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Julián Esteban González Barragán

HUMANIDADES III LITERATURA Y MODERNIDAD

Hombres y Engranajes

Cuando ponemos en perspectiva la naturaleza del hombre surgen más preguntas


de las que se podrían responder en una vida. ¿Qué nos hace lo que somos? ¿De
dónde venimos? ¿A dónde vamos? Una mirada que apunta al futuro es esta
cuestión de en qué nos estamos convirtiendo, porque indudablemente hemos
atravesado numerosas conversiones como seres humanos y nuestra época no es
la excepción. Vivimos en la era de la tecnología, pero detrás de ella hay un motivo
incluso más fuerte, motivo que hemos comprendido como la base de la
conversión, fundamento del entendimiento y motor de la evolución.

El título que maneja Sábato en esta serie de ensayos resume muy bien el enfoque
que la humanidad ha tomado hacia el mundo y su pertenencia a él. Los
“Hombres”, claramente en referencia a la raza humana, y los “Engranajes”,
entendidos como las partes de un todo más grande. Un todo con un fin impuesto
por el mismo hombre y, que para efectos de la actitud postmoderna, resulta en lo
que llamamos globalización. Pareciera que Sábato logra una analogía perfecta
entre el mundo y la máquina, entre la creación natural y la creación intervenida por
el hombre. Toma partido de la relación dependiente con el maquinismo que se
pensaba como un liberador, como el medio con el que se dominaría la naturaleza,
como la respuesta a la inevitabilidad ; y lo traduce a la formación del mundo como
una máquina fría, alejada de cualquier sentimiento o filosofía espiritual que estorbe
el camino de la razón absoluta.

Este fenómeno de la globalización hace que el hombre ya no funcione para el


mundo, sino que pretenda que el mundo funcione para él. Podría decirse que con
la globalización nace por inercia una especie de ego colectivo que prioriza lo que
el mundo nos puede dar sobre lo que nosotros le podemos dar al mundo, como un
antropocentrismo corrupto que a su vez deja atrás los valores individuales para
pensar en el estatus de ser humano como parte de una máquina con un propósito
mayor.

“La masificación suprime deseos individuales porque el Superestado necesita


hombres-cosas intercambiables, como repuestos de una maquinaria”

(Sábato, 1951, Hombres y Engranajes, pág. 35)

Pero, ¿cómo ha logrado esta idea expandirse a tal punto que las personas
quieran dejar atrás su propia identidad para ser parte de un conjunto? Lo que
entiende el hombre moderno es el idioma de la razón, no habladuría de
sentimientos o poesía, solo entiende lo que se puede medir y lo que se puede
percibir, y nada mejor para esto que la tecnología y la comunicación.

Lo primero que hay que plantear para entender los roles de la tecnología y la
comunicación en la globalización es el propósito que sirven (o servían, para el
caso) en función de la humanidad; más específicamente, de la individualidad. La
tecnología surgió como la respuesta del hombre utilitarista para descomplicar su
propia vida, para que todo lo que debe hacer lo pueda hacer de una manera más
fácil, más eficaz, más inmediata. Bajo esas promesas el hombre moderno no
podría estar más feliz, pues la tecnología le da resultados, que es lo que tanto
desea.

Con la comunicación hay una multidimensionalidad inmensa; a fin de cuentas


vivimos en una época donde comunicar no está más lejos del celular que tenemos
a mano, pero cuando dependemos de los medios no hay absoluta certeza sobre lo
que queremos o no recibir como mensaje. Constantemente nos vemos
bombardeados por información que nos planta una secuencia de ideas, sea en
bien de tal o de tal cosa, pero lo que resulta permanente es la intención de
convertir la subjetividad en objetividad.

Podríamos comprender esta intención de la comunicación bajo los términos de la


publicidad, famosa aliada del capitalismo, que expresa mensajes en favor del
consumo, del movimiento de mercancía y del flujo monetario y, aunque lo hace de
una manera “sucia”, pues no es raro ver publicidad que use los sentimientos como
camino para un fin racional, cumple su objetivo de generalizar el ideal que quiso
establecer.

Este ideal del que se habla se expresa en términos de cantidad, de todo aquello
que tiene un parámetro de medición y que puede ser decodificado por la razón y la
lógica. No hay tal cosa como la belleza natural si no se puede explicar por factores
matemáticos; no existe el espíritu, somos materia y creamos materia, nuestros
sentimientos son reacciones cerebrales que se explican por el intercambio de
información entre neuronas y por elevaciones de neurotransmisores puestas en
marcha por factores externos. La verdad es lo que vemos a nuestro alrededor, lo
que sentimos en nuestras manos. Cualquier introspección como seres humanos
es tan solo un capricho. Esto es lo que nos genera la masificación, pues depende
del pedestal en el que el hombre puso a su capacidad racional y cuantificadora.

