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Afuera del muro...

Afuera del muro...

Exequiel Ezcurra

M
uchísimas gracias al Secretario Juan Elvira,* a la Secretaría de
Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), a El Colegio
de la Frontera Norte (Colef), y al Instituto Nacional de Ecología
(INE-Semarnat) por invitarme a participar en esta reunión. Muchos de los
que estamos aquí, amigos entrañables de muchos años, llevamos décadas en
estas lides. Hemos visto las altas y las bajas de los problemas ambientales en
la frontera, hemos forjado nuestro carácter y nos hemos endurecido en esas
luchas; hemos adquirido temple en esos conflictos.
Yo vine al norte por primera vez en 1979 con un proyecto para iniciar
áreas protegidas en la frontera. En aquella época para México proteger la
frontera era prácticamente un tabú; había una consigna de muchos años en la
Secretaría de Relaciones Exteriores seguida la pie de la letra de no crear áreas
protegidas sobre la línea de la frontera; y para entonces no existía ninguna.
Fue en ese contexto que hicimos, con varios colegas, el proyecto de la reserva
del Pinacate, que por supuesto fracasó estrepitosamente. Se elaboró también,
hace muchos años, un proyecto para proteger la Sierra de Maderas del Car-
men, colindante con el Parque Nacional de Big Bend, en Texas, y la iniciativa
naufragó también dentro del gobierno federal. Fue hasta que Luis Donaldo
Colosio llegó a la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) que realmente se

* Transcripción de la plática impartida durante la reunión, revisada por el autor.

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pudo desempolvar el proyecto y trabajar de manera seria en la idea de crear
áreas protegidas en la franja fronteriza, hermanadas con reservas en los Es-
tados Unidos a través de corredores biológicos. Gracias al apoyo entusiasta y
generoso de Luis Donaldo, en 1993 se pudo decretar la Reserva de la Biosfera
de la Sierra de El Pinacate y el Gran Desierto de Altar, y dos años después el
Cañón de Santa Elena y Maderas del Carmen. El tabú se había roto, y las áreas
protegidas fronterizas eran una realidad.
Hay una lección muy importante en esta anécdota: un proyecto para
hacer una reserva, pensado en el año 1979, se vio realizado en 1993. Hubo
que esperar 15 años para que las cosas realmente fructificaran, para que el
esfuerzo inicial finalmente diera resultados. El medio ambiente en la frontera
es, en mi experiencia, un tema de mucha paciencia y que requiere de los que
trabajamos en estas cuestiones que durante décadas no quitemos el dedo del
renglón, para que eventualmente algunas de nuestras ideas lleguen a la Cui-
dad de México, a las oficinas del gobierno federal, a Washington D.C., a las
oficinas del gobierno federal americano, y entonces, eventualmente, algunas
cosas empezarán a pasar.
Vengo del Museo de Historia Natural de San Diego, una institución que
se enorgullece de ser binacional, y que desde hace 135 años promueve la co-
operación científica a través de la frontera. Es realmente para mí un motivo
de enaltecimiento ser parte de este museo que ha mantenido históricamente,
por muchas décadas, una relación fructífera entre colegas de ambos lados de
la línea divisoria. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX, cuando en el
Senado norteamericano se hablaba de la posibilidad de invadir Baja California
y apropiársela para los Estados Unidos, el Museo de San Diego tuvo siempre
la posición muy clara de respetar la autoridad de México y de trabajar cientí-
ficamente en la región con respeto y consideración para la soberanía del país
y para los investigadores y naturalistas mexicanos. Tenemos en los archivos
de la institución largas correspondencias, por ejemplo, con Miguel Ángel de
Quevedo por una cantidad de proyectos científicos que fueron ejecutados en
colaboración regional y dieron resultados extremadamente importantes para
la conservación.
Menciono esas experiencias porque realmente creo que es este tipo de
esfuerzos lo que necesitamos en la frontera, reuniones como la de hoy, en
la que podemos vernos la cara, platicar, y pensar cómo podemos hacer para
lograr objetivos regionales juntos, independientemente de los esfuerzos que
se hacen en Washington, D.C. o en la Ciudad de México, en los lugares donde
se toman las grandes decisiones nacionales. Y menciono la capital mexicana

