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NAT BURNS
Septiembre 2016
SINOPSIS
Quiero dedicar este libro a todos los duros trabajadores médicos, personal
médico, activistas y voluntarios quienes trabajan con pacientes y familias que
han sufrido un traumatismo craneoencefálico (TBI). Su paciencia, tolerancia y
alegría por la vida son incomparables.
Agradecimientos
Capítulo Uno
Maddie
Ella
La mayoría de mis relaciones pasadas habían sido con rubias, así que era
extraño para mí sentirme tan profundamente atraída por la Dra. Corinthia Salas,
una tímida, retraída, latina de ascendencia puertorriqueña. Por supuesto, había
descubierto la mayoría de lo que sabía del exagerado cotilleo de la oficina de
Sandy, y realmente, tenía que preguntarme cuánto de lo que había dicho era
verdad. Aún así podía ver el Caribe en la Doctora Maddie, como la llamábamos.
Su pelo ébano como la semilla de la papaya, y sus ojos eran del marrón cálido
del tamarindo. Su piel, aunque trabajaba casi incesantemente día y noche,
simple parecía besada por el sol, y a menudo anhelaba recorrer con mi palma la
longitud de esa suave satinada superficie.
Salí a la decreciente luz del sol de la tarde del sur de Alabama y miré hacia
atrás una vez más, esperando verla detrás de mí. Solo para así poder pasar con
ella unos minutos más. Suspiré cuando no estaba allí. Caminé lentamente a
través del pequeño aparcamiento hacia mi diminuto Toyota y me dirigí a casa.
No estaba segura de sí incluso la Doctora Maddie me veía. O, si lo hacía, era
solo como a una empleada. Después de meditar esto durante horas, tarde en la
noche, sola en mi cama, finalmente decidí que era una profesional a ultranza.
Ciertamente, sería poco ético que un médico intimase con los empleados de su
consulta. Pero bueno, era un asunto lésbico. No estaba segura de sí la Doctora
Maddie estaba fuera del armario con sus pacientes, aunque mi gaydar había
saltado la primera vez que nos conocimos hacía ya tres meses. El resto del país
podía hacer de las lesbianas sus presentadoras más queridas, pero en un sitio
tan conservador como Maypearl, ella preferiría más ser precavida que
lamentarlo.
Sabía que estaba soltera, sin embargo. Subrepticiamente se lo había
preguntado a varias personas en el curso de una conversación general, y no
había evidencia de una pareja, de niños, o incluso de una mascota, en su oficina.
Mientras conducía por las tranquilas calles de Maypearl, me pregunté una vez
más sobre su historia, un ejercicio con el que estaba familiarizada. Parecía que
pensar ella llenaba mis horas de vigilia. Sabía que había crecido en San Juan,
Puerto Rico, y Manhattan, Nueva York, siguiendo a sus nómadas padres
consultores de ciudad en ciudad. Se graduó en la Universidad Fordham, había
dicho Sandy, y había visto la luz su MD (Doctorado en Medicina) un día en una
facultad de Texas. Pero a parte de eso, ninguna de nosotras sabía nada sobre
su vida privada. Yo sabía que le encantaba el café y tenía debilidad por un buen
aguacate sobre una crujiente tostada de pan de trigo. Era su almuerzo favorito.
Torcí para entrar en el aparcamiento de mi complejo de apartamentos y me
metí en mi plaza asignada. Tropical Towers era un sitio bastante bueno para
vivir. Si pagabas el alquiler a tiempo, y no molestabas a otros inquilinos, te
dejaban en paz. Justo de la forma que me gustaba. Sí, era un poco solitaria, pero
tenía a Julio, mi enorme gato negro y gris Maine Coon. Ese gato me estaba
esperado cuando me acerque a la puerta. Subido en el alféizar de la ventana,
me miró con sus inmensos ojos dorados. Le saludé con la mano, y él saltó y,
como de costumbre, me saludó en la puerta con fuertes vocalizaciones,
informándome de las indignidades de su día. Escuché atentamente mientras me
dirigía al mostrador de la cocina, liberándome de mi caja del almuerzo y mi bolso
de mano.
“Lo sé,” simpaticé igual de fuerte. “Es tan duro ser tú y estar atrapado aquí
todas esas horas solo. Solo desearía poder estará contigo, ¡maldita sea!”
Él hizo la figura de un ocho entre mis piernas, demostrando solidaridad.
“¿Qué hay para cenar hoy, pequeñín?” Abrí la despensa. “Tenemos pescado
blanco.” Esperé pero no hubo respuesta. “Tenemos atún y salmón.” Otra vez,
esperé.
Él se acercó y me miró. Yo miré hacia abajo. “Hmm, ¿pollo?” El maulló con
fuerza y luego ronroneó, frotando sus mejillas contra mi pierna. Abrí la lata de
pollo de comida para gatos y llené su cuenco. Después de observarle durante un
momento, cogí una cerveza del frigorífico y me fui a la sala de estar.
Allí tenía libros. Toneladas de ellos, almacenados vertical y horizontalmente
en cada superficie disponible. Estudié sus sus queridos y muy desgastados
lomos para elegir el mejor pastel del pródigo buffet. Pasé tiempo con cada uno,
recordando silenciosamente las historias escondidas dentro. Este era el misterio
de un asesinato ocurrido en el centro de Los Ángeles. Lo había hecho el policía.
Este iba sobre una familia disfuncional que encuentra el amor y la aceptación en
un yate en el Océano Pacífico Sur. Oh, y aquí estaba la obra de Michael Crichton
sobre nanotecnología que se vuelve salvaje. Caminé hacia una segunda fila de
estantes y toqué un libro sobre los orígenes de cosas interesantes, y luego otro
sobre el origen de las palabras. Estuve tentada de coger uno pero de repente
me di cuenta que había leído todos mis libros numerosas veces, los de
curiosidades en particular. ¿Entonces qué leer? Me pregunté qué le gustaría leer
a la Doctora Maddie. Seguramente no revistas médicas todo el tiempo. ¿Le
gustaba la ficción?
El calor me inundo nuevamente al pensar en ella, acurrucada en el sofá para
leer..... ¿Qué? ¿Tal vez un tórrido romance lésbico? Caminé hacia el otro lado
de la habitación y permití que mis dedos se deslizasen a través de los lomos de
los muchos libros de bolsillo arreglados como coloridos soldados ubicados en
ordenados barracones. Había libros increíbles, cientos de ellos, compartiendo
las vidas y el amor de las lesbianas. Algunos no eran tan buenos, demasiado
predecibles, pero otros era increíbles y me emocionaban repetidamente. Todos
estaban muy manoseados por haber leído, incluso los malos, obsesivamente.
Necesitaba un programa de doce pasos para acabar con mi adición. Suspiré y
saqué uno de mis favoritos, el de una infeliz ama de casa que encuentra el amor
con su nueva vecina. Perfecto. Miré alrededor de la habitación mientras me
sentaba en mi sillón favorito. Yo no era una ama de casa y no conocía a mis
vecinas, pero tal vez, solo tal vez, podría sustituir a la hermosa Corinthia por la
ama de casa y yo podría ser la amante vecina.
Julio saltó en mi regazo, su lengua alisando sus difusos labios negros.
“¡Ugh! Aliento a comida de gato,” dije mientras le acomodaba en mi regazo.
Entonces, reconfortada por su calor y mi calenturienta imaginación, leí.
Capítulo Tres
Maddie
“Creo que tengo bichos,” dijo Mary Elwis, mirándome con calma.
“¿Bichos? Hmm.” Empujé más cerca mi taburete con ruedas para así poder
estudiarla. “¿Qué tipo de bichos?”
“Pequeñas pelotillas. Apenas puedo verlos,” susurró con urgencia.
“Mm-hm. ¿Muerden?” Pregunté.
“Oh, no,” ella insistió. “Solo se arrastran por toda mi piel.”
“¿Pica?” Cogí su brazo y le levanté la manga. No vi nada, ni siquiera alguna
evidencia de inflamación.
“A veces,” ella respondió mientras estudiaba su brazo al igual que yo.
Miré más de cerca. “Tienes un montón de lunares.....”
Dejé escapar un chillido y me puse de pie de un salto. Uno de los lunares se
movió.
“¿Doc? ¿Está bien?” Mary preguntó, retrocediendo de mí.
Di una profunda respiración y cogí una lupa de mi cajón de instrumental. Le
levante la manga cuidadosamente y pasé la potente lupa por encima de su brazo.
Allí estaba otra vez.....movimiento.
Ah, demonios, pensé.
“Sip, Mary, parece que tienes bichos. Garrapatas. De esas diminutas. ¿Has
estado en el bosque últimamente?” Levanté mis ojos hacia ella.
Sus ojos se agrandaron. “Por qué, no, soy demasiado vieja para deambular
por el bosque. Pero llevé a mi nieto, Ernest, a sacar a Sheba el otro día.”
“¿Sheba?” Me eché hacia atrás y la observé.
“Recuerda. Sheba, mi border collie.”
Una bombilla se encendió en mi cabeza. “Tienes varios perros, si recuerdo
correctamente, ¿no?”
Ella sonrió orgullosa. “Los tengo. Ahora tengo cuatro rescatados del albergue.
Estoy pensando en coger a una pequeña terrier llamada Jezabel. No hay nada
más lindo que ella.”
Asentí. “Bueno, eso está bien, Mary, pero tienes que hacer algo con las
garrapatas, bichos, de los perros en tu casa. Cuando se tumban junto a ti, las
garrapatas pasan de ellos a ti.”
Ella me miró con asombro. “Pero pensaba que solo los tenían los perros y
gatos y esas cosas.”
Me levanté y me quité los guantes. “Tú no eres su comida favorita, pero se
van a cualquier cuerpo caliente. El problema es cuando atacan y
empiezan.....bueno.....a comerse tu sangre, pueden causar enfermedad en tu
piel debido a las diminutas bacterias que viven en sus bocas.”
“Bueno, lo haré.” Ella suspiró.
Fui hacia la puerta de la sala de examen y la abrí. Miré alrededor de la jamba
y vi que el pasillo estaba desierto. “Vuelvo enseguida,” le dije a Mary.
Sandy estaba en el mostrador de recepción, rellenado los expedientes. Ella
no estaba allí.
“Oye, Sandy, tenemos bichos en la sala de examen dos. ¿Puedes traerme
algunos folletos sobre garrapatas y luego ayudarme a hacer el examen?”
Pregunté. “¿Dónde está Ella?”
“En la oficina de correos, pero regresara directamente. Estaré allí enseguida,”
dijo, colocando los expedientes todavía sin completar en el estante.
Me di la vuelta y regresé a la sala de examen dos. La paciente estaba sentada
exactamente donde la había dejado.
“Vale, Mary. Esto es lo que vamos a hacer. Mi asistente médico, Sandy, va a
venir a ayudarte a ponerte una bata. La razón de ello es que tengo que ver si
tienes alguna garrapata agarrada a ti. También te voy a poner un poco de crema.
Se llama crema permetrina, y ayudará a matar los bichos que están en tu piel.
También voy a darte dos recetas. Una es para la crema, que quiero te pongas
todas las noches por toda la piel antes de irte a la cama. La otra es un antibiótico,
solo por si te han mordido.”
Moví el taburete y me acerqué a ella. “Esta es la parte mala. Vas a tener que
deshacerte de los perros o tenerlos encerrados en el jardín.”
Ella frunció el ceño, con ojos desconfiados. “¿Por qué? Los perros nunca le
han hecho daño a nadie.”
Sandy entró en la sala y fue a buscar una bata en el armario más bajo.
“Normalmente estaría de acuerdo, pero hay algunas cosas por ahí fuera
bastante desagradables ahora mismo. Has oído hablar de la enfermedad de
Lyme, ¿verdad?”
Ella asintió sin entusiasmo, y yo continué.
“Bueno, hay un puñado más de bacterias que causan enfermedades que
pueden hacer que te pongas muy enferma. No puedes dejar que los perros
corran por los campos y los bosques y luego las lleven a tu casa. Tienes que
encerrar a los perros para que permanezcan en el jardín, donde la hierba es
corta, y tienes que darles un baño contra las garrapatas, con un champú especial
con medicamento por lo menos una vez a la semana en verano.”
“¿Bañar a todos los perros?” Se quedó con la boca abierta, horrorizada.
Me levanté, cogí el expediente y me moví hacia la puerta. “Tendrás que hacer
que alguien te ayude. ¿Tú Nieto, tal vez?”
“Él te ayudará,” dijo Sandy dulcemente mientras me echaba por la puerta. “Y
también tendrás que ponerles collares antigarrapatas a los perros.”
Estaba de pie junto al mostrador de enfermeras al final del pasillo y rellené
toda la información pertinente en el expediente de Mary, incluidas mis detalladas
instrucciones, por si llamaba para hacer alguna pregunta.
“Hola, Doc Maddie.” Ella me saludó al pasar junto a mí con mi siguiente
paciente, Austin Miller de ocho años, con su brazo en una brillante escayola azul.
“La sala uno será mejor para él,” le dije, intentando no mirarla directamente.
“También necesito una radiografía. ¿Puedes manejar los rayos X?”
“Seguro que puedo. Venga Austin. Vamos a hacerte una fotografía.”
Se fueron por el pasillo, y yo respiré profundamente.
Momentos después, Sandy salió al pasillo con las ropas de Mary,
sujetándolas con el brazo extendido, y fue a la pequeña zona de lavandería.
Puso en marcha la secadora y luego me hizo una seña. Pasamos los siguientes
quince minutos repasando cada centímetro del cuerpo de Mary. Encontré dos
garrapatas agarradas, una en la base de su columna y la otra en la zona de la
ingle. Le quitamos ambas con nitrógeno líquido y las que se arrastraban con cinta
de embalar.
“Ahora, Mary. En serio, esto es importante,” comencé a decir mientras Sandy
aplicaba la crema. “Tienes que lavar y secar todas las ropas que hayan estado
cerca de los perros así como las camas de los perros. Quiero que primero lo
metas todo seco en la secadora, para matar todas las garrapatas. Luego lávalas
y sécalas otra vez. Todo con el ciclo caliente. ¿También, duermen ellos contigo?”
Ante su asentimiento, continué, “Bueno, tendrás que hacer lo mismo con la ropa
de la cama. Primero en la secadora, luego con un montón de agua caliente. Hay
un spray que también quiero que eches. Lo encontraras en la sección de plantas.
Te lo escribiré. Es una especia de jabón inofensivo que las matará, así que quiero
que lo eches por tu cama y toda la casa. Y de nuevo, ponte la crema por las
noches, toma las pastillas una vez al día y lava las ropas y a los perros. ¿Lo
tienes?”
Ella asintió con reticencia.
“Es importante, Mary. También tienes que comprobarte todos los días cuando
te duches. Ver si tienes alguna. Durante el primer par de días, podrías ducharte
día veces al día hasta tenerlas bajo control.”
“¿Dos veces al día?” Ella dijo. Podía ver que estaba abrumada y sabía que
este asunto tendría que ser revisado varias veces antes de ser resuelto.
“Sé que puede parecer un montón, tesoro, pero la Doc Maddie solo está
intentando mantenerte saludable,” dijo Sandy mientras iba al fregadero y se
quitaba los guantes. “No quieres tener fiebre o artritis, ¿no?”
Palmeé la mano de Mary. “Vístete, y te tendremos preparadas las recetas en
el mostrador de recepción.”
Me lleve la carpeta al mostrador de recepción e hice unas cuantas
anotaciones más. Cogí mi talonario de recetas y garabateé las recetas de Mary.
