunque los testigos de Cristo todavía se limitaban solamente a Jerusalén, hubo necesidad de
organizar la iglesia (6:1-7:60). En el Nuevo Testamento la prueba de la organización de la iglesia
señala que esto se hizo como necesidad. Dicha necesidad provino del problema que se presentó
cuando hubo ciertos casos en los cuales los apóstoles no podían tomar una decisión por si solos o
carecían de tiempo para atender todo lo que se presentaba. Fue, pues, necesario designar a otros
con autoridad para cuidar del rebaño. Esto estaba de acuerdo con el nombramiento de dirigentes
en el Antiguo Testamento (Ex. 18). Aunque a los elegidos en aquel momento se les llamó
diáconos, dicho término no volvió a ser usado en las Escrituras. Lo que es más, las primeras
referencias que aparecen con relación a los dirigentes de la iglesia, además de apóstoles, es la de
ancianos (11:30). Por tanto, no es del todo aventurado suponer que fuera este el origen del oficio
de anciano, ya que el origen de este cargo no aparece en ninguna otra parte del Nuevo
Testamento. De todas maneras, las personas que llegaron a ocupar esta posición tenían las
condiciones necesarias para ello, como se demuestra en los ejemplos de Esteban y de Felipe, que
estaban capacitados para enseñar (6:1-6).

La calidad de los dirigentes de la iglesia y el precio de esa autoridad se ven ejemplarizados en


Esteban, cuya historia se relata en el resto de esta sección (6:8-7:60). Expondremos tres aspectos
de esta autoridad ejemplar: 1) su valor para prestar testimonio; 2) su presteza en defender el
evangelio cuando fue atacado; 3) su deseo humilde de dar su vida por Cristo.
Esteban citó con exactitud las Escrituras para demostrar cómo los que rechazaban a Jesús eran
de la misma naturaleza que los que habían rehusado escuchar a Moisés, trayendo así a colación
la vigencia del Antiguo Testamento en la conducta de los hombres. El texto de este mensaje
parece ser 7:35, en que él se basa para afirmar que los judíos allí presentes habían rechazado
ahora a Cristo de la misma forma que en el pasado (7:52,53). Esteban no tuvo temor en proclamar
la verdad (7:51-53), pero lo hizo por amor (7:60). El habló valientemente, y el Señor usó su
mensaje para dar gloria a Dios. Sus palabras fueron registradas con toda precisión por Lucas, el
cual, guiado por el Espíritu Santo, las escribió. En el ejemplo de Esteban vemos cómo Dios,
usando hombres frágiles, hace su obra. No hay dudas de que el testimonio y la muerte de Esteban
aquel día tuvieron más impacto en el alma de Saulo de Tarso de lo que el mismo Saulo podía
imaginarse en aquel momento (8:1).

HECHOS 8-9: testigos en Judea y en Samaria, por el Espíritu Santo.

La muerte de Esteban trajo consigo más persecuciones, las que abrieron nuevas puertas a
oportunidades de testimonio. Muchos discípulos fueron forzados a los límites de la ciudad de
Jerusalén y comenzaron a dar testimonio donde quiera que fueran.

Felipe, uno de los siete elegidos por los primeros creyentes como dirigente de la iglesia en
Jerusalén vio las puertas abiertas en Samaria (8:4-8). La actividad del Espíritu Santo en esta
ocasión se hace patente en los samaritanos que se convertían de la misma forma que lo había
hecho sobre los creyentes en el día de Pentecostés (8:14-17). Fue a Felipe a quien se le presentó
la oportunidad de dar testimonio ante un prosélito de Etiopía (8:26-39. Hizo uso de las Escrituras
con dicho funcionario etíope, comenzando con la parte misma que dicho hombre se encontraba
leyendo, el libro del profeta Isaías. El etíope de que hablan las Escrituras no era en realidad de la
Etiopía actual, sino de más al norte, en el territorio del Sudán y el sur de Egipto de nuestros
tiempos.

Por supuesto que al crecer la iglesia hubo algunos cuyas vidas no eran del todo dignas, como es
el caso de Simón de Samaria (8:9-24). La iglesia tuvo asimismo muchos enemigos en esa época,
uno de los cuales, Saulo, era particularmente peligroso (9:1-2). Su viaje a Damasco nos
demuestra que ya en aquella época había cristianos hasta en Damasco. En verdad, es muy
probable que al principio mismo, poco después de Pentecostés, muchos, como resultado de la
experiencia, llevaran consigo el evangelio de regreso a sus hogares esparcidos por toda la región
del Mediterráneo oriental (ver mapa).

La conversión de Saulo fue la apertura de la puerta que conducía a los gentiles, los cuales todavía
no habían sido alcanzados (9:3-9). Para esto el Espíritu Santo empleó los servicios de un anciano
creyente que vivía en Damasco, llamado Ananías (9:10-19), y de otro compasivo miembro de la
iglesia de Jerusalén, Bernabé (9:26-30). Cada uno de ellos sirvió de instrumento para preparar a
Saulo para la labor a la que más tarde lo destinaría el Señor.

Es muy interesante notar cómo el Espíritu Santo obraba en diferentes personalidades: Saulo,
Ananías, Bernabé, y Pedro, para que se encontraran en los lugares en que estuvieron y pudieran
abrirse las puertas de la iglesia a los gentiles. La contribución de Pedro vendría luego; pero, en su
preparación, el Espíritu lo condujo hasta Joppe, para que estuviese en el lugar preciso en el
momento preciso (9:32-43).

HECHOS 10:28: testigos en todo el mundo

Los capítulos 10 y 11 sirven de preparación para la gran tarea misionera que vendría a
continuación. Vemos, ante todo, cómo el Espíritu Santo utilizó a los líderes de la iglesia, Pedro,
por ejemplo, para hacer caer las barreras que mantenían separados a los judíos de los gentiles y
que, hasta entonces, habían impedido que los gentiles oyeran hablar del evangelio. Pero primero
tenía el Señor que romper las barreras en los corazones de sus propios siervos. Así lo hizo
precisamente en Pedro (10:1-16). Probablemente Pedro no comprendió al principio el significado
de la visión que tuvo. No la comprendió hasta que Cornelio, un gentil, le pidió su ayuda; fue
entonces que se dio cuenta de que el Espíritu Santo le estaba mostrando que los gentiles, al igual
que los judíos, debían ser convertidos en creyentes en el evangelio. Así lo hizo el Espíritu Santo
mostrándole en primer lugar carnes “inmundas”, que el Señor había pronunciado como limpias
(10:15; cf. Mr. 7:19).

Después el Espíritu Santo instruyó a Pedro a estar dispuesto a acompañar a los gentiles que él le
había enviado (10:19). Finalmente, cuando Pedro hubo dado testimonio ante los gentiles, el
Espíritu dio verdaderas pruebas de que, ciertamente, ellos también eran hijos de Dios —al igual
que lo eran Pedro y el resto de los discípulos judíos—, descendiendo sobre ellos como había
descendido sobre Pedro y los demás en el día de Pentecostés (10:44). Vemos, una vez más, las
pruebas de la actividad del Espíritu Santo en todo lo que aconteció.
Hay, pues, evidencias ahora de que el Espíritu Santo había descendido en forma similar sobre
tres grupos diferentes de conversos: los discípulos en Pentecostés, los samaritanos, y ahora los
gentiles. La razón de que esto sucediera así era dar pruebas visibles y extraordinarias de la
actividad del Espíritu Santo por el evangelio, comenzando en Jerusalén, después en Samaria, y
luego a los gentiles del mundo (He. 1:8). Pero, generalmente, no sólo en los Hechos sino
después, la llegada del Espíritu Santo sobre el nuevo creyente no acontece en una forma tan
visible. Sin embargo, no por ello es menos cierta, como lo comprueba la presencia de la Palabra
de Dios en todas partes.

A su vez, Pedro fue usado para inducir a la iglesia de Jerusalén a dar este gran paso de
aceptación de los gentiles (cap. 11). A partir de este momento los judíos comenzaron a dar
testimonio ante los gentiles al igual que ante los demás judíos (11:19-20). También Bernabé tuvo
que ver con esto. El había sido uno de los primeros amigos de Saulo, al que finalmente consiguió
hacer su colaborador (11:25-26).

Como era de esperarse, el mundo, que hasta ahora se había mostrado indiferente, comenzó a dar
señales de hostilidad. Herodes Agripa mandó a matar a Santiago el apóstol y trató de asesinar
también a Pedro (cap. 12). Aquí tenemos ante nosotros dos lecciones. Primero, aunque los
hombres planeen la destrucción de los siervos del Señor, los creyentes se encuentran por
completo en manos de Dios, quien puede librarlos si así lo quiere (12:1-11). Dios decidió que
Santiago muriera para gloria suya y que Pedro, también para gloria suya, siguiera viviendo.
Segundo, Dios puede actuar según le place con relación a su iglesia y a los enemigos de la
iglesia. Jamás constituyen estos una amenaza para él (12:20-23).

Finalmente, como preludio a los viajes misioneros que seguirían, podemos ver cómo el Espíritu
Santo involucra a cada iglesia en esa gran tarea (13:1-3). Es una iglesia obediente al Señor (ver
Mt. 9:36-38). El Espíritu Santo la inspiró para designar a Bernabé y a Pablo siervos fieles, para
llevar a cabo la empresa misionera. Obsérvese que aunque las Escrituras dicen que a ellos la
iglesia los envió, en el siguiente versículo (4) se declara que, en realidad, fueron enviados por el
Espíritu Santo. Vemos aquí a la iglesia obedeciendo al Señor y trabajando bajo el Espíritu Santo
en la gran labor misionera de Cristo.

1. Primer viaje misionero de Bernabé y Pablo (13:4-14:26)

En el mapa de la página 65 el lector podrá seguir con facilidad los viajes de Pablo. Estudiaremos cada
viaje utilizando los nombres de los lugares visitados y la labor realizada en ellos. Los distritos aparecen
en letras mayúsculas y los nombres de las ciudades comprendidas dentro de dichos distritos aparecen
en bastardilla.

CHIPRE: En Salamina comenzaron enseñando en las sinagogas judías; después recorrieron toda la isla
de este a oeste, concluyendo en Pafos. Fue aquí que Sergio Paulo, el procónsul (gobernador romano
de la provincia), se convirtió. Cuando un falso profeta judío trató de impedir su labor, Pablo lo refutó con
duras palabras. La ceguera que le sobrevino al falso profeta inmediatamente después demostró que
Dios tenía el mismo punto de vista de siempre en contra de los que tratan de impedir la propagación del
evangelio (13:4-12).

PANFILIA: En Perge, Juan Marcos, que había venido con ellos, se desalentó (ya que no había sido
verdaderamente llamado por el Espíritu Santo a realizar esta clase de labor) y regresó a Jerusalén
(13:13; ver también 13:5).

PISIDIA: En Antioquía —que no deber ser confundida con la Antioquía en Siriase llegaron
primeramente hasta los judíos y cuando fueron invitados a hablar, Pablo aparentemente comenzó a
tratar sobre las Escrituras en el mismo punto en que lo había dejado Esteban antes de morir (ver. He.
6:45ss), predicando sobre Cristo y su resurrección, advirtiéndoles que no trataran de impedir la obra de
Dios como lo habían hecho sus antecesores (13:16-41). Allí su popularidad con los judíos provocó los
celos de sus dirigentes (13:42-45). Fue en este momento que tanto Bernabé como Pablo se dirigieron
abiertamente a los gentiles, dejando a un lado a los judíos incrédulos, siguiendo como siempre la
autoridad de la Palabra de Dios (13:46-48). Cuando fueron expulsados de la ciudad por los judíos y por
los gentiles, que los mismos judíos habían logrado poner en contra de ellos, Pablo y Bernabé, como lo
había ordenado Jesús, sacudieron el polvo de sus sandalias (Mt. 10:14). Obsérvese que esta acción se
hacía solamente en relación con los judíos que rechazaban el evangelio, que es precisamente el
contexto dentro del cual Cristo había enseñado a reaccionar a sus discípulos. No podemos tomar al pie
de la letra este gesto como conducta o actitud evangelística para los misioneros que prediquen el
evangelio en un pueblo en el cual sean rechazados (13:51).

FRIGIA (13:52-14:5): En Iconio, según era ya costumbre, primeramente fueron a la sinagoga de los
judíos. Muchos de ellos creyeron, pero algunos se resistieron y provocaron a los demás. Como
resultado, los judíos se dividieron; pero los que se oponían lograron la ayuda de los gentiles para
expulsar de allí a Pablo y Bernabé.

LICAONIA (14:6-21): En Listra no se menciona al principio a los judíos; pero cuando curaron a un cojo
de nacimiento —sin haber preparado al pueblo mediante la proclamación de la Palabra de Dios—, los
gentiles creyeron que eran dos dioses paganos (Júpiter y Mercurio, v.12). Pablo y Bernabé trataron de
predicarles la Palabra, pero con muy poca fortuna. En su llamado a hacerles confiar en el Señor,
hicieron uso de revelaciones naturales, explicándolas por la revelación oral de Dios (vv.15-18). Pero
entretanto los judíos del este y del oeste (Frigia y Pisidia) llegaron hasta allí y agitaron a la multitud para
que los apedrearan (v.19). En Derbe tuvieron mejor éxito predicando el evangelio (v.21).

REGRESO AL HOGAR (14:21-36): Volvieron de nuevo por Listra, Iconio, y Antioquía, continuando la
obra que habían iniciado antes. Esta vez organizaron las iglesias fundadas nombrando ancianos
(siguiendo el modelo de la iglesia de Jerusalén) y encomendando a los mismos a la protección del
Señor (v.23). Después continuaron viaje hacia Antioquía.

2. Intervalo entre el primero y segundo viaje de Pablo (14:27-15:35)

Dos cosas muy importantes acontecieron al regresar Pablo y Bernabé del primero de sus viajes
misioneros. En primer lugar, informaron acerca de sus actividades y las bendiciones que Dios había
derramado sobre ellos. De esta manera compartieron sus experiencias con la iglesia de Jerusalén
(14:26-28). Segundo, algunos judíos no estuvieron de acuerdo en la forma en que Pablo y Bernabé
estaban llevando a cabo el ministerio entre los gentiles, ocasionando así que se convocara una
conferencia de los dirigentes de la iglesia para decidir si en verdad aquellos misioneros habían violado
la Palabra de Dios durante el ministerio llevado a cabo (15:1-29).

El punto central de la conferencia era si los gentiles debían primeramente ser convertidos al judaísmo
antes de poder pertenecer a la iglesia. ¿Debían ser circuncidados como lo eran los judíos? Desde luego
que esta interrogación iba mucho más allá del hecho de la circuncisión, ya que Pablo estaba dispuesto
a que los gentiles fuesen circuncidados si se hubiera tratado solamente de esto; pero a lo que se
oponían, tanto Pablo como Bernabé, era a la tendencia a forzar a los gentiles a vivir como vivían los
judíos para poder ser aceptados en la iglesia, ser circuncidados para poder salvarse (15:1).

De una parte, hubo fariseos creyentes que se pronunciaron en favor de que los gentiles fueran
circuncidados y obedecieran a la ley de Moisés (15:5).

De la otra, Pedro respondió demostrando que Dios había en realidad aceptado ya a los gentiles en su
iglesia sin haber sido circuncidados y sin que se les hubiera dado la ley de Moisés para que la
obedecieran. Y Dios lo había demostrado al concederles el Espíritu Santo a los creyentes gentiles, lo
cual era la señal de la redención (15:7-9). Pedro también demostró que ni aun los mismos judíos eran
salvados por la simple obediencia a la ley, sino solamente por la fe in Jesucristo (15:10-11).

Por último, Santiago, que parece haber sido el moderador de esta conferencia, habló, resumiendo todos
los asuntos tratados y expresando la voluntad de la mayoría. Comenzó, de modo apropiado,
refiriéndose a las Escrituras (15:13-18). Lo que pidió a los gentiles no fue que se adaptaran a la ley judía
sino que sintieran amor hacia la población judía esparcida por todo el mundo, evitando hacer actos que
obviamente estaban en contra de las costumbres judías y que podían ser ofensivos para ellos —fuesen
cristianos o no— y que en sí mismos no eran actos edificantes (15:19-21).

Se supone que este Santiago, que con tanta autoridad habla aquí, fue el autor de la epístola que lleva
su nombre y que además es identificado como hermano de Jesús, hijo de María y José (Mr. 6:3). Por
supuesto, que no era el hermano de Juan el apóstol, pues este ya había sido asesinado algún tiempo
antes (He. 12:2). La iglesia de Jerusalén estuvo de acuerdo con esa decisión y se envió la
comunicación a los gentiles (15:23ss).

Después de lo anterior, Bernabé y Pablo permanecieron en Antioquia por algún tiempo, ejerciendo el
ministerio de la Palabra de Dios entre los creyentes (15:30-35).

3. Segundo viaje misionero de Pablo (15:36-18:22)

SIRIA-CILICIA (15:41): Después que Pablo y Bernabé se separaron en desacuerdo sobre el asunto de
Juan Marcos, Pablo regresó por tierra hasta el territorio en que había trabajado en unión de Bernabé.
Confirmó (alentó y examinó) las iglesias ya establecidas. Bernabé partió hacia Chipre acompañado de
Marcos, a la región en que ya habían trabajado juntos los dos apóstoles en su primer viaje. Tenemos
aquí que dos hombres justos no estaban de acuerdo, pero se separaron amigablemente para que la
labor del Señor pudiera llevarse a cabo. Pablo llevó consigo a Silas, a quien se identifica como uno de
los principales cristianos de Antioquía (15:22). La iglesia de Antioquía creció en celo misionero y más y
más de sus miembros comenzaron a dedicarse a los esfuerzos misioneros.
LICAONIA (16:1-5): En Listra Timoteo se unió a Pablo ya Silas. Observamos aquí cómo Pablo, aunque
libre de llevar consigo a este joven que no había sido circuncidado (de acuerdo con la Conferencia de
Jerusalén), sin embargo no hizo uso de ese derecho por respeto a los judíos de la localidad. Más tarde,
en su Epístola a los Romanos, expondría cómo debía uno reprimirse de ejercer su libertad si el uso de
esa libertad no era en sí edificante. Una misión en particular que Pablo tuvo durante este viaje fue
informar a las iglesias ya fundadas de las decisiones tomadas en Jerusalén.

FRIGIA/GALACIA (16:6): Solamente se nos dice que pasaron por esta región. No se hace mención
alguna de la labor realizada aquí, aunque más tarde Pablo escribió a la iglesia de Galacia (Gálatas).

MISIA (16:7-10): En Troas Pablo tuvo una visión invitándole a ir a Macedonia. Hasta ahora los viajes de
Pablo lo habían llevado solamente hacia la región del este del mar Mediterráneo, el mundo antiguo de
aquella época. Se trataba de una invitación para ir a Europa. Fue evidentemente en este lugar donde
Lucas, autor de este libro, se unió a Pablo y a los demás. Lo sabemos porque a partir de ahora
comienza a usar frecuentemente el pronombre “nosotros” hasta la terminación de los Hechos (v.10).
Continuamente el Espíritu Santo estaba guiando a Pablo, impidiéndole dirigirse hacia Bitinia, dirección
que lo hubiese alejado de Europa, tierra de los antecesores de la mayor parte de nosotros.

MACEDONIA (16:11-17:14): Desde Troas (la antigua Troya, hecha famosa por Homero) partieron hacia
Macedonia pasando por Samotracia (v.11). En Filipo, como vimos en el primer viaje, buscaron ante todo
a los judíos (16:13). La primera persona que se convirtió allí fue una mujer, Lidia, de la ciudad de Tiatira
(ver mapa). Ella y todos en su casa fueron bautizados (16:15). Pero Pablo encontró también opositores
en hombres que temían que sus medios de lucro se vieran amenazados por su predicación (vv.16, 19).
Aunque en prisión, Pablo y Silas no permanecerían en silencio sino que entonaban alabanzas al Señor
(v.25). No se nos dice dónde estaban Lucas y Timoteo en aquellos momentos. Cuando el Señor los
libertó, vemos una vez más que no aprovecharon la libertad para irse sino que usaron la oportunidad
para dar testimonio del cambio de vida que ocurre en los hijos de Dios, los cuales se preocupan más
por las necesidades de los demás que por las suyas propias. Como resultado, el carcelero —en lugar
de suicidarse— llegó a creer en Cristo Jesús. También él, y todos en su hogar, fueron bautizados
aquella misma noche (16:33)

El ejercicio por parte de Pablo de sus derechos civiles demuestra el derecho que tiene todo cristiano a
lo que le pertenece en justicia y derecho, a ser juzgado de acuerdo con las leyes de la tierra en que vive
(16:35-40).

En Tesalónica, según acostumbraban, procuraron hablar primero con los judíos, predicándoles acerca
de la resurrección de Cristo (17:1ss). Cuando los judíos los empezaron a molestar, a ellos y a sus
acompañantes, las mismas palabras de oposición redundaban para mayor gloria de Dios (v.6). Aquí
volvieron los judíos a emplear el mismo sistema que habían usado tiempo antes al clamar contra Jesús
ante Pilato (17:7; ver Lc. 23:2).

En Berea, y después de haber abandonado Tesalónica ante la insistencia de sus amigos, encontraron
mejor acogida entre los judíos, dando testimonio de todo lo que enseñaban por la Palabra de Dios
(17:10-13). Pero vinieron hasta allí los judíos de Tesalónica y Pablo se vio obligado a partir de nuevo.
Esta vez dejó a Silas y a Timoteo para que ejercieran el ministerio.

GRECIA (17:150-18:17): En Atenas, en donde esperaba por sus compañeros, Pablo trató nuevamente
de predicar entre los judíos (v.17). Muy pronto los sabios griegos tuvieron curiosidad de escuchar las
palabras de Pablo acerca del evangelio; Pablo les predicó, comenzando por hablar del lugar en que se
encontraban, rodeados de ídolos paganos y de toda la tradición y leyenda que los mismos encerraban.
Indicando una inscripción en una de las estatuas que decía “Al Dios Desconocido”, Pablo comenzó a
predicarles acerca de Cristo, utilizando los conocimientos que tenían sus oyentes acerca de la
naturaleza y de la literatura pagana para demostrarles cómo el testimonio de Dios está en todas partes,
de tal forma que nadie escapa de él (vv.22-31).

Al igual que los judíos, ellos no podían comprender la doctrina de la resurrección, pero algunos creyeron
(v.34).
En Corinto Pablo conoció a Aquila y su esposa Priscila, los que más tarde serían con frecuencia sus
compañeros en el servicio al reino de Dios. Se nos habla aquí por primera vez del oficio de fabricante de
tiendas que tenía Pablo, y nos impresiona saber que la mayor parte del tiempo, en todas partes que
visitaba, Pablo hacía tiendas para obtener algún dinero con qué vivir y viajar haciendo la obra de Dios.
Su trabajo ocupaba un segundo lugar con relación a su llamado a ser testigo de Cristo (v.3).
Presumimos que la fabricación de tiendas continuó siendo la principal entrada de dinero que tenía Pablo
(He. 20:34).

Como en todas otras partes, el testimonio comenzó entre los judíos (v.4); pero cuando estos se negaron
a creer, Pablo una vez más se volvió hacia los gentiles, tal como lo había hecho en Antioquía de Pisidia
(13:51). Aquí encontraron que los gentiles estaban dispuestos a escucharlos, pero no los judíos; lo cual
probablemente desalentaba a Pablo, que amaba a los suyos (ver Rom. 9:1ss). De todas formas, el
Señor se le apareció una noche en una visión para darle ánimo (18:9,10). Como resultado, Pablo
permaneció allí por más tiempo que en ningún otro lugar, practicando su ministerio (v.11).

En Corinto algunos creyentes, entre ellos el mismo Pablo, sufrieron grandes padecimientos (18:12-17).
Pablo regresó luego a su hogar después de una breve temporada en Asia, donde hasta este momento
no se le había permitido la entrada. Permaneció en Éfeso solamente por poco tiempo, pero prometió
regresar (v.21).

4. Tercer viaje misionero de Pablo (18:23-21:14)

GALACIA/FRIGIA (18:23): De modo sistemático regresó Pablo al mismo territorio que había recorrido
anteriormente, confortando y dando ánimos a sus discípulos.

ASIA (19:1-41): Pablo andaba por otros lugares, y Apolo, un judío de Alejandría en Egipto, estaba
trabajando en Éfeso. Pero su idea del evangelio era aún incompleta, hasta que los amigos de Pablo,
Priscila y Aquila, le instruyeron (18:24-28). Quizás ya habían llegado a oídos de Pablo las nuevas
acerca de Apolos y le preocupaba lo que estaba sucediendo allí. Quizás Pablo se dio cuenta de que los
había pasado un poco por alto en su segundo viaje y sintió un impulso apremiante de apurar sus pasos
hacia Éfeso. No permaneció por mucho tiempo entre sus amigos de Antioquía en el intervalo entre su
segundo y tercer viajes. De todas maneras, cuando llegó a Éfeso tuvo que aclarar algunos
malentendidos y deficiencias de las enseñanzas de Apolos, aunque el mismo Apolos estaba ahora
mejor informado. La razón de que se demorara en descender el Espíritu Santo sobre aquellos que se
encontraban en Éfeso hasta la llegada de Pablo era que el evangelio que habían escuchado era
incompleto (v.6).

Pablo continuó predicando en Éfeso —como era su costumbre—, primero entre los judíos; pero cuando
estos se resistieron a escucharlo, Pablo se dedicó a los gentiles (v.9). Pablo continuó su ministerio en
Éfeso más tiempo que en ninguna otra parte: dos años (v.10). Suponemos que las iglesias de Asia (ver
mapa) fueron fundadas por Pablo durante este ministerio. Más tarde él les escribiría. Las siete iglesias
de Asia a las que se dirige Jesús en el Apocalipsis están señaladas en el mapa por estrellas. Téngase
en cuenta que Asia, en el lenguaje de la Biblia, no es el continente sino solamente una pequeña región
de lo que hoy día se conoce como Turquía.

Allí su ministerio tuvo gran éxito (v.20); pero, inevitablemente, volvió a surgir la oposición, esta vez de
parte de los gentiles (19:23-41). Vemos aquí como el mundo se pone en plan de batalla en contra del
evangelio cuando este empieza a afectar las riquezas terrenales de los incrédulos. Una vez más Dios
utilizó a un dirigente político pagano para acallar la oposición (15:35ss). Vemos ahora por qué Pablo
habló acerca de los magistrados, como lo hizo más tarde (Rom. 13:1-7)

MACEDONIA (20:1): Pablo partió de Asia rumbo a Macedonia, aparentemente fortaleciendo las iglesias
según pasaba por ellas.

GRECIA (20:2,3): Es muy posible que ahora visitase a los cristianos en Atenas y seguramente en
Corinto (v.3).

REGRESO AL HOGAR (20:3-21:6): Ahora emprende Pablo el regreso al hogar; pero no de inmediato ni
directamente. Hizo dos paradas muy notables. La primera en Troas, donde Lucas se le unió
nuevamente (v.5, obsérvese el uso del pronombre “nosotros”). Aquí predicó hasta muy entrada la noche
y sucedió que un joven, con el cual todos simpatizamos, se quedó dormido (20:7ss). De nuevo en Mileto
Pabló mandó a buscar a los ancianos de Éfeso, no queriendo demorar más su estancia allí. Su
conversación final con ellos es un discurso clásico de despedida (20:18-35). Todo ministro debería leer
este pasaje cada semana para hacerse recordar cómo debe ser un buen pastor. Aquí, más que en
ninguna otra parte, Pablo abre su corazón y describe su propio ministerio.

Finalmente Pablo y sus acompañantes llegan a Siria. Pablo estaba decidido a continuar hasta
Jerusalén, aunque sus amigos, guiados por el Espíritu Santo, trataron de disuadirlo (21:4). Aun el
mismo Lucas se incluye entre los que no deseaban que Pablo fuese a Jerusalén, puesto que su
reputación había alcanzado tal punto que los judíos deseaban su muerte, tanto como antes habían
deseado la muerte de Jesús (v.12). Pero Pablo insistió en ir a Jerusalén deseando morir allí por Jesús
(v.13). Después que sus amigos hicieron todo lo posible por hacerlo desistir de sus propósitos, lo
encomendaron en manos del Señor. Si Pablo debió o no haber ido a Jerusalén, no es algo que
podamos decidir nosotros. En apariencia no era muy acertado, ya que aun el mismo Espíritu había
guiado a sus amigos para tratar de convencerlo de lo contrario. Además, mientras se encontraba allí, no
tuvo mucho éxito en lograr que se le creyera que era amigo de los judíos. Pero, al igual que en todas las
cosas —fuera o no un error de parte de Pablo—, Dios lo hizo para el bien de toda la iglesia, de lo cual
da testimonio Pablo más tarde en relación con la forma en que Dios siempre obra en favor de los suyos,
ya sean sus decisiones correctas o no, sabias o no, cuidadosas o no (Rom. 8:28).

5. Pablo, embajador en cadenas (21:15-28:31)

Una vez llegado a Jerusalén, Pablo ya no fue más dueño de determinar hacia donde encaminaría sus
pasos, pues fue arrestado y puesto a la disposición de las autoridades romanas. No obstante, Pablo
estaba bajo la protección de Dios, quien dirigía los actos de las autoridades que lo tenían bajo su poder.
Si estudiamos el mapa podremos seguir este último viaje de Pablo a todo lo largo de su ruta hasta
arribar a Roma.

Los capítulos que estudiaremos a continuación nos detallan los esfuerzos realizados por Pablo para
conservar la paz entre todos los hombres (ver Rom. 12:18) y también los esfuerzos de los enemigos del
evangelio en hacer todo lo que estaba en sus manos para destruir a Pablo. Con la más sincera de las
dedicaciones, encontramos a Pablo deseando hacer todo lo posible por demostrar a su propio pueblo el
amor que sentía hacia ellos y hacia la ley de Dios (21:15-26). No quería ser causa de ofensa,
particularmente a los judíos creyentes (v.20). Pero sus enemigos, incluyendo los que residían en Asia,
lo perseguían y fomentaban el recelo en Jerusalén, adonde él había llegado pacíficamente (21:27-40).

Aun después de su arresto Pablo trataba de hacer las paces con aquellos enemigos del evangelio y de
hablarles del Cristo por quien él vivía. Pero la sola referencia a su misión (v.21) despertaba los
prejuicios de estos judíos de Jerusalén, incrédulos hasta el punto de clamar por la muerte de Pablo
(22:22-23). Una vez más observamos a Pablo ejerciendo todos sus derechos como ciudadano de
Roma, luchando contra aquellos enemigos del evangelio que deseaban deshacerse de él a toda costa
(22:24-30).

Cuando por fin Pablo pudo lograr audiencia de los judíos convenció a muchos de ellos de su inocencia
de los crímenes de que era acusado (23:1-10); pero cuando tal parecía que iba a ser despedazado por
aquellos que lo aborrecían, el mismo tribuno romano lo protegió (23:10), y Dios le dio alientos
demostrándole que todo aquello estaba en sus manos y que él había dispuesto que Pablo fuese a
Roma para allí dar testimonio de Cristo (v.11).

A pesar de las conjuras maquinadas por los principales de los judíos contra la vida de Pablo (23:12-15),
Dios lo dispuso todo para que no sólo fuera Pablo protegido de dichas conjuras sino que también tuviera
nuevas oportunidades de dar testimonio de su fe (23:16-cap.26). Pudo dar testimonio ante Félix (vea el
siguiente gráfico), gobernador de Judea (24:10-21). Él y Drusila su mujer escucharon las palabras de
Pablo. Pero Félix, por amor al dinero y con el fin de estar en gracia con los hombres, permitió que Pablo
permaneciera en la prisión (vv.24-27).
Pablo tuvo ocasión también de predicar delante del rey Agripa y de su hermana Berenice (ver cuadro
25:1-26:32) cuando Festus, que había reemplazado a Félix como gobernador de Judea, le pidió ayuda
con relación a lo que debía hacer con Pablo. Tal como se lo había dicho a Ananías mucho tiempo antes,
el Señor había escogido a Pablo para que extendiera la fe entre los gentiles, delante de reyes y de los
hijos de Israel, y que sufriese grandes tribulaciones por su causa (He. 9:15,16).

Podemos seguir el viaje de Pablo hasta Roma. Durante la tormenta que se desencadenó en alta mar,
vemos a Pablo en calma en medio de la misma, ejemplo de cómo los hijos de Dios deben mantener
siempre la paz, no importa cuáles sean las circunstancias alrededor (cap. 27). También en este viaje
Pablo estuvo siempre dispuesto a glorificar a Dios y a ser su testigo en toda clase de situaciones y en
medio de todas las circunstancias (28:1-10).

Después de su llegada a Roma, Pablo permaneció en prisión todavía por dos años más, dando
testimonio del evangelio —protegido por el gobierno romano contra toda persecución de sus
enemigos— y pudiendo recibir visitas. Es de notarse cómo Pablo, al final de la narración de su
ministerio en el libro de los Hechos, todavía trataba de predicar siempre primero entre los judíos (28:17-
23). Pero al rechazarlo la mayor parte de ellos; una vez más, guiado por la Palabra y por el Espíritu
Santo, se alejó de ellos y predicó a los gentiles que venían a verlo y escucharlo en la prisión (28:24-31).

Es creencia general que después de esta época Pablo salió de la prisión y continuó predicando el
evangelio, hasta que fue arrestado nuevamente por los romanos y finalmente ejecutado durante el
reinado de Nerón, emperador de Roma. La Segunda Epístola a Timoteo fue probablemente el último de
sus escritos antes de su muerte, pues en ella escribe que cree que será ajusticiado muy pronto y da por
terminado su ministerio (II Ti. 4:6-8).

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Continuando la relación cronológica que seguimos en el estudio del Evangelio de Lucas,


encontramos que la muerte de Cristo ocurrió alrededor del año 29 de nuestra era, durante el
reinado de Tiberio, el cual gobernó desde el año 26 hasta el año 37. Siendo aún Tiberio
emperador de Roma, ocurrió la conversión de Pablo, alrededor del año 34 A.D. (9:1ss).

Calígula fue emperador de Roma después de Tiberio, desde el año 37 al 41. Después vino
Claudio, desde el 41 al 54. Fue en esta época que Santiago fue mandado a ejecutar por órdenes
de Herodes Agripa I, rey de Judea (ver familia de Herodes). Ello sucedió alrededor del año 41
(12:3). El hambre que se menciona en 11:28 ocurrió también reinando Claudio y puede que haya
sucedido no más tarde que el año 43. La muerte de Herodes Agripa, mencionada en Hechos
12:23, tuvo lugar en el año 44.

El primer viaje misionero de Pablo, relatado en los capítulos trece y catorce, comenzó alrededor
del año 46, bajo el imperio de Claudio, y duró hasta el año 48.

El Concilio de Jerusalén tuvo lugar entonces alrededor del año 49 (cap. 15), el mismo año en que
se puso en efecto el edicto de Claudio, nombrado en 18:2.

El segundo viaje misionero de Pablo comenzó alrededor del año 50 (15:36ss), y continuó hasta el
año 52. Pablo estuvo delante del procónsul Galión en Corinto hacia el año 51 (18:12) a
consecuencia de las maquinaciones de los judíos.

El tercer viaje misionero de Pablo puede fijarse entre los años 52 y 57 (18:23ss). Durante este
viaje sucedió la muerte de Claudio, ocurrida en el año 54, y comenzó el reinado de Nerón. Fue
probablemente durante el reinado de Nerón, que duró desde el año 54 hasta el 67, que Pablo fue
arrestado por última vez y condenado a muerte. Fue también Nerón al que Pablo apeló contra las
intimidaciones de los judíos.

El arresto de Pablo en Jerusalén tuvo lugar alrededor del año 57 (21:33), y el encarcelamiento en
Cesarea en el año 60 (cap.24). Fue entonces, por esa misma época, que Pablo comenzó en
cadenas su viaje a Roma (caps. 27,28), en donde permaneció hasta el año 63.

Hasta aquí nos lleva el libro de los Hechos. Después, en el año 66, los judíos se rebelaron contra
Nerón, y Vespasiano fue enviado para apaciguar la revuelta; pero antes de terminar su misión,
Nerón murió en Roma y Vespasiano fue mandado a buscar. Luego de tres reinados muy cortos,
Vespasiano mismo subió al trono en el año 68 como emperador. Vespasiano entonces mandó a
su propio hijo, Tito, a completar la labor que él había comenzado en Jerusalén. Jerusalén cayó en
el año 70, el templo fue destruido y se les prohibió a los judíos que penetrasen en el área. Otros
judíos hicieron resistencia más tarde en la fortaleza de Masada hasta que, por último, también
esta cayó en manos del ejército romano en el año 79.

Tito sucedió a su padre en el trono en el año 79. A su vez fue sucedido por Domiciano. Fue
probablemente durante el reinado de este último que se escribió el último libro del Nuevo
Testamento, el Apocalipsis de Juan. La última resistencia judía en contra de Roma fue la de Bar
Kochba, quien en el año 132 bajo el emperador Adriano trató de organizar una insurrección; pero
también fracasó en el intento.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

El libro de los Hechos mostró a la iglesia primitiva la importancia de depender del Espíritu Santo y
fue a la vez un comentario sobre el significado e importancia de “la Gran Comisión” de nuestro
Señor (Mt. 28:18-20; He. 1:8). Les hizo ver la importancia de las Escrituras en todo lo que hacían y
les advirtió que debían esperar fuerte oposición a las enseñanzas del evangelio. En tales
circunstancias, debían también buscar la presencia y ayuda de Dios.
Del primer sermón de Pedro, y de todo el resto del libro, conocieron los puntos esenciales del
evangelio y qué clase de iglesia bendeciría el Señor y haría que aumentase el número de sus
miembros.

Con, relación a los viajes misioneros de Pablo —primer mensaje del libro— se establecieron
ciertos principios fundamentales para todos los futuros viajes de misiones en el mundo entero.
Anotaremos aquí solamente unos pocos, no una lista exhaustiva de todos los principios básicos
de la actividad misionera que pueden encontrarse en los Hechos. Los principios que
mencionamos a continuación no aparecen en orden de importancia:

1. La labor de las misiones incluye el testimonio cristiano, tanto en el país en que vivimos como en todas
partes de la tierra. Exige ausencia total de prejuicios por parte de la iglesia al enviar a los misioneros,
así como por parte de los misioneros enviados. Esto se ve claramente en los eventos que antecedieron
al primer viaje misionero de la iglesia.

2. La labor misionera es labor de la iglesia y no simplemente el trabajo de individuos. Pablo y Bernabé


fueron enviados por la iglesia, guiados por el Espíritu Santo que obraba en esa iglesia.

3. La labor misionera necesita una metodología. Esa metodología incluye: ir primero a aquellos que ya han
escuchado previamente la Palabra, en este caso los judíos y las sinagogas judías, tratando de construir
sobre lo que ya han aprendido mediante el Espíritu Santo; continuar las enseñanzas y dar alientos a los
conversos durante cierto periodo de tiempo después de haberse convertido; comenzar allí donde se nos
escuche —si son paganos— apelando a la revelación natural según la interpreta la Palabra de Dios;
volver a aquellos que fueron evangelizados anteriormente, dando aliento a los creyentes; organizar
iglesias, no simplemente ganar creyentes; designar ancianos en las iglesias para que las conduzcan
espiritualmente; informar a la iglesia central acerca de las cosas hechas por el Espíritu Santo a través
de ellas; volver en viajes sucesivos, alentando a las iglesias jóvenes, respondiendo a sus necesidades;
llamar a algunas personas pertenecientes a las nuevas iglesias para que acompañen a los misioneros y
ser así adiestradas en el ministerio del evangelio; mantener informadas a las iglesias situadas en
regiones apartadas acerca de las decisiones tomadas por la iglesia central; prestar atención al llamado
del Señor indicando dónde, cuándo, y cómo se debe trabajar; acudir al llamado de ayuda hecho por
territorios paganos; permaneciendo más tiempo allí donde hubiese una respuesta favorable al
evangelio; saliendo de aquellos otros lugares en donde la respuesta fuere nula; hacer uso de toda
oportunidad, aun cuando sea en tránsito, para dar testimonio donde quiera que haya alguien que nos
escuche; trabajar, si fuese necesario, para ganar el sustento propio y no ser una carga para aquellos
que escuchan la Palabra; siempre que sea posible, buscar y residir en áreas céntricas, para poder llevar
a cabo el ministerio sobre toda la región; dividir las responsabilidades de la labor misionera entre
aquellos que han sido ya entrenados, encargándolos del cuidado de ciertas iglesias; al dejar las iglesias,
confiar las responsabilidades de la misma a los ancianos, usando el ministerio propio como ejemplo que
deben seguir ellos.

4. La labor misionera es portadora de un mensaje específico. Ese mensaje comprende: el evangelio,


centrado en la persona y labor de Jesucristo; pruebas en las Escrituras de lo que se predica;
advertencias acerca de las consecuencias que puede traer el rechazar el mensaje; importancia máxima
y central de la resurrección de Cristo Jesús; toda la enseñanza de Dios (todas las Escrituras, es decir,
todo lo que Cristo enseño); enseñar públicamente y de casa en casa.

5. La labor misionera entraña oposiciones que hay que encarar. Esa oposición incluye: tratar de alejar del
evangelio a los posibles conversos; contradicción a los evangelios debido a los celos entre los que nos
escuchan; oposición por parte de los dirigentes principales de la comunidad, alentados por enemigos
pertinaces del evangelio; oposición física y de palabra; oposición que se extiende hasta donde el
evangelio se extienda; oposición por parte de aquellos cuya posición económica se verá afectada por la
prédica del evangelio dentro de la comunidad; oposición por parte de algunos individuos debido a
razones políticas del momento; ataques, incluso por parte de algunos incrédulos que se basan en
determinados elementos del evangelio y los usan para beneficio propio; oposición por parte de
multitudes que no saben ni comprenden lo que se está discutiendo. Mientras más fuerte sea la
oposición encontrada, mayor será el tiempo requerido para que el evangelio se arraigue en las vidas de
los conversos.
6. La labor misionera exige el trato inteligente con aquellos que se le oponen. Entre las distintas maneras
en que podemos encarar la oposición tenemos: algunos deben ser censurados y enfrentados
públicamente; de otros es mejor huir y llevar el evangelio a otras partes; de otros aun, debemos
apartarnos por un tiempo, hasta que se presente una oportunidad más favorable; las discrepancias
dentro de la iglesia deben solucionarse acudiendo a los tribunales de la iglesia y no simplemente
insistiendo en que se haga lo que uno desea, para de esa manera tener el apoyo de todos los
creyentes; si somos puestos en prisión por predicar el evangelio, alabemos a Dios en nuestra prisión
por amor a aquellos que nos encarcelan; demandando todos nuestros derechos legales cuando dichos
derechos, si es que existen en el lugar, son olvidados o abusados; reconociendo que Dios puede y a
menudo usa los dirigentes paganos para proteger a los suyos, pero sin depender de tal protección;
cuando se nos impida predicar en un lugar, ir a otro; siempre confiando en la ayuda de Dios para poder
deshacer la enemistad de los incrédulos.

Aunque podríamos decir mucho más de lo que acabamos de exponer, esto será suficiente por el
momento, hasta que tengamos una oportunidad más tarde cuando hayamos estudiado este libro
con más profundidad.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de estos pasajes?

No conozco ningún principio de los mencionados anteriormente, y otros muchos más nombrados
en el libro de los Hechos, que no pueda ser aplicado a la iglesia de hoy día como lo fueron
aplicados en aquella época. Simplemente debemos siempre mantener estos principios ante
nuestros ojos. Aún constituyen el manual de conducta de la iglesia al obedecer el encargo dado
por nuestro Señor de ser testigos Suyos.
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas
1. De acuerdo con los principios vistos anteriormente ¿tengo yo, o tiene cualquier otro miembro de
mi iglesia, algún prejuicio concerniente a quién o a quiénes debe predicarse el evangelio?
¿Existe tal prejuicio en mi denominación? ¿en los misioneros que hemos enviado a predicar?

2. ¿Considero la labor de las misiones como algo que también pertenece a mi iglesia, y a mí
mismo como miembro de la iglesia? ¿En qué forma expreso mi intervención? ¿En qué forma se
expresa mi iglesia con relación a su propio presupuesto, en sus oraciones, en candidatos a las
misiones enviadas por ella?

3. ¿Estudia mi iglesia —mi denominación, y aun yo mismo— y se ocupa formalmente de seguir


seriamente la metodología apropiada con respecto a las misiones? ¿Hasta qué punto aplico yo
mismo esta metodología al predicar a Cristo? ¿Cómo utiliza mi propia iglesia estos principios?

4. ¿En qué medida se adapta el mensaje predicado por mi iglesia al mensaje que encontramos en el
libro de los Hechos en lo que se refiere a los fundamentos del evangelio? ¿Es ese el mensaje que
se está proclamando actualmente en la labor de las misiones, tanto en mi país como en el resto
del mundo? ¿Qué se hace para conseguirlo?

5. ¿Cómo me enfrento a la oposición que encuentro al predicar el evangelio? ¿He experimentado


alguna vez dicha oposición? Si no ¿por qué?

6. ¿Cómo trato a aquellos que se oponen al evangelio? ¿Cómo los trata mi propia iglesia? ¿Cuánta
oposición existe a la labor misionera en mi propio país, en el mundo?
5: Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos

Introducción

Con este capítulo comenzamos el estudio de las diferentes cartas o epístolas que encontramos en
el Nuevo Testamento. Sabemos quiénes escribieron la mayor parte de estas cartas o epístolas,
pero no todas. En general, seguiremos en nuestro estudio el mismo orden en que las encontramos
en el Nuevo Testamento, en lugar de tratar de ordenarlas cronológicamente, puesto que todas
fueron escritas en el espacio de medio siglo y, por consiguiente, en este caso las fechas son
asunto de menor importancia. Estas cartas están ordenadas con un cierto propósito dentro de
nuestra Biblia y el estudiarlas en ese mismo orden será de gran provecho para todos. Únicamente
la Epístola de San Judas está situada fuera de ese orden y colocada junto a otras dos de
naturaleza semejante, todas tomando abundantemente de la fuente del Antiguo Testamento.

El primer grupo está formado por las epístolas escritas por el apóstol Pablo. De acuerdo con el
orden adoptado por nuestra Biblia, la primera epístola que encontramos es la dirigida a los
romanos.

Quizás por el hecho de que esta epístola fue escrita para personas a las que Pablo jamás había
visto ni visitado, Romanos es el ejemplo más claro del evangelio que Pablo predicó y de las
consecuencias que produjo sobre los que lo escucharon.

La Epístola a los Romanos fue escrita con toda probabilidad en Corinto, durante el tercer viaje
misionero de Pablo. En esta carta leemos que Pablo esperaba ir muy pronto de visita a Roma,
como lo había planeado después de su tercer viaje (He. 19:21). Menciona algunos nombres de
personas que se encuentran con él y que sabemos que trabajaban con él mientras se hallaba en
Corinto (Rom. 16:21-23; ver I Co. 1:14; He. 19:22).

¿Qué encontramos aquí?

ROMANOS: exposición del evangelio predicado por Pablo

Aparte de una introducción muy breve y de una despedida más bien larga, encontramos en el
cuerpo de esta carta seis grandes divisiones.

La salutación (1:1-7)

Pablo se identifica como siervo de Jesucristo y apóstol apartado para el evangelio de Dios (v.1).
Después explica lo que él entiende por evangelio: la promesa hecha a los profetas acerca de un
hijo, del linaje de David según la carne (v.3; aquí Pablo hubiera podido citar todas las genealogías
de Jesús como hemos visto en Mateo y en Lucas) pero también Hijo de Dios (según se vio por su
resurrección de entre los muertos; v.4). Por último, aun dentro de la salutación, Pablo demuestra
que este evangelio encierra consecuencias para él y para los otros apóstoles —de predicar la fe
entre todas las naciones— y para los lectores, llamados a creer en Cristo Jesús (vv.5, 6).

Luego indica que esta carta está dirigida especialmente a los creyentes que se encuentran en
Roma. Las palabras con que termina el versículo siete son típicas de las salutaciones paulinas,
expresando no sólo los medios de alcanzar los beneficios del evangelio: la gracia de Dios, sino
también el mayor bien que ofrece el evangelio: la paz con Dios. En esta carta Pablo nos
demostrará cómo la gracia tanto como la paz son esenciales para que podamos comprender el
evangelio.
1. Empeño de Pablo: predicar el evangelio a los que se encuentran en Roma (1:8-32)

Pablo comprendía que la iglesia de Roma ocupaba un lugar estratégico. Se encontraba en la ciudad
más importante de todo el imperio romano; por tanto, todo lo que allí sucediera tendría gran influencia
en toda la cristiandad (v.8). La historia demostró cuán acertado estaba en sus cálculos. El primer
milenio en la historia de la iglesia fue grandemente influido por la iglesia de Roma. El segundo milenio
aún siente sus efectos.

El gran deseo que tenía Pablo de ver a los romanos y convivir con ellos se halla expresado de un modo
muy hermoso en 1:11,12. Pablo se considera como deudor, tanto a los griegos como a los que no lo
eran, en términos de su obligación de predicarles el evangelio (vv.14, 15).

Después Pablo expone tres razones importantes por las cuales es fundamental que él predique el
evangelio, tanto en Roma como en todas partes: 1) porque es algo de lo que él no tiene de qué
avergonzarse; 2) porque en ese evangelio se revela la justicia de Dios, es decir, una justicia que es
verdadera por la fe y para la fe (de acuerdo con los mensajes dados por los profetas muchos siglos
antes; v.17); y 3) porque sin ese evangelio los hombres perecerán con toda seguridad (vv.18-32).

Es realmente en este momento que Pablo comienza a explicar el evangelio. Nos dice que es parte de la
naturaleza humana tomar la revelación natural que Dios le ha dado al hombre (ver Sal. 19:1-6), junto
con el testimonio de todo hombre, y cambiar y tergiversar esa revelación, de tal forma que, en lugar de
llegar a la verdad de Dios, el hombre se rebela contra esa verdad y la pervierte, convirtiéndola en
mentira. Sus miles de idolatrías son evidencia vergonzosa de ese hecho (1:18-23). Por consiguiente, lo
que nos dice Pablo es que el hombre natural, a pesar de la enseñanza de todo lo que Dios ha hecho y
aun hace, no alcanza de ello ningún beneficio; en vez de ello, se condena a sí mismo al negarse a obrar
según la verdad que Dios le ha dado. ¡Y ello incluye no sólo al pagano que habita en la región más
escondida de la tierra, sino también al incrédulo que reside en un moderno apartamento de una gran
metrópolis, y a todos los demás!

Puesto que por su propia naturaleza pecadora el hombre natural ha preferido rechazar a Dios (como lo
podemos ver, por ejemplo, en la historia de la torre de Babel y en el Salmo 2), Dios lo ha entregado a su
propia naturaleza depravado para que vaya de mal en peor (como vimos antes del diluvio y después en
Sodoma, Nínive, y Babilonia, por ejemplo; vv.24, 25). Entre los indicios más obvios de una sociedad
corrupta, Pablo nos muestra la práctica generalizada del homosexualismo (o lesbianismo; vv.26-27).
Pero una prueba aun mayor de la profundidad en que caen los hombres de acuerdo con sus
inclinaciones naturales es una mente réproba, que no solamente permite tales prácticas y costumbres
sino que también las aprueba (vv.29-31). Obsérvese que la mayor gravedad de tales pecados no es
cuando los hombres los cometen, sino cuando comienzan a aprobar que otros también los cometan
(v.32).

El punto de vista que utiliza Pablo es que, aunque Dios ha permitido al hombre que siga sus tendencias
—que han de conducirle a su destrucción—, también Dios le ha dado el evangelio para que pueda
salvarse de ese desastroso final. Este es el final del cual el evangelio puede salvar a los hombres. Ese
evangelio es el único poder que puede evitar lo inevitable. Por este motivo es que la Confesión de Fe de
Westminster, al tratar del tema del hombre, comienza con una mirada honesta al hombre en su
condición de pecador (Confesión de Fe de Westminster, cap.6).

2. La ira de Dios desciende sobres todos los hombres por igual: judíos y paganos, puesto
que todos son pecadores por naturaleza (2:1-3:20)

Primeramente Pablo expresa que todo el que se considere a sí mismo como mejor que los demás,
quienquiera que sea, judío o pagano, está completamente equivocado (2:1,11). Esto es lo que quiere
decir Pablo con el “justo juicio”, como lo enseñó Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt. 7:1ss). Porque
al final solamente Dios será el juez de todos los hombres. Él es el único que puede juzgar con justicia.
Ese mismo juicio de Dios será aplicado a todos los hombres; los que viven de acuerdo con las
enseñanzas divinas tendrán vida eterna (v.7); los que no, perecerán (vv.8, 9).

Dios siempre ha enseñado que no son los que oyen sino los que practican la ley los que son justos a los
ojos de Dios. Así lo había enseñado Jesús antes y, aun más anteriormente, lo había anunciado el
Antiguo Testamento (Mt. 7:24ss; Rom. 2:12-16). No quiere Pablo decir con ello que haya algunos que
han logrado, a través de una obediencia perfecta, agradar a Dios, sino que, cualquiera que así lo hiciera
será salvo, aunque jamás haya conocido la ley. Más tarde Pablo deja perfectamente aclarado que nadie
es justo en realidad.

Pablo se dirige especialmente a los judíos que se jactan de tener la ley, como si el simple hecho de
tener la ley les garantizara ser aceptables a los ojos de Dios (2:17-29). Les demuestra cómo, en
realidad, al tener la ley, lejos de estar justificados a los ojos de Dios, están condenados (vv.20-24). Les
señala, en particular, el sacramento de la circuncisión que los sitúa en un plano diferente a los demás
(vv.25-29), y muestra —como lo había mostrado Moisés mucho antes y después Jeremías— que la
verdadera circuncisión es un asunto del corazón y no simplemente de la carne (Dt. 10:16; Je. 4:4).

Pablo hace notar que existen algunas verdaderas ventajas en haber sido judío y haber tenido la ley, los
profetas, y los sacramentos del Antiguo Testamento, pero que esas ventajas no aseguraban la
salvación (3:1-9). En realidad las mismas Escrituras que los judíos han tenido les enseñan, con toda
claridad, que todos los hombres están inclinados hacia el mal por naturaleza propia y que ninguno se
justifica ante Dios por sus propios medios (vv.10-18). Aquí Pablo nos trae citas de los Salmos y del
profeta Isaías, mostrando amplia evidencia en las Escrituras sobre este punto. Este punto es de vital
importancia: que todos los hombres son pecadores por naturaleza y completamente incapaces de
salvarse por sí mismos. Mientras ese hecho no sea aceptado, nadie podrá creer sinceramente en el
evangelio (3:19,20). Judíos y paganos por igual, consiguientemente, son culpables ante Dios.

3. La justicia (ser justo ante Dios) es posible solamente por la fe (3:21-4:25)

En 3:21-31 se nos expone la tesis fundamental de Pablo al desarrollar el evangelio. Nos muestra que
las Escrituras han dado testimonio del evangelio (que es una forma de justicia lograda aparte de una
obediencia perfecta a la ley) desde un principio. Que la justicia —la justicia de Dios imputada
(acreditada) a los hombres— llega solamente a través de la fe in Cristo Jesús. Puesto que todos los
hombres, a partir de Adán, han pecado, no existe ni existirá forma alguna de que puedan ser salvados si
no es siendo justificados gratuitamente por Dios mediante la REDENCIÓN lograda por Cristo. El uso
que hace Pablo de la palabra “redención” en este versículo es casi exclusivo dentro de todo el Nuevo
Testamento. Fue usada solamente por el autor de la Epístola a los Hebreos y también por Jesús una
vez (Lc. 21:28). Básicamente significa “liberar”. Por tanto, por la fe en Cristo, somos liberados del
castigo por nuestros pecados, la muerte.

Después Pablo usa el término “propiciación”. Fundamentalmente este vocablo quiere decir “acto de
misericordia” (3:25). Al enviar a su Hijo, Dios lo envió como acto suyo, expresión de su misericordia
hacia nosotros. Nuestros pecados fueron lavados en la Sangre de Cristo. Por consiguiente, hemos sido
liberados del castigo de nuestros pecados que es la muerte (v.25). Al tratar Dios en esta forma a los
pecadores ha hecho posible, al mismo tiempo, no solamente que podamos estar justificados ante sus
ojos —por haber recibido su justicia en nosotros— sino que, a la vez, por la muerte de Cristo, él ha
aplicado justicia a nuestros pecados, los cuales Dios no hubiera podido ignorar ni pasar por alto debido
a su propia naturaleza (Rom. 3:25,26; ver. Ex. 34:6,7).

Siendo recipientes de la gracia de Dios y a través de ella capaces de alcanzar misericordia al morir
Cristo en nuestro lugar y, por tanto, libres del pecado y de la muerte, no tenemos derecho a jactarnos de
nada (v.27). En suma, el hombre es justificado (aceptado como justo ante Dios y aceptable como hijo de
Dios) solamente por la fe y de ninguna forma por sus obras de obediencia a la ley (v.28). Como dice
ahora Pablo, esto no significa decir que la ley sea totalmente inútil, lo que más tarde nos demostrará. En
realidad, por vez primera los que han sido redimidos pueden comenzar a obedecer la ley de Dios como
deben hacerlo sus hijos.

Al explicarnos el evangelio, Pablo no nos dice nada nuevo. Desde el principio Dios lo ha enseñado a su
pueblo: que no sólo a través de la obediencia perfecta podían ellos complacerlo. Ni Adán fue capaz de
hacerlo, aun antes de que hubiera pecado en el mundo. A través de todo el Antiguo Testamento Dios
siempre llamó a su pueblo a creer en él, enseñándoles que debían esperar la redención que él
proveería. Aun en el mismo tabernáculo, Dios situó el asiento de la misericordia en donde estaba el
Arca (símbolo de la presencia de Dios). Dios se declaró como único Redentor muchas veces (Is. 41:14;
43:14).
Habiéndonos presentado su tesis primordial en relación con el evangelio, Pablo nos demuestra que fue
esta en verdad la manera en que Abraham y todos los hijos de Dios fueron redimidos (salvados). En lo
que se refiere a Abraham, Pablo nos muestra que la justicia le fue contada (reconocida) por su fe, como
lo dice en Génesis 15:6 (4:1-5). Lo que es más, Pablo cita a David para demostrar que los
bienaventurados (hijos de Dios) son aquellos cuyos pecados les son perdonados (4:6-8). Esta bendición
la tuvo Abraham no porque estuviera circuncidado, sino antes de estarlo; por consiguiente, los que
dicen que uno debe estar circuncidado para poder ser hijo de Dios, tendrían que excluir a Abraham de
ser hijo de Dios antes de estar circuncidado (4:9-13).

El único camino para la salvación segura del hombre es el de gracia de Dios a través de la fe en Cristo
(4:14-22). Fue así como Abraham recibió la promesa de la multiplicación de su simiente. Si la numerosa
descendencia hubiera dependido de haber cumplido con todo lo que exigía la ley, entonces no hubiera
habido simiente alguna. Abraham creyó en la promesa de Dios de que sería padre de una simiente
numerosa, y su fe en el poder de Dios para darle dicha simiente, no mediante sus propios actos sino por
el poder de Dios, fue lo que hizo, en primer lugar, que la justicia le fuera imputada a Abraham.

En conclusión, Pablo nos demuestra que lo que fue escrito antes para Abraham fue escrito también
para instruirnos a nosotros, para que sepamos que, a los que creemos en un Jesucristo triunfante sobre
la muerte y el pecado por nosotros, también se nos perdonarán los pecados y seremos justificados
(hechos justos) ante los ojos de Dios.

En resumen, Pablo nos está diciendo que cuando en el Antiguo Testamento Dios dijo a su pueblo que
esperaran por él para hacer lo que por sí mismos no podían hacer, quiso decir que esperaran por lo que
él les haría a través de su Hijo. Cristo Jesús no solamente viviría una vida justa como sustituto nuestro
para que pudiéramos recibir su justificación como un don de Dios sino también moriría para pagar las
culpas de nuestros pecados. De manera que nuestros pecados ya no nos impiden ser aceptados a los
ojos de Dios. Con la muerte de Cristo nuestros pecados —todos nuestros pecados— serían perdonados
para siempre. Por ello la gracia de Dios se manifiesta en que Dios hace esto gratuitamente (como lo dijo
por boca de Isaías mucho antes, Is. 55:1ss). La misericordia de Dios se ve en que Dios no nos castigó
por nuestros pecados como lo merecemos, sino que a través de la muerte de su Hijo hizo que nuestros
pecados fueran borrados. Es por ello que la Confesión de Fe de Westminster habla de la justificación
solamente en la fe en Cristo (Confesión de Fe de Westminster, Cap.8, VIII; Cap.11).

4. Beneficios de esta justicia por la fe en Cristo (5:1-8:39)

En toda esta sección nos encontramos repetidas veces con las palabras: vida eterna. Este es el
beneficio de nuestra justificación por la fe en Jesucristo, como lo enseñó Jesús a Nicodemo (Jn. 3:16).
Nos explica aquí Pablo el significado e importancia de la vida eterna. Nos señala claramente que
consiste no en una vida que ha de durar por siempre jamás sino en una forma de vida nunca antes
experimentada por el hombre, que puede ser disfrutada ahora, en este momento, y no solamente más
tarde en el cielo.

Esa vida se describe en primer lugar en términos de “paz con Dios” o “reconciliación con Dios” (5:1-21).
Debemos recordar que cuando Adán pecó y cayó, se le prohibió que se acercase al Árbol de la Vida
(Gn. 3). Desde ese momento fue enemigo de Dios, haciendo todo lo que ofendía a Dios por culpa de su
naturaleza pecadora, y toda su descendencia continuó haciendo lo mismo después de él. Todos los
hombres, a través de Adán, cayeron en el pecado y en la muerte (estado de enemistad con Dios). Es
esto lo que el Catecismo Menor de Westminster llama “un estado de pecado y miseria” o “pecado
original” (Preguntas del Catecismo Menor, 17-19).

Por la obra de Jesús descrita en los capítulos que anteceden, volvemos a gozar ahora de la paz con
Dios por nuestra fe en Cristo. Esa paz con Dios nos da acceso a la gracia continua de Dios (v.2; ver Jn.
1:16). Y algún día esa gracia tendrá su culminación al encontrarnos en presencia de Dios en el cielo
(v.2). Mientras tanto, somos confortados por la gracia de Dios que pone en nuestro corazón la
esperanza de ese día que ha de venir.
Esto quiere decir que podemos sufrir pacientemente todas las pruebas que nos presente el mundo, con
los ojos puestos en el cumplimiento de nuestras esperanzas (vv.3, 4). Y esa esperanza no se malogrará
porque está basada en la Palabra de Dios quien nos ama y quien, por su Espíritu Santo en nosotros,
nos está recordando siempre su amor (v.5). No podemos poner en duda el amor de Dios cuando
comprendemos lo que Dios, en Cristo, ha hecho por nosotros (5:6-11).