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porque durante varias décadas la renuencia hacia la cooperación ambiental


fronteriza venía del D.F. y no de Washington. Ahora la situación ha cambia-
do, y es desafortunado; pero básicamente lo que hay que tener en esto es una
perspectiva de largo plazo.
También quiero mencionar, de una manera rápida, un proceso político
que podríamos llamar “la tormenta perfecta”. El primer elemento se gestó
en el año 1992, cuando empezaron las negociaciones del Tratado de Libre
Comercio, (TLC) del cual ya hablaron Mary Kelly y Paul Ganster —dos
personas que también llevan muchísimo tiempo trabajando en estos asuntos
del medio ambiente fronterizo y que tienen una trayectoria realmente muy
trascendente en la región—. Yo trabajaba en aquella época con el Lic. Colosio,
y algunas voces —dentro de las cuales me quiero incluir— planteábamos una
preocupación severa acerca de qué iba a pasar cuando la agricultura subsidiada
empezara a entrar desde la Unión Americana y cuál iba a ser el impacto de los
subsidios que se otorgan en el cinturón agrícola de los Estados Unidos sobre
las regiones deprimidas del país. Desafortunadamente había tanto optimismo
y tanta presión por la firma del TLC que el tema nunca se pudo discutir de
una manera seria y pasó, por desgracia, lo que muchos temíamos: la entrada
a México de la agricultura biotecnológica de los Estados Unidos con grandes
subsidios. Un granjero norteamericano en el corn belt recibe por hectárea en
subsidios mucho más de lo que obtiene legítimamente de ingreso por la venta
de su producto un agricultor de maíz oaxaqueño. Con el TLC nos sumamos
nosotros también a esos verdaderos absurdos de la producción moderna de
alimentos, de la misma manera que una vaca en la Unión Europea recibe
dos euros de subsidio al día, bastante más que el ingreso promedio de los
habitantes de muchas regiones de África. Esto explica claramente porqué
tantas personas quieren migrar; realmente el TLC dejó a un sector grande de
la sociedad mexicana totalmente desprotegido, y áreas inmensas de Oaxaca,
de Guerrero, de Michoacán, de Chiapas, particularmente aquellas regiones
de agricultura tradicional que Guillermo Bonfil definía como el “México
profundo”, quedaron inermes frente al aluvión de productos agrícolas con
los cuales no podían competir.
En México, una de las repercusiones del libre comercio de productos
agrícolas subsidiados fue el deterioro de los términos de intercambio para el
México rural y eso nos generó no sólo un problema de migración acelerada
hacia los Estados Unidos sino también una acentuación de las contradicciones
entre los dos Méxicos: el del norte, relativamente rico en recursos económicos,
y un México en el sur cada vez más desesperado y cada vez más deprimido.