“La característica de la nueva sociedad es la cantidad”

(Sábato, 1951, Hombres y Engranajes, pág. 13)


Desde esta cuantificación nace la idolatría a la fuerza de la economía, a tal punto
de que se puede afirmar con toda seguridad que hoy en día es el dinero el que
mueve al mundo. Todo el sistema financiero gira sobre lo que el hombre moderno
considera vital para la vida: el intelecto, el dinero; a fin de cuentas, el poder. Aquél
con conocimiento y medios puede ser el dueño del mundo moderno, y Sábato lo
sabe plantear muy bien:

“Este es el hombre moderno. Conoce las fuerzas que gobiernan el mundo, las
tiene a su servicio, es el dios de la tierra: es el diablo. Su lema es: todo puede
hacerse. Sus armas son el oro y la inteligencia. Su procedimiento es el cálculo”

(Sábato, 1951, Hombres y Engranajes, pág. 15)

Tal es el poder de la economía que el concepto de globalización se ha apoyado


fuertemente en sus vertientes para darse a luz. Tan solo el buscar “globalización”
en Internet remite directamente a artículos de finanzas, empresas, etc. pues toda
la razón humana se ha concentrado en dar por verdad absoluta a aquello que
satisfaga el deseo de tener el poder, es decir, el dinero. El dinero es la manera
perfecta para lograr la globalización, y al tener a la razón de su lado, no hay nada
que valga que se le oponga.

Claro, la globalización asegura un fuerte flujo financiero haciendo los mercados


más eficientes, aumentando la competencia, limitando los conflictos militares, pero
cuando el hombre mide su importancia en eficiencia y no en valores, entramos a
una crisis de la que nadie sale sano y salvo, pues olvidamos elementos
importantes que nos diferencian de las máquinas.
Para poder entender los peligros de la globalización nos podemos valer de la
historia, más precisamente con lo que ocurrió en el periodo de 1939 a 1945. Los
nazis querían una globalización de su pensamiento, y no sobra decir que la
segunda guerra mundial fue el apogeo de la prevalencia de la razón sobre el
corazón. Para la globalización no existe la individualidad, solo la perfección
justificada por la ciencia; perfección que está en función de la “conquista del
universo objetivo” (Sábato, 1951, Hombres y Engranajes, pág. 43) y que deja a cualquier
valor humano en un segundo plano.

El problema es que el hombre parece no darse cuenta que con la absoluta


cuantificación de la vida resulta un esclavo de ella, un sirviente de los números. Ya
Sábato nos lo plantea desde el tiempo:

“Los medios se transforman en fines. El reloj, que surgió para ayudar al hombre,
se ha convertido hoy en un instrumento para torturarlo”

(Sábato, 1951, Hombres y Engranajes, pág. 31)

A pesar de que el hombre siempre ha tenido el tiempo como referente absoluto,


nunca antes se había visto una dependencia tan abrumadora hacia el marcar de
una hora. Para la globalización funcionan las rutinas, funcionan los horarios; le
sirve saber que cada una de las piezas que la constituyen está haciendo su
trabajo como debe y cuando debe. En términos del simple horario de una
empresa, de la hora en la que pasan los noticieros, el hombre cumple con la
obligación del tiempo, está sujeto a él.

“El tiempo es oro” es una de las tantas maneras de la cuantificación de un


concepto tan abstracto como lo es el tiempo. Entendemos todo en el lenguaje de
las ciencias, en el lenguaje de lo tangible, en el idioma del capitalismo; y cualquier
cosa que se niegue a ser parte recibe la connotación de inservible, pues en la
cabeza racional no cabe un concepto abstracto, automáticamente se le quiere dar
un significado lógico. Las mismas artes han sufrido las consecuencias de esta
actitud. Pareciera que poco significado emocional vale en el arte, y la técnica que
nace gracias a esta se ha convertido en una justificación racional del por qué algo
es arte.

Sin embargo, partiendo de la opinión y sin oposición al planteamiento de Sábato,


me atrevo a decir que la humanidad ha retomado en cierta medida una relevancia
hacia el aspecto espiritual y la naturaleza. Esto se puede ver reflejado en
movimientos de conciencia ambientalista hasta prácticas espirituales que han
tomado popularidad nuevamente; y a pesar de que la globalización es un hecho
innegable y lo que parece una fuerza imparable, no hay fe perdida para la
individualidad, para la raíz de la creatividad y el arte, de los sentimientos; para la
otra cara de la moneda.

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