Finalmente, Pablo nos dice que al igual que en Adán —un hombre— todos pecamos y morimos
espiritualmente, igualmente por Cristo —otro hombre— los que creemos en él viviremos eternamente
(vv. 12-21).

La vida que tenemos en Cristo se describe en términos de la libertad de no pecar (6:1-23). No tenemos
por qué continuar pecando. Cuando estábamos muertos en el pecado nuestros actos eran pecados a
los ojos de Dios. No podíamos evitar pecar en todo lo que hacíamos; pero ya no es así. Ahora tenemos
la libertad, por la gracia de Dios, de no pecar más. Ya no somos esclavos del pecado (encadenados al
pecado). En esta nueva vida en Cristo aprendemos a andar como hijos de Dios (v.4). Vivir en Cristo
(v.8) significa estar vivos para Dios en Cristo (v.11). Significa que el pecado no gobierna nuestras vidas
como antes, cuando lo único que podíamos hacer era pecar (v.12). Ahora tenemos el privilegio de
emplear nuestras vidas (la vida que vivimos en nuestros cuerpos) al servicio de Dios, de hacer la justicia
y no la injusticia (vv.13, 14).

Para poder apreciar lo que Pablo nos está diciendo es necesario detenernos y considerar que antes de
ser salvados, todo lo que hacíamos (aun aquello que los hombres pudieran considerar como buenas
obras) estaba manchado por el pecado a los ojos de Dios por culpa de las malas intenciones de
nuestros corazones. Pero ya no es así; ahora, al estar en estado de justicia con Dios por la fe en
Jesucristo, podemos realizar buenas obras (obras que Dios acepta como justas) que son agradables a
Dios. Sin la vida eterna por la fe en Cristo no hay hombre que pueda realizar obra alguna que sea
agradable a los ojos de Dios. Pablo nos está diciendo cuán grande es este privilegio que tenemos de
poder usar nuestros cuerpos —que durante tanto tiempo servían solamente al pecado— para gloria de
Dios (6:15-22). Pablo termina diciendo que puesto que antes pecábamos y estábamos muertos
espiritualmente ante Dios (incapaces de hacer algo que fuese agradable a Dios), ahora debemos
comprender que a través de Cristo hemos recibido la vida eterna y que debemos vivir esa vida en toda
su capacidad de servir al reino de Dios (6:23).

Pablo desea aclarar dos posibles malentendidos en lo que enseña. Primero, lo que nos ha dicho no
quiere decir que la ley de Dios sea inútil para los cristianos (7:1-12). Cuando Pablo escribe que los
creyentes han muerto para la ley (7:4), quiere decir que ahora podemos obedecer la ley a través de esa
nueva vida que tenemos en Cristo, como jamás antes pudimos obedecerla. Antes la ley simplemente
nos mostraba que éramos pecadores, porque nunca podíamos cumplir con todos sus requisitos; pero
ahora —viviendo en Cristo— tenemos la ley escrita sobre nuestros corazones (ver Je. 31:33ss; Ez.
36:26,27). Toda nuestra relación con las leyes ahora diferente. Ahora queremos agradar a Dios;
queremos obedecerlo. Es esta nuestra nueva naturaleza en Cristo. Es esto lo que quiere decir Pablo
cuando habla de servir a Dios con un nuevo espíritu y no “bajo el régimen viejo de la letra” (v.6). Cuando
la ley no era más que algo externo, letras escritas en una página, algo que no estaba en nuestros
corazones, entonces servía sólo para condenarnos. Pero ahora, al estar escrita en nuestros corazones
(al tener una naturaleza agradable a Dios), tenemos una nueva relación con la ley de Dios. En esto
consiste la esencia del evangelio.

Pablo termina diciendo que la ley es santa, justa, y buena. Modelo y norma aun de lo que Dios desea
que sus hijos sean (v.12). Cuando Pablo estuvo muerto en el pecado, la ley simplemente le mostró que
estaba espiritualmente muerto; pero no podía ayudarlo a ser mejor (vv.13, 14).

También Pablo desea aclarar otro posible malentendido: que los cristianos ya no son pecadores (7:14-
25). Escribe ahora en tiempo presente, indicando con ello que está hablando de su presente condición
como creyente. En su corazón desea complacer a Dios sirviendo la ley de Dios (v.25), pero todavía está
en la carne que por tanto tiempo conoció solamente el pecado. Por tanto, no siempre hace lo que su
corazón desea (servir a Dios). Muchas veces, por culpa de las viejas costumbres del pecado, peca y va
contra la ley a pesar del empeño de su corazón. Pero esto no quiere decir que se haya perdido de
nuevo. Lejos de ello, porque él sabe que en Cristo está libre del castigo por sus pecados. Aunque su
carne siga cediendo a la tentación de vez en cuando, en su corazón (en su mente) él continuará
sirviendo a Cristo y no se desalentará o frustrará por sus fracasos. ¡En Cristo alcanzará la victoria!

Todo esto quiere decir que no hay condena para los creyentes (8:1-39). Ya no pueden volver a caer en
el antiguo círculo de muerte y pecado. Ese antiguo círculo era así: LEY — CONOCIMIENTO DEL
PECADO — MUERTE. ¡Era un círculo sin esperanzas! Pero ahora, en Cristo, hay un nuevo círculo:
GRACIA — CONOCIMIENTO Y CAPACIDAD PARA CUMPLIR CON LA LEY DE DIOS POR EL
ESPÍRITU — VIDA ETERNA (8:1-5). Mediante el Espíritu que Dios ha dado a todos los creyentes
podemos obrar lo que agrada a Dios (8:6-9). Ningún creyente debe temer que no tiene el Espíritu. Estén
seguros: si creen, el Espíritu está con ustedes (v.9). No quiere decir ello que el cuerpo esté libre de los
deseos de pecado; aún se encuentra sujeto a tentaciones y al pecado (v.10); pero con el Espíritu Santo
que Cristo ha enviado, podemos ciertamente ver mejorías en la manera en que nuestro cuerpo está
sujeto al Espíritu de Dios que mora en nosotros (vivificados).

Esto lleva a Pablo a un último punto al hablar de los beneficios de la justicia por la fe que tenemos en
Cristo (8:12-39). El Espíritu se encuentra aquí para ayudarnos a vivir a plenitud la vida que Cristo nos ha
dado. Él nos ayuda a dar muerte a las obras del cuerpo (cosas que el cuerpo se inclina a desear, v.13).
También continúa ofreciendo testimonio a nuestros corazones, a través de la Palabra, de que somos
hijos de Dios (vv.14-17) y nos da la esperanza de que algún día nuestros propios cuerpos serán
redimidos (renovados de modo que se verán completamente libres de pecado; vv.18-25). Además, nos
ayuda al orar por nosotros, conociendo nuestras necesidades mejor de lo que las conocemos nosotros
mismos (vv.26-27).

En esta última expresión, al decir que el Espíritu siempre está orando por nosotros de acuerdo con el
propósito de Dios, nos dice Pablo finalmente que los propósitos de Dios para con nosotros son siempre
buenos (v.28). Sus propósitos no sólo incluyen nuestra justificación sino que ya desde antes Dios nos
había elegido y decidido llamarnos a él. Después de ser justificados, Dios completará la labor de
nuestra salvación para que seamos glorificados y lleguemos a ser lo que Dios al principio quiso que
fuésemos (vv.29-30; ver Ef. 1:4).

Ahora bien, si ese es el propósito de Dios y a través del Espíritu Santo ora sin cesar por nosotros,
entonces no tenemos nada que temer. Nada puede salir mal (8:31-39).

5. ¿Cuáles son las consecuencias para los que rehúsan esta justicia?

Antes de pasar adelante y mostrarnos cómo esta nueva vida en Cristo afecta a los creyentes, Pablo
quiere hablar primeramente acerca de las consecuencias que trae consigo el rechazo del evangelio.
Pablo, siendo judío en la carne, siente profundo dolor por tantos judíos que han rechazado el evangelio
que él predica. Vimos en nuestro estudio de los Hechos cuántas veces trató de llegarse primero a los
judíos en todo lugar que visitó; pero cuando estos se negaron a escucharlo, sacudió el polvo de sus
sandalias, como había enseñado Jesús a sus apóstoles que hicieran con los judíos incrédulos. Pablo
expresa un gran amor y compasión por el pueblo judío (9:1-5).

Después, citando una serie de pasajes de las Escrituras, establece el hecho de que lo que él enseña no
es nada nuevo para los judíos, sino que fue enseñado claramente en todas las Escrituras dadas a los
judíos antes que a nadie (9:6-11:27). En esta sección Pablo menciona pasajes de las Escrituras por lo
menos veintiocho veces, estableciendo que Dios había, de principio a fin, enseñado ese mismo
evangelio que ahora él predicaba. Cita el Pentateuco, es decir, la ley (Génesis, Éxodo, Levítico,
Números, Deuteronomio), los profetas (Isaías, Oseas, Joel, Malaquías), y los Salmos, así como los
libros de Reyes (cf. Lc. 24:44).

Básicamente nos ha demostrado que, desde el principio, Dios quiso designar con el término “hijos de
Dios” no sólo a aquellos que provenían de la simiente de Abraham sino a todos a los que fue dada la
promesa de Dios. Dios eligió tener misericordia con algunos, pero no todos eran hijos de Abraham. Sin
esa misericordia, ninguno de sus descendientes hubiera sido hijo de Dios. Tenemos así que la salvación
depende, no de lo que hagan los hombres, sino de la misericordia de Dios (9:6-18). Dios, en su
misericordia, determinó incluir no sólo a los que eran hijos de Abraham por la carne sino también a
muchos otros que no lo eran. Durante largo tiempo tuvo que sufrir la presencia de gran número de
pecadores en su iglesia para poder tener misericordia de unos cuantos (9:19-26). El Antiguo
Testamento llama a los que obtuvieron su misericordia “el remanente”; ahora, en el momento en que
Pablo habla, ese remanente incluye también a los gentiles (9:27-33). Todos los demás, tanto judíos
como paganos, serán excluidos de ser tenidos como hijos de Dios. Los judíos que nombran a Moisés y
pretenden estar justificados por esa ley ni tan siquiera han leído a Moisés con toda claridad. El demostró
claramente que la respuesta era la justificación por la fe y no por la ley (10:1-8), y ese es el mismo
evangelio que Pablo está ahora predicando (10:8-10). Y es de ese evangelio del que tanto los profetas
como el mismo Moisés dieron testimonio (10:11-21).
Por consiguiente, no hay verdad en que ningún judío diga que Dios ha arrojado lejos de sí a su pueblo
(de acuerdo con el evangelio de Pablo). Su pueblo está integrado, como también dice Pablo, por
aquellos que Dios ha elegido y a quienes demuestra su misericordia. Hubo muchos entre los judíos que
fueron incluidos en “el remanente” y alcanzaron misericordia en tiempos del Antiguo Testamento (11:1-
5). Pero aquellos que son hijos de Dios lo son por su misericordia y no porque sean judíos o porque
tengan la ley o porque hayan hecho obras merecedoras de salvación (vv.6-10).

Pero, insiste Pablo, el hecho de que muchos judíos no alcancen la salvación no quiere decir que ese
fracaso haya disminuido el número de los hijos de Dios. No, de hecho, este fracaso significó
simplemente que fue la voluntad de Dios incluir también a muchos gentiles entre sus hijos. Hubo un
tiempo en que el evangelio era predicado casi que exclusivamente entre los judíos (descendientes de
Abraham de acuerdo con la carne); ese fue el período del Antiguo Testamento (aunque también en
aquella época hubo algunos gentiles que fueron salvados; si no, véase la genealogía de Cristo de
acuerdo con Mateo. Ahora ha llegado el momento en que el evangelio es predicado mayormente entre
los paganos; pero esto tampoco quiere decir que los judíos hayan quedado excluidos completamente
(11:11-25). Es de esta forma que, al final, todo Israel (el verdadero Israel de Dios —”el resto”— de
judíos y paganos) será salvado (vv.26,27; ver 9:6).e

Por tanto, hubo un momento en que los gentiles principalmente estuvieron excluidos de las promesas
de Dios; pero ahora han sido incluidos. Por el momento los judíos han sido excluidos de recibir el
evangelio debido a la dureza de sus corazones, pero ello no quiere decir que no puedan volver a ser
admitidos en la familia de Dios si creen en él (11:28-32).

Para concluir, Pablo nos deja maravillados y asombrados ante la riqueza de la sabiduría y
conocimientos de Dios. Pablo sabe, como lo sabemos nosotros también, que estamos tratando aquí de
asuntos que mejor se dejan en manos de Dios. Solamente una cosa es segura: al final todo aquello que
Dios ha querido hacer será hecho para dar gloria a su nombre (11:33-36). Aparte de este plan de
salvación que Pablo ha estado enseñando (Rom. 1-11) no existe ninguna otra forma de poder ser
salvados (ver He. 4:12).

6. Efectos de esta nueva vida en Cristo en las vidas de los creyentes (12:1-15:13)

La palabra clave aquí es transformaos. A la luz de la misericordia de Dios (introducida por el mismo
Pablo anteriormente en relación con el evangelio, Rom. 9:16) se les pide a los creyentes romanos que
presenten sus cuerpos (que él les ha demostrado que son capaces de servir a Cristo, Rom. 6:12-14:8-
11) como sacrificio vivo a Dios (12:1). Pablo lo llama una vida santa aceptable a Dios, un servicio
espiritual. Podemos ver aquí los frutos dados por el plan de Dios de que su pueblo sea santo, sin
mancha (aceptable), viviendo en la presencia de Dios, en vidas de amor (Ef. 1:4).

El mundo intentará continuamente volverlos a atraer a su propio modo, adaptarlos a sus propias normas
terrenales; pero ellos, ayudados por el Espíritu Santo, antes bien se transformarán en lo que el Señor
desea que sean, por sus mentes (manera de pensar, modelos, propósitos), siendo renovados
constantemente por las enseñanzas del Espíritu Santo a través de su Palabra, a fin de que puedan
comprender lo que es la voluntad de Dios; lo que es bueno ante sus ojos, aquello que es aceptable y
perfecto (12:2). Pablo llama más tarde SANTIFICACIÓN a este proceso (Rom. 15:16), el proceso de
morir más y más al pecado y crecer en santidad (viviendo más y más de acuerdo con la voluntad de
Dios).

Esta renovación o transformación debe ser ante todo con respecto a uno mismo (12:3-21). El orgullo y
amor propio fue la causa del pecado de Adán y ha jugado siempre un papel preponderante en las vidas
de los hombres. Así pues, es necesario acabar con el orgullo antes de que podamos comenzar a ver
nuestra necesidad de Dios. El Antiguo Testamento muestra cómo Dios actuó en relación con el orgullo
en Jacob, en los hijos de Jacob, en David, y en muchos otros santos. Debemos, pues, empezar por
dejar a un lado nuestro orgullo.

Por esta razón es que en esta parte Pablo exhorta a los cristianos romanos a no pensar demasiado en
sí mismos ni más de lo que deben (v.3). Ellos no constituyen el centro de la iglesia; simplemente son
miembros de la iglesia. Están allí para servir los propósitos y empeños de Dios, utilizando los dones que
les han sido concedidos por el Espíritu Santo de la mejor forma posible para dar gloria a Dios (vv.3-8).
Al acabar con el orgullo se tendrá por resultado que el amor prevalecerá en todos sus tratos con los
demás, sin hipocresía, una de las formas del orgullo (vv.9-21). Esto significa que ellos deben honrar a
los demás antes que a sí mismos (v.10). Quiere decir que deben estar atentos a las necesidades de los
demás antes que a las propias (vv.11-13). Significa que no deben reaccionar de la misma forma que los
demás cuando se les acusa injustamente, sino pedir bendiciones para los que los acusan (vv.14, 15).
Quiere decir que no deben poner sus anhelos en grandes ambiciones para sí, sino ocuparse de los
necesitados (vv.16, 17). Quiere decir que jamás deben tomar venganza del mal que se les haga, sino
pagar con el bien a sus enemigos (vv.18-21). Con todo esto, lo que se trata de lograr es controlar el “yo”
a fin de que no reaccione como antes lo solía hacer, puesto que ya hemos alcanzado la salvación. La
renovación o transformación debe también tener lugar con respecto a las naciones del mundo en que
ellos viven y trabajan como siervos de Dios y misioneros. Al revés de Jonás, deben preocuparse por los
gobiernos del mundo bajo los cuales viven y sirven al Señor como lo hizo Daniel. Conscientes de que
todas las naciones están bajo el poder del Señor, deben vivir en las mismas dando ejemplo de buenos
ciudadanos (13:1-7).

Esta renovación o transformación debe verse muy especialmente en la iglesia, entre los hermanos, en
las relaciones de los unos con los otros (13:8-15:13). Deben tener solamente deudas de amor los unos
con los otros (13:8-10). Es así cómo siempre deben actuar los hijos de Dios en todas las circunstancias
(13:11-14). Las libertades que tienen en Cristo jamás deben ser usadas para ofender a otros creyentes.
Jamás deben juzgarse los unos a los otros por razón de costumbres que Dios no ha condenado (14:13);
pero, al mismo tiempo, deben ocuparse más de ayudar a los otros que de ejercer sus derechos como
cristianos en aquello que les es agradable (14:19-23).

Siguiendo el ejemplo de Cristo, el cristiano fuerte ayude al débil antes que buscar su propia satisfacción
(15:1-13). La meta que Dios ha fijado a su iglesia en la tierra es la de ser una con Cristo, a fin de que, a
una sola voz, todo el pueblo de Dios glorifique al Señor (15:5,6).

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Dice un refrán que “Roma no fue construida en un día”. Será de gran ayuda estudiar algo
relacionado con esta gran ciudad en la que Pablo vivió.

Durante la época en que Amós se encontraba predicando en el reino del norte, Israel, y Oseas
hablaba a los israelitas acerca del amor de Dios, o cuando Isaías proclamaba el maravilloso plan
de la salvación de Dios —en el siglo VIII A.C. —, en una de las colinas de las que más tarde
serían llamadas “las siete colinas de Roma”, una pequeña aldea comenzaba a crecer en un lugar
en que se reunían los pastores.

A la vuelta de dos siglos se había convertido ya en una ciudad de tamaño regular, controlada por
los etruscos. Desde el siglo V A.C. comenzamos a ver el principio de la República Romana, la cual
duraría varios siglos hasta la época de Julio César. A partir de entonces Roma estuvo gobernada
por dos cónsules, generalmente elegidos de entre las familias aristocráticas de la ciudad. Esto que
acabamos de decir puede haber sucedido durante los tiempos de Esdras, Nehemías, y Malaquías,
momento en que se cierran las revelaciones del Antiguo Testamento.

Poco a poco Roma llegó a alcanzar absoluto control sobre toda Italia. Después, durante las
llamadas “Guerras Púnicas” con Cártago, ciudad fundada por los fenicios, Roma alcanzó la
victoria final; fue durante este período que Roma logró vencer también a otra gran potencia de
aquella época, Ponto, en el Asia Menor. Esto tuvo lugar durante los siglos III y II A.C. Fue en este
momento que comenzaron a aparecer las provincias romanas bajo el mando de gobernadores con
poder absoluto bajo Roma. Estas provincias se extendieron desde España hasta Asia Menor,
llegando por el norte hasta la Galia (Francia) y por el sur hasta la parte norte de África. Mediante
impuestos sobre estas provincias, Roma alcanzó poder y riqueza. Más tarde, como privilegio
especial, se concedió la ciudadanía romana a los que vivían en estas provincias.
Roma logró el máximo de su poderío durante los siglos II y I A.C.; pero, al mismo tiempo, ya
mostraba las señales de deterioro. Una serie de personajes notables pasan por el marco histórico:
Mario, Sila, Pompeyo, Craso, Julio César. Este último llegó a ser dictador absoluto, dando fin de
hecho a la república. Fue asesinado en el año 44 A.C.

Su hijo adoptivo, Octaviano, logró alcanzar la supremacía sobre Antonio y otros y fue nombrado
por el senado de Roma en el año 27 A.C. con el nombre de Augusto César. Augusto César
estableció un sistema de impuestos para mantener su ejército, sus funcionarios civiles, su
programa de obras públicas, etc. Cobraba periódicamente estos impuestos de las provincias. A los
cobradores de impuestos se les daba el nombre de publicanos. Fue también en esta época que se
dio el derecho de la ciudadanía romana a ciudades enteras (como, por ejemplo, Tarso, ciudad en
la que había nacido Pablo).

Los sucesores de Augusto, por su mayor parte, continuaron el mismo tipo de política de gobierno
de lo que era ya un imperio: Tiberio, Calígula, Claudia, y Nerón, todos ellos miembros de la familia
de Augusto.

El último de los arriba mencionados, Nerón, antes de ser asesinado había dado muerte a sus
hermanastros, a su madre, a su esposa, y a su tutor, así como también a innumerables cristianos.
¡Y este era el emperador al cual Pablo pedía justicia! Fue también en esta época, en el año 64 de
nuestra era, que Roma sufrió un gran incendio. Nerón logró que se les achacara la culpa del
incendio a los cristianos originando una gran persecución contra los mismos.

Augusto decía que Roma había sido una ciudad de ladrillos de barro cuando él llegó al poder y
que la dejaba convertida en una ciudad de mármoles. Esto era un poco exagerado, pero es cierto
que mejoró notablemente los edificios públicos, baños, teatros, templos, almacenes, y otros,
muchos de los cuales todavía pueden ser vistos en las ruinas de la antigua Roma. Dividió la
ciudad en catorce barrios, cada uno de ellos con una brigada contra incendios y una fuerza
policíaca (llamados cohortes) para controlar la violencia existente en las calles.

Fue a esta ciudad a la que Pablo dirigió su carta y la cual visitaría después de su tercer viaje
misionero. Fue allí que se estableció la iglesia de Roma, quizás no mucho después de
Pentecostés. Puesto que todos los caminos conducían a Roma desde todas partes del imperio,
fue también desde allí que, años más tarde, se inició el gran movimiento misionero.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Era muy importante que la iglesia testificante y misionera tuviera un concepto claro y determinado
de lo que era el evangelio. La doctrina y la teología no deben quedar relegadas por el entusiasmo
(la experiencia de Apolos se lo demostró claramente a Pablo). Al ir Pablo de un lugar a otro no hay
lugar a dudas de que su propio conocimiento del evangelio fue aumentando. Es esa comprensión
lo que vemos en esta Epístola a los Romanos perfeccionada por el Espíritu Santo para que fuera
expresión definitiva e infalible del evangelio para el pueblo de Dios en el siglo primero de la era
cristiana y para siempre.

Es muy importante observar el conocimiento que tenía Pablo de su obligación y deber de predicar
el evangelio a todos los hombres. Las personas llamadas a predicar el evangelio de Cristo deben
sentir ese mismo espíritu de deber, ya que cualquier otro estímulo serviría solamente de deshonra
al nombre de Cristo entre los hombres. De igual modo, su estimación del evangelio en sí debe ser
la convicción misma de todos los que han de llevar el mensaje. Nadie debe avergonzarse del
mismo, puesto que es el único medio y esperanza para los hombres y mujeres en estado de
perdición en el mundo. Él no predicarlo, porque uno no se siente seguro, es algo así como cerrar
la puerta de la salvación a muchos seres humanos. Pablo estaba seguro del evangelio que
predicaba. De acuerdo con el significado del Antiguo Testamento de la palabra “creer”,
comprendió que el evangelio era la única esperanza del hombre. Y así deben comprenderlo
también todos los que sirven de testigos de Cristo.

En Romanos hay cinco grandes divisiones en el evangelio que Pablo explicó:

1. Todos los hombres están sujetos a la ira de Dios. El Antiguo Testamento lo ha expresado así con toda
claridad desde su mismo principio; pero durante casi 2.000 años los judíos habían tardado en
comprenderlo. Por consiguiente, era necesario explicarlo en detalle para que todos los hombres, judíos
y gentiles, supieran que es este el único principio verdadero. Y era necesario hacerles comprender la
necesidad que tienen del evangelio que Dios les ofrece.

2. La “justificación” humana no tiene valor alguno a los ojos de Dios. El hombre, por consiguiente, necesita
la justificación de Dios a través de la fe en Jesús, su Hijo. Aquí Pablo establece una distinción entre la
llamada justificación del hombre y la justificación de Dios o, en términos de salvación, lo imposible
contra lo posible. Es totalmente imposible salvarse por las obras; la salvación es posible mediante lo
que Dios, en Cristo, ha hecho por nosotros.

3. Para los creyentes existe la vida eterna que puede ser disfrutada de inmediato. El concepto que tiene
Pablo de la vida eterna es no solamente de duración sino también de calidad: la experiencia de la
verdadera vida de Dios morando en nosotros. Es eso lo que hizo que el cristianismo no fuera
simplemente otra religión más. Este cambio no solamente era una posibilidad para el cristiano sino que
constituía una necesidad. Aunque Pablo no lo expresa en esta epístola tan claramente como lo hace en
su Epístola a los Efesios, podemos ver sus líneas principales: un pueblo santo (perteneciendo
exclusivamente al Señor), sin mancha (según el hombre viejo muere y el hombre nuevo en Cristo
predomina más y más), en presencia de Dios (con el Espíritu Santo morando en cada uno de los hijos
de Dios), en un lazo de amor (como dice Pablo, el fin del mandamiento es amor, amor que nace de un
corazón puro).

4. Para aquellos que rechazan el evangelio, tanto judíos como gentiles, no existe ninguna otra esperanza.
Muchos falsos profetas surgirían más tarde, por lo cual era absolutamente necesario que los creyentes
en Cristo supieran, desde el principio, que no puede haber un compromiso, un término medio, una
alternativa al evangelio predicado por Pablo.

5. El recibir el evangelio trae consigo al creyente ciertas obligaciones: presentar su cuerpo (la vida que
vive en la tierra) al Señor para gloria de Dios. Aquí Pablo, al igual que en la mayoría de las otras
epístolas que escribió, establece primeramente una doctrina sólida de salvación y después la aplica a la
vida del creyente. Así, por siempre, los testigos de Dios deben saber que ningún evangelio está
completo sin una aplicación práctica e instrucción sólida de cómo vivir en Cristo, cómo comenzar a
caminar hacia esa meta de Dios por la cual Cristo murió y se levantó nuevamente.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Al comparar los escritos de los Padres de la iglesia —compuestos en los siglos siguientes— con
los inspirados escritos de los apóstoles, nos impresiona ver cuán pronto los hombres abandonaron
la autoridad de las Escrituras y buscaron la tradición, la filosofía griega, y las doctrinas paganas
para enseñar en la iglesia. Es por eso que la Epístola a los Romanos constituye un verdadero
fanal que ilumina a los creyentes, guiándolos correctamente en un mundo de tinieblas, en un mar
tormentoso de confusiones y falsas enseñanzas.

Con la Reforma se volvió de nuevo a la orientación original, con énfasis en la autoridad de las
Escrituras y la sana doctrina. Lo que una vez más liberó al hombre de las cadenas del error
humano. Pero Satanás no descansa jamás. Aun en nuestros tiempos volvemos a ver, por culpa de
errores en el pensamiento humano, a las iglesias y denominaciones en medio de un verdadero
torbellino de confusión doctrinal acerca de su misión y propósito en el mundo. Si miramos a
nuestro alrededor podemos ver un mundo que no deja de parecerse a aquel estado de pecado
descrito por Pablo en Romanos 1, en que los hombres no solamente cometen actos pecaminosos
sino que además los aprueban, ¡y esto no sólo en el mundo que nos rodea sino aun en la propia
iglesia!

La iglesia de hoy necesita urgentemente volver a las doctrinas básicas establecidas por Pablo. Se
necesita una vez más una declaración firme de cuán pecador es el hombre por naturaleza propia
que está bajo la ira de un Dios que no pasará por alto ese pecado. Hay que mirar a la justificación
de acuerdo con el modelo de Dios, para que el hombre deje de suponer que sus “buenas” obras
pueden salvarlo. Hay que proclamar en alta voz y claramente que el gran don de vida eterna es
por la fe en Cristo Jesús solamente, no más tarde sino ahora, una vida que cambiará a los
hombres y al mundo entero. Es necesario hacer esta advertencia a todos, judíos y gentiles por
igual, de que no existe alternativa alguna a este evangelio y que de veras el tiempo se está
acabando ahora para los gentiles, como sucedió una vez para con los judíos. Es necesario
advertir a todos los creyentes para que vean que el ser cristiano es algo más que asistir dos veces
a la iglesia el domingo y una vez el miércoles; que es una labor en Cristo y por Cristo que ocupa
todo el tiempo. Pero, ante todo, es necesario que no nos avergoncemos de este evangelio sino
que nos veamos como deudores de todos los hombres, que proclamemos sin temor este
evangelio alrededor, seguros de su poder para salvar a todo aquel que crea.

Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas


1. Cuando miro a mi alrededor y veo hasta qué punto el hombre vive dentro del pecado hoy día,
¿creo realmente que el hombre es tan malo como nos lo enseña la Epístola a los Romanos? ¿Me
veo a mí mismo, antes de haberme salvado, teniendo en mí el potencial para hacer el mal en la
forma que enseña Romanos? ¿Qué debemos los cristianos pensar de las iglesias que proclaman
los derechos de los homosexuales?

2. ¿Pienso que he sido salvado porque soy mejor que aquellos que Pablo describe en Romanos?
¿Cuáles son mis sentimientos hacia algunos personajes famosos que recientemente han
proclamado que han sido salvados? ¿Me repele esto? ¿Lo pongo en duda? ¿Por qué? ¿Pienso
que soy mejor que ellos a los ojos de Dios? ¿Me sentiré satisfecho de comprobar más tarde que
estas personas no han sido salvadas en realidad? ¿Es esta la mentalidad de Jonás?

3. ¿He pensado acerca de los beneficios de la vida eterna como algo mayormente en el futuro, en
el cielo? ¿Hasta qué punto me doy cuenta todos los días de los grandes privilegios que tengo en
la vida eterna?

4. ¿Es el Espíritu Santo un privilegio solamente de unos cuantos o habita siempre en todos los
creyentes? Si habita en todos los creyentes, ¿cuán consciente estoy de su ayuda en la vida
diaria?

5. ¿Creo realmente que aquellos judíos y paganos que son “buenos” se perderán si no creen? ¿He
tratado de persuadir a alguno de ellos a aceptar el evangelio?

6. ¿Ha ocasionado mi aceptación del evangelio diferencia alguna en mis relaciones conmigo
mismo, con mi iglesia, con mi nación, y con mi prójimo?
6: Epístolas a iglesias con problemas
Introducción

Esta lección se ocupa de tres epístolas escritas por Pablo a iglesias que estaban sufriendo
problemas internos: I, II de Corintios y Gálatas.

Existen puntos de vista diferentes acerca de la relación existente entre I y II de Corintios y sobre si
algunas de las cartas en ellas mencionadas se han perdido en el decursar del tiempo o es que
están incluidas en el conjunto de epístolas que han llegado a nuestros días. No trataremos por el
momento de ahondar en este tema en el breve estudio que ahora realizamos; más tarde, cuando
volvamos a estudiar nuevamente estas epístolas, lo trataremos con mayor profundidad. Nos
concentraremos en este momento en el contenido de estas epístolas tal y como las tenemos sin
especular acerca de si las escritas por Pablo a los corintios están incluidas en las que tenemos o
si se han perdido.

Lo que existe de común en estas tres epístolas es que tratan de problemas existentes en las
iglesias y tienen gran importancia desde el punto de vista práctico de cómo resolver dichos
problemas. Asimismo nos dejan saber que en esa época, en las iglesias de Corinto y de Galacia,
ya había otros que predicaban evangelios falsos que chocaban con la validez de las prédicas de
Pablo.

¿Qué encontramos aquí?

I CORINTIOS: una iglesia enfrentando problemas de división interna

En su tercer viaje misionero (He. 18:23-21:6) Pablo se dirigió en primer lugar a Galacia y después
a Frigia, confirmando a los discípulos en las iglesias de la región. Después visitó Éfeso, en donde
estuvo la mayor parte de su viaje (19:1ss); más tarde, abandonando Éfeso, se dirigió a Macedonia
y, finalmente, a Grecia (Corinto; He. 20:1-2).

Durante su estadía de dos años predicando en Éfeso, Pablo tuvo malas noticias acerca de los
problemas existentes en la iglesia de Corinto, la cual pensaba visitar más tarde. Ello dio origen a
la Primera Epístola a los Corintios de acuerdo con nuestro canon, aunque es muy probable que
Pablo les haya escrito otra carta anterior que se ha perdido (I Co. 5:9). La carta que vamos a
estudiar ahora, I Corintios, fue escrita alrededor del año 55.

En esta epístola Pablo trata primordialmente de las divisiones surgidas en la iglesia desde su
visita durante su segundo viaje misionero (He. 19:1-18). Fue durante su primera estancia en
Corinto que Pablo trabajó con Aquila y Priscila como fabricante de tiendas (He. 18:1-3). Su
método en Corinto, como también lo fue en otras partes, fue comenzar primeramente en la
sinagoga (18:4). Cuando los judíos lo rechazaron, Pablo se volvió hacia los gentiles (18:6), entre
los cuales su ministerio alcanzó gran éxito (18:7-8). Pero es obvio que se encontraba algo
desalentado en aquellos momentos, y que necesitaba recibir nuevas fuerzas y alientos del Señor
(18:9,10).

Una vez reconfortado, Pablo se dirigió allí para trabajar por año y medio (18:11); luego, al ser
atacado por los judíos, Galión el procónsul lo protegió; pero no se preocupó mucho de la
persecución sufrida por aquellos otros que acompañaban a Pablo (18:12-17). Finalmente, Pablo
abandonó Corinto (18:8) y regresó a Siria después de haber visitado Éfeso por corto tiempo.

Desde la partida de Pablo, hacia el fin de su segundo viaje, habían surgido divisiones en Corinto.
Parte del problema derivaba de que, después de haberse ido, Apolos había ido allí a enseñar a los
corintios (He. 19:1). Apolos había enseñado con gran celo en Éfeso (He. 18:24ss). Poseía gran
elocuencia y conocimiento de las Escrituras; pero parece ser que se encontraba confuso acerca
de la relación existente entre el bautismo de Juan y el de Jesús. Aquila y Priscila lo ayudaron a
rectificar su teología y después rindió un buen servicio en el ministerio de Cristo (He. 18:26-28).

No existe duda alguna con respecto a sus conocimientos ya su teología una vez que hubo llegado
a Corinto; pero, como siempre sucede, los creyentes de Corinto comenzaron a compararlo con
Pablo y parece ser que Apolos era más elocuente que Pablo y que causó gran impresión en
muchos de los que lo escucharon con sus conocimientos y habilidad de predicador. Esto trajo
consigo una división dentro de la iglesia. Pero ello era solamente una de las causas. Al escribir su
carta a los corintios Pablo trata en primer lugar con respecto a esta di visión entre Apolos y él
mismo y después se refiere a las otras causas que provocaban la división. Pasemos ahora a
estudiar el contenido del libro mismo.

La salutación (1:1-9)

Al escribir a Corinto, Pablo comienza indicando que la carta es de él y de Sóstenes, el cual


aparentemente se encontraba trabajando con él en Éfeso. Es muy posible que este Sóstenes
fuera el mismo que anteriormente había sido dirigente de una sinagoga en Corinto y que había
sido atacado por los judíos de Corinto al convertirse en seguidor de Cristo (He. 18:17).
Inmediatamente después Pablo se dirige a ellos llamándolos “santificados en Cristo Jesús”,
indicando el gran propósito de Dios de que todo su pueblo le perteneciese (v.2; Ef. 1:4). También
Pablo habla de la gracia de Dios y de los beneficios del evangelio, sobre el que abunda en
Romanos 3-8 y el que, probablemente, había predicado en detalle a los corintios durante su
primera visita (1:4-6). Al mencionar “los dones” suponemos que también les había predicado
acerca de lo que había escrito en su Epístola a los Romanos, capítulo 12 (1:7-9). Pablo de
inmediato va al tema que motiva esta carta, es decir, al informe que ha recibido acerca de las
divisiones existentes entre los creyentes en Corinto (1:10-12). Sucesivamente expone las varias
causas de las divisiones y las va tratando una a una (1:12-15:58).

1. División, debido al orgullo, sobre los maestros de los corintios (1:12-4:21)

Algunos se ponían de parte de Pablo, otros de parte de Apolos; otros decían que estaban
comprometidos con Pedro (el cual sabemos con certeza que nunca había estado allí), mientras que
otros más, quizás los más prejuiciados de todos, decían: “Bueno, nosotros somos de Cristo.”

Pablo enfrentó este problema mostrándoles que no existía la menor causa para semejante división. La
cuestión no era seguir a uno u otro de los predicadores, sino a Cristo solamente.

Pablo no se había llegado hasta ellos con la ambición de conquistar seguidores para sí mismo. En
realidad, el evangelio predicado por Pablo tenía como centro la humildad del hombre, no la ambición.
Toda gloria pertenece a Dios, no al hombre (1:14ss). Al igual que se lo había enseñado a los romanos,
Pablo les demostraba ahora que el poder del evangelio no estaba en palabras elocuentes dichas por
humanos sino en Dios (1:18ss; 2:1ss). Ellos no tenían razón alguna para sentirse orgullosos, puesto que
era obvio que Dios nos los había elegido por su grandeza (1:26ss). Por consiguiente, no debían existir
divisiones por causa de los maestros —como si los maestros tuvieran alguna importancia— sino que
solamente a Dios debían rendir toda gloria (1:31). Pablo les exhortaba a tener una solamente, la mente
de Cristo (ver 2:16; 1:10).

Estaban comportándose como niños y de acuerdo con la carne (y no siendo guiados por el Espíritu)
mientras tuvieran discusiones pensando a qué maestro seguir (3:1ss). En realidad, Pablo y Apolos eran
compañeros de labor. Obraban de manera que tan sólo Cristo recibiera todo honor y gloria (3:5-9).

Pablo declaraba que él había echado los cimientos del evangelio en Corinto y que serían otros los que
edificarían sobre lo que él había enseñado (3:10ss). Es muy probable que también en Romanos
podamos ver esa clase de cimientos del evangelio de que nos habla Pablo. Lo que los hombres
edificaban sobre ese cimiento del evangelio sería probado en la verdad del evangelio mismo predicado
por Dios; y si no estaba bien edificado, no duraría (3:12-15). Observamos aquí, al igual que en
Romanos 1, la gran confianza que tenía Pablo en este evangelio que predicaba. Sabía que venía del
Señor. Dios habría de ser el juez de los que predican y enseñan, y no los corintios.

Puesto que aun los mismos corintios eran obra de Dios, todo aquel que intentara dañar o destruir su fe
seria destruido por Dios (3:16,17). Por ello, no debían gloriarse en los hombres sino en Dios y
simplemente dar gracias a Dios por haberles enviado aquellos hombres para enseñarlos, bien fuera
Pablo o Apolos (3:18-4:5).

Pablo termina sus palabras acerca de este problema censurándolos por el vano orgullo que habían
demostrado y recordándoles, a la vez, el derecho que tenía de hablarles y censurarles en este asunto
(4:6-21). Les advierte que cuando él los visite ha de censurar cara a cara a todos aquellos que dieron
origen a divisiones y problemas entre ellos (4:19).

2. División sobre prácticas pecaminosas dentro de la iglesia (5:1-13)

Pablo escribió prolijamente sobre este tema en su carta a los romanos (Rom. 14-15:3). Parece ser que
había ocurrido entre los miembros de la iglesia de Corinto un caso en que uno de sus miembros estaba
cometiendo el pecado de lujuria (5:1). Pablo censuró a la iglesia por haberlo tolerado mientras discutía
acerca de quiénes seguían a Apolos o a Pablo (5:2ss). Antes bien, Pablo les enseñó cómo enfrentarse
con este problema, con disciplina, llevando a ese miembro al arrepentimiento (5:3-5). El empeño que
mostraban en ir en pos de la vanagloria en lugar de atacar ese problema ponía en peligro a toda la
iglesia (5:6-8). No podían impedir que hubiera individuos cometiendo el pecado de lujuria en el mundo;
pero sí podían impedirlo y no tolerar, los en la iglesia (5:9-13).

3. Divisiones por pleitos legales entre miembros de la iglesia (6:1-11)

Otra causa de división era que algunos miembros de la iglesia estaban llevando sus disputas ante
tribunales seculares en lugar de tratar de resolver sus diferencias dentro de la misma iglesia. Pablo les
enseñó que cuando surgieran diferencias y disputas dentro de la iglesia, las mismas debían ser
resueltas dentro de la misma iglesia y no ventiladas ante los tribunales de justicia (6:5-6).

Pero había más; Pablo les mostró que el hecho mismo de que hubiera pleitos ya era en sí una
vergüenza. Era mejor sufrir el daño causado que llevar a los tribunales a otros creyentes, lo cual traía
consigo deshonor al evangelio y a toda la comunidad cristiana (6:7-11). Habiendo sido una vez
pecadores llenos de ignominia, Dios los lavó de toda culpa para que no continuaran viviendo como los
incrédulos que los rodeaban (vv. 10,11).

4. Divisiones sobre el ejercicio de la libertad cristiana (6:12-11:1)

Fue este otro tema sobre el que Pablo escribió con bastante amplitud (Rom. 14-15:3). Quizás ello se
debió a que el ejercicio de la libertad cristiana había provocado problemas en Corinto. Aquí Pablo se
enfrenta con varias áreas de discusión en lo relacionado con el ejercicio de la libertad cristiana (ejercicio
de nuestros derechos como cristianos).

A. La libertad cristiana dentro del matrimonio (6:12-7:40).

Pablo comienza exponiendo el principio predominante en el ejercicio de la libertad Cristiana, es


decir, que aunque determinadas prácticas sean legales para el cristiano, no por ello son correctas o
apropiadas (6:12-13). Pero aclara también que hay ciertas cosas que no tienen absolutamente nada
que ver con la libertad cristiana. Una de estas, ejercida por algunos en Corinto baja la apariencia de
libertad cristiana, era la fornicación (ver 5:11ss; 6:13-20). Este es un acto en contra de Cristo y es a
todas luces un pecado que destruye la utilidad del individuo dentro del reino de Dios (vv.15-20).

Pablo continúa diciendo que en relación con el matrimonio mismo debe existir un cierto margen para
la libertad cristiana, a saber, si uno debe casarse o no (7:1-40). Pablo favorece el celibato, puesto
que él nunca se casó (ver 9:5ss); pero observa que no es correcto impedir el matrimonio a alguien
que desea casarse, como tampoco forzar a nadie a contraerlo. Pablo nos dice que hay personas
que poseen la facultad de permanecer solteros; pero a otros Dios no les ha concedido esta facultad
(7:17). El no casarse puede ser causa de tentación para aquellos incapaces de controlarse a sí
mismos y puede conducir a la fornicación (7:1-7).

Pablo señala las ventajas de permanecer soltero —como él— y algunos de los problemas de estar
casados (7:25ss). Pero deja allí sin contestar la pregunta de quiénes deben casarse y quiénes no,
reconociendo que los dones otorgados por Dios a los hombres difieren unos de otros (7:7,35-40).

B. La libertad cristiana al comer (8:1-13).

El problema de comer alimentos previamente sacrificados a los ídolos surgió en Corinto, al igual que
en Roma, y probablemente en todas la iglesias, puesto que dondequiera que iba el evangelio había
individuos que habían adorado a los ídolos antes de haberse convertido al cristianismo. Para
muchos era un verdadero problema el comer alimentos que habían sido ya sacrificados a aquellos
ídolos y más tarde vendidos en el mercado. Como lo hizo en su carta a los romanos Pablo escribe
aquí que no está bien que aquellos que poseen esa libertad la exhiban delante de aquellos otros
cuyas conciencias les remuerden por comer dicha carne. Hacerlo es un pecado en contra de Dios
(8:11). Pablo tenía absoluta y total libertad de comer esa carne; pero prefería no hacerlo y aun no
comer carne jamás si con ello hacía que un hermano cayera en el pecado (8:13).

C. Pablo como ejemplo de individuo que no ejerce su libertad cristiana (9:1-27).

Pablo tenía tantos derechos como cualquier otro cristiano (9:1-5). Uno de esos derechos era no
tener que trabajar con sus manos para poder dedicar todo su tiempo a la enseñanza del evangelio.
Desde los primeros tiempos de la iglesia los apóstoles habían ejercido ese derecho (9:6; He. 6:1,2).
Había muchos antecedentes de ese derecho (9:9,10; 9:14; Lc. 10:7). Por consiguiente, Pablo
insistía en que tenía derecho a esperar que los corintios contribuyeran a su alimentación mientras
se encontraba entre ellos predicando el evangelio (9:11,12). Pero no ejercía ese derecho sino que,
por el contrario, trabajaba con sus propias manos para no ser una carga para los corintios (9:12ss).
Pablo obraba así porque ello significaba hacer algo por el Señor (y por ellos) sin recibir nada a
cambio. No se trata aquí de que Pablo quisiera recibir honorarios por lo que había realizado o por lo
que iba a hacer en el futuro entre ellos (9:15); simplemente les estaba dando un ejemplo de uno que
no ejercía todos los derechos que le correspondían como cristiano. Pablo continuó explicándoles
que en realidad, es mejor para la propia disciplina el no ejercer todos los derechos y privilegios que
le corresponden a uno entre los hermanos. De no ser así, el siervo de Cristo puede caer en el
peligro de abusar de sus privilegios y, al final, llegar a no servir para nada dentro de la iglesia de
Cristo (9:19-27).

D. Manera correcta de ejercer la libertad cristiana (10:1-11:1).

Aquí Pablo desarrolla el último concepto ya expresado anteriormente, o sea, el de los riesgos y
peligros de: ejercer todas nuestras libertades en Cristo. Recuerda que fueron muchos los israelitas
que salieron de Egipto, pero pocos los que demostraron ser fieles al Señor (10:1-5). Esto fue escrito
como ejemplo para nosotros, para que no nos desviáramos del servicio a Dios y cayéramos en la
vanidad, como les sucedió a muchos en Israel (10:6-13). Debemos notar aquí que ya Pablo había
tratado de los pecados mencionados: idolatría (10:7; 8:1ss), fornicación (10:8; 6:12ss), poner a
prueba al Señor (10:9; 5:1ss), y murmurar (10:10; 6:1ss).

El centro mismo de todo lo que dice Pablo es que “todo me es lícito, pero no todo conviene” (10:23).
Por supuesto que Pablo habla de todas aquellas cosas comprendidas lícitamente dentro de la
libertad cristiana. Pero por cierto que no quiere decir que lo que constituye un pecado sea ahora
lícito. La libertad cristiana se refiere solamente a aquellas áreas de conducta que no están
prohibidas específicamente en la ley de Dios (toda la Palabra de Dios). Lo más importante en el
ejercicio de la libertad cristiana es ver que todo lo que se haga sea hecho para gloria de Dios y no
para placer propio (10:31). La salvación del hombre es mucho más importante que la
autosatisfacción (10:32-11:1).

Divisiones sobre la propiedad en el vestir y conducta durante el culto (11:2-34)

Pablo aclara que es muy importante el vestirse de tal manera que no llamemos la atención sobre
nuestra persona sino solamente sobre Dios, de modo que él sea glorificado por todos los que le rinden
culto. Las instrucciones específicas que Pablo nos da aquí parecen reflejar lo que estaba de acuerdo
con las costumbres de la época. En aquellos tiempos una mujer yendo al culto con la cabeza al
descubierto o un hombre con el pelo largo hubieran atraído la atención de los creyentes, con perjuicio
de la devoción debida al Señor. Tampoco debía una mujer vestirse como un hombre ni viceversa. Tal
parecería que Pablo está aquí estableciendo el principio de que cualquier vestimenta fuera de lo normal
y corriente es algo incorrecto, sin tratar de establecer reglas absolutas con respecto a los vestidos o
apariencia externa (11:16).

Pero mucho más importante es la conducta de los presentes durante el culto, particularmente en el
momento de la Cena del Señor (11:17-34). Algunos habían causado serios problemas dentro de la
iglesia trayendo su almuerzo y comiéndoselo durante la celebración de la Cena del Señor, mientras que
otros, viéndolos, se sentían relegados o sufrían hambre. El resultado era que la finalidad misma de la
Cena del Señor se perdía del todo (11:17-22).

Esta situación lleva a Pablo a destacar la importancia y la finalidad básicas de la Cena del Señor como
momento en que los creyentes se examinan a sí mismos espiritualmente a la luz de la cruz y del amor
de Dios hacia ellos (11:23-34). Nada de lo que se hiciera al participar de la cena debía interferir con su
propósito central de honrar a Cristo (v.26).

Divisiones sobre los dones espirituales (caps. 12-14)

En el capítulo doce se establece que todo creyente participa del Espíritu de Dios (12:3), y que a cada
uno han sido otorgados diferentes dones espirituales (12:4-11). Puesto que el Espíritu nos ha traído a la
fe y al bautismo, no hemos de suponer que Cristo trató de crear la desunión en la iglesia con la
diversidad de dones. Todo lo contrario: así como el cuerpo creado por Dios tiene muchas partes
diferentes y todas trabajan juntas (12:12-27), así Dios ha otorgado diferentes dones en la iglesia con sus
buenos propósitos. Pablo enumera varios de esos dones que eran evidentes en su época (v.28); pero
no se trata de una lista de todos los dones. En Romanos y también en otros lugares menciona otros
dones diferentes (Rom. 12:3-8). Aparentemente enumera esos dones en orden de importancia como
dones que servían a la iglesia. Menciona, en primer lugar, el apostolado, mientras que el conocimiento o
interpretación de diferentes lenguas ocupa el último. Les pide a los corintios que procuren los dones
mayores (mayores en el sentido del bien que pueden hacer dentro de la iglesia; v.31).

Sin embargo, antes de continuar con este tema, Pablo trata de otro bien del Espíritu que es mucho más
importante para el individuo que el don particular que él pueda tener, no importa cuán grande pueda ser
ese don. Pablo, en 1 Corintios 13, habla del fruto del Espíritu que Dios desea que sea cultivado en cada
creyente. Aquí la atención se concentra en el primero de los frutos del espíritu: el amor; pero con toda
seguridad que el amor incluye a todos los demás (Ga. 5:22,23).

Pablo aclara la distinción entre los dones del Espíritu y los frutos del Espíritu. Los dones son los
instrumentos, habilidades, y talentos que el Señor otorga a cada creyente, mediante los cuales cada
creyente, a su vez, rinde servicio al Señor. En lo que concierne al creyente mismo su obligación es usar
cualquier don que haya recibido del Espíritu de Dios para darle mayor gloria. (Estas enseñanzas serían
paralelas a las enseñanzas de Jesús en lo referente al uso de los talentos en la Parábola de los
Talentos, Mt. 25:14ss). Pero en lo que se refiere a la grandeza en el reino de Dios, ello no está
determinado por la clase de don o dones espirituales que uno tiene para servir al Señor.

Por otra parte, los frutos del Espíritu se producen solamente si permanecemos en Cristo (Jn. 15:1ss) y
van unidos a nuestro crecimiento espiritual y santificación. Producimos nuestro fruto espiritual al
conformarnos cada vez más a la imagen de Cristo y al apartarnos de las obras de la carne. Esta es la
medida del crecimiento espiritual del creyente.

Pablo demuestra con toda claridad que uno puede poseer los mayores dones, ejercitarlos
continuamente, y, sin embargo, no ser agradable a los ojos de Dios si no producimos los frutos
espirituales (expresados aquí como amor, 13:1-3). El resto de sus palabras en lo que concierne al amor
no necesita comentario por ahora; simplemente ser aprendidas y aplicadas (13:4-13).

Volviendo a lo que estaba tratando anteriormente (12:31), Pablo enseña a los corintios que deben
desear ardientemente los dones espirituales (como medio de servir mejor al Señor). El don más alto que
deben desear es el don de la profecía, considerado como el segundo entre los dones del Espíritu,
superado solamente por el don del apostolado (14:1; ver 12:28). Con la subsiguiente descripción que
nos hace del don de la profecía (14:1ss), parece incluir en este concepto toda proclamación de la
Palabra de Dios. Este don de profetizar o de proclamar la Palabra (siendo esta la interpretación
fundamental de “profetizar” y no “predecir”) edifica, exhorta, y consuela a los que lo oyen (14:3). La
proclamación de la Palabra edifica a toda la iglesia (14:4). Tiene además como resultado la censura del
oyente incrédulo (conduciéndolo por tanto a su condena, 14:24-25). Esto fue simplemente lo que
sucedió en Pentecostés (He. 2). Es muy interesante comparar lo que Pablo dice aquí con relación a los
efectos del don de la profecía y lo que más tarde dice a Timoteo con respecto a los efectos de la
Palabra de Dios escrita (ver II Ti. 3:16,17). Por consiguiente, Pablo, al hablar de “profetizar”, quiere decir
“predicar la Palabra”.

En cuanto a hablar en diferentes lenguas —usando la información que se nos ofrece en Hechos 2—
evidentemente se refiere a idiomas conocidos, hablados por personas viviendo en este mundo y no a
lenguas celestiales. Insiste diciéndonos que la persona que tenga la facultad de hablar un idioma
extranjero no debe hablarlo a menos que se encuentre presente alguien que pueda comprender lo que
está diciendo (que necesita que le hablen en su propia lengua). Predicar la Palabra en un idioma que
los oyentes desconocen, puede que sea muy edificante para el predicador —sabiendo que posee este
don— pero no ofrece ventaja alguna ni para la iglesia ni para el que lo escucha, y esa persona debe
abstenerse de así hacerlo (14:2,4,5,6,9). Como hemos observado, parece que Pablo se refiere aquí a
lenguas verdaderas (idiomas) de los hombres (14:10,11). El valor de hablar en idiomas extranjeros (en
Pentecostés y subsecuentemente) fue señal de que el Espíritu de Dios había descendido realmente
sobre ellos. Esta es una señal no para los creyentes sino para los incrédulos. (Así tenemos que en
Pentecostés los discípulos ya tenían fe y no necesitaban el don de hablar en lenguas para poder creer;
era para que los judíos incrédulos supieran que se había cumplido lo que decían las Escrituras.) Como
lo dijimos anteriormente, es muy probable que Pedro, después de Pentecostés, predicase no en un
idioma extranjero sino en una de las lenguas por todos conocida (griego, arameo, hebreo; I Co. 14:21-
25).

Al concluir este tema, Pablo exhorta a todos a celebrar el culto en orden, usando sabiamente cualquier
don espiritual que tuviesen (14:26-33). Prohíbe que las mujeres hablen durante el servicio de adoración,
basándose en la ley (v.34) y quizás también en la costumbre de la época (v.36). La decencia y el orden
(14:39) son reglas generales que se han de observar en el ejercicio de cualquier don espiritual en la
adoración (14:39).

División sobre la doctrina acerca de la resurrección del cuerpo (cap. 15)

Este último de los temas principales de la Primera Epístola a los Corintios del apóstol Pablo es quizás el
más importante de todos. Pablo empieza mostrando el lugar principal que ocupa la doctrina de la
resurrección de Jesucristo en el mensaje que él les ha predicado (15:1-11, ver Rom. 1:4; 6:5).

Partiendo de ese punto, Pablo les enseña que si la doctrina de la resurrección de Cristo es tan central
en todo lo que él les ha predicado, entonces aquellos que niegan la resurrección del cuerpo del creyente
tienen que estar equivocados (15:12-19). Y se los demuestra afirmando que si no existe la resurrección
del cuerpo del creyente, entonces tampoco Cristo resucitó de entre los muertos y, si ello es así,
entonces todo el evangelio es inservible e inútil y, por tanto, todos los hombres continúan en el pecado.

Explica cómo la resurrección física de Cristo era necesaria para que también nosotros tuviéramos la
esperanza de la resurrección de nuestros cuerpos (15:20-28). La muerte vino por culpa de Adán, pero la
resurrección de los muertos (prueba del triunfo sobre la muerte y el pecado) nos llegó por medio de
Cristo. Cristo es, por consiguiente, el primer fruto de todos aquellos que han de levantarse de entre los
muertos. Su resurrección ya se cumplió. La nuestra tendrá lugar cuando vuelva Cristo (v.23).

Si, pues, fuese verdad que no existe la resurrección, sería mejor que abandonáramos toda esperanza.
Es absurdo sufrir por el evangelio si los hombres no han de resucitar de entre los muertos (15:29-34).

Si alguno preguntase qué clase de cuerpo tendremos al resucitar, Pablo dice que será un cuerpo
transformado, un cuerpo espiritual. Pero un cuerpo real (15:35-58). Tendremos un cuerpo semejante al
cuerpo resucitado de Cristo, al igual que ahora tenemos la misma clase de cuerpo que tuvo Adán
después de su caída (15:45-49). Pablo dice que el día que Cristo regrese todos recibiremos cuerpos
transformados y resucitados, aun aquellos que todavía estén vivos cuando él regrese (15:50-57). En
ese día y en esa forma veremos el triunfo final sobre la muerte y el pecado. Tendremos entonces
cuerpos inmortales (vv.54-57).

Pablo recuerda a los corintios que tal doctrina y esperanza deben impulsarlos a permanecer
sólidamente en la fe, inmovibles, trabajando abundantemente para el Señor, sabiendo que su trabajo no
será en vano (v.58).

Conclusión (cap. 16).

Pablo habla de sus planes futuros de volver a visitarles y les da instrucciones con referencia a la
colecta de las ofrendas para los santos en Jerusalén, que él mismo llevará hasta allá (16:1-8; ver
He. 24:17).

Pablo también menciona a Timoteo y a Apolos, al cual llama “hermano”, demostrando las buenas
relaciones que existían entre ellos, aunque los corintios estuvieran divididos por ellos (16:10-12).

Después de una exhortación final de portarse con amor los unos con los otros (vv.13-18), les
manda saludos desde las iglesias de Asia, en donde se encuentra trabajando (vv.19-20), y termina
con una advertencia a todos aquellos que no aman al Señor. El vocablo “anatema” significa
“maldito” (v.22). “Maranatha” significa en arameo “el Señor viene”. La bendición final es muy breve
concentrándose en la suficiencia de la gracia de Cristo (v.23).

II CORINTIOS: Una epístola de reconciliación

Ha pasado algún tiempo desde la primera epístola, quizás alrededor de seis meses. Esta
segunda, escrita desde Macedonia, nos informa que Pablo, habiendo dejado Éfeso, pasó primero
por Corinto, haciéndoles una segunda visita, y que anticipaba ahora una tercera visita. El libro de
los Hechos simplemente nos dice que Pablo partiendo de Éfeso, pasó por Macedonia y Grecia
(He. 20:1ss).

Es imposible resolver los problemas referentes al itinerario de Pablo en esta época; pero como él
mismo escribe más adelante en esta carta, es evidente que planeaba visitar Corinto de nuevo y,
puesto que las cosas no marchaban todo lo bien que debían entre la iglesia y el evangelista, les
escribe buscando una reconciliación. Al así hacerlo, Pablo escribe mucho más ahora sobre lo que
concierne a su testimonio personal en su propio ministerio. Esto hace que este libro sea de valor
extraordinario para el estudio de los sentimientos del corazón del evangelista.

Después de una breve salutación (1:1,2), Pablo comienza con el cuerpo de su epístola.

1. Los planes y acciones de Pablo referentes a Corinto están guiados por el Señor (1:3-
2:11)

Pablo comienza con una nota de consuelo que nos hace recordar el nuevo comienzo de Isaías en
40:1ss, luego que el profeta había censurado a Judá por sus pecados. De la misma manera, Pablo,
después de haber censurado fuertemente a esta iglesia por sus divisiones y pecados, les escribe ahora
para lograr una reconciliación entre ellos. Habla del aliento mutuo que debe haber entre ellos y él, el
aliento y consuelo del Señor y de su evangelio (1:3-7).

Pablo revela que también él necesita del consuelo de ellos, ya que acaba de sufrir grandes pruebas en
Asia (Éfeso; ver He. 19). Pero deposita toda su confianza en el Señor que salva a los suyos de todo
peligro (1:8-14).

Confiado en que el Señor puede vencer todos los obstáculos y pruebas, Pablo se propone partir de
Éfeso, yendo primeramente a Corinto, después a Macedonia, y, por último y por tercera vez, de nuevo a
Corinto para tratar de resolver todos los problemas que aún existen entre ellos (1:15-22). Es evidente
que el grupo no estaba muy contento con la segunda visita de Pablo y que no deseaban una tercera.
Aparentemente decían que sus cartas eran fuertes, pero su presencia física débil y poco impresionante
(ver II Co. 10:10).

Ahora Pablo les muestra que sus planes no están regidos por sus propios caprichos sino que están
dirigidos por el Señor, el cual, desde el mismo principio, lo ha guiado adondequiera que él ha ido. Por
tanto, si siente que él debe volver a Corinto, entonces ellos deben aceptarlo como voluntad de Dios y
esperar que una visita futura les traiga mayores bendiciones (1:15-22).

No son los deseos de Pablo volver a ellos para hacerlos infelices. La carta que les había escrito antes (1
Corintios), aunque muy seria, tenía como propósito corregirles las faltas y o darles una reprimenda
(1:23; 2:40. Se refiere en particular al hombre que había fornicado (1 Co. 5:1ss). Su único deseo había
sido disciplinar a ese individuo y tratar de enmendarlo, evitando mayores penas a la iglesia. Por ello
Pablo los exhorta a recibir esta nueva carta con amor (2:5-11). Demorar en demostrar el amor a
aquellos que han sido disciplinados es dar ventaja a Satanás (2:11).

En esta parte, Pablo, usando el concepto básico expresado anteriormente, expande el tema de que todo
su ministerio ha sido guiado por el Señor y no de acuerdo con sus propios deseos. Hace esto
describiendo la naturaleza de su ministerio en el pasado.

2. Todo el ministerio de Pablo ha estado guiado y bendecido por el Señor (2:12-6:10)

Pablo comienza su testimonio diciéndonos cómo el Señor lo guió hacia Europa en primer lugar, lo que
dio por resultado que llegase a visitar a los corintios. Les habla de la puerta que el Señor le abrió en
Troas durante su segundo viaje misionero (2:12ss). Al revisar Hechos 16:6-10, podemos notar cómo el
Espíritu Santo cerró ciertas regiones y abrió otras para Pablo en aquella oportunidad.