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Los seres humanos, desde tiempos inmemoriales, migramos hacia donde
percibimos mejores oportunidades de desarrollo personal, y hacia donde po-
demos encontrar mejores recursos. Por ello, la llegada de productos agrícolas
subsidiados necesariamente generó un movimiento migratorio acelerado e
inesperado, con repercusiones muy grandes en las presiones migratorias sobre
nuestras ciudades en México, y también hacia los Estados Unidos. El avance
de la injusticia social y de la inequidad, y la expulsión acelerada de campesinos
del campo mexicano en los estados más empobrecidos fueron realmente las
consecuencias sociales más duras del TLC. Algunos lo temieron, algunos lo
predijeron, la mayoría de nuestros dirigentes no lo pudo ver a tiempo, pero esa
es la dolorosa realidad con la cual tenemos que vivir, y que tarde o temprano
deberemos enfrentar como sociedad.
El otro elemento de la tormenta perfecta fue la tragedia del 11 de septiembre
del 2001, que desató realmente un proceso cultural involutivo en los Estados
Unidos: el miedo al otro, el temor a lo que Ortega y Gasset llamaba “la otre-
dad”, el miedo a otras culturas, a lo foráneo, a lo ajeno, a lo extranjero, y el
terror, en muchos casos irracional, a lo que algunos perciben como la invasión
hispana, la invasión de personas que llegan del sur. En ese contexto —el de
un México empobrecido y el de una sociedad en los Estados Unidos cada vez
más paranoicamente temerosa de otras culturas y otras naciones— creo que
es necesario entender el proyecto del muro fronterizo.
A lo largo de esta reunión hemos hablado del muro fronterizo, pero, como
muy bien nos lo han mostrado Paul Ganster y Mary Kelly, en realidad no se
trata de una única barda sino de una serie de esfuerzos, en algunos casos
meramente efectistas, en otros más bien de corte electoral, y en otros casos
francamente histéricos, por generar alguna distancia hacia a lo que se perci-
be como una amenazadora masa de migrantes potenciales del sur. Quizás la
víctima más importante de todo esto durante los últimos cinco años fue la
caída de los ideales de cooperación ambiental en esta porción del territorio,
y que afectó seriamente la labor de quienes hemos estado trabajando duran-
te décadas en esta región. Los sueños que alimentamos por años, el trabajo
colaborativo en áreas protegidas binacionales y corredores biológicos, los
estudiantes que iban de una universidad mexicana a una norteamericana y
viceversa, los investigadores jóvenes americanos con beca Fulbright que ve-
nían a trabajar en conservación en México, el trabajo de campo compartido,
todo ese espíritu de visiones de cooperación, están en este momento profun-
damente deprimidos, por lo menos a nivel de las esferas gubernamentales,
de la toma de decisiones de los gobiernos federales a ambos lados de la línea

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limítrofe. Y eso nos afecta a todos porque vivimos en esta región y, nos guste
o no, tenemos que vivir juntos, y tenemos que colaborar y trabajar juntos si
queremos progresar como región.
Quiero ahora pasar a analizar someramente algunos aspectos ambientales
del muro, como preámbulo a las presentaciones de varios colegas y especialistas
excelentes que van a hablar del tema en mucho mayor detalle y con mejor
conocimiento que yo. De entrada, me resulta sorprendente que desde el punto
de vista científico no sepamos gran cosa sobre las obras del muro. Los científi-
cos ambientales hemos estado, con algunas excepciones, singularmente fuera
del debate. Desafortunadamente, ignorar la zona fronteriza no es nuevo para
los científicos ambientales. Si revisamos las colecciones biológicas, como los
herbarios de la UNAM, del Museo de San Diego, de Berkeley, o de Arizona, o
las colecciones de aves o de mamíferos de las mismas instituciones, se pueden
encontrar muchísimos más ejemplares, por ejemplo, de la Sierra de la Gigan-
ta en Baja California Sur que del Pico de Tecate en la región fronteriza. Al
menos durante décadas, si no es que durante un siglo, los científicos hemos
tenido algo así como una especie de “vergüenza fronteriza”. Los proyectos de
investigación descansan más en zonas alejadas de la frontera y son pocos los
proyectos que han generado información consistente sobre la propia zona
fronteriza. Existen, afortunadamente, algunas excepciones que vale la pena
mencionar, sobre todo por parte de investigadores del Colegio de la Frontera
Norte como Lina Ojeda y Carlos de la Parra que llevan años trabajando en
la región fronteriza y que han abierto brecha en la investigación ambiental
regional, pero aún así son muy pocos en relación a una frontera del tamaño
de la línea de casi tres mil kilómetros que une y separa a ambos países.
Por supuesto que podemos ya hacer algunas inferencias sobre la tragedia
de algunas especies cuyas distribuciones biológicas cruzan la frontera; ya las
han mencionado otros expositores y no voy a insistir en esto porque estoy
seguro que vamos a seguir hablando de ellas a lo largo de esta reunión: el
berrendo, el oso negro, el borrego cimarrón, el lobo mexicano, el jaguar, el
ocelote, y muchas especies de animales más pequeños, posiblemente menos
carismáticos pero de gran importancia ecológica, como muchos pequeños
roedores que tienen poblaciones que se comunican a través de la frontera, o
la codorniz del desierto, por citar sólo unos pocos. Y también hablaremos de
impactos fuertes a nivel de subespecies que ni siquiera conocemos muy bien
pero que son de importancia científica grande. Hay, por ejemplo, algunas po-
blaciones melánicas tanto de insectos como de roedores en los negros basaltos
de la Sierra de El Pinacate que muestran coloración clara en los sustratos de