“Esto es el jabón en spray, OTC (oxitetraciclina) en la zona de jardín. Es un
spray para plantas, pero se puede usar en la casa,” le dije a Ella mientras se la
entregaba. “¿Tal vez podrías explicárselo a ella?”
“¿Por qué? ¿Qué pasa?” Ella susurró, acercándose.
Hoy olía como a pachuli. Hombre, me encanta el pachuli.
“Tiene garrapatas que le han pegado los perros,” conseguí responder.
“Ah,” dijo ella, asintiendo con entendimiento.
Me enderecé. “¿Está preparado Austin?”
Ella sonrió, y juraría que la habitación se iluminó. “Si, Doctora. Las radiografía
están en la caja de la pared.”
“Gracias,” murmuré mientras me apresuraba a marcharme.
Capítulo Cuatro
Ella
“¡Joder! No puedo creer que haya olvidado eso,” murmuró Sandy, mirando el
calendario que sostenía. Estaba sentada en su silla habitual junto a mí en el
mostrador de recepción.
Miré hacia ella. “¿Qué pasa?”
Un bebé inquieto lloró en la sala de espera, y Sandy miró hacia el niño antes
de hablar. “Doc ha estado hablando de un compromiso la próxima semana.”
“Así que supongo que tenemos que despejar su agenda,” murmuré,
acercando el libro de citas de gran tamaño. “Parece que ya lo has hecho,” dije,
señalando las dos páginas en blanco del libro.
“Oh, lo sé,” respondió ella, agitando una mano. “Y Jason, en Theodore, se
ocupará de sus llamadas. Es solo que siempre voy con ella, ya sabes, para
manejar interferencias, tomar notas en las sesiones, ese tipo de cosas.”
Esperé expectante. No dijo nada más, y suspiré. “Creo que puedo ocuparme
de todo aquí. Llevo aquí casi seis meses. ¿A menos que quieras que me coja
ese tiempo libre?”
Ella negó con la cabeza. “Oh, no, perdona, chiquilla, no me he explicado
correctamente. ¿Puedes ir en mi lugar? Lisbet tiene su fiesta de los dieciséis este
fin de semana, y realmente no quiero perdérmela. Solo tienes que ir en mi lugar.”
Fruncí el ceño. “¿Cuándo es?” Me acerqué para mirar el calendario.
“La próxima semana. Tendréis que marcharos el domingo, y ella tendrá el
discurso el lunes por la mañana. Estarás de vuelta como muy tarde el martes.
¿Crees que podrás?”
Un calor me recorrió. Tres días a solas con Doc Maddie. Cielos sí, podía
hacerlo. “Por supuesto,” dije. “Y solo tengo que ser como su secretaria,
¿verdad?”
Ella asintió. “Cierto. Solo seguirla por allí y hacer lo que necesite. Es fácil.
Sabes lo fácil que es tratar con ella. Yo normalmente solo me aseguro de que
tenga café y compruebo que tenga sus notas antes de la presentación. La
mayoría de los médicos a los que va a hablar la conocen, así que normalmente
no se pone muy nerviosa, ni nada.”
Ella me miró con expectación, como si estuviera esperando un compromiso
más firme. Se lo concedí. “Estaré bien, Sandy. No te preocupes.” Pensé en un
minuto. “¿Oye, sabes dónde está Tropical Towers?”
“Claro. ¿Por qué?” Ella levantó una ceja.
“¿Te importaría pasarte y darle de comer a mi gato? ¿Los días que esté
fuera?”
“¿Tienes un gato? Nunca has mencionado que tuvieras un gato.” Ella me miró
dubitativa. ¿Estaba pensando que me había inventado tener uno?
“Sip, sí, lo tengo. Se llama Julio, y le doy de comer todos los días después del
trabajo. ¿Te queda muy lejos de tu camino?”
“Aw, cielos, no. Pasó justo por allí. Vivo en Fairlane. Justo más allá.” Sonrió
con indulgencia.
Dejé escapar un suspiro de alivio. No conocía a mucha gente así que era
como una recién llegada en Maypearl, y no quería pagar a un caro extraño
cuidador de mascotas si no tenía que hacerlo. “Oh, eso sería genial. Le pondré
una bandeja extra para sus necesidades así que no tendrás que preocuparte por
eso, pero si pudieras darle su comida húmeda cada tarde el lunes y el martes,
haría que me quedase más tranquila.”
“¿Qué lo haría?” La Doctora Maddie dijo cuando se acercó y me entregó una
carpeta.
Tiffany Bledsoe saludó con la mano desde detrás de la doctora al acercase al
mostrador. El gesto con la cabeza de la Doctora Maddie a Sandy indicó que
Tiffany solo tenía un mal resfriado, así que Sandy solo la llevó hacia la puerta.
“Te enviaré la factura,” le dijo a Tiffany. “Solo ve a casa y pasa el resfriado en la
cama. Líquidos y descanso, eso es todo lo que hace falta.”
Tiffany sonrió agradecida mientras empujaba con el codo la puerta de la sala
de espera.
Me di cuenta de repente que la Doctora Maddie seguía esperando. “Oh,
Sandy va a darle de comer a mi gato,” le expliqué rápidamente.
“Ahh, ¿tienes un gato?”
Observé como la cara de la Doctora Maddie se iluminaba considerablemente.
“Sí, es un Maine Coon. ¿Conoce la raza?” La observé, embobada con su
transformación.
“Sí. Mi amiga Carla, que vive en la Sesenta y Cuatro con la Primera, tiene
uno. Uno grande a rayas grises.” Era curioso cómo sus ojos marrones podían
resplandecer tan intensamente.
“Bueno, el mío es más negro con pocas rayas grises. Le he llamado Julio,
sabes, porque lo cogí en julio. Es el gatito más lindo.....”
“Ella va a ir contigo a Dothan la próxima semana,” interrumpió Sandy. “Espero
que no te importe, pero Lisbet, la hija de Cynthia tiene su fiesta de dieciséis años
el domingo, y le prometí estar allí. Tenemos un montón de cosas que hacer en
la iglesia y todo.”
Vi cómo caía la cara de la Doctora Maddie, y sus ojos de nuevo se atenuaron
volviendo al modo empresarial. Esperaba que no fuese porque era yo quien iba
a acompañarla a la conferencia. ¿Y si ella pensaba que yo era una acosadora y
no quería estar a solas conmigo?
“No, está bien, Sandy. Estoy segura que Ella será buena compañía.”
Me dio una breve sonrisa antes de desaparecer por el pasillo.
“¿Ves? Te dije que le parecería bien,” dijo Sandy. Se dio la vuelta cuando la
puerta principal se abrió y un paciente entró.
Me pregunté a quien estaba tratando de convencer, a mí o a ella misma. Sentí
una risa en mi interior mientras comprobaba dos veces la carpeta de Tiffany para
asegurarme de que todo había sido registrado correctamente. Pasé la yema de
los dedos sobre las apresuradas notas de la Doctora Maddie. Sus trazos eran
tan contundentes. Me estremecí un poco al reconocer la fuerza de sus manos.
Tres días con la Doctora Maddie. Acerqué la carpeta, abrazándola
brevemente antes de meterla en el archivador.
Capítulo Cinco
Maddie
La ciudad de Maypearl había sido dueña de la casa del Dr. Richard Pembroke
desde que su abuelo, Tyler Pembroke, había sido el primer médico oficial de la
familia en abrir una clínica en Maypearl. La compra de la casa, por la ciudad,
había sido primero un regalo al primer Pembroke para darle la bienvenida a
Maypearl. Siempre me había parecido que había implicado también un pequeño
soborno. Maypearl en Alabama, era un municipio rural con menos de mil
habitantes. En un año con un buen censo. No era un gran punto de negocio para
un médico emergente. No quiero decir que la gente no fuese genial, lo eran. La
sal de la tierra, como se decía aquí en el Sur, y debió de ser por eso por lo que
el primer Pembroke decidió quedarse.
La casa había pasado a ser de los hijos médicos de Tyler y luego de sus
nietos durante casi doscientos años, pero luego Clayton Pembroke, el hermano
de Richard y su único pariente vivo, un constructor de Dallas, decidió que no
quería ser médico, ni parte de Maypearl. Se mudó, y dejó solo a Richard a cargo
de todo.
Afortunadamente, conocí a Richard en una conferencia en a Dallas cuando
era residente de médico de familia en la UT Southwestern. La conferencia trató
sobre casos inusuales que solo se daban en las carreras de los médicos de
familia.....un atrevido reclutamiento, eso seguro. Me enamoré de ello,
enganchada, anzuelo, sedal, y plomo, como si ya me hubiese comprometido con
la especialidad de medicina familiar. Simplemente no sabía hasta qué punto.
Richard y yo nos conocimos en una mesa de residentes y médicos, y después
de copioso vino, fettucini marinara y pan de ajo, decidimos que yo iba a ser su
aprendiz para terminar mi residencia. Él nunca se había tomado el tiempo para
casarse o tener hijos, prefiriendo sus estudios y sus pacientes antes que una
familia propia, por lo que su consulta moriría con él a menos que pudiera dar con
alguien que la mereciera.
Yo había pasado seis años compartiendo la consulta con Richard, viviendo
en el pequeño apartamento de Cottonwood pero cuando él murió al enchufar una
licuadora con los pies mojados durante una fiesta en una piscina, la ciudad
amablemente me había ofrecido que utilizase la casa durante todo el tiempo que
fuese la doctora de Maypearl.
No fue un mal acuerdo. Descubrí que mi amor de la universidad, Amanda
Sarious, solo quería una ocupada MD para así poder equilibrar sus numerosas
aventuras ocultas, así que marcharme de Texas fue bueno en ese momento. La
casa que me habían proporcionado era espaciosa, casi demasiado para solo una
persona. Un montón de noches, me quedaba dormida en la acogedora sala de
estar, en una tumbona en una alcoba cerca de la chimenea, incluso aunque
tuviese un encantador dormitorio en el piso de arriba.
Ahora, conducía mi Honda SUV hacia la entrada, admirando de nuevo el
impecable diseño del jardín frontal. Afortunadamente, George Niles, un jardinero
jubilado, había ofrecido sus servicios a la ciudad por un pequeño estipendio. Él
incluso cuidaba un huerto en la parte trasera, y yo le estaba eternamente
agradecida por ello. Podía tener verduras frescas y bayas todo el año sin tener
que mover un dedo.
También estaba agradecida por Lilly Marsh, quien cocinaba y limpiaba para
mí. Ella había dejado encendida las luces del piso de abajo, y la casa parecía
acogedora en el húmedo crepúsculo. Cogí mi bolso y caminé hacia la cacofonía
de las llamadas de las ranas del arroyo justo al oeste de la estructura principal.
Sonreí. Que forma tan genial de terminar un ocupado día de trabajo.
Una de mis favoritas, sopa de lentejas con un montón de zanahorias y apio,
estaba en la parte de atrás de la cocina, y los rollos de pan aún estaban calientes
en el horno. Sacudí la cabeza mientras sacaba la ensalada y el aderezo de la
nevera, junto con una pequeña jarra de té fresco. ¡Dios, como quiero a esa mujer!
Incluso había dejado puesta la mesa, así que me senté rápidamente y comencé
a comer.
Cuando mi estomago estuvo lleno y caliente por la deliciosa comida, mis
pensamientos fueron, como siempre, a Ella. Había evitado pensar en el próximo
viaje, pero ahora, sola y seguramente acomodada en mi casa, podía dar rienda
suelta a mis temores.
Podía predecir con facilidad como sería el nudo en el estómago por estar con
Ella en el coche durante dos días. ¿Cómo de distraída estaría mientras intentaba
hacer una presentación de sesenta minutos sobre cómo aligerar el temor a las
vacunas para lo niños, los jóvenes y los ancianos?
Me pregunté si a ella le importaría estar conmigo. Yo no era la mejor de las
conversadoras, un hecho que había sacado a relucir muchas veces mi ex.
Me levanté y llevé mi cuenco vacío y mi vaso al fregadero. Me apoyé contra
el mostrador y miré hacia la cortina lisa color café con leche que cubría la ventana
detrás del fregadero. En blanco. Me di la vuelta y miré alrededor de la cocina. No
había nada personal allí. Al menos nada personal mío. Lilly había añadido un
montón de agradables toques, pero no significaban nada para mí. Dándome de
nuevo la vuelta hacia el fregadero, fruncí el ceño mientras rápidamente lavaba
los platos y recogía el resto de la comida.
Me quedé parada en el pasillo. Pareces blancas, desnudas, sin fotografías
más allá de las que ya estaban en la casa amueblada, y eran de paisajes, la
mayoría, con algunos retratos genéricos. Me fui a la sala de estar y me sentí
consolada. Mis libros estaban en un extremo de la mesa. La colcha de ganchillo
de mi madre cuidadosamente doblada en el respaldo del sillón donde
normalmente me sentaba. Mi viejo maletín parado como un centinela junto a ese
cómodo sillón.
Pensé en mi dormitorio en el piso de arriba, en la aburrida ropa en mi armario,
los simples artículos de tocador en la repisa del cuarto de baño junto al lavabo.
Y me encogí de hombros. No podía cambiar quién era yo. Había estado en la
facultad durante verdaderamente mucho tiempo y nunca había tenido tiempo
para construir una vida que no fuese la medicina y el aprendizaje avanzado.
¿Cómo podía una persona normal encontrar eso interesante? ¿Cómo podía una
persona normal encontrarme a mí interesante?
Suspiré y cogí el mando a distancia de la TV. Después de quitarme los
zapatos, me acurruqué en mi sillón y me tapé con la colcha de mi madre. Encendí
la TV y vi las noticias locales mientras mi mente vagaba.
Pensé con nostalgia en mi madre, Esperida, que se había mudado aquí desde
Brooklyn cuando decidí quedarme en Maypearl. Normalmente iba todos los
sábados por la mañana a visitarla, y me alegraba que no nos fuéramos hasta el
domingo temprano. Aunque solo eran cinco horas de viaje a Dothan, quería estar
allí a tiempo para dejar preparada la presentación del lunes a primera hora. Iría
a verla el sábado antes de marcharme, incluso aunque no me reconociera. Ella
a menudo pensaba que yo era su prima, Paola. Esta noche era una de esas
noches cuando realmente echaba de menos a mi mami. La mami que había sido
antes, fragante y hermosa, llena de vida y de alegría.
Recordar a mi madre, como era antes de que el Alzheimer me la robase, era
doloroso. En realidad estaba agradecida de que mi padre no viviera para tener
que verla así. Y que no se hubiese quedado solo, como estaba yo.
Capítulo Seis
Ella
Maddie
Ella
Maddie
“Realmente no está nada mejor,” le dije a mi tía Florida justo dos horas
después. “Pero tampoco peor, por lo que supongo debemos estar agradecidas
por ello.”
La casa de tía Florida estaba a cincuenta kilómetros al oeste de Maypearl en
una pequeña esquina del brazo pantanoso de Alabama. Me había quedado con
ella unas cuantas semanas durante los veranos cuando estaba en el colegio. Y
aunque no había estado allí muchas veces, ni por tiempo verdaderamente largo,
la pequeña casa pe pescadores sobre pilotes que ella y tío Thomas habían
compartido durante cuarenta años, era para mí como un hogar. Especialmente
ahora que tío Thomas y mi padre, su hermano, habían fallecido y mi madre se
había marchado de nuestra casa en Nueva York.
Tía Florida, que había engordado a lo largo de los años desde que tío Thomas
murió, se sentó en una silla de cocina que crujió y puso un vaso te té helado
frente a ella sobre la mesa esmaltada. “Y sabes que no se va a poner mejor,
Corinthia.”