Dios hizo que este viaje culminara en el éxito como lo hace siempre que él guía a sus hijos en el
ministerio de la Palabra (2:14-17). Pablo dice que tanto si el evangelio es aceptado o rechazado, Dios
es siempre glorificado, y el ministerio de Dios por sus siervos le es siempre agradable. Cuando Pablo
fue a Macedonia por primera vez fueron muchos los que rechazaron el evangelio en esa región; pero
también otros muchos lo aceptaron y se convirtieron. Pablo consideró que todos los esfuerzos allí
realizados, así como en todo otro lugar, fueron como un grato perfume a Cristo (2:15).

El mismo hecho de la conversión de muchos en Corinto, precisamente durante ese viaje misionero,
demuestra cómo el Señor derrama sus bendiciones. Pablo no tiene tan siquiera que escribirles; ellos
mismos, viviendo sus vidas tomo creyentes, son todo lo que él necesita para dar testimonio de la verdad
de lo que está diciendo (3:1-11). Pablo desea ver a esos creyentes crecer en la plenitud de la estatura
de Cristo. Es por eso que se atreve a escribirles, censurándoles cuando yerran a fin de que logren la
plena imagen de Cristo (3:12-18). Aparentemente, en estas palabras de 3:17,18 Pablo está pensando
en las mismas ideas que expresó en Romanos 8:12,19 y 12:1,2.

Después Pablo afirma que ya que Dios ha bendecido su ministerio permitiéndole serle fiel en el mismo,
tanto él como aquellos que lo acompañan continuarán esforzándose (4:1-6:10).

Pablo tiene gran confianza en el evangelio que predica, cuyo centro no son los pecadores sino Cristo
(4:1-6). Los que rechazan este evangelio lo hacen porque “el dios de este mundo” (ver Jn. 12:31) los ha
cegado (4:4). Pero la luz del evangelio es capaz de resplandecer en medio de la tiniebla espiritual, al
igual que el Creador, al principio, hizo que su luz brillara en medio de la oscuridad (4:4-6; cf. Gn. 1:3).

Pablo reconoce que él y sus compañeros son débiles recipientes de ese ministerio (hablando de su
propia vida); pero aunque sufren grandes tribulaciones y pruebas siguen teniendo fe en el evangelio.
que predican, en el Cristo resucitado (4:7-18). Aquí Pablo refleja muchos de los pensamientos
expresados en Romanos 8 y 12 con respecto a los sufrimientos que hay que padecer por Cristo en este
mundo. Pablo está seguro de que cuando su cuerpo terrenal sea finalmente vencido y muera, lo espera
un nuevo cuerpo preparado para él en el cielo (5:1-4; ver 1 Co. 15). Mientras tanto, confía en la
presencia del Espíritu Santo, aun en su propio cuerpo mortal (5:5; cf. Rom. 8:12ss).

Continúan trabajando por el evangelio, por tanto, porque conocen el temor del Señor (que es la
horrenda alternativa de la salvación), y el amor de Cristo (la respuesta de Dios a dicha alternativa; 5:11-
15).

Pablo y sus colaboradores han recibido este ministerio de reconciliación que trae en paz a los hombres
hacia Dios y los hombres a los hombres (5:17-21). Aquí Pablo vuelve a tocar en temas ya desarrollados
más detenidamente en Romanos (Rom. 5:6; 17; 3:31ss). Pablo enseña que no debe haber más demora
en recibir ese evangelio, expresando la misma urgencia mostrada por Marcos en su evangelio (6:2). Por
tanto, por amor al evangelio, Pablo está dispuesto a aceptar tanto los reveses como las ganancias
(6:3ss).

3. A la luz de la reconciliación traída por el evangelio, Pablo pide ahora la reconciliación


con estos corintios creyentes (6:11-7:16)

Pablo les ruega que hagan lugar en sus corazones para él y para los que colaboran con él y que han
ministrado entre ellos (6:11-13). Él no puede, ni quiere, dejar de llamarlos a llevar una vida pura y
señalarles sus inmoralidades, para que puedan llegar a ser todo aquello que el Señor desea que sean
(6:14-7:1). Habla en particular acerca de los matrimonios impuros y relaciones sexuales que han
rebajado la iglesia y de lo cual ya había hablado con anterioridad. Lo hizo en otra ocasión y lo vuelve a
hacer de nuevo porque ellos han sido llamados a ser un pueblo santo de Dios (6:16).

Nuevamente Pablo les ruega que le abran sus corazones (7:22ss). Él no sintió placer alguno en
hacerles sentirse infelices anteriormente, aunque fue por el propio bien de ellos. Tenían un problema
espiritual (el individuo que fornicaba) en su iglesia que tenía que ser resuelto. Sin embargo, se alegra de
las noticias recibidas a través de Tito, las que indican que siguen respondiendo a su dirección, como se
demuestra en la forma amable en que recibieron a Tito cuando los visitó de su parte (7:13ss). En
general, Pablo se siente alentado ante los acontecimientos que han ocurrido en los últimos días.

4. Informe sobre la colecta hecha para los santos en Jerusalén (8:1-9:15)

Después Pablo informa acerca de cómo las cosas están yendo en Macedonia y los anima a que
muestren la misma generosidad en contribuir que han mostrado los creyentes de Macedonia (8:1-15).
Los reta a dar imitando la generosidad de Cristo (8:9). Pero han de dar por amor y no por necesidad,
según puedan hacer lo (8:12). En 1 Corintios 16:1-3 ya él les había hablado acerca de dicha colecta y
de su finalidad.

Aquí desarrolla el tema de atender a las necesidades de otros santos (9:1-15). Les demuestra la
importancia de estar preparados para hacerle frente a esas necesidades y no ser remisos (vv.1-5). Les
advierte que aquellos que den poco, poco recibirán del Señor en cambio (vv.6-11). Termina
recordándoles el don mucho más infinito (Jesucristo) otorgado por Dios a todos los creyentes (v.15), el
cual debiera ser razón suficiente para provocar la generosidad en el corazón de todos los hombres.

5. Una defensa final de su ministerio (10:1-12:21)

En muchos aspectos es esta la parte más triste de toda la epístola. Como dice Pablo, las cosas que
escribe ahora no debieron haber sido escritas por él mismo. Los mismos corintios debieron haber
ensalzado a Pablo y no haberlo obligado a que se ensalzara a sí mismo (12:11).

Ellos han despreciado su presencia entre ellos (10:1, 10, 11) porque se llegó hasta ellos con la misma
mansedumbre que Cristo (10:1); pero esa humildad era necesaria para hacer desaparecer todo
pensamiento de vanidad en él (10:4,5). Por consiguiente, confía en que en su próxima visita a Corinto
encontrará en ellos un poco más de aliento para ayudarlo en su trabajo (10:14-18).

Pablo, temiendo que este pueblo, por el desprecio que le tiene, pueda volver las espaldas al evangelio
que él les ha llevado (11:3-4), les ruega ser pacientes con lo que él llama su “locura” (11:1). Lo que
Pablo quiere decir con esta palabra es la necesidad de mostrarles sus credenciales como predicador del
evangelio, ¡cosa que él no tenía por qué haber hecho!

Les dice que su posición no es inferior a la de ningún otro apóstol con respecto a la predicación del
evangelio, aunque hayan considerado que su presencia y su forma de hablar son toscas (11:6).
Además, el simple hecho de que nunca había aceptado honorarios de parte de ellos, como otros lo
habían hecho, no debía ser causa para que despreciaran (consideraran inferior) el evangelio que él les
había predicado (11:7). Pablo estuvo animado siempre de los mejores deseos en todo lo que hizo
(11:9). Aquellos que se han introducido entre ellos para atacarlo no son en manera alguna verdaderos
creyentes sino ministros de Satán, aunque parezca que predican el verdadero evangelio (11:12-15).

Luego Pablo presenta sus credenciales como representante de Cristo, credenciales que nadie puede
disputarle (11:16-22). A continuación detalla los sufrimientos que ha padecido por amor al evangelio
(11:23-33).

Les habla además de las visiones que el Señor le ha mostrado. (Pablo es evidente, mente el que “fue
arrebatado hasta el tercer cielo”; 12:1ss.) Con ello Pablo da a entender que ha contemplado a Dios más
de lo que él mismo se permite decir. Es debido a esas maravillosas revelaciones que el Señor le ha
otorgado que Pablo tiene que padecer las humillaciones que le manda el mismo Señor, para que no se
envanezca en el orgullo (12:6-10). Pablo habla después de “un mensajero de Satanás” que lo abofetea
constantemente (v.7). No se nos dice quién era este “mensajero de Satanás”. Quizás tenía algo que ver
con lo frágil de su apariencia ante aquellos a quienes predicaba. Es obvio que tenía algo que ver con la
debilidad corporal (“un aguijón en la carne”; v.7). Aunque le pidió al Señor que se lo quitase, no fue así;
pero el Señor lo hizo prosperar a pesar de ello (vv.8-10). Vemos aquí que Pablo abre por completo su
corazón en forma única. Algo que aparentemente hubiera hecho más fácil su ministerio de haberle sido
quitado constituyó, sin embargo, una bendición a pesar de la agonía, al hacerlo confiar en la gracia de
Dios y no en su capacidad de hombre.

Pablo termina esta sección recordándoles todas las señales del apostolado que él ha sobrellevado
(12:12s). Ahora está dispuesto a visitarlos por tercera vez (v.14). Espera ser recibido con más amor
(v.15) pero, sobre todo, desea ver entre ellos el fin de toda la lucha y divisiones internas que han
plagado a esa iglesia por tanto tiempo (vv.19-21).

Conclusión (cap. 13)

Pablo habla muy seriamente cuando dice que si cuando él vaya la situación no ha mejorado, no
tendrá indulgencia alguna para con ellos. Les pide que se examinen a sí mismos (13:1-10), de
modo que se encuentren preparados cuando él llegue.

Después de una exhortación final con relación a los buenos propósitos de Dios para con ellos
(vv.11, 12), Pablo cierra su epístola empleando una bendición más prolija que la usada en la
primera (v.14).

GÁLATAS: llamado a resistir los falsos evangelios

La Epístola a los Gálatas suscita a ciertos problemas en lo referente a aquellos a quienes está
dirigida y la fecha en qué fue escrita que no podemos tratar ahora en nuestro estudio. A pesar de
que en el cuerpo de la carta se ofrece mucha información acerca de la vida y actividades de
Pablo, no ha sido fácil responder a todas estas preguntas. Conocemos el territorio en general al
que se le daba el nombre de Galacia y el área visitada por Pablo en su primer viaje misionero.
Sabemos también que visitó ese mismo territorio en su segundo viaje misionero; pero lo que no
sabemos es a qué iglesias individuales dentro de ese territorio escribió. La carta parece haber sido
escrita muy al comienzo, pues aparentemente trata del problema de los maestros judío-cristianos
que proclamaban que los gálatas convertidos debían ser circuncidados para convertirse en
verdaderos creyentes. Es muy extraño que Pablo no hubiera citado la decisión del Concilio de
Jerusalén a este respecto, decisión que fue tomada después del primer viaje misionero de Pablo;
pero antes del segundo (He. 15). Una explicación lógica es que escribió esta carta tratando del
mismo tema que fue discutido más tarde por el concilio de Jerusalén.

Sin más discusiones, pues, pasaremos ahora a estudiar el contenido de la carta a los gálatas.
Salutación (1:1-5)

De forma poco usual comienza Pablo esta epístola recalcando el hecho de que es apóstol por
virtud de Jesucristo y de Dios y no de hombres ni por hombres (quizás en contraste a Matías,
quien había sido elegido por los apóstoles para ocupar el puesto de Judas, Hechos 1). La carta
está dirigida a las iglesias de Galacia visitadas por Pablo en su segundo viaje (He. 16:6), y
también probablemente en el primero. (También es posible, como algunos han sugerido, que
Pablo hubiese trabajado en esa región estando en Tarso, antes de su primer viaje misionero.)

Pablo incluye asimismo en esta introducción un breve resumen del evangelio mismo (1:3-5) que
nos recuerda las palabras de Pedro en Pentecostés (He. 2:40).

1. Planteamiento del problema (1:6-10)

Pablo empieza atacando directamente el problema. Ha tenido noticias de que las gentes de Galacia se
están alejando del evangelio que él les predicó —el cual había dado énfasis a la gracia de Cristo—
yéndose hacia un evangelio diferente (v.6). Al recalcar el concepto de un “evangelio diferente” en
comparación con “otro evangelio” (vv.6, 7), Pablo usa dos vocablos griegos diferentes, el primero quiere
decir “aquello que tiene una naturaleza totalmente diferente”, mientras que el segundo vocablo significa
“otro de la misma naturaleza”. Quiere que se entienda que lo que están tentados a seguir no es otra
versión del evangelio predicado por Pablo sino que se trata de una versión totalmente diferente y que el
seguirlo entraña la peor de las perdiciones (vv.8-10).

Al continuar la carta, comprendemos que el problema de que se trata aquí es que, después de la partida
de Pablo, han venido algunos diciendo que los cristianos gentiles tienen que ser circuncidados para
poder ser cristianos. Con esto hacen que la circuncisión sea punto central para la salvación, lo cual es lo
mismo que decir que la salvación depende de los mandamientos de la ley de los judíos que deben ser
cumplidos por los hombres y no de la gracia de Cristo. Mucho de esto lo encontramos en la última parte
de la epístola (5:1ss). Tenemos aquí, por tanto, el mismo problema confrontado por el Concilio de
Jerusalén (He. 15:1ss), y el hecho de que Pablo no lo mencione parecería indicar la posibilidad de que
esta carta fuera escrita antes del concilio, lo que no es cierto. Bien puede haber sucedido que esta
gente hubiera rechazado la decisión del concilio o la hubiera estado desconociendo.

2. El evangelio que Pablo les había predicado (1:11-2:21)

Para aclarar la situación Pablo desea recordarles el evangelio que les había predicado, de modo que
pudieran compararlo con el falso evangelio que ahora se les pide que sigan.

Pablo les reitera, una vez más, que este evangelio no proviene de los hombres sino de Dios. No
solamente su propia conversión y llamado habían venido directamente de Dios sino que las
instrucciones que había recibido del evangelio venían también del Señor, no de ningún hombre. Pablo
les dice cómo fue llevado a Arabia, donde fue instruido por Cristo en la Palabra y en el evangelio (1:17).
El libro de los Hechos no nos cuenta nada acerca de este particular. Se nos dice allí que Pablo,
después de su conversión, fue primero a Damasco y después a Jerusalén (He. 9:8,26). Es muy posible
que fuera primero hasta Arabia después de su bautismo y luego regresara a Damasco (He. 9:19) y,
posteriormente, a Jerusalén; o también puede haberse dirigido a Arabia después de haber estado en
Damasco (9:25), haber vuelto a Damasco y de allí hacia Jerusalén al cabo de tres años.

Lo cierto es que en ningún momento estuvo con los principales religiosos de Jerusalén hasta después
de tres años de su conversión (Ga. 1:18ss). Esta parece ser la visita mencionada en Hechos 9:26, pero
no se sabe con absoluta certeza.

Su estancia en Cilicia (1:21) coincidiría con la época en que estaba en Tarso (He. 9:30).

Catorce años pasaron antes de que volviese a Jerusalén (probablemente la visita mencionada en He.
11:30; Ga. 2:1ss). Aun sin poder determinar su itinerario exacto, podemos ver que tenía razón al decir
que en ningún momento recibió de hombre alguno su instrucción con respecto al evangelio. La razón
por la cual nos expone estos hechos es la de confirmar lo que nos dijo anteriormente, al comienzo de la
epístola, de que su evangelio provenía solamente de Cristo; por consiguiente, predicaba con indiscutible
autoridad.

Cuando Pablo fue a Jerusalén llevaba consigo a Tito a quien no había permitido ser circuncidado (2:2-
10). El nombre de Tito no se menciona en los Hechos; posiblemente era un creyente gentil de Antioquía
convertido bajo el ministerio de Pablo. De todas maneras, en Jerusalén Pablo se mostró como defensor
de la libertad de los creyentes gentiles de tener que ser circuncidados para poder ser cristianos.
Aparentemente, en aquel momento tanto Pedro como Santiago y Juan estuvieron de acuerdo con él
(2:9).

Después parece ser que Pedro, luego de haber comido con algunos gentiles, se apartó de ellos cuando
algunos judíos de Jerusalén vinieron de visita a Antioquía (2:11ss). Fue en esta ocasión que Pablo se le
enfrentó, demostrando que su conducta no estaba de acuerdo con el evangelio de Cristo en el que
arribos creían. El punto que Pablo rebatía a Pedro era que si el observar la ley justificaba más a uno
que a otro que no lo había hecho, entonces Cristo habría muerto sin razón alguna (2:21). Era una
repetición del mismo mensaje de Habacuc. Podemos recordar que Habacuc tuvo que aprender que la
justificación (justificación ante Dios) venía solamente por la fe y que no existía tal cosa como “más
justificado” o “menos justificado”, sino que uno era totalmente justificado por la fe al recibir a Cristo
mediante la gracia de Dios.

3. Relación del evangelio de Pablo con el problema de los gálatas (3:1-5:12)

Pablo, de una forma que nos hace recordar a Romanos en los capítulos 5-8, nos muestra que aquellos
que están justificados por la fe no necesitan volver al cumplimiento de la ley como mandato adicional
para poder ser salvados. Reciben el Espíritu de Dios no por ser obedientes a la ley (que nadie puede
cumplir) sino por la fe (3:2). Después Pablo nos demuestra, al igual que en Romanos 4, que Abraham
fue sal vado por la fe y que la promesa de una simiente (3:16) fue la misma promesa hecha al principio:
uno nacido de mujer, Cristo (ver 4:4; cf. Gn. 3:15). De esta forma la promesa fue hecha a todos los
hombres y no solamente a los judíos (3:22). El evangelio rompe todas las barreras de distinción en lo
tocante a la posibilidad de alcanzar la salvación (3:28,29).

Mientras los judíos trataran de ser justificados por la ley no podrían alcanzar el privilegio de ser
considerados como hijos (4:1-7). Solamente aquellos que se llegan hasta Dios con fe pueden alcanzar
la salvación y justificación. De esa manera los judíos cristianos de la Galacia son hijos de Dios, no
porque observen la ley sino por su fe en Dios a través de Jesucristo.

De la misma manera, los gentiles que anteriormente eran adoradores de dioses paganos han llegado
ahora a conocer a Dios a través del evangelio y no tienen necesidad ya de volver a sus prácticas
paganas ni a la ley judía para ser salvados (4:8-11). El mismo Pablo expresa su profundo interés por
estos gálatas cristianos (4:20). Al principio había sido bien recibido entre ellos, a pesar de su debilidad
(aparentemente en contraste con los corintios que encontraron que esa debilidad era un obstáculo para
su fe; cf. II Co. 12:7ss).

Pablo les demuestra que relacionar la fe que poseen con el judaísmo o con las esperanzas de la raza
judía o con la ciudad terrenal de Jerusalén era en vano y sin esperanzas (4:21-25). Nuestra Jerusalén
está en lo alto: “la nueva Jerusalén” (ver Is. 65:17,18; He. 12:22; Ap. 21:1ss). Por consiguiente, Pablo
libera a los hombres de cualquier esperanza que puedan tener en una futura Jerusalén terrenal y les
pide que contemplen a la Jerusalén de lo alto, a los nuevos cielos y a la nueva tierra. ¡Poner nuestras
esperanzas en el restablecimiento de la leyes volver a la esclavitud de la cual Cristo nos ha liberado!
(4:25-31).

Pablo termina este extenso discurso sobre la circuncisión y sobre los defensores del retorno a la ley
judía como medio de salvación advirtiéndoles que seguir un falso evangelio es negar todo valor al
verdadero evangelio (5:2). Pablo se muestra muy severo hacia el final (5:12).

4. La oportunidad de la libertad que Cristo ha ganado para nosotros (5:13-6:10)

Antes de terminar, Pablo desea dejar totalmente aclarado que no trata de defender el libertinaje
(ausencia de control sobre los pecados de la carne) sino todo lo contrario. Al ser guiados por el Espíritu
de Dios, se espera de ellos que produzcan los frutos del Espíritu, los cuales enumera (5:22,23). No
deben seguir los antiguos placeres de la carne (5:19-21). Andando con el Espíritu, por lo tanto, no los
pondrá fuera de la ley sino que les permitirá hacer lo que, a través de la ley de Dios, sin Cristo, jamás
hubieran podido realizar (5:16ss).

Después Pablo hace otras exhortaciones en lo que se refiere a las responsabilidades cristianas de los
unos para con los otros (6:1-10). La mayor parte de estas exhortaciones están tratadas más
extensamente en las epístolas a los romanos y a los corintios.

Conclusión (6:11-18)

Pablo declara ahora que existen muchos en Galacia que, defendiendo aquello a lo cual él se
opone, lo hacen simplemente porque no desean ser perseguidos por la fe (6:12; cf. 5:11). Más
tarde, después del Concilio de Jerusalén, Pablo permitió que Timoteo fuera circuncidado (He.
16:3); demostrando así cómo aplicaba sus palabras a la práctica, que la circuncisión ni la falta de
la misma significaban nada absolutamente: tan sólo la nueva criatura (6:15). Siempre que no
hubiera conflicto, Pablo podía —como lo hizo muchas veces— seguir la ley judía por amor al
evangelio (ver también He. 12:17ss).

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Corinto, ciudad e iglesia a la que Pablo escribió dos de sus epístolas, comenzó a desarrollarse
como centro comercial en el siglo VIII A.C., en la época de la fundación de Roma y cuando Israel,
el reino del norte, se acercaba a su fin. Debido a su excelente posición geográfica, Corinto llegó a
ejercer extraordinaria influencia política en el mundo antiguo.

Corinto se unió a Esparta en contra de Atenas, y en las largas Guerras del Peloponeso que
siguieron (431 A.C.) Atenas fue finalmente derrotada. Durante este proceso Esparta llegó a
obtener la supremacía política y Corinto fue desapareciendo lentamente. Finalmente, en 146 A.C.,
los ejércitos romanos destruyeron a Corinto durante la expansión romana en Grecia; Permaneció
en ruinas por más de un siglo. Después, en el año 44 A.C., Julio César reconstruyó la ciudad,
convirtiéndola en colonia romana desde donde Roma podía gobernar sobre otras partes de
Grecia. La ciudad floreció nuevamente como centro de provincias y florecía aún al visitarla Pablo.
Los arqueólogos han encontrado el tribunal hasta el cual fue llevado Pablo (He. 18:12) para
comparecer ante Galión. Se encuentra situado en el centro del ágora (lugar del mercado).

Otro posible lazo con los tiempos de Pablo es una extensa área pavimentada en donde se
encuentra una inscripción que la identifica como construida por Erasto, mencionado por Pablo en
Romanos 16:23, cuya carta fue escrita desde Corinto. Pablo lo llamó “tesorero de la ciudad”.

Los gálatas remontan sus orígenes, aunque parezca extraño, hasta la Galia, en lo que hoy es
Francia. El pueblo celta extendió su cultura por todos los valles de los dos de Francia durante el
siglo V A.C., al tiempo del cierre de las revelaciones del Antiguo Testamento. Con el transcurso
del tiempo llegaron a ser lo suficientemente fuertes como para saquear a Roma en el año 390
A.C.

En el siglo siguiente, III A.C., algunos de estos pueblos llegaron hasta Anatolia (Asia Menor) en las
guerras civiles bitinias, en el año 278 A.C. Allí permanecieron y se convirtieron en grupos
nómadas que vagaban por toda la región, hasta que fueron detenidos en 275 A.C. Después se
establecieron en el territorio que más tarde fue conocido bajo el nombre de Galacia y se colocaron
de parte de Grecia en contra de Roma. Cuando fueron derrotados por Roma, se pacificaron. En el
año 85 A.C. toda el área que ocupaban obtuvo su nombre (Galacia, de Galia) y se convirtió en
protectorado romano. Cuando Pablo la visitó, un siglo más tarde, aún lo era. Poco a poco los
gálatas fueron perdiendo su cultura propia y fueron absorbidos por los pueblos circundantes
alrededor del siglo II de nuestra era.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

El primer siglo de la iglesia fue extraordinariamente turbulento y durante el mismo surgió contra el
evangelio toda forma imaginable de obstáculos. Se esperaba que Satanás opondría todas sus
fuerzas a la labor de la iglesia de permanecer obediente a la Gran Comisión de Cristo de predicar
un evangelio y de enseñar a los creyentes todo lo que él había enseñado tratando de “salvar” al
mundo. Satanás no podía detener el evangelio, pero sí podía desencadenar una guerra que
continúa hasta el presente. Pero sabemos que las mismas puertas del infierno no pueden detener
el evangelio, como lo prometió Jesús (Mt. 16:18).

Los ataques de Satanás y las estrategias de los evangelistas se pueden estudiar con todo detalle
en estas cartas. Antes de la terminación del siglo otras muchas iglesias atravesarían situaciones
similares; y según lo ha demostrado la historia a través de veinte siglos la guerra ha continuado
dondequiera que ha ido el evangelio. Recuérdese que es la iglesia la que toma la ofensiva, no
Satanás. El simplemente presenta una guerra de demora. El final está asegurado. Debemos
contemplar esta lucha desde la perspectiva más amplia del plan final de Dios.

Uno de los métodos favoritos de Satanás es provocar divisiones dentro de la iglesia. Esto sucede
con mucha frecuencia cuando los cristianos no tienen la suficiente madurez espiritual. Cuando
maduran de acuerdo con las indicaciones bíblicas, entonces el amor y la humildad prevalecen
entre ellos.

Las causas de la división en Corinto se repetirían con toda seguridad en iglesia tras iglesia
durante todo el siglo primero: diferencias en la predilección por los maestros; omisión de
disciplinara los pecadores dentro de la iglesia; diferencias entre los creyentes que luego resultaron
en amenazas de juicios civiles; ejercicio ilimitado de libertades cristianas y juicios acerca de los
hermanos que deseaban ejercitar esas libertades; diferencias de opinión acerca del modo más
apropiado de vestir y practicar el culto, lo que muchas veces condujo a vestimentas extravagantes
y prácticas bochornosas; vano orgullo en dones espirituales que se practicaban solamente para
unos cuantos y que terminarían por conducir a la separación; pero, sobre todo, la introducción de
doctrinas erróneas en la iglesia, lo que fue el comienzo de un evangelio diferente (un evangelio
falso) que muchos seguirían.

Fue siempre en estos momentos que Pablo, el evangelista fiel, estaba dispuesto a poner su
llamado al servicio de la iglesia. Vemos en su segunda epístola cómo señaló el verdadero camino,
muy semejante a como lo había hecho Samuel en el Antiguo Testamento. Vemos cuáles eran las
verdaderas fuentes en que bebía para seguir adelante y hacerle frente a toda crítica; y, por encima
de todo, vemos su gran dedicación al Señor. Nadie trató con mayor esfuerzo que Pablo de
efectuar la reconciliación entre estos creyentes inmaduros. Como buen pastor, jamás los dejaría.
Verdaderamente vivió su vida tal como exhortaba a que otros lo hicieran, teniendo paz con todos
los hombres en todo lo que fuera posible (Rom. 12:18).

Otro de los métodos de oposición y resistencia creados por Satán contra el evangelio consiste en
los ataques internos, como lo vemos en la iglesia de los gálatas. El evangelio falsificado era muy a
menudo origen de disputas que daban al traste con la paz de la iglesia mucho antes de finalizar el
primer siglo, como lo podemos ver en las epístolas a las iglesias de Asia y en el Apocalipsis,
capítulos 2 y 3.
Pablo nos demostró cómo tratar con esos evangelios falsos: exponer decididamente la verdad sin
dar tregua a lo que es contrario a esa verdad. Pablo enseñó de manera firme que no puede existir
un compromiso cuando se trata de algo relacionado con las doctrinas de las Escrituras. Son
enseñanzas de Dios y ningún hombre tiene el derecho de comprometerlas o de negociar con ellas
so pretexto de conservar la armonía.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Claramente puede observarse la semejanza existente entre algunos de los problemas de la iglesia
durante el siglo primero y los que tenemos hoy día. La primera lección que tenemos aquí es que,
en realidad, Satanás no cambia sus métodos aunque estén astutamente disfrazados. La Palabra
de Dios nos ayuda a desenmascararlos y después, con el poder de la Palabra, a enfrentarlos.

¡Cuántas iglesias se encuentran divididas entre el predicador que ahora tienen y su forma de
predicar y el predicador que tenían anteriormente! ¡Cuántas iglesias se encuentran en dificultades
en la actualidad por no castigar a los pecadores en su seno! ¡Cuántas iglesias se hayan divididas
por juicios y más juicios entre los tribunales seculares y el mundo incrédulo! ¡Cuántas personas
han sido ofendidas porque algunos cristianos desconsiderados han hecho valer sus libertades
cristianas! ¡Cuán a menudo los cristianos han sido juzgados como pecadores —simplemente
porque hacían cosas que la ley de Dios no prohíbe— por aquellos otros que ponen su propio juicio
como normas y patrones que todo el mundo debe seguir! ¡Con cuánta frecuencia la gloria de Dios
ha sido profanada por personas que vienen a rendir culto indecentemente vestidas! ¡Con cuánta
frecuencia es difícil para los creyentes adorar con el espíritu y la verdad requeridos, impedidos de
hacerlo por la charla incesante y distracciones de aquellos que se encuentran a su alrededor, a
veces hasta en el momento mismo en que se lee la Palabra de Dios! ¡Y cómo se encuentra
dividida la iglesia en nuestra época con motivo de los dones del espíritu! ¡Cuánta necesidad
tenemos todos de volver a leer los tres capítulos de I Corintios (12-14), para que no nos
enorgullezcamos y gloriemos de los dones que poseemos, no reconociendo la diferencia que
existe entre un don espiritual y los frutos del Espíritu!

¿Y qué diremos de las falsas doctrinas y herejías que existen hoy día y han ocasionado tanta
destrucción dentro de la iglesia? Vemos “denominación” tras “denominación” abandonar la
verdadera Palabra de Dios, adoptando “evangelios” más atractivos que rinden pleitesía al “yo” del
hombre. Aun la doctrina de la resurrección se ve atacada por todas partes, y cada vez que llega el
domingo de pascua escuchamos a muchos ministros, al hablar de la resurrección, hacer toda
clase de gimnasias verbales para parecer letrados y piadosos a la vez.

¡Todos los dirigentes de la iglesia debían leer y releer el testimonio de Pablo en II Corintios! ¡Qué
corazón más grande tenía este evangelista! ¡Qué dedicación al Señor! ¡Y qué amor demostró por
aquellos que ocasionaban problemas, aquellos corintios recalcitrantes! Con cuánta facilidad
cerramos nuestros oídos a las quejas contra nosotros y nos marchamos o abandonamos la labor
en lugar de permanecer firmes en ella.

En esta época de componendas cada vez se hace más difícil no ceder. Por naturaleza propia
aquel que mantiene una posición conservadora dentro del evangelio parece ser el causante de
problemas; pero debemos recordar las palabras de Elías a Acab: “Yo no he turbado a Israel, sino
tú y la casa de tu padre dejando los mandamientos de Jehová…” (I R. 18:18).
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios a nuestras vidas
En la iglesia de la cual soy miembro:

1. ¿Alguna vez en el pasado, o en el presente, he contribuido a las dificultades que sufre el


ministro actual al compararlo constantemente con alguno anterior?

2. ¿He favorecido el uso de la disciplina dentro de la iglesia o me inclino a actitudes flojas para
evitar situaciones embarazosas?

3. ¿Alguna vez, lleno de ira, he participado en alguna acción que se ha tramitado en tribunales
públicos contra un hermano o hermana en lugar de padecer en silencio?

4. ¿Me he empeñado alguna vez en seguir ejerciendo mis libertades cristianas a pesar de saber que
con ellas ofendo a alguien?

5. ¿Ha sido mi manera de vestir en la iglesia siempre modesta, sin ostentación ni provocación?

6. ¿He molestado a los demás durante el culto con mi desconsideración y distracciones?

7. ¿Recibo humildemente cualquier don espiritual que me haya sido otorgado por el Señor,
reconociendo que todos los cristianos poseen el Espíritu Santo y tienen variedad de dones, que
pueden ser mayores que los que yo poseo?

8. ¿Cuál es mi actitud cuando escucho algo en la iglesia o en la escuela dominical que no tiene una
sólida base doctrinal? ¿Trato de corregir al que habla? ¿Trato de pasarlo por alto? ¿O
simplemente lo olvido, esperando que pase desapercibido?

9. Como guía espiritual de mi hogar, de mi clase, de mi iglesia, ¿qué he aprendido de esta lección
acerca de un buen dirigente espiritual?
7: Epístolas a las iglesias en desarrollo

Introducción
Existen muchas semejanzas entre las cinco epístolas que vamos a estudiar hoy: Efesios,
Filipenses, Colosenses, y I y II Tesalonicenses. Las primeras tres fueron escritas
aproximadamente alrededor de la misma fecha y desde el mismo lugar, Roma, durante los dos
años que Pablo guardó prisión allí (acerca de lo cual hemos leído en el libro de los Hechos). Las
epístolas a los tesalonicenses fueron escritas muy anteriormente (probablemente durante el
segundo viaje misionero de Pablo). Todas estas cartas que ahora estudiamos están dirigidas a
iglesias, lo que nos demuestra el crecimiento espiritual y madurez alcanzada ya, muy superior al
de las iglesias mencionadas en las epístolas que vimos en la lección anterior (Corintios y Gálatas).

En el orden establecido por el canon encontramos una secuencia de gran significado, que yo
sugeriría en la forma siguiente: Efesios, llamado a una nueva vida en Cristo; Filipenses, llamado al
crecimiento espiritual; Colosenses, llamado a la ciudadanía celestial; I Tesalonicenses, llamado a
la perseverancia; y II Tesalonicenses, llamado a la esperanza cumplida.

Es obvio que existe en estas epístolas mucho material reiterado; pero si


observamos cuidadosamente podemos ver que hay cierta progresión en los temas. Será
nuestro empeño destacar esa progresión según vayamos estudiando las epístolas una por una.

Dos de las epístolas están dirigidas a iglesias en Asia: una en Éfeso y la otra en Colosas. Las
otras tres fueron escritas a dos iglesias en Macedonia: Filipo y Tesalónica. Pablo visitó estas dos
últimas iglesias en su segundo viaje misionero y el resto durante el tercero. Las cartas a los
tesalonicenses fueron escritas durante su segundo viaje misionero.

¿Qué nos encontramos aquí?

EFESIOS: llamado a una nueva vida en Cristo

En esta carta Pablo habla de sí mismo como estando en prisión (3:1; 4:1). Se
refiere probablemente a su encarcelamiento por los romanos según hemos visto descrito en el
libro de los Hechos. Aunque existen algunos manuscritos antiguos que omiten las palabras “en
Éfeso” (1:1), asumiremos que esta carta fue escrita a esa iglesia e incluso quizás a otras iglesias
del Asia Menor. La salutación es, en sí misma, muy breve y básicamente igual a las que podemos
encontrar en otras cartas de Pablo.

Sabemos que Pablo trabajó durante varios años en Éfeso y que durante ese tiempo prestó sus
servicios en otras áreas cercanas; por lo tanto, había cubierto por entero la provincia de Asia (He.
19:10). En su testimonio a los ancianos de Éfeso Pablo les dice que en el tiempo que estuvo entre
ellos les había enseñado todo “el consejo de Dios” (He. 20:27). Por tanto, el pueblo había
escuchado el evangelio tal como lo hemos visto en la Epístola a los Romanos, o sea, el verdadero
evangelio.

Por ello es que esta carta habla en primer lugar de la base o causa para la exhortación que les
hace Pablo y de la exhortación misma mediante la cual Pablo los llama para que anden en el
camino de la nueva vida en Cristo, la vida del pueblo redimido por Dios.

1. Base para la exhortación que Pablo les hace (Ef. 1:3-3:21)

Pablo discute tres puntos: el plan de redención de Dios solamente en Cristo: el proceso de esa
redención aplicado a sus lectores; y el lugar que ocupó Pablo dentro de ese plan y proceso.
Estudiaremos ahora cada uno de estos tres puntos.

A. El plan de redención de Dios en Cristo (1:3-23).

Nos encontramos en esta porción el versículo al cual nos hemos referido con tanta frecuencia:
Efesios 1:4. Pablo afirma que todas las bendiciones de Dios para sus hijos están compendiadas en
la persona y labor de su Hijo, Cristo Jesús (v.3). Hemos tratado de mostrar, comenzando con el libro
de Génesis, cómo Dios ha llevado adelante ese plan y cómo ha demostrado constantemente a
todos que la única esperanza que tienen sus hijos está cifrada en Cristo y no en ellos mismos. El
versículo 4 nos da un esquema del plan de redención según la voluntad de Dios y ejecutado por
medio de Cristo. Al referirnos constantemente a ese propósito de Dios, podremos orientarnos
correctamente dentro del camino que Dios nos depara y que desea para nosotros.

También se nos dice que Dios nos predestinó para que fuéramos hijos suyos por medio de
Jesucristo (v.5). Esto quiere decir que aun antes de que Dios comenzara a poner en efecto su plan
de salvación, había determinado que nosotros (los creyentes) fuéramos hijos suyos a través de lo
que Cristo sería y haría por nosotros. Esta doctrina de la predestinación (Dios predestinando todas
las cosas de acuerdo con su propósito) no es nueva, aunque el término mismo pueda parecernos
extraño. Jesús había enseñado esta doctrina con toda claridad cuando los primeros seguidores
comenzaron a llegarse hasta él (Mt. 11:25-27). Y cuando comenzaron a responder al evangelio
después de Pentecostés, una vez más les fue enseñada esta doctrina en las Escrituras (He. 2:47;
13:48). Por consiguiente, nuestra Confesión de Fe de Westminster está correcta al declarar esta
verdad (capítulo 3), la cual censura todo orgullo en los evangelistas y trabajadores cristianos y
concede toda gloria como resultado de la proclamación y enseñanza del evangelio al único que la
merece: ¡el Señor!

Lo que acabamos de exponer no constituye obstáculo alguno ni impide la libre proclamación del
evangelio a todos los hombres, como lo demuestra nuestro Señor mismo cuando, después de
declarar la doctrina de la predestinación, ofrece libremente este evangelio a todos aquellos que
sienten la necesidad y le buscan. En todas partes vemos a Pablo y a todos los otros evangelistas
del Nuevo Testamento ofreciendo libremente el evangelio a todo el que quiera creer. La manera en
que los hombres son salvados es mediante la predestinación que Dios ha hecho de ellos a través
de Cristo para que sean hijos suyos; la forma en que son llamados a él es mediante la invitación
libre y abierta a todos los que escuchan.

Se nos enseña que nuestra redención está en Cristo, lo cual viene a nuestro conocimiento cuando
creemos por primera vez, aunque ya esto Dios lo conocía desde la fundación del mundo (vv.7-10).
También, a través de Cristo, nos hemos convertido en herencia de Dios, su pueblo santo que le
pertenece exclusivamente (vv.11, 12; ver también Ex. 19:5,6), y también en Cristo hemos sido
“sellados” con el Espíritu Santo de la promesa, garantía para todos de lo que Dios ha de hacer
todavía por nosotros y a través de nosotros (vv.13, 14). Dios ha elegido redimirnos precisamente de
esta forma para que toda la gloria por nuestra redención pertenezca solamente a él (vv.6, 12, 14).

Pablo, reconociendo la reacción (su fe y amor) de estos cristianos de Éfeso a este evangelio, desea
que comprendan la enorme esperanza que el mismo encierra para ellos (vv.15-18). Todo se resume
en Cristo; por tanto, todo lo que para ellos tiene importancia se relaciona con la gloria de Cristo,
quien está ahora sentado a la diestra de Dios y gobierna sobre todos los poderes de la tierra y el
cielo. Aquel que vino a triunfar sobre Satán en nombre de ellos está ahora sobre todas las cosas; y
todos los cristianos comparten en la plenitud de esa victoria (vv.19, 23; ver también Gn. 3:15).

B. Proceso de la redención aplicado a los creyentes (2:1-22).

A continuación Pablo se dirige a sus lectores para que puedan comprender que esta doctrina tiene
verdadero valor y significado para ellos, no solamente en un futuro sino también en el presente. Al
igual que todo hombre nacido en este mundo como hijo de Adán, ellos estaban muertos en el
pecado y en los delitos (v.1). Por naturaleza propia, como todos los hombres, eran seguidores de
Satanás (príncipe de las potestades del aire), y, también por naturaleza, eran enemigos de Dios,
merecedores de la ira de Dios (vv.2, 3). De nuevo tenemos que esta doctrina no es nueva. Desde la
caída de Adán las Escrituras nos enseñan cómo todo hombre venido naturalmente a este mundo
está espiritualmente en el pecado (incapaz de responder a la voluntad de Dios hacia ellos y en ellos
mismos). Estaban en enemistad con Dios. Lo único que hace ahora Pablo es volver a exponer lo
que ya estudiamos en la Epístola a los Romanos, capítulos 1,2. Hemos dicho con anterioridad que
este tiene que ser el punto de partida para poder comprender la labor de salvación de Dios en
nosotros. Comienza por nuestro reconocimiento de la maldad de todo hombre nacido en este
mundo. Por su propia volición ningún hombre se llega hasta Dios, sino que continúa revelándose
contra él por siempre jamás.

En este punto Pablo muestra cómo la gracia de Dios (el libre otorgamiento de su misericordia y
amor sobre. nosotros, que no lo merecemos) cambió todo aquello para nosotros (vv.4, 10). Fue
iniciativa de Dios, como lo demuestra Pablo en Romanos 5. Aquí, las tres palabras usadas
constantemente en las Escrituras expresan la voluntad de Dios de salvar a los pecadores que no lo
merecen; esas palabras son: misericordia, amor, gracia (vv.4, 5). Dios demostró su misericordia,
amor, y gracia hacia nosotros mientras estábamos aun espiritualmente muertos (v.5; ver Rom. 5:8).
Pablo expresa con las más claras y contundentes palabras que todo ello fue hecho solamente por la
gracia e iniciativa de Dios, para que nadie se gloríe (vv.8, 9). Pero esto no significa que
permanezcamos pasivos; ha sido voluntad de Dios que por nuestro nuevo nacimiento y vida
andemos ahora en los caminos que los hijos de Dios deben andar (v. 10). Sobre este punto volverá
a abundar más adelante en su carta.

Lo que esto significa para los gentiles es que aquellos que una vez estuvieron fundamentalmente
excluidos (en el período del Antiguo Testamento) de participar de las bendiciones y privilegios
correspondientes a los hijos de Dios, ahora, en Cristo, se han unido a todos los hijos de Dios.
Tienen todos los mismos derechos y privilegios que los otros hijos de Dios, como lo tienen Pablo y
los judíos (vv.11-22). Todos los creyentes son iguales en Cristo; no existen privilegios especiales
entre ellos; no hay ciudadanos de primera y de segunda clase (v.19). Ello significa que constituyen
por completo herencia de Cristo, como lo eran los judíos creyentes en épocas del Antiguo
Testamento; y pueden esperar participar en la plenitud de la herencia al igual que los demás
(1:11,14). Pablo describe la familia de Dios como una tasa. Los cimientos están formados por la
Palabra de Dios escrita (los apóstoles y profetas), siendo la piedra principal del ángulo, Jesucristo,
la Palabra de Dios hecha carne. Todo creyente (judío o gentil) forma parte de ese edificio. Aún se
está construyendo al añadirse nuevos creyentes, hasta que quede terminado por completo a los
ojos del Arquitecto de nuestra salvación, el Cual ha de residir allí por siempre jamás con su pueblo
(vv.19-22).

C. Lugar de Pablo dentro del plan de Dios y del proceso de su redención (3:1-21).

De manera similar a sus epístolas a los corintios y a los gálatas, Pablo habla aquí de cómo Dios le
concedió el privilegio de ser apóstol de los gentiles y le dio a conocer su mensaje. Considera que
este fue un gran privilegio y honor que Dios le otorgó (v.8). Es por esto que deben comprender que
aunque ahora él sufra en la prisión, todo es parte de un plan de Dios hacia él en el cumplimiento de
su vocación (v.13). Tampoco debe sorprenderlos, por tanto, que Pablo se interese por su bienestar
espiritual y que ore continuamente por su crecimiento espiritual; o sea, que lo que Dios comenzó en
ellos pueda completarse (que ellos puedan andar en las sendas que Dios les ha preparado; ver
2:10; 3:14-19). Les recuerda, como lo hizo a los gálatas, que el poder para llegar a ser todo lo que
Dios desea proviene solamente de Dios y no de ellos mismos (vv.20, 21).

Pablo los exhorta en lo que se refiere a la vida de los redimidos (Ef. 4:1-6:20)

Pablo les habla entonces de la nueva vida en Cristo a la que han sido llamados y para la cual fueron
creados de nuevo en Cristo (2:10). Esto lo hace destacando tres importantes aspectos: un nuevo andar
(manera de vida); una nueva relación con Cristo y entre sí, y una nueva lucha.

. Un nuevo andar (manera de vida) (4:1-5:21).

En primer lugar son llamados a andar con dignidad en la vocación a que fueron llamados (4:1ss).
Esto es básicamente lo mismo que dijo Romanos 12:1,2, o sea: iluminados por lo que el Señor ha
hecho por vosotros, no andéis con orgullo sino con humildad. Pablo hace notar que los dones del
Espíritu son diversos, pero que todos provienen de un solo Espíritu (4:4-10). Esto es muy similar a
lo que escribió en 1 Corintios 12:4ss y en Romanos 12. Pablo coloca a los apóstoles en primer lugar
dentro de la iglesia basándose en la importancia que tiene el don por ellos recibido; después sitúa a
los profetas.

A diferencia de su estilo en 1 Corintios, Pablo enumera aquí ahora los diferentes ministerios de la
Palabra como profetas, evangelistas, pastores, maestros, sin tratar de definir las responsabilidades
individuales (v.11). Se aclara que todos estos cargos diferentes tienen un solo propósito: edificar la
iglesia en amor (vv.12-16). Otra vez, al igual que en 2:19-22, Pablo presenta una iglesia como
edificada cuidadosamente por Dios. El primer objetivo de todos esos ministerios de la Palabra es
que los santos (creyentes, aquellos llamados para pertenecer en toda santidad exclusivamente al
Señor) sean perfeccionados, es decir, llevados a la plenitud en términos de todo lo que Dios ha
querido que ellos sean (ver Gn. 17:1; Mt. 5:48). Esto estaría de acuerdo con el plan de Dios según
se expresa en Efesios 1:4.

El fin de estos oficios es el de ministrar: el trabajo unido de todos los miembros individuales de la
iglesia en el amor, manifestado a través de la ayuda mutua en sus necesidades. El resultado es la
edificación del cuerpo de Cristo (la iglesia).

La iglesia primitiva nos ofrece un hermoso ejemplo de esto en el ejercicio de los diversos dones del
Espíritu por aquellos que los habían recibido. El pueblo de Dios fue llamado a la perfección por la
enseñanza diligente de la Palabra de Dios y por la oración. Así se desarrolló entre ellos una amante
confraternidad, cuidando los unos de los otros. Como resultado Dios se complació en hacer crecer
aquella iglesia, edificando así el cuerpo de Cristo (ver. He. 2:41-47).

Para llegar a andar en una forma digna del evangelio al que han sido llamados no deben andar ya
como lo hacían antes (4:17 ss.). Como en Romanos 1, les recuerda cómo andaban antes (vv.18,
19) y los llama a que se renueven en el espíritu de sus mentes (Rom. 12:1,2; cap. 6). Esto significa
no solamente abandonar los graves pecados de la vida anterior sino también comenzar a hacer
positivamente lo que es bueno y correcto de acuerdo con la verdad de Dios (vv.25-32).

El estudio de la ley en Éxodo 20 enseña que el llamado de Dios consiste no sólo en una vida
negativa sino también positiva, tratando de alcanzar lo bueno. Por tanto, no solamente tienen ahora
que dejar de mentir sino decir siempre la verdad no sólo tienen que dejar de robar sino trabajar con
sus propias manos para ayudar a otros; no sólo tienen que dejar la conversación inmoral sino
comenzar a hablar de lo que es edificante para la vida espiritual de los demás. Esto se presta a
seria reflexión: puesto que el Espíritu Santo se encuentra ya morando en ellos por siempre (fueron
sellados por el Espíritu Santo hasta el día de la redención), tienen que pensar en lo que hacen con
sus cuerpos, no vaya a ser que ofendan o lastimen al Espíritu, el cual, aunque agravado, no los
abandonará (v.30).

Es por ello que a esta nueva vida se la llama andar en amor (5:1ss). La base del amor cristiano,
como a menudo se ha hecho notar, es el amor de Cristo por nosotros (v.2). La fornicación,
impurezas, envidias, son manifestaciones de lo que es desagradable ante los ojos de Dios y no
debe existir entre sus hijos (5:3-8).

Deben andar como hijos de luz (v.8). La Palabra de Dios los capacitará para conocer —a través del
Espíritu— lo que es agradable a los ojos de Dios (v.10). A la luz de la Palabra de Dios, podrán
discernir cómo deben andar los hijos de Dios y distinguir todo aquello que se opone a la aprobación
de Dios (vv.11-14).

Por último, este nuevo andar al cual han sido llamados es un andar de sabios (5:15ss). Pueden
andar como los sabios porque están guiados por la Palabra de Dios, que a los ojos de Dios es el
único camino hacia la sabiduría. Esto comprende: aprovechar bien el tiempo (las oportunidades que
se presenten de servir al Señor); entender la voluntad de Dios; estar llenos del Espíritu Santo,
abandonándose plenamente a su dirección; y hablándose entre sí dando gracias a Dios y
alentándose mutuamente (5:19-21).
A. Una nueva relación con los demás (5:22-6:9)·
En Romanos Pablo habló brevemente de las nuevas relaciones que debían existir entre los
cristianos. Aquí amplía la idea.

Comenzando con la más íntima de las relaciones entre cristianos en la faz de la tierra, nos habla de
lo que Cristo debe significar en las relaciones entre marido y mujer (5:22-33). Las esposas deben
continuar obedientes a sus maridos, como fue la voluntad de Dios desde el principio de la creación
(I Co. 11:9; Gn. 3:16). Pero ahora esta obediencia está relacionada con su obediencia al Señor. En
la sujeción a su marido la mujer se encuentra sujeta últimamente a Cristo. Si están unidas a un
hombre pecador o no muy sabio deben sufrirlo con el conocimiento de que por ese medio
demuestran su obediencia a Cristo, que es Cabeza sobre todos nosotros (vv.22-24). Los maridos
deben también amar a sus mujeres, siguiendo el ejemplo del amor de Cristo por su iglesia (vv.25-
32)

B. De inmediato vemos los efectos de la presencia de Cristo dentro de un matrimonio y familia


cristianos. La mujer es obediente en su obediencia a Cristo, su Señor. El esposo ama a su esposa
de la misma manera desprendida que Cristo amó a su iglesia y se entregó por ella. La perfecta
armonía que Dios quiso para el matrimonio desde un principio será ahora restaurada (Gn. 2:24; Ef.
5:33).

Esa relación entre los padres también debe afectar a las relaciones con sus hijos (6:1-4). Los hijos,
al ver la obediencia de la madre al padre, podrán ver el deber que tienen de rendir honor y
obediencia a ambos. La contemplación del amor que tiene el padre a la madre les ayudará a
mantener ese mismo amor de sus padres hacia ellos. Los padres nunca deberán mostrar cólera
contra los hijos (este es el significado del término “provocar a ira”). Deben aprovechar todo
momento y oportunidad para alentar y guiar a sus hijos en el Señor; es decir, en el ejercicio de la
disciplina de la misma forma en que Dios disciplina a sus hijos bien amados.

Finalmente, la relación de los siervos (esclavos) —la más pesada de las tareas jamás dada a
hombre alguno sobre la tierra— hacia sus amos también debe cambiar (6:5-9). Ahora bien, la
obediencia del esclavo a su amo (dueño de esclavos) ha de ser vista como un servicio a Cristo. Han
de hacerlo no para complacer a los hombres sino para agradar a Cristo. Por consiguiente, todo lo
que hacen en su labor como esclavos debe ser hecho bien, para gloria de Dios. Es este su servicio
razonable; son estas las buenas obras para las cuales fueron creados en Cristo (Rom. 12:1; Ef.
2:10).

Los cristianos que poseían esclavos, de los cuales es obvio que había muchos durante el siglo
primero, debían igualmente tratar a sus siervos (esclavos) como un ministerio a Cristo, no
amenazándolos como hacían los paganos, sino en el conocimiento de que no hay hombres libres ni
esclavos porque ante Dios todos los hombres son iguales (Ga. 3:28).

C. Una nueva lucha (6:10-20).

Durante los tiempos del Antiguo Testamento el Señor llevó a sus hijos con frecuencia a batallas
terrenales y los condujo al triunfo siempre que ellos depositaban en él toda su confianza. Podemos
observar esto bien temprano, como en el caso de Abraham, que luchó contra los reyes de
Mesopotamia cuando invadieron a Canaán (Gn. 14). En aquel momento, el Señor, a través de
Melqúizedek, enseñó a Abraham que la gloria en el día de su victoria pertenecía solamente a Dios
(Gn. 14:19,20).

Más tarde, en tiempos del Éxodo, cuando los poderes de este mundo amenazaban a su pueblo, el
Señor lo hizo triunfar sobre sus enemigos: el faraón de Egipto y los reyes de las naciones cananeas
que obstaculizaban el camino hacia la patria que él les había prometido (Ex. 14-17; Nm. 20-32;
Josué). Pero cuando ese mismo pueblo no le era fiel, el Señor les hacia sufrir derrotas a manos de
aquellos enemigos, como en tiempos de los Jueces y también después.

En aquellos días el pueblo de Dios tomó en sus manos las espadas (armas) del mundo y con ellas
trajo la venganza de Dios sobre las naciones que habían incurrido en su ira. Al igual que en Jericó; y
muchas veces después, el Señor ordenó que se arrasaran ciudades y pueblos enteros, usando un
término que en hebreo quiere decir “dedicados a Dios” (anatema) —totalmente consumidos Jos.
6:17).

Pero por boca de los profetas Dios prometió un futuro diferente y mejor. Los tiempos de guerra
terminarían para el pueblo de Dios que confiaba en él. Las espadas se convertirían en arados y las
lanzas en segaderas (Is. 2:4). Como pueblo de Dios no sería ya necesario que salieran a conquistar
con las armas del mundo, sino que saldrían a cultivar y a recoger la cosecha de las almas para el
Señor (ver I Co. 3:6-9; Lc. 9:62; I Co. 9:10,11).

Este parece ser el trasfondo de las palabras del Señor a Pedro en el Getsemaní. En primer lugar, el
Señor insistió en que los discípulos llevaran consigo sus espadas al Getsemaní (Lc. 22:38).
Después, cuando Pedro trató de usar su espada para defender a Jesús, Jesús no se lo permitió (Mt.
26:52), indicando con ello que los hijos de Dios ya no tendrían necesidad de luchar con las armas
de este mundo. Jesús aclaró que si su reino hubiera sido como un reino de este mundo, entonces
sus seguidores hubieran luchado con espadas. Pero su reino no era de este mundo, y sus luchas no
eran las luchas de este mundo (Jn. 18:36).

En Efesios 6 Pablo habla de la lucha de los hijos de Dios en este mundo. Es una lucha verdadera y
el enemigo poderoso (6:12). Consecuentemente, el Señor ofrece una armadura a los hijos de Dios
(vv.10, 11). Esa armadura incluye todo lo que se le ofrece a los hijos de Dios en el evangelio por la
justicia de Cristo: los dones y frutos del Espíritu con los cuales los hijos de Dios están equipados
para llevar a cabo su tarea (vv.13-17). Tienen una espada, la Palabra de Dios, que es la espada del
Espíritu (v.17). Con esta espada toman la ofensiva en el mundo contra Satán y sus seguidores,
destruyéndolos no con armas terrenas (armas de hombres) sino con la proclamación de esa
Palabra como testigos de Cristo. Así arrebatan a Satán multitudes que antes estaban a su servicio,
llevándolas el Señor al penetrar la espada del Espíritu en sus corazones condenando sus pecados,
trayéndolos hasta el arrepentimiento de la fe (ver Rom. 10:14-17; He. 2:37ss). Mediante la oración,
que es la línea de suministros de los soldados de Cristo, y enarbolando la espada del Espíritu, esta
nueva lucha ya ha comenzado en el mundo entero: en Asia, en Europa, y mucho más allá (Ef. 6:18-
20), y las puertas del infierno no lograrán contenerla (Mt. 16:18,19).

El verdadero hijo de Dios no ruega porque se le otorgue una exención de participar en la lucha, sino
por el valor de luchar por tanto tiempo como sea la voluntad del Señor (6:20; ver también He. 4:29).

La Epístola a los Efesios termina con una breve despedida (vv.21, 24). Tíquico, mencionado como
portador de este mensaje, se describe en Hechos como oriundo de Asia (He. 20:4).

FILIPENSES: llamado a la dedicación al crecimiento espiritual

Al igual que la Epístola a los Efesios esta carta fue enviada desde Roma durante el mismo período
de encarcelamiento. Después de una breve salutación (1:1,2), Pablo declara el propósito que lo
lleva a escribirles: darles las gracias por la comunión que le han dado en la propagación del
evangelio (1:5-8) y expresar sus oraciones para que puedan aumentar y crecer cada vez más en
lo que el Señor les tenga deparado (1:9-11). En el contenido de la carta Pablo escribe con más
detalle acerca de estos dos tópicos.

1. Comunión con Pablo en la propagación del evangelio (1:12-26)

Pablo desea que estos cristianos recientes comprendan que desde un principio han formado parte de
una iglesia misionera activa. Al haberlo sostenido en su obra evangelizadora, han contribuido por ello a
propagar el evangelio (Rom. 15:26; II Co. 11:9; Fi. 4:15,16).

Les dice que ni aun sus cadenas en Roma han podido obstaculizar la continuación de la proclamación
del evangelio (vv.12-18). Dios ha continuado obrando a través de ellos (vv.19, 20). Pablo asegura que
para él vivir es Cristo y morir es ganancia (v.21), y como su misionero continuará sirviendo al Señor y a
ellos en el evangelio, con la seguridad de que será puesto en libertad para poder volver junto a ellos
otra vez (vv.22-26).

2. Pablo los llama a dedicarse al propósito de Dios en sus vidas (1:27-42)


Como habló a los creyentes en Éfeso, habla ahora a estos otros para que respondan de una manera
digna al evangelio de Cristo por el cual han sido llamados a Dios (1:27-30). Al igual que Pablo ellos
deben luchar por la fe del evangelio y, también al igual que Pablo, no deben dejarse intimidar por sus
enemigos, sabiendo que sufrir por amor al evangelio es un privilegio otorgado solamente a los creyentes
(vv.29, 30; Rom. 8:17,18). La exhortación que encontramos a continuación y que Pablo llama “una
exhortación en Cristo” consta básicamente de tres partes: sentir una misma cosa (la mente de Cristo);
trabajar en la propia salvación hasta alcanzar toda su plenitud en el disfrute de la vida eterna; y dar
frutos en sus propias vidas de acuerdo con los propósitos de Dios para cada uno de ellos.

A. Tener todos un mismo sentir: el pensamiento de Cristo (2:1-11).

Ya Pablo había hablado de este pensamiento, de esta mente de Cristo en 1 Corintios 2:16. Esto
significa que al contemplar la humildad de Cristo al venir al mundo para salvarlos —obedeciendo al
Padre—, ellos deben aprender a ser sencillos de pensamiento (2:2-8; ver también Rom. 12:10). Nos
encontramos aquí con una de las expresiones más claras y hermosas que pueda haber en todas las
Escrituras acerca de la humillación de Cristo. Esa humildad de Cristo, tan importante para nosotros
como medio de salvación, también nos es vital como ejemplo de cómo debemos nosotros ser
humildes: enseñanza impartida por Jesús a sus discípulos cuando aún se encontraba en la tierra
(Mt. 18:4).

Al igual que en el capítulo 1 de la Epístola a los Efesios, también se nos enseña aquí acerca de la
exaltación de Cristo. Nuestra salvación no solamente comprende la obra de Cristo en la humillación
sino también en la exaltación, como lo demostró Pablo a los romanos (Rom. 4:25) y a los efesios
(Ef. 2:6).

B. Esforzarse por hacer que la salvación que Cristo ha ganado alcance el potencial
máximo en la vida (2:12-18).

Ya que Cristo ha ganado para ellos tan gran salvación —con la posibilidad de llegar a ser todo
aquello que el Señor desea que lleguen a ser—, han de trabajar en ella, comprendiendo que Dios
está obrando en ellos para hacer lo que le es agradable. El quiere que ellos cumplan su propósito,
como lo expresa en Efesios 1:4 (Fi. 2:12-13).

A diferencia de los israelitas, que en el desierto murmuraban y se quejaban constantemente


mientras que Dios trataba de hacerlos cumplir su voluntad, ahora ellos deben recordar la gran
finalidad que Dios les tiene reservada como testigos suyos en este mundo (vv.14-18). Nótese que la
misión de llevar adelante la Palabra de vida es el llamado de Dios a la lucha en el mundo de las
tinieblas (ver. Ef. 6:13ss).

Antes de pasar al tercer punto dentro del crecimiento espiritual, Pablo interpone aquí una nota
personal referente a sus planes y actividades a nombre de ellos.

C. Den frutos en sus propias vidas de acuerdo con la medida del plan de Dios para
ustedes (3:1-4:9)

Pablo empieza con un testimonio personal de cómo él mismo se ha esforzado en su propia vida por
alcanzar esa meta —el gran llamado de Dios en Jesucristo (según se expresa en Ef. 1:4). Dice que
aunque puede que él haya tenido confianza en la carne (en su nacimiento natural y herencia como
judío; 3:3-6), ha considerado todo eso como inútil. En este respecto Pablo es muy explicito,
pensando, sin lugar a dudas, en cómo Dios rechazó lo inservible en el Antiguo Testamento en el
sacrificio de animales (Ex. 29:14; Fi. 3:7-8). Sabe perfectamente que todos sus méritos carnales son
absolutamente inaceptables ante Dios, y así lo había enseñado en Romanos 2 y 3.

Pablo cambia todas las ganancias terrenas por Cristo y por el privilegio de poder compartir los
sufrimientos de Cristo, de manera de poder adelantar en su camino hacia ese gran llamado (la meta
de Dios) en Cristo (3:9-14). No se desespera por los fracasos del pasado (como lo expresó en
Romanos 7), sino que sigue adelante hacia esa perfección que Dios ha creado para él como
creyente.
Con este testimonio personal exhorta a los cristianos filipenses a hacer lo mismo y mantener el
crecimiento espiritual que han logrado hasta el presente y no dar un paso en falso (vv.15, 16). Es
importante que sepan a quiénes imitar, porque en la iglesia hay muchos que andan en el sendero
que conduce a la perdición (3:17-19). Andar los cristianos en el camino del Señor es lógico, porque
son ciudadanos del cielo y están preparándose para entrar en él (3:20-21).