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granito en los Estados Unidos, y se mantiene un cierto flujo genético entre
las dos poblaciones disyuntas. Esa importante circulación reproductiva,
necesaria para mantener la diversidad genética de las especies distribuidas a
través de la frontera, va a desaparecer o se va a ver seriamente afectada con el
impacto que ya están generando las actividades de vigilancia y construcción
a lo largo de la línea.
Por otro lado, ya hay un deterioro significativo y muy importante, men-
cionado por Mary Kelly, generado por las rutas y brechas de los polleros.
Éste es un problema que como mexicanos tenemos que asumir críticamente:
las brechas que abren los polleros a lo largo de toda la franja fronteriza y el
impacto ambiental que tiene este infame tráfico humano y afecta severamente
el ambiente fronterizo con su secuela de basura, aclareo y destrucción de la
vegetación natural. Desafortunadamente, y como respuesta de parte de la
Border Patrol, estas acciones generan inmediatamente más aclareos y más
destrucción, en una espiral de acciones con consecuencias realmente nefastas
para el ambiente.
Aunque no es el motivo central de esta reunión, el aspecto social del
proyecto del muro fronterizo es también extremadamente importante y no
puede ser soslayado, porque de varias maneras se relaciona también con lo
ambiental. Varios grupos étnicos, como los cucapá, los kumiai, o los tohono
o’odham, tienen sus poblaciones distribuidas a través de la línea fronteriza,
y muchos de ellos la han cruzado libremente durante siglos y se consideran
tanto mexicanos como norteamericanos. El impacto social de las nuevas res-
tricciones al tráfico fronterizo sobre estas poblaciones indígenas y sobre sus
interacciones tribales y familiares es muy severo.
Uno de mis músicos y poetas favoritos es Roger Waters, que estuvo hace
poco dando un concierto en la ciudad de México. En su disco The Wall, he-
cho cuando formaba parte del grupo de rock Pink Floyd, escribió un poema,
“Afuera del muro”, que dice así: “Solos o en parejas / los que realmente te
quieren / caminan hacia arriba y hacia abajo fuera del muro / Algunos van
de la mano / y otros agrupados en bandas / Los corazones desangrados y los
artistas / guardan vigilia / y cuando ya han entregado su totalidad / algunos se
tambalean y caen / Después de todo no es fácil / estrellar tu corazón / contra el
muro de un loco malévolo.”1 De manera singular, la letra de Waters simboliza

1 Outside the wall: All alone, or in twos / the ones who really love you / walk up and down outside the wall
/ Some hand in hand / and some gathered together in bands / The bleeding hearts and artists / make their
stand / And when they’ve given you their all / some stagger and fall, after all it’s not easy / banging your
heart against some mad bugger’s wall.