Sonreí mirando por la ventana de la cocina. No importaba cuantas veces le
había dicho que me llamase por mi apodo, ella seguía utilizando mi nombre de
pila, decía que era demasiado bonito para no utilizarlo. Recordé de repente como
mi madre decía lo mismo, con su particular inflexión, y mi estómago se retorció
por la pérdida.
“Lo sé, Tía,” dije con un suspiro mientras me sentaba a la mesa. Levanté mi
té y di un sorbo. A ella le gustaba dulce, y era un agradable cambio respecto del
té no edulcorado que yo normalmente bebía.
“¿Te he dicho que Esme de la iglesia fue a visitarla? Le contó a tu mamá un
chiste e incluso consiguió que sonriera.”
“¿De verdad?” Estaba impresionada. “Debió de ser un buen chiste.”
“Sí, algo sobre un pavo cruzando una carretera para demostrar que no era
una gallina.”
Sonreí. “Oh, Señor.”
Nos quedamos en silencio, pérdidas en nuestros propios pensamientos. El
pantano nos envolvía en un cálido capullo de sonidos y movimientos. Las ranas
del verano practicaban en cuartetos en el exterior de la ventana. Siempre entendí
por qué Florida se había quedado en esta casa, incluso aunque ahora estuviese
sola y pudiese ir a donde quisiera. Yo tenía primos casados en Mississippi. Ella
podía haber ido allí para estar cerca de sus nietos. Creo que los misteriosos
brazos de mar del pantano le tenían cautivada, como a tantos otros.
“Sabes,” dije finalmente. “Esa es la peor parte. Pensar que ella podría estar
allí. Atrapada de alguna manera. Incapaz de responder. Es desgarrador para mí.”
Florida me miró perpleja. “Y yo que pensaba que eras doctorada en
medicina,” se burló.
“Oye, no te metas conmigo. Ninguno de nosotros sabe que proteína produce
ese deterioro del cerebro. Todo tipo de cosas podrían estar pasando allí, en su
masa cerebral.”
“¡Hmph!” Florida levantó una ceja y levantó su vaso. “Entonces cuéntame,
¿cómo es la nueva chica que trabaja para ti?”
Me atraganté con mi propia saliva y tosí hasta que brotaron las lágrimas.
“¿Ella? Ella es.....es buena.”
Florida se rió, una profunda rodante risa que crecía en su interior y hacía eco
por toda la habitación. “Aw, cielos, lo tienes tan mal. ¿Qué demonios vas a hacer
contigo misma?”
Intenté parecer indignada. “¿Qué quieres decir?” Ella solo me miró, sus ojos
azules brillando con diversión. Inclinó la cabeza a un lado, y los dedos de mi
mano derecha pellizcaron las cutículas de la izquierda. “Sí,” concedí. “Pero no
puede salir nada de ello. Te lo he dicho, trabaja para mí.”
“Bueno, eso es fácil,” ella aconsejó, inclinándose hacia mí. “Despídela y
entonces sal con ella.”
“Lo haces parecer tan fácil,” dije con nostalgia.
“Puedo serlo.” Ella se echó hacia atrás de nuevo.
“Tengo que dar una conferencia en Dothan el lunes,” dije.
Tía Florida, acostumbrada a mis disparatados cambios de conversación,
asintió dando ánimos.
Solté toda la información. “Sandy normalmente viene conmigo, pero no
puede. Así que Ella va a venir.” Levanté mis ojos hacia los suyos. Estaba segura
de que podía ver lo dividida que estaba.
“Bueno, bueno,” murmuró ella. “¿Vas a estar bien?”
“Sí.” Suspiré y practiqué como endurecerme. “Soy una profesional, y tengo
planeado actuar como una.”
“Sip.” Ella suspiró pesadamente. “Esa carretera al infierno está pavimentada
de buenas intenciones.”
Capítulo Diez
Ella
Maddie
Ella
Maddie
Pasar este tiempo de viaje con Ella finalmente me había relajado en cuanto a
estar con ella. ¿Cómo podía no hacerlo? Ella era divertida, y me encontré tirando
todas mis reticencias por la ventana. Sentía como si pudiera confiar en ella, lo
que en mí era raro dada mi naturaleza reservada. Sentía que no emitía juicios,
solo una aceptación de mí como mujer.
Como médicos, habíamos descubierto desde el principio a contener nuestras
emociones y mantener nuestro verdadero yo a raya. Los pacientes podían ser
increíbles manipuladores, y yo ya me había encontrado con mi justa parte
mientras era interina en Texas. Teníamos que permanecer distantes y tal vez
incluso un poco intimidantes. Los adictos a las drogas y las emociones eran de
los que teníamos que cuidarnos en la práctica de la medicina, y aprendías a
distinguir a esas personas inmediatamente. Y a no alentarles a continuar con
esas prácticas. Éramos defensores de la salud, no proveedores. Ella parecía
entender eso y no tenía por mí este temor reverencial como médico. Ella veía a
la persona de debajo, y estaba agradecida por ello.
Mi única preocupación era que inadvertidamente podría conducir a fomentar
una relación que realmente nunca podría ser. Esa era mi única reserva respecto
a pasar tiempo con ella. Fruncí el ceño mientras conducía. Eso y el hecho de
estar tan cerca de ella hacía que la sangre latiera bajo mi piel.
Después del almuerzo, condujimos las siguientes tres horas sin dejar de
charlar. Aprendí que ella tenía dos hermanas, un sobrino y una sobrina, e incluso
sus colores favoritos. Sus padres, sin embargo, eran un asunto diferente.
“¿Pero nunca les ves?” Pregunté, pensando en que daría cualquier cosa por
volver a tener a mis padres cerca de nuevo. La miré para ver sus labios apretados
en una delgada línea.
“No. Ellos dejaron muy claro que no querían ser parte de mi vida. Viven en
Nuevo Méjico, así que estoy tan lejos de ellos como puedo. A ambos nos gusta
de esa manera.”
“¿Entonces te fuiste de allí, cuando? ¿Después del instituto?” Puse el
intermitente y cambié de carril para poder reducir mi velocidad.
“No, después de la universidad. Estudié las asignaturas básicas en CNM
(Universidad Central Comunitaria de Nuevo Méjico), luego los estudios de
asistente en medicina en la UNM (Universidad de Nuevo Méjico). Me mudé justo
después y me fui a vivir a casa de mi hermana en Virginia.” Ella se quedó
pensativamente en silencio. “Me gustaba estar allí, y la familia de mi hermana
era genial, muy acogedora. Pero.....bueno, no había nada para mí allí.”
“¿Cómo llegaste a Alabama?” Tenía curiosidad por conocer su vida y los
problemas con sus padres.
“Fue por el anuncio que pusiste en el periódico de la APPA (Asociación
americana de practicante de la medicina). Lo vi en Virginia y pensé que
Maypearl, Alabama, podría ser una pueblo agradable.”
“¡Oh, eso es cierto!” Mentalmente le di las gracias a Sandy por ponerlo y luego
refunfuñar y llamar a Ella. “Estuviste huyendo, ¿no? Intentando salir adelante por
tu cuenta.”
Ella se encogió de hombros. “Supongo.”
“¿Qué pasó con tus padres?” Finalmente pregunté.
Ella no dijo nada durante un largo momento, y pensé que tal vez no debería
de haber preguntado.
“Digamos que teníamos fundamentales diferencias en cuanto a valores y
estilo de vida,” dijo ella sombríamente.
“¡Ahh, conservadores!” Ofrecí. “¡No les gustaba el hecho de que
fueras.....vegetariana! Sí, eso es. ¡Los carnívoros! ¿Cómo se atreven?”
Afortunadamente ella entendió mi humor y se rió conmigo, efectivamente
disipando la oscuridad anterior.
“¿Por qué estás tú en Alabama?” Ella preguntó.
Le conté mi encuentro con Richard mientras seguía en la facultad y cómo él
me invitó a entrar en su clínica.
“Wow, hablando de estar en el sitio adecuado en el momento justo,” ella
exclamó.
“Supongo.” Me encogí de hombros. “Mi padre murió en el noventa y nueve y
mi madre comenzó a desarrollar demencia casi por la misma época. Ha estado
con medicación preventiva desde entonces, y aunque hemos conseguido
ralentizar la progresión, tuvo que mudarse a un centro de cuidados completos.
Cuando acepté la oferta de Richard, la trasladé aquí unos meses más tarde.
Ahora está en el Centro de Cuidados a Ancianos Baldwin.”
“Es un sitio bonito.”
“Sí, y ella parece feliz allí. Voy a verla todos los sábados, a menos que tenga
una llamada de emergencia.” No entré en detalles sobre sus ojos vacíos ni cómo
echaba de menos a la persona que había sido.
“Es bueno que la trajeras aquí. Le podría haber pasado cualquier cosa en
Nueva York sin nadie cuidando de ella,” dijo Ella, inclinándose para girar el aire
acondicionado en su dirección.
Ya asentí. “Tengo una tía aquí en Alabama. La mujer del hermano de mi
padre. El tío Thomas murió, también, por lo tanto somos las únicas que
quedamos, aunque ella tiene tres hijos y un montón de nietos dispersos por
Mississippi. Ella también va a ver a mi madre.”
Ella me estudió. “¿Estáis unidas?”
Suspiré. “Tan unidas como puedo estar de alguien, supongo. Oh, espera, eso
ha sonado lamentable. Me refiero a mi trabajo. Es muy exigente.” Corregí
desesperadamente mientras Ella se reía.
“Supongo que eso es cierto,” Ella dijo con nostalgia. Me encontré
preguntándome que estaba pensando. “Debe ser duro tener una vida cuando
eres la única médico de toda la ciudad.”
Asentí pensativamente. “Cierto. Aunque para ser honesta.....”
Ella se giró hacia mí. “Para ser honesta, ¿qué?”
Sabía que mi cara estaba sonrojada. “Um, bueno. Creo que tú no eres la única
que está huyendo de algo.”
Ella se quedó en silencio. Después de un largo momento, miré en su dirección
y vi que estaba sonriendo para sí misma. Yo estaba seriamente confundida.
Vi la salida al hotel y pronto entramos en un amplio camino bordeado por
grandes montículos verdes y follaje tropical a ambos lados. La gran cadena de
hoteles había sido reservada por el Centro de Formación de Asistentes Médicos
de la Universidad Furth para la conferencia anual de la Asociación del Sureste
de Médicos de Familia.
Un cuadro de mis contemporáneos nos saludó estridentemente tan pronto
como entramos en el vestíbulo. La SSFP, compuesta por más de doscientos
sesenta médicos de familia trabajando en la parte más baja del sureste de los
Estados, era responsable de establecer la política y el apoyo a los profesionales
en mi campo. Yo había sido miembro desde que Richard me había presentado
hacía nueve años. Proporcionaban un boletín informativo bueno, lleno de
fascinantes estudios sobre casos e innovadores avances en la disciplina de la
medicina familiar.
Supongo que la razón de que me gustase la medicina familiar era la cantidad
de variedad que encontrabas. La mayoría de las especialidades veían los
mismos asuntos día tras día. Los médicos de familia teníamos que lidiar con la
gama completa de la medicina, desde los niños a los pacientes geriátricos. No
es que él trabajos que hacíamos no fuese repetitivo y predecible. Lo era. Una
infección respiratoria superior era una infección respiratoria superior. Excepto
cuando era una neumonía, una bronquitis, o incluso un aspecto de la
hipertensión pulmonar. Teníamos que descubrir toda esa información. Yo había
trabajado con algunos médicos de familia terriblemente hastiados, cierto, pero
cuando conocías a quien todavía estaba emocionado por un reto, era especial y
gratificante.
“Un montón de personas siguen mirándote,” Ella dijo dándome con el codo.
Acabábamos de inscribirnos y entregado nuestras bolsas a los botones.
Le sonreí. “Nop, te miran a ti. Están acostumbrados a ver a Sandy, así que
sé que todos están preguntándose quién eres.”
“Oh, genial,” ella murmuró.
“No te preocupes. Te presentaré a todos. Puedes esquivar todas las
preguntas entrometidas si quieres. No me importa.”
“¿Así que si soy una completa grosera no te perjudicará?” Ella respondió
bromeando.
Yo estaba encantada con sus chispeantes ojos sonrientes. ¿Cómo podía una
persona ser tan.....linda?
Solo podía sacudir la cabeza, abrumada por mi atracción por ella.
“¡Maddie! ¿Cómo estás?” Oscar me saludó cuando se acercaba. “¿Cómo ha
ido el viaje?”
Estreché su mano extendida. “Fue bien, rápido. Ella, permite que te presenté
al Dr. Oscar Quillen. Tiene una clínica a las afuera de Jackson, Mississippi.
Oscar, Ella Lewis, mi nueva asistente médica.”
“Ahh, ¿Sandy está bien?” Él preguntó, con un poco de alarma extendiéndose
por sus rasgos.
Ella dio un paso adelante y le ofreció su mano. “Oh, sí, está bien. Ha sido solo
un compromiso familiar al que no quería faltar. Esperemos que yo sea capaz de
ocupar su puesto, al menos temporalmente.”
Quillen estaba tan encantado con Ella como yo. Después de estudiarla con
admiración en los ojos, él sonrió y caballerosamente cogió su mano, inclinándose
para presionar los labios en el dorso. “Srta. Lewis. Es un verdadero placer
conocerla,” dijo él.
Vi como la Sra. Quillen se acercaba así que salté rápidamente. “Ella, esta es
Priscilla, la encantadora mujer del Dr. Quillen.”
Priscilla, una verdaderamente atractiva mujer de mediana edad, presionó una
mano en la espalda de Oscar mientras extendía la otra hacia Ella. “Un placer
conocerte, Ella. ¿De qué conoces a nuestra querida Maddie?”
“Ella es nuestra nueva asistente médica en la oficina. Lleva con nosotras unos
seis meses, creo.” Miré a Ella para que lo confirmase.
“Sí. Y, afortunadamente, respondí a un anuncio, y estoy muy contenta de ser
parte del equipo de la Doctora Maddie,” ofreció Ella.
“Hemos oído hablar muy bien de la clínica de Maddie. ¿Verdad, Oscar?” Ella
miró a su marido.
Oscar asintió. “Sí, ese artículo que publicaste sobre la utilización de
medicamentos geriátricos fue muy revelador.” Oscar y Priscilla estaban ambos
sonriendo ampliamente como orgullosos padres, haciéndome sentir
definitivamente incómoda.
“Hmm, no he leído todavía ese,” intervino Ella. “¿Podría decirme de qué
trataba?”
Efectivamente, agradecidamente, les desvío de mí, enganchó un brazo con
cada uno de ellos y les condujo tranquilamente a un lado.
Admiré su técnica con una amplia sonrisa mientras me sentaba en el vestíbulo
y comprobaba los mensajes de mi teléfono.
Capítulo Catorce
Ella
Maddie
“La cena es a las siete, pero la recepción es a las seis y media. ¿Deberíamos
reunirnos aquí y bajar juntas?” No podía reunir el valor para mirarla, por muchas
razones.
“Me parece bien,” respondió Ella. “Creo que me tumbaré un minuto.” Se dio
la vuelta para marcharse pero volvió a girarse rápidamente. “También deberías
hacerlo, Maddie. La cena puede prolongarse mucho.”
Asentí y entré en mi habitación. Dejé la puerta parcialmente abierta hasta que
escuché como ella entraba en su habitación y cerraba la puerta.
Cansada, me dejé caer en la cama. Rápidamente había comenzado a
detestar estas reuniones. Gente pretenciosa actuando de forma especialmente
pretenciosa. Me pregunté otra vez por qué incluso me molestaba en asistir.