Por último Pablo los llama a permanecer firmes en el Señor (4:1-9). Específicamente dirige este
llamado a dos mujeres de la iglesia de Filipos que, evidentemente, ejemplificaban un choque de
personalidades (v.2). Implícitamente se dirigía también a todos en Filipos para que trabajaran con
ellas, ayudándolas en sus momentos difíciles (vv.3). La vida fructífera a la que han sido llamados en
el Señor incluye el regocijarse en el Señor en todo lo que hacen, característica que faltaba
visiblemente en los israelitas desde los tiempos de Joel (Fi. 4:4). Regocijo en el Señor quiere decir
no afanarse por las cosas que necesitan, como había enseñado Jesús (Mt. 6:25ss; Fi. 4:6); deben
confiar y esperar en el Señor que les dará todo lo que han de necesitar (vv.6, 19).

Teniendo como ejemplo a Pablo deben poner sus mentes en aquellas cosas que agradan
a Dios (vv.8-9).

Conclusión (4:10-23)

De nuevo vuelve Pablo, como al principio, a expresar su gratitud por las muchas formas en que
ellos lo han ayudado y alentado en momentos de pruebas y dificultades (vv.10-18). Les asegura
que todas sus necesidades serán cubiertas por el Señor (v.19).

Las palabras con que termina indican que durante su estadía en Roma ha podido llegar a predicar
el evangelio aun entre los que habitan en la casa de César (v.22).

COLOSENSES: llamado a la ciudadanía celestial


Salta a la vista la multitud de puntos similares que existen entre la epístola de Pablo a los
colosenses y la escrita a los efesios. En esta epístola Pablo menciona otra carta que ha sido
enviada a Laodicea, situada muy cerca no sólo de Éfeso sino también de Colosas. Algunos
eruditos piensan que la epístola a los efesios fue en realidad la mencionada por Pablo en la carta
a los colosenses (4:16). Algunos manuscritos antiguos omiten las palabras “en Éfeso” en 1:1.

Después de una breve salutación Pablo expresa en los versículos 3 al 20 su gratitud y las
oraciones que eleva por ellos. Alaba su fe, amor, y esperanza (vv.4, 5) y hace notar que sus
oraciones por ellos son porque estén llenos del conocimiento de la voluntad de Dios y anden como
es digno del Señor, llevando fruto y creciendo en fortaleza y poder (vv.9-11).

Pablo da gracias luego en sus oraciones por la maravillosa salvación que Dios ha llevado a cabo y
aplicado tanto en él como en ellos (1:12-20). Como también lo hace en la Epístola a los Efesios,
Pablo alaba la obra del Padre, quien determinó nuestra salvación y por Cristo nos libró del reino
de Satanás (de las tinieblas) y nos lleva al reino de su Hijo.

En este punto Pablo comienza alabar a Jesús (vv.14-20), recordándonos mucho de lo que ya
había escrito en las epístolas a los efesios y a los romanos (cf. Rom. 3:24; II Co. 4:4; Rom. 8:29;
Ef. 1:10,22; Rom. 5).

Debemos observar en esta carta dos grandes e importantes puntos: que sus lectores sean llenos
del conocimiento del misterio del evangelio, y que puedan andar dignamente y llevar mucho fruto.
Llenos del conocimiento del misterio del evangelio (1:21-2:15)

En este pasaje nos habla Pablo, más que en ninguna otra parte, acerca del misterio del evangelio
y de la importancia que tiene el comprenderlo. Este misterio es: “Cristo en vosotros, la esperanza
de gloria” (1:27).

Al igual que en la Epístola a los Efesios, Pablo les muestra que han alcanzado la plena
reconciliación con Dios y con todos los hijos de Dios por medio de la obra de Cristo (1:21,22).
Ellos, habiendo como los gálatas comenzando la vida en Cristo, han de culminar su propósito
solamente en Cristo y de ninguna otra forma, estando totalmente sujetos a él (v.23). Por
consiguiente, Pablo espera poder presentarlos perfectos en Cristo, llevados a la perfección de la
voluntad de Dios en ellos solamente por Cristo y no de ninguna otra forma (vv.24-29).

Es evidente que habían llegado hasta los colosenses, al igual que había sucedido entre los
gálatas, aquellos que deseaban alejarlos de la dependencia absoluta y total en el Señor y hacia
otros evangelios (2:1-5). Pablo trata con toda su alma de impedir que sean engañados por tales
individuos.

De la manera que comenzaron con Cristo así deben continuar perteneciendo a Cristo (vv.6, 7).
Ello recuerda las palabras dichas por el mismo Jesús a los discípulos en Juan 15, y también el
Salmo 1, que describe al creyente “como un árbol” trasplantado junto a la fuente de vida (Cristo).

Una vez más, Pablo exhorta a estos cristianos a no volverse hacia ninguna vana filosofía humana
que pudiera alejarlos de una completa dependencia en el Señor a medida que van creciendo
espiritualmente (2:8-15).

Así pues, el gran misterio del evangelio es que la única esperanza que tienen de alcanzar la gloria
que Dios les tiene preparada está solamente en Cristo. Es llamado un misterio porque es algo que
el hombre natural no puede comprender y, por tanto, lo rechaza por otro evangelio que adula al
“yo” de los hombres y concede importancia a su orgullo. Es un misterio porque ninguno de
nosotros puede comprenderlo hasta que el Señor ponga en nuestros corazones la fe para poder
abarcarlo.

Después Pablo se dirige a ellos retándolos, solamente en Cristo, a andar en forma digna del
Señor, quien los ha salvado como lo ha hecho.

Andando dignamente, llevando frutos (2:16-4:1)


1. Principio del andar dignamente (2:16-3:4)

Deben evitar ser llevados por el camino erróneo de los que tratan de imponerles sus propias normas y
regulaciones acerca de cómo ser “un buen cristiano” (2:16-19). Aquellos que insisten en que todos los
cristianos actúen de cierta manera, de acuerdo con normas creadas por ellos, en realidad lo que hacen
es alejar a los hombres de la salvación por la gracia de Dios a través de la fe y, en su lugar, hacia una
salvación lograda mediante ciertas condiciones y realizando ciertas obras de falsa piedad. Lo que
hacen, en realidad, es robar a los hombres del evangelio libre de Cristo. Es por eso que los colosenses
a quienes Pablo se dirige deben permanecer firmes bajo la Cabeza de la cual debe provenir todo lo
necesario en sus vidas (v.19).

Pablo pone mucho énfasis en las mismas lecciones que enseñó a los gálatas y, asimismo, se expresa
en forma vehemente contra los que trastornan la paz de la iglesia, allí y en Galacia. Los que establecen
ordenanzas y prohibiciones dentro de la religión como forma de lograr el crecimiento espiritual y la
santificación, en verdad, han dejado de depender del Señor para que los guie con su Palabra (vv.20-
23).
La solución para ellos es comenzar a pensar como ciudadanos del cielo que son (3:1-4). En lugar de
establecer un conjunto de reglas cotidianas a las cuales es necesario ajustarse, debían elevar sus
mentes hacia Cristo —el cual está sentado a la diestra de Dios— y ocuparse simplemente de las cosas
que a él le agradan, guiados siempre por su Palabra en cada decisión diaria.

2. Este principio aplicado a la vida cotidiana (3:5-4:1).

Como ciudadanos del cielo, con la mente puesta en Cristo y en su gloria, podrán dar muerte cada día a
aquellas cosas que aún quedan de la vida pasada, claramente condenadas por Dios (3:5-9). Los graves
pecados del corazón y de la carne mencionados en el versículo 5 subsisten en algunos creyentes. En
esto deben concentrar su atención y no en ordenanzas superficiales que son un espectáculo de religión
pero que en verdad no ayudan a controlar ninguna de esas bajas pasiones (ver 2:21-23). Muchos que
asisten a la iglesia son como el fariseo de la época de Jesús que colaba el mosquito y se tragaba el
camello (Mt. 23:24). Además de aquellos pecados más notorios Pablo menciona también algunos otros
que, aunque menos llamativos, constituyen asimismo un mal a los ojos del Señor (vv.8, 9). Ellos tenían
que liberarse de esos pecados, rezagos de la vida pasada aún por regenerar.

Asimismo, como ciudadanos del cielo deben revestirse —como elegidos por Dios para ser santos
(perteneciendo exclusivamente al Señor) — de las características de Cristo (3:12-17). Estas
características las podemos ver en Cristo: compasión, ternura, humildad, mansedumbre, paciencia,
comprensión, perdón, amor, paz (vv.12-15). Tales cosas vienen solamente al brotar en sus vidas los
frutos del Espíritu: al morar ellos en Cristo y Cristo morar en ellos (v.16; ver Jn. 15:1-8).

Crecerán al rendir culto juntos, alentándose así mutuamente. Aprenderán a hacer todo lo que hagan no
en obediencia a reglas que ellos, sus amigos, o su iglesia hayan creado sino porque con ello rinden
honor al nombre de Cristo (v.17).

Como antes a los efesios, dice ahora a los colosenses que esta manera de andar afectará todos los
aspectos de sus vidas (3:18-4:1).

En una exhortación final les ruega que oren por él para que pueda continuar proclamando este misterio,
y les insta a aprovechar toda oportunidad que se les presente para extender el testimonio a otros (4:2-
6).

Conclusión

Al final de su carta Pablo menciona algunas de las personas que se encuentran con él, se supone
que en Roma. Entre ellos están Onésimo, de quien se habla más en la carta a Filemón (esclavo
de Filemón pero creyente); Aristaco de Macedonia (He. 19:29); Marcos de Jerusalén, primo de
Bernabé (He. 12:12); Lucas, el médico amado; y Démas, que más tarde abandonada a Pablo (II
Tim. 4:10). Así tenemos que, dos de los cuatro autores de evangelios, Marcos y Lucas, se
encontraban en esta época con Pablo.

I TESALONICENSES: llamado a la perseverancia


Basándonos en los versículos 3:1ss de esta epístola, presumimos que Pablo escribió esta carta
desde Atenas durante su segundo viaje misionero. Pablo permaneció solo en Atenas por algún
tiempo, habiendo enviado a Timoteo de regreso a Tesalónica y a la región circundante para que le
informara acerca de las iglesias allí establecidas y de cómo les iba. En el libro de los Hechos
leemos acerca de esta parte del ministerio de Pablo (He. 17:10-15).

Mucho de la primera parte de la carta está dedicado a encomiar a los cristianos tesalonicenses
por la firmeza que han demostrado en la fe, amor, y esperanza (1:2-3:13). Al igual que en II
Corintios, en esta sección Pablo nos narra su testimonio personal de la labor que ha estado
realizando y de las pruebas que ha enfrentado (2:1-11). Les cuenta esto como un reto para que
anden dignamente en Cristo (v.12).

Muy en particular elogia la acogida que han dado al evangelio y a las palabras que les ha
enseñado, no como palabras de hombres sino por lo que son en verdad: Palabras de Dios (2:13).
Este importante versículo nos lleva a una comprensión del concepto del canon (aceptación y
reconocimiento por la iglesia de la Palabra de Dios escrita). Esto sugerida que los que recibieron
originalmente la revelación de Dios a través de escritores humanos sabían (guiados por Dios)
cuando les fueron dadas que eran Palabras de Dios y no de hombres. Por eso esas palabras se
convirtieron en parte del canon (aceptadas como la Palabra autorizada de Dios) desde el mismo
momento en que fueron dadas, y no después, como lo decidirán luego los concilios de la iglesia.

Pablo escribe que Timoteo acaba de regresar después de haberlos visitado y le ha dado un
informe muy elocuente de la fe y amor que ellos muestran (3:6); es este informe el que ha dado
origen a esta epístola.

Como Pablo menciona específicamente esa fe y amor en ellos, podemos suponer que su carta fue
escrita especialmente para fortalecer sus esperanzas. En efecto, el resto de la carta lo dedica a
alentarlos en la esperanza del regreso de Jesús.

Aparentemente Timoteo había regresado con informes de que algunos entre ellos se sentían
descorazonados por la muerte de algunos creyentes y necesitaban ser alentados a perseverar en
la fe y en el amor que poseían.

Pablo les trata de estos temas, comenzando en 4:13. Como creyentes, ellos poseen una
esperanza que no tienen los que no creen; es decir, que los que han muerto en la fe volverán a
vivir de nuevo cuando Cristo regrese (4:13-17). Estas palabras de aliento han de permitirles que
se consuelen los unos a los otros con la espera en el regreso de Cristo y les capacitarán para
continuar al servicio del reino hasta que llegue ese día (v.18).

Después Pablo les advierte, al igual que lo hizo Cristo, que nadie sabe cuándo será el regreso del
Señor, pero que ocurrirá de modo inesperado para la mayo da (5:1-3). Sin embargo, no deben ser
tomados por sorpresa a la llegada inesperada de Cristo; porque si se mantienen ocupados
haciendo la voluntad de Dios, ese día no les sorprenderá (5:4-11).

Pablo termina esta epístola exhortándoles a mostrar ante todos su amor y júbilo en la fe (5:12-22).
De nuevo les urge a esperar y anticipar la llegada del Señor en todo aquello que hagan (5:23,24).

II TESALONICENSES: llamado a la esperanza de la gloria


Solamente nos cabe suponer que cuando Pablo tuvo noticias de la acogida dispensada a su
primera epístola, se dio cuenta de que era necesario volver sobre el tema del regreso del Señor.
Aparentemente algunos estaban tan obcecados con esa idea que habían dejado de trabajar y se
habían convertido en una carga para los demás. Pensando sólo en el inminente regreso de Jesús
hablan dejado de esforzarse por alcanzar la gran meta a que Dios los había llamado en la tierra.
Esto lo suponemos a través del contexto general de esta epístola, la cual, a todas luces, fue
escrita poco tiempo después que la primera.

De nuevo elogia Pablo la fe y esperanza que ellos poseen (1:3). Escucharon su mensaje referente
a la perseverancia y dan muestras de que ahora sufren tribulaciones por amor de Cristo (1:5).

Pablo les recuerda que las tribulaciones del presente serán recompensadas (1:6-10). Por una
parte, Jesús a su regreso se encargará de Sus enemigos (vv.8, 9), y por otra, a la llegada de
Cristo ellos serán recompensados con el descanso y la gloria (vv.7, 10). Pero ahora les recuerda
que, mientras tanto, Cristo ha de ser glorificado en sus vidas al cumplir ellos el gran propósito de
Dios de ser lo que él quiere: santos, sin mancha, viviendo en presencia de Dios en un lazo de
amor (v.12; ver Ef. 1:4).

Comenzando en 2:1, Pablo discurre principalmente acerca de la segunda venida de Cristo (2:1-
12). Les advierte que no deben suponer que Cristo vendrá hasta que no se manifieste “el hombre
de pecado” (2:3). Este “hombre de pecado” es descrito con algunos detalles (2:4-7). Este
personaje es mencionado también en Daniel (11:36) y en Apocalipsis (cap. 13). Jesús, al hablar
de su regreso y de los últimos tiempos antes de que ello ocurra, no menciona a nadie; pero si
habla del deterioro de la fe que ha de observarse en esos tiempos (Mt. 24:24ss).

Las características de este “hombre de pecado” son las siguientes: se opondrá a Dios y exaltará
todo aquello que es contrario a Dios y tratará de ocupar el lugar de Dios en la adoración del
pueblo (v.4). Puede ser identificado con el anticristo mencionado en las cartas de Juan (1 Jn.
2:18). Un detalle que tanto Pablo como Juan destacan es la posibilidad de que surja esta figura
entre los hombres. Pablo observa que el espíritu de iniquidad existe ya en el momento en que
escribe estas palabras (2:7), y Juan declara que había ya muchos anticristos en su tiempo. Es
muy probable que la descripción hecha en esta carta a los tesalonicenses fuera usada después
por los cristianos aplicándola al término “anticristo” y empleada así por Juan al escribir su
Apocalipsis años después.

Lo que se quiere destacar es lo siguiente: antes del regreso de Cristo existirá, en la persona de un
solo individuo, un reto a Cristo y al evangelio que ha de engañar a muchos, y que aun podría
hacer errar a muchos de los llamados si no fuera por la gracia de Dios (2:9-12; cf. Mt. 24:23,24).
Todo aquel que no haya amado la verdad de Dios será engañado en aquel día e irá detrás del
enviado de Satanás (2:9-12). ¡Es esta una idea que da mucho que pensar!

Pablo vuelve luego a dar gracias por la firmeza que han demostrado en la fe (2:13-17) y pasa al
tema final de su carta. Utilizando como ejemplo su propio ministerio entre ellos (3:1-7), les pide
que se alejen de los que han cesado de seguirlo y de laborar en su causa (3:6-9). De lo cual
concluye que si hubiese alguno que no quisiera trabajar, tampoco el tal debe comer (3:10-15). Es
muy probable que ya algunos habían pensado que Cristo regresaría tan pronto que no valía la
pena seguir trabajando. De la misma manera que algunos en nuestros días decidieron no trabajar
más y se fueron hasta una montaña a esperar la llegada del Señor. Pablo, pues, tuvo palabras
muy severas para aquellos que se aprovechaban de los demás. Consideró esto como una
situación intolerable e inexcusable a la luz del ejemplo que él mismo, Pablo, les había dado a
todos cuando estuvo allí entre ellos.

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?


La ciudad de Éfeso en Asia había ya tenido una larga y gloriosa historia en la época en que Pablo
se llegó allí de visita. Se hallaba situada en una fértil planicie junto a un río. Su mayor renombre se
debió al templo de Artemisa (Diana) construido alrededor del año 600 A.C. La ciudad misma fue
fundada alrededor del siglo VII A.C., en la época en que Manasés regía sobre Judá, el reino del
sur. Entonces también el estado espiritual de Judá había descendido a un nivel tan bajo que el
Señor determinó su destrucción.

Algún tiempo más tarde el famoso y rico Creso controló la ciudad y erigió hermosos edificios,
incluyendo el famoso templo de Artemisa. Poco después la ciudad pasó a manos de Ciro de
Persia, junto con otras ciudades del Asia, hasta que los efesios se rebelaron y obtuvieron de
nuevo su independencia.

Pasado algún tiempo sostuvieron relaciones amistosas con Persia y fue así que Jerjes, al volver
derrotado de Grecia, rindió tributo a Artemisa en Éfeso y dejó allí a sus hijos para que estuviesen
seguros. Uno de los residentes más famosos de Éfeso lo fue el filósofo Heráclito.
En el siglo V A.C. Éfeso se unió a Esparta en contra de Atenas y en el siglo IV fue conquistada por
Alejandro Magno. Finalmente cayó en poder de los romanos en el siglo II A.C.

Augusto hizo de la ciudad la primera de toda el Asia y durante su reinado Éfeso recibió grandes
honores y se fabricaron nuevos edificios. De acuerdo con la tradición, Éfeso fue por largo tiempo
la residencia de Juan el apóstol, después de la época de Pablo, y allí vivió también, de acuerdo
con la leyenda, María la madre de Jesús, después de la ascensión del Señor. También se cuenta
que fue el lugar en que murió Lucas. Pero todas estas son simples tradiciones, no documentadas
por ningún dato histórico comprobado.

Filipos era un pueblo situado en lo alto de una colina que había sido mandada a fortificar por Filipo
II en el año 356 A.C. debido a que en sus cercanías existían minas de oro. Es más conocida como
el lugar de la famosa batalla de confrontación entre Marco Antonio y Octaviano (más tarde
Augusto César) contra Bruto y Casio (asesinos de Julio César). Bruto y Casio fueron derrotados
en la batalla (42 A.C.). Más tarde Octaviano se sobrepuso a Marco Antonio, derrotándolo y
quedando así como único aspirante al trono imperial romano, al cual ascendió con el nombre de
Augusto César, emperador en los días de nacer Jesús.

Colosas era una importante parada en el camino desde Grecia a Persia. Es mencionada por
Herodoto y por Xenofonte, antiguos historiadores griegos. Era una de las tres ciudades de la
región que formaban una especie de triángulo. Se sabe muy poco de esta ciudad antes de que
Pablo la visitara y escribiera después su famosa epístola.

Tesalónica, establecida en el año 315 A.C. por Alejandro Magno, se convirtió más tarde en una de
las principales ciudades de Macedonia. Se le dio el nombre de Tesalónica en honor de la hermana
de Alejandro Magno.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?
En muchos aspectos estas epístolas del apóstol Pablo constituyen una explicación del concepto
introducido en la Epístola a los Romanos 12:1,2, relacionado con la renovación de la manera de
pensar del creyente. Enseñan cómo es que el cristiano debe aprender a pensar como hijo de Dios.

En la Epístola a los Efesios los cristianos primitivos comprenderían que el fundamento de la nueva
vida en Cristo era la obra de Dios en y por Cristo. Jamás deberían apartarse de esos fundamentos
ni ir hacia otros terrenos de crecimiento espiritual. Todo lo que era necesario se ofrecía en Cristo.
También aprenderían lo que significaba esa nueva vida: lo que significaba tener vida eterna en
términos de la vida cotidiana en sus relaciones de los unos con los otros y su misión de luchar por
Cristo contra Satán y sus seguidores.

En Filipenses aprenderían que la iglesia que agrada al Señor debe dedicarse activamente a la
obra de las misiones: ayudando al trabajo evangelístico, llevando el evangelio hasta el mundo
incrédulo, y enseñando todo lo que Cristo ha enseñado. También verían la importancia que tiene
la dedicación de cada individuo a alcanzar la meta de Dios para cada creyente a tener un solo
pensamiento (el pensamiento de Cristo); y a poner la salvación otorgada por la gracia a cada
individuo al servicio de la labor en la iglesia, con el fin de que, en sus propias vidas, las muestras
de la obra de Cristo pudieran ser conocidas de todos.

En Colosenses vedan la importancia de tener una orientación hacia el cielo; de no dejarse guiar
por religiones falsas basadas en qué se debe y qué no se debe hacer dentro de cánones
inventados por los hombres. Serían guiados por el pensamiento de Cristo revelado en su Palabra,
de modo que pudieran ser flexibles para aplicar la Palabra de Cristo a cada situación de sus vidas,
viviendo en la novedad del Espíritu y no en la mortalidad de la ley.
Y mediante las cartas a los Tesalonicenses verían que debían perseveraren el servicio a Cristo.
No debían desalentarse por los tropiezos —ni aun por la muerte— de otros cristianos, sino que
debían mirar más allá de las pruebas de esta vida hacia el regreso de Jesús, quien recibiría en sí
mismo a su iglesia y a su pueblo. Empero también tendrían que aprender que ha de haber un
equilibrio entre la anticipación de la venida del Señor, por una parte, y la dedicación, mientras
estuvieran en el mundo, a continuar laborando diligentemente por la gloria del Señor, por otra
parte; sin tregua ni descanso en esa misma labor antes del tiempo del Señor.

Con estas epístolas tendrían, pues, una buena guía para seguir por todo el camino de la vida
cristiana, desde sus cimientos o principios hasta su clímax en el momento de la llegada de Cristo.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?


Como creyentes nos enfrentamos hoya las mismas necesidades con que se enfrentaron en el
siglo primero los primeros cristianos. Nosotros también tenemos que rechazar el llamado a una
vida santificada que no esté basada en la obra de Dios a través de Cristo o que le quite gloria al
Señor. Debemos estar absolutamente seguros de que el terreno en que edificamos nuestra vida
cristiana está sólidamente afianzado en la persona y obra de Cristo y no sobre cimientos o normas
humanas. Es preciso que examinemos nuestras vidas para saber si es cierto que el evangelio ha
hecho que cambiemos nuestra forma de andar (de vivir) y nuestras relaciones con los demás,
comenzando en nuestros propios hogares. Es necesario que indaguemos para ver si estamos
verdaderamente dedicados a la lucha a la que hemos sido llamados por Dios, si estamos
totalmente deseosos de luchar contra los poderes de este mundo, usando la Palabra de Dios
como arma que nos lleve a la victoria.

Tenemos que estar conscientes de la importancia que encierra el hecho de que nuestra iglesia se
encuentre dedicada a la obra misionera (proclamación del evangelio a los que no lo conocen;
educación de los salvados en las enseñanzas de Cristo). A la vez, hemos de ver si nosotros
mismos estamos creciendo espiritualmente hasta llegar a lo que el Señor quiere que seamos en la
vocación Cristo. Es decir, debemos buscar que el pensamiento de Cristo nos guíe para que, con
Pablo, podamos afirmar que “para mí, el vivir es Cristo”.

Y hoy día, cuando hay tantas cosas que desalientan a los creyentes de pagar el precio del gran
llamado de Dios a ser lo que él quiere que seamos, es necesario poner los ojos en el futuro, en lo
que Dios nos tiene reservado. También debemos esperar con anhelo el regreso de nuestro Señor,
deseosos de estar preparados para recibirlo. Sin embargo, no debemos aminorar nuestras
actividades en lo más mínimo aquí, en el lugar y tiempo que ocupamos, con la seguridad de que
cuando vuelva el Señor querrá hallarnos ocupados en la tarea que nos encomendó.
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios a nuestras vidas
1. ¿Comprendo que todo lo que era necesario para mi salvación fue hecho en Cristo? ¿Me doy
cuenta de que estar muerto en mis pecados significaba que antes de ser salvado no había nada
que yo pudiera hacer que fuera aceptable a los ojos de Dios? ¿Me doy cuenta entonces de que
las obras que hago ahora y que son aceptables al Señor son hechas dependiendo totalmente del
Señor que me ha salvado y del Espíritu que envió para permitirme hacer su voluntad?

2. ¿Qué cambios ha causado la nueva vida en Cristo en mi conducta diaria: en mi trabajo, en la


forma en que conduzco mi automóvil, en mis planes diarios, en la forma en que hago frente a
situaciones inesperadas? ¿Qué cambio ha causado mi nueva vida en Cristo con relación a mi
hogar: en la forma en que trato a mi cónyuge, a mis hijos, hermanos y hermanas, padres? ¿Es mi
matrimonio esencialmente cristiano? En caso de que algún extraño visitase mi hogar, ¿se daría
cuenta de ello?

3. ¿Siento que estoy en lucha contra Satán? ¿Sí? ¿No? ¿Por qué? ¿Me ha preparado para estar
mejor capacitado para usar las armas del Espíritu al dar testimonio ante otros? ¿Me doy cuenta
del lugar que me corresponde en mi iglesia y en mi denominación para llevar a cabo la gran
encomienda de Cristo?

4. ¿Cuál es el modelo que sigo en mi dedicación a Cristo: alguien a mi alrededor, la mayoría de los
miembros de la iglesia en que rindo culto, Pablo?

5. ¿Trato de esforzarme conscientemente por alcanzar la meta hacia la cual Pablo se esforzaba por
llegar al desempeñar mis rutinas diarias en mi negocio o en mi trabajo? ¿En qué me esfuerzo
por mejorar la forma en que vivo?

6. ¿Encuentro que me es fácil permitir que alguien me diga lo que yo tengo que hacer, lo que debe
hacer un cristiano, en lugar de pagar el precio de vivir con el pensamiento de Cristo: dedicar
diariamente algún tiempo al estudio serio de su Palabra en lugar de ojear superficialmente las
Escrituras?

7. ¿Me dejo desanimar fácilmente en mis empeños en la vida cristiana? ¿Dejo que las penas y
frustraciones detengan mi crecimiento espiritual? ¿Gusto de buscar y usar excusas para no hacer
lo que debo hacer como creyente?

8. ¿Hallo verdadero júbilo y animación al pensar que voy a reunirme con mi Señor y saber que él
ha de volver para conducirme hacia su morada para siempre? ¿He tomado la actitud de saber
que el mundo empeorará cada vez más y, por tanto, no vale la pena continuar trabajando en la
evangelización?
8: Las epístolas individuales: Timoteo, Tito, Filemón
Introducción

Tenemos ahora ante nosotros el último grupo de epístolas que pueden tenerse como escritas por
Pablo, aunque algunos incluyen también la dirigida a los hebreos. Aunque estas cartas fueron
dirigidas a personas amigas o colaboradoras de Pablo en su ministerio, no se limitan en su
contenido a asuntos relacionados exclusivamente con esas personas sino que son mucho más
amplias y forman parte de la revelación total dada por Dios. Tienen, por tanto, autoridad sobre
todos nosotros y son de gran provecho al estudiar los consejos de Dios para su pueblo.
Dos de estas cartas fueron escritas a Timoteo y una a Tito. A menudo se las llama “epístolas
pastorales”, ya que tratan de las responsabilidades de esos pastores al dirigir las iglesias en que
prestaban sus servicios. La Epístola a Filemón es una misiva personal que nos revela la
compasión y sentimientos que encerraba el corazón de Pablo.
Procederemos ahora a estudiarlas siguiendo este orden: 1 Timoteo, Tito, Filemón, y II Timoteo,
aunque no es un orden puramente cronológico, muy bien pudiera serlo. El lugar exacto en que fue
escrita la carta a Filemón no se ha podido determinar. La mayoría de los investigadores están de
acuerdo en que las tres epístolas pastorales fueron escritas mucho más tarde en la vida de Pablo,
mucho después de lo que se nos narra en el libro de Hechos, estando él y acerca de su muerte.
La Epístola a Filemón pudo muy bien haber sido escrita durante su encarcelamiento mencionado
en los Hechos, aunque hay otros que piensan que no fue durante la prisión de Pablo en Roma
sino en algún otro lugar.

¿Qué encontramos aquí?

I TIMOTEO: recomendaciones a un pastor joven

Del contenido de las dos epístolas dirigidas a Timoteo podemos inferir que Timoteo era algo
tímido y reservado y vacilaba en asumir todos los deberes que le correspondían como pastor.
Sabemos también que Timoteo no gozaba de buena salud (I Ti. 5:23). Había acompañado a Pablo
desde su segundo viaje misionero (He. 16:1ss). Su madre, Eunice, era una judía devota; su padre
era griego. Pablo había hecho que se circuncidara al comenzar a viajar con él, no porque fuese
necesario sino para acallar las críticas de que era hijo de un griego probablemente no creyente
(He. 16:3).
Como era su costumbre, en la breve salutación expone su propio ministerio como autoridad para
escribir esta carta (1:1). De modo exclusivo, en estas dos epístolas a Timoteo, Pablo incluye en la
salutación no solamente la acostumbrada de gracia y paz sino que añade la misericordia. Quizás
se debió a las necesidades físicas del propio Timoteo (1:2; 5:23).

1. Renovación de un antiguo encargo (1:3-17)

Parece como si Pablo hubiera escrito esta carta desde Macedonia a Timoteo en Éfeso, donde este
había permanecido sirviendo como pastor de aquella iglesia (1:3). Pablo había exhortado a Timoteo a
permanecer allí mientras él continuaba su viaje, a fin de que Timoteo prohibiera a algunos individuos el
enseñar una doctrina diferente de la que el mismo Pablo había enseñado (1:3-11). Pablo había escrito
con anterioridad a Éfeso señalando el lugar que les correspondía ocupar a los pastores y maestros
dentro de la iglesia para llevarla hacia la unidad en Cristo (ver Ef. 4:11ss). Ahora urgía a Timoteo a
asumir esas responsabilidades que él le había encargado. Pablo había demostrado que el fin o meta de
todos los pastores y maestros era edificar la iglesia en la unidad por el amor (Ef. 4:16); ahora subraya
que la meta de los puestos que Timoteo asignará a los que laboran en la iglesia de Éfeso es el amor,
nacido de un corazón limpio (1:5).

Es claro que en Éfeso existía el peligro de doctrinas falsas, contrarias a lo que Pablo había enseñado,
por lo que Pablo se sentía obligado a recordarle ese peligro a Timoteo para que, a su vez, este se lo
recordara a los demás que se encontraban con él. Esta amenaza era aparentemente la misma que se
había cernido previamente sobre Galacia: individuos que trataban de hacer que la ley judía fuese
obligatoria para todos los creyentes (vv.7ss).

Al mismo tiempo, la preocupación de Pablo porque el amor reinara entre ellos (1:5) puede indicar que
existía el riesgo de que en Éfeso ese amor se perdiera en la búsqueda de la doctrina pura. Es digno de
mencionarse que mucho más tarde, Juan, escribiendo como alguien que había vivido entre los
habitantes de Éfeso por largo tiempo, elogió su firmeza en la doctrina pero les reconvino por la falta de
amor entre ellos que ponía en peligro el servicio futuro al Señor (ver Ap. 2:1-7).

Pablo reconoce que él había sido antes de los que guardaban celosamente el judaísmo de sus
antecesores y por ello perseguían la iglesia; pero ahora da gracias a Dios por haberlo librado de esa
vida, ilustrada por los que como judíos continúan dedicándose a molestar y perseguir las iglesias de
Cristo en todas partes (1:12-16). En esencia está diciendo: De no haber sido por la gracia de Dios, hoy
me contaría entre aquellos que persiguen el evangelio que yo predico.

Pablo termina este recordatorio a Timoteo con hermosas palabras de alabanza al Rey eterno, inmortal,
invisible, al único y sabio Dios (v.17), que cambió su vida de forma tan radical.

2. Nuevas responsabilidades a Timoteo (1:18-6:21)

La nueva responsabilidad tiene que ver con la actitud de los creyentes dentro de la iglesia (ver 3:15).
Pablo empieza por autorizar la responsabilidad misma, que es la Palabra de Dios (1:18-2). Señala que,
en primer lugar, fue por la Palabra de Dios que él fue llevado hasta Timoteo (v.18). Quizás se relacione
esto con el hecho de que Timoteo, desde su más tierna infancia, había sido instruido en las Escrituras
por su abuela y por su madre, lo cual dio lugar a que se relacionara con Pablo cuando este visitó Listra
por primera vez (He. 16:1ss: cf. II Ti. 1:5; 3:14ss).

La mención de la buena batalla recuerda a Timoteo esas mismas palabras que fueron escritas a los
efesios (Ef. 6:10ss). Conoceremos más detalles acerca de Alejandro e Himeneo en otros lugares.
Himeneo es mencionado de nuevo en II Timoteo 2:17,18, donde sus doctrinas falsas se definen como
un error relacionado con la resurrección. Alejandro fue quizás el calderero mencionado en II Timoteo
4:14 que se opuso a la obra de Pablo en Éfeso y también puede ser el mismo Alejandro que, en otra
ocasión, quiso hablar a nombre de los cristianos de aquel lugar (He. 19:33). Estos dos individuos fueron
disciplinados por Pablo y más tarde abandonaron la iglesia (1:20). La buena batalla, por consiguiente,
incluye también el resistir a aquellos que se apartan de la Palabra de Dios dentro de la iglesia.

Al comenzar el segundo capítulo Pablo enumera los diferentes aspectos de esta responsabilidad que da
al joven Timoteo, de modo que pueda llevar a cabo con éxito su ministerio.

A. Que se digan oraciones por todos los hombres (2:1-7).

Estas palabras son muy parecidas a las que encontramos en Romanos 13. Se destaca de modo
muy especial que se hagan oraciones por los reyes y por todos los que están en eminencia. Un
ambiente de tranquilidad y paz es el marco apropiado que Pablo desea para la proclamación del
evangelio en cualquier nación, lo cual constituye el objetivo principal de Dios para su iglesia (2:4ss).

B. Que sean los hombres, y no las mujeres, los que dirijan esas oraciones (2:8-15).

Las mujeres deberán vestirse de tal manera que rindan honor al Señor. Es decir, no con lujos para
impresionar a los demás sino realizando buenas obras que redunden para gloria a Dios (vv.9, 10).
Las mujeres no han de dirigir el servicio de adoración ni enseñar o gobernar dentro de la iglesia, en
vez de los hombres. Pablo no basa sus palabras en costumbres de la época sino que se remonta al
propósito original de Dios para el hombre y la mujer. Hace un llamado a ambos para que recuerden
el plan original de Dios en la creación y la lección de gobernar espiritualmente a Adán (vv.11-14).
Vemos aquí que la función primordial de la mujer es tener hijos como parte del plan de Dios para la
salvación del mundo (v.15). No quiere decir esto que la mujer se salvará por el hecho de tener hijos
sino que Dios decidió llevar a cabo nuestra salvación mediante un hombre nacido de mujer. Tal es
la razón de la primera promesa de Dios: que la simiente de la mujer nos daría la victoria (Gn. 3:15).
Llegado que hubo el momento, Cristo nació de mujer pero sin contacto de hombre.

C. Que los dirigentes y oficiales de la iglesia estén capacitados espiritualmente (3:1-16).

Nos encontramos aquí que el vocablo “obispo” (celador) se emplea como sinónimo de “anciano”,
utilizado por Pablo más tarde. El cargo de obispo se considera como una posición deseable dentro
de la iglesia que debe tratar de alcanzarse. Pero no todos están capacitados para este oficio.
Existen ciertas condiciones imprescindibles para ocuparlo (vv.2-7).

Estas condiciones nos enseñan que el obispo, o anciano, debe llevar una vida ejemplar como
creyente en Cristo y estar bien capacitado para enseñar la Palabra de Dios a otros. Debe ser capaz
de gobernar su propio hogar, ya que tendrá que presidir sobre la congregación de la iglesia. El
término “anciano” nos está diciendo que esa persona debe ser no un principiante sino un individuo
con madurez espiritual. El anciano debe tener una buena reputación no sólo dentro de la iglesia sino
también en la comunidad de creyentes.

No menos capacitados han de ser los diáconos en cuanto se refiere al carácter y modo de vida;
aunque no se menciona el requisito de que sean capaces de enseñar (vv.8-13). Se concede
especial atención a sus mujeres, las cuales deben complementarlos en todos aspectos. Esto querría
decir que en la elección de los que han de ocupar cargos las cualidades de las esposas cuentan
tanto como las de los hombres mismos.

Pablo termina esta sección con una elevada apreciación de la iglesia, refiriéndose a ella como
“columna y baluarte de la verdad” (vv.14-16). Las palabras con que termina este capítulo pueden
ser las de un himno cristiano anteriormente compuesto por Pablo.

D. Que Timoteo enseñe todas estas cosas a la iglesia (4:1-16).

Como había indicado ya en II Tesalonicenses (cap. 2), Pablo habla ahora de los últimos tiempos de
la historia de la iglesia, cuando algunos la abandonarán para ir en pos de falsas doctrinas (4:1ss).
Como características de su hipocresía se hacen resaltar las violaciones de la libertad cristiana (vv.3-
5).

Por consiguiente, el buen ministro debe preparar a su congregación para que pueda hacerle frente a
todas esas falsas doctrinas que vendrán y solamente podrá lograrlo si él mismo se encuentra
fortalecido por la Palabra y una sólida doctrina (vv.6ss). Es por ello que debe conceder mucha
importancia a su propio alimento espiritual y examinar constantemente sus enseñanzas para saber
si están de acuerdo con la Palabra de Dios y firmes en la doctrina (vv.15, 16).

E. Que Timoteo se lleve inteligentemente y sin prejuicios con los líderes espirituales y
otros miembros de la iglesia (5:1-6:2).

La primera parte del capítulo 5 (vv.1-17) parece referirse a las relaciones de Timoteo con los
miembros de la iglesia, no como oficiales de la misma sino como grupos o clases de individuos. El
vocablo “anciano” en el versículo 1 se refiere a hombres mayores dentro de la congregación a los
cuales se les debe gran respeto por su edad, tal como los niños demuestran respeto por sus
padres. La palabra “viuda” (vv.3ss) aparentemente la usa aquí Pablo para señalar a aquellas
mujeres que aceptan su viudez y utilizan su tiempo y situación para servir a la iglesia en forma
adecuada. (Quizás Dorcas sea ejemplo de ello, aunque no se le aplique el término de “viuda”; He.
9:36-42.) Estas mujeres merecen la ayuda de toda la iglesia, y cuando sus familias no puedan
hacerlo, sus necesidades diarias deberán ser cubiertas por la iglesia. Sin embargo, las viudas
jóvenes no deben ser incluidas con las de mayor edad sino alentadas para que vuelvan a casarse y
tener hijos (vv.11ss).

En el versículo 17 el término “anciano” se refiere evidentemente al cargo de obispo del cual habla
antes (3:1ss). El término “doble honor” se sobrentiende generalmente como “honorarios por su
ministerio”; es decir, honor debido al puesto que ocupan y honorarios materiales por su labor. Pablo
cita otras partes de las Escrituras en apoyo de su enseñanza (v.18).
Existen maneras de tratar con los ancianos que demuestran no ser dignos de su cargo (vv.20-22),
pero la mejor es la prevención, teniendo especial cuidado al nombrar a un individuo para ese cargo.

La exhortación personal a Timoteo (vv.23-25) era para alentarlo a que tomara vino como medicina,
ya que parece ser que él no se atrevía a hacerlo por temor a que los demás lo considerasen como
pecado de su parte.

Los versículos con que termina esta sección se refieren a los siervos (esclavos) y complementan las
palabras que ya vimos en Efesios y Colosenses con respecto a este tema (6:1,2).

F. Que Timoteo rechace toda otra doctrina diferente a la enseñada por Pablo y se
esfuerce por servir de ejemplo a los demás (6:3-16).

La doctrina que Pablo enseña está firmemente basada en las palabras de Jesucristo, de quien
Pablo la recibió, como lo muestra la Epístola a los Gálatas (I Ti. 6:3). Por lo tanto, si cualquiera
quisiere enseñar otra doctrina, lo hace por vanidad, rechazando la doctrina de Pablo (6:3-5). Aquí
Pablo muestra su preocupación respecto a los que enseñan por razones malvadas, que predican
solamente por ganancia (6:5-10). Recordemos cómo Dios acusó también a muchos de los profetas
del Antiguo Testamento por esa misma razón. Muchos deseaban impresionar a las congregaciones
de creyentes con debates y discusiones acerca de palabras huecas y teologías confusas,
impulsados solamente por el afán de riquezas. Era evidente, pues, que la predicación de un
evangelio simple y directo no era lo suficientemente lucrativa.

Pablo termina su carta a Timoteo con un serio llamado y amonestación, exhortándolo a continuar
valerosamente la lucha a la cual ha sido llamado y a esforzarse por alcanzar la meta de plenitud que
el Señor le ha puesto (vv.11, 14). Debe mirar hacia Cristo como ejemplo de buena confesión y
proseguir hasta el máximo la vida eterna que le ha sido otorgada a través de Cristo (12,13). Pablo
termina sus recomendaciones con hermosas palabras de alabanza al Rey de reyes y Señor de
señores (vv.15, 16).

G. Que Timoteo exhorte a los ricos a depositar sus esperanzas en Dios y no en sus
riquezas (6:17-19).

Aparentemente el amor a las riquezas constituía un gran riesgo entre los creyentes de Éfeso. Las
palabras de Pablo vuelven ahora a insistir en este tema. Les recuerda que las riquezas que poseen
han de ser consideradas como cualquier otro don otorgado por el Espíritu: algo que debe ser usado
para gloria de Dios y no para satisfacer caprichos personales. La mención de las buenas obras
traen a la mente las palabras de Efesios 2:10.

Es muy posible que también Jesús, al acusar a la iglesia de Éfeso de abandonar su primer amor
(Ap. 2:4), se estaba refiriendo al peligro que había de que se convirtieran en demasiado amantes
del dinero en lugar de amar a Dios.

H. Que Timoteo guarde las encomiendas que se le han dado (6:20-21).

Una vez más cita Pablo todas las recomendaciones y encargos hechos a Timoteo, especialmente
desde 1:18 hasta este momento. Para guardarlos, Timoteo debe no solamente perseverar en
aquellas cosas que se le han encomendado sino también alejarse de todo lo que pueda impedirle
cumplir con su cometido.

TITO: un llamado a la sana doctrina

Nos encontramos en esta epístola con una salutación mucho más extensa que en las otras (1:1-
4). En la misma, Pablo incluye algo con respecto a su propio llamado y algo de la grandeza del
evangelio que predica. Como hemos observado antes, Tito no es mencionado en los Hechos: pero
aparentemente era un joven que conoció a Pablo en Antioquía y que más tarde se le había unido
en sus viajes misioneros. Al escribirse esta epístola, Tito se encuentra evidentemente en Creta, en
donde Pablo lo ha dejado a cargo de las iglesias allí establecidas. Pablo le está dando
instrucciones para llevar a cabo sus responsabilidades en esa iglesia, como lo había hecho con
Timoteo en Éfeso.
El tema que hilvana toda la epístola es el de la sana doctrina (firmemente basada en la Palabra de
Dios).

1. Forma de mantener una sólida doctrina: una dirección sólida (1:5-9)

Es menester nombrar ancianos en las iglesias de Creta para detener a aquellos que quieren hacer errar
a la iglesia; pero los ancianos qué se nombren deberán ser hombres intachables, que se consideren a sí
mismos siervos de Dios y administradores de su iglesia (v. 7). Han de demostrar ser amantes de la
Palabra de Dios y tener la capacidad para enseñar la doctrina a los demás (v.9).

2. Necesidad de una doctrina sólida: detener las falsas enseñanzas (1:10-16)

Muchos se habían llegado hasta las iglesias de Creta llevados por motivos malsanos y enseñanzas
erróneas; por tanto, era preciso tomar severas medidas. Era necesario que Tito estuviera respaldado
por hombres buenos que lo apoyaran en censurar a aquellos que buscaban destruir la iglesia con sus
dañinas enseñanzas (vv.13-16). El consejo inteligente y sabio que Pablo da ahora a Tito es que, en
primer lugar, se rodee de hombres que tengan absoluta firmeza en la fe y sean capaces de enseñar, a
fin de que, junto con Tito, puedan hacerles frente a los que buscan problemas impulsados por el afán de
riquezas (cf. Ed. 9:1-4).

3. La meta de una sana doctrina: una vida recta (2:1-3:2)

Esta es la nota dominante de esta epístola. Pablo muestra cómo han de alcanzarse dentro de la iglesia
los conceptos expresados en Efesios 4:11-16. La iglesia estará estrechamente unida en el amor y será
edificada al hablar y enseñar el pastor acerca de todo aquello que lleva a una doctrina sana (2:1). A su
vez, los miembros mayores de la iglesia deben dar el ejemplo a los jóvenes (2:2-6). Muy digno de
observarse aquí es el encargo hecho a las mujeres cristianas de más edad para que instruyan y sirvan
de guía a las más jóvenes y las prepararen para ser buenas esposas y madres.

Pero el centro de todo lo que se refiera al crecimiento espiritual de la iglesia debe ser su ministro, Tito.
Él dará ejemplo en sus relaciones con los miembros de las buenas obras a las que han sido llamados
por el Señor (2:7-8). Aun a los esclavos que hubiera dentro de su iglesia debe enseñarles a llevar la
situación que les ha tocado en suerte dando gloria a Dios (2:9-10).

La razón de este interés en llevar una vida apropiada es que el Señor nos ha redimido para que, aun en
este mundo, vivamos gloriosamente para él, en anticipación del momento en que él habrá de recibirnos
en el cielo. Dios desde un principio deseó tener de modo exclusivo un pueblo libre de pecado, celoso de
buenas obras (2:14; ver Ef. 1:4; 2:8-10; Ex. 19:4-6).

4. El corazón de una sana doctrina: un evangelio firme (3:3-11)

Pablo muestra que el evangelio sano y firme que él ha predicado y enseñado en todas partes declara
que hubo un tiempo en que todos vivíamos en pos de intereses pecaminosos, apartados de Dios (v.3).
Pero Dios, movido por su misericordia y amor por nosotros, nos ha salvado, no porque hubiéramos
hecho alguna buena obra, sino solamente por su propia caridad, haciendo que volviéramos a nacer en
su Espíritu Santo (vv.4, 5).

Es por esta obra realizada por Dios que somos poseedores ahora de la vida eterna; lo que quiere decir
que ahora, como creyentes en Cristo, somos capaces, por primera vez, de hacer buenas obras (obras
que agraden a Dios). Hemos sido salvados solamente por obra de Cristo, no por obra nuestra; asimismo
nuestras buenas obras se harán dependiendo de Cristo y no por nuestros propios medios (vv.7, 8).
Cualquier doctrina basada en nuestras propias fuerzas y no en la ayuda que nos presta Cristo debe ser
rechazada por Tito. Todo individuo que se rebele en contra de las amonestaciones de Tito debe ser
expulsado (vv.9-11).Al terminar su carta, Pablo hace mención a ciertos planes que tiene en mente y, de
nuevo, pide a todos los cristianos que realicen buenas obras. Es muy posible que hubiera surgido en
Creta el mismo problema que en Tesalónica: algunos no querían trabajar y, por ello, constituían una
carga para los demás (vv.12-14; ver II Tes. 3).

FILEMÓN: un ruego a la compasión

Ahora tenemos la más corta de todas las epístolas escritas por Pablo, la dirigida a Filemón, un
amigo cristiano que vivía en Colosas. Es en relación con uno de sus esclavos que había
escapado, llamado Onésimo (ver Cl. 4:9). Aparentemente, Filemón era el mentor espiritual en
Colosas (v.2).

Pablo comienza recordando las bendiciones de que ha disfrutado en la compañía de Filemón, al


que parece tener gran estima (vv.4-7). Basado en ello, Pablo urge a Filemón a tratar amablemente
a su esclavo prófugo, Onésimo, el cual aparentemente escapó de Filemón y buscó refugio en
Pablo, habiéndose convertido después a la fe bajo el ministerio de Pablo mientras este se hallaba
en la prisión (vv.8-11).

Pablo envía a Onésimo de regreso a Filemón con la esperanza de que este le permita volver de
nuevo junto a Pablo y acompañarlo en su ministerio desde la prisión (vv. 12-14). El mismo Pablo
ve la huida de Onésimo como quizás necesaria para que Filemón pueda volver a ganar a
Onésimo, no como esclavo, sino como hermano en la fe (vv.15-17).

Pablo está dispuesto a pagar a Filemón cualquier deuda o gastos en que este haya incurrido por
culpa de la huida de Onésimo; pero le recuerda que, después de todo, fue él mismo, Pablo, el que
lo condujo al conocimiento de Cristo, y por ello, en cierto sentido, Filemón les es deudor a su vez a
Pablo (vv.18-20).

Aunque no se lo pide abiertamente, Pablo espera que Filemón le dé la libertad a Onésimo, quizás
para que este pueda regresar a ayudarlo en su ministerio (v.21). No sabemos el resultado de esta
epístola; pero muy a principios del siglo II, uno de los primeros padres de la iglesia menciona el
hombre de Onésimo como obispo de Éfeso. Puede que haya sido otra persona, pero eso no lo
sabemos con certeza.

II TIMOTEO: consejos a un joven pastor

Probablemente fue esta la última de las epístolas escritas por Pablo. Su contenido encierra una
profunda emoción, reflejando los momentos en que Pablo comprendía que se acercaba su
muerte. Escribe desde la prisión. No habla ya de viajes o planes futuros. Hace un recuento de su
propio ministerio y encomienda ahora la obra al joven Timoteo para que continúe el ministerio
comenzado por él. También en la salutación incluye su saludo habitual de gracia, paz, y
misericordia (1:1,2).
¿Qué cosas desea decir un fiel ministro ya en sus últimos días, cuando ve que se acerca su fin, a
un joven que va a continuar los rumbos del ministerio comenzado por él?

1. Hacer un inventario de herencia espiritual (1:3-18)

Pablo reconoce su propia herencia espiritual como judío y después recuerda a Timoteo la suya (1:3ss).
Observa en particular la verdadera fe que existía ya en su abuela, después en su madre, y que también
ahora vive en Timoteo (1:5). Pero, por encima de todo, Pablo le recuerda su ordenación como ministro,
lo cual no debe olvidar jamás (v.6).

Es obvio que Timoteo se sentía desalentado o quizás simplemente temeroso de las obligaciones que su
vocación demandaba. De todas maneras, Pablo lo exhorta a no avergonzarse del evangelio —en
palabras que nos recuerdan a las dirigidas a los romanos (Rom. 1:16,17). Timoteo no ha de
avergonzarse; en primer lugar, porque el evangelio es poder (vv.8-10), y después, por el ejemplo que le
ha dado el mismo Pablo (vv.11-12). Pablo nos ofrece ahora un glorioso testimonio de la confianza que
tiene depositada en el evangelio (v.12).

Es necesario que Timoteo vea la responsabilidad que tiene de mantenerse fiel al evangelio ya la sana
doctrina que le han sido encomendados (vv.13, 14).

Esta sección termina con algunas de las palabras más tristes escritas por Pablo en cualquiera de sus
cartas. Podemos inferir de las mismas, por lo menos de la mayoría de ellas, que en aquellos días los
creyentes de Asia (la provincia que incluía a Éfeso) lo habían abandonado, y quizás también a la
doctrina que él, Pablo, les había enseñado (1:15-18).

2. Encarga también a otros lo que tú has recibido (2:1-13)

Timoteo no solamente ha de interesarse en su ministerio presente sino que debe hacer que el ministerio
de la Palabra continúe aun después que él se haya ido. Por consiguiente, debe preparar a otros para
que enseñen esa misma doctrina sana que le ha sido enseñada y que él está ahora enseñando a otros.

Para poder hacerlo Timoteo tiene que aprender a pelear la buena batalla en la lucha por Dios, de la cual
había hablado Pablo con anterioridad (2:3-6). Pablo se presenta a sí mismo como ejemplo que ha de
seguir Timoteo, quien por tanto tiempo trabajó junto a él y sabe de todos los sufrimientos que ha
padecido por amor al evangelio (vv.7-10). Pablo refuerza la fe de Timoteo repitiéndole palabras que
aparentemente eran conocidas por este y usadas por los cristianos dedicados al Señor (vv.11-13).

3. Tener conocimiento de la oposición al evangelio y estar preparado (2:14-3:17)

Muchos de los sufrimientos en el evangelio de que habla Pablo se debían a los falsos profetas y
maestros que se introducían en la iglesia (2:14-19). Hombres como Himeneo y Fileto, que han creado
grandes problemas dentro de la iglesia con sus discusiones acerca de simples términos y palabras y
que han hecho que muchos se alejen por el mal camino. Es necesario que Timoteo haga frente a tales
enemigos de la verdad y los deseche (vv. 17-19). Pero para poder hacerlo, él mismo tiene que ser
diligente en su preparación y uso de la Palabra de Dios (2:15).

Jamás debe Timoteo abandonar su congregación ni considerar a ninguno de sus creyentes como,
incapaz de alcanzar la redención, sino que debe prepararse para poder enseñar la verdad a todos los
hombres, con la esperanza de que Dios conduzca a algunos de los que están en contra de la verdad a
arrepentirse y abrazarla en la fe (vv.20-26). El incesante llamado que Pablo hace a Timoteo es estar
preparado (vv.20-21).

La amenaza a la iglesia contra la que se tiene que preparar Timoteo es señalada para los últimos
tiempos, cuando, como asegura Pablo a Timoteo, muchos en la iglesia dejarán de amar al Señor para
seguir cualquier otra cosa (3:1-9). Serán amantes de sí mismos, del dinero, del placer, pero no del bien
(vv.1-4). Engañarán a muchos con una actitud externa de piedad que no tiene poder alguno (presencia)
de Dios. Son réprobos en lo que se refiere a la fe, pero tendrán éxito en hacer errar a muchos que ahora
se encuentran dentro de la iglesia (3:5-9). Es evidente que Pablo está preparando a Timoteo para el
momento en que comience la deterioración espiritual de su iglesia y le exhorta a estar dispuesto para
hacerle frente. De la misma manera, se recordará, había advertido a los tesalonicenses respecto a los
últimos tiempos.

Timoteo tiene, en realidad, una sola forma de prepararse: es la ya señalada por el Señor (3:10-17).
Timoteo tiene que comprender que, según pasa el tiempo, los esfuerzos de Satán por obstaculizar la
verdad irán en aumento y harán que muchos se pierdan (vv.10-12); pero Timoteo no debe confiar en
ningún plan o idea concebida por los hombres ni en métodos nuevos para retener a la grey o para
disponerse al asalto. Tiene que continuar en lo que ya se ha probado que da resultados; en las
Escrituras (vv.14, 15). Solamente en las Escrituras encontraremos las armas necesarias a los ojos de
Dios (v.17).

Las palabras de Pablo en este pasaje nos recuerdan las del Señor a Jeremías cuando llamó al profeta
siendo un joven. La misión de Jeremías era declarar la Palabra de Dios, hablada por el profeta, para
que se arrancara y destruyera y rompiera en la iglesia todo aquello que ofendía al Señor y fuera
levantada y edificada solamente con lo que era grato a sus ojos (Je. 1:4-10). Comparemos esas
palabras de Jeremías con la descripción que ahora nos da Pablo acerca del poder de la Palabra de Dios
escrita (3:16,17).

Primero, hallamos que todas las Escrituras son en verdad Palabra de Dios que él nos da en su plan y
propósito de salvación y que fueron escritas por hombres guiado por el Espíritu de Dios. Por lo tanto, la
Escritura es provechosa (concebida) para la enseñanza. Esto quiere decir que la asignatura básica
dentro de la iglesia debe ser la Palabra de Dios, las Escrituras. Todo aquello que se enseña en el hogar
y en la iglesia debe estar encaminado hacia una comprensión más clara de lo que encierra ese Libro.

Las Escrituras son también muy valiosas para amonestar. La palabra griega utilizada en la traducción
significa “hacer caer”. Con esto entendemos que a través de las enseñanzas de las Escrituras todos los
hombres serán juzgados, haciendo que todo aquello que en sus vidas ofende al Señor sea sacado a la
luz. Entonces serán condenados. Hemos visto cómo algunos individuos en el Antiguo Testamento
fueron juzgados en vida por los pecados cometidos, como Jacob, David, y Ezequías. La Palabra de
Dios —espada del Espíritu— penetra y discierne el corazón de los hombres, cosa que simples palabras
humanas no pueden conseguir. De esto encontramos un buen ejemplo en Pentecostés (He. 2), cuando
Pedro predicó las Escrituras.

Algo que es necesario tener presente es que cuando Pablo se refiere a las Escrituras está pensando no
solamente en los escritos del Nuevo Testamento sino en todas las enseñanzas de Dios: tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento. Olvidarnos del Antiguo Testamento en nuestras enseñanzas equivale a
olvidarnos de las tres cuartas partes de la Palabra de Dios. En tal caso, no podemos esperar que los
hombres sean juzgados y examinados como deben serlo.

Las Escrituras ponen al descubierto al hombre; lo juzgan y condenan. También sirven para enseñarle
corrección. Así tenemos que la Palabra de Dios no solamente nos escudriña (al decir la verdad y poner
a la luz todos nuestros pecados) sino que también nos guía y ayuda a corregir nuestras faltas. Como
dijo el Señor en el Salmo 19: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma.” (v.7).

De nuevo tenemos que las Escrituras son de ayuda para instruir en justicia. A través de toda la Biblia el
Señor ha insistido en que la enseñanza de la Palabra de Dios debe comenzar en el hogar, a los niños,
desde su más tierna edad. Volviendo al Salmo 19, recordemos que las Escrituras bastan para convertir
en sabio al simple (v.7). La sabiduría se alcanza solamente conociendo y aprendiendo a aplicar la
Palabra de Dios a nuestras vidas. Las palabras que Pablo nos dice ahora, expresando la meta de la
justicia en todas nuestras obras como hijos de Dios, nos recuerdan la meta que Dios impuso a la
simiente de Abraham muchos siglos antes (Gn. 18:19).

Pablo describe de un modo más completo la meta de Dios para sus hijos en el versículo 17: A fin de que
el hombre sea completo (perfecto), enteramente preparado para toda buena obra. Recordamos que
este es el propósito señalado en Efesios 2:10. Ahora podemos comprender por qué Pablo en Éfeso, y
probablemente en dondequiera que fue, procuró predicar la Palabra de Dios en su totalidad (toda la
Palabra escrita), obedeciendo la gran encomienda de Dios (Mt. 28:20; He. 20:27).

4. No apartarse del ministerio, no importa lo que suceda (4:1-5)

Desde luego que no todo el mundo está dispuesto a ser juzgado o a sentarse a escuchar lo que tiene
que decir la Palabra de Dios. Muchos tratarán de cambiar la iglesia a la medida de sus deseos. Otros
tratarán solamente de escuchar lo que les agrada o está de acuerdo con su propia filosofía de la vida.
Estarán dispuestos a pagar a falsos maestros y guías que les den lo que ellos quieren recibir, ¡y
pagarán muy bien por ello! Es en vista de ello que Timoteo ha de perseverar en predicar solamente la
verdad (v.2). Debe hacerlo sea o no el momento apropiado, aun cuando muchos de sus seguidores se
aparten y vayan en pos de otros evangelios más atrayentes. Timoteo ha de cumplir siempre con ese
ministerio al que ha sido llamado, sin sustituirlo por otro más suave o agradable quizás pero que pudiera
poner en peligro la fe (v.5).
Testimonio final de Pablo (4:6-8)

Como final Pablo nos da ahora su propio testimonio de lo que quiere decir con “cumplir su
ministerio”. Ve que el final de su propio ministerio está muy cerca ya. Examina su vida y se
encuentra satisfecho de que siempre procuró ser fiel en medio de todos los padecimientos y
pruebas. Ansía estar con el Señor y ver la gloria venidera. Pero no se considera como algo único y
especial: hay muchos otros como él que aman la venida del Señor y a los cuales él se unirá.

Notas personales al cerrar Pablo su epístola (4:9-22)

Las últimas palabras de Pablo nos hacen ver cómo continúa su actividad hasta el mismo final.
Todavía hay muchos reunidos a su alrededor a los cuales continúa instruyendo y guiando. Desea
que Timoteo le traiga algunos libros y materiales de estudio, dando señales de que no está
dispuesto a cesar en su labor hasta que el Señor lo llame. Continúa teniendo absoluta confianza
en el Señor que está a su lado (v.17).

De esta manera damos nuestra última mirada a Pablo, el apóstol de Jesucristo a los gentiles. Es
la imagen de un hombre que no se sienta a esperar que llegue el final, sino que al llegar ese
momento y el Señor lo llame consigo lo encontrará ocupado en las labores que él mismo le
encomendó.