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lo que podría ser la conclusión fácil de esta reunión y de todo lo que hemos
estado discutiendo: achacarle el problema del muro fronterizo a lo que muchos
perciben como las acciones de un “loco malévolo,” una política desafortunada
pero transitoria, que va a estar operando por dos años más y que después se
va a ir. Desde una postura autocomplaciente, podríamos pensar que tenemos
muy poco que ver con toda la decisión del muro, que la justicia histórica está
de nuestro lado, y que las cosas van a cambiar por sí solas.
Pero el problema es mucho mas complicado, desafortunadamente, que la
mera coyuntura política en los Estados Unidos. La tragedia del muro no es
sólo un producto de una decisión unilateral en Washington —que sí existe y
que sí es un problema—, no es sólo un resultado del chovinismo y del miedo a
los extranjeros en los EE.UU. —que sí existen y que también son un gran pro-
blema—. En mi opinión la situación es mucho más compleja: mientras exista
tanta pobreza en el sur profundo de México el sueño de la integración cultural
en América del Norte estará siempre aplastado por la realidad de la miseria
y de la inequidad; mientras los granjeros americanos continúen recibiendo
los subsidios que hoy obtienen y frente a ello, la expectativa de vida al nacer
de un campesino de la Mixteca mexicana sea menor a los 40 años; mientras
en México coexista la miseria que existe en ciertos estados con algunas de las
fortunas más grandes del mundo, el problema de la frontera crecerá.
Es un problema de ambos países, no es, en mi opinión, un problema sólo
de los Estados Unidos. Los muros, desafortunadamente, no los inventó un
loco malévolo hace seis años; la idea de un muro para separar sociedades
contrastantes es una cosa tan antigua como las civilizaciones humanas, una
anti utopía que ha ocurrido, desafortunadamente, en muchas culturas a lo
largo de la historia. La vergüenza de los muros no es privativa de la línea
fronteriza. He visto muros igual de altos, igual de infranqueables en Santa
Fe, en las Lomas de Chapultepec, y en muchísimos otros lugares en México;
y es importante decirlo, y decirlo con valentía. Tenemos que entender esta
dolorosa realidad, porque si no, no vamos a resolver este problema. Es un
problema de todos, no es sólo un problema de un conflicto entre naciones; es
un problema derivado de un nueva economía internacional que no deja lugar
para los grupos más marginados, para aquellos que Franz Fannon llamaba
los “condenados de la tierra.”
El interrogante final que quiero abordar es, aceptando que efectivamente
la pobreza extrema y la inequidad en el contexto de una economía globalizada
estén en la raíz del problema fronterizo: ¿qué hay con eso, qué podemos hacer
para mitigar el impacto ambiental sobre la franja fronteriza? En mi opinión,

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México tiene que promover el diálogo para avanzar en la resolución de los
problemas ambientales fronterizos, y si no se pueden dar pasos en este sentido,
tenemos que promover el diálogo otra vez, y otra vez. Así logramos que se
decretara la reserva del Pinacate, así conseguimos la reserva de Maderas del
Carmen, así hicimos posible que el cóndor de California esté hoy volando
nuevamente en Baja California. Fueron décadas de trabajo, de insistir, y de
luchar contra burocracias centrales que muchas veces no entienden o que son
sordas a las demandas locales. Esa es la experiencia más vital que tenemos los
conservacionistas, la de la paciencia y el trabajo continuo y dedicado. Ahora
estamos librando esta batalla en el campo del ambiente fronterizo, y también
en el campo del cambio climático global, dos puntos sobre los cuales el go-
bierno de México quiere, con toda justicia, avanzar. Pero las hemos librado
en el pasado y en muchos casos con éxito. Y, por qué no, tenemos que dar
estas nuevas luchas, tenemos que prepararnos para trabajar mucho tiempo
en eso y finalmente, lo vuelvo a decir, tenemos que dialogar como lo estamos
haciendo hoy. Y si fracasamos, no tenemos más opción que volver a dialogar,
y si fracasamos nuevamente, hay que volver a dialogar y llevar el diálogo a las
capitales de los dos países.
La justicia histórica se construye a partir del trabajo de la sociedad civil, y
en este caso tenemos que construirla. Tenemos que ser pacientes, y podemos
serlo porque la historia, creo yo, en este asunto está del lado de los conserva-
cionistas, del lado de los que luchamos por la conservación de la diversidad
de la naturaleza y de las culturas, de nuestro lado.

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