Probablemente era por cierta idea de publicar o perecer que persistía de mi
época en la facultad. Eso y la mentalidad de equipo de mi entrenamiento médico.
Me regañé a mí misma. No necesitaba esa porquería. Me quité los zapatos, mi
chaqueta y la colgué en la silla más cercana.
Durante los pasados meses, había sido una voyeur, observando cómo mi
descontento crecía exponencialmente. Había estado agonizando por ello,
preguntándome si la carrera que había elegido seguía motivándome y
desafiándome. Finalmente había desterrado la idea. Todavía seguía
obsesionada por la medicina. De hecho, si tuviese que nombrar una de las
redentoras cualidades que se libraban de mi descontento, sería ser médico.
Aunque no tenía preparadas respuestas para explicar mi angustia, sabía que ver
a Ella con otra mujer había prendido el extraño fuego dentro de mí que era
agotador y exasperante. No me había gustado. Ni un poco.
Consciente de este hecho me di cuenta que de la misma forma que la letra B
seguía a la letra A, que mis sentimientos hacia Ella eran la raíz de mi
descontento. Anhelar pasivamente ya no iba a ser suficiente. En cualquier
momento ella podría estar en brazos de otra. Y eso muy bien podría ser mi
perdición.
Me levanté y me acerqué a la ventana de techo a suelo que daba al pequeño
lago, la fuente central pulverizando agua que atrapaba el arcoiris de la luz del sol
del final de la tarde. Hombres y mujeres, en varios estados de desnudez, se
mezclaban en el brillante pavimento de debajo, y la zona de negocios de la
ciudad de Dothan extendiéndose en el horizonte.
Aunque intenté decirme a mí misma que no importaba, que estaba demasiado
ocupada, demasiado centrada en mi carrera, demasiado preocupada por el
cotilleo local, en el fondo de mi corazón sabía que no podía dejarla ir. No podía
dejar que otra la tuviera.
Agarrándome las manos, me estremecí. Durante años, había sido ajena a la
vida y al amor. El trabajo lo era todo para mí. Después de todo, tenía pocas
distracciones familiares, una inexistente vida social, y mi ocupada mente
anhelaba estímulo cultural. Me había acostumbrado a ello como una muleta para
negar lo que realmente quería. A quien realmente quería. Hacer eso era mucho
más fácil que comprometerme y quizás salir herida otra vez. No, engañada. Eso
era lo que Amanda me había hecho cuando yo era una ocupada residente. Ella
me había engañado haciéndome creer que le importaba cuando no era así.
Impotente regresé a la cama y me tumbé. Estaba a punto de cumplir cuarenta
años. ¿Podía arriesgarme a eso de nuevo? ¿Podía arriesgarme a entregarme
con plena sinceridad en una relación? Había pasado tanto tiempo. ¿Sería yo
capaz de ser una buena pareja? ¿Estaba demasiado acostumbrada a mis formas
de ser como para acomodarme a otra persona? Luego estaba el asunto de salir
del armario en una pequeña ciudad. Oh, sabía que los residentes hablaban de
la rara soltera Doctora Maddie. Solo el señor sabía lo que llegaban a conjeturar
sobre mi estado de soltería. Estaba dispuesta a apostar que no eran muchos los
que pensaban que me sentía atraída por las mujeres en lugar de los hombres.
Muchos de los residentes locales hombres, viudos o veinteañeros, estarían
encantados de pasar un poco de tiempo privado con la doctora, pero las
lesbianas eran pocas en Maypearl, y dispersas. Y en realidad, yo estaba
agradecida por ello. Era una buena excusa.
Me puse boca abajo, apoyando la barbilla en mis manos dobladas en lugar
de en la almohada. Dios, deseaba a Ella. Deseaba abrazar su cuerpo cerca,
enterrar mi cara en su cuello, besar el hoyuelo que a menudo aparecía en su
mejilla izquierda. Deseaba pasar más tiempo conociéndola, conocer todas sus
manías, sus costumbres diarias. Supe entonces, con horrible y hermosa claridad,
que tenía que tenerla en mi vida. Incluso aunque eso significase cambiar todas
las confortables paredes que había construido en mi vida. ¿Estaba preparada?
No lo sabía. Pero estaba deseando intentarlo.
Ella
Maddie
Ella
Maddie
Ella
Maddie
Había olvidado lo mucho que me encantaba patinar en línea. Había sido una
de mis actividades favoritas cuando, como niña y adolescente, iba con mi madre
al Empire, una vieja hermosa pista en el centro de Brooklyn. Era especialmente
divertido cuando el hermano de mi madre, Umberto, venía de Puerto Rico.
Aunque él hablaba verdaderamente poco inglés, estaba fascinado por todas las
cosas americanas y movía el esqueleto con la música de los setenta con
increíble aplomo. Me encantaban esos tiempos.
Ahora, mientras me reía junto a la mujer a la que rápidamente estaba
aprendiendo a adorar, me di cuenta plenamente que algunas cosas estaban tan
arraigadas en ti desde la juventud que nunca podías llegar a olvidar cómo
hacerlas. Una sensación de alivio me llenó, y finalmente me di cuenta que sí,
podía volver a amar otra vez. El miedo me había paralizado durante tanto tiempo
mientras me esforzaba por avanzar en mi carrera que había sido tan fácil ignorar
las necesidades humanas básicas. Estaba patinando alejándome de ese miedo,
y sentí como se desprendía de mí en grandes trozos. Los vacíos que quedaron
se llenaron de brillo, y me sentí impregnada de alegría.
Miré a Ella y me maravillé de su evidente alegría. La liberación de la tensión
acumulada que se había ido construyendo entre nosotras era buena para las
dos.
La multitud había disminuido en algún momento, y comprobé mi reloj. Eran
pasadas las cinco. Sacudí la cabeza con asombro mientras tiraba de Ella
acercándola.
“Son las cinco y cuarto,” dije mientras me inclinaba hacia su oído.
Sus ojos se agrandaron. “¿Hemos estado aquí casi cinco horas?”
Sonreí y le palmeé la mano, que tenía metida en el hueco de mi brazo. “Difícil
de creer, ¿no? Supongo que el tiempo pasa volando cuando te estás divirtiendo.”
Ella sonrió y cubrió mi mano con las suyas.
“Y yo me he divertido,” le aseguré.
“Yo también,” dijo ella, y luego suspiró. “Supongo que deberíamos regresar.”
Ella suavemente tiró de mí hacia un lateral, y fue solo entonces que me di
cuenta de lo doloridos que estaban mis rodillas y tobillos. Demasiado por revivir
mi juventud.
“¡Ouch!” Ella dijo cuando nos acercábamos a la puerta. “Creo que me duelen
todos los músculos de mi cuerpo. ¡Gracias a Dios que hicimos ese descanso
para tomar una porción de pizza o podría haber sido incluso peor!”
Yo gemí, expresando mi propio dolor. “Seguramente no podría ser peor. ¿En
qué estábamos pensando, patinar así a nuestra edad?”
“No creo que se trate de la edad. Más bien se trata de estar fuera de forma.”
Todavía sujeta a la barandilla, Ella hizo pilotar su cuerpo para salir de la pista y
de puntillas se dirigió hacia los bancos acolchados. La seguí. Nos quedamos
sentadas en silencio, lado a lado, durante un largo momento, ambas sonriendo
como tontas.
“Ha sido divertido, ¿no?” Ella preguntó finalmente. Levantó una ceja y me
miró interrogativamente. Sentí como si su nerviosismo estuviera regresando,
eclipsando la alegría de la tarde. Quería poder tranquilizarla.
“El mejor tiempo que he pasado en años,” le dije, cogiendo su mano en la
mía. Dejé que mi pulgar acariciase la suave piel del dorso de su mano. Nuestros
ojos conectaron, y me sentí atraída por sus labios. Estudié sus labios llenos,
rosados, sabiendo que iba a besarla. Entonces recuperé el sentido y me aparté.
Quería hacerlo, desesperadamente, pero no podía volverla a mirar a los ojos.
Sabía que si lo hacía, la besaría, y simplemente era demasiado pronto. Incluso
no habíamos hablado seriamente de nuestras preferencias sexuales. ¿Cómo
podía simplemente asumir que era lesbiana? ¿Cómo podía estar segura de que
se sentía atraída por mí? Liberé su mano y me doblé hacia adelante para
desatarme los patines. “¿Tal vez podríamos hacer esto de nuevo alguna vez?
Me pregunto si habrá una pista cerca de casa a la que podamos ir.”
Ella se quedó en silencio durante un largo momento. Recé para no haberla
ofendido con mis presunciones. Necesitaba ir más despacio, para ver si ella
podía desarrollar sentimientos hacia mí. La miré y vi que estaba estudiándome
pensativamente. “¿Ella?”
Ella sacudió la cabeza como para despejarla. “Honestamente no lo sé, pero
ciertamente voy a comprobarlo tan pronto como lleguemos a casa.” Sonrió.
“Especialmente ahora que tengo pareja para mí locura.”
Quedé atrapada por su enorme sonrisa, y mis dedos lucharon torpemente con
los cordones. “Sí. Será muy divertido,” dije, apartando la mirada y centrándome
en quitarme el patín. Agité los dedos de los pies, disfrutando de la libertad y del
aire fresco.
“Se siente bien, ¿no?” Ella preguntó con una risita.
Asentí y me quité el otro patín. Me levanté y extendí mi mano hacia ella.
“¿Puedes levantarte?”
Ella hizo una mueca como si yo estuviese loca. “Por supuesto, tonta.” Se
levantó, pero un gemido escapó de sus labios.
“Mmhm,” murmuré.
Dejé que lidera se el camino mientras recorríamos la corta distancia al kiosco
de alquiler.
Momentos después, estábamos en el coche dirigiéndonos de regreso a través
del centro de Dothan en dirección al hotel.
“Espero que nadie nos haya echado de menos,” dije.
Ella suspiró. “Ha sido irresponsable alejarte de la conferencia. Pero parecía
que querías alejarte.”
“Quería, sí. Hoy ha sido absolutamente perfecto. Si nos han echado de
menos, nos han echado de menos. Realmente no me importa.”
Ella se rió. “Bueno, somos adultas, supongo, y no siempre tenemos que hacer
lo que se nos dice.”
Me reí con ella. “Ella, no estoy totalmente segura de que dos adultas maduras
pasen un puñado de horas patinando felices y delirantes como lo hemos hecho
nosotras.”
Ella me miró, su expresión sorprendida. “Por qué, por supuesto que lo harían,”
dijo lentamente. “¿Por qué no lo harían?”
Miré hacia el pesado tráfico mientras lo meditaba. De hecho. ¿Por qué no lo
harían? Sabía con nueva certeza que Ella solo traería cosas positivas a mi vida.
Capítulo Veintidós
Ella
Maddie
Ella
Maddie
Ella
Tan pronto como Maddie se fue a comprobar cómo estaban las cosas en la
oficina, me fui a la sala de estar y llamé a mi hermana.
“¡Jess! ¡Jess! ¡Jess!” Chillé cuando ella contestó.
“¡Whoa! Espera, tía El, soy Westie. ¿Estás bien?” Puede oír la preocupación
en su voz, así que me calmé.
“Por supuesto, tesoro. ¿Cómo estás?”
“Supermegabien. Mamá hizo que Papá se rascase el bolsillo para comprar un
nuevo microscopio así que puedo arrasar en los exámenes finales, ¡sí, todo es
súperguay!”
Me reí por su juvenil entusiasmo con el microscopio, entre todas las cosas.
“Eso es increíble. ¿En qué estás trabajando?”
Estuvimos hablando hasta que mi hermana sonó de fondo y Westie le dijo
que yo estaba al teléfono. Westie se despidió y escuché a Jess.
“¿Ella? ¿Cómo ha ido tu viaje?” Ella preguntó. “Quiero todos los detalles.
Canta.”
Yo estaba completamente hechizada, haciendo ruidos indescifrables al
teléfono.
“¿Ella? ¿Ella?” Ella parecía histérica.
“Ha sucedido,” espeté. “Ella.....ella me quiere.”
“Oh, Ella,” ella suspiró.
“Y quiere vivir conmigo. ¡Para siempre!”
Jess chilló al teléfono y, por supuesto, yo igualé su chillido mientras Julio me
miraba con disgusto.
“Oh, hermana. Estoy tan increíblemente feliz por ti. ¿Es ella maravillosa?
¿Tú.....?”
Sonreí y empujé a Julio imprudentemente. “Sí. Anoche, y déjame
decirte.....bueno, no puedo mantener mis manos alejadas de ella. Es tan
deliciosa.”
“Deliciosa,” Jess repitió, arrastrando la palabra. “Eso es maravilloso para ti.
Oh Dios mío. ¿Cuándo podré conocerla? Oh, ¿qué pasa con el trabajo? ¿Vas a
seguir trabajando allí?”
Me acurruqué en el sofá junto a Julio, tranquilizándole. Él se quejó pero no se
movió. “Todavía estamos hablando de eso. Ella quiere que lo haga, pero.....”
“¿Pero?” Escuché como se deslizaba la puerta de cristal a través del teléfono
y pude imaginármela saliendo para sentarse en la inmensa terraza que Brian
había construido para ella. La silla con cojines expulsó aire cuando se sentó.
“No sé por qué tengo reservas. Supongo que se debe a mi corazonada sobre
estar pidiéndole que rompa, ¿qué? ¿El protocolo? Es solo que no quiero ser
responsable si ella.....piensa en eso algún día.”
“Lo entiendo. Tal vez no sea una mala idea.”
“Pero luego pienso en nosotras trabajando juntas, ya sabes, como un equipo.
Eso me emociona. Seríamos como Batman y Robin. El Llanero Solitario y Tonto.”
Jess se rió tan fuerte que se atragantó y no paró de toser. Eso me rompió, y
estallamos en carcajadas juntas como dos viejas gallinas.
“Oh, Ella,” ella suspiró finalmente. “Sé feliz, cariño. Te lo mereces, y estoy
muy feliz por ti. Estoy segura que entre las dos tomareis la decisión correcta. La
vida es demasiado corta para no hacerlo, ¿ya sabes?”
“Sí,” respondí pensativamente. “Y ella es tan maravillosa, bueno, juntas. Sé
que puedo confiar en que ella tomará las decisiones correctas para nosotras.
¿Oye, te he dicho que su familia es de Puerto Rico? Eso es raro, ¿no? Nunca he
salido con nadie como ella. Oh, y Jess, deberías oírla hablar español, me hace
sentir, um, como Gómez con Morticia de la película La Familia Adams.”
Jess se rió. “¿Oh, quieres decir que quieres besarla sin parar y decirle cosas
dulces cada vez que ella lo habla?”
“Sí,” me ruboricé, esperando que Julio no se diera cuenta. “Algo por el estilo.”
“Oh, El, lo tienes tan mal, y me encanta que te esté pasando esto otra vez.
Solo espera, dos años a partir de ahora, estarás quejándote de algo que ella
hace que te pone de los nervios.”
“Si, probablemente. Algo así, lo sé. Pero ahora mismo me tiene comiendo de
su mano. No puedo esperar a que la conozcas.”
“Tal vez podríais venir el próximo mes para nuestra fiesta de aniversario.
Veinticinco años.”
“¡Joder! ¿Ya ha pasado tanto tiempo?”
“Lo sé.” Ella suspiró. “Difícil de creer. Hemos tenido suerte, supongo. No hay
razones para separarnos. Incluso ni nos peleamos. Supongo que seremos como
Mamá y Papá y envejeceremos juntos.”
“Pero estáis bien, ¿verdad?” Yo pregunté.
“Absolutamente. No puedo imaginarme alguien mejor con quien envejecer.