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Ya hemos presentado alguna información extra bíblica con respecto a Éfeso, donde trabajó
Timoteo, y a Colosas, donde residía Filemón. Miremos ahora hacia Creta, la isla del mar
mediterráneo donde Tito sirvió como pastor de las iglesias. Creta es en tamaño la quinta isla del
Mediterráneo y puede ser localizada en el mapa de Palestina en los tiempos de Jesús. Creta tiene
una ilustre historia desde la más remota antigüedad. La cultura primitiva de la isla es conocida
bajo el nombre de Minoica Anterior, y duró casi que hasta el año 2000 A.C., alrededor de la época
en que Abraham abandonó Ur y comenzó su jornada hacia Canaán. Las excavaciones
arqueológicas han encontrado los restos de una brillante civilización durante ese período y aun
más tarde, habiéndose descubierto ruinas de palacios de considerable tamaño. Se han efectuado
hallazgos que indican que existía en Creta una sociedad de tipo muy avanzado.

Alrededor de 1700 A.C., en los días en que Jacob se dirigía a Egipto, un gran terremoto destruyó
la mayor parte de la civilización cretense; pero la cultura minoica continuó y se volvieron a edificar
grandes palacios, se crearon obras de arte, y también se inventó un lenguaje escrito. Los barcos
minoicos llegaron quizás hasta España. Su lenguaje escrito era muy semejante al usado por la
escritura griega primitiva, y es muy posible que muchos griegos provenientes de tierra firme se
establecieran allí.

Alrededor de 1450 A.C., durante la época del Éxodo desde Egipto hacia Canaán, otro gran
terremoto y la explosión de un volcán cercano destruyeron casi toda esta nueva civilización.

Nunca jamás pudo Creta volver a elevarse a su antigua gloria. Los griegos primitivos se
encontraban fascinados por los mitos y leyendas que fluían de Creta. Al cabo, los romanos
llegaron a la isla y la conquistaron en el primer siglo A.C. Se sabe que hubo judíos viviendo en
Creta por lo menos desde el siglo II A.C. Algunos judíos provenientes de Creta se hallaban
presentes cuando Pentecostés (He. 2:11).

Cuando Pablo fue llevado en cadenas a Roma, el barco en que iba navegó a lo largo de la costa
sur de Creta (ver mapa). Es muy posible que algún tiempo más tarde Pablo fundara allí la iglesia
servida por Tito cuando Pablo le escribió su epístola.
¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

En el tiempo en que se escribieron estas epístolas, especialmente las pastorales, ya las herejías
estaban comenzando a surgir en la iglesia y abundaban los falsos maestros. Mucho de lo que
Pablo había alcanzado comenzaba a desmoronarse ante los ataques de los enemigos del
evangelio que él predicaba. Por este entonces ya la atracción del celo misionero iba declinando y
los jóvenes pastores encontraban que no iba a ser fácil continuar predicando el evangelio
enseñado por Pablo, ni que tendría gran acogida entre los miembros de la congregación.
Al pasar los años y viendo Pablo que su propio ministerio llegaba al final, es indudable que sentiría
preocupación ante la posibilidad de que no se pudiera continuar predicando la verdad después de
su muerte. Por doquier surgían nuevos retos a la naciente iglesia, a la cual era imprescindible
armar y equipar para que pudiera hacer frente a los mismos.
Pablo dedicó gran atención al establecimiento de una organización dentro de la iglesia y a que se
efectuara un culto ordenado. Pero, por encima de todo, era muy importante que los principales
estuvieran afianzados en la fe y en el conocimiento de la Palabra de Dios.

Era esencial que los dirigentes tuvieran una base sólida en la Palabra de Dios y estuvieran bien
preparados para enseñar esa Palabra y lo suficientemente maduros como para no desvirtuarse y
seguir a otros que enseñaban un evangelio diferente. La lucha de la cual Pablo había advertido a
los efesios se encontraba en todo vigor. Había muchos que, habiendo sido anteriormente
seguidores de Pablo, ahora lo abandonaban a él y a su causa, yendo en pos de ministerios más
atrayentes y lucrativos. Siempre estaba presente la tentación de llegar a un arreglo para hacer que
la congregación se mantuviera unida. Ceder a tal tentación hubiera constituido un verdadero
desastre para las iglesias establecidas por Pablo.

A través de estas epístolas Pablo enseñó a un pastor joven a prepararse y a estar dispuesto en su
ministerio teniendo como base la Palabra de Dios y la sana doctrina que Pablo le había enseñado,
y a examinarse a si mismo constantemente no fuera que, en su vida y conducta cotidianas,
hubiera dejado de aplicar la Palabra a su propia vida. Debía constituir un ejemplo, tanto en la
predicación como en su vida, del evangelio que predicaba.

Por otra parte, por medio de estas cartas a los pastores, Pablo enseñó a las iglesias justamente lo
que era necesario para continuar teniendo una fe sólida y fuerte. Se requerían hombres fuertes y
fieles al Señor, oficiales que administraran la iglesia y que fueran maduros en la fe y bien
capacitados para enseñar la Palabra. Se requería un culto y una enseñanza de la Palabra
ordenados, dirigidos por esos hombres. Las mujeres debían ver el lugar que les correspondía en
el culto y servicio de la iglesia como subordinado, pero no insignificante.

Cuando fuera necesario debía mantenerse y aplicarse la disciplina en la iglesia. Si no eran


disciplinados, algunos se apartarían de la verdad y llevarían a otros con ellos, tratando de destruir
la unidad de la iglesia. Era necesaria una dirección capaz de hombres maduros, los ancianos, que
aplicara la disciplina y distinguiera entre herejía y verdad. Por lo tanto, no se podía permitir bajo
ningún concepto que se abandonaran los consejos dados por Dios.

Los ministros jóvenes no debían desalentarse si surgía alguna oposición o si su función como
dirigentes era cuestionada. Debían continuar la obra a la que habían sido llamados, sin importar
quiénes estuvieran a favor o en contra. Su parte era alcanzar la aprobación de Dios, no la de los
hombres.

El estudio de la historia de la iglesia desde el siglo primero hasta nuestros días sirve de apoyo a
las enseñanzas de Pablo y verifica el hecho de que cuando la iglesia ha permanecido fiel a lo que
Pablo escribió, ha sido bendecida por el Señor, aunque es cierto que nunca ha estado totalmente
libre de problemas y persecuciones. Cuando la iglesia se ha desviado de lo que enseña la Palabra
de Dios, escrita por Pablo en estas epístolas, entonces todo ha ido de mal en peor para todos sus
miembros.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Vivimos en una época en que tal parece que el vigor de las iglesias en las denominaciones más
antiguas está desapareciendo. Muchas doctrinas falsas se han inmiscuido en las iglesias y en
varias denominaciones, a menudo de un modo sutil. Ello ha sido la causa de que algunas
denominaciones e iglesias de hoy día se hayan debilitado y carezcan de fuerzas para proclamar el
evangelio predicado por Pablo.
Como resultado de todo lo expuesto anteriormente, muchas de las denominaciones más antiguas
han introducido toda clase de innovaciones y enseñanzas concebidas con la idea de atraer la
atención de los individuos más exigentes.
Las juntas de misiones y agencias de esas denominaciones, tan activas al principio de este siglo,
son ahora totalmente inefectivas y en muchos casos se han retirado totalmente de la lucha.
Otra consecuencia que podemos comprobar diariamente es que han surgido innumerables
denominaciones nuevas; algunas tratando de conservar las antiguas verdades; otras, alejándose
radicalmente de la autoridad de las Escrituras para establecer un “nuevo evangelio”, que no es
otra cosa que las mismas viejas herejías con una nueva máscara.
¡Cuánto necesitamos hoy, como denominaciones, estudiar las palabras dirigidas por Pablo a los
pastores jóvenes! Las cosas que él destacó en su momento son tan vitales a la iglesia moderna
como lo eran a las iglesias del primero siglo. Nosotros, como parte de una nueva denominación
que trata de mantener el antiguo evangelio establecido —el cual jamás es antiguo en realidad—
debemos comprender con qué facilidad las iglesias del primer siglo se deterioraron y alejaron de la
verdad, aun muchas de aquellas fundadas por el mismo Pablo. Lo que necesitamos hoy para
poder asegurar la fortaleza de nuestra denominación no está en una multitud de modernismos o
actividades mercantiles sino en una sólida y sana enseñanza de la Palabra de Dios. Si nuestros
miembros no se entrenan mejor en la Palabra de Dios y en la sana doctrina de lo que han estado
en el pasado, veremos con toda seguridad que la historia de nuestra denominación como iglesia
fuerte y fiel será de corta duración.
Lo que acabamos de decir puede aplicarse no solamente a la denominación como un todo, sino
también a las congregaciones individuales.
Es absolutamente imprescindible que en nuestras iglesias locales demos nuestro apoyo a todo
esfuerzo que se realice por educar a los miembros en la Palabra de Dios, tomando en serio la
labor de lograr que nuestros laicos estén instruidos en la verdad y aprendan a aplicarla en sus
vidas. Aquellos oficiales de la iglesia que no se interesen en estudiar la Palabra y que no estén
dispuestos a defender la denominación deben ser eliminados. Los pastores que prediquen la
Palabra a la ligera y que pasen por alto su estudio constante y fiel predicación —exponiendo la
Palabra ante todos para que la aprendan y crezcan en ella—- deben ser despedidos por los
presbiterios.
Satanás no descansa nunca y tiene gran interés en entrar en las denominaciones nuevas para
destruirlas a la menor oportunidad si no tenemos cuidado. Hay dos caminos para conservada paz
en una iglesia: el primero consiste en no hacer absolutamente nada y, por tanto, no constituir un
peligro para Satanás (él dejará a esa iglesia tranquila y habrá paz, ¡la paz de un cementerio!); el
otro camino, es presentar batalla por la verdad del evangelio de Dios y luchar contra Satanás allí
donde tiene sus más sólidos bastiones. Con toda seguridad que, en este caso, la lucha será ardua
y grandes las tribulaciones, pero también tendremos paz con Dios y la ventaja de permanecer en
calma en medio de la tormenta al prevalecer la paz de Cristo en los corazones de cada uno de sus
creyentes. Este último camino de lograr la paz es el único verdaderamente digno de ser andado.
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas
1. ¿Están ocupados por hombres maduros y fieles los puestos de mayor responsabilidad en mi
iglesia? Cuando ha llegado el momento de elegir ancianos y diáconos, como miembro de la
iglesia que soy ¿he otorgado cuidadosa atención a las condiciones que presenta la Biblia para
ocupar esos puestos? ¿Existen en mi iglesia individuos que han sido elegidos para esos cargos
porque son adinerados o tienen prestigio?

2. ¿Predica fielmente la Palabra el ministro de mi iglesia? ¿Me importa más que me entretengan
durante el culto en la iglesia que el ser instruido por el ministro? Cuando se busca a un nuevo
ministro, ¿qué es lo que yo busco, qué es lo que me interesa con respecto a sus capacidades?
¿Me importa más que él termine su sermón antes de las doce que aprender todo lo que el Señor
ha querido decir a través de él en ese día?

3. ¿Me daría cuenta de cualquier doctrina diferente a la proclamada en las Escrituras, caso que
algún día la escuchara? ¿Hasta qué punto me preparo a mí mismo mediante el estudio de la
Palabra de Dios para poder ser capaz de empuñar la espada del Espíritu en la lucha cristiana,
asaltando los bastiones de Satán (el mundo) y llegando hasta aquellos que se han perdido?
¿Creo que es un asunto que corresponde solamente al ministro? ¿a los maestros de la Escuela
Dominical? ¿por qué?

4. ¿Qué clase de programas de educación cristiana existen en mi iglesia? ¿Están sus actividades
centradas alrededor de la Biblia? ¿Son bien usadas las horas dedicadas al estudio durante la
Escuela Dominical y en otros momentos? ¿Están bien preparados los maestros? (no quiere decir
que sean elocuentes sino bien preparados).

5. ¿Cómo es que son llamados los jóvenes al ministerio y preparados bajo la supervisión de la
denominación a la que pertenezco? ¿Tienen conocimientos de la Palabra de Dios aquellos que
han sido entrenados? ¿Sirven de ejemplo a los demás en su forma de vivir y en sus prácticas?
Una vez que han sido ordenados, ¿se dedican constantemente al estudio de la Palabra? ¿Tiene
ello algo de importancia para mí?
9: Mensajes a los creyentes versados en las escrituras hebreas:
Hebreos, Santiago, Judas
Introducción

Estas tres epístolas se incluyen entre las llamadas “epístolas generales”, es decir, que no fueron
escritas por Pablo. Se debate por los eruditos y estudiosos de la Biblia si la Epístola a los Hebreos
fue escrita o no por Pablo.
Encontramos en estos tres libros un factor común: un extenso conocimiento de las escrituras
hebreas, aunque no todos fueron escritos por judíos. Al igual que los demás escritos de la Biblia,
estos fueron escritos no solamente para los judíos sino para todos los hijos de Dios por igual,
judíos y gentiles; pero es obvio que fueron concebidos para tratar de resolver ciertos problemas
especificas entre los judíos creyentes del siglo primero, aunque a la vez tienen gran valor para
todos los creyentes.

¿Qué nos encontramos aquí?

HEBREOS: un llamado a la perfección a través de la fe in Cristo, no por la ley

En muchos aspectos el autor de este libro trata de los mismos problemas discutidos por Pablo en
su Epístola a los Gálatas y, hasta cierto punto, también en Romanos: es decir, el peligro o
amenaza que se cernía de volver a la ley en lugar de continuar en la fe en Cristo, que es el
camino hacia la meta de perfección a la que Dios ha llamado a todos los creyentes.
Sin embargo, el autor de Hebreos no se está dirigiendo a los gentiles, los cuales habían estado
sujetos a enseñanzas erróneas, sino a los mismos judíos —aquellos de ancestro hebreo— que
pudieran estar más inclinados a caer en ese error y alejarse de la fe en Cristo.
El autor no pierde tiempo y va directamente al tema que quiere tratar; de inmediato lo ataca
frontalmente y comienza presentando una explicación de la unidad y consistencia de la revelación
de Dios a través de las Escrituras del Antiguo Testamento y de su Hijo, Cristo Jesús.

1. Unidad del mensaje de Dios y superioridad del mensajero (1: 1-5:14)

En esta primera parte el autor destaca la importancia de comprender, ante todo, quién es realmente el
mensajero del evangelio, Jesús; después, qué hay de único en su mensaje; y, finalmente, la premura
que existe de creer en ese mensaje.

A. Identidad del mensajero del evangelio (1:1-14).

Desde el comienzo mismo el autor expone claramente que el Dios que habló en tiempos antiguos a
través de los profetas y el mensajero del evangelio, Jesucristo, son uno mismo (1:4). Jesús es el
heredero de todas las cosas y creador de todo. Como consecuencia, el es el Señor, el cual, de
acuerdo con Génesis 1 y 2, fue Autor de la creación en el principio y luego eligió a Israel como su
heredero (vv.1, 2). Su gloria es igual a la de Dios y, teniendo su misma sustancia, es igual en poder.
Por esta razón, solamente puede ser llamado Dios Mismo (v.3). ¡Esto le da un nombre por encima
de todo otro nombre en el cielo y en la tierra!

Como apoyo de esto sirven los nombres por los que Jesucristo, mensajero del evangelio, es
llamado en el Antiguo Testamento: se le llama Hijo de Dios a quien tienen que adorar todos los
ángeles (vv.5-7); se le llama Dios (vv.8-9); y también es llamado Señor (equivalente al nombre
propio en Hebreo para Dios, Jehová, (vv.10-14).

B. Exclusividad del mensaje acerca de Jesucristo (2:1-18).

El autor expresa su interés primordial al escribir esta epístola al comienzo del segundo capítulo: se
preocupa de que sus lectores, judíos cristianos, se alejen del mensaje de Jesucristo y vuelvan al
judaísmo del cual habían salido (2:1). Como consecuencia de abandonar ese evangelio, único
camino de salvación para el hombre, se incurrirá en la ira de Dios de la cual no hay escape posible
(v.3).

El evangelio del que habla, dice a sus lectores, es aquel que el autor ha llegado a conocer a través
de las enseñanzas de los apóstoles, quienes recibieron ese mensaje directamente de Jesucristo
(vv.3, 4). Este detalle permite suponer que esta epístola no fue escrita por Pablo. Lo que Pablo
escribe en su Epístola a los Gálatas es diferente lo que encontramos en esta; es decir, que Pablo
había recibido el mensaje directamente del Señor, como lo recibieron los demás apóstoles y no de
hombre alguno. Por tanto, parece evidente, que el autor de esta epístola no pudo haber sido Pablo;
Pablo jamás hubiera escrito las palabras de 2:3. La identidad del autor de esta carta es asunto que
se presta a especulación. Es obvio que al escribir tenía un estilo muy semejante al de Pablo. Su
conocimiento del griego era excelente y notable la profundidad de su conocimiento de las
Escrituras. Algunos eruditos opinan que el autor no fue otro que Apolos, el cual encaja muy bien en
esta descripción.

En el mensaje del evangelio aprendemos que lo que Dios ha planeado para sus hijos será logrado
por la humillación y exaltación de Jesucristo (2:5-9; ver también Fil. 2). Citando el Salmo 8, el autor
muestra que el sujetar todo bajo los pies del hombre fue solamente logrado por los sufrimientos y
glorificación de Jesús, el cual, en sus padecimientos, sufrió por aquellos que habían creído en su
evangelio (v.9).

Fue así que Jesús, hecho hombre en la carne y en la sangre, sufrió y murió en lugar de los hombres
para poder derrotar a Satanás y después consolar y ayudar a los que sufrieron tentaciones y fueron
juzgados (2:10-18). Muestra que Cristo, ocupando nuestro lugar en el sufrimiento y en la muerte,
derrotó a Satanás, nuestro gran enemigo (vv.14, 15; cf. Gn. 3:15). Haciendo esto nos liberó de la
esclavitud del pecado y, como fiel gran sacerdote sentado a la diestra de Dios, intercede
constantemente por nosotros. Cristo asegura a los hombres una fuente constante de fortaleza
durante todas sus vidas que los capacita para hacerles frente a los sufrimientos y tentaciones y
alcanzar el triunfo ayudados por su poder (vv.17, 18).

Todo esto le da exclusividad al mensaje. Es un mensaje de lo que Dios ha logrado por nosotros a
través de Cristo. Es ya un mensaje de victoria sobre los enemigos que nos atacan constantemente
durante nuestras vidas: pecado, muerte, el demonio.

C. Premura de la necesidad de creer en ese evangelio (3:1-5: 14).

La epístola urge a los lectores a mantenerse firmes en ese evangelio y a que continúen en Cristo,
quien los ha librado de la muerte y les ha dado vida. Si Cristo es la fuente de su vida, entonces
deben vivir en toda confianza en él y no volver a las obras de la carne y a depender de las propias
fuerzas al obedecer la ley. Deben tratar de alcanzar la perfección que el Señor desea para todos
sus hijos (3:1-11). El autor, citando el Salmo 95, muestra que muchos en el Israel antiguo, habiendo
comenzado con toda confianza en el Señor, después se apartaron de él y habían ofendido al Señor
que los había sacado de Egipto. Moisés les dio la ley; pero Cristo los hizo ciudadanos del cielo, no
por habilidad de ellos para guardar la ley sino por poder de él para hacer lo que ellos no pudieron.

Por tanto, el autor advierte a sus lectores que tengan mucho cuidado, no sea que alguno se aparte
de la dependencia en Cristo hacia la dependencia· en si mismo que conduce al pecado sin
arrepentimiento (3:12-4:15). Al intento de cumplir con la voluntad de Dios —perfección, realización
del crecimiento espiritual— por cualquier otro medio que no sea la fe en Cristo, el autor lo llama
“corazón malo de incredulidad” (3:12). No importa que uno haya hecho una profesión de fe en Jesús
como Salvador si no continúa creyendo en Jesús (v .14). Muchos profesaron su creencia en Dios
cuando estaban en el desierto, pero muy pronto se apartaron de la dependencia en el Señor y no
fueron considerados como dignos de entrar en el reposo que Dios había preparado para ellos en
Canaán (vv.15-19). Lo que los perjudicó fue la incredulidad (dejar de continuar creyendo en el
Señor).

El autor compara el peregrinar cristiano en este mundo de sus lectores a la travesía de Israel en el
desierto (4:1-13). Los que confiaron en el Señor pudieron entrar en el reposo de Canaán después
de cuarenta años. Pero muchos no pudieron entrar por culpa de su incredulidad; es decir, confiaron
en sí mismos, en que tendrían las fuerzas suficientes para continuar por sí solos, aunque no habían
sido capaces de abandonar Egipto por sus propios medios. Su incredulidad era necia. De la misma
manera, el pueblo judío que ha profesado fe en Jesucristo está en peligro de cometer la misma
necedad si suponen que, después que Jesús los ha librado del pecado y de la muerte, ellos pueden,
contando solamente con sus propias fuerzas, seguir el camino de perfección al cual el Señor llama
a sus hijos (4:1,11ss). La Palabra de Dios es penetrante al escudriñar los corazones de los
hombres. Si en lo profundo de sus corazones la Palabra encuentra incredulidad, esos hombres no
serán aceptados por el Señor, sin importar qué profesión de fe puedan ellos haber hecho (vv.12,
13).

Por consiguiente, deben mantenerse firmes en la profesión de fe que han hecho; esa es la única
prueba de que aún perseveran en la fe. Es el único camino para alcanzar el crecimiento espiritual.
Es la única forma en que puede saberse que todavía son hijos de Dios (vv.14, 15). Jesús sabe de
todas las pruebas y tentaciones que sufren y es capaz de satisfacer todas sus necesidades si ellos
continúan depositando en él toda su confianza y dependiendo de él. El que comenzó la buena obra
en ellos la completará con la perfección final: ser todo lo que el Señor desea que sean sus hijos. Es
la gracia a través de Jesucristo y no las obras de la ley la que lo logrará.

El autor, por tanto, exhorta a sus lectores a acercarse confiadamente al trono (fuente) de la gracia,
Cristo, quien los tratará con compasión y, por la gracia, les dará la fuerza que necesitan (4:16-5:10).
Cristo mismo, como gran sacerdote en este mundo, ocupó sus lugares y durante todos sus años en
la tierra sufrió toda clase de tentaciones y tribulaciones. A través de todo probó ser perfecto a los
ojos de Dios (5:5-9). Por ello se encuentra eminentemente capacitado para traerlos de la muerte a
la vida y a la perfección final (vv.9, 10).

Esta sección termina con el deseo del autor de pasar de los fundamentos del evangelio a aquellos
temas relacionados con el crecimiento hacia la perfección en Cristo. Pero se ve impedido de hacerlo
por la lentitud de ellos en comprender aun los principios básicos del evangelio, a saber, la
necesidad de continuar en la fe en Cristo y no apartarse y volver a confiar solamente en sus propias
fuerzas obedeciendo la ley como medio para lograr la perfección (5:11-14).

La fuente de perfección: no la ley sino la fe en Cristo (6:1-10:39)

. Inutilidad de depender de la ley para el crecimiento espiritual hacia la perfección


(6:1-8).

El autor empieza manifestando su deseo de dejar atrás toda discusión en lo que se refiere a
los principios fundamentales del evangelio (6:1-3). La razón es que los que profesaron fe en
Jesús pero demostraron en sus vidas que en realidad no tenían confianza en él sino en sí
mismos ya no pueden ser renovados (vv.4-8). Son como carbones encendidos. Si todavía hay
algún fuego en ellos puede ser que abanicándolos todavía sean convertidos en fuego ardiente;
pero si ya el fuego se ha apagado, es inútil abanicarlos; no hay forma alguna de que vuelvan a
encenderse por sí solos. De la misma manera, un miembro de la iglesia que haga su profesión
de fe pero que jamás ha renacido espiritualmente, que nunca ha creído verdaderamente en
Jesucristo, jamás podrá ser exhortado a que tenga más fe en Jesús y continúe su crecimiento
espiritual. Es como un leño apagado, sin esperanza alguna en él. Todas las exhortaciones del
mundo valdrán muy poco para hacer que vuelva a levantarse y a andar en el camino del
espíritu. Este pasaje no enseña que aquellos que hayan nacido de nuevo han de morir
después espiritualmente; sino enseña que es inútil tratar a uno que no ha renacido como si lo
hubiera sido.

A. Superioridad del evangelio de Cristo sobre la ley para alcanzar la meta de Dios (6:9-
10:18).

Es obvio que el autor se está dirigiendo a un grupo determinado de judíos cristianos conocidos por
él y cuyos problemas sabe (6:9-12). Espera que no se encuentren entre los que han rehusado
depender de Cristo y han preferido depender de la ley (como sirvieron de ejemplo los que causaron
tantos problemas en la iglesia de Galacia). Pide a sus lectores, por tanto, que imiten a aquellos que
viven en la fe sin confiar en la carne.

Les recuerda que entre los que confiaron no en la carne sino en el Señor estuvo el mismo Abraham.
El se refugió en el Señor y recibió la seguridad, no sólo en la promesa de Dios de que lo bendeciría
sino también en el juramento hecho por Dios reforzando ese palabra prometida (6:13-19). La
Palabra de Dios no cambia (es inmutable) y su juramento es inmutable. ¿Qué mayor seguridad
podían tener ellos si hubieran buscado refugio en el Señor, confiando plenamente en él y no en
ellos mismos para toda bendición espiritual? Sabemos que las bendiciones de Dios no son
merecidas sino que se obtienen solamente por la fe (v.18).

El autor muestra que Melquisedec, que presentó ante Dios las promesas hechas por Abraham, era
figura de Cristo, y que la respuesta de Abraham —de ofrecerle el diezmo— fue un acto de fe en la
promesa y no un medio para alcanzarla. De manera que el ofrecimiento del diezmo en aquel tiempo
y después en la ley levítica no fue una obra de mérito sino expresión de gratitud a Dios por lo que él
ya había concedido (7:4-10). ¡Por consiguiente, los judíos que piensan que el ofrecimiento del
diezmo es una obra meritoria de recompensa para Dios están completamente equivocados!

Aun más, aquellos que buscan en la ley levítica un medio de perfección (circuncisión, diezmos,
sacrificios, etc.) están tambien equivocados (7:11-25). La ley, al depender de la fuerza corporal
(carnal) del hombre, no puede llevar a la vida. Por consiguiente, de modo alguno puede ser el
camino que conduzca a una vida continua en Cristo (vv.11-16). En su lugar, tenemos el poder de la
vida eterna a través de la fe en Cristo (v.16). La ley no perfeccionó a nadie porque no tenía poder de
vida (vv.18, 19); por tanto, necesitamos y tenemos en Jesucristo un pacto mucho mejor que aquel
que dependía de la continua obediencia del hombre a la ley. Con esta nueva alianza, Cristo puede
salvar totalmente (desde nuestro renacer hasta la perfección) a todos aquellos que confiamos en él
(vv.22-25). Los que confían en Cristo no pueden dejar de ser todo aquello que Dios desea que
sean, porque Cristo, sentado a la diestra de Dios, continúa intercediendo por ellos incesantemente
(v.25).

A partir de este momento (7:26), el autor de la carta a los Hebreos muestra que todo aquello
enseñado por el antiguo pacto (la ley levítica, el tabernáculo, sus muebles, etc.) era simplemente un
ejemplo de lo que Dios intentaba realizar en Cristo. Cuando estudiamos los libros de Éxodo,
Levítico, y Números observamos cómo Cristo era el cumplimiento de todo lo allí enseñado y cómo
Dios los guió a confiar en Cristo a través de normas visibles. Este es el punto central de lo que el
autor en la sección comprendida desde 7:26 hasta 10:18 trata de explicar.

B. Llamado a continuar creciendo espiritualmente a través de la fuente de vida:


Jesucristo (10:19-39).

Aquellos que han creído en Cristo tienen el privilegio más grande jamás concedido a hombre
alguno: el de llegar hasta la presencia misma de Dios a través de la fe en Jesús, con la seguridad
de que él los lavará constantemente de todo pecado y los capacitará para que continúen creciendo
espiritualmente y lleguen a ser lo que el Señor desea que sean (ver Ef. 1:4). Por ello es necesario
que se mantengan firmes en la confesión de fe en Cristo y continúen realizando buenas obras,
como Cristo dio el ejemplo y fuerzas para hacerlo (vv.23, 24). Es también de gran importancia que
contemplen ese crecimiento espiritual con relación a la congregación de creyentes. Es por eso que
la congregación de los creyentes en el culto de adoración es vital para lograr el crecimiento
espiritual (v.25).

Advierte el autor que si alguno se aparta voluntariamente de la fe en Cristo (aparentemente es esto


“pecar deliberadamente”, entonces no existe sacrificio que pueda borrar el pecado (fuera del
evangelio que ha sido rechazado; 10:26-31).

No quiere decirse con ello que los pecados no puedan ser perdonados una vez que uno se ha
convertido en creyente, sino que si uno rechaza el evangelio, entonces no existe ningún perdón
para los pecados cometidos en esta vida, ¡ni tan siquiera para el menor de ellos! (cf. nuestra
explicación sobre Mt. 12:31; ver 1 Jn. 1:5-10).
El llamado a estos lectores, por consiguiente, es que consideren cómo el Señor ha comenzado a
realizar buenas obras en ellos mismos por la gracia a través de la fe y que continúen teniendo
confianza en el Señor para no ser contados entre los que se apartaron del evangelio y cayeron en la
incredulidad (10:32-39). Pruebas de su verdadera fe serán los frutos del Espíritu que ya aparecen
en ellos (vv.32-34). Citando a Habacuc, como lo había hecho Pablo (vv.37, 38), el autor termina con
un llamado final a la fe que salva totalmente en lugar de ser incrédulos (volviendo de nuevo a
depender de la ley), lo cual lleva por el camino de la perdición (v.39).

El reto a la perfección a través de la fe en Cristo (1:1-13:17)

En esta última parte de la Epístola a los Hebreos el autor es capaz de comprender lo que
trataba de lograr con este escrito; es decir, retarlos a un crecimiento espiritual a permanecer
en Cristo.

. La fe fue el sendero seguido por todos los santos del Antiguo Testamento (11:1-40).

Primeramente el autor define la fe con todo cuidado, con términos que nos serán familiares si
hemos estudiado la palabra “creer” como fue utilizada en el Antiguo Testamento. Sabemos que
tener fe es tener seguridad (certeza) en lo que no podemos ver pero en lo que podemos confiar por
la Palabra de Dios y su promesa (11:1). Se nos dice que fue esta la forma en que vivieron los
santos del Antiguo Testamento: en la fe en el Señor sin haber visto el cumplimiento de las promesas
(11:2ss). Su tesis está presentada con breves palabras en el versículo 6: “Pero sin fe es imposible
agradar a Dios.” Este es el único camino que puede llevarnos a Dios.

Después, desde el versículo 4 hasta el final del capítulo, nos muestra cómo aquellos que creyeron
en el Señor en el Antiguo Testamento continuaron teniendo fe en él, a pesar del hecho de que
jamás llegaron a contemplar el cumplimiento de las Escrituras y nunca se vieron libres de
sufrimientos y calamidades.

Los que vivieron antes que Abraham —desde Abel a Noé— fueron salvados solamente por la fe
(11:4-7). Recordarán ustedes que al estudiar los hombres devotos de ese período de la historia,
hicimos notar que ellos andaban en la fe y fueron salvados por la gracia, no por sus obras.

Del mismo modo, Abraham y lo patriarcas fueron salvados por la fe y vivieron en la fe en el Señor
sin depender de sus propias fuerzas sino en las promesas de Dios (vv.8-23). Vimos cómo las
Escrituras hablan claramente del reconocimiento de la fe de Abraham hacia Dios como justicia;
también vimos que Jacob fue agradable ante los ojos de Dios solamente después de haberse
humillado y aprendido a confiar en el Señor y no en sí mismo.

Aun el mismo Moisés, dador de la ley, era un hombre de fe que no confiaba en sus propias obras
(vv.24-30). Así tenemos que el hecho de dar la ley a través de Moisés no significaba que era un
nuevo camino para poder salvarse o una nueva forma por la cual solamente por sus propios medios
pudiera el hombre llegar a ser agradable a Dios. ¡La fe fue siempre el único camino!

Aun Rahab, la ramera pagana, fue salvada solamente por su fe y se unió al pueblo de Dios
solamente porque tuvo fe en el Señor Dios de Israel (v.31).

Aun muchos, cuya fe era débil, fueron salvados a pesar de todo y aceptables ante Dios solamente
gracias a su fe y no, con toda seguridad, por sus obras (vv.32-40). Incontables personas se
mencionan en estos versículos, indicándose con ello que el autor no pretendía hacer una
enumeración que incluyera a todos los que habían sido salvados por la fe sino dar ejemplos
especificas tomados del Antiguo Testamento de santos que no recibieron la promesa pero, por la fe,
vivieron esperando en el cumplimiento de todo lo que Dios había prometido (vv.39, 40).

Muy digno de hacerse notar en esta sección de la Epístola a los Hebreos es que encontramos que
Abraham y todos los santos del Antiguo Testamento comprendieron perfectamente que las
promesas hechas no serían realizadas durante sus propias vidas; pero que Dios les había
preparado una morada y una herencia más allá de la vida y del mundo presentes —esperanza que
no moriría— preparada por el Señor para sus hijos (11:13-16). Encontramos que esto está de
acuerdo con las promesas del Antiguo Testamento de la Nueva Jerusalén de lo alto y del Nuevo
Cielo y la Nueva Tierra que Dios ha preparado para cuando se acaben los presentes. También está
de acuerdo con lo que Cristo dijo en Juan 14:1ss, en relación con el lugar que está preparando para
los suyos. De esta forma, al igual que en las palabras de Pablo a los gálatas (Ga. 4:25ss), estas son
palabras de advertencia a los creyentes para que no depositen su fe en la Jerusalén de este mundo
ni en el judaísmo de este mundo, ni en ninguna idea de que la ley vuelva a regir en la tierra como
medio de agradar a Dios.

A. Ellos pueden contemplar su fe alcanzando la perfección con la ayuda de Cristo (12:1-


13).

En vista del testimonio presentado partiendo de los santos del Antiguo Testamento, los lectores
deben aprender a poner a un lado el peso representado por la obediencia a la ley como medio de
alcanzar la perfección, la cual simplemente constituía una frustración para los hombres por su ciclo
de Ley—Pecado—Fracaso en el crecimiento (12:1). En lugar de ello, tienen que correr la carrera
hacia el crecimiento espiritual con plena y total confianza en la fe en Jesucristo, contemplándolo
siempre para que les permita alcanzar una vida y una fe perfectas (vv.1, 2). Aquí el escritor está
simplemente resumiendo lo que ha dicho anteriormente acerca de la necesidad de continuar
confiando en Cristo y en su Espíritu para poder lograr en ellos lo que deben llegar a ser como hijos
de Dios. Era esto precisamente lo que queda decir Pablo al escribir a los filipenses (Fi. 3:8-16).

En el proceso de su crecimiento espiritual, confiando absoluta y totalmente en el Señor, tienen a


Cristo como ejemplo, el cual sufrió mucho a nombre de ellos y jamás desmayó (v.3). Así que
cuando se aparten de la voluntad de Dios y sean castigados (corregidos) por el Señor, no deben
quejarse de sus sufrimientos, pues saben que Jesús sufrió mucho más de lo que ellos jamás
sufrirán. Sus sufrimientos al ser castigados y corregidos por el Señor son por su propio bien y
terminarán por dar frutos en sus vidas (12:4-13). Esto quiere decir con toda claridad que si crecen
espiritualmente solamente por la fe, ello no significa que no tendrán pecados y errores sino que
vivirán dentro de la gracia, por la cual aprenderán a través de sus errores, y poco a poco podrán
llegar a ser como el Señor quiere.

B. Es muy importante no desalentarse sino esforzarse por alcanzar esa meta; la


perfección en Cristo (12:14-29).

Él llama a esta meta santificación, que forma tanta parte de su salvación como su propio renacer
(v.14). Deben examinarse constantemente a sí mismos para estar seguros de que viven por la fe y
no por las fuerzas humanas (vv. 15-17). Sus experiencias como cristianos son mucho mayores que
las experiencias de aquellos que, en el desierto, llegaron hasta el Sinaí, lugar en que Dios les dio la
ley. Se han acercado a la ciudad misma de Dios, a la nueva Jerusalén de la cual son ciudadanos
(vv.18-22). Se cuentan entre los inscritos en el cielo, donde está Dios y está Jesús, el Salvador
(vv.23, 24).

En el Antiguo Testamento aquellos que desobedecían a Dios y se apartaban de la ley se apartaban


a sí mismos de Dios y eran castigados. Ahora, todavía más, si alguno se alejara del evangelio de la
gracia para andar por sí mismo, ese jamás podrá escapar de la ira de Dios (vv.25-29).

C. Metas inmediatas en sus esfuerzos por alcanzar la perfección en Cristo (13: 1-17).

Como lo ha enseñado Pablo, el amor es el primer fruto del Espíritu en los hijos de Dios y deben
asegurarse de mantener ese amor entre ellos (vv. 1-3). Ese amor debe mostrarse igualmente en los
hogares y dentro del matrimonio así como fuera de ellos (v.4). Pero debe despreciarse el amor al
dinero (vv.5, 6). Aquí se nos muestra lo que el Señor había enseñado antes, es decir, que el hombre
no puede amar a Dios y al mundo al mismo tiempo.

Es también muy importante que dentro de la iglesia los creyentes respeten y sigan a sus dirigentes
espirituales, sabiendo que la sana doctrina que enseñan no será suplantada por otra doctrina quizás
mejor, porque Jesucristo no cambia, como tampoco cambian sus enseñanzas y su evangelio (vv.7-
14). Los que insisten en volver de nuevo a la confianza en la ley y no continúan en la gracia a través
de Cristo, jamás lograrán complacer a Dios (v.9). El compara a los israelitas con los que llevan los
cuerpos de los animales que fueron sacrificados hasta fuera del campamento para ser quemados;
son los que rechazaron a Jesús y le dieron muerte (vv.11, 12). Nuestro altar está allí donde Cristo
murió, no en el altar del Antiguo Testamento al cual se aferran los judíos (vv.10, 13). Una vez más,
el autor rechaza toda esperanza en la Jerusalén de este mundo con toda su ley y sus tradiciones
(v.14).

De la misma manera, el sacrificio que ellos pueden hacer para agradar a Dios es confesar su fe en
Jesucristo, unido a la realización de buenas obras hechas en su nombre y con su poder (vv.15, 16).

También en el mundo los creyentes deben constituir ejemplos de obediencia a los que llevan la
autoridad, sean dueños de esclavos o dirigentes del gobierno v.17).

Es así como aquellos que confían en Cristo y no en sus propias capacidades para poder cumplir la
ley muestran que creen verdaderamente y viven por la gracia de Dios.

Exhortaciones finales:

Después de pedir que oren por él (vv.18, 19), el autor asegura una vez más que Jesucristo es
poderoso para hacerlos perfectos en todas las cosas, obrando en todos aquellos que confían en él
(vv.20-21). Las palabras finales son de peticiones personales y salutaciones (vv.22-25).

SANTIAGO: la fe verdadera en comparación con la fe falsa

La Epístola de Santiago complementa muy bien la escrita a los Hebreos, ya que define para los
lectores lo que constituye la verdadera fe y lo que no lo es. Su autor, Santiago, se identifica a sí
mismo como siervo de Jesucristo. Se cree generalmente que este Santiago es el mismo que fuera
cabeza de la iglesia de Jerusalén y que presidió sobre el Concilio de Jerusalén (He. 15). También
es identificado por Pablo como hermano del Señor (Ga. 1:19); probablemente hermano de Jesús,
hijo de María y José, mencionado en el Evangelio de Marcos (Mr. 6:3). Después de una corta
salutación pasa directamente al cuerpo de la carta.

1. Definición de la verdadera religión: fe que obra en verdad (1:2-2:26)

Esta epístola está dirigida a judíos cristianos que aparentemente estaban confusos en lo referente a la
religión verdadera. (¿Es que se encuentra libre de las buenas obras y consiste nada más que “en creer
en Jesús”, o es que descansa en la ejecución de buenas obras para llegar a ser aceptable ante Dios?)
Conociendo muy bien la disposición humana a tergiversar toda la verdad enseñada por Dios, vemos
ahora cómo, después de haber leído las epístolas de Pablo y el libro a los Hebreos, uno pudiera pensar
que puesto que todo se lleva a cabo por la gracia, los hombres no tienen necesidad de hacer buenas
obras. Santiago desea y quiere demostrar ahora que la religión que él y otros profesan no es una fe
muerta (“simplemente creer”), sino una fe viva, una fe vital que realiza buenas obras. Desde luego, que
ya esto había sido dicho por Pablo y, ciertamente, por el autor de la Epístola a los Hebreos; pero los
hombres tienen los oídos sordos y tratan de tergiversar la verdad y convertir la en mentira.

Ante todo, Santiago pide a sus lectores que tengan paciencia en momentos de tribulaciones. Es
esencial que la fe que ellos poseen sea sometida a pruebas para ver si es verdadera (1:2-4). Al igual
que el autor de Hebreos, Santiago les pide perfección en la fe. Esto puede venir solamente si ellos viven
en este mundo para Dios, teniendo esa fe probada constantemente (al igual que fue probada la fe de
Abraham).

Pero la meta de la perfección —como lo dijo también el autor de Hebreos— se alcanza solamente
pidiendo con fe (vv.5-8). Al referirse a la sabiduría Santiago quiere decir el fruto de la fe, una vida que
glorifique al Señor. Más tarde, Santiago define de modo más completo dicha sabiduría (3:17,18). Como
ya vimos en Hebreos 13:5ss, el creyente no puede agradar a Dios (alcanzar esa meta) teniendo un
pensamiento doble: dependiendo en parte de Dios y en parte confiando en alguien más.
Santiago distingue con todo cuidado entre las pruebas de la fe, que el Señor permite a los creyentes, y
las tentaciones para hacer el mal, las cuales no provienen de Dios sino de sus mismos corazones
pecadores (1:9-18). La distinción que hace es la siguiente: Dios, en las pruebas que asedian a los
creyentes, busca la aprobación de la fe (que se demuestre ser verdadera); por otra parte, las
tentaciones para hacer el mal tienen su fundamento en los deseos nacidos del corazón del hombre, o
en Satanás, que los conduce a hacer lo que es malo. Todos sufrimos pruebas (tentaciones) en el
mundo, algunos las sufren por las pobres condiciones de vida que atraviesan (carencia de las riquezas
de este mundo), otros sufren tentaciones precisamente debido a las muchas riquezas poseídas (vv.9-
12). Por tanto, el que es pobre debe prepararse contra las tentaciones recordando la alta posición a que
el Señor lo tiene destinado en su vida espiritual. Por otro lado, el rico debe prevenirse contra la tentación
de confiar solamente en sus riquezas, comprendiendo que para llegar a ser un buen cristiano, tiene que
olvidarse de las cosas de este mundo y humillarse y rebajarse espiritualmente ante Cristo y ante los
demás hombres.

Lo que se está tratando de decir es que es necesario hacerles frente a las tentaciones, no importa la
posición que uno ocupe en este mundo, con el conocimiento de que podemos resistir las tentaciones
solamente confiando en el Señor y no en nosotros mismos (1:12-18). Culpar a Dios cuando cedemos al
pecado, es necedad (v.13). Todo deseo de pecado (de apartarnos de la fe en Dios) nace de un corazón
pecador, corazones en los que reina el pecado (v.14). La única base para alcanzar la victoria y llevar
una vida agradable a los ojos de Cristo es continuar teniendo confianza siempre en Cristo, desde lo alto
(vv.16-18).

Lo que se requiere, pues, de aquellos que desean alcanzar esa perfección a la que han sido llamados
es lograrla con la confianza humilde y mansa en Cristo, el cual obra en nosotros por su Palabra (1:19-
27). Esto quiere decir que debemos aprender de esa Palabra cómo agradar cada día más a nuestro
Señor. Significa mucho más que escuchar la Palabra: significa aceptarla con todo cuidado y aplicarla a
nuestras vidas (vv.21-25). Significa que nuestras vidas sean vividas reflejando ese amor y esa
compasión de Dios, el cual mora en nosotros, conduciéndonos a tratar de ayudar a los que necesitan de
nosotros y de andar por el mundo sin manchas, inmaculados, como desea el Señor que seamos (vv.26-
27; cf. Ef. 1-4).

Tampoco es fe verdadera decir solamente con nuestras palabras cuánta fe tenemos (2:14-26). Aun los
mismos demonios pueden hacerlo, sin que por ello sean salvados: así tampoco salvará al hombre decir
simplemente que cree (vv.14-20). Usando dos ejemplos tomados del Antiguo Testamento: Abraham y
Rahab (el uno verdadera cabeza de todas las familias, pagana la otra), Santiago enseña que sabemos
que la fe que ellos poseían era verdadera por el cambio de vida efectuado en ellos. Lo que hicieron con
fe demostró que eran verdaderos creyentes (vv.21-26). No encontramos aquí diferencia alguna con lo
expresado por el autor de la Epístola a los Hebreos en el capítulo 11 de su libro.

2. Definición de la verdadera sabiduría: un cambio de vida (3:1-18)

Hemos visto antes que Santiago habla de la vida que agrada a Dios como de una vida de sabiduría, de
acuerdo con las enseñanzas del Antiguo Testamento de que la sabiduría significa mucho más que el
conocimiento que Dios nos ha dado, pues que comprende también saber cómo aplicar la Palabra de
Dios en nuestras vidas (ver 1:5ss).

Pero Santiago muestra que la Palabra de Dios no debe ser tomada a la ligera. ¡Aquellos que presuman
de enseñarla es mejor que se aseguren de que la boca con que enseñan la Palabra de Dios no sea
usada después para hablar lo que es pecado! Al hacerlo se corrompe la verdad y se causa confusión en
el corazón de los hombres (3:1-12). La sabiduría se demuestra no solamente diciendo con la lengua lo
que dice la Palabra de Dios sino aprendiendo a vivir la vida buena a los ojos de Dios, enseñados por la
Palabra que viene de lo alto (v.13). Las divisiones y los celos en los corazones de los hombres, al ser
expresados con palabras, mienten contra la verdad que dicen profesar (v.14). Como dijo Santiago
anteriormente (1:17), toda buena dádiva —incluyendo el don de la sabiduría (una vida agradable al
Señor) — viene tan sólo de lo alto, por ejemplo, por la potencia de Cristo en nosotros. No proviene de
nuestros esfuerzos por obedecer la ley (vv.17-18).
Lo que Santiago describe aquí como la vida buena es lo mismo que Pablo llama el fruto del espíritu (ver
Ga. 5:22,23). Esta es la vida perfecta a la cual los lectores, como creyentes, deben aspirar; y esa vida
no puede ser alcanzada buscando simplemente adaptarse a la ley de Dios con nuestras propias
fuerzas. Puede lograrse solamente al morar ellos en Cristo y su Palabra en ellos, permitiendo al Espíritu
Santo cada vez más poder aplicar la Palabra de Dios a sus vidas por el poder que Cristo les otorga a
través del Espíritu.
3. Origen de problemas dentro de la iglesia: la presencia de los que no viven una
verdadera fe (4:1-5:6)

El origen de muchos problemas dentro de la iglesia se debe a que muchos que no confían en el Señor
han tratado de vivir por sus propios medios después de haber profesado la fe en Jesús. Se les conoce
dentro de la comunidad como cristianos, pero por cierto que no viven como tales. Los deseos de la
carne siempre los vencen, aun cuando traten de vivir correctamente (4:1-5). Pero hay un camino mejor:
depender de la gracia de Dios en humillación ante Dios (4:6-10). Por tanto, los hombres deben cesar de
confiar en sus propias fuerzas y venir humildemente ante el Señor, confiando en él para que les
conceda las fuerzas para luchar contra Satanás; es entonces que podrán resistir al diablo y este se
apartará de su lado (vv.7-10).

Han estado viviendo como el mundo, no como creyentes verdaderos; hablando mal unos de otros,
haciendo todos los días planes sin contar con la voluntad de Dios, dependiendo de sus riquezas para
llevarlos a cabo, glorificándose en esas riquezas con la seguridad de que los absolverá de todos los
crímenes que han perpetrado en contra de sus hermanos (4:11-5:6). Pero no es posible continuar
viviendo de esa forma y seguir siendo contados entre los hijos de Dios.

4. Exhortación final iluminados por estas verdades (5:7-20)

Santiago había dicho que debían ser pacientes (1:3). Ellos pueden llegar a ser todo aquello que el
Señor desea que sean con las fuerzas de Cristo solamente. Esto se verá cumplido a plenitud cuando
Cristo regrese (5:1-11). Mientras tanto, no deben empeñarse en hacer nada por sus propios medios,
con promesas verbales que no podrán cumplir (v.12; cf. Mt. 5:34-37). Deben estar al tanto de las
necesidades de los otros creyentes: orando los unos por los otros, velando por sus necesidades mutuas
(5:13-18).

Por último, si alguno de ellos pudiera traer a un hermano de regreso del error (alejamiento de la
confianza en Cristo y obediencia a la ley para llegar a ser aceptable ante Dios), habrá salvado un alma;
porque ¡aquel que profesa la fe pero no vive en ella no está salvado!

JUDAS: un llamado a luchar por la fe

Esta breve epístola fue escrita por Judas, probablemente hermano de Jesús, como también lo fue
Santiago (Mt. 13:55). Después de una corta salutación comienza su carta. Lo que nos dice
complementa lo que Pablo ya había escrito a los efesios en relación con la lucha cristiana (Ef.
6:10ss). Es un llamado a la guerra cristiana. Judas da cinco razones a sus lectores para hacerle
frente a esa batalla.

1. Debido a ciertas amenazas al verdadero evangelio (3-4)

El había tratado, aparentemente, de escribir a estos lectores (conocedores de las Escrituras hebreas y
de los libros apócrifos) algo acerca de la fe que tenían en común, quizás semejante a Romanos; pero
(guiado por el Espíritu Santo) cambió de parecer y fue obligado, en su lugar, a escribirles para que
lucharan por esa fe (v.3). Existía asimismo una razón práctica para escribirles en este momento en que
lo hizo: había unos cuantos individuos, hombres pecadores, que se habían adentrado en la iglesia
trayendo consigo enseñanzas heréticas y practicando actos horrendos, que negaban a Cristo, corazón
del evangelio (v.4).

2. Porque tales amenazas han servido ya de ejemplo en las Escrituras y otros escritos
hebreos (5-16)

Judas reúne un grupo de ilustraciones extraídas del Antiguo Testamento y de manuscritos extra bíblicos
en apoyo de la realidad que hay de luchar contra las herejías que atacan a la iglesia.

En primer lugar, destaca el incidente ocurrido en el desierto cuando el Señor destruyó a muchos que
habían salido de Egipto, sin permitirles entrar en Canaán por culpa de su incredulidad (v.5). Pablo había
presentado un punto semejante al escribir a los corintios (1 Co. 10:5-10). Se trata aquí de que Dios, con
este acto, dio un ejemplo de la disciplina que debe seguirse en la iglesia, mostrando que la incredulidad
debe ser sometida a toda costa, pues de lo contrario destruirá toda la iglesia.

Judas nos habla después del castigo impuesto a los ángeles que se rebelaron (v.6). El concepto de
ángel caído en las Escrituras es más implícito que explícito. Es muy posible que la profecía de Isaías
14:12ss se refiera en parte a la expulsión de Satán y sus seguidores, aunque no hay seguridad de ello.
Puede haber comparación en Lucas 10:18.

La siguiente cita que nos presenta Judas se refiere a las ciudades de Sodoma y Gomorra (v.7). El juicio
de Dios sobre estas dos ciudades, llenas de homosexuales y fornicadores, se ofrece en las Escrituras
como ejemplos para advertir a todos los hombres acerca de la seguridad del juicio divino sobre todos
los que hacen el mal. De esta forma, con tres ejemplos bien claros: condena de los pecadores en Israel,
condena de los ángeles rebeldes, y condena de Sodoma y Gomorra, se pone de manifiesta lo que Dios
siente hacia los pecadores.

Judas continúa identificando a los que causan problemas en la iglesia de su época como habiendo sido
ya juzgados por Dios (vv.8-16). La conducta de esos individuos es muy semejante a la descrita ya por
Pablo (Rom. 1:24-32). La cita de Miguel batiéndose con el diablo parece ser tomada de un incidente
descrito en uno de los libros apócrifos: “La Asunción de Moisés”. Sin lugar a dudas, la historia era
familiar a sus lectores. Aquí se presenta un problema que surge en la mente de muchos estudiosos, al
preguntarse por qué Judas hace referencia a uno de los escritos apócrifos (libros no canónicos), así
como también cita más tarde otro libro pseudoepigráfico (Enoc, v.14). Quizás esto puede ser contestado
si se compara con el discurso de Pablo en Atenas, en el que también citó a uno de los poetas griegos
(He. 17:28); o también cuando el mismo Pablo cita a un profeta cretense, sin mencionar su nombre, en
Tito 1:12. En ninguno de estos casos, ni en Judas ni en Pablo, hemos de presumir que por el simple
hecho de que estos autores hayan mencionado alguna fuente fuera de la Biblia, tal fuente haya de ser
considerada en lo adelante como autoridad o canon. No determinamos qué libros son o no canónicos
teniendo como base cuáles de ellos son mencionados en el Nuevo Testamento. Muchos libros del
Antiguo Testamento jamás se mencionan en el Nuevo Testamento y, sin embargo, no por ello dejan de
tener autoridad. De la misma manera, por el simple hecho de que un libro haya sido citado no quiere
decir que sea canónico. La canonicidad, como dijimos anteriormente, está basada en el hecho de que el
Espíritu Santo dio a conocer su origen divino a aquellos que lo recibieron en una revelación en el
momento en que les fue dada. A partir de ese momento tuvieron autoridad para todo el pueblo de Dios,
de aquel entonces y de siempre. Sin embargo, esas partes aquí citadas se convirtieron en autoridad
para nosotros, al igual que el resto de las Escrituras, ya que el Espíritu Santo guió a los escritores para
que incluyeran esas citas particulares en las Escrituras mismas.

Como resumen de su muestrario de ejemplos de maldad, Judas compara a los que causan problemas
dentro de la iglesia en su tiempo con Caín, Balaam, y Coré (v.11), destacando así sus tendencias
criminales, revolucionarias, y sus palabrerías (ataques verbales a los justos).

Si se permite que permanezcan en la iglesia, tales individuos serán como son los arrecifes para un
barco, como pastores que devoran a su propio rebaño en lugar de protegerlo, como nubes que no traen
agua para los sedientos campos del sembrador, como árboles de los cuales se espera fruta cuando en
realidad están secos, como olas desencadenadas por la tormenta contra un barco náufrago, como
estrellas errantes (planetas) que jamás servirán de guía al navegante (vv.12, 13).

Judas cita después el libro de Enoc (escrito pseudoepigráfico considerado como canónico solamente
por la iglesia etiópica). Dicho libro de Enoc se conoce en su totalidad solamente en su versión etiópica
(Ge’ez), la cual a su vez es una traducción de la versión griega (vv.14-16). Muchos de los pecados
mencionados en esta cita reflejan las mismas verdades que encontramos en los escritos de Pablo y en
el libro de Santiago.

3. Debido a las advertencias de los apóstoles sobre estas amenazas (vv.17-19)

Las palabras de los apóstoles a que Judas se refiere hablan de la certeza de que en los últimos tiempos
aparecerán individuos que se mofarán de la verdad, persiguiendo solamente sus malvados deseos,
causando la división de muchas iglesias. Quizás se refiera a las palabras que encontramos en II Pedro
3:3; I Timoteo 4:1; y II Timoteo 3:1ss.

4. Debido a sus deberes como creyentes (vv. 20-23)

Judas les recuerda lo enseñado por otros apóstoles en lo concerniente al deber de crecer
espiritualmente en la plenitud de las intenciones de Dios para con ellos y confiando no en ellos mismos
sino en la misericordia de Dios en Jesucristo, por la cual crecerán en esa vida eterna que él ha ganado
para los suyos que en él creen (vv.20, 21).

Asimismo les muestra que, del mismo modo, ellos deben ser el reflejo de la misericordia de Dios en sus
tratos con los demás. Algunos dudarán, y será necesario tratarlos con paciencia y compasión para
ayudarlos a salir de las dudas y lograr la certeza (v.22). Verán a otros a su alrededor consumidos por el
fuego del juicio, entre los que se encuentran ya aquellos individuos de los que Judas ha hablado. Estos
deben ser salvados, arrancándolos literalmente de entre las llamas del juicio de Dios (a través del
arrepentimiento y creencia en el evangelio); pero los lectores no deben a su vez dejarse corromper por
los pecados de aquellos a quienes tratan de salvar dándoles testimonio del evangelio (v.23).

5. Debido a que la seguridad de triunfar en esa batalla (luchando por la fe) proviene de
Cristo, quien no será derrotado (vv.24,25)

Cristo nos ayudará a no caer y nos permitirá presentarnos ante su gloria sin mancha alguna (ver Ef.
1:4), con gran júbilo. Por lo tanto, teniendo como fundamento la majestad, dominio, y poder de Dios por
los siglos de los siglos, tienen la absoluta certeza de poder llevar a cabo esa misión hasta el final sin
temor al fracaso.

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Puesto que el judaísmo juega un papel de extraordinaria importancia en las epístolas que
acabamos de estudiar, convendría presentar algunos detalles acerca del mismo según existía a
fines del siglo primero de nuestra era, fecha en que fueron escritos estos documentos. Lo que
podemos ver aquí es la culminación de un largo período de desarrollo en la historia del judaísmo,
cuyos comienzos se remontan a la época del exilio en Babilonia.

La tradición judía señala a Esdras como el verdadero padre del judaísmo. Fue él quien trajo o de
nuevo al pueblo judío hacia la tora (la ley o enseñanzas de Dios). En los libros de Esdras y
Nehemías se narran las actividades de Esdras. Los judíos insisten en que desde los más antiguos
tiempos la tora incluye no solamente la Palabra de Dios escrita sino también un conjunto de
interpretaciones orales con tanta autoridad como lo escrito. Según ellos lo entienden, la sinagoga
comenzó como lugar de reunión de los judíos en el exilio, en donde se leía y enseñaba la tora.
Poco a poco se fue creando una vasta tradición oral de interpretaciones de la Palabra que se
mantenía junto a la tora escrita (nuestras Escrituras). Los que tenían la responsabilidad de la
enseñanza eran llamados sopherim (escribas): el mismo Esdras es llamado “escriba diligente” en
la tora de Moisés (Ed. 7:6). Por lo tanto, de acuerdo con la tradición judía, más tarde puesta por
escrito, sólo Moisés está por encima de Esdras en importancia. El principio de tales tradiciones se
basaba en que el judío debía guiarse completamente en todo lo que hacía en su vida por la tora
(incluyendo no sólo la tora escrita sino también la tradición).

En un versículo (Ed. 7:10) se nos dice que Esdras “había preparado su corazón para inquirir la ley
de Jehová”. El vocablo “inquirir” se refiere al término hebreo darash, en el cual se basaron los
judíos más tarde para desarrollar un método interpretativo llamado darash (lo que se busca o se
infiere), es decir, la interpretación de las Escrituras.

La tradición judía también enseña que Esdras estableció una asamblea de eruditos de la tora, a la
cual se le dio el nombre de Gran Asamblea; más tarde la tradición enseñó que al igual que Dios
había puesto la tora en manos de Moisés, este a su vez se la había pasado a Josué, el cual la
había entregado a los ancianos de Israel, y de estos pasó a manos de los profetas, los cuales la
habían entregado a los hombres que formaban parte de la Gran Asamblea. Se estableció así una
autoridad para las tradiciones que surgirían más tarde, que hacían provenir el judaísmo de Dios
mismo, de descendiente en descendiente, hasta alcanzar la forma final escrita en los siglos
segundo y tercero de nuestra era.

El concepto fundamental acerca de esta Gran Asamblea, de acuerdo con las tradiciones judías,
era tratar de formar una especie de cercado alrededor de la tora; es decir, interpretarla de tal
manera que jamás llegara a ser obsoleta.

Gradualmente fueron desarrollándose dos escuelas ideológicas dentro del judaísmo en los siglos
anteriores a la llegada de Cristo: la escuela de los fariseos, que dio al pueblo gran número de
observaciones (la tora oral) que no habían sido escritas en la ley de Moisés; y los saduceos, que
mantenían que la única autoridad era la ley de Moisés y que todas las tradiciones así como
cualquier otra parte escrita de la Biblia carecían de autoridad.

En tiempos de Jesús había un gran maestro del judaísmo, Hillel, que había venido a Jerusalén
desde Babilonia para enseñar, el cual defendía con gran celo las tradiciones de sus antepasados
y trataba de hacer que formaran parte integrante de las Escrituras con la misma autoridad.

Alrededor de Hillel se formó un grupo totalmente nuevo, que se conoció con el nombre de
tannaim (maestros). Hillel y sus seguidores estimaban que la vida cambiaba perennemente y que
las circunstancias y condiciones en que habían vivido los judíos durante esos siglos también
habían cambiado (particularmente desde el siglo primero al tercero). Era de opinión que la tora
oral permitía una libertad de interpretación de la escrita (Escrituras hebreas) que permitía evadir
las leyes de Moisés, que de otra manera eran muy difíciles de cumplir en el mundo moderno de
aquel entonces. Por tanto, él mismo así como sus discípulos se dedicaron a la tarea de interpretar
la ley de Moisés utilizando la tradición oral. Gradualmente las enseñanzas de los tannaim dieron
por resultado un mishna, que fue puesto por escrito por primera vez durante el siglo tercero. Con
el transcurso del tiempo se le agregó a la primera un segundo grupo de tradiciones, llamado
gemara, y eventualmente surgió el Talmud (que es una combinación del mishna y el gemara).
Por supuesto que todo esto tuvo lugar muchos siglos después de Cristo; pero en sus enseñanzas
encontramos muchas tradiciones que ya existían en forma oral en tiempos de Cristo y entre los
cristianos del siglo primero.
De todo esto se entiende por qué los judíos cristianos se sentían renuentes a apartarse de sus
tradiciones con respecto a la enseñanza y cómo también la vuelta a dichas tradiciones afectaría
sobremanera el evangelio que debían predicar dichos judíos cristianos. Esto ayuda a comprender
por qué estas epístolas que acabamos de estudiar eran tan necesarias para llevar a los creyentes
de origen judío a no depender más de las interpretaciones judías de la Palabra de Dios, no fuera a
ser que se convirtieran en manipuladores de las Escrituras y terminaran corrompiendo el
verdadero evangelio.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Ninguna otra parte del Nuevo Testamento afirma de modo más claro la unidad existente entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento como lo hace la Epístola a los Hebreos. Cuando los judíos
cristianos comenzaron a volver a las tradiciones de sus antepasados y a la obligación de
complacer a Dios obedeciendo la ley, ponían en peligro el corazón mismo del evangelio que
predicaba que Dios, a través de Cristo, había alcanzado lo que los hombres jamás habrían podido
alcanzar por sí mismos. Comenzar la nueva vida en Cristo y después volver a la obediencia a la
ley como medio de alcanzar la perfección que Dios deseaba en ellos era situar el evangelio en
segundo lugar con respecto a la ley. Era de vital importancia que ellos comprendieran que el
evangelio era superior a la ley en todos los aspectos, comenzando con Cristo, igual a Dios en
poder y gloria. Era imprescindible que se les enseñara que el mismo Dios, que les había dado la
ley, había venido al mundo y se había entregado por los pecados de los hombres y que era
también únicamente ese mismo Dios el que les otorgaría por la gracia de la fe las fuerzas
necesarias mediante su Espíritu para la realización de su buen propósito en ellos.

