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LA OBSOLECENCIA PROGRAMADA

Podríamos definir a la obsolescencia programada como la práctica para reducir


intencionadamente la vida de un producto con el fin de aumentar su venta y consumo.
Por nada considero ético que un fabricante diseñe un producto para que falle
intencionalmente, solo por perseguir un beneficio lucrativo.

Años atrás se culpaba a la industria de fomentar la obsolescencia programada, sin


embargo, hoy en día son los mismos usuarios los que no esperan en agotar la vida útil
de sus dispositivos electrónicos para conseguir uno más nuevo, más bonito, más
inteligente; un claro ejemplo serían los celulares, un estudio realizado en España,
según datos aportados por la tienda en línea locompramos.es, se venden al año unos
200.000 teléfonos celulares. Aunque se estima que su periodo de vida podría ser de
unos cinco años, el 75% de los usuarios cambia su dispositivo antes de que deje de
funcionar o se estropee.
La industria y los consumidores tienen culpa por igual. A la primera no le interesa que
los aparatos tecnológicos duren mucho tiempo, pero sus clientes tampoco tienen un
especial interés en cambiar esta situación. Aunque se podría hacer mucho más por
prolongar la vida útil, si el consumidor no lo exige, no se hace.
Vivimos en medio de una sociedad basada en el consumismo y el despilfarro, que
desecha al día siguiente lo que cree que ya no le es útil.
Es necesario tomar conciencia de dos cosas importantes: la primera, que el
crecimiento hoy por hoy es ilimitado y lo segundo que nuestro planeta no lo es. Claro,
puesto que cada día hay más personas, aproximadamente se estima un aumento
poblacional de 210.000 personas por día, el problema aumenta cuando nos
empezamos a dar cuenta que nuestros recursos naturales y energéticos son limitados,
y que lamentablemente al ritmo que vamos terminaremos por eliminar lo poco que
nos queda si permanecemos con la enfermedad de comprar, tirar, comprar.
Y claro todos estamos de acuerdo en que si ya no utilizamos algo debemos
desecharlo, porque si no nuestra casa estaría llena de basura, pero la cuestión está en
cómo desechamos, pues debemos hacerlo de una manera que respete el medio
ambiente. En primer lugar, clasificando lo que aún se puede reparar de lo que no se
puede reparar, esto es, llevar nuestro aparato malogrado a un técnico a que le dé
solución a fin de que podamos volver a utilizarlo por un tiempo más; en segundo lugar,
clasificar todo aquello que es útil para reciclar y poder darle un nuevo uso. De esa
manera estaríamos contribuyendo con el medio ambiente y su preservación.
Ahora bien, en los países desarrollados el consumo en general es mayor, en
consecuencia, mayor es el despilfarro que termina en desechos. En cambio, en los
países pobres difícilmente algo se tira solo porque se malogró pues optan por
repararlo para continuar usándolo. Inclusive son estos países pobres los que se han
convertido en un vertedero de todos estos productos inservibles de países
despilfarradores, lo que está generando una desmedida contaminación y destrucción
del paisaje en dichos países. En efecto, en una sociedad de despilfarro un producto de
vida corta crea un problema de residuos terriblemente perjudicial.
Cada vez más las personas se vuelven dependientes de cosas materiales para sentirse
desarrollladas, satisfechas, para así elevar su autoestima o su ego, en fin lo cierto es
que esa sensación los impulsa a comprar, a tener más y más, hasta que llega el
momento en el que ya no les gusta lo que habían comprado o lo empiezan a ver
inservible y se deciden por tirarlo y comprar algo mejor, más nuevo o más bonito.

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