Tal vez tú y tu Maddie seréis de la misma forma. Cruzo los dedos.”
Pensé en ello durante un largo momento. Sí, Maddie y yo seríamos perfectas
como dos viejas damas viviendo y amándonos juntas.
“¿El?”
“Perdona, estaba soñando despierta. ¿Entonces cuando debería decírselo a
Mamá y Papá? ¿Y a Barbie?”
Pude sentir como Jessica se encogía de hombros. “¿A quién le importa? Yo
no tendría prisa. No tienes que verles hasta la próxima Navidad, tal vez entonces.
Es tu vida, y ellos no tienen nada que decir al respecto.”
“Es como si quisiera que sepan que puedo ser lesbiana y aún así ser feliz,”
murmuré.
“No, solo quieres demostrarles que están equivocados. ¿Qué conseguirás
con eso, Ella?”
Maldita Jess. Ella siempre tan razonable. “Satisfacción,” dije sarcásticamente.
“No, lo sé. No es la mejor razón. Te he escuchado.”
“Mmhm,” ella respondió dubitativamente.
Me reí. “Mira, tengo que irme. Quiero deshacer las maletas antes de que
vuelva.”
“¿Dónde ha ido?”
“Solo ha asegurarse de que todo estaba bien en la oficina. Y a relevar al
médico que le ha suplido para mañana.”
“¿Qué vas a hacer con el trabajo?”
“Iré y probablemente tenga noticias mañana. Veremos. Ella va a volver aquí
esta noche, y tal vez hablemos un poco más de ello entonces.”
“Vale, hermana pequeña, mucho amor,” dijo ella, colgando.
“Amor también para ti,” respondí antes de terminar la conexión.
Julio se estiró contra mi pierna, solicitando mi atención. “¿Tú qué crees,
hombrecito? ¿Debería encontrar otro trabajo? Seguro que podría hacerme a la
idea.”
Él me miró y parpadeó con un ojo lentamente.
“Eso no ayuda,” le dije. “Deja que Mamá se levante para que pueda tenerlo
todo perfecto para cuando mi amada mujer vuelva a casa.”
Él apartó su cabeza, y yo me retorcí saliendo de debajo de su sustancial peso.
“Sí, lo sé, cursi. Es solo que no puedo evitarlo,” le dije, riendo mientras
recorría el pasillo hacia el dormitorio.
Capítulo Veintisiete
Maddie
Ella
Capítulo Veintinueve
Maddie
El accidente había sido malo. Miré a través del remolque del camión que
había colisionado contra el pequeño Honda Accord de Lizzie y Darwin Horten.
Reduje según iba acercándome, preguntándome cómo podía haber ocurrido
este choque. No tenía sentido lógico, a menos que uno de los conductores se
hubiese saltado la señal de stop. El cielo nocturno estaba vivo con los destellos
azules, blancos, y rojos de los muchos vehículos de policía y de rescate, por lo
que era difícil ver los detalles. Aparqué mi SUV en un lateral y cogí mi maltratado
maletín médico de la zona de carga trasera.
“¿Qué ha sucedido?” Pregunté cuando me acercaba a Vance Blackwell, el
Sheriff del Condado Estes. Él era un hombre pequeño, inusual para un sheriff,
suponía yo, pero él tenía agallas y era inteligente. Sus agudos ojos no se perdían
nada. Había trabajado con él en más de una docena de ocasiones y siempre en
nuestros encuentros me había dejado impresionada su agudeza.
“Ahh, cielos, Maddie. Un conductor de transporte de larga distancia se ha
quedado dormido. Hay una parada de camiones justo al Este en Baldwin, y aún
así siguió forzando para intentar llegar a Mississippi antes de descansar.
¡Estúpido! ¡Estúpido!” Él escupió en el asfalto y negó con la cabeza.
“¿El conductor está bien?” Pregunté, cubriéndome los ojos e intentando ver
el centro del accidente.
“Sip, sin un rasguño. Sin embargo Lizzie está de parto, es por eso que te
hemos llamado. No podemos llevarla al hospital. Está atrapada de alguna
manera, así que tendrás que asistir al parto aquí.”
Él comenzó a caminar, y yo intenté alcanzarle. ¿Cómo unas piernas tan
cortas y delgadas podían moverse tan rápidamente?
“Aquí está, Doc. Rescate ha llegado, pero no han podido sacarla, y ella dice
que el bebé está llegando.” Él me llevó a través del montón de personal de
rescate directamente hacia el retorcido Accord acordonado. Escuché gemir a
Lizzie, y me agaché para mirar en el lado del conductor de los restos.
“Bueno, cielos, Lizzie. Sabes que voy a tener que cobrarte como una visita a
la clínica. No puedes librarte de pagar por tener el bebé de esta manera.”
La broma produjo el efecto deseado. Sus ojos perdieron la mirada nublada de
puro miedo y se centró finalmente en mi cara.
“Realmente me alegro mucho de verte, Doc,” ella jadeó. “Este chico dice que
quiere venir ahora mismo, y yo no puedo hacer mucho.”
Me arrodillé y me di cuenta con consternación que llevaba pantalones
vaqueros. Suspiré. “¿Cómo son de frecuentes, cariño?” Le palmeé la rodilla.
Ella gimió y esperé, la cabeza agachada. Estaba a nivel del suelo, y estaba
casi asfixiada por el fuerte olor a gasolina. La alarma recorrió mis nervios. Este
no era el sitio en el que quería traer al mundo a un bebé.
“¿Lizzie? ¿Qué te mantiene atrapada en el coche?” Estudié su asiento y el
volante, intentando averiguar cómo sacarla. No vi nada oprimiéndole, aunque
tendría que salir por un espacio verdaderamente estrechó entre el asiento roto y
el volante.
“Las tenazas mecánicas están de camino. El idiota de Charles cogió el camión
equivocado. Él y Allen han tenido que ir a por ellas,” Vance dijo desde detrás de
mí.
“No lo sé, Doctora Maddie. Cortaron el cinturón de seguridad pero no
puedo..... ¡Oh!” Ella hizo una mueca cuanto otra contracción de sacudió.
“Aguanta ahí, Lizzie. No empujes, si puedes evitarlo.”
Me puse de pie, limpiándome las rodillas y me llevé a Vance a un lado.
“¿Hueles eso?” Susurré con urgencia. “¿La gasolina se está filtrando de
alguna parte?”
Él parecía preocupado. “Sí, lo huelo. El conductor del camión está debajo de
esta plataforma, comprobando el tanque de gasolina. No sé cómo está el sedán,
aunque parece que es más fuerte el olor allí.” Él se frotó la frente con la palma
de la mano apartando su grueso cabello.
“Tenemos que sacarla de ahí. ¿Puedes hacer que uno de los bomberos vaya
al lado del pasajero y vea que le está reteniendo?”
Vance se marchó, y le escuché ladrar las órdenes.
“Oye, Darwin,” dije. El marido de Lizzie estaba arrodillado junto al coche,
reconfortando a su mujer.
“Le dije que no debería conducir, Doctora. Me ofrecí a hacerlo, de verdad que
lo hice.” Él estaba presa del pánico. Le palmeé el brazo.
“Estoy segura que lo hiciste, Darwin. Ahora, vamos a centrarnos a sacar a tu
nuevo bebé de ahí.” Le hice un gesto para que se apartase a un lado, y yo
suavemente moví las piernas de Lizzie, que seguían estando en el hueco frontal
junto a los pedales del coche.
“¿Puedes darte la vuelta?” Pregunté, tirando suavemente de sus piernas
hacia mí. “No te retuerzas, solo deslízate alrededor.”
Lizzie gritó, y la solté inmediatamente, levantando mis manos. Ella se quedó
en silencio y jadeó audiblemente con cada ingesta de aire. “Algo.....algo tira, Doc.
No sé.....algo en mi pecho.”
Costillas rotas, pensé. Me eché hacia atrás sentándome sobre mis talones,
preguntándome qué hacer a continuación. No había forma de que pudiera tener
al bebé de forma natural ahora. Tendría que ser por cesárea.
Desafortunadamente, no había forma de que yo pudiera tener una situación
ventajosa para hacer la operación de urgencia. Simplemente no había sitio.
Me puse de pie y fui hacia el lado del pasajero. Un hombre joven con toda la
equitación contra incendios estaba examinando el salpicadero. Él me vio y
retrocedió. “No veo nada que le aprisione,” dijo él. “Aunque el asiento está
atascado, retorcido muy cerca del volante. Creo que ese podría ser el problema.”
Le di las gracias y entonces ocupé su posición en el asiento del pasajero.
Lizzie giró sus aterrorizados ojos hacia mí. “¿Doc, qué vamos a hacer?” Ella
preguntó.
Saqué mi estetoscopio de mi bolsillo y ausculté su pecho. Sip, disminución de
ruidos respiratorios. Puse la palma contra su oscura mejilla mientras escuchaba,
esperando proporcionarle algo de calma.
“Lizzie, Lizzie, mírame, cariño.” Le golpeé con los dedos cuando parecía que
ella iba a entrar en shock. “Esta es la situación. Las tenazas mecánicas están de
camino, y necesito que tú no, de ninguna manera, tengas este bebé. Creo que
tienes algunas costillas rotas y vamos a tener que hacer una operación para
sacarte a este nuevo Horten.”
Ella se llevó ambas manos a la entrepierna. “No lo sé, Doc. Lo intentaré.
Duele mucho.” Ella tosió y parecía que se iba a desmayar del dolor. Salí del
coche, me levanté y escaneé la escena. La mayoría del personal de rescate
estaba de pie alrededor inquietos e impotentes. Me miraron con esperanza en
sus ojos, expectantes.
“Tener preparada una camilla,” chillé. “Ponerla a este lado. Hay más sitio para
maniobrar, y creo que es nuestra mejor opción cuando las tenazas la liberen.
¡Darwin, dame mi maletín!”
Sabía la gran cantidad de dolor que iba a causarle sacarla del coche, pero no
quería comenzar con la IV por varias razones, una de las cuales era que sería
más difícil sacarla con la IV puesta. Simplemente sacar a Lizzie ya sería bastante
difícil. Enredé mis dedos en mi enmarañado pelo con frustración.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!, grité interiormente. Solo esperaba que la
extracción fuese rápida, sin más retrasos.
Nuevas luces barrieron el coche, y vi llegar a una unidad de rescate. Esta
probablemente traía las tenazas. Me ocupé preparando la IV y una inyección
mínima de morfina para aliviarle el dolor después que fuese liberada. Después
de tenerlo todo preparado, me incliné otra vez dentro del coche y sentí que el
pulso de Lizzie era rápido. Le acaricié el pelo, rascando suavemente su cuero
cabelludo entre sus cortas rastas. Ella estaba gimiendo y meciéndose hacia
adelante y hacia atrás.
Dos bomberos llegaron corriendo con lo que parecían un par de pinzas
atiborradas de esteroides. “¿Cuál es la situación, Doc?”
“Tiene que salir de ahí ayer,” dije.
El segundo hombre estaba examinando los hierros, y luego él y Darwin
comenzaron a discutir posibilidades. El tercer hombre se unió, y yo chirrié los
dientes con frustración.
“Mirad, solo quitar el techo, ¿queréis? ¡Haced algo. Rápido!”
El primer bombero se giró hacia mí. “Vamos a cortar la columna de dirección
junto con ese soporte de allí. ¿Puede sacarla de esa forma cuando esté hecho?”
Asentí y le hice un gesto a Darwin para que viniera a mi lado. “Vamos a
sacarla por aquí cuando quiten el volante, pero tenemos que tener cuidado.
Tiene las costillas rotas, así que intentaremos mantener sus brazos a sus
costados. Tenemos que subirla a la camilla de allí, para así poder evaluar la
situación. Tienes que estar preparado, Darwin. Tienes que ser fuerte, porque ella
va a gritar como si le estuvieran desgarrando, ¿de acuerdo?”
Vi como su sudorosa cara llena de sudor y lágrimas mostraba terror. Él intentó
parecer fuerte, sin embargo, y observé su batalla con satisfacción, incluso
aunque el rugido del metal rompiéndose hizo me me encogiera.
Vi la luz antes de sentirlo. Estaba justo agachándome para ver si había sido
liberada.
Entonces no había nada.
Capítulo Treinta
Ella
El Hospital Bautista Estes podría ser pequeño pero las entradas seguían
siendo tan confusas como en cualquier otro. Había aparcado en el
estacionamiento de urgencias pero terminé teniendo que correr alrededor para
llegar a la puerta de urgencias. Varias personas estaban apiñadas en el
mostrador de ingresos, y me metí impacientemente poco a poco mientras fruncía
el ceño a sus espaldas.
Después que se fueran, comencé a preguntar por Maddie pero tuve un
momento de claridad. “¿Está Sandy Webber por aquí? Me pidió que viniese
aquí.”
La recepcionista me miró despectivamente. “¿Sandy? ¿De qué la conoce?”
Rechiné los dientes y entonces me obligué a relajarme. “Trabajamos
juntas.....en la consulta de la Dra. Salas.”
Su cara cayó y nuevamente el terror me atrapó. “Alex, llévala atrás dónde
está Sandy. En la sala de espera número dos,” ella le dijo a un joven hombre
junto a ella.
Él inmediatamente dejó la zona de triaje y pulsó el botón que abría las
pesadas puertas dobles que daban al interior de urgencias.
“¿Así que trabajas con la Doctora Maddie?” Él preguntó mientras yo sin
aliento intentaba mantener su ritmo.
“Sí,” dije. “Llevo más de un año.”
Él negó con la cabeza y un mechón oscuro de pelo cruzó su frente. “Es
simplemente horrible, lo que ha sucedido. Aunque ella es una heroina, de eso no
hay duda.”
Estaba a punto de presionar para obtener más detalles, pero una Sandy
llorando copiosamente se tiró a mis brazos, desequilibrándome. Asentí dándole
las gracias a Alex y guié a Sandy hacia una silla en la abarrotada sala de espera.
Vi al Sheriff Blackwell, quien estaba cubierto de hollín y parecía haber tenido una
noche terrible. Varios bomberos también estaban allí, uno con un brazo herido
vendado pegado a su pecho. Giré mi atención de vuelta a Sandy y la sujeté de
la parte superior de los brazos para hacer que me mirase.
“¿Sandy, dónde está Maddie? ¿Qué le ha pasado?”
Ella solo negó con la cabeza y continuó llorando. La solté y me enderecé.
Estaba adormecida y no podía pensar con claridad sobre cómo proceder.
“La han llevado a MRI (Resonancia magnética),” dijo Vance cuando se acercó
a nosotras.
“¿Mamá?”
Una mujer de treinta y tantos, pelo rubio recogido en una cola de caballo,
entró en la sala y fue directamente hacia Sandy. Llevaba dos tazas de café, las
puso al final de la mesa y se sentó para darle a Sandy un fuerte abrazo.
“Shh, Mamá. Todo va a ir bien. Sabes que es así. Las cosas realmente malas
nunca les pasan a las personas verdaderamente buenas. Dios las protege. Doc
Maddie se va a poner bien, solo tienes que esperar y lo verás.” Sacudió
suavemente a Sandy. “Ahora, Mamá, venga. No te pongas así.”
Ella se fijó en mí de repente y extendió su mano. “Tú debes de ser Ella, soy
Cynthia, la hija de Sandy. Es bueno conocerte, a pesar de las terribles
circunstancias.”
Cogí su mano y murmuré una cortesía. “¿Qué ha sucedido exactamente?”
Pregunté a la sala en general.
Sandy se enderezó y se limpió la cara con un pañuelo. “Ella estaba en
Gulfstream, justo en la salida de la I-10.....”