Tenían que comprender que los ejemplos del Antiguo Testamento de las cosas cumplidas en
Cristo no servían ya de guía al pueblo de Dios, sino solamente el Espíritu de Cristo a través de las
enseñanzas dadas por la Palabra de Dios. Esto es lo que se enseña claramente en la Epístola a
los Hebreos. Es un serio llamado a continuar en la fe en Jesucristo en lugar de regresar al
judaísmo de sus antepasados que nunca fue capaz de llevarlos a la salvación.

Al mismo tiempo era necesario que se comprendiera lo que significaba la fe: una relación viviente,
vital, con Dios que trataba de complacer a Dios como gratitud por todo lo que él, a través de
Cristo, había hecho por ellos. Esto quería decir, por consiguiente, que la fe a que se refería el
evangelio no era una mera recitación de fórmulas o expresiones desprovistas de verdadero
significado sino una fe expresada solamente en obras, demostrando que la fe está viva y activa,
que no es algo muerto.

Al aumentar la lucha dentro de la iglesia entre un nuevo renacer del judaísmo y el evangelio que
Pablo y los otros apóstoles habían predicado, era absolutamente necesario que los judíos
cristianos que se habían convertido al evangelio como lo predicaban los apóstoles se aprestaran a
participar en esa lucha por la fe. Era este el objetivo primordial descrito por Judas en su breve
carta.

Podemos ver, por tanto, en las tres epístolas que hemos estudiado, una progresión que va desde
una vigorosa afirmación de la validez de la salvación solamente por la fe hasta un esclarecimiento
para demostrar que la fe que se necesitaba iba más allá de una fe expresada simplemente con
palabras. Debía haber un cambio de vida que hiciera buenas obras agradables a Dios. Terminaba
con un apasionado llamamiento a todos los judíos cristianos firmes en su fe para salir al encuentro
de aquellos que querían aminorar y destruir el verdadero evangelio en muchas de las iglesias en
que prevalecían los creyentes de ascendencia judía.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Podemos inclinarnos a pensar que ya que el tema que se discute es la influencia del judaísmo
dentro de la iglesia, estas epístolas tienen en realidad para nosotros, de procedencia gentil, poca
importancia. ¡Nada más lejos de la verdad! La validez de las proposiciones aquí contenidas nos
enseña que son tan aplicables a nosotros hoy como lo eran a los judíos del siglo primero y a los
de todos los tiempos.

Al igual que el judaísmo de entonces existen hoy en nuestra sociedad ciertas tendencias que
tratan de amoldar el evangelio de tal manera que haya cabida en él para los méritos humanos.
Cuando Dios nos dio la ley sabía que los hombres eran incapaces de cumplirla y, por tanto, de
merecer la salvación o derecho a ser llamados hijos de Dios. Dios lo sabía; pero fue necesario que
pasaran varios siglos para que Israel aprendiera su lección y, en realidad, solamente el remanente
(“el resto”, verdaderos creyentes en Dios en tiempos del Antiguo Testamento), llegó a
comprenderlo así.

Aun hoy día, en las iglesias de los gentiles, está vigente una teoría que insiste en que, o bien el
mérito de los hombres tiene parte de la gloria en el plan de salvación (sea por obediencia a la ley
de Dios o a las leyes o normas creadas por el hombre) o que todos los hombres serán salvados
(universalismo). Encontramos en nuestros tiempos muchas denominaciones que van al fracaso
por culpa de este orgullo humano que pretende que son los méritos del hombre los que han de
salvar a unos y perder a otros. Es necesario por tanto, que se enseñe, como fueron enseñados los
cristianos del siglo primero, que lo que Dios comenzó en Jesucristo no va a terminarlo con la ley;
como si pudiéramos ser capaces, sin Cristo, de completar nuestras vidas y hacerlas agradables al
Señor. De principio a fin Cristo es el Autor y Juez de nuestra fe, desde el renacer a la
santificación, y cualquier divergencia que exista de esta fe constituye un evangelio diferente que
no nos puede llevar a la salvación.

Pero también nosotros, al afirmar que la salvación se logra solamente con la fe por la gracia de
Dios y no por nuestras propias obras, debemos evitar caer en la trampa preparada por aquellos
que piensan que todo lo que se necesita, por tanto, es una profesión de fe, sin importar si nuestras
vidas han cambiado o no. Desde los primeros siglos de la historia de la iglesia han existido
conversiones en masa mostrando solamente las características externas, en que las vidas de
aquellos que se decían haber sido salvados por el evangelio no habían cambiado en lo más
mínimo. Ese evangelio fácil que permite que la gente se una a la iglesia sin tener que hacer más
nada después y poder seguir siendo considerados aún como buenos miembros de dicha iglesia ha
llevado a la ruina a muchas de ellas. Ha hecho que muchos, tanto dentro como fuera de la iglesia,
las pongan en ridículo y las desprecien.

Por tales razones tenemos que prestar atención hoy al reto que nos lanza Judas para luchar por la
fe que nos ha sido encomendada. Veinte siglos después nos encontramos aún sumidos en la
misma batalla y existen muchos todavía a nuestro alrededor que hay que salvar, no sea que
perezcan sin remedio. Ese rescate no puede lograrse con un evangelio falso ni tampoco dentro de
una iglesia que no esté dispuesta salir a buscar a los perdidos. Judas nos lanza el reto y nos
enseña a responder a él con todo nuestro corazón, confiando solamente en Jesús para alcanzar la
victoria.
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas
1. ¿He pensado que cuando Dios “me salvó” después era yo quien tenía que hacer “lo demás”?
¿Qué quiere decir exactamente la Biblia con “salvar”?

2. ¿Poseo una apreciación correcta de Jesús como Dios o lo considero inferior a Dios en alguna
forma?

3. Cuando digo que creo en el evangelio, ¿qué quiero decir de veras por “creer”? ¿Incluye
simplemente mi profesión de fe de que Jesús es mi Salvador o abarca un cambio total en mi vida
como hijo de Dios?

4. La incapacidad de la ley por si sola para conducirme a la perfección (propósito de Dios para mí
como hijo suyo), ¿quiere decir que no es necesario estudiar la ley o aplicarla a mi vida? En qué
forma puedo obedecer mejor la ley de Dios ¿como meta que yo pueda proponerme para
alcanzarla o como forma a través de la cual yo, por la gracia de Dios y la fe en Cristo, pueda
expresar mi amor por él?

5. ¿Qué es lo que creo que significa andar por fe y no por vista? ¿Será afectada esa fe por las
pruebas y tribulaciones de esta vida? ¿De qué forma?

6. ¿Cómo respondo yo a la disciplina de Dios en mi vida, como un niño o como un siervo


resentido?

7. Si en el pasado he hecho alguna vez mi profesión de fe, ¿qué pruebas existen en mi vida de que
esa fe es verdadera? ¿Cómo ha afectado esa fe la forma en que vivo hoy en el mundo?

8. ¿Se muestra en mi vida la verdadera religión? ¿Hago buenas obras a los demás para merecer la
aprobación de Dios o impulsado por un corazón lleno de gratitud por todo lo que él ha hecho
por mí en Cristo?

9. ¿Pueden notar aquellos que no pertenecen a la iglesia que yo soy un verdadero creyente por la
forma en que realizo diariamente mi trabajo? ¿Soy un verdadero creyente? ¿Qué me distingue
en las labores diarias de aquellos que no son creyentes?

10. Si soy maestro de la Biblia, ¿sirve la misma boca con que pronuncio las Palabras de Dios
después para decir cosas obscenas, chismes, mentiras, bromas de mal gusto, u otras cosas
semejantes?

11. ¿Sé cómo luchar por la fe sin llegar a ser litigioso? ¿Reconozco el peligro que existe en permitir
a pecadores indisciplinados ocupar puestos en la dirección de la iglesia o aun aparecer como
buenos miembros? ¿Trato de salvarlos de sus errores?
10: Las epístolas de Pedro
Introducción

Encontramos muy pocas pruebas en estas epístolas que nos permitan saber con certeza cuándo y
para quiénes fueron escritas. Se nos dice con toda claridad que su autor fue Pedro, el mismo
apóstol Pedro que conocimos en los evangelios y en los Hechos de los apóstoles; aunque hay
algunos que opinan que estas cartas fueron escritas por dos autores diferentes. La diferencia en
estilo puede explicarse fácilmente por el hecho de que, bajo las instrucciones de Pedro, fue
Silvano el que escribió la primera epístola (5:12), y, puesto que no se menciona a nadie en la
segunda, podemos suponer que fue escrita por el mismo Pedro. Pero, de acuerdo con lo que nos
enseña el mismo Pedro en la segunda de las dos cartas, el verdadero autor de toda Escritura es el
Espíritu Santo de Dios usando los talentos y habilidades que él ha otorgado a cada uno de los
elegidos como escritores humanos de la Divina Palabra (ver II P.1:20,21 ).
La segunda epístola fue escrita bastante tarde, cuando ya Pedro veía cercana su propia muerte,
de manera muy parecida a como lo vimos en la segunda carta escrita por Pablo a Timoteo. En
esta época, según notamos (II P. 3:15,16), no solamente habían sido ya escritas la mayoría de las
epístolas de Pablo sino que las mismas eran bien conocidas dentro de la iglesia.

¿Qué encontramos aquí?

1 PEDRO: el llamado a ser el santo pueblo de Dios

Por supuesto que el título que he seleccionado para esta epístola refleja lo escrito por Pablo en
Efesios 1:4; sin embargo, nos parece apropiado para lo que Pedro dice ahora, y ello no debe
extrañarnos. En el Antiguo Testamento hemos visto que el propósito de Dios de tener un pueblo
santo, sin mancha, que viviese en su presencia por siempre jamás en un lazo de amor hacia Dios
y de los unos con los otros, inspira todo lo dicho en las Escrituras. Igualmente, desde el mismo
principio, desde Génesis 3:15, podemos ver con absoluta certeza que este plan de Dios puede
alcanzarse solamente con el ofrecimiento que Dios nos hace de su propio Hijo para que haga por
nosotros lo que jamás podríamos hacer por nosotros mismos.

Al observar la vida de Pedro en nuestro estudio de los evangelios y de los Hechos, vimos a un
hombre que tuvo que ser convencido de que necesitaba a Cristo; pero una vez convencido y
recibidas las promesas, comenzó valientemente a predicar el evangelio de su Salvador, Cristo
Jesús. Todavía Pedro no estaba completo ni era todo lo que debía ser, pero podemos observar su
crecimiento cuando entendió que el evangelio era tanto para los gentiles como para los judíos y
comprendió que debía romper totalmente con el judaísmo imperante en su época para poder
dedicarse por entero a dar testimonio de Cristo.

En estas epístolas escuchamos hablar a un Pedro ya maduro, mucho más sereno y firme de lo
que vimos en Hechos 10, y con convicciones más sólidas de las que pudimos leer en lo escrito por
Pablo a los gálatas en Gálatas 2:11ss.

Sin lugar a dudas que Dios usó todas las experiencias espirituales de Pedro para permitirle ser un
maestro capaz de enseñar a otros a esforzarse por alcanzar la meta trazada por Dios para todos
sus hijos. Con sus palabras y con sus ejemplos Pedro estaba bien preparado para realizar esta
tarea.

En su breve salutación, Pedro se dirige a los elegidos, adoptando una terminología usada tanto
por Cristo como por Pablo. En esta epístola Pedro emplea ese término cuatro veces: aquí se
refiere ahora a aquellos a quienes va dirigida esta carta; en 2:4 habla de Cristo, elegido por Dios
como fundamento de la iglesia; en 2:6, tiene ese mismo uso; en 2:9, se refiere a todo el pueblo de
Dios. Por consiguiente, el empleo de este término por Pedro nos demuestra que él entiende que
los individuos creyentes en Cristo han sido elegidos por Dios para ser miembros de su iglesia en
la tierra y en el cielo para siempre al estar relacionados con Cristo. Aun más, al usar Pedro el
término “presciencia”, nos está diciendo que Dios ha determinado todo ello por su propia voluntad,
antes de que nadie hiciera nada bueno o malo. El término “presciencia” no debe interpretarse
como queriendo decir que Dios supo primero lo que nosotros haríamos, y después determinó
nuestro destino eterno; antes bien, quiere decir lo que siempre significan los términos “saber” o
“elegir” con respecto a Dios: predeterminar (preordenar). En este sentido es que Dios “conoció” a
Abraham, es decir, lo eligió como hijo suyo (Gn. 18:19). Es en este mismo sentido que Dios
conoce a todos los justos (Sal. 1:6). De acuerdo con el Salmo 1, no ser conocido de esta forma
por el Señor, equivale a perecer.

Pedro también añade que la “presciencia” (elección) nuestra por Dios como hijos suyos fue para
que pudiéramos ser santificados para obedecer, habiendo sido rociados con la sangre de Cristo
(1:2). Vemos entonces que tanto Pedro como Pablo enseñan la misma verdad en lo concerniente
a nuestra elección por Cristo antes de la creación del mundo para presentarnos santos, sin
mancha, en su presencia, en amor (Ef. 1:4; 1 P. 1:1,2).

Antes de llamar a sus lectores a cumplir con el propósito de su redención —de ser santos y sin
mancha en el amor— desea que ellos contemplen por un poco de tiempo el milagro de su
redención.

1. La maravilla del evangelio (1:3-12)

Comienza esta sección de modo muy semejante a como el salmista da principio a sus Salmos,
alabando a Dios por su misericordia (1:3). Como punto central de la misericordia de Dios está la
resurrección de Cristo que nos ha permitido a nosotros, que estábamos muertos en el pecado, vivir de
nuevo en la presencia de Dios (v.3; cf. Ef. 2:1ss). Mucho más allá de la maravilla de poder vivir en
presencia de Dios durante nuestra vida presente, Pedro nos hace observar lo maravilloso que es poder
estar seguros de una herencia incorruptible, reservada en el cielo para los creyentes en Cristo (v.4). Sin
lugar a dudas que Pedro recordaba la herencia del Antiguo Testamento, Canaán, recibida como hogar
por los israelitas. La tierra prometida estuvo en manos de los israelitas mientras fueron fieles a Dios;
pero cuando comenzaron a apartarse de él, Dios comenzó a quitarles las tierras hasta que por último no
quedó nada. Esto no sucederá a los que han creído en Cristo; porque tienen su herencia reservada,
garantizada, que tiene como base no la obediencia humana sino la obra de Cristo que no fallará jamás
(v.5). Es la garantía de la gracia y no de las obras.

No es de extrañar, pues, que Pedro diga a los creyentes que se regocijen en este mundo, aunque
todavía estén sufriendo por su fe por culpa de los incrédulos (1:6-12). Las mismas pruebas sufridas
servirán para probar que la fe que poseen es la fe verdadera; al permanecer firmes en el Señor frente a
toda oposición, Dios será glorificado (vv.7, 8). Tienen un privilegio que no fue concedido a los profetas
del Antiguo Testamento, ni tan siquiera a los ángeles del cielo: contemplar la gracia plena de Dios
obrando en sus vidas a través de Cristo (vv.9-12).

Habiendo contemplado desde un punto de vista totalmente nuevo y refrescante el privilegio de sufrir en
el mundo por Cristo, ahora Pedro exhorta a sus lectores a vivir de acuerdo con la forma en que deben
vivir los hijos de Dios.

2. Llamado a la santidad (1:13-2:10)

Enseguida podemos observar en los escritos de Pedro que comparte aquello que Pablo destacó tanto
en sus epístolas: que todas las promesas originalmente dadas a la raza de los israelitas en tiempos del
Antiguo Testamento son aplicables ahora a todos los creyentes en Jesucristo —el remanente que
creyó—, de modo que toda llamada de Dios, todas las promesas que otorgara a Israel en el Antiguo
Testamento, son ahora para todos los que creen en Cristo.
De manera que aquí Pedro emplea las palabras de Levítico 19:2: “Santos seréis, porque santo soy yo
Jehová vuestro Dios”, aplicándolas a sus lectores que pertenecen a Cristo (1:13-25). Les pide que vivan
como hijos obedientes (v.14), recordándoles que el poder llegar a ser hijos de Dios depende de la gracia
de Dios para cumplir la esperanza que está en ellos. Debemos recordar que cuando se les llama a ser
santos, al igual que a los israelitas de antaño, son llamados a una dedicación absoluta al Señor y a
nadie más. Tienen que considerarse a sí mismos como perteneciendo solamente al Señor.

Se describe la vida del hijo de Dios en la tierra como una estadía, término frecuentemente utilizado en el
Antiguo Testamento para describir la naturaleza temporal de las pruebas de los hijos de Dios en este
mundo. Por consiguiente, tienen que vivir todos los días en el temor (respeto a Dios), recordando que
han comenzado sus nuevas vidas por Cristo y no porque lo merezcan; de la misma forma, deben
continuar viviendo en Cristo, confiando no en los esfuerzos propios sino en los de él. Así su esperanza y
fe continuarán siendo Dios y no ellos mismos (vv.18-21).

No cabe la menor duda de que cuando Pedro habla de Cristo como de un cordero —sin mancha y sin
contaminación— está recordando aquellos primeros días, cuando Juan el Bautista (Jn. 1:29) se refería a
Jesús señalándolo como el Cordero de Dios. Andrés, hermano de Pedro, había estado presente cuando
Juan señaló a Jesús y, más tarde, trajo al mismo Pedro hasta él (Jn. 1:35ss). Observe de nuevo cómo
Pedro relaciona su mensaje con el de Pablo, hablando de Jesús como ya destinado desde antes de la
fundación del mundo para ser nuestro Salvador (v.20; cf. Ef. 1:4).

Antes de terminar esta sección Pedro les recuerda que ya que han renacido por la Palabra de Dios
proclamada, deben asimismo permanecer en esa misma Palabra, creciendo espiritualmente (vv.22-25).
Al igual que en Pablo, también en Pedro la prueba última de que Cristo vive en ellos es el fruto del
Espíritu en sus vidas, especialmente el primero de esos frutos: el amor (v.22).

La última sección, relacionada con el llamamiento a ser santos, destaca muy particularmente el hecho
de que ahora son herederos verdaderos de los que en el Antiguo Testamento constituyeron la raza
elegida por Dios como una nación santa (2:1,10). Tres veces en este breve pasaje usa Pedro la palabra
“elegida”.

Pedro comienza con un recordatorio del estado espiritual en que se encontraban cuando se convirtieron
en creyentes en Cristo. Renacieron, fueron como recién nacidos en Cristo; y como todos los recién
nacidos deben alimentarse para crecer (v.2). Con la palabra “salvación”, a la que se refiere como meta
de su crecimiento espiritual, Pedro no quiere simplemente decir salvarse del pecado y de la muerte sino
que con este término abarca toda la gama del crecimiento espiritual, desde un niño en Cristo hasta la
madurez como creyente, muy parecido esto a lo que nos dice Pablo de que debemos trabajar en
nuestra propia salvación (Fi. 2:12). Y, al igual que Pablo, Pedro nos enseña que la habilidad de poder
llevar a cabo nuestra salvación hasta rendir frutos no depende de nosotros mismos sino de que vivamos
en Cristo (vv.3, 5).

La imagen que emplea Pedro del edificio espiritual puede compararse con el concepto similar usado por
Pablo. En todo caso, no importa que el crecimiento espiritual sea comparado a un árbol, a una parra
que da frutos, o a la construcción de un edificio, la idea es siempre la misma: se trata de algo gradual,
algo que no se logra en un día, sino poco a poco, confiando en el poder del Constructor o del
Sembrador, el cual construye o poda las plantas de acuerdo con su voluntad.

Pedro se refiere con tristeza a los israelitas que, en su mayoría, rechazaron a Cristo como piedra
angular y de esta manera se eliminaron a sí mismos como parte del edificio de Dios; pero enseña con
toda claridad que sus lectores, descritos ya como creyentes en Jesucristo (1:8), constituyen la raza
elegida, sacerdocio, nación santa de Dios. Son herencia de Dios. Usando las palabras más claras que
es posible usar, Pedro nos dice que los creyentes en Jesús en el Nuevo Testamento son los herederos
verdaderos del pueblo de Dios de los tiempos del Antiguo Testamento.

Es como si Pedro estuviera llevándolos de nuevo hasta Sinaí, cuando Dios había dicho todas estas
cosas acerca del Israel que había liberado de la esclavitud de Egipto (Ex. 19:4,6), diciéndoles: “Estas
promesas y este llamamiento sagrado que una vez fueron dados a Israel como nación son dados ahora
a vosotros.”
3. El llamado a estar sin mancha (2:11-4:18)

Basándose probablemente en las palabras de Jesús, escuchadas directamente por él mismo, ahora
Pedro les pide que permitan que sus buenas obras brillen en tal forma que glorifiquen a Dios (2:11-12;
cf. Mt. 5:16). Esta fue siempre la voluntad de Dios para su pueblo. Dios dio la ley inmediatamente
después de las palabras de Éxodo 19, como un medio no para que pudieran convertirse en hijos de
Dios sino para que los hijos de Dios expresaran su gratitud por la salvación y la nueva vida en Dios.
También Pablo nos enseña con toda claridad que nos salvaremos por la gracia en la fe, pero que esa
salvación la demostramos en nuestras buenas obras (Ef. 2:8-10).

Entre los requisitos necesarios para vivir vidas ejemplares ante un mundo incrédulo se encuentra el de
ser obedientes a las autoridades de este mundo (vv.13-17). Pedro está completamente de acuerdo con
lo que Pablo escribió sobre este asunto (Rom. 13:1ss). Aquí Pedro nos alerta contra el abuso de la
libertad cristiana como excusa para no pagar los impuestos o deudas a los gobiernos terrenales (v.16).

Como lo había hecho Pablo, Pedro también demuestra que el vivir en este mundo como hijos de Dios
afecta cada aspecto de nuestras vidas: tanto el trabajo que realizamos diariamente como nuestras
relaciones con nuestros prójimos (vv.18-3:12).
Por tanto, los siervos deben ser obedientes a sus amos, sin importar si esos amos son o no
merecedores de respeto (vv.18-25). Puede que los esclavos cristianos hayan dicho que tal obligación de
su parte era injusta; pero Pedro les responde que lo vean como una oportunidad de poder sufrir por
amor a Cristo, de la misma manera que él una vez sufrió por ellos. Jesús no les pide nada que él mismo
no haya hecho antes (vv.18-21).

Después Pedro nos describe los sufrimientos de Jesús por nosotros en hermosas palabras llenas de
emoción que nos recuerdan los escritos de Isaías (2:22-25). Jesús fue nuestro Salvador no sólo por sus
sufrimientos y su muerte sino también por su ejemplo de cómo, para gloria de Dios, debíamos estar
dispuestos a sufrir en este mundo a manos de los incrédulos. Si otros nos maltratan de palabra no
debemos replicar de igual forma, ni hablar mal de los que nos persiguen. Si recibimos abusos que nos
hieren profundamente no debemos responder con la venganza. Hacerlo sería comportarnos de acuerdo
con el mundo y no como debe actuar un verdadero hijo de Dios (v.23).

Cristo padeció toda clase de sufrimientos porque era responsable ante el Padre. De igual modo
nosotros debemos soportarlo todo porque somos responsables ante Jesucristo (vv.24, 25).

Esposos y esposas tienen una magnífica oportunidad de glorificar al Señor en sus relaciones en el
hogar, de modo que los hijos puedan contemplarlos y dar gloria al Señor y para que los vecinos
incrédulos puedan tomar ejemplo y conocer la diferencia que existe en los hogares en que Cristo reina
sobre el matrimonio y el hogar (3:1-7).

Las esposas deben obedecer a sus esposos, aun cuando estos no crean, como medio de glorificar al
Señor y siempre con la esperanza de traer a los maridos incrédulos hasta Dios (vv.1-6). La buena
esposa descrita por Pedro con sus palabras es muy semejante al tipo de esposa modelo descrita en
Proverbios 31:10-31.

También los esposos deben respetar a sus esposas y reconocer que, aunque ellas les deban
obediencia en el hogar, a los ojos de Dios ambos son iguales en lo que se refiere a la herencia de la
vida eterna (3:7).

El resto de esta sección se dirige a la posibilidad muy real de que dichos creyentes, por creer en Dios y
vivir como se les ha enseñado en su Palabra, sufran por esta causa. Se pone aquí muy de relieve el
precio de ser un buen cristiano (3:8-4:19).

Se les llama al deber difícil de bendecir a aquellos que son sus enemigos (vv.8-12), como lo enseñó el
mismo Jesús (Lc. 6:28). Al hacerlo deben recordar que el Señor ha enseñado que aquellos que sufren
por amor a la justicia serán bienaventurados (vv.13-14; cf. Mt. 5:10-12). En lugar de tener lástima de sí
mismos, los hijos de Dios deben estar siempre dispuestos a enfrentar las pruebas y tribulaciones que
les depare el mundo, dando una respuesta a los que pregunten el por qué de la esperanza que en ellos
existe (v.15). El punto principal aquí es que al tener una disposición siempre alegre a través de todas las
tribulaciones y penalidades, demostrando la fe que tienen en el Señor, otros se extrañarán y les
preguntarán cómo es que puede ser esto. Los creyentes deben estar preparados siempre para
proclamar el evangelio del Señor en tales momentos.

Pedro continúa situando ante sus lectores a Cristo como ejemplo de sufrimientos y la razón por la cual
también ellos pueden esperar sufrir por amor a Cristo (4:16-6). El mismo sufrimiento por Cristo indica
que pertenecen a él y ya no están bajo los pecados que condenan al resto del mundo (4:1). Estas
enseñanzas son muy semejantes a las que dijo Pablo en Romanos 8:17. Tan pronto como los creyentes
ponen de lado los pecados de este mundo, inmediatamente se destacan como gente extraña y diferente
de los demás (v.4). Pero, insiste Pedro, es precisamente para que Dios pudiera cambiar la manera de
ser de los hombres que estaban muertos en el pecado y poder darles una nueva vida en Cristo que el
evangelio fue predicado (v.6). Es decir, Pedro está diciendo que no deben ser tomados por sorpresa
cuando tengan que pagar las consecuencias de su fe en este mundo, confrontando sufrimientos a
manos de los incrédulos; ¡es de esto precisamente que trata el evangelio!
Les recuerda que el tiempo de sufrir es corto y se acerca el fin de los que lo escuchan (4:7-11); o, según
las palabras de Pablo, “tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables a la
gloria venidera” (Rom. 8:18). En consecuencia, deben ser fervientes en el amor y en el ministerio;
aprovechando toda oportunidad que se les presente para glorificar a Dios a cualquier precio (vv.8-11).
Pedro termina esta sección, tan llena de referencias respecto a las sufrimientos de los cristianos,
recordándoles que muchos cristianos sufren por haber hecho cosas necias y sin sentido; pero les
advierte que los cristianos deben más bien sufrir por amor a la gloria de Dios (4:12-18). No es nada
extraño ni fuera de lo normal que los cristianos sufran (v.12). Sin embargo, cuando ofendan a Dios
pueden estar seguros de que el Señor los tratará como se merecen, ya que el Señor desea que su
pueblo actúe como debe. Dios será severo con aquellos de los suyos que pequen, ¡cuánto mayor será
el castigo impuesto a los incrédulos! (vv.17, 18).

4. El llamado a someterse voluntariamente a la disciplina de Dios (4:19-5:11)

Los ancianos deben servir de ejemplo de obediencia a los demás (5:1-4). Al parecer, Pedro usa aquí el
término “ancianos” refiriéndose a un cargo dentro de la iglesia, como lo hizo Pablo. La supervisión
ejercida debe hacerse con humildad, considerándose como pastores que actúan bajo el Príncipe de los
pastores, Cristo. Las reglas que establece aquí Pedro para los ancianos son muy similares a las que
podemos encontrar en las epístolas pastorales de Pablo.

Se les pide a todos los miembros ser humildes ante Dios, sabiendo que aquellos que se rebelen contra
la disciplina del Señor —comportándose con orgullo— serán rechazados por Dios (5:5-6). Esta lección,
como puede verse en I Samuel 2, fue aprendida de modo muy claro por Ana, la madre de Samuel.
Como respuesta quizás a las palabras dichas por Jesús en el Sermón de la Montaña, Pedro pide
también a sus lectores que confíen al Señor todas sus ansiedades (v.7). Jesús había enseñado a los
suyos a no estar ansiosos y confiar al Señor todas sus necesidades (Mt. 6:25ss). Más tarde invitaría a
todos a que se llegasen hasta él y pusieran sobre él todas cargas y tribulaciones (Mt. 11:28-30).

Al igual que lo había hecho Pablo, Pedro les recuerda que han sido llamados a luchar en la batalla
cristiana, resistiendo al diablo revestidos de la armadura del Señor (5:8-11). En sus padecimientos por
amor a Cristo podrán compartir en el sufrimiento de otros muchos que, antes que ellos, han
permanecido firmes en la fe y, al mismo tiempo, en los padecimientos de otros muchos que vendrán
después de ellos (v.9). Pero, sobre todo, Pedro les asegura que esos sufrimientos tienen gran
importancia y significado a los ojos de Dios para el bien de ellos, porque es a través de esos
sufrimientos que Dios los hará llegar hasta donde él desea que lleguen (v.10).

En la corta despedida Pedro compara a Roma (en donde se encuentra residiendo) con Babilonia (v.13),
refiriéndose al juicio de Dios sobre Babilonia y al simbolismo que esta tiene tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento como poder de este mundo frente al reino de Dios. En Apocalipsis este mismo
símbolo es usado por Juan.
II PEDRO: el llamado a completar el crecimiento espiritual

De inmediato, desde las primeras palabras que escribe, Pedro entra de lleno en el tema de su
segunda epístola.

1. Sed diligentes en desarrollar la salvación que Dios ha dado a cada uno (1:1-11)

Ante todo, Pedro les recuerda qué es la salvación que ellos han ganado en Cristo (1:1,4). Es la justicia
de Dios alcanzada a través de la obra de su Salvador Jesucristo (v.1). Es también el privilegio de
conocer a Dios y lograr conocerlo aun más con la ayuda de su gracia (v.2). Todavía más, es mediante
este conocimiento de él y de su voluntad que ellos pueden crecer en todo lo relacionado con la vida y la
piedad que Dios desea para ellos (v.3). Por tanto, la salvación es mucho más que liberarse de la
corrupción de este mundo; es el privilegio de poder participar en una nueva naturaleza divina, ser
semejantes a Cristo, portadores de su imagen (v.4).

Por consiguiente, han sido llamados a comenzar con la fe que el Señor les ha otorgado y construir
sobre ella vidas que estén de acuerdo con la naturaleza misma de Dios, para gloria suya (1:5,11). Las
virtudes que se nos describen aquí como formando parte de la naturaleza de los hijos de Dios (vv.5-7),
son llamadas por Pablo: frutos del Espíritu (Ga. 5:22,23). Son idénticas a las características mostradas
por Cristo mismo cuando vino a nombre de Dios a morar entre los hombres de la tierra. Es más, son
semejantes a aquellas características con que el Señor deseó ser conocido por su pueblo en el Antiguo
Testamento (Ex. 34:6,7). Constituyen la meta a la cual ha llamado el Señor a todos sus hijos, el “gran
llamado de Dios en Cristo” de que habla Pablo en Filipenses 3 y por el que se esforzaba diariamente.

No hacer lo que él les pide y estar satisfechos con ser simplemente “salvados” del mal y de la muerte es
estar ciegos (v.9). Todo creyente debe procurar ejercer diariamente todos los privilegios que le
corresponden como hijo de Dios, esforzándose por alcanzar esas metas que Dios le ha puesto,
teniendo la seguridad de la continua ayuda de Dios (v.11), o, como dice Pablo, “ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer,
por su buena voluntad” (Fi. 2:13).

2. Recordad que el hacerlo significa depender de la segura palabra de Dios (1:12-21)

Como lo había destacado Pablo en su escrito a Timoteo, aquí Pedro demuestra que el crecimiento
espiritual depende totalmente de ser guiados por la Palabra de Dios. Sin lugar a dudas que y a él había
hecho destacar estas palabras al enseñar anteriormente a estas gentes; ahora les vuelve a recordar lo
que les había enseñado (vv.12-15). Contempla la cercanía de su propia muerte y quiere que ellos
comprendan la necesidad de permanecer firmes en la Palabra de Dios escrita, cuando tanto él como los
otros apóstoles no estén ya presentes.

Después Pedro les habla del privilegio que ha sido para él ser apóstol y testigo del evangelio y de la
vida de Jesucristo (vv.16, 18). Incluso había tenido oportunidad de contemplar a Cristo glorificado en la
tierra durante su ministerio cuando, en la montaña, Jesús se transfiguró en presencia de ellos: ¡y había
inclusive escuchado con sus propios oídos la voz misma de Dios!

¡Qué privilegio tan grande había constituido para ellos! Ya quedaban muy pocos, al momento de escribir
Pedro su epístola, de aquellos que habían tenido el privilegio de estar junto a Jesús en su ministerio
terrenal. Pedro sabía que también él partiría muy pronto. ¿Quién quedaría como testigo del evangelio?
solamente cuando hubiera una voz con autoridad de lo Alto declarando: ¡Esta es la verdad, creedla!

Pedro quería que el pueblo estuviera preparado para su partida y la de aquellos otros que también
habían conocido a Cristo. Quería que comprendieran ahora que ya tenían una autoridad con mucho
mayor significado y más duradera que las experiencias del mismo Pedro con Jesús en la montaña. Esa
autoridad superior y más duradera era la Palabra de Dios escrita (vv.19-21). Llama a la palabra
profética, “más segura” (v.19). Con ello quiere decir que la Palabra de Dios escrita continuará en su
autoridad mucho después que la voz de Pedro y la de todos aquellos que conocieron a Jesús haya sido
acallada para siempre. Por tanto, es una voz mucho más segura.

Es descrita por Pedro como una antorcha irradiando su luz en la oscuridad para iluminar el camino
(v.19). La imagen de la Palabra de Dios comparada a una antorcha también la encontramos en Salmo
119:105. En resumen, la Palabra de Dios, las Escrituras, constituye la única guía infalible para conducir
al creyente hacia la voluntad de Dios. Cuando Pedro ya no esté, la Palabra permanecerá; es por ello
que deben aprender a respetarla y usarla.

Aunque esto nos parezca algo nuevo, debemos recordar que en aquellos tiempos el pueblo tenía el
privilegio de escuchar a testigos presenciales del evangelio y podían muy bien haber abandonado el
estudio de las Escrituras. Era esto lo que preocupaba a Pedro. Quería que supiesen que las Escrituras
habían sido dadas por Dios y que no eran producto simplemente de las ideas de los hombres (v.20).
Sus declaraciones sobre la inspiración, en el versículo 21, son las palabras más claras jamás
expresadas de cómo el Espíritu Santo fue el verdadero autor de la Palabra de Dios escrita.

3. El reto al crecimiento espiritual: una marea creciente de incredulidad (2:1-3:18)

El resto de la segunda epístola de Pedro trata de la necesidad de estar preparados para enfrentar la
marea creciente de la incredulidad venidera. La incredulidad vendrá a continuación de las falsas
enseñanzas y de las herejías de los falsos maestros, al igual que en el Antiguo Testamento hubo falsos
profetas (2:1-3). Muchos seguirán a esos falsos maestros; aun sus mismos lectores son advertidos de
que también ellos pueden caer víctimas de esas herejías destructoras. Nadie puede permitirse el lujo de
no encontrarse preparado para hacerles frente.

El resto de este capítulo nos trae a la memoria las palabras de la Epístola de Judas. Primero, que el
juicio que vendrá sobre esos falsos maestros es seguro, citando múltiples ejemplos de lo sucedido a los
falsos maestros en el Antiguo Testamento ya todos aquellos que se rebelaron contra la voluntad de Dios
(2:4-8). Menciona en particular el juicio contra los ángeles (como hace Judas), la sentencia del diluvio
pronunciada contra el mundo de la antigüedad y la sentencia de destrucción contra Sodoma y Gomorra.
Describe a Noé como predicador de justicia (v.5), indicando con ello que Noé se encontraba trabajando
activamente antes del diluvio, no solamente en la construcción del arca sino también proclamando la
Palabra de Dios. Nos habla del justo Lot, cuya alma estuvo atormentada por los pecados de Sodoma
(vv. 7, 8). Sin estas palabras podríamos tener dudas acerca de si Lot fue salvado o no, pero ahora
tenemos la seguridad de que lo fue.

De todo ello —de la destrucción de los malvados y la salvación del justo Noé y del justo Lot— Pedro
infiere el principio de que el Señor conoce la diferencia entre justos y malvados y que él salvará siempre
a los suyos (v.9). Esto debe inspirar en los creyentes la confianza en una iglesia que se estaba llenando
rápidamente de hipócritas. Quizás los verdaderos creyentes no sean reconocidos fácilmente por los
hombres, pero Dios sabe la diferencia. Dios siempre reconoce a los suyos, como dice el Salmo 1.

Refiriéndose a los malvados, a aquellos que se apartan del evangelio, Pedro dice que su enjuiciamiento
es cosa segura (vv.9-19). Las descripciones que hace de los mismos son muy semejantes a las hechas
por Judas. Sobre todo, representan un gran peligro para la iglesia (vv.13, 18,19).

Claramente habla de aquellos que se han unido abiertamente a los verdaderos creyentes; que
pretenden participar de la fe verdadera y han hecho todo lo que los capacita externalmente como
miembros de la iglesia, pero cuyos corazones en realidad están muy lejos de Dios. Habiendo rechazado
el único evangelio que podría salvarlos, voluntariamente volviéndole la espalda, ya no tienen esperanza
alguna. Se han vuelto inmunes al evangelio (vv.20-22).

No nos dice Pedro con estas palabras, como tampoco lo dijo el autor de la Epístola a los Hebreos al
hablar con palabras semejantes, que estos individuos creyeron una vez y después se apartaron de la fe.
Uno no renace de nuevo (traído a la fe verdadera) y se pierde después. Estas personas son, al igual
que tantos israelitas del Antiguo Testamento, aquellos que toman parte en todas las actividades del
pueblo de Dios y que aun llegaron a ser dirigentes de la iglesia del Antiguo Testamento; pero que, en
realidad, nunca pertenecieron por completo al pueblo de Dios. A partir del capítulo cuatro de Génesis,
Dios ha distinguido siempre cuidadosamente la iglesia visible (aparente) de la iglesia invisible (conocida
solamente por Dios). Todos los miembros de la iglesia invisible son miembros de la visible (se
encuentran unidos al pueblo aparente de Dios); pero no todos los miembros de la iglesia visible son
miembros de la verdadera iglesia de Dios. Siempre ha habido y siempre habrá en este mundo un
“remanente”, “el resto”, que será salvado, por ejemplo, aquellos que han depositado su confianza en el
Señor y han renacido en la iglesia. Caín, adorador de Dios en la iglesia primitiva, jamás nació de nuevo.
Nicodemo, al hablar con Jesús, aunque era líder y maestro de la iglesia de su tiempo, no nació de
huevo. Y así ha sido siempre.

Pedro quiere que sus lectores recuerden lo que ahora les dice porque en los últimos tiempos vendrán
los que se burlen y reten la verdad y la seguridad de la misma Palabra de Dios (3:1-7). Ni Pedro ni
Pablo, ni ningún otro escritor del Nuevo Testamento sabía cuándo vendrían esos tiempos. Pero querían
que sus lectores estuvieran preparados de todos modos. Serían tiempos en que los hombres
perseguirían no solamente sus propios placeres sino que hasta la misma autoridad de Dios sería puesta
en tela de juicio (vv.3ss). De igual manera se había dirigido Pablo a Timoteo en II Timoteo 4.

Es muy interesante notar que las dudas expresadas en los últimos tiempos respecto al cumplimiento de
las Escrituras y el regreso de Cristo se basaban en su escepticismo respecto a la autoridad de las
Escrituras, particularmente de los primeros once capítulos de Génesis (vv.4ss). Pedro dice que debido a
la ignorancia mostrada acerca de las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre la creación y el diluvio
no pudieron comprender con claridad lo que enseña el Nuevo Testamento acerca del regreso de Cristo
(vv.5,6). No temen al juicio final, como tampoco creen en el castigo del diluvio hecho por Dios. ¡Pero el
juicio final ha de ocurrir algún día! (v.7).

Los hombres creen que el tiempo pasa y que el año próximo será muy semejante al presente y por ello
dan por sentado que nada cambiará. Pero la razón de que el tiempo siga transcurriendo sin que
aparentemente nada cambie es que ellos no comprenden la bondad y paciencia de Dios, que espera,
antes de causar la destrucción final, por todos los que han de creer (vv.8,9). ¡Lo que parece ser a los
ojos de los hombres como una infinita procesión de años para Dios es sólo un instante de la eternidad!
Dios tiene tiempo. Pero el final ha de llegar con toda seguridad como ocurrió cuando el diluvio del
mundo antiguo, inesperadamente; así también vendrá Cristo (vv.10-13).

Pedro enseña, al igual que Pablo y que el mismo Cristo, que cuando él vuelva será el final. No existe el
menor indicio de que alguien tendrá una segunda oportunidad. La segunda llegada de Cristo y la
destrucción de los cielos y de la tierra, como ahora los conocemos, aparecerán como simultáneos
(v.10).

Lo que acabamos de exponer debía constituir causa suficiente para que los lectores fueran más
diligentes en prepararse para el regreso de Cristo y en esforzarse por set todo aquello que el Señor
desea que sean, para que cuando él regrese los encuentre siendo fieles (vv.11, 12).

Como lo destacaron Pablo y el autor de la carta a los Hebreos, Pedro insiste en que nuestras
esperanzas y nuestras promesas dadas por Dios serán cumplidas, no en esta tierra y en este cielo que
ahora conocemos, sino en cielos y tierra nuevos, como lo enseñó el profeta Isaías (v.13; cf. Is. 66:22ss).

Mientras los creyentes esperan y sufren padecimientos en nombre de Cristo tienen, por tanto, que
comprender que la demora de Dios en poner fin a las persecuciones y destruir a los malvados se debe a
la espera por la salvación de aquellos que aún serán llamados por el Señor (vv.14ss). Como testigo de
lo que dice menciona los escritos de Pablo, lo que nos indica que ya en esta época esos escritos de
Pablo eran conocidos de toda la iglesia (v.15). Pedro no duda en reconocer las epístolas de Pablo junto
con el resto de las Escrituras, demostrándonos que eran considerados como Palabra de Dios dada a la
iglesia (v.16).

Vemos asimismo que ya existían aquellos que trataban de tergiversar las Escrituras para que fueran
interpretadas como ellos lo deseaban y no de acuerdo con lo que en realidad querían decir (v.16).

La epístola termina con una advertencia a sus lectores de no dejarse conducir lejos de la verdad y ser
contados entre aquellos que se perdían en el error. La mejor manera de evitarlo es crecer
espiritualmente por la gracia de Dios, justamente en la forma en que Pedro lo describe en su epístola
(vv.17, 18).
¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

No agregaremos ahora nada que no sea lo que ya explicamos en otro capítulo acerca del fondo
histórico de Roma y el Imperio Romano y el judaísmo de la época. Sería muy conveniente revisar
el marco histórico dentro del cual se desarrollan estas dos epístolas.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Al finalizar el siglo primero, en el momento en que aumentaban las persecuciones y tribulaciones y


el evangelio era ridiculizado cada vez más, no solamente por parte de los judíos incrédulos sino
también por parte de las autoridades romanas, era de gran importancia que el pueblo de Dios
tuviera conciencia del privilegio que poseían

De poder sufrir por amor a Cristo en este mundo. Los escritos de Pedro están repletos de la
realidad de los sufrimientos, de la necesidad y hermosura que constituía el sufrir por amor a
Cristo. Aunque despreciados por el mundo, para Dios eran un pueblo muy especial. Era fácil
olvidarse de esa verdad en medio de los padecimientos, y ello motivó que Pedro les escribiera.
Podemos ver aquí el escrito de Pedro como cumplimiento de lo predicho por Jesús en relación
con el propio ministerio de Pedro.

Antes de la muerte de Jesús, cuando se aproximaba el momento en que sería traicionado, él le


había dicho a Pedro que Satanás había querido tenerlo para poder cernirlo como trigo. Pero Jesús
le aseguró que había orado por él para que su fe siempre permaneciera firme (Lc. 22:31).
Después encargó a Pedro que cuando se hubiera fortalecido lo suficiente confirmara a los demás
(22:32). Pedro pensó en aquel momento que estaba listo para enfrentarse a toda trampa que
Satán le presentara; pero no era así, se equivocaba. Muy pronto negaría a Jesús tres veces (Lc.
22:54ss). Aun después de la resurrección Jesús continuó fortaleciendo a Pedro y le anunció los
sufrimientos que aún tendría que padecer en su vida (Jn. 21:18,19).

Ahora, al escribir esta epístola, Pedro estaba lleno de fortaleza —habiendo sufrido por Cristo— y
era capaz, mediante esta carta, de alentar a otros a permanecer firmes en el Señor como lo había
hecho él.

Lo hizo llamándoles, en primer lugar, a pensar en lo maravilloso del evangelio y en la riqueza de la


herencia que los esperaba más allá de esta vida. Les mostró las grandes glorias de su esperanza
en comparación con los sufrimientos del presente. Lo que era más: Dios podía, a través de los
padecimientos del presente, ¡perfeccionar todavía más esa fe que en ellos había! Si permanecían
fieles, no había nada que Satanás o sus seguidores pudieran hacer para detenerlos o impedirlos
en el crecimiento como hijos de Dios.

Además, Pedro no quería que se consideraran como una especie de ciudadanos de segunda
clase en el cielo. Quería que comprendieran que eran ciudadanos absolutos del reino de Dios,
formando parte del conjunto del pueblo de Dios, contados entre todos los santos del Antiguo
Testamento.

El llamado a que fuesen santos y a llevar una vida sin mancha ante el Señor y ser ejemplo unos
de otros era, por consiguiente, un llamado a comprender que en verdad eran herederos y
sucesores de los santos del Antiguo Testamento, a quienes se les había hecho antes ese mismo
llamado. Si sufren por hacer el mal, entonces solamente pueden ofender a su Señor (como lo
había causado la maldad y los sufrimientos de Israel). Sus sufrimientos debían ser causados por
una manera justa de vivir y no por sus pecados.
En su segunda epístola Pedro continúa en realidad el tema relacionado con el privilegio de sufrir
por Cristo. Es necesario contemplar los sufrimientos como una oportunidad que se nos presenta
de aumentar nuestra pureza en nuestras vidas y no como sufrimiento solamente.

Al crecer espiritualmente habrán de depender en la Palabra de Dios y no en los hombres. Muy


pronto los testigos presenciales se habrán ido, pero la Palabra de Dios jamás se irá. Era la única
luz que poseían en las tinieblas de los siglos venideros para hacerle frente al número siempre en
aumento de los incrédulos de este mundo. Vendría el día en que aun las mismas Escrituras en
que confiaban se verían sometidas al ataque de los incrédulos. Serían tiempos difíciles; pero
debían permanecer fieles a la Palabra de Dios, sin importarles cuántos se apartaban de ella,
porque esa Palabra era el único medio que tenían de llegar a ser lo que el Señor quería que
fuesen.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Después de veinte siglos de historia de la iglesia podemos comprender cuán acertado estaba
Pedro al hablar de las mareas de incrédulos que se levantarían contra las dirigiendo a nosotros,
que hemos visto el surgimiento del liberalismo dentro de la iglesia de nuestros días y el creciente
aumento de la incredulidad que en el siglo pasado fue el resultado del movimiento de la alta crítica
con sus secuelas de herejías en todos los aspectos.

Hemos llegado a ver un día en que se desprecia la fe cristiana y en que las aberraciones que se
hacen del evangelio ponen en ridículo a la iglesia. Demasiados cristianos hoy día, al igual que
Pedro antes de ser fortalecido por Cristo, encuentran mucho más fácil negar a Cristo con su
silencio y con las palabras que hablan que ponerse en pie y defender la fe en medio de las risas y
de las burlas.

Necesitamos la orientación y guía que nos brinda Pedro para ayudarnos a recordar que ninguna
clase de persecución en el mundo de hoy por amor a Cristo puede compararse con la gloria que
se les mostrará a los que son fieles. Es necesario que comprendamos que los cristianos no han
sido relegados a ocupar un puesto de minoría sin importancia en este mundo, sino que somos
ciudadanos del cielo con todos los privilegios inherentes a tal ciudadanía. En realidad, es por ellos
que la vida continúa en esta tierra. ¡Si no hubiera creyentes en el mundo, no habría luz, vida,
esperanza, futuro!

En una época en que ser santos (totalmente dedicados al Señor) es algo casi imposible de ver y
cuando la palabra “santo” significa para la mayoría alguien destacado por la Iglesia Católica
Romana como digno de gran honor, o si no alguien ante quien los demás se sienten un poco
incómodos, aun dentro de la misma iglesia, es imperativo que los cristianos se esfuercen por
librarse de todas las obligaciones hacia los hombres para poder servir a Cristo solamente.

Como la Palabra de Dios continúa siendo atacada y se habla de ella solamente con los labios y no
con el corazón, debemos dar nuestro ejemplo en la iglesia que permanece en el mundo
ocupándonos seriamente del estudio de esa Palabra de Dios y aplicándola a nuestras vidas.

Sin lugar a dudas que esto nos traerá como consecuencia, al igual que sucedió en tiempos de
Pedro, mucho sufrimiento por oponernos a las normas establecidas por los demás, no solamente
en el mundo sino también dentro de la misma iglesia. Solamente ayudados por la Palabra de Dios
podemos hacerle frente al avance de los incrédulos que, de acuerdo con todos los autores del
Nuevo Testamento, irá aumentando cada vez más según se acerca la próxima venida de Cristo.
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas

1. Como creyente que soy, ¿dirijo mis pensamientos hacia esa herencia que se me ha preparado en
el cielo? En vista de esa esperanza, ¿me siento simplemente a esperar aquí en la tierra, o estoy
dispuesto a rechazar todo lo que me ofrece el mundo para servir ahora a Cristo?

2. ¿Sé lo que significa padecer por Cristo?

3. ¿He cometido alguna ofensa contra el mundo por tratar de dar gloria a Dios? ¿Me he
avergonzado alguna vez del evangelio en mi trabajo? ¿en reuniones sociales? ¿en mi hogar?

4. ¿Aprecio en toda su extensión la rica herencia que me pertenece como sucesor de los santos del
Antiguo Testamento, es decir, dedicado exclusivamente al Señor?

5. ¿Qué significa para mí ser ciudadano del cielo? ¿Qué efecto tiene en mi vida cotidiana?

6. Yo no me consideraría nunca como enemigo de la Palabra de Dios; yo la respeto; sin embargo,


¿no me estoy comportando como su enemigo al olvidarme de ella? ¿Prefiero escuchar
testimonios humanos antes que el testimonio de la Palabra de Dios?

7. ¿Siento que me encuentro preparado para sufrir por el evangelio? ¿He hecho algo que me pueda
causar sufrimiento? ¿Qué es más normal en la vida de un cristiano, sufrir o no sufrir? ¿Qué me
dice esto acerca de mi vida cotidiana en relación con Cristo?
11: Las epístolas de Juan
Introducción

El nombre del autor de las Epístolas de Juan no aparece mencionado en ninguna de ellas; sin
embargo, el estilo y vocabulario de las mismas las identifican como escritas por el mismo autor del
Evangelio de Juan. Ya hemos hablado de ese evangelio y de su autor. No existe razón alguna
para apartarnos de la tradición que nos dice que el autor de estas epístolas fue Juan el apóstol,
identificado en los evangelios como hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. Fue uno de primeros
en convertirse, habiendo llegado hasta Jesús por medio de Juan el Bautista.
Es evidente que el apóstol Juan llegó a alcanzar una edad avanzada y, probablemente, fue
prisionero del Imperio Romano en la Isla de Patmos, ocasión en que escribió el libro de
Apocalipsis. No sabemos con exactitud la fecha en que estas epístolas fueron escritas, pero es
probable que ya el apóstol fuera anciano, a fines del siglo primero. La tradición nos cuenta que
prestó servicios durante algún tiempo en Éfeso, probablemente después de Pablo, ya que su
nombre nunca es mencionado por Pablo como habiendo estado en aquella comunidad. También
es muy probable que Juan fuera el último de los apóstoles en morir, lo cual se indica quizás en las
palabras dichas por Jesús a Pedro al final del Evangelio de Juan (Jn. 21:22ss).

¿Qué encontramos aquí?

I JUAN: naturaleza y privilegio de la vida eterna: amistad con Dios

La Primera Epístola de Juan, aunque escrita en un griego extraordinariamente fácil que puede ser
dominado por cualquier estudiante de ese idioma, no es en realidad muy simple en su contenido.
Es muy difícil llegar a comprender el mensaje en conjunto de esta epístola, aunque sus
declaraciones y expresiones individuales son relativamente claras. Es por ello que la enfocaremos
desde dos puntos de vista. Primeramente estudiándola de modo esquemático, como lo hemos
hecho ya con otros libros, tratando de hallar el hilo de su pensamiento desde el principio hasta el
final. Después, la estudiaremos por temas o asuntos, tratando de seguir el desarrollo de las ideas
primordiales expuestas por Juan.
En la introducción (1:1-4) Juan nos dice que es su deseo compartir con sus lectores la verdad
acerca de la vida eterna que les fue enseñada, tanto a él como a otros, por el mismo Jesucristo.
Destaca el hecho de que tanto él como otros tuvieron el privilegio de ver, oír, y tocar a la persona
de Jesús, el Verbo de vida (1:1). Su conocimiento acerca de la vida eterna ha venido hasta él del
Padre a través del Hijo (v.2). Esta experiencia fue resultado de haber disfrutado de la amistad del
Padre y del Hijo, Cristo Jesús (v.3).
Escribe estas epístolas porque desea que sus lectores lleguen también a participar de esa
comunión en unión de otros creyentes: sabe que esa comunión con él y con los demás creyentes
es, al mismo tiempo, una comunión con Jesucristo y con el Padre (v.3). El mismo Juan ha podido
conocer el gozo en Cristo de que habló el Señor a su paso por el mundo (Jn. 15:11; 16:24; 17:13).
Ahora desea que ese gozo sea cumplido también en sus lectores (v.4).
Lo que sigue a continuación es una exposición de las bienaventuranzas y privilegios de poder
alcanzar la vida eterna, cuyo disfrute solamente puede llevarnos a apreciar verdaderamente esa
vida eterna en Cristo y darnos ese gozo que Juan desea para todos los que leen su epístola.
Estudiaremos ahora lo que Juan nos enseña acerca de la naturaleza de la vida eterna
contemplada en el creyente.

1. La vida eterna (la vida con el Padre y el Hijo) es vida que trae todos los pecados a la luz
(1:5–2:17)

El primer principio para llegar a la comprensión de esta verdad es que Dios es luz y no existen tinieblas
en él (1:5). Por consiguiente, es totalmente imposible tener pecados ocultos para alguien que dice estar
en comunión con el Padre, pecados que no han sido traídos hasta la luz sino que permanecen ocultos y
sin ser confesados en el corazón del creyente (v.6). De manera que cualquier pecado no confesado,
todo pecado que no hayamos estado dispuestos a traer hasta la luz, impide nuestra comunión con el
Padre y el Hijo (v.6). Al hacerlo, mentimos y no practicamos la verdad del evangelio (v.6).

El creyente no tiene por qué temer el traer sus pecados ante el Señor y confesárselos. ¿Por qué?
Porque la sangre derramada por Cristo es suficiente para lavar todos nuestros pecados (v.7). Nos
engañamos a nosotros mismos cuando decimos que jamás pecamos. ¡Esto no es cierto! (v.8). Mucho
mejor nos es confesar que hemos pecado y pedir perdón a Dios por las ofensas cometidas (v.9). Este
es el privilegio del creyente: poner sus pecados a la luz y lograr el perdón de los mismos. Todos
nuestros pecados pueden ser perdonados en Cristo; entonces su justicia irradiará en nuestras vidas.

Lo que nos dice Juan aquí es muy semejante al concepto que encontramos en el Antiguo Testamento
con referencia al verdadero propósito del sistema de sacrificios. Fue concebido como un medio para
que los creyentes pudieran traer sus pecados a la luz y que un Dios bondadoso los librara de ellos.
David lo comprendió así y trajo sus pecados hasta el Señor pidiéndole perdón, sabiendo que Dios
deseaba un corazón contrito en lugar de sacrificios (Sal. 51:16,17). Cualquiera que se niegue a hacerlo,
como le sucedió a Saúl en el Antiguo Testamento convierte a Dios en mentiroso, ya que Dios ha dicho
que todos los mortales somos pecadores y que no podemos librarnos de nuestros pecados por nuestros
propios esfuerzos. Por tanto, cualquiera que rehúse aceptar sus propios pecados como si el no
admitirlos los hiciera desaparecer no puede en absoluto ser hijo de Dios. No tiene la Palabra de Dios en
él y tampoco la vida eterna, ¡no importa cuántas profesiones de fe pueda haber hecho en su vida!
(1:10).

Por supuesto que Juan no estaba alentándolos al pecado con estas palabras; todo lo contrario, él
deseaba que los que lo escuchaban supieran que cuando pecaran no debían tratar de encubrir sus
pecados o pretender que no los habían cometido. Nadie se encontraba libre de pecado; antes bien
debían recordar que podían traer esos pecados a la luz de la misericordia de Dios en Jesucristo. La
justicia de Cristo Jesús era más que suficiente para borrar todos los pecados (2:1-3). En verdad, ¡la
sangre derramada por Jesús era más que suficiente para lavar los pecados del mundo entero! Por ello
ningún creyente debía sentir temor alguno pensando que los pecados cometidos podrían ir más allá del
perdón ofrecido por Cristo Jesús, el Hijo de Dios.

Dios nos ha mandado confesar nuestros pecados. Este mandamiento es tan fundamental al evangelio
que si alguno rehúsa obedecerlo se está declarando a sí mismo como no cristiano (2:3,4).

Juan había dicho anteriormente que Dios es luz y que todo aquel que espera estar en comunión con él
debe andar en luz y no en tinieblas (1:5,6). Ahora nos dice que si verdaderamente esperamos morar en
el Señor, estamos obligados a andar iluminados por esa luz (con todos nuestros pecados habiendo sido
confesados abiertamente ante el Señor; 2:5,6).

Una forma de probar que andamos en la luz es nuestro interés y amor hacia los hermanos (2:7-11).
Juan nos muestra que muchos que piensan que no han cometido pecado alguno y, por ende, no tienen
nada que confesar, están en realidad pecando gravemente al cesar de mostrar amor hacia sus
hermanos (los otros creyentes). Juan dice que el mandamiento de amar no es nuevo; pero ahora que la
luz del evangelio brilla fulgurante es necesario examinar de nuevo nuestras conciencias bajo esta luz
del evangelio, particularmente en lo que se refiere a nuestro amor hacia los hermanos (2:7,8).

Es pura vanidad decir que caminamos en la luz (que estamos en comunión con el Padre y el Hijo) si, en
realidad, odiamos a nuestros hermanos (v.9). Debemos recordar una vez más lo que nos dicen las
Escrituras con respecto al amor y al odio. De acuerdo con el uso que se le da en la Biblia al término
“odiar”, significa relegar a nuestro prójimo a un lugar inferior al nuestro. Por tanto, odiar a un hermano es
considerarse uno mismo por encima de él. No es necesario que sintamos malicia o disgusto hacia otra
persona para que se considere como odio, simplemente basta que la olvidemos o que pasemos por alto
para que ello constituya “odio”. Esto se ve explícitamente en la preferencia que sentía Jacob por Raquel
comparada a Lea. Por una parte, se nos dice simplemente que amaba a Raquel más que a Lea. Pero
Dios llamó a esto odiar a Lea (Gn. 29:30,31).

Así tenemos que muchos que dicen andar en la luz (estar en comunión con Dios) se encuentran en
realidad en tinieblas, pues odian a sus hermanos y no lo reconocen (v.11).
Los escritos de Juan están dirigidos a diferentes niveles de edad entre sus creyentes según el
conocimiento que posean del evangelio: conociendo que sus pecados son perdonados por el Señor;
sabiendo que conocen al Señor y están en comunión con él; y sabiendo que en Cristo pueden vencer a
Satán (2:12-14). Sin embargo, es muy fácil para los creyentes amar al mundo en vez de al Padre. Es
muy fácil pasar por alto la presencia del mundo en la vida del creyente y engañarse a sí mismo
pensando que se está en comunión con el Señor cuando, en verdad, no se está, sino que la comunión
es con el mundo. Juan nos hace observar la naturaleza del mundo que no es de Cristo: la lujuria de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (vv.15-16). Estos compendios de la naturaleza
de los hombres mundanos son muy semejantes a los pecados mismos que hicieron caer a Adán y a
Eva. Compárense con la seducción de Eva a pecar (Gn. 3:6).

2. La vida eterna (la vida con el Padre y el Hijo) distingue la verdad entre todo error (2:18-
29)

Únicamente Juan, en todo el Nuevo Testamento, usa el término “anticristo” para designar a aquellos
que han estado en la iglesia visible (miembros aparentes de la iglesia) pero que se han apartado de la
verdad y por ello se han comportado como incrédulos. Son los falsos cristianos. Ya hemos visto que
tanto Judas como Pedro en sus epístolas, al igual que Pablo, tuvieron mucho que decirnos acerca de
estos individuos. El término “anticristo”, por tanto, se refiere particularmente a todo aquello que se
enfrenta o trata de situarse por encima de Cristo, sea un evangelio o una doctrina falsa contrarios a la
verdad. Los anticristos surgen dentro de la iglesia, no en el mundo, causando divisiones, alejamiento de
la verdad y destruyendo la iglesia misma. Podemos también encontrar ejemplos de ello en el Antiguo
Testamento profetas, maestros, sacerdotes, y reyes falsos que no eran siervos verdaderos de Dios,
aunque muy a menudo fueron dirigentes de Israel y con frecuencia más numerosos que los mismos
creyentes. Sólo “el remanente” permaneció fiel y solamente ellos pudieron ser llamados en justicia “hijos
de Dios”.

Juan acaba de asegurarles a sus lectores que sabe que ellos son verdaderos creyentes pero quiere que
comprendan que hay muchos en la iglesia que no lo son. Hay muchos que, habiendo pertenecido a
iglesias verdaderas, después se han apartado de la verdad. Recordemos cuántas de esas personas
fueron mencionadas por el mismo Pablo en sus escritos a las iglesias y a individuos. Aun entre los
apóstoles de Jesús hubo un pecador, y entre los que lo siguieron al comenzar su ministerio hubo
muchos que luego se alejaron. Solamente un puñado fueron creyentes verdaderos (He. 1:15).

Juan desea que sus lectores sepan que él no los sitúa con anticristos, pero al mismo tiempo quiere que
sepan que existen muchos anticristos dentro de la iglesia (2:20-22). Anticristos son todos aquellos que
niegan que Jesús es el Cristo (vv.22-23). Por lo tanto, toda doctrina que no acepta a Cristo como Dios y
la eficacia total de su obra por nosotros es una doctrina falsa. Al principio vino el verdadero evangelio
proclamado por Jesucristo en su ministerio terrenal y después por sus apóstoles. Después de los
apóstoles (como lo señaló el mismo Pablo) aparecieron evangelios que retaban la verdad y se
apartaban de ella y conducían a los hombres a confiar más en sí mismos que en el Señor.

Es necesario por ello que los creyentes aprendan a distinguir la verdad que fue enseñada por los
apóstoles y a mantenerse firmes en ella para poder luchar contra esas falsas doctrinas (v.24). No deben
dejarse llevar hacia la perdición por aquellos en la iglesia que se alejan de las enseñanzas de los
apóstoles (v.26). No tienen por qué acudir a esos maestros falsos para aprender, ya que tiene al
Espíritu Santo que Cristo envió a cada creyente. Por tanto, la única enseñanza que necesitan es
estudiar la Palabra de Dios y dejarse guiar en ello por el Espíritu Santo (v.27).

Mientras esperan el retorno del Señor Jesucristo, Juan les urge a ser valientes en la verdad y a
asegurarse de la identidad de los creyentes verdaderos. Estos son los que dan frutos de justicia en sus
vidas (vv.28, 29). Aquí Juan se hace eco de lo enseñado antes por Jesús, es decir, que por sus frutos
serán conocidos (Mt. 7:15-20).

3. La vida eterna (vida con el Padre y el Hijo) es vida que se muestra haciendo la justicia
(3:1-24)

Las palabras con que termina el segundo capítulo sirven muy apropiadamente para llevarnos al tercero.
Nos acaba de hablar de los frutos de la justicia que son evidentes en todo creyente verdadero. Ahora
nos hablará más sobre este tema.

Ante todo nos demuestra que el privilegio de ser considerados como hijos de Dios nos enseña hasta
qué punto Dios nos ama (3:1-2). El significado de ser hijo de Dios no es conocido por hombre alguno
sobre la faz de la tierra. El mundo no da importancia al hecho de que seamos hijos de Dios. Esta idea
carece de significado para el mundo, el cual elimina de modo total a Dios, o al menos, trata de eliminarlo
(Sal. 2:1-3).

Sin embargo, sí sabemos que cuando el Señor regrese para recibirnos en sí mismo, en ese momento
tendremos que ser perfectos. Nuestra santificación será terminada. Seremos como él (v.2). Ello debía
ser suficiente para hacer que cada creyente deseara purificarse ahora mismo para estar preparado para
cuando llegue el Señor, de la misma forma que una novia espera anhelante al novio y se prepara y
embellece aguardando su llegada (v.3). Con frecuencia se describe a la Iglesia como Novia de Cristo.

Después Juan nos indica que nadie que sea de Cristo y, por tanto, ninguno de los hijos de Dios estando
en comunión con el Padre y el Hijo, vive ya más en el pecado (3:4-9). No tiene necesidad de explicarnos
que esto no quiere decir la comisión del pecado sino vivir en el pecado. Juan nos ha dicho antes que si
un creyente trata de insistir en que jamás peca, es un mentiroso (capítulo 1): aquí Juan insiste en que
los creyentes no viven para pecar sino para hacer la justicia. No hay pecado en Cristo: por tanto, los
pecados de los creyentes han sido borrados por la justicia de Cristo. Si verdaderamente uno mora en
Cristo por la fe, jamás podrá uno pecar a sabiendas. El pecado no forma parte ya de su naturaleza; sino
que habiendo vuelto a nacer posee una naturaleza nueva que desea hacer solamente la voluntad de
Dios que es lo contrario al deseo de pecar, parte esencial de la antigua naturaleza crucificada con Cristo
(3:4-6).

Recuerda que fueron esas las palabras dichas por el Señor a los israelitas al hablarles a través de los
profetas Jeremías y Ezequiel. Les enseñó que lo que se necesitaba era tener una naturaleza nueva, un
corazón nuevo que deseara obedecer a Dios y observar la ley, controlado por el Espíritu de Dios como
consecuencia del nuevo nacimiento (Jr. 31:33-34; Ez. 36:24-37).

Nadie que no haya creído en Cristo y vuelto a nacer por el Espíritu puede mantenerse libre de pecado.
Jamás podrá hacer nada que pueda ser llamado justicia. Pero el hijo de Dios puede y hace justicia
(obras aceptables a Dios porque son aceptadas en la justicia de Cristo; 3:7-9). Cometer pecados (vivir
una vida de pecado sin justicia alguna) es parte de la naturaleza de la simiente de Satanás; fue por eso
que Jesús vino, para terminar las obras de Satán (v.8; cf. Gn. 3:15). Por eso, cuando Juan dice que los
creyentes, engendrados por Dios, no pueden cometer pecados, quiere decir que es contra su propia
naturaleza cometer pecados y que no pueden vivir en el pecado (pecando siempre) sino que, en su
lugar, hacen la justicia (muestran en sus vidas los frutos de la justicia; v.9).

Aquí Juan nos habla de los hijos de Dios y de la simiente de Satanás, como hemos hecho notar en
nuestro estudio, desde el principio existen estas dos diferentes categorías de individuos en la tierra (Gn.
3). También Jesús nos enseñó claramente que existen estas dos clases de hombres en la especie
humana (Jn. 8:42-44).

En realidad, Juan se remonta al primer ejemplo de división espiritual entre los hombres de la tierra: al
ejemplo de Caín y Abel (I Jn. 3:10-12). Los hijos de Dios son capaces siempre, con su ayuda, de hacer
lo que es justo a los ojos de Dios. Los seguidores de Satanás jamás pueden hacer nada que sea justo
ante la vista de Dios (v.10). Caín hizo lo que hacen todos los hombres naturales: el mal; Abel, lo que
son capaces de hacer todos los hombres que han nacido de nuevo: la justicia (cosas agradables a Dios
y que él acepta como buenas obras; vv.11, 12).

La obra de justicia en particular a la que se refiere aquí Juan es el amor hacia los hermanos (3:13,24).
Una y otra vez, tanto en esta epístola como en su evangelio, Juan vuelve a tratar de esta señal
primordial en el creyente: el amor por los hermanos. Después de todo, se trata del primero de los frutos
del Espíritu y, por tanto, la primera prueba de que Cristo mora en el creyente (Ga. 5:22,23; I Co. 13).

Los lectores no deben asombrarse ante el hecho de que al tener amor en sus corazones sean odiados
por el mundo (v.13). Ese odio de los incrédulos (anticristos) es la prueba evidente de que son hijos de
Satanás. Por otra parte, el amor de los creyentes por los demás es la prueba de que son hijos de Dios
(v.14).

El ejemplo de amor que todos los cristianos deben seguir y aprender es el amor de Cristo por nosotros
(v.16). Sabemos que nos amó porque dio su vida por nosotros; es por ello que como respuesta a ese
amor debemos estar dispuestos a dar nuestras vidas por nuestros hermanos. Juan nos enseña aquí el
verdadero significado de la palabra “amor” para los cristianos, es decir, que el amor se demuestra por
las obras y no solamente con palabras.

Es digno de destacarse que en todas las Escrituras, siempre que se dice que Dios ama a los hombres
es en relación con algún acto o intervención de Dios a favor de los hombres. Juan sigue diciendo que
mostramos nuestro amor (nuestra disposición a dar nuestras vidas por los demás) por las obras que
hacemos por los demás. Si abundamos en bienes materiales, pero no los compartimos con hermanos
que sufren necesidades, entonces no importa cuánto digamos que los amamos, porque ello no es cierto
(v.17). El amor se demuestra no con palabras que son fáciles de decir sino por las obras realizadas (el
amor verdadero es aquel que requiere de nuestros recursos, nuestro tiempo, y nuestro esfuerzo; v.18).

El amor verdadero, entonces, es el amor que muestra que somos de la verdad (vv.19-24). Puede que
uno ame a los hermanos y se sienta aun como pecador indigno. Uno no debe dejarse llevar por este
sentimiento de culpabilidad, ya que la Palabra de Dios lo enseña claramente; que si uno ama en verdad
a un hermano, uno es de la verdad. Nadie que no sea de la verdad puede amar verdaderamente a su
hermano (amarlo y hacerle el bien, ya que el amor a Cristo vive en su corazón; vv.20, 21).

Por consiguiente, ningún creyente, no importa cuán pecador se sienta ante el Señor, debe permanecer
alejado sin acercarse al Señor en todo momento, ya que ese es su privilegio como hijo de Dios. Si el
amor a Dios y a los demás vive en el corazón del creyente, él puede estar seguro de ser hijo de Dios y,
por ende, puede atreverse a llegar hasta el Señor y pedirle todo lo que un hijo suyo puede pedirle al
Padre celestial (vv.20-23). Todo creyente sabe que lo es por la evidencia del Espíritu Santo en él, que
se demuestra al hacer la voluntad de Dios, obedeciendo a sus mandamientos y amando al prójimo
(v.24).

4. La vida eterna (la vida con el Padre y el Hijo) se muestra al amar a los demás porque
Dios nos amó primero a nosotros (4:1-21)

Puesto que la idea del amor puede ser adoptada y utilizada por aquellos que no son verdaderos
creyentes con un significado totalmente opuesto al que se encuentra en las Escrituras, Juan pasa
inmediatamente después a definir claramente lo que significa “el amor” para las Escrituras, no sea que
alguno piense que ama en verdad cuando ello no es cierto. Existían muchos individuos en tiempos de
Juan que predicaban doctrinas falsas y proclamaban que sus enseñanzas eran verdaderas porque
obedecían el mandamiento de amor dado por Dios (4:1).

Pero nadie ama verdaderamente, como Dios pide a sus hijos que amen, si no cree que Jesucristo se
hizo carne (vv.2, 3). Juan insiste en aquello que ha enseñado desde el comienzo mismo de su
evangelio: que el Dios de la revelación del Antiguo Testamento se ha hecho carne en la persona de
Jesucristo y que él es nuestro único Salvador (ver Juan 1). Es la misma verdad predicada por Pablo al
insistir en que si los hombres confiesan que Jesús es el Señor (el Dios del Antiguo Testamento que se
reveló a sí mismo a Israel a través de los profetas y prometió ser su Salvador), serán salvados. ¡No
creer que Jesús es Dios es negar que uno ha sido salvado por el Señor, el único Salvador de los
hombres! (Rom. 10:9).

Por lo tanto, si cualquiera viene diciendo que es un creyente verdadero y dice que ama al prójimo (aun
haciendo “buenas” obras por los demás) pero no tiene en cuenta una doctrina sana, el tal es en realidad
un anticristo. Se encuentra dentro de la iglesia visible pero es hijo del diablo, no de Dios (v.3).

Es muy posible que tales personas sean bien recibidas en la iglesia por otros falsos creyentes y que el
mundo pueda penetrar en la iglesia hasta tal punto de que la iglesia los acepte a ellos en lugar de a los
creyentes verdaderos (4:4-6). Pero los verdaderos creyentes no deben dejarse engañar. Los verdaderos
creyentes son señalados por Dios y no por los hombres.

Los versículos siguientes (4:7-21) contienen algunos de los más hermosos versos jamás escritos acerca
del amor y pueden ser comparados a los que escribió Pablo en 1 Corintios 13.
En estos versículos Juan establece que el amor cristiano está motivado por el amor a Dios. Por esto, si
uno no cree que Jesús es el Cristo y que entregó su vida por nosotros, no puede tener un verdadero
amor cristiano. A Dios le importa lo que existe en nuestros corazones, lo que creemos. De manera que
el amor verdadero —el amor que Dios pide en la vida del creyente— viene solamente a aquellos que
nacen de nuevo y que conocen a Dios por la fe (vv.7, 8).

El amor verdadero comenzó con lo que Dios hizo por nosotros en Cristo. El amor que no proviene de la
comprensión de que Dios nos amó primeramente no es un amor cristiano sino un amor fraudulento
(vv.9, 10). Por tanto, una confesión de fe firme es imprescindible si uno ha de decir que ama como Dios
desea que nos amemos los unos a los otros (vv.12-16).

El amor cristiano es perfecto a la vista de Dios porque descansa en la labor realizada por Cristo y en su
justicia (v.17). Lo que es más, el verdadero amor no teme porque se basa no en esfuerzos humanos
sino en la gracia de Dios en Cristo (v.18). Amamos porque Dios nos amó primero ¡o no amamos en
absoluto! (v.19).

Es por esto que el amor a los hermanos sigue siendo la mayor prueba de nuestro amor a Dios y de que
creemos en él. No es posible que alguien que diga que ama a Dios pueda amarlo verdaderamente si no
ama también a sus hermanos por su gratitud hacia Dios por haberlo amado primero a él (vv.2-21).

5. La vida eterna (la vida con el Padre y el Hijo) se demuestra al amar a Dios y obedecer
sus mandamientos (5:1-12)

Juan ha estado hablando de la relación que existe entre el amor a los hermanos y el amor hacia Dios:
ahora pasa a explicar más detalladamente su concepto del amor a Dios. Al igual que se ha dicho que
nadie ama verdaderamente a Dios a menos que ame también a los hermanos, se puede decir también
que nadie ama verdaderamente a los hijos de Dios a menos que ame a Dios (5:1,2).

El amor a Dios se demuestra al cumplir (observar con respeto y honor) sus mandamientos (vv.3-5). No
debemos dejar de decirlo porque por la fe podemos obedecer los mandamientos de Dios. Nuestra fe ha
vencido al mundo y a la antigua naturaleza terrenal que existía en nosotros y que podía haberse
rebelado contra los mandamientos de Dios. Es por la fe pues que podemos convertirnos en hacedores
de la Palabra y no tan solamente oidores.

Juan nos pone tres testimonios o testigos para probarnos que en verdad somos hijos de Dios (5:6-9). El
primero es el agua (probablemente refiriéndose al bautismo de los creyentes), testimonio dado por la
iglesia de que uno ha hecho una confesión de fe creíble. El segundo testimonio es la sangre de Cristo
(la sangre misma derramada por Cristo) pero quizás refiriéndose aquí al sacramento de la Cena del
Señor, recordando la muerte del Señor hasta que regrese. Este sacramento se les da solamente a los
creyentes, aquellos que se han mostrado a sí mismos como creyentes profesos. Los primeros dos
testimonios, por tanto, son otorgados por la iglesia que no solamente bautiza sino que también recibe al
sacramento de la Cena del Señor a todo aquel que ha creído.

Pero también hay un tercer testimonio, mayor que los otros dos y más seguro (vv.7-12). Es el testimonio
del Espíritu de Dios; que mora en todos los creyentes. Pablo enseñó que el Espíritu da testimonio a
nuestros espíritus de que somos hijos de Dios (Rom. 8:15,16). También Pablo nos enseña que hemos
sido sellados con el Espíritu Santo que se nos prometió (Ef. 1:13,14). Y Juan nos relata muchas
enseñanzas de Jesucristo acerca del significado de la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes (Jn.
14:16ss; 16:7ss).

Los testimonios de la iglesia en relación con la fe sincera del creyente puede que yerren; pero el
testimonio del Espíritu Santo es cierto. El Espíritu Santo reside en cada uno de los creyentes y es
prueba de que somos hijos de Dios. Por lo tanto, es el Espíritu Santo quien nos ofrece el testimonio más
seguro, y ese testimonio es: que todo aquel que cree tiene vida eterna. Todo creyente verdadero tiene
al Espíritu Santo que mora en él; esa es la prueba más segura de que se posee y se vive la vida eterna
(vv.10-12).

Juan termina con una gran manifestación acerca de los grandes privilegios de la vida eterna, de los
cuales nos ha hablado en toda su epístola (5:13-21).
Ha sido el deseo de Juan al escribir esta epístola asegurar a sus lectores de que en verdad poseen la
vida eterna (v.13). El conocimiento de que se posee la vida eterna es la puerta que permite el libre
acceso al Señor como hijo suyo (vv.14-15). Al tener tal acceso al Padre, el hijo de Dios puede llegarse
hasta él con el amor hacia los hermanos, no solamente por sí mismo sino también a nombre de otros. Él
puede recibir la gracia de Dios para tratar con aquel de sus hermanos que ha pecado en su vida
(5:16,17).

Nos está diciendo Juan que cuando hemos podido enfrentarnos a los pecados cometidos en nuestras
propias vidas (como se demostró en el primer capítulo de esta epístola), podemos ver con toda claridad
cómo ayudar a nuestros hermanos a hacerle frente a sus propios pecados, un modo perfecto para
ejercitar nuestro amor de hermanos (cf. Mt. 7:1-5).

Al explicar esta misión de amor, Juan desea que los lectores comprendan con toda claridad que él se
refiere a la ayuda dada a un hermano que se encuentra en pecado y no a alguien que no ha sido
salvado. Aquellos que aún no han sido salvados deben creer en Jesús antes de poder tener el privilegio
de que se les perdonen sus pecados. El pecado de muerte es un pecado del cual uno no se ha
arrepentido, pecar sin tener fe en Jesucristo, es decir, el pecado cometido por aquel que no se ha
reconciliado con Dios a través de Jesucristo. No hay forma posible de hacer frente a tales pecados a
menos que uno se haya arrepentido de ellos y creído en Jesucristo; esto es la base misma del
evangelio.

Pero los pecados pueden ser perdonados, como lo había demostrado Juan al comienzo de su epístola.
Es deber y responsabilidad fundamental del cristiano ante todo confesar sus pecados al Señor y
asegurarse de obtener el perdón de los mismos por la sangre derramada por Cristo. Después es que él
puede ayudar a su hermano y orar por él para que sus pecados le sean perdonados (vv.16, 17). Sería
algo totalmente erróneo pasar por alto la conversión y tratar de obtener el perdón de los pecados
cuando jamás se ha creído en el Señor. No existe para el tal perdón alguno fuera de la fe en Cristo.

¡Qué gran privilegio es ser creyente, ser hijo de Dios! Los que lo son tienen el privilegio de no pecar más
(v.18). Pero cuando lo hacen, Satanás no puede destruirlos; ya pertenecen a Dios y, al confesarlos,
todos sus pecados les son perdonados. Lo que es más, los verdaderos creyentes saben que ellos
vienen de Dios y que se encuentran viviendo en este mundo bajo el poder del maligno (v.19). ¡Esto
quiere decir con toda seguridad que comprenden que son luces en las tinieblas del mundo y que es su
privilegio el poder dar testimonio de Cristo!

Por último, ellos saben que Cristo ha venido y les ha dado la vida eterna. Conocen el evangelio (v.20).
Comprenden que ese conocimiento les ha dado la vida eterna de que habla Juan. Con este
conocimiento no se dejarán engañar ni permitirán, en todo lo que puedan, que otros sean engañados
(v.21). Hay muchos evangelios falsos y anticristos en el mundo, ídolos, sustitutos de la verdad. Todos
los creyentes deben permanecer alertas contra los tales. Estas maquinaciones del pensamiento de los
hombres deben denunciarlas, apartándose de ellas y enseñando a otros a su vez cómo huir de ellas y
volver a la verdad.

Desarrollo del pensamiento en la Primera Epístola de Juan

De manera bien precisa Juan nos define algunos conceptos muy importantes referentes a la vida
eterna y al evangelio que proclama. El propósito de este resumen es desarrollar de forma
ordenada dichos conceptos y las relaciones que guardar entre sí. A continuación presentamos un
bosquejo de ese desarrollo:

Vida eterna:

1. Del Padre — 1:2; 2:25


2. A los apóstoles — 1:2
3. Es estar en Jesucristo, Dios verdadero — 5:20
Sabemos que estamos en Cristo:
A. Al andar como él anduvo — 2:5,6
B. Al confesar que Jesús es el Cristo — 4:15
C. Al tener su Espíritu — 4:13; 3:24
1. El Espíritu de Dios confiesa que Jesús vino en la carne — 4:2
2. Es llamado el Espíritu de verdad — 4:6
a. La verdad significa no andar en tinieblas — 1:6
b. La verdad es comunión con Cristo — 1:6
1. Comunión con Cristo es comunión con los creyentes — 1:3
2. Comunión con Cristo es comunión con el Padre y con el Hijo — 1:3
3. Comunión con Cristo no es andar en tinieblas — 1:6
4. Comunión con Cristo es andar en la luz — 1:7
5. Comunión con Cristo es que nuestros pecados queden limpios con la sangre de Cristo
— 1:7
c. La verdad es decir que conocemos a Cristo y cumplir su mandamientos — 2:4
1. Sus mandamientos fueron dados desde el principio — 2:7
2. Su mandamiento es creer en el nombre del Hijo, Cristo — 3:23
1. Creer en Cristo es vencer al mundo — 5:5
1. Vencer al mundo es haber nacido de Dios — 5:4
2. Vencer al mundo es tener fe — 5:4
3. Vencer al mundo es vencer al maligno — 2:13
4. Vencer al mundo es vencerlos (a aquellos que tienen el espíritu del anticristo)
— 4:4
3. Su mandamiento es que nos amemos los unos a los otros 3:23 —el amor se conoce al
dar Cristo su vida por nosotros — 3:6
4. Su mandamiento es el amor a Dios — 5:3
d. La verdad existe cuando no hay mentiras — 2:21
1. Mentiroso es aquel que niega que Jesús es el Cristo — 2:22
2. Mentiroso es aquel que niega al Padre — 2:22
3. Mentiroso es el anticristo — 2:22
1. El anticristo surge de entre los creyentes, pero no es de ellos (no permanece en sus
doctrinas) — 2:18,19
2. El anticristo es el espíritu de error — 4:6
Es pasar de la muerte a la vida — 3:14
. Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque nos amamos los unos a los otros —
3:14
A. Sabemos que hemos amado a los hijos de Dios porque amamos a Dios — 5:2
B. Sabemos que hemos amado a los hijos de Dios porque obedecemos los mandamientos de Dios —
5:2
C. Los hijos de Dios son aquellos que obran justicia —3:10
Obrar justicia es un acto de aquellos nacidos de Dios — 2:29
Obrar justicia es ser justo en Cristo — 3:7
Obrar justicia es ser de Dios — 3:10

II JUAN: andando en la verdad

Esta epístola está dirigida a la señora elegida y a sus hijos (v.1). Puede que haya sido una dama
cristiana en particular; pero es más probable que Juan haya querido referirse a una iglesia, cuyos
hijos son considerados como hijos de la iglesia. Dicha iglesia puede haber sido la iglesia de Éfeso,
pero no hay seguridad de ello.

Tres veces menciona Juan la palabra “verdad” en la salutación inicial, lo cual nos indica el interés
que tiene porque sus lectores anden en el camino de la verdad. En la parte principal de su epístola
les pide que anden en la verdad, reconociendo que ya algunos lo hacen fielmente (v.4).

En primer lugar, andar en la verdad es andar en el amor de los unos por los otros (vv.4, 5). Ya
hemos visto en la primera epístola cómo Juan hizo destacar el amor como señal de la fe cristiana.
Se presenta el amor como mandamiento (voluntad de Dios) para todos sus hijos. Por lo tanto,
puesto que la Palabra de Dios es la verdad y exige que nos amemos los unos a los otros, andar
en el amor es andar en la verdad.
Segundo, andar en la verdad es andar según los mandamientos de Dios (v.6). Esto no es un
círculo vicioso de razonamiento sino que nos indica el hecho de que nadie puede amar
verdaderamente a los demás si no obedece primero al Padre o si no le importa la voluntad de
Dios. No es posible amar a los otros si no amamos primero a Dios. Como nos enseñó Jesús: si lo
amamos, cumpliremos sus mandamientos. No hay otra forma de demostrar nuestro amor (Jn.
14:15).

Finalmente, andar en la verdad es rechazar a aquellos que niegan la verdad de Dios (vv.7-11).
Existen muchos en la iglesia (cosa claramente establecida por Juan en su primera epístola) que
no creen realmente en el evangelio ni en Jesucristo. Por lo tanto, andar en la verdad y amar a los
hermanos demanda que no toleremos a los que proclaman mentiras o que niegan la verdad del
evangelio. Tales individuos son anticristos (que ofrecen falsas alternativas al evangelio) y, como
tales, tolerarlos representa un gran peligro para la iglesia y todo lo que a ella pertenece (v.8).

Por consiguiente, los creyentes, si es que desean andar realmente en la verdad, no deben recibir
en sus hogares ni hacer amistad con aquellos que no rinden honor a la verdad aunque pretendan
ser fieles miembros de la iglesia (vv.10, 11). Juan nos habla aquí muy claro de aquellos que
pretenden ser creyentes verdaderos pero que enseñan lo que es contrario al evangelio.
Identificarse con semejantes personas es participar de su malvado testimonio. No habla aquí Juan
de recibir personas en nuestros hogares para brindarles nuestro testimonio, sino que se refiere a
aquellos que pretenden ser miembros de la iglesia de Cristo pero cuyas vidas y enseñanzas
demuestran lo contrario. De acuerdo con la definición dada por Juan, estos son los anticristos, que
ofrecen un evangelio falso. Mucho de lo que acabamos de ver fue también escrito por Pablo a los
corintios (I Co. 5:9-13).

Juan termina su carta expresando su esperanza de poder ir a visitarlos y verlos personalmente, y


esto indica que en aquel momento no se encontraba en prisión.

III JUAN: trabajadores por la verdad

Esta epístola está dirigida a un cierto Gayo, del cual Juan se halla seguro de que anda en la
verdad (vv.1-4). Si dicha persona es o no miembro de la iglesia a la que envió su segunda epístola
no lo sabemos, aunque parece existir cierta relación entre el tema tratado en esta carta y la
anterior.

Aparentemente la iglesia de la cual Gayo es miembro tiene algunos otros que han tomado al pie
de la letra las palabras escritas por Juan en su segunda carta y se muestran poco hospitalarios
con los extraños. De todas formas, el caso es que ha surgido este problema en la iglesia de la
cual Gayo es miembro. Juan elogia a Gayo por su hospitalidad hacia todos los extranjeros que
pasan por su ciudad y que han sido bien recibidos por Gayo a nombre de Cristo (vv.5-8).

Pero hay un individuo, nombrado Diótrefes, que se ha mostrado poco amable con aquellos que
han llegado en la verdad e inclusive ha prohibido a otros en la iglesia recibir a aquellos que se han
llegado hasta allí por amor al Nombre del Señor (vv.7, 10). Por tanto, existía un gran peligro de
que, de continuar esta situación, también otros serían influidos y llegarían a ser poco hospitalarios,
con lo cual se pondría en peligro la predicación de la verdad.

Es por ello que Juan escribe esta carta a Gayo, alentándolo a continuar dando el ejemplo y, a la
vez, a seguir el ejemplo de hombres como Demetrio (v.12).

También aquí Juan termina su epístola expresando la esperanza de muy pronto poder ir a verlos
(v.14).
¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Es muy difícil averiguar en detalle las circunstancias que rodearon estas epístolas. Es por ello que
no añadiremos nada por el momento.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Es obvio que al tiempo de escribir Juan estas epístolas ya existían muchos evangelios falsos. Por
encima de todo, el concepto acerca de la vida eterna había sido ya tan pervertido por las falsas
enseñanzas que había muchas personas que corrían el peligro de perder totalmente la verdad del
evangelio. Muchos que habían hecho una buena confesión de fe, se preguntaban ahora si, en
realidad, estaban salvados o si poseían la vida eterna. Los evangelios falsos amenazaban con
quitarles la verdad que los apóstoles habían enseñado y sustituirla por evangelios falsos que no
podían salvar ni ofrecer verdadero consuelo a los que los escuchaban.

Juan deseaba que sus lectores supieran en primer lugar que él sabía de qué estaba hablando.
Había conocido a Jesús en persona y había llegado a conocer la verdadera comunión con Jesús y
con el Padre. Para Juan ello era suficiente para demostrar que él sabía de qué estaba hablando al
enseñar en su epístola acerca de la vida eterna.

Muchas de las doctrinas falsas que estaban siendo proclamadas en el exterior obviamente
negaban la seguridad en el perdón de los pecados cometidos después de haberse uno convertido
al cristianismo. Muchos maestros falsos enseñaban que hay que llevar una vida sin pecado
alguno, queriendo decir que para estar seguros de ser salvos tendrían que llevar una vida
absolutamente inmaculada. Desde luego que tales hombres definían el pecado de forma tal que
podían discutir diciendo que ellos no cometían jamás pecado alguno.

Por consiguiente, Juan enseñó a sus lectores que no solamente pecan todos los cristianos sino
que, en realidad, el negar que uno comete un pecado es hacer mentiroso a Dios y dejar sin efecto
el evangelio. Por ello, uno no podía pretender ser cristiano y estar en comunión con Dios si, en
verdad, estaba encubriendo sus pecados y pretendía no haber pecado en absoluto.

Aun más, Juan deseaba que comprendieran que un verdadero creyente hace obras de justicia,
obras aprobadas por Dios de acuerdo con su Palabra. Aunque los creyentes pequen, no por ello
deben vivir en el pecado o justificar el pecado en sus vidas. Hacerlo significa no ser hijos de Dios
sino de Satán. Algo que debe observarse siempre en el creyente es el amor por los hermanos,
pero aquellos que promulgan sus falsos evangelios se caracterizan por su falta de amor por los
demás.

Por tanto, Juan usa el amor como medida para distinguir entre los creyentes verdaderos y los que
no lo son: pero sabe que muchos de aquellos mismos falsos maestros pretenden “amar a los
hermanos”, así que inmediatamente pasa a demostrarles que a menos que uno afirme la doctrina
sana del evangelio —como Juan y otros lo habían enseñado— no puede en realidad amar a los
demás, porque el amor es posible solamente en el corazón de aquel que ha conocido el amor a
Dios en Jesucristo (a través de la sana doctrina del evangelio). No puede amar en verdad aquel
que no ha creído en el evangelio que los apóstoles predicaron.

Finalmente, Juan enseña que nuestra seguridad en la vida eterna descansa no solamente en el
testimonio de nuestra fe al ser bautizados, ni tan siquiera en recibir el sacramento de la Cena del
Señor dado por la iglesia, a pesar de la importancia que estos dos testimonios tienen, sino en el
testimonio del Espíritu Santo en nuestras almas, que es la base verdadera y fundamento de
nuestra seguridad de que poseemos la vida eterna, al dar testimonio el Espíritu en nosotros a
través de la Palabra de Dios escrita.

Por estas pruebas conocerían sus lectores que poseían la vida eterna y permanecerían firmes
frente a todas las falsas enseñanzas que tanto abundaban en la iglesia de aquellos tiempos.

En las dos epístolas siguientes Juan mostró a sus lectores que andar en la verdad significaba no
solamente obedecer de modo positivo los mandamientos de Dios sino también oponerse a todos
aquellos que predicaban doctrinas diferentes (palabras que había dicho Pablo a los gálatas y que
también enseña el Salmo 1. Pero, al mismo tiempo, Juan les advertía que no rechazaran a
aquellos que se llegaban hasta ellos portando la verdad, como si los únicos poseedores de la
verdad fueran solamente ellos mismos. Existían muchos creyentes y maestros verdaderos que
podían llegarse hasta ellos en cualquier momento, y estos debían ser reconocidos y acogidos con
amor.

Como ejemplo Juan les ponía que muchos que pretendían estar libres de pecado en realidad no
mostraban amor alguno hacia sus hermanos; por tanto, esos individuos no tienen derecho alguno
a decir que están exentos de pecado.

Juan quería también que sus lectores supieran que el reconocer error en las enseñanzas de los
falsos maestros en la iglesia no era tratar de enjuiciar a los demás sino mostrar que poseían en sí
mismos la vida eterna. Sin lugar a dudas, debe haber habido muchos maestros falsos que decían
que todos aquellos que se les oponían eran unos malvados que trataban de ver el mal en sus
enseñanzas. Pero Juan mostró que una característica de los verdaderos creyentes es la habilidad
de distinguir la verdad de la mentira. Tenían que reconocer que tales enseñanzas no eran
simplemente versiones diferentes del evangelio enseñado por él y por los demás apóstoles sino
que eran evangelios contrarios a la verdad y que aquellos que los proclamaban estaban en contra
de Cristo o eran anticristos. La capacidad, pues, de poder distinguir el error era la señal de que
poseían en ellos la vida eterna. Podían distinguir la verdad de la mentira.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Si ya existían evangelios falsos al terminar el siglo primero de nuestra era, ¿qué podemos decir de
los tiempos modernos? Hoy día uno de los grandes males que padece la iglesia es la falta de
seguridad, lo que ha hecho que la iglesia sea aburrida y pesada en sí misma, sin la vitalidad y
confianza que antes tenía, o vegetando rutinariamente en un mundo hostil. Tenemos herejías que
van desde los que proclaman que sólo el pequeño grupo de sus seguidores que guardan
rigurosamente tales y cuales normas serán salvados, hasta aquellos otros que predican la doctrina
del universalismo, asegurando a todos que nadie se perderá al final de los tiempos o, que si uno
se salva, todos se salvarán.

Otras muchas sectas enseñan que sus seguidores no cometen pecado alguno, y de ahí pasan a
definir el pecado de tal forma que es precisamente lo que ellos no hacen lo que constituye el
pecado. Insisten en que solamente sus seguidores tienen cabida en la Iglesia de Dios. Es
necesario que en nuestros tiempos, oponiéndose a todas estas falsas doctrinas, la iglesia enseñe
la gravedad del pecado en la vida de los cristianos y la necesidad de confesar todos los pecados,
con la seguridad de obtener el perdón de los mismos por la gracia del Señor. ¡Cuántas cosas
existen hoy en la iglesia por culpa de los pecados sin confesar de los que dicen conocer a Cristo!

Una de las características principales de los que claman que jamás cometen pecado alguno, de
acuerdo con el evangelio que predican, es la manera dura y cruel con que critican a todos los que
no están de acuerdo con ellos. No sienten ningún amor por los que tratan de hacerles preguntas
acerca de sus falsas doctrinas; y es precisamente de esta forma que se ponen al descubierto a sí
mismos como no siendo creyentes verdaderos, ya que no sienten amor por los demás.

Como lo hizo Juan es necesario que también nosotros, en nuestros tiempos, destaquemos el lugar
de importancia que ocupa el verdadero amor en la confraternidad de los santos. ¡Cuán a menudo
entran extraños en nuestras iglesias y no reciben la más mínima muestra de amor por parte de los
miembros regulares allí reunidos para el servicio del culto! ¡La mayor parte de las veces no hay
nadie que note su presencia!

Al mismo tiempo es imprescindible que la iglesia aprenda a discernir entre el amor verdadero y el
falso. Durante años los liberales en la iglesia han estado tratando de usar la palabra “amor” como
símbolo del evangelio; mas al mismo tiempo niegan la autoridad de las Escrituras y dudan de sus
doctrinas: el nacimiento virginal de Cristo, la divinidad de Cristo, la resurrección del cuerpo, y otras
muchas. Juan nos enseña con toda claridad que nadie que niegue esas verdades puede amar en
verdad, porque, para empezar, el tal no ha conocido el amor a Cristo en su propia vida.

Una de las acusaciones predilectas de los maestros liberales de teología existentes hoy en la
iglesia es que los conservadores (aquellos que se mantienen en la verdad de la Palabra de Dios)
no los aman, queriendo decir con ello, que no los aceptan a ellos ni al derecho que tienen a
enseñar dentro de la iglesia. Pero, precisamente, es una de las características de los verdaderos
creyentes no tolerar falsas enseñanzas dentro de la iglesia. ¡Permitir herejías y tolerarlas es negar
a Cristo y la verdad del evangelio! Por supuesto, que los liberales pueden mostrarse “muy
amables” y permitir que los conservadores permanezcan en la iglesia —ya que, de todos modos,
para ellos no existe la verdad absoluta—, con tal de que no sean dogmáticos (insistir en la rectitud
de su doctrina). Pero, por el contrario, si un hijo de Dios reciproca esa actitud y hace amistad con
los maestros falsos y les brinda su acogida, como si las diferencias teológicas no tuvieran
importancia alguna, ello equivale a traicionar la verdad del evangelio. Sobre esto precisamente
llamaba Juan la atención, y es preciso que lo recordemos hoy.

Por último, puesto que las iglesias pueden errar y con frecuencia son dirigidas por muchos que no
creen en la verdad, la garantía de nuestra vida eterna y de la verdad debe proceder no de los
dictados de la iglesia sino del testimonio del Espíritu en nuestros corazones por la Palabra de
Dios.
Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas

1. ¿Hasta qué grado me preocupan las falsas enseñanzas proclamadas en las iglesias del mundo?
¿en la denominación a la que pertenezco? ¿dentro de mi propia iglesia? ¿en las clases de la
Escuela Dominical o de estudios de la Biblia a que asisto? ¿Qué hago sobre el particular?

2. ¿Qué he hecho con respecto a los pecados cometidos en mi vida? Cuando peco, ¿trato de
encubrir mis pecados y confiar en que Dios no lo haya notado? ¿o me importa solamente que no
lo noten mis amigos cristianos?

3. Cuando estoy lejos de aquellos que me conocen, ¿sigo viviendo de acuerdo con la Palabra de
Dios como cuando me encuentro entre otros cristianos? ¿confieso los pecados cometidos en
secreto o solamente aquellos que han sido descubiertos?

4. ¿Cómo trato a aquellas personas en la iglesia que no están de acuerdo conmigo? ¿Examino mis
propios puntos de vista a la luz de la Palabra de Dios o simplemente las condeno sin más ni
más?

5. ¿Cómo distingo la verdad, siguiendo a la mayoría o estudiando la Palabra de Dios?

6. ¿Tolero a aquellos que predican abiertamente algo que es contrario a las Escrituras? ¿Trato de
enseñarles la verdad? ¿Pido que se les haga disciplina si rehúsan ser corregidos por los
ancianos?

7. ¿Se interesan los ancianos de mi iglesia por lo que se enseña en las clases de la Escuela
Dominical? ¿en los estudios de la Biblia llevados a cabo por los miembros en sus hogares? ¿En
qué forma demuestran su interés los ancianos?

8. Como conservador desde el punto de vista teológico, ¿cuál es mi actitud hacia los que, aunque
enseñando a todas luces doctrinas falsas, se muestran muy “tolerantes” conmigo? ¿Me porto con
ellos de la misma forma y los “tolero”? ¿Es esta actitud buena o mala?

9. ¿En qué descansa mi confianza en la salvación? ¿en la iglesia o en la Palabra de Dios? ¿Sé de
alguna iglesia o denominación que predica la seguridad de la salvación teniendo como base la
autoridad de la iglesia en lugar de la autoridad del Espíritu Santo a través de su Palabra?
12: El Apocalipsis

Introducción

Llegamos ahora al último libro de la Biblia: el Apocalipsis. Este libro ha llamado mucho la atención
en los últimos tiempos y muchos se han atrevido a enseñar tomándolo como texto.
Desgraciadamente, muchos de ellos lo han hecho sin tener la suficiente preparación acerca del
resto de las Escrituras. Es este un libro que no puede entenderse fácilmente, a menos que se
estudie a la luz de todo lo que Dios ha revelado en su Palabra. Está bien claro que fue escrito para
aquellos que conocen la Palabra de Dios y pueden interpretarlo iluminados por todo lo que Dios
enseñó en otros lugares. (Muy apropiadamente es el último de los libros de la Biblia.)

Desde luego que esto es un principio aplicable no sólo a este libro en particular sino a toda la
interpretación de las Escrituras; es decir, que cualquier parte de las Escrituras debe interpretarse a
la luz de todas las Escrituras. La Palabra de Dios constituye una unidad y lo que se enseña en una
parte de la misma no contradice ni se opone a lo que se enseña en cualquiera de sus otras partes.

El Apocalipsis se presta particularmente a malas interpretaciones debido a que contiene muchos


símbolos, los cuales pueden ser comprendidos solamente en relación con su uso en otras partes
de las Escrituras. Desconocer esto y dejar que nuestra imaginación corra libremente al interpretar
el Apocalipsis es exponernos a toda clase de problemas. Hemos visto ya otras porciones de las
Escrituras que contenían símbolos, como partes de Ezequiel, Daniel, Cantar de los Cantares, y
Zacarías. Hicimos notar que dichos símbolos deben interpretarse de acuerdo con lo que se
enseña en otras secciones de las Escrituras y no simplemente con nuestra imaginación.

Podemos preguntarnos por qué el Apocalipsis fue escrito usando tantos símbolos e imágenes que
dificultan su comprensión. Si nos remontamos por un momento a los días en que este libro fue
escrito, algo que hasta cierto punto hemos estudiado, obtendremos la respuesta a esta
interrogación.

Cuando el evangelio comenzó a predicarse por los cristianos por todo el Imperio Romano, los
romanos no concedieron mayor importancia a lo que se enseñaba y pensaron que el cristianismo
era simplemente otra forma del judaísmo, con el cual ya estaban familiarizados. Tan es así que, al
estudiar los viajes misioneros de Pablo, pudimos observar que en más de una ocasión fueron los
mismos oficiales romanos los que protegieron a Pablo de los abusos y maltratos de los judíos.
Pablo jamás vaciló en pedir protección a los romanos, ejercitando sus derechos como ciudadano
romano que era.

Pero según fue pasando el tiempo, los romanos comenzaron poco a poco a mostrar; se cada vez
más hostiles hacia el cristianismo. Comenzaron a perseguir a los cristianos, primero en algunas
ciudades y más tarde en todo el impero. Esto comenzó bajo el reinado de Nerón. Sin lugar a
dudas que fueron los cristianos que vivían en Roma los que provocaron la ira de los emperadores
romanos, ya que predicaban una verdad que se oponía diametralmente a los pecados de Roma,
al igual que la ira de los habitantes de Sodoma se volcó sobre Lot, cuya vida ejemplar los acusaba
directamente.

Tácito, escritor romano del siglo primero de nuestra era, describió a Roma con las siguientes
palabras: “Todo lo que existe de vergonzoso y bajo fluye de aquí.” En aquellos tiempos la
población de Roma era de alrededor de un millón de habitantes.

El primer arresto sufrido por Pablo en Roma se debió más a los judíos de Jerusalén que a los
romanos. Estos lo trataron bastante bien. Pero más tarde, durante la última parte del reinado de
Nerón, Pablo fue encarcelado nuevamente (fue entonces que escribió la epístola a Timoteo) y
ejecutado por los romanos.

En sus últimos años Nerón fue tornándose cada vez más cruel con los que se encontraban a su
alrededor, llegando a mandar a asesinar a su propia madre, hermano, algunas de sus mujeres, a
su tutor, y muchos más. Es opinión general que también mandó a ejecutar a Pedro y a Pablo. Por
último se suicidio. Se le consideró como el primero que ordenó las persecuciones contra la iglesia
por todo el imperio, persecuciones que fueron arreciando a medida que terminaba el siglo primero.

Los más importantes autores de la época: Tácito, Suetonio, y Plinio eran todos anticristianos. La
animosidad de Roma hacia la iglesia creció aun más al rebelarse los judíos contra los romanos; en
el año 70, siendo Vespasiano, padre de Tito, emperador de Roma, los ejércitos de Roma, al
mando del mismo Tito, destruyeron a Jerusalén.

En algún momento a fines del siglo primero, Juan fue encarcelado por los romanos en la isla de
Patmos en el Mediterráneo, cerca de Asia. Generalmente se cree que era prisionero de Roma en
Patmos en tiempos de las persecuciones de Domiciano, alrededor del año 95. Juan tenía que ser
ya muy anciano y se piensa que el Apocalipsis fue su último escrito, aunque no se sabe con toda
seguridad.

Durante mucho tiempo Juan había prestado sus servicios en las iglesias de Asia Menor, teniendo
como centro de sus actividades a Éfeso. Esto se sabe a través de la tradición, no por las
Escrituras. Sin embargo, en el Apocalipsis muestra que estaba muy familiarizado con dichas
iglesias. A través de él, Jesús se dirige directamente a siete de esas iglesias del Asia Menor (ver
mapa).

Era de gran importancia que se dirigiera un mensaje final a las iglesias de toda la cristiandad en el
momento en que terminaba el primer siglo y también acababa la vida del último de los apóstoles.
Pero era también un momento de grandes peligros en que cualquier cosa que se dijera contra
Roma o el imperio traería de inmediato el furor de Roma y pondría en peligro a todo aquel que
poseyera ese tipo de literatura.

Por consiguiente, el Señor habló por medio de Juan usando un lenguaje y unos términos que no
fueran claros para aquellos que no conocían el resto de las Escrituras, aunque eran obvios para
los que sí estaban familiarizados con ellas. Para el resto del mundo parecería ser un libro lleno de
confusiones que no decían nada, que sólo contenía unos cuentos imaginados que carecían de
importancia y que no constituían peligro alguno para Roma. Pudo haber sido la misma clase de
situación imperante en Israel en la época en que fue necesario escribir el Cantar de los Cantares
en una forma críptica muy similar al Apocalipsis.

Por tanto, en un momento en que muchos creyentes pensaban que el Imperio Romano borraría
por completo a la iglesia de la faz de la tierra, era imprescindible que los cristianos supieran que
tal no sería el caso sino que, antes bien, al final el triunfo sería del pueblo de Dios, no importa
cuán malos parecieran ser los tiempos que corrían a la sazón. Era un mensaje de Dios para
alentar y dar valor a su pueblo con la esperanza del triunfo que el Señor les había prometido
desde un principio (ver Gn. 3:15), triunfo en que la simiente de la mujer, los hijos de Dios,
vencerían a la simiente de la serpiente y al mismo Satanás.

El Apocalipsis, por consiguiente, es fundamentalmente una repetición final de la promesa dada y


enseñada tantas veces, a saber, que en Cristo el pueblo de Dios triunfaría y podría llegar a
contemplar a todos sus enemigos ya los que se oponían a Dios vencidos y aplastados para
siempre jamás.
Algunos han tratado de interpretar el Apocalipsis como habiendo sido dirigido solamente a los
cristianos del siglo primero y, por tanto, como referente solamente a ellos en todo su simbolismo.
Otros opinan que el libro habla sólo de los últimos días de la historia de la iglesia en la tierra y, por
tanto, sin gran relación con el momento en que vivimos. Aun otros más piensan que se trata de un
libro escrito en progresión, ofreciéndonos una especie de comentario sobre el desarrollo de la
historia de la iglesia, de manera que los primeros capítulos se referirían a eventos ocurridos
durante los primeros siglos, los capítulos de en medio a hechos de siglos posteriores, y los últimos
a los tiempos finales de la iglesia.

Nuestro enfoque del Apocalipsis será que se trata de un libro altamente simbólico que nos narra,
en dicho lenguaje simbólico, la lucha de la iglesia con el mundo y con Satán a través de toda su
historia, culminando con la victoria final de Cristo y de la iglesia sobre el mundo y sobre Satanás.
De esta forma sus verdades podrán ser aplicadas a todas las generaciones de cristianos para
ayudarles a dilucidar los puntos críticos en la lucha que ha de llevar a cabo cada generación
sucesiva en contra de Satán (el dios de este mundo) y sus seguidores (todos los que se han
negado a creer en nuestro Señor Jesucristo).

¿Qué encontramos aquí?

EL APOCALIPSIS: la lucha entre los reinos de este mundo y el reino de Dios, el cual
triunfará al final

El Apocalipsis comienza con los mensajes dirigidos a las siete iglesias de Asia Menor. En su
introducción a todo el libro como un conjunto, Juan dice que todas las cosas de que trata en su
libro pasarán muy pronto (v.1). Esto nos informa desde el principio mismo del libro que no se trata
de algo que ha de suceder en un futuro lejano y que, por consiguiente, carece de importancia para
los lectores del momento actual. Nos ayuda a ver que el mensaje que aquí se nos presenta no
tiene edad y que está dirigido a todas las generaciones de cristianos.

Juan se identifica como autor del libro (v.1). Dice que está anotando fielmente todo lo que le ha
sido revelado por el Señor por medio de su ángel (1:1,2).

Sigue diciendo que son bienaventurados los que leen su mensaje y lo guardan en sus corazones
(v.3). De nuevo nos recuerda que este libro es sobre cosas que están sucediendo en el momento
en que escribe “porque el tiempo está cerca”.

Salutación (1:4-7)

El mensaje está particularmente dirigido a siete iglesias mencionadas específicamente que


existían en el Asia Menor en el momento en que se escribió. Eran bien conocidas de Juan (v.4).
Es un mensaje dado por el Dios Trino y Uno, indicado al mencionar las tres Personas en la
salutación: el Padre Eterno (del que es y que era y que ha de venir); del Espíritu Santo (los siete
Espíritus que están delante de su trono; el número siete se utiliza frecuentemente para
representar lo que es una totalidad o está completo, por ejemplo, perfecto); y Jesucristo, descrito
aquí como testigo fiel y primogénito, soberano de las naciones, de acuerdo con las palabras del
Salmo 2:7-9.

Después continúa con un gran elogio a Jesús, el cual nos amó y nos liberó de nuestros pecados y
nos constituyó en un reino de sacerdotes, de acuerdo con las palabras de Éxodo 19 y de 1 Pedro
2:9 (Ap. 1:6). La salutación termina muy adecuadamente recordando la esperanza del regreso de
Cristo, en cuyo tiempo ocurrirá el juicio del mundo, según se nos enseña (v.7).

Primera visión: Cristo en medio de las iglesias (1:1-3:22)


Los mensajes a las siete iglesias de Asia contenidos en los capítulos segundo y tercero, se
introducen al finalizar el primer capítulo (1:8-20).

Se describe al que ha de revelar los mensajes como Alfa y Omega (primera y última letra del
alfabeto griego, es decir, el primero y el último, el Dios Eterno, el Todopoderoso; v.8).

Juan nos habla de su primera revelación y cómo fue impulsado a escribirla (vv.9ss). Nos cuenta
que se encontraba en la isla de Patmos por causa del evangelio, indicando probablemente con
ello que había sido encarcelado por sus prédicas (v.9). En el día del Señor (domingo) fue guiado
por el Espíritu de Dios y recibió una serie de revelaciones que más tarde fueron recogidas en este
libro (vv.10, 11).

La visión en sí comienza con el versículo doce. Juan ve siete candelabros de oro y en medio de
ellos a Uno, al cual describe con términos de su gloria. Lo más importante aquí es la aparición de
la figura con el cabello blanco, los pies como bronce bruñido, y la voz como un torrente de agua.
En su mano derecha sujeta siete estrellas y de su boca sale una aguda espada de dos filos (1:12-
16). Era verdaderamente una presencia que asustaba y Juan sintió un espantoso temor (v.17).
Todo esto debe ser interpretado simbólicamente.

En este momento la aparición se identifica a sí misma con palabras que ponen de relieve que era
Jesús a quien estaba viendo Juan, no el Jesús que Juan recordaba, sino una visión simbólica
(vv.17, 18).

Comienza Jesús después a decirle a Juan lo que debía escribir (vv.18, 20). Habla de los símbolos
en la visión que Juan ha visto como de “misterios”. Explica que las siete estrellas que lleva en su
diestra representan los ángeles de las siete iglesias a quienes va dirigido el mensaje y los siete
candelabros las siete iglesias mismas. De esta forma, bien claramente, Jesús le dice a Juan que
la visión que ha visto, y obviamente las visiones que va a ver después, son visiones simbólicas,
queriendo decir con ello que lo que Juan ve representa la verdad que ha de ser enseñada y no
debe interpretarse al pie de la letra. Cristo le está comunicando la verdad a Juan por medio de
símbolos vistos en visiones. Dicha verdad estará de acuerdo con la Palabra de Dios ya revelada.

Volviendo de nuevo a la visión podemos ver, por tanto, que la blancura de su pelo y las llamas de
fuego que describen sus ojos y el bronce bruñido de sus pies son todos símbolos de la pureza de
Cristo. Fuego, blancura, y bronce bruñido son descripciones de lo que se ha purificado y probado
al fuego (Is. 1:18; 6:6,7). La espada que sale de su boca nos recuerda a Hebreos 4:12, y simboliza
la Palabra de Dios que viene de Cristo. Las llaves en sus manos son las llaves del reino de Dios
que abrirán las puertas del infierno y de la muerte (Mt. 16:19).

Toda esta visión en conjunto, por consiguiente le está diciendo a Juan y a la iglesia que Cristo se
encuentra en medio de todas las iglesias y que él representa el ejemplo de pureza para todas las
iglesias, examinándolas con su Palabra para conocer la pureza de las mismas. Las llaves
recuerdan a Juan y a todos que el testimonio de la iglesia es asunto de vida y muerte para
aquellos a quienes ella llega y, por ende, debe ser una iglesia pura y dar un testimonio puro: tan
puro como lo es Cristo.

Los mensajes a las siete iglesias (caps. 2-3)

Los mensajes a las siete iglesias de Asia nos revelan que estas iglesias eran típicas de las
iglesias que ya hemos visto en las epístolas de Pablo y otros.

Nos revela que algunas iglesias se esforzaban por ser puras ante el Señor pero con frecuencia
sufrían persecuciones por ello. Otras carecían de pureza y se encontraban en críticas condiciones,
en peligro de dejar de ser útiles al Señor. Algunas eran ricas y aparentemente prósperas a los ojos
de los hombres, pero no a los de Dios. Asimismo había otras más que estaban en una categoría
intermedia, con miembros verdaderamente fieles y otros que no lo eran. Algunas estaban en
período de crecimiento y parecían llenas de vida, pero tenían problemas internos que
amenazaban su utilidad futura para el Señor.

1. La iglesia de Éfeso (2:1-7)

Todos los mensajes tienen un formato similar. Comienzan con una descripción del Cristo que les habla
en términos de la visión contemplada por Juan. Cada uno de los mensajes contiene exhortaciones y
promesas, con los detalles para llevar a cabo su cumplimiento.

Cristo destaca con estas palabras su presencia en medio de las iglesias, de acuerdo con la visión
concedida a Juan y con la promesa de permanecer siempre con su iglesia (v.1). La iglesia en Éfeso era
una iglesia muy conservadora y activa, y que permanecía fiel a la doctrina (vv.2, 3). Sin embargo, se
había apartado de su primer amor, lo cual significa probablemente el amor al Señor. Aunque activa y
próspera, no la impulsaba en todas sus actividades el amor a Dios y el amor de él por ella. Es
siempre de vital importancia para el Señor el por qué le servimos no cómo servimos (vv.4, 5). Esta
iglesia sabía cómo enfrentarse a las herejías, pero era negligente en lo que respecta a los frutos del
espíritu (v.6). La promesa que se le hace es en términos de compartir en la vida eterna, interés
expresado también por Juan ya desde el primer capítulo. El árbol de vida que aquí se menciona se
explica con más detalles en el último capítulo (Ap. 22).

2. La iglesia de Esmirna (2:8-11)

Cristo habla a esta iglesia de su victoria sobre la muerte (v.8). Esta iglesia se mantiene fiel al Señor y,
debido a ello, está siendo perseguida. Cristo quiere que sepan que esto él lo sabe. Los alienta a que
permanezcan firmes ante la persecución y continúen en la fidelidad, algo muy semejante a lo que
escribió Pedro a aquellos en otros tiempos que sufrían persecuciones por culpa de la fe (vv.9-10). De la
misma forma que él había vencido a la muerte, ahora les prepara la corona de vida (la vida con Cristo
después de acabar sus tribulaciones; v.10). Una vez más, para terminar, les promete la victoria sobre la
segunda muerte (la muerte eterna, expresión de la que se tratará más adelante en Ap. 20).

3. La iglesia de Pérgamo (2:12-17)

En este mensaje se destaca primordialmente la Palabra de Dios que sale de la boca de Cristo. Es este
el tipo de iglesia en que existe la mezcla. Por una parte están los que siguen siendo fieles, que
aparentemente constituyen la mayoría (v.13). Cristo reconoce cuán difícil es mantenerse puros en este
mundo en que Satanás gobierna el corazón de los hombres. Es un mundo que tolera a los que enseñan
doctrinas falsas que amenazan el futuro de esa iglesia (vv.14, 16). Con esto han desoído las palabras
que les dirigió Juan en su primera epístola, al tiempo que toleran a los que viven en la maldad y aún
permanecen en la iglesia. Cristo amenaza con traer la Palabra de Dios sobre ellos si no se arrepienten.
Tiene la esperanza de que muchos le obedecerán y se identificarán con los verdaderos creyentes, con
“el remanente” que aún se mantiene fiel. Se trata aquí de la distinción entre la iglesia visible, que
contiene impurezas, y la Iglesia verdadera, invisible a los hombres pero conocida por Dios (v.17).

4. La iglesia de Tiatira (2:18-29)

Esta también es una iglesia mezclada. Cristo recuerda aquí que sus ojos ven todo lo que está
sucediendo. Puede ver que algunos en esta iglesia permanecen fieles; pero hay otros que corren tras
doctrinas falsas y que llevan una vida de paganos, aun dentro de la misma iglesia. Cristo se dirige a los
que toleran a una hereje que está conduciendo al mal a tantos dentro de la iglesia, comparándola con
Jezabel, la mujer más malvada en toda la historia de Israel. Suponemos que es símbolo de aquellos
que, aunque se encuentran dentro de la iglesia no pertenecen a ella, como lo dijo Juan en la primera de
sus epístolas (vv.20, 23). Es aparente que el número de los que siguen a esta hereje está aumentando.
Jesús les dice a los que aún permanecen fieles que se mantengan firmes contra estas bajas
enseñanzas (vv.24, 25). Les recuerda que si siguen siendo fieles —aunque piensen que ahora están
perdiendo— al final regirán con Cristo sobre todas las naciones de la tierra, reinando con él (vv.25ss).
Puede que sea este un comentario a las palabras contenidas en el Salmo 2 en relación con el reino de
Cristo.

5. La iglesia de Sardis (3:1-6)

Esta iglesia deja mucho que desear a los ojos de Cristo, el cual les recuerda que es él quien rige su
futuro (que los tiene en sus manos). La iglesia parece prosperar (viva) pero para Cristo se encuentra
muerta (v.1). Cristo no encuentra que sus obras sean satisfactorias (basadas en su Palabra, que es la
única forma de hacerla perfecta a los ojos de Dios; cf. II Ti. 3:16-17).

Sin embargo, hay aún algunos en Sardis que tratan de permanecer puros en la doctrina y en la práctica
(v.4). Destaca las vestiduras blancas de los creyentes para hacer realzar la pureza de los mismos frente
a las impurezas de los que se han perdido en el camino del error. Aunque sus nombres permanezcan
en los libros de la iglesia, solamente los nombres de los que han conservado su pureza aparecerán en
el libro que cuenta: el libro de Dios de la vida (v.5).

6. La iglesia de Filadelfia (3:7-13)

Cristo se encuentra muy satisfecho con esta iglesia. Les recuerda que las llaves que tienen en su mano
significan la misión vital que tienen que realizar en la tierra. A pesar de su debilidad, él les ha abierto las
puertas (v.8). Ellos han guardado su palabra y él les promete, por tanto, prepararles un gran puesto en
su reino eterno (vv.9-12).

7. La iglesia de Laodicea (3:14-22)

Esta iglesia no es satisfactoria a los ojos de Dios. Les recuerda su propia fidelidad. Él es el Amén, lo
quiere decir que él es fuente de toda verdad y fidelidad (v.14). Suponen ser una iglesia fuerte y rica;
pero Jesús los ve llenos de necesidades y como agua tibia, que no sirve para nada (vv.15-17). Cristo los
llama a que se reconcilien con él antes de que sea demasiado tarde (v.18). Sus palabras nos hacen
recordar las que dijo el profeta Isaías (Is. 55:1ss). Cristo les ofrece su amistad siempre que se
arrepientan (vv.19, 20).

Después de estos mensajes comienza una serie de visiones dadas a Juan y que continúan por el
resto del libro. Las visiones parecen concentrarse sucesivamente en mayores detalles referentes a
la revelación. Todos hemos visto fotografías aumentadas de tamaño para ofrecer mayores
detalles de las mismas. Podemos imaginar estas visiones de Juan como fotografías cada vez más
detalladas de las visiones que acaba de tener.

La segunda visión (cap. 4) es una ampliación de esa puerta abierta mencionada por Cristo en la
primera visión (3:8). La tercera visión (cap. 5) es la ampliación del Señor digno mencionado en la
segunda visión (4:11). La cuarta visión (caps. 6-11) es una ampliación de la apertura del libro
mencionada en la tercera visión (5:1). La quinta visión (caps. 12-16) es, a su vez, una ampliación
del intervalo de tiempo mencionado en la cuarta visión (10:1-11:14). La sexta visión (caps. 17,18)
es la ampliación de la gran ciudad mencionada en 16:19-21. La séptima visión (caps. 19-22)
constituye la ampliación de la derrota del reino de Satán y el triunfo final del reino de Dios que se
menciona en 18:19,20.

PRIMERA VISIÓN: Cristo en medio de sus iglesias (1:1-3:22)


SEGUNDA VISIÓN: Visión de la Puerta Abierta — detalles de 3:8 (cap. 4)
TERCERA VISIÓN: Visión del Libro Cerrado — detalles de 4:11 (cap. 5)
CUARTA VISIÓN: Visión de los Sellos Abiertos — detalles de 5:1 (caps. 6-11)
QUINTA VISIÓN: Visiones de la lucha de la Iglesia contra Satanás y el mundo — detalles de
10:1-11:14 (caps. 12-16)
SEXTA VISIÓN: Visión de la caída de Babilonia — detalles de 16:19-21 (caps. 17,18)
SEPTIMA VISIÓN: Visión del fin del mundo y destellos de la eternidad — detalles de 18:19,20
(caps. 19-22)
Segunda visión: visión de la Puerta Abierta (detalles de 3:8; cap. 4)

Juan es invitado a dar una mirada al cielo como Dios lo ha preparado y dispuesto para su pueblo
(v.1). De acuerdo con las palabras de Efesios 1:4, Dios se ha propuesto tener un pueblo en su
presencia que sea santo, sin mancha, unido en un lazo de amor. Aquí Juan es llevado a presencia
del Padre, descrito como sentado en un trono (vv.2, 3; cf. Is. 6:1ss). También se encuentra aquí la
Iglesia, representada por 24 ancianos que reinan junto con Dios (v.4). Este número veinticuatro, al
igual que en otras partes, indica las doce tribus (símbolo de la iglesia del Antiguo Testamento) y
los doce apóstoles (símbolo de la iglesia del Nuevo Testamento). El número doce es muy familiar
a los lectores tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Obsérvese asimismo que dichos
ancianos tienen vestiduras blancas, símbolo de los que han sido lavados en la sangre de Cristo
(3:4,18). También está allí el Espíritu Santo, representado por las siete lámparas (los siete
Espíritus de Dios, el Espíritu Santo: perfecto, completo; v.5). Finalmente, también se encuentra allí
Cristo, el redentor de la Iglesia, representado por los Cuatro seres vivientes (vv. 7-8). Puede ser
que nuestros lectores quieran comparar las palabras escritas aquí con aquellas que aparecen en
Ezequiel 1:4-10, con relación a los cuatro seres vivientes.