“Un camionero se quedó dormido al volante,” intervino Vance. “El coche
accidentado de Darwin Horten estaba saliendo de la I-10 hacia Gulfstream.
Lizzie, conoces a Lizzie, bueno, ella conducía y quedó atrapada detrás del
volante.”
“Ella está embarazada.....estaba embarazada,” dijo Sandy y estalló en una
nueva oleada de sollozos.
“Doc Maddie y los chicos de rescate estaban intentando sacarla cuando de
repente los gases de la gasolina prendieron. Debían de haberse reunido los
gases debajo del coche de Horten. Estábamos comprobando el depósito del
camión, pero la explosión salió de debajo del coche.”
“¿Quieres.....quieres decir que explotó? ¿Pero dónde estaba.....la Doctora
Maddie?” Estudié la cara de él, con ojos que sabía estaban desorbitados y
aterrorizados. Estaba intentando verdaderamente duro mantenerme compuesta.
Vance no dijo nada inmediatamente, solo jugueteó con la hebilla de su
cinturón con ambas manos. Finalmente, dejó caer las manos en disculpa. “Ella
estaba.....ah.....justo al lado del coche. Salió volando y aterrizó con muchísima
fuerza contra el muro de cemento de la tienda de Lou, entonces cayo contra el
asfalto. Ella.....bueno, está golpeada bastante seriamente, pero están
mayormente preocupados por su cerebro. Lo han llamado traumatismo
craneoencefálico y.....”
“Dicen que podría haber inflamación,” añadió Sandy embotada, hablando a
través del pañuelo, meciéndose hacia adelante y hacia atrás, para intentar
calmarse. “Están haciéndole un escáner ahora para ver si tienen que operarla
para aliviar la presión. Sin embargo no están seguros de la gravedad de los
daños.”
Mis rodillas cedieron, y caí al suelo, el golpe suavizado por el agarre de
Vance. Estaba segura de haber perdido la consciencia; finalmente recuperé el
sentido, escuchando a Sandy llamarme por mi nombre. Ella y su hija, Cynthia,
se cernían sobre mí, pareciendo realmente preocupadas. Yo agonizaba por no
poder decirle a nadie lo que Maddie significaba para mí. Todo lo que podía hacer
era llorar, acurrucándome en posición fetal sobre la dura y áspera moqueta del
suelo de la sala de espera.
Capítulo Treinta y Uno
Maddie
Ella
La primera vez que vi a Maddie después del accidente hizo que mi corazón
se apretase en mi pecho y mis ojos, que pensaba ya habían llorado todo, se
llenaron de lágrimas otra vez. Sandy y yo estábamos agarradas como dos
náufragas en un mar desprovisto de tierra.
“Oh, Dios, tiene un aspecto horrible,” dijo Sandy en voz baja. “¿Crees que
alguna vez se pondrá bien?”
Suspiré profundamente. “Tiene que hacerlo, Sandy. Es como Cynthia ha
dicho, ella es una buena persona.”
Mi locura estada desterrada a un lado durante un rato, permitiéndome
centrarme en el aquí y el ahora. Examiné a Maddie con ojo médico.
Estaba muy golpeada, no había duda. Su ojo derecho era rojo brillante y la
hinchazón lo mantenía cerrado, su labio inferior estaba partido. Su brazo derecho
estaba entablillado, y había una rejilla debajo de las sábanas; no había duda de
que sus piernas estaban heridas, tal vez incluso abrasadas por el asfalto. El
meñique de su mano izquierda estaba entablillado, así que probablemente
también estaba roto. No podía ni incluso imaginar el nivel de dolor que estaba
experimentando.
Una enfermera entro rápidamente en la habitación y colgó una nueva bolsa
IV. Ella sonrió y asintió hacia nosotras. “Pueden acercarse, pero pasará algún
tiempo antes de que vuelva en sí. Creemos que su cabeza está bastante
seriamente dañada.” Hizo una pausa y miró hacia abajo a Maddie. “Pobrecita,”
añadió. “Saben, mi abuelo va a verla a ella, lo lleva haciendo desde que ella se
hizo cargo de la consulta del Dr. Pembroke. Odio que le haya pasado esto a ella.”
Solté a Sandy y me acerqué a la cama. Quería tanto tocarla que me
temblaban las manos. “Yo también,” dije en acuerdo suavemente.
“Sé que tiene un aspecto horrible, toda hinchada y eso, pero se sorprenderán
de cómo el cuerpo puede sanar por si mismo. Si necesitan cualquier cosa
díganmelo.” Se dio la vuelta para marcharse pero regresó. “No intenten moverla
o despertarla. Hora necesita descansar, más que nada.”
“¿Sandy, que ha pasado allí?” Pregunté poco tiempo después. Estaba
parpadeando para alejar las lágrimas pero intentando mantener mi cara inmóvil
como una piedra. No podía dejar que Sandy viera como realmente me sentía por
Maddie. Derrumbarme en la sala de espera ya había sido espectáculo más que
suficiente.
Sandy estaba estudiando los monitores. “Los vapores de la gasolina pueden
prender con mucha facilidad. No hace falta mucho.”
“¿Por qué los chicos de rescate no despejaron la zona? Es decir, ¿no es ese
el procedimiento estándar?” No pude evitar el tono brusco que invadió mi voz.
Ella levantó la vista hacia mí. “Ya has oído a Vance. Ella estaba intentando
asistir a Lizzie en el parto, pero no podían sacarla del coche.”
Miré hacia abajo a Maddie toda magullada, los tubos perforando sus manos
y de repente recordé esas manos moviéndose dentro y fuera de mi cuerpo. Cerré
los ojos, queriendo de todo corazón volver a sentir eso otra vez. Tardase lo que
tardase, traería a Maddie de vuelta a mí. Temblé por dentro, el miedo me
sobrecogió. ¿Y si.....? No, no podía pensar de esa forma. Maddie era mi amor.
Había tardado tiempo en encontrarla.....
“Oh, no,” dijo Sandy y yo giré mi cabeza para mirarla.
“¿Qué?”
“Su tía vive al oeste del pueblo. Tenemos que decírselo, pero no estoy segura
de cómo ponerme en contacto con ella. Ni incluso puedo recordar su nombre.”
La cara de Sandy era de pánico. Tenía que darle un descanso a su mente.
“¿Qué pasa con esos formularios de contactos que guardamos en la oficina?
Los que tuvimos que rellenar para los archivos de recursos humanos. ¿Ella los
rellenó?” Volví a mirar a Maddie, y retorcí las manos, queriendo tocarla. En
realidad quería despertarla y ver su adorable sonrisa sonriéndome a mí.
“Ella, eres un salvavidas. Voy a ir corriendo allí y ver si puedo encontrarlo. Si
lo hago, llamaré a su tía. ¿Estarás bien aquí? Nos echarán de aquí tan pronto
como tengan que repartir la próxima comida, aunque supongo que ella no tendrá
ninguna. La cafetería está en el segundo piso, por si quieres escabullirte y luego
volver y quedarte en el hospital un poco más.”
Me giré hacia ella. “Gracias, Sandy. Yo.....yo siento lo de antes. Es solo que
ha sido un duro golpe.”
Ella cogió una de mis manos y la palmeó repetidamente. “Está todo
perfectamente bien, tesoro. A todos nos ha impactado mucho. Simplemente
nunca piensas que algo así le vaya a suceder a alguien que tú.....ya sabes.”
Un sollozo le sacudió, y la cogí entre mis brazos. “Vamos a centrarnos en lo
más importante y pasaremos por esto,” dije con mi voz más calmada. “Mientras
estás en la oficina, ¿por qué no coges la lista para hoy? Tenemos que llamar a
todo el mundo y cancelar las citas.”
Ella cogió su agenda de piel de la silla, de repente llena de propósito. “Oh,
demonios sí. También tengo que ver si puedo encontrar a otro médico cercano
que pueda sustituirla. Ya sabes, hasta que ella vuelva a estar bien.” Miró
nerviosamente hacia la cama. “Bueno, me voy. Si se despierta.....bueno, dile que
Sandy le dice hola, ¿lo harás?”
“Por supuesto que lo haré, Sandy. Ahora, ve. Apuesto a que tienes un cola
de pacientes madrugadores esperándote ya.” Hice un gesto de despedida hacia
la puerta.
A solas con Maddie, finalmente pude relajar mis hombros. Me sentía como un
tulipán después de la primera helada del otoño. Mi cuerpo, mi tallo, se había
debilitado, y no estaba segura de poder permanecer en vertical por más tiempo.
Arrastré la silla cerca de la cama y me senté, mi mano acariciando la parte
superior del brazo no entablillado de Maddie. Me pregunté si ella podía sentirme,
si sabía que estaba cerca.
“¿Maddie? Maddie, cariño. Estoy aquí. Vuelve conmigo, querida. ¿Recuerdas
la conferencia?” Sonreí y presioné mi frente contra su frente, aquietando mis
manos. “¿Cómo nos divertimos patinando? Todavía me duelen las piernas.”
¿Qué estúpido era eso? Pensé, hablar de un dolor menor cuando la agonía
que ella debía de.....negué con la cabeza. Tenía que comer y más café si iba a
estar con ella.
“¿Maddie? Cariño, voy a ir abajo solo un minuto. Pero volveré enseguida, lo
prometo.” Sollocé repentina e inesperadamente, y mis mejillas se llenaron
de lágrimas nuevas y calientes. “Maldita sea,” murmuré. Me limpié los ojos con
la manga. “Vale. Me voy pero no por mucho tiempo. Solo para tomar un café. Se
lo diré a las enfermeras para que no estés sola, ¿vale?”
Me moví hacia la puerta, caminando de espaldas, mirándola, deseando que
sonriera y respondiera. No hubo ningún movimiento. Era como si mi Maddie se
hubiese ido.
Capítulo Treinta y Tres
Maddie
Ella
El funeral fue hermoso, si es que un evento de esta clase podía ser llamado
así. La parte más triste fue el pequeño ataúd blanco para el bebé que no había
llegado a nacer oficialmente antes de morir. Las familias Horten y Collins habían
decidido realizar los funerales de Lizzie, Darwin y el bebé en un solo servicio. Yo
pensaba que era una buena idea.
Sandy, por supuesto, estaba devastada, sollozando incontroladamente y
apenas capaz de mantenerse de pie. Ella conocía a Lizzie desde hacía mucho
más tiempo que yo y había seguido de cerca su embarazo. También conocía al
marido de Lizzie, Darwin, que yo nunca había llegado a conocer.
El funeral del bombero había sido hacía dos días, Sandy y yo también había
mis asistido a ese. Sentía como si tuviera que asistir a todos ellos por Maddie.
Ella hubiera estado allí de haber podido, y querría saberlo todo sobre ellos tan
pronto como se encontrase mejor.
Capítulo Treinta y Cinco
Maddie
Ella
Maddie
Ella
“¿Estás segura que no quieres venir sola?” Jessica preguntó. Escuché la nota
de preocupación en su voz y me sentí irrazonablemente culpable. Odiaba cuando
se preocupaba por mí.
“Es solo que no me parece bien dejarla tanto tiempo,” le expliqué.
“Eso es porque te da miedo que se olvide de ti, si estás demasiado tiempo
fuera, ¿no?”
Le asentí a Julio. “Sí, eso creo. Ahora, háblame de la fiesta de aniversario.
¿Va Brian a quemar misteriosa carne en la barbacoa? ¿Vais a bailar?”
Ella se rió y comenzó a contarme la sorprendente cantidad de bourbon que
podría ser consumido en solo unas pocas horas. Yo escuché, haciendo los
sonidos adecuados, pero estaba sumida en el fondo de una depresión de la que
no estaba segura de si algún día podría salir.
Después de saber por el Dr. Dorsey que el habla de Maddie se había
deteriorado, sentí como si la tierra se abriera bajo mis pies. ¿Cómo podía esta
mujer vivaz e inteligente a la que amaba ser silenciada? Ella tenía mucho que
ofrecer al mundo, y ahora no tenía forma de expresarse.
Durante esos días, me moví entre la autocompasión porque nunca volvería
oírla hablar otra vez y recordar las notables formas desafiantes que habían
permitido a personas como Stephen Hawking que sus voces fuesen escuchadas.
El rebote emocional hacia adelante y hacia atrás hizo que me sintiera errática y
fuera de control la mayor parte del tiempo.
Maddie había hecho grandes avances desde el día en que se había
despertado, pero todavía seguía luchando con las tareas diarias. Yo la visitaba
a menudo, pero estaba absolutamente claro que se había olvidado de nuestros
idílicos días robados, y noches, en Dothan. No veía amor en sus ojos cuando me
miraba, y cada vez que me miraba, como a una amiga y una vez compañera de
trabajo, yo sentía el dolor crecer y pesar en mi corazón.
“¿Estás segura que no quieres venir por Acción de Gracias? Te prometo que
Mamá y Papá no van a estar aquí, en caso de que estés preocupada por eso.”
¿Cómo podía decirle a mi hermana que sería una horrible compañía? ¿Que
no había Acción de Gracias para mí en ninguna parte por la brutal forma en que
Dios nos había tratado a Maddie y a mí? No, no iba a ir a visitarla por Acción de
Gracias.
“La oficina también está tan falta de personal. No creo que haya forma de que
pueda alejarme tanto tiempo. También le prometí a Florida que me quedaría con
Maddie mientras ella se va a Mississippi a visitar a sus hijos antes de Acción de
Gracias. Ella hace tiempo que no ha ido, así que.....”
“¿No puede Maddie ir con ella?”
“No creo que esté preparada para tanto viaje todavía. Sigue yendo a terapia
dos veces por semana, y no quiere faltar.”
Jess suspiró. “Vale, hermana, pero para que conste quiero que sepas que
estoy seriamente preocupada por ti. Pareces verdaderamente deprimida. Te
concedo que tienes motivos, pero quiero cogerte la mano y decirte que todo va
a ir bien.”
“Pero no es así,” susurré.
“¿Qué?”
“No va a ir bien. La he perdido, y no sé cómo hacer que vuelva. Y quiero que
vuelva,” respondí.
“Ella.....”
“Ellos dicen que las heridas en la cabeza a veces dan lugar a toda una nueva
persona. Dicen que podría ser capaz de hacer lo que hacía antes, pero con
diferencias porque el cerebro tiene que crear nuevos caminos para hacer lo que
hacía. Y eso es perfecto, pero no puedo lidiar con ello. No puedo lidiar con que
ella haya olvidado quién era yo para ella. O lo que ella era para mí. No hay rastro
de amor, ni siquiera reconocimiento cuando me mira, y cada vez que me mira
así.....yo simplemente muero un poco.”
“Ella, cariño, esto también pasará. Ella tiene que ponerse mejor, y cuando lo
haga te recordará y recordará lo que erais la una para la otra. Es decir, piensa
por lo que ha pasado su pobre pequeño cerebro, golpeado de esa forma. Hace
falta tiempo para recuperarse de algo como eso.”
Le rasqué a Julio debajo de la barbilla. “Y si se recupera. Su mente podría no
ser nunca la misma. ¿Entonces qué? ¡No podrá ser médico, no tendrá vida.....ni
yo! Ella y yo estábamos unidas de muchas maneras. Incluso no puedo ni
imaginarme la vida sin ella. Ni incluso ahora.”
“Lo entiendo, cariño, la has amado desde hace mucho tiempo. Solo dale
tiempo, un poco más. Tienes que estar allí para ella e intentar no deprimirte
demasiado. ¿Vale?”
Asentí y presioné mi cara contra las suaves orejas de Julio. “Vale.”
“¿Qué has dicho?” Ella parecía perpleja.