La conclusión de que los cuatro seres vivientes simbolizan a Jesús en su obra de redención es
como sigue: “el león” identifica a Jesús como descendiente de la tribu de Judá (v.7; cf. 5:5); “el
becerro”, animal de sacrificio, identifica a Jesús como sacrificio por nuestros pecados (Is. 53); “el
hombre” identifica a Jesús como al hijo del hombre, descendiente de los hombres (ls. 7:14; 9:6,7);
y “el águila volando” identifica a Jesús como Señor del Antiguo Testamento (Ex. 19:4) y como
antiguo protector de la Iglesia (ls. 40:31; Ap. 12:14).

Por consiguiente, Cristo guía al cielo en la adoración al Todopoderoso Dios (4:9-11). Se declara a
Dios como digno de toda gloria, honor, y poder. Él es creador de todos y redentor de todos.

Tercera visión: visión del Libro Cerrado (detalles de 4:11, el Dios digno; cap. 5)

Dios, en su gloria, sostiene en sus manos un libro sellado. En los capítulos siguientes se nos
mostrará que ese libro contiene el plan de Dios para la redención de los hombres que se está
llevando a cabo y el juicio del mundo. Solamente Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero, es
digno (4:11) de abrir el libro (vv.2-5). El león (4:7) es también llamado cordero de Dios (v.6; ver 4:7
—el becerro— otro animal usado en los sacrificios). Aquí tenemos la gloria y humildad
estrechamente unidas, algo que la mayor parte de los judíos, desde los contemporáneos de Jesús
hasta los de nuestros días han rehusado aceptar. Solamente al poner a un lado su gloria (el león)
y hacerse hombre (el cordero de Dios; ver 4:7), fue él capaz de redimir a los hombres y así poder
desarrollar el plan de salvación de Dios (5:7-10). Está claro que la misma gloria y alabanza
otorgadas a Dios Todopoderoso en el capítulo cuatro se le dan aquí a Jesús, el Cordero de Dios
(5:11-14).

Es esta una visión de un gran simbolismo, pero hemos tratado de interpretarla no con nuestra
imaginación sino basándonos en la firme Palabra de Dios. La visión nos dice que solamente Cristo
es capaz de redimir nuestros pecados y que él estuvo dispuesto a poner a un lado su propia gloria
para llevarlo a cabo, dando su vida por nosotros (cf. Fi. 2:5-11, que nos enseña esta misma
verdad).

Cuarta visión: visión de los Sellos Abiertos (detalles de 5:1; caps. 6-11)

Los sellos (6:1-8). El Cordero y los cuatro seres vivientes laboran al unísono abriendo el primero
de los cuatro sellos. Estos sellos son muy semejantes a la visión dada a Zacarías (Zc. 1:7-11; 6:1-
8). Tanto en Zacarías como aquí los cuatro jinetes parecen representar las diferentes fuerzas que
obran en la tierra. Él que monta el caballo blanco y que sale a vencer (6:1-2) nos recuerda a 3:21,
en el cual Cristo es el que vence (cf. 19:11ss). El segundo caballo, el bermejo, quita la paz de la
tierra y su color aparentemente significa el derramamiento de sangre (vv.3-4). El tercer caballo, el
negro, representa tiempos de escasez de alimentos, aunque también son tiempos de abundancia
de lujos (vv.5-6). El último de los caballos, un caballo amarillo, representa a la muerte que se
extiende sobre la tierra debido a las plagas y enfermedades (vv.7-8).

Tenemos aquí, simbólicamente, las fuerzas que reinan simultáneamente sobre la tierra en que
viven los hombres. Estos sellos, en forma de cuatro jinetes, simbolizan cuatro sucesos
simultáneos en la historia del hombre, según han acontecido en toda la historia del mundo, desde
los tiempos de Juan hasta el final del mundo. El primero de ellos representa a Cristo saliendo a
conquistar a los hombres del mundo para llevarlos al reino de Dios. El segundo representa la
destrucción causada por las guerras durante toda la historia. El tercero nos representa las
injusticias cometidas por el hombre, como las injusticias sociales (simbolizadas por la escasez de
artículos de primera necesidad, obligando al pobre a ser más pobre aun, mientras que los ricos
pueden aumentar sus lujos que se encuentran en abundancia). El cuarto es símbolo de aquellas
fuerzas por las cuales Dios juzga a ciertas partes de la humanidad en momentos diferentes:
guerra, hambre, pestes, y fieras (compárese con Ez. 14:21, en que estas mismas plagas son
mencionadas como parte del juicio de Dios. Véase también II S. 24:13).

El quinto sello (6:9-11). Mientras que la historia del mundo continúa su curso, según se describe
en los primeros cuatro sellos, el quinto sello muestra que, mientras tanto, en el cielo, aquellos que
son de Cristo y que han muerto por su amor claman porque se acabe la historia y que los justos
sean vengados por el Señor. Preguntan por cuánto tiempo ha de continuar la historia (según se
describe en 6:1-8). Cristo responde que continuará hasta que todos los hijos de Dios, por los que
él murió, hayan llegado a su término en la tierra (hayan sido salvados).

El sexto sello (6:12-17). Este sexto sello, ya muy cerca del final, nos cuenta lo que sucederá
cuando se aproxime el fin. Nos habla de acontecimientos espantosos que sucederán en la tierra
cuando lleguen los últimos tiempos, de forma muy semejante a como lo enseñó Cristo (ver Lc.
13:4ss; Mt. 24). El desencadenamiento de la ira de Dios sobre las naciones de la tierra acabará
con el mundo y con su historia, en forma muy parecida a como lo predijo el Señor en el Salmo 2.

Pero antes de que llegue el día de la ira de Dios es necesario que todos sus hijos sean salvados y
sellados con la promesa del Espíritu Santo (7:1-17; cf. Ef. 1:13,14). Por lo tanto, se les ha
ordenado a los ángeles de la ira de Dios que detengan el juicio final hasta que todos los hijos de
Dios hayan sido sellados (vv.1-3). El número de los sellados fue ciento cuarenta y cuatro mil (v.4).
Este número es el resultado de multiplicar doce por doce por 1000. Hemos visto anteriormente
que los dos números 12 vienen de la iglesia simbólica de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento
(ver Ap. 4:4). El número 1000 se usa tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento como
número indefinido, innumerable (Sal. 90:4; 50:10; Is. 60:22; Mi. 5:2; 6:7; II P. 3:8). La visión quiere
decir de modo muy claro que no se pretende dar un número exacto sino una gran multitud
compuesta de un número incontable de seres, como lo había prometido el Señor a Abraham con
relación a su simiente (7:9). Es por ello que el número 144,000 indica cuán completa es la iglesia;
lo cual, dentro del contexto es de gran importancia. El punto que se quiere destacar en estos
versículos es que el fin no vendrá en la historia del hombre en la tierra hasta que el último de los
hijos de Dios haya sido sellado.

Los que han sido sellados así son los que fueron lavados en la sangre del Cordero (v.14) que
sirven y reinan con Cristo. Gran parte de lo que leemos aquí aparece también en otras partes de
las Escrituras (Mt. 24:21; Ez. 37:27; Is. 54:2,3; Sal. 2; Sal. 23; Is. 25:8).

El séptimo sello (8:1-11:19). Este sello, el último, es ampliado en todos sus detalles para darnos
a conocer el resonar de las siete trompetas del juicio final de Dios sobre los hombres (8:1,2). El
incienso, indicando las oraciones de los santos, se refiere a las oraciones mencionadas
anteriormente en 6:10. Al mencionarse ahora significa que, finalmente, el Señor va a responder a
esas oraciones y vengará la sangre derramada en la tierra por los hijos de Dios (8:3-5).

Las primeras cuatro trompetas, al igual que los primeros cuatro sellos, forman un grupo (8:1-
12). Aparentemente representan el gran juicio de Dios en la tierra, en el que innumerables
personas morirán al mismo tiempo por el juicio directo de Dios desde el cielo. El cuadro que aquí
se nos describe es muy semejante a la descripción dada por Cristo acerca de los últimos días (Mt.
24:15-22).

Después de esta impresionante escena, hay un breve intervalo durante el cual se oye una voz que
clama “¡Ay!” tres veces (v.13).

La quinta trompeta (9:1-12), descrita como el primer “¡Ay!” (ver 9:12), aparentemente representa
las malvadas acciones de Satán en los últimos tiempos, destructivas y encarnizadas pero bajo el
control de Dios. Todavía quedan creyentes en el mundo (9:4). En otra parte se identifica a Satán
con el abismo (Lc. 8:31; Ap. 11:7; 20:3). Más tarde se nos dice que en los últimos tiempos vendrá
Satán con gran fuerza destructora (Ap. 20:7ss; cf. el hombre del pecado, II Tes. 2:1ss). El poder
de Satán sobre la tierra, que hasta este momento había estado sujeto, será liberado para que
pueda hacer sobre la tierra todo el daño de que es capaz en forma muy superior a la que antes
había hecho.

La sexta trompeta (11:14), llamada el segundo “¡Ay!”, representa el poder celestial que será
liberado también en estos últimos tiempos. Los juicios aquí descritos son muy parecidos al juicio
de Sodoma y Gomorra (9:18). Aunque los hombres de la tierra sabrán en aquellos tiempos que el
juicio de Dios ya está con ellos, habrá muchos aún que se nieguen a arrepentirse y a creer en él
(9:20,21).

Después tenemos a continuación un breve intervalo (10:1-11:14). Este espacio de tiempo precede
a la séptima trompeta del séptimo sello. Cuando suene la séptima trompeta del séptimo ángel,
entonces sobrevendrá el final de los hombres (10:5-7). Pero antes del fin se le enseña a Juan un
librito abierto (10:2) y se le dice que lo tome y que lo coma (v.8). Así lo hace y, aunque el sabor es
dulce a la boca, le amarga el vientre (vv.9, 10). Juan comprende con esta lección que se le
compele a predicar el evangelio, una y otra vez, entre todas las naciones dé la tierra (v.11).

Es de esta forma que el Señor muestra a Juan que el fin del mundo y el juicio final no sucederán
hasta que no haya concluido a los ojos de Dios la labor de la iglesia en ejecutar la gran misión que
le fue confiada. Mientras no llegue el final es obligación de los creyentes, representados aquí por
Juan, seguir declarando la verdad de Dios a aquellos a quienes Cristo los ha enviado (He. 1:8).
Ese evangelio, aunque dulce para ellos, será a la vez un evangelio amargo al tener que sufrir por
su causa, como lo había enseñado Pedro en sus dos epístolas (cf. Ez. 2:8; 3:1-3; Jr. 15:16). Es de
esta forma que tanto Juan como Pablo, contemplando estas revelaciones, afirman que conociendo
el temor del Señor, persuaden a los hombres (II Co. 5:11).

El capítulo 11 nos pinta el primer cuadro de la historia de la iglesia en su lucha contra el mal del
mundo. Se representa esa lucha como un período de 42 meses (11:1,2), el número 42 siendo el
resultado de 7 x 6. Si vemos el número “7″ como representando la totalidad, entonces el “6″
querría indicar lo que aún no se ha terminado, o sea, el tiempo que aún falta para llegar al
momento final. Recuérdese, todavía no hemos llegado, en la revelación que se nos ha dado hasta
ahora, al final, a la séptima trompeta del séptimo sello. Si contamos los días, representados por
esos 42 meses, obtendremos la suma de 1260 días, número que hemos de encontrarnos un poco
más adelante (12:6).

La lucha entre la iglesia y el mundo de Satán se encuentra representada por dos testigos de Dios
quienes, después de haber dado su testimonio, son heridos por Satán (la bestia que sube del
abismo); pero que al final son levantados por Dios (11:3-13). Hay varias cosas en esta parte que
nos hacen recordar las palabras del libro de Zacarías, capítulo 4. Lo que se nos ha descrito indica
que dos testigos (testigos de Cristo en el mundo) parecerán ser vencidos por Satanás en los
últimos tiempos, cosa de lo que se alegrará el mundo (11:10). Pero el Señor tiene la última
respuesta y, al final, serán los testigos los que sobrevivan cuando sea juzgada la ciudad de este
mundo (vv.12, 13).

La séptima trompeta del séptimo sello ocasiona el juicio final de Dios sobre este mundo.
Inmediatamente después de ser resucitados los dos testigos de Cristo en la tierra (11:12), Dios
convoca el juicio final de los pecadores y de Satanás (11:15-19). La historia termina ahora. Se
cumple la promesa dada por Dios por primera vez en Génesis 3:15. Satanás es derrotado (11:15).
Y todos los cielos, incluyendo también a la iglesia, se regocijan (11:16ss).

Por lo tanto, en términos simbólicos, el séptimo sello nos dice que al acercarse cada vez más el
día del juicio final, cosas terribles sucederán en la tierra. El testimonio de los hijos de Dios
continuará hasta el mismo final. Aparentemente serán vencidos y silenciados por el mundo, pero
Cristo vendrá antes de que sean totalmente derrotados y elevará a los suyos, juzgando absoluta y
totalmente a todos los demás. Estas palabras son muy semejantes a las que Jesús enseña con
respecto a los últimos tiempos (ver Mt. 24), a lo que enseña Pablo (ver II Set. 2; II Ti. 4), y también
a lo que enseña Pedro (ver II P. 2,3).

También en el Antiguo Testamento encontramos palabras semejantes pronunciadas por el profeta


Daniel con respecto a los últimos tiempos (Daniel 12).

Quinta visión: las visiones de la lucha de la iglesia, a través de toda su historia,


contra de Satanás y del mundo (detalles acerca del intervalo; 10:1-11:14; caps. 12-16)

La parte del Apocalipsis que sigue encierra varias visiones. Han sido agrupadas bajo una sola
unidad puesto que tratan de la misma verdad. El intervalo que vemos en la última visión (10:1-
11:14) nos habla de la obra de la iglesia proclamando el evangelio hasta que llegue el día del
juicio final. Aquí se nos presenta con más detalles esa lucha que resulta del cumplimiento de su
misión por parte de la iglesia, ya que Satanás, mediante sus seguidores en la tierra —los
enemigos de Cristo y de sus seguidores—, trata de obstaculizar la proclamación del evangelio en
el mundo. Estudiaremos a continuación estas visiones una por una.

1. La visión de la mujer y el dragón (cap. 12). La mujer (v.1) representa a la iglesia; tiene una corona de
doce estrellas (símbolo de la iglesia; 4:4; 7:4). De acuerdo con la promesa hecha de que Cristo nacería
de una mujer (Gn. 3:15; Is. 7:14), ella lleva en su vientre a un niño, a Cristo (v.2).

El dragón (v.3) a todas luces es Satanás (ver 12:9), el cual espera para devorar al niño que ha de dar a
luz la mujer (v.4): justamente de la misma forma en que Satanás, a través de Herodes, trató de matar a
Jesús y, más tarde, en las tentaciones que le hizo trató de que Jesús llegara a un pacto con él y, aun
más tarde, incitó a los hombres a que crucificaran a Jesús.

El niño recién nacido se identifica muy claramente con el Hijo de Dios (v.5; cf. Sal. 2). Cuando su hijo
fue arrebatado hacia Dios, la mujer —la iglesia— que quedó en la tierra es obligada a permanecer en el
mundo, sostenida por el Señor a través de la historia (v.6). Obsérvese aquí que el tiempo que ella ha de
sufrir es 1260 días, igual a los 42 meses mencionados en 11:2. Así tenemos que el tiempo que la mujer
dará testimonio en el mundo es idéntico al de los dos testigos del capítulo 11. Podemos, pues, llegar a
la conclusión, que ambos se refieren al mismo espacio de tiempo.

Cuando Cristo ascendió, Satanás fue expulsado del cielo y de la presencia de Dios. De manera que ya
no puede continuar acusando a los hijos de Dios (12:7-12). Satanás está atado a la tierra, atado por el
poder de Cristo; pero esto no quiere decir que no pueda hacer su trabajo en el mundo. Cristo habla de
cómo él sujeta a Satanás (Mt. 12:28,39), y también de haber visto a Satanás caer del cielo (Lc. 10: 18).
Y es Pablo el que se alegra de que ahora, en la victoria que Cristo ha ganado para sus santos, no hay
nadie que los pueda acusar ante Dios (Rom. 8:31-39). Es evidente que antes (por ejemplo, en tiempos
de Job, Satán podía entrar en el cielo y acusar a aquellos que creían en el Señor; pero ya no más).

El resto de esta visión indica la hostilidad entre Satán y la mujer (la iglesia). Ella es perseguida (v.13),
pero el Señor la alimenta (v.14; cf. Ex. 19:4; Isa. 40:31; Ap. 4:7). Tenemos aquí “un tiempo, y tiempos, y
la mitad de un tiempo”, que equivaldrían a los 42 meses o 1260 días. Este término es también empleado
por Daniel para representar el período de la historia de la iglesia en el mundo (Dn. 12:7). Las palabras
con que termina esta visión representan la lucha incesante entre Satanás y la iglesia a lo largo de la
historia (v.17).

2. La visión del dragón y de la bestia (13:1-10). La bestia con las coronas en su cabeza representa los
reinos de este mundo, controlados por Satanás (el dragón; 13:1-2). También en otra parte de las
Escrituras vemos que la bestia representa los reinos de este mundo (Dn. 7). La bestia, los reinos de
este mundo que parecen haber sido derrotados, vuelve a levantarse de nuevo y todo el mundo le rinde
pleitesía y gloria (vv.3-6). Al igual que Satanás, la bestia está llena de blasfemias y le hace la guerra a la
iglesia (vv.6-8). Esto puede muy bien compararse con lo que vimos en la visión anterior.

Sin embargo, el pueblo de Dios en la tierra ha de luchar contra la bestia no con las armas de este
mundo (las espadas de los hombres) sino con la espada del Espíritu, como hemos visto anteriormente
(v.10).

3. La visión de la primera y de la segunda bestia (13:11-18). La otra bestia que aparece ahora aquí se
describe como semejante a un cordero pero refiriéndose a ella como un dragón (demonio). Esto indica,
por lo tanto, una bestia que exteriormente parece como la iglesia (como Cristo), pero cuando uno
escucha lo que tiene que decir, sus palabras son palabras de los hijos de Satanás (v.11). Su función
primordial en el mundo parece ser conducir a los que se encuentran en el mundo hacia la primera bestia
(los poderes seculares de este mundo; vv.12-15).

Esta visión nos señala la existencia en este mundo de una falsa iglesia. Dicha iglesia enseñará a
muchos y los llevará no hasta Cristo sino a Satanás. Por consiguiente, esto está de acuerdo con lo
enseñado por Jesús al decir que surgirían muchos falsos profetas que engañarían aun a los elegidos,
de ser ello posible (Mt. 24:24). También está de acuerdo con las palabras dichas por Pablo acerca del
“hombre de pecado” que aparecería en los últimos tiempos, el cual serviría no a Dios sino a Satanás,
aunque tuviese cierta clase de religión (II Tes. 2:3-12). Además, también corresponde a lo que nos
enseña Juan al tratar del anticristo, quien surge de dentro y no de fuera de la iglesia. El sello puesto por
la bestia a los hombres de la tierra que no creen en Cristo está en contraste con el sello dado a los
justos, como se nos dice en el capítulo 7.

Lo que se quiere decir aquí es que Satán encontrará un fuerte aliado en la falsa iglesia que surgirá en la
historia y que apartará a muchos del camino que conduce a Cristo para llevarlos hasta él. Tanto los
evangelios como el resto del Nuevo Testamento han advertido acerca de esta falsa iglesia que, como
hemos visto, es sólo una continuación de la falsa iglesia del Antiguo Testamento. Llegará finalmente un
momento en que el poder del mundo será tan grande y tan opresor sobre los hombres que nadie podrá
tener esperanzas de sobrevivir, financiera o económicamente, sin la cooperación del mundo (13:7). El
número que se da, 666 (v.18), cómo número de esa segunda bestia, representa lo absolutamente
imperfecto (comparado con el número 777, que representada la perfección absoluta).

4. La visión de la oveja verdadera y de su iglesia (14:1-5). En oposición al cordero falso vemos ahora al
Cordero verdadero, que es Cristo (v.1; cf. 5:6). Con él está toda la iglesia (144.000; cf. 7). Los 144.000
constituyen la iglesia perfeccionada de Cristo, el “remanente verdadero“, en contraste con la iglesia
falsa de que se habla en el capítulo 13 (14:3-5). Son redimidos por la sangre de Cristo, como han de
serlo todos los que han de salvarse (v.4). Están inmaculados, como Dios determinó que fuesen todos
los que son suyos (Ef. 1:4). Se les llama vírgenes (v.4), ya que este término se usa frecuentemente en
el Antiguo Testamento para describir al pueblo de Dios (ls. 37:22; Je. 31:4). En resumen, no
representan a un grupo de cristianos superiores sino simplemente a la verdadera iglesia en contraste
con la iglesia falsa de este mundo.

5. La visión de las buenas nuevas proclamadas (14:6-13). Esta visión muestra a mundo siendo juzgado
sin esperanza alguna, excepto las buenas nuevas del evangelio (14:6). Se les dice a los hombres que
teman al Señor y traten de reconciliarse con él (vv. 7ss; cf. Sal. 2). Aquellos que no se reconcilien con
Dios irán al infierno por toda la eternidad (vv.9-12; cf. Is. 1:24-31; 66:22-24). Los que se reconcilien con
Dios serán bienaventurados (v.13; cf. Sal. 1).

6. La visión de las dos cosechas (14:14-20). La primera cosecha es la cosecha de almas para Cristo
(vv.14-16). Esta imagen puede compararse a las palabras dichas por Jesús que encontramos en Mateo
9:37,38 con relación a la recogida de la mies (Mt. 13:36-43). La segunda cosecha es la cosecha de la
ira de Dios (vv.17-20). De modo semejante describe Isaías la ira de Dios (Is. 63:2,3; cf. Ap. 19:15). El
juicio de los enemigos de Dios y nuestros, aquí representado, nos trae a la mente las promesas de
Génesis 3:15.

7. La visión de las siete plagas de la ira de Dios (caps. 15,16). Esta escena es acerca de los últimos
tiempos de la historia del mundo, comparable, por tanto, a la última parte del capítulo 11. Dios dará por
terminado su juicio de las naciones.

En primer lugar, vemos al pueblo de Dios entonando un cántico de triunfo en el cielo mientras que la
tierra es sometida al juicio (15:2-8). El capítulo 16 enumera los últimos terribles días de la historia en el
juicio. Puede compararse esta acción a las palabras de Cristo que todavía hay creyentes en la tierra
(16:15).

Con esto terminan las visiones que comenzaron en el capítulo 12, referentes a la lucha de la iglesia en
el mundo contra Satanás y sus seguidores. Lo que se nos muestra aquí es muy semejante a lo que
hemos visto en otras partes acerca de lo difícil que resulta dar testimonio de Cristo y de su luz en un
mundo lleno de pecados y de tinieblas espirituales. Pero se nos da la seguridad de que Dios tendrá la
última palabra y que al final su pueblo será el que alcance el triunfo.

Sexta visión: detalles acerca de la caída de Babilonia, los reinos de este


mundo (16:19-21; caps. 17-18)

Tenemos representados aquí los reinos de este mundo por Babilonia, lugar del primer gran
imperio de los hombres (cf. Dn. 2). Roma es comparada con ese gran imperio, simbolizada por las
siete colinas. Recordamos que en Daniel 2 el Señor habló de los cuatro grandes imperios que
existirían en el mundo antes de que Dios estableciese su reino en la tierra para destruir a los
reinos de este mundo. El cuarto de dichos imperios es Roma. Dentro de este contexto, Babilonia
representa a las naciones de la tierra —al poder secular como por encima y en contra del reino de
Dios en la tierra— y puede ser comparada a la primera bestia del capítulo 13. Representa el
territorio del mundo de Satán.

Estos reinos del mundo compiten en contra de Dios por los corazones de los hombres, pero Dios
llama a los suyos de los reinos de este mundo (18:4,5). Al final el pueblo de Dios se regocijará en
la derrota de las ciudades de la tierra en el último día (18:20). Mientras tanto, el mundo amará la
ciudad de Satán y lamentará su calda (18:8-19). Una vez más, el cuadro que aquí se nos presenta
es muy semejante a lo que se dice en los primeros versos del Salmo 2, que hablan de la rebelión
del mundo, dirigida por sus líderes, en contra de Dios y de su Ungido.

Séptima visión: fin del mundo, destellos de la eternidad (la derrota del imperio de
Satán y el júbilo del pueblo de Dios (18:19,20; caps. 19-22)

1. Las dos grandes cenas (cap. 19). La primera cena es la cena de bodas del Cordero de Dios con su
esposa, la Iglesia verdadera (19:1-18). Podemos compararla a Mateo 22:1-14; 25:1-13; Lucas 12:36;
Juan 3:29. La esposa de Cristo está vestida de lino fino blanco (19:8; cf. 6:11; 7:14). La esposa es la
Iglesia.

La segunda cena es la cena de las aves que comen la carne de los que han sido condenados por el
juicio de Dios (19:11-21). Primero se describe a Cristo yendo a la guerra con su espada de dos filos
(vv.11-16). Eso se puede comparar a las palabras escritas por Pablo en relación a la lucha cristiana (Ef.
6). También refleja la verdad enseñada en Salmo 2:4-9 en lo concerniente a la batalla de Cristo contra
las naciones del mundo al poner de rodillas a los hombres con el establecimiento de su reino. Los
cadáveres de los que han sido condenados constituyen una gráfica descripción de la alternativa a creer:
destrucción (Jn. 3:16; II Co. 2:14-17). ¡Todos los hombres estarán en una de las dos cenas!

2. Derrocamiento de Satanás, dios de este mundo (cap. 20). Se dice que Satanás ha sido atado por
1000 años (20:2). Recordamos que Jesús habló de atar a Satanás para impedir sus intenciones (liberar
a los que se encontraban en su poder; Mt. 12:28,29). Véase también lo explicado con relación a
Apocalipsis 12. Las ataduras de Satán no quieren decir que esté totalmente incapacitado de actuar, sino
que no puede retener a ninguno que Dios quiera liberar de él por medio del evangelio. El evangelio es el
poder para liberar a los hombres de las garras de Satanás; y Satanás está atado, sin poder impedir que
ellos vayan a Cristo. La predicación del evangelio ata en verdad a Satán.

Los 1000 años que se mencionan aquí son símbolo del período de la iglesia en la historia [N. del E.
Muchos eruditos de la Biblia afirman un período literal de 1000 años], de la misma forma que Pedro usó
este término (II P. 3:8,9). No significa un número de años al pie de la letra sino que cubre el período de
tiempo comprendido entre la ascensión de Jesús al cielo y su regreso a la tierra. Por consiguiente,
puede compararse a los 42 meses y a los 1260 días y al tiempo, tiempos, y medio tiempo que vimos
antes en nuestro estudio de este libro. Es un período durante el cual Satanás está totalmente
incapacitado de impedir que el evangelio llegue hasta los hombres y los arranque de sus garras (ver
Jud. 23). Es el período que Dios ha concedido a su iglesia para proclamar su evangelio hasta los
confines del mundo antes del regreso de Cristo. En este momento el pueblo de Cristo reina con él en su
reino entre los hombres (20:3). No es correcto pensar que Cristo reinará solamente al final del tiempo.
Él reina ahora (Ex. 15:18; Rom. 5:17; II Ti. 2:12; Lc. 22:9). Por tanto, aquellos que mueren en la fe en el
Señor, van al cielo a reinar con él (v.4; cf. 3:21; 5:10).

El resto de los muertos continúan como tales (sin poder llegar hasta Dios, apartados de él). El volver a
nacer y continuar la vida como hijos de Dios, una vez salvados, es a lo que se da el nombre de primera
resurrección (vv.5, 6), la primera fase de la resurrección última de sus cuerpos, así como también de
sus espíritus (cf. I Co. 15). Estos son inmunes a una segunda muerte, aunque hayan muerto una vez en
el cuerpo. La segunda muerte —la eternidad en el infierno, el lago de fuego— la encontramos descrita
en el versículo 14. Todo aquel que no haya creído en Cristo aquí en la tierra, por lo tanto, cuando muere
va a un lugar lejos de Dios y del pueblo de Dios, en donde ha de esperar por su segunda muerte: el
sufrimiento eterno en el infierno (cf. 16:19-31, historia del rico y Lázaro).

Hacia el final de la historia del hombre en la tierra —al final de los 1000 años— Satanás será desatado
por un breve espacio de tiempo; entonces habrá grandes horrores en la tierra y serán días de tribulación
para la iglesia del mundo entero (vv.7-9). Podemos comparar este período al final de los tiempos con la
actividad de Satanás descrita en 9:1-11. Ya hemos visto que tanto Jesús, como Pablo y Pedro insisten
en los sufrimientos y tribulaciones que ocurrirán en los últimos tiempos, cuando surja el hombre del
pecado para apartar a los hombres lejos de Cristo de un modo terrible (Mt. 24; II Tes. 2; II P. 3:3;
también Jud. 18).

Parecerá que Satanás ha vencido a la iglesia, pero antes de que eso suceda, el Señor vendrá e
inmediatamente juzgará a Satanás y al mundo (vv.9, 10).

El juicio del mundo se detalla en los versículos 11-14. Todos los hombres que alguna vez vivieron en la
tierra serán juzgados de acuerdo con los libros de Dios, de acuerdo con las reglas de Dios. Todos
aquellos cuyos nombres no estén escritos en el libro de la vida, serán arrojados al lago de fuego (v.15;
cf. 3:5).

3. Los nuevos cielos y la nueva tierra (caps. 21,22)

Los nuevos cielos y la nueva tierra que vienen de Dios fueron descritos por primera vez en Isaías 65:17
y 66:22 como el lugar que Dios ha preparado para vivir en júbilo y como contraste al cielo y tierra
antiguos que desaparecerán. Pedro describe este fenómeno (los nuevos cielos y tierra) como la
esperanza del cristiano, en donde mora la justicia (II P 3:12,13). El mismo Jesús había hablado de un
lugar que había preparada para los suyos (Jn. 14:1ss). A dicho lugar se le da también el nombre de la
nueva Jerusalén (v.2). El autor de la Epístola a los Hebreos escribió bien claro que era hacia este cielo y
tierra nuevos, hacia esta nueva Jerusalén, la ciudad de Dios, preparada para los suyos, hacia la cual
habían vuelto la vista todos los santos desde la época de Abraham. En ello habían puesto toda
esperanza (He. 11:10,16; 12:22). También Pablo advirtió a los gálatas que no depositaran sus
esperanzas en la Jerusalén de este mundo (la Jerusalén del presente) sino en la Jerusalén que estaba
en lo alto (Ga. 4:25,26).

Por tanto, la nueva Jerusalén —los nuevos cielos y tierra— llega en este momento culminante de toda
la historia, después que los nombres hayan sido juzgados, cuando solamente queden los santos de
Dios. Una vez más se la describe como esposa (v.2; cf. 19:7). Entonces, cuando los hijos de Dios
moren en esta nueva Jerusalén que él les ha preparado, todas las lágrimas y sufrimientos serán
borrados, como lo había prometido el Señor muchos siglos antes a través del profeta Isaías (25:8;
35:10; 51:11; 65:19). Entonces será el cumplimiento del plan de Dios de tener a su pueblo consigo
viviendo junto a él por toda la eternidad (v.3; Ef. 1:4). Entonces todo será nuevo (v.5). Entonces lo que
él había prometido a Isaías, una fuente de vida en la que todos podrían beber libremente, alcanzará su
cumplimiento (v.6; Is. 55:1ss). Es entonces también que los hijos de Dios tendrán la herencia
imperecedera (1 P. 1).

La nueva Jerusalén es descrita de modo semejante a la que podemos ver en la visión que tuvo Ezequiel
de su visita a la ciudad de Dios (Ez. 40-48) (Ap. 21:9-26). Allí serán comunes aquellas cosas por las que
los hombres de la tierra han asesinado, luchado, y mentido (piedras preciosas, perlas, oro),
mostrándonos la vanidad de la obsesión del mundo con sus deseos y tesoros (vv.18-21). No habrá
nadie allí que no haya sido lavado de sus pecados por la sangre del Cordero (v.27).

Los símbolos que se mencionan en esta ciudad eterna, la cual tiene 12 puertas y 12 cimientos, nos
sugiere una vez más las iglesias del Antiguo y del Nuevo Testamento (12 tribus, 12 apóstoles, cf. Ap.
4:4).

Podemos llegar a la conclusión, al estudiar el capítulo 22, de que es allí, en la ciudad eterna, donde el
pueblo de Dios servirá solamente al Señor (22:3), indicándose con ello que no pasarán una vida de
pereza sino todo lo contrario, activamente ocupados en la gloria de Dios. Esta actividad incluye reinar
con Dios para siempre (v.5). De esto podemos llegar a la conclusión de que la vida eterna de los
creyentes será una vida rica y perfecta.

El libro concluye con los versículos 22:8-21, destacando la importancia de que el cielo será para los
creyentes verdaderos, cuyas ropas son lavadas en la sangre del Cordero (22:14; cp. 7:14). Allí no
tendrán cabida los incrédulos (22:11,15).

De modo muy adecuado el libro termina con una invitación que hace Cristo y su Iglesia para que todos
se lleguen hasta él y, después, con un llamado que hace la iglesia de este mundo a Cristo para que
vuelva muy pronto (22:17-20).

¿Qué otra información adicional nos puede ayudar?

Sería bueno revisar una vez más lo que hemos dicho acerca de los territorios comprendidos en el
Asia Menor, de los cuales hablamos al estudiar los viajes misioneros de Pablo y las epístolas que
escribió a algunas de las iglesias en las ciudades de Asia. No diremos otra cosa sino que la isla de
Patmos se encuentra situada en el Mediterráneo cerca de la costa suroeste de Asia. Es una isla
muy pequeña, y cuando Juan estuvo allí como prisionero era un lugar árido y desolado. Era
comúnmente un lugar usado por los romanos para deportar a los enemigos del imperio.

¿Qué significado tuvo esta revelación para el pueblo de Dios cuando le fue dada
originalmente?

Como hemos tratado de explicar, el Apocalipsis fue escrito para el pueblo de Dios que se
encontraba luchando contra el poder del Imperio Romano a fines del siglo primero de nuestra era.
El mismo hecho de que Juan, el último de los apóstoles, hubiera sido deportado por Roma es una
clara indicación de la situación existente en aquel momento dentro de la iglesia. Era de
extraordinaria importancia, en un momento en que acababa el primer siglo después de Cristo y
que toda la primera generación de seguidores de Cristo había desaparecido casi por completo,
preparar y alentar a los que venían detrás a permanecer firmes en la fe a fin de que pudieran
alcanzar el resultado de sus esfuerzos, no desde el punto de vista de los hombres sino de Dios.
Las siete iglesias del Asia menor eran típicas de las iglesias de la época y prototipos de las que
existirían en el transcurso de los siglos: algunas fieles, otras no; algunas contando con miembros
que eran verdaderos creyentes y otros que trataban de apartarlas de la verdadera fe. Era
necesario que todas las iglesias supieran la importancia que tenía permanecer puras para poder
rendir un testimonio (testimonio de vida y muerte para sus oyentes) que fuera puto también. Al
recordar que Jesús se encuentra siempre presente y ve lo que sucede en todas las iglesias,
serían alentadas a continuar siendo puras en la doctrina y en la vida.

Al leer el mensaje dirigido a las siete iglesias (iglesias representando el conjunto de toda la iglesia
como una totalidad), sabrían que no importaba cuán firmes estuvieran en la doctrina, ni cuántas
buenas obras realizaran, si el amor de Dios en ellas se enfriaba, porque ello ofendería a Dios.
Comprenderían que Cristo ve las faltas en que incurren las iglesias y, por tanto, tampoco los
hombres podían pasar por alto esas faltas; y en los casos de herejías o de individuos que trataran
de conducirlos por un camino de pecado era preciso actuar con decisión. Aprenderían que las
iglesias fieles no podían esperar verse libres de persecuciones, pero que debían continuar
firmemente en la fe, sin que importaran las opresiones de este mundo. Aquellas otras iglesias que
exteriormente eran ricas y prósperas y, por consiguiente, complacidas consigo mismas, serían
consideradas como repulsivas para Cristo, el cual las arrojaría lejos de sí.

La visión de la puerta abierta alentaría a los creyentes a saber que en el cielo se prepara el plan
de Dios para su pueblo, y que lo que su voluntad hace en el cielo será hecho también algún día en
la tierra.

Con la visión de los sellos abiertos la iglesia comprendería que los padecimientos en la tierra
debían continuar a lo largo de toda su historia, pero que en el contexto de los sufrimientos
humanos los cristianos encuentran la oportunidad de ofrecer a los hombres una vida mejor, libre
de los dolores y de la muerte de este mundo. Estarían reconfortados ante la idea de que aunque
el cristiano debe vivir en un mundo lleno de pecados, de guerras, de enfermedades, hambres, e
injusticias sociales, vale la pena vivir así porque al final todo hijo de Dios será llamado de este
mundo. La historia no terminará hasta que todo hijo de Dios se encuentre seguro junto al Padre.

También llegarían a saber que, al pasar el tiempo, las cosas irían empeorando cada vez más, lo
que podría ser causa de que los cristianos cejaran en su empeño, si no fuera por esas visiones
que les enseñaban que Dios estaba por encima de todo y que redimiría a los suyos de este
mundo.

En las visiones de la lucha de la iglesia en el mundo en contra de Satanás, el pueblo de Dios


podría aprender que sus batallas contra Satanás y sus seguidores no eran sino la continuación de
la lucha entre Satanás y Cristo desencadenada en la tierra desde que Jesús había andado por
este mundo. Podrían ver que aunque Satanás es un enemigo poderoso no puede enfrentarse al
evangelio que les ha sido dado, el cual puede librar a los hombres de sus garras.

También podrían ver, en verdad, que no todos los enemigos de la iglesia se encuentran en el
mundo secular sino que hay muchos de ellos dentro de la iglesia misma, que muchos serán
conducidos a Satanás pensando que van hacia a un pueblo religioso. Comprenderían por qué
Cristo había sido tan duro con las iglesias de Asia que habían tolerado a aquellos que servían a
Satanás dentro de la iglesia.

En la visión del Cordero verdadero encontrarían alientos para saber que aunque no siempre
fueran capaces de poder distinguir la iglesia verdadera de la falsa, Cristo sí puede hacerlo;
solamente los creyentes verdaderos serán salvados al final.
La visión de las dos cosechas y de las dos cenas les hada comprender la importancia de que
todos los hombres fueran invitados a participar de la cosecha y de la cena de Cristo, no fuera a
ser que fuesen destruidos.

Las visiones de la caída de Babilonia sedan entendidas por ellos como refiriéndose a la inevitable
caída de Roma, la ciudad que en aquel momento representaba a Satán, capital del mundo secular
y perseguidora de la iglesia.

Las últimas visiones, que hablaban de lo que sucedería en los últimos tiempos, podrían parecerles
como que ya estaban sucediendo en el preciso momento en que vivían. Sin embargo, se les
aseguraba que no importaba cuántas calamidades sucedieran a los hijos de Dios en la tierra,
Jesús volvería antes de que la iglesia fuera destruida en la tierra y levantada a los suyos para
llevarlos a su lado antes de que llegase el día del juicio final. Mientras tanto, podrían ver en esto
que en verdad ellos reinan con Cristo y que aquellos que habían muerto antes que ellos se
encontraban ya en su presencia. Aunque el mundo piense que ha prevalecido sobre Cristo y su
iglesia, la verdadera situación es bien diferente.

Se les aseguraba que al final todo sería enderezado en el juicio de Dios; Cristo les había
preparado una vida eterna con él en la morada que él les tenía destinada, lugar jamás visto por
ojos humanos y que está más allá de toda imaginación, lugar en que todos los tesoros de la tierra
no sirven más que de piedras para que caminen sobre ellas los santos, comparados a la gloria
que les ha sido revelada.

Al terminar de leer el libro se sentirían reconfortados y alentados a unirse a Cristo, llamando a


todos los hombres a unirse a él, con la seguridad de que muy pronto vendrá el día en que Cristo
regresará; entonces será el final para los malvados pero el comienzo de la mayor de las
bienaventuranzas para los justos.

¿Qué significado encierra hoy para nosotros la lección de las Escrituras?

Casi 1900 años han pasado desde que Juan recibió esta revelación. Como sabemos, durante el
transcurso de los siglos ha habido muchas iglesias que han sido fieles, otras que no lo han sido, y
otras que han contado entre sus miembros a creyentes e incrédulos. Muchas veces en las vidas
de los cristianos ha habido momentos de verdaderas tinieblas durante la historia de la iglesia,
momentos en que se pensó que se acercaba el fin del mundo; pero no ha sido así. Es preciso que
veamos que en más de una ocasión Cristo ha vuelto a levantar a su iglesia, a veces contando
solamente con unos cuantos creyentes verdaderos, haciéndola renacer como iglesia poderosa,
fuerte para alcanzar las reformas necesarias y volver a dirigir sus pasos hacia la meta señalada.
¿Debemos suponer por ello que Cristo no vendrá jamás ni que existirá un final? No, ciertamente
no. Este libro nos enseña que mientras haya uno solo de los hijos de Dios que esté aún por llegar
hasta su reino, la historia no terminará. Mientras tanto, el pueblo de Dios debe continuar siendo
fiel, proclamando el evangelio, con el conocimiento de que forma parte de los elegidos por Dios
para traer a otros hasta él. Puede parecernos a los hombres que la paciencia de Dios ha durado
por miles de años; pero para él ese tiempo es solamente un instante (II P. 3:8,9).

Debemos comprender asimismo que si hemos de ser útiles al Señor y ocupar un lugar en su labor
en la tierra, entonces debemos tratar de mantener a su iglesia pura, sin permitir que doctrinas
falsas y prácticas heréticas se introduzcan en ella. Dios tendrá en el cielo una iglesia pura y
perfecta; pero mientras tanto, en la tierra, debemos luchar contra el mundo y contra Satanás, con
el conocimiento de que el enemigo no se encuentra muchas veces en el mundo sino también
dentro de la iglesia misma.
Debemos padecer junto con el resto del mundo todas las guerras, hambres, terremotos, injusticias
sociales, y todo lo demás, con el conocimiento de que mientras tanto tenemos con nosotros las
palabras de vida eterna que constituyen la única esperanza del hombre.

Podemos tener la absoluta seguridad de una cosa: o nos encontramos ya en los últimos tiempos,
en los días en que Satán será desatado de sus cadenas, en que el odio del mundo trate de borrar
a la iglesia por siempre jamás, o nos hallamos al comienzo mismo del tiempo en que el Señor
revivirá a su iglesia para elevarla a nuevas alturas y comience de nuevo, renovada con el vigor
que él le imparte. De cualquiera de las dos formas, como hijos de Dios viviendo hoy en el mundo,
nuestra misión es bien clara. El Espíritu y la Esposa continúan diciendo a los pecadores: “Ven. Y
el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida
gratuitamente… Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

Meditación y aplicación de la Palabra de Dios en nuestras vidas

1. ¿Cómo describiría yo a mi propia iglesia en comparación a las siete iglesias de Asia? ¿Es una
iglesia fiel? ¿Demuestra un verdadero amor? ¿La escupiría Cristo lejos de él? ¿Cuánto me
interesa y en qué he mostrado mi interés en la pureza espiritual de mi iglesia? ¿En qué aspectos
de la iglesia he contribuido? ¿en la pureza o en la impureza?

2. Cuando pienso en los ángeles de Dios deteniendo el juicio final sobre la tierra hasta que el
último de los creyentes haya sido convertido, ¿siento una sensación de urgencia dentro de la
vida que llevo hoy día? ¿Qué hago para enseñar a aquellos que todavía no han recibido el
evangelio?

3. ¿Qué siento cuando leo las noticias acerca de hambres, guerras, terremotos, y cosas semejantes
en los periódicos? ¿Me recuerda todo esto el próximo juicio a que serán sometidos todos los
hombres? ¿Me preocupa pensar en todos aquellos que mueren en esas catástrofes sin haber
conocido a Cristo?

4. ¿Me siento presionado a adaptarme al mundo y a sus modalidades? ¿Es necesario que en mi
negocio o trabajo haga algo que no es justo a los ojos de Dios? ¿Estoy dispuesto a pagar
económicamente el precio que requiere el no hacerlo?

5. ¿Está basada mi visión sobre el cielo en lo que muestra Juan en su libro? ¿Anhelo que venga ese
día, de la misma forma que lo anheló Juan? ¿Estoy dispuesto a ser tan fiel a Cristo como lo fue
Juan, a pesar de que fue enviado por ello a la prisión?

6. ¿Oro por un renacer de la iglesia totalmente reformada o porque llegue muy pronto el regreso de
Cristo? ¿O es que estoy disfrutando de lo que me ofrece la vida del presente, sin pensar en el
futuro de la iglesia, ni en el regreso de Cristo?

7. ¿En qué me ha afectado el estudio del Apocalipsis?


13: Repaso
Repaso

Trataremos ahora de relacionar las lecciones que hemos estudiado en el Nuevo Testamento que
demuestran su unidad en términos del gran plan de Dios de tener un pueblo santo, sin mancha,
viviendo en su presencia, unido en un lazo de amor, de acuerdo con Efesios 1:4. Esto lo haremos
en dos partes: meta cumplida durante la propia vida de Cristo; y meta de los creyentes en Cristo,
ambas en Efesios 1:4.

1. Meta de Dios para sus hijos cumplida en la persona y en la labor de Cristo

A. Santos:

Los evangelios comienzan con un relato detallado de la genealogía de Jesús, demostrando que en
verdad él era la simiente de la promesa hecha a Abraham y a David. Su descendencia se traza
desde Adán a José y a María a través de sus respectivos linajes, mostrando que él era el Cristo de
Dios, el ungido de Dios para ser aquel a través del cual todos los buenos propósitos de Dios se
llevarían a cabo.

Se nos dice que desde muy temprana edad comprendió que debía ocuparse de los asuntos de su
Padre, mostrando que sabía que estaba en el mundo solamente para servir a su Padre,
perteneciéndole exclusivamente, lo cual es el verdadero significado de ser santo. Después vemos
su dedicación total a la Palabra de Dios escrita, a las Escrituras, por las cuales guió siempre su
vida.

La obediencia de Cristo a la Palabra de Dios como única autoridad en su vida la podemos ver
claramente en las tentaciones, al depender solamente de esa Palabra para luchar con Satanás.
Vivió siempre una vida de santidad, siempre bajo la autoridad de la Palabra de Dios.

Al contemplar el desarrollo de su vida en los evangelios, vemos que su único fin fue siempre cumplir
la voluntad de su Padre, a cualquier precio. Sabía que habla venido a servir, no a ser servido. En su
gran oración en Juan 17, Jesús expresó una vez más cómo él estaba allí simplemente para servir a
su Padre y nos dejó saber su deseo de complacer al Padre en todo lo que hacía, cumpliendo en
todo con su voluntad.

Aun en la misma cruz, Jesús continuó en contacto con el Padre, orándole y, por último,
encomendándole su propio espíritu en sus manos.

Después de levantarse de entre los muertos, habló de una cita que tenía con su Padre y enseñó a
los discípulos que era necesario que él abandonara el mundo y volviera al Padre.

En sus epístolas los apóstoles nos señalan cómo Jesús fue en su vida en la tierra perfecto ejemplo
de humildad, olvidándose de toda su gloria para poder servir mejor al Padre.

B. Sin mancha:

Desde el comienzo mismo de los evangelios se nos habla de la concepción de Jesús en el seno de
María por obra del Espíritu Santo y del nacimiento virginal de Jesús, todo indicándonos que él no
heredó el pecado original, sufrido por todos los hombres del mundo. Después se nos dice que
durante los primeros días después de su nacimiento sus padres se ocuparon de cumplir todo lo
establecido en la ley relacionado con las obligaciones y deberes al nacer un niño.

Más tarde, al comenzar Jesús su ministerio público, sufrió las tentaciones que le presento Satanás;
pero no cayó en ellas, probando con ello su fidelidad al Padre en toda la Palabra de Dios. A través
de todo su ministerio Jesús siempre insistió en el cumplimiento de las Escrituras y de la justicia en lo
que le atañía.
Cuando surgieron individuos que cuestionaban su ministerio, siempre Jesús estaba presto para
defenderlo con otro reto: que mostraran cualquier injusticia que él hubiera cometido.

En sus enseñanzas continuamente pedía a los que lo escuchaban que fuesen perfectos, al igual
que su Padre en el cielo es perfecto, poniéndose a sí mismo como ejemplo de perfección de vida.

Al ser juzgado, Pilato no pudo encontrar en él ninguna de las faltas de que lo acusaban sus
enemigos. Aun más, sus propios discípulos, aquellos que habían vivido muy cerca de él, al escribir
sus relatos y epístolas años más tarde, todos hablaron de la ausencia de pecados en Cristo. Aun el
mismo Juan el Bautista protestó cuando Jesús le pidió ser bautizado, pues sentía que Jesús, de
entre todos los hombres de la tierra, era el único que no necesitaba ser bautizado para obtener el
perdón de los pecados, puesto que en él no existía pecado alguno.

En Hebreos se nos describe a Jesús como el sacrificio perfecto por el pecado ya que no había
mancha alguna en él, estaba completamente limpio de todo pecado.

C. En la presencia de Dios:

Desde el momento mismo en que los ángeles en el cielo anunciaron el nacimiento de Jesús,
sabemos que él estuvo siempre en presencia del Padre. A los doce años de edad, demostró que en
todo lo que hacía, tenía plena conciencia de complacer y servir a su Padre, viviendo en su
presencia. Al ser bautizado Jesús y después en su transfiguración, se escuchó desde el cielo la voz
misma del Padre declarando que Jesús era su Hijo e indicando que el Padre estaba siempre a su
lado.

En sus enseñanzas Jesús habló de la unidad que existía entre él y su Padre y continuó
demostrando el significado de la presencia del Padre con él en el Getsemaní, como podemos leer
en la hermosa oración que encontramos en Juan 17. Aun estando en la cruz hablo con su Padre,
sintiendo la presencia del Padre a su lado y, finalmente, encomendándole su espíritu al morir. En la
única exclamación hecha por Jesús desde la cruz sintiendo que su Padre lo había abandonado, en
realidad estaba citando el Salmo 22, que nos demuestra que el autor del Salmo sabía que Dios
estaba muy cerca, a pesar de sus sentimientos en esos momentos.

Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, continuamente hablaba de su esperada ascensión al
Padre, deseando cumplir una cita que tenía con su Padre, regresando a la presencia de Dios y
sentándose a su diestra. Juan explica que, en realidad, la Palabra de Dios que se hizo carne en la
persona de Jesucristo estaba con el Padre desde el principio: desde toda la eternidad.

D. En un lazo de amor:

Sabemos de la dedicación de Jesús a su Padre en todo lo que hizo y de su gran amor por él. Con
frecuencia y muy especialmente en el evangelio de Juan, le oímos hablar del amor que siente por
su Padre y su Padre por él. Pero Jesús también amaba a los hombres, a los hombres pecadores.
Se le acusó de reunirse con los pecadores y dije que, precisamente era para eso —para buscar y
salvar a los que se encontraban perdidos— que él había venido a este mundo.

El amor de Cristo por los demás se menciona siempre en relación con lo que hizo por ellos. Los
evangelios dicen que habiendo amado a los suyos (aquellos que habían creído en él), los amó
hasta el final, lo cual quiere decir que los amó completamente, sin faltas ni omisiones.

No existe mejor descripción o idea para expresar el amor de Cristo por los hombres que su propia
muerte en la cruz. Ahí tenemos representada la perfección del amor de Cristo. Pablo nos dice que
Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, y todas las epístolas dan testimonio de ese amor de
Cristo al ofrecerse a sí mismo por todos los que en él creyeren.

De esta manera podemos ver que en todos los aspectos el Nuevo Testamento sirve de testigo de
que Jesús, Hijo de Dios —Hijo único del Padre—, cumplió a la perfección la voluntad de su Padre
de que sus hijos fueran santos, sin mancha, viviendo en su presencia, unidos en un lazo de amor,
tanto hacia Dios como hacia los demás hombres.
Llamado a todos los creyentes a tratar de alcanzar el propósito de Dios para sus hijos en Cristo

Santos:

Vemos en Efesios 1:4 que, en realidad, la única forma en que podemos lograr el cumplimiento
perfecto de la voluntad revelada por Dios hacia nosotros está en Cristo. Sin embargo, de la
misma forma en que el Señor urgió a los santos del Antiguo Testamento a esforzarse por
alcanzar ese alto propósito, así también, por mediación de Cristo, él continúa llamando a los
suyos hacia ese alto propósito y deseo del Señor Jesús enseñó a sus discípulos a ser santos
(a pertenecer exclusivamente al Señor) siendo no simples oyentes de la Palabra de Dios sino
practicándola también. En muchas de sus parábolas se refirió a la mayordomía: significando
con ello que eran responsables ante Dios por todo lo que eran, por todo lo que tenían, y por
todo lo que hacían.

Una y otra vez el Nuevo Testamento recuerda a los creyentes que ellos no se pertenecen a sí
mismos sino que fueron comprados a un precio. Pertenecen al Señor. Por tanto, él tiene
derecho absoluto sobre sus vidas. Pablo pide a sus lectores que presenten sus cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable al Señor.

Más tarde, Pedro recuerda a los creyentes de la época del Nuevo Testamento que son
herederos legítimos de las promesas hechas a los hijos de Israel en el Sinaí. Por consiguiente,
tienen que ser santos para ser un reino de sacerdotes, pertenencia exclusiva del Señor.

En los Hechos de los Apóstoles, en que se nos describen los comienzos de la iglesia,
podemos ver cómo los primeros cristianos respondieron a este alto llamado de pertenecer
enteramente al Señor deshaciéndose de todo lo que poseían, considerando los bienes
materiales no como cosas que les pertenecían sino como algo que debía servir para dar gloria
y honor a Dios. Vendieron todo lo que tenían como respuesta a este llamado y lo entregaron a
la iglesia.

Tiempos después, cuando los apóstoles fueron arrestados por predicar el evangelio, ellos
insistían en que debían obedecer a Dios en vez de a los hombres, mostrando que sentían que
pertenecían a Dios exclusivamente y sólo eran responsables ante él.

Más tarde aun, Pablo y otros escritores advirtieron a sus lectores contra los “otros evangelios”
que enseñaban que los hombres podían obtener la salvación por ellos mismos en alguna
forma, lo que daría por resultado que no se sintieran deudores ante Dios. Pero los apóstoles
demostraron que esos evangelios son dañinos, puesto que rebajan la gloria de Dios y no son
verdaderos.

Al escribir su Epístola a los Efesios, Pablo habla del sello que Dios impone a los suyos con el
Espíritu Santo que les prometió, y más tarde, en el Apocalipsis, se dice que los creyentes son
sellados por Dios, mostrando en esa forma que le pertenecen. El mismo Pablo enseñó en su
Epístola a los Filipenses que también él se encontraba dedicado al cumplimiento de ese alto
llamado de Dios en Jesucristo. Puso de manifiesto que él pertenecía a Dios y que toda su vida
estaba orientada a complacer al Señor.

Por último, en el Apocalipsis vemos a Cristo de pie en medio de sus iglesias mostrando que
todas están bajo su autoridad. Todas son responsables ante él y todas le pertenecen; y si ellas
no lo complacen, él las hará desaparecer.
. Sin mancha:

Cristo enseñó a sus discípulos a ser perfectos, como el Padre que está en los cielos es perfecto. No
puede existir meta más alta que esta. También enseñó en el Sermón de la Montaña y en otras
partes que debían obedecer la ley, no como era interpretada por los hombres sino como el Señor
había deseado que fuera cumplida. Toda la ley era importante. Por tanto, debían practicarla y no
sólo escucharla.

Constantemente, al limpiar a los impuros de este mundo, Jesús estaba demostrando que había
venido a limpiar a los pecadores. Más tarde, al dirigirse a las iglesias primitivas, los apóstoles
pedían a los creyentes que murieran para el pecado y dejaran de pecar. La gravedad del pecado se
demuestra en el juicio que recayó sobre Ananías y Safira, miembros de la iglesia primitiva, cuando
trataron de pecar y ocultarlo. La condena que sufrieron demuestra claramente la seriedad de Dios
con respecto al pecado.

La Epístola a los Efesios está llena del llamado a estar inmaculados, sin mancha, y enseña que
Cristo murió precisamente con el propósito de poder presentar al Señor una iglesia inmaculada.
Cuando se supo que en la iglesia de Corinto existían algunos miembros que eran pecadores y, más
tarde, cuando las siete iglesias de Asia tuvieron que enfrentar sus pecados, su puso de manifiesto
que el Señor no pasará por alto los
pecados de nadie.

Sin embargo, como todos somos pecadores, se nos enseña que nuestros pecados pueden ser
lavados solamente con la sangre derramada por Cristo y que, por consiguiente, es deber de todo
cristiano confesar sus pecados diariamente al Señor. En ninguna otra parte se demuestra con
mayor claridad cómo los pecados son lavados por la sangre de Cristo que en las descripciones que
se nos hacen de los vestidos de los santos, que son lavados en la sangre de Cristo y, por tanto, son
blancos e inmaculados.

A. En presencia de Dios:

Antes de su ascensión Cristo prometió a su iglesia que permanecería siempre con ella. Les pidió
que esperaran por la venida del Espíritu Santo sobre ellos: la presencia del Espíritu de Cristo en
todos ellos. Por lo tanto, cuando el Espíritu Santo vino sobre los creyentes en Pentecostés, jamás
volvió a abandonarlos. Cada vez que sucedía una conversión de grupos de personas que no habían
sido convertidas anteriormente (samaritanos, gentiles), de nuevo descendía el Espíritu Santo sobre
ellos, para que todos supieran que el Espíritu Santo estaba con todos los creyentes y jamás los
abandonaría.

Más tarde los apóstoles escribieron en relación con el Espíritu Santo morando en todos los
creyentes, haciendo un templo del cuerpo de cada creyente. Esto permitió a los apóstoles, al ser
encarcelados, declarar que, a pesar de todo, se encontraban libres en presencia de Dios.

Dios demostró su presencia en ellos al poner a algunos en libertad. Sus tribulaciones siempre
fueron conocidas por Dios. De vez en cuando, Cristo vendría hasta alguno de ellos para asegurarle
que ciertamente estaba con ellos, para alentarlos a continuar el ministerio.

Por los dones otorgados por el Espíritu y por los frutos del Espíritu evidentes en todos los creyentes
verdaderos sabrían todos los hombres que, en verdad, eran hijos de Dios y que el Señor estaba con
ellos.

Por último, en la primera visión tenida por Juan y descrita en el Apocalipsis, la presencia de Cristo
en la iglesia está descrita vívidamente al encontrarse de pie en medio de los candelabros. Después,
en los mensajes que siguen a continuación, muestra que sabe todo lo que sucede en ellas y que
siempre está dispuesto a mantener relaciones de amistad con ellas.

B. En un lazo de amor:

El mismo Cristo fue ejemplo de amor a los pecadores y enseñó a sus discípulos que hicieran lo
mismo que él hacía. Les enseñó que los mandamientos de Dios se cumplen con el mandamiento de
amar al Señor con todo el corazón, con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente, y al prójimo
como a nosotros mismos. A Jesús siempre le preocupó toda falta de amor que hubiera entre
aquellos que lo seguían.
Antes de ascender al cielo, Jesús enseñó a Pedro el significado verdadero del amor cristiano y le
mostró cómo ese amor se demostraría en él al servir al Señor. Ya hemos hablado de cómo se
demostraba el amor entre los hermanos de la iglesia primitiva al darles ellos todo lo que poseían a
los apóstoles para que fuera usado para ayudar a los necesitados.

Después, mediante escritos como los que encontramos en 1 Corintios 13, Efesios 5, las epístolas
de Pedro y Juan, se le enseñó a la iglesia el lugar que ocupaba el amor en sus vidas y la necesidad
de mostrarse como verdaderos creyentes en el amor: el primero de los frutos de la iglesia. Cristo
mostró su gran preocupación al dirigirse a los efesios a través de Juan, porque estos habían
abandonado su primer amor y estaban en peligro de perder el lugar que ocupaban sirviendo en el
reino de Cristo.

Vemos, por consiguiente, que las metas puestas para el pueblo de Dios no fueron en forma alguna
rebajadas en el Nuevo Testamento. En verdad, todos estos propósitos fueron alcanzados en Cristo.
El plan de salvación de Dios para con sus hijos fue cumplido absolutamente en Cristo, como él
habla predeterminado que sucedería desde antes de la creación del mundo (Ef. 1:4). Pero el hecho
de que este plan de Dios fuera cumplimentado de modo tan perfecto en Cristo no quiere decir que
ahora los creyentes deban mostrarse indiferentes a dichos propósitos en sus propias vidas. Lo
cierto es que deben esforzarse, cada vez más, ayudados por la fe en Cristo, en alcanzar esos altos
propósitos, continuando y adelantando incesantemente hacia la obtención de ese alto llamado de
Dios en Cristo Jesús.
Palestina en el tiempo de Jesús
El Plan de Dios en el Nuevo Testamento
Jack B. Scott}

Palestina en el tiempo de Jesús


Jerusalén en tiempos de Jesús
El Plan de Dios en el Nuevo Testamento
Jack B. Scott

Jerusalén en tiempos de Jesús


Hechos 2:5-11 Fieles Judíos en Jerusalén
El Plan de Dios en el Nuevo Testamento
Jack B. Scott

Hechos 2:5-11 Fieles Judíos en Jerusalén – Procedencia subrayada


Viajes Misioneros de Pablo
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