Me senté recta. “He dicho vale. No es que tenga nada más que hacer. Solo
trabajar, ir a ver a Maddie, y volver a casa. No es exactamente como había
planeado que fuera mi vida, tan solo hace unos meses.”
“Ella, por favor no te amargues por esto. Tal vez deberías buscar una iglesia,
hablar con un párroco.”
La rabia me llenó. “Como si eso fuese a cambiar nada, Jess. Me di por vencida
con eso hace mucho tiempo. Además, estoy bastante enfadada con Dios ahora
mismo. No estoy segura de que él quiera escucharme.”
Escuché su jadeo. “¡Ella! Sabes, tal vez él sea con quien deberías hablar
ahora mismo. Hablar de lo furiosa que te sientes. Podría ser de ayuda.”
Dejé que el silencio reinase de nuevo y ponderé sus palabras. Había una
iglesia católica justo al final de mi calle. “Tal vez lo haga,” susurré finalmente.
“Lo siento, hermanita. Es solo que odio esto y me siento tan impotente.”
“Oh, lo sé, Jess.” Separé el teléfono de mi oído y busqué en mis iconos.
Presioné uno que me dejaría ver su querida cara. En pocos segundos estaba
mirándola. Ella parecía cansada pero tan familiar y tan reconfortante. “Oh, Jess,”
dije.
Sus ojos azul oscuro fueron tan comprensivos. Ella se inclinó hacia adelante.
“Tienes que hacer todo lo que sea necesario para sentirte mejor. Conoces el
procedimiento. Lo hemos hecho demasiadas veces en nuestras vidas. Tengo
completa fe en ti.”
Sonreí, y me hizo sentir mejor. “Tus charlas siempre han hecho que mi mundo
sea mejor, hermana mayor.”
Ella me devolvió la sonrisa. “Bien.”
Di una profunda respiración y me desenredé de Julio. “Vale. Voy a ir a dar un
paseo. Hay una iglesia al final de la calle.”
Ella asintió. “¿Conoces al párroco?”
Me encogí de hombros. “Todavía no.”
Ella me sonrió. “Nos despedimos. Te quieeeero.”
“Yo también te quiero.” Finalicé la conexión y cogí mi abrigo del perchero.
“Volveré pronto, Julio. Se un buen chico.”
Mi teléfono sonó justo cuando tocaba la puerta. No reconocí el número, y de
repente el miedo me llenó. Supuse que algo le había sucedido a Maddie.
“¡Hola!” Ladré al teléfono, agarrándolo con fuerza, nerviosamente.
“Hola, querida.”
“¿Quién es?”
“Soy Dixie, de la conferencia. ¿No me recuerdas?”
Ciertamente la recordaba. Y pensé en el suave cabello rubio y los brillantes
ojos azul claro. La curvilínea figura.
“Si Dixie. ¿Cómo estás?”
Capítulo Treinta y Nueve
Maddie
Ella
Dixie tenía tan buen aspecto, sentada allí esperándome, y yo solo me quedé
parada en la puerta del restaurante observándola durante un momento. Como si
me sintiera, ella levantó la mirada, me vio y vino a abrazarme.
“Me alegra tanto que hayas podido venir,” dijo, los ojos llenos de alegría. “Odio
tener que comer sola, no es divertido en absoluto.”
Le sonreí. “Yo también,” dije.
Parte de mí sentía como si hubiese tenido que ir a la iglesia en su lugar, pero
me sentía impotente, como si estuviera actuando en piloto automático. Estar aquí
con ella era casi como estar engañando, aunque sabía que no sucedería nada
entre nosotras. Seguía amando a Maddie, y eso nunca cambiaría.
Después de sentarnos y pedir nuestras bebidas, Dixie se inclinó hacia
adelante. “¿Cómo está la Dra. Salas?” Preguntó. “Estábamos todos devastados
cuando nos enteramos de las noticias. Pensé que mi padre iba a llorar. ¿Está
mejor?”
“Bueno, define mejor.” Me aclaré la garganta. “Todavía no puede hablar, pero
utiliza apps de habla, eso ayuda. Físicamente, está más o menos bien, pero no
parece tener ninguna.....oh, no sé. Energía, supongo. O tal vez interés.
Simplemente parece no importarle nada de la forma en que lo hacía.”
“¿Y su mente? ¿Cómo está su mente?” Sus ojos eran de curiosidad.
Me froté la frente, sintiendo como si un dolor de cabeza estuviese floreciendo
allí. “Tiene solo parches de memoria, y su capacidad de habla está regresando
lentamente. No recuerda nada del accidente. Sabe que es médico, pero no
recuerda mucho de su trabajo. Ni siquiera parece que piense en ello, no pregunta
por sus pacientes o cómo va la consulta sin ella.”
“Ya no va a volver a ser una doctora, ¿no? Eso es tan jodidamente horrible.
Ni siquiera puedo imaginarme cómo debe ser, perder todo en tan solo unas
pocas horas,” dijo ella en voz baja.
“Es bastante malditamente horroroso,” susurré.
Después de unos momentos, estaba decidida a cambiar de tema. “¿Has
comido aquí antes? ¿Es bueno?” Miré el menú.
Recordé haber compartido una comida con Maddie. Recordé como habíamos
pedido lo mismo y como nos reímos por ello. Levanté la vista, mi universo cambió
hacia la palidez de Dixie sentada frente a mí en lugar de exótico bronceado de
Maddie.
“Creo que tomaré un grueso, jugoso filete,” dijo ella, sus ojos mirando el
menú. “He oído que los hacen muy bien aquí.”
Asentí. “Suena bien.”
No estando interesada en el filete, pedí el salmón cuando el camarero, un
joven hombre con barba, se acercó para traernos dos ensaladas de la casa.
“¿Entonces has pensado en venir alguna vez a Dothan para pasar un tiempo?
Me encantaría enseñarte mi.....mi ciudad.” Ella estaba disfrutando de su
ensalada, sumergiendo los trozos de lechuga en el aderezo especial de la casa.
La pausa fue sutil, pero la oí. Necesitaba cortar eso de raíz inmediatamente,
pero había algo que me retenía.
“¿Dime otra vez por qué estás en Maypearl? ¿La madre de un estudiante?”
Intenté fingir curiosidad.
Ella asintió y masticó hasta tener la boca vacía. “Es la madre de uno de los
miembros de nuestro personal. Vive aquí en Maypearl. Normalmente la visita de
una madre solo es coger un avión a Dothan y en cuarenta minutos estás allí,
pero oh no, a la Sra. Branley le da miedo volar, así que hay que traerla en coche
de vuelta a casa.”
Estaba confundida. “Espera. ¿Cómo ha llegado ella a Dothan?”
Dixie se rió, y yo sonreí en respuesta. “Supongo que debería de haberlo
explicado. Ella cogió un autobús a Dothan hace dos días, pero la tonta mujer
perdió el último autobús de vuelta para hoy. ¿Entonces qué hizo mi padre? En
lugar de llevarla a casa él mismo, me envió a mí.” Ella hizo una pausa. “En
realidad le estoy agradecida.”
“¿Lo estás? ¿Por qué?” ¿Estaba de verdad flirteando con ella?
“Bueno, así he podido verte, ¿no?” Ella sonrió dulcemente, sus ojos llenos de
calor y bienvenida.
Nuestra comida llegó, acabando con lo que podría haber sido un momento
incómodo para mí. Estaba dividida, deseando tanto a Maddie pero sabiendo, con
algo de decepción, que se había ido de mí. Una gran parte de mí quería
desaparecer con ella, pero otra parte quería estar presente, amar, vivir la vida
con plenitud.
“Mmm, esto está bueno,” dijo Dixie, probando su filete.
Miré hacia abajo a mi salmón, sobre una cama de arroz y rodeado un brillante
verde brocoli al vapor. No eran espaguetis marinara. El dolor me inundó, y lo
sofoqué rápidamente, dando un gran sorbo de té helado.
“¿Cómo está tu salmón?” Ella preguntó, mirando mi plato sin tocar. “¿Oye, te
encuentras bien?”
Sonreí y asentí, parpadeando para alejar las lágrimas. “Claro, claro. No sirven
macarrones con queso aquí.” Señalé mi plato con el tenedor.
Ella levantó su tenedor y saboreó seductoramente. “¡Y eso es taaan bueno!”
Cogió unos cuantos fideos con su tenedor y me los ofreció. Vi el desafío en su
mirada, y Señor ayúdame, tomé el bocado. E inmediatamente lo lamenté. Casi
me voy. No necesitaba este tipo de conflicto en mi vida. No en este momento.
El resto de la comida fue agradable y sin incidentes. Sabía que Dixie quería
más de mí, pero yo simplemente no tenía nada que dar. Desvié todas sus
propuestas y no flirteé ni la alenté. En su lugar, hablamos de su vida diaria como
asistente administrativa de su padre, de las aventuras de su hermano por la
escena de las citas gays en Montgomery, y del susto de su madre con un cáncer
de mama.
“Oh Dios mío, sin ofender, pero supongo que no lo llevó nada bien en
absoluto,” dije.
“Como lo sabes,” convino ella. “La idea de que le hicieran esas cosas médicas
tan desagradables a mi madre fue tan alarmante, tanto para mí como para ella.
Gracias. Dios era benigno. Pensé que se iba a desmayar cuando descubrió que
le tenían que hacer una biopsia. Todos le cogimos la mano, aunque ella fingía
ser valiente y fuerte.”
Suspiré y puse los ojos en blanco. Entonces ella me estudió.
“A ti te pasa algo,” dijo.
Comencé a negarlo, pero ella levantó una mano para evitarlo. Levantó su
tenedor y rebañó el último trozo de pastel de chocolate que ninguna de las dos
habíamos comido.
“No tienes que decirme que es, pero sé que es algo que tiene que ver con la
Dra. Salas. Quiero decirte que siento mucho que que tengas que pasar por estos
momentos tan duros, bueno, las dos. Realmente espero que todo se resuelva
pronto y todo vaya bien. Si puedo ayudar de cualquier forma, solo dímelo.”
Se me llenaron los ojos de lágrimas, al oír tales sinceros sentimientos por su
parte. Cogí su mano libre entre las mías. “Realmente te lo agradezco, Dixie. Creo
que nosotras dos podemos ser grandes amigas, si eso te parece bien a ti.”
Ella asintió y apartó la mirada un momento. “¡Por supuesto! Las chicas tienen
que permanecer unidas,” dijo alegremente cuando volvió a mirarme.
“Especialmente en el profundo sur.”
Me reí, llena de alivio. “Una verdad más verdadera nunca ha sido dicha.”
Capítulo Cuarenta y Uno
Maddie
Ella
Maddie
Ella
“Volveré mañana para darte de comer. Tal vez traiga a Maddie para que te
vea. ¿Te gustaría eso? Apuesto a que la has echado de menos,” le dije a Julio
cuando cerraba la cremallera de mi bolsa.
Miré hacia la cama y recordé como Julio se había sentado sobre la cadera de
Maddie la última noche que estuvimos juntas. “No tienes a nadie a quien arañar
en estos días,” añadí.
Mis ojos se dispararon hacia el espejo del cuarto de baño. El corazón de
pintalabios que había dibujado para Maddie todavía seguía allí. No podía
soportar tener que limpiarlo.
Me senté en la cama y envolví los brazos a mi alrededor. “Tenía algunos
planes para nosotras, Julio. Es decir, iba a intentar preparar la cena para
nosotras todas las noches. Iba a llevarla a casa de Jess para la fiesta de
aniversario. Realmente quería que conociera a Jess y.....y a Barbie. Y a Westie,
oh, a ella le hubiese encantado Westie, y a Westie ella.” Julio saltó sobre la cama
y me empujó con su cabeza.
Las lágrimas surgieron y cayeron sobre mis manos dobladas. Eran calientes,
y froté la humedad en mi piel con los pulgares hasta que desapareció. Tenía que
ser fuerte. Tenía que ser amiga de Maddie y ayudarla a través de este periodo
de sanción. Ella tenía un montón de amigos que le estaban ayudando, pero yo
era quien la conocía mejor.
Me levanté y alisé mi blusa. “Vale, voy a dejar puesto el temporizador para
que tengas tres horas de TV cada noche. No más. Los programas pueden
destrozar tu cerebro.” Le dije mientras me estiraba a través de la cama para
besarle en la cabeza. “Se buen chico.”
Llevé mi bolsa de viaje a la parte frontal y cogí mi bolso. Di una mirada final
alrededor y salí a la brillante luz del sol de otoño.
Florida abrió la puerta cuando llegué a la casa. “Hola chica. ¿Qué estás
haciendo aquí tan temprano?”
“Ah, el Dr. McLean tenía una cita con el dentista. Pensé que así podrías irte
temprano.”
“Chiquilla, eres tan dulce.” Ella me dio y enorme, reconfortante abrazo, y me
relajé, disfrutando de ello plenamente. “Vamos dentro y cogeré mis cosas.”
“¿Dónde está Maddie?” Pregunté, mirando alrededor de la sala de estar.
“En la cafetería. Dando su paseo diario de terapia y tomando un poco de
cafeína.”
“Ah, sí, me había olvidado de eso. Tal vez me acerqué y la acompañe de
vuelta a casa. ¿Necesitas ayuda para cargar el coche?”
“Oh no, solo tengo una bolsa. Ve a buscarla, yo me prepararé, y me despediré
de ella cuando volváis.” Ella comenzó a marcharse y entonces regresó, sacando
las llaves de su bolsillo. “Maddie tiene su propio juego, pero me sentiría mejor si
tú te quedarás el juego de llaves de repuesto de la casa. Solo para que no tenga
que preocuparme.”
Cogí las llaves y entonces la sujeté de los hombros, mirándola a los ojos. “Por
favor. Yo me encargo. Pasa un buen tiempo con tu otra familia. Estaremos bien,
¿vale?”
Ella asintió y dejo caer los ojos. “Debería decirte.....ella ha tenido un sueño.”
“¿Sobre?”
“Creo que ha recordado cosas, como patinar y el amor. No sé si solo estaba
soñando o recordando. No sé cómo eso puede afectarle. Supongo que es eso lo
que me preocupa.”
Me quedé pensando. ¿Podría ella estar recordando nuestro viaje a Dothan?
“Creo.....creo que probablemente sea una buena cosa, pero estaré mucho más
pendiente, solo por si acaso, ¿vale?”
Florida asintió y palmeó mis manos. “Ve. Tráela a casa, y yo me prepararé.”
Maddie
“Creo que son caníbales,” escribí cuando Ella regresó del cuarto de baño.
“¿De verdad? ¿Por qué crees eso?”
“Niños,” hice la seña.
“¿Qué pasa con los niños?” Ella miraba la televisión y entrecerró los ojos
como si pudiera ver algo en la película en pausa.
“Raro,” hice la seña. “El padre.”
“Ahh, ¿crees que les está obligando a comerse a la gente?”
Asentí. “Ritual familiar,” escribí.
Ella se acurrucó junto a mí en el sofá. Ambas nos habíamos puesto nuestros
cómodos pijamas, y teníamos una manta sobre las piernas mientras veíamos las
películas de terror en la gran TV de la sala de estar. Era divertido, y me gustaba
estar tan cerca de ella. Ella tenía ese realmente maravilloso olor, como a tierra y
bosque. Realmente me gustaba como olía.
“Vale, dale,” ella urgió.
Presioné el botón de pausa y se reanudó la acción. Efectivamente, en media
hora la familia estaba preparando un guiso humano, con una oreja flotando. La
madre lo estaba sirviendo a sus dos hijas de forma vacilante, como si fuera
contra su voluntad.
“Ewwww,” dijo Ella. “Eso es asqueroso.” Miró el trozo de pizza del plato que
tenía en su mano. Dejó el plato sobre la mesa de café.
Asentí en acuerdo e hice una mueca. “Como La Matanza de Texas,” escribí.
“No, la Matanza era peor,” ella discutió. “Es decir, ellos hacían lámparas con
la piel y esas cosas en la película además de comerse a la gente.”
“Cierto,” escribí.
Estuvimos viéndola hasta el final, cuando los hijos cocinaron a su viejo padre.
Silencié la música que soñaba con los títulos de crédito y miré a Ella. “Genial,”
escribí.
“Asquerosa,” dijo ella, empujándome con una mano. Ella se levantó. “Voy a
por otra cerveza. ¿Estás segura que está bien que tú tomes otra?”
“No han dicho nada sobre beber,” tecleé. “Solo no caerme.”
Ella asintió y se fue a la cocina solo con los calcetines. Me encontré
esperando que ella no cayese. Yo nunca podría caminar solo con los calcetines
nunca más. Ahora tenia que ser con los pies desnudos o con zuecos
antideslizantes ya que todavía seguía teniendo problemas de equilibrio. Tiré de
la manta, mi mente vagando sin rumbo. Pensé en la tía conduciendo hacia el sur
de Mississippi. Me preguntaba qué aspecto tendrían sus hijos ahora. La última
vez que los había visto todavía estaban en el instituto. Me di cuenta que aunque
quería ver sus caras en mi cabeza, eso no iba a suceder. Malditos bloqueos de
memoria.
Ella me entregó una cerveza fría y volvió a meterse en el caliente nido que
habíamos creado bajo las mantas. Leí la etiqueta de la botella de cerveza. Era
una cerveza light, baja en calorías. Una buena cosa, supuse. Di un sorbo y retuve
las gloriosas burbujas en mi boca durante mucho tiempo. Disfruté de la
sensación de los estallidos. Tragué cuando la mayoría del gas había
desaparecido.
“Me alegra que aún siga pudiendo leer,” escribí.
“¿Hmm? Oh sí, a mí también. Estás haciendo unos progresos
verdaderamente notorios últimamente. Tal vez para cuando puedas volver a
hablar, tu memoria se recupere.” Ella me estudió atentamente, y vi la
especulativa mirada en sus ojos, una mirada que tenía a menudo cuando me
estudiaba.
Asentí y sonreí, demostrando mi acuerdo con la posibilidad. Se me ocurrió
una idea. “¿Todavía pasarás tiempo por aquí cuando esté bien?”
“¿Pasar tiempo contigo? Por supuesto, eres mi mejor colega.” Ella sonrió y
apartó la mirada. No sabía lo que eso significaba. Seguía atrapada en lo que la
tía llamaba matices.
“Vale, es mi turno de escoger.” Ella cogió el mando a distancia y comenzó a
desplazarse a través de las películas. “Veamos. Comprobaré las nuevas. Tal vez
haya alguna nueva película de miedo que no hayamos visto..... Oh Dios mío.
Mira lo que acaban de añadir.”
Miré la pantalla, pero solo era un montón de colores.
“Esta es mi favorita desde siempre. A ti, querida mía, te va a encaaaantar. Se
llama Los Increíbles.”
Asentí y me eché hacia atrás cuando la película comenzaba. Me cubrí los
ojos por el efecto fluctuante de las luces púrpura y azul que llenaban la enorme
pantalla, así que Ella pasó hacia adelante rápidamente con el mando a distancia.
Las luces intermitentes siempre hacían que mi cabeza se sintiera rara. Una vez
el cambio de luz de un semáforo me produjo una migraña. Cuando finalmente
miré a la pantalla otra vez, había una persecución de coches. Un superhéroe
rescataba a un gato y evitaba el robo de un banco. Hubo una gran pelea. Un
molesto niño. Una mujer superhéroe. Luego el superhéroe con ropas
normales.....un hombre extraño con forma de dibujos animados.....estaba
teniendo problemas para entrar en su coche. Era interesante, y la animación era
increíblemente real.
De repente me senté. Conocía a esa gente. ¿Dónde los había visto antes?
Ese brillante mechón de pelo naranja. Debería saberlo, debería recordarlo.
“Creo que la he visto,” escribí.
“¿De verdad?” Ella parecía sorprendida. “Pensaba.....bueno, dijiste que no la
habías visto.”
Continúe mirando la pantalla hipnotizada, así no podía contestarle enseguida.
En su lugar, tiré de la manta hacia arriba de forma que solo se veían mis ojos,
embelesada siguiendo la acción de la película. Era una buena historia, y estaba
disfrutando de los brillantes colores y de la buena acción. Me encontré riendo
junto con Ella durante las escenas cómicas. La que más me gustaba era Edna.
Miré hacia ella una vez y me di cuenta de lo bien que me sentía. Estaba
teniendo el mejor momento desde el accidente. Ella era alguien con quien podía
relajarme. Sabía que no me haría muchas preguntas, lo que me hacía sentir
inadecuada, ni tampoco ignoraría mis a veces incomprensibles pensamientos
como si no tuviesen valor. Ella realmente era una buena amiga. Me devolvió la
mirada y me guiñó un ojo. Extendió su botella de cerveza para chocarla con la
mía en un brindis de celebración de la vida y nuestro tiempo juntas.
Capítulo Cuarenta y Seis
Ella
Maddie
Ella
“Tal vez tenerme por aquí es como un buen talismán,” le dije a Maddie a la
mañana siguiente en el desayuno. “No has tenido ni un solo dolor de cabeza
desde que estoy aquí.”
“Gracias,” ella hizo la seña, la boca llena de tortitas.
Esta Maddie era un poco más infantil que la otra Maddie. La Maddie original
era más preocupada, más circunspecta. Esta nueva Maddie era más cándida,
más cercana en cierta manera. Y aunque era más relajada en cuanto a la vida,
había retazos del agudo intelecto que había tenido. Era fácil acostumbrarse a
esta nueva realidad. Ahora, me preguntaba si Maddie alguna vez Maddie se
sentiría cómoda con ello. Parecía mucho más calmada y con más aceptación
que justo después de la lesión.
“Deja de mirar,” ella escribió en su tablet.
“Oops, perdona,” dije, sonriendo. “Estaba perdida en mis pensamientos.”
“¿Sobre mí?” Ella me miró con expectación.
“Sí, algo así.”
“¿Buenos pensamientos?” Ella escribió.
Levanté una ceja. “¿Buscando cumplidos? Por supuesto que buenos
pensamientos.”
Comimos en silencio.
“¿Maddie?”
Ella me miró.
“Si pudieras cambiar una cosa en tu vida, ¿qué sería?”
Ella estuvo pensándolo durante largo rato. “Hoy, me gustaría conducir,”
escribió.
Yo estaba desconcertada. No no haber tenido el TBI, o volver a ser médico
otra vez. Sino conducir.
“¿Conducir? ¿Eso es todo?”
“Sí,” ella escribió. “Tengo un coche.”
“Sé que lo tienes, cariño. ¿Quieres que te enseñe cómo conducir otra vez?”
“Sí,” ella escribió ansiosamente. “Sí.”
Me reí. “Vale. ¿Sabes dónde están tus llaves?”
Ella asintió y se levantó de un salto, apresurándose a recoger la mesa.
Desapareció por el pasillo, su bastón creando un tatuaje repetitivo en el suelo de
madera. Momentos después, estábamos sentadas en su SUV, yo en el asiento
del conductor.
“Vamos a ir al centro comercial y conducir alrededor. Estará bastante desierto
un domingo por la mañana.” Comprobé los espejos y luego di marcha atrás hasta
salir a Central. Miré a Maddie. Podía decir que estaba tan nerviosa como
emocionada. Condujimos por el tranquilo centro de la ciudad y seguimos Central
hasta que llegamos al Four Winds Mall, que era el alma de nuestro pequeño
pueblo. Todo tenía lugar allí: cine, patio de comidas, salón recreativo, y casi
todas las compras. Bueno, además del supermercado. Todo sucedía en este
enorme complejo. Conduje alrededor de un lateral y puse el coche en punto
muerto.
Miré a Maddie, y pude sentir como crecía mi propia emoción. “Esto es tan
genial,” dije. “¿Estás preparada?”
Ella me miró con ojos brillantes e hizo la seña de ‘sí’ mientras se revolvía en
el asiento del pasajero. Yo cogí su bastón y ocupé su lugar, y entonces vi cómo
se subía al asiento del conductor y se ponía el cinturón de seguridad. Ella
saboreó el momento durante unos breves segundos antes de comprobar los
espejos y meter una marcha. El coche rodó hacia adelante y ella apretó el freno
demasiado fuerte, haciendo que ambas estallásemos en carcajadas. Ella
condujo hacia adelante otra vez y luego lentamente alrededor del perímetro del
aparcamiento.
“Lo estás haciendo muy bien, Maddie. Supongo que es como montar a
caballo. Solo tienes que volver a subirte a la silla otra vez.”
Ella se rió burlonamente sin dejar de mirar al frente y continuó conduciendo.
Después de casi una hora conduciendo, ella estaba agotada, podía verlo. Se
había pasado los últimos quince minutos zigzagueando entre los coches
aparcados y podía ver cómo le temblaban las manos.
“¿Maddie? Sé que te encanta esto, pero tenemos que parar. Tu tía Florida
estará pronto en casa, y si ve todos los platos sucios que hemos dejado en el
fregadero, me va a arrancar la piel,” dije, manteniendo un tono ligero.
Maddie asintió y paró en un lado y puso el SUV en punto muerto. Le toqué el
antebrazo. “Has hecho un trabajo fantástico,” le dije.
Cambiamos los asientos y nos dirigimos de regreso a la casa. Ella se quedó
dormida antes de recorrer la mitad del camino.
Capítulo Cuarenta y Nueve
Maddie
Ella
“¡Oh hombre! Esto estaba bueno Florida, pero no tienes que darme de comer
cada vez que vengo.”
“¡Bah! Eres familia, Ella. Aunque eso ya lo sabes.” Ella agitó una mano para
acallar mis protestas. Le ayudé a recoger la mesa y puse las sobras del asado y
las verduras en el frigorífico.
Mientras limpiaba la mesa, miré a Maddie, quien estaba arrodillada junto a la
mesa de café. “Todavía sigue con eso, ¿eh?”
Florida se rió. “Sí. No estoy segura de sí alguna vez vayamos a conseguir que
lo deje. Tenemos suerte de que por lo menos coma.”
Los primos le habían enviado a Maddie un juego de construcción magnético
y estaba enredada con ello desde que Florida lo había desempaquetado a
primera hora de la mañana. Me lo había enseñado tan pronto como había
llegado, después de darme una nada característico beso en la mejilla junto con
mi habitual abrazo. Durante la cena, había estado distraída, mirando a menudo
hacia la mesa de café y a los coloridos y brillantes bloques de construcción de
encima.
Me senté en el sofá y observé como construía. Aunque no había mucho
construido. Ella parecía fascinada por la repulsión de los bloques magnéticos,
poniéndolos juntos y luego dejando que se separasen. La observé, y aunque
podría decirse que estaba jugando como un niño, su postura era majestuosa y
su rostro estaba serio. Podía ver cómo estaba intentando descubrir la física del
magnetismo.
“Si los dos extremos son iguales, se repelen,” dije. “Si son diferentes, positivo
y negativo, se atraen,” le expliqué.
Florida llegó y besó a Maddie en la parte superior de la cabeza. “Vale,
chiquillas, me voy a mi habitación a leer. Comportaros y no peleéis por los
juguetes.” Se rió entre dientes por su broma.
Me levanté. “Supongo que será mejor que me vaya a casa para que podáis
acostaros.”
Florida agitó una mano indicando que volviera a sentarme en el sofá.
“Quédate, juega. A ella le encanta que estés aquí.”
Volví a sentarme en el sofá. Me quité los zapatos y me eché hacia atrás, las
piernas encogidas debajo de mí, todavía observándola. Era una mujer hermosa.
Lo había pensado desde el primer día que nos conocimos. Eso parecía haber
sido hacía mucho tiempo, cuando en realidad solo habían pasado dos años.
Ella debió de sentir que la estaba mirando, porque levantó la vista y me lanzó
esa adorable sonrisa que se había convertido tan familiar antes de su accidente.
Me alegraba ver que había regresado.
Ella cogió su tablet. “Estás mirándome otra vez,” escribió.
“Se ha convertido en uno de mis hobbies favoritos,” bromeé. “Es como ver
secar un cuadro.”
Le costó como medio minuto, pero lo pilló y se rió, asintiendo en acuerdo.
Cuando se calmó, me miró. Realmente me miró, y mi vieja hambre por ella
resurgió. Intenté ocultarlo, pero con toda seguridad había escuchado mi ingesta
de aire y había visto el rubor en mis mejillas por mi deseo por ella. Comencé a
decir algo inteligente.....algo para reírme de la atracción.....pero mi teléfono vibró
en mi bolsillo. Le eché un vistazo, agradecida por la distracción. El identificador
de llamadas decía que era Dixie. Dejé que saltase el buzón de voz.
“¿Quién era?” Maddie escribió.
“Solo Dixie,” respondí.
Maddie volvió a sus bloques magnéticos y yo intenté sacudirme de encima lo
que estaba sintiendo por ella.
“No. Me dijiste que no la querías a ella,” dijo Maddie en voz baja, con su propia
voz. “Me dices que solo sois amigas. Me he dado cuenta que te amo y ahora se
me rompe el corazón.”
“¿Maddie? Lo siento, cariño. No entiendo el español. ¿Puedes escribirlo o
hacer señas?”
Maddie solo negó con la cabeza, los ojos abatidos. Finalmente, justo cuando
realmente estaba empezando a preocuparme, ella se levantó del suelo y se
sentó junto a mí en el sofá. Me miró, y vi tantas cosas en su cara. Ella estaba
confundida, estaba asustada, estaba decidida.
“Maddie, corazón. ¿Qué pasa? ¿Quieres que vaya a buscar a la tía?”
“No.” Ella hizo la seña repetidamente.
“Vale, dime lo que necesitas.”
“Te necesito a ti,” dijo ella por señas.
Me quedé aturdida durante un momento. ¿Había soñado su respuesta?
¿Habían mis sueños invadido mi vida despierta? La miré a los ojos y vi la verdad.
Tanto si me recordaba de antes como si no, ella me amaba.
Nuestros besos estaban llenos de dulce anhelo mientras nos aferrábamos
una a la otra, y yo estaba llorando por mi sobrecogedora alegría. Me liberé de la
armadura que había estado llevando desde el accidente y sentí de nuevo la
libertad expandirse dentro de mí. Dejé que mis sentidos se inundasen de ella y
recordé vívidamente nuestras noches de pasión juntas. ¿Lo recordaba ella?
¿Había realmente olvidado lo que éramos una para la otra?
Me di cuenta de nuevo que no me importaba. Cada beso que compartíamos
era nuevo y único. Tenía a mi Maddie de vuelta. Tal vez no exactamente la
Maddie de antes, pero ella seguía siendo mi único verdadero amor.
“Pensaba que nunca volverías a amarme otra vez,” susurré contra sus labios.
“Te amo, te amo,” ella susurró en respuesta. “Eres la luz de mi corazón, mi
alegría.”
“Oh Dios mío, necesito aprender español,” conseguí decir mientras ella
besaba mi cuello.
Ella se echó hacia atrás. “Deja que te enseñe,” dijo por señas, y luego se
inclinó para besarme una vez más.
FIN
Sobre la Autora
Además, Nat es editora de música para la revista Lesbian News donde tiene
una columna mensual llamada ‘Notas de Nat.’
www.natburns.com
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